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Nº 2.

Diciembre 2017

Ruth Morales
Cambio de Realidad
Por Ruth Morales
Nº 2. Diciembre 2017. España

© Ruth Morales
contacto@cambioderealidad.com

Esta revista está preparada para ser imprimida,


por si te es más fácil su lectura en papel.

Esta obra está registrada bajo una licencia de Creative Commons


Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.

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Ruth Morales
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Ruth Morales es la creadora de Cambio


de Realidad, una forma singular, rompe-
dora y visionaria de ver la vida, desde una
perspectiva sin igual.
Desde 2011, transmite esta percepción de la
realidad por medio de múltiple y variado
material en el que trata temas del dinero,
de la no pareja, de la realidad misma sin
dejar ningún ingrediente en el tintero y lo
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que la diferencia, sin duda alguna, su com-
prensión de nuestra realidad por encima
del paradigma científico, conocida como
“Percepción y No Tiempo”, que merece un trato aparte.
Ha participado en eventos varios, invitada siempre por su “particular en-
foque, más allá de lo que todos conocemos como normal y corriente”.
También ha sido entrevistada en la radio, en televisión y en otros medios
de comunicación.
Ruth Morales ha escrito 8 libros y ha llegado a todos por medio de semina-
rios y conferencias tanto presenciales como online.
Su bagaje amplio y diverso más su experiencia personal, la llevan a ser una
gran comunicadora, tanto en la comunicación oral como en la escrita y esa
es la razón por la que nace esta revista, con el fin de llegar a todas las per-
sonas de todas partes del mundo.
Te presentamos, por tanto, C~instinto. ¡Disfruta de su lectura!

El equipo de C~instinto

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CONTENIDO
(Haz clic en el título de cada artículo para ir directamente a este)

Presentación de C~instinto. La revista ...................................................... 5


Dinero
La abundancia se crea moviendo el dinero ................................................ 7
Cómo el movimiento del dinero crea abundancia...................................... 12
¿Te sientes culpable por tener dinero? ...................................................... 15
Tendencias
El vestido para esta noche. En un lugar de Europa.................................... 18
La palabra clave del siglo XXI. Seguridad .................................................. 22
Si no tienes necesidad, no cambies ............................................................ 29
Comunicación desde el instinto
¿Qué es comunicación desde el instinto? ................................................... 35
La vida cotidiana. Lo normal. En algún lugar de Europa .......................... 36
Estar en pareja puede entorpecer las relaciones humanas ........................ 41
Pistas .......................................................................................................... 47
El alfabeto a gritos. El libro ........................................................................ 50
Excelencia
¿Qué es excelencia según C~instinto? ....................................................... 60
La comunicación empieza por la palabra. La excelencia es
comunicación también ............................................................................... 61
Alicia y su libreta de conflictos
¿Con quién cenamos esta Navidad? ........................................................... 74
De lo bueno, lo mejor
El secreto mejor guardado. El incremento de vida ................................... 79
Historias
El niño que preguntó. Iré al monte ........................................................... 85

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Presentación de C~instinto. La revista.


Después de muchos años transmitiendo mi percepción de la realidad
desde Cambio de Realidad, se me antoja necesario abarcar todos los
campos de la vida, al entender que esta no es sino una comunicación
constante con el entorno, en el que todos actuamos y del que todos nos
servimos.
Entiendo que la vida es un servicio constante y mi intención es comunicar
cualquier cosa, por simple que parezca, de una manera que aporte al lec-
tor “esa otra mirada” que quizá le haga falta en un momento dado.
Desde noviembre del 2017 escribo estas publicaciones bajo el nombre de
Revista C~instinto (Comunicación desde el instinto) como medio desde el
que me pueda expresar libremente sin el rigor de adecuarme a un ámbito
en concreto sino con la libertad de poder comunicar lo que desee y como
soy capaz de hacerlo.
Con estas publicaciones trataré de usar un lenguaje corriente, algo natu-
ral en mí y de hablar sobre temas corrientes, algo que nos toca a todos.
Aquellas personas, ya muchas, que me conocen por Cambio de Realidad,
deben comprender que desde esta revista me dirijo al público general y
que, por tanto, eso es lo que tengo en cuenta cuando escribo. Todo lo con-
cerniente a “Percepción y No Tiempo” está contemplado en el Espacio del
mismo nombre, donde mi presencia es constante. Me debo a ello.
Sin embargo, desde aquí compartiré una forma de ver la vida, que no solo
es vivir, sino sentir y ser esa forma de ver la vida, a la que llamo Excelen-
cia y De lo Bueno, lo Mejor. Estos son los nombres de dos apartados que
nunca faltarán en esta revista, cuya lectura espero que disfrutes tanto
como yo disfruto escribiéndola.
Gracias una vez más por tu compañía y sobre todo, por disfrutar de la
vida.

Ruth Morales, noviembre 2017.

Queda un mes para que la siguiente revista esté lista.


Lee esta a tu ritmo, disfrutándola.

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La abundancia se crea moviendo el dinero

PP
Cuando oímos hablar de crisis, muchas veces no gas- En realidad, la
tamos ese dinero que tenemos por miedo a que luego crisis se origi-
no tengamos ingresos, a que pase algo en nuestro país na gracias
o, quizá, a que ocurra algo en el mundo entero. siempre a un
efecto rebote
La vida es un ir y venir en una noria, una vuelta tras que, de no ha-
otra que siempre se repite y que, curiosamente, el ser ber tenido re-
humano vive como si fuera la primera vez, sorpren- bote, no se
habría origi-
diéndose ante lo ya vivido y conocido y siempre ha-
nado nunca
ciendo caso a lo que los medios de comunicación le di-
cen, como si la noticia fuera inaudita.

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Es cierto que gastar dinero por gastar, sin necesidad alguna, es un derroche
que hacemos desde un estado de carencia. Las empresas nos crean necesi-
dades o ensalzan las que ya tenemos convirtiéndonos en deudores de “lo
que no necesitamos para vivir y disfrutar de la vida”: el mundo de las
tendencias, de la moda y del ocio son un claro ejemplo de este hecho.

No pasa nada, ya que todos tenemos que comer y que vivir y además, todos
generamos necesidades en nuestro entorno (amigos, familia, trabajo) y a
todos los niveles, a la vez que consumimos las que nos generan otros.
Y eso es la historia del dinero, ni más ni menos, mejor o peor contada pero
esta es su historia.

Se trata de consumir menos necesidades de las que


generas tú mismo.

Por ejemplo:

 Dejar de seguir esa tradición o costumbre que no te gusta y que te fue


inculcada en un momento que ya ha quedado atrás en el tiempo.

 No adquirir nuevos hábitos de alimentación que nos inculcan otros, ge-


nerando necesidades que no teníamos. Si has llegado hasta aquí sano,
mejor es comer menos y con gusto, que cambiar la alimentación porque
otros te generen esa necesidad y encima, tener que pagar el doble para
continuar sano. Si ya lo estabas con lo que comías, ¿por qué adquieres
ese nuevo hábito?

 Vivir en la sencillez y vestir en la sencillez.

 Viajar donde realmente quieres ir y no donde está de moda o porque


viajen tus amigos. O no viajar, si no te apetece.

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Sin embargo, yo soy una defensora de vivir según nos guste y con disfrute y
no dejar de disfrutar porque haya una crisis o porque tengamos menos di-
nero.

Disfrutar no es caro, solamente tenemos que saber qué es eso que nos hace
sentir muy bien y que seguramente tenemos tan cerca que no le hemos
prestado atención alguna.

Lo que está más cerca, no se ve

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Las personas a veces nos privamos de cosas que nos podemos permitir
mientras que otros viven una vida que no se pueden permitir.

¿Cómo lo hacen estos últimos?

Con una actitud de que sí se lo pueden permitir mientras el resto del mun-
do los critica por vivir por encima de sus posibilidades.
¿Acaso lo que hacen estas personas te afecta?

No estoy defendiendo esta manera de vivir, solo estoy mostrando


otras maneras de vivir, sin analizar que sean buenas o malas.

Buscar el camino del medio es la sabiduría de aquel que saborea la vida. Ni


reprimirse ni derrochar.

El placer radica en gastar el dinero en aquello que


nos proporciona placer, incluso al pagar la factura El dinero tiene su
de la luz. propio lenguaje y
este lenguaje es
¿No te da placer y confort tener luz en casa? rico en significa-
do en tanto que es
sencillo en su
¿No te sientes bien cuando estás calentito en casa forma.
mientras fuera la temperatura marca cero grados?
Eso es placer, aunque estemos obligados a pagarlo.

La idea radica en gastar el dinero en lo que nos proporciona


placer y no en aquello que nos dé miedo.

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Ahorra para tu placer


y no por si un día caes enfermo

La tendencia es que cada vez adquiramos más compromisos que tenemos


que pagar por miedo y no por placer. Lo que pasa es que no nos damos
cuenta, ya que entramos en este círculo como si de un lujo se tratase hasta
que nos encontramos atrapados en él por necesidad. Los seguros privados
de vida, los seguros médicos y más cosas son un claro ejemplo de esto.

Si cambias el sentimiento que tienes sobre “lo que tienes que


pagar”, cambiará el sentimiento de tu concepto del dinero,
abriéndote a otras posibilidades con este acto.

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Cómo el movimiento del dinero crea abundancia

Lucía y Mario quieren comprar una casa un poco más grande de la vi-
vienda en la que ahora viven. No tienen hijos y les gustaría tener espacio
para sus placeres. Mario dirige su propia empresa de tres empleados y Lu-
cia trabaja por cuenta ajena. A Mario le gustaría tener una habitación solo
para él, que signifique su sala de operaciones, provista de todos sus apara-
tos de última tecnología, su mesa de trabajo con el ordenador y un espacio
para oír música y ver cine, una de sus pasiones. Al mismo tiempo, le gusta-
ría tener una bicicleta estática en ese cuarto además de una bicicleta elípti-
ca.
A Lucía le gustaría tener un cuarto de baño para ella sola, con plato de du-
cha-masaje además de una bañera jacuzzi para relajarse en ella tras su jor-
nada de trabajo y durante los fines de semana en los que no tienen ninguna
cita con amigos o familiares.

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Ana y Diego se han separado. Viven actualmente en una vivienda grande


que han puesto en venta. A Lucía y Mario les encanta esta vivienda pues,
después de haber visitado muchas, esta es la que cumple con las condicio-
nes exactas para hacer realidad sus sueños. Encima, esta casa se vende por
un precio inferior del que ellos estaban dispuestos a pagar, dada la premu-
ra de la pareja propietaria por vender. Eso hace que les quede algo de dine-
ro extra para poder hacer las obras adecuadas hasta convertirla en la casa
de sus sueños.
Con la venta de esta casa, Ana y Diego no ganan una gran cantidad de dine-
ro tras cancelar la hipoteca que tenían suscrita con el banco, pero se con-
tentan con una cantidad que deben dividir entre los dos, pues una etapa de
su vida acaba con este acto y otra nueva nace.
Diego toma parte de ese dinero para hacer el viaje con el que su cabeza no
paraba de darle vueltas desde hacía un tiempo, en el que realizaría la acti-
vidad deportiva que más le apasiona; otra parte del dinero se la ofrece a su
sobrino, que quiere montar un negocio. En este viaje tan particular, Diego
deberá tomar varios vuelos hasta llegar a su destino, uno de estos vuelos
será un servicio de avioneta que debe contratar in situ así como un guía
con jeep. Para realizar dicha actividad, se debe contar con la ayuda de los
pobladores de la zona, quienes lo hacen con orgullo y mucha pasión puesto
que con el dinero y otros extras que este tipo de actividad les genera, se
alimenta el poblado durante dos meses.
Ana toma un piso de alquiler y aunque le gusta viajar, no lo hace. Destina
gran parte de la cantidad de dinero que le correspondió por la venta de la
casa a comprar muebles nuevos, a pesar de disponer de los suyos propios,
los cuales regala. Ella es sabedora que los cambios son buenos y que un
mueble contiene también en sí una invitación a una nueva vida, con nuevas
energías. El hecho de comenzar en este nuevo piso, con elementos recién
comprados, le da un empuje tremendo para otros cometidos en su vida.
Estas cuatro personas decidieron apostar por quererse, por sentir que es-
tán en un momento de abundancia y de florecimiento, a pesar de que nin-
guno de ellos sabe qué ocurrirá mañana, si tendrá o no trabajo y si ese di-
nero que los cuatro podían haber guardado les hará falta tal vez dentro de
un año.

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Si Mario y Lucía no hubieran comprado la vivienda de Ana y Diego, estos


no habrían podido alquilar sus propios pisos. Diego no habría podido con-
tratar ese viaje, ni contratar aviones, ni jeeps, ni guías, albergues, ni a gente
de un poblado para que él pudiese realizar su sueño. Su sobrino estaría aún
esperando a que alguien creyese en él para abrir su negocio.
Ana no habría comprado ningún mueble y el piso que estaba vacío podría
haberse alquilado por otra persona o tal vez no, pues llevaba tiempo espe-
rando ser habitado.
Si ni Mario ni Lucía se hubiesen atrevido a hacer obras por si acaso maña-
na no les va bien, no habrían contratado obreros ni estos habrían ido a la
fábrica a adquirir el material necesario para su tarea. Tampoco se habrían
vendido ni las bicicletas ni el plato de ducha-masaje ni el jacuzzi, así como
todos los elementos decorativo-funcionales que la pareja quería tener en su
casa.
Si hubiesen guardado el dinero por si acaso, ninguno habría hecho un
cambio y no habrían apostado por su propio placer. Mañana puede ser tar-
de para experimentarlo.
El dinero necesita movimiento y solo ese movimiento genera abundancia
para quien lo mueve y para todos los implicados por ese movimiento.
La crisis no es sino una respuesta a un miedo subliminal. Más
miedo, más crisis.
Estoy segura de que muchos de nosotros nos hemos visto implicados en
algún momento de nuestra vida, como por arte de magia y sin pedirlo, en
una abundancia, sea la que sea, que nos ha sido dada por otros de manera
indirecta.
Eso es abundancia también y además, es una señal de que estamos apren-
diendo a recibir.
Gracias y disfrutemos de la vida, cada uno como pueda.
Ruth Morales

(Artículo publicado en www.cambioderealidad.com en abril del 2013)

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¿Te sientes culpable por tener dinero?

A poco observador que sea uno, salta a la vista el sentimiento de culpa


que acarrean ciertas personas por haber tenido dinero toda la vida, por ha-
ber nacido en una familia rica o por haberlo generado con sus propias in-
versiones o con su trabajo.

Este sentimiento es totalmente natural y humano, dado que la naturaleza


humana parte de una escasez imaginaria, mientras todos alzamos los ojos
al cielo dando gracias a Dios por la abundancia que la Madre Tierra nos
da. Es una de las contradicciones que tenemos más a flor de piel y que por
ello, no cuestionamos, pues no la podemos ver.

Para contrarrestar tanta buena suerte, estas personas tienden a hacer ver a
sus hijos la miseria del mundo —como si el tener dinero fuera un mal por
el que estás obligado a pedir perdón toda la vida—, o bien se hacen volun-
tarios de cualquier causa ajena, sin prestar muchas veces atención a la ne-
cesidad de su vecino más próximo.

Resulta curioso observar la misma creencia en ciertas personas ricas o con


vida bastante desahogada en nuestra sociedad occidental que es la de adu-
cir que “en este mundo occidental nadie pasa hambre porque hay trabajo
para todos o que el gobierno se hace cargo de los más desfavorecidos”
(como si eso fuera el único problema del ser humano) y por eso tienen la
tendencia en fijarse en los problemas que acontecen en otros continentes,
allende los mares, tales como guerras, hambre y enfermedades, pues de
esa manera contribuyen mejor y de manera global a la desigualdad social.

La pregunta que tristemente algunos no se formulan es: ¿quién de las per-


sonas de mi alrededor necesita ayuda?

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En su acto de buena fe contribuyendo a paliar el mal en el mundo, se olvi-


dan de que solo se debe y se puede ayudar a quien se tiene cerca.

¿Necesitamos realmente que haya tanta miseria y daño en el mundo para


redimir nuestro pesar y nuestro sentimiento de culpa por estar en una si-
tuación cómoda en la vida?

Si les enseñamos un poco de la miseria del mundo a nuestros hijos para


que vean que son privilegiados, ¿por qué no los llevamos a un hospital pa-
ra que vean a niños enfermos y así den gracias por la salud que tienen?

¿Por qué tenemos este comportamiento con respecto al dinero y no apli-


camos lo mismo a otras áreas de la vida?

El dinero es ilimitado. Si tienes mu-


cho, harás bien a quienes tienes a tu Si cada persona tuviera
lado. No se lo estás quitando a nadie, esta premisa clara, no
más bien, estás ayudando a que otros habría ninguna necesi-
te imiten. dad en el mundo. ¿Te
has parado a pensarlo?
La vida es abundante y si quieres oír- Es pura lógica.
lo de otra manera, la abundancia es
el amor del que hablan los religiosos,
de lo que se deduce que, el dinero es amor.

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Tendencias

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EL VESTIDO PARA ESTA NOCHE


En un lugar de Europa

La señora joven salió de casa y se dirigió a la zona


comercial de su ciudad. Esa misma noche tenía una
cena con amigos, en un restaurante bonito y exquisi-
to, pero ella no tenía muchas ganas de ir. Hacía tiem-
po que no salía y apenas tenía ganas de arreglarse.

En esta gran ciudad la vida se acorta o, tal vez, va más veloz y esos momen-
tos de goce se dejan para el mes de vacaciones, durante el cual simulas ser
otra persona, imitando lo que fue el año anterior y pensando con temor en
la vuelta a la rutina.

Había perdido la costumbre de salir con sus amigos, de romper con los há-
bitos del día a día y una invitación como esta la sacaban de su burbuja en la
que se sentía segura y satisfecha.

No obstante y animada por su más íntima amiga, salió en busca de algo que
ponerse esa noche de cena, aunque con bastante poca gana o más bien, sin
importarle si conseguiría gustarle la moda de la nueva temporada.

Se dirigió a una gran tienda en donde la música sonaba tan alto que casi
entró hipnotizada, sin voluntad propia, como si alguien, a lo lejos, la mane-
jara desde un control remoto. Se dispuso a mirar los percheros de donde
colgaban aquellas preciosas prendas deseando ser usadas.

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Tres horas antes, un joven estudiante sacaba a seis perros a pasear, bien
atados todos, cada uno de su dueño, trabajo que hacía en su tiempo libre
para ganar un dinero extra mientras acababa su carrera universitaria. Sus
padres estaban orgullosos de él, tanto casi como sus abuelos paternos,
quienes elogiaban a su nieto como la persona más buena y responsable del
mundo. Mañana será un ingeniero.

El joven estudiante aprovechaba el paseo de los perros para hablar por el


móvil con su novia, el cual sostenía con su mano izquierda, mientras que,
con su mano derecha aguantaba la acelerada cuerda de la que los seis pe-
rros tiraban fuertemente, tirando hacia un lado y hacia el otro, sin rumbo
fijo.

Tres cuartos de hora después de que el joven devolviera cada perro a su


dueño, una digna señora de mediana edad sacaba a su perro a pasear, un
precioso gran danés con pedigrí, casi tan elegante como su dueña, el cual
parecía andar con tacones, tan finos como los de su dueña, también.

Ella paseaba tranquila, taconeando, mientras el gran danés se deleitaba


oliendo el paisaje, percibiendo todo lo que encontraba ante su hocico, co-
mo el trozo de caca que depositó en un parterre uno de los perros que el
joven estudiante había paseado tres cuartos de hora antes, de quien estaba
toda su familia orgullosa, mierda que el gran danés olió con gusto, lamien-
do parte de ese elemento tan decorativo a los pies de un pino, uno de tan-
tos hermosos árboles que adornan esa elegante alameda.

Su dueña, más pendiente de que la observaran los hombres que pasaban a


su lado que de su precioso perro gran danés, miraba al horizonte, simulan-
do que nada de lo que estuviese ocurriendo en ese momento tuviera que
ver con ella, mientras ese mismo disimulo tan aprendido la delataba.

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De vuelta a casa, la señora elegante, acompañada siempre por su perro, que


caminaba acompasado a su lado, entró en la gran tienda, dado que le so-
braba algo de tiempo.

La señora elegante no tenía intención de comprar nada pero sí de mirarlo


todo. Con gesto pausado, como si tuviese todo el tiempo del mundo, com-
portamiento muy típico de la gente rica y socialmente alta, miraba con de-
tenimiento cada prenda , como si fuera a escribir una crítica para una re-
vista de moda.

El gran danés, harto del trozo de mierda que aún le quedaba en el hocico,
se acercó al vestido verde satén, restregándose en él hasta que se lo limpió.

Luego y de manera tan pausada como siempre, los dos abandonaron el re-
cinto: el perro y la señora elegante.

La señora joven miraba la ropa sin intención de probarse ninguna. No te-


nía mucho ánimo, no veía nada que le gustara y además, tampoco ponía
mucho de su parte para encontrar ropa para esa noche. Hasta que, ante
ella, en un perchero entre vestidos de color negro, advirtió el vestido de co-
lor verde satén.

Era el único que quedaba y además, era de su talla, detalle que ella tomó
como una gran señal de que ese era el vestido para esa noche.

Siempre le habían dicho que ese tono le sentaba bien y una luz vino a hacer
brillar su cara, como si se hubiese hecho dar un tratamiento facial de cho-
que luminoso.

La alegría se le asentó en sus ojos.

Lo tomó para ella y fue a la caja. Lo pagó y se fue a casa.

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Esa noche ella brilló con luz propia, con el vestido verde satén recién com-
prado, mientras sus amigos la elogiaban con piropos, por lo guapa que es-
taba.

Fue una noche inolvidable.

Al volver a casa y al desnudarse, pudo comprobar la mancha rancia y malo-


liente que le colgaba de un costado al final del vestido.

Maldijo las sillas sucias de la terraza del bar chill out en donde habían aca-
bado la noche, tomando unos cocktails.

“Se lo diré a mis amigos para no volver a ese sitio”. Se dijo a sí misma un
poco disgustada, aunque la noche inolvidable no se la arrancaría nadie ni
nada de su corazón.

“Yo, que tengo dos perros y siempre cuido de lo que hacen, a los que vigilo
de cerca para no molestar a nadie y los dueños de ese bar te cobran un
dineral por un cocktail, cuando no limpian las sillas en donde seguramen-
te un niño se habrá hecho caca encima.

Y ¿los padres de ese niño?

Ya no hay educación ni respeto”.

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La palabra clave del siglo XXI


SEGURIDAD

Si hubiera que poner un título a estos primeros años del siglo XXI, como
si de una película se tratase, este incluiría, sin duda alguna, la siguiente pa-
labra: seguridad.

Estamos en el siglo de la seguridad, en donde todo es un peligro y los que


“saben más” u “ostentan algún poder o cargo superior” nos cuidan, propor-
cionándonos seguridad en todos los aspectos. Cuidan de nuestra salud así
como de nuestro nombre, apellidos y de nuestra fecha de nacimiento, como
si fuera un secreto encriptado de un valor incalculable, mientras por otro
lado todo está a la vista, sencillamente pulsando una tecla e internándose
en internet.
No hay mayor secuestro que creerse libre porque otros cuidan de ti.

Imaginemos que la vida se desarrolla en un recinto carcelario. Este recinto


es amplio, con zonas comunes, pasillos, comedor y más estancias. No po-
demos salir de dicho recinto pero nos relacionamos en él y hacemos vida
en él.

De repente, los carceleros, quienes tienen las llaves de las puertas del re-
cinto, imponen unas normas que restringen la acostumbrada “libertad” de
los presos: nosotros. Ya no podemos pasear tranquilamente por el recinto
carcelario, hay que pedir permiso, dado que no puede haber aglomeracio-
nes en el patio o en las zonas comunes.

Ya no podemos ir a comer cuando queramos dentro de la franja horaria ya


determinada, ahora cada uno tiene su hora de comer, tenga hambre o no.

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Para ir a los servicios, tenemos que pedir permiso e ir acompañados de un


guardia, quien se queda esperando fuera hasta que salgamos de ellos. Ya
no podemos ver la televisión por las tardes o a la hora que queramos sino
que se determinan grupos con sus turnos para verla.

Y, cuando preguntamos la razón de estos cambios, se nos contesta:

“Es por la seguridad suya, la del recinto, ya que hemos detecta-


do malas intenciones en algunos reclusos y por ello, tenemos
que poner estas normas para salvaguardar la integridad física
de todos los presos, es decir, de los ciudadanos”.

Y quien ha preguntado se lo cuenta a otro y este a otro y así continúa la voz.

Al final, sigues estando en un recinto carcelario pero esta vez en tu celda,


bien resguardado, acatando las normas que por tu seguridad se hicieron
porque otros cuidan de ti y velan por tus intereses. Dentro de tu celda no te
pasará nada y eres feliz, dando gracias a Dios de tener tanta suerte por ha-
ber nacido en el momento justo de la libertad, no como antaño, en otras
épocas, en donde la vida humana no valía nada.

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EL CONCEPTO DE LO BELLO y

DE LO CORRECTO

TAMBIÉN

ESTÁ en TENDENCIA

Creemos que elegimos lo que nos gusta o no, cuando


en realidad, somos elegidos para que algo guste o no.

A muchas personas les parecerá normal salir a la calle a tirar la basura en


pijama, con una pinza en la cabeza y con zapatillas de estar dentro de casa.
Si estamos en invierno, añadiríamos una bata.

Pero a otras tantas personas, esa escena se les antoja divertida, de costum-
bres de pueblo que se extendieron a barrios de ciudades medianas y gran-
des, por eso de lo del éxodo rural, en busca de un trabajo en la ciudad.

Hoy, no es ni normal ni anormal sino que incluso la tendencia es “poder


vestir cómodamente y no tener que mirarte al espejo”, con lo que salir en
bata, en pijama o mezclar prendas que, juntas nos habrían hecho antes da-
ño a los ojos, es una tendencia de moda.

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Hasta los grandes diseñadores, imposibles de pagar, se han sumado a este


nuevo concepto de lo correcto y lo bello, proporcionando al ciudadano de a
pie una comodidad que nunca se había visto anteriormente en ninguna
época. ¡Veamos a continuación algunos ejemplos de esta tendencia!

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RESIGNIFICANDO LA VIDA
Colección atemporal “la vida es bella”, de Paqué Pensat

Con esta colección atemporal de tan


acertado nombre, el diseñador Paqué
Pensat, nos abre un aire nuevo y libe-
rador que se acomoda a nuestros
tiempos, a las personas del siglo XXI,
quienes ya no tenemos que seguir,
por fin, ningún canon de belleza ni
código de vestimenta.

Nuestro querido diseñador ha tenido


una gran acogida en las más famosas
pasarelas del mundo, sumándose a
esta tendencia demás diseñadores de
gran prestigio internacional.
Por fin las rayas y los cuadros combi-
nan perfectamente para la mujer y el
hombre modernos, sin tener que en-
cender la luz para vestirse.
Compruébese también la colección
de zapatos de caballero con alzas
transpirables que hacen juego con
cualquier calcetín o media de varia-
dos colores.
Nota: pantalón reversible.

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TÚ ERES TU PREMIO
Colección Guinnes “Agarra tu premio”, de Josué Specialle

Fiel a su amor por no perderse nada


de la vida, nuestro más reputado di-
señador Josué Specialle, nos brinda,
una vez más, su original concepto de
libertad, el cual plasma en esta colec-
ción para ganadores de premios en la
que el glamour reside en “agarrar ese
premio con tu ropa de trabajo”,
combinando esta, a ser posible, con
ropa casual de cuatro temporadas an-
teriores.
Como siempre, su marca no ha deja-
do a nadie indiferente, la cual visten
ya ciertos celebrities nominados a al-
gún ranking mundial en el que su tra-
bajo ha sido reconocido.

Lo más destacable de esta colección


es acabar de una vez por todas con
los trajes de etiqueta, sustituyendo
estos por un simpático toque perso-
nal del galardonado en vestimenta
laboral.
Nota: mariconera a juego.

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DISFRUTA SIENDO MUJER


Colección “Antilujuria”, de Analfabeto Zapatilla

Todas las mujeres del mundo se rin-


den ante sus pies. Analfabeto Zapati-
lla se alza como el “diseñador de mu-
jeres más femenino”, haciendo alu-
sión a esa parte femenina tan a flor
de piel a la que nos tiene acostum-
brados tan sensible artista.
Atrevido y rompedor, nos muestra su
colección “Antilujuria” que ya ha
creado tendencia en el mundo ente-
ro, llegando a cualquier rincón del
globo terráqueo.

Las mujeres se sienten oídas y cuida-


das ante este cambio de rumbo que
toman sus vidas. Los tacones quedan
en el olvido, allá en el siglo XX y son
sustituidos por unas prácticas zapati-
llas deportivas que en breve, llevarán
incorporadas unos bolsillos para
guardar el móvil y, para las aún pre-
sumidas, el maquillaje.
Nota: Combina con medias hasta las
rodillas para la temporada de in-
vierno o para quien no quiera depilar-
se.

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LA NECESIDAD DE CAMBIAR
CUANDO NO HAY NECESIDAD

Si no tienes necesidad, no cambies


Extracto del diario de Juan Con Miedo, uno cualquiera de nosotros

Hoy miro atrás, tan solo hace tres años y veo al hombre que era, jovial,
alegre, divirtiéndose con sus amigos cuando nos íbamos de copas, viendo
mis películas favoritas, las de ciencia ficción y las de suspense, tratando de
rodearme de mujeres que me gustaran, liándome con alguna que quisiera
liarse conmigo, viajando y trabajando alegremente, ya que tuve la gran
suerte de trabajar para la empresa que me dio la oportunidad de ejercer mi
profesión hace dieciséis años, en la que me he formado notablemente y por
tanto, he ascendido de puesto, convirtiéndome en líder de un equipo de
veintidós personas a mi cargo.

Tuve una infancia feliz, podría decir. Si tuve problemas, fueron estos pro-
blemas comunes, los de todo el mundo. Mi familia era normal, siempre
muy unida y casi nunca hubo discusiones en casa, excepto en una ocasión
en la que mi padre llegó un poco borracho a casa después de haber estado
celebrando algo con unos amigos y mi madre se enfadó muchísimo.

Creo que estuvieron casi 15 días sin hablarse y eso que a mi madre le en-
canta hablar.

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Eso es lo único que recuerdo como un paréntesis en lo que era una vida sin
sobresaltos, de clase media pero sin problemas económicos y sobre todo,
recuerdo la diversión que siempre había en casa pues mis padres gustaban
de celebrar cosas y abrían las puertas a amigos, conocidos de mi familia y
vecinos.

En fin, que me eduqué de manera abierta y sobre todo, con alegría de vivir.

Tuve parejas pero más bien de manera superficial, excepto con una, cuya
relación duró 2 años. Luego, me contenté con vivir solo y disfruto mucho
de esa libertad de acción, de la cual otros hacen una depresión o un mal vi-
vir.

Pero un día, mi vida dio un vuelco.

Todo cambió cuando en mi empresa fue contratado un ponente que co-


menzaba a tener cierto éxito, con el fin de ofrecer a los empleados unos
módulos de formación y crecimiento emocional. No recuerdo bien el nom-
bre de dichos cursos pero el caso es que, eran lo suficientemente atractivos.
De repente, todos tuvimos la necesidad de inscribirnos en ellos.

Estos módulos duraron tres meses en los que, como jefe de un equipo, me
enfrasqué a estudiarlos y seguirlos como si hubiese vuelto a la universidad.

Había algo en esa información que me atraía sobremanera y por ello, deci-
dí investigar más sobre el asunto. Sobre todo, me impuse observar más mis
emociones y mis pensamientos.

Comencé a darme cuenta de errores que había estado cometiendo durante


toda mi vida, de que había estado viviendo de manera superficial sin ser
consciente de mi propia existencia ni de mis emociones. Eso me llevó a una
situación anímica de tristeza pues sentí que había estado perdiendo el
tiempo y lo más duro fue cuando me di cuenta de que me había estado ha-
ciendo daño a mí mismo por vivir de manera tan rápida sin fijarme en los
pequeños detalles, que son los que importan.

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Hice una revisión de mi vida y me di cuenta de que no había sido lo sufi-


cientemente agradecido con mis padres, por todo lo que hicieron por mí,
con mi hermano, quien me ayudó mucho en un momento frágil de mi rela-
ción con mi única pareja, con un amigo que, teniendo un grave problema,
quizá no le tendí la mano que necesitaba en ese momento.

Vi cómo había despilfarrado mi dinero en divertirme, sin pensar en las per-


sonas que pasan hambre, por ejemplo, o en las guerras que suceden mien-
tras yo disfruto con una copa de whisky y con charlar con mis amigos.

Me di cuenta de que no prestaba atención a mi cuerpo, quizá esas copas de


alcohol no le sentaban bien, quizá lo que estaba acostumbrado a comer
desde siempre, era peligroso para mi salud y sobre todo, el vivir con cierto
estrés, situación que no había detectado y que salió a la luz cuando hice los
módulos.

Entonces, tomé la decisión de hacer un cambio. Le di la vuelta a mi vida.


Me recluí más en casa para pensar más y estar más conmigo mismo. Tomé
mi poder, como el ponente decía, me empoderé, palabra que desconocía
pero que empecé a ver por doquier.

Seleccioné bien lo que leía y lo que veía en la tele y tiré todos esos objetos
sobrantes en casa que no estuvieran en armonía con la persona en la que
me estaba convirtiendo.

Dejé de salir con mis amigos, dado que abandoné el alcohol y los sitios
atestados de gente, los cuales bajaban mi nivel energético. Cambié mi ali-
mentación, comprando comida más ligera o semillas que tienen un alto
poder energético.

Fui más flexible de lo que había sido hasta ese momento en mi trabajo,
permitiendo que los otros fueran ellos mismos, lo cual me trajo muchos
problemas por parte de la Dirección, quienes me advirtieron que, si seguía
así, se verían obligados a descenderme de puesto.

Yo viví esa situación con cierto orgullo porque era justamente la respuesta
que esperaba de esta sociedad en la que solo se piensa en el poder y en el

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dinero y yo estaba haciendo lo correcto: todos somos iguales, no existen


jefes ni nadie superior, cada uno puede hacer su trabajo sin ser vigilado ni
dirigido por ningún cacique laboral.

Mis lecturas cambiaron y comencé a comprar libros para el alma, que lle-
naron esas horas de soledad que comenzaban a impregnar mi día a día.

Paseaba todos los días por zonas verdes para elevar mi nivel energético y
me hice dar tratamientos para lograr la armonía de mi organismo, los cua-
les me produjeron unos síntomas que el terapeuta convino a decir que se
trataba de que estaba liberándome de toxinas y de toda la carga emocional
que había estado bloqueada hasta ahora.

Fui a una terapia de grupo, meditativa y acabé llorando no sé por qué ra-
zón. Lo que sé es que fue contagioso, pues todos llorábamos a moco tendi-
do, mientras algunos gritaban y otros solamente gemían.

Mi amigo más cercano trataba de convencerme de que me estaba volviendo


loco y yo le sonreía porque entendía esa resistencia de quien no se ha para-
do a ser consciente, a tomar su propio poder, de quien es una marioneta de
este sistema global mundial que nos tiene a todos atontados. No le hice ca-
so nunca y él dejo de molestarme.

Miraba a las mujeres con recelo pues, a pesar de tener ganas sexuales, no
quería tener relaciones con ninguna, pues no encontré a nadie en mi mis-
mo nivel vibratorio.

Y me dormía escuchando música energética-consciente que me aportaba


paz durante el sueño.

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Hoy, tres años después, tengo la sensación de haber envejecido diez años
de golpe. Sufrí un infarto y lo que hizo que reflexionara fue el hecho de que
el infarto en sí no me había producido tanto miedo como el hecho de que
me sorprendió el haberlo tenido, justo ahora que me estaba cuidando tan-
to, amando mi alma.

Esa confusión se convirtió en un conflicto y me paré a cuestionar todo,


ayudado por mi amigo.

Hoy me siento triste por haber escogido un camino que no era el mío y to-
do fue por aquellos módulos que removieron cosas en mí.

En realidad fue por creer que aquellos módulos guardaban una verdad.

Y hoy me pregunto el por qué llegué a eso pues no tenía necesidad alguna
de haber acometido un cambio en mi vida ni en nombre de Dios, ni de la
verdad ni del dichoso empoderamiento ese, así como de esa necesidad de
buscarse a uno mismo, ya que me di cuenta de que, más buscas, más lejos
estás de encontrarte. Eso me pasó a mí. Me alejé de mí mismo.

Yo ya era yo mismo y estaba viviendo como yo mismo o eso creo ahora y


me convertí en otra persona, haciendo esfuerzos por parecerme más a esa
otra persona, rechazando ser yo mismo en busca de serlo y en nombre de
una religión, de un Dios que habita posiblemente en mí pero que me aban-
donó precisamente porque yo lo abandoné a él.

La vida es más sencilla. Si te va bien, sigue así. Si te va mal, cambia o haz


que algo cambie pero que siempre sea para incrementar tu vida, para ir a
mejor en el sentido de la abundancia y no para negar lo que la vida te da en
forma de comida, de bebida, de diversión, alegría y disfrute.

Diario de Juan Con Miedo. Cualquiera de nosotros.

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Comunicación
desde el instinto
Las otras respuestas que necesitamos

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¿Qué es comunicación desde el instinto?


Creé esta nueva forma de ver la vida o bien, ella me creó a mí. La vida
es comunicación constante y no me estoy refiriendo solamente a la comu-
nicación verbal, gestual, etc. Voy más allá.
Una empresa es una comunicación con el entorno. El entorno es la reali-
dad del momento. Un sentimiento es una comunicación con el entorno, la
palabra lo es. La actitud o el no hacer nada también es comunicación.
Por eso consideré que todo es comunicación y quise dar mi visión del
mundo a todos, dado que los puntos de referencia actuales no son firmes,
no se sustentan ya por los códigos anteriores y, sin embargo, los futuros
puntos de referencia aún son endebles.
Estamos en un momento de fragilidad en donde el cambio es constante y
veloz. Con los códigos de nuestros padres no podemos comunicarnos mu-
cho más tiempo y con los nuevos, si es que estos estuvieran establecidos,
tampoco.
Esto afecta al mundo del dinero, al mundo de la educación como forma-
ción, al mundo de cómo educar a nuestros hijos, al mundo de la empresa
y del profesional. Nos afecta a todos, en cambio, casi nadie tiene respues-
tas para comunicarse hoy por hoy.
Por eso abundan tantas corrientes de desarrollo personal y de espiritua-
lidad, para dar cobijo al desesperado o al confuso.
C~instinto significa “comunicación desde el instinto”. Es una respuesta
nueva e individual, que no crea conflicto con el entorno sino más bien,
significaría hacer uso del sentido común para ser flexibles en la vida y
adecuarnos a cada situación obteniendo siempre una respuesta excelente
o, al menos, no confusa, que hará de tu vida un camino de disfrute.
¡Eso espero, que todos disfrutemos con esta nueva comunicación!

Ruth Morales, 1 de noviembre 2017

Comunicación desde el instinto. La nueva respuesta

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Comunicación desde el instinto. La pareja

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LA VIDA COTIDIANA. LO NORMAL


En algún lugar de Europa
El señor joven entró en la nueva cafetería, recién inaugurada, que pare-
cía prometer ser el lugar idóneo para tener inspiración para su nuevo libro,
el segundo. Su primer libro trataba sobre una historia de amor y parece ser
que no tuvo mucha acogida, dado que esas historias ya pertenecen al pasa-
do. Quizá se quedó anclado en su infancia, en los años 80, cuando él rozaba
la adolescencia en donde las películas mostraban siempre un final feliz: el
chico y la chica acababan juntos, enamorados y felices después de pasar
por todo tipo de pruebas, como si el llamado amor y la vida de una yincana
se tratasen.

Se sentó al fondo, donde pudiera tener la visión general del espacio, al lado
de una ventana enorme desde la cual podía ver a la gente en la calle, los co-
ches pararse en el semáforo y la vida de una ciudad mediana, como era esa.

Se sintió contento y satisfecho por ese libro que ese mismo día comenzaría
a escribir. Abrió su ordenador después de haber pedido un café con leche
caliente, dado que se encontraba en el mes de enero y afuera, en la calle, la
temperatura rozaba los 5 grados.

Observó.

Dos señores hablaban de negocio, uno de ellos tomó la cucharilla de su café


y estuvo durante un minuto revolviendo el supuesto azúcar de su fondo,
haciendo ese ruido metálico del golpe de la cucharilla con la taza, como si
nadie pudiera percibir esa música de tan mal gusto.

Su interlocutor podría haber sido sordo o estar en el umbral de la sordera


pues nada parecía perturbarle. Continuaba hablando, sin prestar atención
a que otros clientes pudieran estar escuchando esa conversación de nego-
cios, un tanto íntima para muchos y pública para quien no atiende a nin-
guna norma de sentido común.

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Comunicación desde el instinto. La pareja

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En la mesa de al lado de los negociadores, se sentaban tres hombres que


también hablaban, quizá de política o de la economía del mundo. Gritaban
y reían mientras que uno de ellos miraba su dispositivo móvil, el otro es-
tornudaba fuertemente y el tercero hablaba a gritos por teléfono, como si
estuviera en el desierto pidiendo ayuda con un megáfono.

No pasaba nada. Ni los camareros ni el resto de clientes parecían observar


lo que nuestro señor joven escritor estaba observando.

Una pareja había entrado en la cafetería, con un bebé en un carrito. Sus ca-
ras dejaban entrever el cansancio de tener ese invitado menudo en casa. A
los cinco minutos, el bebé comenzó a llorar. La madre movía el carro mien-
tras hablaba con su pareja, el supuesto padre del llorón.

El bebé comenzó a gritar mientras su madre seguía moviendo el carro, esta


vez a mayor ritmo mientras seguía hablando con su papá, quien, de vez en
cuando, miraba al bebé a ver si le pasaba algo o por si este, al ver la cara de
su progenitor, se fuera a callar.

En la cafetería todos miraban a la pareja de tanto en tanto justo cuando


percibían que el llanto estridente de tan hermoso ser humano, estaba per-
turbando la conversación que mantenían. La solución estaba clara: todos
levantaron aún más la voz: quienes negociaban, quienes hablaban de la po-
lítica y quien hablaba por teléfono.

Sin embargo, a nadie se le ocurrió marcharse del lugar o dirigirse a la pare-


ja para invitarlos a reflexionar si sería mejor sacar el niño fuera para que
no molestara a tantas personas que se hallaban en la cafetería y cuanto
menos, esta idea de marcharse del lugar ni se les pasó por la cabeza a los
padres del bebé, puesto que un bebé es de todos.

A la derecha de la pareja, una mujer tomaba una infusión con semblante


desesperante. Era obvio que había decidido no tener hijos, por la razón que
fuera, quizá para no tener que aguantar esos berrinches (eso es lo que ano-
taba el joven escritor) o cualquier otra circunstancia propia de la infancia.
Daba la impresión de que iba a estallar de un momento a otro o de que se

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Comunicación desde el instinto. La pareja

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iba a marchar, pero no lo hizo. Solo refunfuñó para sus adentros, ahogán-
dose en la rabia contenida y tragó su infusión con mala gana, como si esta
tuviera la culpa de su malestar.

Mientras tanto, al carrito del bebé lo seguían meciendo a toda pastilla


mientras él continuaba cantando “la traviata”.

Más allá, el joven escritor vio a dos mujeres y a un hombre con dos niños
que desayunaban como si hubiesen estado en ayunas durante semanas. La
mesa estaba repleta de servilletas, cucharas manchadas de zumo o café
desparramadas por ella para ayudar a que esta fuera un estercolero en lu-
gar de un lugar donde posar los vasos y comida y demás enseres, aparte de
los brazos de las personas.

Uno de los niños escupía la comida, la cual acababa en uno de los platos en
donde había un pan a modo de tostada a punto de ser comido. El otro daba
patadas por debajo de la mesa mientras los tres adultos le sonreían porque
comía muy bien y estaba bien sano.

Unas mesas más allá, una pareja de ancianos retenían al camarero, con-
tándole sus últimos pesares y dolores pues cerca del lugar se encontraba un
centro de salud y a todas luces, de ahí venían tras haberse hecho una analí-
tica de sangre y orina, seguramente.

El hombre anciano graznaba unos sonidos guturales que hacían tambalear


las patas de las sillas modernas, de manera vieja, con toque vintage, como
si le salieran del esófago o de otra parte lejana a las cuerdas vocales. Ella,
su mujer, hacía como que no lo oía mientras mojaba un pan en un café con
leche en vaso de cristal.

Solo los dos niños miraban al anciano asombrados, como si de un mons-


truo de dibujos animados se tratara o tal vez, esperando a que este o bien
callara o bien le pasara algo extraordinario, como convertirse de repente en
un animal prehistórico o de ficción.

Sus padres les decían que comieran, mientras uno de ellos no cesaba de dar
patadas debajo de la mesa, cada vez con más crudeza.

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Y un señor, bien trajeado y a punto de incorporarse a su trabajo, leía el pe-


riódico de la cafetería, mientras unas gotas de aceite de su pan tostado
caían sobre el periódico, dejando sus huellas para el siguiente cliente
quien, seguramente, ni se daría cuenta de ellas.

El joven escritor se puso contento. Una emoción de gracia le subió desde el


estómago hasta el centro del pecho. Encendió el ordenador y se dispuso a
escribir los primeros esbozos de lo que sería su novela. ¡Esta sí que tendría
éxito!

Mientras tanto, los camareros se comunicaban entre ellos a gritos, rodando


las sillas por el suelo para colocarlas en su sitio, ayudando al concierto de
ruidos innecesarios que en la cafetería, a las 9,00 de la mañana, se vivía,
como todos los días de cualquier mes y de cualquier año.

Él se había equivocado hablando del amor. Tenía


que hablar del desamor, de los ruidos, de la no
Hay ruidos empatía, de la sociedad enmarañada en donde to-
inevitables y dos somos iguales, individuos con los mismos de-
hay otros rui- rechos. Ese sería el camino por el que llegaría al
corazón de los lectores, pues estaría retratando sus
dos que son
propios reflejos, lo que viven y cómo lo viven.
innecesarios.
Un poco de suspense sería el toque picante que
daría morbo a su novela.

Empezó a teclear, agitado por una excitación amorosa dentro de él, que se
expresaba a través de sus dedos.

En ese momento, uno de los camareros encendió los dos televisores que
adornaban dos paredes de la recién inaugurada cafetería para poner las no-
ticias, no fuera que los clientes se quejaran.

Subió el volumen y nadie calló, más bien, las voces de los clientes se torna-
ron en gritos para poder comunicarse entre ellos.

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El único que se calló fue el bebé, quizá dormía ya de tanto cansancio o bien,
se calló por pura educación para dejar que los adultos se informaran de
cómo va el mundo.

Historia del
desamor

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ESTAR EN PAREJA
PUEDE ENTORPECER LAS
RELACIONES HUMANAS

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ESTAR EN PAREJA PUEDE ENTORPECER


LAS RELACIONES HUMANAS
El ser humano ha vivido siempre desde la imitación. Un chico adolescen-
te europeo, por ejemplo, del siglo XXI, no se pone a hacer ritos de bailes y
cantos al sol para atraer a una chica adolescente, sino que usa las artima-
ñas que tiene a su alcance y que ha visto hacer a todos, no solamente a las
personas de su entorno sino a lo que la literatura, el cine, la televisión y
demás medios le han ido diciendo.

A todos nos gusta que nos digan que somos únicos y especiales, y de hecho,
hay una semilla individual en cada ser humano que, de no ser manifestada,
se queda en eso: en una semilla.

Lo que sí crece es lo que compartimos con otros, las ideas, las tendencias y
otras formas de comportamiento y eso es igual a decir que “imitamos”
aunque sea de manera inconsciente.

Con el tema de tener pareja o no y de cómo relacionarnos con el mundo


desde la pareja, ocurre lo mismo: haremos lo que es más corriente en nues-
tro entorno o, dicho de otra manera, imitamos lo que vemos.

Eso está bien para el orden social pero muchas veces, no encaja con nues-
tra forma de ser o de sentir de la vida.

Y, tras el transcurso de años, nos damos cuenta de que no hemos hecho ni


caso a esa semilla individual, que no hemos podido hablar de lo que nos
gustaba o que no hemos podido hacer lo que queríamos, dado que hemos
estado en pareja, algo que desde nuestros ancestros se llama: compartir o
ceder por amor.

Lo más curioso que hay detrás de este mundo basado en la familia,


cuyo núcleo es la pareja, es cómo el concepto inherente a la pareja
puede entorpecer las relaciones humanas.

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La pareja tiende a relacionarse con otra pareja y así sucesivamente, for-


mando grupos de parejas. Esto puede ser divertido, ameno y gratificante.

El problema surge cuando no lo es, cuando adquirimos compromisos que


hemos aceptado como tales sin haber sido cuestionados, cuando tenemos
que ir de vacaciones con alguien que no nos gusta o cuando debemos
aguantar a hijos de otras parejas que no están educados como tú educarías
o educas a los tuyos.

Sin embargo, el mundo te está gritando que eso es normal y que hay
que ceder y sobre todo, que hay que ser tolerante.

Una palabra que nos gusta porque nos hace sentir que tenemos el
poder de elegir, como aquel que va a votar alegre porque siente
dentro de sí mismo el poder de su propia decisión impreso en una
papeleta anónima, poder grandioso que, junto a otros votantes, po-
dría cambiar el rumbo de un país.

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Veamos las situaciones que pueden surgir a partir del mundo de las rela-
ciones de pareja con respecto al mundo exterior, amén de las ya dichas:

1. Sentirnos obligados a salir o a relacionarnos con los amigos de nuestra


pareja y con las parejas de estos, nos guste o no nos guste.

2. Sentirnos obligados a tener una cierta relación, aunque sea de compro-


miso social, con la familia de nuestra pareja. De no hacerlo, surgen los con-
flictos. Aunque digamos que no, el mundo está lleno de conflictos de este
tipo, internos, individuales, bloqueados y atragantados.

3. Dedicar una ínfima parte de nuestro tiempo libre a aquellas personas


que están fuera del ámbito de pareja, o bien porque están solas (no pareja)
o bien porque a nuestra pareja no le cae bien. Si lo miramos desde el punto
de vista de esas personas sin pareja, estas pueden sentirse aisladas en un
mundo ya preestablecido para la pareja y esta funciona como una unidad
en sí misma, en lugar de funcionar como una unidad de dos individuos.

4. Cuando un individuo tiene una dificultad o un problema, ya no es un in-


dividuo que tiene una dificultad o un problema sino dos. Es decir, que di-
cha situación afecta al otro miembro de la pareja y este, a su vez, hace que
afecte a todo su entorno. Con lo que tanto la dicha como la desdicha se
multiplican de manera exponencial.

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Cuando salgo con mis amigos, encontrándome a gusto


con ellos y disfrutando ese momento a tope, es como un
paréntesis en mi día a día pues enseguida recuerdo que
mi tiempo no es solo mío.

No me voy a casa cuando yo lo desee sino porque en ella


está mi pareja que me espera.

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En resumidas cuentas, lo que ha querido transmitir “Investigación a ojo”


en este artículo tras su investigación del mundo de la pareja hoy y siempre,
no es sino un enfoque diferente al que estamos acostumbrados, enfoque
que no necesita de estadísticas basadas en estudios sociológicos sino de
una reflexión profunda que acontece una vez se observa la sociedad desde
la experiencia y sin tapujos.
“Investigación a ojo” en la calle.

Extracto del cuaderno “¿Por qué no funcionan las parejas?”. Ruth Morales
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PISTAS. COMUNICARTE DESDE EL INSTINTO ES


COMUNICARTE CON SENTIDO COMÚN

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El alfabeto a gritos. El libro


Redacción. Maquiavelo García. Redacción. Equipo Revista C~instinto

Una semana después de la impresionante entrevista realizada por nuestro


periodista D. Maquiavelo García a la Dra. Lcda. Alegría Descomunal por su
tan elaborada investigación sobre el Punto G femenino, recibimos con tanto
agrado como estupor, un solo ejemplar de su libro “El alfabeto a gritos”, de-
dicado a la Redacción entera, como si a un colectivo inexistente se dirigiera.
Hemos de recalcar que nos han llegado rumores que nuestra escritora no
hace honor a su primer apellido, dado que heredó de su padre una profunda
tacañería, la cual aplica en todos los ámbitos de su vida, a excepción, parece
ser, que en la cama, donde su apellido viene a cobrar sentido además de so-
nido, de ahí el título de su primer libro de investigación por el que le han da-
do un premio de gran prestigio nacional.
Todos tocamos el libro con cuidado, casi palpándolo, como cuando un niño
toma un regalo empaquetado para adivinar qué hay en su interior. Las em-
pleadas de la Redacción se miraron unas a otras con cierto recelo, pues el
problema ya estaba sobre la mesa:
¿Quién lo leería primero?
Se hizo un sorteo en el que también participaron los miembros masculinos,
algunos con cierta desgana pues consideran que no tienen nada que apren-
der sobre tan magnífico y excitante tema. Pero, por la solidaridad de nuestra
compañera Eulalia, participante activa de una comunidad para el bien de su
barrio, quien introdujo en la urna el nombre de todos, incluyendo a quienes
no les importaba participar, todos participaron, a final de cuentas.
La ganadora resultó ser nuestra compañera María del Carmen, a quien le fue
otorgado el beneficio de ser la primera en leer el libro, conocida entre noso-

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tros como la inmaculada Virgen del Carmen, dada su reputación de beata y


por consiguiente, de no haber conocido varón. María del Carmen se encar-
gaba de recoger y de ordenar los correos, de organizarlos y entregarlos a
quienes correspondieran. No hablaba con nadie y tampoco era conflictiva.
Solía regalarnos una sonrisa tímida, casi oculta, cuando reparábamos en su
presencia y a veces, cuando en alguna ocasión faltó al trabajo por una gripe,
nadie se daba cuenta de su ausencia, ni siquiera Maquiavelo, quien siempre
estaba al tanto de todo y al que no se le escapaba detalle.
Así fue cómo todos nos quedamos boquiabiertos, al descubrir el nombre de
la ganadora, preguntándonos, de manera unánime y para nuestros adentros,
a quién se le habría ocurrido añadirla en el sorteo. Y cómo, para más inri, ha-
bía podido salir elegida justo la mujer a la que nadie se la imaginaba con ese
punto, el G, por no decir que nadie se podía imaginar que María del Carmen
tuviera capacidad sexual.
Ella, un poco sonrojada pero con un arrojo jamás expresado ante nosotros,
tomó el libro y lo metió en su habitual bolsa de plástico brillante, comprada
en un mercadillo o tal vez, le había sido regalada en un restaurante franqui-
cia, la cual le servía tanto de bolso de mano como de compra y así mataba
dos pájaros de un tiro en su camino diario de ida y vuelta de casa al trabajo.
El resto de mujeres quedó con la boca abierta, un poco celosas de no ser las
primeras en descubrir el alfabeto que en ellas habitaba, por lo que, Eusta-
quio, el que siempre tenía fabulosas ideas y cuyo sentido de la justicia le salía
a borbotones, declaró:
—Yo sugiero que determinemos un tiempo límite de lectura y, llegado ese
día, quien tenga el libro, tendrá que pasarlo a quien le toque su turno.
Todos asentimos, pues jamás Eustaquio se había equivocado en su labor.
—¿Cuánto tiempo será entonces el adecuado? —preguntó el inquietante
Maquiavelo, siempre en su sitio, poniendo el punto sobre las íes.
—Yo creo que con dos semanas es suficiente para leerlo y así no hacemos

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esperar al resto. Sería lo justo —comentó Eulalia, siempre pensando en el


bien común.
Todos asintieron.
Y así fue cómo se estableció el turno de lectura de “El alfabeto a gritos” y así
fue también cómo se creó un clima de espera y de intriga en nuestra Redac-
ción, pues todos comenzamos a reparar en la presencia de María del Car-
men, antes invisible y a partir de ahora, imprescindible.

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EL ALFABETO A GRITOS
Por la Doctora Licenciada Doña Alegría Descomunal García

Esta letra A representa el ánimo, el arrojo, la actitud, el ahora mismo, por


aquí y no por allí, las ansias, ser amante y lo que muchos llamarían, amor.
La sexualidad es una cuestión de actitud, a la cual llegas gracias a las ansias
que el propio organismo te pide para ser usado. Si tenemos un aparato di-
gestivo al que le damos tarea a diario, ¿por qué no hacerlo con nuestro apa-
rato sexual?
No es cuestión de que la sexualidad sea una cuestión que tratemos a diario
sino de que le prestemos la adecuada atención.
Miles de estudios se han hecho sobre este tema tan peculiar y se han que-
dado en eso, en estudios, puesto que todo lo que represente la sexualidad
queda a puertas cerradas en la intimidad del protagonista y en el caso de es-
te libro, de la protagonista, la mujer.
Algunas mujeres quedan a la espera de que les lleguen las ansias sexuales y
en algunos casos, esperan toda la vida, pues a estas ansias no les gusta apa-
recer donde no son bien recibidas.
Es bien sabido que el proceso sexual es algo natural pero, como en esta
realidad y sobre todo hoy, no hay nada natural o más bien, nos hemos olvi-
dado de lo que este vocablo nos viene a decir, pues vemos la sexualidad co-
mo un acto obligatorio o de obligado cumplimiento cuando tienes una edad
o cuando tienes pareja.
Recordemos que dentro de la estructura del matrimonio, el acto sexual ven-
dría a ser un sacramento obligatorio, como el bautizo de los niños, no fueran
a quedarse en el limbo si fallecieran sin haber sido regados con agua bendita.

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Amén.
Esto es atentar contra una naturaleza que, de haberla dejado actuar, habría
hecho que todo fuera normal, dulce, sutil, haciendo que la mujer se acaricie
suavemente ahí donde le puede dar placer y no esperar a ser acariciada al-
gún día por su amante, al que sin duda tendrá que decirle, en un momento
que requiere de silencio, el tan famoso pero íntimo enunciado:

“Por ahí no. Es por Aquí”.

Esto ocurre en el mejor de los casos, en el caso de que la mujer conozca sus
puntos de placer porque, bien es sabido que algunas mujeres quedan a la
espera de que su amante siga por el camino que, con toda su buena volun-
tad, tomó, por si acaso ellas estuvieran equivocadas y fueran ellos quienes
supieran lo que están haciendo en todo momento. Y así pasan horas en las
que el hombre, agotado, se siente frustrado por no encontrar el objeto de
placer en su amada, mientras ella piensa que es frígida o que eso del placer
es un cuento chino del cine moderno que tantos cuentos nos cuentan o in-
cluso que, acaso eso les pasa solamente a otras.

“Eso les pasa a otras. A mí no”.

La A de Actitud requiere del ánimo de investigar el propio cuerpo, desnudo,


con la luz encendida o apagada y en profunda intimidad. El arrojo está en
probar lo improbable en busca del mayor placer posible, porque para ello
nacimos con esas dotes que quieren expresarse a través de nosotras.
“Un poco de aceite rociado por el cuerpo viene a ayudar, no el de freír las pa-
tatas sino el aceite propio de masaje”.
El Ahora es importante. Si ahora es el momento, hay que encontrar ese sitio
o tiempo para una misma.

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La mujer debe convertirse en amante de ella misma antes de serlo con


su pareja.

Muchas personas (mujeres y hombres) no tienen ni siquiera un lugar para


quererse. Cuando no es porque están trabajando, están con los niños o es-
perando a que acaben con sus actividades extraescolares (tan importantes
en la sociedad del siglo XXI), o tienen un compromiso familiar (siempre hay
alguno), o tienen que hacer la comida, merienda y cena además de cuidar de
la casa y de la ropa que se van a poner tanto ellas mismas como sus hijos al
día siguiente y luego, la pareja, a la que también hay que atender.
Y cuando llega el fin de semana o el tiempo libre, más planes aún, con lo que
las ganas sexuales se convierten en un sueño o en un mito.
¿Dónde, cuándo y cómo?
La respuesta está clara, y este libro te dará pautas para ello.

Donde se pueda, cuando quieras y como te dé más placer.

Gracias o por culpa de tanta estupidez que ha regido durante siglos la mente
humana, las personas tienen un concepto del amor distorsionado. Y, para
que el lector entienda, muchas mujeres tienen la frágil tendencia de pensar
que si un hombre se acuesta con ellas, es que la ama profundamente. Y, si la
cosa quedara aquí, no habría mucho problema, solo un poco.
El caso es que, hablando del caso, la mujer no solo piensa que la ama pro-
fundamente sino que ese amor profundo hace que ella, la mujer amada, sea
única y mejor que ninguna otra mujer del mundo, como si la sexualidad y los
orgasmos fueran un deporte olímpico en el que siempre tienes que estar
compitiendo y que si gana uno, pierde el otro.

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Nadie es igual a nadie en la cama y nadie es igual a nadie si no dependes


de nadie en la cama.

Es en ese mismo instante en el que la mujer asocia al hombre que ha hecho


el amor con ella con el hecho de que ella es única, cuando comienza el con-
flicto, dado que si ella es única no es precisamente porque ese hombre se
haya acostado con ella sino por otras cuestiones. Sin embargo, la mujer que
así piensa, ya ha entrado en el campo de juego de la vida perdiendo.
Este libro servirá para desapegarse de estas costumbres tan dañinas.
Si un hombre se acuesta contigo, mujer y encima, te hace gozar, es un Dios
en ese momento pero no es el único Dios que existe y tú seguirás siendo
siempre una Diosa, por eso vienen Dioses a verte y no “patéticos diablillos”
disfrazados de Dioses.
Confundir la sexualidad con amor, con posesión y con singularidad es todo
un error que traerá errores en la vida en forma de daños innecesarios, sufri-
mientos que no son reales, que solamente yacen en una parte de nosotros
que está equivocada, gracias a la historia humana, esa historia a la que todos
aplaudimos porque nos ha dejado un gran legado.
Acostarse con alguien para ser querida es otro acto denigrante que también
traerá consecuencias que las mujeres que así actúan, tendrán.
Ahora bien, si te conviertes en tu mejor amante, separarás los conceptos
enmarañados que hay entre el amor y el sexo, el apego y el placer.
¡Conviértete en tu mejor amante y no tendrás ninguna experiencia mala en
la cama con nadie!
La persona correcta será la elegida para compartir contigo esos momentos
tan únicos.

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Con la A, es fácil acabar diciendo:

“¡AAAAAAAAyyyyyyy!

No es un grito de dolor sino de un placer intenso que te transporta a todas


las dimensiones conocidas y por conocer sin necesidad de haber tomado
ninguna planta alucinógena ni droga alguna y que convierte a la mujer más
fea en un ser muy Agraciado.

Amén.

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Excelencia

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¿Qué es excelencia según C~instinto?


Este apartado sobre la excelencia será fijo en todos los números que al-
cance a tener esta revista, dado que, con el término “excelencia” puedo
abarcar la vida misma y todo lo que nos concierne como ciudadanos del
mundo y en calidad de seres humanos.
De momento y por tratarse de la primera vez que el lector toma contacto
con este concepto desde donde
yo quiero transmitirlo y para
que le sirva en su vida, diremos
que la excelencia sería dar lo Cuando una persona está en un
mejor de uno mismo en cada conflicto o se siente perdida, el
momento, es decir, expresar- único punto de referencia que
nos de la manera óptima que le queda es la excelencia, que
alcancemos y que el momento
no es sino “hacer todo lo que se
requiera.
está haciendo de la mejor ma-
Quizá en algún período dado nera posible”. Con excelencia,
del pasado o en los ámbitos li- no hay depresión.
terarios, a esta manera de ac-
tuar se la podría denominar
“amor”.
Yo rechazo dicho término, dado que está demasiado usado y malentendido,
por lo tanto, está distorsionado.

Excelencia es estar por encima de las circunstancias. Algunos nacen con


esa particularidad pero la mayoría no sabe ni siquiera que existe.
De ello hablaremos largo y tendido para que el lector saque provecho de
estas palabras y de lo que este concepto de “excelencia” puede dar.

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La comunicación empieza por la palabra.


La excelencia es comunicación también.

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Se debe decir lengua española y no lengua castellana

Hay una notable y extendida costumbre de denominar la lengua españo-


la como lengua castellana, incluso en ámbitos universitarios, si bien esta
última acepción lleva tiempo siendo una práctica ya obsoleta desde hace
años.

Veamos lo siguiente, extraído de la Real Academia de la Lengua Española y


sus homólogas Academias de la lengua (Hispanoamérica).

Las academias de la lengua de los países en los que el tér-


mino castellano es usado corrientemente (como Chile, Perú o Argen-
tina) han adoptado la denominación de idioma español. Para estas
academias, que fijan el léxico normativo de su país, el término es de
origen filológico y no tiene connotaciones políticas. Por ejemplo, se-
gún la Academia Argentina de Letras.

En el uso general las denominaciones «castellano» y «español» son


equivalentes. No obstante, es preferible, en razón de una más ade-
cuada precisión terminológica, reservar el tradicional nombre de
«castellano» para referirse al dialecto de Castilla anterior a la unifi-
cación, y llamar «español» -como internacionalmente se hace- a la
lengua que desde entonces lleva en sí, junto al viejo tronco, los múl-
tiples aportes que otros pueblos de España y de América han dado al
«castellano»

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Aun siendo sinónimo de español, resulta preferible reservar el tér-


mino castellano para referirse al dialecto románico nacido en el
Reino de Castilla durante la Edad Media, o al dialecto del español
que se habla actualmente en esa región.

Una vez asentado que ambas formas son válidas, todas las academias de la
lengua española, recomiendan en general el uso del nombre español para
la lengua española.

Resumiendo, no nos compliquemos. Hay que decir lengua española en


lugar de castellana (suena demasiado antiguo), sin miedo y con cono-
cimiento de causa. Y porque es lo correcto, para ello seguimos unas
normas en todo en la vida, que no son sino puntos de referencia.

Recuerda que el lenguaje es estrictamente emocional.


Ya sabes que es correcto decir lengua española.
Eso es excelencia.

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Recuerda, el conocimiento del uso de la lengua


te da poder y seguridad.

Las personas no nos juntamos por afinidades,


sino por niveles de comunicación.

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Los meses del año, los días de la semana y las estaciones


del año se escriben en minúsculas.

Los nombres de los meses del año, de los días de la semana y de las esta-
ciones, se escriben siempre en minúscula.

Ejemplos:

El 1 de enero es festivo.

El viernes 22 de septiembre comenzó el otoño.

No hay por qué aferrarse a las normas antiguas


como si defendiéramos una idea.

La lengua también es flexible, como la excelencia.

Referencia D.R.A.E.:
http://www.rae.es/consultas/mayuscula-o-minuscula-en-los-meses-los-dias-de-la-
semana-y-las-estaciones-del-ano

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A la conjunción “o” ya no se le pone tilde en ningún caso.

Ejemplo. Antes, había que poner tilde a la conjunción


“o” cuando iba entre números para no confun-
El asalto al banco dirla con el cero.
fue perpetrado
entre 2 o 4 perso- Ahora ya nos ahorramos la tilde.
nas. ¡Bien, una cosa menos!

Ejemplo.

Sumando todo lo que tengo que pagar, me


quedarán únicamente 100 o 150 euros.

Referencia:
http://www.rae.es/consultas/la-conjuncion-o-siempre-sin-tilde-incluso-entre-cifras

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Sobre la estructura del sujeto compuesto.

Ya todos sabemos que el sujeto de una frase es el que determina si el verbo


debe ponerse en singular o en plural. Es así de sencillo.

Frase 1. El niño juega en el parque. (Singular)

El verbo está en singular porque el sujeto es singular: el niño, uno solo.

Frase 2. Los niños juegan en el parque. (Plural)

El verbo va en plural porque el sujeto es plural, los niños.

En cambio, la duda surgía cuando el sujeto estaba en singular pero “indi-


caba un sujeto plural”. Es así de fácil:

La mayoría de las personas…

El núcleo del sujeto es en realidad “la mayoría”, que es singular. En cam-


bio, hace referencia a un plural, que son las “personas”.

En este caso, era de obligatorio cumplimiento que el verbo fuera en singu-


lar para que concordara con el sujeto. Y la frase habría quedado así:

La mayoría de las personas tiene problemas de sueño.

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Como nos podemos imaginar, ni en la lengua escrita y cuanto menos, en la


hablada, esta regla se cumplía, porque el lenguaje es más emocional que
normativo y la tendencia nos llevaba a concordar el verbo con aquella pa-
labra a la que estamos haciendo en realidad referencia: las personas, aun-
que gramaticalmente el sujeto sea “la mayoría”.

Por lo tanto, la R.A.E. nos ha dado la gracia de poder usar el plural en estos
casos, facilitando una lógica y comodidad en el uso de la lengua.
Y ahora podemos decir:

La mayoría de las personas TIENEN problemas de sueño.

La excelencia es tratar de hacer todo siempre de la


mejor manera que sepamos y/o podamos.

Referencia:
http://www.rae.es/consultas/la-mayoria-de-los-manifestantes-el-resto-de-los-
alumnos-la-mitad-de-los-presentes-etc

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No se puede “estar feliz”.


Solo se puede “ser feliz”.

Ser feliz es un estado de ser, no un sentimiento.


Yo creo que por culpa de tantos programas televisivos en los que los famo-
sos entrevistados pronunciaban constantemente la frase:
“Estoy feliz”, se nos ha pegado esta forma de decir que estás en un buen
momento, forma incorrecta de expresar el cómo te encuentras.
No se puede decir “estar feliz” porque la felicidad es un estado y en español
esta se expresa con el verbo “ser”.
Veamos estos ejemplos:
 María es alegre. Significa que es una persona alegre, de naturaleza
alegre. Es un estado de ser.

 María está alegre. Significa que en estos momentos de su vida, se


siente alegre. Es un sentimiento y no un estado de ser.

El adjetivo “alegre” permite esas dos funciones: ser y estado de ser.

El adjetivo “feliz” solo expresa un estado de ser y nunca un sentimiento pa-


sajero. Por lo tanto, es incorrecto decir:

¡Estoy feliz!

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Pero, no me extrañaría que pronto esta forma tan popularmente usada del
adjetivo “feliz”, sea admitida algún día no muy lejano por la R.A.E., ya que
este uso incorrecto está muy extendido, sobre todo por los medios de co-
municación en todos sus formatos, que son quienes marcan la forma de
hablar de los espectadores.

¡Soy feliz!

¡Estoy contento!

Recuerda que, porque salga en la televisión, se diga en


la radio o esté escrito en un periódico, no significa que
sea correcto.

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Alicia
y
su libreta de conflictos

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Alicia y su libreta de conflictos

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Hola, soy Alicia de nuevo y retomo, por fin,


mi libreta de conflictos después de unos años
sin escribir.
Compartiré nuevas vivencias, a las que mi
creadora, Ruth Morales, llama “incoheren-
cias”, así como los escritos de antes, de cuan-
do estaba en el instituto, para que no se queden atrás en el olvido.
Estamos en diciembre del 2017 y recordé lo que escribí justo hace cinco
años, justo cuando la Navidad había acabado, en enero del 2013, el cual
comparto a continuación contigo.
En el mes de enero, escribiré algo sobre lo que he visto y comprobado
en esta antesala de las fiestas navideñas, mis nuevas vivencias.
Gracias por leer lo que yo percibo.

Alicia, la coherente.

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Las fiestas navideñas son un buen momento para reunirnos todos y


recordar las vivencias de cuando éramos pequeños, de lo felices que
éramos todos juntos, deseando abrir los regalos y sin ningún problema
ni preocupación.
En cambio, acabo de cumplir 22 años y me he convertido en el centro
de recogida de dudas, consultas y demás problemas o cuestiones fami-
liares.
Como mi padre dice, la Navidad se está convirtiendo en una etapa de
estrés que el servicio médico tendrá que contemplar como causa justi-
ficada de baja laboral.
“¡Manda huevos!”. Esto es lo que habría dicho D. Carlos Apoliña, mi
abuelo materno, quien fue padre por sexta y última vez cuando mi ma-
dre nació, a la edad de casi 48 años, en aquel entonces.
Mi abuelo ya murió, sin embargo, su compostura y sobre todo, su sen-
tido común, no se me olvidarán nunca.
¡Si D. Carlos Apoliña levantara la cabeza…!

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¿Con quién cenamos esta Navidad?


Escrito en enero del 2013

Hola.

Soy Alicia otra vez. Ayer me vino a la cabeza la conversación que


mantuvimos mi amiga María y yo, y lo que me contó es la causa de
este conflicto que aún no he resuelto, aunque mi padre me dio una
respuesta alentadora cuando se lo conté a él.

Desde hace 3 años, María y su familia se van de viaje en las fiestas


de Navidad. Se van el día 23 de diciembre y vuelven siempre el día 1
o 2 de enero. Suelen viajar a sitios calurosos, en donde se alojan en
hoteles de los cuales no tienen ni que salir porque lo tienen todo
ahí, todo tipo de diversiones, todo incluido. Yo siempre deseé estar
en la piel de María, porque me habría gustado disfrutar igual que
ella de las piscinas y el mar durante una semana larga, mientras que
yo me quedo aquí, pasando frío.

A decir verdad, también me gusta mi ciudad en Navidad, todas esas


luces y alfombras rojas, tiendas bonitas y cajas de bombones en-
vueltas en celofán de purpurina. ¡Todo eso me alegra mucho!

Pero el caso es que la causa por la que María se iba de vacaciones


en Navidades resultó estar lejos de la búsqueda del placer, que era
lo que yo creía cuando los veía marcharse al aeropuerto cargados de
maletas. Los padres de María siempre habían discutido mucho por
no ponerse de acuerdo de con quién tenían que cenar en Navidad y
en Nochevieja, discusiones tan fuertes como todas las que tienen

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que ver con la familia de uno, hasta el punto de haberse pasado


semanas sin hablarse.

El problema venía dado porque la madre de María le tiraba en cara


a su marido, el padre de María, que siempre tenían que cenar en
Nochebuena con la familia de él, a la cual ella no soportaba. El caso
es que el padre de María tampoco soportaba a su propia familia pe-
ro se sentía obligado moralmente a ir, más que nada para que a sus
padres, los abuelos de María, no les diera un disgusto. Lo mismo
ocurría al revés, ya que el padre de María no aguantaba a su cuña-
da, la hermana de su mujer y cuanto menos, a su arrogante marido,
con quienes, irónicamente, tenían que celebrar el final de año jun-
tos, desearse salud y felicidad para el año siguiente con el champán
en la mano alzada. En esos momentos, lo que realmente deseaba
profundamente el padre de María era que todo fuera rápido para ir-
se a casa lo antes posible. María me confesó que por culpa de ese
deseo desenfrenado, en una ocasión a su padre casi lo tienen que
llevar al hospital al atragantarse con las uvas por las prisas que lle-
vaba, como si por engullirlas más rápidamente fuera a acelerar las
campanadas. Afortunadamente, al final pudo escupirlas, ayudado
por los golpes en la espalda de su cuñado, quien fue levantador de
pesas cuando eso estaba de moda, allá por los años 80.

En fin, que ellos se lo pasaban bien en esas vacaciones, pero siem-


pre se marchaban con ese sabor amargo de “estar haciendo las co-
sas mal”.

Yo lo sentí mucho por María, aunque también pensé que, ya que


deciden irse, ¿por qué no disfrutar a tope?

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El conflicto me vino cuando me di cuenta de que siempre se ha ha-


blado y se ha escrito tanto sobre la familia, sobre su importancia en
la sociedad, sobre el amor que debes a los tuyos y justamente la
Navidad, en la que hasta en los anuncios de turrones te animan a
que te reúnas con tu familia, resulta ser la causa de tantas tristes
discusiones, desalientos y estrés, que suelen durar un año, en algu-
nos casos más graves, más.

Ayer me acordé de esto y mientras cenábamos, se lo conté a mi pa-


dre. Esto fue lo que me respondió.

—No pasa nada, cariño. Luego se intercambian regalos-bonos-


sorpresa de unas sesiones en un Spa y se olvida todo. ¡Hasta el año
que viene!

—Gracias papá.

Alicia, 22 de enero del 2013.

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De lo Bueno, lo Mejor

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De lo bueno, lo mejor

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“De lo Bueno, lo Mejor” no solamente tiene que ver con la comida o con
la bebida sino con todo lo que piensas sobre la vida, con cómo disfrutas ca-
da instante de la vida, incluido el momento de aburrimiento o de cansan-
cio, tristeza tal vez.
Este estilo de vida te lleva a unos lugares en donde la magia existe y en
donde todos los implicados no saben que están jugando a esa magia que tú
mismo has provocado.
“De lo Bueno, lo Mejor” es elegir el bienestar.
No está reñido con el dinero. Puedes elegir de lo bueno lo mejor con poco
presupuesto, pero, eso sí, con escrúpulos y excelencia. De lo contrario,
creerás estar eligiendo y es la vida la que te elige a ti para que la disfrutes.
No me refiero al lujo, si es que todos nos podemos poner de acuerdo con lo
que es el lujo. Para mí el lujo es ostentación, carga, bastedad, ser corriente
y sobre todo hoy, ser antiguo.
El lujo no siempre significa que lo mejor es bueno.

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De lo bueno, lo mejor

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La vida es un milagro constante

EL SECRETO MEJOR GUARDADO. El incremento de vida.

Aunque parezca irreal, la vida es realmente un milagro. Con milagro me


refiero a que, a pesar de empeñarnos en hacer las cosas mediocres o mal, la
vida tiende a ser vivida.
A buen observador, estas palabras sobran.
El caso es que el ser humano no observa la realidad sino que se contenta
con asentir lo que otros le cuentan y ese es el punto clave por el que existe
la riqueza y la pobreza.
Pero eso es otro cantar que no encaja en este apartado “De lo Bueno, lo Me-
jor”.
Las personas estamos hechas para elegir de lo corriente, lo peor, porque
partimos de un estado inconsciente de escasez.
Por eso las religiones prometen la vida eterna o mejor vida una vez nos va-
yamos de aquí, dado que nosotros admitimos lo escaso, la carencia y el mal
como una manera natural de vivir, mientras que la abundancia, el placer y
el bien como disfrute encuentran sus obstáculos en forma de pensamientos
y sentimientos de rechazo.

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De lo bueno, lo mejor

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Es curioso pero es así tal cual funcionamos.


Si supiéramos que la vida tiende al incremento, nos sumaríamos a esa co-
rriente y no nos pelearíamos defendiendo lo indefendible sino que nos de-
jaríamos llevar por la corriente misma.
¡A la vida eso le encanta!
Y la vida te dará más de aquello que quieres, igual que dará más miseria al
escaso o al miserable.
De aquí se entiende la razón por la que la mayoría de la gente educa a sus
hijos en el entorno psicológico del esfuerzo “para ganarse la vida” (como si
esta tuviera que ser ganada) y dándole de “lo corriente, lo peor”, como si
eso fuera un paso imprescindible para que los hijos se conviertan en al-
guien el día de mañana.
Y así es como la vida rueda, siempre lo mismo, haciendo lo mismo que nos
hicieron a nosotros. Lo más grandioso de esto es que nos creemos que lo
hacemos por amor cuando es el miedo el motor que nos lleva a actuar así.
Por lo tanto, cuando te introduces en la forma de vida que yo llamo “De lo
Bueno, lo Mejor”, vas dejando el miedo atrás y en ese lugar aparece lo
bueno, lo bonito y lo placentero y te preguntas el cómo pudiste pensar du-
rante tanto tiempo de una manera tan equivocada, protegiéndote de la vi-
da, como si esta fuera un peligro constante.

Solamente hay que entender que la vida tiende a incrementarse y


el incremento se manifiesta aquí por medio de “cosas buenas”.

Otra cosa es que no sepamos lo que son esas cosas buenas. Por eso, de lo
Bueno, lo Mejor no es para todos, por mucho que nos empeñemos en lo
contrario.
Este es el secreto que está más a la vista y por tanto, el que está mejor
guardado.

Gracias por disfrutar de la vida.

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HAY EXPERIENCIAS
QUE SON ÚNICAS

De lo Bueno, lo Mejor

Para hacerme entender, cuando hablo de experiencia, hago referencia a


lo que la propia palabra se refiere: a todos los sentidos en sí, el olfato, la
vista, los sentimientos, sensaciones, etc.
Me he dado cuenta de que en la vida hay experiencias que no son compa-
rables con otras, las cuales, ni tan siquiera puedes definir tomando otras
como puntos de referencia.
Si un amigo tuyo nunca ha visto la nieve, puedes explicarle lo que la nieve
es, la sensación y la experiencia en sí de tomar contacto con la nieve, aun-
que ambos tengan que hacer un esfuerzo para lograr comprenderse.
Y tú, ¿crees que es posible explicarlo? Yo creo que sí.
Podemos compararlo con muchas otras experiencias, podemos hablar de
su color, del frío que se siente al tocarla, de la textura, de cómo se camina
sobre ella, porque el interlocutor habrá experimentado alguno de esos
ejemplos a los que tú te agarras para poder expresar lo que la nieve es.

Sin embargo, ¿cómo explicas a alguien que nunca ha tenido un orgasmo lo


que se siente al tenerlo? ¿Hay alguna experiencia similar en la vida?
Ahora es el momento en el que nuestras cabezas comienzan a trabajar bus-
cando relacionar el orgasmo con otra experiencia. Estas nos responden que

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por supuesto que hay otras experiencias similares como, por ejemplo, el
amor infinito que sientes al tener un hijo o el orgasmo espiritual.
No.
No me estoy refiriendo a eso. Me estoy refiriendo a justamente lo que he
dicho.
¿Se parece alguna otra experiencia al orgasmo?
Sin duda alguna, no.

¿Hay otro sabor que se parezca al cacao? ¿Por qué el cacao gusta a casi to-
do el mundo?
¿Hay algún sabor que se parezca al vino tinto? ¿Por qué es tan singular esa
bebida?
¿Por qué en ciertas religiones lo usan como bebida sagrada?
¿Por qué el caviar, a pesar de “saber y oler” a pescado, tiene un sabor único
y especial?
Podría nombrar alguna que otra experiencia porque no hay muchas, de ahí
su singularidad. En realidad, no son muchas porque, de serlo, serían co-
rrientes y entonces, no serían las mejores de lo bueno.
Hay una información en cada una de estas experiencias en forma de “sen-
saciones” que tiene que ver con el incremento de vida, con el placer de la
vida y con comprensiones a las que uno puede llegar cuando se da cuenta
de que lo bueno no puede ser malo o, dicho de otra manera, que aquello
que me da placer, no me puede hacer daño.

Por supuesto que me estoy refiriendo a aquello que por su naturaleza me


proporciona placer como ser humano porque está hecho para eso y nunca
me estaré refiriendo a la distorsión que le damos a las experiencias o cosas
para que nos den placer.

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De lo bueno, lo mejor

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¿Te has dado cuenta de que casi todo lo que te gusta está catalogado como
dañino?
¿Entendemos ahora cómo el secreto mejor guardado es que la vida se mue-
ve por el incremento de vida?
¿Entendemos tal vez que, al rechazar dicho incremento como colectivo, es-
tamos negando la vida, lo cual nos hace ser temerosos de ella?
¿Entendemos ahora que al tener miedo a la vida, nos convertimos en con-
sumidores de nuestros propios miedos?
¿Entendemos ahora que, al tener tantos miedos, paguemos a otros para
que nos informen y nos guíen en la vida?
¿Podemos entender cómo funciona la vida?

Cuando lo entiendes, puedes elegir de lo Bueno, lo Mejor.

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Historias
El niño que preguntó

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Historias. El niño que preguntó

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El niño que preguntó


Iré al monte

Dos semanas después de que hubiera visto en sueños esas letras delante
de su frente, Ariel se preparaba para pasar el fin de semana largo, el puen-
te, con su padre. Ya desde el lunes se encontraba agitado, con unas ganas
tremendas de que el tiempo corriese para que llegara lo antes posible el
jueves por la tarde y viajase con su madre a la ciudad, quien los llevaría a él
y a sus hermanos pequeños con su padre.
La idea de pasar tres días en la ciudad lo excitaba enormemente, haciéndo-
lo el niño más feliz del mundo. Una luz brillaba en sus ojos, pues ya expe-
rimentaba el reencuentro con sus amigos y el piso donde había crecido, en
pleno bullicio y centro de la ciudad, atestado de tiendas y de bares.
Las clases en el colegio durante esa semana se le hicieron insoportables y
lentas. En el recreo ni siquiera jugaba al fútbol con sus compañeros de cla-
se sino que lo dedicaba a recorrer con la imaginación y con todo detalle lo
que haría durante ese fin de semana largo, desde que se levantara hasta
que se acostara.
Cuando llegó el esperado día, el jueves, su madre le comunicó la noticia.
Sus hermanos habían tenido mucha fiebre desde el martes por la noche, la
cual no bajaba a pesar de los remedios caseros y naturales que su madre les
había proporcionado, por lo que había decidido llevarlos al médico del
pueblo mayor, a casi una hora en coche.
Luis había tenido que salir de viaje el día anterior y su madre le pidió a
Ariel que se quedara en casa solo, anunciándole que ese día le era imposi-
ble llevarlos a la ciudad. Si Elena y Santiago mejoraban, los llevaría al día
siguiente con su padre, noticia que Ariel recibió como un calmante, pues
sabía que eso no ocurriría.
Ariel se quedó solo en casa, a la puerta de ella, viendo a las gallinas pone-
deras cacarear y mirando al horizonte, con la mochila en sus piernas. Así se
quedó un rato, con una manzana a su lado, en el suelo y medio mordida

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que ya había olvidado que estaba comiendo.


No sé el tiempo que pasó pero es verdad que no quería creer que eso fuera
real porque lo único que deseaba en ese momento era estar con mi padre
y con mis amigos en la ciudad, cenar fuera y ver la tele con él. Era como
si todo lo que estaba pasando no estuviera pasando de verdad.
Un coche a lo lejos cruzó y el ruido lejano más la estela de tierra que dejó a
su paso, despertaron a Ariel de su ensimismamiento.
Fue extraño porque por mi casa no suelen pasar coches, solo el de mi ma-
dre y Luis. Vivimos muy apartados, para llegar a casa hay que tomar
una carretera rural y luego un camino de tierra hasta llegar a la casa.
Pero no me asusté al ver el coche pasar. Pensé que podía ser el de mi pa-
dre pero enseguida me di cuenta de que él, a esas horas, estaba todavía en
el trabajo. No podía ser.
El coche desapareció sin que Ariel siquiera hubiera podido ver su color o
algún otro detalle. Solo pudo divisar una estela que se desvanecía, convir-
tiéndose en un punto negro allá lejos hasta que se alejó y ya no volvió a oír
el ruido del motor.
Entonces fue cuando Ariel miró al monte, allá lejos y allá en lo alto mien-
tras emergía una fuerza enorme dentro de él, una sensación nueva que ja-
más había sentido y que le animaba a levantarse y a tomar una decisión.
Era como si hubiese alguien dentro de mí que era yo pero también era
otra persona, no sé. Es como cuando te sabes la respuesta de un examen,
sabes que es la respuesta correcta y no tienes dudas. Eso fue lo que me
ocurrió.
Su ánimo cambió de repente y se sintió presa de una gran alegría. Esta ale-
gría venía acompañada de una gran determinación y en ese momento se
dio cuenta de que estaba sintiendo lo que sintieron aquellos protagonistas
de sus libros preferidos, como el niño Bastian en “La historia intermina-
ble” o Jim cuando fue en busca del tesoro, guiados ambos por una gran de-
terminación solo sentida por héroes, personajes que el mismo Ariel vivía
como si él fuese ellos, soñando convertirse algún día en el protagonista de
algún libro que escribiese el escritor que más libros vendiera en el mundo
entero.

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Tomó la mochila y comenzó a andar, sin prestar atención a que había deja-
do la puerta abierta de la casa y que, en ese momento, sonaba el teléfono
desde la cocina, timbre que no oyó o que no quiso oír, pues ya se había ale-
jado unos metros de su hogar.
Tomó el camino contrario al monte, pensando que se encontraría con un
tesoro o con algo inesperado, como le pasó a Cristóbal Colón cuando quiso
ir a las Indias, lo que hizo que cambiara el rumbo de la historia, jugando así
con el azar y el misterio y sintiéndose más fuerte a cada paso que daba.
Era jueves tarde, sobre las nueve de la noche, su madre volvía a casa junto
a los mellizos, diagnosticados ambos de anginas, cuando se encontró con la
puerta abierta.
Ya era de noche, oscuro y el frío había descendido hasta la tierra, cortando
como lo hace un cuchillo acabado de afilar.
Ariel estuvo caminando durante más de dos horas hasta que la oscuridad
de la noche cayó. Se dio cuenta de que no había cogido una linterna, una de
tantas que había en la casa pero también se dio cuenta de que nada de eso
estaba preparado y que no sabía ni siquiera adónde se dirigía.
Se paró y se sentó a las faldas de un árbol, ya adentrado en el bosque y se
acurrucó, presa del frío que ya se había apoderado de sus pies y manos has-
ta que se le adentró en todo el cuerpo. Se tapó la cabeza con sus brazos y
enseguida, cayó dormido.
Se despertó al sentir unas fuertes ganas de hacer pis. Se incorporó y se ale-
jó, como si alguien lo estuviese observando. Ya comenzaba a salir el sol.
En ese momento me sentí mal porque fue como si me hubiese dado cuenta
de lo que estaba haciendo. Vi que estaba en mitad de la subida de una
montaña, en medio de un bosque muy apretado porque los rayos del sol
casi ni entraban.
Ariel percibió que la fuerza enorme que le había llevado hasta allí, había
menguado. La buscó dentro de él y no la encontró. Se sintió desconsolado
pero no tuvo miedo.
Incluso pensé que todo había sido un sueño, que lo que me había pasado
no era real, que me lo había inventado, que soy un soñador y que tengo
mucha imaginación, como mi madre me dice siempre.

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Entonces fue cuando tuvo que tomar una decisión que, como había leído en
algún libro de aventuras, se toma siempre entre dos opciones y ninguna
más.
O volvía a casa o me adentraba más en la montaña. Eso pensé.
En ese momento, Ariel atisbó que un amago de la fuerza que había sentido
el día anterior aparecía dentro de él. Le brillaron nuevamente los ojos. Esa
fuerza hizo que decidiera rápidamente. Seguiría adentrándose en la mon-
taña e iría hacia la casa del sabio anacoreta, aquella persona de la que ha-
blaban en el pueblo y así comprobaría si era verdad o si era una historia de
las que se pasan de boca en boca, distorsionándose en cada intento de con-
tar la verdad.
Tomó la mochila y continuó subiendo.
Pasadas unas tres horas en las que Ariel ni siquiera recordaba haber pen-
sado ni haberse parado para descansar, se abrió ante él una garganta entre
dos montañas. Había estado caminando un poco en ascenso combinado
con partes llanas en donde los árboles eran menos frondosos y en donde se
podía caminar mejor.
Al pararse ante la garganta, fue consciente de que había llegado allí de una
manera inconsciente.
Le vino a la memoria lo que había leído en un libro que le había fascinado.
En ese libro se decía que cuando subes muy alto, la presión del oxígeno
desciende y eso significa que el oxígeno es el mismo pero que está separa-
do, como disuelto y entonces, para las personas es complicado respirar
porque a cada inspiración, menos moléculas de oxígeno entran en los pul-
mones, con lo que puedes sentirte mareado o también perder la conciencia
pues hay menos oxígeno que entra en el cerebro como cuando estás abajo.
Ariel se sintió orgulloso de sí mismo al recordar ese detalle y pensó que no
debía tener esos síntomas de escaso oxígeno en su cabeza cuando se estaba
acordando precisamente de esa información. Eso lo animó mucho y se cre-
yó más inteligente y fuerte que nunca, con lo que decidió bajar por la lade-
ra que lo conduciría a la garganta estrecha que se le antojaba fría, quizá he-
lada, pues no llegaban los rayos de sol que ese día brillaban.

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Efectivamente, había tenido razón, pues, nada más acercarse a la estrechez


del escarpada geografía de la garganta, la temperatura descendió notable-
mente, haciendo estremecer de frío al pobre Ariel.

Sin embargo, oyó y sintió un sonido muy familiar. Agua, oía agua, hacién-
dole recordar que llevaba horas sin beber ni una gota aunque no tenía sed.
Sin embargo, había estado comiendo moras y arándanos, frutas con las que
se fue encontrando en su caminata anterior.

Vi un arroyo o un río pequeño, no sé lo que era. Estaba muy cerca, solo


tenía que descender un poco más y ya estaría ahí.

Ariel quería tocar el agua, a ver si estaba tan fría como pensaba y tuvo de-
seos de mojarse la cara, como hacían todos los personajes de aventuras
cuando veían un río: mojarse la cara.

Y eso hizo, se acuclilló y bebió un poco, tomándola de poco en poco en la


concavidad de su mano, se mojó la cara, limpiándose los ojos y la boca,
como le decía su madre que hiciera cada vez que comía.

Sin embargo, el agua no estaba tan fría como él esperaba. Quizá estaba tan
fría como el frío que hacía y por eso, no sintió ninguna diferencia. Se sintió
feliz. Era la persona más feliz del mundo y la fuerza dentro de él aumentó.

Anduvo un poco más al lado del arrollo, pasando la garganta de la montaña


y sintiéndose que estaba en un lugar donde nadie nunca había llegado, solo
él. Al pasar la garganta, se vio ante una llanura rodeada por montes, mon-
tañas más bajas. Ahí lucía el sol e incluso sintió cierto calor en la cara y en
las manos.

Se paró a pensar qué ruta tomar: recto, a la izquierda o a la derecha y se


acordó de la teoría de las dos opciones, con lo que enseguida decidió tomar
la dirección hacia la izquierda, todavía más al lado contrario del lugar del
que partió, su casa. Cruzó la llanura con cierta dificultad, pues matojos de
plantas desnudos se le enredaban en sus pantalones, hasta uno le hizo un
agujero y otro le llegó a hacer una herida que sangró un poco.

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Por fin llegó a una montaña, la cual subió sin dificultad para luego, al en-
contrarse en su parte más alta, tener que volver a bajarla por su lado con-
trario para tomar otra montaña, esta vez bastante alta y poblada de un
bosque todavía más apretado que el que había salvado unas horas antes o
tal vez, el día anterior.

Se dirigió hacia ella, descansó en sus faldas para tomar fuerzas y poder
subirla.

Cuando iba subiendo, tuve una sensación de que me estaba alejando de


ningún lugar. Quiero decir que, en esa montaña habría un punto de par-
tida, como si estuvieras en el aeropuerto y pudieses tomar el avión que
quisiera.

Una vez bien alto, decidió bordearla, en lugar de seguir subiendo. No veía
el final, no veía un término, ni el cielo ni ningún rayo de sol. Estaba en un
bosque en el que andar por él era casi una tarea imposible. Las ramas de
los árboles se abrazaban unas a otras, cerrando el paso a cualquier criatura
viviente.

En cambio y de repente, Ariel se agachó para ver qué era algo que brillaba
tanto entre tanto elemento natural. Pensó que era una moneda o un tesoro
y cuando lo tomó en su mano, comprobó que era una bala y, a pocos me-
tros, otra.

Miró arriba, como si ahí estuviera la respuesta a su enigma.

Se acordó enseguida de que Luis había dicho en una ocasión que a ciertos
kilómetros de su casa, más allá de las montañas, había un coto de caza ma-
yor, de jabalíes y de venados.

Pero nunca oímos el ruido de los disparos, excepto una vez desde el coche,
cuando nos dirigíamos a un pueblo en el que había un mercado los prime-
ros días de cada mes en donde vendían alimentos del campo. Mi madre
no iba ahí a comprar alimentos, excepto un pan especial hecho de un ce-
real raro sino a ver la artesanía, hecha de tejidos que sacaban de plantas.
Eso me decía mi madre.

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Tomó las balas y se las metió en el bolsillo del pantalón, sin saber para qué
hizo eso.

Siguió caminando y caminando, bordeando esa montaña y otras, sin repa-


rar en ello, comiendo las moras y arándanos que encontraba en el camino y
sintiéndose la persona más aventurera del mundo.

Parecía que la tarde estaba cayendo, dejando entrever la oscuridad que


pronto se apoderaría del cielo. Él quería seguir caminando y decidió hacer-
lo hasta que ya no pudiera ver nada cuando, de repente, el sonido estriden-
te de un helicóptero lo trajo a la realidad de sopetón, ya que la fuerza den-
tro de él desapareció bruscamente, dejando entrar un miedo horrible, co-
mo si estuviese ante un peligro mortal.

Corrió entre los árboles, haciéndose daño incluso en la cara por las ramas
invisibles que rompía a su paso, hasta que se dio cuenta de que era mejor
que se estuviera quieto y así, no sería visto. Se paró jadeando pero no can-
sado, anduvo unos pasos lentamente. Miró el terreno, medio oscuro y pro-
tegido por las copas de los árboles.

Me sentí seguro, debajo de los árboles, como si hicieran de techo y estu-


viera en una casa.

Se sentó a los pies de un árbol, sin mirar a ningún sitio, oyendo cómo el he-
licóptero parecía alejarse para luego volver. Miró un punto fijo y decidió
que ese punto fijo sería su refugio en ese momento. Se dijo a sí mismo que,
mientras lo mirara y no quitara la vista de él, el ruido del helicóptero sería
insonoro, además de irreal.

Me dije a mí mismo, esto es un sueño, esto no está pasando. Me decía eso


porque tenía miedo, aunque no sabía de qué tenía miedo. Acaso lo tuve
cuando la fuerza se fue y tuve miedo de que no volviera y me dejara solo.

Después de un rato, el ruido se fue. Ya no había helicóptero. Ariel percibió


el sonido del aire, de los árboles, de algún ser vivo que habitara cerca. Des-
de que había abandonado su casa, no había oído nada, a excepción del so-
nido del agua cuando atravesó la garganta de la montaña.

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Eso hizo que despertara del letargo al que te sometes al mirar a un punto
fijo. Volvió su cabeza a la derecha, como buscando desde dónde venían
esos sonidos hasta que se dio cuenta de que ellos envolvían el lugar. No ve-
nían de ningún lado: estaban ahí.

Al volver la cabeza hacia la izquierda fue cuando vio la manta. Estaba de-
masiado cerca como para no haberla visto antes. Se levantó y se acercó a
ella. A su lado, había un pasamontañas, esos gorros que cubren toda la ca-
beza hasta el cuello, dejando los ojos al aire.

Prometo que en ese momento la fuerza estaba otra vez dentro de mí. Era
como si ella hubiese dejado esa manta y ese gorro allí para mí. Pero ya sé
que eso es una tontería.

Ariel tomó la manta y se tapó para cubrirse del frío que ya había descendi-
do a la tierra para luego taparse la cabeza con el pasamontañas. Ya no veía
nada, no había luna y todo se había apagado.

Se tumbó, poniendo la mochila a modo de almohada y se tapó con la man-


ta. Sintió que hacía tiempo que no había estado tan cómodo durmiendo, ni
siquiera en su propia cama, justo los doce meses que había pasado en el
campo, en donde vivía después de que sus padres se separaran.

Se durmió enseguida.

Esa mañana, al despertarse, sintió dolor en su cara y en los pies. Se quitó


las zapatillas para descansarlos, se cambió de calcetines, tomando otros
que llevaba en la mochila, la cual había preparado para pasar esos días fes-
tivos de puente con su padre. Entonces decidió cambiarse de ropa y así se
sentiría más limpio.

Las heridas que se había hecho en la cara le quemaban, acentuado el dolor


por el frío tempranero, casi hielo, que vivió como si sus heridas ardieran.
Ariel pensó que eso no era nada comparado con lo que los héroes de aven-
turas vivían. Pero también le dolía la garganta, quizá un poco pero al pen-
sarlo, el dolor se acrecentó. Y al levantarse se dio cuenta de que le dolía el
cuerpo, como cuando había estado enfermo alguna vez, con fiebre.

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Me dije que eso no estaba ocurriendo porque ya lo había practicado mi-


rando el punto fijo mientras oía al helicóptero allá arriba.

Ariel comenzó a andar, esta vez más desconcertado que nunca. Siguió ca-
minando mientras el viento helado le pegaba en la cara, quemándole las
heridas aún abiertas que en ella tenía. Siguió caminando en contra del
viento, el cual le helaba también los ojos y sus manos mientras su cuerpo
ardía de fiebre.

El cielo estaba totalmente oscuro. Ariel no sabía qué hora podría ser pues
no había sol. ¿Dónde estás, sol? Se preguntó para sus adentros.

Anduvo y anduvo hasta que, sin casi poder ver más por la negrura del bos-
que y la negrura del cielo, sin casi poder oír por el ruido del viento, casi tan
fuerte como el ruido del helicóptero y ya exhausto por la fiebre y el dolor de
garganta, se dejó caer bajo unas grandes piedras, rocas enormes que le sir-
vieron de cobijo frente al viento, desde donde, tiritando y delirando, llamó
a su madre. Gritó llamándola sin recibir respuesta alguna, mas que el dolor
de garganta, los labios y ojos secos, el cuerpo dolorido y la ausencia de la
fuerza que lo había llevado hasta allí, la cual no podía sentir bajo el ardor
de su cuerpo entero.

Se quedó dormido, casi inconsciente, acurrucado bajo una roca cuyo sa-
liente le servía de sombrilla, muerto de frío, mientras unos metros atrás la
manta yacía en el suelo.

“Hola, hola. ¡Despierta! ¿Quién eres?”.

Ariel abrió los ojos y vio que el sol había salido. Era de día o tal vez, medio-
día y ante él, una mujer lo zarandeaba para que se despertara.

Quiso incorporarse pero no pudo. No tenía fuerzas.

“¿Cómo te llamas?”

“Ariel”. Contestó débilmente.

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“¿Puedes levantarte? Mi casa está muy cerca. Solo serán unos metros an-
dando. ¿Puedes levantarte, Ariel?”

“¿Quién es usted?” Dijo Ariel con un poco de más fuerza, temblando por la
fiebre y con ganas de llorar.

“Eso no importa ahora”. “Ven, agárrate a mí y trataré de llevarte en bra-


zos pero tienes que ayudarme”.

Ariel no se movió. Cerró los ojos débilmente.

Ariel abrió los ojos. Estaba cómodo, descansado y se sentía a gusto aunque
débil. Sin tratar de hacer ningún movimiento, miró alrededor recorriendo
con sus ojos lo que veía.

Se encontraba en una estancia, como en un dormitorio pero no era un


dormitorio. La pared era de piedra y la otra pared de al lado, de madera.
Yacía en un camastro, más cómodo que en su propia cama y ya no tiritaba.

De repente, la mujer apareció en la estancia con un cuenco hirviendo de


algún líquido. Le sonrió mientras se agachaba ante él. Posó el cuenco en el
suelo.

“¿Quién es usted?” Preguntó el niño. “¿Qué es esta habitación?”

Ella, en cuclillas ante él, le sonrió diciéndole:

“Soy la persona que buscabas”.

Ariel se incorporó de golpe, su cuerpo le dolió fuertemente y entonces se


dio cuenta de que se encontraba muy débil. Sin embargo, medio incorpo-
rado en la cama, exclamó un poco enfadado.

“No. Yo busco al sabio anacoreta. Al que tiene respuestas de todo”.

La mujer tomó el cuenco del suelo y se lo ofreció a Ariel.

“Ese sabio anacoreta soy yo”. “Toma este caldo, te sentará bien”.

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“¿Una mujer? No puede ser. El sabio anacoreta es un hombre”. Exclamó


un desconsolado Ariel, rechazando el cuenco de caldo hirviendo.

“Tú buscabas a una persona sabia”. “Nadie te dijo que era un hombre.
Fuiste tú mismo quien se imaginó que era un hombre”.

Ariel se calló, pensativo y ausente. Miró el cuenco que la mujer le había


ofrecido y se dio cuenta de que tenía mucha hambre. Lo tomó con sus ma-
nos, sin mirar a la mujer.

Ella se levantó y lo dejó solo.

Ariel tomó sorbos de aquel caldo que le supo a Dios. A cada sorbo, el cuer-
po le dolía un poco menos. A cada sorbo, la fuerza dentro de él comenzaba
a dejarse ver, a cada sorbo, pensó con más claridad. A cada sorbo, sintió
menos desconsuelo y arrepentimiento por lo que había hecho.

A cada sorbo, sintió que había hecho lo que tenía que hacer. Estaba en el
lugar correcto y en el momento correcto.

La fuerza en su interior ya funcionaba al cien por cien cuando acabó el cal-


do entero y posó el cuenco en el suelo.

Se recostó nuevamente y volvió a quedarse dormido.

Cuando se despertó, se sintió robusto y grande. Ya no tiritaba, ya no le do-


lían las heridas de la cara, ya no tenía ni frío ni calor, ya no tenía miedo.

Se sentó de golpe en la cama y volvió a observar la estancia con el fin de


tomar una decisión.

La mujer apareció nuevamente, se acercó a él y tocándole la cabeza, como


se hace con los niños, le susurró:

“¿Entiendes ahora por qué ha sido una mujer quien te encontró?”

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Estimado lector.
En el próximo número de esta revista, incluiremos, entre otros temas,
el apartado "La Era de los Idiotas".
Esperamos sea de tu agrado.
Gracias por disfrutar de su lectura.

Equipo de Cambio de Realidad.

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cibir su ejemplar cada mes, como tú.

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MUCHAS GRACIAS
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