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Dios Castiga o No Castiga
Dios Castiga o No Castiga
a) El mal físico
El mal físico, v.g., el dolor, la enfermedad, la muerte, no lo pretende Dios per se, es
decir, por afecto al mal o en cuanto fin, Sap 1, 13 ss: «Dios no hizo la muerte ni se goza
en que perezcan los vivientes. Pues Él creó todas las cosas para la existencia». Mas Dios
pretende el mal físico (tanto el que tiene carácter natural como punitivo) per accidens,
es decir, los permite como medios para conseguir un fin superior de orden físico (v.g.,
para la conservación de una vida superior) o de orden moral (v.g., para castigo o para
purificación moral); Eccli 39, 35 s; Amos 3, 6.
b) El mal moral
Cuando la Sagrada Escritura dice que Dios endurece el corazón del hombre en el mal
(Ex 4, 21; Rom 9, 18), no es su intención decir que Dios sea propiamente el causante
del pecado. El endurecimiento es un castigo que consiste en retirar la gracia; cf. SAN
AGUSTÍN, In loan. tr. 53, 6: «Dios ciega y endurece abandonando y no concediendo su
ayuda» (deserendo et non adiuvando).
EL CONCURSO DIVINO
Dios coopera inmediatamente en todo acto de las criaturas (sent. común). No existe en
este punto declaración oficial de la Iglesia. Sin embargo, los teólogos enseñan
unánimemente el concurso divino frente al ocasionalismo, que rehusa conceder
causalidad propia a las criaturas, y frente al deísmo, que niega todo influjo de Dios en
las cosas creadas. El Catecismo Romano (1 2, 22) enseña que Dios «a todo lo que se
mueve y opera algo, lo impulsa al movimiento y a la acción por medio de una íntima
virtud».
La cooperación de la causa primera con las causas segundas recibe la denominación de
concurso divino. Precisando más diremos que tal concurso puede ser natural (general) y
sobrenatural (especial), siendo este último el influjo sobrenatural de Dios en las
criaturas racionales por medio de la gracia; el concurso divino se divide también en
concurso físico y moral, siendo este último el que se ejerce por medio de un influjo
meramente moral que obra desde fuera por medio de mandatos, consejos, amenazas,
etc.; otra división es la de concurso inmediato y mediato, siendo este último el que se
ejerce mediatamente confiriendo y conservando las fuerzas naturales, según enseñaba
Durando; finalmente, el concurso puede ser universal si se extiende a todas las acciones
de todas las criaturas sin excepción, y particular en caso contrario.
La Sagrada Escritura atribuye con mucha frecuencia a Dios la acción de causas creadas,
como son la formación del cuerpo humano en el seno materno, las lluvias, el alimento y
el vestido; cf. Iob 10, 8 ss; Ps 146, 8 s; Mt 5, 45; 6, 26 y 30. No obstante, todos estos
pasajes se pueden entender también suponiendo un concurso mediato de Dios. Parece
indicar el concurso inmediato de Dios Is 26, 12: «...puesto que cuanto hacemos, eres tú
quien para nosotros lo hace»; y, sobre todo, Act 17,28: «En Él vivimos, nos movemos y
existimos».
San Jerónimo y San Agustín defienden el concurso inmediato de Dios incluso en las
acciones naturales, contra los pelagianos, los cuales restringían el concurso de Dios a la
mera colación de la facultad para obrar; SAN JERÓNIMO, Dial. adv. Pelag. 1 3; Ep.
133, 7; SAN AGUSTÍN, Ep. 205, 3, 17.
3. Modo y manera del concurso entre la causa primera y las causas segundas
El concurso entre la causa primera y las causas segundas no debe ser concebido como
una yuxtaposición mecánica de operaciones (como si Dios y la criatura se coordinaran
para obrar juntos en la consecución de un mismo efecto), sino como una operación
orgánicamente conjunta y mutuamente intrínseca (la acción de Dios y de la criatura
forman un todo orgánico y con intrínseca dependencia la segunda de la primera). De ahí
que no se pueda decir que una parte del efecto provenga de la causa divina y otra parte
distinta de la causa creada, sino que todo el efecto proviene tanto de la causa divina
como de la causa creada. La causa creada está subordinada a la causa divina, pero sin
perder por eso su causalidad propia; cf. SANTO TOMÁS, De potentia 1, 4 ad 3: «licet
causa prima máxime influat in effectum, tamen eius influentia per causam proximam
determinatur et specificatur».
Los tomistas y los molinistas no se hallan de acuerdo en la explicación de cómo tiene
lugar esa cooperación entre la causalidad divina y la creada cuando se trata de las
acciones libres de las criaturas racionales. Los tomistas enseñan que Dios, por el
concurso previo ( = premoción física), hace que la virtud creada pase de la potencia al
acto, y por medio del concurso simultáneo acompaña la actividad de la criatura mientras
ésta dura. La acción procede toda entera de Dios como de causa principal y de la
criatura como de causa instrumental. La premoción física debe considerarse con mayor
precisión como una predeterminación, pues no se destina para una acción general de la
criatura, sino para una actividad completamente determinada («determinatio ad unum»).
Por eso el efecto pretendido por Dios tendrá lugar indefectiblemente.
Los molinistas enseñan que la cooperación física inmediata de Dios depende de la libre
decisión de la voluntad humana, aunque no como el efecto de la causa, sino como lo
condicionado de la condición.
I . La justicia
Mientras que justicia, en sentido amplio, vale tanto como rectitud moral o santidad
subjetiva, tomada en un sentido más propio y estricto significa la voluntad constante y
permanente de dar a cada uno lo que le corresponde: «constans et perpetua voluntas ius
suum unicuique tribuendi» (Ulpiano).
Según doctrina del concilio del Vaticano I, Dios es «infinito en toda perfección» y, por
tanto, también en la justicia; Dz 1782. La Sagrada Escritura da testimonio de la justicia
de Dios en numerosos pasajes: Ps 10, 8: «Justo es Yahvé y ama lo justo»; Ps 118, 137:
«¡Justo eres, Yahvé, y justos son tus juicios!»; cf. Ier 23,6; Mt 16,27; 25, 31 ss; Ioh 17,
25; Rom 2, 2 ss; 3, 25 s; 2 Tim 4 , 8 . Los padres defienden la justicia punitiva de Dios
contra Marción, quien establecía una irreconciliable oposición entre el Dios justo y
punitivo del Antiguo Testamento y el Dios bueno y misericordioso del Nuevo
Testamento, llegando así a admitir la existencia de dos divinidades.
SAN IRENEO le objeta que la justicia de Dios no podría existir sin bondad, ni la
bondad de Dios sin justicia; cf. SAN IRENEO, Adv. Haer. m, 25, 2-3; iv 40, 1-2;
TERTULIANO, Adv, Marcionem I-III.
Como Dios es creador y señor del universo, no existe norma jurídica que esté por
encima de Él, antes bien, Dios es para sí mismo la norma suprema: Deus sibi ipsi est lex
(S.th. 1 21, 1 ad 2). Injusticia legal, que regula la relación jurídica del individuo con la
comunidad, conviene a Dios en cuanto Él por medio de la ley natural y la ley moral
ordena todas las criaturas al bien común. La justicia conmutativa, que regula el recto
orden entre un individuo y otro individuo, no se puede aplicar en sentido estricto a Dios,
porque entre Creador y criatura no puede haber igualdad de relaciones. La criatura, a
causa de su absoluta dependencia del Creador, no puede obligarle por si misma
mediante una prestación suya a que Dios le corresponda con otra. La justicia
distributiva, que regula el recto orden de la comunidad con el individuo, conviene a
Dios en sentido estricto. Después que Dios, con un acto Ubérrimo de su voluntad, creó
el mundo, se obliga por su sabiduría y bondad a proporcionar a las criaturas todo lo que
necesitan para cumplir con su misión y lograr su último fin. Se manifiesta, además, la
justicia distributiva de Dios en que Él, sin acepción de personas (Rom 2, n ) , procede
como juez equitativo recompensando el bien (justicia remunerativa) y castigando el mal
(justicia vindicativa).
2. La misericordia