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Cuadernos

Metodológicos

20 Observación
participante
Ó scar Gisascti

G IS
Centro de Investigaciones Sociológicas
T odos los d erech o s reservados. P ro h ib id a la repro d u cció n
total o parcial de esta o b ra p o r cu alq u ier pro ced im ien to
(ya sea gráfico, electró n ico, óptico, quím ico, m ecánico,
fotocopia, etc.) y el alm acen am ien to o tra n sm isió n de sus
con ten id o s en so p o rtes m agnéticos, sonoros, visuales o de
cu alq u ier o tro tipo sin p erm iso expreso del editor.

COLECCIÓN «CUADERNOS METODOLÓGICOS», NÚM. 20

P rim era edición, en ero de 1997


S eg u n d a edición, n oviem bre de 2002
© CENTRO D E INVESTIGACIONES SOCIOLÓGICAS
M o n talb án , 8. 28014 M adrid
D E R E C H O S R E SER V A D O S C O N F O R M E A LA LEV

Im p reso y hech o en E sp añ a
Printed and made in Spain
004-02-020-2
ñ ip o :
84-7476-240-5
is b n :
D epósito legal: M .46.271-2002
F o to co m p o sició n e im presión: e f c a , s . a .
P arq u e In d u stria l «Las M onjas».T orrejón de A rdoz. 28850 - M adrid
Para Ángel Galván,
y José E d u a rd o Fernández Calella
Indice

P refa c io ....................................................................................................................... 7

1. DEL ARTE DE O BSERV A R .......................................................... 9

2. LA DISTANCIA SO CIA L............................................................................. 15

3. EN LA PRÁCTICA........................................................................ 35

4. CINCO E JE M P L O S ...................................................................................... 47

P R IM E R E JE M P L O ........................................................................................................................ 49
SEGUNDO EJEM PLO.................................................................................................................... 59
T E R C E R E JE M P L O .................................................................. 71
CUARTO E JE M P L O .............................................................................................. 79
QUINTO EJEM PLO........................................................................................................................ 89

Bibliografía co m en tad a............................................................................................. 97


Prefacio

Ya n adie lee a los clásicos. Son citados, pero no leídos. T am poco se entien­
den. La innovación perm anente, com o condición posm o d ern a, term in a p o r
ig n o rar el pasado. A veces incluso lo niega y lo desprecia. N os hem os vuelto
ciegos a fuerza de ignorar a quienes nos h a n precedido. Q uizás p o r eso p en ­
sam os h a b e r descubierto u n literato donde ja m á s h u b o u n etnógrafo: donde
siem pre h u b o un artista. El escritor estaba allí, solo que fuim os incapaces de
verlo. G racias a los clásicos vuelvo a ser u n p oeta, po rq u e a h o ra sé que sólo
siendo poetas entenderem os el m undo. D u ran te m u ch o tiem po m e hicieron
creer que « traducir las sensaciones en verbo es [...] m ás p ro p io de poetas que
de científicos sociales» (GUASCH 1991a: 17). Ya no pienso igual: sólo siendo
p oetas entenderem os el m undo, au n q u e q u izás no p o d am o s explicarlo. El
sentim iento es universal. La razón y el positivism o que genera, son ta n sólo
pro d u cto s sociales específicos de u n m o m en to histó rico concreto. La reali­
dad es com o u n a escultura que puede ser m ira d a desde d istintos ángulos. Lo
que revela el escorzo no lo m u estran o tras perspectivas. T an legítim o es sen­
tir la realid ad com o p reten d er explicarla. S in em bargo, el to talitarism o posi­
tivista nos im pide sentir: d a r vueltas en to m o a la escultura.
De todos los sistem as de investigación social, la observación p artic ip an te
es quizás el m ás subjetivo. P or eso la observación p a rticip a n te es u n in stru ­
m en to idóneo p a ra recu p erar el sen tim ien to en las ciencias sociales. Si los
estereotipos de género fu eran ciertos, re su lta ría que la o b servación p a rti­
cipante es fem enina: es flexible, dúctil, intuitiva, sutil, no racional. La obser­
vación p a rtic ip a n te o pone al rígido p o sitiv ism o m a sc u lin o u n a to leran c ia
epistem ológica que prefiere p a c ta r la realid ad an tes que im ponerla. E n la
ciencia, com o en tantas otras cosas, se p ro h íb e al género hegem ónico lo que
se prescribe al subalterno: el sentim iento. Por eso la ciencia se pretende ob­
jetiva, porque es p ro d u cto del género hegem ónico. E n ese sentido el presente
libro es fem enino, subjetivo y em ocional. Es u n libro que se presenta com o
ensayo p o rq u e sólo en los á m b ito s próxim os al arte (que tam b ién es un
m odo de conocer lo real) se p erm ite al varón el sentim iento.
Este trabajo revisa algunas cuestiones relevantes para la teoría y la p rá c­
tica de la observación p articip an te. M uchas de las ideas que en él aparecen
han sido discutidas (y a veces ap ortadas) con Josep M. Comelles, así como
con los m iem bros del Grup de Recerca Sociológica de la U niversidad de B ar­
celona que dirige Jesús M. de M iguel. Además Joan Prat, Oriol R om aní y
Ángel Martine?, m e h iciero n im p o rtan tes sugerencias. Diego T orrente, Ju an
M. G arcía Jorba y otros sociológos y antropólogos tuvieron la am abilidad de
cederm e fragm entos de sus diario s de cam po p a ra esta publicación. A todos
ellos les agradezco m uchísim o su colaboración intelectual. Gracias tam bién
a Jaum e Canela y a A ndreu S egura del Institut Caíala de Salut Pública. G ra­
cias a José Peixoto de la Universidade Nova de Lisboa. M ención aparte m ere­
cen Raúl de Álvaro, y A ntonio L adrón de Guevara de la Universität Pompeu
Fabra. Sin el calo r de p erso n as am igas es im posible escribir. A dos de ellas
queda dedicado este libro: p o r el futuro.

ÓSCAR GUASCH
Tarragona, verano de 1996
Ver, m irar, observar, contem p lar, son acciones asociadas al sentido de la
vista. Sin ese sentido no existen im ágenes y los m atices de la realidad se
construyen de otro m odo. Casi todos los ojos m iran, pero son pocos los que
observan, y m enos aú n los que ven. La m irad a es un acto sensitivo, incons­
ciente e intuitivo que perm ite a las perso n as circu lar p o r lo cotidiano. Un
acto sensitivo que cuando aparece asociado al arte, a la religión, o a las esfe­
ras m ás sensibles del ser h u m an o se convierte en contem plación.
Si la m irad a es u n acto usual que selecciona im ágenes de m anera incons­
ciente y que no p resta atención al ento rn o m ás que p a ra sortearlo, la con­
tem p lació n es u n acto consciente en el que la m irad a se concentra en un
p u n to y elim ina todos los dem ás. C ontem plar la realidad significa dejarse pe­
n e tra r p o r la im agen. C ontem plar es p o n e r al servicio de la im agen todos los
sentidos hasta el p u n to de ser uno con aquello que se m ira. C ontem plar su­
pone ir m ás allá de la im agen, im plica su p e ra r los sentidos y d a r paso al sen­
tim iento. Es así com o puede m irarse u n paisaje, u n cuadro, u n a escultura;
así es com o los m ísticos de la m eseta p reten d ían fundirse con Dios
T am bién hay m irad as que b u scan y con cen tran la atención visual de m a­
n e ra que n ad a p asa inadvertido al ojo que m ira. Pero no se tra ta ya de fun­
dirse con la im agen o con aquello que evoca. H ay m iradas que controlan,
buscan, espían. Son los ojos del poder: la m irad a del dios que está en todas
p artes y p ara la cual Jerem ías BE N T H A M (1979) term ina p o r diseñar una a ta ­
laya. Las m iradas p ueden ser poliform as y diversas. Pero el objetivo de todas
es ver. Un objetivo que no siem pre es conseguido. La m irada inconsciente y
cotidian a que p erm ite tra n sita r la realidad social, la m irada que hace posible
la relación con los dem ás, suele ser u n a m irad a p arcialm ente ciega. Es una
m irad a que ignora y que desecha todo lo que no está en el itinerario social
habitual: la pobreza, injusticia, desigualdad. Es la situación social del p o rta­

1 S in em b arg o , existen form as de m ira d a m ás com plejas y sofisticadas q u e la m irad a m ística


o artística. H ay m ira d as co n scientes d irigidas y enfocadas que, com o la m ira d a m ística p reten ­
d en ta m b ié n su p rim ir el en torno, seleccionando u n p u n to y fijándose en él de m a n e ra exclusiva.
Así o b ra la m ira d a m éd ica actual. P ero no se tra ta ya de a p re h e n d e r subjetiva y em ocionalm en­
te lo m irad o , sin o de dividir, clasificar y etiq u e ta r lo que se ve.
dor de la m irad a lo que condiciona la selección de las im ágenes. Algunas de
ellas nu nca son vistas y p e rm an ecen en zonas oscuras, en ángulos m uertos.
Los revolucionarios, m ilitan tes, políticos a veces, preten d en ilu m in a r esos,
espacios sociales p a ra hacerlos visibles. No es ésta la tarea de las ciencias so­
ciales aunque sus trabajos contribuyen a ese objetivo. La ciencia social ob­
serva, tiene en cu en ta el entorno, y a veces se in tro duce en él p ara entenderlo
m ejor. Así es la m ira d a sociológica, la m ira d a de la disciplina social.
O bservar es tam b ién u n a clase de m irad a. Es u n acto de voluntad cons­
ciente que selecciona u n a zona de la realid ad p a ra ver algo. Pero la m irad a
que observa no es vigía, centinela o carcelero. El ojo que observa b u sca en el
entorno pero no p rescinde de él. Así m ira n las ciencias sociales:, teniendo en
cuenta el contexto, sin c o m p a rtim e n ta liza r n i dividir lo real. Allí' donde la
m irada clínica y el ojo policial d etectan solam ente u n p u n to o un trazo, las
ciencias sociales to m a n p erspectiva p a ra ver tam b ién el cuadro en su con­
junto. Solo así co m p ren d en las razones de la huella del pincel. Sin em bargo,
com o el resto de las m iradas, la m irad a de las ciencias sociales suele em plear
u n a atalaya: u n p u n to elevado desde el cu al observar. La distancia es el ins­
trum ento u su al al que re c u rre n las ciencias sociales p a ra m ira r lo real. E n
Sociología, a m en u d o se tra ta de u n a d istan cia co nstruida a través de la en­
cuesta y la estadística lo que p erm ite a quien m ira escribir invocando lo ob­
jetivo. Pese a que la m irad a n u n c a es objetiva, la Sociología preten d e su p ri­
m ir con d em asiad a frecuencia los m atices subjetivos p resentes en los ojos
que m iran.
La observación p artic ip a n te es h ered era intelectual de la corriente n a tu ­
ralista que, sobre todo en el siglo X IX , b u sca d escribir los com portam ientos
de los seres vivos en su m edio n atu ral. Biólogos, zoólogos y botánicos: los
cientíñcos se tra sla d a n al m edio n a tu ra l de las especies p a ra observar y des­
cribir sus conductas. Lo m ism o sucede en ciencia social. Los científicos se
traslad an al m edio n a tu ra l en el que acontecen las conductas hum anas. Sólo
que, en este caso, el m edio am biente de la especie h u m an a es u n m edio am ­
biente social.
La observación es siem pre subjetiva. T am bién es subjetiva la observación
de los n atu ralistas que term in an p o r m ilita r en favor de la protección de las
especies. Sin em bargo, parece que los etnógrafos no pueden m ilita r en favor
de los grupos sociales. Se p rescrib e y se p re m ia al n atu ralista lo que se p ro ­
híbe al científico so c ia l2. D esde finales del siglo XIX en adelante, las ciencias
sociales em plean la d istan cia com o u n m odo de evitar la subjetividad y el
com prom iso. E n Sociología y en Salud Pública, la distancia se construye m e­
diante el cuestionario. La distinción entre encuestador y analista p erm ite al

2 A m en u d o los n a tu ra lista s no se lim ita n a d e sc rib ir los seres vivos en su m e d io /sin o que se
co m p ro m eten en su d efensa. S in em b arg o , se tr a ta de u n a su bjetividad q u e se acepta, y a la que
se le da, ad em ás, in cid en cia m ed iática. Los casos de C ousteau y de R odr íguez de LA F u en te so n
b uenos ejem plos al respecto.
investigador obviar la dureza de ciertas realid ad es sociales. El cuestionario
sirve p a ra co n stru ir una distancia que b lo q u ea la im plicación personal y po­
lítica del investigador con la realidad estu d iad a. E n la m edida en que la re a­
lidad puede ser revolucionaria, la realidad se p asa p o r el filtro positivista de
la encuesta. E n Antropología el proceso es algo d istinto, pero los resultados
son los m ism os.
Los antropólogos h u b ieran podido q u ed arse en casa y hacer etnografía.
P ero la p rax is etn o g ráfica d o m éstica ta m b ié n p o d ía p la n te a r u n p o sib le
com prom iso porque, después de M alinow ski, la ortodoxia antropológica su ­
p rim e la distinción entre observador y analista. E n A ntropología, la distancia
se construye en térm inos de espacio. Los an tro p ó lo gos viajan lejos de casa y
protegen sus ojos m ediante el relativism o cu ltu ral. E n la m edida en que la
A ntropología afirm a que cada cu ltu ra debe ju zg arse en función de su propio
contexto, el infanticidio fem enino, la extirpación del clítoris, las to rtú ra se la
m arginació n social de la m ujer o la esclavitud in fantil, no son denunciadas.
Puesto que tales prácticas form an p arte de la c u ltu ra estudiada, el relativis­
m o antropológico no las problem atiza. Si la d istin ció n en tre encuestador.y
analista sirve a la Sociología p ara evitar el co m p ro m iso social, el relativism o
cultural p erm ite al antropólogo no im plicarse en la realidad.
El in ten to de negación de la subjetiv id ad en ciencias sociales p a sa p o r
co n stru ir u n a distancia respecto a la realid ad social estudiada. Sin em bargo,
la subjetividad es inevitable; incluso n ecesaria. Si com o p ropone W eber la
acción h u m a n a es radicalm ente subjetiva, su co m p rensión sólo puede conse­
guirse subjetivam ente. El problem a básico de la m irad a sociológica es que la
situació n social del observador co ndiciona aquello que m ira y aquello que
ve. Sin em bargo, en la m edida en que el o b serv ad o r reconoce y hace explíci­
ta cuál es su posición social, la subjetividad queda, si no controlada, sí al
m enos m atizada. Es u n a cuestión de h o n e stid a d profesional. P or o tro lado,
co n tra quienes defienden que el científico social n u n ca debe hacer observa­
ción p articip an te de u n grupo social en el que esté d irectam ente im plicado,
aq u í se defiende lo contrario. U n em igrante, u n a q u em ad a, u n policía, un
m édico, o u n evuzok, puede p ro d u cir etn o g rafía excelente sobre su pro p io
grupo social. La distancia, en estos casos, p u ed e c o n stru irse de m a n e ra c ríti­
ca. El perten ecer a u n grupo social evita los p ro b lem as de trad u cció n cu ltu ­
ral. Ya no es necesario que quien investiga p ase p o r u n proceso de resociali­
zación en un grupo social que desconoce. Q uien investiga conoce los códigos
vigentes en su propio grupo y puede hacerlos explícitos.
A nalizar la observación particip an te im plica, pues, an aliza r lo subjetivo;
supone revisar la distancia social y cu ltu ral resp ecto a aquello que se m ira.
P ero escribir sobre observación p artic ip a n te es tam bién, aunque en m en o r
m edida, escribir sobre la participación. La p artic ip a c ió n es u n problem a teó­
rico m enor. La participación es, sobre todo, u n a cu estión técnica y de sen ti­
do com ún. La presencia social de u n a p e rso n a en u n grupo social que le es
ajeno, sólo puede solventarse en térm inos del grupo que lo acoge. El grupo
al que se in co rp o ra el investigador siem pre posee algún tipo de nicho cultu­
ral al que el extraño puede acogerse. Este nicho cultural puede ser el de p er­
sona adoptada, el de huésped o incluso el de enemigo. Pero siem pre existe
algún m odo de in te ra c tu a r con los otros. Así pues, desde un pu n to de vista
teórico: el rol que d esem p eñ a el investigador en un grupo social ajeno al
suyo, debe e sta r previsto cu ltu ralm en te p o r la sociedad receptora. La b ú s­
queda de un rol de p articip ació n p a ra el investigador es básica porque condi­
ciona la observación.
Las técnicas que aseguran u n a buen a participación, tienen que ver con el
sentido com ún: se tra ta de ser sutil p ara no ser engañado, de conocer las
norm as que regulan la interacción social en el grupo social de acogida, de
respetar la ley de la hospitalidad. El problem a de la participación se resuelve
adecuándose a la realid ad social del grupo estudiado. Sin em bargo, y pese a
to m ar en cuen ta el m odo y los estilos de participación, u n a reflexión crítica
sobre la observación p artic ip a n te debe articularse sobre todo en to m o a las
cuestiones de la d istan cia y de la subjetividad.
La etnografía n o es la observación participante, sino su resultado. Pero
en la m edida en que observación participante y etnografía no pueden en ten­
derse la u n a sin la otra, la reflexión crítica que propongo sobre la p rim era
incluye tam bién u n a reflexión sobre la segunda. En ese sentido, hay que se­
ñ alar que la observación p articip an te y su resultado (la etnografía) son an te­
riores a las ciencias sociales. La reflexión sobre la realidad social y sus p ro ­
blem as no es ni h a sido p atrim o n io exclusivo de las disciplinas sociales. La
m edicina ha observado, d escrito y propuesto soluciones p a ra el m undo so­
cial. Unas p ro p u estas que, m u ch o antes de que exista la estadística, se reali­
zan m ediante la etnografía: desde la observación y la descripción. Antes de
que D U R K H E IM co n trib u y era de form a decisiva a fundar la Sociología acadé­
mica, y con ocasión de la epidem ia de tifus que asóla la Alta Silesia en 1848,
V lR C H O W define la m edicina com o u n a ciencia social. Los inform es que ela­
bora sobre la epidem ia son etnográficos: describe prim ero y asocia después,
las condiciones de vida de la clase trab ajad o ra alem ana a la difusión de la
epidem ia. Pero la m irad a de V lR C H O W no es objetiva, ni pretende serlo tam ­
poco. Al contrario, su m ira d a es ta n subjetiva que se com prom ete con las
personas observadas h asta el p u n to de te rm in a r com batiendo en las b arric a­
das del Berlín de 18483.
La etn o g rafía fue u n a técn ica com ún a m uchas disciplinas. E n el caso
concreto de la E u ro p a del XIX, p ractican etnografía la m edicina, las ciencias
sociales, y los folcloristas (C O M E L L E S 1996h). Pero finalm ente la A ntropolo­

1 Sin em b arg o , la su b jetiv id ad del o b se rv ad o r m édico puede ir en sentido co n trario . Tal es el


caso de las d escrip cio n es y p ro p u e sta s q u e efectúan M o rel y MAGNAN e n la seg u n d a m ita d del
siglo xtx. Am bos, tras d e sc rib ir las p en o sas condiciones de vida del cam p esin ad o y de la clase
o b rera d e F ran cia, o p ta n p o r u n co m p ro m iso subjetivo que im plica d ifu n d ir los valores b u rg u e ­
ses co m o buenos: se rá la h igiene la que h a de con seg u ir cam b iar esos estilos de vida, y m ed ia n te
la m oralizació n q u e la h ig iene conlleva a lcan za r el o rd en social.
gía se apropia de la práctica etnográfica en condiciones m uy especiales y es­
paciales de uso. Hay que en m arcar el ab an d o n o de la observación partici-
pante~por p arte de la m ayoría de las disciplinas, y su apropiación por parte
de la A ntropología, en el contexto de la crisis de los m étodos cualitativos y
holísticos de análisis sobre la realid ad social. Es u n a crisis que tiene que ver
con el c a rá c ter político, e incluso revolucionario, de unas etnografías que
describían con crudeza las vidas de los b arrio s obreros o del cam pesinado.
Las ciencias sociales sustituyen esta cercanía p ersonal al objeto de estudio
p o r in stru m en to s neu tro s y asépticos (com o la estadística) que sirven para
desh isto rizar la realid ad y fraccionarla. E n el rechazo a la etnografía está
presente, p o r u n lado, el rechazo a la subjetividad y, p o r otro, su capacidad
p a ra describir con viveza la realid ad social. U na realidad social con la cual el
observador podía sentirse id e n tific a d o 4. El p roblem a de la práctica etnográ­
fica en la E u ro p a del siglo XIX es que, m ás que u n discurso sobre la diferen­
cia, genera u n discurso sobre la desigualdad (C O M E L L E S 1996b). Las estra­
tegias que a rb itra n las d is tin ta s d isc ip lin a s p a ra ev itar ese d iscu rso son
diversas: la Sociología ab an d o n a la p ráctica etnográfica; la Antropología via­
ja a ultram ar; los folcloristas d estacan el c a rá c ter nacional y típico (y por
ello aceptable) de aquello que ohservan.
H ay m odos diversos de h acer etnografía y hay m uchos etnógrafos. Pero la
práctica etnográfica se generaliza en el siglo XIX de la m ano de com erciantes,
viajeros, soldados y m isioneros. Es a estos etnógrafos aficionados a quienes
critica M a l i n o w s k i en Los argonautas del Pacífico Occidental. Una crítica que
sirve p a ra definir los lím ites de u n a profesión: la de antropólogo. Después de
M a l i n o w s k i , la observación p articip an te y el trab ajo de cam po se convierten
en m ecanism o de cierre profesional. Las antropologías de los países hegemó-
nicos en la prod u cció n del conocim iento antropológico (la francesa y las an ­
glosajonas) deciden, to m an d o a M A LIN O W SK I p o r b andera, la ortodoxia de la
disciplina: el m odo correcto de p ro d u c ir etnografía. Después de M a l i n o w s k i ,
la observación p articip an te se convierte en u n rito de paso profesional que
deviene el único m odo legítim o de p ro d u c ir etnografía. Un rito de paso que
incluye h acer m uchos kilóm etros, estar sucio, com er cosas rarísim as, no h a­
b lar con los m isioneros, e in te n ta r que los nativos te hagan caso. E n térm inos
antropológicos: la observación p articip an te es u n a ordalía, y por ello incluye
sufrim iento. Sólo que esta p ru eb a da el visto bueno para publicar, para ser
profesor, p a ra ser científico, p a ra ser u n profesional de la disciplina. La defi­
nición que. hace M A LIN O W SK I de la observación participante sirve para deci­
dir qué es etnografía y qué no lo es, y sirve tam b ién para definir quiénes son
los antropólogos. Como señala Susan SONTAG (1983) el antropólogo se con­
vierte en un héroe cultural: en u n ser especial capaz de p e n etrar y aprehender

4 Un ejem plo evidente del c o m p ro m iso al que p o d ía llevar la p ráctica etn o g ráfica en la E u ro ­
p a del xix lo o frece E n g e ls (1968) con su d escrip ció n de las condiciones de vida de la clase
o b re ra d e In g laterra.
las culturas ajenas. Sin em bargo, diversos factores han puesto en cuestión la
versión de observación participante definida por MALINOWSKI.
La aparición en 1967 de los diarios privados del autor de. Los argonautas.
destruye el m ito del antropólogo relativista que valora y aprecia a los n ati­
vos. L a publicación de los diarios de M a l i n o w s k i tan sólo es una anécdota.
Lo que realm ente cam bia la práctica antropológica de los países centrales en
la producción del conocim iento antropológico son los procesos de descoloni­
zación. La descolonización pone de relieve los procesos de subaltem idad ins­
critos en las relaciones centro-periferia y muestra tam bién las relaciones de
poder presentes en la p ráctica etnográfica. Los procesos de descolonización
primero, y la aldea global después, provocan una crisis en la práctica an tro ­
pológica de los países centrales. Ya no es posible ir allí, porque todos esta-,
ritos aquí.
El conjunto de las reflexiones de la Antropología de los países centrales
en la producción del conocim iento antropológico sobre su práctica etnográ­
fica, sedim entan en to m o a cuatro cuestiones fundamentales: prim ero, el p ro ­
blem a de la: A ntropología com o traducción cultural; segundo; la cuestión de
la cultura com o in terpretación; tercero, el problema del.pacto de realidad; y
cuarto, la constatación de la sim ilitud entre etnografía y literatura, y la posi­
bilidad de analizar las m onografías como textos. Estas reflexiones de la Antro­
pología sobre su p ropia práctica, son también recogidas por las antropologías
de los países periféricos, pero en menor medida porque tales antropologías des­
de siem pre investigaron estando aquí. Desarrollar la práctica etnográfica en
el propio m edio cultural p erm ite m inim izar (aunque no obviar) los proble­
mas de in terp retació n y de traducción cultural.
La distancia social

La h isto ria de la observación particip an te es ta m b ié n la h isto ria de las cien­


cias sociales. E n especial es la h isto ria del lu g a r que h a ocupado el m étodo
cualitativo. La historia de la observación p a rtic ip a n te debe escribirse to m an ­
do en cuen ta el desarrollo del trabajo de cam p o y el de la etnografía. Es im ­
posible co m p ren d er la observación p articip an te sin te n e r en cu enta los con­
textos sociales e intelectuales en que nace y es u sad a. Pero antes de detallar
tales contex to s, resu lta im p rescin d ib le a c la ra r tre s co n cep to s sem ejan tes
pero no idénticos que a m enudo se confunden: etnografía, trabajo de cam po y
observación participante.
Trabajo de campo suele incluir dos acepciones básicas. La p rim era m an tie­
ne u n referente geográfico que indica que el objetó de estudio no se encuentra
en el espacio de la cotidianidad del investigador. L a segunda, m ás académ ica,
señala el conjunto de técnicas necesarias p a ra o b te n er la inform ación em píri­
ca deseada, de entre las que destaca «la m ítica y pocas veces precisada obser­
vación participante» (KROTZ 1991: 50). La etnografía, p o r su parte, es la des­
cripción de los grupos hum anos. U na d escripción que se consigue tras una
d eterm in ad a estancia (o trabajo) de cam po entre el grupo en cuestión, en la
que m ediante la observación participante y el em pleo de inform antes, se o b ­
tienen los datos que se analizan: «Idealm ente esta descripción, u n a etn o g ra­
fía, requiere u n largo período de estudio íntim o y de residencia en u n a co m u ­
n id ad pequeña bien determ inada, el conocim iento de la lengua hab lad a y la
utilización de u n amplio abanico de técnicas de observación, incluyendo la r­
gos contactos c ara a cara con los m iem bros del grupo local, participación en
algunas de las actividades de este grupo, y u n m ay o r énfasis en el trabajo in ­
tensivo con los inform adores que en la u tilización de datos docum entales o
de encuesta» (CONKLIN 1975: 153). Desde ese p u n to de vista, la observación
particip an te es sólo u n a de las m últiples técnicas que pueden em plearse para
describir (es decir, para etnografiar) grupos hum an o s.
S in e m b arg o , el em pleo de la o b se rv a c ió n p a rtic ip a n te en tre p u eb lo s
ágrafos (generalizado desde principios del siglo XX) identifica parcialm ente
esta técnica con una de las ciencias sociales: la A ntropología Social. Las ra ­
zones de tal identificación tienen que ver co n la h isto ria y el desarrollo de la
Antropología, y especialm ente con el intento de co n struir su identidad en el
m arco general de las ciencias sociales m ediante dos características diferen­
ciales: prim ero, m ediante la aproxim ación personalizada al problem a inves­
tigado y la consecuente no distinción entre quien obtiene los datos y quien
los analiza; y segundo, a través del desarrollo de investigaciones sobre suje­
tos que constituyen otros culturales (¡VlENÉNDEZ 1991: 22) La p rim era de
las dos características que se em plean p ara d efinir práctica, pero no epis­
tem ológicam ente, la id en tid ad de la A ntropología, presupone la presencia
directa del investigador en la realidad estudiada. P ara dar form a a esa p re ­
sencia se a rb itra n un conjunto de estrategias que reciben el nom bre de ob­
servación p articipante. De la p rim era característica se deriva la segunda: n e­
gar la distinción en tre en cu estad o r y analista, obliga a buscar la distancia de
otro m odo (d esarrollando investigaciones sobre otros culturales), y p lantea a
la A ntropología Social uno de los problem as epistem ológicos fundam entales
de la práctica etnográfica: la fro n tera entre la descripción y la interpretación.
La historia práctica y teórica de la observación participante está casi exclu­
sivam ente asociada a la A ntropología S o c ia l2, y p o r ello a la etnografía y al
trabajo de cam po. E n ese sentido, u n a revisión teórica e histórica de la ob­
servación p articip an te debe realizarse fundam entalm ente desde la A ntropo­
logía Social; y p a ra hacerlo resu lta útil establecer u n antes y un después de
M a lin o w s k j, aunque tam b ién u n durante, que corresponde al periodo clásico
en ciencias sociales.
El interés p o r los otros es u n a constante en la llam ada cultura occidental1.
Un interés que desde H e r o d o t o h asta M a l i n o w s k i sedim enta en docum en­
tos escritos p o r com ercian tes, soldados, viajeros y etnógrafos. O bservar la
co tid ian id ad de los p u eb lo s exóticos p a ra describirlos después no es algo
nuevo. Lo im p o rtan te es revisar el crédito que la audiencia otorga en cada
m om ento histórico concreto a las distintas descripciones que sobre lo exóti­
co se elaboran. Un crédito que tiene que ver con el tipo de relaciones que los
países europeos establecen con los otros. La expansión de E uropa, que desde
el siglo XV en ad elan te co n q u ista y explora continentes, precisa de inform es
que aporten la m áxim a certeza p a ra o rganizar el buen gobierno de las regio­
nes recién colonizadas: u n a certeza y fiabilidad cuyo soporte es el docum en­

1 La S ociología p u ed e d efin irse (tam b ié n práctica, pero no epistem ológicam ente) n egando lo
an terio r: e n c u e sta d o r y an a lista so n d istin to s, se ab o rd a p rincipalm ente la p ro p ia sociedad, y
existe u n ab o rd aje im p erso n al de la re alid ad estudiada.
1 La aplicación d e la o b servación p a rtic ip a n te a los estudios urbanos qu e desarro lla la socio­
logía em p írica de la E scu ela de C hicago en los años veinte y treinta, responde a un m odelo de
p ráctica definido p rev iam en te p o r R ad c liffe -B row n y M alinow sk i , y que este últim o exporta y
explica e n E stad o s U nidos g racias a su p re se n c ia en la U niversidad de Chicago fin an ciad a p o r la
F u n d ació n Rockefeller.
J Je sú s M . de M ig u el a firm a q u e occidente es un térm ino etnocéntrico q u e ad em ás no indica
nada. Aquí se usa p a ra e n g lo b a r las c u ltu ra s h erederas del judeo -cristian ism o y de las revolucio­
nes fran cesa e in d u strial.
to e sc rito 4. Del interés m ás o m enos anecdótico p o r lo exótico que atraviesa
los Viajes de M arco Polo, se pasa al interés claram ente político tras la coloni­
zación de América. Sólo conociendo la naturaleza de los habitantes de ultra­
m a r podía definirse su relación con la Corona. P ara conocer su naturaleza re­
su lta im p rescin d ib le observarlos, describ irlo s. La colonización del Nuevo
M undo es el pun to sobre el que pivota el tránsito señalado. Los inform es y des­
cripciones m exicanos elaborados p o r SAHAGÚN en la Historia General de las
Cosas de la Nueva España, las observaciones de PlGAFETTA sobre Cebú (inclui­
das en su crónica sobre el viaje de MAGALLANES), son ejemplos im portantes.
De la anécdota a la construcción del E stado, y de la política a la ciencia.
E n el siglo xix, en el período ev o lu cio n ista5, las ciencias sociales pasan a in­
teresarse plenam ente p o r los otros, recogiendo p arte del discurso de la Ilus­
tración que p reten d ía e n co n trar en el salvaje aquella hum an id ad prim igenia
sobre la que tanto teorizó. Es en este m om ento cu ando a los escritos de via­
jeros y exploradores se su m an los inform es de funcionarios, y los de los reco­
lectores de los m useos. Se em piezan a p u b licar guías p ara la recolección de
los datos, y las sociedades antropológicas y folcloristas intercam bian infor­
m es con aficionados o perso n as en el terreno, de m an era ya sistem ática y
fo rm alizad a6. Sin em bargo, los antropólogos están en casa, en el gabinete, en
el salón. Con la excepción de M o r g a n y sus estancias periódicas para estu­
d iar la cultura seneca, la presencia del científico social ju n to a la realidad es­
tu d iad a era del todo im pensable: en el terreno estaban los aficionados, los
recolectores de datos, p ero no quienes d isp o n ía n del in stru m en tal teórico
para organizarlos y a n a liz a rlo s7. La distinción entre encuestador y analista
es u n a característica fundam en tal de la A ntropología Social del período evo­

4 E s éste el m o m en to en que se d im e n ta n los p rim e ro s E stad o s o rganizados en torno a una


b u ro c ra c ia cen tralista que, adem ás, asum e de m a n e ra progresiva el papel de m em o ria histórica
h asta el m o m en to d esem p eñ ad o p o r la Iglesia C atólica.
5 El p erío d o ev o lucionista en C iencia S ocial se d e sarro lla a lo largo del siglo xix pero tiene
su fu n d a m e n to en la idea d e p rogreso derivada de la Ilu stració n . E n el período evolucionista la
p reo cu p ació n h eg em ó n ica de las ciencias sociales es co n o cer hacia d ónde se dirige la sociedad.
M arx , S pen c e r , M org an , C o m t e , p ro p o n en estadios lineales y sucesivos del d esarrollo social. La
m ay o ría de los teóricos del período señ alan u n a sociedad de d estin o p a ra ese progreso en el que
ta n to creían: so cied ad sin clases p ara M arx , sociedad en o rd en y p rogreso p a ra C om te , o socie­
d ad in d u stria l eu ro p ea p a ra antro p ó lo g o s com o M organ y T ylor .
6 «C uando los fu n cio n ario s de la m etró p o li q u erían in fo rm ació n sobre algún p u n to en espe­
cial, a d o p ta ro n la co stu m b re de enviar, cu estio n ario s a los q u e vivían entre las poblaciones p r i­
m itivas. El p rim e ro de la serie fue co n feccionado p o r M organ [...] Más tard e S ir Jam es F razer
fo rm u ló o tra lista [...] que envió p o r to d o el m undo, y co n la que obtuvo inform ación p ara los
volúm enes de The Colden B oagh. El m ás com p leto de estos cu estio n ario s fue N otes and Qtieries
in A n th ro p o lo g y, p u b lic a d o o rig in a lm e n te p o r el R oyal A nth ro p o lo g ica l In stitu te en 1874»
(E vans -P ritchard 1967: 87).
7 E ran frecu en tes tam b ién las reco m en d acio n es efectu ad as a los viajeros sobre la m ejor m a­
n e ra de o b se rv ar y d escrib ir a los salvajes. Al respecto son u n ejem plo ilustrativo las indicacio­
n es efectu ad as p o r G erando (1978) al cap itán B audin (corresponsal de u n a sociedad an tropoló­
gica), q u e p a rtía h a c ia u n viaje exótico.
lucionista, h a sta el p u n to de que u n o de sus m áxim os represen tan tes (Jam es
F r a z e r ) al ser p reg u n tad o sobre si h ab ía conocido a alguno de aquellos sal­
vajes sobre los que escribía, responde: «¡Dios m e libre!».
E n cualquier caso, h acia finales del siglo XIX y principios del XX, pese a
los trabajos de M O R G A N sobre la cu ltu ra seneca o los inform es de R IV E R S so­
bre los toda, la investig ació n etn o g ráfica «estaba d o m in ad a p o r in tereses
centrados, en los objetos, u n form ato de m odelo tópico p a ra la observación y
recolección, y p a ra la u tilizació n inten siv a de intérpretes« ( C o n k l i n 1975:.
155). Una situación que llega a su fin com o consecuencia de, p o r u n lado, la
irrupción teórica del p articu larism o b o asian o que pone en crisis el m odelo
evolucionista en A ntropología Social; y p o r otro, com o consecuencia de la
definición técnica y teó rica que de la observación p articip an te realiza M A L I­
NOWSKI. Con B O A S y M A LIN O W SK I se inicia el período clásico en A ntropología
Social. Un período caracterizad o p o r la con trib u ció n de la disciplina al colo­
nialism o, p o r la defensa teórica de la existencia del orden social, y p o r el re ­
chazo radical del evolucionism o (com ún en todo el período) pero pro tag o n i­
zado principalm ente p o r el p articu larism o histórico. B o a s afirm a que «una
seria objeción al razo n am ien to de los que tra ta n de establecer líneas de evo­
lución de culturas, reside en la frecuente falta de com parabilidad de los d a ­
tos» (BO A S 1964: 191). Su crítica se dirige al m étodo com parativo en su con­
ju n to y no al m al u so q u e de él h ic ie ro n los ev o lu cio n istas. Al h ac erlo ,
cuestiona la posibilidad de' establecer leyes generales. E n cualquier caso, tras
B o a s «el inventario y la descripción [...] se convertirá en la tarea prioritaria de
los investigadores; la m on o g rafía antropológica será el m olde que ad o p tará
la elaboración y presentación de los datos empíricos» (FR IG O L É et al. 1983: 9 )8.
B o a s y sus discípulos definen la m on o g rafía antropológica, el texto par exce­
llence de la A ntropología, y sobre la que tan to se ha escrito desde los años se­
te n ta p a ra se ñ a la r su c a rá c te r b á sic a m e n te lite ra rio . M a l i n o w s k i , p o r su
parte, define la observación participante: la m ejor m an era de conseguir los
datos con los que escribir la m onografía antropológica.
Una de las características básicas del período clásico en ciencias sociales
es la defensa de la im itación del m étodo de las ciencias naturales (en Antropo­
logía la postura de RA D C LIFFE-B R O W N es u n claro ejemplo de ello). Si a eso se
le añade u n a nueva g eneración de antropólogos que procedían m ayoritaria-
m ente del cam po de las ciencias n atu rales (B O A S es físico y geógrafo; H ad-
NON, un estudioso de la fau n a m arina; E lliot S M IT H , anatom ista; M A L IN O W S­
KI, es físico), se obtiene el cuadro que hace desaparecer la distinción entre
trabajo teórico y em pírico. El la b o ra to rio de la A ntropología es el m u n d o

‘ B o a s afirm a la esp ecificidad de todas y cad a u n a de las realidades cu ltu rales, y realiza u n a
llam ada al m étodo in d u ctiv o en A ntropología. C o n sid era que la ta re a de la A ntropología es estu ­
d iar cu ltu ras p articu lares, y q u e tra s la p acien te acu m u lació n de datos, la gran teoría llegaría
p o r si sola. E n la m ed id a en que, según B o a s , las c o stu m b res d eb en e stu d ia rse con detalle y
com o p arte del to tal cu ltu ral, la p resen c ia y la p a rtic ip a c ió n del in vestigador en el m ed io se hace
im prescindible.
prim itivo, y p a ra investigar es preciso sum ergirse en él. La m an era exacta en
que esto debe hacerse es planteada, p o r p rim e ra vez de m an e ra sistem ática,
p o r B ronislaw M ALINOW SKI en Los Argonautas del Pacífico Occidental (origi­
nalm ente publicada en 1922).
A lo largo del m odelo antropológico clásico se gesta la im agen social de la
Antropología y del antropólogo tal y com o hoy es p ercibida. MALINOWSKI de­
fine la observación participante, de la cual se va a h acer no sólo u n rito de
paso profesional, sino prácticam ente u n estilo de vida h a sta m ucho tiem po
después de la publicación de Los Argonautas: «hay profesiones cuyas condi­
ciones de vida h a n sido hechas p ara d ar testim o n io [...] Claude Levi-Strauss
h a inventado la profesión de antropólogo com o o cu pación total, u n a profe­
sión que im plica u n com prom iso espiritual, sim ila r al del artista creador, el
aventurero o el psicoanalista» (SONTAG 1983: 8 6 )9. O tra característica del p e­
ríodo clásico es el consenso respecto al objeto de estudio de la Antropología:
el m undo prim itivo (si bien al objeto trad icio n al se añ ad e de m an era p rogre­
siva el análisis de las realidades folk; de los gru p o s étnicos y del cam pesina­
do). Los trabajos de R obert REDFIELD sobre las sociedades folk «a las que de-
fíne esencialm ente p o r su oposición a las cu ltu ras u rbanas» (MERCIER 1963:
520), m arcan el inicio de u n proceso de redefinición del objeto de estudio de
la A ntropología todavía inconcluso. T am bién en este período se inicia el es­
tudio antropológico de las sociedades com plejas: «los trabajos de los Lynd,
W arner, los G ardner, K lukhohn, el grupo b ritán ico de O bservación de Masas,
Redfíeld, constituyen la avanzada de u n p ro ceso caracterizad o p o r su dis­
co ntinuidad , p ero que se constituyó en este lapso» (MENÉNDEZ 1991: 25).
Pese a que ya en este período la A ntropología d esarro lla u n pro g ram a inves­
tigador am plio en las sociedades com plejas, el rep lan team ien to del objeto de
estudio de la disciplina no alcanza su p len a in ten sid ad h a sta el proceso de
descolonización.
La etnografía del período clásico se caracteriza, p o r ser aplicada casi ex­
clusivam ente p o r profesionales de la A ntropología a realidades sociales de
pequeña escala (como pueblos prim itivos y co m u n id ad es rurales), a las que
se define com o universos relativam ente aislados y en los que se tiene poco en
cu enta el cam bio so c ia l10, com o consecuencia del p red o m inio de la teoría es-
tru ctu ral-fu n cio n alista en esa etapa. Es u n a e ta p a en la que el trabajo de

9 La co m p aració n d e la experiencia de cam po co n el p sic o a n á lisis es frecu en te en A ntropolo­


gía Social. Se su p o n e que sólo el contacto directo p e rm ite p e n e tra r la re a lid a d social estu d iad a;
algo se m ejan te a la relació n m édico-paciente en el caso del p sico an álisis: «si no se acep tan todas
las co n d icio n es de esta experiencia, cuya o rig in a lid ad es ta n g ra n d e co m o la relació n p sic o an a-
litica que vincula al m édico con su pacien te, nos a rrie sg a m o s a ver ap arecer, en lu g a r de u n a
au tén tica cien cia etnológica, u n gabinete de c u rio sid ad es d e la especié h u m an a» (P anoff y PÁ.
NOFF 1975: 80).
10 Lo cual, co m o p lan tea C ardIn (1990), es u n a p a ra d o ja p o rq u e la llegada del an tropólogo
suele p ro d u cirse b astan te m ás tarde que la llegada del c o m e rc ia n te y del m isio n ero , q uienes in e ­
vitab lem en te y d e m an era au to m ática p o n en en m a rc h a p ro ceso s de cam b io social rá p id o y de
acu ltu ració n .
cam po y la observación p a rtic ip a n te se entienden com o los in stru m en to s
m ás legítim os p a ra la recolección de los datos.
Es B ronislaw M a l i n o w s k i (alum no de H o b h o u s e , W e s t e r m a r c k y S e -
LIGMAN) quien diseña la observación participante. Para él, si se quiere lograr
u na buen a etnografía «lo fundam en tal es apartarse de la com pañía de los
otros blancos y p erm an ecer con los indígenas en u n contacto tan estrecho
com o se pueda» (M A L IN O W SK I 1975«: 24). La inm ersión com pleta en u n m e­
dio cultura] ajeno es lo que perm ite al antropólogo profesional (a diferencia
de lo que sucede con los am ateurs) ", obtener datos sobre lo que M A LIN O W S­
KI llam a los imponderables de la vida real: la ru tin a del trabajo, los detalles
del cuidado corporal, la form a de p rep arar y com er los alim entos, la existen­
cia de am istades y enem istades, etc. En otras palabras: la participación com ­
pleta en la vida cotidiana de la com unidad, perm ite observar la realidad so­
cial en su c o n ju n to , d esd e u n a p ersp ectiv a holística. Es u n a sistem átic a
científica que en el futuro restringe el cam po de análisis de la A ntropología a
los pueblos prim itivos y a las realidades sociales de pequeña escala, habida
cuenta de las dificultades técnicas y m etodológicas que supone su aplicación
a sociedades m ás com plejas.
B oas y Malinowski in a u g u ra n el proceso de p ro fesionalización de la
A ntropología. BO A S funda el p rim e r d ep artam en to universitario de A ntro­
pología en E stados Unidos, m ien tras que MALINOW SKI define los rasgos que
deben caracterizar al antropólogo profesional frente al amateur. E n u n con­
texto en el que la A ntropología com o ciencia positiva debía co n trib u ir com o
propone Radcliffe-B rown (1975) al gobierno y control de los pueblos n a ti­
vos, los inform es no podían dejarse en m anos de aficionados. La profesiona­
lización y la sed im en tació n definitiva de la disciplina an tropológica en el
m undo académ ico, co n fo rm an las condiciones necesarias p a ra que el E sta­
do acepte consejas y encom ien d as p o r parte de la A ntropología. Es p o r eso
p or lo que cosas ta n a p aren tem en te sim ples com o el trabajo de cam po y la
observación p articip an te, se convierten, p o r u n lado, en m ecanism os de cie­
rre profesional; y p o r otro, en u n sistem a p ara definir la ortodoxia científica.
Una ortodoxia que E V A N S-PR ITCH A R D plantea claram ente, tan to p a ra el caso
de la form ación profesional del investigador '2, como para la aplicación espe­

11 M alinow ski e s u n o ele lo s p r im e r o s a n tro p ó lo g o s e n re c o n o c e r que la e tn o g ra fía p ro f e s io ­


n a l s u e le s e r a b u r r id a , e n e s p e c ia l fr e n te a « c ie rto s tra b a jo s d e a m a te u r s [...] q u e s u p e r a n e n
p la s tic id a d y v iv eza a m u c h o s d e lo s in fo rm e s p u r a m e n te c ie n tífic o s» (M alinow ski 1975 a : 35).
12 «Para que resu lte m ás claro q u é significa realizar un trab ajo de cam po intensivo, indicaré
a co n tin u ació n lo que d eb e h a c e r a c tu a lm e n te un individuo p a ra convertirse en a n tro p ó lo g o
profesional [...] E n un p rim e r estu d io de cam p o de u n a sociedad p rim itiva invierte p o r lo m enos
dos años. E ste p erío d o c o m p re n d e dos expediciones, con u n a interru p ció n en tre am b as p a ra co­
tejar el m aterial reco lectad o en la p rim e ra . La experiencia ha d em ostrado que p a ra que u n a in­
vestigación de este tipo sea eficaz es esencial un a in terru p ció n de algunos m eses, si es posible,
p asados en u n d e p a rta m e n to de u n a universidad. A ntes de que p u ed a p u b licar los resu ltad o s de
su estudio, y p a ra que éste se e n c u e n tre a la altu ra-d e los trabajos m odernos, d eb erán tra n sc u ­
r r ir p o r lo m enos o tro s cin co años; y m u ch o s m ás si se tienen o tra s ocupaciones. E s decir, el es-
cífica de la observación p a rtic ip a n te . R especto a esta ú ltim a E v a n s -PRIT-
CHARD c o n tin ú a y especifica las e n se ñ a n z a s de su m a e stro MALINOWSKI:
«Para efectu ar u n a b u en a investigación, el antropólogo debe [...] desde el
principio hasta el ñn, estar en contacto estrecho con la población que está
analizando, debe com unicarse con ella solam ente en el idiom a nativo, y debe
ocuparse de su vida social y cultural total [...], y p o r lo tanto observar sus ac­
tividades diarias desde d entro y no desde fuera de su vida com unal [...] tra ­
tando de desem peñarse com o p arte física y m oral de la colectividad» (EVANS-
P ritch ard 1967: 94-95). Desde M a l in o w sk i en adelante, el trabajo de cam po
y la observación p articip an te p a sa n a ser elem entos que definen y lim itan la
profesión de antropólogo.
• Incluso en épocas tan tard ías com o 1968, M ichel y Françoise PANOFF in­
sisten en la necesidad de salir al cam po, no com o rito de paso profesional,
sino com o u n a m an era de conseguir la. experiencia que p erm ita organizar la
ciencia etnológica. Frente a la in m ediata desaparición del m undo prim itivo y
su reconversión en T ercer M undo y frente a quienes defienden dejar en
m anos de especialistas la recolección de los datos N, Michel y Françoise PA­
NOFF señalan que «el etnólogo descubre con sorpresa [...] que todavía es po­
sible llevar a cabo investigaciones etnográficas ta n fructíferas com o en el
tiem po de Malinowski» (PANOFF y P a n o ff 1975: 82). La ortodoxia académ ica
y profesional definida p o r BOAS y MALINOWSKI se extiende desde principios
de siglo h asta finales de los años sesenta l5.
La validez y el crédito otorgado al inform e etnográfico se justifica y se
apoya en la p ro fesio n alid ad del antro p ó lo g o . El p ro b lem a, tal y com o lo

t u d io in te n s iv o d e u n a so la s o c ie d a d p rim itiv a y la p u b lic a c ió n d e los re s u lta d o s o b te n id o s , lleva


u n o s d ie z a ñ o s» (E vans -P ritchard 1967: 93).
11 K a p la n y M a n e r s (1 9 7 5 ) p lan tean las diversas opciones que se p re se n ta n a la disciplina
an te la d esap aric ió n del que h ab ía sido su trad icio n al lab o ra to rio de análisis: el m undo prim iti­
vo. Ante esta reo rien tac ió n de la discip lin a — aú n no resu elta— caben varias opciones: prim ero,
seg u ir estu d ia n d o los po co s prim itivos que quedan: segundo, an a liz a r unidades de pequeña es­
cala en el m arco de las so ciedades com plejas: guetos, b arrio s, aldeas, hospitales; tercero, crear
nuevas teorías, o com o L e v i- S tr a u s s investigar acerca de la e s tru c tu ra de la m ente hum ana; y
cu arto , an a liz a r los procesos de tran sfo rm ac ió n de las sociedades m enos com plejas en T ercer
M undo. La p rim e ra opción, seguir estu d ia n d o los pocos prim itivos existentes, no p lantea p ro ­
b lem a alguno, salvo el de la d esap aric ió n a corto plazo de la disciplina ju n to a su objeto de estu ­
dio. É sta fue la op ció n de b u e n a p a rte de la A ntropología d esarro llad a en los países centrales en
la p ro d u cció n del co n o cim ien to antro p o ló g ico (en especial E stados U nidos, F rancia y Gran B re­
taña).
14 Tal es el caso de F r i e d r i c h s y L ü d t k e (1 9 7 5 ) c u a n d o p ro p o n e n que sean técnicos específi­
cam en te fo rm ad o s p ara ello quienes reco jan los d atos en el cam po, m ien tra s que el antropólogo
p erm an ece an alizán d o lo s en su d espacho. L a p ro p u e sta im plica reg re sar a la m an era en que los
d ato s llegaban a los gabinetes de los com parativistas, pero esta vez quienes los rem iten no serian
aficio n ad o s sino p erso n al b ien en tren ad o .
15 La o rto d o x ia cien tífica en A ntropología S ocial es definida p o r los países hegem ónicos en
la p ro d u cció n del co n o cim ien to antro p o ló g ico (E stados U nidos, F rancia, G ran B retaña), Pero
p u esto que la A ntropología es plural, la ortodoxia h egem ónica no es siem pre seguida, en espe­
cial p o r p a rte de an tro p o lo g ías p eriféricas (com o la española, la italian a o la m exicana).
plantea C a r d Í N , es que «tanto la trad ició n observacional inau g u rad a p o r los
discípulos de Boas, com o la fu ndada p o r M alinowski para el ám bito b ritán i­
co, sustituyen el testim onio casual y no cualificado de los observadores que
surtían a los com paratistas, p o r u n testim onio especializado del etnógrafo,
que resulta tan absolutista e inverificable com o aquel» ( C a r d í n 1990: 18). Un
problem a que la antropología in te rp re ta tiv a 16 va a explotar h asta el p u n to de
llegar a definir la Antropología com o u n género literario l7. E n palabras de
Clifford G E ER TZ : «tal vez, de llegar a co m p ren d er m ejor el carácter literario
de la antropología, determ inados m itos profesionales sobre el m odo en que
se consigue llegar a la persuasión, serían im posibles de m antener. E n con­
creto, sería difícil p o d er defender la idea de que los textos etnográficos con­
siguen convencer, en la m edida en que convencen p o r el puro p o d er de su
sustantividad factual» (G E E R T Z 1989: 13). E n la m edida en que los hechos
descritos p o r el etnógrafo son construidos, la credibilidad que se les otorga
tiene que ver m ás con el p oder de persu asió n retó rica que aparece en el texto
(en el relato), que con la veracidad m ism a de unos hechos a los que resulta
imposible aplicar «la p rim era regla y la m ás fundam ental: co nsiderar los h e­
chos sociales com o cosas» (Ü U R K H E IM 1983: 33). La m onografía, com o la
pornografía y la cinem atografía, m ás que verdadera debe ser creíble.
E n cu a lq u ier ca so , y a n tes d el v en d a v a l p o s m o d e m o c o n te m p o r á n e o l8, el
p rob lem a de la veracidad d e la etn o g ra fía se a b o rd a en la etn o g r a fía m á s c lá ­
sica, y m ás a d ela n te en el m a r co de la p o lé m ic a q u e el m a te r ia lism o cu ltu ra l
y la etn o cien cia , esta b le c e n en to rn o a la d is tin c ió n ernic/etic. E n el p rim er
caso, E v a n s - P r it c h a r d a p o rta a lg u n a s r e fle x io n e s so b r e la p o s ib ilid a d de
captar u n a cu ltu ra ajena m e d ia n te la o b ser v a c ió n p a rticip a n te, e in tr o d u c e el
debate en to m o a lo s e fe c to s d el se s g o p e r so n a l e n el terreno: «es ló g ic o in te ­
rrogarse si, en el c a so de q u e d o s in v e stig a d o r e s d istin to s rea liz a r a n la m is ­
m a exp eriencia, lo s resu lta d o s se ría n a n á lo g o s [...] creo q u e tr a tá n d o se s im ­

16 «Este m o v im ien to q u e hoy se lla m a A ntro p o lo g ía In te rp re ta tiv a o p o sm o d e rn ism o , es


hijo de u n co n ju n to .d e ideas en to rn o a la trad ició n cu ltu ral, crític a litera ria y sim bolism o de los
setenta» (C átedra 1992: 13). La A ntropología in terp retativ a desarro lla u n a revisión ep iste m o ló ­
gica sobre el m odo en que se produce el co n o cim ien to etnográfico, y p reten d e s u s titu ir el m o n ó ­
logo clásico del etnógrafo p o r un texto en el que ap arezcan de m a n e ra m u ch o m ás cla ra las vo­
ces m últiples sobre las que se construye la etnografía: las voces de la o tra c u ltu ra p erso n ificad a
en los inform antes.
17 La A ntropología in terp retativ a (o p o sm o d e m a ) se o cu p a de las convenciones textuales de
(o que se d en o m in a realism o etnográfico: «se evita la p rim e ra p erso n a p a ra su g e rir la objetividad
de lo que se escribe y la n eu tralid ad del investigador [...] al m ism o tiem po, y p a ra g a ra n tiz a r la
verosim ilitud de lo expuesto, se a c u m u la n detalles y d etalles de la vida diaria, y se in sin ú a la
au to rid ad experiencíal del antropólogo, co n m ap as, fotos y cro q u is del lu g ar estudiado» (G arcía
C a nc uni 1991: 59).
18 El nacim ien to de la A ntropología in te rp re ta tiv a en E stad o s U nidos re sp o n d e ta n to a la
pérdida de prestigio social de la A ntropología (G r een w o o d 1992: 6), y al reco rte de fondos p a ra
la investigación de la era R eagan (G arma 1991: 132), com o a la necesid ad de g e n erar diferencias
en un m ercado an tropológico altam en te sa tu ra d o de profesionales, y en el que es im p re sc in d i­
ble co n stru ir ciertas especificidades (G arcía C a n c u n i 1991: 62).
plemente de los hechos registrados, éstos serían prácticam ente los m ism os
[...] aunque los libros que escribirían serían m uy distintos [...] la personali­
dad de un antropólogo no puede, pues, eliminarse de su trabajo, com o tam­
poco es posible hacerlo en el caso del historiador» (EVANS-PRITCHARD 1967:
100). El autor de Los Nuer afirma que la Antropología debe considerarse
más un arte que una ciencia natural y admite el sesgo personal en el terreno,
pero finalmente, como buen etnógrafo clásico, insiste en afirmar que «de ha­
ber estado nosotros allí, hubiéramos visto lo que ellos vieron, sentido lo que
ellos sintieron, concluido lo que ellos concluyeron» (GEERTZ 1989: 26). La et­
nografía del período clásico plantea pero no resuelve el problema en tom o a
la veracidad de los datos etnográficos. Construida com o está en torno al po­
sitivism o (matizado, pero positivismo al fin), deja que sea el posterior debate
en tom o a lo em ic y lo etic, quien revise, de una m anera m ucho más crítica,
la cuestión de la fiabilidad de la monografía etnográfica.
Lo que M arvin H arris (1987) llam a la nueva etnografía, aparece a m ed ia­
dos del siglo XX com o consecuencia de la p rogresiva influencia que la lin ­
güística y la teoría fenom enológica ejercen en A ntropología Social. La etno-
ciencia defiende la p rio rid ad descriptiva de los p ro tag o n istas de la acción
social (perspectiva emic), frente al p u n to de vista del profesional que la ob­
serva (perspectiva etic). E n ese sentido, «los significados creados de las des­
cripciones etic no dependen de los sentidos n i de las intenciones subjetivas de
los actores. E n cam bio, las distinciones em ic, exigen que se entre en el m u n ­
do de los propósitos, los sentidos y las actitudes» (H arris 1987: 493). E ste
. debate p lan tea el problem a irresuelto de la p o sib ilidad del análisis transcul-
tu ral y, en consecuencia, la viabilidad m ism a de la A ntropología com o cien­
cia. Sin em bargo, la aportación de la etnociencia no es ta n to u n a novedad
cuanto la sistem atización y el abordaje de u n p ro b lem a que ya los clásicos
h ab ían form ulado de algún m o d o 19.
El período plural, es la tercera fase del d esarro llo de las ciencias sociales.
Tiene su inicio en la crisis política y social que en los años sesenta afecta a
los países centrales en la producción del conocim iento sociológico. Se c arac ­
teriza p o r la recuperación teórica del m arxism o y de la noción de proceso, y
p o r la no existencia de escuelas hegem ónicas en teo ría social. La p luralidad
de enfoques y la hegem onía parcial de los teóricos del conflicto es su carac ­
terística principal. En ese período desap arecen las diferencias entre Sociolo­
gía y A ntropología com o consecuencia de la ald ea global, al tiem po que se
defiende de u n m odo m ucho m ás claro la lib e rta d de acción del individuo: la
idea central del período es que la p erso n a es u n p ro ceso y no u n a estructura.

19 M a u n o w s k i s e ñ a la q u e la m e ta fin a l d e l e tn ó g ra fo e s c a p t u r a r el p u n to d e v is ta d e lo s n a ­
tiv o s y d e s c u b r ir c u á l es s u v is ió n d e su m u n d o . B o a s , p o r s u p a r te , a f ir m a q u e p a r a lle g a r a
c o m p r e n d e r lo s p e n s a m ie n to s d e u n p u e b lo , to d o s lo s a n á lis is d e b e n e s ta r b a s a d o s e n s u s c o n ­
c e p to s y n o e n lo s n u e s tro s ; lle g a n d o a r e c o m e n d a r la tr a n s c r ip c ió n lite ra l d e los te x to s p r o p o r ­
c io n a d o s p o r lo s n a tiv o s, p a r a p re s e r v a r la e x p re s ió n n a tiv a d e la in f o r m a c ió n y s u p u n to d e
v ista .
La n o c ió n d e p r o c e so se recu p er a ta n to en r e la c ió n a lo s g r u p o s s o c ia le s
c o m o resp ecto a la id e n tid a d so c ia l de las p e r so n a s que lo s co n fo r m a n . Es
tam b ién un m o m e n to en el q u e la h eren cia de la Sociología comprensiva d e­
finida p or W eber , deja d e o c u p a r una p o sic ió n su b altern a en la teo ría so cia l.
Si bajo el m odelo clásico Sociología y Antropología se definen y oponen a
p artir de los objetos de estudio, en el m odelo plural se produce u n proceso
de acercam iento de am bas. P or u n lado, la desaparición del m undo p rim iti­
vo im pulsa a la disciplina antropológica a ocuparse de las sociedades m ás
complejas. Por otro, en Sociología se produce una creciente preocupación por
com prender los procesos sociales desde el punto de vista del actor. La recu­
peración del interaccionism o sim bólico y su desarrollo en térm inos de inte-
raccionism o estratégico que efectúa GOFFM A N, son ejemplo de ello. El peso
de las investigaciones teóricas y em píricas del interaccionism o de GOFFM AN
y de la etnom etodología de G A R FIN K EL, convierten la etnografía en sociología
de la vida cotidiana, y hacen de la observación participante instrum ento fun­
dam ental con el que ab o rd a r la realidad m icrosocial tam bién en las socieda­
des m ás com plejas (W O L F 1989).
Antropología y Sociología proceden de m undos distintos. Inicialm ente la
Sociología es heredera de la filosofía de la historia, del pensam iento político
y de la descripción de los hechos sociales. La Antropología tiene u n a filia­
ción directa con la antropología física y la biología. Estas herencias distintas
se diluyen en torno al evolucionism o. Luego, am bas disciplinas se separan
como consecuencia de d istintos objetos de estudio, si bien en el m odelo clá­
sico propuestas teóricas sim ilares son hegem ónicas en una y otra disciplina.
En el m odelo plural las ciencias sociales se acercan nuevam ente com o con­
secuencia de co m p artir el m ism o objeto de estudio: la sociedad, que en este
caso está m ediatizado p o r el fenóm eno de la aldea global. E n el período plu­
ral, la historia de la observación participante debe considerarse ya desde la
perspectiva global de la historia de la ciencia social.
En el período p lural tan to la Sociología com o la Antropología van a abor­
dar la realidad en sociedades com plejas, algo en lo que la Antropología ten­
dría poca o nula experiencia. Si bien la Antropología del período clásico ya
había am pliado su objeto de estudio desde que RED FIELD señalara las socie­
dades folie com o legítim a área de investigación, el m undo prim itivo siguió
siendo su ám bito de análisis principal. En el modelo plural, la Antropología,
tras asum ir la p ro p u esta de L e e d s (1975) de que la sociedad u rb an a engloba
a la rural, plantea u n a A ntropología a la que Ulf H ANNERZ (1986) califica de
urbana p ara resaltar la interdependencia, la interconexión y com plejidad del
nuevo ám bito de investigación: las sociedades m ás complejas. Es desde esta
revisión de las relaciones interdisciplinares desde donde se puede re-escribir
la historia de la observación participante p ara hacer m ás visibles las diversas
conexiones, que, respecto a su em pleo com o instrum ento de investigación
social, existen entre Sociología y Antropología.
Si las investigaciones de la E scuela de Chicago de los años veinte y trein ­
ta no se etiquetan de "antropológicas", es p o r cuestiones de orden adm inis­
trativo y no p o r diferencias significativas respecto al m étodo y la teoría an­
tropológica. La obra fundacional de la E scuela de Chicago es The Polish Pea-
sant in Eitrope and America ( T h o m a s y Z n a n i e c k i 1958) en la que se adopta
u n enfoque m icro y se em plean fuentes decididam ente antropológicas como
cartas fam iliares, m ateriales autobiográficos, fotografías, etc. El fundador de
la ecología u rb an a, R obert E. P a r k , insiste en «la im portancia de los proble­
m as hum an o s y en la necesidad de salir al exterior a recoger datos m ediante
la observación personal» (Ritzer 1993: 54). Algo sem ejante sucede en rela­
ción a los trabajos de E lton M a y o y su escuela de relaciones hum anas en la
em presa, quienes tam bién p la n te a n u n enfoque antropológico.
Las investigaciones sociológicas contemporáneas del m odelo antropológi­
co clásico reproducen, para los habitantes urbanos o para los trabajadores
industriales, el modelo empático y (sobre todo) paternalista con que la An­
tropología del período aborda el estudio del mundo primitivo. Las tradicio­
nes inauguradas por la Escuela de Chicago y por Mayo constituyen referen­
cia obligada para dos importantes líneas de investigación en torno a las que
se estructura parte de la Antropología del período plural: por un lado, el aná­
lisis de los procesos de urbanización y sus consecuencias; y por otro, la etno­
grafía de las instituciones y de los grupos sociales urbanos. En el primer
caso hay que destacar los estu d ios sobre los procesos de urbanización
en África, iniciados cuando se constata que «esta moderna transformación de
África [...] es un proceso análogo a los cambios que acaecieron durante el de­
sarrollo urbano de la Europa del siglo XIX» (LlTTLE 1970: 14). El estudio de
los procesos de urbanización va a organizarse sobre todo en tom o a los pro­
cesos migratorios, los de proletarización del campesinado y en relación a la
transformación de lo primitivo en Tercer Mundo, todo ello desde una pers­
pectiva crítica (desarrollada especialm ente por la antropología económica de
orientación marxista) que tiene en cuenta las relaciones centro-periferia. En
el segundo caso (la etnografía de instituciones y grupos sociales urbanos)
hay que destacar especialmente los trabajos pioneros de los esposos LYND
(1937) que, procediendo del área-de la Sociología, «recurrieron con profu­
sión a los métodos de la etnografía tradicional: residencia prolongada en la
comunidad estudiada, observación participante, junto con técnicas de entre­
vista intensiva» ( C o n t r e r a s 1983: 128). También son importantes los estu­
dios de Oscar LEWIS (1983) sobre la pobreza, los de MONOD (1971) sobre las
bandas juveniles de París y los de WHITE (1971) sobre un gran barrio de Cor-
nerville. Por su parte, la etnografía de las instituciones urbanas se desarrolla
inicialm ente analizando hospitales psiquiátricos a los que se define como
una "comunidad" pequeña y a los que se aplica el enfoque holístico proce­
dente del mundo primitivo. Los trabajos de C aU D IL L (1966) y de GOFFMAN
(1981a) son buenos ejemplos de ello.
Pese a los problemas teóricos que afronta la llamada antropología urbana
(fruto sobre todo de la extrapolación acrítica del concepto de comunidad a
las sociedades complejas), los estudios desarrollados en contextos urbanos
constituyen üno de los ámbitos m as evidentes de la histórica conexión-entre
Sociología y Antropología respecto al uso de la observación participante. En
cualquier caso, y aunque abra el proceso, lo que pone en cuestión la etnogra­
fía clásica, no es la discusión emic/etic, ni tampoco el abordaje antropológi­
co de las sociedades más complejas. Lo que pone en cuestión la etnografía
clásica es un contexto nuevo (social, político e intelectual) que pasa a revisar
las relaciones entre observador y observados, tanto.en ciencias sociales como
en ciencias naturales (SOUSA S antos 1988).
Desde los años setenta, p a rte de la disciplina antropológica se fija com o
m eta «cam biar rad icalm en te n u estro p u n to de vista, n u estra interp retació n
de los fenóm enos sociales [...], y sobre todo el com prom iso de privilegiar la
voz de los que son estudiados p o r encim a de la voz del au to r que escribe el
estudio» (Kaprow 1994: 83). Al m onólogo del etnógrafo en el cam po le su sti­
tuye un diálogo, u n a p lu ralid ad de voces, en donde la del observador no es,
necesariam ente, la m ás creíble. La to m a en consideración de la subjetividad
del etnógrafo en el terren o perm ite a firm a r «el c a rác ter b ásicam ente in te r­
pretativo del pro p io nivel de observación» (CARDlN 1990: 19). Algo que, p o r
otra parte, ya h ab ía p lan tead o (aunque no resuelto) la etnografía del período
clásico, al señ alar que el b u e n etnógrafo debe p oseer «la pen etració n im agi­
nativa del artista, que hace falta p a ra in te rp re ta r lo observado, y la habilidad
literaria, necesaria p a ra tra d u c ir u n a cu ltu ra extranjera al lenguaje de la pro­
pia cultura» (E vans-Pr ITCHARD 1.967: 100). Las condiciones subjetivas de in­
terp retació n y la re tó ric a textual de la etno g rafía constituyen el centro de
interés de la A ntropología in terpretativa. Un m ovim iento que, m ás que p ro ­
ducir nuevos textos etnográficos, revisa y. critica las m onografías existentes
(en especial las de los clásicos), p a ra cu estio n ar la posibilidad de a c c e d e rá la
verdad del otro desde la p ro p ia subjetividad.
Los problem as de la etnografía son, en su sentido m ás am plio, los de la tra­
ducción. E n últim o térm ino, todas las observaciones deben ser traducidas al
código descriptivo del etnógrafo; p o r esa razón, la revisión que.desarrolla la An­
tropología interpretativa de las m onografías etnográficas, tiene en cuenta la
teoría lingüística y en p articu lar la teoría de la traducción. La Antropología
posm odem a revela la crisis del positivism o y m uestra el triunfo parcial de las
posiciones fenom enológicas cuando afirm a que «los hechos se hacen (la pala­
bra deriva del latín fa ctu m ) y los hechos que nosotros interpretam os están he­
chos y rehechos. P or lo tanto no pueden recogerse com o si de rocas se tratase,
poniéndolos en cartones y enviándolos a nuestro país de origen para analizar­
los en el laboratorio» (RABINOW 1989: 141). P a ra la A ntropología interpretativa
la etnografía es interpretación. Es u n a interpretación que surge del intento de
captar la realidad desde el punto de vista de otras personas, y p a ra lo que hay
que in terp retar el pun to de vista de esas personas. Sin em bargo, la etnografía
clásica m antiene «una ficción según la cual todas las representaciones sinteti­
zadas en sus interpretaciones son descripciones genuinas y verdaderas am a­
blem ente proporcionadas p o r los inform antes» (S P E R B E R 1982: 120); cuando,
en realidad, las representaciones intuitivas de los etnógrafos (articuladas en
tom o a la apariencia y la actitud de los actores, y en to m o al contexto en que
se desarrolla la actuación), juegan u n papel fundam ental.
El trabajo de cam po versa sobre el sentido y el valor de lo que es la reali­
dad p a ra los grupos sociales sobre los que investiga, y tiene p o r ello u n ca­
rác te r básicam ente herm enéutico. E n ese sentido, el diseño teórico que p ro ­
pone la Antropología interpretativa ni es predictivo n i b u sca fo rm u la r leyes
generales. R ecogiendo la heren cia del p a rtic u la rism o b o asia n o , se lim ita a
exponer lo específico de cada cultura, y con firm a o desestim a el conocim ien­
to producido en la posibilidad de conversar con el otro. La A ntropología in ­
terp retativ a tra ta la cu ltu ra com o u n texto. P ero al h acerlo, p u ede olvidar
que «la cultu ra no está constituida únicam en te p o r sím bolos sociales, sino
que tam bién es u n instrum ento de intervención sob re el m u n d o y u n disposi­
tivo de poder» (N IV Ó N y RO SA S 1991: 48). La A ntropología in terpretativa reci­
be las m ism as críticas que se vierten sobre la m ay o ría de las perspectivas de
orientación fenom enológica: obvian las e stru c tu ra s de poder. Al se p a ra r el.
texto (la cultura) del contexto (la e stru c tu ra social), p u ede averiguarse e in­
terpretarse el p u n to de vista de los actores, p ero n o las relaciones de p o d er y
dom inación que los engloban.
La e tn o g ra fía clásica b u sca d ista n c ia rse de s u o b jeto de estu d io p a ra
ap reh en d erlo m ejor, y en c u e n tra en los p rim itiv o s los m ateriales idóneos
con que co n stru ir esa distancia. Sin em bargo, y en la m edida en que la An­
tropología es u n a disciplina plural, cabe p re g u n ta rse si el m odelo etnográfi­
co clásico es aplicado p o r igual en todas partes. L a resp u esta es negativa. Es
preciso distin g u ir entre antropologías hegem ónicas (la francesa, la b ritánica,
la de Estados Unidos) y periféricas (por ejem plo: la de los países de E u ro p a
del S u r o la de Latinoam érica). Pese a que existe u n a A ntropología universal
que puede definirse p o r su objeto, su m étodo o su p a rtic u la r m odo de a b o r­
d ar la realidad, lo cierto es que tal A ntropología u n iv ersal está tan m ed iatiza­
da p o r la A ntropología hegem ónica, que u n a y o tra llegan a co n fu n d irse 20.
De este m odo la Antropología que se d esarrolla en p aíses no centrales en la
producción del saber antropológico está influida p o r los hegem ónicos, m ien­
tras que a la inversa la influencia es m e n o r21.

10 Las an tro p o lo g ía s de los países citados so n cen tro s de d ifu sió n de u n d e te rm in a d o tip o de
sa b e r an tro p o ló g ico (estru ctu ra d o en to rn o al m odelo etn o g ráfico clásico), al que acu d e n p ro fe ­
sion ales d e o tro s p aíses en b u sca de u n a form ación in ex isten te o in c o m p le ta en su s zo n as de
p ro ced en cia (p a ra el ám b ito español so n ejem plos al resp e c to los casos de C laudio E steva F a-
br eg a t , d e C arm elo L isón y de Lluis M allart ) que p u e d e n r e g re s a r m ás a d e la n te co n ideas,
p ersp ectiv as y p ro b lem áticas m ás acordes con los p aíses en q u e se fo rm a ro n q u e válidos re sp e c ­
to a d ó n d e van a d esarro llar su q u eh ace r profesional.
!l E s en p arte co n secu en cia del desconocim iento: e n a u se n c ia de trad u c c io n e s al inglés, b u e ­
n a p arte d e la p ro d u cció n d e las llam adas an tro p o lo g ía s p e rifé ric a s es d esco n o cid a p o r la tra d i­
ció n heg em ó n ica.
H asta finales de la d écad a de los setenta el m odelo etnográfico clásico
(definido com o la form a o rtodoxa de h acer trabajo de cam po p o r p arte de la
A ntropología hegem ónica) es com únm ente aceptado por el conjunto de la
disciplina, sin que se tuvieran en cuenta las aportaciones que las an tropolo­
gías periféricas y la S ociología venían haciendo desde tiem po atrás, sobre
todo negando (m ás p ráctica que teóricam ente) la obligatoriedad de la d istan ­
cia cultural. Es u n a situ ació n que cam bia con la constatación teórica y em pí­
rica de que el p lan eta se configura com o u n a aldea glo b aln . Desde ese m o ­
m en to , el m o d elo e tn o g rá fic o clásico e n tra en crisis y se d e te c ta en la
A ntropología u n a m u lticen tralid ad intelectual. Las antropologías periféricas
alcanzan su m ayoría de edad y enfrentan problem as y se afro n tan soluciones
no necesariam ente acordes con los m odelos hegem ónicos previos.
La crisis del m odelo etnográfico clásico que revisa la A ntropología pos-
m o derna debe circu n scrib irse sobre todo al ám bito de las antropologías he-
gem ónicas, las cuales inician u n proceso de reciclaje complejo cam biando el
objeto de estudio de los otros, p o r un nosotros que aún es abordado con cier­
to tem or. Algo que no sucede en antropologías periféricas (com o la española,
la italiana o la m exicana), en las que bien la ausencia de fondos p a ra la in­
vestigación exterior (el caso español), bien la influencia de tradiciones teóri­
cas m arxistas (el caso italian o ) 2i, o la presencia de enorm es m asas indígenas
(el caso de M éxico)J4, in d u cen a los profesionales de la Antropología a estu ­
diar su p ro p ia sociedad desde tiem po a tr á s 2S, y a to m ar en consideración las
aportaciones de la Sociología (en especial, las de la Escuela de Chicago).
N egar la d istancia cu ltu ral respecto al objeto de estudio (tal y com o suce­

n La ald ea global su p o n e u n a m u lticen tra lid ad tanto económ ica com o política. La A ntropo­
logía va a c o n stitu irse d e u n m odo p arecido, h asta el p u n to de que algunos antro p ó lo g o s p la n ­
tean reco n stru ir la h isto ria de la disc ip lin a en función de las tradiciones nacionales: «afirm ar que
las d iferen tes h isto rias n acio n ales h an d ad o lu g ar a diferentes antropologías no constituye o b je­
to de co n tro v ersia. Con ex cepción de algunos obstinados, las pretensiones de h a c e r u n a A ntro­
p ología cu ltu ral un iv ersal a im itació n del m odelo de la ciencia n atu ral h a n q u ed ad o obsoletas
p a ra la m ayoría» (G r e en w o o d 1992: 5). Pese a que es erró n eo negar la existencia de u n a d isc i­
plin a an tro p o ló g ic a u n iversal, esa reco n stru cció n sí debe hacerse, pero to m an d o m uy en c u e n ta
la ten sió n ex isten te e n tre a n tro p o lo g ía s hegem ónicas y periféricas, y la co n secu en te id en tifica­
ción d e aq u éllas con la A ntropología en tera.
!1 P a n e del d esarro llo de la A ntropología italian a puede seguirse en C omas (1978) don d e se
revisa la p ro d u cció n an tro p o ló g ic a italian a efectuada p o r el In stitu to Italian o de A ntropología,
desde su fu n d ació n en 1893 h a s ta finales de los años sesenta. E n cuanto al papel del m arxism o
(vía D e M artino ) en la A n tro pología italian a véase C lem en t e y otros (1985).
11 S o b re el d esarro llo de la A ntropología en México puede verse Garc Ia M ora et al. (1987).
!i T o m an d o en c u e n ta estas co n sid erac io n e s H onorio M. V elasco distingue en tre a n tro p o lo ­
gías ex cén tricas y c o n cén tricas (V elasco 1992). Las antropologías excéntricas (que se d a n tan to
en los países cen trales en la p ro d u c c ió n del sa b e r antropológico, com o en los periféricos), son
caracterizad as p o r V elasco del sig u ien te m odo: están ligadas a los im perios coloniales, m a n tie ­
nen la d istan c ia c u ltu ral e n tre in v estig ad o r y g ru p o estudiado, y son om nicom prensivas. A] c o n ­
trario , las an tro p o lo g ía s co n c é n tric a s (que se d an principal, pero no solam ente, en los países p e ­
riféricos e n la p ro d u cció n del s a b e r antropológico), se p reo cu p an de la "cu ltu ra p opular", están
ligadas al n acio n alism o , y tien en intereses m ás focalizados (V elasco 1992: 120-123).
de en las antropologías periféricas que n o m im etizan los m odelos hegemóni-
cos) im plica diversos problem as, pero tam b ién p erm ite obviar otros. Negar
la distancia cultural pone en cuestión el rito de paso profesional, y difum ina
las fro n teras interd iscip lin ares y profesionales, en p a rtic u la r respecto a la
Sociología y los sociólogos. E n segundo lugar, la ausencia de distancia, viene
a negar el yo testifical construido en to rn o al síndrom e de haber estado a llíu .
La au to rid ad del etnógrafo queda cu estio n ad a p o rq u e la investigación sobre
el p ropio contexto social y cultural p u ed e realizarla cualquiera: incluso el
llam ado periodism o de in v estigación27. R esulta evidente que la necesidad de
la distancia respecto al objeto de estudio que tan to defiende el m odelo etno­
gráfico clásico, tiene que ver m ás con la profesionalización y la academ iza-
ción de la A ntropología que con cuestiones epistem ológicas relevantes. Sin
em bargo, son m uchos los problem as que p ueden obviarse estando aquí; en
especial que no existen problem as de trad u cció n cultural. Inform ante, inves­
tigador y lector com parten un m ínim o de intersubjetividad que hace innece­
saria la tarea de traducción cultural. Estando aquí, la interpretación de la rea­
lidad social que surge de la observación p artic ip a n te se construye a p artir
de ciertos códigos com partidos, au n cuando los sesgos personales persistan
en quien inform a, en quien investiga y quien lee. Con todo, incluso estando
aquí (y com o consecuencia de la aerifica transp o sició n del m odelo etnográfi­
co clásico a las sociedades com plejas), se in ten ta c o n stru ir la distancia de
m an era artificial: prim itivizando las co m unidades rurales o buscando gru­
pos m arginales en n u estra sociedad (GA RC ÍA MUÑOZ 1990: 1). La aldea global
im pide incluso esta construcción artificial de la distancia. Es casi imposible
estar allí. A finales del siglo XX la realidad em pírica de la aldea global obliga
a h a b lar de culturas locales, en tendiendo p o r tales el resultado de la interac­
ción de las culturas autóctonas con la cu ltu ra m undial. En la aldea global ya
sólo existe u n a cu ltu ra (en trance de ser hegem ónica) que interactuando con
configuraciones culturales geográficam ente delim itadas, genera intersubjeti-
vidades con características específicas. Los rasgos que definen esta cultura
m undial se articu lan a p a rtir de los valores derivados de la Revolución fran­
cesa y del capitalism o, y se tra ta de u n a cu ltu ra casi hegem ónica porque con­
sigue legitim arse m ás y m ejor que el resto de las intersubjetividades locales 28.

26 El síndrom e de haber estado allí im p lic a n o s ó lo el in te n to r e tó ric o p o r p a rte d el a u to r d e la


m o n o g ra fía d e d e m o s t r a r q u e lo q u e d ic e e s c ie r to s in o , s o b re to d o , el in te n to d e p r o b a r su c a ­
p a c id a d p a r a a p r e h e n d e r o tra s c u ltu r a s (C a rd ín 1990: 27).
27 R esu lta ilu strativ o que los esfuerzos de Jo a n P r a t (1 9 9 1 ) p o r h acer n o ta r las diferencias
que existen en tre la A ntropología y el P erio d ism o de investigación respecto a las sectas, se cons­
tru y an n o en to m o a u n m étodo (el cualitativo) y a u n as técnicas (biografías, observación p a rti­
cip an te, an álisis d o cu m en tal) que co m p arten , sino sobre el n o to rio am arillism o de m uchos de
los p erio d istas que p u b lican sobre sectas en E sp añ a.
2a El pro ceso de racio n alización, según W e b e r , es el m o to r de la historia. E ste proceso cues­
tio n a la sa cra lid ad y el ritu a l com o in stru m en to s leg itim ad o res del sistem a social. La legitim i­
d ad c arism àtica o trad icio n al acab a siendo su stitu id a p o r la legitim idad racional y legal. Este
p ro ceso triu n fa en la E u ro p a del siglo xix d o n d e «la legitim ación del sistem a no podía venir de
Las presiones aislacionistas en E stados U nidos, el integrism o árabe, los n a ­
cionalism os (en especial el jap o n és y el ruso) o las discusiones en to rn o a
la universalidad de los derechos h u m an o s, son resp u estas de las cu ltu ras
autóctonas frente a esa cu ltu ra global: son intentos de defender y co n stru ir
su propia legitim idad. C ualquier consideración teórica en to m o a la práctica
de la observación participante com o in stru m en to p a ra describir a los grupos
hum anos debe p a rtir de la p rem isa de que la d istancia ya no existe: todos in­
vestigamos a q u í19.
A lo largo del período clásico en ciencias sociales, la teoría y la p ráctica
de la observación particip an te debe revisarse sobre todo desde la etnografía
y el trabajo de cam po desarrollados p o r la A ntropología Social. Pese a que
en ese período la Sociología realiza aportaciones im portantes respecto a la
teoría y la práctica de la observación particip an te, esas teorizaciones y esos
trabajos em píricos son etiquetados com o menores p o r la teoría hegem ónica
del período: el estructural funcionalism o parso n iano en Sociología, y el es­
tru ctu ral funcionalism o definido p o r R a d c l i f f e - B r o v v n en A ntropología So­
cial. Sin em bargo, re su lta im p rescin d ib le rev isar las a p o rtac io n es que la
Sociología del período clásico (la en cargada de investigar estando aquí) reali­
za respecto a la observación participante; unas aportaciones que sedim entan
en el interaccionism o estratégico de G O FFM A N : la m ejor m an e ra en que la
Sociología aplica la observación p articip an te a las sociedades com plejas.
Para h acer etnografía hay que ten er en cu en ta el carácter básicam ente in ­
terpretativo de la observación; p o r eso resu lta p ertinente an alizar la m an era
en que tal interpretación se produce. L a in terp retación es u n acto com unica­
tivo. Por eso, a la.hora de plantear el m odo en que se produce el conocim iento
etnográfico, conviene re v isa rlo s m odelos teóricos que se ocupan de la teoría
de la com unicación: en especial, el in teraccionism o sim bólico y el estratégi­
co. Por la m ism a razón, en la m edida en que «tanto el antropólogo com o sus
inform antes viven en u n m undo cultu ralm en te m ediado, atrapados en u n a
red de significados que ellos m ism os h a n tejido» ( R a BINOW 1989: 142) es
preciso revisar los teóricos que m ás se p reo cu p an p o r analizar la relación en­
tre interacción social y creación de sím bolos y significados:, de nuevo el in te­
raccionism o sim bólico y estratég ico 30.

un d iscu rso religioso, sin o de u n a tekné política b a sad a en el discurso de las ciencias y el d e re ­
cho positivo» (C om ell.es y P r a t 1992: 36), y tien e co nsecuencias a nivel m u n d ial. Si la c u ltu ra
eu ro -o ccid en tal está en tran ce de se r h egem ónica, es p o rq u e las bases de su leg itim id ad se a d e ­
cú a n m ás y m ejo r al pro ceso de racio n alizació n de la sociedad.
25 Sin em b arg o , investigar a q u í no im plica n eg ar la real p lu ralid a d de códigos cu ltu rales y de
estilos de vid a que ex isten e n n u e s tra p ro p ia sociedad.
30 H ab lar de interaccionism o sim bólico (a veces ta m b ié n llam ado interaccionism o estratégico)
es sobre todo h a b la r de la lib erta d del individuo, de la cap acid ad que tienen las p erso n as p a ra
in te rp re ta r y negociar, y so b re todo de la cap ac id a d p a ra o ptar. C iertas teo rías sociales (com o
c u ltu ra y p erso n alid ad o com o el estru ctu ral-fu n cio n alism o ) consideran que la p erso n a es un
sujeto h ip erso cializad o con pocos m árgenes de opción. L a c u ltu ra sería u n cam in o q u e in d ic a
c laram en te el curso de la actu a c ió n de las perso n as. L a teo ría interaccionista, al c o n tra rio , d e ­
E l interaccionism o es u n a teoría cuya tra d ic ió n en ciencias sociales se re ­
m o n ta a la E scuela de Chicago y a la obra de G eorges H eb ert M e a d , pero
que tam bién está influenciada p o r los trabajos de G eorge S im m e l . El prim e­
ro en e m p le a r el térm ino interaccionism o sim b ó lico fue H e rb e rt BLUMER
(1982) en 1937, p a ra resu m ir las intenciones teó ricas de MEAD. E l in teraccio ­
nism o sim bólico culm ina su desarrollo con la o b ra de Erving GOFFMAN en
los años sesenta. Son relevantes, p a ra la teo ría de la observación p a rtic ip a n ­
te, las aportaciones precursoras de SlMMEL, el in teraccio n ism o sim bólico de
M e a d , y la perspectiva m etodológica de B l u m e r . P ero sobre todo son im p o r­
tantes las aportaciones teóricas del interaccionism o estratégico de GOFFMAN,
las de los teóricos de la com unicación, y la llam ad a E scuela de Palo Alto, en
California.
Según GOFFMAN, en las estrategias p a ra la in te ra c c ió n con los otros, exis­
te siem pre u n objetivo idéntico: hay u n a luch a p o r la inform ación en la que
los seres h u m an o s pretenden averiguar todo lo p o sib le de los dem ás, p ro c u ­
ran d o que los otros sepan sólo aquello que se les quiere contar. E ste duelo
p o r la inform ación se organiza de m an era co nsciente e im plica estrategias
com unicativas tan to verbales com o no verbales. E l in terés p o r las estrategias
de com unicación asocia a GOFFMAN a lo que se h a venido en llam ar el invisi­
ble college. In clu y e an tro p ó lo g o s com o BATESON, M a rg a re t MEAD, o R ay
BlRDWHlSTEL31, que desarrollan u n a nueva teo ría de la c o m u n ic ac ió n 32.
El invisible college no es u n a universidad. Se tra ta m ás bien de u n conjun­
to de científicos de diversas disciplinas que c o m p a rte n el m ism o interés p o r
la com unicación. Son u n colectivo crítico con el m o d elo de com unicación
p ro ced en te de la ingeniería (el m odelo telegráfico: em iso r/canal/receptor),
que defienden la existencia de u n m odelo p ro p io de co m unicación p a ra las
Ciencias Sociales. El m odelo alternativo se o rg an iza en to m o a la m etáfo ra
de la orquesta: la com unicación es posible p o rq u e tod os lo m iem bros de la
sociedad conocen y saben in te rp re ta r u n a m ism a p a rtitu ra m usical. C uando
hay interacción entre personas de distintas cu ltu ras la com unicación es difí­
cil porque su en an dos p artitu ras y se p ro d u cen d isonancias. Es en ese con­
texto donde surgen los problem as de in te rp re ta ció n que tan acertad am en te
describe la Antropología posm odem a: al no c o m p a rtir la m ism a p a rtitu ra , la
m elodía (o el diálogo, si se prefiere) es d isonante co n frecuencia.
GOFFMAN desarrolla u n a etnografía de la vida co tid iana. H ace algo p a re ­
cido a lo p ro p u e sto p o r MALINOWSKI resp ecto a los p ueblos prim itivos: la

fiende la cap ac id a d del individuo p a ra escoger, o al m enos, p a r a in te n ta rlo . E n la teo ría in terac-
cio n ista el co n cep to de gestión es clave. La p erso n a gestiona s u vida.
31 Los m an u ales de A ntropología pocas veces citan a G o ffm a n c o m o an tropólogo. P ese a que
se fo rm ó co n Lloyd W arner (quien le influenció co n su te o ría de las m áscara s), G offm an suele
se r ad scrito a la Sociología. S in em bargo, la p rá c tic a de G o ffm a n es p le n a m e n te an tro p o ló g ic a
y a q u e p lan tea u n enfoque m icro, coinciden en él el an a lista y el e n c u e sta d o r, y em plea la o b ser­
vació n p a rtic ip a n te en sus análisis.
32 Al resp ec to véase W inkin (1982) y R em esar et al. (1982).
etnografía de los imponderables de la vida social. El enfoque interaccionista
de COFFM AN es un enfoque teatral: en sus trabajos aparecen continuam ente
expresiones com o escenario, actores, bastidores, público, etc. D entro de esa
perspectiva teatral G O FFM A N afirm a que las personas siem pre están actu an ­
do, que las personas son actores, y que las relaciones sociales están p re p a ra ­
das: la im provisación es posible, pero no es lo u s u a l33. Según G OFFM A N todas
las personas planifican sus actuaciones en la vida social, diseñan y ejecutan
una estrategia p ara la in teracció n con los otros.
Probablem ente la o b ra de G OFFM A N que ejemplifica m ejor esta perspec­
tiva teatral, es la Presentación de la persona en la vida cotidiana 34. E n ella,
G O FFM A N se p re o c u p a p o r las expresiones no verbales (intencionales o no)
a las que se otorga m ás credibilidad que a las palabras p a ra com probar la
autenticidad del co m p o rtam ien to verbal. E n las relaciones cara a cara se co­
teja siem pre la co m unicación verbal con la no verbal, para co m probar la ve­
racidad de lo que se dice oralm ente. Según GOFFM AN, en las relaciones cara a
cara, cada persona tra ta de o b ten er inform ación de los dem ás, y pretende
contro lar la que ofrece a los otros.
El enfoque de G O FFM A N es d ram atúrgico, o teatral, porque presupone que
los participantes en las relaciones sociales, están siem pre actuando: es decir,
m idiendo el sentido de lo que dicen y hacen, p ara proyectar la im agen social
de sí m ism os que creen m ás adecu ad a p a ra ese m om ento social concreto.
D entro de esa perspectiva teatral, G o ffm a n cree que en to d a situación social
existen elem entos diversos. Existe frente (aquello que se quiere com unicar, a
lo que nos atenem os explícitam ente); hay u n marco o estructura de las re p re ­
sentaciones; hay u n a escena donde el equipo (de actores) colabora en u n a ru ­
tina; y hay u n a trastienda d onde los actores se quitan la m áscara. T am bién
hay un auditorio, p a ra q u ien se efectúa la rep resen tació n 3S.
El esquem a teatral puede aplicarse a todas las relaciones sociales y, espe­
cialm ente, a la relación social que usualm ente se denom ina observación p a r­
ticipante: a la relación que establecen observador y observados. La teoría de
31 Es im p o rtan te te n e r en c u e n ta q u e al interaccio n ism o de G offman se le d en o m in a estraté­
gico. Estratégico es u n té rm in o que tiene co nnotaciones m ilitares y es un concepto p o ste rio r­
m en te d esarro llad o en la te o ría de ju eg o s. Pero lo im p o rtan te es que el té rm in o estrategia o es­
tratégico im plica q u e existe un m arg en de m an io b ra y que existe una p lan ific ació n con scien te de
la acció n social.
33 O tras o b ras d e G offm an relev an tes p a ra la teo ría de la observación p a rtic ip a n te so n Inter­
nados (1981«), E stigm a (1970), y Relaciones en público (1979).
3> P o r ejem plo, en u n re s ta u ra n te , el "m arco" es el co njunto del local: la cocina, la b a rra , los
servicios, el co m ed o r, etc. El "frente" es el cam arero vestido de blanco y lim pio, los vasos bien
brillan tes, los m an teles im p o lu to s, es decir: todo aquello que sirve p a ra in d ic a r q u e se tra ta de
un re sta u ra n te lim p io y cu id ad o so . L a "escena" es todo aquello que el «auditorio» (es decir, los
clientes p ara los q u e se o rg a n iz a la "representación") puede ver y oír. M ien tras que la "trastien ­
da" es la cocina, el lu g ar d ó n d e los acto res se p re p a ra n p a ra la rep re sen tació n y don d e p u ed en
sa carse la m áscara: el m ism o c a m a re ro que sirve el p an con u n as pinzas, en la co cin a lo coge
con la m ano. E n la tra stie n d a , las n o rm a s de in teracció n que rigen e n el escenario q u e d a n en
su sp en so y se cu m p len o tro tip o de reglas.
FIACCO • Svolse?

G o ffm a n se aplica al análisis de la in teracció n social en las sociedades m ás


com plejas, donde diversos sistem as norm ativos im pulsan a los actores socia­
les a com portarse de m an era correcta atendiendo a u na pluralidad de reglas
de aptitud, adecuación, decencia y decoro. N ada hace su poner que en las so­
ciedades m ás sim ples (donde existen m enos reglas al h a b er m enos tipos de
relaciones sociales que regular), las cosas sean distintas. El com portam iento
con los parientes en las sociedades m ás sim ples es estructuralm ente sim ilar
(en el sentido de representación) al co m p o rtam ien to que un obrero puede te­
n er con sus com pañeros de trabajo y con sus jefes. En ese sentido, y sea cual
sea el contexto social (sim ple o com plejo) en que acontece la observación
participan te, es necesario co n sid erar que los actores sociales se com portan
siem pre de cara a u n auditorio. É ste puede estar com puesto tanto por el ob­
servador com o p o r el resto de los personajes sociales presentes en la interac­
ción. Pero aplicar las prem isas goffm anianas a la in terpretación de lo obser­
vado no im plica su p o n er que en todas partes se m iente. Significa tan sólo
a c e p ta r que, en cu alq u ier contexto, los acto res sociales tra ta n siem pre de
com portarse adecuadam ente en función de la actuación social que están re­
presentando.
H asta aquí algunos de los supuestos teóricos planteados p o r GOFFMAN.
Lo m ás destacable es que en las relaciones cara a cara existe una lucha por
la inform ación, en donde las p erso n as in te rp re ta n y actú an en relación al
contexto, la apariencia y la actitud. El contexto es el ám bito espacial y tem po­
ral en que acontece la interacción; la ap ariencia es tan to la im agen de sí m is­
m as que las personas preten d en ofrecer, com o la im agen que los dem ás p er­
ciben de esas personas (que no son n ecesariam ente idénticas); finalm ente, la
actitud es el conjunto de conductas asociadas a ciertos contextos y a ciertas
apariencias. El éxito de la investigación depende de la habilidad del observa­
d o r p a ra correlacionar bien estos tres factores a través de la observación p a r­
ticipante.
El interaccionism o, y en especial GOFFMAN, m u estra que el investigador
n u n ca debe creer lo que se le cuenta. C uando se observa la realidad social,
cuando se hace observación particip an te, es preciso cotejar lo que las perso­
nas dicen, con lo que hacen, con lo que ap aren tan ser, y con lo que quieren
a p a re n ta r ser. El investigador que observa tam b ién sostiene un duelo p o r la
inform ación con el grupo observado. Un grupo que se presenta de un m odo
ideal. Es ta re a del observador ser cap az de d istinguir entre la superficie y el
fondo de la represen tació n , y p a ra ello re su lta im prescindible (adem ás de
u n a presencia continua en el patio de butacas) pod er acceder a la trastienda.
El m odo en que am bas cosas p ueden conseguirse se plantea en el próximo
capítulo.
En la práctica

La observación participante es la técnica m ás em pleada p ara analizar la vida


social de los grupos hum anos. La perspectiva holística con que la Antropología
Social aborda el estudio de las sociedades m ás sim ples m arca de tal m odo la
técnica que, la etnografía, el trabajo de cam po y la observación participante lle­
gan a confundirse. Desde un punto de vista teórico la observación participante
es un instrum ento útil p ara obtener datos sobre cualquier realidad social; si
bien en la práctica la observación participante se em plea p a ra obtener datos
sobre realidades a las que resulta difícil aplicar o tro tipo de técnicas. Eso ocu­
rre, sobre todo, en los pueblos ágrafos y en situaciones sociales relacionadas
con algún tipo de desviación en las sociedades m ás com plejas. T am bién es fre­
cuente su uso cuando, p ara entender la realidad social, se quiere prim ar el p u n ­
to de vista de los actores en ella implicados. Así resulta que la observación p a r­
ticipante, adem ás de entre los pueblos prim itivos, se usa p a ra estudiar desde
dentro m inorías, grupos étnicos, organizaciones, subculturas y profesiones.
La observación p articip an te es u no de los m odos de investigación que
perm ite p re sta r m ayor atención al p u n to de v ista de los actores. Tal y com o
preten d en los clásicos, se tra ta de que el in v estigador se convierta él m ism o
en u n nativo a través de la inm ersión en la realid ad social que analiza. De
este m odo el investigador pretende ap re h e n d e r y vivir u n a vida cotidiana que
le resu lta ajena. Para ello se ocupa de observar, aco m p añ ar, c o m p artir (y en
m en o r m ed id a p articipar) con los actores las ru tin a s típicas y diarias que
con fo rm an la experiencia h u m ana. L a vida co tid ia n a se convierte en el m e­
dio n a tu ra l en que se realiza la investigación. E s u n a investigación que se
preten d e lo m enos intrusiva posible, y p a ra la que re su lta im prescindible d e­
lim ita r el tipo de participación que el investigador d esarrolla en el cam po y
en los distintos escenarios. Es preciso estab lecer u n a distinción conceptual
entre cam po y escenario: se tra ta de u n a d istin ció n sim ilar a la que existe en ­
tre unidad de observación y unidad de análisis '. E l cam po es la realidad so­

1 La "un id ad d e observación" es la su m a de todos lo s á m b ito s sociales de don d e se o b tien en


los d ato s que son analizados. La "unidad de análisis" es el se g m e n to de la realid ad social al que
se ex trap o lan los resu ltad o s del análisis realizado m e d ia n te los d a to s o b te n id o s en la u n id a d de
observación.
cial que pretende analizarse a través de la presencia del investigador en los
distintos contextos (o escenarios) en los que esa realidad social se m anifies­
ta. El cam po tiene siempre diversos escenarios, aunque la relevancia de los
distintos escenarios para la comprensión del fenómeno social, no siem pre es
la m ism a 2.
Quien investiga, pese a que puede tener ideas previas respecto a lo que va
a estudiar, depende de la información recogida en el cam po para definir el
problem a social que es analizado. Inicialmente el interés por la realidad so­
cial que es investigada puede tener un origen personal o teórico, aunque es
frecuente que sean las instancias del control social quienes al definir u n a si­
tuación com o problemática motivan el interés de los científicos sociales. Con
frecuencia es el Estado quien, al precisar un conocimiento m ás profundo de
ciertos ám bitos de la vida social de difícil acceso, diseña las condiciones po­
líticas que im pulsan el interés posterior del investigador p o r la realidad so­
cial en cuestión. Sea cual sea el origen del interés prim ario p o r el problem a
o situación social a analizar, durante las prim eras estancias de cam po es po­
sible que la investigación se convierta en algo distinto al diseño original. En
la m edida en que la observación participante contribuye a prim ar el punto
de vista de los actores sociales por encima de la perspectiva del observador,
esta últim a puede sufrir transformaciones im portantes tras las prim eras es­
tancias de campo.
Uno de los objetivos centrales de la investigación que aplica la observa­
ción participante es definir conceptos clave desde el punto de vista de los ac­
tores im plicados en la realidad social que se estudia. La perspectiva de las
personas ajenas suele estar categorizada social y culturalm ente p o r lo que,
en general, es relevante comprender el modo en que los miem bros se ven a sí
m ism o s3. Con frecuencia sucede que las personas ajenas definen la realidad
social de m an era simple y cartesiana y que los miembros de esa m ism a reali­
dad elaboran definiciones más complejas y matizadas. Los conceptos rele­
vantes que se obtienen del empleo de la observación participante, tienen que
ver con el sentido con que los miembros los emplean en la vida cotidiana. Se
trata, en sum a, de conceptos definidos de forma etnom etodológica4.

2 P or ejem plo, en un estudio donde el "campo" es el m undo de las altas finanzas, es im p o r­


tante av erig u ar dónde es más importante asistir: si a consejos de adm inistración y a ju n ta s de
accionistas, o a otros contextos donde ese campo tam bién se m anifiesta, aunque de u n m odo
m ás inform al: situaciones de ocio como fiestas, o práctica de deportes com o la hípica, el polo o
el golf.
1 E n castellan o no existen equivalentes directos a insider y outsider. El térm ino m iem bro se
usa aquí p a ra in d icar que una persona forma parte de una organización, u n a su b cu ltu ra, o de
una situ ació n social que conoce bien, en la que se siente cóm odo, y en la que sabe desenvolverse
porque conoce los códigos de conducta vigentes en ese contexto social. Al contrario, el térm in o
ajeno, im p lica que la persona no forma parte de la realidad social en cuestión.
J E n la investigación que realizó S pradley (1970) sobre la subcultura de los nóm ad as u rb a ­
nos, q u ed an claras estas distinciones entre el punto de vista de los m iem bros y de los ajenos.
P ara la p olicía pueden ser delincuentes y alcohólicos, pero transeúntes p a ra los trab ajad o re s so­
La realidad es com o u n a escultura: puede observarse desde ángulos dis­
tintos. Lo m ism o sucede con los fenóm enos sociales: hay distintas perspec­
tivas teóricas con las que contem plar la sociedad. E n el caso de la observa­
ción particip an te, es relevante la situ ació n social del investigador respecto al
objeto de estudio. El fin últim o de la observación p articipante es anular, dis­
m in u ir o (al m enos) co n tro lar m ediante la inm ersión en u n contexto social
ajeno la distancia social que existe entre el observador y los observados, p re­
cisam ente p ara c a p ta r su p u n to de vista. Pero en función de esa distancia
inicial, la posibilidad de conseguir p e n e tra r la realidad estudiada es m ayor o
m enor. Ser estadounidense negro, ser asiático, o ser gay, puede ser im por­
tan te si quien investiga va a observar blancos, europeos o heterosexuales res­
pectivam ente. Las características de la situ ació n social del investigador m e­
diatizan la perspectiva de observación.
Existen prevenciones p o r p arte de científicos sociales respecto de la falta
de distancia en el cam po. La etn o g rafía clásica d efinida p o r las antropolo­
gías hegem ónicas se construye p recisam en te en to rn o al m ito de la distan­
cia. T am b ié n la sociología d efien d e «que los in v estig ad o res se abstengan
de e stu d ia r escen ario s en los cuales te n g a n u n a d ire cta p artic ip ac ió n p er­
so n al o p ro fesio n al» (T aylor y B ogdan 1992: 36), con el arg u m en to de
que la proxim idad dificulta la perspectiva crítica. E n el presente m anual se
defiende lo co ntrario. Es la pro x im id ad al fenóm eno investigado lo que fa­
c ilita el acceso al cam p o y a los e sc e n a rio s. N o tie n e d em asia d o sentido
em p ecin arse en co n v ertir lo fácil en difícil. E n el fondo, el discurso sobre
la distancia es u n in ten to de m a n te n e r la n e u tra lid a d política, no tanto en
la s re la c io n e s sociales que m a n tie n e q u ie n o b serv a con los observados,
com o en las relaciones que los observados m antienen con la sociedad. Con­
vertirse en u n m iem bro, o ser u n m iem bro, se entiende com o algo peligro­
so: «cuando eso sucede el in v estig ad o r p u ed e p erd erse p a ra la com unidad
científica p a ra siem pre; puede c o n tam in arse p o r la subjetividad y por sen­
tim ie n to s perso n ales; y su id e n tid a d cien tífica p u ed e ser expoliada» (JOR-
G E N SEN 1989: 62). Ante el uso frecuente de la observación participante para
a b o rd a r situaciones sociales de colonización o de desviación social, la b ú s­
queda de la distancia pretende, en realidad, n eu tralizar la im plicación polí­
tica del investigador en el sentido de to m a r p a rtid o p o r los observados. Se
adm ite la em patia, p ero se niega la posible d en u n cia p ú b lica y política de
situaciones sociales subalternas.
La distancia,- social, espacial o cultural, no g arantiza que quien investiga
sea hábil y sutil' en la observación. E n cualquier caso, y en la m edida en qué
pese a ser recom endable es infrecuente que el investigador analice realida-
ciales. S in em bargo, los v ag ab undos elab o ran definiciones de su propio universo llenas de m ati­
ces. D istin cio n es elab o rad as tanto sobre el c a rá c te r de los vagabundos, com o sobre el tipo de ac­
tividad que realizan . T am b ié n resu lta ilu strativ a la com plejidad de categorías con que los colec­
tivos gays d efin en a sus m iem bros, fren te a la visión m ás red u ccio n ista de las p erso n as no gays
(G u a sc h 1991b).
co g en eral7. U n escenario tam b ién pued e ser abierto o cenádo si se considera
el grado de accesibilidad p a ra quienes no suelen ac tu a r en el m ism o. La visi­
bilidad de las conductas h u m an as, colectivas e individuales, depende del lu­
gar donde quien investiga se en cu en tra ubicado, y tam b ién del conocim iento
y de la experiencia previa respecto a tales conductas. Los escenarios visibles,
como, p o r ejem plo, la m ayoría de las organizaciones, no son necesariam ente
m ás accesibles (o abiertos) que escenarios p re su n tam en te invisibles (como,
p o r ejemplo, ciertas subcu ltu ras d esv iad as)8. Pero en general, p ara definir un
escenario com o abierto o cerrado, p u ede co nsiderarse el grado de negocia­
ción previa req u erido p a ra acceder al m ism o.
Cuando los escenarios son públicos, el investigador puede com portarse
com o u n a p e rso n a m ás de las diversas im plicadas en la interacción; pero
cuando los escenarios co m p o rtan u n cierto grado de opacidad (espacial, cul­
tural o legal), es preciso a rb itra r algún tipo de estrategias p a ra conseguir el
acceso al escenario. Se d en o m in an estrategias abiertas a aquellas en las que
el investigador negocia y p acta su p resen cia en el escenario. Sin em bargo,
sucede a veces que las estrategias abiertas im piden p e n e tra r la tra stie n d a de
la actuación, en p arte p o rq u e los observados p u eden ten er interés en ocultar
alguna p arte de la representación. Pese a que las estrategias abiertas son las
que plan tean m enos pro b lem as éticos, en el sentido de que no se vulnera el
derecho a la privacidad de los grupos húm an o s, las estrategias abiertas no
siem pre son las m ás idóneas. Lo u sual es negociar con algún sujeto social con
au to rid a d en el escenario, el tip o de ro l que a d o p ta q u ien investiga. Con
todo, hay que te n e r en cu en ta que la au to rid a d no necesariam ente h a de ser
form al. El jefe de u n a b a n d a de jóvenes tiene la m ism a au to rid ad p a ra p e r­
m itir el acceso a u n escenario que el d irecto r de un hospital, con la salvedad
de que en el segundo caso (y en todos en los que la au to rid ad se estru ctu ra
en tom o a u n cargo burocrático) se hace im prescindible definir claram ente y
p o r escrito (m ediante u n proyecto), los lím ites, el m étodo y los objetivos de
la investigación. P o r supuesto, cabe la posibilidad de m entir, pero si en el
transcurso de la investigación se p reten d e v ariar el rol pactad o po rq u e con él

7 A lgunas activ id a d e s so c ia le s se d e s a rro lla n en p ú b lico , de m a n e ra que q u ie n in v estig a


pu ed e co n v ertirse fácilm ente e n esp ectad o r. P ero incluso las co n d u c ta s que se d e sa rro lla n en
espacios p ú b lico s p u ed en p a s a r d esap ercib id a s a los esp ectad o res si éstos no h an sid o e n tre n a ­
dos o si n o co n o cen los códigos que les p e rm ita n d e te c ta r las co n d u c ta s (es el caso del ligue
gay, de cierta p ro stitu ció n , de la delincuencia, ó de la co m p ra-v en ta dé drogas). L a visibilidad
de la rep re sen tació n n o sólo d ep en d e del escen ario sino tam bién, y so b re todo, del ojo del ob­
servador.
6 Acceder a u n a o rg an izació n p u ed e se r relativ am en te sencillo. Se p u ed e acce d er a u n h o s­
p ital com o p acien te, a u n a o rg a n iz a c ió n sin á n im o de lucro com o v o lu n tario , o a u n a secta
com o neófito. P ero to d a o rg an izació n dispone de m ecanism os qu e g aran tizan que a cad a uno
se le trate com o lo que es. S e r neófito, v o lu n tario o paciente es u n m o d o sencillo de acce d er a
los escenarios. P ero la in fo rm ació n que se o b tien e c o rre sp o n d e a lo qu e la e s tru c tu ra o rg an iza­
tiva prevé p a ra esos roles. L a d ific u ltad estrib a en co n seg u ir fran q u e ar esas b a rre ra s o rg an iza­
tivas.
no se consiguen los datos buscados, la au to rid a d b u ro c rá tic a probablem ente
sea reticente a renegociar el ro l del investigador en el e sc e n a rio 9.
El otro m odo de acceder a u n escenario es hacerlo de m an e ra encubierta.
Es u n a estrategia especialm ente reco m en d ad a cu an d o la realidad social que
se estudia se oculta a los ojos del público general de fo rm a deliberada. E n es­
tos casos quien investiga asum e su rol sin in fo rm a r a los observados del p ro ­
ceso de investigación, y es u n a práctica que p la n te a serios problem as éticos
a algunos científicos sociales 10, aunque o tro s a rg u m e n tan q u e al in fo rm a r a
los observados, m uchos aspectos de la co n d u cta h u m a n a quedan oscureci­
dos com o consecuencia de la gestión de la in fo rm ació n que realizan las p er­
sonas.
E n u n a investigación ab ierta quien in vestiga debe g estio n ar la ten sió n
que su presencia produce ante los observados. E n u n a investigación e n cu ­
b ierta quien investiga gestiona la inform ación que tra n sm ite p a ra conseguir
que su iden tid ad social perm an ezca oculta. L a etn o g rafía clásica preten d e
que los observados term in en p o r o bviar la p re se n c ia del o b se rv ad o r y se
com porten com o si éste no e stu v ie ra 11. Es algo poco creíble desde el p u n to
de vista de la interacción social porque la p re se n c ia de u n personaje ajeno al
escenario (aunque haya sido aceptado) co n d icio n a siem pre el desarrollo de
la actuación. Los actores no p ueden ig n o rar la p resen cia en el escenario de
u n personaje que continuam ente (en ese m o m en to , o m ás adelante) está p i­
diendo explicaciones respecto al sentido de la representación.
La gestión de la tensión en la investigación a b ie rta depende del tipo de
realidad social que se aborda. No es lo m ism o e stu d ia r de m an e ra ab ierta
u n a su b cu ltu ra desviada que estu d iar u n a profesión. Pero en los dos casos
las personas observadas in ten tan ofrecer u n a im agen ad ecu ad a de sí m is­
m os. Los profesionales p retenden m o strar q u e su p rá ctica se adecúa a las ex­
pectativ as sociales (honestidad, rig u ro sid ad , cap acidad); m ie n tra s que las
p ersonas desviadas se suelen esforzar p o r h a c e r visibles a quien investiga
com portam ientos y conductas que dem uestren c u án equivocada está la socie­
dad respecto a ellos. Es probable que la co lab o ración de los observados te r­
m íne allí donde acaba la posibilidad de c o rre la cio n ar de m a n era coherente
lo que se dice con lo que se hace. La mala práctica profesional, así com o los
aspectos m ás sórdidos del grupo desviado, se in te n ta n o c u ltar a los ojos de

’ W hy te (1 9 7 1 ) lo g ra el a c c e so a l g ru p o e s tu d ia d o m e d ia n te in f o r m a n te s c la v e c o n c ie r ta
a u to r id a d e n el m e d io . G offman (1 9 8 1 a ) in f o r m a d e s u s a c tiv id a d e s a la d ire c c ió n d e l h o s p ita l.
C a u d i ll (1 9 6 6 ) s e c o m p o rta c o m o p a c ie n te e n su p r im e r e s tu d io , y c o m o in v e s tig a d o r e n e l s e ­
gundo.
10 B u lm e r (1 9 8 2 ) c o n s id e ra e s ta e s tr a te g ia c o m o in a c e p ta b le d e s d e u n p u n to d e v is ta é tic o ,
s e a n c u a le s s e a n la s c irc u n s ta n c ia s q u e e n v u e lv e n la r e a lid a d o b s e r v a d a .
11 «Debe ten erse en cu en ta que los indígenas, al verm e c o n sta n te m e n te todos los días, d e ja ­
ro n d e interesarse, alarm arse, o au to co n tro larse p o r m i p resen c ia , a la vez que yo dejé de se r un
elem en to d istu rb a d o r d e la vida tribal que m e p ro p o n ía e stu d ia r, la cual se h ab ía a lte ra d o con
m i p rim e ra aproxim ación» (Malinowski 1975a: 25)
quien observa. Es en estos m om entos cuando se hace necesaria u n a buena
gestión de la tensión que origina la disrupción flagrante de la interacción so­
cial esperada. En esos casos es recom endable m inim izar ante los observados
la im portancia de lo sucedido, y dejar p ara conversaciones posteriores con
los inform antes el análisis de la disrupción.
Todos estos problem as no se plantean en las investigaciones encubiertas.
Pero aparecen otros de igual envergadura. Es en las investigaciones encu­
biertas cuando quien investiga debe tener un buen conocim iento previo de
las reglas sociales básicas que rigen el universo analizado. Al principio de
una investigación ab ierta los observados pueden obviar o m in im izar com ­
portam ien to s in ad ecu ad o s p o r p a rte del investigador: se supone que éste
desconoce las reglas de interacción. Pero en u n a investigación encubierta el
investigador debe co n o cer las n o rm as m ínim as p ara g estio n ar a d ecu ad a­
mente la inform ación que de sí m ism o ofrece a los demás. Un conocim iento
que le perm ite definir u n rol en el escenario de acuerdo con alguno de los
múltiples papeles posibles en el campo: «el problem a a resolver consiste en
lograr ocupar u n a posición en la com unidad dentro del haz de posibilidades
culturales de la com unidad y com patible con su estructura social y su expe­
riencia histórica» (M A E S T R E 1976: 60). El rol que desem peña el observador
debe adecuarse, pues, a lo socialm ente previsto según las norm as de interac­
ción vigentes en el escenario.
El conocim iento previo del cam po que perm ite definir un rol en la inves­
tigación encubierta puede conseguirse m ediante la revisión bibliográfica o a
través de contactos con expertos. Pero se logra sobre todo a lo largo de las
prim eras estancias de cam po en escenarios de fácil accesibilidad. E n cual­
quier caso, la d istin ció n en tre investigación abierta y encubierta suele ser
más ideal que práctica. Lo usual es que en toda investigación en la que se
emplea observación p articip an te sea abierta p ara unos pocos (los porteros y
los inform antes) y cerrada p a ra otros (la m ayoría de los observados).
La técnica de observación participante requiere que quien observa acom ­
pañe a los actores en su vida diaria. Y esa com pañía puede realizarse de m a­
nera abierta (con el conocim iento, aunque no necesariam ente con el bene­
plácito de los actores) o de form a encubierta. Pero sea cual sea el m odo de
participación en el escenario, éste siem pre viene condicionado p o r las carac­
terísticas del grupo observado. Como señala E v a n s - P r i t c h a r d l2, es el colec­
tivo estudiado quien define el tipo de relaciones que se establecen con quien
observa.
Moverse en u n contexto social ajeno suele generar tensión y ansiedad.
Ambos factores pueden disto rsio n ar la capacidad de observación y el m odo

12 «Los azan d e no m e p erm itiero n vivir com o uno de ellos; los n u er no m e p e rm itie ro n vivir
sino a la m an era de ellos. E n tre los azande fui forzado a vivir fuera de la co m unidad; en tre los
nuer me vi obligado a ser m iem b ro de ella. Los azande me trataron com o a p e rso n a superior;
los n u er com o a un igual» (E vans -P ritchard 1967: 45).
4' i r, r í r\ •Dion?(e>.
ru A

de participación, y en consecuencia d isto rsio n ar la investigación m ism a. Por


ello es necesario que quien investiga desarrolle relaciones de confianza y co­
operación con los actores presentes en los escenarios de cam po. La calidad v
la cantidad de la inform ación recibida será óptim a si quienes la ofrecen lo
hacen desde u n a relación social b u en a respecto a quien investiga. Conocer
b ien a los (y a las) inform antes es sólo posible tras h a b er construido algún
tipo de vínculo social con ellos. Sin ese conocim iento previo resulta difícil
evaluar la fiabilidad de los datos que ap o rtan . A la h o ra de in terp re tar las ac­
tuaciones de los observados (es decir, aquellos actores presentes en los esce­
narios con los que no existe ningún vínculo) se aplican las m ism as norm as
de sentido com ún que rigen u su alm en te en la vida cotidiana. Si no existe
u n a relación social previa con ellos «los observadores pueden recoger indi­
cios de su conducta y aspecto que les p erm iten aplicar su experiencia previa
con individuos aproxim adam ente sim ilares» (G o ffm a n 1 9 8 1£>: 13). Pero en
esos casos quien observa debe ser prud en te p a ra que la aplicación del estereo­
tipo no le lleve a in te rp re ta r de form a erró n ea el sentido de la actuación de
los actores.
Son los (y las) inform antes quienes ap o rtan las claves que perm iten en­
ten d er el sentido de la actuación de los observados. Es con los inform antes
con quienes hay que desarro llar lazos de confianza y cooperación. Los infor­
m a n te s (o m ejor: los in te rlo c u to re s) a c tú a n com o guías que p e rm ite n a
quien investiga m overse en u n ám bito social desconocido. Para que quien
explora la realidad social llegue al destino deseado, es preciso que la relación
con los guías se base en la colaboración, la confianza y el respeto m utuo.
Algo que si ya es com plicado conseguir en la vida cotidiana, m ás difícil re­
sulta de lograr en u n a investigación.
El interés p o r las actividades del in fo rm an te y la frecuente em patia con
que el investigador las contem pla, suelen a c a rre a r el respeto hacia el obser­
vador. Pero la colaboración y la confianza son cuestiones de grado que de­
penden del escenario concreto. Para conseguir que en escenarios cargados
de tensión se m antenga el m ayor grado posible de confianza y colaboración,
quien investiga debe realizar u n a inversión previa de reciprocidad e in te r­
cam bio con los inform antes. H ay diversas estrategias p a ra conseguirlo. Pero
en general éstas se parecen a las que acontecen u sualm ente en la vida coti­
diana. Se tra ta de m o stra r interés p o r la o tra p ersona y ocuparse de ella (ha­
cerle favores) cu an d o ello sea p reciso. E n cu a n to a las relaciones que se
m antienen con los observados, aunque es innecesario caer bien o ser plena­
m ente aceptado, sí es necesario que la p resencia de quien investiga sea tole­
ra d a al m enos p o r el resto de las perso n as presentes. Ello es necesario sobre
todo en las investigaciones encubiertas, en las que la elección de u n rol que
no se corresponda adecuadam ente al escenario, puede im pedir el objetivo de
socializarse p a ra p articip ar en el m ism o.
Si en las in v estig acio n es e n c u b ie rta s se g estio n a in fo rm a ció n , en las
abiertas se gestiona tensión. P or ello es im p o rtan te a clarar a los actores el
sentido de la presencia de quien investiga en el escenario. Pese a que no es
imprescindible señalar todas las razones que m otivan la estancia, sí resulta
útil contestar siempre las preguntas de los actores. Deben ser respuestas co­
herentes y preferentemente las mismas p a ra todos ellos. Si se pretende que
una persona colabore en la investigación abierta (adem ás de dejarle claro
que su colaboración es voluntaria y que la inform ación es anónim a y confi­
dencial), debe constatar en todo m om ento la sinceridad de quien investiga.
La situación social de quien observa (edad, género, clase, etnicidad) m e­
diatiza tanto la observación como la interpretación posterior de los datos, y
condiciona tam bién las relaciones de campo. Existen realidades a las que re­
sulta imposible acceder desde ciertas situaciones sociales, porque la posición
social de quien observa impide establecer relaciones de cam po satisfacto­
rias l3. En la observación participante es preciso buscar puntos de contacto
con los informantes que perm itan definir u n a relación de confianza m utua.
De entrada, y aunque no es necesario fingir estar de acuerdo con la defini­
ción social que los actores realizan de las situaciones observadas, sí re s u lta '
conveniente m ostrar una cierta flexibilidad y tolerancia hacia ellas 14.
Otro modo de construir las relaciones de cam po consiste en bu scar sim i­
litudes biográficas entre observador y observado. El conocim iento previo del
campo que se analiza suele ofrecer pistas sobre qué clase de aspectos de la
propia biografía conviene d e sta c a r15. Pero suele ser la intuición y a veces la
suerte lo que revela aspectos biográficos com unes sobre los que solidificar la
relación de campo, Son aspectos que pueden tener poco que ver con la inves­
tigación, pero que contribuyen a crear la sensación en el inform ante de que
el ajeno, en el fondo, no es tan distinto como parece. E n cualquier caso, es
conveniente tener imaginación y saber ad ap tar (o sim plem ente inventar) las
experiencias propias de modo que puedan intercam biarse con los inform an­
tes. Revelar a los informantes aspectos de la propia personalidad que se en­
tienden como importantes, suele ser una buena m anera de ganar su confian­
za. La existencia de experiencias com unes previas facilita las relaciones de

u Realmente hubiera sido difícil que un blanco p u d iera h acer observación p articip an te en el
movimiento negro radical de los años sesenta, o que u n negro h aga lo propio en u n a b a n d a ra ­
cista europea de los noventa.
1,1 Por ejemplo, si a la hora de defender la com isión de un robo, u n in fo rm an te de u n grupo
radical de izquierdas insiste en que «si np hubiese privilegios no hab ría delitos», resu lta im p ro ­
cedente contestar con un discurso sobre la necesidad de re sp e ta r la ley y la pro p ied ad privada.
Parece más coherente realizar un a reflexión, desde las propias convicciones políticas, sobre la
desigualdad social y sobre sus consecuencias. La p rim e ra opción d in am ita la relación de cam ­
po. La segunda la hace posible.
15 En un estudio sobre m ilitares vale la p ena sacar a relu cir las experiencias del observador
en el servicio militar; o en uno sobre sida resulta útil explicar al inform ante las técnicas que se
emplean para realizar sexo m ás seguro. Pese a que es im p o rtan te ser siem pre un o m ism o y no
intentar adaptaciones falsas al contexto, es aconsejable d isp o n e r de u n a b a tería p erso n a l de
cuestiones que puedan interesar al inform ante. Con eso se logra se d im e n ta r las relaciones de
campo y se consigue discutir y com entar tem as relativos a la investigación.
cam po, pero no las garantiza. O bviam ente el m e jo r m odo de cre ar y d e sa rro ­
llar relaciones de cam po surge de co m p artir experiencias a lo largo de la o b ­
servación participante.
Las relaciones de cam po se construyen día a día, y en ellas existen pro b le­
m as sim ilares a los de la vida diaria: rechazos, celos, enfados y m alos en ten ­
didos. Es posible que quien investiga se en c u e n tre con personajes sociales
que rechazan la relación de cam po e incluso la p resen cia de quien investiga
en el escenario. Ello es m ás frecuente en las investigaciones abiertas, donde
la m ayoría de los actores disponen de algún tip o de inform ación (a m enudo
distorsionada) sobre la actividad del observador l6. E n estos casos es im p o n
ta n te facilitar inform ación a las personas sobre el sen tido de la presencia del
investigador en el escenario, pero tam b ién es im p o rta n te in teresarse (y co­
m e n ta r si es posible) las razones del rechazo o de la h ostilid ad 17. Cabe la po­
sibilidad de que, tras aclarar las posiciones respectivas, el rechazó inicial se
tran sfo rm e en afán colaborador.
Otro facto r que dificulta las relaciones de cam p o es involucrarse en dis­
putas de carácter político entre grupos y facciones en frentadas. E n estos ca­
sos, aunque sea difícil, es preciso c o n stru ir u n a cierta n e u tra lid a d 18. La difi­
cultad p a ra conseguirlo rad ica en que el o b serv ad o r p uede no ser consciente
de que se im plica en las actividades de u n a d e te rm in ad a facción. El hecho
m ism o de acceder a un escenario, puede e n fre n ta r a grupos políticos que de­
fiendan o rechacen la presencia del observador. C onseguir desm arcarse del
grupo que p erm ite el acceso p ara acercarse al que lo rec h az a puede signifi­
car p erd e r la confianza del prim ero, y ten er que ren egociar el rol del investi­
gador en el escenario. Estos y otros episodios de las relaciones de cam po,
pueden convertir la observación p articip an te en u n a actividad fru stran te y a
veces trau m ática.
La perso n a que investiga en el cam po p a sa p o r u n a am plia gam a de se n ti­
m ientos que van desde la euforia a la depresión. L a ansiedad, la desilusión, y
la creen cia de que la investigación no p o d rá llevarse a b u e n térm in o son
ta m b ién sentim ientos frecuentes 19. E n el caso de las investigaciones ab ier­

16 A unque posible, el rechazo a la presen c ia del o b se rv a d o r e n el escen ario es m e n o r en el


caso de la in v estigación encubierta; p artien d o del su p u e sto , cla ro esta, de q u e el rol de cam p o
seleccio n ad o sea el adecuado.
17 C iertos colectivos desviados acab a n p o r su frir lo q u e p u e d e llam arse fatiga investigadora.
A nte la p ro fu sió n de noticias en los m edios de c o m u n ic a c ió n (q u e e n tie n d e n com o falsas, o
com o m ín im o d isto rsio n ad as) y an te el interés q u e la so c ied ad m u e s tra p o r su co n d u cta, te rm i­
n a n p o r se r reticen tes an te cu alq u ier investigación p o rq u e te m e n que, fin alm e n te , todo lo que
d ig an o h a g an se rá utilizad o en su c o n tr a ..
18 C u an d o q u ien investiga se ve im plicado e n d isp u ta s p o líticas in te rn a s e n el seno del g ru p o
q u e investiga, la n eu tralid ad es com plicada. La a n tro p ó lo g a O lga VISUALES co m e n ta q u e e n e s­
tos caso s su ele se r útil «ser u no m ism o», y en el caso de q u e sea in ev itab le to m a r partid o , h a c e r­
lo a p a r tir de las p ro p ias convicciones personales.
19 N igel B arl EY (1989) en clave de h u m o r, y M a lin o w sk i (1989) de u n m o d o m ás agrio, e s­
c rib e n so b re esto s sen tim ien to s de fru strac ió n y desán im o . Un b u e n ejem plo al respecto lo b rin ­
tas, pese a todas las estrategias em pleadas, puede resultar difícil conseguir
inform antes y b uenas relaciones de cam po. Tam bién cabe la posibilidad de
que los actores releguen a quien investiga a una posición tan m arginal en el
escenario, que éste se sienta incapaz de desarrollar la investigación y fru stra­
do p o r no p o d er hacerlo, h a sta el pun to de odiar a los actores y de plantearse
aban d o n ar la investigación. T am poco las investigaciones encubiertas son fá­
ciles de ejecutar. La necesidad de elaborar u n a im agen de sí m ism a no acor­
de con la usual, pese al en trenam iento, es u n a actividad com plicada y cansa­
da para la p ersona que in v estig a20. El diario de campo y la discusión de los
problem as con otros colegas, son las m ejores opciones p ara controlar y dis­
m inuir la ansiedad y sus consecuencias.
Como se p la n te a en la introducción, la participación es un problem a teó­
rico m enor; pero es u n problem a práctico de envergadura. El m ayor incon­
veniente de la p articip ació n es que siem pre es inespecífica. No hay recetas al
respecto. Sólo se sabe cóm o p articip ar a lo largo de un proceso que im plica
la progresiva definición del rol social del investigador en el contexto analiza­
do. A m enudo sucede que, cuando el investigador ha asum ido un rol partici-
pativo idóneo, ya dispone de datos suficientes p ara escribir su trabajo. El
problem a de la p articip ació n es en cierto m odo parecido al de la experiencia:
cuando hace falta no se tiene, y cuando se tiene ya no hace falta.

d a M iriam L. K aprow : «El o rigen de m is ansiedades radicaba en la convicción de que n u n c a lle­


g aría a o b ten er el d o cto rad o , y p o r lo tanto, nu n ca sería u n a antropóloga. E stab a seg u ra de que
iba a fallar p o rq u e, en c o n tra de los m odelos fam osos de la etnografía, no p odía lo calizar un
au tén tico g ru p o en tre los g itan o s [...] ¿Qué dirán los dem ás antropólogos —m e p re g u n ta b a a n ­
g u stiad a— cu an d o ap arezca en N ueva York sin datos; sin evidencia de u n a cu ltu ra total con sus
sistem as in tern o s co h eren tes de religión y sím bolos?» (K aprow 1994: 88-89).
20 La perso n a que hace observación particip an te en cu b ierta es, en térm in o s de G o ffm a n , un a
estigm atizada desacreditable: es p o rta d o ra de un estigm a p o r se r una investigadora y p o r p resen ­
tarse en el contexto de o tro m odo. La gestión de un estigm a (G offman 1970) supone dosis eleva­
das d e co n cen tració n , cap ac id a d de invención y m ucho esfuerzo. P ara la p erso n a que investiga
de m an era en cu b ierta suele se r e stresan te a p a re n ta r ser lo que no se es.
El diario de cam po suele ser el m ás subjetivo de los textos que escribe el et­
nógrafo. En el diario aparecen frustraciones, m iedos, ansias y placeres. Los
diarios son personales, a veces dem asiado personales com o p a ra ser publica­
dos. P o r eso debo agradecer especialm ente la colaboración de los investiga­
dores que h an ap o rtad o los ejem plos p a ra este libro. E n el presente capítulo
se p resen tan cinco fragm entos de diarios de cam po que corresponden a in­
vestigaciones en las que la técnica principal es la observación participante en
su sentido m ás am plio.
En el p rim e r caso se n a rra to d a u n a jo m a d a n o ctu rn a de actividad poli­
cial en u n a gran ciudad del área m etro p o litan a de B arcelona, en la que el in­
vestigador co m p arte cafés, ab u rrim ien to y sueño con los guardianes de la
ley. Es u n ejem plo de diario de cam po clásico: el relato sirve luego para es­
cribir la m onografía. El segundo ejem plo detalla la relación m édico-paciente
en u n a consulta h o spitalaria, y m u estra las form as diversas en que las perso­
nas seropositivas o afectadas de sida afro n tan la enferm edad. Más que un
diario en sentido estricto, se tra ta de u n conjunto de notas de cam po ordena­
das en fichas especialm ente d iseñadas p a ra recoger la inform ación que se
produce en el contexto de la consulta. El tercer texto recoge fragm entos de
un libro de viajes y ejem plifica las contrad iccio n es que la distancia social
produce en quien observa. El cuarto ejem plo corresponde a u n diario socio­
lógico en el que lo biográfico se cru za con lo colectivo. El au to r describe en
clave personal el contexto de su p ro p ia vida, pero el objetivo del docum ento
tiene que ver tan to con el testim onio y el recuerdo individual com o con el
análisis social. El últim o ejem plo p lan tea algunos de los problem as éticos y
personales que enfren ta el investigador en el cam po, cuando se ve obligado a
definirse ante sus interlocutores.
Primer ejemplo

D iego TORRENTE es p ro fe so r del D e p a rta m e n to de S o cio lo g ía de la U n i­


versid ad de B arcelona. P ara realizar su tesis de d o cto rad o (calificada con
"cum laude") realizó observación p a rtic ip a n te en la P olicía Local de u n a
g ra n ciu d ad del área m etro p o litan a de B arcelo n a. El p e río d o de observ a­
ción se p ro lo n g a en tre enero de 1991 y la p rim a v e ra de 1992, con el o b ­
jeto de conocer el m odo en que esa Policía co n cib e y re a liz a su tra b a jo l.
El fragm ento que se p resen ta form a p arte de u n diario de cam po clásico:
describ e los aco n tecim ien to s p a ra u sarlo s luego com o m a te ria l de a n á li­
sis. La descripción está cronológicam ente o rd en ad a. E l fragm ento del d ia­
rio q u e se inclu y e co rre sp o n d e a u n a jo r n a d a c o m p le ta de o b se rv ació n
particip an te, en este caso en el "tu m o de n o c h e” (de las 10 de la noche a
las 6 de la m adrugada).
Se tra ta de u n a investigación a b ie rta en la que la n eg o ciació n del a c ­
ceso a la organización se realiza a través del Jefe de la Policía. El investiga­
d o r reconoce que «a cau sa de la ig n o ran cia de la c u ltu ra policial com etí
alg u n o s e rro re s, y q u eb ré reglas y c o s tu m b re s en a lg u n a ocasión» (TO­
RRENTE 1994: 520). S eñala que «a veces, co n alg ú n /a g u ard ia, re p rese n té
el p ap el de ingenuo in teresad o pero, en g en eral, fui lo m ás sincero p o si­
ble» (TORRENTE 1994: 521). E n cuanto a su p o stu ra p e rso n a l ante ciertos
acontecim ientos, el au to r com en ta que «cuando no c o m p a rtía sus o p in io ­
nes o veía situaciones injustas [...] g u ard ab a m is opiniones si con ello evi­
tab a que se b lo q u eara la com unicación» (TORRENTE 1994: 522). R especto
a las consecuencias que im plica la p resen tació n p ersonal del investigador,
Diego T orrente indica que «la confianza n u n c a fue total porque m i carac­
terizació n era extraña: iba de paisano, m e m o vía p o r varios niveles de la
organización, estaba en la U niversidad, h a b ía p asad o tiem p o en el D epar­
tam en to de Form ación, y p reg u n tab a siem pre» (T o r r e n t e 1994: 523). La
re d a c c ió n del d iario del cu al se h a e x tra íd o el fra g m e n to p re se n ta d o es
u n a v ersió n co rreg id a p o r Diego T o r r e n t e ú n ic a m e n te en su estilo. El
a u to r su p rim e los nom bres verdaderos y e lim in a las referen cias que p u e ­
dan identificar a cualquier persona.

1 S o b re la po licía en E sp añ a veáse adem ás M artín (1990 y 1994).


25 octubre. Hoy ha sido mi primer patrullaje de noche. He salido con el agente Re-
casens y con el cabo Eusebio. La jornada ha sido agradable y ellos han estado
amables y sinceros. Hemos tomado el servicio en Victor-0 y nos hemos dirigido a
Alpha-30 para coger un coche sin mampara. Ya en el coche hemos iniciado la ruta.
Por la noche hay cinco patrullas para toda la ciudad, y los dos cabos se reparten las
zonas en norte y sur, aunque en la práctica ambos la recorren por entero. Al princi­
pio estaban preocupados de que «no saliera nada» pues creían que yo estaba de­
seoso de actividad policial, e intentaban darme explicaciones: «Es que ya es final
de mes y la gente no tiene dinero. No es normal que pase esto un viernes a la no­
che. Quizás haya algo en Barcelona-, Mientras repostábamos combustible el cabo
comentó en un tono grave y firme: «Mucha gente daría dinero por subir a un coche
patrulla-. Le dije que se veían muchas películas policiacas en televisión y que se te­
nía una imagen heroica y aventurera. Convinimos que esta imagen era falsa.
Los dos llevan muchos años en el cuerpo, y han conocido la época de la dicta­
dura. El cabo entró porque le gustaba el oficio, o mejor dicho, porque le volvían
loco las motos; el agente por tener un hermano guardia. Ambos comenzaron como
motoristas, y lo fueron durante 17 y 18 años respectivamente. Ahora reconocen que
son viejos para serlo: «Antes, cuando te caías de la moto, te levantabas y seguías.
Ahora, en cambio, si te caes, estás todo el año con dolores y achaques. Las motos
son para los jóvenes». Entonces empezaron a recordar aquellos tiempos gloriosos
— poco después de instaurarse la democracia— en los que habían llegado a ser la
mejor Guardia Urbana de España. Todos los veteranos recuerdan aquellos años
con nostalgia. «Luego — dijeron— fuimos la peor». Explicaron que habían mejorado
y que actualmente controlaban muy bien la ciudad, a pesar de que «ahora hay mu­
cha gente quemada por recibir muchas broncas y pocas felicitaciones. Puedes es­
tar 20 años haciendo las cosas bien, pero si un día tienes un desliz o si abollas el
coche te hunden esos 20 años sin pensárselo. Equivocarte en este trabajo es algo
a lo que .con frecuencia estás expuesto. A los jóvenes les es difícil esta situación y
por eso se queman en un par de años».
Ambos vivieron la transición: «Fue una época dura. Los grapos estaban por
aquí y habían matado a varios compañeros. A la mínima nos quitaban el arma. ¡íba­
mos acojonados! Recuerdo haber salido incluso de casa con la pistola en la mano.
No sabías muy bien a qué atenerte, pues no sabías lo que iba a suceder. Me
acuerdo que Oriol — el alcalde— entraba en el ayuntamiento acojonado, cuando
pasaba por nuestro lado. ¡Debía de pensar que íbamos a machacarlo! Con el tiem­
po los políticos se tranquilizaron y se dieron cuenta de que la Guardia Urbana no
hacía otra cosa que acatar sus órdenes. Y las manifestaciones..., ¡aquello sí que
eran manifestaciones!; en especial las de antes de la democracia, cuando estaba
et Viejo». Sostuvieron que parecido a esta etapa de transición fue el 23-F, un día
entero, difícil y desconcertarte. Entonces el cabo contó que él había entrado el últi­
mo Uno de Mayo que fue ilegal, en tiempos de Franco. Fue su primer día y su servi­
cio consistió en reprimir a un grupo. Sin la más mínima instrucción o formación le
dieron dos porras, una eléctrica y otra de defensa, y lo enviaron al ajo. Recordaba
que hubo tiros.
Dijeron que en el turno de noche la gente era muy solidaria: «En la noche no
puedes prescindir de los compañeros. Basta que pase algo para que todos se
ofrezcan a ir. Nadie aquí se escaquea». Demostraron tener un gran conocimiento
de sus compañeros. Analizaron el temperamento de cada uno y sus respuestas en
caso de tensión: «Al sargento Bermúdez hay. que sujetarlo, pues enseguida se en­
ciende y exclama que va a joder a esos cabrones. Llega a las manos con facilidad,
¡y eso que es católico convencido! No lleva arma, pero en menos que canta un ga­
llo se le tiraría al cuello. Cuando patrullo con él voy acojonado. El de la caseta tiene
mucho aguante, y soporta que le tomen el pelo los chorizos. Es un cínico, y se atre­
ve a bromear con ellos. En una ocasión al verlo así, uno intentó ponerle la mano en­
cima y no quieras saber cómo se puso. Estaba tan encendido que parecía real­
mente una fiera. No se controlaba en absoluto. Fulano tiene mucha cabeza y hace
unas intervenciones con mucha vista. Mengano está loco». Y así sucesivamente
fueron describiendo las características personales de cada uno de sus com pa­
ñeros.
Mientras, se fue haciendo tarde y las calles se fueron volviendo más transitadas.
En los locales se empezaba a ver gente. Las primeras horas de nuestro patrullaje
las destinamos a hacer la ruta de bares. Con el coche los recorrimos todos, varias
decenas. De cada uno de ellos sabían quién era el dueño, «si era buena persona o
cabroncete», cómo había llegado a montarlo, si hacía negocio, y si era buena la
clientela. Contaron que algunos propietarios habían sido puteados por sus vecinos.
Alguno incluso lo habían llegado a cerrar. «Los vecinos se quejaban de que hacían
ruido. Fuimos allí para medirlo. Tenían una cadena de música que daba risa; no te­
nía más de 20W de potencia. En realidad lo que pasaba era que no había caído
bien al vecindario y acabaron cerrándolo. Con todo, hay que admitir que tener de­
bajo de casa un bar es como para volverse loco. Apenas han de dejarte dormir».
Señalaron que un caso aparte era el bar de la señora Paquita. Decían que era tal la
simpatía que tenían por ella el vecindario, sus clientes y hasta la policía, que así
nunca se le podría hundir el negocio. Al parecer la señora Paquita es toda una ins­
titución en la ciudad: «Es una viuda de unos 46 años, pero simpática como nadie.
Es cariñosa y tiene un don de gentes extraordinario. Su marido se le mató en Gali­
cia al caerle encima un tractor. Ella lleva el bar sola. Ha tenido follones de todo tipo,
pero siempre ha salido bien».
Los dos estaban de acuerdo en que un bar lo hace el dueño, y no sólo se refe­
rían a lo económico sino también a lo social, a las relaciones con el vecindario, y
con la policía por el tema del horario de cierre. Pocos bares respetan los horarios;
los guardias levantan actas pero no encuentran la respuesta esperada por parte
del ayuntamiento. «Unos, los menos, acatan las ordenanzas y cierran, pero otros, la
mayoría, le echan cara y no les pasa nada». También dijeron que la mayor parte de
los bares que actualmente tienen éxito los llevan púas, gente que ha tenido que ver
con la Policía. El cabo afirmaba que un bar bien montado y que lleve trabajando
entre 5 o 10 años da muchos millones. Más tarde revelaría que él, como muchos
agentes, había tenido negocio; dos charcuterías que le habían funcionado muy
bien, y una tercera que montó con su cuñado y que cerró por ciertas desavenen­
cias con él. Fruto de aquellos negocios eran dos parking que tiene alquilados, una
torre y una casa en L'Hospitalet. Ahora gana 40.000 pesetas extras por ser cabo y
trabajar de noche. Aseguró que hoy ya no le interesan los negocios.
Estaban contentos y celebraban que se hubiese conseguido cerrar durante la
noche un pequeño comercio del tipo Drugstore que abría las 24 horas del día. Al
parecer les ocasionaba innumerables problemas: «Siempre había follones; no ha­
bía noche que no hubiese peleas, pintas raras y robos». Otro motivo de alegría
para el cabo fue el comprobar que el bar, con cuyo dueño había discutido ayer, es­
taba hoy cerrado. Ai pasar por delante de un puto saludaron a un ¡oven. que.estaba
de vigilante en la puerta: «¿Qué, cómo está todo?, ¿tranquilo? Acabamos de ver a
unos skins cerca, ¡ándate con vista!-. Mientras proseguíamos nuestra ruta comen­
taron: «El otro día la Policía Nacional detuvo a todos los skins que veían. Aquí detu­
vieron a más de 40, pero luego los soltaron, ¡to d o es pura política! Con todo, se ha
de ir conlcuidado con ellos. No me gustaría que le ocasionasen problemas al cha­
val. Es bueno y siempre colabora con nosotros. No quiere follones, por eso aquí a
según quien no dejan entrar. No ocurre lo mismo en el Básico, donde entra todo el
mundo que tiene dinero para pagarse la entrada-. Las detenciones se debían a los
enfrentamientos de skins contra transeúntes el pasado 12 de octubre en Barcelona.
Pensé cómo los símbolos de identidad de.estas tribus urbanas facilitan a la Policía
su reconocimiento. También hablaron de los punkies.
Al pasar frente a la discoteca Básico el agente advirtió que en la gasolinera ha­
bía un coche medio escondido; al acercarnos exclamó: «¡Anda, si se les ve a la le­
gua!-. Eran inspectores de Policía y esperaban, de paisano, que surgiera algo. Di­
jeron que los inspectores frecuentaban las discotecas. Aseguraban saberlos
distinguir aunque no los conocieran. Durante la noche no dejó de sorprenderme
con qué maniqueísmo trataban a los personajes de los bares.
En un momento de la noche el sargento nos localizó y se reunió con nosotros.
Llegó en su Citroen AX. Nos comentó que había habido un error en relación a los
horarios de cierre de bares. Al parecer, el Delegado del Área de Seguridad Ciuda­
dana había firmado un documento en el que se establecía como horario de cierre
las 11 de la noche. Esta norma afectaba a todos los días de la semana, y modifica­
ba el actual horario. Uno de ellos dijo: «Si aquí en lugar de cerrar a las 2:30 los días
laborables y a las 3:00 los sábados y vísperas de festivo se cerrara a las 23:00, se
formaría una buena gorda; mucho peor de lo sucedido en Cáceres. En Cáceres los
bares cierran ahora a las 3:00 y eso ha disparado las quejas de la ju ve n tu d -. Mien­
tras hablábamos se nos acercó una sudaca con una pinta peculiar. Nos preguntó
por algún restaurante para comer. Al irse, los agentes bromearon. La comparaban
con una de las protagonistas de la telenovela Cristal...
Al poco se fue el sargento; y nosotros nos encaminamos a la caseta, que así lla­
man a una roulotte ambulante muy bien acondicionada en la que recogen durante
las 24 horas dei día todo tipo de denuncias. Los guardias la consideran útil, y la uti­
lizan en las fiestas locales para hacerse buena publicidad. Todos los vecinos han
acogido bien, la idea. Allí encontramos a un guardia que decía que «la cazeta es un
lugar ideal para hacer una cabezadita- y que necesitaba hacerla. Tenía dos cita­
ciones para los próximos días. Contó varios casos en los que se había absuelto al
acusado por la incomparecencia del guardia. En uno de los casos el guardia re­
querido. por el juez lamentaba: «Creo que es la primera vez que veo que un juicio
empieza a su hora. Llegué sólo unos -minutos tarde por culpa del tráfico...; y ya lo
habían absuelto». En otro, el agente se explicaba así: «Plegué de aquí a las 6:00.y
me fui a casa.. Cuando llegué me senté en el sofá para esperar que se hiciera la
hora. Es incomprensible, pero me quedé frito. Me desperté a las 12:00 del medio­
día. El juicio ya había pasado».. Dijeron que un 80% de las comparecencias en jui­
cios las hacen los guardias del turno de noche. Es curioso.
Quizás fue la noche, o el frío de la calle y el calor de la roulotte lo que nos hizo
hablar de la familia. Aseguraban que el trabajar de noche les apartaba un poco de
sus familias. Bromeaban con lo poco que jodían con sus mujeres: «Cuando llego a
las seis ella no,está para historias; luego se levanta y yo me quedo dormido. Si ella
tiene ganas yo no estoy, o quiero dormir. ¡Total, que no nos avenimos y jodo
poco!». La falta de contacto con los hijos también les causa problemas. No obstan­
te, parece que las satisfacciones laborales son mayores que sus problemas familia­
res, pues el mismo guardia añadió: «A pesar de esto y si mi mujer no se pone bor­
de creo que me jubilaré en mi. turno de noche». Entonces recordó su prim era
intervención: había tenido que acompañar a su casa a .un taxista "que había denun­
ciado a su mujer por adúltera (entonces se consideraba delito el adulterio). Al pare­
cer el taxista tenía razón, pues al llegar encontraron a un maromo acostado no sólo
con la mujer sino también con la hija; Hubo insultos por parte de la mujer, y lamen­
tos del taxista que insistía en que trabajaba 20 horas para tener un piso bonito y vi­
vir bien «¡y ahora mira que encuentro!», exclamaba. Los guardias bromearon con
que sus mujeres les debían poner cuernos: «¡Tantas noches fuera de casal». Nos
despedimos y salimos nuevamente de ruta.
«De noche todos los gatos son pardos», exclamó el cabo. Refirió este viejo re­
frán para expresar la desconfianza y la falta' de apoyo entre ciudadanos, actitudes
éstas que favorecen y benefician a un guardia que se siente con más poder. Para
clarificarme la ¡dea añadió: «De noche, cuando un guardia para a un ciudadano
sabe que éste se le va a enfrentar en solitario. Pues si por la noche tú ves a un
guardia con una persona, te aseguro que todo lo más te los mirarás pero rápido
pasarás de largo, puesto que en esos momentos lo que menos quieres es follones.
De noche la gente se siente desprotegida y desconfía». Según el cabo, estas acti­
tudes son radicalmente distintas a las que se adoptan durante el día, en el que los
ciudadanos se apoyan entre sí y se sienten seguros. Recordé entonces que al ini­
cio de la jornada me habían dicho cuán solidarios eran los guardias en este turno.
Así pensé que los guardias durante la noche se sienten doblemente fuertes, por un
lado porque tienen el apoyo de sus compañeros y por otro porque los ciudadanos
no se apoyan entre sí. El otro guardia aún comentó que en ciertos momentos del
día un uniforme era una provocación, y en especial ante grandes aglomeraciones.
Dijo que esto mismo era impensable en la noche.
Al entrar en una calle vimos una moto grande que iba circulando muy despacio.
Al cabo le sorprendió que una moto de esa cilindrada llevase esa velocidad; por
eso le ordenó,al agente: «¡Para; aquí hay algo raro! Esa moto va demasiado despa­
cio». El cabo hizo parar al motorista y le pidió la docum entación. El joven le explicó
que venía de hacer deporte con sus amigos — los señaló, pues estaban cerca— y
que éstos le hablan tenido que ayudar a arrancar la moto; y que ésa era la causa
de que fuese tan despacio. Al mirar hacia el grupo, que estaba en la acera, vimos
que en el suelo tenían sus bolsas de deporte. Le devolvió la documentación y se­
guimos. Entonces el cabo comentó: «Ésta es una de esas veces en que ves que
algo no encaja. Algo es anormal: una moto grande circulando con una velocidad
insólita. Es como cuando ves que ponen los brazos'para indicar los giros a dere­
cha o izquierda, o como cuando se comportan demasiado bien». Dijo que es preci­
samente ese comportamiento anormal lo que dispara las sospechas en el guardia y
le hace actuar. Le pregunté si los chorizos y lós quinquis consiguen controlar su
comportamiento para evitar sospechas, y él contestó: «No, ni siquiera lo consiguen
los más experimentados. Cuando alguien tiéne algo que esconder se mueve con
nerviosismo o de un modo extraño. Su propio comportamiento te dice que algo no
anda bien». Por eso una de las técnicas policiales básicas es conversar con el sos­
pechoso de cualquier tema.
Acudimos a un parking a requerimiento del vigilante. Uno de sus perros había
detectado a un individuo. Cuando llegamos acababa de llegar otra patrulla. No
obstante, bajamos con las luces del puente encendidas. El individuo estaba senta­
do en el coche — uno de ésos adornados con alerones y llantas anchas— , y a su
lado tenía una navaja. El cabo se acercó y le preguntó si tenía algún problema y si
se había dado un pico. Contestó que lo que se inyectaba era insulina, aunque no
supo precisar para qué la necesitaba. Tal vez el nerviosismo le hizo hablar. Dijo
que era un pescatero, que ni causaba problemas ni los quería, y que estaba allí
porque aquella noche tras discutir con su mujer había decidido coger el coche y ti­
rarse a la calle. La lluvia le había hecho bajar al parking y permanecer allí. Enton­
ces le pidió el cabo para qué tenía la navaja. Él le contestó que era un recuerdo de
familia y que la llevaba siempre encima por si tenía que cortar alguna cosa. Convi­
nieron en hacer un acta de aprehensión alegando no estar en condiciones de llevar
un arma y le quitaron la navaja. Le comunicaron que si quería podía pasar a reco­
gerla por Comisaría al día siguiente. El cabo pensó que en ese estado podía dañar
a cualquiera, a su mujer o a él mismo. La cosa acabó así: le tomaron los datos y
punto. «No se podía hacer nada m ás-, dijo el cabo. Se le veía algo colgado. El
guardia nos confirmó que se trataba de un yonki de su barrio. Además, aseguraba
el agente que su tez blanca y su aspecto escuálido lo delataban, «lo único es que
éste tiene dinerillo y está algo más cuidado. Se lo puede pagar».
Mientras estábamos en el parking oímos la voz sofocada de un compañero que
decía que iba tras un tío que estaba abriendo coches. Los dos agentes se pusieron
en guardia; y el cabo ordenó al agente: “ Llama a Central a ver que sabe; algo
pasa...». El otro pidió información a Central con la excusa de que no habían podido
oír bien por la emisora puesto que continuaban en el parking. Este tipo de excusas
suelen ser frecuentes; quizás lo sean para no transmitir la sensación de alarma a
los compañeros que están en ese momento de servicio. Salimos del parking y el jo­
ven siguió allí con la misma actitud de ensimismamiento. A los pocos segundos vol­
vimos a oír por la emisora -Ja el tinc». El cabo le pidió entonces su posición y fui­
mos con las luces puestas hacia el sur de la ciudad. Cuando llegamos él agente le
había hecho vaciar sus bolsillos, y dejar todos sus objetos sobre el capó del coche:
una jeringa sin usar, unas llaves de un Ford Fiesta y un destornillador. Uno de los
guardias sugirió romperle la jeringa, pero el cabo lo impidió: «¿Para qué se la vas a
romper, si luego se va a comprar otra?». A los tres les parecía extraño no haberle
encontrado droga, aunque comentaron que muy probablemente ya se había chuta­
do. Le preguntaron para qué llevaba un destornillador. En su delirio decía que era
su arma, que »antes de que un cabrón me mate le mato yo a él». Desvariaba en su
conversación con los agentes. Hubo un momento en que golpeó el coche patrulla y
el cabo le reprendió. Al poco de estar allí oí que el guardia que lo había apresado
le decía al cabo: «Le he dicho que lo retenemos por participar en una pelea». El
cabo asintió enseguida. Poco después me explicaron que, cuando retienen a una
persona, lo hacen bajo un falso pretexto. Dicen que así evitan que se pongan ner­
viosos puesto que piensan que la policía es tonta, que ha habido un error y que por
ello en pocos minutos los dejarán de nuevo en libertad. -De este modo están tran­
quilos y nosotros podemos trabajar con más rapidez y sin problemas». Estuvieron
mirando con las linternas los coches que había por allí. Encontraron un Ford Fiesta
reventado. No obstante, el cabo tomó la decisión de dejarlo: «Tomadle los datos y
dárselos a Central. Lo vamos a soltar«. Aseguró que con eso no iban a sacar nada,
que esas pruebas eran difíciles de sostener como cuerpo del delito ante un tri­
bunal.
El cabo dijo que reconocía con facilidad cuándo un individuo estaba borracho o
drogado: «Un borracho no tiene esos ojos — se refería a los del joven del parking— ,
ése no podía levantar los párpados... un borracho, en cambio, sí». Explicó también
cómo se podia distinguir a un sidoso de un yonki. Aseguraba que ambos tenían el
mismo aspecto, «son delgados, hechos polvo y con una cara demacrada y blan­
ca», pero que se distinguían en que «al sidoso apenas le queda fuerza, no camina
bien y está en general mucho peor que un drogata». Me sorprendieron sus comen­
tarios respecto al sida. No creía que pudiera transmitirse sólo por un pinchazo, y
afirmaba que sabía de médicos que después de varios años de experiencia profe­
sional con sidosos sólo habían encontrado a una o dos personas que se hubiéran
contagiado por una jeringa. Insistía en que únicamente hay peligro cuando la san­
gre está fresca, puesto que, cuando se seca, el virus muere. Contó que ahora los
drogatas y otros individuos que delinquen utilizan el miedo al sida para “xirlar" —atra­
car— , y que tal es el miedo de los ciudadanos que muchas veces ni siquiera han
de mostrar la jeringa. Dijo que su hijo le había explicado que algunos de sus com­
pañeros de colegio se habían visto forzados por inciertas amenazas a entregarles
todo lo que tenían. Esta situación le indignaba en extremo, hasta tal punto que ex­
clamó: «Si a mí me amenazan con una jeringa, te aseguro que el tío se la come.
¡No me van a asustar con eso!». El agente parecía asentir.
Todavía estábamos allí cuando nos llamaron porque un guarda jurado había vis­
to a un hombre tumbado en la calle. Acudimos rápido, aunque ya imaginaban que
debía estar trompa. Era sábado de madrugada, y la gente ya llevaba el suficiente
tiempo de marcha como para estar borracha. El cabo y el agente decían que hacía
rato que esperaban actuaciones de este tipo. Les extrañaba también que no se les
hubiera comunicado ya alguna nata (colisión de un vehículo contra otro o contra
una cosa que no está en movimiento). La lluvia arreciaba. Llegamos y vimos atrave­
sado en la acera a un hombre de unos 46 años. Primero creyeron que tal vez se
había hecho daño en la cabeza, luego dijeron que no. Intentaron ponerlo en pie,
pero el hombre estaba tan borracho que ni siquiera podía mantenerse en pie. A su
lado tenía a un testigo de su estado, sus papas (vómito). Le preguntaron si vivía
por allí cerca, y se brindaron a llevarle a casa; pero él se negó en redondo, prefería
y estaba mejor al fresco. Lo levantaron y él se apoyó en un coche. Así lo dejamos.
El cabo no insistió en acompañarlo; pensé que quizás temía por la tapicería del co­
che, pues no era uno de esos coches con mampara y asiento de plástico. Por la
emisora comunicó a Central que el señor se iba a casa por su propio pie, que vivía
cerca. Al cabo de unas horas recibimos un nuevo aviso por radio. Otra patrulla lo
había vuelto a encontrar tirado en el mismo sitio. El borracho decía alguna cosa
acerca del cabo. El cabo les dijo a sus compañeros «vosotros mismos..., haced lo
que queráis»; y dirigiéndose a nosotros comentó: «Los borrachos no están nunca
tan borrachos como para no controlar nada. A veces se han quedado incluso con
el número del agente».
Otra intervención consistió en una alcoholemia. Detuvimos al conductor de una
furgoneta. Tenía aproximadamente unos 46 años y llevaba una larga coleta. Le
acompañaban su mujer, sus dos hijas y un amigo íntimo de la familia. Regresaban
de una reunión que habían tenido con unos amigos. Habían bebido mucho. El con­
ductor dio ios 2,2 gramos de alcohol por litro. La mujer tomó la voz cantante y expli­
có con gran modestia y cierta humillación que ellos eran "gente de bien", que no se
metían nunca en líos y que sus circunstancias económicas les impedían salir a me­
nudo. Afirmaba que ese día había sido realmente una excepción, que los habían in­
vitado y que habían decidido acceder. Mientras hablaba, ia mujer y las niñas llora­
ban puesto que debían intuir que les venían problemas. La situación fue un tanto
patética. Al cabo se le veía afectado cuando me dijo: «Ésta es una de esas situa­
ciones en que te sientes un cabrón, pero ¿qué ie voy a hacer si he escogido este
oficio?». El otro agente no lo estaba menos. Tal y como se habían desarrollado los
hechos no podían hacer otra cosa que proseguir. El hombre llevaba a toda su fami­
lia, y estuvieron a punto de darse contra un camión aparcado. La situación era
complicada: no llevaba ni la documentación del vehículo, ni su permiso de condu­
cir; encima no había pasado la Inspección Técnica de Vehículos (ITV). La mujer su­
plicaba que no les inmovilizaran la furgoneta y exclamaba «¡Piensen que es el pan
de mis hijos!». Solucionaron el problema enviando al amigo a por la documenta­
ción. Vino al cabo de una hora y como entonces el grado de alcohol le había baja­
do nos fuimos todos. Decían que la intervención les había dejado un mal sabor de
boca: «¡Ojalá se hubieran encabronado, ojalá nos hubieran llamado cerdos, ... o
que tal vez no les hubiéramos parado!», decía el cabo dando a entender que cuan­
do una situación se define de esa otra manera la carga de conciencia es menor.
Les pregunté sí el parecido de sus coches con los zetas de la Policía Nacional
les suponía alguna ventaja. El agente contestó que no; que lo único que creaba era
confusión, y que ésta era mucho mayor desde que todos van de uniforme azul. Al
parecer había sucedido algo en este sentido, aunque no lo explicó. Les pregunté
entonces si no infundían más respeto. Dijeron que no, y que no creyera que se res­
peta tanto a los nacionales. Insistieron entonces en que el respeto era una cosa in­
dividual, que se consigue por la actitud de cada uno. Aseguraba que en el turno de
mañana hay guardias que ni siquiera se atreven a poner una multa. Según ellos a
los agentes del turno de noche se les respeta más, porque se saben imponer. «En
definitiva todo es porque la noche curte», añadió.
Más avanzada la noche, radiaron el incendio de unos contenedores. No era el
primer día que sucedía; eso les había obligado a abrir una investigación, aunque
rutinaria porque según decía el agente «los contenedores son propiedad de una
compañía privada y no del ayuntamiento, además están cubiertos por un seguro».
Sospechaban de un trabajador recientemente despedido. La citada compañía les
daba trabajo: por la noche y en según que.calles los camiones de la basura no gi­
ran a causa de los coches mal estacionados.
Mientras patrullábamos, recordaban con orgullo algunos servicios, al tiempo
que lamentaban la poca difusión y valor social que se da a su trabajo. Comentaron
que habían leído hoy en la prensa la noticia de que los Mossos habían cerrado un
local en el que se jugaba ilegalmente; y se quejaron de que no se dijese nada de
su intervención en el asunto. Hacía ya tiempo que el cabo se había percatado de
que junto a la persiana bajada de un local aparcaban Mercedes y BMW. Pudo
com probar cómo la gente bajaba de ellos, daba los tres golpécitos en la puerta
que autorizaban su entrada, y pasaba dentro. Todo esto les llevó a abrir una inves­
tigación y estuvieron un tiempo controlando e identificando a los clientes por los
números de matrícula de sus vehículos. Cuando tuvieron pruebas suficientes pasa­
ron el aviso a los Mossos. De todo este largo trabajo, pues, no se mencionó nada.
Les resultaba indignante.
El cabo recordó otro servicio que creía brillante. Al parecer unos señores de­
nunciaron que en un cajero automático la salida de los billetes estaba bloqueada
con silicona endurecida. Habían hecho ya la operación y no habían conseguido los
billetes. La Guardia Urbana Jes aconsejó que reclamaran al banco. No obstante, el
cabo estuvo esa noche escondido esperando averiguar algo. Entraron varios clien­
tes. Metieron su tarjeta, teclearon su número y a la hora de recoger los billetes no
sallan. Después de haber operado tres o cuatro personas, vio a dos jóvenes. Uno
entró y el otro se quedó fuera vigilando. Rápidamente el de dentro sacó una sierra
y rompió la silicona. Entonces hizo una pequeña operación que empujó los billetes
retenidos. Los cogieron e hicieron diligencias.
Les pregunté cómo era posible que no consiguieran detener a los famosos gita­
nos Morte y Echepares. Me contestaron que habían sido detenidos cientos de ve­
ces y que cientos de veces hablan sido puestos en libertad. Al parecer el problema
era que había sido siempre imposible demostrar su implicación en delitos graves.
A lo largo de la noche hablamos también de los Deltas. Los agentes considera­
ban que en materia de droga era uná unidad Inadecuada. La veían, en cambio,
apropiada para escoltas y para infiltrarse en maslficaciones de gente. Decían que
en cuestiones organizativas estaba todo probado en la Guardia Urbana y que no
había nada que inventar; por el contrario, aseguraban que había mucho que hacer
en relación al material y los medios. Contaron que unos siete años atrás la Guardia
Urbana estaba descentralizada por distritos, y que cada uno disponía de una total
autonomía, a la vez que su ámbito de actuación era mayor puesto que se tramitaba
todo. No descartaban la posibilidad de volver a aquello, puesto que esa situación
la consideraban útil al ciudadano. No entendían porqué había cambiado.
El cabo me mostró su nómina: 190.000 pesetas. Dijo que su misión era la de dar
apoyo a sus guardias y no la de intervenir: «Sé que tengo fama de duro y exigente,
porque quiero saber en todo momento dónde están mis guardias. No lo hago sólo
para controlarlos, sino porque me siento responsable de ellos».
La jornada me pareció agradable. Hoy regreso de nuevo. De hecho ya mismo,
pues son ya las 21:28 horas.
Segundo ejemplo

U n m is m o c a m p o p u ed e m a n ife sta r se en e sc e n a r io s d istin to s. E l texto que


sig u e c o r resp o n d e a u n d ia rio m á s a m p lio , q u e trata el c a m p o d el sida. Los
fr a g m e n to s d el d iario d e c a m p o h a n sid o se le c c io n a d o s p o r su a u t o r y d e s­
crib en la r e la c ió n m é d ic o -p a c ie n te e n to rn o al sid a e n el e sc e n a r io co n creto
d e u n a c o n su lta m éd ic a . E l te x to e stá tra n scrito tal y c o m o su a u to r lo en tre­
gó 2. E sta s n o ta s de c a m p o so n p r o d u c to de u n a in v e s tig a c ió n rea liza d a en el
S e rv icio d e M ed icin a In tern a de u n h o sp ita l ca ta lá n , d o n d e se trata a p erso ­
n a s e n ferm a s de sid a . L os fr a g m e n to s d el d ia rio q u e a q u í se in c lu y e n corres­
p o n d e n a la c o n su lta de m e d ic in a in tern a .
E l a u to r o sc ila en tre la jerg a m é d ic a y la c o tid ia n a : h a b la de a n a lg ésic o s
(e n v e z d e ca lm a n te s), p ero u tiliz a el g iro «le h a m a n d a d o m e d ica m en to s» ,
en lu g a r d e la ex p r e sió n (m á s m é d ic a ) «le h a p rescrito » . P or o tro lado, m u ­
ch a s de la s p o s ic io n e s te ó r ic a s d e la s c ie n c ia s so c ia le s r e sp e c to a la rela c ió n
m é d ic o -p a c ie n te , so n d e te c ta d a s p o r q u ie n o b serv a sin q u e se d escrib a n co n
d eta lle q u é co n d u c ta s o b serv a d a s le llev a n a tal c o n c lu s ió n . C u an d o el au tor
h a b la de a ctitu d su m isa p o r p a rte d el p a c ie n t e 3, n o e x p lica d eta lla d a m en te
q u é c o m p o r ta m ie n to s c a r a c te r iz a n e x a c ta m e n te la a ctitu d de su m isió n . E n
a lg u n o s p árrafos la v is ió n q u e tie n e el in fo r m a n te (u n v a ró n m é d ic o ) de lo s
p a c ie n te s c o n d ic io n a la p e r sp e ctiv a de q u ie n o b serv a . L as n o ta s de ca m p o
c o r r e sp o n d e n a u n o d e lo s m ú ltip le s e sc e n a r io s en lo s q ue el in v estig a d o r o b ­
serva la rea lid a d so c ia l q u e in v e stig a . P ara ello e sta b le c e d o s referentes: a c ti­
tu d del m é d ic o y a ctitu d del p a c ie n te , a u n q u e lu e g o m e z c la las c o sa s, inter-^
p reta e in c lu so teo r iz a en la s n o ta s d e c a m p o . L as n o ta s d e c a m p o so n de
d ía s d istin to s y n o se p r e se n ta n p o r o rd en c r o n o ló g ic o . La in te rp re ta c ió n y la
te o r iz a c ió n , so n in ev ita b les en la o b ser v a ció n y en su p o ster io r tran scrip ción .
E l tex to sig u ie n te en u n b u e n e jem p lo de to d o ello.

1 El a u to r de los textos es M áster en A ntropología de la M edicina p o r la Universität Rovira i


Virgili de T arrag o n a. E n el m o m en to de escrib ir este libro está red actan d o su tesis de doctorado
so b re el sida.
! L as n o tas de cam po suelen se r escritas de m a n e ra rá p id a y atropellada: con pasión, con
m ied o a que se olvide algo im p o rta n te . L as escasas m odificaciones realizad as posteriorm ente
sirv en p a ra so lv en tar los p ro b lem as (g ram aticales y de sentido) que o casio n a esa p rem u ra al es­
crib ir.
1 E m p lea el té rm in o "actitud sum isa" p a r a c a ra c te riz a r u n a relació n asim é trica respecto al
co n o cim ien to en to m o al sida.
Vía de contagio: homosexual. Sexo y edad: varón 34 años. Estado de la
p a c ie n te a.
enfermedad: CDA muy bajos, sarcoma de Kaposi, muy mal estado. Condición: me­
dia-baja.
Actitud del médico: Este paciente acude a la consulta en condiciones preca­
rias a causa de un sarcoma de Kaposi localizado en los dedos gordos de am­
bos pies (uno bastante desarrollado,-el otro en inicio). El médico ío recibe con
cierta preocupación ante los gestos de dolor y el sufrimiento que refleja el ros­
tro del enfermo. El paciente afirma llevar unos días con fuertes dolores y.horm i­
gueos en manos y las articulaciones. La reacción del m édico es la de intentar
encontrar inmediatamente la causa del dolor. En un momento de la consulta el
paciente ha hablado del Hivid y en ese instante el médico ha saltado de la si­
lla, ya que le había retirado expresamente el Hivid, y era eso lo que le estaba
provocando los dolores y la neuropatía. «¿Pero cómo estás tomando el Hivid si,
te dije que lo dejases rápidamente? No lo entiendo: te lo apunté y todo ¿Es
que no lo has leído? Sí, te lo apunté, estoy convencido. Pues has de dejarlo in­
mediatamente porque si no te continuarán los dolores e.incluso te aumentarán y
eso no podemos permitirlo. No me lo puedo creer que hayas, estado sufriendo
todo este tiempo inútilmente». Tras esta afirmación el m édico mira las fichas y
comprueba en una nota que se le había retirado el Hivid. El médico insiste en
que «no se te ocurra volver a tomarlo».
A partir de este momento la preocupación del médico ha aumentado y ha pres­
tado un interés inusitado en el caso. Durante la consulta del paciente anterior,
cuando yo he llegado, el médico estaba hablando por teléfono con otro hospital
para plantear la cuestión de la radioterapia local para este enfermo, ya que tiene
las defensas muy bajas, y la quimioterapia generalizada o un tratamiento similar
puede ocasionarle reacciones adversas, e incluso la muerte. El médico mira los de­
dos y observa que el sarcoma esta bastante extendido (sobre todo en el pie iz- -
quierdo). La madre del paciente comenta que tiene el pie derecho muy frío y que
en ocasiones parece un témpano de hielo. El médico lo comprueba y explica que
al tener muchos ganglios en la ingle, esto puede cortar las vías sanguíneas al pie.
El médico plantea la cuestión de la radioterapia para tratar el dolor ¡ocalmente y
la respuesta del paciente es positiva (al igual que la de la familia). La preocupación
del médico es evidente ante este caso y yo creo que influye decididam ente la
cuestión del dolor y del sufrimiento del paciente. El reconocimiento es completo y
exhaustivo, y el médico escucha con atención las explicaciones del paciente y de
la familia. Las indicaciones son claras y el médico insiste varias veces en que deje
el Hivid. ■
En un momento de la consulta el médico comenta al paciente que esta preocu-,
pado por su caso e insiste en que no puede permitir que el dolor continúe. En este
contexto le dice: «No sabes bien el trabajo que me estás dando». La reacción del
paciente es de extrañeza ante tal afirmación. El médico, al darse cuenta.de que lo
dicho no es lo apropiado, rectifica diciendo: «Hombre no es eso; este es mi trabajo-
y tengo que procurar curarte puesto que esa es mi obligación, lo que sucede es
que tu caso es de los más complicados que tengo y me tengo que calentar mucho
la cabeza contigo».
Seguidamente le manda un sinfín de medicamentos y algunas pruebas específi­
cas para ver por qué se le bloquea la circulación en los pies. Insiste en que las
pruebas son necesarias y que lamenta tener que hacerle venir en su estado pero
que es inevitable. Le manda unos analgésicos más fuertes para el dolor y vuelve a
insistir por enésima vez que no se le ocurra seguir tomando el Hivid. El planteamien­
to del médico es dejar bien claro que el problema no ha sido culpa suya sino una
negligencia del paciente y de la familia, como buena fórmula para curarse en salud.
A ctitud del paciente: El paciente acude a la consulta acompañado por sus pa-‘
dres y una hermana, que se queja nada rriás entrar de los fuertes dolores que su
hermano padece estos últimos días en las articulaciones y en la zona afectada por
el sarcoma (los dedos gordos de los pies). El rostro del paciente es de dolor y sufri­
miento continuo. Los.familiares muestran gestos de gran preocupación. El paciente
apenas puede andar y entra en silla de ruedas. Según los familiares existe una
gran dificultad para hacerle todas las "tareas" propias de una persona. El paciente
muestra su sorpresa cuando el médico le dice que el dolor es consecuencia de un
medicamento que continua tomando y que el propio m édico le había retirado hace
ya más de un mes. Dice que no se ha dado cuenta. La familia es la que lleva el
peso de la consulta, fundamentalmente la madre y la hermana, siendo éstas las
que contestan a la mayor parte de las preguntas del médico. La madre dice que es
difícil cambiarlo y hacerle determinadas cosas y pretender, al mismo tiempo, evitar­
le el dolor.
Mientras la madre y la hermana lo desvisten para la revisión del médico, el
padre me dice que su hijo está fatal, que los dolores son continuos, y me plan­
tea la cuestión de sí no es mejor verlo morir y que descanse en paz. El padre
afirm a que todo es doloroso: para él y para la fam ilia, que hay que hacerle
todo y que es incapaz de valerse por sí m ism o para cu a lq uie r tontería. Es la
madre quien alerta al m édico sobre la defectuosa circu la ció n de la sangre en
los pies, y le dice que a menudo los tiene helados. El paciente interviene poco
y ja verdad es que la atención del médico está más d irigida a las palabras de
los familiares que a las del paciente (algo frecuente cuando los enfermos están
en una fase avanzada de la enfermedad). La hermana es quien asume el rol de
portavoz de la familia en la relación con el médico: cuando se plantea la cues­
tión del error en la administración del medicamento, ella alega que eso es por­
que ella no pudo venir ese día, que de haber ido no habría habido ningún p ro ­
blema en ese sentido.
La familia plantea las dificultades que implica la ayuda al enfermo, ya que tanto
la madre como la hija trabajan, y ambas tienen turno de tarde (con el fin de poder
acudir con el enfermo a las consultas y a la realización de las analíticas). El padre,
que está jubilado, afirma que la enfermedad ha llegado a una situación en la que
una persona sola no puede hacerse cargo del enfermo. Respecto a la cuestión de
la radioterapia, no ponen ninguna pega, pero se hace evidente la preocupación
por iniciar sesiones que tienen una asociación clara con algo muy nocivo. Cuando
el médico lo plantea, los rostros de los familiares (más que el del propio paciente)
cambian radicalmente y la preocupación es obvia. El paciente .tampoco pone in­
conveniente alguno. Al parecer su único objetivo en este momento es el de calmar
los dolores de la forma que sea.
La realidad del dolor planea durante todo el tiempo que dura la consulta. Más
que una mejoría (difícil por otra parte) lo que aquí se está poniendo sobre la mesa
por parte del médico, de la familia, y del paciente: es evitar el dolor, los dolores, de
la forma que fuera posible.
p a c ie n te B. Vía de contagio: homosexual. Sexo y edad: varón de 35 años. Estado
de la enfermedad: buen estado aparente, CD4 90.. Condición: media-alta.
Actitud del médico: El paciente acude a la consulta aquejado de sarcoma de
Kaposi generalizado por el rostro, hasta ahora tratado con hidrógeno líquido en la
consulta de dermatología del hospital. El paciente acude a la consulta el día de hoy
procedente de dermatología, y relata al médico lo que allí ha sucedido. La doctora
le espera para darle una sesión de hidrógeno en la cara, y el paciente se niega ale­
gando que tiene que acudir a la consulta de medicina interna y quiere antes hablar
con el médico que le trata la enfermedad. La actitud del médico es complaciente
en este sentido ya que supone una respuesta positiva y una confianza depositada
en su persona. El m édico plantea que es muy conveniente lo que ha hecho, puesto
que la extensión del sarcoma va en progresión y ya no parece conveniente conti­
nuar tratando el sarcoma a nivel local, puesto que «lo que va a suceder es que con
lo extendido que lo tienes te habría de quemar toda la cara». El médico se muestra
partidario de seguir un tratamiento general que le permita abordar el problema en
conjunto, a pesar de lo cual señala la conveniencia de hablar con la dermatóloga y
discutir esta cuestión de forma conjunta. Para ello dirige un informe con su opinión
a la doctora donde expresa la conveniencia de iniciar el tratamiento generalizado lo
más rápidamente posible. En este sentido le plantea al paciente las consecuencias
inmediatas de un tratamiento de este tipo ya que lleva implícitos una serie de efec­
tos secundarios de carácter local.
El médico aborda la consulta en un contexto de superioridad respecto al saber,
ya que el paciente parece bien informado sobre algunas de las cuestiones que se
tratan en la consulta. Esto hace que el médico corte bruscamente la conversación
o que limite la acción verbal del paciente desoyendo sus comentarios y hablando
de cuestiones muy dispares. Es un proceso de superioridad técnica que implica
una tendencia unidireccional en la propia consulta. Por lo demás, el contacto es
normal en una línea de actuación propia de las consultas donde no se introducen
elementos destacables.
Actitud del paciente: el paciente acude a la consulta procedente de la consulta de
dermatología donde le tratan un sarcoma de Kaposi aplicando hidrógeno líquido. L a '
extensión del sarcoma motiva que en la sesión del día de hoy el paciente proponga a
la doctora dejar de aplicar el hidrógeno líquido hasta comentar con su médico de
consultas externas las posibles consecuencias de tratar localmente el sarcoma. El
paciente parece bien informado sobre su enfermedad, y su actitud (al margen de ser
muy correcto en cuanto al trato con el médico) está caracterizada por lo que vengo
considerando sumisión en la consulta: un encuentro sumiso en el que el paciente no
pone impedimentos a las consignas del médico respecto del tratamiento indicado. El
paciente va a la entrevista dispuesto a oír todo aquello que el médico le plantea: tanto
respecto a los efectos secundarios del tratamiento generalizado, como en relación a
las nuevas indicaciones que el médico considera oportunas.
El paciente señala que el sarcoma se le extiende más, pese a que las lesiones
pierden algo de "virulencia" respecto a la anterior visita. Por lo demás no hay nin­
gún aspecto relevante a considerar de manera especial.
p a c i e n t e c. Vía de contagio: homosexual ex-ADVP. Sexo y edad: varón de 31 años.
Estado de la enfermedad: buena apariencia, CD4 400. Condición: media.
Actitud del médico: Esta situación es poco usual en las consultas de este servicio.
La condición de homosexual del paciente está caracterizada por su amaneramiento
extremo. Para el médico: «Este es el maricón que todos nos imaginamos cuando ha­
blamos de ellos». La actitud del médico presenta algunos matices respecto al trata­
miento con otros homosexuales. Las diferencias en el trato no son claramente per­
ceptibles, pero existen y pueden observarse en la conducta del médico a lo largo de
la consulta e incluso una vez terminada. El paciente, desde la primera visita, se niega
al tratamiento (en realidad es la segunda visita al hospital) y aún continúa haciéndolo.
El médico señala la conveniencia de iniciar el tratamiento en la actualidad, ya que su
estado y el nivel de CD4 así lo aconsejan; pero el paciente continúa en sus "trece". El
médico es claro y no insiste demasiado al comprobar la negativa del paciente. Res­
ponde al paciente en estos términos: «Te aseguro que tu vida no se va a alargar por
el hecho de tomar el medicamento, pero lo que sí pretendemos al dar los medica­
mentos es que el paciente obtenga una mejor calidad de vida. ¿A qué me refiero
cuando hablo de calidad de vida? Simplemente a que tu estado vaya a ser mejor du­
rante el período de supervivencia: vas a tener menor cantidad de infecciones oportu­
nistas y por tanto menos ingresos en el hospital. Pero yo no quiero influir en tus deci­
siones ni mucho menos forzarte a nada que tú no quieras, simplemente como médico
te lo aconsejo y si yo estuviera en tu situación lo h'aria así».
Ante la negativa del paciente, el médico le dice, que puede incluirlo en un estu­
dio que están llevando a cabo y que aunque no quiera tomar ningún tipo de medi­
cación, al estar en la investigación, pueden llevarle un seguimiento continuado. La
respuesta del paciente es positiva y el médico le dice que hay que extraerle sangre
para hacerle análisis e incluirlo en el estudio.
El paciente, con titubeos, pregunta al médico sobre sus relaciones sexuales:
quiere saber si pasa algo si le cae semen de otro varón en alguna herida ó poro
“abierto" del cuerpo. La respuesta del médico es tópica, puesto que se refiere a la
necesidad de tomar medidas normales teniendo en cuenta su seropositividad y
con el objetivo de prevenir una posible infección a un compañero sexual.
De todas formas el médico le dice que no hay nada seguro al respecto, que exis­
ten muchos trabajos, pero que ninguno puede asegurar a ciencia cierta si el semen
sobre el cuerpo implica mayor riesgo de contagio. Lo cierto es que estas respuestas
son estereotipadas ante (probablemente) el desconocimiento del médico al respec­
to. Como principal medida preventiva el médico recomienda al paciente que extre­
me las medidas y que intente evitar el contacto con semen de un compañero conta­
minado. El- paciente pregunta al m édico en torno a la posibilidad de encontrar
alguna vacuna definitiva para, la enfermedad, a lo que el médico responde que no
hay todavía nada eficaz: que hay una serie de medicamentos experimentales proba­
dos con pacientes voluntarios, pero no hay nada aún con resultados positivos.
A raíz de la conversación sobre los fármacos experimentales, surge de nuevo la
cuestión de la negativa del paciente a tomar medicación. El médico señala: «Fíjate, tú
no quieres tomar ningún tipo de medicación y en cambio existe gente que está apun­
tada, incluso en listas de espera, para poder entrar en tratamientos experimentales.
Solo hay tres medicamentos autorizados en la actualidad para tratar el virus, pero
existen una serie de medicamentos que están en experimentación y que se denomi­
nan de tratamiento compasivo, para experimentar en seres humanos/que es la única
manera fiable de conocer la efectividad de estos medicamentos en laboratorio” . Por
lo demás la consulta presenta las características más usuales de los encuentros en el.
hospital. Cuando sale el paciente, el médico me comenta que: «Menudo elemento;
como si hiciera falta que me diga que es homosexual y que mantiene relaciones con
otros hombres; vamos y no se le nota a leguas que es un mariconazo».
Hay otro elemento significativo relacionado con una petición del paciente de un
certificado de los CD4, puesto que la próxima semana tiene un juicio por agredir a
un policía y esto puede (según él) ser un atenuante para no ingresar en la cárcel. El
módico le indica que con el nivel de CD4 que tiene, no le va a servir de mucho el
certificado, pero que él no tenía ningún Inconveniente en hacerlo.
Al salir el paciente, el médico me indica qué no puede imaginar a este individuo
pegándole de tortas a un policía y que seguro que recibió el doble de las que dio.
Yo le comento que algunos homosexuales son por norma bastante agresivos y él
me contesta: «¿Seguro que este también?” , en clara alusión a su amaneramiento.
A ctitud del paciente: La actitud del paciente viene m arcada por su forma de
comportarse y de expresar su enfermedad. Hablo con el paciente antes de que
venga el médico, y me comenta que cuando se enteró de que era seropositivo lo
pasó realmente mal. Me dice que él se niega a recibir tratamiento porque no hay.
resultados que confirmen que realmente son efectivos, y que sólo por las contrain­
dicaciones ya es suficiente para decir que no: «Sólo leyendo las indicaciones de
los medicamentos uno sabe que no son buenos y además con lo que se oye en la
tele menos todavía. A lo mejor son historias que yo me monto con la influencia de la
televisión y lo que en ella oyes, pero es muy fuerte y yo particularmente no estoy
dispuesto-. La verdad es que parece una persona muy delicada, y afronta algunos
momentos de la consulta con cierta desesperación. El último índice de CD4 de la
entrevista anterior es de 420 y en esta es de 400; en realidad la diferencia a efectos
del desarrollo de la enfermedad no es significativa, pero él lo ha tomado muy mal
echándose las manos a la cabeza y con las lágrimas en los ojos mostrando un cier­
to gesto de desesperación. A pesar de todo sigue seguro en su decisión de no to­
mar tratamiento. Con todo, ha existido un instante de duda cuando el médico ha di­
cho por teléfono a otro paciente que debía ingresar rápidamente.
Esto ha pasado justo cuando el médico comenta que el tratamiento proporciona
una,mejor calidad de vida, y que eso se traduée en menos internamientos en el
hospital. Esto le ha hecho dudar un instante, pero ha sido sólo un “asomo'' de
duda. Cuando el médico le dice que él no quiere influir en sus decisiones, el pa­
ciente ha saltado rápidamente diciendo que en sus decisiones no influye nadie, y
que tiene muy clara su opinión al respecto. El momento de mayor preocupación
por parte del paciente aparece cuando el médico indica que el índice de CD4 ha
disminuido en 20.
Es curioso, pero el médico plantea constantemente que los CD4 no.son el indi­
cativo más significativo para evaluar el estado de la infección o enfermedad, pero
en cambio suele comentar este índice a los pacientes como una constante, dándo­
le una importancia que, tal vez en encuentros posteriores y ante la bajada de dicho
índice, intenta restar.
Por lo demás el paciente está de acuerdo, en participar en el estudio que lleva a
cabo el médico y accede a extraerse sangre alli mismo para empezar la inclusión
inmediata en dicho estudio. La extracción por parte de la enfermera es todo un es­
pectáculo: con gestos y gritos de dolor bastante “amanerados'', y con expresiones
propias de una mujer. Todo ello ha motivado en el m édico (¿y por qué no decirlo?:
también en mí) varias carcajadas aprovechando que el paciente estaba de espal­
das a nosotros.

p a c ie n te D. Sexo y edad: varón de 22 años. Via de contagio: trasfusión. Estado de


la enfermedad: Muy mal (varias complicaciones serias) CD4 0. Condición: media.
A ctitud del médico', este es el primer paciente hemofílico que acude a la consul­
ta desde que estoy en el hospital de día. Es un chico de 22 años que viene con sus
padres en unas condiciones malas. Para el m édico es un caso complicado, y man­
tiene (clarísimamente) una actitud distinta respecto a otros pacientes. Parece ser
que el nivel de exigencias que plantea el paciente y su familia responden a un sen­
timiento de derecho hacia el médico y hacia la medicina. El m édico me dice que al
principio su actitud era violenta: al enterarse de que había sido contagiado por una
trasfusión. Al principio de las visitas las relaciones fueron muy difíciles. «Ahora pa­
recen haberlo asumido, sobre todo desde que les dieron la indemnización que en­
tregan a todos los pacientes hemofílicos que es de 10 millones de pesetas, y algo
más que habrán sacado: ya que la asociación de hemofílicos se encarga de que
reciban más dinero del Estado. Es un caso complejo y al principio tenías que ver
cómo llegaban al hospital, en algunas ocasiones era muy difícil tratarle o simple­
mente pasarle consulta. Ahora con esto del dinero se han tranquilizado, además
han tenido que asumir la enfermedad».
Todos estos elementos influyen de forma determinante en la actitud del médico:
mucho más abierta que con otros pacientes y con una atención especial hacia el
enfermo y su familia. Por otro lado, se da la circunstancia de que al ser hemofílico,
el paciente es muy conocido en el hospital y mantiene relaciones con otros médi­
cos (entre los que se encuentra Vando que lo sigue juntamente con Itamar). Esta
especial atención pone de manifiesto que existe un criterio de culpabilidad en el
contagio de la enfermedad.
Por otra parte, el paciente está siendo tratado en Barcelona por el Dr. Silquin,
toda una eminencia en la cuestión del sida que trabaja también en el ámbito priva­
do. Ello condiciona la actitud del médico, ya que la perspectiva com partida en el
tratamiento y los diagnósticos impone un ritmo y unas condiciones específicas. En
este sentido, como ejemplo, el paciente se ha presentado (dos días después de la
última visita) alegando problemas con el tratamiento. El m édico de Barcelona le ha
mandado medicamentos para la profilaxis y algún antiretroviral suave. Este trata­
miento fue aumentado por el médico del hospital que, además, le añadió AZT. El
caso es que el paciente plantea la necesidad de reducir este tratamiento ya que le
parecen muchas pastillas. Pero además hay un condicionante añadido, y es que al
leer el prospecto del Retrovir, el paciente se sorprende por los efectos secunda­
rios, y llega incluso a plantearse la posibilidad de padecer un cáncer al leer que el
tratamiento de AZT esta recomendado para el cáncer de mama.
La cuestión de los efectos secundarios del AZT es planteada con frecuencia por
los pacientes, que al leer el prospecto se asustan. El discurso del médico al res­
pecto se resume en las explicaciones que hace a este paciente: «Mira, cuando uno
tiene una enfermedad de éstas la única forma de tratarla es mediante medicamen­
tos fuertes y agresivos que tengan efectividad ante el virus. Si tu tienes un resfriado
o un dolor de cabeza te tomas algo que vaya bien para eso, y yo no te mando A2T;
pero en cambio, para tratar a un virus agresivo la única forma de hacerlo es me­
diante un medicamento agresivo. Si tu me dices que has leído que produce anemia
y otros efectos secundarios, pues para eso están los controles periódicos a través
de analíticas, para ver si esos efectos secundarios han aparecido en algún momen­
to o para suprimir el tratamiento si vemos que no hay tolerancia. Además si usted
(refiriéndose a la madre) tiene un fuerte dolor de cabeza, ¿qué hace?, va coge una
aspirina y se la toma, entonces no tiene en cuenta los efectos secundarios que tie­
ne la misma aspirina: que le puede producir úlcera de estómago y un sinfín de co­
sas que usted olvida, por que lo que desea es que se le quite ese maldito dolor de
cabeza. Con esto pasa igual, existe una necesidad de curar un virus, que no se ol­
vide que es mortal, y no hay que hacer tanto caso a los prospectos porque para
eso estamos nosotros aquí».
El paciente quiere reducir el tratamiento, y el médico está dispuesto a ello, pero
ha de evaluar el estado del paciente, y sobre todo el tratamiento impuesto por el
otro médico. La solución es enviar una carta por medio del paciente al tal Dr.Sil-
quin, en la que expone su opinión y las demandas del paciente con la finalidad de
que el otro médico exprese también su parecer e intentar llegar a un acuerdo entre
ambos. Este tipo de inconvenientes no suelen presentarse ya que es el propio mé­
dico el que toma absolutamente todas las iniciativas en cuanto al tratamiento, de­
jando para los médicos de cabecera de los pacientes asuntos de carácter menor.
Existen también una serie de aspectos de carácter legal y jurídico que acompa­
ñan el tratamiento de estos pacientes que el médico no puede obviar y también
existen unas disposiciones de carácter moral y ético que introducen en el contexto
del paciente hemofílico variantes en el tratamiento. A los ojos de la gente (y del pro­
pio médico) no es lo mismo tratar a un paciente infectado por su adicción a las dro­
gas o por medio de contactos homosexuales que tratar a un paciente hemofílico
infectado por un accidente médico. Es interesante, en este sentido, evaluar las dis­
posiciones de carácter político y jurídico al respecto, e incluso el convencimiento
del paciente a manejar una serie de derechos frente al médico.
Los síntomas físicos que ha de tratar el médico son numerosos y requieren un
esfuerzo adicional con respecto a lo señalado más atrás. El sida le fue declarado
en 1993 a raíz de una neumocistis carinii, aunque es portador desde 1988; ade­
más, en los últimos meses ha estado ingresado en el servicio de medicina interna,
con un proceso hepático grave. En la actualidad presenta candidiasis oral y esofá­
gica, y el virus le afecta ya el sistema nervioso central, y le provoca lo que presenta
síntomas de demencia: pérdida de memoria y dificultad para hablar. Es por ello,
por lo que el médico se resiste a retirar el AZT, único medicamento conocido (se­
gún él) para actuar contra el virus en el sistema nervioso central. Otro hecho adicio­
nal se refiere a los graves problemas psico-anímicos por los que atraviesa el pa­
ciente y a los que su madre (e incluso él mismo) piden respuesta al médico. Creo
apreciar una cierta incom odidad del m édico ante este paciente. El caso es que
apenas se ha abordado esta vertiente psicológica y la actitud del médico se ha li­
mitado a un simple: «bueno, hay que animarse y salir algo a que te dé el fresco».
Por lo demás, el encuentro ha sido rutinario (exploración, preguntas sobre su esta­
do, síntomas nuevos).
A ctitud del paciente: aquí también hay que tener en cuenta una serie de consi­
deraciones que no pueden pasar desapercibidas en el análisis y que tienen una
gran importancia. Por un iado, la mayor parte de los datos respecto al paciente se
especifican en el apartado anterior, pero quedan una serie de puntos a destacar. El
chico está atravesando un momento especialmente duro en cuanto a su estado
anímico y respecto a su enfermedad. Está próximo a la depresión, y permanece en
casa sin salir, a no ser que sus padres le obliguen. La aparición de nuevos efectos
derivados de la medicación y de su propio estado (caída del cabello, perdida de
apetito y de peso, cándidas orales y esofágicas que le molestan constantemente)
ha aumentado su desazón.
El paciente muestra buena disposición al tratamiento, pero pide que se le retire
algún medicamento: se refiere al AZT, ya que al leer el prospecto ha quedado im­
presionado por las contraindicaciones y los efectos secundarios. Todo ello se plan­
tea con un cierto nivel de exigencia difícilmente observable en otros pacientes, y
que además aumenta por la presión y por la presencia de los padres.
La madre intenta razonar algunas de las causas que motivan a estas peticiones:
«Es que, doctor, antes cuando no tomaba eso pesaba cincuenta kilos, y desde que
lo está tomando ha perdido otra vez peso; además al pobre se le cae el pelo que
es una barbaridad, y cuando se ducha y lo ve se pone para que le de algo«.
El virus ha creado resistencia a la profilaxis para evitar cándidas por lo que se le
ha suministrado un nuevo medicamento que ha caído como una bomba. Alegan
que el médico privado que los trata en Barcelona únicamente les manda cuatro
medicamentos y que aquí se los han incrementado (la enfermedad también se ha
complicado).
La actitud ante el médico es de una cierta exigencia respecto al tratamiento
adecuado; como queriendo decir: «Yo no tengo la culpa de estar con esta enfer­
medad». Además hay latente una cierta actitud de desesperación por parte de to­
dos los miembros de la familia. Creo que en cierta forma existe una presión eviden­
te hacia ei médico, no en términos conscientes si no más bien en el nivel de la
inconsciencia; presión que parece reforzarse con otra actitud de obligación por
parte del médico que no existe de forma tan evidente respecto a otros pacientes. El
paciente se maneja bien por todo el hospital y conoce a muchas personas, lo que
incrementa esta presión sobre el médico, ya que el paciente sabe que hay mucha
gente que lo apoya y que se preocupa de él.
Están afiliados a una asociación de hemofílicos que les proporciona cobertura
legal y asesoramiento en determinados aspectos médicos; esto contribuye a ejer­
cer un derecho del que carecen otros pacientes y que les da una cierta ventaja.

Sexo y edad: varón de 29 años. Vía de contagio: Ex-ADVP. Estado de la


p a c ie n te E.
enfermedad.: buen estado aparente, CD4 360.Condición: media.
A ctitud del médico: Es un varón que acude a la consulta con su padre. El médi­
co me advierte previamente de que el paciente se niega a tomar AZT o cualquier
otro tipo de fármaco retroviral. Para el médico se trata de esa clase de gente que
cuesta mucho trabajo hacer entrar en razón, pero por los que tampoco merece lá
pena tomarse mucho interés, ya que van a actuar a su manera de todas formas. Al
empezar la consulta el paciente pregunta por su índice de C 04 (ya que considera
que es un indicador preciso para evaluar su enfermedad). El médico comenta los
resultados y pregunta si sigue contrario a tomar AZT, ya que éste es en un momen­
to idóneo para empezar y regular así el nivel de CD4. El médico señala que los
CD4 no son el indicador mas fiable (si bien él lo maneja constantemente y le da
una importancia primordial para evaluar los casos). El médico señala que hay otros
indicadores como las transaminasas y el nivel de glóbulos en. la sangre, que tam­
bién ayudan en el diagnóstico..
El paciente afirma que no quiere tomar AZT porque sólo de leed el prospecto ya
le da pánico, pues es un medicamento fuerte que no quiere consumir, y añade que
desea tan sólo profilaxis. Cuando el médico escucha que el medicamento es una
salvajada, que es muy fuerte, y con muchos efectos secundarios, salta de la silla y
se comporta de una forma infrecuente en él: «Ten en cuenta que estamos delante
de un virus que mata, tú tienes un virus que te va a matar. No se trata de un simple
catarro que lo tratas con cualquier medicamento suave y ya está. Esto es algo más
serio, una enfermedad de las más agresivas y que por lo tanto requiere un trata­
miento agresivo. Pero lo que más me molesta es que os dejáis influir por la gente y
cuando os dice que si el AZT esto y que si el AZT lo otro ya os quedáis cpn eso y
no miráis más allá. La gente no tiene ni idea, el que sabe soy yo: no tú ni la gente
con la que hablas; te fías de lo que te dice alguien que no tiene ni idea. El médico
soy yo y se más que tú y que todos ¡untos. Yo he estudiado, yo leo artículos y co­
nozco este virus a la perfección, así que no me vengas con rollos de sí efectos se­
cundarios porque te puedo asegurar que lo único efectivo para controlar el nivel de
contaminación de la sangre es esto». . .
La consulta transcurre en este tono, incluso cuando el paciente intenta explicar
que lo que dice del AZT no se lo ha dicho nadie, sino que él lo ha leído.
Se habla del hermano del paciente (fallecido de sida hace poco y que sí toma­
ba AZT). El médico dice que la muerte del hermano tiene que ver con el grado de
la enfermedad cuándo llegó al hospital: «Tu hermano estaba hecho polvo cuando
vino aquí y por mucho AZT o cualquier otro tratamiento que le diéramos él no iba a
mejorar por que estaba fatal». Pese a la negativa del paciente, y ya algo más rela­
jado, el médico insiste en que es muy conveniente tomar algún medicamento pues­
to que se encuentra en el momento ideal para iniciar un tratamiento de estas carac­
terísticas.
El médico ha visto que, poco a poco, la opinión del paciente y su negativa se.
flexibilizan, por eso repite varias veces la cuestión de la conveniencia de tomar el
medicamento. La actitud del médico es reforzada por la com plicidad del padre del
paciente (presente en la .consulta) que le dice a su hijo: «El doctor quiere tu bien y
no matarte, por que si no ¿para qué iba a estar aquí? Hazle caso que yo creo que
es lo mejor: por probar no va a suceder nada, y si ves que el medicamento no te
hace bien lo dejas y ya está». El médico deja de insistir pero le plantea que lo pien­
se detenidamente y que se lo confirme en la próxima visita.
El paciente pierde algo de confianza en lo que piensa y su actitud cambia (so­
bre todo al ver cómo se ha puesto el médico cuando le ha dicho lo del AZT). Al
margen de tos comentarios sobre el saber y sobre quién está capacitado para ha­
blar sobre el tema (que son para echarle de comer aparte), la consulta ha termina­
do con un gesto de cierta complacencia por parte del médico al ver que ha creado
una cierta duda en el paciente; logro que a buen seguro se verá confirmado en la
próxima vista.
A ctitud del paciente: hay que señalar que el paciente ha mantenido una actitud
una tanto ambigua; es decir: por un lado espera el diagnóstico del médico, mues­
tra un gran interés por conocer sus CD4, y escucha atentamente las indicaciones
del médico hasta que se plantea la cuestión del tratamiento; entonces su actitud
varía y se niega a tomar medicamentos retrovirales. Especifica que ése es su punto
de vista y no e l de otros (como pretende el médico). Su negativa es firme y pone el
ejemplo de su hermano fallecido de sida y que tom aba AZT. Alega que no está de­
mostrado que el tratamiento sea efectivo. Sin embargo, basta un poco de insisten­
cia por parte del médico y un mediano susto, para cam biar relativamente su acti­
tud. Tras ver cómo se ha puesto el médico con él y escuchar sus razonamientos,
acepta pensarlo otra vez: algo que ni el propio m édico se podía imaginar. Creo
que la presión del padre no es decisiva en el cam bio de actitud del paciente, y que
el comentario del padre más bien ha satisfecho el ego del m édico al ver cómo el
hombre le daba toda la razón. En este momento el paciente pregunta de qué form a­
se administra el medicamento y qué cantidad de pastillas hay que tomar; pregunta
que puede Interpretarse como un cambio de opinión. Lo cierto es que el médico le
ha sembrado dudas y parece que va a ceder.

Sexo y edad: varón de .33 años y mujer de 36 años. Via de contagio:


p a c ie n te f y G.
pareja, ADVP activos ambos. Estado de la enfermedad: él CD4 259, ella CD4 250;
ambos presentan complicaciones psiquiátricas. Condición: él alta, ella media-baja
A ctitud del médico: este caso es de lo más representativo visto por ahora. El
médico me dice que: «Estos que vienen ahora son de lo más curioso, ya lo verás.
Son una pareja que recibe tratamiento psiquiátrico y ambos son muy peculiares.
Ella es un auténtico desastre, en cambio él parece muy buen chico: aunque lo veas
como un zombi y con la mirada perdida es bastante correcto y además viene de
una buena familia. Ella, por el contrario, es lo más desastre que me ha pasado por
la consulta: no se acuerda de las cosas, me pierde los papeles que le doy y siem­
pre viene igual. No se qué hacen juntos porque él es bastante correcto y ella todo
lo contrario; él habla con una lucidez que contrasta, ya verás, con la imagen que
tiene; es bastante culto y se expresa bien a pesar de parecer estar siempre colga­
do. Ella dice que son novios, que él es su novio, pero la verdad es que es una rela­
ción de lo más rara. Están tratándose aquí en el hospital con el psiquiatra, y son de
lo más curioso, ya lo verás».
Lo cierto es que con estos antecedentes no se qué esperar, ni se cómo valorar
las palabras del médico respecto, a ella: hay una clara predisposición contraria.
Cuando entran, puedo apreciar algunos de los elementos señalados por él médico.
Ella tiene tres años más que él, aunque parece bastante mayor a primera vista: tie­
ne todas las características de una ADVP por su forma de mirar, de comportarse y
de actuar en general.
Él parece perdido, como en otro lugar, y sigue las palabras dél médico con la
mirada en otra parte. El médico inicia el procedimiento habitual con las preguntas
de rigor que es ella quien responde. La actitud del doctor cam bia a. m edida que
ella habla, porque sus palabras adquieren un cierto tono de estupidez conforme las
pronuncia. La cara del médico cambia y finalmente se dirige al chico. A ella le lla­
ma a la atención un par de veces para decirle que es un desastre y que no puede
confiar en ella. Pese a que el médico se dirige al varón, la mujer interrumpe cons­
tantemente con comentarios fuera de lugar.
El médico le dice a la mujer: «No puedes seguir así, tienes que poner un poco
de atención en lo que te digo por que eres un desastre y no me puedo fiar de ti.
Creo que él es mucho mas responsable que tú, y le voy a dar los papeles a él por­
que seguro que si te los entrego a ti los pierdes o te los dejas en cualquier lugar.
Tenéis que venir siempre y si lo hacéis, yo creo que es por que él te hace venir y
estar puntual en la consulta». Una de las formas que usa el medico para capear el
temporal es seguir en alguna ocasión el juego, y hacer bromas con lo que la chica
dice, porque si no lo hace así yo creo que le salta al cuello. En cambio, respecto al
varón, la actitud del médico es más serena, y el tono de su voz (e incluso los co­
mentarios) son distintos respecto a ella. Esto es interesante por que se puede ver
en una misma visita, dos actitudes distintas hacia los pacientes. Ambas actitudes
están mediatizadas por una serle de elementos.como la seriedad, la condición so­
cial e incluso el nivel cultural. No creo que exista un intento de adaptación a cir­
cunstancias como éstas por parte del médico. Pienso que ante gente con proble­
mas o deficiencias culturales, la actitud del médico es más impersonal y distante.
El médico me avisa también de que los pacientes se niegan a tomar AZT y que
esto puede ser culpa de ella: un claro ejemplo de cómo se atribuyen hechos con­
cretos a las personas a partir del empleo de estereotipos. Esto último es algo fre­
cuente (casi constante) y cuadra bien con mi ¡dea de que la relación m édico-pa­
ciente esta condicionada tanto por la actividad técnica desarrollada, como por
elementos culturales y sociales que el propio médico ha interiorizado.
A ctitud del paciente: las actitudes de los dos pacientes ya se ha visto en el
apartado anterior. Ella muestra una actitud activa y participa en el diálogo con el
médico; lo que sucede es que sus intervenciones no ayudan a mantener una rela­
ción regular. Interviene constantemente haciendo gala y potenciando los elementos
negativos que el propio médico le recrimina, pero lo hace en un tono de gracia que
no tiene en cuenta que lo que provoca es una alteración en el médico. Ella insiste
en sus gracias y apenas deja contestar al varón interrumpiendo constantemente
sus comentarios (ya de por sí bastante escasos). La mujer parece no presentar
muestras de preocupación respecto' a la enfermedad: a veces todo lo contrario.
Ella asegura que se preocupa del tratamiento por los dos. El médico se niega a
creerla, pero ella insiste y se atribuye un papel de »madre y esposa» respecto a su
compañero.
El varón parece perdido: como ido de este mundo y de cualquier otro. Aparenta
estar bajo los efectos de algún sedante o de algún medicamento de carácter psi­
quiátrico. Apenas interviene y se limita a seguir la'conversación sonriendo en algu­
na ocasión: únicamente responde a las preguntas directas del médico y, si alguna
vez intenta hacerlo de otra forma, es interrumpido por ella. El varón dice ser res­
ponsable y sentirse ahora bastante mejor (a partir de iniciar tratamiento psiquiátrico
en el hospital). Ambos son asintomáticos y no refieren ningún tipo de molestias. Pa­
recen bastante compenetrados pero no es fácil hacer un juicio al respecto ya que
su estado mental impide una valoración que pueda ajustarse a la realidad.
Tercer ejemplo

E l tex to q u e sig u e fue e sc r ito en 1985 (a in s ta n c ia s del a n tr o p ó lo g o J o sep M.


COMELLES) p o r u n e stu d ia n te d e ú ltim o cu rso de A n tr o p o lo g ía S o c ia l de la
U n iv e r sid a d de B a r c e lo n a . E l o r ig in a l e stá e n c a ta lá n , y se h a p r o c u r a d o
m a n te n e r el se n tid o y el to n o d e lo- e sc r ito . N o es u n tex to ín tegro: el autor
del d ia rio h a s e le c c io n a d o lo s fr a g m en to s q u e ha c r e íd o o p o r tu n o s y los ha
o rd e n a d o c r o n o ló g ic a m e n t e 1. P e se al o r d e n c r o n o ló g ic o , es v isib le u n a cierta
d e so r ie n ta c ió n tem p o ra l p o r p arte d el e tn ó g ra fo . L o s a c o n te c im ie n to s que
narra, a u n q u e n o lo esp e c ific a , su c e d e n -e l v iern es, sá b a d o y d o m in g o p revios
al Lunes de Pentecostés (in c lu siv e ). La e x p lic a c ió n d e la d e so r ie n ta c ió n te m ­
p oral e stá en la fiesta m ism a : b eb er, c o m e r , d o rm ir a v e c e s, v isita r a la V ir­
gen c o n frecu en cia .
L a e stru ctu ra d el te x to es la de u n d ia r io de v ia jes, p e r o ta m b ié n p u ed e
le e r se en cla v e de rito in ic iá tic o (la m a y o r ía de lo s v ia jes lo so n ). P e se a que
se le en ca rg a viajar c o m o e tn ó g ra fo , el e stu d ia n te ca ta lá n qu e lleg a al R o cío
lo h a ce c o m o tu rista , p e ro a ca b a in te g r a d o e n la fie sta c o m o d e v o to de la
V irgen d el R o c ío . E l autor, h o y en d ía p r o fe so r de A n tr o p o lo g ía S o c ia l, c o n ti­
n u a a sistie n d o (c u a n d o p u e d e ) al R o c ío , y a firm a h a b e r e sc r ito el tex to m ie n ­
tras se d esa rro lla b a n lo s a c o n te c im ie n to s: en u n tren y c u a n d o rep o sa b a de
la fie sta r o c ie r a en u n a tie n d a de c a m p a ñ a . E n el p r o c e s o d e o b se rv a ció n
p a rticip a n te h a y a lg u n o s a n tr o p ó lo g o s q u e a ctú a n d e in fo r m a n te s ex p lica n ­
d o el se n tid o d e lo s rito s y a c o n se ja n d o lo s c o m p o r ta m ie n to s so c ia le s a d e­
c u a d o s p ara ca d a o c a sió n . B u e n a p a rte d e la lec tu r a q u e el o b se rv a d o r h a ce
d e lo s a c o n te c im ie n to s está c o n d ic io n a d a p o r esa in flu e n c ia p revia.

Hace ya más de dos semanas que está todo preparado: nos vamos al Rocío. Este
es mi primer Rocío y espero que no sea el último. SI tal y como dicen mis amigos el
Rocío engancha, y oyendo lo bien que ellos dicen pasarlo allá abajo, pues espero
repetir. Hemos tomado un tren por la noche. Es un tren lleno de militares y emigran­
tes andaluces que van de visita al pueblo. Los soldados borrachos, claro. Y fuman-

1 El d iario de cam p o c o rre sp o n d e a la R om ería clet Rocío. E s la m á s co n cu rrid a de las fiestas


religiosas an d alu zas, h asta el p u n to que ser rodero se está co nvirtiendo en u n m odo de ser anda­
luz. S o b re la R om ería del R ocío p u ed e verse C o m e lle s (1991) y B u rg o s (1972).
do porros. Me pregunto por qué yo no fumaba porros el año pasado cuando esta­
ba sirviendo a la patria. Quizá es cuestión de alergia: la última vez que pegué un
par de caladas me mareé muchísimo.
. Hay bastantes personas con medallas de la Virgen del Rocío. Parece ser que
todos los rocierps las llevan: es una forma de reconocerse entre sí. En el tren can­
tan sevillanas hasta bien entrada la madrugada. Por lo visto son unas sevillanas es­
pecíficas llamadas "nocieras". Pero claro, he olvidado las pilas y no puedo grabar.
Jamás seré un buen antropólogo. Lo de las sevillanas ha tenido su gracia al princi­
pio. Pero luego ha sido un puro coñazo. Claro que si supiera palmear hubiera esta­
do más rato en el compartimento "rodero" en vez intentar dormir un poco. .Pero en
fin, quiero estar fresco para mañana. Los días siguientes van a ser de camping, y
supongo que dormiré más bien poco. Me da vergüenza no saber dar palmas. Claro
que, los que vienen conmigo, tampoco tienen ni idea: si se han quedado tanto rato
con los soldados y con la gente rodera, más bien ha sido porque se quieren tirar a
alguien. En fin: mañana les pregunto qué tal el sexo nocturno.
Estamos llegando a Sevilla. Mi primera vez. Tanto la Parisa como los demás
amigos han repetido hasta la saciedad que «cuidado con las maletas»! Lo cierto es
que con tanta paranoia no he disfrutado nada de la llegada. ¡Qué asco!
Por el modo en.que Jordi se ha despedido de varias personas, intuyo que la no­
che ha sido gloriosa sexualmente hablando. O al menos seguro que eso cuenta
Jordi después: es exagerado como un andaluz. Muy propia la frase, sí.
Tras bajar del tren vamos a buscar el coche que hemos alquilado. Es un Opel
Corsa matrícula de Madrid. Y.parece bastante nuevo. Somos cinco personas y va­
mos algo apretados. Nada de visitar Sevilla. Rocío, Rocío y Rocío: «Queremos ver a
la Virgen», dicen. Yo comento que quiero ver la ciudad, que Sevilla debe ser pre­
ciosa, que tenemos mucho tiempo. Pero nada: al Rocío. Primero Almonte, luego la
aldea de la Virgen. En Almonte hacemos parada para comprar comida: pan, que­
so, vino, cerveza y algo de embutido. No hace mucho calor. Pero lo de las cerve­
zas me parece estúpido: las beberemos calientes.
Tras las compras visitamos Almonte. Vemos la Plaza del Ayuntamiento. La deco­
ración es preciosa: filigranas de papel y cartón por todas partes. Hay arcos vegeta­
les vestidos de flores por los. que ha pasado la Virgen durante el Rocío Chico. No
tengo ni ¡dea de qué es eso, pero la Parisa me cuenta que en el Rocío Chico los al-
monteños bajan la Virgen al pueblo convertida ert pastora. Por lo visto le ca m b ia n .
de traje. Hay que reconocer que esta Virgen es mucho más funcional que nuestra
Moreneta: es Blanca Paloma, es Pastora, e incluso tiene residencia de verano.
Dos de los cuatro que me acompañan son antropólogos rocieros expertos. Los
otros dos han bajado ya varias veces al Rocío. Ninguno de ellos ha hecho nunca el
cam ino2, pero conocen gente en el Rocío con la que se ven cada año, y en Almon­
te tienen amistad con una familia. Por eso intentamos visitar a la familia en cuestión
(que no está). La casa almonteña está cerca del ayuntamiento y la Parisa y Jordi se
acercan. Pero no hay nadie. Bien. ¡Al Rocío! Finalmente al Rocío. ¡Qué ganas tengo

2 H ace r el cam in o im plica desp lazarse (a cab allo , en tra c to r o carreta) desde el lu g ar d e resi­
d encia h a b itu a l h a c ia el R ocío. El tra y e c to in clu y e se n d e ro s p o lv o rie n to s d o n d e se artic u la n
procesos de so lid a rid a d y re c ip ro c id a d , en esp ecial c u a n d o h ay q u e a tra v e sa r la "raya": u n a
franja de te rre n o aren o so en la q u e es fre c u e n te q u e se a ta sq u e n tracto res y carretas. E n el R o ­
cío suele d ecirse que el v erd ad ero ro ciero es el que hace el cam ino: lo d em ás so n su c ed án eo s o
im itadores.
de llegar! Me han hablado tanto del Rocío que quizá espero demasiado de él. Al
llegar debemos encontrar gente que nos aguarda en «el mismo sitio y a la misma
hora» para montar la tienda de campaña.
La carretera al Rocío está bordeada por caminos de arena salpicados con pi­
nos. Desde el coche veo carretas tiradas por bueyes y por tractores que siguen los
caminos secundarios. También hay alguna estam pa de lo más español: jinete, c a ­
ballo y mujer vestida de faralaes a la grupa. Nos acercam amos cada vez más, y el
tráfico es tan intenso que hay embotellamientos. La Parisa y el Jordi me dicen que
en esto de los trajes de volantes la moda cam bia cada año: que un año los volan­
tes arriba, al siguiente abajo, y al otro enmedlo. También en los tocados que llevan
las mujeres hay moda: a veces peineta, a veces ramilletes de yerba en el pelo.
Ya estamos llegando. Mis acompañantes están como histéricos y no paran de
gritar: «Viva la Virgen del Rocío». Entonces responden: «¡Viva!». Y siguen: «¡Viva la
Blanca Paloma!». Los vítores aumentan a medida que nos acercamos.
Definitivamente soy catalán y no entiendo las raíces del sur. Tampoco entiendo
cómo a mis acompañantes puede gustarles esto: el Rocío es un coñazo. Polvo,
mierda de caballo y gente que huele fatal. No me extraña: esto es una especie de
desierto árido (quizás aquí ha habido eucaliptos) y de marisma nada de nada.
¿Dónde estará la marisma? ¿No es la marisma una zona húmeda? ¿Y Doñana, dón­
de está Doñana? Lo cierto es que me he puesto un poco borde. Tantos vivas a la
Virgen deben de haberme trastocado. La verdad: esperaba otra cosa. Al ver la pa­
sión de mis amigos imaginaba no se qué. Pero desde luego no esperaba un de­
sierto lleno de caca de caballo.
Hemos discutido, porque he dicho lo que pensaba sobre el Rocío. Jordi me ha
dicho que: «O sientes o no sientes. Olvídate de todo, participa de la fiesta y déjate
llevar. Ya no eres un antropólogo. Y si quieres serlo no entenderás nada. Solo en­
tenderás lo que ves si lo sientes, si te emocionas, si lloras». Las palabras de Jordi
calman mi espíritu mientras, cargado con la m ochila y parte de la tienda, intento
que el pan no caiga encima de una boñiga de caballo.
La Parisa ha propuesto ir a ver a la Virgen, pero finalmente han decidido (conmi­
go no han contado para nada) ir a montar las tiendas. «En el mismo sitio y a la mis­
ma hora» están la Veneno, la Rana, el Sanito, Paco, y otras «locas» que me presen­
tan. Les doy la mano a todas (nada de besos) y dicen no se qué de «si éste es
hombre o no». Las presentaciones son rápidas: «iros, ¡ros que la Virgen espera sus
catalanas». Tras montar la tienda, por fin a ver a la Virgen. El trayecto entre las tien­
das y el santuario es de unos ochocientos metros en línea recta. Pero aquí hay que
sortear tractores, caballos, vendedores de alfombras y charcos. Es un caos. Veo
tiendas de campaña, pero son pocas. La gente m arca sus espacios (con cartones,
plástico y madera) alrededor de tractores, carretas y todo terreno. Todo está sucio
y lleno de polvo. Sin embargo, los jinetes llevan camisas blancas planchadas, y las
mujeres lucen trajes cuidados.
Llegamos donde habita la Blanca Paloma: el santuario es pequeño y blanco. Es
una ermita grande con casas adosadas situada justo donde empieza la zona hú­
m eda y la marisma. El interior es sobrio en imágenes y en decoración, y más que
una ermita puede decirse que es una iglesia pequeña. En el interior hay personas
que rezan, y dos mujeres andan-de rodillas desde la puerta principal hacia el altar
plagado de flores. Por fin he visto a la Virgen. Es bonita. Y tiene poder. Por lo visto
un sinpecado ha atropellado a un niño y lo ha matado. Los miembros de la herman­
dad cantan salves a la Virgen por el niño muerto. He entrado con los demás, pero
me he ido apartando. Tenía los pelos de punta. Y lágrimas en los ojos. Espero que
la Virgen me ayude en lo que pueda y hago mi promesa. En la sala de las velas co­
loco una tea para ayudar a que se cumpla. La transformación, por obra de la Vir­
gen, se ha completado.
Regresamos a la tienda casi de noche. Hay ahora gente nueva. Junto a las "lo­
cas", como cada año, hay un matrimonio con sus hijos y una abuela. Todo el mun­
do come queso, jamón y chorizo acompañado por un vino de muerte. Espero no pi­
llar la trompa de rigor. En la reunión hay un claro predominio femenino. Mientras
como, me siento en la puerta de la tienda para observar. El mariconeo es constan­
te. Con la excepción del marido que viene con su esposa, sus hijos y una abuela:
no hay varones. Las "locas" van y vienen repartiendo vino y queso en torno a la ho­
guera: «Maricón, no tires hierba al fuego que hace humo», -Cállate loba, y trae
más vino». -M ira la tía puta, dice que esta cansada: claro, toda la noche cortando
flores en la Marisma y ahora no puede ni con su alma».
Jordi me cuenta que -co rta r flores en la Marisma» significa hacer la carrera. Por
la noche, las "locas" se envuelven en una manta y transitan la zona húmeda. Por lo
visto hay jinetes que las invitan a dar un paseo con “polvo" incluido. Tengo que
contarle todo esto a César. O mejor: convencerle para que baje el próximo año.
Aquí la homosexualidad se vive de un modo distinto. Incluso hay un refrán que dice
algo asi como: -si no te has tirado una mariquita, no eres rodero». La verdad es
que no me extraña: las mujeres están todo el tiempo haciendo de criadas para los
tíos: lavan donde pueden, cocinan como pueden, sirven la comida. Imagino que
por la noche las pobres no tienen el horno para bollos ni el microondas para mag­
dalenas.
Ya es de día. La cabeza me duele, y encima los tambores y las cañas no paran
de sonar. No tengo hambre. La tienda apesta y hace un calor horrible. Los demás
se han vestido hace rato. Cuando salgo, recuerdo que la velada fue larga y que me
acosté mareado y borracho. Si no fuera por la Virgen no valdría la pena venir. Por la
Virgen y por el “cardo". La Veneno se apiada de mi y me ofrece un brebaje extraño,
pero efectivo. Es un caldo. Me cuenta la receta: es como una sopa normal a la que
añaden hierbabuena y menta. Otro milagro de la Virgen: cinco minutos y curado.
Desayuno queso con café.
A ver a la Virgen. Vamos ocho: nosotros cinco,-el Sanito, la Rana y la Veneno. Al
llegar, saludamos a la'V irgen y ellos tres se dirigen de visita a una herm andad3.
Nosotrbs permanecemos en el santuario. Nos situamos detrás de las varas de la
puerta para ver cómo las hermandades saludan a la Virgen. Es todo un ritual. Los
almonteños visten traje campero, las almonteñas de volantes. Llevan varas en las
manos (algunas metálicas, otras de madera) y están situados en la puerta principal
del santuario (dando la espalda a la Virgen). Frente a la puerta desfilan las herman­
dades. Delante de cada hermandad va el sinpecado tirado por bueyes. El sinpeca-
do de cada hermandad arremete contra la barrera de almonteños intentando pene­
trar en el santuario. La gente de Almonte intenta que no rompan la barrera y frenan
el empuje de los bueyes. Con cada hermandad es lo mismo: los visitantes azuzan a

1 U na h e rm a n d a d es u n a a g ru p a c ió n form al de rocieros que acude cada año al R ocío y que


hace el cam in o en gru p o . P osee u n a c a rre ta tira d a p o r bueyes llam ada "sinpecado", que tra n s­
p o rta u n esta n d a rte con la im ag en de la Virgen.
los bueyes para que penetren en el santuario, mientras los almonteños tratan (y
consiguen siempre) Impedirlo.
Se trata de un juego de poder. La Virgen es de Almonte. Los demás pueden ver
a la Virgen. Pueden saludarla. Pero la Virgen es de Almonte. Ningún slnpecado
rompe la barrera. Pero lo Intenta. Después del largo camino, después de la Raya
con su polvo: deben Intentarlo, ritualizar el Intento. Comentamos el sentido erótico
de todo ello: el slnpecado tirado por bueyes representa el pene agresor, mientras
que los almonteños, en la puerta del santuario, Impiden que la violación simbólica
se consume.
Tras el Intento, los bueyes se arrodillan y saludan a la Virgen. Hay también jine­
tes que se quitan el sombrero y hacen saludar a los caballos. Algunas mujeres, de
rodillas, le cantan a la Virgen. A menudo lloran. Todas las hermandades repiten los
mismos gritos: «¡Viva la Virgen del Rocío!», «¡Viva»!, «Viva la Blanca Paloma!»,
«¡Viva!», «¡Y bonita!» (hasta cuatro veces), «¡Y guapa!» (hasta cuatro veces). En­
tonces, los miembros de la hermandad visitante aplauden, se abrazan con los al­
monteños de la puerta, y se alejan para dejar paso a otra hermandad. El desfile dé
hermandades puede durar hasta el anochecer. Al llegar, cansada y sucia, la gente
de las hermandades se asea y se prepara para ver a la Virgen. Es la culminación
de todo un año de espera. Y a la Virgen no se la puede visitar de cualquier manera.
La Hermandad de Triana es la última en desfilar, y la gente de Almonte ha esta­
do a punto de cruzarle los varales; es como decirles: «la Virgen no os recibe». Por
lo visto la cosa viene ya del año pasado, cuando la Virgen (al devolver la visita a la
hermandad) pasó de espaldas o deprisa por Triana. Este año, los de Triana han
empujado demasiado en la puerta y casi rompen la barrera. Por lo visto el enfado
entre la Hermandad Matriz (la de Almonte) y la de Triana (la más numerosa y en la
que van las folclóricas y los pijos) es de cada año, y en parte parece ser lo que da
cierta salsa al Rocío.
El amigo de un amigo del amigo del Sanito nos Invita a su casa. La gente paga
cifras astronómicas por una casa en el Rocío. Pero la casa es más bien una chabo­
la. Algo de cal por fuera, dentro: “a obra vista". No sé muy bien quién nos ha Invita­
do. Pero si sé por qué. En el Rocío nadie está solo ni pasa hambre. No es que haya
"leyes de la hospitalidad", sino que el Rocío “es" la hospitalidad. Sentados en el
porche de la casa bebemos, comemos y yo (otro milagro), aprendo a cortar con las
palmas. Mi baja tolerancia al alcohol me lleva de nuevo a la tienda. Es ya algo tarde
y mejor descanso para explorar la noche rodera.
He dormido toda la noche. Me despierta Jordl diciendo que hoy toca visitar las
marismas y el coto de Doñana. Todo muy Rodríguez de la Fuente: toros, caballos y
otros bichos. Nos vamos a Palacio para ver la capilla. Un cartel avisa que está ce­
rrada por no se qué razón. Comemos jamón sin pa amb tomaquet con cerveza ca­
llente y fruta. Después vamos a Vlllamanrlque y regresamos al Rocío.
El domingo por la mañana vemos la Misa Rodera. Jordi dice que la misa es un
Intento de la Iglesia por controlar mínimamente algo que se le escapa de las ma­
nos. Algo que es de la gente. Lo cierto es que el Rocío es una orgía de vida: co­
mer, beber, bailar, reír, charlar y lo que se pueda. La Rocío, la Virgen, es heredera
de las antiguas diosas de la tierra, de la fertilidad, de la vida. Poco pueden hacer
contra eso un obispo disfrazado y cuatro curas cantando.
Hay que ver el clímax del Rocío: la sacada. Pero antes cenamos con las "locas".
En las tiendas hay una escena curiosa. Cuando llegamos, encontramos en torno de
la hoguera a la Rana y a las demás con gente desconocida. Hay un niño bailando
sevillanas. Es el sobrino del matrimonio que acampa con nosotros. El niño baila
bien. Tendrá unos diez años. De repente, la Veneno comenta a una señora mayor:
«el niño ha salido rodero». La señora parece rebotarse un poco y le contesta
«cuando tú vas, yo ya vengo: Dios lo ha mandado así y ya está», «La verdad es
que me da mucha pena, pero él es como ustedes». No entiendo muy bien qué su­
cede con el sexo en el Rocío. La Parisa (la única mujer que viaja con nosotros) tie­
ne problemas de espalda. Ha hecho natación y lleva el pelo corto. Por lo visto el
esposo del matrimonio que acampa con nosotros le ha preguntado: «Pero enton­
ces, ¿tú eres mujer?». Es el mismo comentario que no entendí muy bien en Sanito.
Cuando me los presentaron yo les di la mano a todos y al parecer eso era de «ser
hombre». Decididamente, César lo pasaría muy bien.
De vuelta al Santuario para ver la sacada. Llevamos cerca de una' hora dentro
del Santuario. Me cuesta respirar. Me han dicho que ponga los antebrazos sobré
los pulmones, y que me deje llevar por la marea humana. Tengo que circular hacia
donde vaya la masa. En caso contrario lo pasaré fatal. Estoy asustado. Integrarse y
participar, vale. Pero esto parece peligroso. Demasiada gente, poco aire y mucha
excitación. En el altar, la Virgen permanece tras unas vallas metálicas de unos dos
metros. El altar está rodeado de almonteños vestidos con camisa militar y pantalón
vaquero. La gente no para de gritar lo de siempre: «¡Viva la Virgen del Rocío!»,
«¡Viva la Blanca Paloma!», «¡Y bonita, bonita, bonita, bonita!», «¡Y guapa, guapa,
guapa y guapa!».
Los almonteños parecen cada vez más nerviosos. Algunos intentan saltar la va-,
lía metálica, pero son detenidos por otros. A cada intento de asalto la gente clama
vivas a la Virgen. Todo el mundo está excitado. Finalmente los almonteños saltan la
valla. Un sacerdote retira apresuradam ente la decoración del altar. La valla sé
abre. La Virgen sale en volandas. Parece que va a caer. La gente me arrastra. Pero
la Virgen pasa cerca de mí. Me han dado un codazo. Por lo visto algún almonteño
debía pensar que quería ponerme debajo de la Virgen. Y a la Virgen sólo la llevan
los almonteños.
He perdido la noción del tiempo y no sé cuanto rato ha estado la Virgen en el
santuario. Iba hacia la puerta, venia, regresaba. Y con ella se mueve la masa de
gente. Todo el mundo grita y aplaude. Una mujer pasa por encima de mi cabeza
desmayada. La sacan fuera sin.problema. La gente' que está aquí dentro sabe qué
hacer. Esto es un éxtasis: finalmente la Virgen sale por la puerta. Otro milagro: la
Virgen desprende vapor con el cambio de temperatura. El efecto óptico es aluci­
nante: a contraluz las luces de las bengalas exteriores tiñen el vapor de rojo. La Vir­
gen ya está en el Real, y yo salgo con la multitud. Estoy solo. No tengo ni idea de
donde están los demás, supongo que podré llegar a la tienda.
Encuentro al Sanito justo al lado de la sala de las velas. Cuando la Virgen se
aleja, la marea humana se diluye y es posible andar entre lá multitud. Encontramos
también a la Rana, que pretende Ir al callejón. El callejón es una zona oscura, llena
de carretas y tractores aparcados junto a una pared. Es una zona de encuentros
sexuales entre varones. Sin embargo, la Rana no puede ir. Justo tras decirnos que.
va al callejón, la marea humana nos atrapa:- es la Virgen que se acerca. Deben ser
las cuatro de la madrugada. Por dos veces más la Rana dice que se va. Y por dos
veces más la multitud se lo Impide. Sanito comenta a la Rana: «¡Pero, no ves que la
Virgen no quiere que vayas al callejón!». Un nuevo milagro rodero: la Rana está
con nosotros hasta las seis. Poco después intento dormir en la tienda mientras sue­
nan tambores y canas.
Son las doce de la mañana y necesito un "cardo". Los demás han llegado tarde
y duermen todavía. Me apetece ir a ver a la Virgen y despierto a los demás. Vamos
a ver cómo la Virgen devuelve las visitas que le han hecho las hermandades. De
nuevo la multitud. La Virgen, rodeada de gente, va y viene en un caos aparente.
Pero no hay caos. La Virgen pasa por delante de cada hermandad, donde la reci­
ben con vivas y canciones, tocando campanas. A veces, la Virgen se inclina a
modo de saludo y el fervor estalla: es un honor. La gente de cada hermandad em­
puja para que la Virgen no se vaya: para que esté un poco más. Hay criaturas que
pasan, mano a mano, volando por encima de la multitud. Es para que toquen el
vestido de la Virgen. No hay caos: todo está organizado. Todo el mundo sabe qué
hacer. En medio del gentío, de nuevo volando, las criaturas vuelven siempre a los
brazos de sus padres.
Terminadas las visitas, la Virgen regresa al santuario. Entra de espaldas al altar.
La ermita está llena porque, según Julián, «la gente, más que otros años, se queda
ahora a ver la entrada». Aplausos: la Virgen ya está en el altar. De nuevo los víto­
res, de nuevo los vivas a la Virgen. Los almonteños abandonan la ermita cansados,
abrazados y llorando. Necesito abrazar a alguien y mé pongo a llorar. Hasta el año
que viene, en'el mismo sitio y a la misma hora.
Cuarto ejemplo

U n a s m e m o r ia s n o so n u n d ia rio d e c a m p o M i e n t r a s q u e el seg u n d o sirve


de so p o rte para la m o n o g r a fía p o sterio r, en la s p rim e ra s lo s recu erd o s c o n ­
fo rm a n la escritu ra. S in e m b a rg o , en lo s d o s c a so s e x iste u n d ista n c ia m ie n to
e sp a c ia l o tem p o ra l r e sp e c to d e lo s a c o n te c im ie n to s q u e se n arran. E steb an
P lN IL L A DE LAS H e r a s rea liz a u n e je r cic io d e m e m o r ia h is tó r ic a en la qu e
d e scrib e m o m e n to s de la v id a c o tid ia n a d e la B a r c e lo n a d el m o m e n to que
fu ero n c o m p a r tid o s p o r u n a m p lio c o le c tiv o d e p e r so n a s. L os c ó d ig o s m o ra ­
le s , lo s lib r o s le íd o s , la s p e líc u la s p r o y e c ta d a s , lo s n o m b r e s d e la s ca lle s,
m u e str a n u n p a sa d o c o m ú n p e ro d ista n te . E l d ia rio d e c a m p o y la p o sterio r
m o n o g r a fía so n el re su lta d o d e u n a e x p e r ie n c ia b io g r á fic a p e r so n a l en u n
c o n te x to d ete r m in a d o . E n e se se n tid o , el d ia rio d e P lN IL L A DE LAS H E R A S es
e str u c tu r a lm e n te s im ila r al d ia r io d e c a m p o a n tr o p o ló g ic o : rec o n str u y e y
ev a lú a a c o n te c im ie n to s b io g r á fic o s y c o le c tiv o s d e sd e u n a ó p tic a p erson al.
C ada u n o d e lo s tex to s q u e se p r ese n ta n c o m o e je m p lo s e n este lib ro tien en
v a lo r en sí m ism o s . E l fra g m e n to q u e sig u e tie n e , a d e m á s, el v a lo r a ñ ad id o
d e se r u n d o c u m e n to e tn o g r á fic o ú til p ara e n te n d e r lo s d ifíc ile s a ñ o s de la
E sp a ñ a fran q u ista.

Mi descubrimiento real, auténtico, de la ciudad, es un proceso que data de los me­


ses siguientes a julio de 1936. De hecho fue una aventura cuyo horizonte se am­
pliaba semana a semana, trayendo a los ojos, a los oídos, y casi físicamente a las
manos,objetos nuevos. El curso de bachillerato se reabrió muy tarde, y aunque mi
padre me buscó una academia que estaba en Muntaner esquina Gran Vía, dirigida
por dos chilenas (una de ellas casada con un profesor francés) puede decirse que
las horas de escolaridad en aquel año, e incluso en parte del año 1937, fueron tan
pocas, que el tiempo se abrió de pronto como un bien casi ¡limitado: tiempo, espa­
cio y libertad. Los adultos se ocupaban ya de conseguir comida, ir a las colas o a
los mercados, tratar de localizar a conocidos que habían desaparecido, o conse-

1 P ara este ejem plo se h a u tilizad o el m a n u sc rito o rig in al del lib ro de E steb an P in iia a de las
H e r a s , La m em o ria inquieta. H ay sólo lig eras d ife re n c ia s co n el texto fin alm e n te pub licad o
co m o La m em oria inquieta: Autobiografía sociológica de los años difíciles 1935-1959 (M adrid:
C entro de Investigaciones Sociológicas, C olección A cadem ia 1996), 328 pp., edición a cargo de
Je sú s M. de M iguel y X avier M artín P alom as.
guir algún favor urgente y pragmático solicitándolo a gente políticamente tratable y
que poseía alguna clase de poder en los Intersticios que permitían los anarquistas,
todopoderosos y omnipresentes. No pocas personas de clase media se afiliaron a
la UGT y al PSUC, organizaciones que sentíamos que debían ser apoyadas y forta­
lecidas (con deber-no solamente político sino también moral) frente a los Incontrola­
dos rojinegros y frente a los pistoleros de las "Patrullas de control". ■
Mi descubrimiento de la ciudad empieza por la libertad de Ir al cine con algún
chico o una chica. Ir al cine sin la vigilancia de ún adulto había estado rigurosa­
mente prohibido entre las familias de clase media como la nuestra. Nuestro cine
era el Volga, muy próximo a casa. Era.uria sala que tenía únicamente platea, una
enorme platea, y estaba en la Gran Vía entre Viladomat y Borrell, en la acera del
chalet de la casa Golferichs. En la planta inmediatamente superior (y única) apare­
ció hacia finales de 1936 una oficina de distrito de Estat Catalá. La sesión era conti­
nua, desde las tres o tres y media de la tarde hasta medianoche: proyectaban tres
películas largas, dibujos de Walt Disney y el noticiario Fox Movietone. Todo ello du­
plicado a lo largo de la. tarde y la noche. Después de la Guerra obligaron a este
cine a cambiar de nombre (por lo visto Volga sonaba a ruso) y le pusieron Gloria.
Hoy hay allí un gran edificio de apartamentos y tiendas.
Tanto mi padre como la gobernanta eran personas de un puritanismo rig u ro so ..
No he podido olvidar que un día mi padre consideró absolutamente intolerable una
escena de una película americana (que debía ser de 1932 o 1933, antes de la ins­
tauración de la censura en Estados Uñidos), se levantó de la butaca y nos hizo
marchar a todos a casa. Recuerdo la película: era una com edia de la Metro-
Goldwyn-Mayer, con Joan Crawford, Clark Gable y Otto Kruger como protagonis­
tas. Su título era algo así como Encadenada o Encadenadas. La mayor parte de la
acción transcurría en un transatlántico de lujo entre Nueva York y Buenos Aires.
Clark Gable. era una especie de estafador o de gigoló en trance de cazar a una mi­
llonada casada con un hombre de negocios mayor que ella. Mi padre estaba en­
cantado con las escenas de Buenos Aires (que entonces empezaba a tratar de Imi­
tar a Manhattan, con algunos rascacielos en el Bajo). De pronto resultó que en
unos trigales en una hacienda en La Pampa, había una escena de un realismo eró­
tico verdaderamente inhabitual, con Joan Crawford tendida en tierra y Clark Gable
encima, mientras el viento hacía ondear los trigales. Esta película la. recuperé me­
ses más tardé, con cierto alivio, como quien consigue la reparación de una Injusti­
cia. Después descubrí que había, en las clases medias barcelonesas, chicos y chi­
cas que estaban peor que yo: no se les habíá llevado nunca al cine, ni se les había
permitido ir solos. Esto era algo de una gran trascendencia: porque en aquella épo­
ca el cine era el gran portador del cosmopolitismo.
Había en Barcelona una cantidad enorme de cines, desde el Paralelo hasta el
Paseo de Bonavona, y desde la calle Cruz Cubierta hasta más allá de la plaza de la
Sagrada Familia. La inmensa mayoría eran de sesión continua, lo. que exigía la con­
tratación de películas á gogo, americanas, francesas, alemanas, inglesas e incluso
rusas. Sólo una parte estaban dobladas al español; el resto eran en versión original
con subtítulos. Lo cual significaba que una generación de gente joven (o m ás de
una generación) inmersa en la vida de urbe, sabía muchas cosas sobre América,
sobre los países europeos y sobre Alemania (gracias a los filmes de la Ufa); y sabía
de memoria docenas de nombres de artistas y de directores y fechas de las pelícu­
las importantes. Había películas que eran como documentales políticos o sociales.
Nunca faltaba el Noticiarlo de la Fox o de la Paramount (el noticiario de la Ufa desa­
pareció entre 1937 y 1939). En aquellas generaciones se construía una especie de
stock de conocimientos históricos, cada adolescente identificando una cantidad de
personajes y de hechos de la Europa de los que eran dos decenios últimos. Ahora
bien, este fenómeno social era propio de una parte de las clases medias, las que
estaban plenamente secularizadas y habían escapado al control ideológico y cultu­
ral de la Iglesia. Era sobre todo visible en la clase obrera urbana.. En estos colecti­
vos creo que puede afirmarse, sin demasiado error, que era débil la probabilidad
de que alguien dudase sobre las fechas de la Gran Guerra, sobre quiénes habían
sido los aliados y quiénes los imperios centrales, sobre la sucesión de las revolu­
ciones en Rusia, sobre la guerra de Marruecos, o el nombre del monarca que había
ido al exilio en abril de 1931 (añadiendo en este caso alguna palabra insultante).
Creo que era poco probable un fenómeno como el que acontece hoy, cuando uno
encuentra entre alumnos de universidad quienes ignoran (y además no les importa)
sí la última guerra civil española ocurrió antes, simultáneamente, o después de la
segunda guerra mundial.
Había en las clases medias urbanas y en la clase obrera una auténtica fiebre de
aprender. Las bibliotecas públicas estaban siempre llenas, hasta el caer de la no­
che. Saber era antesala, o sinónimo, de poder. La pasión y la reverencia por la luci­
dez intelectual, por la razón racional y laica, y por el conocimiento científico, no era
algo súbito ni algo exclusivo de Barcelona. Estas cosas no se improvisan ni nacen
por generación espontánea. La dictadura de Primo de Rivera ya había iniciado una
ampliación del gasto público en educación, tendencia que fue desarrollada duran­
te la República. Los municipios se pusieron a construir grupos escolares o ampliar
los existentes. En Cataluña la obra en materia de educación pública, durante el pe­
ríodo republicano, fue no sólo impactante por su magnitud, sino también por la mo­
dernidad pedagógica, y un ejemplo modélico para el resto de España. El esfuerzo
en materia de educación (o "instrucción pública” como se decía entonces) fue uno
de los agentes creadores de legitimidad republicana, un elemento que explica que
hubiese tanta gente que sintiera que la República era algo que debía ser defendi­
do. Al mismo tiempo, sin subvenciones públicas, una cantidad de editoriales priva­
das en Barcelona, Madrid, Valencia, etc., lanzaban continuamente al mercado títu­
los y títulos en ediciones relativamente baratas. Otra cosa es qué asimilaban los
lectores de no pocas de aquellas obras, la mayoría traducciones de todo el abani­
co intelectual europeo desde el siglo xix. Ya Unamuno, en una carta a Maragall, ha­
bía dicho, poco después de doblarse el siglo, que la lectura de Nietzsche por los
señoritos madrileños llevaba a éstos a afiliarse al partido de don Antonio Maura
(bastante poco nietzscheano, ni como persona ni como político). Sin duda había
proporciones tragicóm icas de papanatismo por todo cuanto viniese del otro lado
de los Pirineos. Periféricos y provincianos, los neófitos intelectuales españoles to­
maban por buen metal lo que era chatarra.
En el caso de la burguesía barcelonesa emergen claramente las dos vertientes
de todo el proceso. Por una parte, la construcción de una cultura clásica sólida e
indispensable, propia para las élites políticas y culturales mejor formadas: era el
caso de la biblioteca Bernat Metge de clásicos griegos y latinos con ediciones bi­
lingües. Viendo aquellos volúmenes se palpaba la trascendencia del clásico para
la formación del espíritu dirigente, de igual manera que a los hijos de las familias in­
glesas se les metía desde pequeños, con una disciplina durísima, el conocimiento
del griego o el latín. Por otra parte, era evidente la subyugación ante manipulado­
res de otras fracciones de las élites, los autores o conferenciantes de moda. Era el
caso del conde Hermann von Keyserling. Este personaje fascinó en los años veinte
y principios de los años treinta a un repertorio de público en Barcelona, Palma de
Mallorca, Madrid y Buenos Aires. Cuando se supo su muerte a principios de 1946,
la revista cultural barcelonesa, Leonardo: Las Ideas y las Formas, le dedicó 23 pá­
ginas, la parte central de un número 1 3 2 con el inevitable, casi fraternal, artículo de
Joan Estelrich, amigo del Conde y de su familia. Aunque en los tratados de Historia
de la filosofía apenas se cita a Keyserling y se le considera un epígono de Spengler
(véase el desprecio con que le trata Lukács en El asalto a la razón) en Barcelona la
élite de la Lliga lo estimaba un verdadero filósofo, su foto salía en La Vanguardia y
en las revistas culturales, y había quien le seguía hasta Palma o Madrid para conti­
nuar escuchando su inteligente, brillante, discurso testimonial de la buena Europa
decadente, pronunciado en francés. Parece que Keyserling salvó la vida en la Ale­
mania hitleriana porque estaba casado con una condesa Bismárck-Schoenhausen.
En 1947, el editor José Janés publicó en Barcelona la Autobiografía del escritor
mallorquín Miguel Villalonga, y en ese librito extraordinario y patético hay toda una
pintura de la sociedad cosmopolita de la preguerra en Palma, en unos años en que
Palma era, en la materia, la capital, y Barcelona la sucursal. Y allí Miguel Villalonga
dedicó unos párrafos a Keyserling:

■•La dirección del primer hotel de la isla invitaba al conde de Keyserling a dirigir
una Semana de Filosofía. Los huéspedes tendrían derecho a dirigir preguntas al
conde filósofo, y el filósofo (los tiempos devenían duros) tendría obligación de con­
testarlas. Era Keyserling un gigante del Báltico, desbordante de vitalidad [...] Su in­
teligencia era fuerte como sus músculos, jocunda como sus carcajadas. Sabíamos
que en Darrnstadt dirigía una Escuela de Sabiduría. Sin negar el valor de algunas
de sus obras, como Análisis espectral de un continente, siempre me pareció cosa
de circo la famosa vitalidad de Keyserling. El caballo o el atleta circense poco sig­
nifican fuera de la pista: En la pista llenan su cometido y son dignos de aplauso. A
Keyserling no le faltaban por entonces pistas excelentes. Era la hora del ensayismo
y hasta las damas de sociedad jugaban a ser cultas [...] Un año o dos más tarde,
Keyserling volvió acompañado de otro filósofo, el conde von Kessler, y los diálogos
socráticos se ennoblecieron. Von Kessler, con menos escenografía que Keyserling,
poseíañun verdadero talento dialéctico y una cultura de solidez y profundidad ger­
mánicas.' ¡Qué lejana se nos aparece ya aquella Europa! Nadie se preocupaba, an­
tes de esa guerra [...], del precio de las patatas o del azúcar. Todos disponíamos
de actividades sobrantes: todos éramos, por consiguiente, ricos. Azonn había visto
en Pans chóferes de taxi que leían a Bergson. De tal manera se ha empobrecido el
continente en pocos años, que las personas muy jóvenes no podrán ya entender­
me y tomarán a jactancia el que les diga que de la civilización europea [...] no han
conocido sino los desperdicios.»3
Si de las palabras de Miguel Villalonga pudiera inferirse que el cosmopolitismo
era por entonces asunto solamente de unos snobs y de unas élites,intelectuales en
las clases altas, esta inferencia sería históricamente errónea. El cosmopolitismo pe-

! Año II, vol. 13, 1946.


1 V i i . l a l o n g a , Autobiografía, B a rcelo n a, J. Janés, p p . 1 9 2 -1 9 9 .
netraba como la embriaguez de un buen licor en una parte de las clases medias y
en la propia clase obrera. Claro es: los autores no eran los mismos. Unos leían a
Keyserling, a Emil Ludwig, a Paul IVIorand, a Stefan Zweig, y otros leían a Barbusse,
a Kropotkin o a Trotskl. Y ciertamente, había fracciones de clase media que se
mantenían alejadas del océano cosmopolita y cinematográfico: los chicos y las chi­
cas no habían ¡do al cine, y los adultos les permitían leer obritas de Folch i Torres,
traducidas. «Las niñas del tercero no tocan el piano (no quieren que las oiga el ve­
cino de enfrente, no vaya a figurarse...). Hablan en castellano, su padre fue inten­
dente»4.
Fue la educación cosmopolita la que, aplicada en el descubrimiento de Barcelo­
na, usando y abusando del tiempo, el espacio y la libertad, me permitió ver que
ésta era apenas una ciudad: era, o bien urbe, o bien un agregado de barrios. Di­
cho en otros términos: un conglomerado de los barrios forma una urbe, sin que los
barrios se fusionen en ciudad. Digo que fue la educación cosmopolita la que me
permitió ver este aspecto, porque en los primeros años de la República la enseñan­
za del francés era algo obligatorio, un componente indispensable entre los bienes
intelectuales de adolescentes y adultos. Yo había tenido ya en Soria (y esto en una
aldea de apenas 500 habitantes, en la escuela pública) un maestro que conocía re­
lativamente bien el francés. Al venir a Barcelona, el profesor de Lengua francesa en
el Balmes, M. Mendés (un hombre alto, delgado, con bigote grande y blanco, con
una figura que parecía salida de una ilustración del siglo xix), me dio mi único so­
bresaliente. En francés está clara la diferenciación conceptual entre cité, ville y
phéñoméne urbain. Barcelona era más bien las dos últimas cosas, y mucho menos
la primera, cité.
La conciencia cívica ciudadana era minoritaria y clasista, así como la percep­
ción de la ciudad como una unidad política, un espacio de convivencia familiar y
de ejerdcio de una virtud cívica, la ciudadanía. Esta imagen y esta valoración las
habían poseído las familias que construyeron el moderno centro burgués, se habí­
an casado entre ellas, vivían en grandes apartamentos de alquiler pero con una re­
lación personal e individualizada entre propietario e inquilino, de modo que éste
podía ser más rico y millonario que su propietario, pero hallaba un placer estético
en vivir precisamente en aquella casa del Ensanche y en ser inquilino de determi­
nada familia. Eran las gentes que te hablaban, con estudiada y estratégica reveren­
cia, de una serie de grandes alcaldes, el último de los cuales había sido el barón
de Viver. Tenían como recurso divertido en medio de una conversación aburrida
decir pestes de los alcaldes republicanos, particularmente de Pich i Pon, quien era
paradigma del saqueo de las arcas municipales y del que se decía que cobraba
comisiones hasta por los lápices que se suministraban a las escuelas.
Era la educación cosmopolita la que te permitía, además, cierto distanciamien-
to. Considerabas al público de cada barrio con una curiosidad casi etnológica.
Esto era singularmente así en los intermedios de un cuarto de hora a veinte minutos
en los cines, cuando salías al vestíbulo (te daban un cartulina para poder volver a
entrar) a comprar cacahuetes, palomitas o algún chocolate, si la chica que nos
acompañaba a los muchachos era simpática y lo merecía.
Cada barrio parecía tener su subcultura. Había alguno, como el de Gracia, que
era casi exclusivamente catalanoparlante. Esto era más bien contradictorio con la

4 Ibid., p. 62 .
programación de la larga serie de cinés que poblaban la calle Mayor de Gracia,en­
tonces llamada calle Salmerón (hombre que conservó todavía dos o tres meses du­
rante el Régimen del general Franco, hasta que alguien estimó que el nombre del
presidente de la efímera I República, debía figurar en la lista de los definitivamente
proscritos por la nueva Historia). En primer lugar, los cines de la calle Salmerón lle­
vaban, en su mayoría, nombres Ingleses como Select Cinema, Smart-Cine, etc.; y
en segundo lugar, sus programas incluían una cantidad de películas abominables
de folclore andaluz, de Im perio Argentina, Miguel Ligero, etc. El problem a era
cuando querías ver alguna de las grandes comedias de la Metro, y esa película ve­
nía la última de la sesión continua. Al terminar la película, tenías que salir corriendo
para encaramarte a la imperial de un tranvía y bajar lo más rápidamente posible a
la Gran Vía, ya de noche.
Era otro de los efectos del cosmopolitismo en la educación. Habría que definirlo
como europeísmo fanático. Mi padre no solamente no había ido.jamás a una corri­
da de toros, sino que juzgaba la fiesta como un espectáculo bárbaro, propio de un
pueblo primitivo. Había leído, cuando vivía en Madrid (en la época en que el viz­
conde de. Eza era alcalde de la capital) cosas de Eugenio Noel contra las corridas
de toros, y desde luego aprobaba visceralmente que el gran diario educador de las
clases medias y de los públicos ilustrados.(Le. El Sol) se negase por principio a pu­
blicar una línea sobre toros y toreros. Como muy bien habían dicho Costa, Ortega,
Marañón y algunos entre los intelectuales, al servicio de la República, los problemas
de España no tenían otra solución que Europa.
Debo añadir qué desde muy pequeño yo viví en Soria este ambiente. En Soria
capital no había guarnición ni obispado, se votaba a diputados republicanos cen­
tristas, y allí habían vivido algunos insignes intelectuales perseguidos por la dicta­
dura de Primo de Rivera. El principal periódico de Soria, propiedad .de una rama de
la familia de mi madre, llevaba el dieciochesco título de El Avisador. Numantino, era
de orientación republicana centrista, no tenía nada de numantino, y murió con el al­
zamiento militar. La ¡dea de pertenencia a Europa era, entre la gente educada, algo
tan natural en aquella pequeña ciudad como en el centro burgués de Barcelona.
Las corridas de toros por las fiestas de San Juan eran desaprobadas por una bue­
na fracción dé la clase media urbana, tardía heredera de valores laicos, y cosmopo­
litas de la Ilustración francesa. Y además la dureza del clima, con nueve meses de
invierno, obligaba a leer y a comentar lo leído. Consecuentemente, existía en esa
fracción de las clases medias un cierto desprecio por la superficialidad, el estetismo
vacío, el desplante espontaneísta presentado como prueba de hombría, el igualita­
rismo populista, rebelde a la ilustración y al perfeccionamiento del carácter de
cadá ser humano. Incluso el clero era más tolerante e ilustrado que el de las ciu­
dades levíticas de Castilla la Vieja (hablo de antes de la Guerra Civil, cosa que es
preciso recordar). Por la radio se oía más «EAJ 1, Radio Barcelona-, que«EAJ 7,
Madrid», entre otras cosas porque Radio Barcelona tenía una pequeña orquesta
propia que no pocas veces incluía música de cámara. Un escritor, barcelonés de
cuentos y relatos cortos, Vicente Diez de Tejada, fascinaba a los adolescentes y a
las mujeres ingenuas con su cuento dicho ante el micrófono, por el propio autor, en
un castellano perfecto, bien escrito, y muy digno de los valores tradicionales de lo
que la clase media aspiraba a representar en lá sociedad, como clase culturalmen­
te hegemónica. De aquí que tanta gente de Sorla-ciudad tuviese una admiración
implícita por una cantidad de rasgos de las clases medias catalanas, urbanas, el
espíritu de trabajo y de ahorro, el europeísmo, el rechazo del folclorismo andaluz,
etcétera.
«Del Tajo para abajo, Todos al. carajo» era un dictum popular que yo recuerdo
desde mis primeros registros mnemotécnicos. De lo que en Soria-cludad no se te­
nía ni idea era de la creatividad cultural autóctona, proceso que es posible en una
gran ciudad como Barcelona y que no era posible en una pequeña capital provin­
ciana que apenas llegaba, entonces, a diez mil. habitantes. De aquí el mimetismo
de la cultura francesa de un modo provinciano, asistemático, desordenado y aerifi­
co, la aprobación beata de párrafos de Ortega, o de El Sol, cuando esta gente se
ponían europeizantes, lo que implicaba la actitud históricamente.fatal para un país,
el “ ¡Que inventen ellos!» del iberista Unamuno. Por supuesto,en Barcelona también
había provincianos de ese tipo, jóvenes que se creían rebeldes porque nunca ha­
bían puesto los pies en Roma ni en Madrid, y que necesitaban vitalmente ir cada
año por lo menos un par de veces a París. Pero al mismo tiempo había en Barcelo­
na críticos de un nivel más acusado, capaces de cierto distanciamlento.
Volvamos a la Barcelona de la segunda mitad de 1936 y principios de 1937. La
parvedad y la endeblez de la conciencia cívica, y de su acción colectiva o ciuda­
danía, se demuestran en la indiferencia y en la Inhibición con que todas las clases
sociales asistieron a la pavorosa degradación de la ciudad en los meses que si­
guieron a julio de 1936. Las relaciones sociales se envilecieron con una rapidez de
vértigo, exceptuando dos ámbitos que merecen ser citados; el primero, el de la so­
lidaridad que de pronto descubrieron las clases altas entre ellas. Claro es que, hu­
yendo de la muerte, era para sus miembros una cuestión vital el esconderse unos a
otros, o buscar un modo de embarcar en algún navio alemán, Italiano o británico,
anclado en el puerto, o conseguir amigos y cóm plices para llegar a la frontera fran­
cesa e ir, bien a Italia bien a otro país, en espera de la ampliación del territorio bajo
control del Ejército sublevado. La solidaridad no había sido precisamente una de
las virtudes cívicas que distinguiesen los comportamientos de las clases altas; fue­
ron necesarias circunstancias trágicas y adversas para que ésta se despertase o
se practicara.
El otro ámbito de relaciones sociales que merece ser mencionado era un pro­
ducto de la fragmentación de la urbe en barrios con subculturas propias,.y de la
marcha de la Guerra Civil, desfavorable para, las fuerzas antifascistas. En los ba­
rrios propiamente obreros, una vez que los anarquistas y trotskistas fueron .barri­
dos por la Guardia de. Asalto republicana enviada desde Valencia en mayo de
1937, se desarrolló una conciencia obrera positiva cuyo principio de unidad era la
resistencia contra el fáscismo. Lo que estoy diciendo es muy Importante: desapa­
reció la quimera del comunismo libertario y primitivo. Se acabaron ios tranvías pin­
tados de rojo y negro custodiados por un auto con milicianos con fusiles: ellos ha­
cían "su" revolución en vez de ir al Frente de Aragón o de A ndalucía. Se
terminaron las emisiones de papel moneda por cada comité local, de cada pue­
blo, de la CNJ-FAI, papel que.no servía en el pueblo vecino ni en los otros, pues
es cosa sabida, desde siglos, que para un español el enemigo empieza al otro
lado del término municipal. Se acabaron las requisiciones de pisos del Ensanche,
con expulsión o asesinato de sus habitantes, saqueo de los bienes y, si podían, de
las cuentas bancarias. Quienes habían estado en hipócrita silencio frente al terror
plebeyo (uso una expresión del .Marx joven, aplicable al caso, si bien Marx la es­
cribió respecto a determinada fase de la Revolución francesa), encontraron de
pronto que habían recuperado la lengua. Por fin Iba a establecerse una disciplina
de guerra. En los barrios obreros emergió un orgullo de clase porque la clase
obrera española era ya en aquel momento el solitario héroe internacional decidido
a sacrificarse en la lucha contra unos fascismos triunfantes a escala europea (y
asiática). Esta nueva conciencia obrera era algo materialmente palpable, casi físi­
camente perceptible, en cuanto sallas de la cuadricula del Ensanche y tenías que
desplazarte a un barrio obrero (entre otras cosas, a buscar comida suplementaria
de la que podía comprarse con los cupones de racionamiento). Pero ya entrado el
año 1938, en cuanto el ejército de la República perdió la batalla de Teruel, prácti­
camente todo el mundo se percató de que la unidad antifascista llegaba demasia­
do tarde. En la Sociedad de Naciones las democracias occidentales le habían re­
gateado de tal modo los apoyos al gobierno republicano, que de hecho le estaban
prestando cada día servicios (por la vía privada) al gobierno del general Franco,
Solamente la Unión Soviética siguió ayudando con aviación de caza, armas y ca­
miones, hasta que Stalin decidió también retirarse ante el riesgo de un ataque ale­
mán contra las propias fronteras rusas (algo previsible desde que las democracias
occidentales accedieron a la desmembración de Checoslovaquia en septiembre
de 1938). En aquellos últimos meses de la Guerra Civil, la conciencia obrera se
volvió antieuropea y xenófoba. El resto del mundo era nuestro enemigo, con la ex­
cepción de aquellos infelices ex-combatientes de las Brigadas Internacionales que
un día habíamos visto desfilar, en penoso adiós, bajo las palmeras de la Diagonal.
Por doquier se producía la coalición de capitalismo, fascismo e Iglesia, contra la
clase obrera española.
Así era com o se p e rcibían las cosas. Cuando uno, ya sea burgués o sea
proletario, se siente acosado por todas partes, es verdaderamente difícil pensar,
sentir y actuar, como ciudadano. La defensa cotidiana del espacio vital Indivi­
dual, con uñas, dientes y coces, se transform ó en el pan de cada día y de
cada noche. La ciuda d dejó de ser un escenario hecho con amor y con arte,
un espacio de libertad y de tolerancia. El propio contexto material fue arruina­
do, a veces por obra de la naturaleza (como la plaga de orugas pardas y san­
gre verde que por miles devastaron los árboles de la Gran Vía en el otoño de
1936), otras veces por obra del vandalismo de los marginales sociales. En el
paseo central de la Exposición (antes, o ahora, llamado Paseo de la Reina Ma­
ría Cristina) quedaron arrasadas las dos filas de obeliscos luminosos que iban
desde las torres de acceso en la Plaza de España hasta la altura del restauran­
te La Pérgola. Los cristales blancos y amarillos fueron apedreados, y la gente
se llevó las bombillas por docenas. Las estatuas del parque fueron mutiladas o
se les añadieron pinturas fálicas. Los com bates de mayo de 1937 contra los
anarquistas dejaron su testimonio, en forma de rosarios de agujeros de bala de
ametralladora, en las paredes de ladrillo rojo de los edificios de la Plaza de Es­
paña que deberían haber albergado, en julio de 1936, la Olimpiada popular an­
tifascista. Cuando llegaron los cortes de energía eléctrica y los bombardeos de
la aviación prestada al general Franco por el gobierno de Mussolini, la gente
dejó de llénar los cines y se refugió en sus casas.
Así se produjeron también cosas portentosas y sorprendentes: y es que volvi­
mos a los libros. Casi toda la Biblioteca Freya — de la editorial Apolo— la leí enton­
ces: varios tomos de Stefan Zweig, novelas de Paul Heyse y de Robert Louís Ste-
venson, textos clásicos hindúes. Hay un acontecimiento intelectual que merece
citarse, porque es la prueba inequívoca de la stimmung que Iban asumiendo las
clases medias barcelonesas. El ensayo del ex marxista ruso Nikolai A. Berdiaev ti­
tulado Una nueva Edad Media, alcanzó su octava edición en noviembre de 19385.
Este librito debió ser (desde luego, lo fue) Instrumento de confortación moral, espi­
ritual e ideológica, para una Infinidad de adultos de clase media barcelonesa que,
aunque habían sido republicanos, no habían transigido con los incendios de igle­
sias y los asesinatos de religiosos. Las sucesivas ediciones durante la Guerra
muestran que la obra de Berdiaev les aportaba ideas que ellos estimaban positi­
vas, seguridades tanto o más necesarias que la escucha clandestina, al caer la no­
che, de Radio Sevilla o Radio Salamanca. Allí Berdiaev decía a sus lectores que es­
taba terminándose la época de la ilusión general en el progreso ilimitado, que
volverían las religiones a Informar las culturas, que el proletariado podía tomar el
poder pero nunca podría mantenerse en el poder porque el poder no es un dere­
cho, y porque el poder jamás ha pertenecido ni pertenecerá al mayor número: ello
se contradice con la naturaleza del poder.
Así, mientras una minoría de la población de la urbe trabajaba en el esfuerzo de
guerra, descargando barcos con alimentos o armas, en las fábricas de municiones
y enviando a sus hijos al Frente, otra minoría de la población agotaba una edición
tras otra del texto de Berdiaev, escondía a sus hijos, o. los filtraba hasta la frontera
para que pasasen a "la otra Zona", o conseguía emboscarlos en empleos burocrá­
ticos en la retaguardia. Esta minoría terminó por ser la dominante. Al lado de am­
bas minorías, estaba la gran mayoría, la cual adoptó durante aquellos años infaus­
tos para la República, el comportamiento que luego adoptaría bajo los años negros
del franquismo: la frivolidad. Se han escrito ahora tantos mitos sobre la heroica re­
sistencia y sobre las maravillas revolucionarias, que conviene establecer la verdad
de las cosas. El corresponsal de la Pravda de Moscú, Mijail Koltsov, en su Diario de
la guerra de España6 describe el ambiente en Barcelona hacia el final del verano
de 1937 y principios del otoño. Emplea palabras duras sobre los ociosos, la multi­
tud que puebla los cafés, la falta de esfuerzo en las fábricas, la indiferencia sobre
la marcha de la guerra, el bajo nivel de la producción, las ausencias en el trabajo.
Compara to que contempla con la actividad de tas industrias catalanas durante la
Gran Guerra para abastecer al ejército francés. Critica el ultraizquierdismo Igualita­
rio que hace que un peón cobre un jornal de 18 pesetas, y el ingeniero jefe, 19. Y al
mismo tiempo habla ya del hambre en la ciudad (una maldición que en 1937 sólo
asomaba su zarpa, comparada con la que sería la situación en 1938, que Kotsov
no vivió). Otro corresponsal de guerra, el suizo-alemán Antón Sieberer, en su Spa-
nien gegen Spanien, Ideológicamente con pocos rasgos comunes con el periodista
ruso, dice hacia el final de su libro más o menos las mismas cosas. En los cafés los
hombres discuten de política y hacen de estratega amateur, mientras que grandes
masas de combatientes potenciales permanecen inactivos. Todo esto solía venir
después de un capítulo de clamorosos elogios a Barcelona como matriz de civiliza­
ción, «el París del Sur», y varias páginas dedicadas a Prat de la Riba. Lo que Sie­
berer no anota es lo que está implícito en su cuadro: se quería ignorar la guerra
porque se vivía en la nostalgia.

s N. B erdiaev, Una nueva Edad Media, B arcelona, Apolo, 8a edición, 1938.


6 T rad u cció n del ru so , P arís, R uedo Ibérico, 1963.
Quinto ejemplo

E l títu lo q u e el au to r da a su texto e s el d e das b o o t S e trata d el e jem p lo


m á s reflex iv o d e to d o s lo s p resen ta d o s. M á s q u e u n a d e sc r ip c ió n c lá s ic a de
la s a ctiv id a d es q u e rea liza el gru p o so c ia l o b se r v a d o , e l a u t o r 2 d e ta lla y a n a ­
liz a la s r e la c io n e s que e sta b le c e c o n su s in te r lo c u to r e s . E le v a r a lo s in fo r ­
m a n te s a la ca teg o ría de in te r lo c u to r es es u n in te n to d e d is m in u ir la s r e la ­
c io n e s d e p o d er p resen tes en el trabajo d e c a m p o . Q u ie n in v e s tig a p r e te n d e
u n a re la c ió n so c ia l lo m á s h o riz o n ta l p o sib le c o n lo s o b se r v a d o s. T o d o e s o se
refleja e n u n tex to qu e es, so b r e to d o , u n a r e fle x ió n é tic a q u e a n a liz a la r e la ­
c ió n entre lo s fin es y los m e d io s para c o n c lu ir q u e n o to d o v ale. E l a u to r m a n ­
tie n e u n a su erte d e d iá lo g o c o n sig o m ism o , e n el q u e p e r so n a e in v e stig a d o r
co n fr o n ta n p u n to s de v ista d istin to s r e sp e c to a lo q u e o b se rv a n . S e tr a ta d e
u n a in v e s tig a c ió n abierta e n la q u e si se p e r m ite la p r e s e n c ia d e q u ie n in ­
v e stig a , es en fu n c ió n d e lo s o b jetiv o s de lo s o b ser v a d o s: lo s in te r lo c u to r e s
b u sc a n m o stra r la V erdad al o b servad or. E n el te x to a p a r e c e n a lg u n o s d e lo s
e le m e n to s q u e m á s c o n d ic io n a n u n a in v e s tig a c ió n y q u e rara v e z s o n n o m ­
brados: la s c o n tr a d ic c io n e s p er so n a le s, la a n g u stia y el c a r iñ o q u e p r o d u c e n
lo s o tro s, las p r e sio n e s p r o fe sio n a le s e n c a m a d a s e n e l Almirante.

A veces tengo la sensación de que ya estoy viejo para estos ajetreos. Recuerdo
cuando era un jovencito adolescente y me sonrojaba ante la presencia rotunda de
alguna belleza simpar (o así me lo parecía entonces). Algunas musas de antaño
han perdido todo su atractivo en la actualidad, o tal vez es que ahora no soy capaz
de reconocer unas virtudes que en aquellos tiempos se me antojaban evidentes.
Hoy he tenido momentos en los que creí volver a la adolescencia, lo cual es mucho

1 El títu lo h ace referencia a la película del d irecto r a le m á n W olfgang P e t e r s e n (1981), b a s a ­


d a en la novela h o m ó n im a de L o th ar-G ü n ter B uch eim (a n tig ü o m ie m b ro de la trip u lac ió n de un
U-Boat d u ra n te la S eg unda G u erra M undial. El títu lo del texto, p ro p u e sto p o r el a u to r d estila
iro n ía p u esto q u e la h isto ria que le in sp ira concluye co n el h u n d im ie n to del su b m a rim o , ju sto
en el m o m en to en que alcanza su objetivo.
2 Ju a n M. G arcía J orba h a sido b ecario e in v estig ad o r del D e p a rta m e n to de A ntropología
Social de la U niversität Rovira i Virgili de T arrag o n a. E n esto s m o m e n to s está red a c ta n d o su te ­
sis de d o cto rad o so b re grupos religiosos m in o ritario s. D eseo ag rad ecerle la ap u esta in telectu al
que h ace al h a c e r púb licas estas reflexiones de m a n e ra p rev ia a la p re se n ta c ió n de su tesis.
menos reconfortante de lo que se suele afirmar cuando alguien presume de edad.
Y ante una mujer, como entonces, mayor que yo. Mucho mayor. Eso sí, nada que
ver con devaneos románticos. Más bien con la impresión de ser pillado en falso,
con la irritante sensación de ser un niño encaramado a una escalera al que la
abuelita descubre con las manitas dentro del tarro de caramelos. La única diferen­
cia es que, en la actualidad, quedarme sin postre equivalía a perder credibilidad y
opciones de colaboración con mis informantes. Sí, ya sé que la denominación de
informantes es falsamente distante, pero cuando se trata de una relación compro­
metida y ambigua es un recurso que alivia la consciencia. Además, soy alérgico a
lo políticamente correcto. Sospecho que el énfasis en la dulcificación formal puede
esconder los más horribles monstruos en el contenido.
A ver. ¿Cómo podría explicar de forma coherente el impacto de una anécdota?
Si se mira de lejos, no deja de ser eso, una anécdota... pero, para mí ha sido parti­
cularmente significativa. He sentido miedo. Pánico. En especial al observar cómo,
en determinados momentos, la capacidad de reacción se va de paseo y te deja ex­
puesto a la desesperación, al horror del yo desarmado. Sin embargo, la cosa no ha
pasado de ser un puntito, un matiz, en una relación que, en principio, no es sino
profesional. Miento. Es algo más que profesional. Siento un verdadero afecto por
ellos. De la misma forma que algunos de ellos sienten afecto por mí. Supongo que
es el roce el que hace el cariño. Pero también es el roce el que te pone en eviden­
cia, si no te andas con cuidado. Los excesos de confianza son peligrosos.
Es lo de siempre. Es ese compañero latente, que comparte nombre conmigo, y
que se empecina en ver las cosas desde una perspectiva diferente a la que consi­
dero oficial. ¿Esquizofrenia antropológica? Menos lobos, C aperucita. Invoco a
Szasz y me siento confortado3. El trabajo de campo desgasta. Desgasta porque te
implica. Intelectual y emocionalmente. No sólo hoy. En muchas ocasiones me veo
sometido a la necesidad de transformar, de traducir sentimientos, sensaciones, a
análisis de rol, de estatus, a la interacción social. Son dos vertientes, ambas verosí­
miles. ¿Por qué la insistencia de ciertos pensadores en considerar esa distanciada
aproximación como manipulación? Nada hay más manipulable que la experiencia
directa, sin mediación, sin racionalización. Tanto da que dicho arte lo ejercite.uno
mismo, o los demás. El distanciamiento ayuda, tanto en lo estrictamente académico
como en lo personal. Ahora es cuando empiezo a interiorizar el empathetic detach-
ment del que hablaba W ilson4. La observación participante. Lástima que durante la
carrera no le adviertan a uno de los riesgos del mareo que producen ciertas indefi­
niciones en la identidad del investigador, fruto de su trabajo en el campo.
Hay veces en que opto por refugiarme en els meus amics de paper, como dice
la abuelita. El contacto con los miembros del Templo de Jeremías acaba consu­
miéndome. ¿Por qué? Porque no tengo la menor intención de convertirme, sino de
estudiar la conversión entre ellos. Y eso no es fácil. Primero, debes conocer cómo
funciona la comunidad, cuáles son las normas, las pautas de conducta, las creen­
cias, en definitiva, la geografía del punto de destino hacia el que, tiempo atrás, esti-

3 T h om as S z a s z , p siq u ia tra e h isto ria d o r de la M edicina en la U niversidad de S yracuse (N ue­


va York), p lan tea u n d iscu rso crític o respecto de la dim ensión política p resen te en los procesos
de m ed icalización y co n stru cció n social de la en ferm edad m ental.
4 B ryan R. WlLSON, Fellow en el Alt S ouls College de la Universidad d e Oxford, es p u n to de re ­
ferencia obligado en la Sociología de la Religión b ritánica. D estaca p o r su estudio del se c ta ris­
m o y p o r su co n trib u ció n a la teo ría de la secularización.
marón conveniente encaminar sus vidas. Perfecto. Pero cuando eso ya está logra­
do, dibujado, con todas las imprecisiones que se quiera, falta el acceso a la interio­
ridad de las personas, a la percepción de su particular historia. Falta el acceso si­
nuoso a la identificación de rasgos significativos en el interior de discursos íntimos.
Y eso presenta problemas. Muchas veces me he preguntado por el derecho moral
que pueda tener a la hora de inmiscuirme en las intimidades de las personas que
me brindan su confianza, sea de manera desinteresada o, por el contrario, suma­
mente interesada. No puedo evitarlo. Hacer determinadas preguntas, abordar cier­
tos temas, genera en mí una cierta Incomodidad. Supongo que debe ser un efecto
singular de la empatia: me pongo en el lugar del otro y me pregunto si aceptaría
compartir con mi alter ego cuanto ellos me ofrecen.
¿Ofrecer? No seamos hipócritas, por favor. No ofrecen. Intentas obtener deter­
minada información... y hay quien accede. Pero no es fácil dar con ese tipo de ¡n:
formación, y aún menos en la herm andad circunspecta. Devoras horas y horas en
el Sillal Regio. Horas y más horas de información doctrinal. Y antes, y después,
mendigas atención. Ahora con unos, ahora con otros... y cuando crees que es con­
veniente y adecuado, formulas la posibilidad de reunirte a solas, de charlar Infor­
malmente acerca de su experiencia en la Verdad. Charlas que tienen lugar sema­
nas, meses después de haber sido pactadas. Lo que para mí es importante, para
ellos no lo es. Ellos no son importantes, lo es Dios. Descubrir la presencia y volun­
tad divinas, he ahí donde reside lo verdaderamente importante. Yo intento imponer
mi discurso sin imponerlo, seducir. Ellos no tienen el menor empaque en imponer.
Soy yo quien les necesita, no ellos a mí. Ellos tienen a Dios. Yo, al Alm irante5. Parti­
mos de puertos diferentes, con destinos distintos. Lograr la puntual convergencia
de intereses no es asunto fácil. Por eso constituye un placer para mí conversar si­
lenciosamente con Wilson, Beckford, Dobbelaere, Rambo (no el guerrillero, claro),
Balnbridge, Richardson, Shupe... els meus amics de paper, siempre accesibles,
abiertos, dialogantes.
Lo de hoy no se entiende si no es en relación a los inicios, ya lejanos (demasia­
do lejanos en opinión de algunos) cuando la tesis se gestaba. O, más bien, cuan­
do se gestaba el trabajo de campo. En aquel entonces, sólo tenía dos cosas cla­
ras (visto desde el presente me parecen m uchas). Por un lado, tenia miedo a
tratar con sectarios. Me imaginaba víctima directa de cuanto afirma el imaginario
popular (¡popularizado! No hay que ser ingenuos). Sería objeto de eficientes técni­
cas de control mental. Mi cerebro adquiriría consistencia gelatinosa, mientras mis
pensamientos sustituirían fluidez por monolitismo. Me convertiría en receptáculo
de fanatismo, y lo ejercería por doquier. ¡Adiós, viejas amistades! Ya podía verlo.
Agazapado en los rincones de cualquier departamento, asaltando a titulares y ca­
tedráticos con la finalidad de hacerles conocer la Verdad. Posiblemente huirían,
pero les perseguiría con tenacidad. Y sí pretendía dejar al grupo, sería objeto de
palizas, de tortura psicológica, de chantajes, de llamadas telefónicas a horas in­
tempestivas profiriendo las peores amenazas que, con seguridad, acabarían con­
cretándose. Claro- que teóricamente rechazaba estas posibilidades. Pero cuando
se trata de contrastar la certeza teórica hipotética con la experiencia propia; cuan­

s Ju a n M . G arcía J orba se refiere de esta form a a su d ire c to r de tesis: el catedrático Joan


P rat del D ep artam en to de A ntropología S ocial y F ilosofía de la Universität Rovira i Virgili de T a ­
rrag o n a.
do uno puede experimentar, concretamente, las consecuencias de su error abs­
tracto, las cosas se ven de forma diferente.. Aún recuerdo aquel viaje en tren y las
palabras del Almirante: -A/o Uncirás problemes. I si en tens...et fas fotre!»
La segunda cosa que tenia clara era mi preocupación por la ética. No conside­
raba adecuado jugar con la confianza de las personas. Ahora bien... ¿cómo afron­
tar, entonces, el trabajo de campo con grupos cerrados, exclusivistas, ostentado­
res de la Verdad? Sabía cómo no debía, entrar, y me tranquilizaba la confluencia
entre la ética y la estrategia. Como le dije al Almirante, «no considero que siguí mo-
raiment acceptable, ni tampoc gens operatiu, optar p e r l'estratégia del submarí». Al
margen de esa alteración de las reglas del juego, de esa desigualdad en la interre-
lación, conocía casos en que las fragatas sectarias habían detectado naves antro­
pológicas sumergidas en sus a g u a s6. Y en ese caso, ya se podía dar la investiga­
ción por tocada y hundida. Si hasta me lo decían los jesuítas: no se puede llevar
para siempre una doble vida. Pues eso.
En aquellos momentos era inimaginable suponer que en el proceso de negocia­
ción con los informantes, inherente a todo trabajo de campo, acabaría viéndome
forzado a operar, de forma alternativa, desde la superficie y desde las profundida­
des. Fui muy consecuente al principio, al estilo de «¡Hola, soy yo, el antropólogo
novel, y vengo dispuesto a estudiaros porque sóis estupendos, los mejores, y es
necesario que se os conozca!« Sonrío cuando lo recuerdo. A los seguidores del
Templo de Jeremías les daba lo mismo que fuera antropólogo, carnicero o inspec­
tor de Hacienda (respecto a esto último no estoy demasiado seguro; aún así, me
consta que afirman el escrupuloso cumplimiento de sus deberes fiscales). Lo que
les importaba era que yo abrazara la Verdad. Cuando empezaron a ver que mi inte­
rés era fundamentalmente académico, que no tenía la más mínima intención de en­
grosar la lista de salvados, su actitud cambió. ¿Para qué esforzarse en darle a co­
nocer lo más precioso que tenemos? ¡Si no lo va a aprovechar!
Al detectar el problema, tuve que pensar rápidamente en una solución. La solu­
ción que, hoy, por poco me com plica la vida. Ahí nacimos — explícitamente— los
dos: el antropólogo y la persona. Una persona sin demasiada fe, pero que agrade­
cería tenerla. De esta forma, la dinámica entre ellos y yo (¿nosotros?) ganó en flui­
dez. No hay trampa. La relación que tengo con ellos combina el interés con el afec­
to (en ocasiones, con el hartazgo). Escindí y personifiqué las dos dimensiones del
antropólogo, o del sociólogo, la personal y la profesional, y no porque yo lo necesi­
tara, sino porque tranquilizaba a los ¡eremitas y a mí me iba muy bien. Por un lado,
los fieles sabían que existía un interés cálido, cercano, próximo, por ellos. Un inte­
rés conocido, puesto que muchos, en algún momento, también estuvieron fuera y
se acercaron con reticencias. El antropólogo era el profesional, pero la relación que
podía existir no era estrictamente interesada: existía un punto de contacto, existía el
vínculo entre personas. Por otro lado, yo me beneficiaba de la explicitación y reco­
nocimiento de algo cierto, que confirmaba cuanto suponía al principio: la confianza
es la mejor fuente de información. Ese desdoblamiento ha tenido consecuencias.
La ambigüedad la primera. Tiendo a fundir los personajes, a recuperar mi identi­
dad, pero no me dejan. Muchas veces se manifiestan desconcertados. Exigen sa­
ber quién les habla, el antropólogo o la persona. Yo alterno las respuestas mientras

6 El a u to r p ro sig u e aq u í su p erso n al m e tá fo ra m a rin a. Con el no m b re de frag ata se d esigna


al navio de g u e rra esp ecializado en la d etección y d estru cció n de su b m arin o s.
mantengo la mismá línea de operación. ¡Inmersión! ¡Emersión! ¿Barco o submari­
no? Dejémoslo en sumergible. Muy eficaz, pero esa am bigüedad de roles ha sido
la que me ha llevado hoy a una situación molesta.
Hace semanas que no escribía más que breves notas, extraídas sobre todo de
elementos doctrinales que me parecen interesantes para ver la diferencia entre su
cultura oficial y su procedimiento real, o empíricamente constatable si se prefiere.
Ni una entrevista. Es desesperante. Eso sí, he ido ganando soltura en el control del
discurso ¡eremita, de su lenguaje. Hablo casi como ellos. Hasta identifico los giros
residuales específicos en quiénes dicen pestes' de ellos en diversos programas te­
levisivos. "Merecedores", "Inicuos", “ Esto aplica a " 7, y similares:
Ese control de su lenguaje y de su discurso me ha perm itido realizar interven­
ciones felices, cada vez más acertadas. Algunos miembros han venido a decirme
lo mucho que les gustan mis comentarios, que prosiga así, que voy por buen cami­
no. Sin embargo, Eulália, mi ascendente, quien vela por la evolución espiritual de
mi persona y facilita el trabajo, cuando le place, a mi antropólogo, no ha mostrado
el mismo entusiasmo ni interés en tales actuaciones. « Tú, lo que pasa es que eres
listo, captas con la cabeza, pero también hay que saber captar con el corazón«,
me decía ya al principio.
Hoy he estado particularmente fino. He expuesto la necesidad de seguir los
consejos amorosos de los más avanzados en la Verdad porque no sólo se desve­
lan por nuestro bien, sino porque nos recuerdan la voluntad divina y la mejor forma
de llevarla a cabo en los aspectos más cotidianos de nuestra existencia. En otro
momento, se ha abordado una cuestión de castigo divino, particularmente brutal,
que he justificado en relación a la voluntad celestial. Dios es sabio y amoroso, y
pretende nuestra salvación. En consecuencia, el castigo hacia quienes hacen mofa
de sus representantes no debe verse en relación a la figura del humano burlado,
sino a la encarnación del mensaje divino, de esencial importancia y portador de
salvación. Una actuación tan contundente es com prensible porque incrementa el
respeto hacia los portadores de la Verdad y posibilita que la gente atienda a sus
palabras y, así, consiga los preciados bienes que la amorosa divinidad otorgará.
He visto algunos gestos de aprobación entre los asistentes. El conductor de la
reunión asiente sonriente a mis palabras. En aquellos momentos me siento seguro,
confiado... He demostrado que puedo generar discurso ajeno sin crujimientos. Jus­
to cuando paladeaba con fruicción mi pequeño éxito, Eulália, a mi izquierda, gira
discretamente su afilado rostro y me espeta en voz baja:

— ¿Realmente te crees todo lo que estás diciendo?

Era, exactamente, lo que menos podía esperar en aquellos momentos; y lo que


menos deseaba. La pregunta era particularmente incómoda. Hubiera preferido una
acusación, del tipo «Tú no eres lo que estás diciendo«. Pero Eulália no afirmaba.
Era menos agresiva... formalmente. Al formular la pregunta, me implicaba a mí...
¿Quién tenía que responder? ¿Y cómo?
Mientras tanto, el tiempo pasaba.-Estaba sentado a su lado y no se me ocurría
nada que decir. Mentir descaradamente era impensable. No cuela, como se dice

7 M uchos de los textos del colectivo religioso en el q u e in v estig a el a u to r, so n trad u cid o s p o r


p u erto rriq u eñ o s. P o r ejem plo: “esto ap lica a", es u n a tra d u c c ió n litera l del apply to inglés.
coloquialmente. Destacar que era absolutamente incapaz de creer en cuanto había
dicho me hubiera llevado a adoptar una posición que no quería, la de ser visto ex­
clusivamente como un extraño (más o menos cordial, pero carente de f¿ y de inte­
rés en desarrollarla) que busca información. Era imprescindible mantener los ras­
gos de ese Dorian Gray social, esconder el retrato lejos de miradas ajenas en
algún desván oscuro. ¿Acaso soy un extraño para ellos? No. Pero sí soy un extraño
para su Verdad, y si ese aspecto se evidenciaba con absoluta claridad, se amplifi­
caría hacia mi yo social. ¡No podía decirle que mis intervenciones buscaban tanto
la am bigüedad como el control de su discurso!
Mente-vacía. La miré de reojo. No parecía estar pendiente de mi silencio. Seme­
jaba una estatua, atenta a la evolución de cuanto iban diciendo los asistentes. De
pequeño, había oído aquello de "come y calla". Eulália ingería alimento espiritual
de forma consciente, reflexiva, sin el menor atisbo de glotonería. ¡Come y calla! ¡No
había sido una nena obediente! En cambio, yo era incapaz de articular palabra.
Había oído entrar el torpedo en el agua, y el sonar detectaba su veloz aproxima­
ción hacia mi casco. ¡Debía reaccionar!
Minuto y medio. Una eternidad. Eso fue cuanto tardé en responder. Discreta­
mente, incliné mi cabeza hacía la izquierda y susurré.
— Me gustaría...
Creí advertir una sonrisa disimulada en su perfil de mármol. No dijo nada. Ni en­
tonces ni después de la reunión.

El a p é n d ic e q u e sig u e fu e r e d a cta d o cu a tro d ía s d esp u és de q ue la pre­


gunta fu era fo rm u la d a . E l a n tr o p ó lo g o Juan M a n u el G a r c í a JO R B A o p tó p o r
in c lu irlo en su d ia rio d e c a m p o en la fe c h a en q u e se p rod u jo, p o r r a z o n e s d e
co n tin u id a d ló g ic a , q u e a q u í ta m b ié n se h a n resp eta d o .

Hay historias que no acaban donde parece. Continúan, y accedem os a co ­


nocer su segunda parte cuando ello es posible. A veces, nunca. Eso es lo que
ha ocurrido con la incóm oda (¿malintencionada?) pregunta de Eulália. Esta ma­
ñana ha estado en casa. En esta ocasión iba acompañada por Jacinta, la en­
trañable abuelita canosa de gran sonrisa y manos esculpidas a base de punzar
y ligar cáñamo. Llovía, y les he ofrecido un desayuno reparador: croissants re­
llenos de chocolate fundido y café con leche hirviendo, exactamente tal y como
yo lo detesto.
Hemos hablado dé lo mal que la gente las trata, «pero es igual, al final te haces
una corteza. Son ellos los que se lo pierden». No sé hasta qué punto pueda ser re­
sistente esa corteza. Cuando no las insultan :<• ¡Incultas, asesinas de niños!, nos di­
cen», las rehuyen :«se cam bian de acera, como si les fuéramos a atracar, como si
fuéramos delincuentes...». Y hemos conversado, también, de los que están flojos
en la fe. Demasiadas tentaciones, demasiados engaños bajo apariencias seducto­
ras, ■<especialmente para los jóvenes... Claro, todo está permitido, todo es bueno,
no pasa nada, hay que disfrutar, y luego, pues vienen los problemas, los llantos, los
¡ay si no hubiera hecho lo que hice! Pero entonces ya lo han hecho». No es fácil te­
ner fe hoy en día. O, cuando menos, no es fácil sostener cierto tipo de fe, observar
las exigencias de coherencia que marcan determinadas formas de creer y vivir la
creencia. El mundo tienta y el humano sucumbe. La vieja historia. Ya lo dijo Oscar
Wilde, yo lo soporto todo, menos las tentaciones.
Cuando finalizábamos la reunión, Eulália hace referencia a aquel día. Y lo hizo
al despedirse, de pie, sonriente, sin que por mi parte hubiera habido referencia al­
guna.

— El otro día te afectó lo que te dije, la pregunta, ¿eh? Se lo comenté el miérco­


les a Martina. Le dije lo que pasó, y le dije, Martina, creo que esta vez le he dado.
Lo he tocado, seguro. Se quedó callado. Esta vez le he dado de pleno«.
Sonríe con una satisfacción que no pude imaginar antes. Se había divertido, ha­
bía disfrutado, y en estos momentos, libre de formalidades rituales, estaba gozan­
do de nuevo aquel éxito.

— Ya ves, no hay muchos estudios, pero tonta no soy. Tú tienes ahí algo dentro.
Lo que, pasa es si lo dejarás crecer.

Definitivamente, la pregunta había sido malintencionada. Y mi tardanza en res­


ponder, advertida. Sin embargo, la lectura que se hizo del suceso contribuyó a re­
forzar la existencia de esos dos muchachos que comparten nombre y cuerpo. El
torpedo había alcanzado de pleno a la persona atravesando el casco del antropó­
logo. Nunca dejará de sorprenderme la facilidad con que ciertas personas hacen
converger los indicios con sus expectativas.
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cesaria reciprocidad: debe contar relatos sobre su país. Bohannan opta por narrar
Hamlet, y para su sorpresa, los ancianos Tiv la corrigen continuam ente. Allí don­
de Ham let se enfada porque su madre se casó con su tío, los Tiv perciben un levi-
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vos despreciaban el regalo (una vaca gorda y sana) que él había hecho en térm i­
nos de reciprocidad. Los kung le responden que así se evita la soberbia de los do­
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blemas que plantea la encuesta intensiva sobre el terreno (como la superficialidad
y la insuficiencia de las descripciones), y señala los recursos a emplear para sol­
ventar tales problemas: utilización de fotografías; del diario de campo, de la gra­
badora.
M a y o , Elton (1933) The Humans Problems of a Industrial Civilization. Nueva York:
Macmillan. Estudio pionero de etnografía de las instituciones contem poráneas.
Es el estudio de una planta industrial estadounidense en el que se emplean profu­
sam ente técnicas de investigación antropológicas.
M c C a l l G e o r g e , J . y J . L. SlM M ON S (com ps.) ( 1 9 6 9 ) Issues in participation Observa-
tion. A Text and Reader. Nueva York: Free Press. Analiza diversos problemas m e­
todológicos de la observación participante prestando especial atención a las rela­
ciones de campo. Incluye artículos de Howard Becker, Paul Lazarsfeld y Gilbert
Shapiro.
M e a d , Margaret ( 1 9 8 3 ) Cartas de una antropólogo. Barcelona: Bruguera. Recopilación
de las cartas que la antropóloga envía a parientes y amigos desde los diversos lu ­
gares donde investigó. En las cartas, a la manera de diario, aparecen cuestiones
obviadas en sus monografías: los temores, iras, e incluso la im paciencia y la ter­
nura.
MENÉNDEZ, Eduardo L. (1991) «Definiciones, indefiniciones y pequeños saberes» Al-
teridades, 1 (1): 21-32.
MERCIER, Paul (1963) «Compenetración de m étodos etnológicos y sociológicos» en
Georges Gurvitch, Tratado de Sociología. Buenos Aires: Kapeluzs.
M i g u e l , Jesús M . de (199ón) Auto/biografías Madrid: CIS. Desarolla las posibilidades
del m étodo biográfico, prestando especial atención al m odo en que se produce la
articulación micro-macro en las vidas cotidianas de las personas. Incluye cinco
ejem plos de material biográfico.
M IG U EL DE, Jesús M . ( 1 9 9 6 6 ) Prólogo, p p : vil-XV H , en Pinilla de las Pleras, Esteban
( 1 9 9 6 ) La memoria inquieta. Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas.
M o l s t a d , C. (1986) «Choosing a n d Coping tvith Boring Work» Urban Life 15, 2: 215-
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M o n o d , J. (1971) Los barjots: Ensayo de etnología de las bandas de jóvenes. Barcelona:
Seix Barrai. Estudio sobre las bandas de jóvenes de París, en el que el autor anali­
za la lógica interna de las bandas revisando el punto de vista de sus miembros,
M u c c h i e l l i , A. (1991) Les méthodes qualitatives. París: Masson. Manual introductorio
a las técnicas cualitativas. Plantea su desarrollo histórico en el marco general de
la ciencia y presta especial atención a las técnicas cualitativas de recogida de datos.
N a r o l l , R. y R. C o h é n (1973) (com ps.) A Handbook o f Method in Cultural Anthropo-
logy. Nueva York: Columbia University Press.
N iv ó n , Eduardo y Ana M . R o s a s (1991) «Para interpretar a Clifford Geertz. Símbolos
y metáforas en el análisis de la cultura» Alteridades 1: 40-49.
P a n o f f , Michel y Françoise P a n o f f (1975) «¿Para qué sirve la etnografía?», pp: 79-83,
en José R. Llobera (comp.) La Antropología como ciencia. Barcelona: Anagrama.
Defienden la importancia del trabajo de campo frente a quienes pretenden dejar
la recolección de los datos en manos de los más jóvenes. Ejemplifica la perspec­
tiva antropológica que entiende el trabajo de campo com o un rito de paso profe­
sional.
P i n i l l a d e l a s H e r a s , Esteban (1996) La memoria inquieta. Madrid: CIS. Analiza en
clave personal y biográfica los procesos sociales que acontecen en la España de la
dictadura franquista (entre 1935 y 1959). Presta especial atención a los procesos
de estratificación y de desigualdad social.
P ra t, Joan (1991) «Una bibliografía sobre sectas: Lecturas y contralecturas» Arxiit
d ’Etnografia de Catalunya 8: 140-192.
R a b i n o W, Paul (1989) Reflexiones sobre un trabajo de campo en Marruecos. Madrid:
Júcar. Presenta una autocrítica respecto ál lugar del antropólogo en el trabajo de
cam po y respecto a sus informantes. Las distorsiones que sufre la información y
la desm itificación de diversos estereotipos sobre el antropólogo (incluyendo el del
antropólogo com o héroe), constituyen el centro de la obra. En vez de negarlos, el
autor asum e el etnocentrism o y la subjetividad, com o un cam ino de objetividad.
R a d c l i f f e - B r o w n , Arthur R. (1975) El método de la Antropología Social. Barcelona:
Anagrama. Recopilación de textos que incluye una breve historia de la Antropolo­
gía Social, y un artículo que defiende la contribución de la disciplina al conoci­
m iento y control de los pueblos primitivos.
R a m e o , C. A. (1987) Tums-Ons For Money. Tampa: University of South Florida, D e­
partment of Sociology. Estudio sobre la vida cotidiana de las bailarinas de alqui­
ler, realizado por una investigadora que, previamente, había trabajado como tal.
La finura y sutilidad de las descripciones viene a probar que la distancia puede
construirse críticamente.
R e m e s a r , Antoni et al. (1982) Tres ensayos sobre comunicación: De la naturaleza a la
cultura. Barcelona: Mascarón. Repaso de los teóricos de la com unicación desde
Mead hasta Scheflen, pasando por Hall y Birdwhistell. Presta especial atención a
la com unicación no verbal.
REYNOSO, Carlos (com p.) ( 1 9 9 2 ) El surgimiento de la antropología posmodema. Barce­
lona: Gedisa. Incisivo repaso histórico sobre las condiciones de nacim iento y de­
sarrollo teórico de la Antropología posm oderna. Incluye una selección de textos
de autores posm odem os.
R i t z e r , George (1993) Teoría sociológica clásica. Madrid: McGraw-Hill.
RUIZ OLABUÉNAGA, José I. (1996) Metodología de la investigación cualitativa. Manual
de introducción a las técnicas de investigación cualitativa. R ecoge las influencias
de la antropología posm oderna en cuanto a los problemas de la observación y res­
pecto a la interpretación del texto por el lector. Bilbao: Universidad de Deusto.
RUIZ OLABUÉNAGA, José I. y María A. I s p iz u a (1989) La descodificación de la vida coti­
diana. Métodos de investigación cualitativa. Bilbao: Universidad de Deusto. Plan­
tea un análisis histórico y epistem ológico sobre el m étodo cualitativo, y presenta
algunas de sus principales técnicas.
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nell University Press.
S o n t a g , Susan (1983) «El antropólogo com o héroe» en Contra la interpretación. Bar­
celona: Seix Barral.
S o u s a S a n t o s , Buenaventura (1988) Um discurso sobre as ciéncias. Porto: Afronta-
mento. Crítica y análisis de la crisis del paradigma científico dominante. Afirma
que todo el conocim iento científico es conocim iento social, y plantea la próxima
aparición de un nuevo paradigma dom inante en el que el m odelo de conocim ien­
to será el de la ciencia social.
SPERBER, Dan (1982) Le savoir des anthropologues. París: Hermann. Analiza la con s­
trucción de las monografías antropológicas a partir de lo que denom ina el estilo
indirecto libre. S e trata de una estrategia m ediante la cual sedim entan un conjunto
de impresiones difusas de las que no se especifica su origen. Para evitar estos pro­
cesos plantea acompañar las síntesis interpretativas de com entarios descriptivos.
S p r a d l e y , J. (1970) You Owe Yourself a Drunk. Boston: Little Brown.
S t o c k i n g , George W. (1983) Observers Observed: Essays On Ethnographic Fieldwork.
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S t o c k i n g , George W. (1992) The Ethnographer's Magic and Other Essays in the His-
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TAYLOR, Steve J . y Robert B o g d a n ( 1 9 9 2 ) Introducción a los métodos cualitativos de
investigación. Barcelona: Paidós. Manual de técnicas cualitativas. Incluye varios
ejemplos de aplicación de técnicas cualitativas al análisis de una unidad neonatal
y de la escuela.
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V e s p e r i , M. D. (1985) City o f Green Benches. Ithaca: Cornell University Press. Investi-
. gación sobre población anciana dependiente de los servicios sociales de la ciudad
de San Petersburg, en Florida: una ciudad con una elevada proporción de pobla­
ción anciana. La investigadora concentra su observación participante en residen­
cias para la tercera edad y en espacios públicos de interacción anciana: la calle y
los bancos de los parques.
W e n g l e , John L. (1988) Ethnographers in the Field: The Psychology o f Research Tusca-
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WHYTE, William F. (1971) La sociedad de las esquinas. México: Diana. Investigación
clásica sobre el barrio de una gran ciudad (Com erville), efectuada a partir de la
observación participante. El autor se interesa por la estructura de la vida diaria al
entender que detrás del caos urbano aparente se encuentra un sistem a social or­
ganizado que puede ser visible a los ojos del quien investiga.
W h y t e , William F . (1 9 8 9 ) Learning From the Field: A Guide From Experience. N ew ­
bury Park (California): Sage Publications.
W i n k i n , Yves (comp.) ( 1 9 8 2 ) La nueva comunicación. Barcelona: Kairós. R ecopila­
ción com entada de textos de teóricos de la nueva com unicación. Incluye entrevis­
tas con Bateson, Hall, y Birdwishistell.
W o l f , Mauro (1989) Sociologías de la vida cotidiana. Madrid: Cátedra. Presenta las
bases sobre las que se asienta la microsociología o sociología de la vida cotidiana.
Revisa a Goffman y la etnom etodología de Garfinkel, y analiza tam bién el estudio
de las conversaciones y del discurso.

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