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¿Qué es un neurótico?

El niño bloqueado

Una persona neurótica es, simplemente, una persona que sufre. Que sufre mucho. El concepto “neurosis” es
sinónimo de “dolor emocional excesivo”, con las secuelas psicoconductuales correspondientes. Estas secuelas
pueden ser de muchos tipos (ansiedades, fobias, depresión, agresividad, hiperactividad, adicciones, obsesiones,
miedos, problemas de personalidad, etc.), pero, en general, todas ellas comparten una misma naturaleza, un solo
significado. ¿Cuáles son éstos? ¿Qué es la neurosis y cómo se cura?

Desde un enfoque psicodinámico, podemos ver la neurosis desde muchos ángulos y, por tanto, definirla de
varias maneras. Por ejemplo, podemos decir que:

1) La neurosis es un conflicto. Ciertamente, se trata del resultado de un conflicto, generalmente inconsciente,


entre los sentimientos que el sujeto siente realmente pero no se atreve a admitir y mostrar (p.ej., dolor, ira,
miedo, culpa, apego, autodesprecio, etc.) y los sentimientos/conductas que se cree obligado, por la educación
recibida y/o las exigencias sociales, a expresar. De esta contradicción, de este choque, surge habitualmente una
máscara "intermedia", un sentimiento/conducta más o menos deformado, al que llamamos síntoma. Un conjunto
de síntomas recibe el nombre de "trastorno".

2) La neurosis es un bloqueo. Como resultado del conflicto anterior y sus síntomas derivados, la persona no
puede fluir y adaptarse con facilidad a la realidad, se "atasca", fracasa aquí y allá (pareja, trabajo, relaciones
sociales, proyectos, felicidad, etc.), sufre mucho por todo ello. Como resultado, sus síntomas se realimentan y
perpetúan.

3) La neurosis es una defensa. ¿Contra qué? Precisamente contra sus dolores más secretos e insoportables: su
desamor, sus traumas, sus miedos, sus sentimientos reprimidos, su infancia perdida para siempre, su
responsabilidad de hacerse cargo de sí mismo/a, etc.

4) La neurosis es una estrategia. Paradójicamente, los síntomas neuróticos ofrecen también sus ventajas, pues
dan al sujeto la oportunidad de ser el centro de atención, reclamar amor y mimos, dominar el entorno, evitar la
vida y las responsabilidades, etc. Así, el neurótico, por comodidad y pereza inconscientes, se resiste sin saberlo
a "curarse".

5) La neurosis es inmadurez. Todo lo anterior es una manifestación y, a la vez, un reforzador del secreto
infantilismo -o narcisismo- del neurótico que, en el fondo, no es más que un niño asustado estancado en el
pasado, evitando la vida, renunciando a su libertad. El neurótico, en suma, paradójicamente aferrado a su
problema, se resiste a crecer.

¿Cómo se cura la neurosis? Si ésta es, como hemos visto, la expresión cifrada de un conflicto, un bloqueo, una
defensa, una estrategia y una forma de inmadurez, entonces curarse requerirá explorar y sacar a la luz, con
valentía, los conflictos básicos del sujeto para, con la ayuda y apoyo del terapeuta, revivirlos sin máscaras y
superarlos con lucidez y responsabilidad. El paciente tendrá que descubrir, aceptar y aprender a convivir con
las verdades más duras de sí mismo y de su entorno pasado y presente; tendrá que llorar y enfadarse; tendrá que
abandonar sus sentimientos de culpa; y deberá superar, en fin, sus últimas resistencias infantiles. Entonces
podrá asumir, sin miedo, con autoestima y con un dolor cada vez menos agudo, que "ya no necesito seguir
huyendo de mí mismo, pues me siento totalmente capaz de afrontar mi pasado, mi vida y mi destino". Y sólo
entonces la felicidad comenzará a entrar en su vida.

Éste es el proceso de la terapia psicodinámica.

© JOSÉ LUIS CANO GIL


Psicoterapeuta y Escritor
Primera edición: 2/Enero/2008

© Se admite la reproducción de este artículo, citando al autor y la URL correspondiente.

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¿Por qué surge la neurosis?


El niño maltratado

En el artículo anterior hablamos de la neurosis desde un punto de vista interno o subjetivo, es decir, sólo en
referencia a los problemas y actitudes del sujeto mismo, al margen de su entorno socio-familiar presente o
pasado. Dicho enfoque subjetivista es el más frecuente en los escritos psicológicos, y el más practicado en la
psicoterapia actual. No obstante, en otros artículos (1) hemos hablado también de la neurosis desde un punto de
vista externo o social, es decir, refiriéndonos a la implicación de la familia, la sociedad y las instituciones en la
génesis y mantenimiento de los trastornos neuróticos. En esta ocasión, argumentaremos brevemente el papel
absolutamente determinante de la familia en este problema.

El psicoanálisis, y la más elemental y desprejuiciada observación de los trastornos neuróticos, nos revela de
inmediato que la mayoría de éstos no son sino la manifestación de determinadas heridas y conflictos conscientes
o inconscientes que, a su vez, son el fruto de un determinado grado de maltrato en la infancia. Dicho maltrato
no hay que entenderlo exclusivamente en sentido físico, sino de un modo mucho más amplio, profundo y sutil.
Psicodinámicamente hablando, es maltrato cualquier tipo y grado de frustración de las necesidades intrínsecas
del niño. Las cuales podemos resumir del siguiente modo:

1. necesidades de seguridad (protección y cuidados físicos y emocionales)


2. necesidades de afecto (cariño, empatía, contacto físico y psíquico)
3. necesidades de respeto (a los sentimientos, espontaneidad y forma de ser del niño/a)

Tales actitudes indispensables por parte de la familia y cuidadores del niño deben ser, obviamente, sinceras -y
no aparentes- tanto a nivel consciente como inconsciente; y han de ser invariables, o sea, sin interrupciones ni
altibajos. Cuanto más prematuramente, más intensamente o durante más largo tiempo se aleje la crianza de un
niño/a de estas actitudes básicas, tantos más microtraumas o grandes heridas acumulará a lo largo de su
infancia, y más síntomas neuróticos comenzará a desarrollar, generalmente a partir de la adolescencia (2).

Tal como resumió magníficamente Alice Miller (8), podemos observar una típica sucesión de fases en la
génesis de los trastornos neuróticos:

1. el niño/a recibe una serie de daños (desamor, agresiones, desprecios, carencias, miedos, pérdidas, etc.)
entre los 0 y los 13 años.

2. el niño/a reprime (es decir, se "traga") instintiva e inadvertidamente sus emociones al respecto (dolor,
ira, odio, pánico, etc.) para no perder el supuesto amor de su familia, cuyos errores minimiza o ni
siquiera percibe (la idealiza).

3. el niño/a, a medida que crece, va olvidando la mayor parte de su nocivo pasado (tal como se olvidan los
sueños), del que sólo quedan, como islotes, algunos recuerdos. Pero dichos recuerdos son sólo imágenes
frías desprovistas de sus afectos asociados, que permanecen reprimidos.

4. a partir de la adolescencia, o tras algún suceso desencadenante en la edad adulta (frustraciones, divorcio,
muerte de un familiar, nacimiento de un hijo, etc.), el sujeto comienza a mostrar extraños síntomas
neuróticos (inseguridades, ansiedades, fobias, obsesiones, agresividad, depresión, adicciones, etc.).

5. como el pasado ya está lejos y olvidado, nadie entiende nada. Los padres son ahora unos ancianos
"inofensivos" e "inocentes" que activan el sentimiento de culpa y el forzado -y por ello falso y
prematuro- "perdón" de su hijo/a maltratado/a. Comienza así el calvario de la psiquiatría y las malas
psicoterapias basadas en "culpar al enfermo", que encubrirán aún más -ahora con argumentos
pseudocientíficos (3)- las causas biográficas del drama interior del neurótico.

Debemos señalar que la incuestionable responsabilidad de la familia en la formación de hijos neuróticos no


solamente es ignorado por aquélla (4), sino también por algunos profesionales de la salud mental, que están
sujetos a diversos intereses sociales e ideológicos y, además, ellos mismos tampoco han concienciado y resuelto
sus propios dramas familiares (5). De este modo, las responsabilidades parentales quedan siempre en la sombra
(excepto en los casos más graves), sin que la mayoría de psicoterapias vigentes quieran ocuparse del problema.

Es cierto que el enfoque convencional, subjetivista, de la neurosis es indispensable desde el punto de vista
terapéutico. Pero para comprender y curar a fondo aquélla y, sobre todo, para prevenirla, es también
inexcusable -y socialmente urgente- completar dicho enfoque con una visión más amplia, sociofamiliar, que
sepa reconocer sin miedo elverdadero papel de todas y cada una de las personas involucradas en la génesis y
perduración del drama neurótico. Mientras no lo hagamos así, nos convertimos sin quererlo ni saberlo en
cómplices y encubridores de dicho drama.

No podemos, por ejemplo, seguir aferrándonos a la idea superficial de que la biología, los pensamientos y los
aprendizajes determinan la felicidad -lo que sólo es cierto en parte-. Debemos asumir, además, que la
personalidad, los comportamientos, la salud psicológica están también poderosísimamente condicionados por la
clase de trato psicofísico recibido por el sujeto a lo largo de sus largos años de crianza. Según nos trataron, así
somos y actuamos, a veces de modos terriblemente compulsivos. Y quienes nos trataron -bien o mal- no son
personas desconocidas, sino nuestros propios padres, hermanos, abuelos, parientes, profesores, amigos, etc., que
a menudo siguen ejerciendo su nociva influencia sobre el neurótico hasta el fin de sus días. Si la sociedad se
empeña en ocultar al neurótico los verdaderos autores inconscientes de su mal -es decir, los encubre y absuelve,
cosa que no hace, por otra parte, con los maltratadores de mujeres, violadores, etc.-, ¿qué entendemos
exactamente por "curación"?

Psicodinámicamente, la curación del neurótico exige recorrer el camino inverso al que causó el problema, es
decir, descubrir las emociones ocultas que subyacen a los síntomas, asociarlas a sus verdaderas causas (los
maltratos y conflictos familiares, el desamor, etc.) y, reviviéndolas en el presente con coraje y sin culpa (no
sirve su mero conocimiento intelectual), superarlas poco a poco con la ayuda del terapeuta. Esto implica un
largo proceso de autoconocimiento, duelo y liberación que ayudará al sujeto a madurar, asumir el presente y
superar definitivamente el pasado. Sólo entonces, no siendo ya necesarios, la mayoría de sus síntomas
desaparecerán por sí mismos y el auténtico perdón sobrevendrá espontáneamente.

En conclusión, así como el neurótico es, en esencia y tal como vimos en el artículo anterior, un niño bloqueado
que se resiste a crecer, jamás debemos olvidar que también es una víctima, un niño maltratado que desconoce
sus heridas y a sus verdugos (6) (de hecho, como en el "síndrome de Estocolmo", está profundamente apegado a
aquéllos). Ambas visiones, absolutamente complementarias, deberían formar parte de cualquier psicoterapia
eficaz y humanista. (7)

© JOSÉ LUIS CANO GIL


Psicoterapeuta y Escritor
Primera Edición: 2/Enero/2008
Revisión: 3/Febrero/2009

© Se admite la reproducción de este artículo, citando al autor y la URL correspondiente.

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¡Mira la mirada de los niños!

Somos animales mamíferos, lo que significa que nacemos prematuramente y


dependemos por completo, durante mucho tiempo, de los tiernos cuidados de nuestra
madre. Lo mismo sucede con perros, gatos, ciervos, gorilas, ballenas, ratones, leones,
canguros o elefantes. El abrazo materno, cargado de seguridad y alimento, es la
prolongación de la matriz, la larga fase de transición adaptativa desde la blanda
felicidad amniótica hasta el duro mundo real. Ésta es nuestra identidad mamífera; esto
es lo que somos. Por ello, aunque la duración de la infancia o dependencia cría-madre
es distinta en cada especie, cuanto más cálida y segura sea dicha relación, tanto más
suave y progresivo será el posterior destete, y mayor será la fuerza y seguridad
psicofísica acumulada por el individuo. O sea, menos traumática y más feliz será su
definitiva integración en el mundo. La infancia de los seres humanos dura, o
debería durar, unos 13 años.

Pero muchas culturas, y especialmente la nuestra (occidental), han perdido con los
siglos y quizá más en las últimas décadas la mayoría de los instintos mamíferos de
crianza. Por exigencias culturales, socioeconómicas, etc., y también por sus propias
limitaciones psicológicas, millones de mujeres (y hombres) no saben ya, en efecto,
parir, amamantar, abrazar, comprender, empatizar, criar a sus hijos. Por eso, millones
de seres humanos han vivido infancias negativas -cuando no terroríficas-, o han sido
arrancados de ellas prematuramente, deteniéndose así su maduración para siempre. De
ahí que la edad emocional de muchísimas personas no pase de 2, 3, 5, 13 años.

Las pruebas de todo esto puedes hallarlas, lector, en las miradas de la gente.

No, no hace falta ser vidente o psicoanalista para descubrir el inmenso y antiguo dolor
de tantas personas. Simplemente, observa con discreción sus miradas (sobre todo
cuando ellos están tranquilos o ensimismados y creen que nadie les mira)
y comprenderás. En la calle, en el metro, en el autobús, en los programas y entrevistas
de televisión, en las películas, en las guarderías, en las escuelas, en las cárceles, en las
actividades deportivas y culturales, en las oenegés, en las tiendas de fotografía (donde
se ven fotos de bodas y comuniones), en vuestros álbumes familiares, quizá en tus
propios hijos... Mira a tu alrededor; están por todas partes. Amas de casa, taxistas,
actores, modelos, peluqueras, adolescentes, escritores, cajeras, inmigrantes,
periodistas... Y también, por supuesto, niños, muchísimos niños.

¿Qué verás, lector, en los ojos de la gente? Verás miradas apagadas, tristes,
inexpresivas. Miradas frías, alucinadas, ausentes. Miradas desconfiadas, esquivas,
temerosas. Miradas furiosas, retadoras, resentidas. Miradas tensas, rígidas, paralizadas.
Miradas con mezclas variadas de todo ello. Y pensarás: ¿cómo es posible todo esto,
tanto dolor, tantos dramas interiores? Un motivo básico es, en mi opinión, nuestro
empeño en olvidar que somos mamíferos, con todas sus ineludibles necesidades y
exigencias. Por eso somos animales desgarrados, maltratados, humillados,
insatisfechos, enfermos.

Algunos ejemplos. Vemos a una joven pareja ignorar el llanto rabioso de su bebé en el
carrito y nos parece lo más normal del mundo. Vemos a una madre llegar todos los días
a casa a las 9 de la noche (no importan los motivos) y nos parece lo más natural. Vemos
a bebés de meses o pocos años abandonados en guarderías impersonales y atestadas y
nos parece moderno. Vemos un bebé gritando en un cuarto oscuro y alguien afirma
duramente: "¡que se acostumbre!". Vemos un niño que pide ser tocado y abrazado y los
padres se quejan: "¡siempre quiere lo mismo!"... Etc. Y es que quizá sepamos criar
perros o gatos, pero no niños.

Sí, lector. Cuando veas uno de esos niños -cualquiera que sea la edad de su DNI- con
mirada profundamente triste, ojerosa, o bien sutilmente rabiosa, o acaso huidiza o
extraviada, puedes estar seguro: "a ése no le han querido". Si entrenas la mirada, podrás
ver huérfanos y más huérfanos, gente profunda y ocultamente desamada, por doquier.
Lo llamamos "civilización". En realidad, es la catástrofe emocional del mamífero
"homo sapiens".

Quizá no hay actualmente tarea más urgente que redescubrir de una vez por todas
quiénes somos y qué necesitamos íntimamente para ser felices. Nuestra soberbia
cultural nos hizo creer durante siglos que somos "animales racionales", cuando es obvio
que fundamentalmente somos animales sensitivos. Por eso, por definición, estamos
vivos. No somos una "supercabeza con cuerpo", sino un corazón que segrega, entre
otras cosas, eso que llamamos "pensamientos". Por ello, si anhelamos la más mínima
paz y bienestar en el mundo, necesitamos primeramente aceptar nuestra verdadera
naturaleza y sus genuinas necesidades. La esencial de todas éstas es el amor. Y el
primer eslabón de la cadena del amor son los niños que criamos.

Por tanto, lector, si quieres ayudar a mejorar el mundo, sólo tienes que mirar la mirada
de los niños: tus hijos, tus hermanos, tus sobrinos, tus nietos, tus alumnos. Más aún,
mira la mirada del "niño interior" de los adultos que te rodean: tu pareja, tus padres, tus
amigos, tus vecinos, tus compañeros de trabajo. Y todavía más: mira tu propia mirada
en el espejo para descubrir qué clase de huérfano, o no, eres tú. Luego, acepta,
comprende, respeta, cuida cuanto puedas a todos ellos (comenzando por ti
mismo). Estarás amando. Sin tu amor, ya es tarde para todo.

© JOSÉ LUIS CANO GIL


Psicoterapeuta y Escritor

© Se admite la reproducción de este artículo, citando al autor y la URL correspondiente

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