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Prólogo vivir como el Hijo

Querido lector, te invito a subir conmigo al Monte de las


Bienaventuranzas para escuchar de la boca de Jesucristo
en persona lo que nadie más que él pudo enseñar a la
humanidad.

Las Bienaventuranzas son el exordio, el comienzo del


Sermón de la Montaña. Y, como todo exordio, apuntan a
cautivar la atención y a disponer para recibir lo que se va
a decir.

Por eso cada una de las Bienaventuranzas comienza con


una promesa de felicidad y sigue con un enigma. Todas
ellas comienzan prometiendo felicidad, que es lo que todo
hombre desea más ardientemente. E inmediatamente
intrigan con un enigma, lo cual también sirve a la finalidad
de cautivar la atención despertando la curiosidad.

Mueven a reconocer humildemente la propia ignorancia...


a preguntarse y a preguntar. De modo que habiendo
despertado primero el deseo, se cautiva también la
inteligencia poniéndola a cavilar... y a darse
humildemente por vencida... y a preguntar lo que no se
entiende... como los niños. Pues si no nos hacemos como
ellos ante el Padre, nos quedamos fuera del paraíso filial.

La respuesta a estas ocho divinas “adivinanzas” con las


que empieza Jesús su primer gran sermón sobre la
Montaña es Jesús mismo, su vida, su corazón de Hijo. Del
pozo de sí mismo sacará el agua de una sabiduría divina
para calmar la sedienta horfandad de la humanidad sin
Padre. Es una agua clara que, al decir de Juan de
Maldonado, a veces, la multitud de los intérpretes ha
vuelto turbia.

A este volumen, querido lector, espero que pueda seguirle


otro, que contenga un comentario de todo el Sermón de la
Montaña. En éste nos limitamos a comentar el cautivante
y misterioso exordio de aquél sermón: las ocho
Bienaventuranzas.

La palabra de Jesús es cierta y verdadera. Firme como la


roca en la que se ha sentado. El cielo y la tierra pasarán,
pero su palabra, que los creó, no pasará. Este hombre
tiene palabras de vida. Jamás ningún hombre habló como
él. En sus labios nadie encontró engaño ni dolor. Vale la
pena escuchar su palabra y ponerla en práctica.

Este es, pues, el comienzo del primer gran sermón de


Jesús. Dicho sin parlantes ni grabadores. Me lo imagino
allí, sentado sobre ese desnivel de la roca pelada. Sin
almohadones. Deseoso de enseñar a los hombres verdades
salvadoras de las que están tan necesitados, lo sepan o no.

Lo que Jesús viene a enseñar es lo que él vivió: a vivir


como hijos, porque él vivió como Hijo. Es el Hijo eterno,
hecho hombre. Vive en su humanidad lo mismo que en su
divinidad. En la tierra vivió de cara al Padre tal y como
vive en el seno de la Trinidad. Si como Verbo eterno es el
eternamente engendrado por el Padre, en una generación
sin principio ni fin. Como hombre también se experimenta
así, engendrado. Sostenido en el ser de su naturaleza
creada y glorificada y configurado a imagen y semejanza
perfectísima del Padre. El que es eternamente Dios que se
recibe de Dios, engendrado, no creado, de la misma
naturaleza que el Padre, es, como hombre, también
hombre que se recibe y es asemejado. Recibe el ser del
Padre a cada momento, siempre y para siempre, el ser y la
creciente semejanza.

Eso es lo que nos quiere enseñar. A vivir recibiéndonos del


Padre como un don de su amor. ¿Qué tienes que no lo
hayas recibido de Él? Siempre estamos en su presencia
como niños que deben recibirlo todo. Si no nos hacemos
como niños ante Él, no entramos en el Reino de los Cielos.
Es decir no somos hijos, no tenemos comunión de vida con
el Padre. Nos quedamos afuera del regocijo de su amor
paterno. Ser hijo es tener un “ser” recibido como don de
amor, que te hace imagen y te asemeja progresivamente
al Padre. Si quisiéramos hacernos a nosotros mismos,
darnos el ser, asemejarnos más a Él por propia obra y
esfuerzo, nos pondríamos a hacer ejercicio ilegal de la
divinidad. Estamos hechos para aceptar y acoger libre y
gozosamente el ser que recibimos del Padre. Y no hay
felicidad mayor.

Sobre el origen y el estilo de este libro

Encontrarás reunidas en estas páginas, querido lector, las


fichas empleadas en retiros, cerrados o abiertos,
predicados a seminaristas, sacerdotes, religiosos y en
parroquias a fieles en general. Estas fichas se reparten a
los oyentes para ayudarles a seguir el hilo de la
predicación. Pero ante cada auditorio, y en atención a él,
el Señor agrega o quita de la boca del predicador lo que Él
quiere; inspira y modula el tono, traslada los énfasis.
Siempre dice Jesús, a través del predicador, cosas que
hasta el mismo predicador encuentra nuevas. Esa vida de
la Palabra no puede encerrarse en estas páginas que son
como una foto instantánea de una enseñanza del
Resucitado que no termina nunca de decirlas a los
hombres.
Para publicar las fichas, sin embargo, las he pulido y
retocado algo más, aprovechando de esas enseñanzas
recibidas mientras predicaba con ellas. Con todo, siguen
siendo un guión, un manualito o como “apuntes de clase”.
Quedan abiertas y piden estudio y meditación personal.
Con la Sagrada Escritura a mano o con el complemento de
comentarios de otros autores. He preferido que
mantuvieran ese estilo. Primero porque no otra cosa es el
texto mismo de Mateo respecto del Sermón efectivamente
pronunciado por Jesús, del cual nos guardó sólo un
extracto. Inspirado, pero extracto al fin. Y en segundo
lugar porque aconseja San Ignacio al que da los Ejercicios,
proponer “los puntos con breve o sumaria declaración”, de
modo que la persona que contempla, los medite y
considere por sí mismo. El estilo de estas fichas está a
mitad de camino entre los puntos breves y un desarrollo
completo del pensamiento.

Por consejo y a instancias de muchos fieles que


encontraron útiles las fichas tal como estaban y me
animaron a publicarlas, te las ofrezco esperando que te
ayuden también a ti. Se trata, pues, de una guía para
conducirte en una lectura espiritual, explicada y
meditativa, de las divinas Bienaventuranzas.

Asociándome al gesto de Juan Pablo II en Toronto,


también yo, en este “cambio de guardia” generacional,
como centinela que se va, te entrego, a ti que tomas el
relevo, este “santo y seña”, esta Carta Magna de la vida y
enseñanzas de Jesús.

Agradecimientos

Mi gratitud va, - después de a Jesús, por habernos


predicado en la Montaña -, a su Vicario Juan Pablo II,
cuyas palabras a los jóvenes en Toronto vinieron a
confirmar la intuición vertebral de este comentario
cuando ya estaba concluido.

También agradezco a los fieles con los que hemos subido


juntos a la Montaña santa, para escuchar de labios de
Jesús este discurso de divina sabiduría. Para ellos le
inspira Jesús al predicador palabras de las que el ministro
de la palabra también se admira, goza, con las que se
edifica y que agradece.

Agradezco, de manera muy especial, a la pintora Cristina


de Santamaría, que nos obsequió, a todos, la pintura que
ilustra la tapa. Veo en ella un angélico eco plástico de las
palabras de Jesús en su corazón de artista creyente.

Querido lector, sólo me resta invitarte con las palabras del


canto:

¡Ven, sube a la Montaña, a recibir la ley del Reino. Jesús


quiere grabarla sobre tu corazón!

Horacio Bojorge S.J.


Montevideo, 24 de setiembre del 2002
Fiesta de Nuestra Señora de la Merced,
La Redentora de Cautivos

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