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Introducción
A lo largo de la historia, los seres humanos produjeron distintos tipos de
conocimientos y prácticas con la finalidad de conocer y adaptarse -con mayor o
menor eficacia- al mundo en el que les ha tocado vivir. Así tuvo su hegemonía
el conocimiento mitológico, el racional y laico con los primeros griegos, el
religioso en el medioevo.
A pesar de que no es una tarea sencilla definir qué es la ciencia, en la
modernidad, es el conocimiento científico el que goza del mayor prestigio. Para
intentar encontrar una respuesta, se apela a la epistemología que se pregunta
por la validación y legitimidad del conocimiento científico, aunque tampoco
habría un acuerdo unánime respecto de esta última. En función de esas
distintas perspectivas, se han producido algunas controversias que confrontan
sobre las distintas visiones de la ciencia y algunos de sus atributos. Un debate
clásico se produjo entre las denominadas “ciencias fácticas”, debido al ideal
científico de que existiera un único método para todas.
La metodología no debería confundirse con un conjunto de recetas o técnicas
que al aplicarse produzcan como resultado conocimientos científicos, puesto
que consiste en el estudio del método, es decir de los “caminos” sistemáticos
que pueden tomarse para producir conocimientos sobre la realidad y también
para transformarla. Los métodos son útiles para proporcionar seguridad y
validez en los resultados de las investigaciones, una legitimidad provisoria. Es
conveniente reconocer que existe un buen número de supuestos y creencias,
que pueden funcionar de manera automática e inadvertida, cuando se elige qué
método utilizar en la práctica de la investigación científica.
Los debates y controversias que tuvieron como campo a la epistemología y a la
sociología de la ciencia –centrados en la tesis de un único método para todas
las ciencias- también han estado presentes en Psicología Social, dando lugar a
la diversidad que la caracterizó en el comienzo del siglo pasado, momento en el
que coexistieron diferentes objetos de estudio y orientaciones teóricas, algunas
provenientes de la sociología y otras de la psicología. En el momento actual el
campo de estudio es aún más complejo y plural. Este artículo se propone
entonces ordenar algo de esa diversidad apelando a algunos elementos
provenientes de la epistemología y de la sociología de la ciencia.
El positivismo en la ciencia
Uno de los primeros problemas que tuvo que afrontar el conocimiento científico,
es decir el producido por los seres humanos, fue tener que diferenciarse del
conocimiento divino. En la necesidad de encontrar un criterio que demarcara
ambos tipos de conocimientos, Francis Bacon, en el siglo XVI, sentó las bases
para el empirismo, es decir el supuesto de que todo conocimiento parte de la
experiencia y que debe ser corroborado por los sentidos.
De ese modo el conocimiento científico adquirió el atributo de conocimiento
verdadero, pero para serlo debía comenzar por la experiencia: era verdadero
porque era conocimiento fundado en la experiencia. Se trataba de lo
que puede denominarse un empirismo ingenuo que abordaba básicamente el
problema de cómo obtener conocimientos científicos.
En ese contexto, el siglo XVIII fue el del Iluminismo, la batalla de la
racionalidad contra la religión; mientras que el siglo XIX fue el del positivismo.
Si bien ya Bacon anticipaba la idea de que los procesos cognoscitivos debían
responder a la observación como un único método científico, fue
posteriormente, con Auguste Comte, que surgió el positivismo y la unidad
metodológica de lo natural y lo social. Las ciencias sociales sólo serían ciencias
si alcanzaban el desarrollo positivo, es decir si podían redefinirse en función de
las ciencias naturales.
El positivismo es una doctrina filosófica que se funda en hechos o realidades
concretas, a las que se puede acceder mediante los órganos sensoriales1.
Esta postura fue la que en el siglo XX influyó en lo que Marí (1990) denominó la
primera etapa de la Epistemología: el positivismo lógico del Círculo de
Viena (1922-1936): un intento de unir el empirismo con los recursos de la
lógica formal simbólica. Esta concepción desestimaba las proposiciones
metafísicas por considerarlas contrarias a las reglas de la sintaxis lógica y
porque no podían ser sometidas a verificación, y rechazaba por tanto toda
filosofía de carácter especulativo.
Así como anteriormente la ciencia tenía que distanciarse del conocimiento
divino, propio de los dioses, durante este período debía diferenciarse del
conocimiento metafísico, es decir de todo aquello que no pudiera ser verificado.
El ideal fisicalista promovía que se abordaran con el mismo criterio los
hechos físicos como los sociales, espirituales y morales. Se adoptaba un
“realismo” científico, con la convicción de que había una realidad que era
anterior al hecho de conocerla.
Se postulaba entonces la verificabilidad de los hechos, por lo que no podía
considerarse científico todo aquello que no permitiera derivar en algo posible de
percibir. Además se promovía la unificación del lenguaje de la ciencia.
Esta posición consideraba negativamente al racionalismo –doctrina que sostiene
que el conocimiento es producido por la razón, es decir que todo conocimiento
verdadero tiene origen racional- dado que la experiencia sensorial era el origen
de todo conocimiento verdadero. Paulatinamente, esta concepción se fue
flexibilizando (por ejemplo, aceptando la diferencia entre términos
observacionales y teóricos) y se convirtió en lo que se conoce como la
concepción heredada2, vigente hasta la década del ‘60.
A pesar de que numerosos filósofos de la ciencia han cuestionado la visión
positivista de la ciencia, especialmente a partir de la segunda mitad del siglo
pasado, los supuestos del positivismo están sumamente enraizados en nuestra
cultura y, de modo especial, en la cultura de la investigación.
1
Para un desarrollo del positivismo, véase en la bibliografía obligatoria el capítulo 1 de Álvaro y
Garrido (2004).
2
El principio del verificacionismo y el método hipotético-deductivo, propio de la física.
La legitimidad del conocimiento científico: ciencias naturales versus
ciencias sociales
Hemos visto cómo las ciencias naturales se convirtieron en dominantes y su
“saber científico” se prestigió mucho más que cualquier otra forma de
conocimiento. Las ciencias sociales sólo serían ciencias si lograban
asemejarse a las naturales. Esta situación creó una gran controversia entre las
denominadas ciencias fácticas en torno a la misma naturaleza de la realidad
que podía ser estudiada.
Ya en el siglo XIX, el estatus y la metodología de las ciencias naturales parecían
estar bien establecidos, pero no sucedía lo mismo con otras disciplinas como la
psicología, la sociología, la historia, la filología. Estas últimas tenían dos
alternativas: acercarse al ideal metodológico de las ciencias naturales (causales,
cuantificadas y objetivas) o encontrar un enfoque propio para las expresiones
de la subjetividad individual y colectiva. De este modo comenzó a criticarse la
posición positivista y su pretensión de “naturalizar el mundo social”.
Los supuestos de la ciencia positiva dejaban por fuera la posibilidad de conocer
todo aquello que no pudiera ser contrastado o validado por la experiencia, a la
vez que desde el punto de vista metodológico limitaban la producción de
conocimientos descartando lo que no pudiera someterse a observación y
experimentación.
No obstante, desde principios del siglo pasado se levantaron distintas voces
desde la ciencia y la filosofía que cuestionaban la legalidad positivista respecto
de los siguientes tópicos:
Por todo ello no era posible utilizar la explicación positivista para abordar este
tipo de fenómenos y se propuso la comprensión y la interpretación como
modos legítimos de estudiar esas producciones, las que en el siglo XIX se
consideraban propias del “espíritu” humano3.
La comprensión sería el método por el cual se aprehendía todo aquello que no
resultaba evidente –en el sentido en que lo planteaba el positivismo- a partir de
sus manifestaciones o exteriorizaciones. Se requería de la interpretación o
hermenéutica porque los fenómenos que se estudiaban tenían un carácter
siempre cultural e históricamente situado en determinados marcos de
referencia.
3
Para ampliar este aspecto, véase El desarrollo de las ciencias sociales en Alemania, capítulo 1
de Álvaro y Garrido (2004), bibliogragía obligatoria de la materia.
Si bien se está presentando una controversia de vieja data, esa última postura
no fue la hegemónica: recién pasada la primera mitad del siglo pasado volvió a
reactivarse, favorecida por los cambios que sucedían en la sociedad. A pesar de
los fuertes cuestionamientos que tempranamente surgieron, de modo especial
en Alemania, para De Souza Minayo (1995, p. 34) “(…) el positivismo es la
corriente filosófica que actualmente mantiene el dominio intelectual en el seno
de las Ciencias Sociales y también en la relación entre Ciencias Sociales,
Medicina y Salud”.
4
Véase para más información el Estudio Preliminar de Galtieri (1992) en Psicología Social.
Modelos de Interacción, bibliografía obligatoria de la unidad 2.
Sus ideas no tuvieron una gran influencia, pero cuestionaban con mucha fuerza
a la psicología explicativa que sólo se ocupaba de lo cuantificable, a la vez que
postulaba un método interpretativo para poder comprender la perspectiva de
los participantes.
5
Para más información debe referirse al trabajo de Montero, incluido en la bibliografía
obligatoria de la materia.
naturalista o cualitativo y el socio-crítico.
6
El nombre del modelo significa que Goffman utiliza la metáfora del teatro para analizar la vida
social, y que el tema de las impresiones es una parte central de las interacciones en la vida
cotidiana.
Cognición Social: fue una corriente hegemónica de la disciplina hasta la
década de los ‘60, instalada en el marco del positivismo lógico, no haciendo
diferencias entre ciencias sociales y ciencias naturales y aceptando la tesis de
unidad de las ciencias. Se cumplía con el requisito de la verificabilidad y se
aplicaba rigurosamente el método hipotético-deductivo proveniente de la física.
Con la influencia de Lewin, en USA, se instaló la psicología de la Gestalt en
Psicología Social, mientras que otras posturas críticas dentro de la corriente
experimentalista, como las de Luria y Bartlett, tuvieron escasa influencia (Álvaro
y Garrido, 2004).
La influencia de la Teoría del Campo de Lewin trajo como consecuencia que el
estudio de la percepción social fuera una de las líneas de investigación más
desarrolladas en la psicología social hacia la década del ‘50. A la vez, el análisis
de los procesos de influencia social fue también un importante campo de
investigación que comenzó a desarrollarse con los trabajos de Muzafer Sherif en
la década del ‘30 acerca de la importancia del grupo en la construcción de las
normas sociales. Mediante estos estudios, paulatinamente, se cuestionaban las
posturas individualistas de Floyd Allport.
En una clásica investigación experimental, Sherif utilizó una ilusión óptica, el
denominado efecto autocinético, a partir del cual un punto fijo de luz, en un
cuarto a oscuras, se percibe en movimiento. En un primer momento, los sujetos
debían estimar individualmente el “supuesto” movimiento, luego se los exponía
al mismo estímulo pero formando parte de un grupo. Los juicios individuales
tendían a converger con una norma que se establecía colectivamente mediante
sucesivos consensos. A la vez, Sherif invertía esa situación: comenzaba
haciendo la experiencia con el grupo y luego con las personas aisladas,
encontrando como resultado que aun en situación de soledad las personas
mantenían la norma que se había establecido en el contexto grupal.
De este modo, el investigador demostró el modo en que se producía la
normalización o el establecimiento de marcos de referencia frente a
situaciones ambiguas (Alcover de la Hera, 1999).
A pesar de que el conductismo en psicología social no tuvo la misma influencia
que en el resto de la psicología, su crisis hacia la década del ‘50 favoreció aún
más que quienes investigaban lo hicieran lo hicieran bajo las concepciones
gestálticas. En ese marco pueden citarse los estudios de Asch sobre
conformidad y los de Milgram sobre obediencia a la autoridad.
Las investigaciones experimentales de Asch abordaban las presiones que podía
ejercer el grupo sobre los juicios individuales. Su investigación parecía también
abordar fenómenos perceptivos, pues preguntaba a un pequeño grupo -en el
cual la mayoría era cómplice del experimentador- por la longitud de unas líneas.
A diferencia de la experiencia de Sherif, el estímulo era claro, pero se sometía a
un sujeto “ingenuo” a las respuestas deliberadamente incorrectas que daba la
mayoría. A pesar de la presión del grupo, un tercio de los sujetos se mostraban
independientes en sus juicios.
Se llama conformidad a los procesos de influencia estudiados por Asch, en los
que existe un marco de referencia que permite indagar las variaciones del
comportamiento de los sujetos frente a la presión de mayorías unánimes.
Cuando en la investigación se introduce una figura de autoridad, como en la
experiencia de Milgram, se estudia otro tipo de influencia denominado
obediencia (Alcover de la Hera, 1999).
Por lo expuesto, se desprende que se trataba de una psicología social que
investigaba de acuerdo con el método hipotético-deductivo y que abordaba la
comprobación experimental de hipótesis. Es decir que podría situarse dentro de
la perspectiva racionalista-cuantitativa que ya se describió.
Sin embargo, desde la psicología social europea, los trabajos de investigación
se han caracterizado por su pluralidad metodológica, aunque el experimento
realizado en el laboratorio siga siendo una herramienta privilegiada7. A pesar de
las críticas que ha recibido8, constituye aún hoy el método predominante de la
psicología social que adscribe al paradigma de la cognición social.
7
Puede consultarse al respecto Estudio Preliminar de Galtieri (1992) en la bibliografía
obligatoria de la materia, especialmente el paradigma de Cognición Social y los cambios
introducidos por Serge Moscovici en el tipo de estudios.
8
Ya sea por su artificialidad, por el aislamiento de variables que en la vida cotidiana están
vinculadas, por el tipo de muestras utilizadas, por cuestiones éticas, entre otras no menos
importantes.
En el marco de este paradigma, ha sido Serge Moscovici quien estudió otro tipo
de influencia, la innovación, en la que se considera que las minorías pueden
ser un instrumento de cambio social y no sólo objeto de influencia.
9
Para ampliar este aspecto, se puede consultar la obra de estos autores, La construcción social
de la realidad, que forma parte de la bibliografía obligatoria de la materia.
situarse dentro de la perspectiva naturalista-cualitativa, en la que un aspecto a
considerar es que el desprendimiento de los postulados positivistas va
ocurriendo de modo paulatino y que no se refiere solamente a la utilización de
otras técnicas o instrumentos.
A partir de la explicitación que hace Montero (1996) de las otras dos
dimensiones paradigmáticas, es posible considerar otras diferencias
interpadigmáticas, por ejemplo: una perspectiva de ciencia como la del
interaccionismo simbólico considera como objetivo central favorecer la reforma
social, contribuir al progreso de la sociedad, a la autonomía individual. En su
marco, las teorías válidas eran las que tuvieran capacidad para ello.
Desde el punto de vista ético, es posible pensar las diferencias entre las
investigaciones en las que los sujetos que participan están al tanto de las
finalidades del trabajo y han dado su consentimiento, respecto de otras en las
que desconocen los fines de la investigación porque intencionalmente se
presentan distorsionados. O bien, estudios en los que la persona sólo funciona
como alguien que tiene que “responder” a preguntas (estímulo), como en las
clásicas escalas de actitud.
La crisis de la ciencia
La ciencia había dejado de proporcionar certezas. Ni siquiera siguiendo las
reglas del método resultaba posible arribar a la objetividad, lo que ya había
denunciado Goldmann (1959) a fines de los años ‘50, planteando la
imposibilidad de construir una ciencia neutra. Se cuestionaba la función de
“vigilancia” epistemológica (Samaja, 1995; Vasilachis de Gialdino, 1992) y, de
ese modo, ciencia y epistemología se humanizaban y socializaban. Se trazó así
un recorrido que, como dice Gergen (1992), conducía cada vez más desde los
hechos hacia las perspectivas.
La ciencia no permaneció indiferente a los cambios sociales propios de las
décadas del ‘60 y el ‘70. Una gran cantidad de factores de origen externo
favorecieron la emergencia de una crisis, en la que comenzó a plantearse con
mucha fuerza una polémica sobre los modos de construir conocimientos
científicos, entendiendo que no era posible seguir considerando que existía un
único modo superior a los otros.
A partir de la década del ‘70, ya se discutía con más convicción en las ciencias
sociales el concepto de verdad científica, a la que se vinculaba con las
particulares condiciones sociales de producción. De modo sintético, se
planteaba que la verdad dependía de un estado determinado de la estructura y
del funcionamiento del campo científico, social, político y cultural, lo que luego
va a integrar el movimiento construccionista que entonces se estaba
desarrollando. Las ciencias sociales comenzaron a realizar una revisión del
positivismo, mientras exploraban la relación entre el conocimiento científico, la
investigación y el contexto social. El estudio social de la ciencia fue acentuando
el hecho de que las revoluciones científicas no podían ser explicadas solamente
por la aparición de una teoría mejor, en la medida en que la ciencia, los
procesos culturales y la subjetividad estaban socialmente construidos
e interconectados. La perspectiva histórica se dedicó a revisar el nacimiento
de nuevas teorías y el abandono de otras, encontrando fuertes vinculaciones
entre proceso social y cultural y las innovaciones científicas.
Por otro lado, ha sido Foucault quien planteó que toda verdad interpela a una
cuestión política. En sus estudios sobre la sexualidad, la clínica, la locura, el
castigo, entre otros no menos importantes, ha evidenciado que cada régimen
social postula como verdaderos o falsos ciertos discursos, mientras que a la vez
valida ciertas técnicas y procedimientos que serían adecuados para producirlos.
Esta posición postula que la verdad o falsedad no estaría en los enunciados,
sino en los discursos que se sostienen según las estructuras y el funcionamiento
de las sociedades.
10
Para un desarrollo más amplio de esta temática se puede consultar “Una respuesta
neoparadigmática desde América Latina” (Robertazzi, 2006) y “Aportes de autores argentinos a
la psicología social. El psicoanálisis en ámbitos psicosociales” (Robertazzi, 2005). Ambas
publicaciones forman parte del material de lectura obligatoria de la materia.
11
Con la finalidad de ampliar estos desarrollos e interiorizarse más en esta herramienta de
análisis, puede consultarse a Ibáñez (1992, 1994) e Iñíguez Rueda (2003), ambos en la
bibliografia obligatoria de la materia.
Respecto de estas dos últimas, se podría agregar que el fuerte cuestionamiento
hacia una visión tradicional de la ciencia produce como consecuencia la pérdida
de su hegemonía frente a otros tipos de conocimiento, junto con la
modificación de las relaciones de poder entre las personas que investigan y las
que son investigadas.
Controversias actuales
Bibliografía
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