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20 Observación
participante
Ó scar Gisascti
G IS
Centro de Investigaciones Sociológicas
T odos los d erech o s reservados. P ro h ib id a la repro d u cció n
total o parcial de esta o b ra p o r cu alq u ier pro ced im ien to
(ya sea gráfico, electró n ico, óptico, quím ico, m ecánico,
fotocopia, etc.) y el alm acen am ien to o tra n sm isió n de sus
con ten id o s en so p o rtes m agnéticos, sonoros, visuales o de
cu alq u ier o tro tipo sin p erm iso expreso del editor.
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F o to co m p o sició n e im presión: e f c a , s . a .
P arq u e In d u stria l «Las M onjas».T orrejón de A rdoz. 28850 - M adrid
Para Ángel Galván,
y José E d u a rd o Fernández Calella
Indice
P refa c io ....................................................................................................................... 7
3. EN LA PRÁCTICA........................................................................ 35
4. CINCO E JE M P L O S ...................................................................................... 47
P R IM E R E JE M P L O ........................................................................................................................ 49
SEGUNDO EJEM PLO.................................................................................................................... 59
T E R C E R E JE M P L O .................................................................. 71
CUARTO E JE M P L O .............................................................................................. 79
QUINTO EJEM PLO........................................................................................................................ 89
Ya n adie lee a los clásicos. Son citados, pero no leídos. T am poco se entien
den. La innovación perm anente, com o condición posm o d ern a, term in a p o r
ig n o rar el pasado. A veces incluso lo niega y lo desprecia. N os hem os vuelto
ciegos a fuerza de ignorar a quienes nos h a n precedido. Q uizás p o r eso p en
sam os h a b e r descubierto u n literato donde ja m á s h u b o u n etnógrafo: donde
siem pre h u b o un artista. El escritor estaba allí, solo que fuim os incapaces de
verlo. G racias a los clásicos vuelvo a ser u n p oeta, po rq u e a h o ra sé que sólo
siendo poetas entenderem os el m undo. D u ran te m u ch o tiem po m e hicieron
creer que « traducir las sensaciones en verbo es [...] m ás p ro p io de poetas que
de científicos sociales» (GUASCH 1991a: 17). Ya no pienso igual: sólo siendo
p oetas entenderem os el m undo, au n q u e q u izás no p o d am o s explicarlo. El
sentim iento es universal. La razón y el positivism o que genera, son ta n sólo
pro d u cto s sociales específicos de u n m o m en to histó rico concreto. La reali
dad es com o u n a escultura que puede ser m ira d a desde d istintos ángulos. Lo
que revela el escorzo no lo m u estran o tras perspectivas. T an legítim o es sen
tir la realid ad com o p reten d er explicarla. S in em bargo, el to talitarism o posi
tivista nos im pide sentir: d a r vueltas en to m o a la escultura.
De todos los sistem as de investigación social, la observación p artic ip an te
es quizás el m ás subjetivo. P or eso la observación p a rticip a n te es u n in stru
m en to idóneo p a ra recu p erar el sen tim ien to en las ciencias sociales. Si los
estereotipos de género fu eran ciertos, re su lta ría que la o b servación p a rti
cipante es fem enina: es flexible, dúctil, intuitiva, sutil, no racional. La obser
vación p a rtic ip a n te o pone al rígido p o sitiv ism o m a sc u lin o u n a to leran c ia
epistem ológica que prefiere p a c ta r la realid ad an tes que im ponerla. E n la
ciencia, com o en tantas otras cosas, se p ro h íb e al género hegem ónico lo que
se prescribe al subalterno: el sentim iento. Por eso la ciencia se pretende ob
jetiva, porque es p ro d u cto del género hegem ónico. E n ese sentido el presente
libro es fem enino, subjetivo y em ocional. Es u n libro que se presenta com o
ensayo p o rq u e sólo en los á m b ito s próxim os al arte (que tam b ién es un
m odo de conocer lo real) se p erm ite al varón el sentim iento.
Este trabajo revisa algunas cuestiones relevantes para la teoría y la p rá c
tica de la observación p articip an te. M uchas de las ideas que en él aparecen
han sido discutidas (y a veces ap ortadas) con Josep M. Comelles, así como
con los m iem bros del Grup de Recerca Sociológica de la U niversidad de B ar
celona que dirige Jesús M. de M iguel. Además Joan Prat, Oriol R om aní y
Ángel Martine?, m e h iciero n im p o rtan tes sugerencias. Diego T orrente, Ju an
M. G arcía Jorba y otros sociológos y antropólogos tuvieron la am abilidad de
cederm e fragm entos de sus diario s de cam po p a ra esta publicación. A todos
ellos les agradezco m uchísim o su colaboración intelectual. Gracias tam bién
a Jaum e Canela y a A ndreu S egura del Institut Caíala de Salut Pública. G ra
cias a José Peixoto de la Universidade Nova de Lisboa. M ención aparte m ere
cen Raúl de Álvaro, y A ntonio L adrón de Guevara de la Universität Pompeu
Fabra. Sin el calo r de p erso n as am igas es im posible escribir. A dos de ellas
queda dedicado este libro: p o r el futuro.
ÓSCAR GUASCH
Tarragona, verano de 1996
Ver, m irar, observar, contem p lar, son acciones asociadas al sentido de la
vista. Sin ese sentido no existen im ágenes y los m atices de la realidad se
construyen de otro m odo. Casi todos los ojos m iran, pero son pocos los que
observan, y m enos aú n los que ven. La m irad a es un acto sensitivo, incons
ciente e intuitivo que perm ite a las perso n as circu lar p o r lo cotidiano. Un
acto sensitivo que cuando aparece asociado al arte, a la religión, o a las esfe
ras m ás sensibles del ser h u m an o se convierte en contem plación.
Si la m irad a es u n acto usual que selecciona im ágenes de m anera incons
ciente y que no p resta atención al ento rn o m ás que p a ra sortearlo, la con
tem p lació n es u n acto consciente en el que la m irad a se concentra en un
p u n to y elim ina todos los dem ás. C ontem plar la realidad significa dejarse pe
n e tra r p o r la im agen. C ontem plar es p o n e r al servicio de la im agen todos los
sentidos hasta el p u n to de ser uno con aquello que se m ira. C ontem plar su
pone ir m ás allá de la im agen, im plica su p e ra r los sentidos y d a r paso al sen
tim iento. Es así com o puede m irarse u n paisaje, u n cuadro, u n a escultura;
así es com o los m ísticos de la m eseta p reten d ían fundirse con Dios
T am bién hay m irad as que b u scan y con cen tran la atención visual de m a
n e ra que n ad a p asa inadvertido al ojo que m ira. Pero no se tra ta ya de fun
dirse con la im agen o con aquello que evoca. H ay m iradas que controlan,
buscan, espían. Son los ojos del poder: la m irad a del dios que está en todas
p artes y p ara la cual Jerem ías BE N T H A M (1979) term ina p o r diseñar una a ta
laya. Las m iradas p ueden ser poliform as y diversas. Pero el objetivo de todas
es ver. Un objetivo que no siem pre es conseguido. La m irada inconsciente y
cotidian a que p erm ite tra n sita r la realidad social, la m irada que hace posible
la relación con los dem ás, suele ser u n a m irad a p arcialm ente ciega. Es una
m irad a que ignora y que desecha todo lo que no está en el itinerario social
habitual: la pobreza, injusticia, desigualdad. Es la situación social del p o rta
2 A m en u d o los n a tu ra lista s no se lim ita n a d e sc rib ir los seres vivos en su m e d io /sin o que se
co m p ro m eten en su d efensa. S in em b arg o , se tr a ta de u n a su bjetividad q u e se acepta, y a la que
se le da, ad em ás, in cid en cia m ed iática. Los casos de C ousteau y de R odr íguez de LA F u en te so n
b uenos ejem plos al respecto.
investigador obviar la dureza de ciertas realid ad es sociales. El cuestionario
sirve p a ra co n stru ir una distancia que b lo q u ea la im plicación personal y po
lítica del investigador con la realidad estu d iad a. E n la m edida en que la re a
lidad puede ser revolucionaria, la realidad se p asa p o r el filtro positivista de
la encuesta. E n Antropología el proceso es algo d istinto, pero los resultados
son los m ism os.
Los antropólogos h u b ieran podido q u ed arse en casa y hacer etnografía.
P ero la p rax is etn o g ráfica d o m éstica ta m b ié n p o d ía p la n te a r u n p o sib le
com prom iso porque, después de M alinow ski, la ortodoxia antropológica su
p rim e la distinción entre observador y analista. E n A ntropología, la distancia
se construye en térm inos de espacio. Los an tro p ó lo gos viajan lejos de casa y
protegen sus ojos m ediante el relativism o cu ltu ral. E n la m edida en que la
A ntropología afirm a que cada cu ltu ra debe ju zg arse en función de su propio
contexto, el infanticidio fem enino, la extirpación del clítoris, las to rtú ra se la
m arginació n social de la m ujer o la esclavitud in fantil, no son denunciadas.
Puesto que tales prácticas form an p arte de la c u ltu ra estudiada, el relativis
m o antropológico no las problem atiza. Si la d istin ció n en tre encuestador.y
analista sirve a la Sociología p ara evitar el co m p ro m iso social, el relativism o
cultural p erm ite al antropólogo no im plicarse en la realidad.
El in ten to de negación de la subjetiv id ad en ciencias sociales p a sa p o r
co n stru ir u n a distancia respecto a la realid ad social estudiada. Sin em bargo,
la subjetividad es inevitable; incluso n ecesaria. Si com o p ropone W eber la
acción h u m a n a es radicalm ente subjetiva, su co m p rensión sólo puede conse
guirse subjetivam ente. El problem a básico de la m irad a sociológica es que la
situació n social del observador co ndiciona aquello que m ira y aquello que
ve. Sin em bargo, en la m edida en que el o b serv ad o r reconoce y hace explíci
ta cuál es su posición social, la subjetividad queda, si no controlada, sí al
m enos m atizada. Es u n a cuestión de h o n e stid a d profesional. P or o tro lado,
co n tra quienes defienden que el científico social n u n ca debe hacer observa
ción p articip an te de u n grupo social en el que esté d irectam ente im plicado,
aq u í se defiende lo contrario. U n em igrante, u n a q u em ad a, u n policía, un
m édico, o u n evuzok, puede p ro d u cir etn o g rafía excelente sobre su pro p io
grupo social. La distancia, en estos casos, p u ed e c o n stru irse de m a n e ra c ríti
ca. El perten ecer a u n grupo social evita los p ro b lem as de trad u cció n cu ltu
ral. Ya no es necesario que quien investiga p ase p o r u n proceso de resociali
zación en un grupo social que desconoce. Q uien investiga conoce los códigos
vigentes en su propio grupo y puede hacerlos explícitos.
A nalizar la observación particip an te im plica, pues, an aliza r lo subjetivo;
supone revisar la distancia social y cu ltu ral resp ecto a aquello que se m ira.
P ero escribir sobre observación p artic ip a n te es tam bién, aunque en m en o r
m edida, escribir sobre la participación. La p artic ip a c ió n es u n problem a teó
rico m enor. La participación es, sobre todo, u n a cu estión técnica y de sen ti
do com ún. La presencia social de u n a p e rso n a en u n grupo social que le es
ajeno, sólo puede solventarse en térm inos del grupo que lo acoge. El grupo
al que se in co rp o ra el investigador siem pre posee algún tipo de nicho cultu
ral al que el extraño puede acogerse. Este nicho cultural puede ser el de p er
sona adoptada, el de huésped o incluso el de enemigo. Pero siem pre existe
algún m odo de in te ra c tu a r con los otros. Así pues, desde un pu n to de vista
teórico: el rol que d esem p eñ a el investigador en un grupo social ajeno al
suyo, debe e sta r previsto cu ltu ralm en te p o r la sociedad receptora. La b ú s
queda de un rol de p articip ació n p a ra el investigador es básica porque condi
ciona la observación.
Las técnicas que aseguran u n a buen a participación, tienen que ver con el
sentido com ún: se tra ta de ser sutil p ara no ser engañado, de conocer las
norm as que regulan la interacción social en el grupo social de acogida, de
respetar la ley de la hospitalidad. El problem a de la participación se resuelve
adecuándose a la realid ad social del grupo estudiado. Sin em bargo, y pese a
to m ar en cuen ta el m odo y los estilos de participación, u n a reflexión crítica
sobre la observación p artic ip a n te debe articularse sobre todo en to m o a las
cuestiones de la d istan cia y de la subjetividad.
La etnografía n o es la observación participante, sino su resultado. Pero
en la m edida en que observación participante y etnografía no pueden en ten
derse la u n a sin la otra, la reflexión crítica que propongo sobre la p rim era
incluye tam bién u n a reflexión sobre la segunda. En ese sentido, hay que se
ñ alar que la observación p articip an te y su resultado (la etnografía) son an te
riores a las ciencias sociales. La reflexión sobre la realidad social y sus p ro
blem as no es ni h a sido p atrim o n io exclusivo de las disciplinas sociales. La
m edicina ha observado, d escrito y propuesto soluciones p a ra el m undo so
cial. Unas p ro p u estas que, m u ch o antes de que exista la estadística, se reali
zan m ediante la etnografía: desde la observación y la descripción. Antes de
que D U R K H E IM co n trib u y era de form a decisiva a fundar la Sociología acadé
mica, y con ocasión de la epidem ia de tifus que asóla la Alta Silesia en 1848,
V lR C H O W define la m edicina com o u n a ciencia social. Los inform es que ela
bora sobre la epidem ia son etnográficos: describe prim ero y asocia después,
las condiciones de vida de la clase trab ajad o ra alem ana a la difusión de la
epidem ia. Pero la m irad a de V lR C H O W no es objetiva, ni pretende serlo tam
poco. Al contrario, su m ira d a es ta n subjetiva que se com prom ete con las
personas observadas h asta el p u n to de te rm in a r com batiendo en las b arric a
das del Berlín de 18483.
La etn o g rafía fue u n a técn ica com ún a m uchas disciplinas. E n el caso
concreto de la E u ro p a del XIX, p ractican etnografía la m edicina, las ciencias
sociales, y los folcloristas (C O M E L L E S 1996h). Pero finalm ente la A ntropolo
4 Un ejem plo evidente del c o m p ro m iso al que p o d ía llevar la p ráctica etn o g ráfica en la E u ro
p a del xix lo o frece E n g e ls (1968) con su d escrip ció n de las condiciones de vida de la clase
o b re ra d e In g laterra.
las culturas ajenas. Sin em bargo, diversos factores han puesto en cuestión la
versión de observación participante definida por MALINOWSKI.
La aparición en 1967 de los diarios privados del autor de. Los argonautas.
destruye el m ito del antropólogo relativista que valora y aprecia a los n ati
vos. L a publicación de los diarios de M a l i n o w s k i tan sólo es una anécdota.
Lo que realm ente cam bia la práctica antropológica de los países centrales en
la producción del conocim iento antropológico son los procesos de descoloni
zación. La descolonización pone de relieve los procesos de subaltem idad ins
critos en las relaciones centro-periferia y muestra tam bién las relaciones de
poder presentes en la p ráctica etnográfica. Los procesos de descolonización
primero, y la aldea global después, provocan una crisis en la práctica an tro
pológica de los países centrales. Ya no es posible ir allí, porque todos esta-,
ritos aquí.
El conjunto de las reflexiones de la Antropología de los países centrales
en la producción del conocim iento antropológico sobre su práctica etnográ
fica, sedim entan en to m o a cuatro cuestiones fundamentales: prim ero, el p ro
blem a de la: A ntropología com o traducción cultural; segundo; la cuestión de
la cultura com o in terpretación; tercero, el problema del.pacto de realidad; y
cuarto, la constatación de la sim ilitud entre etnografía y literatura, y la posi
bilidad de analizar las m onografías como textos. Estas reflexiones de la Antro
pología sobre su p ropia práctica, son también recogidas por las antropologías
de los países periféricos, pero en menor medida porque tales antropologías des
de siem pre investigaron estando aquí. Desarrollar la práctica etnográfica en
el propio m edio cultural p erm ite m inim izar (aunque no obviar) los proble
mas de in terp retació n y de traducción cultural.
La distancia social
1 La S ociología p u ed e d efin irse (tam b ié n práctica, pero no epistem ológicam ente) n egando lo
an terio r: e n c u e sta d o r y an a lista so n d istin to s, se ab o rd a p rincipalm ente la p ro p ia sociedad, y
existe u n ab o rd aje im p erso n al de la re alid ad estudiada.
1 La aplicación d e la o b servación p a rtic ip a n te a los estudios urbanos qu e desarro lla la socio
logía em p írica de la E scu ela de C hicago en los años veinte y treinta, responde a un m odelo de
p ráctica definido p rev iam en te p o r R ad c liffe -B row n y M alinow sk i , y que este últim o exporta y
explica e n E stad o s U nidos g racias a su p re se n c ia en la U niversidad de Chicago fin an ciad a p o r la
F u n d ació n Rockefeller.
J Je sú s M . de M ig u el a firm a q u e occidente es un térm ino etnocéntrico q u e ad em ás no indica
nada. Aquí se usa p a ra e n g lo b a r las c u ltu ra s h erederas del judeo -cristian ism o y de las revolucio
nes fran cesa e in d u strial.
to e sc rito 4. Del interés m ás o m enos anecdótico p o r lo exótico que atraviesa
los Viajes de M arco Polo, se pasa al interés claram ente político tras la coloni
zación de América. Sólo conociendo la naturaleza de los habitantes de ultra
m a r podía definirse su relación con la Corona. P ara conocer su naturaleza re
su lta im p rescin d ib le observarlos, describ irlo s. La colonización del Nuevo
M undo es el pun to sobre el que pivota el tránsito señalado. Los inform es y des
cripciones m exicanos elaborados p o r SAHAGÚN en la Historia General de las
Cosas de la Nueva España, las observaciones de PlGAFETTA sobre Cebú (inclui
das en su crónica sobre el viaje de MAGALLANES), son ejemplos im portantes.
De la anécdota a la construcción del E stado, y de la política a la ciencia.
E n el siglo xix, en el período ev o lu cio n ista5, las ciencias sociales pasan a in
teresarse plenam ente p o r los otros, recogiendo p arte del discurso de la Ilus
tración que p reten d ía e n co n trar en el salvaje aquella hum an id ad prim igenia
sobre la que tanto teorizó. Es en este m om ento cu ando a los escritos de via
jeros y exploradores se su m an los inform es de funcionarios, y los de los reco
lectores de los m useos. Se em piezan a p u b licar guías p ara la recolección de
los datos, y las sociedades antropológicas y folcloristas intercam bian infor
m es con aficionados o perso n as en el terreno, de m an era ya sistem ática y
fo rm alizad a6. Sin em bargo, los antropólogos están en casa, en el gabinete, en
el salón. Con la excepción de M o r g a n y sus estancias periódicas para estu
d iar la cultura seneca, la presencia del científico social ju n to a la realidad es
tu d iad a era del todo im pensable: en el terreno estaban los aficionados, los
recolectores de datos, p ero no quienes d isp o n ía n del in stru m en tal teórico
para organizarlos y a n a liz a rlo s7. La distinción entre encuestador y analista
es u n a característica fundam en tal de la A ntropología Social del período evo
‘ B o a s afirm a la esp ecificidad de todas y cad a u n a de las realidades cu ltu rales, y realiza u n a
llam ada al m étodo in d u ctiv o en A ntropología. C o n sid era que la ta re a de la A ntropología es estu
d iar cu ltu ras p articu lares, y q u e tra s la p acien te acu m u lació n de datos, la gran teoría llegaría
p o r si sola. E n la m ed id a en que, según B o a s , las c o stu m b res d eb en e stu d ia rse con detalle y
com o p arte del to tal cu ltu ral, la p resen c ia y la p a rtic ip a c ió n del in vestigador en el m ed io se hace
im prescindible.
prim itivo, y p a ra investigar es preciso sum ergirse en él. La m an era exacta en
que esto debe hacerse es planteada, p o r p rim e ra vez de m an e ra sistem ática,
p o r B ronislaw M ALINOW SKI en Los Argonautas del Pacífico Occidental (origi
nalm ente publicada en 1922).
A lo largo del m odelo antropológico clásico se gesta la im agen social de la
Antropología y del antropólogo tal y com o hoy es p ercibida. MALINOWSKI de
fine la observación participante, de la cual se va a h acer no sólo u n rito de
paso profesional, sino prácticam ente u n estilo de vida h a sta m ucho tiem po
después de la publicación de Los Argonautas: «hay profesiones cuyas condi
ciones de vida h a n sido hechas p ara d ar testim o n io [...] Claude Levi-Strauss
h a inventado la profesión de antropólogo com o o cu pación total, u n a profe
sión que im plica u n com prom iso espiritual, sim ila r al del artista creador, el
aventurero o el psicoanalista» (SONTAG 1983: 8 6 )9. O tra característica del p e
ríodo clásico es el consenso respecto al objeto de estudio de la Antropología:
el m undo prim itivo (si bien al objeto trad icio n al se añ ad e de m an era p rogre
siva el análisis de las realidades folk; de los gru p o s étnicos y del cam pesina
do). Los trabajos de R obert REDFIELD sobre las sociedades folk «a las que de-
fíne esencialm ente p o r su oposición a las cu ltu ras u rbanas» (MERCIER 1963:
520), m arcan el inicio de u n proceso de redefinición del objeto de estudio de
la A ntropología todavía inconcluso. T am bién en este período se inicia el es
tudio antropológico de las sociedades com plejas: «los trabajos de los Lynd,
W arner, los G ardner, K lukhohn, el grupo b ritán ico de O bservación de Masas,
Redfíeld, constituyen la avanzada de u n p ro ceso caracterizad o p o r su dis
co ntinuidad , p ero que se constituyó en este lapso» (MENÉNDEZ 1991: 25).
Pese a que ya en este período la A ntropología d esarro lla u n pro g ram a inves
tigador am plio en las sociedades com plejas, el rep lan team ien to del objeto de
estudio de la disciplina no alcanza su p len a in ten sid ad h a sta el proceso de
descolonización.
La etnografía del período clásico se caracteriza, p o r ser aplicada casi ex
clusivam ente p o r profesionales de la A ntropología a realidades sociales de
pequeña escala (como pueblos prim itivos y co m u n id ad es rurales), a las que
se define com o universos relativam ente aislados y en los que se tiene poco en
cu enta el cam bio so c ia l10, com o consecuencia del p red o m inio de la teoría es-
tru ctu ral-fu n cio n alista en esa etapa. Es u n a e ta p a en la que el trabajo de
19 M a u n o w s k i s e ñ a la q u e la m e ta fin a l d e l e tn ó g ra fo e s c a p t u r a r el p u n to d e v is ta d e lo s n a
tiv o s y d e s c u b r ir c u á l es s u v is ió n d e su m u n d o . B o a s , p o r s u p a r te , a f ir m a q u e p a r a lle g a r a
c o m p r e n d e r lo s p e n s a m ie n to s d e u n p u e b lo , to d o s lo s a n á lis is d e b e n e s ta r b a s a d o s e n s u s c o n
c e p to s y n o e n lo s n u e s tro s ; lle g a n d o a r e c o m e n d a r la tr a n s c r ip c ió n lite ra l d e los te x to s p r o p o r
c io n a d o s p o r lo s n a tiv o s, p a r a p re s e r v a r la e x p re s ió n n a tiv a d e la in f o r m a c ió n y s u p u n to d e
v ista .
La n o c ió n d e p r o c e so se recu p er a ta n to en r e la c ió n a lo s g r u p o s s o c ia le s
c o m o resp ecto a la id e n tid a d so c ia l de las p e r so n a s que lo s co n fo r m a n . Es
tam b ién un m o m e n to en el q u e la h eren cia de la Sociología comprensiva d e
finida p or W eber , deja d e o c u p a r una p o sic ió n su b altern a en la teo ría so cia l.
Si bajo el m odelo clásico Sociología y Antropología se definen y oponen a
p artir de los objetos de estudio, en el m odelo plural se produce u n proceso
de acercam iento de am bas. P or u n lado, la desaparición del m undo p rim iti
vo im pulsa a la disciplina antropológica a ocuparse de las sociedades m ás
complejas. Por otro, en Sociología se produce una creciente preocupación por
com prender los procesos sociales desde el punto de vista del actor. La recu
peración del interaccionism o sim bólico y su desarrollo en térm inos de inte-
raccionism o estratégico que efectúa GOFFM A N, son ejemplo de ello. El peso
de las investigaciones teóricas y em píricas del interaccionism o de GOFFM AN
y de la etnom etodología de G A R FIN K EL, convierten la etnografía en sociología
de la vida cotidiana, y hacen de la observación participante instrum ento fun
dam ental con el que ab o rd a r la realidad m icrosocial tam bién en las socieda
des m ás com plejas (W O L F 1989).
Antropología y Sociología proceden de m undos distintos. Inicialm ente la
Sociología es heredera de la filosofía de la historia, del pensam iento político
y de la descripción de los hechos sociales. La Antropología tiene u n a filia
ción directa con la antropología física y la biología. Estas herencias distintas
se diluyen en torno al evolucionism o. Luego, am bas disciplinas se separan
como consecuencia de d istintos objetos de estudio, si bien en el m odelo clá
sico propuestas teóricas sim ilares son hegem ónicas en una y otra disciplina.
En el m odelo plural las ciencias sociales se acercan nuevam ente com o con
secuencia de co m p artir el m ism o objeto de estudio: la sociedad, que en este
caso está m ediatizado p o r el fenóm eno de la aldea global. E n el período plu
ral, la historia de la observación participante debe considerarse ya desde la
perspectiva global de la historia de la ciencia social.
En el período p lural tan to la Sociología com o la Antropología van a abor
dar la realidad en sociedades com plejas, algo en lo que la Antropología ten
dría poca o nula experiencia. Si bien la Antropología del período clásico ya
había am pliado su objeto de estudio desde que RED FIELD señalara las socie
dades folie com o legítim a área de investigación, el m undo prim itivo siguió
siendo su ám bito de análisis principal. En el modelo plural, la Antropología,
tras asum ir la p ro p u esta de L e e d s (1975) de que la sociedad u rb an a engloba
a la rural, plantea u n a A ntropología a la que Ulf H ANNERZ (1986) califica de
urbana p ara resaltar la interdependencia, la interconexión y com plejidad del
nuevo ám bito de investigación: las sociedades m ás complejas. Es desde esta
revisión de las relaciones interdisciplinares desde donde se puede re-escribir
la historia de la observación participante p ara hacer m ás visibles las diversas
conexiones, que, respecto a su em pleo com o instrum ento de investigación
social, existen entre Sociología y Antropología.
Si las investigaciones de la E scuela de Chicago de los años veinte y trein
ta no se etiquetan de "antropológicas", es p o r cuestiones de orden adm inis
trativo y no p o r diferencias significativas respecto al m étodo y la teoría an
tropológica. La obra fundacional de la E scuela de Chicago es The Polish Pea-
sant in Eitrope and America ( T h o m a s y Z n a n i e c k i 1958) en la que se adopta
u n enfoque m icro y se em plean fuentes decididam ente antropológicas como
cartas fam iliares, m ateriales autobiográficos, fotografías, etc. El fundador de
la ecología u rb an a, R obert E. P a r k , insiste en «la im portancia de los proble
m as hum an o s y en la necesidad de salir al exterior a recoger datos m ediante
la observación personal» (Ritzer 1993: 54). Algo sem ejante sucede en rela
ción a los trabajos de E lton M a y o y su escuela de relaciones hum anas en la
em presa, quienes tam bién p la n te a n u n enfoque antropológico.
Las investigaciones sociológicas contemporáneas del m odelo antropológi
co clásico reproducen, para los habitantes urbanos o para los trabajadores
industriales, el modelo empático y (sobre todo) paternalista con que la An
tropología del período aborda el estudio del mundo primitivo. Las tradicio
nes inauguradas por la Escuela de Chicago y por Mayo constituyen referen
cia obligada para dos importantes líneas de investigación en torno a las que
se estructura parte de la Antropología del período plural: por un lado, el aná
lisis de los procesos de urbanización y sus consecuencias; y por otro, la etno
grafía de las instituciones y de los grupos sociales urbanos. En el primer
caso hay que destacar los estu d ios sobre los procesos de urbanización
en África, iniciados cuando se constata que «esta moderna transformación de
África [...] es un proceso análogo a los cambios que acaecieron durante el de
sarrollo urbano de la Europa del siglo XIX» (LlTTLE 1970: 14). El estudio de
los procesos de urbanización va a organizarse sobre todo en tom o a los pro
cesos migratorios, los de proletarización del campesinado y en relación a la
transformación de lo primitivo en Tercer Mundo, todo ello desde una pers
pectiva crítica (desarrollada especialm ente por la antropología económica de
orientación marxista) que tiene en cuenta las relaciones centro-periferia. En
el segundo caso (la etnografía de instituciones y grupos sociales urbanos)
hay que destacar especialmente los trabajos pioneros de los esposos LYND
(1937) que, procediendo del área-de la Sociología, «recurrieron con profu
sión a los métodos de la etnografía tradicional: residencia prolongada en la
comunidad estudiada, observación participante, junto con técnicas de entre
vista intensiva» ( C o n t r e r a s 1983: 128). También son importantes los estu
dios de Oscar LEWIS (1983) sobre la pobreza, los de MONOD (1971) sobre las
bandas juveniles de París y los de WHITE (1971) sobre un gran barrio de Cor-
nerville. Por su parte, la etnografía de las instituciones urbanas se desarrolla
inicialm ente analizando hospitales psiquiátricos a los que se define como
una "comunidad" pequeña y a los que se aplica el enfoque holístico proce
dente del mundo primitivo. Los trabajos de C aU D IL L (1966) y de GOFFMAN
(1981a) son buenos ejemplos de ello.
Pese a los problemas teóricos que afronta la llamada antropología urbana
(fruto sobre todo de la extrapolación acrítica del concepto de comunidad a
las sociedades complejas), los estudios desarrollados en contextos urbanos
constituyen üno de los ámbitos m as evidentes de la histórica conexión-entre
Sociología y Antropología respecto al uso de la observación participante. En
cualquier caso, y aunque abra el proceso, lo que pone en cuestión la etnogra
fía clásica, no es la discusión emic/etic, ni tampoco el abordaje antropológi
co de las sociedades más complejas. Lo que pone en cuestión la etnografía
clásica es un contexto nuevo (social, político e intelectual) que pasa a revisar
las relaciones entre observador y observados, tanto.en ciencias sociales como
en ciencias naturales (SOUSA S antos 1988).
Desde los años setenta, p a rte de la disciplina antropológica se fija com o
m eta «cam biar rad icalm en te n u estro p u n to de vista, n u estra interp retació n
de los fenóm enos sociales [...], y sobre todo el com prom iso de privilegiar la
voz de los que son estudiados p o r encim a de la voz del au to r que escribe el
estudio» (Kaprow 1994: 83). Al m onólogo del etnógrafo en el cam po le su sti
tuye un diálogo, u n a p lu ralid ad de voces, en donde la del observador no es,
necesariam ente, la m ás creíble. La to m a en consideración de la subjetividad
del etnógrafo en el terren o perm ite a firm a r «el c a rác ter b ásicam ente in te r
pretativo del pro p io nivel de observación» (CARDlN 1990: 19). Algo que, p o r
otra parte, ya h ab ía p lan tead o (aunque no resuelto) la etnografía del período
clásico, al señ alar que el b u e n etnógrafo debe p oseer «la pen etració n im agi
nativa del artista, que hace falta p a ra in te rp re ta r lo observado, y la habilidad
literaria, necesaria p a ra tra d u c ir u n a cu ltu ra extranjera al lenguaje de la pro
pia cultura» (E vans-Pr ITCHARD 1.967: 100). Las condiciones subjetivas de in
terp retació n y la re tó ric a textual de la etno g rafía constituyen el centro de
interés de la A ntropología in terpretativa. Un m ovim iento que, m ás que p ro
ducir nuevos textos etnográficos, revisa y. critica las m onografías existentes
(en especial las de los clásicos), p a ra cu estio n ar la posibilidad de a c c e d e rá la
verdad del otro desde la p ro p ia subjetividad.
Los problem as de la etnografía son, en su sentido m ás am plio, los de la tra
ducción. E n últim o térm ino, todas las observaciones deben ser traducidas al
código descriptivo del etnógrafo; p o r esa razón, la revisión que.desarrolla la An
tropología interpretativa de las m onografías etnográficas, tiene en cuenta la
teoría lingüística y en p articu lar la teoría de la traducción. La Antropología
posm odem a revela la crisis del positivism o y m uestra el triunfo parcial de las
posiciones fenom enológicas cuando afirm a que «los hechos se hacen (la pala
bra deriva del latín fa ctu m ) y los hechos que nosotros interpretam os están he
chos y rehechos. P or lo tanto no pueden recogerse com o si de rocas se tratase,
poniéndolos en cartones y enviándolos a nuestro país de origen para analizar
los en el laboratorio» (RABINOW 1989: 141). P a ra la A ntropología interpretativa
la etnografía es interpretación. Es u n a interpretación que surge del intento de
captar la realidad desde el punto de vista de otras personas, y p a ra lo que hay
que in terp retar el pun to de vista de esas personas. Sin em bargo, la etnografía
clásica m antiene «una ficción según la cual todas las representaciones sinteti
zadas en sus interpretaciones son descripciones genuinas y verdaderas am a
blem ente proporcionadas p o r los inform antes» (S P E R B E R 1982: 120); cuando,
en realidad, las representaciones intuitivas de los etnógrafos (articuladas en
tom o a la apariencia y la actitud de los actores, y en to m o al contexto en que
se desarrolla la actuación), juegan u n papel fundam ental.
El trabajo de cam po versa sobre el sentido y el valor de lo que es la reali
dad p a ra los grupos sociales sobre los que investiga, y tiene p o r ello u n ca
rác te r básicam ente herm enéutico. E n ese sentido, el diseño teórico que p ro
pone la Antropología interpretativa ni es predictivo n i b u sca fo rm u la r leyes
generales. R ecogiendo la heren cia del p a rtic u la rism o b o asia n o , se lim ita a
exponer lo específico de cada cultura, y con firm a o desestim a el conocim ien
to producido en la posibilidad de conversar con el otro. La A ntropología in
terp retativ a tra ta la cu ltu ra com o u n texto. P ero al h acerlo, p u ede olvidar
que «la cultu ra no está constituida únicam en te p o r sím bolos sociales, sino
que tam bién es u n instrum ento de intervención sob re el m u n d o y u n disposi
tivo de poder» (N IV Ó N y RO SA S 1991: 48). La A ntropología in terpretativa reci
be las m ism as críticas que se vierten sobre la m ay o ría de las perspectivas de
orientación fenom enológica: obvian las e stru c tu ra s de poder. Al se p a ra r el.
texto (la cultura) del contexto (la e stru c tu ra social), p u ede averiguarse e in
terpretarse el p u n to de vista de los actores, p ero n o las relaciones de p o d er y
dom inación que los engloban.
La e tn o g ra fía clásica b u sca d ista n c ia rse de s u o b jeto de estu d io p a ra
ap reh en d erlo m ejor, y en c u e n tra en los p rim itiv o s los m ateriales idóneos
con que co n stru ir esa distancia. Sin em bargo, y en la m edida en que la An
tropología es u n a disciplina plural, cabe p re g u n ta rse si el m odelo etnográfi
co clásico es aplicado p o r igual en todas partes. L a resp u esta es negativa. Es
preciso distin g u ir entre antropologías hegem ónicas (la francesa, la b ritánica,
la de Estados Unidos) y periféricas (por ejem plo: la de los países de E u ro p a
del S u r o la de Latinoam érica). Pese a que existe u n a A ntropología universal
que puede definirse p o r su objeto, su m étodo o su p a rtic u la r m odo de a b o r
d ar la realidad, lo cierto es que tal A ntropología u n iv ersal está tan m ed iatiza
da p o r la A ntropología hegem ónica, que u n a y o tra llegan a co n fu n d irse 20.
De este m odo la Antropología que se d esarrolla en p aíses no centrales en la
producción del saber antropológico está influida p o r los hegem ónicos, m ien
tras que a la inversa la influencia es m e n o r21.
10 Las an tro p o lo g ía s de los países citados so n cen tro s de d ifu sió n de u n d e te rm in a d o tip o de
sa b e r an tro p o ló g ico (estru ctu ra d o en to rn o al m odelo etn o g ráfico clásico), al que acu d e n p ro fe
sion ales d e o tro s p aíses en b u sca de u n a form ación in ex isten te o in c o m p le ta en su s zo n as de
p ro ced en cia (p a ra el ám b ito español so n ejem plos al resp e c to los casos de C laudio E steva F a-
br eg a t , d e C arm elo L isón y de Lluis M allart ) que p u e d e n r e g re s a r m ás a d e la n te co n ideas,
p ersp ectiv as y p ro b lem áticas m ás acordes con los p aíses en q u e se fo rm a ro n q u e válidos re sp e c
to a d ó n d e van a d esarro llar su q u eh ace r profesional.
!l E s en p arte co n secu en cia del desconocim iento: e n a u se n c ia de trad u c c io n e s al inglés, b u e
n a p arte d e la p ro d u cció n d e las llam adas an tro p o lo g ía s p e rifé ric a s es d esco n o cid a p o r la tra d i
ció n heg em ó n ica.
H asta finales de la d écad a de los setenta el m odelo etnográfico clásico
(definido com o la form a o rtodoxa de h acer trabajo de cam po p o r p arte de la
A ntropología hegem ónica) es com únm ente aceptado por el conjunto de la
disciplina, sin que se tuvieran en cuenta las aportaciones que las an tropolo
gías periféricas y la S ociología venían haciendo desde tiem po atrás, sobre
todo negando (m ás p ráctica que teóricam ente) la obligatoriedad de la d istan
cia cultural. Es u n a situ ació n que cam bia con la constatación teórica y em pí
rica de que el p lan eta se configura com o u n a aldea glo b aln . Desde ese m o
m en to , el m o d elo e tn o g rá fic o clásico e n tra en crisis y se d e te c ta en la
A ntropología u n a m u lticen tralid ad intelectual. Las antropologías periféricas
alcanzan su m ayoría de edad y enfrentan problem as y se afro n tan soluciones
no necesariam ente acordes con los m odelos hegem ónicos previos.
La crisis del m odelo etnográfico clásico que revisa la A ntropología pos-
m o derna debe circu n scrib irse sobre todo al ám bito de las antropologías he-
gem ónicas, las cuales inician u n proceso de reciclaje complejo cam biando el
objeto de estudio de los otros, p o r un nosotros que aún es abordado con cier
to tem or. Algo que no sucede en antropologías periféricas (com o la española,
la italiana o la m exicana), en las que bien la ausencia de fondos p a ra la in
vestigación exterior (el caso español), bien la influencia de tradiciones teóri
cas m arxistas (el caso italian o ) 2i, o la presencia de enorm es m asas indígenas
(el caso de M éxico)J4, in d u cen a los profesionales de la Antropología a estu
diar su p ro p ia sociedad desde tiem po a tr á s 2S, y a to m ar en consideración las
aportaciones de la Sociología (en especial, las de la Escuela de Chicago).
N egar la d istancia cu ltu ral respecto al objeto de estudio (tal y com o suce
n La ald ea global su p o n e u n a m u lticen tra lid ad tanto económ ica com o política. La A ntropo
logía va a c o n stitu irse d e u n m odo p arecido, h asta el p u n to de que algunos antro p ó lo g o s p la n
tean reco n stru ir la h isto ria de la disc ip lin a en función de las tradiciones nacionales: «afirm ar que
las d iferen tes h isto rias n acio n ales h an d ad o lu g ar a diferentes antropologías no constituye o b je
to de co n tro v ersia. Con ex cepción de algunos obstinados, las pretensiones de h a c e r u n a A ntro
p ología cu ltu ral un iv ersal a im itació n del m odelo de la ciencia n atu ral h a n q u ed ad o obsoletas
p a ra la m ayoría» (G r e en w o o d 1992: 5). Pese a que es erró n eo negar la existencia de u n a d isc i
plin a an tro p o ló g ic a u n iversal, esa reco n stru cció n sí debe hacerse, pero to m an d o m uy en c u e n ta
la ten sió n ex isten te e n tre a n tro p o lo g ía s hegem ónicas y periféricas, y la co n secu en te id en tifica
ción d e aq u éllas con la A ntropología en tera.
!1 P a n e del d esarro llo de la A ntropología italian a puede seguirse en C omas (1978) don d e se
revisa la p ro d u cció n an tro p o ló g ic a italian a efectuada p o r el In stitu to Italian o de A ntropología,
desde su fu n d ació n en 1893 h a s ta finales de los años sesenta. E n cuanto al papel del m arxism o
(vía D e M artino ) en la A n tro pología italian a véase C lem en t e y otros (1985).
11 S o b re el d esarro llo de la A ntropología en México puede verse Garc Ia M ora et al. (1987).
!i T o m an d o en c u e n ta estas co n sid erac io n e s H onorio M. V elasco distingue en tre a n tro p o lo
gías ex cén tricas y c o n cén tricas (V elasco 1992). Las antropologías excéntricas (que se d a n tan to
en los países cen trales en la p ro d u c c ió n del sa b e r antropológico, com o en los periféricos), son
caracterizad as p o r V elasco del sig u ien te m odo: están ligadas a los im perios coloniales, m a n tie
nen la d istan c ia c u ltu ral e n tre in v estig ad o r y g ru p o estudiado, y son om nicom prensivas. A] c o n
trario , las an tro p o lo g ía s co n c é n tric a s (que se d an principal, pero no solam ente, en los países p e
riféricos e n la p ro d u cció n del s a b e r antropológico), se p reo cu p an de la "cu ltu ra p opular", están
ligadas al n acio n alism o , y tien en intereses m ás focalizados (V elasco 1992: 120-123).
de en las antropologías periféricas que n o m im etizan los m odelos hegemóni-
cos) im plica diversos problem as, pero tam b ién p erm ite obviar otros. Negar
la distancia cultural pone en cuestión el rito de paso profesional, y difum ina
las fro n teras interd iscip lin ares y profesionales, en p a rtic u la r respecto a la
Sociología y los sociólogos. E n segundo lugar, la ausencia de distancia, viene
a negar el yo testifical construido en to rn o al síndrom e de haber estado a llíu .
La au to rid ad del etnógrafo queda cu estio n ad a p o rq u e la investigación sobre
el p ropio contexto social y cultural p u ed e realizarla cualquiera: incluso el
llam ado periodism o de in v estigación27. R esulta evidente que la necesidad de
la distancia respecto al objeto de estudio que tan to defiende el m odelo etno
gráfico clásico, tiene que ver m ás con la profesionalización y la academ iza-
ción de la A ntropología que con cuestiones epistem ológicas relevantes. Sin
em bargo, son m uchos los problem as que p ueden obviarse estando aquí; en
especial que no existen problem as de trad u cció n cultural. Inform ante, inves
tigador y lector com parten un m ínim o de intersubjetividad que hace innece
saria la tarea de traducción cultural. Estando aquí, la interpretación de la rea
lidad social que surge de la observación p artic ip a n te se construye a p artir
de ciertos códigos com partidos, au n cuando los sesgos personales persistan
en quien inform a, en quien investiga y quien lee. Con todo, incluso estando
aquí (y com o consecuencia de la aerifica transp o sició n del m odelo etnográfi
co clásico a las sociedades com plejas), se in ten ta c o n stru ir la distancia de
m an era artificial: prim itivizando las co m unidades rurales o buscando gru
pos m arginales en n u estra sociedad (GA RC ÍA MUÑOZ 1990: 1). La aldea global
im pide incluso esta construcción artificial de la distancia. Es casi imposible
estar allí. A finales del siglo XX la realidad em pírica de la aldea global obliga
a h a b lar de culturas locales, en tendiendo p o r tales el resultado de la interac
ción de las culturas autóctonas con la cu ltu ra m undial. En la aldea global ya
sólo existe u n a cu ltu ra (en trance de ser hegem ónica) que interactuando con
configuraciones culturales geográficam ente delim itadas, genera intersubjeti-
vidades con características específicas. Los rasgos que definen esta cultura
m undial se articu lan a p a rtir de los valores derivados de la Revolución fran
cesa y del capitalism o, y se tra ta de u n a cu ltu ra casi hegem ónica porque con
sigue legitim arse m ás y m ejor que el resto de las intersubjetividades locales 28.
un d iscu rso religioso, sin o de u n a tekné política b a sad a en el discurso de las ciencias y el d e re
cho positivo» (C om ell.es y P r a t 1992: 36), y tien e co nsecuencias a nivel m u n d ial. Si la c u ltu ra
eu ro -o ccid en tal está en tran ce de se r h egem ónica, es p o rq u e las bases de su leg itim id ad se a d e
cú a n m ás y m ejo r al pro ceso de racio n alizació n de la sociedad.
25 Sin em b arg o , investigar a q u í no im plica n eg ar la real p lu ralid a d de códigos cu ltu rales y de
estilos de vid a que ex isten e n n u e s tra p ro p ia sociedad.
30 H ab lar de interaccionism o sim bólico (a veces ta m b ié n llam ado interaccionism o estratégico)
es sobre todo h a b la r de la lib erta d del individuo, de la cap acid ad que tienen las p erso n as p a ra
in te rp re ta r y negociar, y so b re todo de la cap ac id a d p a ra o ptar. C iertas teo rías sociales (com o
c u ltu ra y p erso n alid ad o com o el estru ctu ral-fu n cio n alism o ) consideran que la p erso n a es un
sujeto h ip erso cializad o con pocos m árgenes de opción. L a c u ltu ra sería u n cam in o q u e in d ic a
c laram en te el curso de la actu a c ió n de las perso n as. L a teo ría interaccionista, al c o n tra rio , d e
E l interaccionism o es u n a teoría cuya tra d ic ió n en ciencias sociales se re
m o n ta a la E scuela de Chicago y a la obra de G eorges H eb ert M e a d , pero
que tam bién está influenciada p o r los trabajos de G eorge S im m e l . El prim e
ro en e m p le a r el térm ino interaccionism o sim b ó lico fue H e rb e rt BLUMER
(1982) en 1937, p a ra resu m ir las intenciones teó ricas de MEAD. E l in teraccio
nism o sim bólico culm ina su desarrollo con la o b ra de Erving GOFFMAN en
los años sesenta. Son relevantes, p a ra la teo ría de la observación p a rtic ip a n
te, las aportaciones precursoras de SlMMEL, el in teraccio n ism o sim bólico de
M e a d , y la perspectiva m etodológica de B l u m e r . P ero sobre todo son im p o r
tantes las aportaciones teóricas del interaccionism o estratégico de GOFFMAN,
las de los teóricos de la com unicación, y la llam ad a E scuela de Palo Alto, en
California.
Según GOFFMAN, en las estrategias p a ra la in te ra c c ió n con los otros, exis
te siem pre u n objetivo idéntico: hay u n a luch a p o r la inform ación en la que
los seres h u m an o s pretenden averiguar todo lo p o sib le de los dem ás, p ro c u
ran d o que los otros sepan sólo aquello que se les quiere contar. E ste duelo
p o r la inform ación se organiza de m an era co nsciente e im plica estrategias
com unicativas tan to verbales com o no verbales. E l in terés p o r las estrategias
de com unicación asocia a GOFFMAN a lo que se h a venido en llam ar el invisi
ble college. In clu y e an tro p ó lo g o s com o BATESON, M a rg a re t MEAD, o R ay
BlRDWHlSTEL31, que desarrollan u n a nueva teo ría de la c o m u n ic ac ió n 32.
El invisible college no es u n a universidad. Se tra ta m ás bien de u n conjun
to de científicos de diversas disciplinas que c o m p a rte n el m ism o interés p o r
la com unicación. Son u n colectivo crítico con el m o d elo de com unicación
p ro ced en te de la ingeniería (el m odelo telegráfico: em iso r/canal/receptor),
que defienden la existencia de u n m odelo p ro p io de co m unicación p a ra las
Ciencias Sociales. El m odelo alternativo se o rg an iza en to m o a la m etáfo ra
de la orquesta: la com unicación es posible p o rq u e tod os lo m iem bros de la
sociedad conocen y saben in te rp re ta r u n a m ism a p a rtitu ra m usical. C uando
hay interacción entre personas de distintas cu ltu ras la com unicación es difí
cil porque su en an dos p artitu ras y se p ro d u cen d isonancias. Es en ese con
texto donde surgen los problem as de in te rp re ta ció n que tan acertad am en te
describe la Antropología posm odem a: al no c o m p a rtir la m ism a p a rtitu ra , la
m elodía (o el diálogo, si se prefiere) es d isonante co n frecuencia.
GOFFMAN desarrolla u n a etnografía de la vida co tid iana. H ace algo p a re
cido a lo p ro p u e sto p o r MALINOWSKI resp ecto a los p ueblos prim itivos: la
fiende la cap ac id a d del individuo p a ra escoger, o al m enos, p a r a in te n ta rlo . E n la teo ría in terac-
cio n ista el co n cep to de gestión es clave. La p erso n a gestiona s u vida.
31 Los m an u ales de A ntropología pocas veces citan a G o ffm a n c o m o an tropólogo. P ese a que
se fo rm ó co n Lloyd W arner (quien le influenció co n su te o ría de las m áscara s), G offm an suele
se r ad scrito a la Sociología. S in em bargo, la p rá c tic a de G o ffm a n es p le n a m e n te an tro p o ló g ic a
y a q u e p lan tea u n enfoque m icro, coinciden en él el an a lista y el e n c u e sta d o r, y em plea la o b ser
vació n p a rtic ip a n te en sus análisis.
32 Al resp ec to véase W inkin (1982) y R em esar et al. (1982).
etnografía de los imponderables de la vida social. El enfoque interaccionista
de COFFM AN es un enfoque teatral: en sus trabajos aparecen continuam ente
expresiones com o escenario, actores, bastidores, público, etc. D entro de esa
perspectiva teatral G O FFM A N afirm a que las personas siem pre están actu an
do, que las personas son actores, y que las relaciones sociales están p re p a ra
das: la im provisación es posible, pero no es lo u s u a l33. Según G OFFM A N todas
las personas planifican sus actuaciones en la vida social, diseñan y ejecutan
una estrategia p ara la in teracció n con los otros.
Probablem ente la o b ra de G OFFM A N que ejemplifica m ejor esta perspec
tiva teatral, es la Presentación de la persona en la vida cotidiana 34. E n ella,
G O FFM A N se p re o c u p a p o r las expresiones no verbales (intencionales o no)
a las que se otorga m ás credibilidad que a las palabras p a ra com probar la
autenticidad del co m p o rtam ien to verbal. E n las relaciones cara a cara se co
teja siem pre la co m unicación verbal con la no verbal, para co m probar la ve
racidad de lo que se dice oralm ente. Según GOFFM AN, en las relaciones cara a
cara, cada persona tra ta de o b ten er inform ación de los dem ás, y pretende
contro lar la que ofrece a los otros.
El enfoque de G O FFM A N es d ram atúrgico, o teatral, porque presupone que
los participantes en las relaciones sociales, están siem pre actuando: es decir,
m idiendo el sentido de lo que dicen y hacen, p ara proyectar la im agen social
de sí m ism os que creen m ás adecu ad a p a ra ese m om ento social concreto.
D entro de esa perspectiva teatral, G o ffm a n cree que en to d a situación social
existen elem entos diversos. Existe frente (aquello que se quiere com unicar, a
lo que nos atenem os explícitam ente); hay u n marco o estructura de las re p re
sentaciones; hay u n a escena donde el equipo (de actores) colabora en u n a ru
tina; y hay u n a trastienda d onde los actores se quitan la m áscara. T am bién
hay un auditorio, p a ra q u ien se efectúa la rep resen tació n 3S.
El esquem a teatral puede aplicarse a todas las relaciones sociales y, espe
cialm ente, a la relación social que usualm ente se denom ina observación p a r
ticipante: a la relación que establecen observador y observados. La teoría de
31 Es im p o rtan te te n e r en c u e n ta q u e al interaccio n ism o de G offman se le d en o m in a estraté
gico. Estratégico es u n té rm in o que tiene co nnotaciones m ilitares y es un concepto p o ste rio r
m en te d esarro llad o en la te o ría de ju eg o s. Pero lo im p o rtan te es que el té rm in o estrategia o es
tratégico im plica q u e existe un m arg en de m an io b ra y que existe una p lan ific ació n con scien te de
la acció n social.
33 O tras o b ras d e G offm an relev an tes p a ra la teo ría de la observación p a rtic ip a n te so n Inter
nados (1981«), E stigm a (1970), y Relaciones en público (1979).
3> P o r ejem plo, en u n re s ta u ra n te , el "m arco" es el co njunto del local: la cocina, la b a rra , los
servicios, el co m ed o r, etc. El "frente" es el cam arero vestido de blanco y lim pio, los vasos bien
brillan tes, los m an teles im p o lu to s, es decir: todo aquello que sirve p a ra in d ic a r q u e se tra ta de
un re sta u ra n te lim p io y cu id ad o so . L a "escena" es todo aquello que el «auditorio» (es decir, los
clientes p ara los q u e se o rg a n iz a la "representación") puede ver y oír. M ien tras que la "trastien
da" es la cocina, el lu g ar d ó n d e los acto res se p re p a ra n p a ra la rep re sen tació n y don d e p u ed en
sa carse la m áscara: el m ism o c a m a re ro que sirve el p an con u n as pinzas, en la co cin a lo coge
con la m ano. E n la tra stie n d a , las n o rm a s de in teracció n que rigen e n el escenario q u e d a n en
su sp en so y se cu m p len o tro tip o de reglas.
FIACCO • Svolse?
’ W hy te (1 9 7 1 ) lo g ra el a c c e so a l g ru p o e s tu d ia d o m e d ia n te in f o r m a n te s c la v e c o n c ie r ta
a u to r id a d e n el m e d io . G offman (1 9 8 1 a ) in f o r m a d e s u s a c tiv id a d e s a la d ire c c ió n d e l h o s p ita l.
C a u d i ll (1 9 6 6 ) s e c o m p o rta c o m o p a c ie n te e n su p r im e r e s tu d io , y c o m o in v e s tig a d o r e n e l s e
gundo.
10 B u lm e r (1 9 8 2 ) c o n s id e ra e s ta e s tr a te g ia c o m o in a c e p ta b le d e s d e u n p u n to d e v is ta é tic o ,
s e a n c u a le s s e a n la s c irc u n s ta n c ia s q u e e n v u e lv e n la r e a lid a d o b s e r v a d a .
11 «Debe ten erse en cu en ta que los indígenas, al verm e c o n sta n te m e n te todos los días, d e ja
ro n d e interesarse, alarm arse, o au to co n tro larse p o r m i p resen c ia , a la vez que yo dejé de se r un
elem en to d istu rb a d o r d e la vida tribal que m e p ro p o n ía e stu d ia r, la cual se h ab ía a lte ra d o con
m i p rim e ra aproxim ación» (Malinowski 1975a: 25)
quien observa. Es en estos m om entos cuando se hace necesaria u n a buena
gestión de la tensión que origina la disrupción flagrante de la interacción so
cial esperada. En esos casos es recom endable m inim izar ante los observados
la im portancia de lo sucedido, y dejar p ara conversaciones posteriores con
los inform antes el análisis de la disrupción.
Todos estos problem as no se plantean en las investigaciones encubiertas.
Pero aparecen otros de igual envergadura. Es en las investigaciones encu
biertas cuando quien investiga debe tener un buen conocim iento previo de
las reglas sociales básicas que rigen el universo analizado. Al principio de
una investigación ab ierta los observados pueden obviar o m in im izar com
portam ien to s in ad ecu ad o s p o r p a rte del investigador: se supone que éste
desconoce las reglas de interacción. Pero en u n a investigación encubierta el
investigador debe co n o cer las n o rm as m ínim as p ara g estio n ar a d ecu ad a
mente la inform ación que de sí m ism o ofrece a los demás. Un conocim iento
que le perm ite definir u n rol en el escenario de acuerdo con alguno de los
múltiples papeles posibles en el campo: «el problem a a resolver consiste en
lograr ocupar u n a posición en la com unidad dentro del haz de posibilidades
culturales de la com unidad y com patible con su estructura social y su expe
riencia histórica» (M A E S T R E 1976: 60). El rol que desem peña el observador
debe adecuarse, pues, a lo socialm ente previsto según las norm as de interac
ción vigentes en el escenario.
El conocim iento previo del cam po que perm ite definir un rol en la inves
tigación encubierta puede conseguirse m ediante la revisión bibliográfica o a
través de contactos con expertos. Pero se logra sobre todo a lo largo de las
prim eras estancias de cam po en escenarios de fácil accesibilidad. E n cual
quier caso, la d istin ció n en tre investigación abierta y encubierta suele ser
más ideal que práctica. Lo usual es que en toda investigación en la que se
emplea observación p articip an te sea abierta p ara unos pocos (los porteros y
los inform antes) y cerrada p a ra otros (la m ayoría de los observados).
La técnica de observación participante requiere que quien observa acom
pañe a los actores en su vida diaria. Y esa com pañía puede realizarse de m a
nera abierta (con el conocim iento, aunque no necesariam ente con el bene
plácito de los actores) o de form a encubierta. Pero sea cual sea el m odo de
participación en el escenario, éste siem pre viene condicionado p o r las carac
terísticas del grupo observado. Como señala E v a n s - P r i t c h a r d l2, es el colec
tivo estudiado quien define el tipo de relaciones que se establecen con quien
observa.
Moverse en u n contexto social ajeno suele generar tensión y ansiedad.
Ambos factores pueden disto rsio n ar la capacidad de observación y el m odo
12 «Los azan d e no m e p erm itiero n vivir com o uno de ellos; los n u er no m e p e rm itie ro n vivir
sino a la m an era de ellos. E n tre los azande fui forzado a vivir fuera de la co m unidad; en tre los
nuer me vi obligado a ser m iem b ro de ella. Los azande me trataron com o a p e rso n a superior;
los n u er com o a un igual» (E vans -P ritchard 1967: 45).
4' i r, r í r\ •Dion?(e>.
ru A
u Realmente hubiera sido difícil que un blanco p u d iera h acer observación p articip an te en el
movimiento negro radical de los años sesenta, o que u n negro h aga lo propio en u n a b a n d a ra
cista europea de los noventa.
1,1 Por ejemplo, si a la hora de defender la com isión de un robo, u n in fo rm an te de u n grupo
radical de izquierdas insiste en que «si np hubiese privilegios no hab ría delitos», resu lta im p ro
cedente contestar con un discurso sobre la necesidad de re sp e ta r la ley y la pro p ied ad privada.
Parece más coherente realizar un a reflexión, desde las propias convicciones políticas, sobre la
desigualdad social y sobre sus consecuencias. La p rim e ra opción d in am ita la relación de cam
po. La segunda la hace posible.
15 En un estudio sobre m ilitares vale la p ena sacar a relu cir las experiencias del observador
en el servicio militar; o en uno sobre sida resulta útil explicar al inform ante las técnicas que se
emplean para realizar sexo m ás seguro. Pese a que es im p o rtan te ser siem pre un o m ism o y no
intentar adaptaciones falsas al contexto, es aconsejable d isp o n e r de u n a b a tería p erso n a l de
cuestiones que puedan interesar al inform ante. Con eso se logra se d im e n ta r las relaciones de
campo y se consigue discutir y com entar tem as relativos a la investigación.
cam po, pero no las garantiza. O bviam ente el m e jo r m odo de cre ar y d e sa rro
llar relaciones de cam po surge de co m p artir experiencias a lo largo de la o b
servación participante.
Las relaciones de cam po se construyen día a día, y en ellas existen pro b le
m as sim ilares a los de la vida diaria: rechazos, celos, enfados y m alos en ten
didos. Es posible que quien investiga se en c u e n tre con personajes sociales
que rechazan la relación de cam po e incluso la p resen cia de quien investiga
en el escenario. Ello es m ás frecuente en las investigaciones abiertas, donde
la m ayoría de los actores disponen de algún tip o de inform ación (a m enudo
distorsionada) sobre la actividad del observador l6. E n estos casos es im p o n
ta n te facilitar inform ación a las personas sobre el sen tido de la presencia del
investigador en el escenario, pero tam b ién es im p o rta n te in teresarse (y co
m e n ta r si es posible) las razones del rechazo o de la h ostilid ad 17. Cabe la po
sibilidad de que, tras aclarar las posiciones respectivas, el rechazó inicial se
tran sfo rm e en afán colaborador.
Otro facto r que dificulta las relaciones de cam p o es involucrarse en dis
putas de carácter político entre grupos y facciones en frentadas. E n estos ca
sos, aunque sea difícil, es preciso c o n stru ir u n a cierta n e u tra lid a d 18. La difi
cultad p a ra conseguirlo rad ica en que el o b serv ad o r p uede no ser consciente
de que se im plica en las actividades de u n a d e te rm in ad a facción. El hecho
m ism o de acceder a un escenario, puede e n fre n ta r a grupos políticos que de
fiendan o rechacen la presencia del observador. C onseguir desm arcarse del
grupo que p erm ite el acceso p ara acercarse al que lo rec h az a puede signifi
car p erd e r la confianza del prim ero, y ten er que ren egociar el rol del investi
gador en el escenario. Estos y otros episodios de las relaciones de cam po,
pueden convertir la observación p articip an te en u n a actividad fru stran te y a
veces trau m ática.
La perso n a que investiga en el cam po p a sa p o r u n a am plia gam a de se n ti
m ientos que van desde la euforia a la depresión. L a ansiedad, la desilusión, y
la creen cia de que la investigación no p o d rá llevarse a b u e n térm in o son
ta m b ién sentim ientos frecuentes 19. E n el caso de las investigaciones ab ier
Hace ya más de dos semanas que está todo preparado: nos vamos al Rocío. Este
es mi primer Rocío y espero que no sea el último. SI tal y como dicen mis amigos el
Rocío engancha, y oyendo lo bien que ellos dicen pasarlo allá abajo, pues espero
repetir. Hemos tomado un tren por la noche. Es un tren lleno de militares y emigran
tes andaluces que van de visita al pueblo. Los soldados borrachos, claro. Y fuman-
2 H ace r el cam in o im plica desp lazarse (a cab allo , en tra c to r o carreta) desde el lu g ar d e resi
d encia h a b itu a l h a c ia el R ocío. El tra y e c to in clu y e se n d e ro s p o lv o rie n to s d o n d e se artic u la n
procesos de so lid a rid a d y re c ip ro c id a d , en esp ecial c u a n d o h ay q u e a tra v e sa r la "raya": u n a
franja de te rre n o aren o so en la q u e es fre c u e n te q u e se a ta sq u e n tracto res y carretas. E n el R o
cío suele d ecirse que el v erd ad ero ro ciero es el que hace el cam ino: lo d em ás so n su c ed án eo s o
im itadores.
de llegar! Me han hablado tanto del Rocío que quizá espero demasiado de él. Al
llegar debemos encontrar gente que nos aguarda en «el mismo sitio y a la misma
hora» para montar la tienda de campaña.
La carretera al Rocío está bordeada por caminos de arena salpicados con pi
nos. Desde el coche veo carretas tiradas por bueyes y por tractores que siguen los
caminos secundarios. También hay alguna estam pa de lo más español: jinete, c a
ballo y mujer vestida de faralaes a la grupa. Nos acercam amos cada vez más, y el
tráfico es tan intenso que hay embotellamientos. La Parisa y el Jordi me dicen que
en esto de los trajes de volantes la moda cam bia cada año: que un año los volan
tes arriba, al siguiente abajo, y al otro enmedlo. También en los tocados que llevan
las mujeres hay moda: a veces peineta, a veces ramilletes de yerba en el pelo.
Ya estamos llegando. Mis acompañantes están como histéricos y no paran de
gritar: «Viva la Virgen del Rocío». Entonces responden: «¡Viva!». Y siguen: «¡Viva la
Blanca Paloma!». Los vítores aumentan a medida que nos acercamos.
Definitivamente soy catalán y no entiendo las raíces del sur. Tampoco entiendo
cómo a mis acompañantes puede gustarles esto: el Rocío es un coñazo. Polvo,
mierda de caballo y gente que huele fatal. No me extraña: esto es una especie de
desierto árido (quizás aquí ha habido eucaliptos) y de marisma nada de nada.
¿Dónde estará la marisma? ¿No es la marisma una zona húmeda? ¿Y Doñana, dón
de está Doñana? Lo cierto es que me he puesto un poco borde. Tantos vivas a la
Virgen deben de haberme trastocado. La verdad: esperaba otra cosa. Al ver la pa
sión de mis amigos imaginaba no se qué. Pero desde luego no esperaba un de
sierto lleno de caca de caballo.
Hemos discutido, porque he dicho lo que pensaba sobre el Rocío. Jordi me ha
dicho que: «O sientes o no sientes. Olvídate de todo, participa de la fiesta y déjate
llevar. Ya no eres un antropólogo. Y si quieres serlo no entenderás nada. Solo en
tenderás lo que ves si lo sientes, si te emocionas, si lloras». Las palabras de Jordi
calman mi espíritu mientras, cargado con la m ochila y parte de la tienda, intento
que el pan no caiga encima de una boñiga de caballo.
La Parisa ha propuesto ir a ver a la Virgen, pero finalmente han decidido (conmi
go no han contado para nada) ir a montar las tiendas. «En el mismo sitio y a la mis
ma hora» están la Veneno, la Rana, el Sanito, Paco, y otras «locas» que me presen
tan. Les doy la mano a todas (nada de besos) y dicen no se qué de «si éste es
hombre o no». Las presentaciones son rápidas: «iros, ¡ros que la Virgen espera sus
catalanas». Tras montar la tienda, por fin a ver a la Virgen. El trayecto entre las tien
das y el santuario es de unos ochocientos metros en línea recta. Pero aquí hay que
sortear tractores, caballos, vendedores de alfombras y charcos. Es un caos. Veo
tiendas de campaña, pero son pocas. La gente m arca sus espacios (con cartones,
plástico y madera) alrededor de tractores, carretas y todo terreno. Todo está sucio
y lleno de polvo. Sin embargo, los jinetes llevan camisas blancas planchadas, y las
mujeres lucen trajes cuidados.
Llegamos donde habita la Blanca Paloma: el santuario es pequeño y blanco. Es
una ermita grande con casas adosadas situada justo donde empieza la zona hú
m eda y la marisma. El interior es sobrio en imágenes y en decoración, y más que
una ermita puede decirse que es una iglesia pequeña. En el interior hay personas
que rezan, y dos mujeres andan-de rodillas desde la puerta principal hacia el altar
plagado de flores. Por fin he visto a la Virgen. Es bonita. Y tiene poder. Por lo visto
un sinpecado ha atropellado a un niño y lo ha matado. Los miembros de la herman
dad cantan salves a la Virgen por el niño muerto. He entrado con los demás, pero
me he ido apartando. Tenía los pelos de punta. Y lágrimas en los ojos. Espero que
la Virgen me ayude en lo que pueda y hago mi promesa. En la sala de las velas co
loco una tea para ayudar a que se cumpla. La transformación, por obra de la Vir
gen, se ha completado.
Regresamos a la tienda casi de noche. Hay ahora gente nueva. Junto a las "lo
cas", como cada año, hay un matrimonio con sus hijos y una abuela. Todo el mun
do come queso, jamón y chorizo acompañado por un vino de muerte. Espero no pi
llar la trompa de rigor. En la reunión hay un claro predominio femenino. Mientras
como, me siento en la puerta de la tienda para observar. El mariconeo es constan
te. Con la excepción del marido que viene con su esposa, sus hijos y una abuela:
no hay varones. Las "locas" van y vienen repartiendo vino y queso en torno a la ho
guera: «Maricón, no tires hierba al fuego que hace humo», -Cállate loba, y trae
más vino». -M ira la tía puta, dice que esta cansada: claro, toda la noche cortando
flores en la Marisma y ahora no puede ni con su alma».
Jordi me cuenta que -co rta r flores en la Marisma» significa hacer la carrera. Por
la noche, las "locas" se envuelven en una manta y transitan la zona húmeda. Por lo
visto hay jinetes que las invitan a dar un paseo con “polvo" incluido. Tengo que
contarle todo esto a César. O mejor: convencerle para que baje el próximo año.
Aquí la homosexualidad se vive de un modo distinto. Incluso hay un refrán que dice
algo asi como: -si no te has tirado una mariquita, no eres rodero». La verdad es
que no me extraña: las mujeres están todo el tiempo haciendo de criadas para los
tíos: lavan donde pueden, cocinan como pueden, sirven la comida. Imagino que
por la noche las pobres no tienen el horno para bollos ni el microondas para mag
dalenas.
Ya es de día. La cabeza me duele, y encima los tambores y las cañas no paran
de sonar. No tengo hambre. La tienda apesta y hace un calor horrible. Los demás
se han vestido hace rato. Cuando salgo, recuerdo que la velada fue larga y que me
acosté mareado y borracho. Si no fuera por la Virgen no valdría la pena venir. Por la
Virgen y por el “cardo". La Veneno se apiada de mi y me ofrece un brebaje extraño,
pero efectivo. Es un caldo. Me cuenta la receta: es como una sopa normal a la que
añaden hierbabuena y menta. Otro milagro de la Virgen: cinco minutos y curado.
Desayuno queso con café.
A ver a la Virgen. Vamos ocho: nosotros cinco,-el Sanito, la Rana y la Veneno. Al
llegar, saludamos a la'V irgen y ellos tres se dirigen de visita a una herm andad3.
Nosotrbs permanecemos en el santuario. Nos situamos detrás de las varas de la
puerta para ver cómo las hermandades saludan a la Virgen. Es todo un ritual. Los
almonteños visten traje campero, las almonteñas de volantes. Llevan varas en las
manos (algunas metálicas, otras de madera) y están situados en la puerta principal
del santuario (dando la espalda a la Virgen). Frente a la puerta desfilan las herman
dades. Delante de cada hermandad va el sinpecado tirado por bueyes. El sinpeca-
do de cada hermandad arremete contra la barrera de almonteños intentando pene
trar en el santuario. La gente de Almonte intenta que no rompan la barrera y frenan
el empuje de los bueyes. Con cada hermandad es lo mismo: los visitantes azuzan a
1 P ara este ejem plo se h a u tilizad o el m a n u sc rito o rig in al del lib ro de E steb an P in iia a de las
H e r a s , La m em o ria inquieta. H ay sólo lig eras d ife re n c ia s co n el texto fin alm e n te pub licad o
co m o La m em oria inquieta: Autobiografía sociológica de los años difíciles 1935-1959 (M adrid:
C entro de Investigaciones Sociológicas, C olección A cadem ia 1996), 328 pp., edición a cargo de
Je sú s M. de M iguel y X avier M artín P alom as.
guir algún favor urgente y pragmático solicitándolo a gente políticamente tratable y
que poseía alguna clase de poder en los Intersticios que permitían los anarquistas,
todopoderosos y omnipresentes. No pocas personas de clase media se afiliaron a
la UGT y al PSUC, organizaciones que sentíamos que debían ser apoyadas y forta
lecidas (con deber-no solamente político sino también moral) frente a los Incontrola
dos rojinegros y frente a los pistoleros de las "Patrullas de control". ■
Mi descubrimiento de la ciudad empieza por la libertad de Ir al cine con algún
chico o una chica. Ir al cine sin la vigilancia de ún adulto había estado rigurosa
mente prohibido entre las familias de clase media como la nuestra. Nuestro cine
era el Volga, muy próximo a casa. Era.uria sala que tenía únicamente platea, una
enorme platea, y estaba en la Gran Vía entre Viladomat y Borrell, en la acera del
chalet de la casa Golferichs. En la planta inmediatamente superior (y única) apare
ció hacia finales de 1936 una oficina de distrito de Estat Catalá. La sesión era conti
nua, desde las tres o tres y media de la tarde hasta medianoche: proyectaban tres
películas largas, dibujos de Walt Disney y el noticiario Fox Movietone. Todo ello du
plicado a lo largo de la. tarde y la noche. Después de la Guerra obligaron a este
cine a cambiar de nombre (por lo visto Volga sonaba a ruso) y le pusieron Gloria.
Hoy hay allí un gran edificio de apartamentos y tiendas.
Tanto mi padre como la gobernanta eran personas de un puritanismo rig u ro so ..
No he podido olvidar que un día mi padre consideró absolutamente intolerable una
escena de una película americana (que debía ser de 1932 o 1933, antes de la ins
tauración de la censura en Estados Uñidos), se levantó de la butaca y nos hizo
marchar a todos a casa. Recuerdo la película: era una com edia de la Metro-
Goldwyn-Mayer, con Joan Crawford, Clark Gable y Otto Kruger como protagonis
tas. Su título era algo así como Encadenada o Encadenadas. La mayor parte de la
acción transcurría en un transatlántico de lujo entre Nueva York y Buenos Aires.
Clark Gable. era una especie de estafador o de gigoló en trance de cazar a una mi
llonada casada con un hombre de negocios mayor que ella. Mi padre estaba en
cantado con las escenas de Buenos Aires (que entonces empezaba a tratar de Imi
tar a Manhattan, con algunos rascacielos en el Bajo). De pronto resultó que en
unos trigales en una hacienda en La Pampa, había una escena de un realismo eró
tico verdaderamente inhabitual, con Joan Crawford tendida en tierra y Clark Gable
encima, mientras el viento hacía ondear los trigales. Esta película la. recuperé me
ses más tardé, con cierto alivio, como quien consigue la reparación de una Injusti
cia. Después descubrí que había, en las clases medias barcelonesas, chicos y chi
cas que estaban peor que yo: no se les habíá llevado nunca al cine, ni se les había
permitido ir solos. Esto era algo de una gran trascendencia: porque en aquella épo
ca el cine era el gran portador del cosmopolitismo.
Había en Barcelona una cantidad enorme de cines, desde el Paralelo hasta el
Paseo de Bonavona, y desde la calle Cruz Cubierta hasta más allá de la plaza de la
Sagrada Familia. La inmensa mayoría eran de sesión continua, lo. que exigía la con
tratación de películas á gogo, americanas, francesas, alemanas, inglesas e incluso
rusas. Sólo una parte estaban dobladas al español; el resto eran en versión original
con subtítulos. Lo cual significaba que una generación de gente joven (o m ás de
una generación) inmersa en la vida de urbe, sabía muchas cosas sobre América,
sobre los países europeos y sobre Alemania (gracias a los filmes de la Ufa); y sabía
de memoria docenas de nombres de artistas y de directores y fechas de las pelícu
las importantes. Había películas que eran como documentales políticos o sociales.
Nunca faltaba el Noticiarlo de la Fox o de la Paramount (el noticiario de la Ufa desa
pareció entre 1937 y 1939). En aquellas generaciones se construía una especie de
stock de conocimientos históricos, cada adolescente identificando una cantidad de
personajes y de hechos de la Europa de los que eran dos decenios últimos. Ahora
bien, este fenómeno social era propio de una parte de las clases medias, las que
estaban plenamente secularizadas y habían escapado al control ideológico y cultu
ral de la Iglesia. Era sobre todo visible en la clase obrera urbana.. En estos colecti
vos creo que puede afirmarse, sin demasiado error, que era débil la probabilidad
de que alguien dudase sobre las fechas de la Gran Guerra, sobre quiénes habían
sido los aliados y quiénes los imperios centrales, sobre la sucesión de las revolu
ciones en Rusia, sobre la guerra de Marruecos, o el nombre del monarca que había
ido al exilio en abril de 1931 (añadiendo en este caso alguna palabra insultante).
Creo que era poco probable un fenómeno como el que acontece hoy, cuando uno
encuentra entre alumnos de universidad quienes ignoran (y además no les importa)
sí la última guerra civil española ocurrió antes, simultáneamente, o después de la
segunda guerra mundial.
Había en las clases medias urbanas y en la clase obrera una auténtica fiebre de
aprender. Las bibliotecas públicas estaban siempre llenas, hasta el caer de la no
che. Saber era antesala, o sinónimo, de poder. La pasión y la reverencia por la luci
dez intelectual, por la razón racional y laica, y por el conocimiento científico, no era
algo súbito ni algo exclusivo de Barcelona. Estas cosas no se improvisan ni nacen
por generación espontánea. La dictadura de Primo de Rivera ya había iniciado una
ampliación del gasto público en educación, tendencia que fue desarrollada duran
te la República. Los municipios se pusieron a construir grupos escolares o ampliar
los existentes. En Cataluña la obra en materia de educación pública, durante el pe
ríodo republicano, fue no sólo impactante por su magnitud, sino también por la mo
dernidad pedagógica, y un ejemplo modélico para el resto de España. El esfuerzo
en materia de educación (o "instrucción pública” como se decía entonces) fue uno
de los agentes creadores de legitimidad republicana, un elemento que explica que
hubiese tanta gente que sintiera que la República era algo que debía ser defendi
do. Al mismo tiempo, sin subvenciones públicas, una cantidad de editoriales priva
das en Barcelona, Madrid, Valencia, etc., lanzaban continuamente al mercado títu
los y títulos en ediciones relativamente baratas. Otra cosa es qué asimilaban los
lectores de no pocas de aquellas obras, la mayoría traducciones de todo el abani
co intelectual europeo desde el siglo xix. Ya Unamuno, en una carta a Maragall, ha
bía dicho, poco después de doblarse el siglo, que la lectura de Nietzsche por los
señoritos madrileños llevaba a éstos a afiliarse al partido de don Antonio Maura
(bastante poco nietzscheano, ni como persona ni como político). Sin duda había
proporciones tragicóm icas de papanatismo por todo cuanto viniese del otro lado
de los Pirineos. Periféricos y provincianos, los neófitos intelectuales españoles to
maban por buen metal lo que era chatarra.
En el caso de la burguesía barcelonesa emergen claramente las dos vertientes
de todo el proceso. Por una parte, la construcción de una cultura clásica sólida e
indispensable, propia para las élites políticas y culturales mejor formadas: era el
caso de la biblioteca Bernat Metge de clásicos griegos y latinos con ediciones bi
lingües. Viendo aquellos volúmenes se palpaba la trascendencia del clásico para
la formación del espíritu dirigente, de igual manera que a los hijos de las familias in
glesas se les metía desde pequeños, con una disciplina durísima, el conocimiento
del griego o el latín. Por otra parte, era evidente la subyugación ante manipulado
res de otras fracciones de las élites, los autores o conferenciantes de moda. Era el
caso del conde Hermann von Keyserling. Este personaje fascinó en los años veinte
y principios de los años treinta a un repertorio de público en Barcelona, Palma de
Mallorca, Madrid y Buenos Aires. Cuando se supo su muerte a principios de 1946,
la revista cultural barcelonesa, Leonardo: Las Ideas y las Formas, le dedicó 23 pá
ginas, la parte central de un número 1 3 2 con el inevitable, casi fraternal, artículo de
Joan Estelrich, amigo del Conde y de su familia. Aunque en los tratados de Historia
de la filosofía apenas se cita a Keyserling y se le considera un epígono de Spengler
(véase el desprecio con que le trata Lukács en El asalto a la razón) en Barcelona la
élite de la Lliga lo estimaba un verdadero filósofo, su foto salía en La Vanguardia y
en las revistas culturales, y había quien le seguía hasta Palma o Madrid para conti
nuar escuchando su inteligente, brillante, discurso testimonial de la buena Europa
decadente, pronunciado en francés. Parece que Keyserling salvó la vida en la Ale
mania hitleriana porque estaba casado con una condesa Bismárck-Schoenhausen.
En 1947, el editor José Janés publicó en Barcelona la Autobiografía del escritor
mallorquín Miguel Villalonga, y en ese librito extraordinario y patético hay toda una
pintura de la sociedad cosmopolita de la preguerra en Palma, en unos años en que
Palma era, en la materia, la capital, y Barcelona la sucursal. Y allí Miguel Villalonga
dedicó unos párrafos a Keyserling:
■•La dirección del primer hotel de la isla invitaba al conde de Keyserling a dirigir
una Semana de Filosofía. Los huéspedes tendrían derecho a dirigir preguntas al
conde filósofo, y el filósofo (los tiempos devenían duros) tendría obligación de con
testarlas. Era Keyserling un gigante del Báltico, desbordante de vitalidad [...] Su in
teligencia era fuerte como sus músculos, jocunda como sus carcajadas. Sabíamos
que en Darrnstadt dirigía una Escuela de Sabiduría. Sin negar el valor de algunas
de sus obras, como Análisis espectral de un continente, siempre me pareció cosa
de circo la famosa vitalidad de Keyserling. El caballo o el atleta circense poco sig
nifican fuera de la pista: En la pista llenan su cometido y son dignos de aplauso. A
Keyserling no le faltaban por entonces pistas excelentes. Era la hora del ensayismo
y hasta las damas de sociedad jugaban a ser cultas [...] Un año o dos más tarde,
Keyserling volvió acompañado de otro filósofo, el conde von Kessler, y los diálogos
socráticos se ennoblecieron. Von Kessler, con menos escenografía que Keyserling,
poseíañun verdadero talento dialéctico y una cultura de solidez y profundidad ger
mánicas.' ¡Qué lejana se nos aparece ya aquella Europa! Nadie se preocupaba, an
tes de esa guerra [...], del precio de las patatas o del azúcar. Todos disponíamos
de actividades sobrantes: todos éramos, por consiguiente, ricos. Azonn había visto
en Pans chóferes de taxi que leían a Bergson. De tal manera se ha empobrecido el
continente en pocos años, que las personas muy jóvenes no podrán ya entender
me y tomarán a jactancia el que les diga que de la civilización europea [...] no han
conocido sino los desperdicios.»3
Si de las palabras de Miguel Villalonga pudiera inferirse que el cosmopolitismo
era por entonces asunto solamente de unos snobs y de unas élites,intelectuales en
las clases altas, esta inferencia sería históricamente errónea. El cosmopolitismo pe-
4 Ibid., p. 62 .
programación de la larga serie de cinés que poblaban la calle Mayor de Gracia,en
tonces llamada calle Salmerón (hombre que conservó todavía dos o tres meses du
rante el Régimen del general Franco, hasta que alguien estimó que el nombre del
presidente de la efímera I República, debía figurar en la lista de los definitivamente
proscritos por la nueva Historia). En primer lugar, los cines de la calle Salmerón lle
vaban, en su mayoría, nombres Ingleses como Select Cinema, Smart-Cine, etc.; y
en segundo lugar, sus programas incluían una cantidad de películas abominables
de folclore andaluz, de Im perio Argentina, Miguel Ligero, etc. El problem a era
cuando querías ver alguna de las grandes comedias de la Metro, y esa película ve
nía la última de la sesión continua. Al terminar la película, tenías que salir corriendo
para encaramarte a la imperial de un tranvía y bajar lo más rápidamente posible a
la Gran Vía, ya de noche.
Era otro de los efectos del cosmopolitismo en la educación. Habría que definirlo
como europeísmo fanático. Mi padre no solamente no había ido.jamás a una corri
da de toros, sino que juzgaba la fiesta como un espectáculo bárbaro, propio de un
pueblo primitivo. Había leído, cuando vivía en Madrid (en la época en que el viz
conde de. Eza era alcalde de la capital) cosas de Eugenio Noel contra las corridas
de toros, y desde luego aprobaba visceralmente que el gran diario educador de las
clases medias y de los públicos ilustrados.(Le. El Sol) se negase por principio a pu
blicar una línea sobre toros y toreros. Como muy bien habían dicho Costa, Ortega,
Marañón y algunos entre los intelectuales, al servicio de la República, los problemas
de España no tenían otra solución que Europa.
Debo añadir qué desde muy pequeño yo viví en Soria este ambiente. En Soria
capital no había guarnición ni obispado, se votaba a diputados republicanos cen
tristas, y allí habían vivido algunos insignes intelectuales perseguidos por la dicta
dura de Primo de Rivera. El principal periódico de Soria, propiedad .de una rama de
la familia de mi madre, llevaba el dieciochesco título de El Avisador. Numantino, era
de orientación republicana centrista, no tenía nada de numantino, y murió con el al
zamiento militar. La ¡dea de pertenencia a Europa era, entre la gente educada, algo
tan natural en aquella pequeña ciudad como en el centro burgués de Barcelona.
Las corridas de toros por las fiestas de San Juan eran desaprobadas por una bue
na fracción dé la clase media urbana, tardía heredera de valores laicos, y cosmopo
litas de la Ilustración francesa. Y además la dureza del clima, con nueve meses de
invierno, obligaba a leer y a comentar lo leído. Consecuentemente, existía en esa
fracción de las clases medias un cierto desprecio por la superficialidad, el estetismo
vacío, el desplante espontaneísta presentado como prueba de hombría, el igualita
rismo populista, rebelde a la ilustración y al perfeccionamiento del carácter de
cadá ser humano. Incluso el clero era más tolerante e ilustrado que el de las ciu
dades levíticas de Castilla la Vieja (hablo de antes de la Guerra Civil, cosa que es
preciso recordar). Por la radio se oía más «EAJ 1, Radio Barcelona-, que«EAJ 7,
Madrid», entre otras cosas porque Radio Barcelona tenía una pequeña orquesta
propia que no pocas veces incluía música de cámara. Un escritor, barcelonés de
cuentos y relatos cortos, Vicente Diez de Tejada, fascinaba a los adolescentes y a
las mujeres ingenuas con su cuento dicho ante el micrófono, por el propio autor, en
un castellano perfecto, bien escrito, y muy digno de los valores tradicionales de lo
que la clase media aspiraba a representar en lá sociedad, como clase culturalmen
te hegemónica. De aquí que tanta gente de Sorla-ciudad tuviese una admiración
implícita por una cantidad de rasgos de las clases medias catalanas, urbanas, el
espíritu de trabajo y de ahorro, el europeísmo, el rechazo del folclorismo andaluz,
etcétera.
«Del Tajo para abajo, Todos al. carajo» era un dictum popular que yo recuerdo
desde mis primeros registros mnemotécnicos. De lo que en Soria-cludad no se te
nía ni idea era de la creatividad cultural autóctona, proceso que es posible en una
gran ciudad como Barcelona y que no era posible en una pequeña capital provin
ciana que apenas llegaba, entonces, a diez mil. habitantes. De aquí el mimetismo
de la cultura francesa de un modo provinciano, asistemático, desordenado y aerifi
co, la aprobación beata de párrafos de Ortega, o de El Sol, cuando esta gente se
ponían europeizantes, lo que implicaba la actitud históricamente.fatal para un país,
el “ ¡Que inventen ellos!» del iberista Unamuno. Por supuesto,en Barcelona también
había provincianos de ese tipo, jóvenes que se creían rebeldes porque nunca ha
bían puesto los pies en Roma ni en Madrid, y que necesitaban vitalmente ir cada
año por lo menos un par de veces a París. Pero al mismo tiempo había en Barcelo
na críticos de un nivel más acusado, capaces de cierto distanciamlento.
Volvamos a la Barcelona de la segunda mitad de 1936 y principios de 1937. La
parvedad y la endeblez de la conciencia cívica, y de su acción colectiva o ciuda
danía, se demuestran en la indiferencia y en la Inhibición con que todas las clases
sociales asistieron a la pavorosa degradación de la ciudad en los meses que si
guieron a julio de 1936. Las relaciones sociales se envilecieron con una rapidez de
vértigo, exceptuando dos ámbitos que merecen ser citados; el primero, el de la so
lidaridad que de pronto descubrieron las clases altas entre ellas. Claro es que, hu
yendo de la muerte, era para sus miembros una cuestión vital el esconderse unos a
otros, o buscar un modo de embarcar en algún navio alemán, Italiano o británico,
anclado en el puerto, o conseguir amigos y cóm plices para llegar a la frontera fran
cesa e ir, bien a Italia bien a otro país, en espera de la ampliación del territorio bajo
control del Ejército sublevado. La solidaridad no había sido precisamente una de
las virtudes cívicas que distinguiesen los comportamientos de las clases altas; fue
ron necesarias circunstancias trágicas y adversas para que ésta se despertase o
se practicara.
El otro ámbito de relaciones sociales que merece ser mencionado era un pro
ducto de la fragmentación de la urbe en barrios con subculturas propias,.y de la
marcha de la Guerra Civil, desfavorable para, las fuerzas antifascistas. En los ba
rrios propiamente obreros, una vez que los anarquistas y trotskistas fueron .barri
dos por la Guardia de. Asalto republicana enviada desde Valencia en mayo de
1937, se desarrolló una conciencia obrera positiva cuyo principio de unidad era la
resistencia contra el fáscismo. Lo que estoy diciendo es muy Importante: desapa
reció la quimera del comunismo libertario y primitivo. Se acabaron ios tranvías pin
tados de rojo y negro custodiados por un auto con milicianos con fusiles: ellos ha
cían "su" revolución en vez de ir al Frente de Aragón o de A ndalucía. Se
terminaron las emisiones de papel moneda por cada comité local, de cada pue
blo, de la CNJ-FAI, papel que.no servía en el pueblo vecino ni en los otros, pues
es cosa sabida, desde siglos, que para un español el enemigo empieza al otro
lado del término municipal. Se acabaron las requisiciones de pisos del Ensanche,
con expulsión o asesinato de sus habitantes, saqueo de los bienes y, si podían, de
las cuentas bancarias. Quienes habían estado en hipócrita silencio frente al terror
plebeyo (uso una expresión del .Marx joven, aplicable al caso, si bien Marx la es
cribió respecto a determinada fase de la Revolución francesa), encontraron de
pronto que habían recuperado la lengua. Por fin Iba a establecerse una disciplina
de guerra. En los barrios obreros emergió un orgullo de clase porque la clase
obrera española era ya en aquel momento el solitario héroe internacional decidido
a sacrificarse en la lucha contra unos fascismos triunfantes a escala europea (y
asiática). Esta nueva conciencia obrera era algo materialmente palpable, casi físi
camente perceptible, en cuanto sallas de la cuadricula del Ensanche y tenías que
desplazarte a un barrio obrero (entre otras cosas, a buscar comida suplementaria
de la que podía comprarse con los cupones de racionamiento). Pero ya entrado el
año 1938, en cuanto el ejército de la República perdió la batalla de Teruel, prácti
camente todo el mundo se percató de que la unidad antifascista llegaba demasia
do tarde. En la Sociedad de Naciones las democracias occidentales le habían re
gateado de tal modo los apoyos al gobierno republicano, que de hecho le estaban
prestando cada día servicios (por la vía privada) al gobierno del general Franco,
Solamente la Unión Soviética siguió ayudando con aviación de caza, armas y ca
miones, hasta que Stalin decidió también retirarse ante el riesgo de un ataque ale
mán contra las propias fronteras rusas (algo previsible desde que las democracias
occidentales accedieron a la desmembración de Checoslovaquia en septiembre
de 1938). En aquellos últimos meses de la Guerra Civil, la conciencia obrera se
volvió antieuropea y xenófoba. El resto del mundo era nuestro enemigo, con la ex
cepción de aquellos infelices ex-combatientes de las Brigadas Internacionales que
un día habíamos visto desfilar, en penoso adiós, bajo las palmeras de la Diagonal.
Por doquier se producía la coalición de capitalismo, fascismo e Iglesia, contra la
clase obrera española.
Así era com o se p e rcibían las cosas. Cuando uno, ya sea burgués o sea
proletario, se siente acosado por todas partes, es verdaderamente difícil pensar,
sentir y actuar, como ciudadano. La defensa cotidiana del espacio vital Indivi
dual, con uñas, dientes y coces, se transform ó en el pan de cada día y de
cada noche. La ciuda d dejó de ser un escenario hecho con amor y con arte,
un espacio de libertad y de tolerancia. El propio contexto material fue arruina
do, a veces por obra de la naturaleza (como la plaga de orugas pardas y san
gre verde que por miles devastaron los árboles de la Gran Vía en el otoño de
1936), otras veces por obra del vandalismo de los marginales sociales. En el
paseo central de la Exposición (antes, o ahora, llamado Paseo de la Reina Ma
ría Cristina) quedaron arrasadas las dos filas de obeliscos luminosos que iban
desde las torres de acceso en la Plaza de España hasta la altura del restauran
te La Pérgola. Los cristales blancos y amarillos fueron apedreados, y la gente
se llevó las bombillas por docenas. Las estatuas del parque fueron mutiladas o
se les añadieron pinturas fálicas. Los com bates de mayo de 1937 contra los
anarquistas dejaron su testimonio, en forma de rosarios de agujeros de bala de
ametralladora, en las paredes de ladrillo rojo de los edificios de la Plaza de Es
paña que deberían haber albergado, en julio de 1936, la Olimpiada popular an
tifascista. Cuando llegaron los cortes de energía eléctrica y los bombardeos de
la aviación prestada al general Franco por el gobierno de Mussolini, la gente
dejó de llénar los cines y se refugió en sus casas.
Así se produjeron también cosas portentosas y sorprendentes: y es que volvi
mos a los libros. Casi toda la Biblioteca Freya — de la editorial Apolo— la leí enton
ces: varios tomos de Stefan Zweig, novelas de Paul Heyse y de Robert Louís Ste-
venson, textos clásicos hindúes. Hay un acontecimiento intelectual que merece
citarse, porque es la prueba inequívoca de la stimmung que Iban asumiendo las
clases medias barcelonesas. El ensayo del ex marxista ruso Nikolai A. Berdiaev ti
tulado Una nueva Edad Media, alcanzó su octava edición en noviembre de 19385.
Este librito debió ser (desde luego, lo fue) Instrumento de confortación moral, espi
ritual e ideológica, para una Infinidad de adultos de clase media barcelonesa que,
aunque habían sido republicanos, no habían transigido con los incendios de igle
sias y los asesinatos de religiosos. Las sucesivas ediciones durante la Guerra
muestran que la obra de Berdiaev les aportaba ideas que ellos estimaban positi
vas, seguridades tanto o más necesarias que la escucha clandestina, al caer la no
che, de Radio Sevilla o Radio Salamanca. Allí Berdiaev decía a sus lectores que es
taba terminándose la época de la ilusión general en el progreso ilimitado, que
volverían las religiones a Informar las culturas, que el proletariado podía tomar el
poder pero nunca podría mantenerse en el poder porque el poder no es un dere
cho, y porque el poder jamás ha pertenecido ni pertenecerá al mayor número: ello
se contradice con la naturaleza del poder.
Así, mientras una minoría de la población de la urbe trabajaba en el esfuerzo de
guerra, descargando barcos con alimentos o armas, en las fábricas de municiones
y enviando a sus hijos al Frente, otra minoría de la población agotaba una edición
tras otra del texto de Berdiaev, escondía a sus hijos, o. los filtraba hasta la frontera
para que pasasen a "la otra Zona", o conseguía emboscarlos en empleos burocrá
ticos en la retaguardia. Esta minoría terminó por ser la dominante. Al lado de am
bas minorías, estaba la gran mayoría, la cual adoptó durante aquellos años infaus
tos para la República, el comportamiento que luego adoptaría bajo los años negros
del franquismo: la frivolidad. Se han escrito ahora tantos mitos sobre la heroica re
sistencia y sobre las maravillas revolucionarias, que conviene establecer la verdad
de las cosas. El corresponsal de la Pravda de Moscú, Mijail Koltsov, en su Diario de
la guerra de España6 describe el ambiente en Barcelona hacia el final del verano
de 1937 y principios del otoño. Emplea palabras duras sobre los ociosos, la multi
tud que puebla los cafés, la falta de esfuerzo en las fábricas, la indiferencia sobre
la marcha de la guerra, el bajo nivel de la producción, las ausencias en el trabajo.
Compara to que contempla con la actividad de tas industrias catalanas durante la
Gran Guerra para abastecer al ejército francés. Critica el ultraizquierdismo Igualita
rio que hace que un peón cobre un jornal de 18 pesetas, y el ingeniero jefe, 19. Y al
mismo tiempo habla ya del hambre en la ciudad (una maldición que en 1937 sólo
asomaba su zarpa, comparada con la que sería la situación en 1938, que Kotsov
no vivió). Otro corresponsal de guerra, el suizo-alemán Antón Sieberer, en su Spa-
nien gegen Spanien, Ideológicamente con pocos rasgos comunes con el periodista
ruso, dice hacia el final de su libro más o menos las mismas cosas. En los cafés los
hombres discuten de política y hacen de estratega amateur, mientras que grandes
masas de combatientes potenciales permanecen inactivos. Todo esto solía venir
después de un capítulo de clamorosos elogios a Barcelona como matriz de civiliza
ción, «el París del Sur», y varias páginas dedicadas a Prat de la Riba. Lo que Sie
berer no anota es lo que está implícito en su cuadro: se quería ignorar la guerra
porque se vivía en la nostalgia.
A veces tengo la sensación de que ya estoy viejo para estos ajetreos. Recuerdo
cuando era un jovencito adolescente y me sonrojaba ante la presencia rotunda de
alguna belleza simpar (o así me lo parecía entonces). Algunas musas de antaño
han perdido todo su atractivo en la actualidad, o tal vez es que ahora no soy capaz
de reconocer unas virtudes que en aquellos tiempos se me antojaban evidentes.
Hoy he tenido momentos en los que creí volver a la adolescencia, lo cual es mucho
— Ya ves, no hay muchos estudios, pero tonta no soy. Tú tienes ahí algo dentro.
Lo que, pasa es si lo dejarás crecer.