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5 Piedras Lisas (D. John Richard) PDF
5 Piedras Lisas (D. John Richard) PDF
“Conozco al Dr. John Richard por más de tres décadas. Hemos servido
juntos en muchos movimientos cristianos tales como el Comité de
Lausana para la Evangelización Mundial, la Asociación Evangélica de
Asia, entre otros.”
“Es un hombre de gran compasión por la Palabra y por el mundo. Al leer
el manuscrito de Cinco Piedras Lisas fui tocado en lo profundo de mi
corazón con una visión fresca de la Palabra de Dios. ”
“Que este libro le sea de gran bendición y de aliento. ”
“El autor de este libro, escribiendo con estilo propio de los consagrados
escritores clásicos, tiene mucho que decir acerca del tema escogido: la
preparación que se necesita en la vida y en la lucha del cristiano. Sus
Cinco Piedras Lisas: Separación del Pecado, Adoración a Dios, Oración
al Padre, Obediencia al Hijo y el Crecimiento en el Espíritu parecen muy
básicas a primera vista. Sin embargo, el lector honesto y el estudiante de
la Palabra de Dios encontrarán, para su deleite y satisfacción, que este
material tiene muchos frutos y beneficios de los cuales asirse.
Recomiendo este libro con la esperanza y oración de que esparcirá un
fuego fresco de lo básico, que a la larga demuestra ser lo esencial y
verdadero en nuestro caminar con el Señor. ”
Obispo Efraim Tendero
Director Nacional
Consejo Filipino de
Iglesias Evangélicas
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Cinco Piedras Lisas
2
Resumen biográfico de D. John Richard
3
de la Comisión de la WEF para la Renovación Eclesiástica.
También fue miembro del Comité de Lausana para la
Evangelización Mundial y miembro de su Grupo de Trabajo
de Intercesión. Desde sus inicios hasta el momento de su
disolución intencional (1990 al 2000), John fue el Director
Internacional Adjunto (Proyectos Especiales) de AD2000 &
Beyond Movement (Movimiento Año 2000 y Más Allá),
cuyo llamado era: “Una iglesia para cada pueblo y el
Evangelio para cada persona”. En mayo de 1995, durante la
Consulta Global acerca de la Evangelización Mundial en
Seúl, Corea, John coordinó la red global de pastores. Fue
coeditor de un libro titulado Churches that Obey (Iglesias
que obedecen), en el cual se narran historias de lo que el
Señor está haciendo a través de las iglesias locales en
numerosos países. John ha viajado mucho y ha ministrado en
numerosas conferencias internacionales. Fue ordenado al
ministerio por la Asociación Bíblica de Delhi, en la cual se
ha desempeñado como Pastor Honorífico por varios años. La
Universidad y el Instituto Bíblico Indostaní en Madrás, en
los cuales ha servido como uno de los principales miembros
de la Directiva, le concedió el título Honoris Causa en
Divinidad. Desde enero del año 2001 John funge como
Ministro General del Ministerio Acción Internacional,
agencia misionera que enfoca su ministerio en niños en
peligro por medio de una estrategia basada en tres aspectos:
evangelismo, discipulado y desarrollo.
John está casado con Manorama desde mayo de 1950.
Tienen cuatro hijos, tres varones y una hembra, todos ya
casados. La edad de sus 8 nietos oscila entre los 17 y los 24
años la edad. John reconoce que es quien es por la gracia de
Dios, y que no es más que un siervo de Aquel que se despojó
de sí mismo.
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Prefacio
5
Es esa vida la que deseo, desde lo más profundo de mi
corazón, para mis semejantes, en particular los que me leen.
Al igual que Pablo, sufro por ustedes dolores de parto, hasta
que Cristo sea formado en vosotros (Gálatas 4:19).
Además, quisiera comentar respecto a los capítulos de
este libro, la mayoría de los cuales han aparecido en el
Boletín de oración de la Cruzada India Every Home
(Tamilnadu), y en el Boletín para pastores de la Asociación
Evangélica de la India (EFI), así como en la revista AIM
Magazine de la EFI.
Mi agradecimiento de todo corazón va dirigido a mis
compañeros que me ayudaron para que este manuscrito se
publicara y quienes prefirieron permanecer en el anonimato.
También mi más sincero agradecimiento al Rev. Dr. I. Ben
Wati, Secretario Emérito de la EFI, quien no vaciló al
pedírsele que escribiera el prólogo de este libro.
D. John Richard
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ÍNDICE
Página
Prólogo............................................................... 10
Introducción....................................................... 11
Primera piedra:
Separación del pecado............................. 13
Segunda piedra:
Adoración a Dios...................................... 35
Tercera piedra:
Oración al Padre...................................... 65
Cuarta piedra:
Obediencia al Hijo.................................... 95
Quinta piedra:
Crecimiento en el Espíritu...................... 159
7
PRÓLOGO
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_________________________________________________
INTRODUCCIÓN
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sino matarlo y lo logró así, tan solo con una onda y cinco
piedras. David era un enano al lado de Goliat y no llevaba
casco de metal, ni cota de malla, ni protectores de metal para
sus piernas. Tampoco llevaba una jabalina sobre sus
hombros, ni lanza, ni escudo. Mas David llevaba un arma
que el gigante no poseía, no era la armadura de Saúl, ni un
casco de metal, ni cota de malla. No, él descartó todo esto.
En vez de ayudar constituían un impedimento. Ni siquiera
una espada había en su mano. ¿Por qué? Porque poseía el
arma más poderosa que se pueda poseer. Para David esta ya
era un arma más que probada, porque con ella ya había
derrotado a un león y a un oso.
¿Qué era pues? Era una fe viva. ¿Y cuál era el objeto
de su fe? No estaba en la fuerza o estrategia humana. Su fe
viva estaba puesta en el Señor de las huestes, en el Dios de
los ejércitos de Israel. Una pierda con una onda, más el Dios
vivo pueden derrotar todos los inventos humanos, los cuales
no se pueden comparar con Dios. Cuán acertado estaba el
apóstol Pablo al escribirle a la iglesia de Corintio: “porque
las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas
en Dios para la destrucción de fortalezas” (2 Corintios 10:4).
Sí, tan solo cinco piedras lisas, pero después de todo
eran piedras, no bombones; no eran inapropiadas para la
tarea. Entonces, en las manos de Dios estas insignificantes
armas se convertirían en trascendentales.
La vida y la batalla cristianas tienen que ver con lo que
parece insignificante, lo cual probará su temple en batalla.
Cuando escojamos nuestras cinco piedras lisas, limpias y sin
defectos podemos ponerles nombres: Separación del Pecado,
Adoración a Dios, Oración al Padre, Obediencia al Hijo y el
Crecimiento en el Espíritu. El crecimiento en el Espíritu en
verdad consiste en empequeñecernos ante nuestros ojos y
que dependamos completamente del Señor.
Cada piedra tiene su marca, aun así nuestro testimonio
ejerce influencia, pero debemos rendirlo al poder de nuestro
fiel Dios.
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1
la primera piedra
Separación del pecado
Alejándonos del pecado
Salmo 1:2
En el sentido bíblico, la palabra ‘andar’ recoge todo lo
referido a nuestro comportamiento. Esto incluye acciones,
reacciones, actitudes, deseos, conversaciones y todo aquello
que conforme nuestra vida.
La Biblia nos dice acerca de cómo debemos andar. Para
citar algunas referencias: en Génesis 17:1 se nos insta a que
andemos delante de Dios y seamos perfectos; en
Deuteronomio 10:12 se nos dice que andemos en todos Sus
caminos, es decir, que escuchemos cuidadosamente lo que
dice Dios y que obedezcamos todos Sus mandamientos para
que nos vaya bien; en Nehemías 5:9, a que andemos en el
temor de nuestro Dios; en Miqueas 4:5, a que andemos en el
nombre del Señor; en Miqueas 6:8, a que andemos en
humildad; en Gálatas 5:16,25, a que caminemos en el
Espíritu; en Efesios 5:15, a que andemos circunspectamente;
1 Tesalonicenses 4:12, a que nos conduzcamos debidamente
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con los de afuera; y para resumir, 1 Juan 2:6, a que andemos
como Jesús anduvo.
La Biblia también nos habla acerca de cómo no
debemos andar. No debemos andar en contra de Dios, por
ejemplo, un pasaje como el de Levítico 26:21-28 debería
llenarnos de terror. Aquí las palabras son incuestionables, y
se nos advierte claramente: “si anduviereis conmigo en
oposición, yo también procederé en contra de vosotros, y os
heriré aún siete veces por vuestros pecados” (vv. 23-24).
Se nos advierte de no ir tras otros dioses, no tienen que
ser necesariamente de piedra o madera (Dt. 8:19); de no
seguir las imaginaciones del corazón (Dt. 29:19); de no
marchar tras nuestros propios impulsos (Jer. 18:12); de no
satisfacer la carne (Rom. 8:1-4, 12-13); y de no andar en
nuestros propios deseos malvados (Judas 18). Estos son los
caminos en que andan los enemigos de Cristo. Caminan por
el sendero equivocado hacia una gran destrucción. Su dios es
su propio apetito; su orgullo es su vergüenza; y su luz son
sus tinieblas. El mundo es el límite de su horizonte
(Filipenses 3:19). Andan según su vista y no por fe (2
Corintios 5:7), como los profetas que una vez tuvo Jerusalén,
que también andaban en sus mentiras (Jeremías 23:14).
Jeremías, acongojado por el pecado de Judá, clamaba que no
se podía confiar en nadie, ni en su vecino, ni siquiera en su
propio hermano, que todos andaban calumniando,
mintiéndose y engañándose los unos a los otros con sus
lenguas mentirosas (Jeremías 9:4).
Quizás nuestros pecados no sean tan pesados como los
que se acaban de mencionar. Quizás tus pecados sean de los
comunes, te comportas como cualquier otro, motivado y
regido por los patrones del mundo. Obtenemos nuestros
esquemas del mundo y nos ponemos en línea con otros.
Simplemente hacemos lo que el mundo, amando a quienes
nos aman y odiando a quienes nos odian. No causamos
grandes daños, que sepamos; pero a la vez no estamos
haciendo grandes bienes. Conformes con la mediocridad, nos
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acomodamos a una vida de tranquilidad y complacencia.
¿Queda alguna esperanza de liberación? ¿Habrá alguna
palabra de lo alto? ¡Gloria sea Dios que sí la hay! La oración
de Pablo por la iglesia en Éfeso bien puede ser su oración
por nosotros hoy: “para que os dé, conforme a las riquezas
de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre
interior por su Espíritu... para que seáis llenos de toda la
plenitud de Dios” (Efesios 3:16-19). ¿Y plantará Dios tal
oración en nuestros corazones si no es Su intención
responderla? Por supuesto que no.
Marcas de la carnalidad
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La marca de una devoción inestable: El corazón carnal
es como una manga catavientos dirigida por el viento de una
dirección a otra. Hay momentos en los que se siente atraído
hacia Cristo y Su causa, pero otras veces el mundo y sus
trampas toman la supremacía y Cristo es relegado para final,
no, es más que eso, es como si el cristiano carnal faltara a la
fidelidad conyugal de Cristo. Es por eso que Santiago
arremete contra tal infidelidad y clasifica a esta personas
como esposas adúlteras (vea Santiago 4:4). Juan toca esa
misma tecla cuando dice: “No améis al mundo, ni las cosas
que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del
Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los
deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de
la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Juan 2:15-
16).
La marca de fracaso recurrente: La lucha interna
produce una devoción inestable, lo que a la vez trae consigo
fracasos repetidos. Esto no nos sorprende, pues Pablo
pregunta: “pues habiendo entre vosotros celos, y contiendas,
y disensiones, ¿no sois carnales, queriendo salirse con las
suyas?” Cuando hacemos que Cristo comparta el trono con el
ego, ese tirano despiadado, tenemos como resultado un caos
interno y turbulencia exterior, dando grandes oportunidades
para que las víboras del genio, la ira, el orgullo, la amargura,
la queja, el mal hablar, la autocompasión y todo un ejército
de ellas inyecten su veneno.
La marca de una infancia prolongada: Cargar a un
bebé es algo maravilloso, pero un adulto infantil no es muy
bien visto que digamos. Sin embargo, la cristiandad está
inundada de cristianos inmaduros. Todavía están necesitando
de la leche cuando ya es hora de que estén comiendo carne.
No han crecido más allá de la etapa de los primeros
fundamentos, y mucho menos han podido llegar a ser
maestros de las grandes verdades de Dios. No han superado
todavía los primeros rudimentos porque, al ser bebés, no han
aprendido a alimentarse por sí solos. Tienen la Biblia y
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literatura cristiana a su alcance, y sin embargo su caudal de
conocimiento cristiano permanece pobre.
Sin nuevas perspectivas sobre las cuales actuar, su
experiencia cristiana avanza poco, y así pasan décadas sin
dejar de ser niños recién nacidos. Barclay apunta: “Peter Pan,
el niño que no quería crecer, hace una presentación fabulosa
en escena; pero Peter Pan, el hombre y la mujer que no
maduran, el cristiano que no madura hacen una tragedia en la
vida real.”
La marca de valores confundidos: Al ser niños recién
nacidos, estos hombres y mujeres inmaduros se sienten
confundidos respecto a los valores de la vida. Si ni siquiera
pueden distinguir entre lo bueno y lo malo, ¿cómo podrán
sacarle lo mejor a lo bueno? Para ellos el error les parece
verdad y la verdad les parece error. Se mueven de un lugar a
otro arrastrados por cualquier viento de doctrina. Al carecer
de discernimiento espiritual, se tragan cualquier cosa que se
les sirva. Hasta ingieren veneno si les sabe dulce. Las lindas
palabras, las frases bonitas, los cuentos chistosos, la
verbosidad agradable a los oídos les impacta más que las
enseñanzas sanas de la Palabra de Dios.
La marca de la motivación ordinaria: En 1ª a los
Corintios 3:3, se nos dice que los cristianos carnales andan
como hombres, es decir, se comportan como si no
perteneciesen en lo absoluto al Señor. El propósito de sus
vidas es hacerse de un nombre o de acumular dinero o
conocimiento. Trabajan por cosas temporales, cosas que
cobran alas y alzan vuelo. Andan según su vista, según la
brújula de su entendimiento. Quizás no carezcan de fe, pero
vienen a ser como un brazo seco que se cae a falta de
ejercicio. Estos hombres carnales adoptan los patrones
ordinarios de hombres ordinarios, y a la vez son regidos por
motivos ordinarios. Su verdadero fin no es glorificar a Dios
en sus diario vivir, y la necesidad de hacer una dedicación
firme de sus cuerpos al Espíritu Santo les es algo ajeno. No
conocen, por ejemplo, esa motivación que hizo que el
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Conde Von Zinzendorf clamase: “Tengo una pasión, es Él y
solamente Él. El mundo es el campo y el campo es el mundo;
y a partir de ahora, será mi hogar el país donde más almas
gane para Cristo.”
Venciendo la Codicia
En una ocasión un hombre codicioso le dijo a Jesús:
“Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia”,
la respuesta de Jesús fue en efecto: “¿quién me ha puesto
sobre vosotros como juez o partidor?”. Entonces,
volviéndose a la gente, hizo esa clásica afirmación: “Mirad,
y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no
consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Lucas
12:15). O como nos lo presenta la versión ampliada en
inglés: “Guárdense y manténganse libres de toda codicia: el
deseo inmoderado hacia las riquezas, el anhelo angurriento
de tener más, porque la vida del hombre no consiste y no
depende del poseer gran abundancia o aquello que esté sobre
y por encima de sus necesidades”. “Recuerden”, enfatizaba,
“aun en la abundancia del hombre, su vida no proviene de las
cosas que posee. La verdadera vida y el vivir de verdad no
están ligados a lo que tengamos. Cuidado con todo tipo de
codicia”.
Una era materialista como la nuestra necesita tal
advertencia, inclusive mucho más que cualquiera de las
generaciones que nos han antecedido. A menudo vemos en
acción el espíritu del necio rico. El acumular riquezas parece
ser el todo y fin de la vida por el solo hecho de complacerse
sus deseos egoístas. La codicia, sin embargo, no está
confinada a la acumulación de aquello que está por encima
de nuestras necesidades, sino que se manifiesta de varias
formas. Jesús tuvo esto presente cuando expresó: “Guardaos
de toda avaricia”.
Esto incluye el deseo de tener las posesiones del
prójimo. “No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni desearás
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la casa de tu prójimo, ni su tierra, ni su siervo, ni su sierva, ni
su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo”, así lo
encierra el decálogo de Deuteronomio 5:21. Miqueas culpó a
la gente de su tiempo de tomar lo que pertenecía a otro, y
como tal era el rey Acab. Éste, junto a la complicidad de su
esposa Jezabel, obtuvo lo que quería, que en sí era la viña de
Nabot. “VER-DESEAR-OBTENER” es un principio que ha
permanecido desde la Creación; lo vemos en las vidas de
Eva, Acán, y David. Éstos son solo tres ejemplos de la
Biblia.
¿Qué es la codicia? Colosenses 3:5 la llama idolatría, la
adoración a los ídolos. ¿Qué es un ídolo? Es aquello que
compite con Cristo, aquello que relega a un segundo plano la
preeminencia de Cristo en nuestras vidas. En resumen, es
destronar a Dios y deificar al ego y a otras cosas creadas.
Bueno, ¿y a qué conlleva la codicia? En primer lugar,
nos hace estar inconformes con lo que tenemos. Queremos
vivir como viven otros y estar a la par de nuestros vecinos, y
antes que pase mucho tiempo estaremos tratando de
superarlos. Se nos olvida que nada trajimos a este mundo y
que nada llevaremos al partir de él.
En segundo lugar, la codicia nos convierte en amantes
de nuestros egos. Estamos tan enfocados en nosotros
mismos, que no tenemos ningún reparo de conciencia al
comprar, si fuese posible, dones y poder espiritual por
dinero. Simón, el brujo de Hechos 8 es uno de esos casos. Le
ofreció dinero a Pedro y a Juan para comprar el poder de
impartir el Espíritu Santo a nuevos creyentes, y de esta forma
dio origen al pecado de simonía.
En tercer lugar, la codicia nos aleja del pueblo de Dios.
En 2 Timoteo 4:10 Pablo se lamenta de que Demas le haya
abandonado ‘por amor a este mundo’. Las cosas buenas de
esta vida hicieron que Demas se alejase de la noble
compañía de un hombre como Pablo. Quien una vez fuese un
honrado colaborador de Pablo, había sucumbido ante el
resplandor de los deleites terrenales.
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En cuarto lugar, la codicia hace que torturemos al
pueblo de Dios. Esto le sucedió a los dueños de la doncella
que tenía espíritu de adivinación (Hechos 19:24,27). Lo
mismo le sucedió a Judas Iscariote, uno de los doce, que por
30 piezas de plata traicionó a su Maestro. Hoy todavía sigue
sucediendo, un gran número de los enemigos de Cristo
provienen de las filas de la codicia.
En quinto lugar, la codicia hace que seamos seguidores
de Jesús por propósitos viles. Le seguimos por los panes y
los peces que podamos obtener de Él. Usarle para buscar
nuestra propia gloria se convierte en nuestro principal
objetivo. Debido a que nos mueve el espíritu de codicia, se
encuentra muy lejos de nuestro pensamiento el dejar que Él
nos use para Su gloria.
En sexto lugar, la codicia excluye el amor del Padre.
“Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.
Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne,
los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene
del Padre, sino del mundo” (1 Juan 2:15,16). Santiago
califica como enemigos de Dios a aquellos que son regidos
por los patrones mundanales y hasta los llama adúlteros,
infieles al Novio Celestial.
En séptimo lugar, la codicia destruye el testimonio de
los obreros cristianos. El líder cristiano no debe ser amante
del dinero ni ambicioso por tener ganancias. Jetro, al
aconsejar los principios de delegación, a Moisés le dijo:
“escoge tú de entre todo el pueblo varones de virtud,
temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la
avaricia...” (Éxodo 18:21). Lea 1 Timoteo 3:3,8; Tito 1:7,11
y 1 Pedro 5:2. Jetro, Pablo y Pedro, por solo nombrar
algunos, nos hablan de no ser codiciosos de ganancias
deshonestas.
¿Pero cómo podremos vencer a este demonio de la
codicia? ¿Acaso podremos? No, no por nuestras propias
fuerzas. Jesús dijo que de dentro del corazón de los hombres
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salen las avaricias (Marcos 7:21,22). El remedio yace en
estar plenos de Él.
¿Soy mentiroso?
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mentiroso. Si estoy de acuerdo con los que dicen que Cristo,
la emanación divina, entró en Jesús el día de Su bautismo y
salió de Él el día de Su crucifixión, entonces soy un
mentiroso. Si digo que Jesús fue adoptado temporalmente
dentro de la divinidad, ‘que fue tan solo un hombre en quien
se invirtió poder divino por un espacio de tiempo’, entonces
soy mentiroso, no más que eso, un anticristo.
Cuarta, si digo que amo a Dios pero a la vez odio a mi
hermano, entonces soy un mentiroso (1 Juan 4:20). Si odio a
alguien que está hecho a la imagen de Dios y por quien
Cristo murió, entonces no puedo amar realmente a Dios. Si
no puedo amar a mi hermano que está ante mis ojos, ¿cómo
puedo amar a Dios que está más allá de mi vista? (J. B.
Philipps), una pregunta pertinente que no puedo pasar por
alto. El amor de Dios por mí y mi amor por Él se perfecciona
cuando amo a mis hermanos cristianos. Si lo que muestro
contradice lo que hablo, entonces soy un mentiroso.
Me horrorizo cuando pienso en el fin que le espera a
los mentirosos, porque Juan me dice: “Mas los perros estarán
fuera, y los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los
idólatras, y todo aquel que ama y hace mentira” Apocalipsis
22:15.
Cazador Cazado
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rey Darío, por lo que diseñaron una estratagema que obligó
al rey a lanzar a su amigo Daniel al foso de los leones. El
ángel de Dios selló la boca de los leones, Daniel salió ileso y
el rey Darío se alegró de ver a salvo a Daniel. Entonces llegó
la hora en la que a las órdenes del rey los que acusaban a
Daniel y sus familias fueron lanzados al foso. Los leones
tenían dominio sobre ellos y partieron sus huesos en
pedazos. Aquellos que trataron de destruir la reputación de
Daniel, aquellos que buscaban despedazar el cuerpo de
Daniel, los tales fueron devorados por fieras hambrientas. El
cazador, cazado.
Bien lo registran las Escrituras: “No os engañéis; Dios
no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare,
eso también segará” (Gálatas 6:7). Puede que a muchos no
les llegue su retribución en esta vida. Van por la vida
aparentemente imperturbados sin que nadie los moleste. Los
justos lo ven y claman: “¿Por qué prosperan los malos?”.
Pronto sus espíritus desconcertados se calman ante el
conocimiento de que la prosperidad del malvado es
transitoria y que su fin es algo que nadie desearía. Su
consuelo está en las palabras de Abraham al hombre rico que
sufría en el Hades: “Hijo, acuérdate que en vida tú recibiste
tu parte de bienes, y Lázaro su parte de males. Ahora él
recibe consuelo aquí, y tú sufres”.
Soberbia
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Cuando los aldeanos samaritanos no recibieron a Jesús,
Jacobo y Juan querían que cayese fuego del cielo sobre
aquella gente. Esto es soberbia (Lucas 9:53,54).
Pedro, al oír que era necesario que Jesús muriera, tomó
a Jesús aparte y comenzó a reprenderle diciéndole: “¡tal mal
no te acontezca!”. Esto es soberbia (Mateo 16:22).
Jesús le dijo a Pedro por qué tipo de muerte éste
glorificaría a Dios, entonces Pedro preguntó a Jesús: “¿y qué
de este (Juan)?” Esto es soberbia (Juan 21:19-21).
En las Escrituras existen ejemplos similares donde la
soberbia ha humillado a muchos hombres y mujeres de Dios.
Cualquiera y en cualquier momento puede sucumbir ante
este pecado. El salmista lo reconocía y fue por eso que
rogaba sabiamente: “Preserva también a tu siervo de las
soberbias” (Salmo 19:13).
Pero, ¿qué es realmente la soberbia? Esta puede
definirse como un cruce de los límites de lo prohibido, es
aventurarse más allá de donde uno puede pisar. Satanás trató
de hacer que Jesús cayera en ese pecado. Quiso que Jesús se
lanzara del pináculo del templo, e incluso citó las Escrituras
(incorrectamente, para ser más exactos) diciendo que los
ángeles sostendrían a Jesús y que ni siquiera su pie
tropezaría en piedra. Jesús le contestó a Satanás: “No
tentarás al Señor tu Dios” (Mateo 4:7). No existía razón
alguna para que Jesús pusiese a prueba la provisión divina
del rescate por medio de ángeles. De todas maneras había
una escalera que conducía hasta abajo.
La soberbia nos lleva a actuar neciamente; es el
resultado del orgullo y de la terquedad. La verdadera osadía,
en cambio, actúa únicamente bajo el mandato de Dios. Es la
osadía nacida de la fe en las promesas de Dios. Estar
indeciso y contenerse cuando el Señor guía es una señal de
incredulidad, pero el ser osado cuando el Señor no es quien
dirige es pura soberbia.
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Mi amigo íntimo
23
De este incidente podemos extraer tres lecciones para
nuestro beneficio espiritual. Número uno, aunque el texto es
una referencia inmediata a Ahitofel, es en esencia una
profecía de la traición de Judas a nuestro Señor Jesucristo. El
hombre que había disfrutado del grado más alto de intimidad
con nuestro Señor, quien había sido testigo de muchas cosas
que los profetas y los reyes hubiesen deseado ver, quien
había visto a Jesús resucitar muertos, a quien se le habían
dado a conocer los misterios de su muerte y resurrección, fue
el hombre que vendió a nuestro Señor por treinta monedas de
plata. De esto aprendemos: (1) que el mejor de nuestros
amigos puede fallarnos, que no hay sustitutos para aquel que
es más unido que un hermano; (2) que los privilegios
espirituales no puede sustituir la fe salvadora, que es la única
que libra de la condenación eterna.
Número dos, los ejemplos de Ahitofel y Judas fueron
registrados para nuestro consejo y amonestación. Las vidas
de estos dos, que por cierto terminaron sus vidas
ahorcándose, se mencionan para que nosotros no
traicionemos a nuestro Señor. (1) Somos Sus amigos, Su
familia, que nos relacionamos con Su Palabra y Su obra. (2)
Somos aquellos en quien confió para que propagásemos Su
causa, el único material por medio del cual Él puede trabajar.
Somos las cabezas de playa de Dios en territorio enemigo: la
posición estratégica de Dios para llevar a cabo Su cruzada
contra el maligno. Un poco de reflexión nos dirá que también
nos hemos comportado como renegados al haber estado más
veces de parte del enemigo que de parte del Señor de la
Iglesia. (3) Somos aquellos que se han sentado a la mesa de
Su gracia, a quienes ha escogido para sí, y que ahora nos
prepara con tierna paciencia para que seamos dignos
ciudadanos de los cielos, aunque estemos atados –
ciertamente estas son pruebas de Su gracia. Considera
además Su gracia, al darnos sus tesoros celestiales en vez de
abrir Sus arsenal y arremeter en contra nuestra con las armas
de la indignación. “Señor, si mirares a los pecados, ¿quién,
24
oh Señor, podrá mantenerse? Pero en ti hay perdón, para que
seas reverenciado” Salmo 130:3-4.
Número tres, consideremos que también nosotros
hemos levantado nuestro calcañal contra Él. Somos
igualmente culpables de manifestarnos en Su contra. “Y le
preguntarán: ¿Qué heridas son estas en tus manos? Y él
responderá: Con ellas fui herido en casa de mis amigos”
Zacarías 13:6. ¿Cómo nos manifestamos en Su contra?
Negando al Señor que nos compró, negándole el
derecho que tiene de estar en nuestras vidas.
Imponiendo nuestros derechos, olvidando que somos
siervos, siendo nuestra corona el privilegio de sufrir
por Él.
Desacreditando Su nombre.
Desperdiciando Su tiempo –no tenemos tiempo para
orar, lo que trae como resultado no estar en el lugar
donde podemos recibir Sus instrucciones para el día.
No importándonos serle útil.
Impidiendo que el Espíritu Santo produzca sus frutos
en nosotros.
Falsos maestros
El Nuevo Testamento le da una posición importante al
maestro en la vida de la iglesia. Este don es considerado
como uno de los que el Cristo resucitado da a los hombres y
marcha a la vez con los apóstoles, los profetas y los pastores.
La responsabilidad de ellos o ellas era la de ver que el pueblo
de Dios estuviese equipado para esparcir Su nombre por el
mundo. Eran responsables de edificar la Iglesia, el cuerpo de
Cristo, a una posición de fortaleza y madurez. Esta tarea no
tiene fin. Es un ministerio continuo para que todos lleguemos
a la unidad de la fe, hasta que maduremos por completo en el
Señor, hasta que seamos llenados de la plenitud de Cristo
(Efesios 4:12b-13).
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Esta no es una tarea ordinaria, es una tarea que debe
asumirse con temor y temblor. Santiago dice que no debe
tomarse a la ligera. El maestro se expone a serios riesgos
siempre que imparta instrucción espiritual. Al hacerlo así,
está mostrando testimonio público de la fe. Lo que está
diciendo en efecto, es esto: “Esto es lo que yo creo, por lo
tanto es lo que les enseño. Ahora bien, que sus ojos
examinen cada área de mi vida y díganme, si quieren, cuál
no está a la par de las verdades que enseño”. Por lo tanto
Santiago advierte: “Hermanos míos, no os hagáis maestros
muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor
condenación” (Santiago 3:1). Ser maestro implica una gran
responsabilidad. Si edificamos a las personas con nuestra
doctrinas y las destruimos con nuestras vidas, enfrentamos
una mayor condenación. Quien recomienda el camino de la
vida a otros, debe él mismo caminar en ese camino. De lo
contrario, da la apariencia de que el cristianismo es sólo
hablar. De hecho, se convierte en un maestro inconsecuente.
Pablo dice: “Algunos de ustedes dicen con orgullo que son
judíos... Se sienten muy seguros al decir a los pecadores lo
que deben hacer para ser salvos. Pero, ¿cómo pueden enseñar
a otros si ustedes mismos no aprenden primero? Están
orgullosos de tener la Biblia, pero no la obedecen y son una
vergüenza para Dios. La gente de otros países habla mal de
Dios por culpa de ustedes mismos” (Romanos 2:17-24,
Biblia en Lenguaje Sencillo).
Entre los falsos maestros también se incluyen los
maestros incompetentes. Estos son los que no entienden nada
de lo que enseñan. Hacen afirmaciones osadas y al ser
cuestionados, rápidamente muestran una fe vana. Ni siquiera
pueden dar razón de la esperanza que en ellos hay. Acerca de
ellos leemos: “Algunos se han desviado de esto y se han
perdido en inútiles discusiones. Quieren ser maestros de la
ley de Dios, cuando no entienden lo que ellos mismos dicen
ni lo que enseñan con tanta seguridad” (1 Timoteo 1:6-7,
Dios habla hoy).
26
Entre los falsos maestros también se incluyen a los
maestros inescrupulosos. Estos son los que quieren agradar a
los hombres. Pronuncian aquello que suena agradable a los
oídos de los que los escuchan. Eran los promotores de la
comezón ateniense (Hechos 17:21). Quizás su principal tarea
era el decirle a la gente algo nuevo. Actuaban para el
público, por lo tanto les interesaba ceder a los deseos más
vanos y falsos de la multitud. Pablo le decía a Timoteo:
“Porque va a llegar el tiempo en que la gente no soportará la
sana enseñanza; más bien, según sus propios caprichos, se
buscarán un montón de maestros que solo les enseñen lo que
ellos quieran oír. Darán la espalda a la verdad y harán caso a
toda clase de cuentos” (2 Timoteo 4:3-4, Dios habla hoy).
Los maestros sin escrúpulos eran los que agradaban al oído y
los narradores de mitos.
Entre los falsos maestros también se incluyen a los
maestros intolerantes. Estos no toleraban la intolerancia
cristiana. El cristianismo es el camino de la senda estrecha.
Las afirmaciones de Cristo eran exclusivas y exigentes. Los
discípulos apoyaron tales afirmaciones. Pedro les dijo a los
ancianos y a los gobernantes judíos: “Y en ningún otro hay
salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a
los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).
Para el hombre natural, tal afirmación le parecería una
intolerancia cristiana de primer orden. Esto también estaba
en las mentes de algunos maestros judío-cristianos, quienes
insistían en que los gentiles, a los que la puerta de la fe se le
había abierto, debían circuncidarse de acuerdo a la ley de
Moisés. A su entender, el solo creer en Jesucristo no era
suficiente para ser salvos. Este era el caso de Cristo más la
circuncisión. Acerca de estos maestros judaizantes, el apóstol
escribió a los líderes gentiles: “... algunos, que salieron de
entre nosotros, pero que no estaban autorizados por nosotros,
los han turbado con enseñanza y ha trastornado vuestras
mentes...”. Quizás hoy la iglesia no esté plagada de maestros
que aboguen por la doctrina de Cristo más la circuncisión,
27
pero sí está infestada de hombres que han encontrado
substitutos de la circuncisión.
Finalmente, entre los falsos maestros también se incluyen
a los maestros de la falsedad. Son los que no presentan
abiertamente sus propias doctrinas, los que no confrontan a
las personas directamente con sus herejías. Disfrazan el error
con la verdad. De forma astuta entretejen sus mentiras acerca
de Dios hasta el punto que niegan al Señor que los compró
con Su preciosa sangre. Tan malvada es su enseñanza que
dicen que el pecado sexual no tiene nada malo. Culpan al
medio, a la situación que hizo la que las partes se
encontraran. En su ambición dicen todo y cualquier cosa
para obtener el dinero de los oyentes. No reconocen su
necedad, que no son más que los animales, inclinados a
hacer siempre lo que se les antoje. Adeptos al engaño, logran
que los cristianos les otorguen altas posiciones de honor aún
viviendo en horrendo pecado. Su especialidad es atraer a
mujeres inestables y cometer adulterio con ellas. Ninguna
mujer escapa a su mirada lujuriosa. Cierran sus ojos ante el
hecho de que un día serán destruidos juntamente con los
demonios y los poderes del infierno. Lea los libros Segunda
de Pedro y Judas, los cuales abundan en advertencias para
los falsos maestros.
Por lo general, los que simplemente van a la iglesia de
forma ordinaria no pueden distinguir lo verdadero de lo
falso. Al ser tan crédulos, ingieren cualquier cosa que les
enseñen. El educarlos es una carga que solo descansa sobre
nuestros hombros.
Hambrientos
“Las ovejas hambrientas buscan y no hallan.” Así decía la
terrible acusación de Milton ya hace mucho tiempo.
Pensamos que somos benevolentes al decir que tal acusación
se puede aplicar igualmente a la iglesia de hoy.
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Es una escena triste tener hijos hambrientos mientras
están sentados a la mesa del Padre. Ningún padre humano
soportaría ver a su sirviente darle a su hijo una piedra en vez
de pan. Sin embargo, esta es la situación en las que se
encuentran muchas iglesias hoy. ¿De qué se alimentan
nuestros rebaños? ¿De ceniza? ¿Del viento? Remítase por
favor a Isaías 44:20 y Oseas 12:1.
Hacemos bien al examinarnos. Puede que tengamos
opiniones acertadas acerca de Dios, que estemos
familiarizados con Su Palabra, con Sus enseñanzas respecto
a varias doctrinas de la iglesia, pero las opiniones y el
conocimiento por sí solos no son suficientes. Juan Wesley
tenía esto en mente cuando dijo: “La ortodoxia o la opinión
correcta es, cuando mejor, una parte minúscula de la
religión. Aunque un carácter adecuado no puede subsistir sin
las opiniones correctas, las opiniones correctas pueden
subsistir sin un carácter adecuado. Puede que exista una
opinión correcta respecto a Dios y no tenerle amor o no estar
acorde con Él. Satanás es una prueba de esto”.
“Los demonios creen y tiemblan”, así lo declara
Santiago. Los demonios saben ciertamente quién es Dios,
pero esto no significa que ellos confíen en Él. No ejercen en
Cristo la fe que salva.
Debemos reconocer que solamente tanto como
tengamos, podemos dar a otros. Nadie puede dar lo que no
tiene. Solo podemos esperar un impacto más duradero en las
personas cuando compartamos con ellas aquellas cosas que
son parte de nuestra experiencia personal. Lo que no
queremos es hablar por hablar.
Planificando el fracaso
¿Se puede pensar en algo más absurdo que en alguien
planeando fracasar? ¿Quién podría avanzar cuando solo se
obtiene el fracaso? Esto es simplemente inconcebible. Sin
embargo esto es lo que hacemos cuando fracasamos al
29
planificar. Como dice el dicho popular: “Cuando fracasas al
planificar, planificas el fracaso”.
¿Qué significa ‘fracasar al planificar’? Denota falta de
previsión, o más bien, para ser sinceros, es pura negligencia.
Ahora bien, la negligencia es algo inexcusable para cualquier
modo de vida, mucho más si está presente en la vida de un
pastor. Algo de reflexión traerá a nuestras mentes ocasiones
en las que nos ha ido muy mal por no haber planificado, por
no haber hecho nuestros programas y deberes con antelación.
Los hombres en asuntos de guerra o en las fuerzas armadas
no padecen de este mal. Antes de lanzarse a cualquier
proyecto, hacen reflexiones meticulosas y planificaciones
encaminadas a objetivos. Después de haberse trazado un
plan, se ponen a trabajar para acometerlo. No en vano
nuestro Señor dijera: “porque los hijos de este siglo son más
sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de luz”
(Lucas 16:8b).
¿Estamos introduciendo carnalidad en el servicio
cristiano al tratar de planificar con antelación? ¿Quiere decir
esto que estamos dependiendo menos de la dirección del
Espíritu Santo? ¿Quiere esto decir que estamos dependiendo
más de nuestro sentido común y de nuestra sabiduría
humana? Por supuesto que no, estamos conscientes de que el
Espíritu Santo diseña nuestros procesos mentales, que están
en función de crear el plan. Sin embargo, el Espíritu Santo
no puede obrar en una voluntad indócil. Cuando pedimos Su
dirección, nos estamos rindiendo a Él. Planificar con
antelación tiene respaldo bíblico. José lo hizo al prepararse
para los siete años de hambruna. Moisés lo hizo al repartir
sus responsabilidades a ‘hombres capaces, temerosos de
Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia’. Bien
hizo en seguir los consejos de su suegro Jetro. Un estudio
profundo del pasaje Éxodo 18:13-27 revela métodos
modernos de administración. Nehemías mostró excelencia en
la planificación. La construcción del muro de Jerusalén era
una obra ‘grande y extensa’ y la oposición implacable; sin
30
embargo, se terminó el muro porque Nehemías era un líder
que creía en ‘la acción precedida por el pensamiento’, y no
en ‘el pensamiento precedido por la acción’. Podríamos citar
otros pasajes bíblicos, bástenos decir que ‘PLANIFICA
CON ANTELACION’ es un buen lema que debe aparecer en
la oficina de cualquier pastor.
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PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1ra piedra: Separación del pecado
32
2
la segunda piedra
Adoración a Dios
Este Dios es nuestro Dios
“Porque este Dios es Dios nuestro eternamente y para
siempre; Él nos guiará aun más allá de la muerte” (Salmo
48:14). Esta declaración confiada y consoladora del salmista
debe renovar las esperanzas en nuestros corazones al
enfrentar el mañana incierto. Él, quien conoce todos los
secretos de lo desconocido, permanece a nuestro lado como
nuestro guía perpetuo, sí, aún hasta la muerte. Él no es
solamente nuestro guía mientras vivamos, sino más allá del
tiempo. Él es el Eterno– nuestro Dios por siempre y para
siempre. ¡Que cada día recordemos que Él no es como
nosotros! La culpa que Dios imputó al malvado fue:
“Pensabas que de cierto sería yo como tú” (Salmo 50:21b).
Esta acusación es cierta aun para con nosotros, que le
pertenecemos. ¡Cuán propensos estamos a pensar que Él es
como nosotros: falsos, necios, frágiles!
Por eso Dios nos dice: “Conozcan, hijos míos, que
vuestro Dios no es Dios falso”. Dios es verás. Es “un Dios de
verdad, y sin ninguna iniquidad en él; es justo y recto”,
“porque grande es hasta los cielos tu misericordia, y hasta las
33
nubes tu verdad”, Él es “grande en verdad” (Deuteronomio
32:4; Salmo 50:10; Salmo 86:15). En Él no hay errores, no
hay engaño, Él es la verdad. Toda verdad proviene de Él. La
verdad de Dios se ve en Sus fieles promesas. “Ninguna
palabra de todas sus promesas que expresó por Moisés su
siervo, ha faltado” (1 Reyes 8:56). Dios queda
comprometido con nosotros por medio de Sus promesas.
Todo el ser de Dios, Su vida y Su justicia están en juego
cuando nos da una promesa. Es por eso que Crisóstomo dice
abiertamente: “No debemos creer tanto en nuestros sentidos
como en las promesas”. Los pilares de Su Palabra son Su
verdad y Su poder. Él tiene el poder y con él cumple Sus
promesas. Abraham estaba “plenamente convencido de que
era también poderoso para hacer todo lo que había
prometido” (Romanos 4:21). “Dios no es hombre para que
mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. Él dijo, ¿y
no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?” (Números 23:19).
Dios nos dice también a nosotros: “Hijos míos,
conozcan que vuestro Dios no es necio”. Dios es
Omnisapiente, Omnisciente, es el Señor de todo saber (1
Samuel 2:3). Él conoce el final desde el principio y el
principio desde el final; Su conocimiento no es falaz; no
comete errores; Su conocimiento lo abarca todo. Su memoria
no le falla; Su conocimiento no envejece. Aquello que
sucedió en la antigüedad es como si hubiese sucedido ahora.
Lo que va a suceder después es como si estuviese
sucediendo. David dice: “todos mis caminos te son
conocidos. Pues aún no está la palabra en mi lengua, y he
aquí, oh Jehová, tú la sabes toda” Salmo (139:3-4). El
conocimiento de Dios evita que haya más pecado, y a la vez
es una fuente de gran aliento para nosotros, porque Dios no
comete errores. Ningún problema de los que enfrentamos le
causa pánico. Dios no se perturba con las cosas que suceden
en la tierra. Su reinado es supremo y posee la sabiduría
necesaria para cuidar de Su pueblo y Su obra.
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Dios además nos dice: “Conozcan, hijos míos, que
vuestro Dios no es Dios frágil”. Nada es demasiado difícil
para Él. Él es el Dios de lo imposible. Es el que sostiene el
universo con la palabra de Su poder. Esto nos debería traer
esperanza y aliento, pues los enemigos del evangelio no nos
pueden detener. Tan solo una mirada suya es suficiente para
destruir a Sus enemigos. “Aconteció a la vigilia de la
mañana, que Jehová miró el campamento de los egipcios
desde la columna de fuego y nube, y trastornó el
campamento de los egipcios”, (Éxodo 14:24). En el Salmo
78:19, el salmista describe la principal pregunta en las
mentes del pueblo: “¿Podrá Dios preparar mesa en el
desierto?” El pueblo no tenía duda de que Dios le podía
preparar una tumba en el desierto, pero ¿podría prepararles
una mesa? ¿Podría proveerles de carne? En Números 11
vemos cómo el Señor envió un viento que venía del mar
trayéndoles codornices. Así es nuestro Dios, siempre
dispuesto a emplear todos Sus recursos a nuestro favor. Lo
ha hecho así para con Su pueblo desde tiempos
inmemorables. Así lo hizo con Frederick Nolan, de Grecia.
Cuando huía de los que le perseguían, Nolan vio una cueva y
se ocultó en ella. Dios empezó a obrar de forma rápida y
cubrió la entrada de la cueva con una tela de araña. Cuando
los perseguidores pasaron por allí, vieron la entrada de la
cueva con una tela de araña intacta, y pensaron que Nolan
había seguido de largo. Nolan salió de la cueva y se dice que
hizo esta afirmación inolvidable: “Donde está Dios, una tela
de araña es como una muralla; donde Dios no está, una
muralla es como una tela de araña”.
Solamente Dios
La tarea por delante es inmensa. La obra es urgente. Los
obreros son pocos. Hay mucho que hacer por medio de solo
unos pocos en un corto período de tiempo. La arena del
tiempo se va terminando. A nosotros se nos ha dado la
35
responsabilidad de evangelizar a nuestra generación. No,
más que eso. Tenemos que ver que los convertidos se
afirmen en la fe. Si esto ha de hacerse, entonces necesitamos
más dinero, más hombres, más energía, más oraciones y más
fe. Cierto, estas son verdades que no podemos pasar por alto.
Sin embargo, la verdadera necesidad es que el Espíritu Santo
está necesitando más de nosotros, necesita todo nuestro ser.
Porque cuando Él nos tiene, tiene todo lo que va con
nosotros. Sin embargo, las oraciones sin fe no traerán
consigo ningún resultado. Las oraciones no harán nada si no
se cree. Dios nos coloca en situaciones difíciles o nos
encomienda tareas desafiantes para que así podamos
aprender a echar todo el peso sobre Él a la hora de ejercer
cualquier esfuerzo. ¡Cuán cierto es que cuando queremos que
suceda un milagro, tenemos que empezar con lo imposible!
Tenemos que depender de Dios y confiar en la verdad
plena de Su Palabra. Tenemos que descubrir la veracidad de
Sus promesas sumamente grandes y maravillosas. Él hará
que le conozcamos como Aquel que es poderoso para hacer
todas las cosas mucho más abundantemente de lo que
pedimos o entendemos. ¿Se le podrá poner algún límite al
vuelo de nuestra imaginación? ¿Se podrá poner alguna
frontera que el pensamiento no pueda cruzar? ‘Hasta aquí y
ya’ es una orden que no se le puede imponer a los
pensamientos. Aún así la Palabra dice que Dios es poderoso
para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo
que pedimos o entendemos (Efesios 3:20).
Sin embargo hay un hecho importante que no podemos
pasar por alto. Este es que el poder de Dios está
condicionado según el poder del Espíritu que obra en
nosotros. Su poder para obrar maravillas se encuentra
limitado a menos que al Espíritu Santo se le conceda la
libertad para que obre en nuestras vidas como Él quiere.
Existe una conexión íntima entre la calidad de la obra
ejecutada y la calidad de los hombres que la ejecutaron. Sin
el poder del Espíritu, lo hecho será solo un deslumbramiento
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momentáneo que obtendrá las aclamaciones de hombres
falibles, pero a los ojos de Dios, donde todas las cosas
quedan descubiertas, no tendrá valor alguno.
Solo Dios puede obrar milagros, “El único que hace
maravillas” (Salmo 72:18, Salmo 86:10). No hay lugar para
Dios y el ego juntos. Nada del ego debe interponerse en
nuestro trabajo, de lo contrario el Espíritu Santo no
desplegará su poder. Él está dispuesto a obrar milagros para
nosotros y los puede hacer, pero esto significa que le
abramos paso a Dios para que solo Él tome la arena. No
estoy diciendo que nos sentemos y nos crucemos de brazos,
sino que el motor impulsor de nuestras labores debe ser el
Espíritu Santo mismo. Debemos ser como Sus vestiduras, las
cuales Él usa de la forma que quiere. Tal dependencia solo
nos llevará a un milagro tras otro.
Por lo tanto, entreguémonos al Espíritu Santo con las
mismas palabras que lo hizo el Dr. Walter L. Wilson: “Mi
Señor, te he tratado mal durante toda mi vida cristiana. Te he
tratado como un criado; cuando te necesitaba, te llamaba;
cuando me disponía a hacer algún trabajo, disponía de Ti
para que vinieras a ayudarme en lo que hacía. Te he estado
usando como un criado a mi disposición que me ayude en las
tareas que me he asignado y escogido. No lo haré más. En
este momento te entrego mi cuerpo, de los pies a la cabeza,
te doy mis manos, mis extremidades, mis ojos y labios, mi
cerebro; todas mis virtudes y defectos. Me entrego a Ti para
vivir la vida que te agrada. Puedes enviar este cuerpo a
África o tenderlo en una cama con cáncer; puedes mandarlo
donde los esquimales o a un hospital con neumonía. A partir
de ahora es tuyo, sírvete de Él como quieras. Gracias mi
Señor, sí creo que lo has aceptado porque en Romanos 12:1
Tú dices “agradable a Dios”. Una vez más, gracias por
aceptarme. Ahora pertenecemos el uno al otro”.
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Menospreciando el Nombre
El cargo contra los sacerdotes en los días de Malaquías era
que habían menospreciado el nombre de Dios. “El hijo honra
al padre, y el siervo a su señor. Si, pues, soy yo padre,
¿dónde está mi honra? y si soy señor, ¿dónde está mi temor?
dice Jehová de los ejércitos a vosotros, oh sacerdotes, que
menospreciáis mi nombre. Y decís: ¿En qué hemos
menospreciado tu nombre?” (Malaquías 1:6). Tal cargo
también se nos puede imputar. Tampoco sería mentira.
Hemos traicionado el llamado que se nos ha hecho como
reyes y sacerdotes de Dios (lea Apocalipsis 1:6). Como reyes
nos toca administrar las riquezas que se nos han entregado a
nuestro cuidado. No debemos ocultarlo, debemos presentar a
otros las cosas profundas de Dios. Como sacerdotes debemos
hablar con Dios en nombre del pueblo en medio del cual
vivimos y nos movemos. Si reflexionamos por un momento,
nos daremos cuenta que no hemos llevado a cabo nuestras
responsabilidades de forma satisfactoria; para ser más
específicos, hemos menospreciado el nombre de Dios por lo
menos en cinco aspectos diferentes.
Primera, hemos fracasado en dar conocer Su precioso
nombre. Nuestros esfuerzos han sido escasos en
comparación con la gran necesidad que nos rodea. También
nuestros esfuerzos han fallado. Aunque hemos querido ser
sistemáticos al penetrar, no podemos evitar el sentir que no
hemos sido sistemáticos ni que hemos estado penetrando. La
simple realidad es que si se hubiese padecido un poco más,
se hubiese logrado un mejor trabajo para Jesús.
Segunda, hemos fracasado en propagar el poder de Su
nombre. Hemos sido tan malos representantes de Cristo que
a las personas se le ha dificultado el venir a Él. No hemos
radiado el poder del Cristo resucitado que mora en nosotros.
Nuestro testimonio ha sido ineficaz, y por lo tanto hemos
despreciado Su nombre.
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Tercera, hemos fracasado en proteger la pureza de Su
nombre. Su gran nombre ha sido mancillado por nuestras
vidas impuras y egoístas. Hemos dado ocasión a los
enemigos del Señor para que blasfemen Su santo nombre. La
acusación de Natán contra David es igualmente aplicable a
nosotros (2 Samuel 12:14). “Apártese de iniquidad todo
aquel que invocare el nombre del Señor” (2 Timoteo 2:19).
¿Nuestra forma de vivir trae honra al nombre del Maestro?
Cuarta, hemos fracasado en preservar la honra de Su
nombre. ¿Sabemos acaso qué es sufrir la deshonra por causa
de Su nombre? Lea Hechos 4:41. Es cierto que algunos de
nosotros hemos tenido que sufrir las aflicciones del
evangelio, pero en general pertenecemos a ese grupo que
escogería lo fácil. ¿Cuán preparados estamos para recibir el
oprobio por causa del nombre de Cristo? ¿Pensamos que es
un privilegio sufrir por Su causa? (1 Pedro 4:14a; Filipenses
1:19). ¿Realmente estamos dispuestos a ser como la escoria
del mundo, el desecho de todos? (1 Corintios 4:13).
Quinta, hemos fracasado en apropiarnos del poder de la
oración que tenemos disponibles en Su nombre. Puede que
editemos un par boletines de oración, que escribamos
artículos acerca de la oración, que prediquemos de los
beneficios de la oración, y hasta que organicemos
convenciones nacionales de oración; pero ninguno de estos
sustituye a nuestras rodillas dobladas en oración a Dios.
Quedamos consternados cuando descubrimos que yace
escondida en nosotros una aversión hacia la oración.
¡Encontramos que en cierto modo extraño no tenemos ganas
de orar! Sabemos que debemos orar, pero no lo hacemos.
¡Oh! ¡Cuán grande obstáculos encontramos cuando
queremos acercarnos al trono de Su gracia! Santiago 4:7-8
nos habla de (1) resistir al diablo y huirá de nosotros y (2) de
que nos acerquemos a Dios y Él se acercará a nosotros. Al
principio hay una batalla a ganar antes de tener acceso a la
presencia de Dios. Él nos ayudará a ganar esa batalla si
estamos dispuestos a pagar el precio de echar a un lado la
39
pereza y la indolencia. ¿Estamos listos? ¿Cuán deseosos
estamos de dejar de menospreciar el nombre de Aquel a
quien pertenecemos y a quien servimos?
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Fue colgado en debilidad sobre la cruz. Era plenamente Dios,
era plenamente hombre. Dios, sin dejar de ser Dios, se hizo
hombre. Nuestras mentes finitas no pueden asimilar tal
misterio. ¿Quién puede llegar a sus profundidades?
Crisóstomo dice: “No pienso en Cristo solamente como
Dios, o solamente como hombre, sino como ambas a la vez.
Porque sé que tuvo hambre y sé que con cinco panes
alimentó a cinco mil. Sé que tuvo sed y sé que convirtió el
agua en vino. Sé que fue llevado en un bote y sé que caminó
sobre las aguas. Sé que murió y sé que resucitó muertos. Sé
que fue llevado ante Pilato y sé que está sentado con el Padre
en Su trono. Sé que fue adorado por los ángeles y sé que fue
lapidado por los judíos. Y ciertamente algunas de estas cosas
se las atribuyo a la naturaleza humana y otras a la divina. Y
por esta razón se le dice que fue los dos, Dios y hombre”.
¿Cómo se hizo en carne? “Estando desposada María su
madre con José, antes que se juntasen, se halló que había
concebido del Espíritu Santo” (Mateo 1:18). “Lo que en ella
es engendrado, del Espíritu Santo es” (Mateo 1:20). El
mismo que hizo que Isaac naciese del vientre estéril de Sara
e hizo que Juan el Bautista naciese del vientre estéril de
Elizabet, hizo que Jesús naciese del vientre virgen de María
(Génesis 18:11; Lucas 1:7). “¿Hay para Dios alguna cosa
difícil?” (Génesis 18:14).
¿Qué le costó hacerse carne? Ustedes saben que
nuestro Señor Jesucristo era rico, pero tanto los amó a
ustedes que vino al mundo y se hizo pobre, para que con su
pobreza ustedes llegaran a ser ricos. ¡Cuán rico era! ¡Cuán
pobre se hizo! Aquel que está en el seno del Padre (Juan
1:18), el mejor lugar del cielo, quiso bajar a la Tierra y pasar
las miserias de la vida. A los que le iban a seguir a
dondequiera que Él fuese, les decía: “Las zorras tienen
guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del hombre
no tiene dónde recostar su cabeza” (Mateo 8:20). Dejando a
un lado Su gloria, se sometió a sufrir la cruel muerte de cruz
41
y soportó la ira de Dios al hacerse pecado por nosotros
(Filipenses 2:5-8).
¿Por qué se hizo carne? Se hizo carne para cumplir un
doble propósito. En primer lugar, para mostrar al Padre. El
Hijo muestra al Padre (Mateo 11:27). El ojo humano jamás
ha visto a Dios: “el unigénito Hijo, que está en el seno del
Padre, él le ha dado a conocer” (Juan 1:18). El grito de la
desolada humanidad siempre ha sido: “Muéstranos al Padre.”
La respuesta de Jesús es: “El que me ha visto a mí, ha visto
al Padre” (Juan 14:8-9). “Dios, habiendo hablado muchas
veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por
los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el
Hijo” (Hebreos 1:1-2). Antes de que Jesús viniese, Dios se
mostró por partes. No todo le era revelado a cada profeta;
uno recibía una parte de la revelación y otro profeta recibía
otra parte. Así, por ejemplo, Isaías resalta la santidad de
Dios; Oseas enfatiza el amor de Dios, y Amós, la justicia de
Dios. Cada uno conocía en parte, pero cuando lo perfecto
vino como Mesías, aquello que era en parte dejó de ser. La
multitud total de los profetas mostró que solo profetizaban en
parte. En Cristo, la revelación de Dios está completa.
En segundo lugar, Cristo se hizo carne para redimirnos
del pecado, del ego y de Satanás. Reflexiona en este pasaje:
“Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados”, (1
Juan 3:5a). “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado
del mundo”, (Juan 1:29); “y por todos murió, para que los
que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y
resucitó por ellos”, (2 Corintios 5:15). “Para esto apareció el
Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo”, (1 Juan
3:8b), “quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos
de toda iniquidad”, (Tito 2:14). Notemos la total inclusión de
Su inmensa obra de redención. Al ser hombre, Jesucristo
puede compenetrarse con nuestras necesidades. Él siente
nuestras dolencias. Siendo Dios, puede emplear Su poder
divino a favor nuestro para someter nuestras dolencias.
¡Gloria sea al Niño de Belén!
42
El anuncio de los ángeles
En Lucas 1, Gabriel hace dos anuncios, uno acerca de Juan y
otro acerca de Jesús. El primero fue dado a Zacarías; el
segundo, a María. Aquí analizamos el primero como aparece
en el versículo 19: “Yo soy Gabriel, que estoy delante de
Dios; y he sido enviado a hablarte, y darte estas buenas
nuevas”.
En este pasaje se encuentran implícitas tres importantes
verdades. Primera, la humildad del siervo. Gabriel no era un
ángel común, atendía al mismo Dios soberano. Si para
nosotros, mortales, atender a un gobernante terrenal es un
honor, cuanto más honorable habrá sido para el inmortal
Gabriel el atenderlo a Él, ‘inmortal, invisible, único y sabio
Dios que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los
hombres ha visto ni puede ver’. Gabriel era el intérprete e
iluminador de Dios (Daniel 8:6; 9:22). Sin embargo, este
gran Gabriel, al anunciar su nombre, reconoce que él es solo
un siervo de Dios; un esclavo que anda en puntillas para
cumplir las instrucciones de su Amo. En función de siervo,
Gabriel permanece de pie mientras el Amo se sienta. De
Gabriel y su compañía, el salmista escribió: “Bendecid a
Jehová, vosotros todos sus ejércitos, ministros suyos, que
hacéis su voluntad” (Salmo 103:21). Que nosotros, siervos
terrenales de Dios, queramos tener la humildad de Gabriel:
“Yo soy Gabriel, que estoy delante...”
Segunda, la conciencia de siervo “...delante de Dios, y
soy enviado...”. La vida de Gabriel existía en la presencia de
Dios, ‘Gran Padre de gloria, puro Padre de luz’. Gabriel se
cubría la vista, no podía soportar el fuego de la gloria de
Dios. Aunque no podía ver el rostro de Dios, sabía que Sus
ojos siempre estaban sobre él. No podía evadir que Dios lo
escudriñase. David conocía algo de la omnisciencia y la
omnipresencia de Dios cuando exclamó: “¿A dónde me iré
de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a
43
los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he
aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el
extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu
diestra” (Salmo 139:7-12). Tenemos que crear conciencia de
que los ojos del Señor están sobre nosotros; de hecho, esto
evita que se peque más y nos ayuda a caminar conforme a Él.
Gabriel no solo está conciente de que proviene de la
presencia de Dios, sino que también es un mensajero enviado
por Dios. Al decir que es “enviado”, está declarando que no
tiene autoridad sobre sí mismo. Aunque es un arcángel
bendecido, se encuentra subordinado. Él es solo una estación
repetidora dando un mensaje de parte de Dios, de quien
provienen todas las buenas nuevas. No viene a Zacarías de
forma prepotente, sino a darle lo que se le ha confiado. Es
consiervo de Zacarías, aunque es un ser angelical. De igual
modo, un ángel le dijo a Juan: “Mira, no lo hagas; porque yo
soy consiervo tuyo” (Apocalipsis 22:9). Hasta los santos
ángeles, envueltos en misterios, se retractan de la vanagloria.
El obispo Handley Moule comenta: “Mis hermanos, se corre,
sin dudas, algo de riesgo que alguien cometa el error de
adorarnos, pero miremos que no cometamos nosotros el error
de adorarnos a nosotros mismos”, consejo que no podemos
darnos el lujo de ignorar. Si perdemos conciencia de esta
verdad, podría ser desastroso para el propósito de nuestras
vidas. Un mensajero ‘enviado’ no tiene de qué gloriarse,
excepto, en Dios que lo envió.
Tercera, la grandeza del servicio. Gabriel le dijo a
Zacarías: “...enviado a hablarte, y darte estas buenas
nuevas.” La buena nueva era que la Elizabet estéril, esposa
de Zacarías, pronto daría a luz un hijo. En las palabras
pronunciadas por Gabriel se da a conocer lo que alcanzaría
este hijo (Lucas 1:17). Nosotros tenemos una tarea
semejante: enseñar a la gente a amar al Señor y a vivir vidas
consagradas, en resumen, preparar a un pueblo listo para el
Señor. Nosotros también tenemos buenas noticias para estos
tiempos difíciles en que vivimos. Para aquellos que andan en
44
tinieblas, le recomendamos al que dice: “Yo soy la luz del
mundo, el que me sigue no andará en tinieblas, sino que
tendrá la luz de vida”. A los que están solos, le brindamos
Aquel que dice: “El que viene a mí, yo no le echo fuera”.
Aquellos que buscan la paz, le ofrecemos a Jesús, quien
proclamó: “Mi paz os dejo, mi paz os doy; no como el
mundo la da yo os la doy. No se turbe vuestro corazón ni
tengan miedo”. A los que están oprimidos por los
sentimientos de culpa, abiertamente le decimos: “Por lo
tanto, no hay ninguna condenación para los que están en
Cristo...”. Para los que viven con miedo a la muerte, le
presentamos al que quitó el aguijón de la muerte. Y así
pudiéramos seguir mencionando otras, porque solamente
Cristo es el remedio para los males de este mundo.
Verdaderamente Él es el todo y la esencia de todas las
buenas nuevas de la cuales este mundo está
desesperadamente necesitado.
45
Los más cercanos a nosotros nos conocen muy bien. El
amo se queda sin máscara ante su siervo; el esposo ante su
esposa; el padre ante sus hijos, y el pastor ante su rebaño.
En el caso de Jesús, sin embargo, los más cercanos a Él
tenían la mejor opinión de Él. Él estuvo expuesto al
escrutinio de los doce todo el tiempo. Hasta el que lo
traicionó al final tuvo que confesar: “He derramado sangre
inocente”. El Nuevo Testamento no solo testifica de su
intachable vida externa, sino que declara de forma enfática
que tuvo una vida sin pecado. Ni Sus amigos, ni Sus
enemigos pudieron acusarle de falta alguna (2 Corintios
5:21; 1 Pedro 2:22; 1 Juan 3:5; Mateo 27:19; Lucas 23:4, 14,
22; Lucas 23:41; Mateo 27:54; Lucas 23:27). Busque
también en Juan 8:46 el desafío que lanzó a una multitud
hostil. Nadie podía apuntarle con el dedo, pues en Él no
había pecado.
Al meditar en Su pasión una vez más, podemos resaltar
el hecho que Jesús fue sin pecado. A veces los cristianos se
quedan sin contestar cuando sus amigos incrédulos le
exponen esta simple duda: “Entiendo que Jesús haya muerto
por la gente de Su tiempo, ¿pero cómo es posible que por
nosotros también?”. Para poder responder esa pregunta
tenemos que profundizar más en el sacrificio sin pecado de
Jesús.
La tumba vacía
En las primeras horas de ese primer Domingo de
Resurrección, los ángeles le dijeron a las mujeres que habían
venido al sepulcro: “¿Por qué buscáis entre los muertos al
que vive? No está aquí, ha resucitado” (Lucas 24:5-6). Jesús
no está aquí. La tumba está vacía. Esto es un hecho histórico.
En cierta ocasión le preguntaron a un africano musulmán que
había rendido su corazón a Jesucristo el por qué había
abrazado la fe cristiana. Él respondió: “Suponga Ud. que va
por un camino y de repente este se bifurca, y no sabe cuál
46
camino tomar. Entonces en la bifurcación ve a dos personas,
una muerta y otra viva, ¿a cuál le preguntaría por el
camino?”.
La tumba está vacía, ese es nuestro gozo y de eso
también nos gloriamos. Renán, el escéptico francés, nunca
estuvo más en lo cierto que cuando exclamó: “Ustedes, los
cristianos, viven de la fragancia de una tumba vacía”. Jesús
resucitó de los muertos porque el Dios de los cielos le
levantó de entre ellos. Había llevado a cabo Su obra, ‘para
dar Su vida en rescate por muchos’. Había consumado la
obra que Dios, el Padre, le había dado. “Consumado es”,
exclamó Jesús en la cruz. El Padre le añadió el “amén”
resucitando a Jesús de entre los muertos. La realidad gloriosa
es que Cristo sí se levantó de entre los muertos. Esta verdad
es el fundamento sobre el cual descansa la cristiandad. Tal
como dice Pablo, si Cristo no resucitó, vana es entonces
nuestra predicación, vana es también vuestra fe, y aún
estamos en nuestros pecados (1 Corintios 15:13-17).
Mirza Ghulam Ahmed, fundador de la secta
Ahmadiyya, dijo una vez: “Hay tan solo una forma de acabar
con la fe cristiana. Convenzan a los cristianos que Jesús no
está vivo, y habrán ganado la batalla”. El Cardenal
Talleyrand, que en sus tiempos era conocido como el brujo
de Europa, dijo a Lepaux, quien estaba al fin de su cordura
después de habérsele agotado todos los métodos habidos
para eliminar la cristiandad: “Lepaux, todavía existe otra
forma mediante la cual usted pueda arrancar de raíz la
cristiandad, y es si usted va y se crucifica y lo entierran. Pero
sobre todas las cosas, asegúrese de que resucite de entre los
muertos, asegúrese de que la tumba que una vez ocupó esté
vacía.”
La tumba vacía declara la resurrección triunfal de
Cristo. Pero habrá quien diga que la tumba está vacía porque
el cuerpo de Jesús fue robado, ya sea por Sus amigos o por
Sus enemigos. Examinemos estas dos objeciones un poco
más de cerca. En primer lugar, ¿podría ser que los amigos de
47
Jesús se hayan robado el cuerpo de la tumba? ¿Sería
concebible que un grupo de hombres acabados, desanimados,
que se habían estado ocultando tras las puertas cerradas por
temor a los judíos, se hayan llenado de valor para llevarse el
cuerpo? (Juan 20:19) ¿Cómo habrián podido escapar de ser
vistos por la guardia que estaba puesta para vigilar la tumba?
(Mateo 27:63-66) Además, si los discípulos de Jesús
hubiesen robado Su cuerpo, los líderes judíos hubiesen
buscado piedra bajo piedra para desenmascarar la verdad de
los discípulos. No había nada que impidiese que los
maquinadores sacerdotes recurrieran una vez más al soborno
para de esta forma obtener información que se atuviese a los
hechos. Sobre todas las cosas, suponga por un momento que
los discípulos se hayan robado el cuerpo de Jesús; según nos
dicen escritos posteriores, estos hombres padecieron grandes
aflicciones por causa de Jesús. ¿Podrían estos hombres ser
tan necios como para sufrir por causa de algo que ellos
sabían era una mentira? ¡Eso es absurdo! Ciertamente
existen pruebas suficientes para invalidar la teoría de que la
tumba estuviese vacía porque los amigos de Jesús hayan
robado Su cuerpo.
En segundo lugar, ¿podría ser que los enemigos de
Jesús hubiesen robado el cuerpo de la tumba? Ante todo,
¿por qué incitar rumores de una resurrección que ellos
querían evitar? (Mateo 27:63). La presencia de los guardias
hubiese sido un obstáculo tanto para los enemigos de Jesús
como para sus amigos. Pero sobre todas las cosas, no tendría
ningún sentido que los enemigos de Jesús no revelaran el
cuerpo cuando Pedro, Santiago y Juan predicaban a Jesús y
Su resurrección. Ciertamente no hubiese habido mejor
método para disolver la iglesia naciente. Como alguien
dijera: “El silencio de los judíos era tan significativo como lo
era el hablar de los cristianos”. Por lo tanto, es razonable
pensar que los enemigos de Jesús no robaron Su cuerpo de la
tumba.
48
Si ni los amigos, ni los enemigos de Jesús robaron el
cuerpo de la tumba, solo nos queda la alternativa de que está
vacía porque Jesús resucitó de los muertos. No en vano
Pablo pudo decir a toda una audiencia ante el rey Agripa:
“¿Se juzga entre vosotros cosa increíble que Dios resucite a
los muertos?” (Hechos 26:8).
Un Dios de perdón
“Pequé contra Jehová... Jehová ha remitido tu pecado” (2
Samuel 12:13). La confesión honesta concede el rápido
perdón. Nehemías reconoce a Dios como el que está presto a
perdonar, (un Dios de perdón), “clemente y piadoso, tardo
para la ira, y grande en misericordia...” (Nehemías 9:17).
Daniel se refiere a lo mismo cuando expresa: “De Jehová
nuestro Dios es el tener misericordia y el perdonar, aunque
contra él nos hemos rebelado” (Daniel 9:9).
El perdón está arraigado en la misma naturaleza de
Dios. Él no puede actuar contrario a Su naturaleza. Pero
tengan claro que Su perdón no es indiscriminado. Él sí hace
distinciones. En Éxodo 34:7 encontramos lo que el propio
Señor dice: “El Señor... de ningún modo tendrá por inocente
al malvado.” Esto resalta una verdad importante: “El perdón
de Dios es condicional”. Por parte del hombre se necesita
arrepentimiento si se le ha a perdonar. Como dice Leon
Morris: “Los pecadores arrepentidos son perdonados; los que
no se arrepienten y continúan en sus malos caminos no son
perdonados”. La fe que obtiene el perdón que Dios ofrece es
el sine qua non de toda experiencia cristiana.
Una segunda verdad es que el perdón de Dios es
completo. Ruth Paxon señala que esta plenitud de su perdón
se ve en la forma con la que Él trata nuestros pecados.
“Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de
nosotros nuestras rebeliones” (Salmo 103:12). “Echará en lo
profundo del mar todos nuestros pecados” (Miqueas 7:19c).
Nuestros pecados son lanzados lejos del alcance de Dios.
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“Porque echaste tras tus espaldas todos mis pecados” (Isaías
38:17b). “Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de
mí mismo...” (Isaías 43:25). Nuestros pecados son lanzados
fuera de la vista de Dios. “Y no me acordaré de tus pecados”
(Isaías 43:25). “Porque perdonaré la maldad de ellos, y no
me acordaré más de su pecado” (Jeremías 31:34c). “Nunca
más me acordaré de sus pecados y transgresiones” (Hebreos
10:17). Todos nuestros pecados son borrados de la memoria
de Dios.
Una tercera verdad al respecto es que el perdón de
Dios tuvo un precio. El perdón de nuestros pecados descansa
básicamente en el sacrificio de Cristo, aunque ya antes de dar
Su vida en la cruz, Él había pronunciado palabras de perdón.
Cristo perdonó al paralítico que bajaron por el techo (Marcos
2:10). Cristo perdonó a una mala mujer en la casa de Simón
el fariseo (Lucas 7:48). No obstante a estos casos, el perdón
de nuestros pecados está ligado a la cruz. Efesios 1:7 nos
enseña claramente que es a través del Hijo, del costo de Su
sangre derramada, que estamos redimidos, perdonados
gratuitamente por medio de esa gracia plena y generosa.
Cristo mismo, al entregarle la copa a los discípulos,
proclamó: “Esto es mi sangre del nuevo pacto, que por
muchos es derramada para remisión de los pecados” (Mateo
26:28). Para reconciliarnos con Dios el Padre, Cristo tuvo
que ser literalmente abandonado por Su Padre, el Padre de
quien dijo a Sus discípulos: “...me dejaréis solo; mas no
estoy solo, porque el Padre está conmigo” (Juan 16:32).
Como lo dijera tan concisamente el escritor de Hebreos: “por
el sacrificio de sí mismo (de Cristo) para quitar de en medio
el pecado” (Hebreos 9:26). Sí, costó la preciosa sangre del
Hijo de Dios para que tuviéramos el perdón de nuestros
pecados.
Una cuarta verdad es que el perdón de Dios cautiva.
¿De qué forma? Nos mueve a perdonar a las otras personas.
Un pecador perdonado debe perdonar a otros. “De la manera
que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros”
50
(Colosenses 3:13). Una vez más Pablo nos exhorta en
Efesios 4:32: “Antes sed benignos unos con otros,
misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios
también os perdonó a vosotros en Cristo”. Al igual que lo
hizo el José de antaño, debemos perdonar a otros. Debemos
perdonarlos generosamente, con todo el corazón. Contrario
al General Oglethorpe, quien se jactaba diciéndole a John
Wesley: ‘Yo nunca perdono’, a lo cual Wesley le respondió:
‘Entonces Señor, espero que usted nunca peque’.
51
de ser justo si nos abandonase como desecho en el basurero
de una humanidad deteriorada. Sin embargo, en Su
misericordia, hace un pacto con nosotros, quienes por
naturaleza nos deleitamos en darle la espalda. Sé testigo de
Su amable condescendencia cuando declara: “Porque yo me
volveré a vosotros, y os haré crecer, y os multiplicaré, y
afirmaré mi pacto con vosotros... y andaré entre vosotros, y
yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo” (Levítico
26:9,12).
La verdad de Dios sustenta la promesa. Números 23:19
dice: “Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de
hombre para que se arrepienta. Él dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y
no lo ejecutará?”. Dios ha puesto sobre sí ciertas
limitaciones, una de estas es que no puede hacer nada
contrario a Su carácter. Y como lo declara el Salmo 89:8, la
fidelidad constituye Su carácter. Él es grande en misericordia
y verdad (Éxodo 34:6, Salmo 86:15). Por lo tanto, Él siempre
hará que Su fidelidad nunca falle. Sin dudas dice: “No
olvidaré mi pacto, ni mudaré lo que ha salido de mis
labios”(Salmo 89:33-34). Otra cita de Crisóstomo dice: “No
debemos creer tanto en nuestros sentidos como en las
promesas”. Nuestros sentidos pueden fallar, pero las
promesas de Dios no fallan pues están fundidas en la verdad
de Aquel que no puede mentir, Tito 1:2.
El poder de Dios hace realidad la promesa. Un hombre
puede ser sincero, pero quizás no tenga el poder para cumplir
lo que ha prometido, o viceversa. Dios es completamente
sincero y todopoderoso. Él es el Dios que compromete Su
infinito poderío en llevar a cabo la palabra de Su boca. Lo
hizo con Abraham y Sara. Isaac salió del vientre estéril de
Sara. Vemos que más adelante Dios le pide a Abraham que
sacrifique a Su hijo Isaac como ofrenda en el monte Moriah,
y lo que más nos sorprende es que Abraham le obedece
inmediatamente. El escritor a los Hebreos nos da su
comentario acerca de este suceso en el capítulo 11:17-19. La
traducción de J.B. Philipps [en inglés] dice: “Fue por fe que
52
Abraham, cuando Dios quiso probarle, tomó a su hijo Isaac
para ofrecerlo como sacrificio. Sí, el hombre que había
escuchado las promesas de Dios, estaba preparado para
ofrecer su unigénito, de quien se había dicho: ‘En Isaac te
será dada simiente’. Abraham sabía que Dios tenía poder
para resucitar a Isaac y darle por medio de él una
descendencia como las estrellas que no se pueden contar”.
La segunda verdad es que las promesas de Dios están
avaladas por Dios hijo. Cristo es el Sí pronunciado sobre
cada una de las promesas de Dios. Jesús enseñó a Sus
discípulos: “Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre,
lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo
pidiereis en mi nombre, yo lo haré” (Juan 14:13-14). Su
nombre era la petición que prevalecía. Toda promesa se
pedía en Su nombre. Cada petición se elevaba en Su nombre.
Mediante el uso gratis de Su nombre todo el tiempo,
podemos obtener lo que deseemos, siempre y cuando
fomentemos los intereses de Su reino y demos a conocer Su
honor sobre esta tierra. Andrew Murray dice: “Cuando el
nombre de Cristo sea todo para mí, con éste obtendré todo
para mí... La palabra ‘en Mi nombre’ es su propia garantía...
cuando llevemos ese nombre ante los hombres, tenemos
poder para usarlo ante Dios... levantémonos y usemos el
nombre de Jesús para abrir los tesoros celestiales para este
mundo decadente”.
Tercera verdad, las promesas de Dios son aplicadas
por Dios Espíritu Santo. Es el Espíritu Santo quien nos
ilumina respecto a la belleza de Sus promesas. Es Él quien
nos hace ver lo efímero de las cosas temporales y siembra en
nuestro interior el anhelo por aquello que solo los ojos de la
fe pueden percibir. Como Moisés, quien hecho ya grande,
rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón; quien escogió
antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los
deleites temporales del pecado; quien tuvo por mayores
riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los
53
egipcios. Todo esto hizo Moisés por fe. ¿De dónde vino esta
fe? ¿No fue por medio de la obra del Espíritu Santo?
Cuarta verdad, tenemos que apropiarnos de las
promesas de Dios y vivirlas. Mire a Noé construyendo su
arca en días completamente despejados en vistas a un diluvio
que estaba todavía por venir. Imagine, por así decirlo, a Noé
respondiendo a todos los que le preguntaban, que construía
el arca a petición de Dios, y que por medio de ese arca Dios
iba... a salvar a su familia y a establecer el pacto que le había
prometido (Génesis 6:18). Pensemos en Abram diciendo su
nombre, padre de muchos, cuando todavía no tenía hijos. O
pensemos en Pedro cuando valientemente caminó sobre las
aguas al Jesús decirle: “Ven”. Todo esto requería tomar por
fe y vivir por fe lo que el Señor había hablado. Nosotros
también podemos seguir sus pasos con confianza, siempre
recordando que toda la deidad está comprometida a cumplir
cabalmente Sus promesas.
54
¿Y por qué da? Su naturaleza misma es dar. De hecho,
Él es un Dios dador. De tal manera amó Dios al mundo, que
dio a Su hijo unigénito. Cristo amó a la iglesia y se dio a sí
mismo por ella. Se dio a sí mismo por nuestros pecados
(Gálatas 1:4); quien se dio a sí mismo por nosotros (Tito
2:14); el cual se dio a sí mismo en rescate por todos (1
Timoteo 2:6). Y Pablo va de lo general a lo particular cuando
habla de sí mismo diciendo: ‘el Hijo de Dios, el cual me amó
y se entregó a sí mismo por mí’ (Gálatas 2:20). El buen
pastor su vida da por las ovejas. Él da porque ama, y Su
amor le costó la vida en la cruz del calvario.
¿Y qué da? Da sabiduría (Santiago 1:5, Proverbios
2:6). Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a
Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le
será dada. Da inteligencia y entendimiento para comprender
todas las letras y ciencias (Daniel 1:17). Dios dotó de
maestría y entendimiento en toda la literatura y ciencia a
Daniel, Sadrac, Mesac y Abed-nego. Más adelante Dios le
dio a Daniel la habilidad de interpretar sueños y visiones.
También nos da el alimento a su tiempo. Las aves de los
cielos, bestias salvajes y toda la creación de Dios goza de Su
cuidado providencial. Él abre Su mano y nos satisface de
toda buena dádiva. Job recibió el doble de lo que tenía
(Salmo 104:27-28; Job 42:10). Además da vida y favor
(compasión). Job pudo decir: “Me vestiste de piel y carne, y
me tejiste con huesos y nervios. Vida y misericordia me
concediste, y tu cuidado guardó mi espíritu” (Job 10:11-12).
Dios también da fuerzas y plenitud de poder a Su pueblo.
Solo Su fuerza lo sostiene.
Donde está Dios, las debilidades se convierten en
fuerzas; donde no está Dios, las fuerzas se convierten en
debilidades. Él provee liberación de los enemigos. “Y me
dijo Jehová: He aquí yo he comenzado a entregar delante de
ti a Sehón y a su tierra; comienza a tomar posesión de ella
para que la heredes” (Deuteronomio 2:31). El Señor escuchó
la oración de Joacaz y libró a Israel de la mano de los sirios
55
(2 Reyes 13:5). Así mismo, da poder sobre los demonios y
las enfermedades. A los doce les concedió poder sobre
espíritus inmundos (Lucas 9:1; Mateo 10:1). Da a beber
lágrimas en gran medida. Nos alimenta con pan de lágrimas
(Salmos 80:5). Las pruebas de la vida vienen acompañadas
de lágrimas. Pero a la vez, éstas lágrimas producen en
nosotros la virtud de la constancia, la cual, a la vez, produce
madurez de carácter. Aquel, que da muchas lágrimas,
también da canciones en la noche. El Dios Creador sabe bien
cómo fortalecer nuestros espíritus en medio de las
adversidades. Nos hace dueños de nuestras circunstancias, y
damos fe de esto cuando de nuestro interior brotan canciones
de acción de gracias en medio de situaciones que
desconciertan al mundo incrédulo. Él da reposo (Job 34:29).
Él sopla un espíritu de tranquilidad en nuestro interior, una
confianza extraña de que al final todo saldrá bien. Una
confianza de que Dios hasta puede usar los errores de
aquellos que están por encima de nosotros en autoridad para
impregnar Su carácter en las tablas de nuestros corazones.
Una calma, una tranquilidad que ningún mal puede
interrumpir. Él da gracia (Santiago 4:6; Proverbios 3:34).
Añade gracia sobre gracia a los humildes y sencillos.
También da gloria. El Señor dará gracia y gloria (Salmo
84:11). “Para que me fuesen por pueblo y por fama, por
alabanza y por honra” (Jeremías 13:11).
Un pueblo que le pertenece, que es santo, que use el
nombre de Cristo, un pueblo para el cual el nombre de Cristo
signifique todo, ese pueblo pronto descubrirá que Dios se
agrada en darles Su esplendor, Su gloria. Así lo hizo con
Moisés, a quien le resplandecía el rostro después de
descender del monte Sinaí (Éxodo 34:28-29). También con
Esteban, cuya faz brillaba como la de un ángel (Hechos
6:15). Aun más, Él les da el Espíritu Santo a quienes le
obedecen. “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas
dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial
dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Lucas 11:13).
56
El Espíritu Santo, el Consolador, coigual con Cristo, nuestro
Consejero, nuestro ayudador, nuestro intercesor, nuestro
abogado, el que nos fortalece, nuestra ayuda inmediata que
permanece con nosotros, no solo por un tiempo sino por la
eternidad. “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que
lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también
con él todas las cosas?” (Romanos 8:32).
A. ¿Qué es adorar?
57
B. ¿Por qué adoramos?
C. Mi patrón de adoración.
58
hermoso, puro, alegre, piadoso, poderoso, pacífico, veraz,
maravilloso, grande, bueno, receptivo.
Jesús, hijo de Dios, nacido de virgen, niño de Belén,
Dios encarnado, el Cordero de Dios, Cordero de Dios que
quita el pecado del mundo, el Cordero que está sentado en
Su trono, sacrificado desde la fundación del mundo, el
Cordero sin mancha y sin falta, el Rey de los ángeles, el Rey
de las naciones, el Rey de la Iglesia, el Rey de la creación, el
Capitán de nuestra salvación, el autor y consumador de la fe,
el autor de la salvación eterna para todos aquellos que le
obedecen, el príncipe y autor de la vida, el Príncipe de gloria,
el Príncipe de todos los reyes de la Tierra, Rey de reyes y
Señor de señores, nuestro bálsamo en las aflicciones, nuestro
puntal en la lucha, el camino, la verdad y la vida, nuestra
justicia, nuestro fundamento seguro, nuestro eterno
intercesor, guardián, guía y amigo, amigo de pecadores, el
amigo que es más unido que un hermano, profeta, sacerdote
y Rey, sumo sacerdote fiel y misericordioso, el Apóstol y
sumo sacerdote de nuestra confesión, el Rey que viene, el
Rey sin igual, Rey de amor, Rey de paz, Rey de gloria, Señor
de amor, Señor de paz, Señor de gloria, Señor de la verdad,
Señor de las edades y los tiempos, Creador de los astros,
redentor de la Tierra, maravilloso Consolador, Dios
poderoso, Padre eterno, príncipe de paz, el Señor resucitado,
mi Dios y mi Señor, que siempre vivirá, el encarnado,
crucificado, que ascendido, exaltado, intercesor, Salvador
que regresará, Jesús, nombre sobre todo nombre, hermoso
Salvador, Señor glorioso, Emanuel, Dios con nosotros,
bendito Redentor, Palabra viva, el alfa y la Omega, el
principio y el fin, el primero y el último, el que posee las
llaves del Hades y de la Muerte, completamente hermoso, el
principal entre diez mil, la piedra angular, el elegido,
precioso, Cabeza de la Iglesia, el que es sobre todo
principado y potestad, el mediador del nuevo pacto, abogado,
Palabra eterna, el buen Pastor, el gran Pastor, el Pastor
principal, el pan de vida, la Luz del mundo, la puerta, la
59
resurrección y la vida, el camino, la verdad, la vid verdadera,
la Rosa de Sarón, el lirio de los valles, la estrella gloriosa de
la mañana.
60
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
2da piedra: Adoración a Dios
61
62
3
la tercera piedra
Oración al Padre
Un llamado a la oración
Si Rubén pudo interceder ante los hermanos de José y
librarlo de sus intenciones malvadas de matarlo (Gen. 37:21-
22);
Si Judá pudo interceder ante los hermanos de José y
lograr transferirlo del pozo a las manos de los ismaelitas
(Gen. 37:26-27);
Si el Jefe de los coperos pudo interceder ante Faraón a
favor de José como alguien que podía interpretar sueños
(Gen. 41:9-13);
Si Jonatán pudo interceder por David ante su padre
Saúl, quien quería matar a David (1 S 19:1-7);
Si Abigail pudo interceder ante David a favor de su
necio esposo Nabal, quien no quiso ayudar a David cuando
se lo pidió (1 S. 25:23-35);
Si Joab pudo interceder ante David por medio de la
historia de la mujer de Tecoa para asegurar el regreso de
Absalón a Jerusalén (2 S. 14:1-24);
63
Si Betsabé pudo interceder ante David para que
escogiese a Salomón, su hijo, como su sucesor (1 R. 1:15-
31);
Si Ebed-melec, el etíope, pudo interceder ante el rey
Sedequías para sacar a Jeremías de la cisterna (Jeremías
38:7-13);
Si el rey sirio pudo interceder ante el rey de Israel,
Joram, a favor de Naamán el leproso (2 R. 5:6-8);
Si, en resumen, un hombre puede interceder ante el
hombre por otro hombre; entonces, ¿cuánto más podemos
nosotros acercarnos a Dios con denuedo santo a favor de
nuestros semejantes? ¿Por qué podemos hacerlo? Primero,
porque no oramos solos, sino junto a Cristo. Segundo,
porque nuestro Dios altísimo, el Rey del Cielo, se deleita en
responder las oraciones de los justos. Recordemos la oración
en grupo; Jesús prometió: “Otra vez os digo, que si dos de
vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de
cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre
que está en los cielos. Porque donde están dos o tres
congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”
(Mateo 18:19-20).
Por lo tanto, vayamos a Dios creyendo, vayamos a
Dios esperando. Confiemos en que Él traerá conversión
cualquiera que sea el lugar. Confiemos en Dios para la
purificación de Su iglesia. Confiemos en Dios para que
derrame Su Espíritu sobre toda carne así como nos manda:
“Convertíos a mí con todo vuestro corazón, con ayuno y
lloro y lamento. Rasgad vuestro corazón, y no vuestros
vestidos, y convertíos a Jehová vuestro Dios; porque
misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande en
misericordia” (Joel 2:12-13).
La oración de Jabes
En medio de un montón de nombres en 1 Cr. 4:9-10 aparece
el de Jabes. Mientras que solo se hace mención de los otros,
64
le pareció bien al Espíritu Santo dedicar dos versículos
completos a Jabes. Se dice de él que era más distinguido,
más honorable que todos sus hermanos. Otro personaje
bíblico que así se le caracteriza es Siquem, hijo de Hamor
(Génesis 34). Aunque envuelto en una aventura un tanto
desagradable, Siquem resulta ser un hombre de palabra.
Ciertamente eso es señal de haber sido un caballero.
Igualmente, Jabes pertenecía a ese grupo.
La madre de Jabes lo nombró “entristecido”, o para ser
más precisos, “que causa dolor”. Sin embargo, su nombre no
refleja su fe en Dios. Su fe pueril le concedió la respuesta
piadosa de Dios a su oración. Aquí se refleja el principio de
que Dios bendice nuestra fe sencilla y confiada. Tenemos
que echar a un lado todas las interrogantes que tengamos, e ir
ante Él en una actitud de confianza, la cual ejercitamos tantas
veces durante el curso de un día. Pocas veces dudamos de las
palabras falibles de nuestros semejantes. ¿Cuánto más
debemos confiar en las palabras de Aquel que dijo:
“Conforme a vuestra fe os sea hecho”? (Mateo 9:29).
Ahora bien, analicemos la oración de Jabes. Hablando
en términos generales, la oración de Jabes tuvo dos partes.
Primeramente, él le pide a Dios que lo bendijera en verdad y
que ensanchara su territorio. Después le pide que Su mano
estuviese con él, y que lo librase de mal, para que no lo
dañase. Su primera petición simplemente expresa esto:
“Señor, extiende mis fronteras”. Esta es una oración que
debe salir una que otra vez de los labios del cristiano. No
estamos abogando por engrandecimiento territorial, pero
ciertamente le rogaríamos a Dios que nos ayude a extender
las fronteras de nuestra influencia cristiana. Creemos que el
pecado es afrenta de cualquier nación. Creemos que la
justicia que imparte Cristo a los que confían en Él los
exaltará a ellos y a su nación. La influencia salvadora de
Jesucristo no solo actúa en los individuos, sino también en la
sociedad. La obediencia por parte de los discípulos de Cristo
de la Gran Comisión: “Id al mundo y predicad el evangelio a
65
toda criatura”, esparcirá la fragancia de Cristo en una
atmósfera contaminada de pecado y de depravación.
Esta es nuestra firme afirmación, y no nos arrepentimos
del ministerio en el que estamos. Por ese fin gastaremos
nuestras energías. Por ese fin dirigiremos nuestro trabajo.
Por ese fin levantaremos nuestras oraciones. Siendo el Señor
nuestro ayudador, no faltará Su favor sobrenatural. Nuestra
mirada está en Él a medida que aceptamos el reto que
Rabindranath Tagore lanzó a los cristianos décadas atrás:
“¿Quieren saber cómo ganar al pueblo de la India para
Cristo? La respuesta es sencilla. Moldeen sus vidas por la de
Cristo, su líder, y que todos vean Su vida y Su poder en
ustedes. Entonces, la gente de la India irán donde ustedes
como palomas que rodean una ventana donde se les
alimenta”.
La segunda petición de Jabes era que Dios lo guardara
del mal. Esta es otra petición que debe brotar constantemente
de nuestros corazones. El adversario, el enemigo de nuestras
almas, anda acechándonos con el propósito declarado de
destruir nuestro testimonio de la gracia salvadora de
Jesucristo. Por lo tanto, debemos estar alertas y buscar de la
misericordia protectora de Dios para protegernos de los
dardos de fuego del maligno. El descuido en este aspecto da
paso a las maquinaciones de Satanás, y antes de que nos
demos cuenta, venimos a ser víctimas del destrozo espiritual.
Aunque podemos orar por protección espiritual, no
necesariamente se nos dice que oremos por estar libre de
dolor físico o sufrimiento.
Nuestro Señor dijo claramente que en este mundo
tendríamos aflicciones. Por medio de mucha tribulación es
que entramos al reino de Dios. Jesús dijo: “Si el mundo os
aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a
vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo;
pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo,
por eso el mundo os aborrece. Acordaos de la palabra que yo
os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me
66
han perseguido, también a vosotros os perseguirán” (Juan 15:
18-20). Por eso hagamos esta nuestra oración habitual, que
roguemos por la preservación de nuestra fe en medio de las
tribulaciones y las pruebas. Que la oración de Jabes salga
continuamente de nuestros labios.
67
En tercer lugar, el rey le recuerda a Dios de Su piadosa
promesa. Como respuesta a la súplica del Rey Salomón,
prometiste escucharnos, perdonar nuestros pecados y sanar
nuestra tierra si nos humillábamos e invocábamos Tu
nombre. Aquí estamos, Señor, postrados ante ti y esperamos
que cumplas tu promesa. Demuestra una vez más Tu
fidelidad, oh Dios (2 Crónicas 6:28-30; 7:13-15).
En cuarto lugar, el rey le recuerda a Dios Su
misericordia protectora. Señor, esta multitud que se ha
reunido para atacarnos son aquellos que salvaste de haber
sido aniquilados por nosotros. Nos desviamos de ellos y no
los destruimos porque no nos lo permitiste. Y ahora ellos
mismos buscan sacarnos de la posesión que Tú nos diste. Es
Tu posesión la que ellos quieren invadir. Atiéndenos, oh
Dios.
En quinto lugar, el rey declara total incapacidad.
Excepto que ejerzas juicio sobre esta gran multitud, no
tenemos poder para levantarnos contra ellos. Estamos
completamente perdidos en cuanto a lo que haremos, pero
nuestros ojos están sobre Ti. Levántate, oh Dios, y sálvanos.
Tú eres un Dios de salvación. Esparce a tus enemigos y da
gran gloria a Tu nombre.
Tal oración no puede ser pasada por alto. Josafat, tu
evaluación es encomiable. Judá, tienes la perspectiva
correcta. Sí, las naciones le son como la gota de agua que cae
del cubo, y como menudo polvo en las balanzas le son
estimadas (Isaías 40:15). Ciertamente estaré al lado de los
descendientes de mi amigo Abraham. ¿Cómo podría olvidar
al que fue la fe y la obediencia personificadas? Ni tampoco
podría olvidar lo que le prometí a Salomón. Judá, cumples
las condiciones necesarias para que Yo actúe a tu favor (2
Crónicas 7:14). Sí, a los que libré de ti, ahora vienen contra
ti. Veo que su intención es despojarme de lo que poseo. Pero
no sucederá así. Los desconcertaré, la batalla es mía. No
necesitas pelear esta batalla. Estad quietos y vean la
salvación del Señor.
68
Con tales palabras de afirmación de parte de Dios,
Josafat buscó cantores para elevar alabanzas al Señor (v.21).
Cuando comenzaron a cantar alabanzas el Señor puso
emboscadas contra las huestes invasoras. Sospechando que
había traición, una parte del enemigo destruyó a la otra, y el
final fue que ellos mismos ayudaron a destruirse unos a
otros. De esta forma el Señor ganó la batalla de Su pueblo.
El Dios de Josafat también es nuestro Dios. Él espera que le
probemos.
69
cincuenta y cinco años, los más largos en los anales de Judá.
La violación de los estatutos del Señor era su continuo
deleite. Deuteronomio 16:21 ordena expresamente a que no
se levante estatua ni plante árbol para Asera cerca del altar
de Jehová. Si esto se hacía, constituía una abominación al
Señor su Dios. A pesar de esto, Manasés construyó altares en
el mismo templo del Señor y levantó una imagen del ídolo
que se hizo. La ley levítica prohibía claramente la adoración
a las estrellas del cielo, la práctica de adivinación o
predicción, la hechicería, el tratar con médiums y brujos, el
sacrificio de niños como ofrenda a los ídolos, y aún así
Manasés violó todos estos mandamientos y se deleitó en
quebrar las leyes que Dios había dado. Las desobedeció
intencionalmente y desechó el autoridad de Dios sobre su
vida. Derramó mucha sangre inocente, esparciéndola desde
un extremo de Jerusalén al otro (2 Reyes 21:16). Según la
tradición rabínica, fue Manasés el que ordenó que aserraran
a Isaías por la mitad. (Hebreos 11:37 habla acerca de los
héroes de la fe que fueron aserrados por la mitad.) Pero este
fue el hombre cuya oración Dios escuchó. Aquí encontramos
aliento y paz para nuestros corazones, aquí encontramos una
medicina para nuestro ánimo caído. Si Dios escucha la
oración de un hombre así, seguramente no pasará por alto las
súplicas de Su pueblo, cuyo principal propósito es
glorificarle.
(b) Las dificultades que lo condujeron a la oración.
Pablo está en lo cierto cuando dice que las aflicciones obran
a nuestro favor y no en contra (2 Corintios 4:17). Fue
estando en la aflicción que Manasés buscó al Señor su Dios;
no lo hizo cuando las cosas le iban bien. La situación tuvo
que ponérsele difícil, fue llevado hasta lo último de sí. Su
orgullo y arrogancia tuvieron que ser golpeados. Dios tuvo
que reducirlo a un grado sumo de miseria. Fue cuando Dios
trajo contra él y contra el pueblo de Judá los jefes del ejército
del rey de Asiria. Y Manasés fue atado con cadenas y
llevado con grillos a Babilonia. Estando allí en gran
70
aflicción, derramó su corazón delante de Dios y se humilló
grandemente ante el Dios de sus padres. Si Dios no hubiese
bajado la vara de castigo contra Manasés, él hubiese seguido
en su empeño de eliminar la adoración a Jehová de la tierra
de Judá. C.S. Lewis dijo: “El dolor es el megáfono de Dios
para levantar a un mundo sordo”. Cuando Dios los hacía
morir, entonces buscaban a Dios; entonces se volvían
solícitos en busca suya (Salmo 78:34). Jehová, en la
tribulación te buscaron; derramaron oración cuando los
castigaste (Isaías 26:16).
(c) El derramamiento de la gracia de Dios en respuesta
a la oración de este hombre perverso. Desconcierta la razón
de por qué Dios tenía que responderle a este hombre.
Ciertamente podía olvidarse de él. ¿Por qué Aquel, cuyo
rostro se aparta de los que hacen mal, se digna a contestarle a
Manasés? ¿Por qué no lo consumió con su aliento? ¿No es
así como Dios obra con los hombres malvados y
pecaminosos? Aunque un hombre pecare con tesón, el amor
de Dios va tras él buscándole. Aunque un hombre cruzare los
límites de las restricciones divinas, aun así Dios está presto a
socorrerle a partir del momento en que alce sus ojos hacia
Aquel de donde viene su socorro y fortaleza. Él, que se
inclina más a la misericordia que a la ira, espera derramar Su
amor sobre aquellos que menos lo merecen. Esta es la gracia
de Dios puesta en acción, y la vida de Manasés fue una
ventana abierta para que Dios mostrase Su gracia,
misericordia y compasión.
Pidiendo mal
“Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en
vuestros deleites” (Santiago 4:2-3). O como lo explica
Moffat: “No tienen lo que quieren porque no pueden
obtenerlo, debido a que piden con la intención malvada de
gastarlo en placeres”. Esperar que Dios responda nuestras
oraciones cuando nos inspiran motivos negativos es pedirle a
71
Dios que sancione nuestro egoísmo. Esto es algo absurdo,
niega el propósito por el cual Cristo murió. Porque 2
Corintios 5:15 nos enseña que Cristo murió por todos, para
que los que vivan, ya no vivan para sí, sino para Él, que
murió por ellos y resucitó. Entonces, ¿qué habría de bueno
en que yo le pida a Dios que me otorgue aquello que puedo
gastarlo en mis intenciones egoístas?
Sin embargo, encontramos que esto no es poco común
en nuestras peticiones. Como ejemplo tenemos a la madre de
los apóstoles Santiago y Juan, que le pidió a Jesús: “Ordena
que en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu
derecha, y el otro a tu izquierda, Jesús se volvió a los
hermanos y les dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber
del vaso que yo he de beber? Y ellos le dijeron: Podemos. Él
les dijo: A la verdad, de mi vaso beberéis pero el sentaros a
mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos
para quienes está preparado por mi Padre”. También leemos
que los otros diez discípulos estaban indignados con los dos
hermanos, lo que simplemente indica que estos diez eran tan
aspirantes a la gloria y a la fama como lo era Santiago y Juan
(Mateo 20:20-25).
Por el contrario, vemos el espíritu del Salvador, quien,
cuando se cumplió el tiempo en que él había de ser recibido
arriba, afirmó su rostro para ir a Jerusalén, donde la cruz y su
agonía le esperaban. Las posibilidades de Su sufrimiento no
hicieron que cambiara de rumbo. No, por el contrario clamó:
“De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo me
angustio hasta que se cumpla!”. Por lo tanto, Él pudo
soportar la cruz sin pensar en su vergüenza (Lucas 9:51;
12:50). La mente de nuestro Señor estaba dirigida a cumplir
la voluntad de Su Padre y terminar Su obra, aunque estuvo
amargamente tentado a pedirle que lo librara de la hora del
sacrificio. Vivió consciente de esa hora y no dio rienda suelta
a ninguna oración que lo hubiese librado de la agonía.
Óiganlo en el huerto a la hora de Su arresto: “¿Acaso piensas
72
que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría
más de doce legiones de ángeles?” (Mateo 26:53).
Después del Pentecostés, es agradable ver el mismo
espíritu en los discípulos. Después que Pedro y Juan sanaron
al cojo de nacimiento en el nombre de Jesús, vemos que
estuvieron sujetos a imposiciones y amenazas del Sanedrín.
Cuando contaron a sus amigos lo que los ancianos y sumos
sacerdotes habían dicho, estos primeros cristianos no oraron
por protección. Más bien pidieron a Dios que considerara las
amenazas del Sanedrín y que le diera valor a los apóstoles
para que hablaran Su Palabra. En sus peticiones no hubo
matices egoístas. Únicamente la gloria de Dios fue la razón
que hizo que derramaran sus corazones. Esta también debe
ser la fuerza impulsora detrás de nuestras oraciones.
Especificar al Orar
Un ejercicio espiritual, que con frecuencia se desconoce, es
especificar cuando se ora. La oración general, superficial,
produce resultados generales y superficiales. A veces el
resultado final es la incertidumbre de si nuestras oraciones
han sido realmente respondidas. Sin embargo, en nuestra
vida cotidiana somos específicos en lo que pedimos. Por
ejemplo, cuando abordamos un taxi, le decimos al conductor
el destino al que queremos llegar. Cuando vamos al mercado
para comprar nuestras provisiones, particularizamos nuestras
necesidades. Cuando necesitamos extraer dinero del banco,
decimos la cantidad específica que queremos. Así es en todas
las áreas de nuestra vida. Pero a la hora de tratar con nuestro
Dios, no somos específicos al darle a conocer nuestras
peticiones.
Tenemos que aprender que al Señor le deleita
responder las oraciones en las que somos específicos. Si no
tenemos un objetivo definido, nuestras oraciones no alcanzan
sus metas. Spurgeon nos dice: “La meta de la oración es
llegar al oído de Dios”. Un análisis más de cerca de nuestra
73
falta de especificidad en nuestras oraciones revela algunas
causas a tener en cuenta. La primera es que la mayoría de
nuestras oraciones son pura formalidad. Oramos más por
seguir un hábito, y a veces nos involucramos en el ejercicio
inútil de expresiones de palabras estereotipadas. No existe
sinceridad en nuestras oraciones. El orar en público, en
particular, se hace más veces para que llegue al oído del
hombre que para que llegue al de Dios. Tales oraciones
entristecen el corazón paternal de Dios. La segunda causa es
que no oramos con carga. El elemento de importunidad
insistente falta en nuestra vida de oración. No existe el deseo
urgente de que Dios haga algo definitivo en la vida de
alguien. A veces nuestras oraciones son fortuitas, frívolas e
indiferentes. La tercera causa de nuestra incapacidad de
especificar en nuestras peticiones yace en el hecho de nuestra
inseguridad de si estamos haciéndolo conforme a la voluntad
de Dios. Todavía no estamos claros en cuanto a la mente del
Señor respecto al asunto en el cual debamos buscar ayuda de
parte de Dios. Lo poco familiarizados que estamos con el
plan que Dios tiene para nosotros en Su Palabra hace que no
tengamos libertad para orar en el Espíritu.
En las Escrituras abundan los ejemplos de oraciones
específicas: Marcos 11:24; Mateo 6:11; Lucas 11:5,14;
Génesis 24:12,14; Josué 10:12 y 2 Reyes 8:8-11, por solo
citar algunos ejemplos. Por ejemplo, el orar por la
conversión de personas es algo que está conforme a la
voluntad declarada de Dios. Su Palabra nos enseña que “El
Señor no quiere que ninguno perezca, sino que todos
procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). “Porque esto es
bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual
quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al
conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:3-4). Estos pasajes
dejan claro que Dios anhela que las almas se salven. Así que
sigue orando. Que sus oraciones puedan llevar a muchos al
Reino de Dios.
74
Respuestas aseguradas
Directa y ambigua resulta la promesa de oración que
encontramos en 1 Juan 3:22. Una afirmación osada que dice:
“y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de Él”. No
todos nosotros tenemos valor de decir eso. Si fuéramos a
declarar eso, el mundo y, sí, gran parte de la iglesia, llegaría
a la conclusión de que estamos haciendo una declaración
loca, lejos del alcance de la realidad. Juan, sin embargo, no
tiene pelos en la lengua y continúa con su declaración
mencionando dos condiciones inseparables, el cumplimiento
mediante el cual se asegura el “amén” de Dios para nuestras
oraciones. Examinemos estas condiciones.
Número uno, cualquier cosa que pidamos, la
recibiremos de Él porque guardamos sus mandamientos. La
fortaleza de nuestra confianza se deriva de la firmeza de
nuestra obediencia. Guardar sus mandamientos no es una
carga. Nuestro amor hacia Dios es la fuente de nuestra
obediencia. Le amamos y por lo tanto buscamos seguir sus
sugerencias y mandamientos. Su menor deseo se convierte
en nuestro supremo mandamiento. Jesús dijo: “Si me amáis,
guardad mis mandamientos” (Juan 14:15). Y otra vez dice:
“El que me ama, mi palabra guardará” (Juan 14:23). En Juan
15:14 leemos: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo
os mando.” Otros pasajes relacionados son Juan 14:21, 23 y
Juan 15:10. Sí, la razón de nuestra obediencia es el amor que
sentimos por nuestro Salvador, quien por nuestra causa fue
clavado en el madero de la vergüenza. Pero, ¿de dónde viene
el entusiasmo de nuestra obediencia? Está arraigado al hecho
de que nuestro ojo de fe está preparado para ver más allá que
nuestro ojo del sentido. ¿No era este el secreto detrás de la
disposición de Abraham de partir con “ tu hijo, tu único
Isaac, a quien amas?” (Génesis 22:2). Pero Génesis 22 está
inspirado en las promesas que Dios le dio a Abraham en los
primeros capítulos. En Génesis 21:12, por ejemplo, Dios le
había dicho a Abraham: “En Isaac te será llamada
75
descendencia”. Abraham creyó completamente que Dios
cumpliría Su palabra. Por eso no dudó, por incredulidad, de
la promesa de Dios (Romanos 4:20-21). Una vez más se nos
enseña en Hebreos 11:17-19, que Abraham pensó que Dios
era poderoso para resucitar a Isaac de entre los muertos, y
que le daría descendencia por medio de él.
Para que no pensemos que guardar los mandamientos
está solo relacionado con Dios directamente, se nos da el
versículo siguiente a la promesa de oración en cuestión.
Cierto, Su mandamiento es que creamos y confiemos en el
nombre de Su Hijo, Jesucristo, el Mesías. Pero eso no es
suficiente por sí solo. Nuestro amor vertical debe proyectarse
horizontalmente. Jesús dijo: “Este es mi mandamiento, que
os améis como yo os he amado” (Juan 15:12). Y una vez más
dice: “Por esto sabrán que sois mis discípulos, si os amáis
unos a otros” (Juan 13:35). En 1 Juan 4:20 leemos: “Si
alguien dice yo amo a Dios pero odia a su hermano, el tal es
mentiroso: porque el que odia a su hermano a quien ha visto,
¿cómo podrá amar a Dios a quien no ha visto?”. Que se diga
de nosotros lo que se dijo de los primeros cristianos: “¡Vaya,
como se quieren esos cristianos!”.
Número dos, cualquier cosa que pidamos la
recibiremos de Él, porque hacemos lo que es agradable ante
Sus ojos. Como somos aquellos que buscan traer gozo y
satisfacción a Su corazón, Juan nos dice que podemos estar
seguros de que recibiremos lo que le pedimos. Tenemos un
solo interés: ser una fuente perpetua que le proporcione
agrado. Debido a que no somos cristianos esporádicos, a que
somos Su pueblo que habitualmente practica lo que le
agrada, a que somos ministros suyos, que hacemos Su
voluntad (Salmo 103:21), podemos estar confiados de que
los oídos de Dios están prestos a escuchar nuestras
peticiones. Hemos aprendido a guardar Sus mandamientos
hasta el grado más alto de hacer aquello que es agradable a
Sus ojos. Ya no es cuestión de qué puedo hacer o no, de
ahora en adelante es cuestión de qué es lo próximo que
76
puedo hacer para traerle gozo. Una actitud como esa en
nosotros nos puede motivar a decir con una misma
confianza: “cualquier cosa que pidamos, la recibiremos”.
EDIFICARÉ MI IGLESIA
77
a Sus discípulos y les pregunta: “Bien, ¿y ustedes quién
dicen que soy?”. Simón Pedro, el vocero de los doce, el
pescador galileo, le respondió: “Tu eres el Cristo, el Hijo del
Dios viviente” (Mateo 16:16). Era esa la dulce confesión que
Jesús anhelaba escuchar cuando pronto se acercaba la hora
de Su pasión. ¿No habían visto Sus discípulos su gloria? ¿No
habían sido ellos testigos de muchas cosas que los reyes y
profetas desearon ver? ¿No le habían visto obrar? ¿No fue a
ellos que los misterios de los cielos fueron abiertos? ¿No
fueron ellos a los que Él les declaró: “El que me ha visto a
mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9); “creéis en Dios, creed
también en mí” (Juan 14:1); “el que a mí me recibe, no me
recibe a mí sino al que me envió” (Marcos 9:37); “El que no
honra al Hijo, no honra al Padre que le envió” (Juan 5:23);
“El que me aborrece a mí, también a mi Padre aborrece”
(Juan 15:23).
Por eso no es sorpresa escuchar a Simón Pedro
reconocer: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. La
deidad de Cristo había dejado una marca en su mente. Las
palabras y hechos de Jesús le habían declarado a Pedro quién
era Él (Cristo). Jesús le responde con una bendición:
“Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo
reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca
edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán
contra ella. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y
todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo
lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos”.
Ahora, si se quiere, veamos la triple naturaleza de esta
bendición. Primero, una gran felicitación; segundo, una
declaración soberana; tercero, una autorización solemne. En
esta sección trataremos la primera y la tercera parte; en la
próxima sección trataremos la segunda.
Primero, una gran felicitación. La noble confesión de
Pedro fue seguida de un gran elogio. Sí, Pedro había dado la
declaración en nombre de los doce. Luego, debido a que
78
Pedro pudo de manera tan sucinta, tan reveladora, expresar
sus convicciones con pocas palabras y habiéndole brindado
satisfacción al corazón del Salvador, éste le extiende un
elogio del más alto orden. “Pedro” – afirma Jesús, “la
confesión que acabas de pronunciar, no es producto de
enseñanzas humanas. No, Pedro, esta revelación proviene del
corazón de Dios Padre. Mi iglesia edificaré sobre la roca
firme de esa revelación divina que te ha sido impartida”.
El obispo J.C. Ryle, un exponente sobresaliente de la fe
evangélica, haciendo en sus días un comentario de los
elogios de Cristo, escribió: ¿El Señor Jesucristo se refería al
apóstol Pedro, con quien estaba hablando? Pienso que no. No
veo razón alguna, de que si se refería a Pedro, por qué no le
dijo: ‘sobre ti’ edificaré mi iglesia. Si se hubiese referido a
Pedro, hubiese dicho: ‘sobre ti edificaré mi iglesia’ tan claro
como le dijo: ‘a ti te daré las llaves’. No, no era a la persona
del apóstol Pedro, sino a la gran confesión que el apóstol
acababa de hacer. No era sobre Pedro, el hombre inestable y
falible, sino sobre la gran verdad que el Padre le había
revelado. Esta era la roca y el fundamento sobre el cual se
edificaría la iglesia de Cristo” .
La autorización solemne. Cristo le dice a Pedro: “te
daré las llaves del reino”, y luego le sigue la autorización. De
pasada, notemos que la misma autoridad les es extendida a
los otros apóstoles (Mateo 18:18). Por lo tanto no podemos
asignarle solo a Pedro la suprema autoridad en la iglesia. Las
llaves simbolizan autoridad, y el reino de los cielos no es
otro que el reino de Dios a punto de ser establecido en la
Tierra. A Pedro le fue dada la autoridad de abrir la puerta de
la fe y la usó para atraer judíos en el día de Pentecostés y
gentiles en la casa de Cornelio (Hechos 10). El Dr. Charles
Ryrie, hace un comentario útil sobre esta autorización,
seguida de la entrega de las llaves: “El Cielo, no los
apóstoles, inicia toda atadura y toda libertad, mientras que
los apóstoles anuncian estas cosas. En Juan 20:22-23, se
refiere a los pecados; en Mateo 16:19, a cosas (es decir,
79
prácticas). Un ejemplo de las prácticas de atar de los
apóstoles en la gente se encuentra en Hechos 15:20”.
Ya hemos analizado el contexto. Ahora bien, en
cuanto al texto que da la declaración soberana de Cristo,
¿qué aprendemos del mismo? Considerémoslo en base a tres
preguntas simples. Primera, ¿quién es el que declara que
edificará su iglesia? Es Aquel que amó a la iglesia y se dio a
sí mismo por ella (Efesios 5:27). Es Aquel quien es la cabeza
de la iglesia, que es su cuerpo, de quien es Él salvador
(Efesios 5:23). Es el novio celestial, cuya novia es la iglesia
(Apocalipsis 21:9). Es el Gran Pastor (Hebreos 13:20), el
Príncipe de los pastores (1 Pedro 5:4), y el Buen Pastor (Juan
10:11), cuyas ovejas constituyen la iglesia. Aquel que está
dispuesto a guiar y a guardar la iglesia y proveerle en todas
sus necesidades. En verdad, Él es el Señor de la Iglesia, el
Señor de la gloria, quien murió colgado en un madero por
amor a la iglesia. Él es el Señor de la creación, el Señor de
los vivos y el Señor de los muertos. Sobre sus hombros
descansa la autoridad de los cielos la tierra y el infierno. Él
es Aquel a quien le es dada toda autoridad en los Cielos y en
la Tierra. F.B. Meyer hace esta observación: “Nuestro señor
es supremo en los Cielos, así como en la Tierra. Tiene
autoridad sobre el viento, las olas; sobre el mundo natural
con sus leyes y sus elementos; sobre las minas de oro y los
campos de cosecha; sobre las mentes y las almas de todos los
hombres que han sido comprados con Su preciosa sangre.
Mucho más, Él es el Rey de reyes y Señor de señores, a
cuyos pies, un día, los reyes de la tierra tendrán que poner
sus coronas”.
Este es el Cristo que afirma: “Edificaré mi iglesia”.
Obsérvese también la naturaleza categórica de su afirmación.
Confiadamente dice “edificaré” mi iglesia. Ni una sombra de
incertidumbre. Sin hacer uso de subterfugios. Con firmeza,
con esperanza real, sin ilusiones vanas. Vemos también que
lo hace, no con jactancia y alarde, característico de los
80
monarcas terrenales, sino con una expresión calmada propia
de aquel que se especializa en lo imposible.
La segunda pregunta que queremos preguntarnos: ¿Qué
es aquello que dice Cristo que hará por Su Iglesia? Él
edificará Su iglesia. ¿Cómo lo hace? A través del Espíritu
Santo que aplica la Palabra de Dios sobre los corazones y las
mentes de las personas. ¿Qué relación tiene el Espíritu Santo
con la iglesia? El Espíritu Santo es el creador de la iglesia
(Juan 16:8-9; 1 Corintios 12:13; Gálatas 3:26-27); el que
mora dentro de la iglesia (Juan 14:16-17; 1 Corintios 3:10;
Efesios 2:22; 1 Pedro 2:4-5); el unificador de la iglesia (1
Corintios 12:13; Romanos 12:5; Gálatas 3:27-28; Efesios
4:3-6); el que capacita a la iglesia (1 Corintios 12:8-10, 28;
Efesios 4:11; Romanos 12:6-8); el que gobierna a la iglesia
(Hechos 13:2, 20-28; 13:4, 8-19; 16:6-7; Juan 16:13; Hechos
15: 28; Apocalipsis 2:7, 11, 17, 29; 3:6, 13, 22) el que
acrecienta a la iglesia (Hechos 2:47; 5:14; 11:24).
Cristo, habiendo usado al Espíritu Santo en relaciones
especiales como estas con la iglesia, usa entonces al hombre,
instrumento sometido pero a la vez esencial, para extender
las fronteras de Su iglesia. Hombres y mujeres regenerados,
equipados y capacitados por el Espíritu Santo, son los
instrumentos que Cristo usa para ejecutar Su programa. Por
medio del testimonio de sus labios, obras y vidas, la iglesia
ejerce tal influencia que el mundo no puede ignorar. Esto no
es más que el cumplimiento de lo que Cristo pronunció en el
momento de Su ascensión: “pero recibiréis poder, cuando
haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis
testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo
último de la tierra” (Hechos 1:8). Cuando el Espíritu Santo
viene sobre el pueblo de Dios, este se manifiesta al mundo
con pureza de vida, unidad de mente y corazones de amor.
Han aprendido a considerar sus cuerpos como templo del
Espíritu Santo. De ahí, que sus vidas brillen como luces en
medio de la falta de moral. Han aprendido que en Cristo
todos han venido a ser uno, que en Él no hay discriminación,
81
que todas las distinciones y las barreras han sido rotas.
Reconocen que pertenecen a una familia mundial unida por
el principio de: “Un Señor, una fe, un bautismo”. Saben que
la estrategia del amor sigue siendo la mejor para ganar
discípulos para Cristo, que el amor es el martillo que puede
quebrar los corazones endurecidos. Por ejemplo, el
Emperador apóstata Juliano (332-63 d. C.), un enemigo de
los cristianos, admitió que la gente era atraída a Cristo por el
tipo de vida y de servicio práctico que los cristianos
manifestaban. Escribió: “La fe cristiana se ha desarrollado
especialmente por medio del servicio de amor que se le
brinda a los extraños y por el interés de enterrar a sus
muertos. Es una vergüenza que no haya ni un judío que
mendigue, y que los galileos con falta de dioses no solo se
preocupen por sus pobres sino también por los nuestros,
mientras estos que pertenecen a nosotros buscan en vano la
ayuda que les brindaremos”.
La tercera cuestión que deseamos analizar tiene que ver
con la promesa existente en la declaración soberana: “las
puertas del Hades no prevalecerán contra ella”. Ahora bien,
¿cómo se está cumpliendo esta promesa en la vida de la
iglesia? Por medio de Su intervención divina. En los últimos
tiempos hemos visto que la palabra de Cristo se ha cumplido
en la iglesia de la India. Recordamos nuestra preocupación
cuando se estaban dando los pasos para que se introdujera
una nueva enmienda en nuestro Parlamento para evitar que la
gente se convirtiera. Oramos para que el Señor hiciera
cambiar de idea al Primer Ministro. El Señor respondió
cambiando al Primer Ministro. No se oye mucho hoy de
aquel que buscaba introducir tal enmienda, parece ser que se
ha convertido en un cero a la izquierda, un nefasto vestigio
de que aquellos que luchan contra el Dios viviente no pueden
prosperar.
La promesa de Cristo también se puede cumplir por
medio de Su cuidado providencial. Cuando Él quiere que Su
obra se arraigue, cuando Él quiere que Su reinado crezca, se
82
preocupará en cuidar la semilla para que no sea arrancada
por el enemigo de las almas. Recientemente en Yokohama,
Japón, tuve el privilegio de conocer a una dama cristiana,
cuya historia si fuera a contar, caería en una extensa
narración. En resumen, su historia es esta: esta dama se vio
obligada a casarse con un budista. Pocos años después, Japón
entró en la Segunda Guerra Mundial; su esposo fue llevado
por el ejército, y sin haber pasado mucho tiempo, lo mataron
en combate. Ella tenía tres hijas pequeñas, y llegó a pensar
en el suicidio, saltando de un tren en marcha con sus hijas. El
Señor le recordó en ese momento del compromiso personal
que había hecho hacía algunos años de servirle como
misionera.
Mientras se debatía en esta conversación, el lugar
estratégico en el que ella había pensado para lanzarse con sus
hijas quedó atrás. Después de un período de tiempo se
encaminó hacia Hiroshima, donde la hermana de su esposo
trabajaba como médico. Ésta última no era cristiana.
Después de un tiempo, la viuda sintió de parte del Espíritu:
“Escapa por tu vida; no mires tras ti, ni pares en toda esta
llanura; escapa al monte, no sea que perezcas” (Génesis
19:17). Entonces le dijo a su cuñada que el Espíritu de Dios
la estaba llamando a huir hacia las montañas con sus tres
hijas. Después de mucha indecisión, la cuñada cedió a su
súplica y la pequeña familia huyó a las montañas. Al mismo
día siguiente (6 de agosto 1945), se lanzaron bombas
atómicas en Hiroshima, y la ciudad quedó totalmente
devastada. Después del bombardeo, regresó de las montañas
a la ciudad en busca de su cuñada, a quien el Señor había
preservado milagrosamente de en medio de los escombros
que caían. Una viga de hierro que pudo haber aplastado a su
cuñada fue la que realmente sirvió para librarla de la muerte.
Ésta, al ver obrar la mano del Dios de los cristianos, se
convirtió a Cristo. Ella se convertiría luego en una de las
principales personas que brindaría apoyo financiero a la
Misión General Emmanuel en sus primeros años. La viuda
83
cristiana, aunque no pudo convertirse en misionera, tuvo la
dicha de ver a sus hijas crecer y casarse con misioneros. Una
de ellas sirvió como misionera en Jamaica, otra en el este de
África, y la tercera en la India.
El Señor también cumple Sus promesas por medio de
Sus misericordias. Es del conocimiento de todos que la
iglesia en China, por ejemplo, está más fuerte y más vigorosa
que años atrás que cuando fueron expulsados los misioneros
extranjeros de ese gran país. La historia testifica una y otra
vez que si se le aplica presión y persecución a la iglesia, el
resultado esperado, dígase el de la eliminación, nunca se
logra. Antes bien, la persecución, habiendo purificado a la
iglesia, habiendo acabado con los “simplemente
espectadores”, se convierte en el medio que hace que la
iglesia florezca. Es por eso que nunca debemos
sorprendernos si Cristo en Su sabiduría divina permite
situaciones en las que la iglesia tiene que sufrir. La ira del
hombre puede echar abajo el edificio de una iglesia, como
ocurrió hace poco en un país vecino, pero la Iglesia como tal
nunca podrá ser derribada. La iglesia en ese país en
particular tiene quizás hoy en día más miembros que nunca
antes. Muchos siglos atrás un soldado perseguía a un
cristiano. En forma burlesca el soldado le pregunta al
cristiano: “¿Qué está haciendo ahora tu carpintero?”. Le
respondió el cristiano: “Mi carpintero, señor, está ahora
ocupado haciendo un ataúd para su emperador”. ¿Donde
están todos aquellos que en tiempos pasados arremetieron
contra Cristo y Su evangelio? Solo algunos años atrás se
pusieron carteles en las calles de Shangai que decían:
“Ahorquen a Dios”. ¿Dónde están aquellos que hicieron esos
carteles? No están, murieron. Pero Cristo y Su evangelio
siguen adelante. Todos los reyes, dictadores, presidentes,
primeros ministros, parlamentos y legislaturas, que buscaron
destruir la iglesia, se han destruido a sí mismos. Si se les
recuerda es por el gran sufrimiento que le trajeron a la iglesia
de Cristo. Y los enemigos del evangelio se están dando
84
cuenta, más que nunca, que la iglesia es en verdad
invencible, mientras tenga como cabeza al invencible Señor
Jesucristo, quien nos ha prometido: “No temáis, manada
pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino”
(Lucas 12:32).
“Edificaré mi iglesia y las puertas del Hades no
prevalecerán contra ella” (Mateo 16:18).
85
repetimos lo que otros dicen? ¿Les leemos libros escritos por
otros? Así mismo, es más dulce y deseable abrir nuestros
corazones a nuestro Padre Celestial cuando oramos.
86
nuestra vida. “Por lo cual puede también salvar
perpetuamente a los que por él se acercan a
Dios, viviendo siempre para interceder por
ellos” (Hebreos 7:25).
5. Fue el ejemplo que nos dieron los que nos
antecedieron en la fe. Reyes santos, líderes
políticos, apóstoles, padres devotos, todos ellos
nos han dejado el mismo ejemplo. Los
apóstoles dijeron: “nosotros persistiremos en la
oración ...” (Hechos 6:4).
6. Para obtener gracia y misericordia en tiempos
de necesidad tenemos que mantenernos orando
(Hebreos 4:16). Habrá ocasiones en nuestras
vidas en las que nadie, ni nuestros seres
queridos, podrán ayudarnos. Cuando falla la
mano humana, no hay otra forma que no sea
por medio de la oración en la que se pueda
obtener gracia y misericordia.
7. Todo hombre busca la felicidad a su forma. Las
personas carnales usan métodos carnales, y las
espirituales, métodos espirituales. Pero el
Señor dice que es por medio de la oración que
podíamos tener nuestro gozo completo: “Hasta
ahora no habéis pedido nada en mi nombre;
pedid y recibiréis para que vuestro gozo sea
completo” (Juan 16:24).
8. Para librarnos de todas nuestras preocupaciones
no podemos hacer otra cosa que no sea orar. No
tenemos por qué estar ansiosos en algo que le
hayamos presentado al Señor en oración. “Por
nada estéis afanosos, sino sean conocidas
vuestras peticiones delante de Dios en toda
oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz
de Dios, que sobrepasa todo entendimiento,
guardará vuestros corazones y vuestros
87
pensamientos en Cristo Jesús.” (Filipenses 4:6-
7).
9. El camino que Dios ha estipulado para recibir
sabiduría y conocimiento es la oración.
¿Cuántas veces en la vida nos hemos
encontrado en medio de encrucijadas sin saber
qué camino tomar? Pero entonces podemos ir a
Dios en oración porque Su nombre es
‘Consejero’. “Y si alguno de vosotros tiene
falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a
todos abundantemente y sin reproche, y le será
dada” (Santiago 1:5).
10. Jesús, que es la esperanza de nuestra gloria,
regresará pronto. Y para que cuando Él venga,
nos encuentre apercibidos, tenemos que velar
en oración (Lucas 21:34-36).
88
pequeño motivo de oración colocado en un lugar llamativo
les recuerda que tienen que orar. Puede estar escrito en una
tarjeta, o en la esquina de un espejo, o en cualquier otro lugar
donde lo puedas observar a menudo. Quizás puedas tener un
listado pequeño que puedas llevar en tu bolsillo u otro lugar
de nombres de personas por las cual ores para que sean
salvas. Cuando estés viajando y tengas un momento libre, o
cuando esperes por alguien, puedes tomar la pequeña lista en
tus manos y orar por ellos una vez más. Dios responde las
oraciones. La oración eficaz del justo logra mucho. Puedes
multiplicar tus propias oraciones y puedes involucrar a
muchos en tus oraciones, y de esa forma incrementar la
cosecha de Dios.
El anhelo final de Jesús para Sus discípulos, antes de ir
a la cruz fue que tuvieran comunión en la oración. Jesús vive
hoy para interceder. La actividad que más se acerca a la
imagen de Cristo en la que te puedas comprometer hoy es la
oración, compartiendo las cargas de oración que Jesús pone
en tu corazón. En lo que tú oras aquí, Él lo hace allá. Sé un
compañero de oración con Cristo, comparte Sus cargas por
tus seres queridos, por tu iglesia, por tu comunidad y por
todo tu país y el mundo.
Poder en la oración
Los hombres pueden rechazar nuestras peticiones, rechazar
nuestros mensajes, oponerse a nuestros argumentos, y
despreciar nuestras personas, pero contra nuestras oraciones
están desamparados.
— Sidlow Baxter
89
Tengo tantas cosas que hacer hoy, que pasaré las tres
primeras horas del día orando.
— Martín Lutero
90
De todos los deberes de los cristianos, ninguno es más
esencial, ni más olvidado, que la oración.
— Francois de Fenelon
91
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
3ra piedra: Oración al Padre
92
4
la cuarta piedra
Obediencia al Hijo
Marcha adelante y dile a Cristo Jesús: Salvador,
Señor y Rey
Iglesia de Dios, ¡marcha adelante! ¡El Señor de la Palabra lo
ordena! A Él se le ha otorgado todo poder y autoridad en el
cielo y en la tierra. ¿Lo desobedecerás? “Id y haced
discípulos a todas las naciones” (Mateo 28:19).
Iglesia de Dios, ¡marcha adelante! ¡La Palabra del
Señor bendice a los pacificadores! ¡Cuán hermosos son los
pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas
nuevas! (Romanos 10:15).
Iglesia de Dios, ¡marcha adelante! No esperes que la
gente venga. No lo harán. Otras cosas atraen su atención. El
mundo los tiene cautivos, la carne los ha subyugado, el
pecado los ha esclavizado. Por eso, ¡adelante!
Iglesia de Dios, ¡marcha adelante! ¡Están perdidos!
¡Están muriendo! Y no lo saben. Sus mentes están
entenebrecidas. Tienen los ojos vendados. El dios de este
mundo los tiene así. Por eso, ¡adelante!
93
Iglesia de Dios, ¡marcha adelante y diles! ¿decirles
qué? Que vivirás para aquel que vivió y murió por ti. Que
morirás por Aquel que se levantó de los muertos.
Iglesia de Dios, ¡marcha adelante y diles! Abran sus
bocas y cuéntenles. ¿Pero por qué nuestras bocas? ¿No es
suficiente la confesión? No, amada. Recuerda que eres la
novia de Cristo, ¿te callarás respecto a Aquel que te tomó
para que fueras suya?
Iglesia de Dios, ¡marcha adelante y diles! Díselo con
tus labios. Cada vez que lo hagas, tu propia certeza se
fortalecerá. (Romanos 10:10; Mateo 10:32)
94
Salvador, por que un día te librará de la propia
presencia del pecado. Más que eso, te habrá librado de la
toda tentación. No habrá más tentación, y por lo tanto no
habrá más victoria para ella, por lo que no habrá más pecado.
Señor, porque es el Señor de todo tu ser, Señor de todo
lo que tienes. El Señor de la creación, el Creador que
permitió que sus criaturas lo mataran.
El Señor de gloria que fue colgado en el madero de la
vergüenza (1 Corintios 2:8).
El Señor de los cielos, que vino a restaurar los males
del primer hombre (1 Corintios 15:47).
El Señor de los muertos, porque él tiene las llaves de la
muerte (Apocalipsis 1:18), el Señor de los muertos, porque le
veremos un día cara a cara cuando muramos (Juan 5:22).
El Señor de los vivos, porque Él es el dador de la vida.
(Juan 6:63b); el Señor de los vivos porque vive para siempre
(Apocalipsis1:18).
Rey, Rey de gloria (Salmo 24:8), el Rey que venció la
muerte y el pecado. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?
¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? (1 Corintios 15:55). El Rey
que viene, el Hijo del hombre que viene en las nubes con
gran poder y gran gloria (Marcos 13:26).
El Rey, alrededor de cuyo trono glorioso todas las
naciones se reunirán y ocurrirá la gran separación (Mateo
25:31-46).
El Rey de reyes y Señor de señores, a cuyos pies los
reyes de la tierra un día arrojarán sus coronas (Apocalipsis
19:16).
El Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, a
quien sea el honor y la gloria por siempre y para siempre (1
Timoteo 1:17).
Iglesia de Dios, ¡marcha adelante y proclama que
Cristo Jesús es Salvador, Rey y Señor!
95
La Gran Comisión
En los cuarenta días que transcurrieron entre Su resurrección
y ascensión, nuestro Señor debe haber recalcado a sus
discípulos la necesidad de llevar el evangelio hasta lo último
de la tierra. El Nuevo Testamento ha recogido cinco veces la
Comisión de despedida (Mateo 28:18-20; Marcos 16:15;
Lucas 24:47-49; Juan 20:21; Hechos 1:8). En cada una de
estas referencias, se puede notar un énfasis distinto. La de
Mateo universaliza la Comisión, mientras que la de Marcos
la individualiza. La de Lucas subraya la oferta y demanda del
evangelio, mientras que la juanina denota una elevación
divina. En Hechos observamos el énfasis del Señor en la
labor del Espíritu Santo antes de lanzarse a cumplir Su
orden.
De una cosa podemos estar seguros, en el contexto de
la Comisión, una iglesia pasiva es una incongruencia de
primer magnitud. Una iglesia que se someta al Señorío de
Cristo no puede hacer otra cosa que no sea cumplir Su
mandato. Él nos ordena que hagamos discípulos a todas las
naciones, bautizándoles en el Nombre del trino Dios y
enseñándoles todas las cosas que nos ha mandado. Una
iglesia enmarcada en su panorama, mal puede cumplir con
sus obligaciones. Si esa iglesia fuese a cumplir con su
llamado, necesita tres requisitos primarios.
96
proclamar perdón de pecados a otros. No es hasta que
hayamos visto a Cristo crucificado que podemos atraer a
otros a los pies de la cruz. La visión del Cristo crucificado es
solo una parte de la visión. Él ya no es más el olvidado,
desamparado, que cuelga en la cruz del calvario. Él ahora es
el glorificado, a quien se le ha dado todo el poder y autoridad
en los cielos y la tierra. “Cristo es la cabeza sobre toda la
iglesia y el que reina entre las naciones”. Cristo reina en
poder por nosotros. Quizás Sus mensajeros estén callados,
pero Su mensaje sigue y seguirá esparciéndose de extremo a
extremo. Las puertas del infierno no prevalecerán contra la
iglesia. Cuando los ojos de nuestras almas hayan sido
iluminados, nuestra visión, sin el más mínimo freno, se
vuelve hacia las multitudes sin esperanza y sin Dios.
Aprenderemos a verlos a través de los ojos de Jesús, siendo
movidos a compasión por ellos. Aprenderemos a verlos,
grandes y pequeños, como aquellos por los que Cristo murió.
Aprenderemos a verlos como una multitud esparcida,
agobiada, sin nadie que los guíe – como ovejas que no tienen
pastor.
Tal VISIÓN lleva a la PASIÓN – una pasión que
admite la presión de carga por la salvación de hombres y
mujeres sin Cristo, y una pasión que admite el mayor
sacrificio en la proclamación de esa salvación. David
Livingstone clamó: “No le doy valor alguno a nada de lo que
poseo o pueda poseer, excepto a lo que esté relacionado con
el reino de Dios”. Para Livingstone no había otro sacrificio
en el mundo que no fuese el sacrificio del Calvario. Hasta el
punto en que nos rehusemos a ser imprescindibles en las
manos de Dios, hasta ese punto se detiene la marcha firme
del evangelio. Esta indisposición a pagar el precio puede ser
bien la razón del por qué la iglesia está más preocupada en
cosas secundarias.
Esto nos conduce al tercer requisito necesario para que
la iglesia cumpla su llamado, esto es, MISIÓN. La pasión
por las almas siempre engendrará un sentido de misión; una
97
misión en la que hermosamente se mezcla la proclamación e
identificación. La proclamación sin identificación es un
simple gritar desde las azoteas; mientras que la identificación
sin la proclamación es una negación del propósito para el
cual el Hijo de Dios visitó este planeta. Una misión de esta
naturaleza invita a la participación de toda la iglesia. Don
Hillis estaba muy acertado cuando dijo: “Debe enviarse
obreros que testifiquen en los campos, por tanto, orad; la
Palabra debe hablarse en todas partes a todos los hombres
perdidos, por tanto, id; la obra debe hacerse mientras es de
día, por tanto, dad”.
98
La comisión que aparece en Mateo, como arriba lo
indica, habla del carácter total de la autoridad de Jesús, del
carácter total del alcance del evangelio, del carácter total de
las enseñanzas de Jesús a seguir y del carácter total de la
promesa de la presencia de Jesús.
En primer lugar, habla de la autoridad total de Aquel
que nos ha enviado. Jesús hizo una afirmación jamás
escuchada cuando declaró: “Todo poder me es dado en los
Cielos y en la Tierra”. Jesús tiene poder en los Cielos. En el
momento de Su arresto le dijo a Pedro, quien le había
cortado una oreja a Malco: “¿Acaso piensas que no puedo
ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce
legiones de ángeles?” El salmista conocía esta realidad; en el
Salmo 103:20-21 exclama: “Bendecid a Jehová, vosotros sus
ángeles, poderosos en fortaleza, que ejecutáis su palabra,
obedeciendo a la voz de su precepto. Bendecid a Jehová,
vosotros todos sus ejércitos, ministros suyos, que hacéis su
voluntad”.
Jesús también tiene poder en la Tierra. Los discípulos
nunca pudieron negar esto; les acababa de mostrar Su poder
sobre la muerte. Al resucitar de los muertos les mostró que la
muerte había sido vencida. Anteriormente los discípulos
habían sido testigos de Su autoridad sobre los demonios, las
enfermedades, y los elementos de la naturaleza. En una
ocasión los discípulos exclamaron: “¿Qué hombre es éste,
que aun los vientos y el mar le obedecen?”. Poco se daban
cuenta que era el Dios Creador ordenándole a Su creación
que le obedeciera. Sí, Jesús tiene poder sin límite en los
Cielos y en la Tierra. Los poderes que están en esta tierra se
mueven con Su permiso. Tal y como lo declaró Isaías hace
tiempo atrás: “He aquí que las naciones le son como la gota
de agua que cae del cubo, y como menudo polvo en las
balanzas le son estimadas” (40:15a).
A dondequiera que el discípulo vaya a proclamar el
evangelio, estará operando en un dominio del cual Jesús
tiene el control absoluto. El salmista dice: “¿Por qué se
99
amotinan las gentes y los pueblos piensan cosas vanas? Se
levantarán los reyes de la tierra, y príncipes conspirarán
contra Jehová y contra su ungido, ... El que mora en los
cielos se reirá; el Señor se burlará de ellos” (Salmo 2:1-4).
De lo que ellos no se dan cuenta es que para el Señor es algo
insignificante poner en desacuerdo los propósitos de uno con
los propósitos de otros. Dios puede trastornar sus
razonamientos de forma tal que uno pude llegar a negar y
anular los del otro. O Dios puede obrar de manera que
permita que el diablo intente hacer demasiado hasta el punto
que éste se encuentre ayudando a Dios a llevar a cabo Sus
planes. E. M. Blaiklock lo ha expresado bien cuando dice:
“Dios gobierna de forma tal que los mismos subterfugios y
planes egoístas del hombre los entreteje en el plan de Sus
propósitos”.
En segundo lugar, la Comisión en Mateo nos pide que
publiquemos las buenas nuevas a todas las naciones. De cada
nación, cada tribu y cada lengua se debe buscar un pueblo
para Su nombre. De las montañas del Norte, de las islas de
los mares del Sur, de las tierras del Este y desde los últimos
confines deben salir hombres rescatados de los poderes de
las tinieblas llevados al reino del querido Hijo de Dios. Dice
así en la letra del famoso himno misionero de Oakley: “¡He
aquí! Del Norte venimos, del Este, del Oeste y del Sur.
Ciudad de Dios, los cautivos son libres, venimos a vivir y
reinar en ti”. Y cuán glorioso panorama le espera a la iglesia
rescatada cuando un día vea: “una gran multitud, la cual
nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos y
lenguas. Estaban delante del trono y en la presencia del
Cordero, vestidos de ropas blancas...” (Apocalipsis 7:9).
En tercer lugar, esta Comisión se refiere a todas las
enseñanzas de Jesús. Estas no están enmarcadas solamente a
Sus palabras en los evangelios, ciertamente incluye los
preceptos del antiguo Testamento. Respecto a su verdad y
autoridad, Jesús mismo las avala. A los creyentes no
solamente hay que enseñarles lo que Jesús enseñó, sino
100
también en lo que Jesús creyó – que es en resumen, toda la
enseñanza bíblica. Ni debemos estar conformes con que se
imparta un simple conocimiento superficial. Tenemos que
encaminarlos a practicar todas las enseñanzas. Esto probará
su discipulado a lo sumo. No estamos promoviendo el
cristianismo fácil. Tengamos cuidado de no adoptar las
tácticas vulgares de un oficial de reclutamiento del ejército:
maximizar los beneficios a obtener y minimizar el precio a
pagar.
En cuarto lugar, esta Comisión está relacionada con la
continua presencia de Jesús con nosotros. “He aquí yo estoy
con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Estas no
son palabras huecas. Ningún hombre se atrevería a decirlas.
Si alguno lo hace, lo tratarían como un demente. Pero Jesús
sí pudo decirlas. Está hoy sentado a la diestra de Dios Padre,
por encima de todo gobierno y autoridad, señorío y poder,
tanto en el reino visible como en el invisible. No es de
sorprenderse entonces por qué no hay pánico en los Cielos
respecto a todos los planes de los gobernantes terrenales de
destruir la causa cristiana. Conquistadores poderosos y
déspotas que intentaron eliminar la fe cristiana están
muertos, se han ido; pero el Reino de Cristo sigue
marchando. La bandera del Carpintero ondea de polo a polo.
¿Por qué? Porque es la bandera de Aquel que es invisible e
indestructible.
101
parafrasea esta escritura de esta forma [en su traducción en
inglés]: “Haz el mejor uso del tiempo, a pesar de las
dificultades de estos días”. Si esos días eran días difíciles, o
días malos (como lo dice la versión Reina Valera),
ciertamente nuestros días son cien veces más difíciles.
Estos son días:
cuando, generalmente hablando, la iglesia no le da
la primera prioridad al evangelismo (¡Cuánto
desearíamos equivocarnos en esto!);
cuando se cuestionan los conceptos bíblicos de
salvación;
cuando hombres en lugares altos nos dicen que la
salvación es la abolición de la pobreza, el racismo,
la guerra, etc.;
cuando la verdad del pecado se minimiza
crecientemente;
cuando todo tipo de prácticas viles se permiten y
justifican detrás de la máscara de la ética
situacional;
cuando pastores en algunas iglesias están
sustituyendo la lectura de la Palabra de Dios por la
de pasajes literarios;
cuando mezclar el evangelio con otros elementos se
ha convertido en el mayor interés de algunos de
nuestros teólogos más influyentes;
cuando el temor al hombre se ha apoderado de
nuestras mentes;
cuando en vez de la oración y la dependencia del
Espíritu Santo le ha dado lugar a la sabiduría y a la
energía carnal;
cuando no tenemos una compasión profunda por
aquellos que no tiene a Cristo,
cuando nos retiramos a dormir profundamente, sin
importarnos en lo absoluto las grandes multitudes
que caminan a la destrucción.
102
Y así pudiéramos continuar. Es por eso que debemos
redimir el tiempo. Pero, ¿qué es el tiempo? Alguien pudiera
definirlo como el período de duración de las cosas que
suceden. Oswald Sanders sabiamente comenta: “El tiempo es
la vida que nos ha tocado para trabajar”. Siendo así esto, lo
que realmente cuenta es el trabajo logrado durante nuestro
período de vida en la Tierra. “No es cuánto tiempo vivimos,
sino cuán plenos lo vivimos”. Es nuestro mayor interés. El
filósofo William James dice: “El valor de la vida se mide, no
por su duración, sino por su donación”. Moisés oraba:
“Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que
traigamos al corazón sabiduría”. Esta también debe ser
nuestra constante petición. ¿Por qué? Simplemente porque
detrás de nosotros yace la hora que pasó y ante nosotros la
hora que está por nacer; y solo una hora se encuentra en
nuestras manos, y esa es el ahora en el que estamos.
Pero la triste realidad es que vivimos como si el tiempo
fuera infinito, mientras nuestras obligaciones son cortas.
Jugamos con el tiempo, mereciendo bien la admonición de
Séneca: “Todos nos quejamos de la escasez de tiempo, sin
embargo, tenemos mucho más que lo que sabemos hacer con
él. Nuestras vidas se gastan sin hacer nada o haciendo
aquello que no debemos hacer. Siempre nos quejamos de que
nuestros días son cortos, y actuamos como si nunca se fueran
a acabar”.
¡Cuántas veces se escapa de nuestros labios la queja de
que “no tengo tiempo”! ¿Por qué no tenemos tiempo?
¿Cómo se pierde nuestro tiempo? ¿Será que perdemos
nuestro tiempo (1) por involucrarnos en conversaciones
ociosas, (2) por seguir placeres necios, (3) por ser
indulgentes con los malos hábitos, (4) por no poder
planificar nuestras actividades con anterioridad, (5) o por
asumir tareas que no son las que Dios quiere que tengamos?
¿Entonces cuál es la solución? ¿Cómo podremos
redimir el tiempo? Primero, evaluando la prioridades
103
correctas. Sin enredarnos en qué debe preceder a qué o en
qué debe seguir a qué. Es decir, en las palabras de Pablo:
“aprobando aquello que es excelente”, recordando siempre
que lo bueno se puede convertir en el enemigo de lo mejor.
Segundo, habiendo elegido las prioridades correctas,
adherirnos a esas prioridades. Es decir, comenzar a trabajar
en la número uno y permanecer con ésta hasta que la
hayamos completado. Solo entonces ir a la número dos, y
terminarla antes de ir a la número tres. Y seguir con este
proceso un día tras otro. Tercero, tapando los escapes.
Manteniendo un examen cuidadoso de cómo gastamos el
tiempo. Si en un día pasamos ocho horas descansando y
durmiendo, ocho horas trabajando, y tres horas para nuestras
comidas, devocionales y relaciones sociales, todavía nos
quedan cinco horas, que vienen a ser 35 horas en una
semana. Oswald Sanders dice: “Toda contribución del
hombre al Reino de Dios bien puede depender de cómo se
emplean esas horas cruciales. Ellas determinarán si su vida
es extraordinaria o corriente”. Cuarto, delegando tareas en
otros, por los que tal vez puedan ser hasta mejor ejecutadas.
Sin embargo, tenemos que enfrentar la realidad de que
no cambiaremos el patrón de nuestras vidas hasta que no
tengamos un motivo que nos mueva lo suficiente. Cuando
eso se encuentre ausente, seguiremos sin importarnos cómo
usemos el tiempo. Henry Martyn, antes de morir a la edad de
31 años, pudo traducir el Nuevo Testamento al hindi, al
árabe y al persa. ¿Cómo pudo él hacer una tarea tan
prodigiosa? ¿No era ‘la visión de naciones esperando por la
verdad que estaba encerrada en el libro que traducía’? Él
marchaba a un ritmo diferente. También marchemos
nosotros, si queremos que nuestro lema sea: “Solo una vida y
pronto pasará, solo lo que hagamos por Cristo durará”.
104
Calculando el costo
En el tiempo en que grandes multitudes seguían a Jesús, en
el tiempo cuando pudo haber monopolizado sus ánimos para
que le exaltasen, en el tiempo en que pudo haber sacado
ventaja de la popularidad que gozaba, Jesús, en vez de decir
cosas suaves y atrayentes, tuvo que decirles algunas cosas no
muy placenteras. Les dijo: “Si alguno viene a mí, y no
aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y
hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi
discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no
puede ser mi discípulo. Porque ¿quién de vosotros,
queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula
los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla?”
(Lucas 14:25-33). Es bueno que calculemos el costo antes de
lanzarnos a emprender cualquier proyecto. En cualquier
esfera de la planificación, sea doméstica o de otro tipo, la
prudencia nos llama a calcular el costo con anterioridad, y de
esta forma ahorrarnos el embarcarnos en una aventura poco
inteligente. Jesús ordenó a que se tuviese tal espíritu de
escrutinio e investigación, y dejó bien claro que también se
tuviese en el ámbito de la vida espiritual. Tenemos que
calcular de antemano cuál será el costo si queremos seguirle.
¿Cuál es el precio que debemos pagar si escogemos ser sus
discípulos? ¿Qué debemos ceder, si queremos llevar el
nombre de Cristo? La pregunta no es qué le costó a Jesús
salvar nuestras almas. Sabemos que no le costó menos que el
precio de Su preciosa sangre. La pregunta es qué nos costará
si deseamos ser verdaderos seguidores de Jesús.
En primer lugar, nos costará nuestra terquedad. En la
vida del cristiano no hay lugar para la terquedad. ‘No lo que
yo quiero, sino lo que tú, Señor’ debe ser el patrón de nuestra
mente y corazón. “Señor, no”, como lo expresó Pedro en
Hechos 10:14, es un término de contradicción. La forma de
conducirnos implica que hemos renunciado al derecho de
cuestionar Sus órdenes. Somos Sus esclavos y estamos
105
contentos de serlos. Estamos a Su disposición para rendirle
una obediencia sin reservas. Su voluntad es la ley de nuestras
vidas y no conocemos otra autoridad que requiera de nuestra
fidelidad.
En segundo lugar, nos costará nuestra jactancia. “Si
bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras
justicias como trapo de inmundicia” (Isaías 64:6a). Que
reconozcamos que nuestras mejores obras de justicia son
como un trapo inmundo, no solamente es necesario antes de
la conversión, sino también después. El creyente, en virtud
de su conversión, no se mueve del pie de la Cruz, posición
que adoptó cuando puso su fe en el Salvador crucificado.
Nada bueno habita en la carne, sea de convertidos o no. El
pecado, cual león, asecha a la puerta, y si no fuese por la
gracia protectora de Dios, también estaríamos revolcándonos
en el lodo del pecado y la maldad. Por lo tanto, ¡abajo la
jactancia! Que por el contrario, podamos ser llevados a ese
lugar de confesión, donde, al igual que Pablo, podamos
decir: “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que
Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de
los cuales yo soy el primero” (1 Timoteo 1:15). Note el
tiempo presente que Pablo emplea. Él no está diciendo que
fue el primero de los pecadores cuando Cristo lo salvó. Él se
llamó el mayor de los pecadores en un momento cuando
disfrutaba del más alto grado de intimidad espiritual con su
Salvador. A medida que el creyente avanza en su vida
espiritual, empieza a descubrir la pecaminosidad extrema del
pecado. Luchando contra el orgullo de su presunción, se
maravilla de la gracia de Dios que es escudo para su vida.
En tercer lugar, nos costará nuestros pecados. Un
discípulo de Cristo no debería tener nada que ver con el
pecado. No puede estar jugando con aquello que clavó a su
Salvador en la cruz. Él está envuelto en una batalla santa
contra el mal, y no puede ni por un momento bajar la guardia
respecto a la pureza de su vida. Siempre debe estar al
cuidado de no dar ocasión a los enemigos del Señor a que
106
blasfemen Su santo nombre. Debe estar siempre preparado
para pagar el precio de romper de lleno con todo tipo de
maldad. No debe ser como el rey Herodes, a quien, aunque le
gustaba escuchar a Juan el Bautista, no renunció a su querida
Herodías cuando fue desafiado a hacerlo. Debemos estar
dispuestos a renunciar a nuestros pecados, no importa cuán
atados estemos a estos.
En cuarto lugar, si queremos continuar siendo un
discípulo de Cristo, no podemos ir tras los placeres de este
mundo. El amar al mundo es enemistad contra Dios. El que
escoge ser amigo del mundo se convierte en enemigo de
Dios. Santiago llama criaturas infieles y falsas a aquellos que
buscan el favor del mundo. Lea Santiago 4:4. Juan dice que
no debemos entregar nuestro corazón a este mundo ni a las
cosas de este mundo. Un hombre no puede amar al Padre y a
este mundo a la vez (1 Juan 2:15). El discípulo de Cristo
debe estar dispuesto a darle la espalda a este mundo y
abrazar el camino de la cruz. Debe estar dispuesto a ser como
un necio por amor a Cristo, un espectáculo público a los ojos
de los hombres. Debe considerarse como perteneciente a la
basura del mundo, el desecho de la tierra.
En quinto lugar, debemos estar dispuestos a abandonar
la pereza. El discípulo es un soldado del ejército de Dios.
Debe estar apto a pelear todo el tiempo, porque su
adversario, el diablo, está como un león rugiente, buscando
devorarlo. No puede darse el lujo de ser indolente en el
ejercicio de los asuntos espirituales. No solamente es un
hombre fichado en territorio enemigo, sino que también es
cabeza de playa para que Dios pueda ejercer Sus operaciones
contra las fuerzas del mal. Su armadura no sufrirá ningún
daño, mas bien debe preocuparse por usar continuamente las
armas de su lucha, y porque no se les oxiden debido al
desuso. Debe estar dispuesto a permanecer en el frente de
batalla, y ofrecerse como un elemento prescindible para
Cristo, su General, quien, aunque parezca estar en las filas
107
que están siendo derrotadas, es Aquel ante el cual un día toda
rodilla se doblará.
Se busca – Un Terremoto
El ministerio de un líder cristiano es dual. Es tanto para
confortar a los perturbados como para perturbar a los
confortados. En tanto que nos especializamos en la primera,
nos despreocupamos de la segunda. A veces esto se debe al
temor al hombre.
En tales momentos, debemos recordar la palabra dada
a Ezequiel por el Señor (Ezequiel 2:1-3:11). Nuestra tarea no
es la de adormecer la conciencia de las personas en un falso
sentido de seguridad. Estamos aquí para despertarles de su
condición espiritual. Para esto necesitamos que el Espíritu de
Dios cause un desvelo santo en nosotros.
Cierto obispo, que estaba profundamente preocupado
acerca de la necesidad de crecimiento espiritual en una de las
parroquias de su diócesis, escribió al titular del beneficio y le
dijo: “Estimado Vicario, propongo ir a su parroquia para
dirigir un día tranquilo”. Pero el vicario, que sabía muy bien
la situación de sus feligreses, le respondió diciéndole:
“Querido obispo, no es un día tranquilo lo que necesitamos
en esta parroquia, mas bien es un terremoto.”
Siguiendo a Jesús
Lucas 9:57-62 es un pasaje útil para la consideración de este
tema: “El seguir a Cristo.” Aquí se presentan tres casos de
discípulos, a cada uno de los cuales el Señor recalca una
necesidad diferente.
Los dos primeros versículos hablan del discípulo
impulsivo y de la necesidad del desinterés. Los dos
versículos siguientes hablan del discípulo aprisionado y de la
necesidad de inmediatez. Y el tercer grupo de dos versículos
108
hablan del discípulo indeciso y de la necesidad de
perseverancia. Consideremos al discípulo impulsivo y su
necesidad de desinterés. Este hombre le dijo a Jesús: “Señor,
te seguiré adonde quiera que vayas”. De hecho estas eran
palabras nobles, pero Jesús podía ver que las palabras de este
hombre emanaban de una emoción superficial. Era un
impulso temporal. En él no había profundidad alguna. Una
emoción pasajera lo había impulsado momentáneamente, e
hizo tal afirmación precipitada. No había calculado el costo
de lo que realmente quiere decir seguir a Jesús adondequiera
que fuese.
Así que lanzó su compromiso, muy parecido a como lo
hizo Pedro con sus compañeros, quienes junto a él decían:
“Si me fuere necesario morir contigo, no te negaré” (Marcos
14:31). La Biblia dice: “... guarda tu pie; y acércate más para
oír que para ofrecer el sacrificio de los necios; porque no
saben que hacen mal. No te des prisa con tu boca, ni tu
corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios;
porque Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra; por tanto,
sean pocas tus palabras” (Eclesiastés 5:1-2).
En Jueces 11:30-40 tenemos el caso de Jefté el
galaadita, quien hiciera una necia promesa. Le prometió al
Señor que si ayudaba a Israel a conquistar a los amonitas,
cuando regresara, la primera persona de su casa que le saliera
al encuentro sería ofrecida en holocausto. La historia nos
narra cómo tuvo que sacrificar a su hija para mantener el
voto que había hecho.
Ahora bien, este discípulo impulsivo también pudo
haber tenido algún motivo egoísta con querer seguir a Jesús.
Mateo 8:19 nos dice que era un escriba. Sabemos que en
esos días los escribas no eran personas que cobraban un
salario. Estaban obligados a ganarse la vida por otros
medios, si no tenían recursos privados. Pudo haber sido que
este escriba pensara que su problema de salario estaría
resuelto si se unía a Jesús, el hacedor de milagros. Sea como
fuese, Jesús le dice cándidamente: “Las zorras tienen
109
guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del
Hombre no tiene dónde recostar la cabeza” (Lucas 9:58). Lo
que estaba diciendo, en efecto, era: Atiende esto, cuando me
sigas, estarás siguiendo a un pobre predicador ambulante, no
tendrás techo sobre tu cabeza, no tendrás un hogar acogedor,
ni almohada de plumas. Más bien, tendrás que desapropiarte
de ti mismo, rechazar cualquier derecho a ti mismo, perder
de vista al yo y a tus intereses personales, y ser
completamente absorbido en mí y mi causa, tomando tu cruz
de la abnegación día a día. Duras palabras estas. Jesús no era
de dar labia. Nosotros también haríamos bien en seguir el
ejemplo de Jesús cuando busquemos hacer discípulos para
Él. No estamos para predicar una gracia barata o un
cristianismo fácil. Hemos sido comisionados a predicar todo
el consejo de Aquel que no tuvo pelos en la lengua cuando
dijo: “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y
madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun
también su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lucas
14:26).
Comunicación cristiana
Adepto al arte de la comunicación, Pablo pudo decir de la
iglesia en Tesalónica: “Ustedes han venido a ser seguidores
de nosotros y del Señor”. Al imitar a Pablo, esa iglesia estaba
imitando al Señor. El apóstol dice a los Gálatas: “...expuse
(comuniqué) ... a los que tenían cierta reputación el
evangelio que predico entre los gentiles...” (2:2). Pablo sabía
lo que era comunicar, sabía que lo que importaba era la
audiencia.
Para Pablo, el ejemplo era la mejor forma de
comunicación. Él le suplicaba a la iglesia en Filipos:
“Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad a los que así se
conducen según el ejemplo que tenéis en nosotros”
(Filipenses 3:17). Y el ejemplo es la mayor evidencia que
merece ser atendida. Esto estaba por encima de todo para él,
110
y es visto más adelante en su última exhortación: “Lo que
aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced”
(4:9a). Lo que Pablo estaba diciendo, en efecto, era esto:
“Ustedes conocen lo que yo he enseñado, dado, hablado y
hecho. Entonces manténganse haciendo esto”.
Ahora bien, ¿qué era “esto”? Hechos 16 nos dice la
forma en que se fundó la iglesia en Filipos. De Hechos 20:1,
6 y 1 Timoteo 1:23 inferimos que Pablo hizo viajes seguidos
a Filipos. Sin embargo, no tenemos detalles de estas últimas
visitas. Entonces tenemos que apoyarnos en Hechos 16 para
informarnos de aquellas cosas que Pablo enseñó, dio, habló e
hizo.
111
evangelio; para hacer que las autoridades comenzaran a
respetar la causa de Cristo. Por eso Pablo pide ser
liberado por los mismos oficiales en persona.
Sabiduría cristiana: En el versículo 39 se les pide a
Pablo y a Silas que abandonen la ciudad. En el
versículo 40, Pablo y Silas abandonan la ciudad. Como
ciudadanos romanos, no iban a someterse a más
vejaciones. Pudieron haberse quedado más tiempo en
Filipos y evangelizar un poco más. Pero eso hubiese
traído inconvenientes innecesarios con las autoridades,
las cuales hubiesen estado quizás echando humo e
inquietos por la impotencia de hacerle algún daño a
Pablo y Silas. No tenía sentido hacer enojar a las
autoridades, especialmente cuando pudieran tener que
regresar en el futuro, por lo que Pablo y Silas partieron,
en deferencia a los deseos de las autoridades.
112
a salir de la ciudad, buscar el grupo de reunión e
identificarse abiertamente con ellos. Y este grupo
resultó ser ¡un grupo de mujeres! Pablo no era una
persona ordinaria, más bien era un hombre de una alta
superioridad intelectual. Hubiese sobresalido con
hombres de igual calibre. Aquí no se encontraban
doctores de la ley ni de las letras; sin embargo, no miró
con menosprecio a este grupo de simple mujeres
intercesoras. Tomó su lugar al lado de ellas y les habló
de Jesucristo. El Señor honró la identificación de
Pablo, tocando el corazón de Lidia, la primera cristiana
de Europa.
De su compasión: El corazón pastoral de Pablo no le
hubiese permitido salir de Filipos sin antes ver su
pequeño rebaño. Por lo que vemos en el versículo 40
cómo, después de haber salido de la prisión, entraron a
la casa de Lidia, donde animaron, aconsejaron, instaron
y consolaron a los hermanos que allí se encontraban.
113
Un grito de restricción: Cuando la prisión se sacudió
hasta sus cimientos, y todas las puertas se abrieron, y
todas las cadenas cayeron, la reacción inmediata del
carcelero fue la de suicidarse. Él no estaba consciente
de que Dios, quien había soltado sus pies, había atado
sus espíritus para que nadie escapara. Entonces Pablo
le grita al carcelero: “No te hagas ningún mal, pues
todos estamos aquí” (v. 28). No somos de los que se
aprovechan de las oportunidades de escape que se
presenten. No te hagas daño. No escojas el camino de
la muerte.
114
en el nombre de Jesucristo, que salgas de ella”. En ese
mismo momento fue liberada.
Padeció con paciencia las aflicciones del evangelio.
Las falsas acusaciones y los tratos violentos no hicieron
que Pablo y Silas sintieran rencor por los que les
perseguían. De esta forma mostraron el espíritu del
Señor, quien, “cuando le maldecían, no respondía con
maldición; cuando padecía, no amenazaba” (1 Pedro
2:23a).
Mostró la gracia de la humildad al aceptar la
ministración y hospitalidad del que lo había empujado
anteriormente en lo más profundo de la cárcel y
amarrado sus pies en el cepo. El carcelero era ahora un
hermano en el Señor (Hechos 16:33-34).
Ejemplos a seguir
“Alejandro recibió más valentía de mente por el ejemplo de
Aquiles que por escuchar la definición de fortaleza.” Así
escribió Sir Philip Sidney. Nadie discutiría esta afirmación.
Más bien tendríamos que estar de acuerdo en que los
ejemplos son mejores instructores que las simples lecciones
verbales. Pablo dice: “Porque el reino de Dios no consiste en
palabras, sino en poder”(1 Corintios 4:20). El cristianismo
no es hablar, no son palabras amontonadas unas sobre las
otras. Es una demostración de poder sobre el mal, poder
sobre el orgullo y el egocentrismo. Goldsmith pudo entonces
decir de su párroco: “Fue él quien me introdujo en mejores
mundos y me guío en el camino”. El párroco de Goldsmith
sabía que el ejemplo era la mejor escuela de la humanidad, y
que su congregación no aprendería mejor de otra forma.
Nuestra gente se impresiona más por lo que ve que por lo
que oye. Aquello que procede de la boca debe nacer del
vientre de la experiencia, no del vientre del conocimiento de
otros. Tenemos que convertirnos en portadores de lo que ha
sido probado y aprobado en el crisol de nuestras propias
115
vidas. John Donne dice: “De todos los comentarios de las
Escrituras, los ejemplos son los mejores y más vívidos”. De
hecho, el ejemplo es el primer gran regalo que se le puede
dar a nuestros compañeros.
De Jesús, Pedro declara: “dejándonos Su ejemplo, para
que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló
engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía
con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino
encomendaba la causa al que juzga justamente” (1 Pedro
2:21-24). En el Señor tenemos un digno ejemplo. ¿Cómo
debemos reaccionar cuando oprobios y afrentas,
ridiculización y burla sean lanzados contra nosotros? La
respuesta es: “tan solo haz lo que Él hizo”. Cual David, que
no permitió que Abisai matara a Saúl, estando este último
persiguiendo a David para aniquilarle, diciéndole: “No le
mates; porque ¿quién extenderá su mano contra el ungido de
Jehová, y será inocente?” (1 Samuel 26:9). O también, como
David, que cuando Simei le maldecía, contuvo a Abisai
diciéndole: “Déjalo, si él así maldice, es porque Jehová le ha
dicho que maldiga a David” (2 Samuel 16:10-11).
No solamente tenemos que seguir a Jesús en el ámbito
de nuestras actitudes; también tenemos que seguir Sus pasos
en el ámbito de nuestras acciones. Aquel que tomó una toalla
y lavó los pies de Sus discípulos dice: “ejemplo os he dado,
para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. De
cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor,
ni el enviado es mayor que el que le envió... Un
mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros;
como yo os he amado, que también os améis unos a otros”
(lea Juan 13). Jesús pudo ordenarles esto puesto que le estaba
diciendo que hicieran lo que Él había hecho.
No solamente debemos dar el ejemplo en el área de
nuestras actitudes y acciones, sino que también debemos ser
ejemplos en el área de cómo reaccionamos acorde a nuestras
circunstancias. “En el respeto está la paz”, esta debe ser
nuestra regla constante de vida. No debemos rebelarnos en
116
contra de situaciones opuestas al hilo de nuestra fe. Más bien
debemos mostrar un brillo apacible a medida que estamos en
nuestro peregrinar. Venga lo que venga, sea en la cueva de
Adulam como a David, o en la cautividad al lado del río
Quebar como a Ezequiel, o en el foso de leones como a
Daniel, estamos llamados a exhibir ese modelo y esa calma
celestial, esa gracia inmensurable que solo el Dios de paz
puede dar. Es así como entonces reflejamos más a Cristo. Es
así como entonces nos convertimos en ejemplos dignos de
seguir.
Trabajo hecho
El apóstol Pablo encontró su trabajo hecho. La iglesia en
Tesalónica lo había hecho. Sus miembros se habían
convertido en un altavoz, de donde reverberaba la Palabra
del Señor. Sus vidas resonaban como campanas, los acordes
de Aquel a quien servían y pertenecían. Atrás habían
quedado los ídolos que una vez adoraron. La persecución
desenfrenada no les alejó de Cristo, antes bien, fortalecidos
con el gozo del Espíritu Santo, comenzaron a contagiar a
otros compartiendo la Buenas Nuevas a donde quiera que
iban. La historia de su fe se esparcía por doquier. El apóstol
y sus colaboradores “no tenían necesidad de hablar”.
Encontraron que no tenían que hablarles a las personas de
Jesús y Su evangelio (1 Tesalonicenses 1:8).
Los tesalonicenses habían hecho un buen trabajo. En su
manera de pensar y en la práctica, el evangelismo no
quedaba solo para el púlpito, sólo para dentro de la iglesia.
Donde había gente, allí tenían que ir ellos. Reconocieron la
necesidad de moverse, como testigos de Cristo, entre
aquellos que preferían estar lejos de las iglesias. Predicar
significaba llevarles a Cristo a la gente a sus propias casas o
lugares donde trabajaban. Estos cristianos tenían un simple
mensaje. Este era que todos podían llegar a ser amigos de
117
Dios por medio de Jesucristo. Sus vidas transformadas
reafirmaban su mensaje.
He aquí una lección que necesitamos aprender.
“Cuando la gente deje simplemente de sentarse en los
bancos, entonces se podrá lograr aquello que el pastor no
puede hacer”. Una evangelización total requiere una
movilización total. ‘Tratar de que el pueblo de Dios salga’
debe ser nuestra mayor preocupación. La motivación externa
no puede por sí sola hacer que esto suceda. Solamente un
impulso interno, implantado por el Espíritu Santo, puede
sacudir y liberar sus pies aprisionados.
118
“¿Soy responsable yo de Abel?”; y el Señor, al responderle
no lo absuelve de responsabilidad, sino que pone sobre él
una carga más pesada cuando le dice: “La voz de la sangre
de tu hermano clama a mí desde la tierra”.
Isaías 58 censura a los judíos por conformarse con la
simple forma de adoración externa, pero al finalizar los
versículos, abunda en promesas supeditadas a ciertas
prácticas que los judíos debían observar. Los versículos 6 y 7
las menciona. Estas son (1) desatar las ligaduras de
impiedad, (2) soltar las cargas de opresión, (3) dejar ir libres
a los quebrantados, y romper todo yugo, (4) partir su pan con
el hambriento, (5) albergar a los pobres errantes en casa, (6)
cubrir al desnudo, y (7) no esconderse de su hermano.
Si este llamado de mostrar amor en acción fue dado a
los judíos bajo la ley, ¿cuanto más a nosotros que estamos
bajo la gracia? La mayor parte del libro de Amós es un
ataque mordaz a la corrupción social y religiosa en los días
de Amós, la cual, cuando se buscaba, daba paso a la ira de
Dios. En un pequeño pasaje, Amós 2:6-16, se enumeran con
detalles las infracciones de Israel. El profeta enfatiza la
degradación moral y social, la cual traía como resultado la
degeneración. Los israelitas se habían endurecido en cuanto
al trato con los demás. Joven y adulto, un hombre y su padre
se llegan a la misma mujer y profanan el santo nombre de
Dios. Habían desviado a los nazareos de la observancia de
sus votos y silenciado a los profetas de Dios. Habían vendido
al justo por dinero; los jueces, siendo sobornados, liberaban
al culpable y condenaban al inocente. Habían vendido al
pobre por dinero,; los pobres, al ser incapaces de pagar sus
deudas, eran vendidos como esclavos; la cantidad de su
deuda puede haber sido una nimiedad, quizás el valor de un
par de sandalias. Torcieron el camino de los humildes, es
decir, los ricos pervirtieron el camino, la causa, el justo
juicio de los pobres. Practicaban inmoralidad en los altares,
algo que deben haber aprendido de los cananitas. Al
contaminar los devotos del templo que habían sido
119
consagrados para Dios, estaban profanando el santo nombre
de Dios.
Éxodos 22:26-27 ordena la devolución al pobre a la
puesta del sol del vestido tomado como prenda. Aquí en
Amós, la otra acusación es que usaban las ropas empeñadas
para llevar a cabo su libertinaje. El vino que tomaban como
parte de la comida sacrificial durante la adoración era
comprado con dinero mal habido, quizás con el dinero de
una multa impuesta a alguien injustamente. Además de estas
acusaciones, eran culpables de frustrar el testimonio de los
nazareos y de obstaculizar el ministerio de los profetas.
Aquí tenemos una vista panorámica de la sociedad de
Israel, particularmente en los días de Amós. ¿Y qué de
nuestra sociedad hoy en día? ¿Es mejor que la de Israel en
aquel entonces? El que tiene ojos vea. Nuestra Iglesia
nacional tiene que levantar a miles de Amós, hombres que no
teman hablar la verdad y la justicia, dispuestos a ser
silenciados por hablar bien alto. ¡Y quién sabe qué forma
tomará ese silencio!
120
obras”. Es decir, las buenas obras no nos salvan. Pero
mientras que somos justificados por la fe ante Dios, ante los
hombres se nos ve justificados por las obras.
Santiago habla de Abraham y de Rahab la ramera como
justificados por sus obras (2:21,25), para explicar que la fe
sin obras es muerta.
El apóstol Juan dice: “Y este es su mandamiento: Que
creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos
unos a otros como nos lo ha mandado” (1 Juan 3:23). Aquí
encontramos que la relación entre creer en Jesús y amarnos
unos a otros es una reafirmación de que esta unión no es una
opción para ser contemplada si uno así lo desea; es un
mandamiento que debe ser obedecido independientemente de
la opinión que se tenga. Más adelante Juan dice: “Si alguno
dice: “Yo amo a Dios”, y al mismo tiempo odia a su
hermano, es un mentiroso. Pues si uno no ama a su hermano,
a quien ve, tampoco puede amar a Dios, a quien no ve” (1
Juan 4:20, versión Dios Habla Hoy). La lógica de este
argumento es indisputable, y aún es más poderosa cuando se
usa la interrogación que aparece en algunos manuscritos:
“¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (VRV60).
Por lo tanto, el mundo tiene todo el derecho de exigir
que demostremos a Cristo en vez de simplemente anunciarlo.
O como en cierta ocasión le dijera Rabindranth Tagore a un
grupo de líderes cristianos: “Ese día en el que veamos a
Jesucristo viviendo su vida en ustedes, nosotros los hindúes
correremos tras él tal como las palomas vuelan al lugar
donde se les alimenta”. Este es un reto que no podemos
ignorar. Si nuestro discipulado ha de ser creíble, no puede
haber dicotomía entre nuestras doctrinas y nuestras obras.
Antes bien debemos imitar a nuestro Señor, en quien la
práctica excedió la enseñanza. Él enseñó esto: “No hay
mayor amor que este, que uno ponga su vida por la de sus
amigos”. ¿Qué hizo Él en la práctica? Dio Su vida por la de
Sus enemigos. ¡A diferencia de nosotros, Sus palabras
sobrepasan lo que en realidad practicamos! Por lo que
121
entonces a menudo escuchamos la continua petición: “Antes
de que creamos en su Redentor, muéstrame que has sido
redimido”.
“Por lo tanto, el que está unido a Cristo es una nueva
persona. Las cosas viejas pasaron; se convirtieron en algo
nuevo.” (2 Corintios 5:17, versión Dios Habla Hoy). Es todo
un mundo nuevo de valores y conceptos – amor por el
hombre en un interés por la justicia social. Jesús dijo: “Un
mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros;
como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En
esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis
amor los unos con los otros” (Juan 13:34-35.) El amor de los
unos por los otros, esa es la insignia del discipulado
cristiano.
La gracia de dar
En primer lugar, dar no es algo innato en nosotros, agarrar sí
lo es. Cuando realmente damos es porque la gracia de Dios
está operando en nosotros y nos mueve a hacerlo. Por eso
Pablo pudo hablar de la gracia que Dios le había dado a las
iglesias de Macedonia (2 Corintios 8:1).
En segundo lugar, los que dan no son sino aquellos que
han recibido. Damos de aquello que hemos recibido del
Señor. Pablo pregunta: “Porque ¿quién te distingue? ¿o qué
tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te
glorías como si no lo hubieras recibido?” (1 Corintios 4:7).
Aun más, esta gracia de dar debe ser vista a la luz del
indescriptible don que Dios nos ha dado (2 Corintios 9:15).
El Hijo de Dios nos amó y se entregó a sí mismo por
nosotros. Es esta entrega Suya por Su parte, y el recibirlo a
Él por la nuestra lo que nos hace entregarnos al Señor y a
nuestros iguales (2 Corintios 8:5,9).
Esta gracia de dar – este servicio de dar a los santos –
es el resultado de Cristo darse a sí mismo por nosotros (2
122
Corintios 8:9), y haríamos bien en estudiar este tema a
profundidad bajo cuatro encabezamientos diferentes:
El método de dar
La medida de dar
La manera de dar
Los motivos de dar
Nuestro estudio va a estar centrado principalmente en 2
Corintios 8:1 al 9:15.
Primero, el método de dar. Respecto a la recaudación
del pueblo de Dios, Pablo escribe: “Cada primer día de la
semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya
prosperado, guardándolo, para que cuando yo llegue no se
recojan entonces ofrendas” (1 Corintios 16:2). Aquí
aprendemos que nuestro dar debe ser de forma regular, no
esporádico. Debemos apartar el dinero para el Señor el
primer día de la semana, es decir, debemos cultivar el hábito
de dar regularmente en momentos designados. Lo otro que
aprendemos es que nuestro dar debe ser personal. Cada uno
de los que recibimos entradas debemos apartar el dinero que
le corresponde al Señor. Cristo se dio por nosotros y cada
uno de nosotros debe responderle igual. Un miembro de la
familia que tenga entradas no puede ocultarse tras el dar de
otro miembro de la familia que también tenga entradas.
Tercero, aprendemos que nuestro dar debe ser de forma
previsora, es decir, que previendo las necesidades de la obra
del Señor, hacemos provisión con anticipación. Pablo dice:
“...guardándolo, para que cuando yo llegue no se recojan
entonces ofrendas” (1 Corintios 16:2).
Segundo, la medida de dar. Pablo enfatiza en que la
suma de dinero apartada debe estar en correspondencia con
la entrada. Aquí aprendemos que no debemos tener un
espíritu calculador. ¿Lo que dé, tiene que estar relacionado
con mi entrada neta? Dios no tiene en cuenta tales cálculos al
tratar con nosotros. Lo que es más, no debe haber una pizca
de deshonestidad. Alguien señaló acertadamente: “Mira que
lo que des a Dios esté de acuerdo con lo que recibes, de lo
123
contrario, Dios hará que lo que recibes esté de acuerdo a lo
que das.”
Tercero, la manera de dar. El pasaje en cuestión de
estudio lo dice claramente. En él se mencionan dos aspectos:
Lo manera en la que no se debe dar: No debemos dar
de mala gana (9:5), es decir, con un espíritu de murmuración
o queja. Es decir, no disgustarnos con Dios y preguntarle:
“¿Nunca te sacias? ¿Vas a estar siempre exigiendo de tus
criaturas?” Tampoco debemos dar escasamente (9:6). Es
decir, nuestro dar no debe ser mezquino. La tacañería hacia
Dios es algo inapropiado. Otra cosa que no debemos hacer es
dar con disgusto (9:7). Es decir, debemos dar sin reservas,
sin una sombra de vacilación. Tampoco debemos dar por
sentirnos obligados (9:7). Dios no es un capataz que está con
un látigo arriba de nosotros obligándonos a dar.
La manera en la que se debe dar: Debemos dar de
forma generosa y de buen corazón. Pablo menciona dos
veces en un solo versículo la naturaleza generosa del don. Lo
otro es que debemos sembrar abundantemente. Cuando
sembramos abundantemente, recogemos abundantemente.
Esta es la ley de la cosecha. Jesús enseñó: “Dad, y se os dará;
medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en
vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís,
os volverán a medir” (Lucas 6:38). También debemos dar
con alegría (2 Corintios 9:7). Dios ama al dador alegre.
Nuestro dar debe ser con un espíritu conforme, no quejoso.
Además, debemos dar sacrificadamente. “...sino que a sí
mismos se dieron primeramente al Señor, y luego a nosotros
por la voluntad de Dios” (8:5). “Y cuando ofrecéis el animal
ciego para el sacrificio, ¿no es malo? Asimismo cuando
ofrecéis el cojo o el enfermo, ¿no es malo? Preséntalo, pues,
a tu príncipe; ¿acaso se agradará de ti, o le serás acepto? dice
Jehová de los ejércitos” (Malaquías 1:8). Debemos dar hasta
que nos duela. Jesús dijo de la viuda que puso dos pequeñas
monedas de cobre en el tesoro del templo: “Porque todos
aquellos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les
124
sobra; mas ésta, de su pobreza echó todo el sustento que
tenía” (Lucas 21:4).
Cuarto, los motivos de dar. Era, en primer lugar, para
suplir las necesidades del pueblo de Dios (9:12). Los
cristianos de Jerusalén eran extremadamente pobres por un
número de razones. “La abundancia vuestra supla la escasez
de ellos” (8:14). En segundo lugar, era para mostrar la
unidad de la iglesia, para demostrar, de una forma muy
práctica, de que en Cristo Jesús, no hay ni judío, ni gentil,
sino que todos son uno (Gálatas 3:28). En tercer lugar, era
para honrar al Señor mismo (8:19). Cuando el pueblo de
Dios hace el bien a todos, especialmente a los de la familia
de la fe, la gloria es dada a Cristo. En cuarto lugar, era para
mostrar el fuerte anhelo de las iglesias gentiles de ayudar a la
iglesia madre en Jerusalén. En quinto lugar, era para buscar
hacer lo que es honorable y recto a la vista de Dios y la de
los hombres (8:21). En sexto lugar, era para hacer que
muchos corazones rebosaran de gratitud a Dios por parte de
los cristianos en Jerusalén y por parte de los cristianos
gentiles (9:12). Dar es un privilegio, el recibir es un
privilegio, y el privilegio siempre hace que se le dé gracias a
Dios por ello. En séptimo lugar, era para mostrar la justicia
lógica por parte de la iglesia gentil por medio de esta
bendición material, así como ellos mismos habían recibido
bendiciones espirituales por parte de los cristianos judíos
(Romanos 15:26-27). En octavo lugar, era para identificar las
ofrendas de las iglesias como el equivalente cristiano de los
impuestos del templo enviados anualmente a Jerusalén por
los judíos de la diáspora. Los judíos dispersos, concientes de
su identidad nacional, expresaban solidaridad con su patria
por medio de estas remesas anuales. De esta forma, los
regalos de las iglesias de Acaya y Macedonia para la iglesia
madre en Jerusalén marcó la universalidad de la iglesia, lo
cual trascendió todas las fronteras nacionales.
Antes de terminar, analicemos brevemente los hombres
empleados por las iglesias para cuidar de estas ofrendas.
125
Estos eran Tito y otros dos hermanos de los cuales no se
menciona el nombre (8:16-24). Tito, al igual que Pablo, era
de los que se preocupaba por la iglesia de Corinto. Tito
quería que esta iglesia participara de la bendición de dar, que
participara en este servicio a los santos de Jerusalén. Es por
eso que Tito apoya el llamado de Pablo a la iglesia de
Corintio a que respondiese a las necesidades de la iglesia en
Jerusalén. Tito no era un extraño para la iglesia de Corintio;
él los había visitado el año anterior para completar la
recaudación que habían comenzado. Tito regresó otra vez a
Corintio con mucho entusiasmo de su parte. Esta vez estaba
acompañado por el hermano a quien todas las iglesias honran
por su servicio al evangelio. Este fue especialmente escogido
por la iglesia, ya que su misma presencia garantizaba la
integridad financiera del proyecto. Era un hombre
irreprochable, y en donde estuviese él, no podía haber crítica
de la forma en la que se administrara la generosa ofrenda.
También se encontraba el otro hermano anónimo quien
había sido probado varias veces y había sido hallado honesto
en muchos asuntos. Éste era una persona entusiasta, con gran
confianza en la iglesia de Corintio. Mientras unos veían
imperfecciones, éste veía un gran potencial.
Estos dos hermanos anónimos eran representantes muy
capaces, no solo de las iglesias, sino también del Señor de la
iglesia. De hecho eran una gloria para Cristo (9:23). Eran
estos dos hombres los que acompañaron a Tito, compañero
de Pablo y colaborador. Ellos eran parte de las medidas que
la iglesia tomó para hacer lo que era correcto no solo a los
ojos de Dios sino también a los de los hombres (8:21).
Tales eran los hombres que podían enfrentar al pueblo
de Dios y desafiarles a dar con disposición, con generosidad
y con sacrificio. Estos eran los hombres que podían reiterar
las palabras de Jesús que: “Más bienaventurado es dar que
recibir” (Hechos 20:35). ¿De dónde venía su virtuosa
audacia? ¡Esto era seguramente porque estaban llamando a
otros a hacer lo que ellos mismos estaban haciendo! Era
126
seguramente porque sus corazones cantaban como respuesta
la melodía:
Misión y oración
El trabajo de misiones consta de seis partes. Estas son:
1. El que envía (el Trino Santo Dios)
2. Las agencias que envían (iglesias y sociedades
misioneras)
3. Los misioneros (los que van o trasmisores del evangelio)
4. Gentes sin Cristo (el objetivo de nuestros esfuerzos)
5. Los que oran (intercesores)
6. Los que dan (hijos y dinero)
127
El que envía es el dador de la Gran Comisión. Pero
para comisionar tiene que reclutar. Su cantera de
reclutamiento es la iglesia, pero la iglesia es un cuerpo
‘invadido’. Los poderes de las tinieblas la han invadido. Está
atrofiada por un espíritu mundano. El pecado y el
egocentrismo la están ahogando. En resumen, el cuerpo está
enfermo. Necesita recuperar la salud, revitalizarse,
renovarse, revivir y crecer espiritualmente si es que quiere
enviar misioneros para que sean reclutados para el campo
misionero.
Por lo tanto, lo primero que hace el que envía es
sembrar en los corazones de Su pueblo un fuerte anhelo de
avivamiento espiritual en la iglesia. Ciertamente, cuando
Dios busca dar grandes bendiciones, pone a Su pueblo a orar.
El propio deseo de orar proviene de Él. Él obra en nosotros
para que oremos lo que Él ha mandado: “A la verdad la mies
es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la
mies, que envíe obreros a su mies” (Mateo 9:37-38).
Cuando Dios nos pide que oremos, podemos estar
seguros que su deseo es responder esa oración; no puede ser
de otra forma. Otra cosa sería contraria a Su naturaleza. Los
campos a cosechar son de Él. Él está más deseoso que lo que
nosotros pudiéramos estar de que la siembra sea cosechada
pronto. Nuestra responsabilidad es la de clamar a Él y Su
responsabilidad es la de convencer a aquellos que puedan
comprometerse en la verdadera siega. Cuando usamos la
expresión ‘clamar a Él’, puede dar la impresión de que
estamos recomendando una expresión poco convincente que
sea levantada de vez en cuando. Aunque nuestro Dios es lo
suficientemente grande para responder el susurro más ligero
de parte de su más humilde hijo, no obstante, Él quiere que
cultivemos un fervor, un ardor que sobre todas las cosas sea
una señal de nuestra total y exclusiva dependencia de Él. No
es que con esta forma de orar vayamos a vencer la renuencia
de Dios para enviar obreros, sino es que es una forma de no
tener ningún reparo al declarar que separados de Él, nada
128
podemos hacer. Mejor dicho, más que eso, es una confesión
pública de que el trabajo misionero comienza, continúa y se
consuma en oración. Tales oraciones emanan del Espíritu
quien único conoce la mente de Dios. Spurgeon dijo: “Orar
es un arte que tan solo el Espíritu Santo puede enseñarnos. Él
es el dador de toda oración”.
Sí, el misionero tiene que enseñar la oración con el
ejemplo, pero a los nuevos convertidos hay que enseñarles
con la instrucción. ¿Qué se les debe enseñar?
En primer lugar, se les debe enseñar que nuestro Dios
es un Dios que responde las oraciones; que Sus oídos
siempre están atentos al clamor del justo; y que Él se deleita
en responder los deseos de nuestros corazones (Salmo 34:7;
1 Pedro 3:12).
En segundo lugar, se les debe enseñar que lo que hace
que aparte Su rostro de nosotros y que impida que Su oído
escuche nuestras peticiones son nuestros pecados e
iniquidades (Isaías 59:2; Salmo 66:18).
En tercer lugar, se le debe enseñar lo que es orar en fe,
lo que es orar en el nombre de Cristo, lo que es orar en el
Espíritu y lo que es orar de acuerdo a la voluntad de Dios
(Marcos 11:24; Juan 14:3; Efesios 6:18; 1 Juan 5:14-15).
En cuarto lugar, se les debe enseñar a convertir sus
preocupaciones en oraciones (Génesis 32:9-12; Filipenses
4:6-7); a usar la oración para vencer la tentación (Génesis
3:1-6; Mateo 26:40).
En quinto lugar, se les debe enseñar que Dios puede
retardar la respuesta por un tiempo para que podamos saber
lo que realmente necesitamos, para que así apreciemos mejor
Su respuesta cuando esta llegue, y de esa forma hacernos lo
suficientemente maduros espiritualmente para usar Sus
dones con sabiduría. También deben aprender en lo adelante
que en Su inmensa sabiduría puede hasta incluso decir ‘No’
a nuestras oraciones (2 Corintios 12:8-9; 1 Crónicas 17:16-
27).
129
En sexto lugar, se les debe enseñar que la oración por
otros es una necesidad, y que el no hacerlo es pecado (1
Samuel 12:23; Hebreos 13:18-19; 1 Timoteo 2:2).
En séptimo lugar, se les debe enseñar que la oración
cambia actitudes y sucesos (Éxodo 32:9-14; Hechos 12:5;
Isaías 38:1-5).
En octavo lugar, se les debe enseñar a orar por aquellos
que tratan de frustrarlos, que se molestan con ellos y que
tratan de herirlos (Números 16:22-27).
En noveno lugar, se les debe enseñar a orar antes de
tomar cualquier decisión (Lucas 6:12; Santiago 5:16-18) y
no hacer de la oración el último recurso cuando lo demás han
fallado.
En décimo lugar, se les debe enseñar cómo por medio
de la oración se puede atar a Satanás usando el nombre de
Cristo y proclamando la sangre del Cordero de Dios. Una
fórmula de oración como la que a continuación damos puede
ayudarles a fortalecer su armadura espiritual. “En virtud de
la autoridad que me es conferida por Jesucristo, Rey de
reyes y Señor de señores; y en Su poderoso nombre,
reprendo al maligno y a los demonios que esclavizan y atan
a esta persona.”
130
evangélico asiático. Agradecemos a Dios por darnos el
privilegio de vivir en tiempos trascendentales como estos.
Sí, se ha hecho mucho, pero queda mucho más por
hacer. Dos mil millones de personas todavía no han
escuchado el nombre de Jesús, y otros dos mil millones más
tienen un conocimiento superficial del evangelio. Los
desafíos ante nosotros son colosales. Ante nosotros está el
mundo de los pobres y necesitados; el mundo urbano; el
mundo islámico, el budista y el hindú; el mundo de los
pueblos tribales; el mundo de los cristianos nominales, y el
mundo comunista. Cerca de doce mil grupos de personas no
alcanzadas, no tienen comunidades autóctonas de creyentes
que evangelice a estos grupos. En estos grupos se tienen que
enviar misioneros foráneos. ¿Qué más? Las puertas de
muchos países están cerradas a los misioneros tradicionales o
convencionales. Los misioneros de oficio (los tenderos o
levantadores de carpas) tienen que movilizarse. Tienen que
buscarse medios y maneras de ser colocados en estos países
‘cerrados’.
En resumen, literalmente multitudes sobre multitudes
necesitan tener una oportunidad válida de escuchar, entender
y responder al evangelio. Sí, en cierto sentido esta tarea es
‘terminable’. Los medios de comunicación electrónicos
pueden hacerlo. Sin embargo, no puede terminar con la
necesidad de misioneros de ‘carne y hueso’. El toque
humano es indispensable. Por lo tanto, necesitaremos de un
vasto ejército de misioneros respaldados por recursos
financieros adecuados. ¿Puede Dios hacer esto? Esta fue una
pregunta que los antiguos israelitas se hicieron siglos atrás:
¿Puede Dios poner mesa en el desierto? (Salmo 78:20). No
dudaban de que Dios les podía proveer de tumbas en el
desierto, pero... ¿podía acaso proveer la carne? Sí, y lo hizo.
Hudson Taylor comentó una vez: “Se nos pide que hagamos
una tarea imposible, pero trabajamos con Aquel que puede
hacer lo imposible”.
131
Es esta la dimensión de fe que nuestras iglesias y
sociedades misioneras necesitan recobrar en mayor medida
que nunca antes. Jesús nos ha enseñado: “Tened fe en Dios.
Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este
monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su
corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga
le será hecho. Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis
orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá” (Marcos 11:22-
24). No debemos temblar ante nuestras montañas, cualquiera
que estas sean. Nos atrevemos a mirarlas desde arriba, al
lado de Jesús, nuestro compañero de oración sentado en el
trono y nuestro eterno intercesor (Hebreos 7:25-26). Mayor
que los desafíos que tenemos por delante es nuestro gran
Dios, “que es poderoso para hacer todas las cosas mucho
más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según
el poder que actúa en nosotros” (Efesios 3:20). Él puede
hacer todo lo que pedimos o imaginamos, puede hacer
muchísimo más de lo que pedimos o imaginamos. Mejor
dicho, Él puede sobrepasar abundantemente por encima de
todo lo que nos atrevamos a pedir o imaginarnos. Y todo
esto, según el poder del Espíritu que mora en nosotros, quien
nos ayuda en nuestras debilidades. “Pues qué hemos de pedir
como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo
intercede por nosotros con gemidos indecibles” (Romanos
8:26).
132
por ayuda. La historia misionera está llena de ejemplos
donde Dios ha actuado en respuesta a las oraciones de Sus
representantes en los campos misioneros de la Tierra. A
continuación mencionamos algunos para alentar a nuestros
misioneros para que recuerden una vez más que nuestro
Dios, su Dios, se deleita en responder los deseos de sus
corazones.
1. Hudson Taylor comparte esta información con
nosotros: “Cierto joven había sido llamado al
campo misionero en el exterior. No estaba muy
relacionado con lo que era predicar, pero sabía
una cosa, sabía cómo prevalecer con Dios y
entonces, yendo donde un amigo le dijo: ‘No
veo cómo Dios me puede usar en el campo
misionero, no tengo ningún talento especial’. El
amigo le respondió: ‘Mi hermano, Dios quiere
en esos campos a hombres que puedan orar, hay
demasiado predicadores y muy pocos
intercesores’. El joven se marchó. En su cuarto,
al despuntar el alba, una voz se escuchaba con
sollozos y súplicas por las almas. A lo largo del
día, la puerta cerrada y el silencio que
prevalecía te hacían sentir como si estuvieses
caminado por el aire, porque un alma luchaba
con Dios. Sin embargo, a este hogar, acudían
almas hambrientas, atraídas por un poder
irresistible. Ah, el misterio se había
descubierto. En el cuarto secreto se pedía y
clamaba por almas perdidas. El Espíritu Santo
sabía bien dónde estaban y las enviaba”.
2. Marson Anal, cuando era misionero bajo
entrenamiento con la Misión Evangélica de la
India, informó: “Durante uno de nuestros viajes
de práctica a las aldeas, visitamos el hogar de
un creyente Gondi en la aldea de Makia. Él se
encontraba molesto porque su cabra estaba muy
133
enferma. Y puesto que la mayoría de los
aldeanos eran animistas, veían tabúes y creían
en supersticiones. Por ejemplo, si un pájaro
negro se sentaba sobre el animal enfermo, este
se iba a morir. Era de entender que este hombre
estuviese muy preocupado. Solo tenía una
opción, y era consultar a un curandero. Pero su
fe en Cristo no se lo permitía. Debido a que su
cabra era una de sus principales fuentes de
entrada, decidió orar por su sanidad. Entre
tanto, nuestro misionero Ganesapandy estaba
preparando un culto de oración, que tendría
lugar en casa de este hombre. Observamos la
tristeza, ansiedad e incluso algo de amargura
que molestaba a este creyente cristiano y a su
familia. Les ministramos y oramos por su cabra.
De repente, uno de los que estábamos de
práctica, el reverendo Puloma, puso sus manos
sobre la cabra y oró por ella. Una semana
después, nuestro misionero Ganesapandy nos
dijo que el Señor había respondido a nuestras
oraciones y que la cabra había sanado.
3. En la India, en el lugar llamado Rahat Geeri
(Halmoodi), una mujer poseída por demonios
no podía ser sanada por los doctores ni los
bhagats. Finalmente obreros nativos del Friends
Missionary Prayer Band (Grupo Misionero de
Oración Amigos) acudieron, y después de haber
orado por ella, los demonios le dejaron.
4. Theodore Williams escribió: “A finales de
enero de 1986 tuve el privilegio de dirigirme a
nuevos creyentes en la Convención de Lambada
en nuestro campo misionero de Bheemavaram.
Diecinueve personas fueron bautizadas, siete de
ellos lambadas. Al desfilar hacia el lugar donde
se efectuarían los bautismos en las afueras de la
134
aldea, una pareja de los que se iban a bautizar
nos pidieron que entraran a su casa y fuésemos
testigos de su ruptura con sus antiguos ídolos a
quienes adoraban. Fue un momento
emocionante. Pero en el momento en que este
hombre cortaba la soga de la cual colgaban tales
objetos del techo y sacaba objetos metálicos, su
esposa lanzó un fuerte chillido y comenzó a
aullar. Era una señal segura de presencia
demoníaca. De repente, se hizo evidente la
presencia del mal y de las tinieblas en esa
choza. Los misioneros y yo impusimos las
manos sobre la mujer y oramos por ella.
Inmediatamente la presencia del Señor se
manifestó y vino la victoria. La mujer volvió en
sí, y entró con gozo a las aguas bautismales y
dio su testimonio. Aquel fue el último intento
del enemigo de asegurar posesión sobre aquella
pareja antes de que fuesen bautizados”.
135
9. Fondos para construir iglesias para nuevos
convertidos.
10. Bautismo de nuevos convertidos.
11. Sanidad de curanderos y posteriores
conversiones.
12. Dirección divina en situaciones difíciles.
13. Misericordia divina al impedir accidentes en
terrenos montañosos y otros lugares.
14. Antiguos enemigos del evangelio y de los
misioneros volviéndose ahora a Cristo.
15. Avivamiento espiritual que resulta en salvación,
consagración y bautismo.
16. Protección contra la devastación de cosechas.
136
Para ordenarle a Satanás que libere la voluntad de una
persona que está indecisa en seguir a Cristo
Para ordenarle a Satanás que quite la depresión y deje
a la persona en paz
Para ordenarle a Satanás que quite sus manos sobre
una persona o familia
Para ordenarle a Satanás que deje de confundir a un
nuevo creyente
Para ordenarle a Satanás que deje de oprimir a un hijo
de Dios
Para ordenarle a Satanás que se aparte de ti cuando se
te acerca con tentaciones viles
Para ordenarle a Satanás que deje de incitar
divisiones en el pueblo de Dios
Para ordenarle a Satanás que deje de obrar milagros y
señales falsas
Para ordenarle a Satanás que deje de afligir con
enfermedades a una persona
Para ordenarle a Satanás que deje de atemorizar a los
creyentes con sus acechos de león rugiente
Para ordenarle a Satanás que detenga a sus demonios
Para ordenarle a los demonios que abandonen a una
persona
Para ordenarle a la enfermedad que se vaya
Para ordenarle a los elementos que cesen por un
período de tiempo
Para ordenarle a un criminal que se detenga o se
marche
137
fuese misionero de la SMO en la India, narra el siguiente
incidente: “En un culto de oración rural efectuado por uno de
nuestros grupos nuevos de iglesia, cuando no fue posible que
ningún pastor o misionero estuviese presente, un vecino
hindú los escuchó cantar y se acercó a la puerta.
“Tenemos unos visitantes de fuera del distrito” – dijo–
“y tienen con ellos una mujer endemoniada. ¿Hay algo que
ustedes puedan hacer para ayudarnos?”
“Tráiganla,” – dijeron los cristianos – “nuestro Jesús
echa fuera demonios.”
Entonces trajeron a la mujer endemoniada, los nuevos
creyentes echaron fuera al demonio en el nombre de Jesús y
el grupo hindú partió.
Pasado un mes, llegó un mensajero de la aldea hindú
que se encontraba a unos 95 kilómetros aproximadamente. El
mensajero le pedía a los cristianos que enviaran a alguien
para que les enseñasen. “Nunca habíamos escuchado de un
Dios que tuviese un poder como este”– decían. Nuestros
evangelistas respondieron y muchos fueron ganados para
Cristo por la prueba que habían visto con sus propios ojos.
En tan solo un día fueron bautizados más de ochenta nuevos
creyentes. Yo tuve la alegría personal de dedicar la iglesia de
paredes de lodo que ellos habían levantado para la
adoración.”
El ministerio de la oración debe ser enseñado por
medio del ejemplo y de la instrucción. Es por eso que sobre
los hombros del misionero se encuentra una gran
responsabilidad. No se desafía a nadie ni se le edifica por
medio de nuestra enseñanza si esta no se muestra en nuestras
vidas. Hubert Brooke escribió acerca de Fletcher de Madley,
un gran maestro de hace casi dos siglos quien solía dar
conferencias a jóvenes estudiantes de teología: “Fletcher era
uno de los colaboradores de Wesley y un hombre de un
carácter divino. Cuando impartía conferencias sobre uno de
los grandes temas de la Palabra de Dios, tales como la
plenitud del Espíritu de Dios o el poder y la bendición que
138
Dios quiere que Su pueblo tenga, terminaba la conferencia y
decía: ‘Esa era la teoría, ahora aquellos que quieran llevarlo
a la práctica, ¿podrían venir conmigo a mi cuarto?’. Y uno
tras otro cerraban sus libros y se iban a su cuarto, donde las
horas de teoría irían seguidas de una o dos horas de oración”
La inferencia es clara. Aquellos que enseñan acerca de la
oración deben ser ejemplos en la oración. Aquellos que más
han hecho para Dios en los campos misioneros de la Tierra
han sido hombres de oración por excelencia. William Carey,
el padre de las misiones modernas, dijo una vez: “La oración
es mi verdadero negocio, remendar zapatos es algo
suplementario; solo me ayuda a cubrir los gastos.” David
Brainerd murió a la edad de 29 años y Henry Martyn a la de
treinta uno, pero sus oraciones los sobrevivieron y el fruto de
su trabajo continuó después de ellos.
139
hijo fuese presa de las tantas tentaciones y vicios que
abundaban en Roma.
Pero Agustín fue y el Señor lo llevó a escuchar la
poderosa predicación de Ambrosio, bajo la que se entregó a
Cristo. Agustín, en sus Confesiones, escribe que “la oración
de mi madre fue respondida, aunque no en su forma externa
pero sí en el deseo más profundo de su corazón”. Por lo que
ella realmente oraba era que fuese salvo de los caminos del
pecados.
140
las cercanas y las distantes”.
141
mostraron preocupación, pero la policía dijo que les había
llegado información de que grupos antisociales estaban
incitando oposición contra los cristianos, y que habían
venido para mantener el orden y ofrecer protección policial
si era necesario.
Los obreros de Varanasi estaban sorprendidos debido a
que no habían solicitado protección de parte de la policía.
Pero, por supuesto, sí le habían pedido a Dios Su protección,
y Él usó la policía para lo que fuese necesario. Y esto
sucedió en Varanasi, donde el Hinduismo es más fuerte en la
India.
Otro incidente trascendental proviene de la pluma de J.
O. Sanders. Nos cuenta: “En 1947, mientras viajaba a
caballo en China Central con el señor Fred Mitchell,
llegamos a un lugar muy conocido por los asaltos y robos. El
misionero que nos acompañaba vigilaba con cautela. De
repente nos encontramos con un cuerpo tendido a un lado del
camino. Era obvio que la víctima había muerto hacía rato.
Los bandidos habían estado de faena.
Pocos días después recibí una carta de mi esposa en la
que me preguntaba si habíamos estado atravesando por algún
peligro el día en cierta fecha que ella me señalaba. En esa
misma noche se había despertado con la fuerte impresión de
que yo estaba en peligro. Ella se levantó y empezó a orar
hasta que la carga se fue y retornó la paz.
Al consultar mi diario, descubrí que la oración había
estado en sincronía con el momento en que pasábamos el
área infestada de ladrones. Dios escuchó y respondió la
oración al guardar a Sus siervos.”
Otra poderosa historia se encuentra relatada en un libro
acerca de Jonathan Goforth de China. Dice así: “... Goforth y
McGillivray se metieron a la vez de a lleno al estudio de
lenguas. Durante sus años en la escuela, los idiomas habían
sido siempre el fuerte de McGillivray, todo lo opuesto a
Goforth. McGillivray fue medallista de oro en Lengua y
Literatura en la Universidad de Toronto, y más tarde se
142
convirtió en uno de los eruditos y traductores de chino más
brillantes. El idioma chino, tanto hablado como escrito,
resultaba extremadamente difícil para Goforth. Si hubiese
tenido una disposición pesimista y amilanada, se hubiese
desalentado en gran manera, puesto que a pesar de tener un
año más que McGillivray, su amigo podía hablar y entender
mejor a las personas. Cuando el Goforth predicaba en la
capilla los hombres, a veces recurrían a McGillivray
diciéndole, habla tú, no le entendemos.
Entonces Dios, en sus caminos misteriosos, realizó una
de sus maravillas en respuesta a las oraciones de otros. Un
día cuando Jonathan estaba a punto de partir hacia la capilla,
le dijo a su esposa: ‘Si el Señor no hace un milagro conmigo
en cuanto a este idioma, me temo que seré un fracaso como
misionero’.
Por un momento solo miró el desaliento que eso
significaría. Entonces, tomando su Biblia en chino, salió.
Dos horas después regresó. “¡Rosa!” – gritó. – “!Fue
maravilloso! Cuando comencé a hablar aquellas frases y
expresiones idiomáticas que tanto me eludían, venían unas
tras otras y me hice entender tan bien que querían que
siguiera, aunque Donald (McGillivray) se había levantado a
hablar. ¡Sé que la barrera del idioma está rota! ¡Gloria a
Dios!”. Entonces Goforth escribió al respecto en su diario.
Alrededor de dos meses más tarde, le llegó una carta del
señor Talling, (de su antiguo compañero de cuarto, todavía
en Knox) diciéndole que una noche, después de la cena, un
grupo de estudiantes decidieron reunirse en una de las aulas
para orar ‘nada más que por Goforth’. La carta decía que la
presencia y el poder de Dios se manifestó de tal forma, que
todos en la sala quedaron convencidos de que Goforth había
sido ayudado de alguna forma. Al buscar en su diario, el
señor Goforth encontró que aquella reunión de oración
efectuada por los estudiantes en Knox coincidía con la
experiencia que había registrado en su diario.
143
Para completar este testimonio, se debe añadir que
algunos años después, el Dr. Arthur H. Smith, uno de los
mejores oradores y más agudos críticos del idioma hablado,
dijo a Goforth: “¿De dónde sacó usted su estilo de hablar?
Por lo que más quiera, ¡no lo cambie! ¡Usted puede ser
entendido en un área mayor que nadie que conozca!”.
Y otro informe más acerca de los frutos de la
intercesión proviene de la India, de Friends Missionary
Prayer Band (Grupo Misionero de Oración Amigos).
Sakarpathal (Peint), Dharampur, atravesó un período crítico
en la historia misionera. Había una intensa persecución de
los creyentes y los misioneros. Muchos oraban. El resultado
fue sorprendente. Aquellos que se oponían a la propagación
del evangelio empezaron a entregarse a Cristo. El misionero
en Peint afirmó que él y aquellos que habían construido la
iglesia en Sakarpathal fueron golpeados y llevados a la
estación de policía el 27 enero de 1988. Las personas que lo
habían golpeado estaban ahora cambiadas, y por petición
propia, el oficial de la aldea les dio permiso para la
reconstrucción de la iglesia.
Tales ejemplos están recogidos aquí para alentarnos a
perseverar en la oración. Alguien dijo:
144
trabajar como si ninguna oración fuera suficiente”. En una
autoevaluación honesta hay que reconocer que somos más
propensos a trabajar como si ninguna oración fuera
suficiente, que a orar como si ningún trabajo fuera suficiente.
Si de todas maneras fuéramos a fallar, fallemos en ser
negligentes en el obrar y no en el orar. Por eso hacemos bien
en hacer eco de la siguiente composición:
Hazme un intercesor,
Uno que realmente ore,
Uno que busque al Señor
Por el día y por la noche.
Hazme un intercesor,
Que esté cerca de ti,
Y da tu visión Señor,
De orar hasta vencer, sí.
Hazme un intercesor,
Enséñame a prevalecer,
A seguir firme y aún así orar seguir,
Aunque poderes del infierno quieran vencer.
Hazme un intercesor,
Tu vida y tu muerte compartir,
Por otros de mi oración el clamor,
Para que en la lucha victoria puedan recibir.
Hazme un intercesor,
Que esté dispuesto así a morir,
Vaciado, quebrantado y renovado luego
Y de vida lleno vivir.
Hazme un intercesor
Revela este poder,
La posibilidad de con amor
145
Al gran Rey corresponder.
Hazme un intercesor
Oculto, desconocido, apartado en oración,
Sin que me admiren alrededor,
Pero que satisface Tu corazón.
146
Meses después salí a almorzar con el Dr. Percival.
Tuve que ayudarle a comer. Cuando avanzábamos a casa,
supe que me quería decir algo: ‘Dígalo Dr.’– le dije. ‘Dr.
Tucker’– me dijo – ‘¿Cree usted que Dios es punitivo?’. Le
respondí que no pensaba que lo fuera. Me dijo: ‘Tucker, le
dije a Kitty que nunca podía irse de mi vista, pero Dios la
quitó de mi vista. A donde quiera que vaya, ruéguele a los
padres que se quiten del camino cuando Dios llama a sus
hijos a Su servicio’”.
Sin ser sentenciosos, lo cual no nos ayuda para nuestro
beneficio espiritual, pudiéramos comentar: “De haber tenido
el Dr. Percival un interés intercesor por el pueblo de China, a
quienes Kitty había querido ir, es muy probable que nunca le
hubiese prohibido a Kitty que se apartara de su vista”.
Habiendo dicho esto, tengamos presente que el Espíritu
Santo es capaz de convertir nuestros fracasos y lapsos en
algo que emane alabanza y gloria. Sin dudas, la petición del
Dr. Percival al Dr. Tucker ha convencido a muchos padres
de desprenderse de sus hijos e hijas para el trabajo misionero
lejos del hogar.
Las ideas en esta corta sección están mejor expresadas
cuando respondemos al llamado del compositor que dice:
“Dad a vuestros hijos para el mensaje de gloria,
Dad de vuestros bienes para facilitarles la vía,
Derramad vuestras vidas en oración de victoria,
De prisa Sión, acerca el glorioso día.”
Conclusión
Al terminar, consideremos tres asuntos. Estos son:
Una lección del pasado
Una palabra para el presente
Una promesa para el futuro
147
Una lección para el pasado
Esto tiene que ver con el hecho de cómo Praying Hyde
oraba. El Dr. Wilbur Chapman escribió a un amigo: “He
aprendido algunas lecciones muy buenas respecto a la
oración. En una de nuestras misiones en Inglaterra la
audiencia era sumamente pequeña; pero recibí una nota que
decía que un misionero americano iba a estar orando para
pedir la bendición de Dios para nuestro trabajo. Lo conocían
como Praying Hyde. Casi de forma instantánea cambió la
marea. El pasillo se aglomeró, y en mi primera invitación,
cincuenta hombres aceptaron a Cristo como su Salvador.
Cuando partían, dije: ‘Señor Hyde, quiero que ore por mí’.”
Llegó a mi cuarto, dio vuelta a la llave y cayó de
rodillas; pasó cinco minutos sin pronunciar palabra alguna.
Sentí mi corazón retumbar y el palpitar del suyo. Sentí el
calor de lágrimas correr por mis mejillas.
Yo sabía que estaba con Dios. Entonces, sin cambiar su
rostro, allí mientras las lágrimas corrían dijo: “!Oh, Dios!”.
Por lo menos cinco minutos más pasaron en silencio, y
cuando se aseguró de que estaba hablando con Dios, salieron
de lo profundo de su corazón peticiones por mi persona que
nunca antes había escuchado. Me levante de mis rodillas y
supe lo que era la verdadera oración. Creemos que la oración
es poderosa y lo creemos como nunca antes.”
148
“Si los finos dedos de la radio sacar pueden melodía de la
noche
Y sobre un continente u océano lanzarla;
Si las notas de un violín, suaves como pétalos
Vuelan sobre una montaña o el ruido de una ciudad;
Si las canciones como rosas fragantes se escogen del suave
aire
Entonces cómo pueden los mortales sorprenderse que Dios
responda la oración.”
149
esfuerzos para cumplir la Gran Comisión. Hasta el punto que
lo neguemos, hasta ese punto estamos negando el poder de la
oración.
Cuando los discípulos se lamentaban del hecho que no
podían sacar el demonio del muchacho epiléptico, Jesús les
dijo: “Este género no sale si no es con oración y ayuno”
(Mateo 17:21). Cuando la iglesia en Antioquía se encontraba
ayunando y adorando, el Espíritu Santo les dijo: “Apartadme
a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado.
Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las
manos y los despidieron. Ellos, entonces, enviados por el
Espíritu Santo, descendieron a Seleucia” (Hechos 13:2-4).
Una vez santificados y enviados por el Espíritu Santo, los
dos apóstoles comenzaron su viaje misionero, pero no fue
hasta que la iglesia hubo adorado, ayunado y orado al Señor,
que el Espíritu Santo santificó a estos misioneros.
El ayuno en la Biblia significa abstinencia de todo
alimento y bebida por un período de tiempo. Respecto al
ayuno, Jesús dijo: “Cuando ayunéis, no seáis austeros, como
los hipócritas; porque ellos demudan sus rostros para mostrar
a los hombres que ayunan... Pero tú, cuando ayunes, unge tu
cabeza y lava tu rostro, para no mostrar a los hombres que
ayunas, sino a tu Padre que está en secreto...” (Mateo 6:16-
18). El ayuno debe ser para la gloria de Dios y no para
buscar la gloria de los hombres. Cuando los discípulos de
Juan le preguntaron a Jesús acerca del ayuno, les dijo que
sería apropiado para ellos y para Sus propios discípulos, y de
hecho para Sus futuros seguidores, que ayunaran después
que Él partiera. Les dijo claramente: “... entonces ayunarán”
(Mateo 9:14-15).
Jesús no estaba en contra del ayuno. Él mismo ayunó
por cuarenta días antes que llegase la tentación (Mateo 4:1-
11). Otros personajes bíblicos como Moisés, David, Daniel,
Elías, Acab, Darío, Esdras, Nehemías, Ester, los ninivitas,
Ana, los discípulos de Juan, Cornelio, Pablo y los ancianos
de Antioquía también ayunaron por varias razones.
150
El corazón de Ester se llenó de tristeza cuando supo de
los planes malvados de Amán para destruir a los judíos.
Entonces ayunó (Ester 4:13-16). Así mismo, usted y yo
podemos ayunar y orar para la liberación de aquellos que
están bajo el yugo del maligno.
Nehemías estaba ayunando cuando lloraba sobre los
muros derribados de Jerusalén (Nehemías 1:4-2:10). Los
muros derribados invitaban a que hubiese más agresiones por
parte de potencias extranjeras, a que hubiese más sufrimiento
y dolor en las manos de aquellos a quienes no les importaba
el Dios de Israel. Nuestros corazones también deberían llorar
cuando viésemos a nuestros pueblos indefensos, cuando los
viésemos siendo aplastados por el maligno. Así como
Nehemías, necesitamos ayunar y orar por la salvación de
nuestros pueblos.
Pablo ayunó durante catorce días a bordo de un barco
que estaba a punto de hundirse (Hechos 27:33-34). Dios
salvó de forma maravillosa las vidas de los otros 275 que
estaban a bordo con Pablo. No cabe dudas que por amor a
solo uno de sus siervos, salvó a muchos otros, aunque entre
la visión que tuvo Pablo (Hechos 27:23) y el final de ellos al
estar a salvo en la costa (Hechos 28:1), hubo cosas
inexplicables e indeseables que Dios permitió en Su inmensa
sabiduría. Aquí vemos el ayuno asociado a la salvación de
muchos, de los cuales ninguno perdió ni uno de sus cabellos
(Hechos 27:34). Usted y yo también necesitamos ayunar y
orar en situaciones difíciles si queremos que Dios intervenga
a nuestro favor y a favor de aquellos que nos ha dado.
En Hechos 14:21-23 leemos que Pablo y Bernabé
ganan un gran número de personas en Derbe, Listra, Iconio y
Antioquía, y que además les fortalecen y animan a
permanecer firmes en la fe. Entonces los misioneros, Pablo y
Bernabé designan ancianos para los convertidos en cada
iglesia. Por medio del ayuno y la oración, Pablo y Bernabé
los consagran al Señor, en quien han puesto su confianza.
Que la oración, juntamente con el ayuno, puedan
151
desempeñar un papel importante al establecer en la fe a
aquellos que Dios nos da por medio del trabajo misionero.
Para asegurarse de la dirección y ayuda de parte de
Dios, Esdras decretó un ayuno, “para afligirnos delante de
nuestro Dios, para solicitar de él camino derecho para
nosotros, y para nuestros niños, y para todos nuestros bienes”
(Esdras 8:21). Cuando los moabitas y los amonitas con un
gran ejercito vinieron contra Josafat, rey de Judá, éste se
alarmó y decidió consultar al Señor mientras proclamaba un
ayuno para todo Judá. “Y se reunieron los de Judá para pedir
socorro a Jehová; y también de todas las ciudades de Judá
vinieron a pedir ayuda a Jehová” (2 Crónicas 20:4). Los
labradores de Cristo siempre están necesitados de la
dirección y de la ayuda de Dios, ya sea para protección,
preservación o provisión.
Una manera de humillarnos y declarar nuestra total
dependencia de Dios es por medio del ayuno. Este nos da
horas adicionales (nada de ir de compras, ni cocinar, ni
servir, ni comer, ni fregar los platos) para orar y meditar en
Dios. Muchas veces nuestras oraciones son superficiales y
puro palabreo. La oración sincera y ferviente, por el
contrario, pide ceder aquello que es valioso. Y ¡qué mejor
manera de expresar nuestra carga de oración que pasar un
tiempo sin comer ni beber por el bien espiritual, físico y
material de otros! Pero prestemos atención, no sea que
pensemos que ayunar va a darnos de forma automática la
posibilidad de que Dios nos escuche. Isaías 58, Jeremías 14,
y Zacarías 7 nos advierten del ayuno que no está respaldado
por una vida recta. En vano será nuestro ayuno si nuestras
vidas no pueden pasar bajo el escrutinio del Espíritu Santo
de Dios.
152
Sin obstáculos
Nerón en el trono y Roma, la ramera del mundo. Los
cristianos estaban escondiéndose. ¿Se detuvo Dios? No. ¿La
prueba? La iglesia universal de hoy.
Pablo se encontraba en Roma, encadenado en las
manos de un guardia. ¿Se detuvo Pablo? No. Del
encadenamiento de Pablo salieron sus cartas inmortales a las
iglesias de Filipos, Éfeso, Colosas y a su amigo Filemón.
Cartas que llevan pasajes cristológicos neotestamentarios,
que incluyen las oraciones más poderosas hechas por el
hombre, que ofrecieron las razones más sublimes de por qué
sus lectores debían comportarse como los representantes
escogidos por Dios de una nueva humanidad, que abundan
en los dichos más selectos del Nuevo Testamento, y así
podríamos continuar. ¿Cómo podía la mente de Pablo
alcanzar tan grandes alturas mientras su cuerpo se mantenía
cautivo a un soldado romano? ¿No es porque Dios escogió
las cosas que no son para anular las que son? Así obra Dios.
Para escoger lo débil del mundo y avergonzar lo fuerte.
He aquí una última mirada a Pablo. Permaneció
durante dos años completos en su propio apartamento
alquilado, “predicando el reino de Dios y enseñando acerca
del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento”
(Hechos 28:31).
Ese el tema con el que termina el libro de los Hechos.
Así es como debía ser. Simplemente no podía ser de otra
forma. Porque el Libro de los Hechos, hablando con
propiedad, no son los hechos de los apóstoles, son los hechos
del Espíritu Santo por medio de los apóstoles. ¿Y quién
puede detener al Espíritu Santo? ¿Puede el insignificante
hombre frustrar los planes de Dios? ¿Pueden los hijos del
polvo prevalecer contra Aquel que está muy por encima de
todo?
Cuando Adán y Eva cayeron en pecado, ¿se detuvo
Dios? Parecía que sí. Pero ya Dios lo sabía de antemano.
153
Incluso antes que el hombre pecara, ya había decretado una
vía de escape. Jesucristo fue el Cordero inmolado desde la
fundación del mundo (Apocalipsis 13:8). Por eso al
pronunciar la maldición sobre la serpiente, Dios declaró: “la
simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el
calcañar”.
Jesús en la cruz, ¿lo detuvieron? No. De hecho Satanás
intentó bajar a Jesucristo de la cruz. Incitó a la gente para
que le gritara: “Tú, que puedes destruir el templo y
levantarlo en tres días, ¡desciende de la cruz si eres el hijo de
Dios!”. El sumo sacerdote y los líderes judíos se burlaban de
Jesús diciendo: “A otros salvó pero no puede salvarse a sí
mismo... desciende de la Cruz y te creeremos”. ¿Por qué?
Porque el enemigo sabía que el error más caro suyo fue el de
enviar a Jesús a la cruz. Las mejor hora de Jesús estaba por
venir. Fue cuando se levantó de entre los muertos, fue
cuando la cabeza de Satanás quedó aplastada, fue cuando el
aguijón de la muerte fue quitado.
José fue lanzado a la cisterna y luego a prisión. ¿Se
detuvo Dios? ¿Pueden cien esposas de Potifar detener la
intención de Dios para José? No, elevar Su siervo de la
prisión al trono fue algo sencillo para Dios. A raíz de eso,
José pudo decir a sus hermanos: “Vosotros pensasteis mal
contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que
vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo” (Génesis
50:20). El Omnisapiente Dios nunca se sorprende de las
maquinaciones del diablo y sus secuaces. Él saldrá triunfante
al final.
Los tres hijos hebreos: Sadrac, Mesac y Abed-nego en
el fiero horno. Les habían dicho a Nabucodonosor: “...
nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de
fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no,
sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco
adoraremos la estatua que has levantado” (Daniel 3:17,18).
¿Podía acaso la furia de Nabucodonosor deshacer los planes
de Dios? ¿Podía un fuego sobrecalentado siete veces más de
154
lo usual sabotear la misión de rescate de parte de Dios?
¿Hubo obstáculos para Dios? No. Ni Nabucodonosor ni sus
consejeros habían tomado en cuenta que tendrían que lidiar
con un cuarto hombre, el indestructible Hijo de Dios.
Cuando Jesús ascendió a los cielos, dejó a Su pequeño
grupo de discípulos la tarea de evangelizar; la mayoría de
ellos eran ‘sin letras y del vulgo’ – hombres sin educación y
sin entrenamiento escolar. ¿Detuvieron a Dios? No. Porque
fueron esos los que ‘trastornaron el mundo entero’ (Hechos
17:6). ¿Cómo pudieron lograrlo? Porque lo insensato de Dios
es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más
fuerte que los hombres (1 Corintios 1:25).
Sí, a Dios nada lo detiene. Nada puede detener la
expansión de Su Iglesia. El barco de la iglesia puede ser
golpeado por grandes olas, pero nunca podrá ser hundido.
¿Por qué? Porque su guardador es Aquel que responde a las
oraciones de Su pueblo.
155
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
4ta piedra: Obediencia al Hijo
156
5
la quinta piedra
Crecimiento en el Espíritu
Nacido del Espíritu
Jesús le dijo a un líder religioso como Nicodemo que el
hombre no puede ver el reino de Dios si no naciere de nuevo.
Continuó diciendo: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y
lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de
que te dije: Os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:6-7).
En el lenguaje moderno esta afirmación diría: “La carne da
lugar a la carne, y el espíritu al espíritu: no se sorprendan que
les diga a todos ustedes que deben nacer de nuevo”.
Todos debemos nacer de nuevo. Todos debemos nacer
del Espíritu. Nacemos de la carne cuando venimos a este
mundo. Somos miembros de la familia humana porque
poseemos la naturaleza del hombre. Pero no es suficiente que
pertenezcamos a la familia de la humanidad. Tenemos que
subir un peldaño más y pertenecer a la familia de Dios. De
esta forma venimos a poseer la naturaleza de Dios. No es
posible que Dios nos admita en Su familia sin que Su
naturaleza haya hecho habitación en nosotros. Ciertamente
es una experiencia triste para nosotros tener que vivir y
157
movernos en la familia de Dios, si el factor central de
nuestras vidas es la naturaleza pecaminosa del hombre. Es un
ejercicio muy difícil aparentar ser lo que no somos. Por otra
parte, estaríamos inquietos si no podemos recaer en las
formas de vida innata en nosotros. Imagínense un cerdo
recibiendo un tratamiento de belleza por las manos de un
esteticista.
Hágase una imagen, por así decirlo, de ese cerdo
perfumado y lleno de cintas dentro de su escritorio. ¿Por
cuánto tiempo le será grato a ese cerdo estar en su nuevo
ambiente? De seguro que no se sentirá bien hasta que haya
llegado a su lodo e inmundicia. Para que el cerdo disfrute el
ambiente del escritorio necesita, que se le cambie su
naturaleza de cerdo por la naturaleza humana. Por eso la
Biblia enseña muy claramente: “Aunque te laves con lejía, y
amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado
permanecerá aún delante de mí, dijo Jehová el Señor”
(Jeremías 2:22). “¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus
manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando
habituados a hacer mal?” (Jeremías 13:23).
Tomemos otra ilustración. Un hombre alegremente
consiente que sus hijos lleven su nombre, pero rechaza
grandemente que su perro lleve su nombre. ¿Por qué?
Simplemente porque el perro no posee su naturaleza, y por lo
tanto no clasifica dentro de los que pueden llevar su nombre.
Esto también es cierto en el plano espiritual. A menos que
haya tomado de la naturaleza de Dios, no clasifico para ser
miembro de la familia de Dios. Necesito nacer del Espíritu,
necesito nacer de nuevo.
¿Cómo podemos nacer del Espíritu? Cuando una
persona pone su fe en lo que hizo Jesucristo en el Calvario
por él, entonces esa persona se convierte en un hijo(a) de
Dios. A los que le recibieron les dio la potestad de ser hechos
hijos de Dios (Juan 1:12). ¿Qué es poner nuestra fe en el
sacrificio de Cristo? Significa no solo que sé
intelectualmente que Cristo murió en el Calvario, sino que
158
acepto además que Cristo tomó el lugar que me correspondía
a mí en la cruz. Quiere decir que dejo que el Cristo
resucitado viva Su vida en mí, momento a momento, y que
tome absoluto control sobre mi ser.
Lo nuevo ha llegado
Cuando predicaba a una gran multitud, Jesús les advirtió
acerca de los falsos profetas que vienen disfrazados de
mansas, ovejas pero en su interior son lobos rapaces. Los
falsos profetas serían conocidos por los frutos que
produzcan. Por sus cosechas serían reconocidos. “Por sus
frutos los conoceréis” (Mateo 7:20). Aquello que es aplicable
a los profetas también es aplicable a nosotros los que nos
llamamos cristianos. Juan el Bautista, al hablar a la multitud
que venía a él para ser bautizada, impregnó sobre ellos la
necesidad de que produjeran frutos que estuviesen acorde a
su arrepentimiento. “Haced, pues, frutos dignos de
arrepentimiento” (Lucas 3:8). Nosotros también seremos
conocidos por los frutos que llevemos. ¿Cuáles son los frutos
de la fe salvadora? ¿Existe alguna evidencia de nuestra
verdadera conversión? ¿Cómo podemos saber que somos en
verdad cristianos genuinos?
Por lo menos hay siete necesidades que tiene aquel que
ha aceptado a Cristo como su Salvador y Señor. La primera
es un nuevo sentimiento de odio hacia el pecado que toma
posesión de él. Se encamina hacia la tarea de poner bien
aquello que puede ser puesto. Revisa con cuidado su vida
pasada y observa si existen áreas donde pueden hacerse
correcciones. Es muy exigente consigo mismo, aunque esto
puede costarle caro. También se le desarrolla una conciencia
de pecado. Su conciencia empieza a ser sensible hasta el
punto de detectar el comienzo del pecado mismo. También
aprende a aplastarlo con el martillo de la Palabra de Dios.
La segunda es que comienza a ser poseído por un
nuevo deseo de orar. Llega hasta el punto de dejarse a la
159
merced de Dios. Ya no hará más nada según sus propios
placeres. Reconoce su necesidad de dependencia de Dios.
Desarrolla el hábito de aprender de Cristo bajo todas
circunstancia.
La tercera es que llega a ser poseído por un nuevo
deseo de estudiar la Palabra de Dios. No solo leerla, sino
estudiarla. El Espíritu Santo de Dios lo ha guiado a Cristo.
Por eso tiene la posibilidad de saber lo que el Espíritu Santo
ha revelado de Cristo. Comienza a devorar la Palabra escrita
de Dios, porque esta habla de Él quien es la Palabra viva.
La cuarta es un nuevo deseo de confesar a Cristo con
su boca. No es una trompeta dorada para dar las Buenas
Nuevas, pero se contenta con ser un simple cuerno que le
diga a otros en su propia forma acerca del poder
transformador de Cristo. Siente que Cristo no le cabe en el
pecho, que Aquel que resucitó de entre los muertos
venciendo las poderosas paredes de la tumba, no puede estar
consignado a un rincón de su corazón. Se da cuenta de que si
su vecino carece de fe en su corazón, él tiene que abrir su
boca y hablarle de Jesús.
La quinta es un nuevo deseo de expandir la causa de
Cristo sobre la faz de la tierra. Descubre que al convertirse a
Cristo también su bolsillo o cartera también se han vuelto a
Cristo. Se convierte en una razón de gozo para él poder dar
para la obra del Señor. Ya en él no es cuestión de cuánto
dinero debe dar al Señor, sino de con cuánto dinero del
Señor debe quedarse él.
La sexta es el nuevo deseo de comprometerse en algún
tipo de servicio para el Señor. Después de conocer a Cristo,
desea servirle en algún área específica. Ciertamente esta es
una señal de conversión.
La séptima es un nuevo deseo de buscar la compañía
del pueblo de Dios. No más compañía de antiguos amigos;
ya no tienen ningún dominio sobre él. Comienza a amar el
pueblo de Dios y desea aprender de ellos más acerca de las
cosas de Cristo. La casa de Dios comienza a ser su lugar de
160
cita para encontrarse con aquellos de una fe igualmente
preciosa. La adoración congregacional no le es aburrida, más
bien se convierte en una experiencia gratificante.
Sean estas las evidencias que manifiesta una vida
entregada a Cristo. Y donde están esas evidencias, allí está la
vida misma de Dios pulsando en el pecho de esa persona. Si
alguno está en Cristo, nueva criatura es, las cosas viejas
pasaron, he aquí todas son hechas nuevas (2 Corintios 5:17).
Conciencia
“La conciencia es esa voz pequeña que nos hace sentir
pequeños cuando hacemos algo pequeño.” Así dice Eva Jo
Stephen. Sentirse pequeño, sí. Sin embargo no tan solo eso.
La conciencia se mantiene apuntándonos con su dedo
acusador, tal como pasó con Herodes después de haber
decapitado a Juan el Bautista. Las poderosas obras de Jesús
hicieron pensar a algunos que era Elías o uno de los profetas.
Pero Herodes decía: “No, es Juan a quien yo decapité”. Esto
muestra que no podía librarse de los tormentos que asolaban
su conciencia. Es por ello que John Ellis comenta: “La peor
herida del mundo es la puñalada de la conciencia”. En 1
Samuel 24:5 leemos cómo el corazón de David se turbó
después de haber cortado la orilla del manto de Saúl, el
ungido del Señor. Esta molestia de David no era otra cosa
que el remordimiento de su conciencia. Pero lo que dicta la
conciencia está designado para llevarse a cabo y obedecerse.
Un susurrar prolongado e ignorado de su voz solo la debilita
y la desvanece. La conciencia es cortés. Es algo bien
educado que se marcha de aquellos que no quieren escuchar
sus llamados. Un indio lo ha catalogado bien cuando dijo:
“La conciencia es algo que está en mi corazón y que tiene
tres puntas. Cuando actúo bien, se está quieta; cuando hago
lo que no es correcto, empieza a dar vueltas y las puntas
duelen mucho. Cuando sigo actuando mal, las puntas se
desgastan y ya no se siente.” Pablo le dice a Timoteo cómo
161
en los últimos tiempos se levantarían falsos maestros
diciendo tantas mentiras y tan repetidas que sus conciencias
no les remordería (1 Timoteo 4:2). Tal es el resultado de una
conciencia cauterizada por el fuego.
La conciencia puede ser débil (2 Corintios 8:7-13),
corrompida (Tito 1:15), y hasta malvada (Hebreos 10:22).
Pero la realidad es que existe tal cosa como la conciencia. La
Biblia dice que se encuentra implantada en el corazón del
hombre, que es parte de la creación de Dios (Romanos 2:14-
15). En lo profundo de su corazón el hombre distingue el
bien del mal. La ley divina está escrita en él. Cierto, una
conciencia degenerada se confunde a la hora de entender la
santidad de la que habla el Nuevo Testamento. ¿Qué otra
cosa podría ser? Una vida gobernada por el yo debe, por
necesidad, destronar a Cristo y sus principios para de esta
forma dar acceso al pecado en sus diversas formas.
Pero una conciencia regenerada y activada por el poder
del Espíritu Santo es una conciencia buena (1 Timoteo
1:5,19; 1 Pedro 3:16,21); es pura (1 Timoteo 3:9); es limpia
de obras muertas para servir al Dios vivo (Hebreos 9:14); es
sin ofensa ante Dios y los hombres (Hechos 24:16); es una
conciencia que es tierna y sensible, y es una conciencia que
nos hace vivir antes las responsabilidades que Dios nos da.
Parece ser que Benjamín Franklin tenía tal conciencia en
mente al decir que “una buena conciencia es una navidad
continua”.
162
¿Existe algún atributo que el hombre pueda tener
mayor que el que Jesús pronunció? (Juan 1:47). No tan solo
el hecho que en Natanael no hubiese hipocresía, sino que
tampoco había en él sombra alguna de Jacob el embustero.
El ángel del pacto que luchó contra Jacob declaró: “No te
llamarás más Jacob sino Israel”. El ángel también pudo
haber dicho: “No te llamarás más Jacob sino Natanael”. Es
cierto que Jacob no hubiese conocido a Natanael, quien
habría de aparecer siglos después, pero Jacob hubiese
entendido la necesidad de convertirse de la trampa a la
sinceridad.
Esta también es la necesidad inmediata de la iglesia. De
hecho es triste ver la iglesia inundada de gente que practica
el arte del engaño y la mentira. Nos hemos tomado muy en
serio las palabras del Señor de que debemos ser “astutos
como serpientes”, y no hemos buscado atenuar este requisito
con su otra mitad, la de ser “inocentes, indefensos y sin
falsedad, como una paloma”. Algunos se han especializado
en la astucia y la diplomacia, y han despreciado la verdad y
la transparencia. Le es más afín llevar máscaras puestas que
‘caminar en la luz’.
¿Se nos olvida que somos discípulos del Cristo en cuya
boca no hubo engaño? (1 Pedro 2:22). ¿Se nos olvida que
profesamos conocer a Dios y que este Dios es Aquel que no
miente (Tito 1:2), Aquel que es imposible que mienta
(Hebreos 6:18)? La mentira se puede convertir en nuestro
estilo de vida. Podemos hacer de la mentira nuestro refugio y
entonces guarecernos bajo el paraguas de la falsedad. Pacto
tenemos hecho con la muerte, e hicimos convenio con el
Seol (Isaías 28:15). Viviendo de mentiras seguimos los
mandatos del Diablo que es el gran mentiroso (Apocalipsis
20:10) y padre de mentira (Juan 8:44). Igual que Elimas,
podemos conducirnos como hijos del diablo dominando toda
forma de engaño. Engañamos con nuestras palabras,
engañamos con nuestros hechos. Engañamos añadiendo,
engañamos substrayendo. Engañamos revelando, engañamos
163
ocultando. Llegamos a especializarnos en tal manera que
mentimos hasta con un movimiento de nuestras cabezas o
con tan solo levantar nuestras cejas.
La primera mentira tiene que ser cubierta por la
segunda, y la segunda por la tercera, y así continúa la
cadena. Pronto descubrimos junto a Walter Scott, “Oh, teje
cuán grande tela de araña, el que por primera vez engaña”.
Aceptemos el mandamiento bíblico: “No mintáis los
unos a los otros” (Colosenses 3:9). “Por lo cual, desechando
la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo” (Efesios
4:25). “Los labios mentirosos son abominación a Jehová;
pero los que hacen verdad son su contentamiento”
(Proverbios 12:22). “La indiscreción de los necios es engaño.
Los necios se mofan del pecado” (Proverbios 14:8-9). Como
dijera Holmes: “El pecado tiene muchas herramientas, pero
la mentira es el mango de todas ellas”.
Recordemos algunos ejemplos bíblicos que están
registrados como trampas a evitarse. Miremos por ejemplo la
mentira flagrante de Jacob (Génesis 27:29); el engaño de
Dalila a Sansón (Jueces 16:4-20); el engaño de Amnón a
Tamar (2 Samuel 13:6-14); la mentira de los amalecitas
concerniente a la manera en que Saúl muere (2 Samuel 1:2-
16); la falsa representación de Eliseo por Giezi (2 Reyes
5:21-27) y Ananías y Safira al substraer del precio de la
heredad (Hechos 5:1-10). Estos son tan solo unos pocos de
los tantos ejemplos a citar.
Meditemos en las consecuencias bíblicas del engaño.
El engaño dificulta el conocimiento de Dios (Jeremías 9:6).
El engaño impide nuestro retornar a Dios (Jeremías 8:5). El
engaño promueve el orgullo y no hace que juzguemos bien
ante las injusticias (Jeremías 5:27-28). El fraude y la
injusticia son amigos inseparables del engaño (Salmo 10:27;
43:1). El engaño conduce a la mentira (Proverbios 14:25), y
al fingimiento y al disimulo (Proverbios 26:24-26).
Tomemos las advertencias bíblicas: “No habitará
dentro de mi casa el que hace fraude; el que habla mentiras
164
no se afirmará delante de mis ojos” (Salmo 101:7). “Los
hombres sanguinarios y engañadores no llegarán a la mitad
de sus días” (Salmo 55:23). “Pero los cobardes e incrédulos,
los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros,
los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el
lago que arde con fuego y azufre” (Apocalipsis 21:8).
Y he aquí una oración que puede traer frutos a nuestras
vidas: “Señor, quita de mí el engaño y la mentira, y hazme
como Natanael. Y que los descendientes de Natanael se
incrementen en tu iglesia”.
Contentamiento
Doscientas cabras y veinte machos cabríos, doscientas ovejas
y veinte carneros, treinta camellas paridas con sus crías,
cuarenta vacas y diez novillos, veinte asnas y diez borricos
constituían el regalo de Jacob para Esaú. Pero Esaú no los
quiso tomar. Más bien le dijo: “Suficiente tengo yo, hermano
mío; sea para ti lo que es tuyo” (Génesis 33:9). Eso es
verdadero contentamiento.
Barzilai galaadita había provisto comida para el rey
David y sus hombres en Mahanaim cuando huían de
Absalón. El rey David, en su regreso a Jerusalén, después de
la muerte de Absalón, se ofreció para ocuparse del anciano
de ochenta años Brazilai, pero éste rechazó con nobleza la
protección y cuidado del rey (2 Samuel 19:33-37). Eso es
verdadero contentamiento.
La mujer sunamita había construido un lugar especial
en su casa para Eliseo. Eliseo le ofreció interceder a su favor
delante del rey, pero la mujer se rehusó diciendo: “Yo habito
en medio de mi pueblo”. Se sentía contenta donde estaba (2
Reyes 4:8-13). Eso es verdadero contentamiento.
Sin embargo, existe un triste contraste con Geizi, el
siervo de Eliseo. En 2 de Reyes 5:20-27 leemos acerca de la
ambición de Geizi, quien salió detrás de los regalos de
165
Naamán bajo falsos pretextos, y terminó contrayendo la lepra
de Naamán. Ciertamente la avaricia rompe el saco.
La Biblia nos exhorta a que sepamos contentarnos con
lo que tenemos (Hebreos 13:5). “Pero gran ganancia es la
piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos
traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así
que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto”
(1 Timoteo 6:6-8). La vida del cristiano está marcada por la
gloriosa ausencia del amor al dinero. El espíritu de Geizi no
tiene cabida en él, pues sabe que lo que Dios escoge para él
es mejor que lo que él mismo escogiera para sí. Así como
Pablo, dice: “...he aprendido a contentarme, cualquiera que
sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener
abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar
saciado como para tener hambre, así para tener abundancia
como para padecer necesidad” (Filipenses 4:11-12). Un buen
ejemplo de este secreto del contentamiento lo es Fanny
Crosby, la compositora de himnos ciega. Ella nos canta:
Asistencia a la armonía
Romanos 15 nos provee aspectos productivos que ayudan a
la armonía en la relaciones interpersonales. Estas se observan
en los nombres que describen a Dios.
En el versículo 5 se le da a conocer como Dios de la
paciencia y la consolación; en el versículo 13 como Dios de
esperanza, y en el 33 como Dios de paz. Donde la paciencia,
la consolación, la esperanza y la paz se evidencien, entonces
166
se levantarán alabanzas para la gloria de Dios Padre. Esa es
la oración de Pablo: “Aunque, en realidad, es Dios quien nos
da paciencia y nos anima. A él le pido que los ayude a
ustedes a llevarse bien con todos, siguiendo el ejemplo de
Jesucristo. Así, todos juntos podrán alabar a Dios el Padre”
(vv. 5, 6).
Dios mismo es la fuente de esas cualidades que
producen armonía y concordia. En primer lugar, Él es el
Dios de la paciencia. Nos cansamos fácilmente de nuestros
iguales. Los caprichos del hombre nos desconciertan, su
imprudencia nos molesta. Pero con Dios es lo contrario.
Cuando los nuestros nos consideran un fracaso, Dios va tras
nosotros. Él no nos deja a merced de las despiadadas
artimañas del maligno. Nuestra propia perversidad es la
materia prima que utiliza para trabajar. De la grosería saca
hermosura. De los destrozos de una vida quebrantada surge
aquello que es noble y digno de elogio. Los discípulos del
Señor eran un grupo de hombres torpes y contenciosos. Pero
Jesús no los veía como tal, mas bien los veía como aquello
en lo que se podían convertir. El Espíritu Santo no había
terminado con ellos todavía. Vemos esto claramente en Leví,
¡un publicano que se convirtió en apóstol! ¿Quién más pudo
haber hecho esto? Tan solo el Dios de la paciencia pudo
haber obrado así. También nosotros debemos desistir de
mirar a la gente tal como son.
En segundo lugar, Él es el Dios de la consolación. Les
da a los hombres el ministerio de la consolación. No el
ministerio de la reprensión o de la crítica, como algunos
parecen pensar. Estamos llamados a sanar, no a herir; a
levantar, no a destruir. Nuestra tarea es reparar las rupturas
en vez de agrandarlas.
En tercer lugar, Él es el Dios de la esperanza. Ninguna
situación está perdida cuando Dios está en medio de ella. Él
es la fuente de toda esperanza. Él hace que nuestra vida y
nuestra exterior irradie esperanza. A veces tocamos fondo,
simplemente para ser levantados en alto. Por lo tanto, no nos
167
desesperamos. Esa esperanza no se desvanece. ¿Por qué?
Porque el amor de Dios inunda nuestros corazones y pone en
su lugar, por medio del Espíritu Santo, cada relación rota.
En cuarto lugar, Él es el Dios de paz, es el dador de la
paz. Aquel que aplastará en breve a Satanás bajo vuestros
pies (Romanos 16:20). El autor de la confusión y la
desesperación puede que nos atormente por un tiempo, pero
ya es alguien que está derrotado; él sabe que le queda poco.
Reconocer al enemigo detrás de la influencia humana es la
mitad de la batalla ganada. El Hacedor de la paz es mayor
que el destructor de la paz. El Hijo de Dios se manifestó para
deshacer las obras del diablo (1 Juan 3:8).
168
un corazón compasivo – tierno, amable. Por lo tanto
Santiago declara abiertamente: “la fe sin obras es muerta”
(2:20). Pablo también deja bien claro que nuestra redención
y las buenas obras van de la mano; que creer en Dios trae
consigo buenas obras (Tito 2:14 y 3:8).
Tercero, nuestro patrón de interés por los demás lo
encontramos en el mismo Señor Jesucristo. Jesús, el Verbo
(Juan 1:1), fue la expresión de Dios mismo en un lenguaje
que el hombre pudiera entender. Pero el Verbo hubiese
permanecido impersonal y remoto si no se hubiese hecho
carne (Juan 1:14). Puso su tabernáculo entre nosotros. Se
identificó tan profundamente con nosotros que ‘fue contado
con los transgresores’. Le llamaron ‘amigo de publicanos y
de pecadores.’ Su identificación alcanzó su cenit cuando el
que no conoció pecado, por nosotros se hizo pecado (2
Corintios 5:21a).
Cuarta, el objeto de nuestro interés social es nuestro
prójimo. La pregunta del intérprete de la ley, “¿Quién es mi
prójimo?”, queda bien contestada en la parábola del buen
samaritano. El maestro de la ley reconoce: “Aquel que tuvo
misericordia del que cayó en mano de los ladrones es su
prójimo”, a lo cual el Señor le ordena, “Ve y haz tú lo
mismo.” Para el Señor no había diferencia entre el ‘ir’ de
Lucas 10:28 y el ‘ir’ de Marcos 16:15. Descubra, por así
decirlo, la unión de ambos – el ‘ir’ del preocuparse por los
demás y el ‘ir’ de la Gran Comisión. Pablo exhorta a Tito:
“Y aprendan también los nuestros a ocuparse en buenas
obras para los casos de necesidad, para que no sean sin
fruto” (Tito 3:14).
Quinta, el propósito de la preocupación por los demás
es el de glorificar a Dios Padre (Mateo 5:16). Es por ello que
nos dedicamos a buenas obras, no para obtener aplausos
baratos de hombres falibles. Somos aquellos que están
gobernados por el espíritu de 1 Corintios 10:31; Colosenses
3:7 y 1 Pedro 4:11. Cuando hacemos cualquier cosa, lo
169
hacemos apuntando hacia la gloria de Dios en el nombre de
Jesucristo, “de quien somos y a quien servimos”.
Hospitalidad
Estudiemos la enseñanza bíblica respecto un aspecto práctico
de la vida en el hogar, la hospitalidad cristiana. ¿Qué la
hospitalidad? Según el diccionario Oxford, hospitalidad es la
buena acogida y recibimiento que se hace a los extranjeros o
visitantes. R. E. C. Browne dice: “La esencia de la
hospitalidad es la disposición de aceptar personas como si
fuesen de la casa por períodos largos o cortos, según
indiquen las circunstancias”.
Sin embargo, la hospitalidad cristiana toma una nueva
dimensión; es un servicio ofrecido en el nombre de Cristo y
por la causa de Cristo. En la parábola del juicio final, Jesús
indicó que el juicio se efectuaría en términos de la
hospitalidad extendida o retenida (Mateo 25:31-46). Es
entonces la hospitalidad un indicador de la presencia o
ausencia de una vida espiritual.
Base bíblica
Las Escrituras nos mandan a practicar la hospitalidad. El
pueblo de Israel tenía prohibido explotar a los extranjeros,
simplemente porque ellos mismos habían sido extranjeros en
Egipto. No debían ni irritar ni oprimir a los extranjeros.
(Éxodo 22:21; 23:9).
Por otra parte, en el tiempo de la siega no debían segar
el campo por completo. Tampoco debían dejar el viñedo
limpio por completo, sino que las uvas que caían eran
dejadas para los pobres y los extranjeros. De esta forma, el
interés por los demás y la justicia imparcial era incalculables
(Levítico 24:11).
170
No debía existir distinción entre ellos y los extranjeros
que vivían con ellos. Los israelitas debían amar a los
forasteros y extranjeros como a sí mismos (Levítico 19:10,
33-34).
Siglos después, Isaías resalta el cuidado de los
hambrientos y desabrigados como señal de la verdadera
religión. La renovación espiritual significaba una verdadera
compasión por aquellos que estaban en necesidad (Isaías
58:6-7).
En Lucas 14 leemos de un fariseo que había invitado a
Jesús a su casa a comer. Jesús le dijo a su anfitrión: “Mas
cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los
cojos y los ciegos; y serás bienaventurado; porque ellos no te
pueden recompensar, pero te será recompensado en la
resurrección de los justos” (13-14). Una vez más, al igual
que en Mateo 25, Jesús relaciona la hospitalidad presente
con futuras recompensas.
Las epístolas también nos recalcan la necesidad de
practicar la hospitalidad. Pablo dice: “... compartiendo para
las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad”
(Romanos 12:13). Pablo también pide a la iglesia de Roma
que reciba a la hermana Febe en el nombre del Señor, y que
le den cualquier ayuda que necesite de ellos. Pablo también
declara que todo líder debe ser amante de la hospitalidad (1
Timoteo 3:2; Tito 1:7). También a Timoteo se le encarece
que muestre respeto a las viudas, quienes, entre otras cosas,
han practicado la hospitalidad (1 Timoteo 5:3-10).
Pedro hace un llamado a los cristianos judíos que están
esparcidos: “Reciban en sus casas a los demás, y no hablen
mal de ellos sino háganlos sentirse bienvenidos” (1 Pedro
4:9, Biblia en Lenguaje Sencillo).
El que escribió a los Hebreos exhorta: “No dejen de
amarse unos a otros, como corresponde a todo cristiano. No
se olviden de recibir bien a la gente que llegue a sus casas,
pues de ese modo mucha gente, sin darse cuenta, ha recibido
ángeles” (13:1-2, Biblia en Lenguaje Sencillo).
171
Ejemplos bíblicos
La Biblia está llena de ejemplos que exponen la práctica de
la hospitalidad. Aquí mencionamos algunos que nos sirven
de inspiración y desafío. Abraham, el patriarca, recibió
ángeles sin saberlo. A los tres que se pararon frente a la
puerta de su tienda les dijo: “Mi señor, por favor le suplico
que no se vaya en seguida. Si a usted le parece bien, voy a
pedir un poco de agua para que se laven los pies y luego
descansen un rato bajo la sombra del árbol. Ya que han
pasado por donde vive este servidor suyo, les voy a traer
algo de comer para que repongan sus fuerzas antes de seguir
su camino” (Génesis 18:3-4). Seguidamente leemos de la
abundante comida preparada por Abraham. Esta era una
hospitalidad por excelencia.
La viuda de Sarepta estuvo dispuesta a compartir con
Elías lo poco de harina y aceite que le quedaba. Esta era una
hospitalidad a gran costo, pero el Señor cuidó de que no
faltara ni la harina ni el aceite en los recipientes de ella (1
Reyes 17:10-16).
Otro ejemplo es la forma en la cual la mujer sunamita
recibió a Elías. No fue solo el alimento que sirvió para él;
ella y su esposo construyeron un cuarto de huéspedes para
Eliseo en la parte de arriba de su casa para “éste varón santo
de Dios, que siempre pasa por nuestra casa”.
Nuestro mismo Señor fue recibido varias veces. Los
Evangelios nos cuentan que visitó un hogar en Caná de
Galilea (Juan 2:1-11); un hogar en Capernaum (Lucas 8:42-
45); un hogar de Jericó (Lucas 19-10); y otro en Betania
(Juan 11:1-46). Hubo también otros hogares a los que entró
Jesús. “SIEMPRE BIENVENIDO” pudo haber sido el
letrero que colgaba en sus puertas.
Así era el hogar de ese tal Gayo en 3 Juan. Su hogar era
un lugar con las puertas abiertas. Los predicadores que iban
de un lado a otro podían ir parar en casa de Gayo, que
172
siempre eran bienvenidos. Esto siempre nos lleva a
considerar la importancia de la hospitalidad.
Razones bíblicas
No solamente debemos mostrar filadelfia (amor por los
hermanos), también debemos mostrar filoxenia (amor por los
extranjeros). Gayo era de esas personas (3 Juan 5). También
debemos abrir nuestros hogares a los inconversos. Mientras
podamos hacer el bien, especialmente a aquellos que
pertenecen a la familia de la fe, no debemos olvidarnos de
que debemos hacer el bien para con todos (Gálatas 6:10).
Obviamente, este ‘hacer el bien’ incluye la hospitalidad.
Pena da el cristiano que no tenga amigos inconversos,
por la simple razón de que solamente por medio del contacto
social se pueden llevar otros a Cristo. Nuestro Señor no se
rehusó a la hora de tomar la vasija de agua de las manos de
la mujer samaritana inmoral; ni vaciló en entrar a casa de
Simón el fariseo criticón; ni rechazó alimentar a los cinco
mil y luego a cuatro mil. Ninguno de estos eran genuinos
creyentes, sin duda alguna, había un buen grupo que estaba
para verle hacer milagros.
Zac Poonen, en su escrito sobre Evangelismo Personal,
dice: “El hogar cristiano es una de las mejores bases que
existen para el evangelismo personal. Desafortunadamente,
esto es algo de lo que se dan cuenta muy pocos creyentes.
Muchos cristianos evangélicos han llevado la enseñanza
bíblica de separación al ridículo extremo de eliminar todo
tipo de contacto social con sus vecinos. Solo se mueven
dentro de su círculo selecto de creyentes, y como resultado la
obra de Dios se ve limitada. Los creyentes deben ser
amistosos con sus vecinos, a los cuales debe invitar a su
casa, y responderles con lo mismo, aunque sean solo simple
visitas sociales”.
Dentro de los círculos de cristianos existe la confusión
en cuanto a qué es ‘separación’. Ciertamente no se trata de
173
aislamiento; existe un abismo de diferencia entre aislamiento
y separación. Sí, es cierto que no ‘somos del mundo’, pero
tenemos que ‘estar en el mundo’. Nuestro Señor era santo,
inofensivo, puro, separado de los pecadores, pero aún así era
amigo de publicanos y pecadores. Hacemos bien en imitar a
nuestro Señor.
Por supuesto, existían razones específicas de por qué a
los primeros cristianos se les pedían que mostraran
hospitalidad. En primer lugar estaba la presión de un mundo
hostil e impío que les perseguía intensamente. No era en
cualquier parte en la que podían posar, tenían que estar
cambiando de lugar constantemente; por lo tanto, los
hermanos cristianos debían ocuparse de ellos. En segundo
lugar, los mesones y posadas de aquellos días eran de mala
reputación, los cristianos no podían refugiarse en esos
lugares sin que fuesen mancillados sus nombres. En tercer
lugar, estaban los evangelistas itinerantes que se movían de
un lugar a otro, y por supuesto no le pedirían dinero a
aquellos que no conociesen al Señor, por lo que la carga de
cuidar de ellos caía automáticamente sobre los cristianos.
Estas razones no se aplican a nuestro contexto actual;
sin embargo, su ausencia no nos absuelve de la
responsabilidad de proveer tanto para los hermanos como
para los que son ajenos, particularmente aquellos que son
ajenos a la fe en Cristo.
Formas bíblicas
La Biblia también nos dice de cómo debemos ofrecer
hospitalidad. Pedro dice que debe hacerse con amor y sin
murmuraciones. Este amor es el amor ágape, el cual ve algo
infinitamente precioso en aquello sobre lo cual es ejercido.
Este amor acogerá a los invitados sin hacerles que se fijen en
los preparativos que se han hecho. Este amor no extenderá la
hospitalidad con murmuraciones, mas con alegría. Tal amor
reconoce que todo proviene de Dios, y que lo que se haga
174
por otros es simplemente producto de nuestra deuda de
gratitud con Dios. La hospitalidad brindada de esta forma se
convierte en un medio de gracia para glorificar a Dios.
El ministerio de la aflicción
Las aflicciones nos ministran. Obran a nuestro favor y no en
nuestra contra. En este concepto yace nuestra tranquilidad y
nuestro valor. Esto es bíblico y no mera ilusión. 2 Corintios
4:17 dice: “Porque esta leve tribulación momentánea
produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso
de gloria”.
En la historia de Ruth, en el Antiguo Testamento,
notamos que en el primer capítulo Noemí descarga una serie
de quejas contra Dios. “La mano de Jehová ha salido contra
mí”. “No me llamen placentera, llámenme Amargura”. “En
grande amargura me ha puesto el Todopoderoso, Jehová me
ha vuelto con las manos vacías, Jehová ha dado testimonio
contra mí, y el Todopoderoso me ha afligido.”
Estas quejas también las escuchamos a nuestro
alrededor. Un sinnúmero de personas se quejan bajo el peso
de sufrimientos que no tienen explicación. ¿Por qué me
atacan las aflicciones? ¿Por qué Dios permite el sufrimiento?
¿Por qué Dios ha de tratarme de esta forma? ¿Por qué? ¿Por
qué? ¿Por qué? Este es el tema perpetuo de labios tanto de
creyentes como de inconversos. Sabemos que no podemos
responder a esas preguntas para la total satisfacción de los
que nos leen. Reconocemos que el misterio del sufrimiento
es un secreto que no se puede desentrañar del todo de este
lado de la eternidad. No obstante, la Biblia nos tiene mucho
que decir respecto a este tema. De forma breve nos
referiremos a estas verdades con la ayuda del Espíritu Santo.
El Dr. Paul Rees nos cuenta de un cristiano que
cultivaba naranjas, y quien perdiera una gran cosecha de
naranjas a consecuencia de una inundación que devastó la
plantación. No lejos de su propiedad se encontraba otro
175
agricultor, el cual no profesaba fe en Cristo. Éste último
escapó de la inundación y no sufrió ningún tipo de daño, en
contraste con el primero. El agricultor cristiano fue a donde
estaba su pastor y le pidió que le explicara por qué el
Todopoderoso libró a su vecino, quien no era cristiano, y por
qué, siendo él cristiano, Dios permitió que sufriese tan
colosal pérdida. El pastor simplemente le dijo: “Señor, Job
perdió más de lo que usted perdió. Él no acusó a Dios, más
bien Job exclamó: “He aquí, aunque él me matare, en él
esperaré” (Job 13:15a).
El Dr. Rees nos narra otro episodio. Dos ministros
fueron a examinar los daños después de uno de los más
severos bombardeos alemanes a la ciudad de Londres
durante la Segunda Guerra Mundial. El más joven de ellos,
conmovido por el escenario del trágico desastre, exclamó:
“¡Cuánto quisiera ser Dios por solo dos minutos! Le
enseñaría a los alemanes lo que le podría hacer”, a lo cual
respondió el de más edad: “Si tu fueses Dios por dos
minutos, entonces yo no quisiera vivir en tu mundo ni por
tan solo un minuto”.
El consejo con que estos hombres consolaron a las
almas atormentadas nos trae a memoria los pasajes del
Antiguo Testamento que citamos al principio. ¿Qué nos
enseña 2 Corintios 4:17? En primer lugar, que la aflicción es
leve. El Señor sabe la carga que podemos soportar. Él sabe la
carga con la cual no nos hundiremos. La aflicción no es
pesada, pues no nos permitirá llevar una onza más de peso.
En segundo lugar, la aflicción es temporal, tan solo durará un
momento. Cuando el propósito se halla cumplido, entonces
la vara de aflicción será quitada. Él no permitirá que
suframos en vano por tan solo un momento. Ver a sus hijos
sufriendo inútilmente no es algo que produzca gozo en el
corazón paternal de Dios. En tercer lugar, la aflicción es
inmensurablemente galardonadora. Al final quedará el eterno
peso de gloria que sobrepasa todos los cálculos. En cuarto
lugar, las aflicciones obran para nuestro bien, nos ministran.
176
¿De qué forma nos ministran las aflicciones?
Responderemos estas preguntas diciendo que:
Las aflicciones tienen un ministerio de conversión
Las aflicciones tienen un ministerio de
conformación
Las aflicciones tienen un ministerio de corrección
Las aflicciones tienen un ministerio de consolación
Las aflicciones tienen un ministerio de coronación
177
Las aflicciones tienen un ministerio de conformación
Dios usa las aflicciones para que seamos conformados a la
imagen de Su Hijo – para que reflejemos como espejos la
gloria del Señor. Jesucristo no fue a la cruz por la comodidad
de los hombres, sino por su carácter. El interés primario de
Dios no es qué nos sucede a nosotros, sino qué sucede en
nosotros. La palabra griega para ‘carácter’ se deriva de una
palabra que significa una herramienta para esculpir. El
Escultor celestial tiene primero que dejar marcas en mi alma
antes de que pase a ser su hechura. El proceso de dejar de
vanagloriarnos progresivamente debe seguir de forma
continua. “Señor, corta; Señor, esculpe; Señor, moldea;
Señor, haz cualquier cosa que pueda perfeccionar la imagen
del Padre en nosotros, y que podamos ser dignos de Tu
gloria.” Así oró el piadoso puritano Samuel Rutherford:
“Señor, abre mis ojos para que pueda yo ver la verdadera
pequeñez de mi más grande grandeza”.
178
Las aflicciones tienen un ministerio de consolación
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,
Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual
nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que
podamos también nosotros consolar a los que están en
cualquier tribulación, por medio de la consolación con que
nosotros somos consolados por Dios” (2 Corintios 1:3-4). No
debemos ser como la mariposa que va de flor en flor, que
busca traer aliento al sapo atemorizado y que está apunto de
ser cortado por el arado del campesino. Solo aquellos que
han atravesado por el valle de una situación en particular son
capaces de aconsejar a otros que atraviesan por situaciones
semejantes. Por eso no es en vano que el libro de Job sea una
fuente de tan grande consuelo celestial hasta en nuestros
días.
179
coronación de mi aflicción. Bendita sea la tempestad y
bendita sea la tormenta que me lleven más cerca del pecho
del Padre.
Hambre santo
Avivamiento es un término que es malinterpretado por la
mayoría de nosotros. A veces se iguala el avivamiento al
éxito de cruzadas evangelísticas o a algunos tipos de
reuniones especiales, donde el emocionalismo y evidencias
de histeria tienen lugar. A veces se define al avivamiento
como la convicción de pecado que desciende sobre un
individuo o un grupo de creyentes. Un avivamiento genuino
puede tener estas características, pero ellas por sí mismas no
constituyen un avivamiento.
Entonces, ¿qué es un avivamiento? Está de más decir
que una percepción correcta de lo que es un avivamiento es
una condición esencial para que exista un hambre santo del
mismo. Avivamiento, para hacerlo más sencillo, es observar
a Dios obrar. Es Dios tomando el primer lugar y el hombre
siendo desplazado. Es Dios interviniendo en la vida de la
iglesia. Son las flechas del Todopoderoso atravesando los
pechos de los creyentes. Es un Isaías lamentándose: “!Ay de
mí! que soy muerto; porque soy hombre inmundo de labios”
(Isaías 6:5). Es un Daniel buscándole en oración y ruego, en
ayuno, cilicio y ceniza, confesando al Señor diciendo:
“hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho
impíamente, y hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de
tus mandamientos y de tus ordenanzas. No hemos obedecido
a tus siervos los profetas...” (Daniel 9:3-19). Es un Nehemías
que se sienta y llora, y hace duelo por algunos días, y ayuna
y ora delante del Dios de los cielos: “...confieso los pecados
de los hijos de Israel que hemos cometido contra ti; sí, yo y
la casa de mi padre hemos pecado... nos hemos corrompido
contra ti, y no hemos guardado los mandamientos, estatutos
y preceptos que diste” (Nehemías 1:4-11). Es el pastor que se
180
baja del púlpito y se arrodilla al lado del rebaño y repite la
oración del publicano: “Se propicio a mí, pecador” (Lucas
18:13). Es la respuesta de Dios llena de gracia a un grupo
que agoniza. Es el sí y el amén de Dios a la oración del
salmista: “Restáuranos, oh Dios de nuestra salvación, y haz
cesar tu ira de sobre nosotros. ¿Estarás enojado contra
nosotros para siempre? ¿Extenderás tu ira de generación en
generación? ¿No volverás a darnos vida, para que tu pueblo
se regocije en ti?” (Salmo 85:4-6).
Dotado de discernimiento espiritual como lo estaba el
salmista, pudo percibir que Dios estaba molesto con Su
pueblo, de ahí los desahogos de su corazón. En cierto
sentido, al salmista le era más fácil reconocer que el pueblo
había actuado en desagrado a Dios. Bajo la dispensación del
Antiguo Testamento, las bendiciones recibidas por el pueblo
eran más temporales. Si esas bendiciones eran retiradas,
indicaba que Dios había apartado Su rostro de Su pueblo. Por
eso, la derrota en mano de sus enemigos, el hambre, la
sequía y las plagas eran señales de que habían pecado contra
Dios y de que solo en el camino del arrepentimiento yacía la
esperanza de restauración y bienestar. Sin embargo, en la
dispensación neotestamentaria, las bendiciones que el pueblo
de Dios experimenta son más bien espirituales. Por lo tanto,
cuando Dios se molesta con Su pueblo y estas bendiciones
espirituales son retiradas, la ira de Dios no es fácil de
discernir. No obstante, el hecho de que Dios está airado
contra Su pueblo es real.
Si Su ira no estuviera presente, entonces, ¿por qué la
impotencia existente? La influencia divina de Dios, el
Espíritu Santo, se ha retirado de forma relativa de la iglesia,
aunque no por completo. La ausencia de Su poder eficaz,
quien es el Espíritu de verdad y de sabiduría, ha traído como
resultado hechos y doctrinas confusas, una indiferencia total
por los inconversos y una extraña despreocupación hacia las
demandas de las misiones. Los que defienden un nuevo tipo
de moral y una nueva teología se están levantando aquí y allá
181
en el hemisferio occidental. El día no está lejos cuando
tratarán de exportarnos estas teorías fantásticas al sediento
pueblo oriental.
¿Qué debemos hacer nosotros, Su pueblo, bajo tales
circunstancias? ¡Oh, que desechemos nuestras transgresiones
y rompamos con nuestras iniquidades; oh, que podamos
coronar a Jesús como Señor de nuestras vidas y como Señor
de la iglesia; oh, que podamos ver que el avivamiento no es
nada más que el comienzo de una nueva obediencia a Cristo;
oh, que hagamos nuestra la oración de Daniel: “Oye, Señor;
oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y hazlo; no tardes, por
amor de ti mismo, Dios mío; porque tu nombre es invocado
sobre tu ciudad (iglesia) y sobre tu pueblo” (Daniel 9:19).
“...y descendieras... (Isaías 64:1). Visítanos, oh Dios, danos
esta sed santa.
Unidad colectiva
“Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada
uno en particular” (1 Corintios 12:27). “Nosotros, siendo
muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los
unos de los otros” (Romanos 12:5). “Porque somos
miembros los unos de los otros” (Efesios 4:25b). Estos
pasajes de las Escrituras nos enseñan que Pablo enfatizaba en
lo que los teólogos llaman ‘totus Christus’, el todo de Cristo,
teniendo a Jesús como la cabeza y a Su pueblo redimido
como los miembros de Su cuerpo. ¿Qué fue lo que motivó a
Pablo a formular este tema? Ciertamente su encuentro con el
Señor en el Camino a Damasco. Cierto, él había trastocado a
los cristianos. Él hubiese entendido a Jesús si le hubiera
preguntado: “¿Por qué persigues a mi pueblo?”. Mas Jesús le
preguntó: “¿Saulo, Saulo por qué me persigues?” (Hechos
9:4). Ésta era una nueva revelación para él. Llegó a entender
entonces algo de la relación mística que unía a los cristianos
con su Señor. Esta forma de pensar, bajo la inspiración del
182
Espíritu Santo, produjo en él este maravilloso tema de la
iglesia como el cuerpo de Cristo.
Si el cuerpo de Cristo ha de mostrar esta unidad
colectiva, entonces deben observarse cuatro factores
principales. Estos se encuentran representados en 1 Corintios
12:14-26. El primero es el principio de la indispensabilidad
(vv. 14-16). Note que no somos indispensables para Dios, y
aunque anhela usarnos para la expansión de Su causa en la
Tierra, no está atado a ningún individuo en específico. Ni
siquiera los mejores entre nosotros resultan indispensables
para Él. En cierta ocasión un amigo le preguntó a C.T. Studd,
fundador de la Cruzada de Evangelismo Mundial: “¿Qué le
sucederá a nuestro trabajo cuando usted muera?”. Se dice
que Studd le respondió: “Cuando yo muera, mi Señor tendrá
un necio menos con el cual contender, y por lo tanto podrá
efectuar Su trabajo mejor”. Hay sabiduría en esas palabras.
¡Cuán cierto es que Dios puede enterrar a sus obreros, pero
nunca Su obra! Sí, no somos indispensables para Dios; sin
embargo, sí somos indispensables los unos para con los
otros. Cada cristiano es un miembro necesario del cuerpo de
Cristo, la iglesia compuesta por sus miembros. Cada uno de
estos miembros, ya sea en el cuerpo físico o espiritual,
cumple una función específica. Cada uno de nosotros puede
ayudar a levantar la iglesia y a los otros por medio del
aliento, la exhortación y compartiendo de sus victorias y
derrotas. Por ejemplo, si somos lo suficientemente humildes
como para compartir nuestros fracasos, y luego pedir oración
para obtener la victoria sobre ellos, entonces estaríamos
haciendo a otros y a nosotros mismos un bien inmenso. Esto
puede en verdad preparar el ánimo para un avivamiento
personal y colectivo.
El segundo es el principio de interdependencia (vv. 17-
22). El ojo no puede decirle a la mano: “No te necesito”; ni
la mano al pie: “No te necesito”. Cuando se le amputa un
miembro, el cuerpo se torna más débil a causa de la
amputación, y en ese mismo instante ese miembro deja de
183
funcionar pues no puede por sí solo. El ‘solista’ no tiene
lugar. La estructura de un cuerpo no admite el
individualismo. Cada cristiano necesita la ayuda de uno que
otro cristiano. Cada parte del cuerpo tiene una contribución
que hacer en la evangelización del mundo y la edificación de
la iglesia. Como ha dicho acertadamente el Secretario
General de la Unión de Estudiantes Evangélicos de la India,
Señor P. T. Chandapilla: “Todas las iglesias en todas las
naciones necesitan ayuda de otra”.
El tercero es el principio de la indiscriminación, es
decir, no hacer distinción, no mostrar un tratamiento
preferencial (vv. 23-25a). A aquellos miembros que parecen
menos importantes que otros se les debe mostrar un
particular respeto. También ellos desempeñan un papel
importante en la vida del cuerpo de Cristo. Quizás no
sepamos cómo apreciar su contribución, pero Aquel, ante
quien todas las cosas están desnudas y abiertas, sabe cómo
valorar justamente. Pablo reconoce que donde este principio
no se practica hay divisiones y disensiones en el cuerpo.
Santiago usa un lenguaje claro y directo al referirse a esto.
Incluso, hasta cuestiona si aquellos que muestran tal
favoritismo alguna vez hallan pertenecido al Señor
Jesucristo, el Señor de gloria. Lea los primeros versículos de
su segundo capítulo.
El cuarto es el principio de la identificación (vv. 25b-
26). Los miembros deben mostrar un mismo interés los unos
por los otros. Si un miembro sufre, todos los demás
miembros sufren juntamente con él. Si un miembro es
honrado, todos los otros se alegran. No se agitan, inquietan,
ni son consumidos por los celos cuando se le confieren
honores a uno de los miembros. En vez de esto, se regocijan
con él y bendicen a Dios por la gracia que ha hallado a Sus
ojos. En Romanos 12:15, Pablo se refiere a esto
acertadamente: “Gozaos con los que se gozan; llorad con los
que lloran”.
184
La práctica de estos cuatro principios en la Iglesia dará
a conocer a los de afuera su unidad colectiva, la cual el
mundo privado de Cristo está procurando fervientemente.
185
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
5ta piedra: Crecimiento en el Espíritu
186