Está en la página 1de 1

Nunca más Sr.

Buen Tipo

No entiendo por qué, pero la gente piensa que soy un buen tipo. Enormemente
inteligente y, sobre todo, buen tipo. No lo digo yo, no es algo que haya percibido, sino una
cosa que me dicen todo el tiempo. Dos cosas, en realidad. Yo, obviamente, acepto los
cumplidos con falsa modestia. Me encanta que me digan eso pero, sobre todo, me gusta que
lo crean, porque es sólo eso: creencia. Ni soy tan inteligente, de lo que la vida que he
llevado hasta ahora es prueba latente; ni soy, muchísimo menos, un buen tipo.

Siempre quedo bien, lo sé. En la victoria o en la derrota, suelo ser digno. Pero no se
dejen engañar: todo está estudiado. Tengo un amigo, probablemente el único que
comprende todo esto, que dice que juego para la tribuna. “Sos tribunero”, me dice. Y
agrega “algún día todos se van a dar cuenta de que sos una mierda”. Y sigue siendo mi
amigo. ¿Cómo no iba a serlo? Es el único que ve.

¿Puedo darles un ejemplo? Hace poco, casi nada, viví una historia de amor idílica,
perfecta. Inmerecida, para un tipo de mi calaña. Una pobre ilusa que vio en mí lo que todos
ven, que no comprendió que está máscara que me permite mimetizarme y sobrevivir lejos
está de ser real. Esperaba que me jugara por ella, quizás, pero la cobardía es, desde siempre,
parte constitutiva de los tipos de porquería, categoría en la que competiría a nivel olímpico,
si fuese posible. Culpé a las circunstancias, a la sociedad, a la vida, pero yo sé cuál es la
verdadera respuesta: yo. ¿Si siento culpa? Un poco, claro. Aunque, pensándolo bien, le hice
un favor. No soy ningún primer premio.

Ahora tengo un problema: ya no puedo ser un buen tipo. Parecerlo, quiero decir. Se
me cayó la máscara. Terminó mi actuación. El nivel de cinismo al que llegué fue extremo,
y ya no hay vuelta atrás. Me dirán que parezco sentir remordimientos. Y, a decir verdad,
debo confesar que algo de eso hay: cuando la conocí de verdad, quise ser un buen tipo,
quise ser lo que ella esperaba. Pero llevo tanto tiempo siendo una basura, que ya ni siquiera
puedo fingir.

¿Qué hacer, entonces? Lo único que queda: sufrir.

También podría gustarte