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Riesgos de comprometerse con la misión de Dios

Mateo 10: 34-39

No existe ninguna misión sin riesgo y peligros, tampoco la misión de Dios puede hacerse
sin riesgos y dificultades que exijan sacrificio y entrega total. En este pasaje que leímos,
Jesús menciona parte del riesgo que debemos correr con valentía los discípulos de
Cristo.

Este pasaje se da en el contexto del llamamiento y comisionamiento de los primeros


discípulos que Jesús llamó a seguirle en su vida y misión. El versículo 1 dice: “Entonces
llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundo, para que
los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia”. El versículo 7 dice: “Y
yendo predicad diciendo: el reino de los cielos se ha acercado. Sanad enfermos, limpiad
leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia”.
La misión que Jesús les estaba encomendando a sus discípulos era la misa que Jesús
estaba realizando. Liberar a las personas del pecado y sus consecuencias, quebrar el
poder del mal sobre ellos y así establecer el reino de Dios.

En los versículos 5-17 refiere las instrucciones que da Jesús, pues la misión no se ha de
realizar de acuerdo a nuestros intereses, sino conforme a la voluntad del Padre. Los
siguientes versículos incluyen exhortaciones para enfrentar las adversidades que se
encontraran en el cumplimiento de la misión. Pues todo discípulo debe estar dispuesto
a enfrentar valientemente las adversidades que implica cumplir la misión que Dios le
encomendó. Este pasaje que he seleccionado nos muestra tres implicaciones de nuestra
misión y seguimiento a Cristo.

I. Más compromiso con Jesús que con la familia

34
»No crean ustedes que he venido para establecer la paz en este mundo. No he venido a
traer paz, sino pleitos y dificultades. 35 He venido para poner al hijo en contra de su
padre, a la hija en contra de su madre, y a la nuera en contra de su suegra. 36 El peor
enemigo de ustedes lo tendrán en su propia familia.37 »Si ustedes prefieren a su padre o a
su madre más que a mí, o si prefieren a sus hijos o a sus hijas más que a mí, no merecen
ser míos.

El llamado de Jesús ha venido a nosotros sin buscarlo y sin ser dignos. No me elegistes
vosotros a mí, dice Jesús, sino yo os elegí a vosotros, para que vayais y llevéis muchos
fruto. ¿Cómo hemos respondido a la voz de Jesús? ¿Somos verdaderamente sus
discípulos? ¿Hemos aprendido a vivir con dignidad la nueva vida que en Cristo hemos
recibido?

Este párrafo desafía a los discípulos a un compromiso radical con Cristo y con su misión
por sobre cualquier otro compromiso, incluido el de la familia. El compromiso con la
misión de Dios muchas veces implica romper lazos familiares, porque reorienta nuestras
prioridades. Ya no buscamos agradar a nuestra familia, sino agradar al corazón de Dios.

Aquí en estos versículos, Jesús contradice un pensamiento que es muy común: muchos
creen que siguiendo a Cristo y comprometiendose con su misión se terminarán los
problemas. De Ningún modo. Jesús ofreció en otro texto a sus seguidores afliccción: ·En
el mundo tendréis aflicción, pero confiad en mí, yo he vencido al mundo.

La razón es porque Jesús exige lealtad absoluta. El dice que si alguien prefiere agradar a
su familia, antes que a Jesús, no merece a Jesucristo.

Ser discípulo no solo es aprender la doctrina de Cristo, sino comprometerse


personalmente con él, dándole nuestra lealtad. El discipulado cristiano no sólo se da en
la comprensión de su enseñanza, ni en el cambio de la conducta, se da propiamente en
una relación que recibe y da amor, que se sustenta en la gracia. Consideramos que se
puede aprender una doctrina sin que ello implique un cambio de conducta: también
podemos aceptar que alguien trasforme su forma de vivir por una conveniencia
personal, ya sea para alcanzar la felicidad o el éxito, pero ello no implica discipulado
cristiano. El discípulo de Cristo es aquel que aprende y vive, pero que lo hace en base al
amor de Dios que despierta en él su amor por Dios. Esta dimensión de amor suscita
oposición, porque es demanda del núcleo familiar y la sociedad. Hay esposos que se
sienten celosos cuando sus compañeras deciden amar al Señor: hay esposas que no están
dispuestas a compartir a sus conyugues con Dios. Y así en el corazón hay disposición al
compromiso con Jesús, los enemigos del hombre son los de su propia casa. No se acepta
que alguien ofrezca a Jesús su tiempo, sus talentos, su dinero, su corazón, su vida, su
lealtad. Por ello, Jesús habla de la espada que pondría en las relaciones del discípulo con
su entorno, primordialmente el familiar.

Sin embargo, no nos es dado evitar esta tensión, pero tampoco nos es dado el provocarla.
Hay quienes provocan tensiones con familiares no por su amor y lealtad a Cristo sino por
la impertinencia con que viven su fe. Lo que Jesús está enseñandonos es que el
discipulado suscita oposición, porque el mundo rechaza la lealtad a Jesús y nos impone
su paz aplastando a sus adversarios.

2. Compromiso radical con Jesús

v 38 “
y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí”.

El compromiso con la misión de Dios va más allá del sacrificio de la familia, implica
entrega peronal completa. Esta entrega se representa con el símbolo de la cruz. La cruz
fue un método fenicio de ejecución tomado por los romanos, cuya consumación
significaba varios días de agudos y prolongados dolores antes de morir. Su propósito era
amedrentar a quienes no eran romanos de realizar actos criminales.

La afirmación involucra un sacrificio total de los intereses personales en ara de los


intereses de Jesús (Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por
causa de mí, éste la salvará. Lucas 9:24). La salvación involucra mucho más que una decisión o
una oración. Demanda todo de uno (posesiones, familia, reputación, tiempo y energía)
¡El el precio mínimo!

Hay que ser leales a Cristo, El permanece fiel. El fracaso de las relaciones humanas y
propiamente hablando de las relaciones familiares descansa en la corrupción moral y
espiritual. No podemos desconocer que las familias sufren tensiones por diferencias de
carácter, de cultura, de expectativa, de realización personal. Y que estas diferencias
pueden ser superadas con amor. Pero ¿qué decir cuando un hogar entra en crisis como
resultado de la corrupción moral? Se desgasta el amor, se pierde el respeto, se diluyen las
normas, se destruye y corrompe. Y si la corrupción moral es destructiva en las relaciones
humanas. ¿Qué decir de las relaciones espirituales que vivimos con el Señor? ¿Quien
podría llamarse discípulo de Cristo si accede a vivir bajo normas y prácticas indignas de
la santidad a que el Señor nos ha llamado? Y no señalamos solo aquello que
flagrantemente viola su ley, sino de la pasividad e indiferencia de aquel que sabiendo
hacer lo bueno no lo hace.

¿O acaso podríamos esperar un fruto distinto al que vivió Jesús? Nuestro Señor instruye
a sus discípulos en la realidad de cruz que entraña el discipulado. Pero ¿qué sacrificio le
es gravoso a aquel que ama? Incluso a niveles humanos sabemos que cuando una pareja
se une por amor está dispuesto a enfrentar carencias y limitaciones con gozo, o que un
joven que ama su vocación sabe que le implica renuncias y privaciones. ¿Que decir
entonces del discipulado cristiano, si en Jesús hemos sido buscados por el Padre para
que nadie se pierda? También este camino de amor implica cruz y sacrificio, dolor e
incluso muerte. Porque si la espada es realidad tensional que Jesús decide para sus
seguidores, la lealtad de nuestro amor y la disposición al sacrificio es algo que solo puede
decidir el corazón del hombre. En el fondo Jesús habla de la realidad de la cruz
señalando que en el discipulado lo que está en juego es la lealtad. Porque aquel que
quiere evaluar su vida cristiana solo tiene que preguntarse ¿Estoy siendo leal a mi Señor
por encima de mis relaciones familiares? Y más aún, ¿estoy siendo leal a mi Señor por
encima de mi propia vida? Porque la cruz habla de negación a uno mismo y ninguno
puede ser discípulo de Jesús si no se niega a sí mismo. Hay que discernir las
implicaciones de la negación en cada caso particular.

La dignidad del cristiano está en su discipulado. Jesús fue enfático. Aquel que no puede
negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguir a Jesús no es digno de él. Es dignidad que se
va construyendo paso a paso, en la negación, en el sufrimiento, en el amor, Dios ha
creado al hombre para que sea alabanza de su gloria, y este propósito divino se alcanza
cuando el hombre vive en plena comunión con Dios. La llamada de Jesús para seguirle
es la puerta angosta que restablece esta comunión y que conduce a la vida. Así como el
grano de trigo debe morir a sí mismo, para fructificar en la vida nueva que Jesús le ha
concedido por su gracia. Por ello, la vida cristiana no es resultado de un esfuerzo
personal por cambiar actitudes, conductas, valores, más bien es resultado del sacrificio y
de la muerte de todo esfuerzo personal y de toda ilusión humana, porque la paga del
pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna. La salvación no se gana, se
recibe. Y esta vida nueva ha de ser vivida con la dignidad del que se compromete en el
seguimiento.

3. Disposición a morir totalmente.

39
Si sólo se preocupan por su propia vida, la van a perder. Pero si están dispuestos a dar
su vida por causa mía, les aseguro que la van a ganar.

El cumplimiento de la misión es más importante que la propia vida. Hay quienes piensan
que se puede ser discípulo sin comprometerse con Jesucristo en el seguimiento y la
renuncia personal, compartiendo su amor con otros. Están perdiendo su vida. Hay
quienes piensan que dando rienda suelta a sus deseos están ganando el mundo y con él
la vida. Jesús afirma que la están perdiendo. Porque el que pierde su vida renunciando a
sí mismo y a lo que el mundo le ofrece, la halla en Jesucristo, pero el que piensa que la
gana cediendo a las tensiones familiares, sociales, propiamente la está perdiendo.

Conclusión: Jesucristo requiere entrega total, pues nadie pude competir con Cristo. Para
seguir a Cristo es necesario dejar muchos otros señorìos, muchas otras lealtades. Solo
puede seguir a Cristo aquél que se ha negado a sí mismo, quien ha tomado su cruz y
quien decide seguirle.

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