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JEAN- PAUL SARTRE 2

EL DIABLO Y DIOS

Traducción de
JORGE ZALAMEA

CUARTA EDICION

yq/\i\;
~Et ESrUD!O
L.· ;,
NO.-fic

EDITORIAL LOSADA, S. A.
BUENOS AIRES
Título del original francés: y
Le Diable et le bon Dieu EL DIABLO DIOS

Queda hecho el depósito que Tres actos y once cuadros


previene la ley núm. 11.723

@ Editorial Losada S. A.
Buenos Aires, 1952

Primera edición: 18 - VII - 1952


Segunda edicion: 15 .. X - 1957
Tercera edición: 15 - XII - 1961
Cuarta edición: 21 - XI - 1967

Dibujó la tapa
BALDESSARI

PRINTED IN ARGENTINA
Este libro
se terminó de imprimir
el día 21 de noviembre de 1967
en Artes Gráficas
l!artolomé U. Chiesino, S. A.
Ameghino 838, Avellaneda
Buenos Aires.
Acto primero

Primer cuadro
A la izquie1'da, ent1'e cielo y tier1'a, Úna sala del palacio ar-
zobispal; a la de1'echa, la casa del obispo y las mtt1'allas. Por
el momento, sólo la sala del palacio está iluminada. El resto
de la escena, sumido en somb1'as.

EL ARZOBISPO (en la ventana). - ¿Vendrá? Señor, el pulgar de


mis vasallos ha desgastado mi efigie sobre mis monedas de
oro, y tu terrible pulgar ha desgastado mi trono; ya sólo soy
una sombra de arzobispo. Si el finalizar de este día me trae
la noticia de mi derrota, tan grande será mi usura que podrá
verse a través de mi cuerpo. ¿Y qué harías, Señor, co~;- un
mini~trq transparente? (Ent1'a un CRIADO.) ¿Llegó el coronel
Linehart?
CRIADO. - No. Es el banquero Foucre. Solicita ...
EL ARZOBISPO. - Más tarde. (Pa,usa.) ¿Qué hace Linehart? De-
biera estar aquí; con noticias frescas. (Pausa.) ¿Hablan de
la batalla en las cocinas?
CRIADO. - No se habla de otra cosa, mo:m.señor.
EL ARZOBISPO .. - ¿Qué dicen?
CRIADO. - Que la pelea ·se ha iniciado admirablemente; que
Conrad está atrapado entre el río y la montaña; que ...
EL ARZOBISPO. - Lo sé, lo sé. Pero mientras se esté peleando
1
· .se puede ser derrotado. __. ...)
· ~ CRIADO. - Monseñor ...
Q:; EL ARZOBISPO. --- Véte. (Sale el CRIADO.) ¿Por qué lo permitiste,

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<""''
10 ]ean- Paul Sartre
El diablo y Dios 11

Dios mío? El enemigo ha invadido mis tierr~s y .mi buena NASTY (apareciendo en las murallas), - ¿Y bien, qué hay,?
ciudad de Worms se ha levantado contra m1. Mientras lu- SCHMIDT. - ¡Nasty! Muy malas noticias.
chaba contra Conrad, me ha apuñalado por la espalda. I&- NAsTY. -~a~_ noticias.!l~ca son m~l~~para guíen Dios eligió . ..,.__
noraba, Señor, que tuviese tan altos designios ·para conmi- HEINZ. - Desde hace 'una liórá miram-o:s-ra8 señales 1umino- .'Y
go: ¿será menester que vaya a mendigar de puerta en puer: sas. Minuto tras minuto, repiten las mismas. ¡Mira! Uno -
ta, ciego y con un niño por lazarillo? Naturalmente, todo mi dos - tres y cinco. (Le señala la montaña.) El arzobispo ha
ser está a tu disposición si es que en verdad deseas ~ ganado la batalla.
haga tu volunta4. Pero ¿·féSU:ptico~e--ríD te~~o NAsTY. - Lo sé.
---yáVen:rreafiüs y que jamás h1ve~~ la . voc~cwn ?el ~~,rtino. ScHMIDT. - La situación es desesperada: nos han atrapado en
(Se oyen a lo lejos los gritos de ¡Vu:torw! ¡Vwtorw! . [,os W orms s~n aliados y si? víveres. Tú nos decías que Go~tz
gritos se aproxi·man.) · se cansana, que acabana por levantar el sitio, que Conrad
EL ARZOBISPO (tiende el oído y se lleva la mano al c?raz6n ). aplastaría al. arzobispo; pues bien, ya ves: Conrad ha muer-
CRIADo (entrando). - ¡Victoria! ¡Victoria! ¡Hemos trmnfado, to y el ejército del arzobispo va a reunirse con el de Goetz
monseñor! Y aquí está el coronel Linehart. al pie de nuestros muros. Y a nosotros sólo nos restará morir.
CoRONEL (ent-rando). - ¡Victoria, monseñor! Victoria total y GERLACH (entra corriendo). - Conrad está derrotado. El bur-
reglamentaria. Un modelo de batalla, una jornada histórica: gomaestre y los regidores se han reunido a deliberar en el
seis mil enemigos degollados o ahogados, y el resto huye Ayuntamiento.
en derrota. ScHMIDT. - ¡Pardiez! Buscan la manera de someterse.
EL ARZOBISPO. -· ¡Gracias, Dios mío! ¿Y Conrad? NASTY. - ¿Tenéis fe, hermanos?
CoRONEL. - Muerto. Tonos. - Sí, Nasty, sí.
EL ARZOBISPO. - ¡Gracias, Dios mío! (Pausa.) Si está muerto, NASTY. - No temáis, entonces. La derrota de Conrad es un
lo perdono. (A LINEHART.) Y a ti, te bendigo. Ve a espar?ir ¿~.
la noticia. _ ScfuvrmT. ~ ¿Un signo?
CoRONEL (rectificando la posición). - Poco después de levan-. NAsTY. - Un signo que me hace Dios. Anda, Gerlach, corre
tarse el sol, percibimos una nube de polvo ... hasta el Ayuntamiento y trata de averiguar qué ha decidido
EL ARZOBISPO (interrumpiéndolo). - ¡No, no, ¡Detaiies no! ¡De- el Consejo. (Las murallas desaparecen en la noche.)
talles de ninguna manera! Una victoria relatada con detalle~ EL ARZOJ3ISPO (levantándose de su reclinatorio). -:·¡Hola! (En-
es· imposible distinguirla de una derrota. Pero no cabe duda tra el CRIADo. ) Haz entrar al banquero. (Entra el BANQUE-
de que se trata de una victoria, ¿verdad? . Ro.) Siéntate, banquero. Estás cubierto de barro; ¿de dónde
CoRONEL. - Una maraviUosa victoria: la elegancia 11?-isma. vienes?
EL ARZOBISPO. - Véte. Quiero rezar. (EL CORONEL, sale. EL EL BANQUERO. - He viajado durante treinta y seis horas se-
ARZOBISPO comienza a bailar.) ¡Gané! ¡Gané! (Llevándose guidas para impediros cometer una ltcura.
la maria al corazón.) ¡Ay! (Se arrodilla en su reclinatorio.) EL ARZOBISPO. - rt Una locura? .
Oremos. J.EL ~· - Vais a torcerle el cuello a una gallina que to-
(Sé ilumina a la derecha. una varte de la escena: un cami- dos los años pone para vos un huevo de oro.
no de ronda' en las 1nurallas. HEINZ y SCHMIDT se inclinan EL ARZOBISPO. - rtDe qué estás hablando?
Rntre las almenas.) . EL B~~:mRo: - De vuestra ciudad de Worms. Me diceri que
HEINZ. - N o es posible, no es posible: Dios no lo permitiría. la si.h~~s. SI v¡restras, .tropas la saquean, os arruináis y me
:SCHMmT. -Espera. van a repetirlas. ¡Mira~.

---
arrmnais a m1. ¿Estais, acaso, en edad de jugar a los .sol-
Tres ... y uno - dos - tr~' cuatro - cinco .. : . dados?
~ -~
El diablo y Dios 13
12 ¡ ean - Paul Sartre
f . · provocó a Conrad. EL ARZOBISPO. - A decir verdad, no sé muy bien lo que sea.
EL ARZOBISPO. - No Ul yo quwn . Pero quién me dice Primero, fue el aliado de Conrad y mi adversario; luego,
EL BANQUERO. - Acaso no lo provocaseis. ¿ ? mi aliado y el enemigo de Conrad; y ahora. . . Lo menos que
ue no lo provocasteis a que os provdocba~e. bediencia Pero de él puede decirse, es que1 es de humor mudable.
· q
EL ARZOBISPO. -
E
rla m: · asallo y me e Ia 0
v.
el diablo lo movio a mcltar a os ca 1

·balleros a la revuelta Y EL BANQUERO. - ¿Por qué buscar aliados tan sospechosos?
EL ARZOBISPO. - ¿Podía yo escoger? Conrad y él invadieron
,árpón~e a su cabeza. 1 l d. t : lo .que quería antes de mis tierras conjuntamente. Por suerte me enteré de que la
EL BANQUERO. - ¿,Por que no e lS eis discordia habí~ surg!do entre ellos y, en secreto, prometí
que se enojase? a Goetz las tielas de su hermano si se unía a nosotros. Si no
E L ARZOBISP 0 . _ Lo quería todo. d Conrad SeO"uramente f ue le hubiese separado de Conrad, hace tiempo que hubiera
EL BANQUERO. - Bueno, pase 1o e .d P~ro. ~uestra ciudad perdido yo la guerra.
el agresor, ya que ha sido el venci o. EL BANQUERO. - Se pasó, con sus tropas a vuestro lado. ¿Y
de W orms .. · . d is tierras. W orms, 1a ciu- luego?
EL AR~O.- Worms, la JOya e~ ' b 1' contrá EL ARZOBISPO. - Le confié la custodia de las fronteras. Pero
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dad de mis amor_es;
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las tres cuartas partes


debió aburrirse. Supongo que no le agrada la vida de guar-
nición, pues un día trajo su ejército hasta las puertas de
Gran peca o ue. ero e 1
Worms y cornenzó el sitio sin que yo se lo pidiera.
E L BANQUERO. - . d allí ¿Quién pagara vuestros
de vuestras rentas VIenen b el 1 • anti'c¡'pos si como un
• EL BANQUERO. - Ordenadle. . . (EL ARZOBISPO sonríe triste-
·, en o sara n11s '
impuestos, quwn me ;~ 1 . a vuestros burgueses? mente, alzándose de hombros.) ¿No os obedece?
senil Tiberio, com.en~ais a a~esmar erdotes y los obligaron a EL ARZOBISPO. - ¿De dónde has sacado tú que un general en
EL ARZOBISPO. - InJuriaron a ?s ~e a mi obispo y le han campaña obedezca nunca a un jefe de Estado?
encerrarse en los conventos; mst aron EL BANQUERO. - En suma: estáis en sus manos.
prohibido salir del. _?b,ispado. 1 habrían peleado si no los EL ARZOBISPO. - Sí.
EL BANQUERO. - ¡Nmenast Tamas . .- tá bien para (Se iluminan las murallas.)
hubieseis forzado a hacerlo. La vwlencia es - GERLACH (entrando). - El Consejo ha decidido enviar par-
q-uienes nada tienen que~ ? lamentarios a Goetz.
--Q-~ aue qquui1eerres
EL ARZOBISPO. - ¿_ ue. esd o qQu 1 ague~ una buena multa y HEINZ. - ¡Vaya! (Pausa.) ¡Cobardes!
EL BANQUERO. - Su per on. ue P GERLACH. - Nuestra única esperanza es que Goetz les pro-
que no se hable más del asunto. ponga condiciones inaceptables. Si es tal como lo pintan,
EL ARZOBISPO. - ¡Ay! 1
• 1 •? ni siquiera querrá aceptar la rendición incondicional.
EL BANQUERO. - ¿Por quWe suspu~~~quero; de todo coraz6n la EL BANQUERO. - Acaso respete los bienes.
EL ARZOBISPO. - Amo a orms, EL ARZOBISPO. - Me temo que ni siquiera respete las vidas
perdonaría, incluso sin ~ulta alguna ... humanas.
EL BANQUERO. - AEntonces.. . dia SCHMIDT (a GERLACH). - Pero ¿por qué? ¿Por qué?
EL ARZOBISPO. - No soy quien la ase . EL ARZOBISPO. - Es un bastardo de la peor 'especie: por parte
EL BANQUERO.- ¿_Quién, pues? de madre. Sólo en hacer el mal se complace.
EL ARZOBISPO. - Goet.~. G etz? .El hermano de Conrad? GERLACH. - ¡Es un cerdo, 'ü:n Hoastardo: ~acer daño!
EL BANQUERO. - SA~ ~tr:u::or ~apÚá~ de toda Alemania.
1 Si quiere saquear a Worms, será menester' que los burgue-
EL ARZOBISPO. - l, . J muros de vuestra ciu~ s~s se batan hasta el último instante.
EL BANQUERO. _ ¿Qué hace ba j? 1~s SCHMIDT. - Si se propone arrasar la ciudad, no cometerá la in-
-dad? ¿Acaso es vuestro enemigo.
Él diablo y Dzos 1!>
14 Jean - Paul Sartre
genuidad de decirlo. Pedirá que se le deje entrar, prometien- LAMUJER.- No.
HEINRICH. - ¿Qué pides, entonces?
do que no tocará nada./ . .
EL BANQUERO. (indignado). - Worms ~e debe . tremta mil
LA MUJER. --:- Quiero que me expliques ...
HEINRICH (vwamente). - Nada puedo explicar.
ducados: es preciso detenerlo en seguida. EnVIad vuestras
LA MUJER. - Ni siquiera sabes de qué hablo.
tropas contra Goetz. HEINRICH. - ~stá bien. Habla. ¡Pronto! ¿Qué es lo que quieres
EL ARZOBISPO (abrumado). - Temo que las derrote. . ?
HEINZ (a NASTY). - ¿Entonces, estamos totalmente perdidos. que te exphque? .
LA MUJER. -¿Por qué murió el niño?
NAsTY. -- Dios está con nosotros, hermanos: no podemos per-
der. Esta noche saldré de Worms y trataré de atravesar las HEINRICH. - ¿Qué niño?
LA MUJER (riendo un poco). - El mío. Vamos, cura, lo ente-
líneas para llegar a W aldorf. Ocho ·días bastarán para levan-
rraste ayer: tenía tres años y murió de hambre.
. , tar en armas a diez mil campesinos. , ? HEINBICH. ~ Estoy fati.gado, herinana, y ya no te reconozco.
~ ScHMIDT. - ¿Pero cómo podríamos resistir n?sotros ocho chas. Os veo a todas el m1smo rostro con los mismos ojos.
- Son capaces de abrirle las puertas esta m1sma noche.
LA MUJER. - ¿Por qli'é mu1ió?
NAsTY. - Es preciso impedírselo. HEINRICH. - N o lo sé.
HEINZ. - ¿Quieres apode~a1te del po~er? . . LA MUJER. - Y, sin embargo, eres cura.
NASTY. - No. La situacion es demasiado mcwrta.
HEINRICH. - Sí, lo soy.
HEINZ. - ¿Entonces? ., LA MUJER. - ¿Quién, sino tú, me lo explicará? (Pausa.) Si
NAsTY. - Será menester comprometer a los burgueses, hacwn-
ahora me dejase morir yo, ¿obraría mal?
Toles temer por sus cabezas. HEINRICH (con fuerza). - ¡Sí, muy mal!
Tonos. -¿Cómo? LA MUJER .. ~ Eso pensaba. Y, no obstante, tengo muchas ganas.
NASTY. - Organizando una matanza. . .. ,
(La e$cena se ilu1nina bajo las ·murallas. Una ntu¡e1', f~¡a la· Ya ves que tienes que explicarme.
mirada en el vacío, se halla sentada contra la escaler~ ~ue (Hay un silencio. HEINRICH se pasa la mano por la frente y
lleva al camino de ronda. Pasa un cura leyendo su bremarw.) hace un violento esfuerzo.)
NAsTY. - ¿Quién es ese cura? ¿Por qué no está encerrado con HEINRICH. - Nada sucede sin la venia de Dios y Dios es la
?ondad misma. De manera que cuanto acontece, es lo me-
los otros? JOr.
HEINZ. - ¿N o lo reconoces? . LA MUJER. - N o comprendo.
NAsTY. - ¡Ah! Es Heinrich. ¡Cómo ha cambiado! Pero no Im-
HEINRICH. - Dios··sabe muchas más cosas que tú; lo que a ti
porta, ¡han debido encerrarlo! . ~;: te parece un mal, ~s un bien a sus ojos porque él pesa to-
HEINZ. - Los pobres lo quieren porque v1ve como ellos. Y . . e
.das las consecuencias.
temió disgustados. LA MUJER. - ¿Y tú puedes entender eso?
NASTY. - Es el más peligroso de todos. HE~CH. - ¡No! ¡No! ¡No comprendo nada! ¡No puedo ni
LA MUJEB (viendo al cura). - ¡Cura! ¡Ct~ra! (El cura se esca-
quiero comprender! ¡Es preciso creer! ¡Creer! ¡Creer!
pa. Ella grita.) ¿Adónde vas tan de pnsa? ,
HEINBICH (deteniéndose). - ¡Ya no tengo nada! ¡Nada! Lo LA MUJER (con una risita). - Dices que debes creer y no pa-
reces creer siquiera en lo que dices.
he dado todo. HEINRICH. - Lo que digo, hermana, lo he repetido tantas ve-·
LA MUJER. - Ésa no es una razón para que huyas cuando se te
c~s ~esde hace ::r~s meses, que ya no sé si lo digo por con-
llama. VIccwn o por habito. Pero no te engañes, creo en ello. Creo
HEINRICH (regresando hacia ella con fatiga). - ¿Tienes ham-
con todas mis fuerzas y con todo mi corazón. Tú eres tes-
bre?
16 ]ean- Paul Sartre El diablo y Dios 17

tigo, Dios mío, de que , ni siquiera po~ un m~~ento, ha LA MUJER. - ¿Entonces, Dios no quería que mi hijo muriera?
rozado la duda mi corazon. (Pausa.) MuJer, tu hl]O est~ en NASTY. - Si lo hubiera querido, ¿lo habría hecho nacer?
el cielo y allí volverás a encontrarlo. ( HETh"RRCH se arrodtlla.) LA MUJER (aliviada). - Prefiero esto. (Al cura.) ¿V es cómo
LA MUJER. -Sin duda, cura. Pero el cielo es otr~ cosa. Y, ade- esto lo comprendo? ¿Entonces, el buen Dios se entristece
más, estoy tan fatigada que ya no encontrare fuerzas para cuando ve que yo sufro?
regocijarme. Ni siquiera allá ariba. NAsTY. - Se entristece hasta la muerte.
HEINRICH. - Perdóname, ·hermana. LA MUJER. - ¿Y nada puede hacer por mí?
LA MUJER. - ¿De qué habría de perdonarte, cura? Nada me NASTY. - Sí. Claro que sí. Te devolverá: a tu hijo.
has hecho. LA MUJER (decepcionada). - Sí, ya lo sé: en el cielo.
HEINRICH. - Perdóname. Perdona en mí a todos los sacerdo- NASTY. - En el cielo no. Aquí en la tierra.
tes tanto a los ricos como a los pobres. LA MUJER (atónita). - ¿En la tierra?
LA ~UJER (divertida). - Te perdono de todo corazón. ¿Es- NASTY. - ¡Será preciso pasar primero por el ojo de una a-guja
tás contento ahora? . y soportar siete años de desventura, y luego comenzará el
HEINRICH. - Sí. Y ahora, hermana, vamos a rezar juntos; pi- reino de Dios sobre -la tierra: nuestros muertos nos serán
damos a Dios que nos devuelva la esperanza. devueltos, todo el mundo amará a todo el mundo y nadie
(Durante las últimas réplicas, NASTY baja lentamente la es- tendrá hambre ya!
calera de las murallas.) LA MUJER. - ¿Por qué tendremos que esperar siete años?
LA MUJER (viendo ~ NASTY se interrumpe alegremente). - NAsTY. - Porque se necesitan siete años para librarnos de los
¡Nasty! ¡Nastyl malos.
NAsTY. - ¿Qué me quieres? . LA MUJER. - Mucho. habrá que trabajar para lograrlo.
LA MUJER. - Panadero, mi hijo murió. Tú que lo sabes todo, NAsTY. - Por eso necesita el Señor tu ayuda.
debes saber por qué. LA MUJER. - ¿El Señor Todopoderoso necesita mi ayuda?
NAsTY. - Sí, lo sé. NASTY. - Sí, hermana. Durante siete años reinará todavía el
HEINBICH. - Nasty, te lo suplico, ¡cállate! ¡Desventurados los Maligno sobre la tierra; pero si cada uno de nosotros pelea
que escandalizan! . valerosamente, nos salvaremos todos y Dios con nosotros.
NAsTY. - Murió porque los ricos bu:gueses de. nu~~tra ciu~ad ¿Me crees?
se han rebelado contra el arzobispo, su nquisimo senor. LA MUJER (levantándose). - Sí, Nasty, te creo.
Cuando los ricos se hacen la guerra, son los pobres los que NAsTY. - Tu hijo no está en el cielo, mujer, sino en tu vien•
mueren. . tre. Durante siete años lo llevarás contigo y al cabo de ese
LA MUJER. - ¿Y Dios les permitió hacer esa guerra? tiem:¡;o, marchará a tu lado, pondrá su mano en la tuya y lo
NAsTY. - Dios se lo había prohibido. . . habras parido por segunda vez.
LA MUJER. - ~ste dice que nada sucede sm su permiso. LA MUJER. - Te creo, Nasty, te creo.
NAsTY. - Nada, a excepción del mal que nace de la perver- (Sale.)
sión de los hombres. HEINRICH. - ¡La estás perdiendo!
HEINRICH. - Mientes, panadero; mezclas lo verdadero a lo NAsTY. - Si tan seguro estás, ¿por qué no interrumpiste?
falso para engañar a las almas. ., HEINRICH. - ¡Ay! Porque parecía. menos desgraciada. (NASTY
N.ASTY. - ¿Sostendrías tú, acaso, que Dios p~rmite ~stos duelos se encoge de hombros y sale.) Señor, no tuve valor para
y sufrimientos inútiles? Yo digo que es mocente de todos callarlo: he pecado. Pero creo, Dios mío, creo en tu om-
ellos. nipotencia, en tu Santa Iglesia, mi madre, cuerpo sagrado
· ( HEINRICH se calla.) - de Jesús, del que soy miembro; creo que todo sucede por
18 ]ean- Paul Sartre El diablo y Dios 19

decreto tuyo, aun la muerte de un niño, y que todo es bue- UN BURGuÉs. - Calma, calma. Es sólo un profeta.
no. ¡L.Q..S.t:~9. P.9.:t:<l~-~ _<'1§. ·ª,'p_grr.QPJ J AJ:>grt;.<:l9.L.t.AJ?.~:g!gg_! LA MULTITUD. - ¿Otro· todavía? ¡Basta ya! ¡Cállate! Surgen de
(Toda la escena se ha ilumiru1do. · En torno del palacio de] todas partes. N o valía la pena haber encerrado a n~estros
obispo, los burgueses, congregados con sus esposas, esperan.} curas.
LA MULTITUD. - ¿,Hay noticias?. . . . EL PROFETA. - La tierra exhala hedores.
¡El sol se ha quejado al buen Dios!
- No las hay ...
- ¿,Qué hacen aquí? Señor, quiero apagarme.
Estoy harto de esta podredumbre.
- Esperan ...
Cuanto más la caliento, más hiede.
- ¿Qué esperan?
Empuerca la punta de mis rayos.
-Nada ...
¡Maldición, dice el sol! Mi bella cabellera de
- ¿Viste?
- A la derecha. oro se remoja en la inmundicia.
-Sí. UN BURGuÉs (golpeándolo). - ¡Cierra ya la jeta!
- ¡Qué horrendas jetas! (EL PROFETA cae sentado en tierra. La ventana del Obispado
- Cuando se agita el agua, sube el pozo. se abre violentamente. EL OBISPO aparece en el balc6n con ves-
- Ya no se puede andar por las calles. tiduras de gran aparato.)
- Es preciso acabar esta guerra pronto. Si no,
LA MULTITUD. - ¡El obispo!
veremos cosas todavía peores. EL o~IsPo. - ¿Dónde están los ejércitos de Conrad? ¿Dónde
- Quisiera ver al obispo, quisiera ver al obispo. esta~ los caballeros? ¿Dónde la legión de 1os ángeles que
- N o saldrá. Está muy furioso. debm derrotar al enemigo? Estáis solos, sin amigos, sin es-
- ¿,Quién? ¿Quién? peranza.' y maldi~os. Vamos, burgueses de Worms, respon-
- El obispo. ded: ¿s} era grato al Señor que aprisionaseis a sus ministros,
- Desde que lo tienen encerrado ahí, se le por que os ha {lbandonado Dios? (Gemidos de la muchedum-
ve a veces en su ventana: levanta la cmtina y mira afuera. bre.) ¡Responded! ·
- N o tiene buena cara. HEINRICH. - ¡No les quitéis el valor que les queda!
- ¿Y qué quieres que te diga el obispo? EL OBISPO. - ¿Quién ·habla? .
- Acaso tenga noticias. HEINRICH. - Yo, Heinrich, cura de Saint-Gilhaud.
(Murmullos.) EL OBISPO. - Trágate la lengua, sacerdote apóstata~ ¿Te atre- ·
VoCEs EN LA MULTITUD. - ¡Obispo! ¡Obispo! ¡Sal! ¡Muéstrate! ves a mirar de frente a tu obispo?
HE~TRICH. - Monseñor, si os ofendieron, perdonadles su agra-
- ¡Aconséjanosl
VIO como yo os perdono esos insultos. ·
- ¿Qué va a suceder?
(Un h01nbre se destaca de la muchedumbre, salta hasta la EL OBISPO. - ¡Judas! ¡Judas Iscariotel ¡Ve a ahorcarte!
fachada del O bi'spado y se recuesta contra ella. HETh"RRCH se HEINRICH. - N o soy Judas.
EL OBISPO. - ¿Qué haces, entonces, entre ellos? ¿Por qué los~
confunde con la multitud:) apoyas? ¿Por qué no estás preso con nosotros?
EL PROFETA. - ¡El mundo está podrido! ¡Podrido!
HE~CH. :- Me dej~ron libre porque saben que los amo. Y
Golpeemos nuestras carroñas. SI n~ he Id~ a reumrme ~o? los demás sacerdotes, es porque
¡Golpead, golpead: ahí está Dios! se d1gan mrsas y se admm1stren sacramentos en esta ciudad
(Gritos y comienzo de pánico.) perdida. Sin mí, la Iglesia está ausente, entregada Worms
El diablo y iDio~ 21
20 ]ean - Paul Sart-re
esperaréis en el arrepentimiento.. Nosotros, entre tanto, ire-
sin defensa a la herejía y morirían las gentes como perros ... mos a ~oetz en ~rocesiól}- .a im~lorarle vuestro perdón.
Monseñor, ¡no les quitéis el valor! UN BURGUES. - ¿Y si no qms1ese mros?
EL OBISPO. - ¿Quién te alimentó a ti? ¿Quién te crió? ¿Quién EL oBisPo. - Por encima de Goetz está el arzobispo. Es nues-
te enseñó a leer? ¿Quién te dio ciencia? ¿Quién te hizo sa- tro padre, y su justicia será paternal.
cerdote? (Un momento antes, NASTY ha aparecido en el camino de
HEINRICH. - La Iglesia, mi Santísima Madre. r~nda. Escu_cha .en silencio y durante la última réplica des-
EL OBISPO. - Se lo debes todo. Eres de la Iglesia primero. czende en szlencw doi escalones.)
HEINRICH. - Soy de la Iglesia primero; pero también hermano NAsTY. - G?e~z no pertenece al arzobispo. Pertenece al dia-
de ellos. blo: .Prest~ JUramento a Conrad, su propio hermano, y lo
EL OBISPO (fue-rtemente). - De la Iglesia primero. t~~1c10na sm embargo. ¿fH os promete hoy la salvación: se-
HEINRICH. - Sí, de la ·Iglesia primero, pero .... reis bastante necios para creer su palabra?
EL OBISPO. - Voy a hablar a estos hombres. Si se obstinan en EL OBISPO. - Tú, quien quiera que seas, te ordeno ...
sus errores y• quieren prolongar su rebelión, te ordeno que NASTY..- ¿Qui~I_J- eres ,tú para mandarme? Y vosotros, ¿qué
te unas a las gentes de Iglesia, tus verdaderos hermanos,_ y nec~s1dad tene1s de mrle? No tenéis que recibir órdenes de
que te encierres con ellos en el convento de los Mínimos o nadw, como no sea de ·los jefes que elegisteis.
en el Seminario. ¿Obedecerás a tu ·obispo? EL OBISPO. - ¿Y a ti- quién te eligió, mamarracho?
UN HOMBRE DEL PUEBLO. - No;- nos abandones, Heinrich, eres NAsTY. - Los pobres. (A los demás.) Los soldados están con
el cura de los pobres; nos perteneces. · n_osotro.s; he colocado guardias en las puertas de la ciudad;
HEINRICH (abrumado, pe_ro con voz firme). - Soy de la Iglesia SI algmen habla de abrirlas, pagará con la vida.
primero; os obedeceré, monseñor. EL OBISPO. - ¡Valor, desgraciado, llévalos a su pérdida! Sólo
EL OBISPO. -Habitantes de vVorms: mirad bien a vuestra blan- les. 9uedaba una oportunidad de salvarse y tú acabas de
ca y populosa ciudad; miradla por última vez; ahora va a qmtarsela.
convertirse en la sede infecta del hambre y de la peste; y, NAsTY. ~ Si no hubiera ya esperanza, yo sería el primero en
para terminar, los ricos y los pobres se degollarán entre sí. aconseJaros que os rindieseis. ¿Pero quién pretende que Dios
Cuando los soldados de Goetz entren, sólo encontrarán es- nos abandona? ¿Han querido hacemos dudar de los ánge-
combros y carroñas. (Pausa.) Puedo salvaros:, pero será pre- les? Hermanos míos: ahí están los ángeles. No, no levantéis
Ciso que sepáis enternecerme. los ojos: ~1 cielo está vacío. Los ángeles están trabajando
LAs vocEs. - ¡Sálvanos, monseñor! ¡Sálvanosl sobre la tierra, y se ensañan sobre el campo enemigo .. ,
EL OBISPO. - ¡De rodillas, orgullosos burgueses, y peaid per-
UN BURGuÉs. - ¿Cuáles ángeles?
dón a Dios! (Los burgueses se arrodillan unos tras otros.
NASTY. - El ángel del cólera y el ángel de la peste, el ángel
·Los hombres del pueblo permanecen de pie.) ¡Heinrich!
¿Vas a arrodillarte? ( HEINRICH se arrodilla.) Señor Dios, ?el hambre y el de la discordia. Sosteneos: la ciudad es
perdónanos nuestras culpas y calma -la cólera del arzobispo. mexpugnable y Dios -nos ayuda. Levantarán el sitio.
EL OBISPO. - Habitantes de Worms: quienes escuchen a ese
¡Repetid! heresiarca irán al infierno; doy testimonio de ella con mi
LA MULTITUD. -Señor Dios, perdónanos nuestras culpas y cal-
porción de paraíso.
ma la cólera del arzobispo. NAsTY:,- !u porción de paraíso hace mucho tiempo que la
EL OBISPO. - Amén. ¡Levantaos! (Pausa.) Empezaréis por po- arrOJO Dws a los perros. ·
·ner en libertad a los sacerdotes y monjes; abriréis luego las EL OBISPO. j En tanto q\le la tuya, seguramente, la guarda
puertas de la ciudad; de rodillas en el atzio de la catedral,
El diablo y Dios 23
· 22 ] ean - Paul Sartre
NAsTY. - ¿Qué quíer~s tú?
calentita esperando que vayas a buscarla! ¿Y en este m o· HEINRICH. - Tú sabes que sus graneros están vacíos. Tú sabes
mento se regocija oyéndote insultar a su sacerdote? que apenas come. . . que da su ración a los pobres.
NAsTY. - ¿Quién te hizo sacerdote? NASTY. - ¿Estás con nosotros o contra nosotros?
EL oBISPO. - La Santa Iglesia. HEINRICH. - Estoy con vosotros cuando sufrís· contra vo~o·
NAsTY. - Tu Iglesia es una cortesana que vende ,sus f~vores) tros cuando , queréis verter la sangre de la Iglesia.
a los ricos. ¿Tú me confesarías? ¿Tú perdonanas mis pe- NASTY. - Estas con nosotros cuando nos asesinan, y conh·a
cados? ¡Pero si a Dios le rechinan los dientes cuando ve nosotros cuando osámos defendemos.
tu alma sarnosa! Hermanos: no necesitamos sacerdotes. To- HEINRICH. - Soy de la Iglesia, Nasty.
dos los hombres pueden bautizar, todos los hombres pueden
absolver, todos los hombres pueden predic~r. En ~erdad
NAsTY. - ¡Echad abajo la puerta!
(Los hombres atacan la puerta. EL OBISPO de pie reza en
os digo: todos los hombres son profetas, o Dws no existe. silencio.) ' '
EL OBISPO. - ¡Uy! ¡Uy! ¡Uy! ¡Anatema! HEINRICH (arrojándose frente a la puerta). -Tendréis quema-
(Le arroja su escarcela al rostro.) . , tarme ...
NASTY (señalando la puerta del palacio). -;-- Esa. pue~a e.sta UN HOMBRE DEL PUEBLO. - ¿Matarte? ¿Para qué?
carcomida; con un empellón se la echana abaJO. (S.!lencw.)
(Lo golpean y lo arrojan por tierra.)
¡Cuán pacientes sois, hermanos! (Pausa .. A los h?mbr~s del HEINRICH. - ¡Me habéis golpeado! ¡Os amaba más que a mi
pueblo.) Todos están en el pastel: el obispo, el. ConseJO.' los
. alma y me hab~is golpeado! (Se levanta y se abalanza hacia
ricos; quieren entregar la ciudad porque os tienen m1~do. NASTY.) ¡Al obispo, no, Nasty, al obispo no! ¡A mí si quie-
¿Y quién pagará por todos si la entregan? ¡Vosotros! ¡Siem- res, pero ·no al obispo! '
pre vosotros!. Vamos, levantaos, hermanos: p,m:ª. _ _gª-.Jl;:tr ill NAsTY. - ¿Por q,ué no? ¡Es uno de los que explotan ·al pueblo!
cielo es pr~,ci-~9.!®1ª-.L HEINRICH. - ¡Tu sabes que no! Lo sabes. ·¿Si quieres libertar
(Los hombres del pueblo gruñen.) a .tus hermanos d~ la opresión y la mentira, por qué co-
UN BURGuÉS (a su esposa). -· Ven. Retirémonos. mienzas por mentirles?
OTRO (a su hijo). - ¡Pronto! Vamos a cerrar los postigos de NASTY. - Yo nunca miento. .
la tienda y a atrincheramos en casa. HEINRICH. :- ¡~ient~sl No hay grano en sus graneros.
EL OBISPO. - Dios mío: eres testigo de que l~e, h~cho cuant? NAsTY. - ¡Que me Importa! Hay oro y joyas en sus iglesias.
he podido para salvar a este pueblo. Monre ,sm remordi- Todos los que han muerto de hambre al pie de sus Cristos
mientos, en tu gloria, pues ahora sé que tu colera se aba-
de mármol y de sus Vírgenes de marfil, digo yo que murie-
tirá sobre Worms y la reducirá a polvo .
NA5TY. - Ese viejo os devora vivos. ¿Por qué tiene tan po- ron por su culpa.
tente la voz? Por todo lo que b-aga. Asomáos a sus graneros: HEINRICH. - N o es lo mismo. Acaso no digas mentira pero no
encontraréis en ellos bastante pan para alimentar a un re- dices la verdad. '
·:rimiento durante seis meses. NAsTY. -No digo la tuya; digo la nuestra. Y si Dios ama a los
Et oBISPO (con voz fuerte). - ¡Mientes! Mis grane-ros e~.~án pobres, será nuestra verdad la que haga suya en el día del
vacíos, y tú lo sabes. . Juicio. ·
NAsTY. - Andad a verlo, hermanos. Andad a verlo. ¿O vais HEI~RICH. - Pues bien, déjale a él juzgar al obispo. Pero no
a creerlo de palabra? . viertas la sangre de la Iglesia.
(Los burgueses se reti1·an apresuradamente. Quedan solos NAsTY. - Sólo conozco una Iglesia: la sociedad de los hombres.
los hombres del pueblo con N ASTY.) HEINRICH. ·- De todos los hombres, entonces.; de todos los
HEINRICFl (aprox·imándose a NAsTY). - ¡Nasty!
El diablo y Dios 25
24 ]ean- Paul Sartre
Está so~o con el PROFETA. V e al ÜBISPo que, con los ojos
cristianos unidos por el arriar. Pero tú inauguras tu sociedad muy abtenos,lo mira.) -
con una matanza. HEINRICH (va a entrar en el palacio. EL OBISPO tiende el brazo
NAsTY. - Es demasiado pronto para amar. Vertiendo sangre para r?chazarlo.). - No entraré. Baja tu brazo, bájalo. Si
compraremos el derecho a hacerl~. . . 1 no estas muerto del t~~o, perdona. l!n rencor es cosa pe-
HEINRICH. - Dios ha prohibido la vwlencm. Abomm~ de ~l.a. sada, cosa terrestre. DeJalo sobre la tierra; muere aligerado
N ASTY. - ¿Y el infierno? ¿Crees que no se hace viOlencia a ~e peso. (E;- OBIS~O trata de hablar.) ¿Qué? (EL OBISPO
los condenados? · ne.) ¿Un traid.or? Sr, desd~ luego. ¿Sabes que también ellos
HEINRICH. - Dios ha dicho: el que desenvainare la espada· · · me llaman traidor? Pero dime, entonces: ¿cómo puedo arre-
NASTY. - Por la espada perecerá ... Pues ~ien, sí, ,perecere:n;tos glármelas para traicionar a todo el mundo a la vez? (EL
por la espada. Todos. Pero nuestros hiJO,s veran Su Remo OBISPO sigue riéndose.) ¿Por qué ríes? ¡Vamos! (Pausa.) ~fe
sobre la Tieqa. ¡Anda, véte! No v~les mas que, .los otro~. golpearon. Y, sin embargo, los amaba. ¡Cómo los amaba
HEINRICH. - ¡Nasty! ¡Nasty! ¿Por que no me ama1s? ¿Que os Dio~ ~ío.l (P~usa.) Los amaba, pero les mentía. Les mentí~
he hecho? con mi silenciO. ¡Me callaba! ¡Me callaba! Cosida la boca
N ASTY. - ¿Que qué nos has hecho? Que eres cura, y un cura apretados los dientes. Ellos reventaban como moscas y v~
sigue siendo cura haga lo que haga. ~~. call~ba. Cuando querían pan, yo llegaba con el cru-
HEINRICH. - Soy uno de vosotros. Pobre e. hijo de pobre.,
cifiJO. ¿1~rees que, eso. se come, ~1 cr?~ifijo? ¡Ah!, baja ya
NASTY. - Eso sólo prueba que eres un traidor, y nada mas. el brazo, somos comphces. Yo qmsc:. VIVIr su pobreza, sufrir
HEINRICH ( gtitanclo J. - ¡Han hundido la pu~r~a! (La puerta, su ~ambre y su frío. Lo que no impidió que continuaran
en efecto, ha cedido y los hom~res se P.rectpt~a.n ~entro d?l m unen do, ¿verdad? ¿Ves? E:ra una manera de traicionarlos
palacio. HEnlffi!CH cae de rodtllas.) Dws m10: s1 toda:1a haciéndoles creer que la Iglesia era pobre. Ahora, la rabi~
amas a los hombres, si no los tienes en horror a todos, Im-
se ha ~~oderado de ellos y han matado. Se pierden Jamás
pide este crimen. . . . con3ceran otra cosa que el infierno: primero, en est~ vida;
EL OBISPO. - ·¡No necesito tus oracwnes, Hemnch! A todos
~~nan~,. en la otra. (E~ oBisPo pronuncia algttnas palabras
vosotros~ que no sabéis lo que hacéis, os perdono. Pero a tmntehgtbles.) ¿Pero que quieres que haga yo?tcómo podría
ti, sacerdote apóstata, ¡te maldigo! detenerles? (Va al fondo y mira a la calle.) La plaza -hierve
HEINRICH. - ¡Ay! de g~~te; gol~e~n, con los bancos la puerta del convento.
(Cae postrado.) Es sohda; resishra hasta mañana. Yo nada puedo hacer.
EL OBISPO. - ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Nada! ¡Nada! Vamos, cierra ya la boca: muere dignamen-
(Los hombres lo hieren. Cae sobre el balcón.) te. (EL OBISPO deja caer una llave.) ¿Qué llave es ésa? ¿Qué
NASTY (a ScHMIDT). - ¡Y ahora, que traten de entregar la
puerta abre? ¿Una puerta de tu palacio? ¿No? ¿De la ca-
ciudad! tedral? ¿Sí? ¿De la. sacristía? ¿No?.:. ¿De la cripta? ... ¿Es
UN HOMBRE DEL PUEBLO (apareciendo en la puerta). - No ha-
la. puerta de la cnpta? ¿La que siempre está cerrada? ·Y
bía grano en el granero. , . bwn? · e
NASTY. -Lo habrán escondido en el convento de los Mmimos. EL OBisPo. - Subterráneo.
EL HOMBRE (gritando). - ¡Al convento de los Mínimos! ¡Al
HEINRICH. -- ¿Que lleva adónde? ... ¡No lo digas!. .. ¡Ojalá
convento! mueras antes de decirlo!
(Sal(m unos hombres corriendo.) EL OBISPO. - Afuera.
HOMBRES DEL PUEBLO. - ¡Al convento! ¡Al convento! Ht:INRICH ..- No la recogeré. (Silencio.) ¿,Un subterráneo parte
N ASTY (a SCHMIDT). - Esta r;¡.oche trataré de franquear las
de la cnpta y lleva fuera de la ciudad? ¿Qúiere.s que vaya ·
lineas. (Salen. HEINRICH se levanta y mira en torno suyo.
26 ]ean- Paul Sartre

a buscar a Goetz y que lo haga entrar en W orms por· el


subterráneo? N o cuentes conmigo.
EL OBISPO. - Doscientos sacerdotes. Su vida está en tus manos.
(Pausa.)
HEINRICH. - ¡Pardiez! ¿Por eso te reías? Es una buet~a far-sa.
Gracias, buen Obispo, grac~as. Los pobres deg~llaran a los
sacerdotes o Goetz degollara a los pobres. .J?osCientos,. sace;-
dotes o veinte mil hombres: bonita eleccwn me deJa. Su~
duda, veinte mil hombres son mucho más que dosei~ntos;
la cuestión está en saber cuántos hombres vale un -sacerdo;:·
te. Y me toca a mí decidir; después de todo, soy c:le ]a Segundo cuadro
Iglesia. No, no recogeré la llave: los curas se irán dere.cho
al cielo. (EJt. OBISPO se desploma.) A menos que mueran En los alrededores del campamento d~ Goetz. Es de· noche.
como tú, con la ira en el pecho. Y bien: ya acabaste. Bue~ Al fon~o, ~a ciudad. Entra un oficial y mira hacia · W orms.
nas noches. Perdónalo, Señor, como yo le perdono. · N o la I nmedzatamente después entra otro oficial.
recogeré. ¡No! ¡No! ¡No!
(Recoge la llave.)
EL PROFETA (que se ha levantado). ~ Señor, .q~~ se cumpla Escena I
tu voluntad.
¡El mundo está podrido! ¡Podrido! Los oficiales, HERMANN
¡Hágase tu voluntad! ..
HEINRICH. - Señor, maldijiste a Caín y a los hiJOS de C:af.n: ÜFICIAL 29 - ¿Qué· haces?
hágase tu voluntad. Permitiste que los hombres tuVIes~n
ÜFICIAL 19 . - Miro la ciudad: porsi ~caso un buen día le-
roído el corazón, podrida~ ~ms intenciones y que sus acslq- vantara el vuelo. . . ·
nes se descompongan y "hiedan: hágase tu voluntad. ~enor,
.has querido que la traición fuese mi lote sobre la · tierra: ÜFr~;AL 29. ~ No, no volará. No tendremos esa suerte. (Vol-
vzendose bruscamente.) ¿Qué es eso?
¡hágase tu voluntad! ¡Hágase tu voluntad! ¡Hágase tu vo ..
Juntad! . .(Pasan dos hombres llevando en una parihuela un bulto cu-
bzerto con un paño. El ÜFICIAL 19 se acerca levanta el paño
EL PROFETA. - ¡Golpeemos nuestras cal'Toñas! y lo deja caer de nuevo.) ' .
Golpead, golpead: ahí está Dios. ÜFICIAL 19. - ¡Al río! ¡Y de prisa!
ÜFICIAL 29 - ¿Está ... ?
ÜFICIAL 19 - N egro .
. (Pausa. Los dos enferme?·os se ponen en marcha. El enfermo
gzme.) ·
ÜFICIAL 29 - ¡Esperad!
(Se detienen.)
ÜFICIAL 19 - ~Qué pasa?
ÜFICIAL 29 - Está vivo.
ÜFICIAL 19 - No quiero saberlo. ¡Al río!
9
ÜFICIAL 2 (a lo$ enfermf3rQs). - ¿De qué regimiento? .~··-o~ Di~"
:.~~/~~~::~;\
cr '/. .·-· \
... ~ f!]
\~\~.:
~~~~\
:49~\:~
28 ]ean- Paul Sm·tTe El diablo }' Dios 29

ENFERMERO. - Cruz azul. •

OFICIAL 29 - ¿Eh? Es el miO. ¡Media vuelta.1


1
Escena II
OFICIAL 19 - ¿Estás loco? ¡Al río!
OFICIAL 29 - N o dejaré que ahoguen a mis hombres co~o Los mismos, GoETZ y CATALINA
si se tratase de una camada de gatos. ..
(Se miran. Los enfermeros se hacen guiños regocz.1ados 1y, GoETZ (entrando). - ¿No tenéis nada que decirme? ¿Ni siquiera
~ a
ÜFICIAJ~ 19 - Si lo dejamos, vivo o muerto contagmra e1 co1 er
esperando, dejan la parihuela en el suelo.) . , que los soldados carecen de pan? ¿Ni siquiera que el cólera
va a diezmar las tropas? ¿Ni siquiera que levante el sitio
1 . 'to enwro.
a1 e1erc1 J J
·1 • V para impedir rma catástrofe? !(Pausa.) ¿Tanto .miedo os
ÜFICIAL 39 - Y si no es el cólera, será el pan1CO. i amos, causo?
echadlo al río! CATALINA. - ¡Cómo te miran, joya mía! Estas gentes no te
EL ENFERMERO.- ¡Se queja! ". h · l _ quieren nada y no me sorprendería que cualquier día te
(Pausa. El OFICIAL 29 se vuelve nwlhttmorado acta os en encontraran por ahí, tendido de espaldas y con un gran
fermeros, saca rabiosamente su ldag~ y la hunde en el cluerr:J.) cuchillo en la panza.
ÜFICIAL 29. _Ya no se quejara mas. ¡Vamos! (Salen os os GoETZ. -Y tú, ¿me amas?
hombres.) Tres. Tres desde ayer. 1
CATALINA.- ¡Maldito si te quiero!
HERMANN (entrando).- Cuatro. Hay otro que acaba de caer GoETZ. -¿Ves? Y, sin embargo, no me has matado.
en mitad del campamento. CATALINA.- No por falta de ganas.
ÜFICIAL 29.- ¿Lo vieron los hombres? GoETZ.- Lo sé: ¡bonitos sueños tienes! Pero estoy tranquilo:
1
HERMANN. - ¿No me oíste? ¡En mitad del campamento. . . · en el momento de mi muerte, veinte mil hombres te acari-
ÜFICIAL 39 _ Si mandase yo, esta noche se levantaba el sitiO. ciarán. Y veinte mil hombres es un poco excesivo, incluso
HERMANN. ·_ De acuerdo, pero da la casualidad de que no eres para ti ..
tú quien manda. CATALINA. - Más valen veinte mil hombres que uno solo que
ÜFICIAL F'- ¡Es preciso hablarle! . . causa horror. ·
HERMANN. _¿Quién va a hablarle? (Stlencw. "A-1irándolos.) Ha- GqEtz.- Eso es lo que en ti quiero: el horror que te causo.
réis todo lo que él quiera. ; (A los oficiales.) ¿Cuándo queréis, pues, que levante el
ÜFICIAL 29. _ Entonces, estamos perdidos. Si el cólera nos per- sit~o? ¿El jueves? ¿El martes? ¿El domingo? Pues bien,
dona nos degollarán nuestras tropas. amigos míos: no será el iueves ni el martes cuando tomaré
HERM~N. _A menos que sea él quien reviente. la ciudad, sino esta noche.
ÜFICIAL 19- ¿Él? ¿Del cólera? , h ÜFICIAL 29- ¿Esta noche?
HERMANN.- Del cólera o de otra cosa. (Silencw.) Me an GoETZ. - Ahora mismo. (Mirando a la ciudad.) ¿Veis allá lejos
·
dicho que el arzo b 1spo ' con malos OJ. os su muerte.
no vena una lucecita azul? Todas las noches la miro y todas las
(Silencio.) noches,, en este mismo minuto, se apaga. ¡Mirad! ¿Qué
OFICIAL 29 -Yo no podría. os decm? Acabp de verla apagarse por la ciento una y
ÜFICIAL 1Q _:_ Tampoco yo; me asquea de tal manera, que me última vez .... Buenas noches: es preciso matar lo que se
horrorizaría hacerle daño. 11 ama. He ahí otras. . . otras luces que se apagan. ¡Diablo!
HERMANN.- Nadie te pide nada. Como no sea que te ~a es Hay ge~tes que se acuestan temprano porque quieren levan-
y dejes obrar a los que están menos asqueados que tu. tarse tt:~mprano mañana. Y no habrá mañana. Hermosa no-
(Si.lencio. Entran GoETZ y CATALINA.) che, ¿eh? No muy clara, pero ·hormigueante de estrellas.
Dentro de pn momento, saldrá la luna. Precisamente la da-
El diablo y Dios 31
30 ]ean- Paui Sartre
HEINRICH. - s'us jetas hablan.
se de noche en que nada sucede. Lo han previsto todo, lo GoETZ.- ¿Qué dícen?
han aceptado todo, incluso la matanza; pero no para esta HE~ICH. - Que queriendo impedir unos asesinatos, produ-
noche. El cielo es tan puro que inspira cm;fianz~; esta noc~e Cina una hecatombe. ·
les pertenece. (Bruscamente.) ¡Qué podeno! Dws: esta cm; GoETZ. -;Y, sin embargo, no es la primera vez que ves reitres.
dad es mía y te la doy. Dentro de pocos instantes la hare Y sab1as ya que no tienen buena cara
llamear en tu gloria. (A los ofic·iales.) Un sacerdote ~e es- HEINRICH. - :ítstos son . peores que los ot~~s.
capó de Worms y pretende hacernos entrar a la cmdad. GoETZ.- ¡Bah! ¡Bah! Todos los soldados se parecen. ·Qué
El capitán Ulrich lo está interrogando. esperabas encontrar aquí? ¿Ángeles? · ¿
OFICIAL 39- ¡Hum! HEINRICH. - !fombres.. y __ gl.:l~~!.3,: ...2edir a esos hombres nue
GoETZ. - ¿Qué? P~:r-donasen a otros hombres. HaJ)rian-eii&aaoeñTa~-CiUd~d
OFICIAL 39 - Desconfío de los traidores. con sólo que me jurasen dejar con vida a todos sus habitantes:
GoETZ. -Yo, en cambio, los adoro. GoETZ.- Entonces, ¿creías en mi palabra?
(Entran un oficial con un soldado que empuja al sacerdote.).· HEINRICH.- ¿En tu palabra? (Lo mira.) ¿Tú eres Goetz?
GOETZ.- Sí.
HEINRICH. -Yo. . . pensaba poder fiarme de ella.
Escena III GoETZ (sorprendido.).-:-- ¿En mi palabra? (Pausa.) .Te la doy.
(~EINRICH (calla.) SI nos haces entrar en la ciudad, te juro
Los mismos, HEINRICH y el CAPITÁN deJar con VIda a sus habitantes.
HEINRICH.- ¿Y querrías que yo te creyese?
HEINRICH (cayendo a los pies de GoETZ). - ¡Tortúrame! ¡Arrán- GoTZ.- ¿No tenías esa intención?
came las uñas! ¡Desuéllame vivo! HEINRICH. - Sí, antes de haberte visto.
( GoETZ se echa a reír.) ,\ GoETZ ( echándo~e a reír). - Sí, ya lo sé: quienes me ven, rara
GoETZ (cayendo a los pies del sacerdote).- ¡Destnpame! JEn- v_ez f1an en m1 palabra. Debo tener un aire demasiado inte-
ródame! ¡Descuartízame! (Se levanta.) Bueno, ya rompimos ligente com,o para cumplirla. Pero escúchame: tómame la
el hielo. (Al CAPITÁN.) ¿Quién es? , ·pal~bra. ¡Solo por :er.l Aunque sea sólo por ver. . . Des-
EL CAPITÁN.- Heinrich, el cura de Worms que deb1a ·entre- pues. d~ todo, soy cnstiano ... ¿Qué dirías si te jurase sobre
gamos la ciudad. la B1bha? Ten confianza, imbécil. ¿No es el papel de vos- ·
GoETZ. - ¿Y bien? · otros, los sacerdotes, tentar a los malos con el Bien?
EL CAPITÁN.- Ya no quiere hablar. HE~ICH.- ¿Tentarte a ti eón el Bien? ¡Te haría demasiado
GoETZ (acercándose a HEINRICH).- ¿Por qué?. fehz!
EL CAPITÁN. - Dice simplemente que ha cambiado de pare~er. GoETZ.- Me conoces. (Lo mira sonriendo.) ¡Idos todos!
OFICIAL 39- ¿Que ha cambiado de parece;? ¡Voto a Dws! (Salen los Oficiales y CATALINA.)
¡Rompedle los dientes! ¡Quebradle el espmazol , ,
GoETZ.- ¡Qué energúmeno! (A HEINRICH.) ¿Por que quenas
entregarnos la ciudad?
HEINRICH. -Para salvar a los sacerdotes que el populacho
quiere asesinar. ·
GoETZ. - ¿Y por qué cambiaste d~ idea? .
HEThTRICH. - He visto los hocicos de tus rmtres.
GoETZ.- ¿Y qué más?
El itiablo y Dios 33
32 ]ean- Paul Sm·tre
¿Qué me obligaba a salir de la ciudad? ¿Quién me dio
man?at~ para venir en tu ,busca? L~ verdad es que me elegí
Escena IV a m1 mismo. Cuando venia a pedirte· merced para mis her-
manos, estaba seguro ya de no obtenerla. No fue la maldad
GoETZ y HEINRICH de vue~tros rost_:os lo que me hizo cambiar de opinión, sino
su rea}Idad.. Sonaba con hacer el Mal y cuando te vi com-
GoETZ (con· una especie de ternura).- Estás sudando. i Cómo prendl que 1ba a hac~rlo de verdad. ¿Sabes que odio a los
sufres! pobres?
HEINRICH.- ¡No bastante! .Son los otros quie~e~ sufre~, no ~?· GoETZ. -Sí, lo sé.
Dios ha permitido que me obseda el sufrimiento aJeno, sm HEINRICH.- ¿Por qué se van cuando les tiendo los brazos?
sentirlo yo jamás. ¿Por qué me mir~~? . ¿Po~ qué sufren siempre tanto más de lo que podría vo
GoETZ (siempre con ternura).- Tambwn yo he temdo esa 1
sufnr nunca? ¿Por qué has permitido, Señor, que haya po-
cara de moneda falsa. Es a ti a quien miro y es de m1 de bres? ¿O por qué no me hiciste monje? En un convento
quien tengo lástilna: somos de la mis-ma especie. sólo sería tuyo. Pero, ¿cómo ser sólo tuyo mientras hay~
HEINRICH.- ¡Falso! Tú entregaste a tu hermano. Yo no entre- h?mbres que mueren de hambre? (A GoETZ.) Venía a entre-
garé a los míos. g~r~elos a todos, a fin de poder olvidar que alguna vez
GoETZ. - Los entregarás esta noche. VIVIeron.
HEINRICH. - Ni esta noche, ni nunca. GoETZ.- ¿Y_ entonces?
(Pa·usa.) b HEINRICH.- Entonces, cambié de parecer: no entrarás en la
GoETZ (con tono despreocupado).- ¿Que haran 1?s po res
1 1

ciudad.
con los sacerdotes? ¿Los guindarán de los garfws de los GOETZ. -¿Y si fue~ e la voluntad de Dios que nos hicieses
ca111iceros? · entrar? Ecucha: s1 te callas, los sacerdotes mueren esta noche.
HEINRICH (con un grito). - ¡Cállate! (Se domina.) S~n los ho- E.s~ es seguro. Pero, ¿y los pobres? ¿Crees que van a sobre-
rrores de la guerra. Sólo soy un humilde cura, Impotente VIVIr? Yo no levantaré el sitio· dentro de un: mes· todo el
para impedirlos. . · . mundo habrá reventado de ha~bre en Worms. N~ se trata
GoETZ.- ¡Hipócrita! Esta noche tienes poder de vida y muerte para ti de disponer de su muerte· o de su vida, sino de
sobre veinte mil hombres. escoge; para ell~s entre dos· géneros de muerte .. ¡Escoge la
HEINRICH.- No quiero ese poder que viene del diablo .. más rap1da, cretmo! ¿Sabes lo qu:e irán gan:ando? Si mue:.
GoETZ. -No lo quieres, pero lo tienes. ( ~EINRICH. huye corr-z.en- ren esta noche, antes de matar a los sacerdotes, conservarán
do.) ¡Hola! ¿Qué haces? Si huyes, quiere decu q~e ya de- las manos puras. Y todo el, mundo se encontrará de nuevo
cidiste. (HEINRICH reg1'esa, lo mi1'a y se echa a 1'e~r.) en el cielo. En ~ ?aso contrario, .,a cambio de las pocas
HEINRICH. - Tienes raz$1.. Con huir o con matarme, nada arre- semanas que les deJas, los mandaras, todos sucios de san-
glo. Serían maneras ·de callarme. $()y ~1 d~g~9:,g~,)2ios. gre, a~ infierno. Vam~s, cura: es el demonio el que te
GoETZ. --Di mejor_ .9.11.~. ~stit_s_ __ª"tra]lado __Q...Q!Il__Q__yna _!ata.
HEINRICH. - Es lo_.mi.S..!J-10: Uil..:-~l©.gid_~_s..._u.tLhoiD_hre.:.a.Lque. e~-·
aconseJa prolongar su vida· terrenal para darles tiempo a que
se condenen. (Pausa.) Díme cómo se entra en la ciudad.
dedo de Dios arrincona cont~'llil-J]}1U~O. (Pausa.) ¿Por que HEINRICH.- Tú no existes. .
c]~;z8lJ:Y::::;~~=;:aq: el momento de la agonia. Qui- GOETZ. - ¿Eh?
HEINRic:r.-; No existes. Tus palabras mueren ántes de entrar
siera abreviártela. Déjame que te ayude. en mis lmdo~, tu rostro no es de los que se encuentran en
HEINRICH - ·Ayudarme tú cuando Dios se calla? (Pa·usa.) Va-
pleno d1a. Se todo lo que vas a decir, preveo todos tus ges-
mos:. he. mentido.
c. No soy' su e1egi'd o. ¿Por que' 1'b a a serloe;>•
El diablo y Dios 35
34 Jean _ Paul Sartre
. . t. dicto tus pensamientos. Sueño, HErNruCH. - Se es traidor cuando se traiciona. Y hagas lo que
t os. E res mi cnatura y . e tiene sabor d. e sueno. ... hagas, yo no traicionaré.
todo· está muerto y el au.~ eño pues tan minuciosa- GoETZ.- Se traiciona cuando se es traidor: tú traicionarás.
GoETZ. -En ese caso, tambien fyoti~~as.- Queda por saber cuál Vamos, cura, ya eres un traidor: dos partidos se enfrentan
mente te preveo que ya me as y tú pretendes pertenecer a los dos a la vez. Luego juegas
de los dos habita el sue~o fel ?t¿o.dl .No he salidol Repre- doble, luego piensas en dos lenguas: al sufrimiento de los
HEINRICH. - ¡No he sali~o e a ~:m~s ·b~en parlachín, házme pobres lo llamas prueba en latín de iglesia e iniquidad en
sentamos. ante telas pmtad:ls? El mío es decir no. ¡No} ¡No! alemán. ¿Qué más puede sucederte si me haces entrar en
la comedia. ¿S~bes hl l?ap · d ? Todo esto no es mas q~e la ciudad? Simplemente, te convertirás en el traidor que
¡No! ¡No! y tú, ¿,no dices na a. mu verosímil. ¿Qué hana ya eras. UnJraidor que traiciona es un traidor que se acepta.
una tentación harto v~g~ y tn~ (MJ'estra la ciudad.) ¡Si pu- HEINRICH.- ¿Cómo sabes si no soy yo quien te dicta esas
yo en el campamento e oe z~ h llí si yo estoy dentro? palabras?
diesen apagarse esas !;rcest ¿Que ~~ed~nde está. (A GoETZ.) GoETZ. -Porque yo soy un traidor. (Pausa.) Yo ya hice el
(Pausa.) Hay tentacwn, pero no a ver al diablo; cuando camino que te falta por recorrer. Y, sin embargo, mírame:
Lo que sé perfectamente, es que voy comienza el espec- ¿no tengo un rostro floreciente?
se prepara . para h acerme , sus muecas,
HEINRICH. -Estás floreciente porque has seguido tu natu-
taculo con fantasmagonas. raleza. Cosa sabida es que todos los bastardos traicionan.
GoETZ.- ¿Lo h ~s VIS · t 0 Ya?·d ue tú a tu propia madre. Pero yo no soy bastardo. ·
HEINRICH. _ Mas a menu o ?? GoETZ (vacila en golpearle, pero se contiene). - Generalmente,
GoETz.·- ¿Me parezco yo a el.? T' el bufón. a los que me llaman bastardo no les doy la oportunidad de
HEINRICH.- ~Tú, pobre? hombre. u eres repe,tirlo.
GoETZ. - ¿Qu~ bufónh. b fón Su papel es contrariarme. HEINRICH. - ¡Bastardo!
HETNRICH. - Siempre ay un u . ~- Cura, cura, sé serio. N o me obligues a cortarte las
(Pausa.) He ~anado. orejas. Y eso nada ~.arreglaría, pues te dejaría la lengua.
GoETZ.- ¿Qué? d Acal•a de apa9"fl.rse la última luz: des- (BruscamPnte, lo abraza.) ¡Salud, hermanito! ¡Salud en la
HEINRICH. - H~ gana o.. - 'li de Worms. Vamos. A hl vez, . bastard~a! Pues también tú eres bastardo .. _:P~:rª.;}~'11[~J!9.!ªIt!l,
aparedó el sJmulacro diabo_.lo' , esta ridícula tentación. La ~~ :Je~g· ...~.~---ªCo..§.tQ ... ~.QILk_miseria....:.., ¡qué desabrida voluptno-
vas a desaparecer, y se co~c uuaO é reposo1 siaadf (Pausa.) ¡Claro que los bastardos traicionan! ¿,Qué
noche, la n~c~e por doqu~~~a i R~cuerdo todo lo que vas a otra cosa qü"erías que hicieran? Soy, por nacimiento, agente
GoETZ·- Continua, c~ra, co~Oh si mi hermano, lo recuerdo: doble: mi madre se dio a un villano y estoy hPcho de dos
decir. Hace un ano. . . 1 t' d sta noche en la cabezal mitades que no ajustan entre sí: cada una de ellas produce
. Cómo querrías que te entrase o a e horror a la otra. ¿Pero crees que es mejor tu lote? Un -semi-
l 1 . T
cura agregado a un semihombre, jamás hacen un hornhre
¡Cómo o qmse yo. ·D' de voy a despertarme? .
HEINRICH (murmura).-¿) onE t' 'despierto bribón, y lo sabes. completo. Nosotros no somos y nada tenemos. Todos ]os hiios
GoETZ (riendo de repente . - -i s, as ·de carne y hueso. legítimos puede1h gozar de la tierra sin pagar. Tú no. Yo
d d Mírame tocame, soy d 1 tampoco. Desde mi infancia, miro el mundo por e~ ojo de una
Todo es ver a · ' . d d diabólica sale e a
Mira, la luna se levanta ~ tu .~~~ ~ Vamost Es roca pura, cerradura: es un hermoso huevecillo bien henchido. en el.
que cada uno ocupa el sitio que le fue asignado; pero
sombra. Mírala: ¿es una ~m:gd d ¡verdad con habitantes
auténticas murallas; una ciu a 'd e d dad. puedo asegurarte que nosotros no estamos dentro. ¡Fuerat
. y tú' , tú eres un trai or e ver ¡Rechaza ese mundo que no quiere saber nada de ti! Haz
d e ver d a d .
36 ]ean- Paul Sm·tre
El cJ,iablo y Dios 37
el ~al Y. verás qué ligero se siente uno. (Entra un oficial.) contra mí? He cometido el peor de los crímenes y el Dios
·Que qmeres? . d1 b'spo de justicia no puede castigarme: hace más de quince años
ELe OFICIAL. - H a llegado el envmdo e arzo I • que me condenó. Vamos, basta por hoy. ¡Es fiesta y quiero
beber!
GoETZ.
EL - Que
OFICIAL. _ Trae a?~· El enemigo ' en su derrota, deja
venganoticias. HEINRICH (acercándose). -Toma.
GoErz. -¿Qué es?
_ ¿ymu~rtos.
siete mil
GoETZ. m1 hermano.? ~(El oficial quiere hablarle al oído.) HEINRICH.- Una llave.
N o te acerques, y h~bla en voz alta. GoETZ. -¿Qué llave?
HEINRICH. -La de Worms.
EL OFICIAL. - Conrad ha muert~ CH mira atentamente a
(A pattit· de este momento, EINRI GoETZ. - Basta por hoy, te digo. ¡Un hermano! ¡Demonios!
GOETZ.) . ? No todos los días se entierra a un hermano. Puedo darme
GoETZ.- Bien. ¿Encontraron su cuerpo. vacaciones hasta mañana.
EL OFICIAL. - Sí. d ' HEINRICH (avanza hasta él).- ¡Cobarde! .-.
GoETZ. -¿En qué estado? ¡Respon e. GoE'TZ.- Si tomo esa· llave, lo incendiaré todo.
EL OFICIAL._ Desfigurado. HEINRICH.- En el fondo de aquella barranca, hay una gran
GoETZ. _¿Un sablazo? roca blanca. En su base, oculto por la maleza, hay un hueco.
EL OFICIAL. - Los lobos. 1b ? Seguirás el subterráneo y encontrarás una puerta que se
GoETZ.- ¿Qué lobos? ¿Dónde hay ho ?s. abre con esta llave. -
E 1 bosque de Arn · mm· · · GoETZ.- ¡Cómo van a bendecirte tus pobres! ¡Cómo van a
EL. OF'ICIAL. - n e d . arre lar esta cuenta, Y mar- bendecirte!
GoETZ. -Está bien. Que me.' eJ.~n nte~o· desollaré a todos lo~
charé contra ell?s con el ~Jerlci ~l eOficidl. Pausa.) Muerto sin HEINRICH. - Eso ya no me atañe. Yo me pierdo. Pero te confío
lobos de An1hmm. Vete. {Sade . 1 rostro. Pero, ¿ves? a mis pobres, bastardo. Ahora, te toca a ti escoger.
confeswn. , ... y los lobos le evoraron e GoETZ. - Hace poco decías que bastaba ver mi jeta ...
HEThTJUCH.- Nd la había visto bastante bien.
Sonrío. p _ ué lo traicionaste? GoETZ. -¿Y qué ves ahora?
HEINRICH ( duleemente ). - ¿ or ae lo definitivo. Cura, yo me HEINRICH. - Que te produces horror.
GoETZ. - Porque tengo el gusto d d nacimiento pero el
he hecho a mí mis~?d· Er~l bas~~~s
. bello título de fratr1c1 a so? a ~é~tos lo debo.' (Pausa.) GoErz. - Es verdad, ¡pero no te ffes.! Desde hace quince años
tengo horror de mí mismo. ¿Y qué?. ¿Acaso no comprendes
Ahora es mía, solamente mia. ? que el Mal es mi razón de ser? Dáme esa llave. (La toma.)
HEINRICH.- ¿Qué es lo qu~des ~lya. Concluidos los Heidens- Y bien sacerdote, te habrás mentido hasta el final. Pensabas
GoETZ. - La casa de 1os r~~ti:~ ¡:~:~clero varón. M.írame bien,
haber hallado un truco para ocultarte tu traición. Pero, para
tamm, hasta Conra ,'.e uf 'lia ·Por qué te ríes? concluir, has traicionado de todos modos. Has entregado a
Conrad.
cura: soy un panteon de ami . e ·' al diablo esta noche, HEINRICH.- ¿Conrad?
.H CH. - Creí que solamente yo vei Ia
GoETZ.- No te inquietes: te pareces tant~ a :t;ní, que te tomé
pero ahora c;eo qu~1' blof Recibe las almas, pero no es e
EINRI ló veremos ambos. '1
por mí mismo.
GoETZ.- ¡Me no del }a · D'os me digno entenderme; Jgs,, (Sale.)
quien las condena. Solo c?J d~ él de enden. Dios me v_e,
. onstruos los santos so o . hermano y su corazon
e mata o a mi ' d
. sangra.
clérigo; Pues q_ue. sí, 1o he
sa e bten, - matado, Señor. ¿Y qué pue es
El diablo y Dios 39

HEBMANN (riendo).- ¿Al convento tú? Si quieres vivir en


comunidad, más bien te aconsejo el burdel: con e] talento
que tienes en los muslos, te harás de oro. V amos, decídete.
Sólo te pido silencio.
CATALINA.- Por lo que hace al silencio, puedes contar con él:
de ninguna manera te denunciaría. En cuanto a dejarte que
lo mates, depende ....
HERMANN.- ¿Depende. de qué?
CATALINA,- No tenemos los mismos intereses, mi capitán.
El honor del hombre se repara con la punta de la espada.
Tercer cuadro Pero él hizo de mí una ramera y eso es mucho más difícil de
enmendar. (Pausa.) ¡Esta noche se tomará la ciudad! Con-
L,a Úenda de campaña de Goetz. · . . . cluida la guerra, cada cual a casita. Cuando Goetz venga
Por la abertura, se percibe, muy lejana, la c-z,udad tlummada aquí, dentro de un momento, le preguntaré qué piensa
por la luna. hacer conmigo. Si se queda conmigo.· ..
HERMANN. - ¿Quedarse fCoetz contigo? ¡Estás loca! ¿Qué
quieres que haga contigo?
Escena I CATALINA. - Si se queda conmigo, no lo tocarás.
HERMANN.- ¿Y si te echa? ...
I-IER?-.fA.NN, CATALINA CATALINA.- Entonces, te lo entrego. Si grito: "¡Tú lo has
querido!", sal de tu escondite y. lo tendrás a merced tuya.
HERMANN entra y trata de ocultarse bajo el .lec?o d~~ cam- HETMANN. - N o me gusta nada todo esto. N o quiero que mi
paña. Su cabeza y su cuetpo desapatecen ba¡o el, mendose empresa dependa de una cuestión de trasero.
solanwnte sus enotmes nalgas. - .~ CATALINA (que desde· hace un momento mira afuera).- Enton-
CATALINA ent1'a, se le acetca y le da un puntapte. c~s, sólo te queda ponerte de rodillas y pedirle perdón: ahí
Él se levanta, atetrado. vwne.
Ella, riendo~ da un salto atrás. (HERMANN corre a escondetse. CATALINA se echa a reít.)
HEHMANN. - Si gritas. . . d 1 h
CATALINA. - Si grito, te agarran y Goetz te m;n ara a orear.
Vale más que hablemos. ¿Qué vas a ?acede. 1
Escena II
H MANN _ .Lo que hace tiempo debieras haberle hecho tu,
~~mera .si ~uvieses sangre en las venas! ¡Vamos! Vé a pasear- GoETZ, CATALLINA, HERMANN oculto
te. y d a' gracias
· a Dios de que otros. se encarguen de la tarea.
GoETZ (entrando). - ¿De qué te ríes?
¿Me oyes? · , • d 1 CATALINA. - De mis sueños: te veía muerto con una daga en
CATALINA. - ¿Y que sera de mi SI él muere? To o e cam-
1

pamento me saltará encima. la espalda. (Pausa.) ¿Habló entonces?


HERMANN.- Te haremos huir. GoETZ. ~¿Quién?
CATALINA.-¿Y me daréis dinero? CATALINA. -El cura.
HERMANN. - Algo te daremos. , GOE'.f2:.- ¿Qué cura? ¡Ah! sí. Si, sí, naturalmente.
C.t\T4 INA.- Págame la dote y entrare en u.n convento. CATALINA . .:_ ¿Y será esta noche?
El diablo y Dios 41
40 ]ean • Paul Sartre .

GoETZ. - ¿A ti qué te importa? Quítame las botas. (Ella se las CATALINA. :-- Y~, ~i amor, yo. ¿No me tomaste por fuerza?
(Pausa.) c,9ue piensas. hacer conmigo? Decide.
quita.) Conrad murió. GoETZ (la mtra y reflexwna). - Ya está: te llevo conmigo.
CATALINA. -Lo sé.; todo el campamento lo sabe. . . CATALINA. - ¿Me llevas? (Anda con vacilación.) ¿Por qué me
GoETZ.- Dáme de beber. Hay que cel.ebrarlo. (Ella .le strve.)
llevas? ¿\ara instalar a una ramera en un castillo histórico?
Bebe tú también. GoETZ. - SI. Y para que se acueste en el lecho de mi madre.
CATALINA. - N o tengo ganas. . (Pausa.)
GoETZ. - ¡Bebe, maldición, que estarn.os de fiesta! CATALINA. - ¿Y si yo ine negase? ¿Si no quisiese seguirte?
CATALINA. -Bella fiesta que comienza con una matanza Y
GoETZ. - Espero que no lo hagas.
terminará en una carnicería. CATAL.INA. - ¡Ah! Me llevas por la fuerza. Eso me alivia. Me
GoETZ. - La más bella fiesta de mi vida. Mañana parto para
~ubtera ,aver~onzado de seguirte voluntariamente. (Pausa.)
mis tierras. ¿~or que qmeres arrebatar siempre lo que acaso te conce-
CATALINA (sorprendida).- ¿Tan . pront?? ... dieran con agrado?
GoETZ.- ·Tan ·pronto! Hace tremta anos que sueno con ello.
GoETZ. - Para estar seguro de que se me lo concede con
No esp~raré un día más. (CATALINA parece turbada.) ¿No te
desagrado. (V a hacia ella.) Mírame, Catalina. ¿Qué es lo que
sientes bien? . . me ocultas? · ·
CATALINA (dominándose). -Es el oírte hablar de tus tierras
CATALINA (vivamente). - ¡Yo, nada! ·
cuando todavía está caliente el cadáver de Conrad. GoETZ. -.Desde hace algún tiempo no eres la misma. Me de-
GoETZ. - Hace ya treinta años que son mías ~n sec:eto. (L~van~
ta su vaso.) Bebo por mis tierra~ y ~or mi castil~o. ¡Bnnda.
testas siempre mucho, ¿verdad?
CATALINA ..-:::_ _?e ~so, puedes estar seguro: ¡mucho!
(Ella levanta su vaso en silencio.) DI: ¡por tus tierras!
GoETZ. -¿Suenas Siempre que me asesinas? . .
CATALINA.- No. CATALINA. - Varias veces por noche.
GoETZ.- ¿Por qué, zorra? . G<;>E~ - ¿No olvidas tampoco que te mancillé y envilecí?
CATALINA.- Porque no son tuyas. ¿DeJaras de ser bastard~.
1

CATALINA. - Mucho me cuido de no hacerlo.


por haber asesinado a tu hermano? ( GoETZ se echa a reu
y le envía una bofetada; ella l~ esquiva y se e~ha hacia atrás GoETZ. - ¿Y sufres mis caricias con repugnancia?
CATALINA. - Me hacen temblar.
riendo.) Las tierras se transmiten por herencia. GoETZ. - Perfecto. Si te diese por Alesfallecer entre mis brazos.
GoETZ.- Ivlucho habrían tenido que pagarme para que las te echaría: inmediatamente. -
aceptase en herencia. Lo que es mío, es lo que me tomo por
CATALINA. - Pero ...
mi cuenta. Vamos, brinda o me enfado. GoETZ. - Ya nunca aceptaré nada más, ni siquiera los favores
CATALINA.- ¡Por tus tierras! ¡Por tu castillo! de una mujer. · · ·
GoETZ. - Y que haya por las noches, en los pasillos, muchos, ·
CATALINA. - ¿Por qué?
fantasmas indignados. 1 1 1 •

CATALINA.- ¡Es verdad! ¿Que hanas tú, comiquillo, Sin


• •

vu-
,

blico? Bebo por tus fantasmas. (Pa-usa.) ¿De modo, quer1do,


GoETZ. - ~orque he ·recibido demasiado. Durante veinte años,
m~ lo d1ero;n ~odo _graciosamente, hasta el aire que respira-
ba. los ,baitai dos _deben besar la mano que los alimenta.
que lo que es tuyo es lo que tomas? ¡Ah!, ¡como voy a da'r ahora! ¡Como voy a dar!
GoETZ. - únicamente.
CATALINA. -.Entonces, además de tu casa solariega y tu d~-
FRANTZ (entrando). - Está ahí el .enviado de Su Excelencia.
. minio, posees un tesoro invaluable del que no pareces cm- GoETZ. - Que entre.

darte.
GoETZ. - ¿Cuál?
42 ] ean - Paul Sartre
El diablo y lJios 43
GOETZ ¡M' h
Escena III b : - I ermanoi (Con g1·an v· z . )
E ornco no Jo hubiese hostigado zo encza. Si ese viejo
L BANQUERo. - Señor ... .
Los mismos, el BANQUERO GoETZ S' 01 'd ...
• - I. VI a lo que acabo d d .
que dejaras a mi hermano fuera ed ecird pero te agradecería
EL BANQUERO. - Soy Foucre. todo, estoy de duelo por '1 e to o esto. Después de
GoETZ. - Yo soy Goetz, y ésta es Catalina. EL BAN e.
E:L BANQUERO. - Me felicito de saludar a tan gran capitán. QUERo. - Su Eminencia h d 'd'd
retorno a la paz con ex . a 1 eci I o, pues, celebrar el
GoETZ. - Y yo a tan rico banquero. GoETZ. - ¡Bravof ¿Ab . Jcepci?~a es medidas de clemencia
1

EL BANQUERO. - Soy portador de muy excelentes noticias. EL BAN · nra as pnswnes? · ·


GoETZ. - El arzobispo está victorioso, mi hermano muerto y G QUERo. - ¿Las prisiones? ¡Oh no!
OETZ. - ¿Desea que leva t '
sus tierras son Il1Ías. ¿No es eso? E he castigado? n e sus penas a los soldados que
EL BANQUERO. - Justamente. Y bien, yo ... L BANQUERo. - Seguramente lo d
GoETZ. - Festejémoslas. ¿Quiere beber? proyecta es de un carácter 1 esea. Pero la amnistía que
EL BANQUERO. - Mi estómago no soporta ya el vino. Yo ... todos sus vasa11os de W , mas general. Desea extenderla a
GoETZ. - ¿Quieres esta hermosa muchacha? Tuya es. GoETZ.- ¡Ah! ¡Vaya! orms.
EL BANQUERO. - No sabría qué hacer con ella. Soy demasia- EL BANQUERo. - Ha decidid ·
do viejo. travío. o no castigarles su pasajero ex-
GoETZ. - ¡~fi pobre Catalina! Te rechaza. (Al BANQUERo.) GoETZ.- M
¿Prefieres los muchach9s? Esta misma noche habrá uno bajo EL B e parece una excelente idea
ANQUERo. - ¿Esta d .
~ti~~ ' GoETZ E remos e acuerdo. t ?
(El.B- nteramente de acuerdo. . . . an pronto.
EL BANQUERO. - ¡No, no! ¡Nada de muchachos! ¡Nada de mu-
chachos! Yo ... ANQUERo se frota las manos)
E L BANQUERo B. .
GoETZ.- ¿Qué dirías de un lansquenete? Tengo uno de seis . -
h om b re razonable. len, entonces todo 1 t rf
·Cuánd 1. es a pe ecto. Sois un
pies de alto, con el rostro cubierto de pelos; jurarías que es GoETZ. - M a- dr! o pensms levantar el sitio?
el mismo Polifemo. EL nana to o habrá concluido .
BANQUERo. - Mañana es un .
EL BANQUERO. - ¡Oh! ¡Oh! Sobre todo no ... Su Eminencia desea entrar e poco :pro.nto, de todos modcs.
GoETZ. - En ese caso, vamos a darte la gloria. (Llama.) Si vuestro el'ército per n negdociacwnes con los sitiados
¡Frantz! .(Aparece FRANTZ.) Pasearás a este caballero a tra- . manece to avía d' b . . .
muros, se facilitarán las . . unos Ias ajo sus
vés del campamento, cuidando de que los soldados griten: Go'~<'TZ y negoc1acwnes.
"¡Viva e] banquero!'~, arrojando sus sombreros al aire·. "" · - a veo. dY quién va ·
EL BANQUERo. - Yo. a negociar con ellos?
(Sale FRANTZ.)
EL BANQÚEno. - Muy agradecido, pero desearía primero ha- GoETZ. - ¿Cuándo?
blaros a solas. Er, BANQUERO. - Mañana.
GoETZ (sorprendido). - ¿Y qué otra cosa haces desde que én~ GoETz. - Imposible.
traste? (Mostrando a CATALINA.) ¡Ah!, lo dices por ésta ... EL BANQUERo, - ¿Por qué?
Es un animal doméstico: habla sin preocuparte. GoETZ. - ¡Catalinat ¿Se lo decimos?
EL BANQUERO. - Su Eminencia ha sido siempre pacifista y CATALINA. - Claro, joya mía.
vos sabéis que vuestro difunto hermano era responsable de GoETZ. - DI 1 1 y
Ise o tu. o no me atrevo·
la guerra.,, pena. · · · · va a causarle mucha
44 ]ean- Paul Sartre

CAT~li.INA. - Mañana, banquero, todas esas gentes estarán El diablo y Dios 45


muertas. ninguno y lo que tienen un oeo L . . .
EL BANQUERO. - ¿Muertas? servar .lo que tienen. su . tp é . áos pnmeros qmeren con-
GoETZ. - Todos. , L · m er s est en t
. os segundos quieren tomar lo . man ener el orden .
EL BANQUERO. - ¿Muertos todos? .en destruir el. orden actual qu~ b~ tienen: su interés está
GoETZ. - Todos muertos. Esta noche. ¿Ves esta llave? Es la favorable. Unos otros y est~ ecer otro que les sea
de la ciudad. Dentro de una hora, comenzaTemos la matanza. uno puede entenderse Lo~o~ realistas,. gentes con la que
EL BANQUERO. - ¿Todos? ¿También los ricos? den social para tomar :lo u ercer~s qmeren derrocar el or-
GoETZ. - También los ricos. a la vez para que no 1 q e ~o h~nen, pero conservándolo
EL BANQUERO. - Pero hace un momento aprobabais la cle- conservan en el hecho l es qdmten ~o que tienen. Entonces
mencia del arzobispo. · t ruyen realmente lo qu o fque estruyen en la 1'd ea, o b'Ien d es-'
GoETZ. - La apruebo todavía. Él es el ofendido y, además, es listas. e mgen conservar. Éstos son !os idea-
SQcerdote: dos razones para perdonar. Pero, ¿,por qué per- ~ETZ. - ¡Pobrecillos! ¿Cómo curarlos?
donaría yo? Los habitantes de Worm no me han ofendido. '\.... BANQUERo. - Haciéndolo ·
No, no: soy militar, luego mato. Los mataré conforme a mi los enriquecéis defend 1s )asa~ a otra categoría social. Si
oficio y el arzobispo los perdonará conformé a:l suyo. GoETZ. - Enri uéce eran e or en establecido.
(Una pausa. Luego el BANQUERO comienza a reír. CATA- EL BANQUERo q L me~ pues. ¿Qué me ofreces?
G . - as tierras de Conrad
LINA primero y luego GoETZ se echan también a reír.) OETZ. - Ya me las habéis dado ·
EL BANQUERO (riendo j. -'- Os gusta reír. EL BANQUERo - En f .
GoETZ (riendo). - Nada me gusta más. a la bondad de S e;ct.o. R~cordad tan solo que las debéis
GoE . u mmencm.
CATALINA. - ¿Verdad que es muy ingenioso?· EL ~- Cree que no lo olvido. ¿y qué más?
EL BANQUERO. - Mucho, Y lleva muy bien su negocio.
GoETZ. - ¿Qué negocio? GoETZ .. ~~~~·b~c~~fstro hermano tenía deudas.
EL BANQUERO. - Desde hace treinta años me guío por este prin- (Se santigua, Sollozo nervioso)
cipio: el interés mueve al mundo. Delante de mí, los hom- ~~ BANQUERO. - dQué OS pasa?.
bres han justificado su conducta con los más nobles moti- E~. - Poca cosa: el espíritu. de fa 'I.
vos. Yo los escuchaba con un oído y me decía: busca el tema deudas? rniia. ¿De manera que
interés. · ~L BANQUERo. - Podríamos pagarlas
GoETZ. - ¿Y cuando lo encontrabas? OETZ. - N o es ése mi . t 1 •

EL BANQUERO. - Conversábamos. reconocerlas. Es el i t I~ eds, pues no. tenía intención de


GoETZ. - ¿Has enconrrado el mío? EL BANQUERO . U n eres e sus acreedores.
GoETZ ·Y· ~ cl ni a renta de mil ducados?
EL BANQUERO. - ¡Vamos! • - cl m1s so dados? ·s·1 · · ···
GoETZ. - ¿Cuál es? manos vacías?' · cl se negasen a partir con las
EL BANQUERO. - Despacito. Pertenecéis a una categoría difí- EL BANQUERO - M'l d d 1

cilmente manejable. Con vos, es preciso avanzar paso a paso. ¿Es bastante? I uca os mas para repartir a las tropas.
GoETZ. - ¿Qué categoría? GoETZ. - Es demasiado.
EL BANQUERO. - La de los idealistas. EL BANQUERO - .E t
GoETZ. - ¿Qué quiere decir eso? GoETZ. - No: - cl n onces, estamos de acuerdo?
EL BANQUERO. - Mirad: yo divido a los hombres en rres ELd B~NQUERo. - ¿Dos mil ducados
categorías; los que tienen mucho dinero, los que no tienen are uno más. de renta? ¿Tres mil? No
GüETZ. - ¿Quién te lo pide?
El diablo y Dios 47

los gritos de "¡Viva el han uerof" " .


van alejando y debilitand~.) . muy proxzmos, que luego se
46 ] ean - Paul Sartre

EL BANQUERO. - ¿,Qué queréis, pues?


GoETZ. - Tomar la ciuaad y destruir1a.
EL BANQUERO. -Pase aun que la tornéis. ¡Pero, voto a Dios!,
Escena ·IV
¿por qué querer destruirla?
GoETZ. - Porque todo el mundo quiere que la salve. GOETZ, CATALINA' H ERMANN, oculto
EL BANQUERO (aterrado). - Debo estar equivocado ...
GoETZ. - ¡Claro que si! ¡No supiste encontrar rni interés !Vea-
mos: ¿cuál es? ¡Buscat ¡Busca, pues! Pero date prisa: es me- GoETZ.
rras! -¡Adiós han quera.1 (S e echa a reír.) ¡Adiós las tie-
¡Vivalosel ca
nester que lo encuentres antes de una hora; si en ese plazo no CATALLINA (riendo). ~po~ct ,Iosl ríos} ¡Adiós el castillo!
descubres las cuerdas que hacen mover a la marioneta, haré ¡Adiós los retratos de¡ fam~sl. ,as tierras! ¡Adiós el castillo!
que te paseen a través de las calles y verás encenderse uno
a uno los focos del incendio.
GOETZ • - ·N1 ° 1amentes nada! 1 Ia.¡N h b.1
muerte! (Pausa.) .VieJ'o imb '11 o(s u Iesemos aburrido de
1

EL BANQUERO. - Traicionáis la confianza del arzobisno. desafiarme! 1 eci · Pausa.) ¡Ah! ¡No debieron
GoETZ. - ¿,Traicionar? ¿,Confianza? Vosotros, los realistas. sois
todos iguales: cuando no sabéis qué decir, tomáis de presta- CATALINA. - ¿Sufres?
GoETZ · - e·F'or que te metes tú? (P
1
debe hacer mal a todo el m . ausa) El Mal es cosa que
CATALINA {tímidamente). - ~d~. Y, pnrnero, a quien lo hice.
do el lenguaje de los idealistas.
EL BANQUERO. - Si arrasáis la ciudad, no tendréis las tierras
GoETZ. - Si no 1 t ¿ SI no tomases la ciudad?
de Conrad. CATALINA N a omase, serias castellana .
GoETZ. - ¡Guárdalast Mi interés, banquero, era tení"rlas y vivir
en ellas. Pero no estoy tan se~ro de aue el hornhre' actúe
G .- o pensaba en eso
OETZ. - Claro que no E t .
.
por interés. Vamos, iuárdalas y aue Su Ernluencia se las CATALINA. - Pero, ¿po; q~~nces, regocíjat~: la tomaré.
meta donde pueda. ¿_Sacrifiqué· mi hPrmano al ar7o"hisno y
ahora ~e nretende q11e perdone a vPinte mil vi.11anos? ¡Qfrez-
GoCETZ. - Porque es malo .
. co 1os hahit::~ntPS ele Worms 8 los manes cl.o r.0nr9d: Pn honor GoTz
. -
p
ATALINA - ¿Y por qué h acer el Mal?
arque el Bien ya está hecho.
suvo. se as::mlnl En cuanto ::~1 dominio de Heidenst:unm. que CATALINA· - . ¿·Q men o h a hecho? ·
Go •1 }

se retire a él el arzoHsno. si Jo aniere. v se dedlane alli a la ETZ. - Dws Padre y ·


agrlcnl!:nra: lo neceslterá. pues esta noche me nronon<"o arnli- Schoene. En seguida. o, m vento. (Llama.) i Hola! El capitán
m:¡rlo.(Pattsn..) iFrantzl (Arwrere FRANTZ.) AQ'arra a estP vieio ( GoETZ permanece en la entrada d l .
realista.. cuida de one le rind::m honores. v cuando esté bajo CATALINA. - ¿Qué miras? e a twnda y mira afuera.)
su tienda. lttale sól<damente las manos y' los pies. · GoETZ. - La ciudad (P ¿a~s~. )d ~e pregunto si había luna.
CATALINA. _ ¿Cuándo?
Er. BANQUERO. - ¡Not ¡Nol ¡Nol ¡Nol
GoETZ . -El ano- pasado cuando
on e. 'b
GoETZ. - ¿,Qué pasa?
EL BANQUERO. - Sufro de atroces reumatismos. Las cuerdas noche semejante a ést~. o t
y miraba a la atalaya
bd
a a tomar Halle. Era una
e~s .a a la entrada de la tienda
.pJr
me asesinarán. ¿_Queréis que os dé mi palabra de que no sal-
al amanecer. {Regres~ hacia ~~~) Ee las murallas. Atacarnos
dré de mi tienda? antes de que comience la h d.' d n todo caso, rne largaré
GoETZ. - ¿Tu palabra? Tu interés está en dármela, pero den- ATALINA. - ¿Tú t ? e IOn ez. ¡A caballo v adiós!
tro de un momento tu interés estará en faltar a ella. Anda, e
GoETZ M - . . . e vas. • .
.- anana, antes del mediodía. y s·m aVIsar
. a nadie.
Frantz, y aprieta bien los nudos. ..··:\)~ BJ.
(FRANTZ y el BANQUERO salen. Inmediatamente se escuchan

f112i~
48 ]ean- Paul" Sartre
El diablo y Dios 49
CATALINA. - ¿Y yo? · · CATALINA - .y . 1
Go . ¿ SI a mi no me gusta?
GoETZ. - ¿Tú? Tápate la nariz y desea que el viento no sople ETZ. - Busca entonces un e t'd
de este lado. (Entra el CAPITÁN.) Dos mil hombres arma- CATALINA. - ¿Qué vas a hac ~~~en I o que se case contigo.
dos: los regimientos de Wolfmar y de Ulrich. Que estén GOETZ. - Dicen que 1 H e~ u.
listos para seguirme dentro de media hora. El resto del ejér- · llar allí. os ussitas están nerviosos. Iré a marti-
cito, en estado de alerta. Todo en la oscuridad y sin ruido. CA:rAÚNA. - Llévame.
(Sale el CAPITÁN. Hasta el fin del acto, se escucharán los GoETZ. - ¿Para qué?
ruidos sofocados de los preparativos.) De modo, pues, linda, CATALINA _ Hay di .
· Ias en que . 't
1

haya claro de luna y necesite~e~esi a_ras una. muJer; cuando


que no serás castellana.


CATAL1NA. - Me lo temo. angustia y te sientas amo ~omai una cmdad, y tengas
GoETZ. - ¿Muy decepcionada? GoETZ \ T d roso.
CATALINA. ·- No lo creí nunca.
h b- o as las mujeres son iguales Si tengo deseos, mis
C om res me Ias llevarán por docenas .
GoETZ. - ¿Por qué? ATALINA (bruscamente). - ·No . ·,
CATALINA. - Porque te conozco. GoETZ · - ¿·No qmeres? . 1 qmero.
GoETZ (violentamente). - ¿Tú, tú me conoces? (Se detiene y CATALINA. ·- Puedo ser veinte m u. .
ríe.) Después de todo, yo también deba ser previsible. (Pau- das las mujeres. Súbeme a la ru Jeres, ciento, si quieres, to-
sa.) Debes haberte hecho tus pequeñas ideas sobre la ma- no me se~1tirá. i Quiero ser tug b!.~·eii peso poco, tu caba!lo
nera de manejarme: me observas, me miras ... (Se estrecha contra él.)
CATALINA. - H'asta un perro mira a un obispo. GoETZ. - ¿Qué es lo ·
GoETZ. - Sí, pero ve a un obispo con cabeza de perro. ¿De mente.) ¡VeteJ ¡Sieni~ev~~ ~~':!e? (Pa~sa. La mira. Brusca-
qué tengo yo cabeza? ¿De perro? ¿De alcahuete? ¿De cerdo? ~TALINA (suplicante). - ¡G~etzf por ti!
(La mira.)' Ven a la cama. · ETZ. -No soportaré que me mire .
CATALINA. - No. que ,seas uná altanera gorri s con esos OJOS. Preciso es
GoETZ. -Ven, te digo: quiero hacer el amor. me después. de todo lo que ~a h~~~c~ue te atrevas a amar-
CATALINA. - Nunca te vi tan apremiante. (Ella agarra por el CATALINA (grztando).- ¡No te amof ·T o..
hombro.) Ni con tanta· prisa. ¿Qué te pasa? nunca lo sabrías! ·Y qué d . ,1 e lo JUrof ¡Y si te amase
GoETZ. - Es el Goetz de cabeza ·de cerdo quien me llama. ÉI no te lo dicen? . ¿ pue e Importarte que te amen sf
y yo queremos mezclarnos. Además, la angustia incita al amor. GOETZ . - ¿·Q ue t engo yo que ver co
1
1 ? .
CATALINA. - ¿Estás angustiado? eres tú la que tendrá todo el l ~. ~ amor. ]SI me amas,
GoETZ. - Sí. (S~ sienta en el lecho, de espaldas al· oficial ro que se aprovechen de mí.P acer. l ete, gornna! No quie-
oculto.) ¡Vamos, ven! . CATALINA (gritando). - ·Goetzf G
(CATALINA se le acerca y lo ti-ra de allí violentamente. Lue- go a nadie más en el ~u d ·, I oetz, no me eches! ¡No ten-
go, se sienta en su lugar.) ( GOETZ trata de echarla nfuera o.
d l . da
CATALINA. - Sí, aquí estoy, soy tuya. Pero dime primero qué de sus manos.) e a tten · Ella se agarra·
va a ser de mí.
GoETZ. - ¿Cuándo? GoETZ. -¿Te irás de una vez?
CATALINA - ·Tú 1 · h b
rido! ('HER~fANNo sa~ r;s querido, ~oetzf ¡Tú lo habrás que-
1
CATALINA. - A partir de mañana.
GoETZ. -¿Cómo quieres que yo lo ·sepa? Lo que quieras.
CATALINA. - Es decir: ramera. cuchillo en alto ) .Ah 1 ~ su es?donddzt!.e Y se precipita, COtt el
Go ( · l ., ¡ en cm a 0
GoETZ. - Me parece la mejor solución, ¿verdad? ETZ se vuelve y aga1'1'a por el puño a HERMANN).- ¡Frantzl
Él diablo y Dios 51
50 ]ean- Paul Sartre
ríe ) De todos modos, hubiese podido GoETZ. - Buena presá, a fe mía.
(Entran so ldados. Él · NASTY. - No me has apresado, me he entregado.
dar cuenta de éste. ·P 1 ·Traidora! GoETZ. - Corno quieras: el resultado es el mismo. Dios me
HERMANN (a CATALINA). ~r~s u:~ca~ó~plice? Lo prefiero; lo colma hoy de dones. (Lo mira.) He aquí, pues, a Nasty, señor
GoETZ. (a CA;ALINA). - .. c.. . la barbilla.) Llevadlo. . . Luego de todos 'los mendigos de A1ernania. Exactamente así te ima-
prefiero as1. (Le acm teta ginaba: desalentador como la virtud.
1~~~d~:ztz~~~ :~~:~,e'zzevándose a HERMANN. Pausa.)
NAsTY. - No soy virtuoso. Nuestros hijos lo serán, si vertemos
bastante sangre para darles derecho a serlo.
CATALINA. - ¿Qué vas a hacerle? 1 ntes ue tratan de ma- GoETZ. - ¡Ya veo: eres profeta!
GoETZ. - N o puedo tener rencor ~
tarme. Las comprendo demasm o ¡en.
t~ ¡s
~aré que lo per- NAsTY. - Corno todo el mundo.
GoETZ. - ,jRealmente? ¿Entonces, también yo soy profeta?
foren simplemente. h ? · NASTY. - Toda palabra es testimonio de Dios; toda palabra lo
' - (,·Y a mí' qué me aras.· t
eGATALINA.
1

dice todo sohre toda cosa.


- Es verdad. . . debo castigar e. GoETZ. - ¡Diablos! Tendré que cuidarme de lo que digo.
OETZ. · bl' do a hacerlo
CATALINA. - No estas o Iga h . d mis ~oldados se les reseca
1

NA,sTY. - ..1Para qué? No podrás dejar de decirlo todo.


GoETZ. - Sí. (Pausa.) A mue os ~o a regalarte a ellos. Des- GOETZ. - Bueno. Ahora, responde a mis preguntas aunque tra-
el gaznate cuando te v~n ptsar. y s algún reitre tuerto y tando de no decirlo todo, pues de otro modo nunca acaba-
ués si quedas con vida, uscaremo d W orms ríamos. De manera que eres Nasty, profeta y panadero.
bien' podrido con quien te case el cura e .
NAsTY. - Sí, lo soy.
CATALINA. - No te creo. GOETZ. - Decf::m oue estabas en Worms.
GoETZ. - ¿No? 1 No lo harás ... Estoy segura. NÁsTY. _:... DP, allí he sA.lido.
CATALINA. -No. Tu no eres ... Gm".TZ. - ~Esta noche?
¡Estoy segura! 1 h 1? (Llama) iFrantzl ¡Franz!. (Entran NASTY.- Sí.
G OETZ. _ e.N 0 o ld are. . · • . F
d ) . O pate de la novm, ran z.
1
t 1 C!nETZ. - ..sPara hablannA?
FRANTZ y dos so a os. 1 cu NAsTY. - Para buscar refuerzos v atacarte por la esnalda.
1 ? •

FRANTZ. - ¿De que no:m· la casarás con todos, con gran GoETZ. - Excelente idea. ~.Y qué te hizo cambiar de plan?
GoETZ. - Catalina. Pnmero, NASTY. - Al atrA.vesar el c~mnamento, me enteré de que un
ceremonia, luego· · · traidor te había entregado la ciudad.
C:TQETZ. - ~Pasarías un mal rato, no?
NAsTY. - st muy malo.
Escena V
GoETZ. - ) Entonces?
Los mismos, NAsTY NAsTY. - Estaba sentado en una piedra, detrás de la tienda.
Vi que la tienda se iluminaba y unas sombras se agitaban.
z da un golpe en la oreja.)
(N ASTY entra, se acerca a ?OETZ ~ e En ese momento, recibí el mandato de venir a ti y hablarte.
GoETZ. - ¡Eh!, patán, ¿qu~ haces. GoETZ. - ¿Quién te dio ese mandato?
NASTY - Pegarte en la oreJa. . . eres?. N ASTY. - ¿Quién quieres que fuese?
GoETZ. - Ya lo sentL , •su¡e· t an 1

1
/ dol o.,) e·Quien
(
GoETZ. - ¿Quién, en efecto? ¡Hombre feliz: recibes mandatos
NAsTY. - Nasty, el panadeEro. N ty?
1 y sabes quién te los da! ¡También yo los tengo, imagínate!. ..
GoETZ (a los soldados). - ¿ s este as · Por ejemplo,· el de incendiar a Worms. Pero no acierto a saber
Los soLDADOS. - Sí, es él.
El diablo y Dios 53
52 ]ean- Paul Sartre

quién me los da. (Pausa.) ¿Fue Dios el que te ordenó pegar- índice ha deshecho un complot y desenmascarado a los cul-
pables; más aún: uno de sus ministros, es quien me ha traído,
me en la oreja? de su parte, las llaves de la ciudad.
NASTY. - Sí. NAsTY (con una voz cambiada, impe1'ativa y b1'eve}. - ¿Uno
GoETZ. - ·¿Por qué? de sus ministros? ¿Cuál?
NASTY. - No lo sé. Acaso para despegar la cera que te tapona
GoETZ. - ¿Qué te importa, si vas a morir? Vamos, confiesa
el oído. . · d 11 que Dios está conmigb.
GoETZ. - Tu cabeza está puesta a prgcio. ¿Te prevmo e e o
NAsTY. - ¿Contigo? No: Tú no eres el hombre de Dios. Cuan-
Dios? . , do más su zángano.
NAsTY. - Dios no necesitaba prevenirme. Swmpre supe como
GoETZ. - ¿Qué sabes tú?
terminaría yo. NAsTY. - Los hombres de Dios destn1yen o construyen y tú
GoETZ. - Es verdad que eres profeta. ,
NAsTY. - No se necesita ser profeta: nosotros, l~s pGbres, sol~ conservas.
tenemos dos maneras de morir. Los que se resignan, muere GoETZ. - ¿Yo?
de hambre; a los que no se resignan, los ahorcan. A los doce NAsTY. - Tú desordenas. Y el desorden es el meior servidor
años, se sabe ya si te resignarás o no. . . 1 del orden establecido. Has debilitado a la caballería entera
GoETZ. - Perfecto. ¡Y ahora, échate pronto a mis pws. h·aicionando a Conrad, y debilitarás a la burguesía destru-
y~ndo a Worms. ¿A quién aprovecha eso? A los grandes.
NAsTY. - ¿Para qué? 10 Sirves a los grandes, Goetz, y los servirás hagas lo que hagas:
GoETZ. - Para implorar mi piedad, supongo. ¿Acaso no te
toda destrucción confunde, debilita a los débiles, enriquece
ordenó Dios?
( FRANTZ le pone las botas.) . . . a los ricos, acrecienta gl poder de los poderosos.
NAsTY. -No; tú no tienes piedad. Tampoco la hene Dws. e~ GoETZ. - ¿De manera que hago lo contrario de lo que deseo?
por qué habría de implorarte yo? Yo, que cuando llegue m1 (Con i1'onía.) Felizmente, Dios te envió para que me ilumi-
día no tendré piedad de nadie. . , ,nases. ¿Qué me propones? -
GoET~. - ¿Entonces, qué diablos vienes a hacer aqui? Nlf\STY. - Una nueva alianza.
NAsTY. ·_:_. A abtirte los ojos, hermano. . . - GoETZ. - ¡Oh! ¿Una nueva traición? Linda cosa: al menos,
Go:ETZ. - ¡Oht Noche trtaravillosa en q~e todo ahenta: DIOS de esto tengo costumbre. No me sentiré muy incómodo.
anda sobre la tierra, mi tienda es un cwlo. colmado de estre- Pero si no debo aliarme ni con los burgueses ni con los
llas fugaces y he aquí a la ~ás herm?sa de to~as: .Na~t¡, caballeros ni con los príncipes, no veo muy bien con quién
profeta de la molienda que viene a abrume los OJOS. ¿ Qu~en he de hacerlo.
hubiera creído que el cielo y la tierra- armasen tanto escar;- NAsTY. -Toma-la ciudad, degüella a los ricos y a los sacerdo-
daJo por una ciudad de veinticinco mil ~lmas? Y, a. propo- t~s; entrégasela a los pobres, levanta un ejército de campe-
sito, panadero:· ¿quién te prueba que no eres VIchma del smos y expulsa al Arzobispo, y mañana todo el país irá
detrás de ti.
diablo? ., b
NASTY. - Cuando el sol te deslumbra, ¿quien te prue a que GoETZ (estupefacto). - ¿Quieres que me alíe con los pobres?
no es de noche? ., NAsTY. - ¡Con los pobres, sí! Con la plebe de las ciudades
G OETZ . - e·Y de neche ' cuando sueñas conh elb'sol, qmen te prue- y los campos.
ba que es de día? ¿Y si también yo u wse vis . t o a 1)' · ws.? GoETZ. - ¡Qué extraña propuesta!
¿Eh? ¡Ah! Entonces seríamos sol contra sol. (P~usa.) ~s ten- NASTY. - Son tus aliados naturales. Si quieres destnlir por-
ao a todos en mis manos, a todos: al que quena ase~marme, que sí, arrasar los palacios y las catedrales edificados por
~1 enviado del Arzobispo y a ti, el rey de los mendigos; su Satanás, romper las obscenas estatuas . de los paganos, que"
El diablo y Dios 55
54 ]ean- Paul Sartre

mar los millares de libros que· propagan un saber diabólico, sus mujeres son fec~ndas y hac~n diez por cada uno que
suprimir el oro v la plata, ven con nosotros. Sin nosotros, yo ,mato. ~ero no qmero que me los ahorquéis a todos. ¿,Por
girarás en torno' a ti mismo y sólo a ti mismo harás daño. que habna de ayudaros a apagar el sol y todas las antor·
Con nosotros, serás el azote de Dios. chas terrestres? Sería la noche polar.
GoETZ. - ¿Qué haríais con los burgueses? NAsTY. - ¿Continuarás, pues, siendo sólo un estrépito inútil?
NAsTY. - Nos apoderaremos. de sus bienes, para vestir a los GoETZ. -Inútil, sí. Inútil para los hombres. ¡Pero qué me im-
desnudos y nutrir a los hambrientos. portan los hombres! Dios me escucha. Es a Dios a quien le
GoETZ. - ¿Y con los sacerdotes? rompo los oídos, y eso me basta, pues es el único enemi 0'0
NASTY. - Enviarlos de vuelta a Roma; digno de mí. Existimos Dios, yo y los fantasmas. Es a Dios~ a
GoETZ. - ¿Y con los nobles? quien crucificaré yo esta noche, sobre ti y sobre veinte mil
NASTY. - Cortarle~~ la cabeza. hombres, porque su sufrimiento es infinito y torna infinito
GoE~. -¿,Y cuando hayamos expulsado al Arzo.bispo? a quien le hace sufrir. Esa ciudad va a arder. Dios lo sahe.
NASTY. - Será hora de edificar la ciudad de Dws. En este momento, tiene miedo. : . Yo lo siento: siento su
GoETZ .. - ¿Sobre qué bases? mirada sobre mis manos, siento su soplo sobre mis cabellos,
NASTY~ - Todos los hombres son iguales y hermanos; todos y sus ángeles lloran. Se dice: "Acaso Goetz no se atre~
son en Dios y Dios es en todos; el Espíritu Santo habla por va" ... , como si fuese sólo un hombre. Llorad, ángeles, llo~
todas las bocas; todos los hombres son sacerdotes y ·profe~ rad: me atreveré. Dentro de un momento, marcharé bajo
tas; cada cual puede bautizar, casar, anunciar la buena nue~ su miedo y bajo su cólera. Arderá la ciudad: el alma del
va y perdonar los pecados; cada cual vive públicamente Señor es una galería de espejos, el fuego se reflejará en
sobre ·la tierra a la faz de todos y solitariamente en su millones de espejos. Entonces sabré que soy un monstruo
alma a la faz de Dios. absolutamente puro. (A FRANZ.) Mi cinturón.
CoETZ. - N o se rehá todos los días en tu ciudad. · NASTY (con voz cambiada). - Perdona a los pobres. El Arzo-
NAsTY. - ¿Se puede reír de quienes se ama? La ley será el bispo es rico: puedes divertirte arruinándolo; pero a los· po-
Amor. bres, Goetz, no es divertido hacerlos sufrir.
GoETZ. - ~Y yo, qué seré allí? GoETZ. - ¡Oh! no, no es divertido.
N ASTY. - El ·igual de todos. NASTY. - AEntonces?
GoETZ. - ,.iY si no quiero ser el igual vuestro? GoETZ. - También yo tengo mi mandato.
NAsTY. - El igual de todos los hombres o el criado de todos N ASTY. - De. rodillas te lp suplico.
los príncipes: escoge. . · GoETZ. - Creí que te estaba prohibido suplicar.
GoETZ. - Tu propuesta es honrada, panadero. Sólo que lie NAsTY. Nada está prohibido si se trata de salvar a los
de confesarte una· cosa: lo_s pol:>res me hacen morir de tedio; hombres.
les horroriza todo lo que me place. GoETZ. - ~1e parece, profeta, que Dios te ha hecho caer en
NAsTY. - ~y qué es lo que te place? una embosc.ada. (NAsTY se encáge de hombros.) ¿Sabes lo
GoETZ. - T~do lo que queréis destruir: las estatuas, el lujo, que va a su cederte?
la guerra. ·· . NAsTY. - Torh1ra y horca, sí. Ya te dije que lo supe siempre.
NAsTY. - La luna no te pertenece, jn~enuo, y te bates para GoETZ. - Torh1ra y horca. . . Tortura y horca. . . Qué monó-
que los nobles puedan gozar de ella. tono es. Lo fastidioso con el Mal, es que uno se acoshim-
GoETZ (profunda y sinceramente). -Pero in e gustan los nobles: bra; se necesita genio para inventar. Y esta noche no me
NAsTY. - ¿A ti? Tú los asesinas. · · siento inspirado.
GoETZ. - ¡Bah! Asesino a algunos, de vez en cuando, porque CATALINA. - Dale un confesor.
El diablo y Dios 57
56 1ean - Paul Sartre
GoETZ. - O tú, o nadie.
GoETZ. - Un... d de'arlo morir sin absolución. -HEINRICH. - Entonces, nadie.
CATALINA. - No pue es J11 . ·Claro está buen hom- (Trata de salir.)
GoETZ. - ¡Nasty! He aq~I e 1 ~;I~.i ~eber de c;istiano. Ade- GoETZ. - ¡Eh! ¡Eh! (HETh"'RICH se detiene.) ¿Vas a dejarlo mo-
bre, voy a darte un conresor. (A FRANTZ.) V e a buscar al rir sin confesión?
más, te reservo una sorpr:;a· 1acto de los que me HEINRICH (volviendo lentamente sobre sus pasos). -No, bufón,
sacerdote ... (A NAsTY.) Ee aqbui uo~ ·Es malo? La razón no. Tienes razón: no. puedo hacerlo. (A NASTY.) Arrodülate.
gustan: c,on vanas· eai·as · c.· ·s uen . ¿
(Pausa.) ¿No quieres? ¡Hermano, mi culpa no recae sobre la
se extravm. Iglesia y es en nombre de la Iglesia como haré la remisión
·n m romano
1

NAsTY. -No me. manci ar: \orturarán.hasta que te confíe~ de tus pecados! ¿Q:uieres que me confiese públicamente? (A
GoETZ. - Para bien tuyo, e - todos.) He enh·egado mi ciudad al exterminio por malicia y
ses. (Entra, HEIJ\TRICH.) por rencor; merezco el desprecio de todos. Escúpeme en e]
rostro y no hablemos más. (NASTY no se mueve.) ¡Tú solda-
do, escupe!
Escena VI FRANTZ (divertido, a GoETZ). - ¿Le escupo?
GoETZ (bonachón). - Escupe, hijo mío, sin prisa.
Los mismos, HEINRICH ( FRANTZ escupe.)
todo el mal que podías. Déja- HEINRICH. - Ya está consumado. Heinrich ha muerto de ver-
HEINRICH. - Me has hech.o güenza. Pero queda el sacerdote. Un sacerdote cualquiera:
me ya. , , ? ante él debes arrodillarte. (Después de un momento de espe-
GoETZ. - ¿,Queb"' hacmt. d la oscuridad Y meneaba la cabeza. 1'a, golpea a NASTY bruscamente.) ¡Asesino! ¡Tengo que estar
FRANTZ. - Esta a sen a o en e 1

loco para humillarme así ante ti, cuando todo lo que sucede
T ·Q
HEINRICFI. - ¿ u e
quieres de mi?
1

f' . A esta mu]· er hav que es culpa tuytt+-


~ 1
G OETZ. - Qu e h·abaJ'es en tu tO ICIO. 'ste lee administrarás
'
os NAsTY. - ¿Culpa mía?
casarla en següida. En cuan o a e ' HEINRICH. - ¡Sí! ¡Sí! Culpa tuya. Tú quisiste jugar al profeta,
últimos sacramentos. ) ·Ahl y ahora estás vencido, cautivo, maduro para la horca y todos
A "t ? (V e a NAsTY 1 • • • •
HEINRICH: -l¿, des e ... b )-
GoETZ ( s~mu an ,o asom ro ·
·Os c;nocíais?
c. . dio la llave,
cuantos en ti confiaron van a morir. ¡Todos! ¡Todos! ¡Ja!
¡Ja! Pretendías saber amar a los pobres, y que yo lo ignora-
NAsTY. - ¿Es éste el minish·o de Dws que te
ba; pues bien: mira cómo les has causado mayor mal que yo.
verdad? NAsTY. - ¡Más que tú, estercolero! (Se arroja sobre HEINRICI-I.
HErNRICH.- ¡No! ¡No! ¡No! . ? Los separan.) ¿Quién traicionó? ¿Tú o yo?
·· zas de mentir
GoETZ. - Cur~, ¿no ~e(~er~e~i si uiera lo mira.) N o podía HEINRICH. - ¡Yo! ¡Yo! ¡Yo! Pero nunca lo hubiese hecho si no
HEINRICH. - ¡Nasty. AS · q (NASTY no responde. hubieras asesinado al obispo.
d ·ar que asesinasen a los sacerdotes. . _
eJ ) D. . podía dejar que 1os a sesma NAsTY. - Dios me ordenó herirlo porque explotaba a los pobres.
HEINRICH se le acerca. ¿ n~e., 1 . G ) y bien: ¿por HEINRICH. ...- ¿Dios, de verdad? ¡Qué fácil es eso! ¡Entonces,
sen? (Pausa. Se vuelve y se d~nge wc~a OETZ. también Dios me orden6 traicionar a los pobres porque que~
qué debo confesarlo? rían degollar a los sacerdotes!
GoETZ. - Porque van a colgarlo. 1 ¡Ahor~ardlo yal y bus- NAsTY. - Dios no puede ordenar que se traicione a los pobres
HEINRICH. - ¡Pronto, entonces! ¡Pronto. porque está con ellos.
cad otro que lo confiese.
El diablo y Dios 59
ao ]ean- Paul Sartre
ué han fracasado entonces CATALINA. -No, Goetz, no creía.
HEINRICH. -Si está con ellos, ¿pe¡: q . 't'do todavía hoy, que GoETZ. -.En el fondo, tampoco yo creía. En el Mal, se cree
todas sus rebeliones? ¿Por que 1 a d~~=elradión? ¡Vamos, res- después. (Ella le abraza las rodillas.) Frantz, líbrame de el1a.
la revuelta tuya concluya en a ?1 ( FRANTZ la agarra y la ·arroja sobre el lecho.) Bien. Biep..
ponde! ¡Responde, pues! ~Nol puedest.á He aquí la angustia ¿No me olvido de nada? ... ¡No! Creo que está todo. (Pausa.)
He aqui e mamen . b . Y no llega el milagro; comienzo a creer que Dios me deja_
GoETZ. - H e aqu1.
1
. 1 •V 1 La angustia es uena.
y el sudor de sangre. iV amo~. ¡ an;osto u e veinte mH hom- carta blanca. Gracias,. Dios, muchas gracias. Gracias por las
Qué dulce es ~ rostro: lo m{~o le:~e:n z:f boca.) Vamos, her- mujeres violadas, gracias por los niños empalados, gracias por
bres van a monr. ~e ~mo . .( h decidido tomar Worms, p_ero los hom~res decapitados. (Pausa.) ¡Si yo quisiese habhr!
mano, no todo esta dichod. e d lgo que me lo impida. ¡Harto sé, sucio hipócrita! Oye, Nasty, voy a quitarte el bo-
si Dws esta conb' go, pue e •su ce . /. )er_a Al 0 sucedera. , cado de la boca: Dios se sirve de mí. ¿Has visto, esta noche?
• 1

NAsTY (sordamente, con con~c~t~~b 1 ta~ente nada! ¡Nada Pues bien, me ha provocado con sus ángeles.
HEINRICH (gritando). - .\Na ~·. ¡ sos:l Dios hubiese debido HEINRICH. ~ ¿Sus ángeles?
. sucederá! Sería demasmdol lll]Ulstoh. bl 'a hecho antes de que GoETZ. - Todos vosotros. Seguramente Catalina es un ángel.
hacer un nu·1agro, etpor que ,
no o a dido
1
n si te salva? . También, tú, y el banquero también. (Volviendo a NASTY.)
yo traicionara? ¿,Por que me ;;" peft ) ' ¿Y esta llave? ¿Acaso pedía yo esta llave? Ni siquiera sos-
(Entra un oficial. Todos_ se so resaldand detrás de los ca.- pechaba su existencia: pero fue menester que encargase a
T do está hsto. Los so a os, . uno de sus curas que me la pusiese en la mano. Naturalmen-
EL oFICIAL. - o , 1 b d de la barranca.
rros, se hallan en fila a . o{ e .t' Ulrich que voy en se-· te, tú sabes lo que él quiere: que le salve a su clerigalla y a
GoETZ. - ¡Ya! (Pat~~-)l DGol~~a!I d~7·a caer sobre una silla} sus monjas. Entonces me tienta, a hurtadillas. . . promueve
guida. (Sale el oftcW · . 'd ( GoETZ se pasa· ocasiones, sin comprometerse. Si caigo, tendrá derecho a re-
e hl . h milagro quen o. negar~: después de todo, yo podía arrojar la llave a la
CATALINA. - A 1 tienes 1 1 '·sa uea r degüella! Búe-·
la mano por el rostro.) ¡Anda. ¡ q ) barranca.
nas noches. . cambiará progresivamente en f N~_Y. - ~~~.:__~~!_~;_?:: todavía puedes hacerlo.
GoET~amos, angef mw: tú sabes que no puedo.
GoETZ (con una laSttud quel se t de los adioses. Cuando
exaltación ficticia). - Es e momen ° · ti'enda vacía. ¡Lásti-
· rto de sangre Y mi (A NASTY y a HEIN-
NASTY. - ¿Por qué no?
regrese, estare' cub Ie GoETZ. - Porque no puedo ser distinto a mí mismo. Vamos,
ma! Me había acoshlmbr~do a vosotros. ar de enamorados. voy a darme un buen bañito de sangre en su servicio. Pero
RICH.) Pasaréis la noche ]Unt~s como un ~ dulcemente mien- cuando haya terminado, se tapará de nuevo la nariz y cla-
(A HEINRICH.) Cuida tenerle a :_nalnod_m~. NAsTY) En cuanto mará que no quería aquello. ¿De verdad no lo quieres, Se-
A FRANTZ sena an o · , b ñor? Entonces, todavía hay tiempo para impedirlo. No pido
tras 1o atenazan. ( 'd 1 tortura. en cuanto este a - que el cielo se derrumbe sobre mi cabeza; bastaría un escu-
acepte confesarse, suspen~e ba de ~cardarse de la exis- pitajo. Un escupitajo sobre el cual resbalase ... me rompería
suel to·, co1ga dl e. (Corno st aca ase. Frantz ¡Buscaras ,
a 1os
. d e IN<\) ·Ah' La novia, . 1 una pierna y ya nad8 habría que hacer hoy. ¿No? Bien, bien.
tencw e ATAL · · 1 • d mal Que hagan con N:o,insisto. Anda, Nasty; mira esta llave: es cosa buena, una
palafreneros y les presentaras a 1a a .
1

llave; cosa útil. ¿Y qué me dices de las manos? Hermosa


ella lo que quieran, menos matarla. ies) - ¡Goetz! ¡Pie- obra:. debemos dar gradas a Dios por habérnoslas dado. De
CATALINA (se m-roja bruscarnent~ ~ sus 1p . modo, pues, que una llave en una mano no puede ser cq~a
dad! ¡Eso no! ¡Ese horror do! rl~:c~· un momento? ... ¿No mala: alabemos a Dios por todas las manos que tienen llaves
GoETZ. - ¿y tus bravucona as e en este instante en todas las comarcas del mundo, pero ··en
crdas 1 acaso?
El diablo y Dios 61
60 ] ean - Paul Sartre
HEINRICH. -¿Y. los ·demás?
cuanto a lo que la mano hace con la llave, el Señor declina GoETZ. - ¿Quiénes?
toda la responsabilidad; eso ya no le atañe al pobrecillo. Sí,
oha~=rl~~
HEINRICH. - Todos los demás N 0 t d . ·
Señor, eres la inocencia misma; ¿cómo concebirías tú.la: Nada G matar, per? todos tienen el deseo de la suerte de
si eres la plenitud? Tu mirada es luz y cambia todo 'en luz:
lujuria o por interés. Yo hago el ~f~l P~: elaMcenl el Mal por
OETZ. - MI maldad no es la su a. ell h
¿cómo conocerías la penumbra de mi corazón? ¿Y pómo po-
dría entrar tu entendimiento infinito en mis razones sin ha- H EINRICH
s 'l . d- Q
hue' Importan
· a•
las razones si está establecido
cerlas estallar? Odio y debilidad, violencia, muerte, disgusto, 0 0 . pue e acerse el Mal. que
es lo único que proviene del hombre; ése es mi único impe- GoETZ. - ¿Está establecido?
rio y sólo yo estoy dentro; lo que allí pase, sólo a mí es im- ~IKRICH. - Sí, bufón, establecido.
putable. Anda, anda, yo cargaré con todo y nada diré. ¡En ETZ. - ¿Por quién?
n· n· h
fuese i~posible sobr:rrao tie~~~: ws a querido que el Bien
el día del juicio, chitón!, cosidos los labios; soy demasiado HEINRICH -Por el mi
orgulloso, me dejaré condenar sin chistar palabra. .¿Pero no
te incomoda un poco, ni siquiera un poquitín, e1 condenar a GoETZ. ~¿Imposible? ·
tu testaferro? Ya voy, ya voy; los soldados esperan, la buena
llave me arrastra, quiere encontrar st1 cerradura natal. (Se
H~~~~ihi~ l~bJ~~~it~~e~~ lmposible. ¡Imposible el Amor!
vuelve, a la salida.) ¿Conocéis a alguien que se me-asemeje? y cuéntame luego ;~~· s~c~~~, trata de amar a tu prójimo
Soy el hombre que inquieta ·al Todopoderoso. ¡En mí, Dios G~~~o? ¿y por qué no habría de amarlo, si tal fuese mi ca-
se horroriza de sí mismo! ¡Hay veinte mil nobles, treinta ar-
zobispos, quince reyes; se han visto, a la vez, tres emperado- HEINRICH.
que el d. - Porque ha st a .que un so1o hombre odie a oh·o para
res, un papa y un antipapa, pero citadme a otro Coetz! A o 10. vaya contagmndo de uno en uno a la humanidad .
veces, me imagino el infierno como un desierto que sólo me en t era. .
espera a mi. Adiós. (Va a salir. HEINRICH se echa a reír.) ¿Qüé ~::I~eñalLando a N,ASTY ): - Éste amaba a los pobres.
pasa? más ba··ás - 1es menha
bl' , dehberada
. m ent e, excita
· b a sus ·pasiones·' ·
HEINRICH. - ¡El infierno es una feria, imbécil! ( GoETZ se de- d' h1 ' as o 1go a as('smar a un viejo. (Pausa) ¿Qué
tiene y lo mira. A los demás.) Ahí tenéis al más extraño vi- ~~~:n acftr' yo?b¿Eh? ,¿Qué podía hacer? Era inoce~te y el
sionario: el hombre que cree ser el único que hace el Mal. sa o so re mi como un ladr' D' d
bien., bastardo? .Dó d t b on. d on e estaba él
Todas las noches la tierra de Alemania se ilumina con an- t h · ¿ . n e es a a e1 mal menor? (Pausa.) Te
torchas vivas; esta noche, como todas las noches, las ciudades r~~:e:~~r ~l~~~.a1o paba nada, ¡fanfarrón del vicio! Si quÍ"e-
arden por docenas y los capitanes que las saquean no hacen El mund . . wr;w, as~a con que te quedes en la cama.
tanta bulla. Matan en los días laborables y, el domingo, se e b. o es Imqmdad; SI lo aceptas eres cómplíce· si lo
confiesan modestamente. Pero éste se cree el diablo en per- h~~a I~!~ :~rtrdullgo., (Riendo.) ¡Ah! ¡El hedor de la tierr~ llega
e as.
sona porque cumple con su deber de soldado. (A GoETZ.)
GoETZ. - ¿Entonces, todos condenados?
¿Si eres el diablo, bufón, quién soy yo, que pretendía amar t' -
H EINRICH
t ¡Ah'no.1 No todos. (Pausa.) •Yo tengo fe Dios mío
a los miserables y te los enh·ega?
( GoETZ lo mi1·a, un poco fascinado durante toda la réplica. f:~f:do\~s~ac~:e:!t:~.fsecado de, desesperació~: e~toy_ in:
tienes decidido. (A G )' ~erdo se que ~e salvaras si lo
Al finaL se sacude.) bl b d OETZ. o os somos Igualmente culpa-
GoETZ. - ¿Qué es lo que reclamas? ¿,El derecho a condenarte? ~s, astar . o, todos merecemos igualmente el inf .
Te lo concedo. El infierno es suficientemente grande para Dws perdona cuando le place perdonar. Ierno, pero
que te encuentre allí.
El diabio )' Dios 63
62 1ean - Paui Sartre
CoETZ. - Quiero poner al Sefior al pie del muro. Esta vez tiene
GoETZ. - N o me perdonar~ contr~ ;ni deseJ~ías luchar contra que ser sí o no: si me hace ganar, arde la ciudad y sus res-
HEINRICH. - Miserable pa]uel~, c.~omo r:of'nita paciencia? Si ponsabilidades estarán bien establecidas. Vamos, juega: si
. · ¿· ? ·Cómo fatiganas su m I Dios está contigo, no tienes por qué temer. ¿No te atreves,
su m1sencor Ia .. ¿, d d ara llevarte hasta su
le place, te tomara entr~. sus e ;:a!tará tu mala voluntad, cobarde? ¿Prefieres que te ahorquen? ¿Quién se atreve?
paraíso; con su dedo memque que, benevolencia V te CATALINA. - ¡Yo!
te abrirá las mandíbulas, te cebara co~;:dal Ve a incendiar GoETZ. - ¿Tú, Catalina? (La mi1·a.) ¿Por qué no? (Le da los
sentirás hacerte bu e.no a pedsar ttl1IY~· l. de~ tu tiempo y tu dados.) Juega. ·
vV saquear V a ego ar' pwr CATALINA (jugando). - Dos y uno. (Se estremece.) Será difícil
tr:~~j~~ ~~afquiera de 'estos días te despertarás en el purga- que pierdas.
torio como todo el mundo. d h 1 M 1? GoETZ. -¿,Quién te ha dicho que quiera perder? (Echa los da-
GoETZ. - ¿De modo que todo el mun o ace e a . . dos en el cubilete.) Estás atrapado, Señor. Ha llegado el mo-
HEINRICH. - Todo el mundo. . mento de tender las cartas.
GoETZ. - ¿y nadie ha hecho nunca el Bien? (Juega.)
HEINRICH. - N a die. z · d ) A esto a CATALINA. - Par de ases ... ¡Perdiste!
GoETZ. - Perfecto. (Vuelve a entrar en a t·wn a. pu - GoETZ. - ~fe conformaré, pues, a la voluntad de Dios. Adiós,
que yo lo hago. Catalina.
HEINRICH. - ~El qué? CATALINA. - Bésame. (Él la besa.) Adiós, Goetz.
GoETZ. - El Bien. ~.Aceptas la apuesta? astardo no a ues- GoETZ. - Toma esta bolsa y véte donde quieras. (A FRANTZ.)
HEINRICH (encogiéndose de hombros). -No, b ' p Frantz, ve a decir al capitán Ulrich que mande acostar a los
soldados. Tú, Nasty, regresa a la ciudad, todavía es tiempo
tonada. H 1 Me has dicho que el Bien es imposible;
GoETZ. - aces ma. -, 1 B' ··g siendo la mejor roa- de dete~1er el motín. Si· abres las puertas al amanecer, si los
apuesto, pues, a que hare e ~en; SI u e . b. . . mbio sacerdotes salen de Worms sanos y salvos y vienen a colocarse
nera de estar solo. Yo era crimmat ahora me cam lü, ca bajo mi protección, levantaré el sitio al mediodía. ¿De
de casaca y auuesto que seré un santo. acuerdo?
. o ., .
HEINRICH. - ¿ tnen Juzgara.
'?
d' No tienes más que NAsTY. - De acuerdo.
GoETZ. _ Tú , dentro de un año Y un m. GoETZ. - ¿Recuperaste la fe, profeta?
apostar. · b 'cill Harás NAsTY.- Jamás la había perdido.
HEINRICH. - i Si apuestas, pierdes de antemano, Im e GoETZ. - ¡Afortunado!
el Bien para pagar una apuesta. . . triun- HEINRICH. - Les devuelves la libertad, les devuelves la vida
Go TZ - 'Justo! Bien, juguemos a los dados. SI gano .yo,.
:a eÍ M~l. Si pierdo, i ah! Si pierdo, no ~gs~echo 1siquiera lo
y la esperanza. ¿Pero a mí, perro, a mí a quien me obligaste
. a traicionar, me devolverás mi pureza?
que haré. Bueno, ¿quién juega contra mL ¡Nasty . GoETZ. - Cosa tuya es recuperarla. Después de todo, no se
NAsTY.- No. · hizo mayor mal.
GoETZ. ·_;_ ¿Por qué? HEINRICH. - ¡Qué importa lo que se hiciera! Mi intención era
NAsTY.- Está mal hecho. · d 0 lo que contaba. Pero te seguiré, te seguiré paso a paso, de
, te imaginas? V amos, pana er '
GoETZ. - Sí, está ma1. ¿Que día y de noche; cuenta conmigo para pesar tus actos. Y pue-
todavía soy malo. el Bien, no tienes más que decidir des estar tranquilo: dentro de un año y un día, donde quiera
NAsTY. _ Si quieres hacer que te halles, cumpliré la cita.
hacerlo, simplemente.
64 ]ean- Paul Sartre
. b ·Q , fría está! El alba y el Bien
GoETZ. - Ya vwne .el. al a. 1 ~eno estamos alegres; ésta sollo-
han entrado en mi henda y Y, 1 día siguiente de una
za aquél me odia; se creena uno a- te Poco me im-
catástrofe. Acaso ,el Bien seta d~s~sgpa~l~n si~~. hacerlo. Adiós.
porta, por lo demas; no me o;:a JU '
(Sale. CATALINA se echla al~et~.) ) - ·Hizo trampa! ¡Yo lo
CATALINA (riendo hasta as agr'lrmas. 1
vi, lo vi; hizo trampa para perder!

Acto segundo
TELóN
Cuarto cuadro

Escena I

KARL y dos campesinos

CAMPESINO 19. - ¡Cómo aúllan ahí dentro!


KARL.- Son los barones; ¡imagínate si no estarán locos de rabia!
CAMPESINO 19 - ¿Y si se asusta y renuncia?
KARL. - No hay peligro; es testarudo como una vaca. Escon-
deos, ahí viene.

Escena II

Los campesinos, ocultos, GoETZ y KARL

GoETZ. - Hermano, ¿quieres traernos una garrafa de vino


Bastará con ·tres vasos; yo no bebo. Hazlo por amor mío.
KARL. - Por amor tuyo lo haré, hermano:
(Sale GoETZ. Los campesinos salen de su escondite, riéndose
y golpeándqse los muslos.)
Los CAMPESINos. - ¡Hermano, hermanito, ·hermanillo! ¡Toma!
¡Toma por amor tuyo!
(Se dan de palmadas, riendo.)
KARL (colocando los vasos en una bandeja). -Todos los criados
66 • ]ean- Pattl Sartre El diablo y Dios . 67

son sus hermanos. Dice que nos ama; no.s mima y a. ;~ces KARL. - ~os campos no tienen nada que hacer con las órdenes
nos besa. Ayer se divirtió lavándome los pws. ¡El gentilisimo de la c1udad.
señor! ¡El buenísimo hermano! ¡Puah! (Escupe.) Es una pa- NAsTY. - Si int~ntas ese sucio ~olpe, haré que te cuelguen.
labra que me .quema la boca. Tengo que escupir cada vez KARL. -Te~ cmdado, no seas tu el ahotcado. Ante todo: ¿qué
que la pronuncio. Lo ahorcarán por haberme llamado herma~ haces aqu1? M·e parece sospechoso. Vienes a hablar con Goetz
no y cua11do le echen la soga al cuello lo besaré en los la~io~ Y luego nos disuades de la revuelta: ¿quién me dice que no
y le diré: "Buenas noches, hermanillo. Muere por amor m1o. te han comprado?
(Sale, llevando los vasos y la bandeja.) NAsTY. - ¿Y quién me ·dice a mí que no te han pagado a ti
CAMPESINO 19 - Ése es un hombre. A él no le vienen con para hacer que estalle prematuramente la rebelión y puedan
aplastarla los señores?
cuentos.
CAMPESINO 29 - Me dijeron que sabía leer. KARL. - Aquí está Goetz.
CAMPESINO 19- ¡Diablos! .
KARL (regresando). - He aquí las órdenes. Recorred las tierras
de N ossak y ~e S~hulheim. Dad la noticia h~sta en e~ más Escena IV
pequeño casen o: Goetz regala a los campesmos las tier;._a~
de Heidenstamm." Dejadlos que se recobren y agre~ad: 81 GoETZ, NASTY, los BARONEs
os regala sus tierras el putañero, el bast~rdo, ¿p~r que no da
las suyas el muy alto señor de Schulhmm? Exclta.dlos, enlo- ( Go:ETZ .e_ntra de espaldas, acosado por los barones SciiUL-
guecedlos de rabia, sembrad la inquietud por doq;nera. ¡Idos! HEIM, Noss~c y R;mTsCHEL que lo 1·odean vociferando.)
(Salen.) Goetz, mi querido hermano, ya verás. como echo ,a NossAK. - Tu te nes de los campesinos; .lo que quieres es nues-
perder tus buenas obras. Reparte, pues, tus tiet;as; un ?m tro pellejo.
lamentarás no haber muerto antes de repartirlas. (Rte.) ScmHErM. - ¿Quieres lavar con nuestra sangre las juergas de
¡Amor! ¡Todos los días te visto y te desvisto, veo tu ombligo, tu madre?
los dedos de tus pies,~,tu trasero, y quieres que te.am~! ¡Co- NossAK. - ¿Y convertirte en el enterrador de la nobleza ale-
chino amor! Conrad era duro y brutal, pero sus. msul~os m~ mana? · ·
ofendían menos que tu bondad. (Entra NASTY:) ¿Tu, que Go~TZ. - ~ennanos, queridísimos hermanos míos, ni siquiera
· se de que me habláis.
quieres?
RIETSCHEL. - ¿No sabes que tu gesto va a encender la pól-
v.ora? ¿Que nuestros campesinos se volverán locos rabiosos
Escena III s~ no les d~mos inmediatamente las tierras y ·nuestra bendi-
CIÓn, por anadidura?
KARL y NASTY SCIIULHEIM. ~ ¿No sabes que irán a sitiamos en nuestros cas-
tillos?
NAsTY.- Goetz me hizo llamar. RIETSCHEL. -,-- ¿Que si aceptamos, será la ruina, y si nos neO"a-
mos, la muerte? . 0
KARL. - ¡Nasty!
NAsTY (reconociéndolo). - ¡Eres tú! NossAK. - rtNo sabes todo esto?
KARL. - ¿Conoces a Goetz? ¡Buenas relaciones tienes1 GoETZ. - Mis gueridísimos hermanos ...
NAsTY. - No te metas en eso. (Pausa.) Sé lo que proyectas ScHULHEIM. - ¡Déjate de mojigangas! ¿Renuncias? Contesta sí
hacer, Karl. Obrarás con prudencia si te estás tranquiló y o no.
esperas mis órdenes. GoETZ. - Perdonadme, hermanos, pero mi respuesta es no.
68 ] ean - Paul Sartn~ El diablo y Dios 69

SCHULHEIM. - ¡Eres un asesinot dino: he encontrado un medio para que comience en seguida
GoETZ. - Sí, hermano, como todo el mundo. al.m~nos en un rincón de la tierra, aquí. Primero: abandon~
SCHULHEIM.- ¡Un bastardo! mis h.erras a los .campesinos. Segundo: organizo en esta mis-
GoETZ. - Sí, como Jesucristo. ~a herra la pnme~a comunidad cristiana; ¡todos iguales!
SCHULHEIM. - ¡Saco de inmundicia\ ¡Excremento de la tierra! ¡Ah.,1 Nasty: soy capitán y estoy librando la batalla deÍ Bien
(Le da un puñetazo en el rostro. GoETZ se tambalea, pero se que ,Pretendo ganar inmediatamente y sin efusión de sangre'
endereza y avanza sobre SHULHEIM; todos retroceden. De re- ¿Qmeres ayudarme? Tú sabes hablar a los pobres. Entre lo~
pente, GoETZ se arro¡a por t·ierra cuan largo es.) dos reconstruiremos el Paraíso, pues el Señor me ha elegido
GoETZ. - ¡Socorro, ángeles! ¡Ayudarme a vencerme! (Todo su para borrar nuestro pecado oríginal. óyeme, he encontrado
cuerpo tiembla.) No pegaré. Me cortaré la mano derecha, un nombre para mi falansterio: lo llamo la Ciudad del Sol
si quiero pegar. (Se retuerce en el suelo. SCHULHEIM le da un ¿Qué pasa? ¡Ah! ¡Cabeza de mulo! ¡Aguafiestas! ¿Qué dene~
puntapié.) Rosas, lluvia de rosas, caricias. ¡Cómo me ama, que reprocharme ahora? ·
Dios! Lo acepto todo. (Se levanta.) ¡Soy un perro bastardo, NAsTY. -Guarda para ti tus tierras. .
un saco de inmundicia, un traidor, orad por míl Go~TZ.?- ¿Gu~rdar mis tierras? ¿Y eres tú, Nasty, el que me lo
SCHULHEIM (pegándole). - ¿Renuncias? pide. ¡Pardiez, todo esperaba menos esto!
GoETZ. - Si me pegas, te mancharás. NAsTY. - Guárdalas. Si quieres nuestro bien, quédate b·anqui-
RIETSCHEL (amenazante). - ¿Renuncias? lo y, sobre todo, no toques nada.
GoETZ. - ¡Líbrame, Señor, del abominable deseo de reír! GoETZ. - ¿Entonces, también crees tú que los campesinos van
SCHULHEIM. - ¡Dios mío! a rebelarse?' · ·
RIETSCHEL. - Venid, perdemos el tiempo. NASTY. - N o lo creo, lo sé.
GoE~. -,He debido sospecharlo. He debido prever que escan-
dahzana tu alma estrecha y terca. Hace un momento esos
Escena V c~;dos, y ahora, tú. ¡Cuánta razón he de tener para qu~ O"~i­
~eis tan .fuerte! ~ues bien,, eso me estimula. Daré esas tier~as. .
N ASTY, GoETZ, KARL ¡Vaya SI las dare! Se hara el Bien contra todos.
NAsTY. - ~<;?uien te ha pedido que las des?
GoETZ (alegremente, dirigiéndose hacia NAsTY). - Salud, Nas- GoETZ. - Se que debo darlas.
ty. Salud, hermano mío. Me alegra mucho verte de nuevo. NAsTY.- ¿Pero quién te lo ha pedido?
Hace dos meses, bajo los muros de Worms, me ofreciste la
GoETZ.- Lo sé, te digo. Veo mi camino como te veo a ti: Dios
alianza de los pobres. Pues bien, la acepto. Espera: me toca
hablar a mí; voy a darte buenas noticias. Antes de hacer el . me ha prestado su luz.
Bien, me dije que era menester conocerlo y reflexioné larga- NASTY. -.Cuando Dios se calla, se le puede hacer decir lo que
mente. Pues bien, Nasty, lo conozco ya. El Bien, es el Amor. uno quiera.
Está bien; pero el hecho es que los hombres no se aman; ¿y GoETZ. - ¡Oh, profeta admirable! Treinta mil campesinos se
qué .es lo que les impide amarse? La desigualdad de las con- n;ueren de h~mbre, yo me arruino para aliviar su miseria y
diciones, la servidumbre y la miJ¡eria. Es preciso, pues, su- tú me anuncias tranquilamente que Dios me prohibe sal-
primirlas. Hasta aquí estamos de acuerdo, ¿verdad? No me varle>s.
sorprende: he aprovechado tus lecciones. Sí, Nasty, he pen- NAsTY. - ¿Tú: ,salvar a los pobres? Sólo puedes corromperlos.
sado mucho en ti estos últimos tiempos. Sólo que tú quieres GoETZ. -¿Quien los salvará entonces?
dejar para más tarde el reino de Dios; pero yo soy más la- NASTY· - N o t e mquietes
. . por ellos; se salvarán solos.
El diablo y Dios 71
70 ] ean - Paul Sm·tre
NAsTY. - Conservarás tus tierras.
GoETZ. - ¿Y qué será de mí, si se me quitan los medios de GoETZ. - f?epende de lo que me propongas.
hacer el Bien? NAsTY. - SI las conservas, pueden servirnos de lugar de asilo
NAsTY. - Tienes trabajo; administrar tu fortuna y acrecentar1a,
:y re~ni?n. ~o me instalaré en una de tus aldeas. De allí
basta para llenar una vida. . -~ Irradiaran ~Is órdenes para toda Alemania; de allí partirá,
GoETZ. - ¿Debo, pues, convertirme en un mal neo para com· dentro .de siete años, la semana de la guerra. Puedes pres·
placerte? tarnos mestimables servicios. ¿Qué dices?
NAsTY. - No hay malos ricos. Hay ricos, simplemente. GoETZ.- No. ·
GoETZ. - Nasty, soy de los tuyos. NAsTY. - ¿Te niegas?
NAsTY.- No. GoETZ. - No haré el Bien a plazos. ¿No me has comprendido
GoETZ. - ¿No fui pobre toda mi vida?
NAsTY. - Hay dos especies de pobres: los que ~?n pobres en
pu~s; Nasty? Gracias a mí, antes de que termine el año 1;
fehcidad, el amor y la virtud reinarán sobre diez mil ar-
comunidad y los que lo son en soledad. Los pnmeros son los pentas de tierra. Quiero construir en mi dominio la Ciudad
auténticos; los otros son ricos que no tuvieron suerte. del Sol y tú quieres que haga de él una guarida de asesin~s.
GoETZ.- Supongo que tampoco son pobres los ricos que dieron NAsTY. - Se sirve al Bien como un soldado, Goetz, ¿y cuál
sus bienes. es el soldado que por sí solo gana una guerra? Comienza
NAsTY. -No, ésos son antiguos ricos. por ser modesto.
GoETZ. - Entonces, yo estaba perdido de antemano. Avergüén- GoETZ. - No seré modesto. Humilde, todo lo que quieran,
zate, Nasty, de condenar sin remisión a un cris?ano:Jl\1archa pero no modesto. La modestia es la virtud de los tibios.
agftadmnente.) Por orgullosos que. sean los hidalgt~elos que
(Pausa.) ¿~or qué habría de ayudarte yo a preparar la
me odian, no lo son tanto como vosotros y me sena menos
guerra? ¡Dws ha prohibido verter sangre y tú quieres en-
difícil entrar en su' casta que en la vuestra. ¡Paciencia! Gnt-
sangrentar a Alemania! No seré yo tu cómplice.
cias, Señor: los amaré, pues, sin esperar igual pago. Mi amor
NAsTY. - ¿No. verterás ,san~re? Anda, reparte tus tierras, re-
hará que se derrumben los muros de tu alma acerba; desar-
gala tu castillo y veras como comienza a sangrar la tierra
mará el enojo de los pobres. Te amo, Nasty, os amo a todos.
alemana.
NASTY (con mdf¡or dulzura). - Si nos amas, renuncia a tu pro·
GoETZ. - N o ~a11grará. El Bien no puede engendrar el Mal.
~~. '
NAsTY. - El Bien no engendra el Mal, convenido. Pero como
GoETZ.- No. tu loca. g~nerosidad va a provocar una matanza) habrá que
NAsTY (cambiando de tono, más apremiante). :- Escucha; nece-
convenir Igualmente en que no haces el Bien.
sito siete años. GoETZ. - ¿Sería hacerlo, perpetuar el sufrimiento de los
('rt)ETZ. - ¿Para qué? pobres?
NAsTY. - Dentro de siete años estaremos listos para comenzar
NAsTY. - Pido siete años.
la O"uerra santa. No antes. Si arro1'as ahora los campeshws a
GoETZ: - ¿Y los que ~ueran de a9uí a entonces? ¿Los que
la brevuelta, no les doy ocho días de plazo para que 1os e~- habiendo pasado su vida en el odw y el terror revienten en
terminen. Se necesitará más de medio siglo para reconstrUir la desesperación? '
lo que, de esta manera, destruirías en una semana. NAsTY. - ¡Dios salve sus almas!
KARL. - Acaban de llegar los campesinos, señor. GoE~. -: ¡Siet~ años 1 Y después de siete años de espera ven-
NAsTY. - Desp~delos, Goetz. (GoETZ no responde.) Escucha; dran siete anos ·de guerra y luego siete años de penitencia
si realmente quieres ayudamos, puedes hacerlo. porque habrá que reconstruir las ruinas y sabe Dios lo
GoETZ (a KABL). -:- Ruégales que esperen, hermano. (Sale KARL.)
que vendrá después; acaso una nueva gu~rra y una nueva
¿Qué es lo que me propones? · ·
72 ]ean- Paul Sartre

penitencia y unos nuevos profetas que pedirán siete años


de paciencia. Charlatán: ¿los harás esperar hasta el día del
Juicio? Yo digo que el Bien es posible, todos los días) a
toda hora, en este mismo instante: yo seré el que hace el
Bien de inmediato. Heinrich decía: "Basta que dos hombres
se odien para que el odio, de uno a uno, contagie al uni-
versG entero." Y yo digo que, en verdad, basta que un hom-
bre ame a todos los hombres con un amor sin. reservas para
que ese amor se contagie, de uno a uno, a toda la humanidad.
NAsTY. -¿Y tú serás ese hombre? Quinto cuadro
GoETZ. - Lo seré, sí, con la ayuda de Dios. Sé que el Bien
es más difícil que el Mal. El Mal sólo era yo, el Bien es
todo. Pero no temo. Es preciso recalentar la tierra y yo la ha=~=- fob~:~~:e una iglesia de aldea.· Bajo el. porche, dos
recalentaré. Dios me ha dado el mandato de deslumbrar, flauta. . de ellos hay un tambor, sobre el otro, una
y deslumbraré, sangraré luz. Soy un ca:t;bón ardiente; el
soplo de Dios me atiza; ardo vivo. Estoy enfermo del Bien,
panadero, y quiero que esta enfermedad sea contagiosa. Escena I
Seré testimonio, mártir y tentación.
NASTY. - Impostor. GoETZ y NAsTY, luego los CAMPESINos
GoETZ. - ÍNo me inquietarás! Veo, sé, la luz lo inunda todo;
profetizaré, GoETZ (entra llamando) _ . H 1 1 N'
NASTY. - Aquel que dice: 'Haré lo que creo bueno, aunque gnas; se esconden bajo ti~rr~.aMi Ib~~d~~a en ~einta le-
perezca el mundo", es un falso profeta, un agente del diablo.
ellos como una catástrofe. ¡Imbéciles! (Se ha clmdob sobre
GoETZ. - Falso profeta y agente del diablo es el que dice: mente hacia NAsTY ) ·Por q , . . ? vue ve. rusca-
"Perezca primero el mundo y veré luego si el Bien es po- N · · · ¿ ue me sigues
~STY. - Para asistir a tu fracaso. .
sible." ETZ. - No habrá fracaso H 1 · 1 ·,
NAsTY. - Goetz, si me estorbas, te aplastaré. de mi ciudad M · · . · oy co oco a pnmera piedra
GoETZ. - ~.Podrías tú matarme, Nasty? ciencia. Que . atraep~m;~m~ q~te estarán ~n las bodegas. Pa-
NAsTY. - Sí, si me estorbas. d
si sé convencerlos (Gritos SI;;u,Ie.ra m?dia docena . y verás
GoETZ. - Yo no podría hacerlo: el amor es mi destino. Voy • (Entra una proce;ión de ~amuszc~ e pzfa~os.) .d~ué es esto?
a repartir mis tierras. una santa de t eso b pes;nos, medw ebrws, trayendo
tejáis el graci~so J~ r~ un(l panbuel~.) ¡Felices estáis!. ¿Fes-
U · · · - n . e vuestro antiguo Señor?
e N CAMPEYSINO. - Dios nos libre, buen, monje. .
.OETZ. - . o no soy. monje.
(Se au1ta la capucha.)
Los CAMPESI!'ms. _ ¡Goetz!
¿~:;:r~e~en espa;"tados. Algunos se santirzuan.)
h d d 1Goet:, SI, Goetz, el enterrador! Goetz, el Atila que
a a o sus tierras. por caridad cristiana. ¿Tan temible pa-
El diablo )' Dios 75
74 ]ean- Paul Sm·tre

rezco? Acercaos: quiero hablaros. (Pausa.) ¿Y bien, qu~ es- EL ANCIANO . ..=_ Ya no eres nuestro señor.
peráis? ¡Acercaos! (Silencio obstinado de los campesmos. GoETZ. -Vete. Eres de~asiado viejo. (Lo rechaza, salta sobre la
escalin~ta y se dil'ige a tod?s.J. ¿Os habéis preguntado siquiera
Con un tono más imperiosp.) ¿Quién manda aquí?
por que os he regalado mis tierras? (Señalando a un campe-
UN ANCIANO (a 1·egañadientes ). - Yo.
. sino.) Responde tú.
GoETZ. - Acércate. EL CAMPESINO. - No sé. .
(El ANciANO se separa del grupo y se le acerca. Los CAM-
GoETZ (a una rn:uje1'). ~ ¿Y tú?
PESINOS los miran en silencio.) . LA MUJER (vacilando). - Tal vez. . . porque quisiste hacernos
GoETZ. - Dime: he visto unos sacos de grano en la granJa
señorial. ¿Es que no me habéis entendido? No más die~os, felices.
G0ETZ. ~.¡Bien contestado! Sí, eso es lo que he querido. Pero
no más impuestos. . la felicidad no es más que un medio. ¿Qt,1é pensáis hacer?
EL ANCIANO .. - Queremos que todavía por algún tiempo todo
LA ~UJER (asustada). - ¿Con la felicidad? Habría que tenerla
-siga lo mismo. · . pnmero ...
Go~TZ. - ¿Por qué? GoETZ.- La tendréis, no temas. ¿Qué haréis con ella?
EL ANCIANO. -Para ver qué pasa. . .LA MUJER.- No hem~s pensado. Ni siquiera sabemos lo que
GoETZ. - Está bien: El grano se pudrirá. (Pausa.) ¿Y qué
sea.
decís de vuestra nueva condición? GoETZ. - Pero yo lo he pensado por vosotros. (Pausa.) Voso-
EL ANCIANO. -No hablemos de eso, señor.
GoETZ. -Yo ya no soy tu señor. Llámame hermano, ¿me oyes? tros sabéis que Dios nos manda amar. Hasta ahora esto era
i~posible. Todavía ayer, hermanos ;míos, erais dema~iado des-
EL ANCIANO. ·_Sí, sefior. ~chados para que se pensase en pediros amor. Pero yo he
GoE'IZ. -Hermano, te digo. que.rido que no tengáis excusa alguna. Voy a haceros gordos
EL ANCIANO.- No, eso no. y neos, y amaréis, p~rdiez, exigiré que améis a todos los
GoETZ. -Te lo or. . . Te lo. suplico.
EL ANCIANO. - Serás mi hermano, si te empeñas, pero yo no hombres. ~enuncio a mandar en vuestros cuerpos, pero
es para gu1ar vuestras almas, pues Dios me ilumina. Yo soy
seré el tuyo. Cada cual en su lugar, señor. ·
GoETZ.- Anda, anda. Ya te acostumbrarás. (Señalando la flauta
el' arquitecto y vosotros los obreros: todo es de todos, las
~erramientas y las tierras en común, no más pobres, no más
y el tambor.) ~.Qué es eso? neos, no más. ley que la ley de amor. Seremos el ejemplo de
EL ANCIANO.- Una flauta y un tambor. to~a A!emama. ¿Van;tos, muchachos, intentamos la empresa?
GoETZ.- ¿Quién los toca?-
(Szlencw.) No me disgusta asustaros al comienzo· nada es
EL AN:CIANO. -:--- Los monjes. . más tranquilizador que un buen diablo viejo. Pe;o los án-
GoETZ. -¿Hay mon1es aquí? g.eles, her~anos m~os, los ángeles son sospechosos. (La mul-
EL ANCIANO. - El hermano Tetzel vino de · Worms con dos
t~tud susptra, susptra y se agita.) ¡Por fin! ¡Por fin me son-
· frailucos para vendernos indulgen?,~as. . nes! · .
GoETZ (amargamente). -Por eso estai,S contentos, ~~h? (?Jrus- ,
camente.) ¡Al diablo! No quiero aqtn esas cosas. (Stlencw·.S LA MULTITID?·... - ¡Ya están aquí! ¡Ya están aquí! .
Go~rz (polmendose,. ve a TETZEL, con despecho). - ¡Que el
del ANCIANO.) Esas indulgencias no valen na~a. ~Cr;es qqe
Dios va a chalanear sus perdones? (Pausa.) ¿SI todavia fuese diablo se lleve a los monjes!
tu amo y te ordenase expulsar de aquí a esos tres ladrones,
lo harías?
EL ANCIANO. -Sí, lo haría. .; ..
GoETz.- Pues bien: por última vez, es tu amo. qui,~ri te ordena. ·
El diablo y Dios 77
76 ]ean- Paul Sartre TETZEL. - Espera. ¡Felizmente, ahí están los santos! Cada
uno de ellos ha merecido cien mil veces el cielo, pero eso
. no les sirve , de nada puesto que sólo pueden entrar una
Escena II
vez. ¿Entonces, qué se dice el buen Dios? Se dice: "Para
Los mismos, TETZEL, dos frailucos y un cura. no dejar perder las entradas que no se usan, voy a di.5tri-
buirlas entre quienes no las merecen. El bueno de Peter,
. . . st tos Traen una mesa si compra una indulgencia al hermano Tetzel entrará en
.(Los dos frailucos tomar;- sus -zn . rum~ . one sobre la
que colocan en el escalan superwr. ETZEL P mi paraíso con una de las invitaciones de San Martín''.
mesa sus rollos de pergamino.) no ¿Eh? ¿Eh? ¿No os parece un lindo truco? (Aclamaciones.)
. -·A ver los abuelos! ¡Acercaos! ¡Acerc~os, que ? Vamos, Peter, saca la bolsa. Hermanos míos: Dios les pro-
T ETZEL. 1 , , r a ca las cosas.
pone este negocio increíble: el paraíso .por dos escudos;
he comido ajol (Se ríen.) ¿Como van po
¿Es buena la tierra? ¿quién es el miserable, quién es el roñoso que no dará dos
Los CAMPESINOS. - N o muy mala. . ? escudos por su vida eterna? (Toma los dos escudos ae PE-
TETZEL'- ·Y las esposas? ¿Detestables srernpre. 1 TE~.) Gra~ias. Vete a tu casa y no peques más. ¿Quién
. ¿ D. bl 0 , . Corno en todas partes. qmere? 1hrad: he aquí un artículo utilísimo. Cuando pre-
Los CAMPESINOS.- l .~~ • 1 d 1 diablo porque son sentéis este rollo a vuestro cura, estará obligado a perdo-
TETZEL.- No os queJeiS: os pr~te~en/ e. ueno muchachos,
rnás zorras que él. (La multztud rze.) ¡B '. t ·M, ·ical naros el pecado mortal que escojáis. ¿Verdad, cura?
. esto no es todo: vamos ~ ha?lar de cosa~s:e~~:~a~ ~ella: EL CURA. - Obligado, es verdad.
(Tambor y pífano.) TrabaJar srempre, es d~n mira a lo leios TE~EL.- ¿Y .éste? (Blande un pergamino.) ¡Ah! ¡Hermanos
pero a veces, se apoya uno en su aza , ,d rto?" No mws! ¡Éste es una delicadeza del buen Dios! Estas indul-
'Y se' dice: ''¿Qué va a pasarme despues floM~: el alma gencias que veis aquí, han sido especialmente estudiadas
basta con t~ner ~na Ahde~mdsa .t';I~b·~lrn~ierno? (Tambor.)
p~ra ~as buenas gentes que tienen familia en el purgatorio.
no sé queda alh. ¿ on e, ua. ¿, • h hecho SI dais la suma necesaria, toda vuestra familia difunta des-
¿O al paraíso? (F!auta.) Bue~as ~entes, D~~so~~os ael buen plegará sus alas y se remontará al cielo; Dos escudos por
la misma pregunta. Tanto se mqmeta por 11 - ? cada persona transferida; la transferencia es inmediata.
A r tú ·como te amas. ¡Vamos! ¿Quién quiere? ¿Quién quiere? ¿A ver, tú, a quién·
Dios, que ya no d uerme. ve , ¿
has perdido?
EL cAMPESINO.- Peter. d t tomas una copita UN CAMPESINO.- A mi madre.
TETZEL.- Bueno, Peter, de vez en c~Ian ~ e .
de más ¿verdad? ¡Vamos, no mwntas. TETZEL. - ¿A tu madre solamente? ¿A tu edad, sólo has per-
EL CAMP~srno.- ¡Eht, a veces me l?asa. dido a tQ madre?
TETZEL. _¿Y a tu mujer, le pega~? . EL CAMPESINO (vacilante). - }3ueno, t;mbién un tío pero ...
TETZEL.- ¿Y dejarás a tu pobre tío en el purgatorio? ¡Vamos,
E L CAMPESINO.- Cuando. ahe·n·· bebid<'>. vamosl Cuéntatne cuatro escudos. (Los toma y los mantiene
TETZEL. _¿Pero tú temes ws.?
EL CM1PESINO.- ¡Oht sí, hermano. encima de su escarcela.) -Atención, muchachos, atención:
TETZEL. _¿Y amas a la Virgen? · cuando caigan los, escudos, volarán las almas. (Deja caer
, ·madre los escudos en la escarcela. Flauta.) ¡Una! (Flauta.) ¡Y dos!
EL cAMPESINO. '- M as que a nn. . . · flicto "Ese hom· ¡Vedlas! ¡Vedlas! ¡Revolotean por encima de vosotros; dos
TETZEL. - ~ues ~hí tienes a Dws :lo u;. e~~ tengo ganas de blancas mariposas! (Flauta.) ¡Hashf pronto! ¡Hastá pronto!
bre, se diCe Dws, no es muy rn h d Y debo cas· Rezad por nosotros y saludad a toqo~ los santos. ¡Vamos,
hacerle mucho mal. Sin ~mbargo, a peca o
. muchachos, un pequeño saludo pari esos dos encantos!
tigarlo.'' ~ A t
EL CAMJ?ESINO .(desoLado), -¡ Y·
El diablo y Dios 79
78 ]ean- Paul Sartre
1 tumo? (Los campesinos se (El cura y los frailucos entran corriendo en la Iglesia.)·
(Aplausos.) ¿A quién le toca e·· 'er · tu abuela? ¿Por tu Los CAMPESINOs (mostrándole al LEPRoso con el dedo). -
acercan en manada.) ¿Por ~u muJ rl YA a art ¡Míralo! ¡Aht viene! ¡Ten cuidado! ¡El leproso!
hermana? (Flauta. Flauta.) ¡A paga · 1 P g TETZEL (horrorizado).- ¡Ay, mi dulce Jesús! .
GoETZ. - ¡Atrás! (Pausa. GoETZ se aproxima al LEPROso.)
(E.umores en la multit~~·) , ? GOETZ (a TETZEL, señalándole al LEPROSO).- ¡Bésalol
__......-··TETZEL (al CURA) - .lQuien es este. TETZEL. -¡Puah!
r--- · ~... . ~ N da que temer.
/ EL CURA. - Es su antiguo seno,r: a a dos con una limosna: GoETZ.- Si la Iglesia anía sin asco ni reserva al más deshere-
{~GoETZ. -Insensatos que os c;e~Is P:! dejaron quemar vivos
¿pensáis acaso que los n~artires raíso como se entra a un
dado de sus hijos, ¿qué esperas para besarlo? (TETZEL dice
que no con la. cabeza.) Jesús lo hubiese tomado en sus
para que vosotros entraseis al pa . · s salvaréis coro- brazos. Yo lo amo más que tú.
molino?. ¡·Y en cuanto a los s~nt~ls, no o. tudesl (Pausa. GoETZ se acerca al LEPRoso.)
P rando sus méritos sino adquinenaho sus vu l u~ me con- EL LEPRoso (entre dientes). -·Otro que me va a -hacer el truco
"' UN CAMPESD.-ro.- Entonces, prefiero a orearme) q ndo se del beso al leproso.
den en de una vez. N o puede uno hacerse santo cua GoETZ. -Acércate, hermano. ·
trabajan dieciséis hora.s al dí~ ·
TETZEL ( al campesmo · - .
11
· ) . Tú ca ate orn ·
d'
b 'co No se te pide
par de indulgencias
.
EL LEPROSO; - ¡Ya está! (Se aproxima a regañadientes.) Si con
eso te salvas, no puedo negarme, pero dáte prisa. Todos
tanto. Compra de vez . en. cua~ 0 un son iguales: se creería que. Dios me hizo leproso expresa-
y Dios te concederá misencordta. t . Con dos escudos mente para darles la ócasión de ganar el cielo. ( GoETZ -va
10
GoETZ.- ¡Anda! Cómprale su~ pap~ d:s~~evo en tus vicios, a besarlo.) En la boca no, ¿eh? (Beso.) ¡Puahl (Se limpia.)
te hará pagar el derecho a mcurnr á 1 . f'1 rnol . TETZEL (echá'!ldose a reír). - ¿Y bien? ¿Estás contento? ¡Mira
if á 1 trato! 1Ir s a m e · · cómo se limpia la boca! ¿Está menos leproso que antes?
pero Dios no rat ICar e 1 · ·Quítales la fe! ¡Valor! ¿Y
TETZEL.- ¡Quítales la esp~ranza. 1 Dime, leproso, ¿cómo va la vida?
qué les darás en cambw? EL LEPRoso. - Iría mejor, si hubiese menos hombres santos
GoETZ. - El a~or. , ·? y más leprosos.
U:
TETZEL. -¿Qu,e sabes de ~1~or.Cómo podría amarlos quién ] . TETZEL. -¿Dónde vives?
GoETZ.- ¿Qu.e sabes tú de e. ¿ ara venderles el cielo?. · EL LEPRoso. - En. el bosque, ·con otros 1eprosos.
los desprecia lo basta~te com~d. desprecio .yo, corderillos. TETZEL. -¿Y qué hacéis todo el día?
TETZEL (a los campesmos). - ¿ · s .. EL LEPRoso. - N os contamos cuentos de leprosos.
míos? TETZEL. -¿Por qué viniste a la aldea?
Tonos. -¡Ohl . , ? · EL LEPRoso. - Para ver si podía recoger una indulgencia.
TETZEL.- ¿No os amo yo, pollitos milos. . TETZEL. - Enhorabuena.
·S'
Los cAMPESINOS.- 1 I, s1. 1 '1 ·Nos amas
, . fuera de la Iglesm . EL LEPRoso. -¿Es verdad que las vendes?
TETZEL. -Soy de Iglesia, .hermanodr~nd~· todos nosotros; . por . TETZEL. -A dos escudos.
no hay amor. La Iglesia ,es ma dotes dispensa atodos EL LEPROSO. -Ni tengo un ochavo. ·
el canal de sus monjes Y ae sus ¿ac~~ mis~o que a los fa- TETZEL (triunfante, a los campesinos). - ¡Mirad! ¿Ves esta
sus hijos, a los más des~ereda ~~r mat~rnal. (Se oyen una bella indulgencia nuevecita? ¿Qué prefieres? ¿Qué te la dé
voritos de la suerte, el mis~~t a l LEPROSO. Los campesinos o que te bese en los labios?
campanilla y una carraca. d n ra e . ena presos. de pánico.) EL LEPRoso. - Pardiez ...
se réfugian al otro lado .e a ese ' TETZEL. -¡Ah!, no, haré lo que tú quieras. Escoge.
¿Qué pasa? ,.·'?~ B
~·\o.·,;··-'''.

lft?i'J
S() ] ean · Paul Sartre El diablo y Dios 81

EL LEPRoso. -Pardiez, prefiero que me la des. zanahorias, pero nadie puede escoger el bien de los demás
TETZEL. - Ahí la tienes, gratis pro Deo, es un regalo de tu p.>or cuenta propia.
Santa Madre Iglesia. Toma. GoETZ.- ¿Quién habla? ¿Heinrich?
EL LEPRoso. - ¡Viva la Iglesia! HEINRICH. - Sí.
( TETZEL le arroja la indulgencia, que el LEPROSO atrapa en GOETZ (se levanta y echa atrás su capuchón).- Estaba· seguro
el aire.) · . de volver a verte en cuanto diera el primer paso en falso.
TETZEL. -¡Y ahora, vete! ¡De pnsa! . (Pausa.) ¿Qué vienes .a hacer aquí? ¿A alimentar tu odio?
(Sale el LEPRoso. Ruido de campamlla y carraca.) HEINRICH.- "El que siembra el Bien cosechará el Bien". ¿Lo
TETZEL.- ¿Y bien? ¿Quién lo amaba más? dijiste tú, verdad?
LA MUCHEDUMBRE.- ¡Tú! ¡Tú! ¡Viva Tetzel! ., GoETZ.- Lo dije, y lo repito todavía.
TETZEL -Y ahora hermanos, continuemos. ¿A qmen le toca (Pausa.)
el tu~no? Por tu' hermana que murió en país remoto. (Flau- HEINRICH. - He venido a traerte la cosecha.
ta.) Por las tías que te educaron. Por tu madre. Por tu ~~ GoETZ. - Es demasiado pronto para cosechar.
dre y tu madre, por tu hijo mayor. ¡A pagar! ¡A pagar! l (Pausa.) .
pagar! d l t b HEINRICH. - Catalina se muere: es tu primera cosecha.
GoETZ.- ¡Perros! (Golpea la me~~ y echa a ro ar e am o~ GoETZ.- ¿Se muere? Que Dios reciba su alma. ¿Qué quieres
por la escalinata.). Cristo arrOJO a los. merc~der~s del t~m que haga yo? ( HEINRICH se ríe.) ¡No te rías, imbécil! Bien
plo. . . (Se detiene, mira a los campeswos mlencwsos Y . ~s­ ves que no sabes reír.
tiles se echa el capuchón sobre el rostro y cae de rodtl.a~ HEINRICH (con tono de excusa). - Él me hace muecas.
contra el muro de la iglesia, gimiendo.) ¡A¿! ¡Ay! ¡Ay. GoETZ (volviéndose vi ente).- ¿Quién? (Comprende.) ¡Ah!
¡Vergüenza de mí, que no sé hablarles! ¡Senor, h~z que (Volviéndose hacia EINRICH.) ¡Ah!, ¿ya no os separáis
encuentre el camino de sus corazones! Los campestnos lo nunca?
miran, " TETZEL sonríe; los campesinos miran. a TETZ_EL· HEINRICH.- Nunca más.
TETZEL guiña el ojo, se lleva el dedo a los labws parp. ur~- GoETZ·. - Es una compañía.
oner silencio y, con un movimiento de la cabeza, .les tndt- HEINRICH (pasándose la mano por el rostro). -Fatigante.
~a la puerta de la iglesia. Por ella entra de punttllas. l.-os GoETZ (acercándose le). - Heinrich. . . si te he hecho mal, per-
campesinos entran en la iglesia llevando a la .sant~ en la dóname.
parihuela. Desaparecen todos. Un momento de stlencw. Lue- HEINRICH. - Perdonarte. . . ¿para que vayas a jactarte en
go, vestido de laico, aparece HEINRICH en el umbral de la todas part'es de haber cambiado el odio en amor, como el
iglesia. Cristo cambiaba el agua en vino?
GoETZ. -Tu odio me pertenece. Te libraré de él y del diablo.
HEINRICH (con una voz cambiada, como si otro hablase por·
Escena III su boca).- En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
HEINRICH, GoETZ, N ASTY Santo. El Padre soy yo; el diablo es mi Hijo; el odio es el
Espíritu Santo. Menos tiempo tardarás en hacer pedazos
(H'EnmiCH baja hacia GoETZ, sin ver a NASTY.) la Trinidad celeste que en cortar en tres nuestra Trinidad.
HEINRICH. -Tomas a las almas por legumbres. GoETZ. - Buenas noches, entonces. Anda a decir tus misas
GoETZ. -¿Quién habla? en Worrp.s y encontrémonos dentro de nueve meses.
HEINRICH. _ El hortelano puede decidir lo que conviene a las HEINRICH. -Nunca regresaré a Worms ni jamás diré ya una
El diablo y Dios 83
8~ ]ean- Paul Sm·tre

misa. Ya no soy de Iglesia, bufón. Me retiraron el derecho asesinando a la chica; sino el bello, el purísimo Goetz que
a celebrar los oficios y administrar los sacramentos. se ha consagrado al amor.
GoETZ. i Mientes! Quien cometió el crimen fue el Goetz
___.¡
GoETZ. - ¿Qué pueden reprocharte? malvado.
HEINRICH. -El haberme hecho pagar la entrega de la ciudad.
HEINRICH. - Ése no era un crimen. Al mancillada le diste
GoETZ. - Es una infecta mentira. mucho más de lo que tú mismo poseías: el amor. 'El hecho
HEINRICH. - Fui yo quien dijo esa mentira .. Subí a~ púl)?i.to
y lo confesé todo ante todos; mi amor .al dmero, mi envidia, es que .ella te a~aba, no sé por qué. Y luego, un buen día,
la gr~cm te toco; entonces pusiste una bolsa en manos de
mi indisciplina y mis de'seos carnales.
Catahna y ~a despediste. Y de eso muere.
GoETZ. - Mentías. GoETZ. - Hab~a que renunciar al Bien o renunciar a ella.
HEINRICH.- ¿,Y qué? Por doquiera se repetía en Wor;ns que
la Iglesia abominaba de los pobres y que, me habm ~a~o HEINRICH. - SI la ~ubies,es guardado, acaso la salvaras, y a ti
orden· de entregarlos a la matanza. Habm que summis- con .ella. Pero, ¿y que? ¿Salvar un alma, una sola? ¿Podía
trarle un pretexto para que renegase de mí. rebaJarse un Goetz a eso? Se tenían más grandes proyectos.
GoETZ (h1'uscamente ). -¿Dónde está?
GoETZ. - Pues bien; has expiado. HEINRICH. - En tus propias tierras.
HEINRICH.- ¡Muy bien sabes tú que jamás se expía!
GoETZ.- Es verdad. Nada borra nada. (Pausa. Bruscamente, GoETZ.- ¿Quiere volver a verme?
ace1'cándose a HEINRICH.) ¿Qué le pasa a C~talina? HEINRICH. - Sí. Y luego el Mal la abatió en el camino.
HEINRICH. - Su sangre se pudre, su cuerpo esta cubierto de GoETZ. - ¿Dónde?
úlceras. Hace ya h·es semanas que ni duerme ni come. HEINRICH. - N o te lo diré: ya le has hecho bastante daño.
Go~TZ (levan~ando el puño, furioso).- Yo ... (Se calma.) Está
GóETZ. - ¿Por gué no te quedaste a su lado? . .
HEINRICH. - N a da tiene ella que hacer conmigo, ni yo con bien, yo mis:no la encontraré. Adiós, HEINRICH. (Haciendo
ella. (NAsTY entra y pe1'rnanece al fondo.) una 1'eve1'enc'la del lado del diablo.) ¡Mis respetos! (Volvién-
GoETZ. - Es preciso curarla. dose hacia N ASTY.) Ven, N asty. .
HEINRICH.- No puede curar, es preciso que muera. HEINRICH (sorptendido). -¡Nastyl
GoETZ. -¿De qué se muere? (NA~TY quie1'e seguir a GoETZ, pero HEINRICH le cierra el
HEINRICH. - De vergüenza. Su cuerpo le produce horror a cam'lno.)
causa de todas las manos de hombres que se posaron sobre
él. Su corazón le asquea todavía más porque tu imagen ha
quedado dentro de él. Su enfermedad mortal, eres tú. Escena IV
GoETZ. - Eso fue el año pasado, cura, y no reconozco las
culpas del año último. Pagaré por esa falta en el otro HEINRICH, NASTY
mundo y por toda la eternidad. Pero en este mundo, eso
se acabó; no tengo un minuto que perder. HEINRICH (tímidamente).- ¡Nasty! (Más fuerte.) Te buscaba,
Nasty. ¡Detente! Es preciso que 1te hable. Despr'éciame
HEINRICH. -Luego hay dos Goetz.
uan~o quieras con tal de que me escuches. He atravesado
GoETZ. - Dos, 'sí. U no vivo, que hace el Bien, y otro, muerto,
as tierras de Schulheim; la rebelión cunde.
que hace el Mal.
HEINRICH. - ¿Y has enterrado tus pecados con el muerto? NAsTY. - Déjame pasar. Lo sé.
Go"E:TZ. -Sí. HEINRICH.- ¿Deseas esa revuelta? ¿Dime, la deseas tú?
HEINRICH. - Perfecto. Sólo que no es el muerto el que está NAsTY. - ¿Qué te importa a ti eso? Déjame pasar. .
84 J ean - Paul Sartre El diablo y Dios 85

HEINRICH (extendiendo el brazo). -N o pasarás sin haberme NAsTY.- Algunos hombres.


contestado. HEINRICH.- Que recorra,n el país y voceen más que todos·
NASTY (lo mira en silencio, luego se decide).- Deséela o no, qu~ blasfemen, sobre todo. Es nienester que provoquen ei
ya nadie puede impedirla. escandalo y el horror. Luego, en Righi, el domingo próximo,
HEINRICH.- Yo puedo hacerlo. En. dos días P';~do levantar que se apoderen del cura en plena misa, que lo lleven al
un dique contra el mar. En cambiO, Nasty, quisiera que me bosque y que regresen con sus espadas manchadas de san-
perdonaras. gre. Todos los sarcedotes de la región abandonarán en
NASTY.- ¿Otra vez el juego del perdón? (Pausa.) Es un juego secr~to sus aldeas ~ lá noche siguiente y se reunirán en el
que me aburre; no entro en él. N o tengo calida~ para con- castillo ~e Markstem, .en donde se les espera. A partir del
denar ni para absolver; eso le corresponde a Dws. , lunes, Dws sube al cwlo. Ya no se bautizará a los niños.
HEINRICH. - Si Dios me diese a escoger entre su perdon y el no se absolverán las culpas y los enfermos temerán mori;
tuyo, escogería el tuyo. sin confesión. El miedo ahogará la rebelión.
NASTY.- Harías una mala elección;\ perderías el paraíso por NAsTY (reflexionando). -Puede ser ...
un soplo de voz. (Se abre l~ puerta de la iglesia. Se oyen los ecos del órgano.
HEINRICH.- No, Nasty; cambiaría el perdón del ciel0 por el Los campesznos salen, llevando la estatua en la parihuela.)
de la tierra. N ASTY. - Si puede ser, se hará. '
NASTY.- La tierra no perdona.· HEINRICH.- Nasty, te lo suplico: dime que me perdonará-s si
HEINRICH. - Me fatigas. la empresa tiene éxito.
NAsTY;- ¿Qué diCes? . . . . NASTY.- Quisiera decirlo. Lo malo es que sé quién eres.
HEIN'".tUCH.- No es a ti a quien ·hablo. (A NAsTY.) No me faci-
litas .las cosas; me fuerzan al odio, N asty; me fuerzan al
odio y tú no me ayudas. (Se santigua tms veces.) Bueno, por
un momento estaré tranquilo. Escucha, entonces. Pronto.
Los campesinos se organizan. Van a parlamentar con los
barones. Esto nos. da unos días.
· NAsTY.- ¿Qué harás con ellos? . . ,
HEINRICH (señalando la iglesia).- Ya los has visto; se de]anan
hacer picadillo por la Iglesia; hay más fe en estos campos
que en todo el resto de Alemania.
(N ASTY menea la cabeza.)
NAsTY. - Tus curas son impotentes. Es verdad que s~ les
quiere; pero si condenan la revuelta, predicarán en el de-
sierto. . ·
HEINRICH.- No cuento con sus sermones, sino con su silen-
cio. Imagina: una buena mañana, al d~sper~ar, los .alde~­
nos encuentran abierta la puerta de su Iglesia. y 1~ .Iglesia
vacía; ha volado el pájaro. Nadie ante el altar; nadw en la
sacristía ni en la cripta, nadie en el presbiterio ...
NAsTY. -¿Es eso realizable?
HEINRICH. -Todo está listo. ¿Tienes gentes aquí?
El diablo y Dios ·87

encoge de hombros.) Sin embargo, no es la primera vez que


les mientes. ·
NAsTY. - Es la primera vez que los hago hincarse para impe-
dirles que se defiendan; es la primera vez que pacto con
la supertición y me alío con el diablo.
HEINRICH.- ¿Tienes miedo?
NAsTY.- El diablo es la criatura de Dios; si Dios quiere, el
diablo me obedecerá. (Bruscamente.) Me asfixio en esta
iglesia, vámonos.

Sexto cuadro Escena II


El interior de la iglesia, qu~nce días más tarde./ Todos 1os HEINRICH y NAsTY van a salir. GoETZ entra bruscamente y
aldeanos se han refugiado alh y no salen ya. Alh comen V se abalanza sobre HEINRICH.
duermen. En este momento rezan. N ASTY y HEINRICH los rm-
ran rezar. Hay h01nbres y mujeres ten~idos en el.suelo, pues GoETZ.- ¡Perro! Todos los medios te parecen buenos para
se ha llevado a los enfermos a la iglesza. Hay quwnes gtrnen ganar tu apuesta. Me has hecho perder quince días; diez
y se agitan al pie del púlpito. veces he recorrido mis tierras buscándola y ahora me entero
de que estaba aquí mienh·as yo la buscaba el diablo sabe
dónde. Aquí, enferma, tendida sobre las piedras. Por culpa
Escena I mía. (HEINRICH se suelta y sale con NAsTY. GoETZ se repite
. a sí mt8rno.) Por mi culpa ... Nada, suena hueco. Quieres
Los campesinos en oración, N ASTY y HEINRICH ergüenza. . . no la siento. Orgullo es lo que exudan todas
o NASTY (a si mismo). - ¡No puedo oírlos más! ¡Ay! No teníais
otra cosá que vuestra cólera y soplé sobre ella para apagarla.
HEINRICH.- ¿,Qué dices?
NAsTY. -Nada.
\j mis llagas: desde hace h·einta y cinco años reviento de or-
gullo; es mi manera de morir de vergüenza, sería menester
cambiar esto. (Bruscamente.) ¡Quítame el pensamiento! ¡Quí-
alo! ¡Haz que me olvide! ¡Cámbiame en insecto! ¡Así sea!
(El murmullo de los campesinos crece y decrece.) ¡Catalina!
HEINRICH.- ¿No estás contento? (Avanza a través de la muchedumbre, mirando uno a uno
NAsTY.- No. 1 · 1 y llamando.) ¡Catalina! ¡Catalina! (Avanza hacia una forma
HEINRICH. -Por doquiera, las gentes se acumulan en as 1g e- oscura tendida sobre las losas. Levanta el paño .que la
sias el temor las atenaza y la revuelta ha muerto en el cubre. Lo deja cae1' t1'anquilizado. Desaparece t1'as un pilar,._
hue~o. ¿Qué más quieres? (ÑAsTY no respo,nde.) Me aleg_r~ré, Todavía se le ove lla,mq,1') ¡.Catalina!, .
pues, por ambos. (NAsTY lo golpea.) ¿,Q,ue te pasa ahma.
NAsTY.- Si te alegras, te rompo las costillas. . . ?
HEINRICH.- ¿No quieres que me alegre de nuestra v1cton::t.
NAsTY.- No quiero que te alegres de haber puesto a los
hombres en cuatro patas.
HEINRICH. - Lo que he hecho, lo h_e ~echo por ti y con tu
beneplácito. ¿Podía yo dudar de h, profeta? (NAsTY se.
SS ]ean- Paul Sartre
El diablo y Dios 89

LA ANCIANA (lloriqueando). - Mi rosario, allí ...


Escena III (Señal~ las ~osas en el sitio en que se hallaba antes.)
Hrr..nA; (tmpaczente, recoge el rosario y se lo arroja sobre las
Los CAMPESINOS, solos rodzllas). - ¡Toma! (Se domina y dice más dulcemente.)
Reza, anda, reza. Más vale la oración que el llanto. Por lo
(Un reloj da las siete.) · m~nos,, hace menos r~ido. (Le sec~ los ojos con su pañuelo.)
UN DURMmNTE (tendido sobre las losas, se despierta sobre- As1, as1. Y ahora,. suenat~. Ya es.ta. No llores más, te digo;
saltado).- ¿Qué hora ~? ¿Qué día es? no somos culpables y Dws no tiene derecho a castigarnos.
EL HOMBRE. - Es domin .. y son las siete de la mañana. LA ANCIANA (lloriqueando). - ¡Ay, hija mía, ya sabes que Él
-No, no es domingo. tiene todos los derechos!
-Se acabaron los domingos, se acabaron; ya nunca más 1os H~nA (con violencia). - Si tuviese derecho a castigar a los
habrá; nuestro cura se los llevó consigo. mocentes, me entregaría en seguida al diablo. (Se sobresal-
-Nos dejó los días de la semana, los días malditos del tra- tan y la miran. Ella se encoge de hombros y va a recostarse
ba jo y el hambre. contra el pilar. Permanece allí un instante con la mirada
EL CAMPESINo. - ¡Al diablo, entonces! ¡Me vuelvo a dormir! fija, como obsesionada por un recuerdo. Lt;ego, de repente,
Me despertaréis el día del Juicio. con asco.) ¡Puah!
UNA MUJER. - Recemos. MUJER 1~. - ¡Hilda! ¿Qué tienes?
(Entra Hrr..nA trayendo un haz de paja ·y seguida por dos Hrr..nA. - Nada.
campesinos que traen también gavillas de paja.) LA MUJER. - Sabías tan bien devolvernos la esperanza ...
Hrr..nA. - ¿Esperanza en qué?, ¿en quién?
LA Ml!JER. - Hilda, si tú desesperas, todos desesperaremos
Escena IV contigo.
Hrr..nA. - Está bien. No hagáis caso de lo que digo. (Se estre-
Los mismos, Hrr..nA y luego GoETZ mece.) Hace frío. Vosotros sois el único calor del mundo.
Es preciso que os apretéis unos contra otros y que esperéis.
MuJER 1~. - ¡Hilda, es Hilda! UNA voz. - ¿Qué debemos esperar?
MuJER 2~. - Nos hacías falta. ¿Qué pasa afuera? Cuéntanos. Hrr..nA: - Tener calo~. Tenemos hambre y sed, tenemos miedo,
Hrr..nA. - No hay nada que contar. Silencio por todas partes, sufnmos, pero lo unico que cuenta es tener calor.
salvo que las bestias berrean porque tienen miedo. LA MUJER. - Entonces, ven junto a mí, ven muy cerca de mí.
UNA voz. -¿Hace buen tiempo? (H~nA no se mueve. La ·MUJER se levanta y se le acerca.)
HrLnA. - N o lo sé. ~Esta muerta?
LA voz. - ¿No miraste el cielo?
HILDA. - Sí.
Hrr..nA. -No. (Pausa.) Traje paja para hacer lechos a los· enfer- LA MUJER. - Que Dios reciba su alma.
mos. (A las dos campesinas.) Ayudadme. (Levantan a un en- Hrr..nA. - ¿Dios? (Risa breve.) No quiere almas.
fermo y lo tienden sobre un lecho de paja.) Ahora a éste. LA MUJER. - ¡Hilda! ,iCómo te atreves a decir eso?
(Rumores en la muchedumbre.)
(El mismo juego.) Y aquélla. (Levantan a una anciana que
comienza a sollozar.) No llores, te lo ruego; no les qmtes Hrr..nA. -; El:~ vio el ü~Her;.1o antes de morir. De repente, se
levanto, diJO Jo que hab1a visto y murió luego.
el valor. Vamos, abuela, si comienzas a llorar, todos se ecll.~­ LA MUJER. - ~Na die la vela? ·
;rán a llorar conti~o. Hlf..DA. - Nadie. ¿,Quieres ir píp
90 ]ean- Paul Sartre
El diablo y Dios 91
LA MUJER. - Ni por todo el oro del mundo.
HILDA. - Está bien. Yo volveré ahora. Deja que me caliente EL CAMPEsiNo · - Vive como una monJI"ta, se priva de todo
un momento. Goayn d a a todo el mundo ... '
LA MUJER (volviéndose hacia la muchedurnbre ). - Oremos, her- ETZ. - Sí, sí. Todo eso sé hacerlo yo. Pero tiene que haber
manos. Imploremos el perdón para esa pobre muerta que otra cosa.
vio el infierno y que puede condenarse. ~L CAMPESINO. -Nada, que yo sepa.
(Se aleja y se arrodilla. Rumor monótono de rezos. GoETZ GoETZ. - ¿Nada? ¡Hum!
aparece y mira a HILDA que continúa apoyada contra el pilar.) EL CAMPESINO. - Es. . . es amable.
il HILDA (a media voz). - ¡Implorar tu perdón! ¿Qué tienes que GoETZ ( ec~án~ose a réfr). - ¿Amable? Gracias, buen hombre,
· perdonarnos? .Tú tendrías que implorar el nuestro! En cuan- me ~as Il~m1?ado..: (Se aleja.) Si es verdad que hace el Bien,
to a mí, no sé qué me reservas y a ella no la conocía; pero si ~le IegoCIJare, Senor, me regocijaré como es debido· con tal
la condenas, no quiero tu cielo. ¿Crees que mil años de pa- ~ que llegue tu reino, poco importa que sea obr~ suya 0
raíso me harían olvidar el terror de esos ojos? Sólo despre- mi~ .. (La mí1·a co.n animadversión.) ¡Como una monjita! ¿y
cio tengo para tus imbéciles elegidos cuyo corazón se rego- Y0 · ¿Es que no VIvo, acaso, como un monje? ¿Qué ha hecho
cija de que haya condenados en el infierno y pobres sobre ellCa qu <: no haga yo? (Se le acerca.) ¡Bue~os días! ¿Conoces
la tierra; yo pertenezco al partido de los hombres y no lo a ata1ma? ...,.
abandonaré; puedes hacer que muera sin sacerdote, y con- HILDA?(sobresaltándose). - ¿Por qué me lo p.reguntas? ¿·Quién
vocarme por sorpresa ante tu Tribunal; veremos quién juz- eres. · ·
!ll ga a quién. (Pausa.) Ella lo amaba. Toda la noche aullaba GoETZ. - Respóndeme. ¿La conoces?
por él. ¿Qué tenía, pues, ese bastardo? (Se vuelve brusca- HILnA. - Sí, sí. La conozco. (Aparta bruscamente el ca uchón
mente lwcia ellos.) ¡Si queréis orar, pedid que la sangre ver- de GoETZ Y .ze ~escubre el1·ostro.)Y a ti también tepconoz-
. tida en Righi caiga sobre la cabeza de Goetzl co, aung~e Jamas te haya visto. ¿Eres Goetz?
UNA voz. - ¡De Goetzl GOETZ. - SI.
HILDA. - ¡Él es el culpable!' HILnA. - ¡Por fin!
Voz. - ¡Que Dios castigue a Goetz, el bastardo I GoETZ. - ¿Dónde está Catalina?
GoETZ (con una risa breve). - ¡Bueno! Haga el J\1al o haga (Lo mira sin resp?nder, con una sonrisa de cólera.)
el Bien, me hago detestar siempre. (A un campesino.) ¿Quién HILDA. - Ya la veras, no hay prisa alguna.
es esa persona? GoETZ. -.¿Crees que e~la ,quiere sufrir cinco minutos más?
EL CAMPESINO. - Es Hilda. H~DA. -)¿Crees q~e deJara de sufrir cuando te vea? (Lo mira.
GoETZ. - ¿Hilda qué? r ausa. Esperareis ambos.
1

EL CAMPESINO. - Hilda Lemm. Su padre es el molinero más GoETZ. - ¿Esperar a qué?


rico de la aldea. HILDA. -A que yo te haya mirado a mis anchas.
GOETZ - ·Local N t
GoETZ (con amargura). -La escucháis como a un oráculo. Os • 1 • o e conozco, ni· quiero
· conocerte.
dijo que oraseis contra Goetz y ahí estáis todos~ rodilJas1 HILnA. - Te conozco yo.
EL CAMPESINO. - La queremos mucho. GoETZ.- No.
GoETZ. - ¿La queréis? ¿Es rica, y la queréis? HILDA. -- ¿No? Tienes en el pecho un mechón de cabellos ri-
EL CAMPESINO. - Ya no es rica. El año pasado debió tomar ~ados que se dirí~ de terciopelo negro; a la izquierda de la
el velo pero, cuando vino el hambre, renunció a sus votos mg~e, una vena ¡;oieta que se hincha cuando haces el amor;
para venir a vivir con nosotros. encima de los rmones, un antojo del tamaño de una fresa
GOETZ. - ACómo lo sabes? ·
GoETZ. - ¿!Cómo hace para que la quieran~
HILlJ~, - Hace cinco días y cinco noches que velo a Catalina.
92 ] ean - Paul SaTtre El diablo y Dios 93

Estábamos tres en la habitación: ella, yo, tú. Y hemos viví; GoEz (acercándosele). -¿Te amaron desde el primer momen~
do los tres. Ella te veía a ti por todas partes y yo acabe to?
viéndote. Veinte veces por noche se abría la puerta y tú HILDA. - Sí, desde el primer momento.
entrabas. La mirabas con un aire perezoso y fatuo y le aca- GOETZ (a sí mismo). - Eso es lo que pensaba: de inmediato
riciabas la nuca con dos dedos. Así. (Le toma la mano brus- o nunca. Se gana o se pierde de antemano. El tiempo y el
camente.) Y bien, ¿qué es lo que tienen estos de?os? ¿Qué esfuerz~ ~ada valen: (Brt;scament.e.) Dios no puede querer
es lo que tienen? Un poco de carne con vello encima. eso, es m1usto. Eqm":aldna a decir que hay gentes que na-
(Lo rechaza violentamente.) cen condenadas.
GoETZ. - ¿Qué decía ella? . HILDA. - Las hay; Catalina, por ejemplo.
HILDA. - Todo lo necesario para que me produJeses horror. GoETZ (sin. escucharla). -¿Qué es lo que les has hecho, bruia?
GoETZ. - ¿Que yo era brutal, grosero, repugnante? Es preciso que les hayas hecho algo para triunfar donde
HILDA. - Que eras hermoso, inteligente, , valeroso;. que eras yo he fracasado.
insolente y cruel; que una mujer no podia verte sm amarte. HILDA. - Y tú, ¿qué hiciste para embrujar a Catalina?
GoETZ. - Te hablaba de otro Goetz. (Se miran fascinados.)
HILDA. - Sólo hay uno. GoETZ (sin dejar de mirarla). - Me has robado su amor. Cuan-
GoETZ. - Pero mírame con tus ojos. ¿Dónde está la crueldad? do te miro, lo que veo es su amor.
¿Dónde está la insolencia? ¡Ay! ¿Dónde está la ~nteligen­ HILDA. - Y yo, cuando te miro, veo el amor de Catalina y
cia? Antes veía claro y lejos, porque el Mal es sencillo; pero eso me causa horror.
mi vista se ha empañado y el mundo está lleno de cosas que GoETZ. - ,rQué es lo que me reprochas?
no comprendo. ¡Hilda, por favor, no seas mi enemiga! HILDA. - Te reprocho, en nombre de Catalina haberla redu-
HILDA. - ¿Qué puede il11Portarte que lo sea, si carezco de me- cido a la desesperación. '
dios para perjudicartél . . .. GoETZ. - Eso no te incumbe.
· GoETZ (señalando a los campesuws). - Me has perlndiCado HILDA. - Te reprocho, e~ nombre de estas mujeres y estos
con ellos. hombres, el haber arro1ado sobre nosotros tus tierras por
HILDA. - Ellos son míos y yo de ellos; no vengas a mezclar- carretadas v habernos sPpultado debaio de e11as.
los en tus historias. GoETZ. - ¡Vé ~ que te claven!. .. No tengo que justificarme
GoETZ. - ¿Es verdad que te aman? ante una muJer.
HILDA. - Sí, es verdad. HILDA. - Te reprocho, en mi propio nombre, haberte acostado
GoETZ. - ¿Por qué? · conmigo contra mi voluntad.
HILDA. - Jamás me lo he preguntado. GoETZ (estupefacto). - ¿Acostarme contigo?
GoETZ. - ¡Bah! ¡Porque eres bella! HILDA. - Durante cinco noches seguidas, me has poseído por
HILDA. - No, mi. capitán. Vosotros amáis a las mujeres bellas la astucia y la violencia.
porque no tenéis nada que hacer y porque coméis manja- GoETZ (riéndose). - ¡Lástima que fuera en s~eñosl
res especiales. Mis hermanos traba jan todo el día y tienen HILDA. - En sueños, sí. Fue en sueños. En el de ella: me arras-
hambre: no tienen ojos para la belleza de las mujeres. tró dentro. Quise sufrir con sus sufrimientos como sufro con
GoETZ. - ¿Entonces qué? ¿Es porque necesitan de ti? los de éstos; pero era una trampa; pues fu~ preciso que te
HILDA. - Más bien porque yo necesito de ellos. amase con su amor. Loado sea Dios, que ahora te veo. ¡Te
GoETZ. - ¿Por qué? veo de día y me libero! De día, no eres más que tú mismo.
;Hn:,nA. - N o puedes comprenderlo. GoETZ. - Pues bien, sí, despiértate: todo pasó en tu cabeza;
9·1 ]ean- Paul SartTe El diablo y Días 95

no te he tocado; hasta esta mañana, jamás te había visto;


no te ha pasado nada. . . Escena V
v HILDA. -Nada. Absolutamente nada. Ella gntaba en mis bra-
zos, pero qué importa: no me ha suced~do na?a porque no Los mismos, HEINRICH, NAsTY y CATALINA
has tocado mis senos ni mi boca. Pardiez, mi hermoso ca-
pitán eres solitario como un rico y nunca sufriste sino de CA,TALJ;N;A (ya no grita. Balbucea, erguida a 1nedias). -, ;¡No!
las h~ridas que te hiciera?. ~sa es tu. desgra~ia .. Yo, ~pe~ a~ ¡No! ¡Nol ¡No!
si siento mi cuerpo: no se donde comienza m1 vida, n1 don GoETZ (gritando). - ¡Catalina! (A HILDA.) ¡Carroña! ¡Me men-
de termina v no siempre respondo cuando me llaman; ¡tanto tiste!
me sorprende, a veces, tener un nombre! .~ero sufro en todos HILDA. - Yo ... yo no te mentí, Goetz. Su corazón había de-
los cuerpos, me golpean en todas las meJillas, muero con to- jado de palpitar.
das las muertes; todas las mujeres que tomaste por fuerza, (Se inclina sobre CATALINA.)
1; las has violado en mi carne. HEINRICH. - La oímos gritar desde el camino. Dice que el
GoETZ (triunfante). - ¡_Por fin! (HILDA lo mira con sorpresa.) diablo la acecha. N os ha suplicado que la traigamos al pie
¡Serás la primera! de la CITlZ.
HILDA. - ¿La primera? (La muchedumbre se levanta ante ellos, amenazadora.)
GoETZ. - La primera en amarme. VocEs. - ¡No! ¡No! ¡Está condenada! ¡Fuera de aquí! ¡Fuera!
HILnA. - ¿Yo? (Se ríe.) . . ¡Fuera de aquí ahora mismo!
GoETZ. - Me amas ya. Te he tenido en nus brazos cmco n?- GoETZ. - ¡Por Dios, perros, que os enseñaré la caridad cris-
ches, y te he marcado. Amas en mí el, amor que me . ~ema tiana!
Catalina y yo en ti, amo el amor ~e est~s. Me amaras. Y HILDA. - Cál!ate. Sólo sabes hacer el m-al. (A los. campesinos.)
si son tuyos, como lo pretendes, sera preciso que me amen Es un cadaver: el alma se aferra porque está rodeada de
a través de ti. , , demonios. También a vosotros os acecha el diablo. ¿Quién
HILDA. - Si mis ojos hubiesen de mirarte algun d1a con ter- se apiadará de vosotros, si no os apiadáis de ella? ¿Quién
nura me los saltaría ahora mismo. (Él la tonta por el brazo. amará a los pobres si los pobres no se aman entre sí? (La
Ella 'cesa bruscamente de 1·eír y lo mira malignamente.) Ca· muchedumbre se aparta en silencio.) Llevadla al pie rlel
talina ha muerto. , ? Cristo, ya que así lo quiere.
GoETZ. - (Muerta! (La notida lo abruma.) ¿Cuando .. ( HEINRICH y N ASTY llevan la camilla a los pies de la cruz.)
HILDA. - Hace unos minutos. CATALINA. - ¿Está aquí?
GoETZ. - ¿Ella. . . sufrió? HILDA. - ¿Quién?
HILDA. - Vio el infierno. CATALINA. - El cura.
GoETZ (tambaleante). - ¡Muerta! . . HILDA. - N o está todavía.
HILDA. - Se te ha escapado, ¿eh? Anda, pues, a a:anc~arle 1.a CATALINA. - ¡Vé a buscarlo! ¡Pronto! Viviré hasta que él
nuca. (Silencio. Luego, g1·itos al fondo .de la 'tglesw. Los llegue. .
campesinos se levantan y se vuelven hacw la entrada de la GoETZ (aproximándose). - ¡Catalina!
i.glesia. Un momento de espera. Grecen los rumores. Luego CATALINA. - ¿Es él?
aparecen HEINRICH y NASTY trayendo a CATALINA en una GoETZ. - Soy yo, amor mío.
camilla.) CATALINA. - ¿Tú? ¡Ah! Creía que era el cura. (Empieza a
gritar.) ¡Quiero un sacerdote! ¡Id a buscarlo, pronto; no
quiero morir sin confesión!
El diablo y Dios 97
96 ]ean- Paul Sartre
CATALINA. - ¿Cómo harás? No eres sacerdote.
GoETZ. - No tienes nada que temer, Catalina, no te harán GoE~. - Voy a pedirle a Cristo que me dé tus pecados 1.. x1
daño; sufriste demasiado sobre la tierra. entiendes? · ¿~v e
CATALINA. - Te digo que los veo. CATALINA. - Sí.
GoETZ. - ¿D@nde? GOETZ.,- Los llevaré en lugar tuyo. Tu alma será pura como
CATALINA. - Por todas partes. ¡Echadles agua bendita! (Re- el ~Ia de su nacimiento. Más pura que si el sacerdote te
anuda sus gritos.) Sálvame, Goetz, sálvame; tú lo hiciste todo, hubwra absuelto.
yo no soy culpable. ¡Si me amas, sálvame! CATALINA. - ¿Cómo sa?ré si te lo otorga?
( HILDA la rodea con sus brazos y trata de .acostarla de nue- GoETZ. - Voy a orar: SI vuelvo a ti con el rostro roído por la
vo en la camilla. CATALINA se debat@ gritando.) lepra o la gangrena, ¿me creerás?
GoETZ (suplicante). - ¡Heinrichl CATALINA. - Sí, amor mío, te creeré.
HEINRICH. - ¡Ya no soy de la Iglesia! GoETZ (alejándose). - Tú sabes que tus pecados son míos.
GoETZ. - Ella no lo sabe. Si hicieses el signo de la cruz sobre Devuelveme lo que me pertenece. No tienes derecho a ·con-
su frente, la salvarías del horror. denar a, es~a mujer, pues yo soy el único culpable. ¡Vamos!
HEINRICH. - ¿Para qué si ha de encontrar el horror del otro He .~qui mis brazos, he aquí mi rostro y mi pecho. Roe mis
lado de la muerte? ~eJillas. Que sus pecados sean el pus de mis ojos y de mis
GoETZ. - ¡Pero eso son vjsiones, Heinrich! mdo,s,. que ab,rasen mi espalda, mis muslos y mi sexo como
HEINRICH. - ¿Tú crees? (Se ríe.) un ac1do. ¡~am~ la lepra, el cólera, la peste, pero sálvala!
GoETZ. - Nasty, tú que pretendes que todos los hombres son CATALINA (mas debilmente). - ¡Goetz! ¡Socorro!
sacerdotes ... GoETZ. - ¿No me escuchas, Dios sordo? .No rechazarás el
(NASTY se encoge de hombros y hace un gesto de abruma- trueque que te propongo, porque es justo.
da impotencia.) CATALINA. - ¡Goetzl ¡Goetzl ¡Goetz!
CATALINA (sin oírlos). - ¿Pero no veis que voy a morir? (HJL- GoETZ . - ¡Ah! ¡No puedo oír más esa voz! (Sube al púlpito.)
DA quiere obUgarla a tenderse de nuevo.) ¡Déjame! ¡Dé- Monste por los hombres, ¿si o no? Entonces, mira: los hom-
iamel bres su~ren. Es ,preciso recomenzar a morir. ¡Dáme! ¡Dáme
GoETZ (a sí mismo). - Si al m~nos os pudiese. . . (Toma su tus hendas! ¡Dame la llaga de tu flanco, dáme los dos hue-
decisión de repente y se vuelve hacia la muchedumbre.) cos de tus manos! S.i pudo un Dios sufrir por ellos, ¿por qué
Esta muier se ha perdido por mi culpa y por mí será salva- ?o ,un hombr~? ~.Tienes celos de mí? ¡Dame tus estigmas!
d~. ¡Idos! ¡Idos todos! (Salen lentamente. NAsTY arrastra a ¡Damelos! (Tzende los brazos en cruz frente al Cristo Y ·Dá-
melos! ¡Dámelos! ¡Dámelos! (Repite "¡Dámelos!" co~o una
1
HEINRICH. HILDA vacila.) Tú también, Hilda.
(Ella lo mira y sale.) esp~cze de, encantamiento.) ¿Estás sordo? Soy demasiado
n~ciO: ¡a~date, que Di~s te ayudará! (Saca un puñal del
cznto,. se hzere la mano zzquierda con su mano derecha la
Escena VI rnan~ derech~ con su mano izquierda, y luego el fla~co.
Arro¡a despues el cuchillo tras el altar, se inclina y mancha
GoETZ, CATALINA y, más tarde., la muchedumbr;f- co~ sangre el pecho del Cristo.) ¡Venid todos! (Entran.)
Cr.Isto ha sang~ad~. (R~mores. GoETZ levanta las manos.)
GoETZ. - ¡Ahora te tengo, Dios! Por avaro que seas de tus ~~hrad, en su m1sencord1a, ha permitido que yo lleve los es-
milagros, ahora. será preciso que hagas uno para mí. tig:nas. La sangre de Cristo, hermanos míos, la sangre de
CATALINA. - ¿Adónde van? No me dejes sola. Cnsto brota de mis manos. (Baja del púlpito y se acerca a
GoETZ. -No, Catalina; no, amor mío, yo te salvaré.
98 ]ean- Paul Sartre

CATALINA.) No temas nada ya, amor mío. T?co tu fre;nte,


tus ojos y tu boca con la sangre de nuestro Senor Jesucnsto.
(Le unta de sangre el rostro.) ¿Los ves todavía?
CATALINA. -No ..
GoETZ. - Muere en paz.
CATALINA. - Tu sangre, Goetz, tu sangre. La diste por mí.
GoETZ. - La sangre de Cristo, Catalina.
CATALINA. - Tu sangre ... Acto tercero
(Muere.)
GoETZ. - Arrodillaos. (Se arrodillan.) Vuestros sacerdotes son
unos perros; pero no temáis nada; estoy entre vos?b·os: mien- Séptimo cuadro
tras la sangre de Cristo brote de estas manos, nmguna .. des-
gracia os ocurrirá. Regresad a vuestras casas y regocl]aos:
es fiesta. El reino de Dios comienza hoy para todos. Cons- Escena I
truiremos la Ciudad del Sol.
(Pausa. La muchedumbre sale lentamente, sin decir palabra. U na plaza en Altweiler
Una mujer pasa cerca de GoETZ, le agarra la mano y se em-
badurna el rostro con su sangre. HILDA se queda la última. c_1·upo de camp~sinos en torno a una campesina que les sirve
Se acerca a GoETZ, pero éste no la ve.) de znstructora. Mas tarde, KARL y la MuCHACHA. La INsTRuc-
HILDA. -No les hagas mal. TORA es una mujer joven, de aire dulce. Tiene un bastón en la
(GoETZ no responde. Ella se va. GoETZ vacila y se apoya mano, con _el que muestra las letras dibujadas e_n el suel~.
contra una columna.)
GoETZ. - Son míos. ¡Por fin! LA INSTRUCTORA. - ¿Qué letra es ésa?
U N CAMPESINO. - Es una A.
LA INSTRUCTOR4.,· -¿Y ésta?
ÜTRo CAMPESINO. - Una M.
TELóN LA INSTRUCTORA. - ¿Y estas dos?
UN CAMPESINO. - u R.
LA INSTRUCTORA. - ¡No!
ÜTRO CAMPESINO. -o R.
LA INSTRUCTORA. - ¿Y la palabra entera?
UN CAMPESINO. -Amor.
Tonos Los CAMPESINOS. - Amor, amor ...
LA INSTRUCTORA. - ¡Animo, hermanos! Pronto sabréis leer Dis-
·~uiréis el bien del mal yJo verdadero de I;gfalso. Y ~h;;,
, el de a11a ... respondeme: ¿c11á] es ppm a PRHWW na-
~yralez.¡[
UNA CAMPESINA re ondiendo como en el catee· mo. - Nues-
tra rimera naturaleza es la tura eza ue teníamos· antes
de conocer a oetz.
El diablo y Dios 101
lOO ]ean- Paul Sart?·e
UNA CAMPESINA. - Es dulce poder mimar a un extranjero.
LA INSTRUCTORA. - ¿Y cómo era? ¿Qué queréis?
UN CAMPESINO (1ni::;mo juego). - Era mala.. . LA MUCHACHA. - Queremos ver al hombre cuyas manos san-

i LA INSTRUCTORA. - ¿Cómo debemgs gpm_batu: nuestra pnmerª-::.


naturaleza ?I.AW
4- um cÁMPESiÑA.- Enseñándole al cuerpo los gestos ~\oa~,;¡
LA INSTRUCTORA. - ¿Los gestos del amor son el am.Q!1.-
UN cAMPESINO. - No, los gestos del amor no son ...
gran.
KARL. - ¿Es verdad que hace milagros?
UNA CAMPESINA. - No hace otra cosa.
UN CAMPESINO. -. Ni un _sol? día dejan de sangrar.
UN CAMPES~<?· NI un solo dia dejan de sangrar.
(Entra HILDA. Los campesinos la señalan.) KARL. -. Qms1era, e.ntonce~, que ponga un poco de sangre so-
LA INSTRUCTORA. - ¿Qué pasa? (Se vuelve.) ¡Ah! ¡Hilda!. · · bre mis pobres OJOS a fm de que me devuelva la vista.
(Pausa.) Hermana ... Nos estorbas. UNA C~MPESINA. - ¡Ah! ¡Ah! Justamente es lo suyo. ·Te
HILDA. - ¿En qué os estorbo? Si no digo nada. curara! l
LA INSTRUCTORA. - N o d · ero nos miras KARL. - ¡Q~é suerte tenéis con poseer a ese hombre! ¿Y ya
ue n "· nunca haceis el mal?
HILDA. - ¿No puedo pensar lo que quiera? UN CAMPESINO. - Nadie bebe, nadie roba.
LA INSTRUCTORA. - N o, Hilda. Aquí se piensa a plena luz y en O'?o CAMPESINO. - Prohibido a los maridos pegar a sus mu-
voz alta. Los pensamientos de cada cual pertenecen a todos.
Jeres.
¿,Quieres unirte a nosotros? UN CAMPEs~o. - Prohibido a los padres pegar a sus hijos.
HILDA. - ¡No! KARL ( sentandose en un banco). Con tal de que esto dure.
LA INSTRUCTORA. - ¿No nos quieres, pues? UN CAMPESINO. - Durará hasta que Dios quiera.
HILDA. - Sí, pero a mi manera. . KARL. - ¡Ay! (Suspira.)
LA INSTRUCTOHA. - ;No te hace feliz nuestra dicha? LA INSTRUCTORA. - ¿Por qué suspiras?
HILDA. - Yo ... ¡Ah! hermanos míos, habéis sufrido tanto: si KARL. - La pequeña ha visto por todas partes hombres en ar-
sois felices, menester es que lo sea yo también. . nias. Los campesinos y los barones van a pelear.
(Entra KARL con una venda en los ojos, guiado por una LA INSTRUCTORA. - ¿En las tierras de Heidenstamm?
m/uchacha.) · 'ó. KARL. - No; a sú alrededor.
LA INSTRUCTORA. - AQuién es? . a~ tt,.<~(t"' LA INSTRUCTORA. - En ese caso, no es cosa que nos concierna.
LA MUCHACHA. - Buscamos la Ciudad del ~ . -\:,..,..... No queremos mal a nadie y nuestra tarea es hacer que reine
UN CAMPESINO. - Estáis en la Ciudad del~ e] amor. ·
LA MUCHACHA (a KARL). - Lo huhiera apostado. Lástima que KARL_· - ¡Bravo! Dejadlos, pues, que se maten entre sí. El
no puedas ver qué buena cara tienen: . te regocijaría. · odiO, las m.atanzas, la sangre de los. demás, son los alimen-
(I.,os campesinos se agrupan en torno de ellos.) tos necesanos a vuestra felicidad. .
Los CAIVIPESINOS. - ¡Pobrecillos! ¿Tenéis hambre? ¿Tenéis sed? UN CAMPE~INO. -_ ¿Qué dices? AEstás loco?
¡Sentaos, pues! KARL. - Solo repito lo que se dice en todas partes.
KARL. - ¡Ah!, sois muy buenos. LA INSTRUCTORA. - ¿Qué es lo que dicen?
UN CAMPESINO. -Aquí, todo el mundo es bueno. Todo el mun- KARL. - Dicen que vuestra felicidad ha hecho más insopor-
do es feliz. tables sus sufrimientos y que la desesperación los ha impu1-
ÜTRO CAMPESINO. - Pero en estos tiempos inquietos ya no se s~~o a las resoluciones extremas. (Pausa.) ¡Bah! Razón te-
viaja más. Y estamos reducidos a amarnos entre nosotros. neis de no preocuparos: ¡.qué más da unas cuantas O"otas de
Por eso nos colma de dicha vuestra llegada. ~;ang:re S,obr~ vue~tra <;licha! ¡No es :pagarll;l d~J;Da~iado carot
102 ]ean- Paul Sartre El diablo y Dios 103

LA INSTRUCTORA. -Nuestra felicidad es sagrada. Goestz nos lo rra estall~, os pedirán cuentas y no se admitirá que hayáis
ha dicho. Pues no somos felices solamente por cuenta nues- permanecido neutrales mientras vuestros hermanos se hacían
tra, sino por cuenta de todos. Somos testimonio de todos y degollar. Si .los ca.mpesino~ obtie~en la victoria, bien podéis
ante todos de que la felicidad es posible. Esta aldea es un temer que I~:endien la Ciudad del· Sol para castigaros por
santuario y todos los campesinos deberían volver sus ojos haberlos traiciOnados. En cuanto a los señores si ganan no
hacia nosotros como los cristianos hacia la tierra santa. t?1eraran que una tierra noble permanezca en manos de
1 ' '

KARL. - Cuando regrese a la aldea, anunciaré por todas partes siervos. ¡A las armas, muchachos, a las armas! Si no os batís
la buena nueva. Conozco familias enteras que revientan de por la fraternidad, hacédlo, al menos, por el interés; la fe-
hambre y que se sentirán aliviadas al saber que sois felice~ licidad es. algo que hay que defender .
a costa suya. (Silencio embarazoso de los campesinos.) ¿Y que UN CAMPESINO. - No pelearemos.
haréis, buenas gentes, si estalla la guerra? KARL. - Entonces, os derrotarán.
UNA CAMPESINA. - Rezaremos.
KARL. - ¡Ay! Temo que tengáis que tomar partido.
LA INSTRUCTORA. - ¡Eso sÍ que no!
Tonos LOS CAMPESINOS. - ¡No! ¡No! ¡No!
LA INTRUCTORA. - Besaremos 1~ mano que nos hiera, morire- .
mas orando por quienes nos maten. Mientras estemos vivos, . ·
tendremos el recurso de hacer que nos maten, pero cuando
estemos muertos nos instalaremos en vuestras almas y nues- "
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KARL. - ¿.No es una uerra santa la de los esclavos que quie- h·as voces resonarán en vuestros oídos.
ren convertirse en ombres? KARL. - ¡Pardiez! Os sabéis bien la lección. ¡Ah! No sois
LAlÑsTRUCTORA. - Todas las guerras son impías. Seguiremos vosotros los culpables; el criminal es el falso profeta que ha
siendo los guardianes del amor y los mártires de la paz. puesto en vuestros ojos esta extraviada dulzura.
KARL. - Los señores pillan, violan, matan. a nuestros hermanos Los CAMPESINos. - ¡Insulta a nuestro Goetz!
a vuestras puertas, ¿y vosotros no los odiáis? (Se abalanzan sobre él.)
UNA CAMPESINA. - Los compadecemos por ser malos. LA ~U~A_CHA. - ¿Golpearéis a un ciego, vosotros que preten-
Tonos LOS CAMPESINOS. - Los compadecemos. deis VIVII' para amar?
KARL. - Si son malos, ¿no es justo que sus víctimas· se rebelen? U N CAMPESINO (arrancando la venda de KARL). - ¡Bonito cie-
LA INSTRUCTORA. - Venga de donde venga, la violencia es go! Mirad: es Karl, el criado del castillo· su corazón está
injusta. po?rido J{or el odio ¡ hac~ muchas sema~as que anda por
KARL. - · Si condenáis las violencias de vuestros hermanos, . ahi, predicando la discordia y la rebelión.
¿aprobáis entonces las de los barones? Los CAMPESINos. - ¡Colguémoslel
LA INSTRUCTORA. - Claro que no. HILDA. - ¿Y bien, corderillos, ya estáis rabiosos? Karl es un
KARL. - Tiene que ser, puesto que no queréis que cesen.
perro, pues os incita a la guerra. Pero dice la verdad y no
LA INSTRUCTORA. - Queremos que cesen por la propia voluntad
de los barones. os permi~ü:é que ataquéis a quien dice la verdad, venga de
KA"RL. - ¿Y quién les dará esa voluntad? donde vmiere. Es verdad, hermanos, que vuestra Ciudad
LA INSTRUCTORA. - ¡Nosotros! del Sol está edificada sobre la miseria de los demás; para
Tonos Los CAMPESINOS. - ¡Nosotros! ¡Nosotros! que los barones la toleren, es preciso que sus campesipos
KARL. - Y de aquí a entonces, ¿qué deben hacer los cam.:. se resignen a la esclavitud. Hermanos míos, no os reprocho
pesinos? · ~uestra felic.idad, pero m.e sentía más tranquila cuando
LA INSTRUCTORA. - Someterse, esperar y rezar. eramos desdichados todos JUntos, pues nuestra desdicha era
KARL. - Traidores, estáis desenmascarados: sólo tenéis amor la de todos los hombres. Sobre esta tierra sangrante, toda ale-
;ror vosotros mismos. Pero a11dad con cuidado: si esta gue- f$rÍ::t ~s obscena y las gentes felices están solas.
104 ]ean- Paul Sartre El diablo )' Dios 105

UN CAMPESINO. - ¡Anda! Tú sólo quieres la miseria, ¡GoETZ LA INSTRUTORA. - Se I:efiere a· Hilda. La queremos mucho, pero
quiere construir! . ? nos estorba; no esta de acuerdo contigo.
HILDA. - Vuesh·o Goetz es un impostor. (Rumotes.) ¿Y bien. GoETZ. - Lo sé.
¿Qué esperáis para herirme y ·ahorcarme? HILDA. - ¿Qué os importa eso, si voy' a irme?
(Ent1'a GoETZ.) GoETZ (sorprendido). - ¿Te vas? ·
HILnA. - Ahora mismo.
GoETZ. - ¿Por qué? .
Escena II HILDA. - Porque son felices.
GoETZ.- ¿Y qué?
Los mismos, GoETZ HILDA. - Soy inútil para las gentes felices.
GoETZ. - Te aman.
GoETZ. - ¡Qué significan estos rosh·os amenazantes? HILDA. - Seguro, seguro. Pero se consolarán.
UN CA1vfPESINO. - Goetz, es que... . , . GoETZ. - Todavía te necesitan.
GoETZ. - ¡Cállate! No quiero ver ceños fruncidos. Sonreid pn- HIL;>A. - ¿Tú ~r~~s? (S~ vu~lve hacia los campesinos.) ¿Toda-
mero y hablad luego. ¡Vamos, sonreíd! VIa me necesitms? (Szlencw embm·azoso de los camvesinos.)
(Los campesinos sonríen.) . ¿Lo ves? ¿De qué podría servirles yo, teniéndote a ti? Adiós.
UN CAMPESINO (sonriendo). - Este hombre nos predicaba la GoETZ (a los campes~1;ws). - ¿L~ dejaréis partir sin, una pala-
rebelión. bra? Ingratos, ¿qmen os salvo de la desesperacion cuando
GoETZ. ~ Tanto mejor. Es una prueba. Es preciso saber oír la erais desgraciados? Quédate, Hilda, te lo pido en nombre
palabra del odio. suyo. Y a vosoh·os, os ordeno devolverle vuestro amor.
UNA CAMPESINA (sonriendo). - Te insultó, Goetz, y te llamó HILDA (con repentina violencia). - Guárdalo todo· me robaste
falso profeta. mi bolsa, pero no me darás limosna con mi di~ero.
GoETZ. - Mi buen Karl, ¿tanto me odias? LA INSTRUCTORA. - Quédate, Hilda, ya que él lo quiere. Le
KARL. - A fe que sí: te odio mucho. obedeceremos, te lo juro, y te amaremos como nos lo ordena
GoETZ. - Es que no he sabido hacerme amar, entonces: per- el Hombre Santo. ·
dóname. Acompañadle hasta la entrada de la aldea, dad]e HILDA. - ¡Chist! ¡Chist! Me amasteis por un movimiento na-
víveres y el beso de paz. tural de vuestros corazones. Ahora se acabó; no hablemos
KARL. -Todo esto terminará en una carnicería, Goetz. Que la más. Olvidadme, olvidadme pronto; cuanto antes, mejor.
sangre de estos hombres caiga sobre tu cabeza. GoETZ (a los campesinos). - ¡Dejadnos!
GoETZ. - Así sea. (Salen los campesinos.)
(Salen.)
Escena IV
Escena III
GOETZ - HILDA
Los mismos, menos KARL y la MuCHACHA
GoETZ. - ¿Adónde irás?
GoETZ. - Oremos por ellos. HILDA. - A cualquier sitio. La. miseria no falta.
LA INSTRUCTORA. - Goetz, hay algo que nos inquieta. GoETZ. - ¡Siempre la miseria! ¡Siempre la desgracia! ¿Es que
GoETZ. - Habla. no hay nada más?
106 ]ean- Paul Sm·tre
El diablo y Dios 107
HILDA. - Para mí, nada. Ésa es mi vida.
GoETZ. -¿Es menester sufrir siempre con los d~lore~ del hom- Escena V
bre? ¿Es que no podemos alegramos ?~ su di.cha.. •
HILDA (violentmnente). - ¡Yo no lo puedo¡ ¡Bomta d1eh~.1 ¡Ba-
GOETZ - HILDA - NASTY
lan! (Con desesperación.) Oh, Goetz, desde que estas c~n
nosotros, soy la enemiga de mi alma. Cuando h~bla, tenoo
vergüenza de lo que dice. Ya sé que ahora no tienen. ~am­ NAsTY (con voz sorda). - ¡Goetz! ¡Goetz! ¡Goetzl
bre y que su trabajo es menos duro: si quieren esa fehc1dad GoETZ (volviéndose). - ¿.Quién es? ... ¡Nastyl. ..
de ovejas, debo quererla con ellos. Pero no puedo, no puedo NASTY. - Los hombres están sordos.
quererla. :Nienester es que sea un monst.ruo; los amo menos GoETZ. - ¿Sordos? ¿Sordos a tu voz? Es cosa nueva.
NASTY. - Sí. Nueva.
desde que son m.::nos desdichados. Y, sm embargo, me ho-
rroriza el sufrimiento. (Pausa.) ¿Es que soy mala? GoETZ. --; ¿Te .pone Dios a prueba, como a los demás.? Vere-
GüETZ. - ¿Tú? No. Eres celosa. . mos como te portas.
Hrr.nA. - Celosa. Sí. Hasta morir. (Pausa.) ¿Ves? Es hora ,de NAST~. -.Que J?ios. ~e prueb~ tanto como quiera. No dudaré
que me vaya; me has podrido. Donde quiera .que yo este Y de el n1 de mi m1s10n; y si el duda de mí, es que está loco. ·
hagas tú lo que hagas, será preciso que suscites el mal en GoETZ. - Bueno, habla ya.
los corazones. Adiós. , ? NASTY (señalando a Hrr.nA). - Despídela.
GoETZ. - Adiós. (Ella no se marcha.) ¿Y bien? ¿Q~e esperas. GOETZ. - Ella es lo mismo que yo. Habla o vete. ·
(HILDA va a salir.) Hilda, no me abandones, ¿quieres? (Ella NASTY. - Está bien. (Pausa.) Ha estallado la revuelta.
ríe.) ¿Qué tienes? . . GoETZ. - ¿Qué revuelta? (Bruscamente.) ¡No es cosa mía! ¡No
HILDA. _ ¿Eres tú, tú que me lo has quitado todo, qu1en me es cosa mía! ¡Que se maten enh·e sí, nada tengo que ver yo
en ello!
pide que no te abandone?
GoETZ. - Cuanto más me aman, más solo estoy .. Soy s~ techo NAsTY. - Sólo les retenía el temor a la Iglesia: tú les probaste
y no tengo techo. Soy su cielo y no_ tengo cw~o. S1, tengo que no necesitaban sacerdotes; ahora pululan los profetas.
uno: éste. ¿Ves qué lejos está? Qmse convertirn:e en co- Pero son profetas d_e cólera que predican la venganza.
lumna y sostener la bóveda celeste. ¡Locura! El cielo es un GoETZ. - ¿Y todo eso es obra mía?
NASTY. -Sí.
hueco. Hasta me pregunto dónde habita Dios. (Pausa.) Todo GoETZ.- ¡Toma!
viene de que no los amo bastante. He hecho los gestos del (Lo golpea.)
amor pero el amor no ha venido; habrá que creer que no
' . 1 • ? NAsTY. - ¡Pega! ¡Pega, pues!
estoy dotado para el amor. ¿Por que me miras ..
HILDA. - Ni siquiera los amabas. Me has ro,bado pma nada .. GoETZ,· - ¡Ah! (Gira sobre sí mismo.) LQué dulce era el Mal:
GoETZ. - ¡Ah! No era su amor lo que hab1a que rob~rte, s;no pod:a matar! (Se pasea. Pausa.) Vamos, ¿qué tienes que
pedirme? ·
el tuyo. Sería preciso que lo~ am~se con .tu corazon. Mua,
te envidio hasta tus celos. Estas ah1, los muas, los tocas, eres NAsTY. - Tú puedes evitar lo peor.
calor, eres luz y no eres yo; es insopor~able. N o ?oi?pren~o Go~T~. - ¿yo? (Risa seca.) Ya sabes que hago mal de ojo, im-
por qué somos dos y quisiera convertirme en ti sm deJar becil. ¿Como te ah·eves a servirte de mí? ·
de ser yo mismo. NASTY. - No puedo elegir. .. No tenemos armas ni dinero ni
(Entra NAsTY.) jefes militares y nuestros campesinos son de~asiado in~lis­
ciplina~os para formar buenos soldados. En pocos días co-
menzaran nuestros reveses; en unos meses, las matanzas,
GbETZ. - ¿Y bien?
108 ]ean- Paul Sartre
El diablo y Dios 109
NAsTY. - Queda una posibilidad. Hoy no puedo canalizar la GoETZ. - ¡Hilda!
revuelta; dentro de tres meses podré hacerlo. Si ganam?s HILnA.- ¿Qué quieres?
una batalla campal, una sola, los barones nos ofreceran
GoETZ. - Ayúdame. ¿Qué harías tú en mi lugar?
la paz.
GOETZ. - ¿Y cuál es mi papel en todo eso? H~A. - Jamás estaré en tu lugar ni quiero estarlo. Vosotros
NAsTY. - Eres el mejor capitán de Alemania. sms conductores qe hombres; yo sólo soy una mujer. No ten-
go nada que daros a vosotros.
GoETZ (lo mi1'a y luego se aparta). - ¡Ah! (~~lencio.) ¡R~parar! GoETZ. - Sólo en ti tengo confianza.
¡Siempre reparar! Todos, todos me haceis perder tiempo. HILnA.- ¿En mí? ·
Buen Dios, yo tengo otras cosas que hacer. .. GoETZ. - Más que en mí mismo.
NAsTY. - ¿Y vas a dejar que el mundo entero se deguelle ~n­
tre sí, con tal de -poder construir tu ciudad juguete, tu Ciu- HILnA. - ¿Por qué quieres hacerme cómplice de tus crímenes?
dad modelo? ¿Por qué ~e obligas a decidir en tu lugar? ¿Por qué me das
poder de vida y muerte sobre mis hermanos?
GOETZ. - Esta aldea es un arca a_ cuyo abrigo he puesto el GoETZ. - Porque te amo.
amor. ¿Qué importa el diluvio, si salvo el amor?
NAsTY. - ¿Estás loco? No podrás escapar a la guerra. La gue- HILDA. - ¡Cállate! (Pausa.) ¡Ah!, ganaste; me has hecho pasar
rra vendrá a buscarte hasta aquí. (Silencio de GoETZ.) ¿En- al otro lado de la barre~a; estaba con los que sufrían, y ahora
tonces, aceptas? estgy con l~s que .deciden los sufrimientos. ¡Oh, Goetz, ya
GoETZ. -No tan de prisa. (Vuelve a ace1'ca1'se a NAsTY.) Falta nunca podre dormir! (Pausa.) Te prohibo verter la sangre.
Rechaza esa propuesta.
disciplina; será preciso que yo la cree. ¿Sabes lo que eso GoETZ. - ¿Tomamos la decisión juntos?
significa? Las horcas. HILDA. - Sí. Juntos.
NAsTY. - Lo sé.
GOETZ. - ¿Y soportaremos las consecuencias juntos?
GoETZ. - Nasty, será preciso ahorcar pobres. Ahorcarlos ~1 a~ar, HILDA. - Juntos, pase lo que pase.
para escarmiento: al inocente con el culpable. ¡9ue di~o! NASTY (a HILnA). -¿Por qué te metes tú?
Son inocentes todos. Hoy soy su hermano y veo su mocencm. Hrr..nA. - Habl? en ~ombre de los pobres.
· Mañana, si soy su jefe: sólo habrá culpables y ya no com-
NASTY. - Nadie mas que yo tiene derecho a hablar en
prenderé nada: ahorcaré. nombre.
N ASTY. - Sea. Es preciso. . . HILnA. - ¿Por qué?
GoETZ. - Será preciso también que me convierta en matarife; NASTY. - Porque yo soy uno de ellos.
no tenéis armas ni ciencia; vuestra única carta de triunfo
es el número. Será menester derrochar las vidas. ¡Una guerra
HIL~A. -¿Tú, un pobre? Hace mucho tiempo que no lo eres.
Tu eres un jefe.
innoble!
NASTY. - Sacrificarás veinte mil hombres para salvar a cien (GoETZ esiá hundido en sus pensamientos y no ha oído.
B1'uscamente, levanta la cabeza.)
mill. GoETZ. - ¿Por qué no decirles la verdad? .
GoETZ. - ¡Si al menos estuviese seguro de eso! Puedes creer- NAsTY. - ¿Cuál verdad?
me, Nasty, sé lo que es una batalla; si presentamos ésta,
tendremos cien posibilidades contra una de perderla. GoETZ. - Que no saben pelear y que están perdidos si comien-
zan la guerra.
NAsTY. - Tomaré, pues, esa posibilidad única. ¡Vam~s! Cua- NASTY. - Matarán al que se lo diga.
lesquiera sean los designios de Dios, somos sus elegidos: yo GoETZ. - ¿Y si se lo dijese yo?
sn profeta y tú su verdugo; ya no es hor~ de retro<;;eder . NASTY. - ¿Tú?
(P<I:US4) .
GoETZ. - Tengo crédito ante ellos porque soy profeta y porque ·
llO ]ean- Paul Sartre

repartí mis bienes. ¿Para qué sirve el crédito sino para arries-
garlo?
NASTY. - Una probabilidad contra mil.
GOETZ. - ¿Una contra mil? Está bien. ¿Tienes derecho a re-
chazarla?
NAsTY.- No. No lo tengo. Ven.
HILDA.- No vayas.
GoETZ (la toma po1· los hornb1·os). - No temas; esta vez, Dios
está de nuestro lado. (Llamando.) ¡Venid todos! (Los cam-
pesinos regresan a la escena.) Pelean en todas partes. Maña-- Octavo y N oven o cuadros
na arderá toda Alemania. Desciendo hacia los hombres para
salvar la paz. El campamento de los ·campesinos. Rumores y gritos en la
Tonos Los CAMPEsiNos. - ¡Ay! Goetz, no nos abandones. ¿Qué oscuridad.
haremos sin ti?
GOETZ. - Volveré, hermanos: aquí está mi Dios; aquí mi fe~
licidad; aquí mis amores; volveré. Y aquí está Hilda: a ella Escena I
os confío. Si durante mi ausencia quisiesen enrolaros en uno
u otro partido, negaos a pelear. Y si os amenazan, responded GoETZ, ~ASTY, KARL, los campesinos
a las amenazas con el amor. Recordad, hermanos, recordad:
el amor hará retroceder a la guerra. VocEs. - ¡No! ¡No! ¡Abajo!
(Salen.) Voz DE GoETZ (dominando el tumulto). - ¡Moriréis todos!
VoCEs.- ¡Muera! ¡Muera! (Luz. Un claro en el bosque. Es de
noche. Los campesinos con palos y ho1·cas. Algunos con es-
. Escena VI padas. Otros llevan antorchas. GoETZ y NASTY se hallan en
un promontorio rocoso, de pie, dominando a la muche-
Los mismos., rr~enoS' GoETZ y NASTY dumbre.)
GoETZ. - Pobres gentes: ¿ni siquiera tenéis el valor de mirar
Los CAMPESINos. - ¿Y si no regresase? la verdad cara a cara?
(Silencio.) UNA voz. - La verdad es que tú eres un traidor.
HILDA. - Oremos. (Pausa.) Oremos porque el amor haga re- GOETZ. - La ve~~ad, hermanos míos, la enceguecedora verdad,
troceder a la guerra. es que no sabe1s pelear. (Un campesino con facha de Hércu-
Los CAMPESINos (arrodillándose). - Dios nuestro, que el amor les, avanza.)
haga retroceder a la guerra. . EL HÉRCULEs.- ¿Yo no sé pelear? (Hilaridad en la muchedum-
HILDA (de pie). - Que mi amor haga retroceder a la guerra. bre.) ¡Ea, much~chos, parece que yo no sé pelear! Pero puedo
Así sea. agarrar a un toro por los cuernos y torcerle el pescuezo.
(La escena se sume en las tinieblas y las 'primeras réplicas ( GoETZ salta al suelo y se acerca a él.)
del cuadro octavo se oyen inmediatamente después de las úl- GOETZ. - Aparentemente, hermanazo, eres tres veces más fuer-
timas palabras de HILDA.) te que yo, ¿verdad?
'
EL H~RCUL~s. - ¿Yo, hermanito? (Le da un puñetazo que lo
enma a ctnco pasos.)
112 ]ean- Paul Sartre El diablo y Dios 113

GoETZ. - Perfecto. (A uno de los campesinos.) Dám.e


tón. (Al Hércules.) Y tú, toma este otro: En guardia. \ ~mos?
es:
bas- ¿Y qué pasa? ¿Un poco de sangre en sus manos? ¡Valiente
cosa! Es menester sangrar para convencernos, también san-
pica, tajo, sable, estoque. (Para y esquwa ~os golpes.) ¿~es. graré yo.
¿Ves? ¿Ves? ¿De qué te sirve la fuerza? Solo haces gemir a (Levant·a al aire las manos, que comienzan a sangrar.)
los espíritus del viento y sangrar al aire. (Se baten) Y ahora, GoETZ. - ¿Quién eres?
hermano, perdóname: te v~y a moler un poco, solo. un Ro- KARL. - Profeta como tú.
quito. Sólo por el bien comun. ¡Toma! (Lo golpea.) ~~erdon, GoET.Z. - ¡Prq{~ta, de pqio!
dulce Jesús mío! (El campesino se detTumba.) ¿Estais co~­ KARL. - Es el *giga~· ·é~~ino que lleva al ar:nor.
vencidos? Él era el más fuerte y yo estoy lejos d~ ser el mas GoETZ. - Pero te reconozco. E¡res Karl, mi criado.
hábil. (Pausa. Los campesinos se callan, sotpr~n~tdos. GoE;z KARL. - Para servirte.
goza un momento de su victoria y luego contmua:) ¿Quereis GoETZ. - Un criado-profeta. ¡Es cómico!
que os diga por qué no tenéis miedo a la, muerte? Cada ~m o KARL. - No más cómico que un general-profeta.
de vosotros piensa que la muerte caera sobre su vecmo. GoETZ (descendiendo los esc(llones). - Dé jame ver tus manos.
(Pausa.) Pero he aquí que me dirijo a Dios Nuestro Padre (Les da vuelta.) Pardiez. Este hombre escondía en sus man-
y le digo: Dios mío, si quieres que ayude a e~tos hombres, gas vejigas llenas de sangre.
hazme conocer con un signo a los que pereceran en la gue; KARL. - Déjame ver las tuyas. (Las mira.) Este hombre rasca
rra. (De repente, fing@ el espanto.) ¡Oh!, ¡oh! l?h! ¡oh! ~9,u~ con sus uñas viejas cicatrices para hacer brotar unas cuan-
veo? ¡Ay!, hermanos míos, ¿qué os sucede? ¡Que atroz V1s10n. tas gotas de pus. Vamos, hermanos, ponednos a prueba y
¡Ay!, ¡arreglados estáis! , ? decidid cuál de los dos es profeta.
UN cAMPESINO (inquieto).- ¿Qué tiene? ¿Que es lo que pasa:··· RuMoREs. - Sí ... Sí ...
GoETZ. _ ·Qué Dios ha hecho que vuestras carnes se fundan KARL. - ¿Sabes hacer esto? (Hace flomar una vara.) ¿Y esto?
como ladre; ya sólo veo vuesh·os huesos! ¡Virgen Santa! ¡T?- (Saca un conejo de su sombrero.) ¿Y esto? (Se rodea de
dos estos esqueletos! . . ? humo.) Muéstranos lo que sabes hacer.
UN cAMPESINO. --"' ¿Qué crees tú q~e quwre d~cu· esto. GoETZ. -:-Juegos de manos que he visto cien veces en las pla-
GoETZ. - Dios no quiere la rebehon y me senala a los que zas públicas. Yo no soy juglar.
van a dejar en ella el pellejo. UN CAMPESINO. - Un profeta debe saber hacer lo que un
U N CAMPESINO. - ¿Quién, por , eje~plo? . , . ,., juglar.
GoETZ. - ¿Quién? (Tiende el tnd'lCe hacw el, y d'lCe co,n vo"" GoETZ. -No entraré en competencia de milagros con mi ayu-
tettible.) ¡Tú! (Silencio.) ¡Y tú! ¡Y tú! ¡Y tu! ¡Oh, que dan- da de cámara. Hermanos míos: antes de ser profeta, fui
za macabra! , Q . ,, general. Ahora se h·ata de guerra; si no le creéis al profeta,
UN cAMPESINO (tutbado, pero dudando todavw). - ¿ uwn tened confianza en el general.
nos prueba que eres profeta? . KARL. - Confiaréis en el general cuando el general haya pro-
GoETZ. - Hombres de poca fe, si queréis pruebas, nnrad esta bado que no es un traidor.
sangre. (L.evanta las manos. Silencio. A NAsTY.) He ga~ado. GoETZ. - Ingrato. Por amor a t~ y a tus hermanos me he des-
NAsTY (entre dientes). - Todavía no. (Avanza KARL.) Cuidate pojado de mis bienes.
de ése es el más coriáceo. , KARL. - ¿Por amor a mí?
KARL • _' ·Oh hermanos míos demasiado crédulos!· ¿Cuando GoETZ. - Sí, por amor a ti, que me odias.
1 ' ' • •
aprenderéis a desconfiar? ¡Sois tan dulces y tiernos que ni KARL. - ¿De modo que me amas?
siquiera sabéis odiar! Todavía hoy, basta qu~. un hombre GoETZ. - Sí, hermano mío, te amo.
os hable con su voz de señor para que agache1s la cabeza. KARL (triunfante). - ¡Se ha traicionado, hermanos! ¡Nos mi~n-
114 ]ean- Paul Sartre
El diablo y Dios 115

te! Mirad mi jeta y decidme cómo podría amarme nadie. Haga u~ Señor l~ que ~aga, nunca será vuestro igual.
Y vosotros, muchachos, todos vosotros, ¿creéis que sois Y he ahi por que os pido que los matéis a todos.
amables? Este os ha dado sus tierras.
GoETZ. - ¡Idiota! Si no los amase, ¿por qué iba a darles mis Pero vosotros, ¿podíais darle las vuestras?
tierras? Regalo del mediodía, ¡hastía!
KARL. - En efecto. ¿Por qué? Toda la cuestión está ahí. (Brus- El podía escoger entre dar o guardar.
camente.) ¡Dios! ¡Dios que penetra en los riñones y en las Pero vosotros, ¿podíais rechazar?
almas, socorro! Te presto mi cuerpo y ini boca para que Al que da un béso o un golpe
nos digas por qué Goetz, el bastardo, ha dado sus tierras. Devolvedle un beso o un golpe
(Comienza a lanzar gritos espantosos.) Pero al que da sin que podáis devolver
Los CAMPESINos. - ¡Dios está en él! ¡Dios va a hablar! Ofrecedle todo el odio de vuestro corazón.
(Se arrodillan.) Pues erais esclavos y él os avasalla
GoETZ. - ¡Dios! ¡Sólo esto faltaba! Pues estabais humillados y él os humilla más.
KARL (ha cerrado los ojos y habla con una voz ex:traña, que Regalo de la mañana, ¡engaña!
pm·ece no pertenecerle). - ¡Hola! ¡Oh! ¡Oh!, ¡la tierra! Regalo de la tarde, ¡arde!
Los CAMPESINos. - ¡Hola, oh! ¡Hola, oh!
KARL (el mismo juego). - Aquí, Dios, os veo; hombres, os GoETZ. - ¡Ah!, ¡hermosa prédica! ¿Quién os ha dado la vida
·veo. ~ la h!z? Dios. El don,. es su ley. Haga lo que haga, da.
Los CAMPESINos. :..... ¡Ten piedad de nosotros! ¿~ que es lo que podeis devolverle vosotros, que ~no sois
KARL (el mismo luego). - ¿Está ahí Goetz? mas quE;,.polvo? ¡Nada! Conclusión: es a Dios a quien debes
UN CAMPESINO. - Sí, Padre nuestro, a la derecha, un poco odiar.
detrás de ti. \.UN CAMPESINO. ~ Dios es diferente.
KARL (el mismo juego). - ¡Goetz! ¡Goetz! ¿Por qué les diste · · Go~±z. - ¿Por qué nos creó a su imagen? Si Dios es genero-
tus tierras? ¡Responde! sidad. y amor, el hombr?, su criatura, debe ser amor y ge-
GoETZ. - ¿A quién tengo el honor de hablar? .nero.sida~. Hermanos ~10s, os conjuro: aceptad mis dones
KARL (el mismo juego). - Soy aquel que soy. y mi amistad. No os pido, oh no, gratitud; quisiera simple-
GoETZ. - Pues bien; si eres quien eres, es que sabes lo que mente que no ?ond~naseis mi amor co~o un vicio y que no
sabes y debes saber por qué hice lo que hice. ,me reprochaseis mis regalos pomo cnmenes.
Los CAMPESINos (amrmazadores). - ¡Uh! ¡Uh! ¡Responde! UN CAMPESINO. - Sigue hablando, pero en cuanto a mí, no
¡Responde! me gustan las limosnas.
GoETZ. - A vosotros os respondo, hermanos. A vosotros, no f., KARL (refobrando su voz natural y señalando al mendigo). -
a él. Repartí mis tierras para que todos los hombres fueran He ahi uno que ha comprendido. Las tierras son vuestras·
iguales. (KARL ríe.) el que pretende dároslas, os engaña, pues da lo que no e~
Los CAMPESINos. - ¡Dios ríe! ¡Dios ríe! suyo. ¡Tomadlas! Tomad y matad, si queréis ser hombres.
(NAsTY ha descendido los escalones y se ha colocado detrás r Por la violencia nos educaremos. ·
de GoETZ.) GoETZ. - ¿N o hay nada más que el odio, hermanos míos? Mi
amor ...
KARL (el mismo juego). -
KARL. - Tu amor viene del diablo y pudre cuanto toca.
Mientes, Goetz, mientes a tu Dios. ¡Ah!, muchachos, si pudieseis ver a las gentes de Altweiler·:
¡Y vosotros, hijos míos, escuchad! le han bastado tres meses para hacer de ellos unos cas.tra-
El diablo y Dios 117
•116 Jean- Paul Sartre

dos. Os amará tanto que cortará todo los testículos· del país
para reemplazarlos por un ramillete de violetas. No os de-
jéis engañar: érais bestias y la ira os ha tornado hombres;
si os la quitan, volveréis a caer en cuatro patas y hallaréis
de nuevo la pena muda de las bestias.
GoETZ. - ¡Nasty! ¡Ayúdame! GoETZ. - ¡Reventaréis, perros! Os dañaré de manera memo-
NAsTY ( se·ñalando a KARL). - La causa está juzgada. Dios rable. ¡A mí, maldad mía; ven a hacerme ligero! (Pausa.)
está con él. Es para reír. El Bien níe ha enjuagado el alma; ni una gota
GoETZ (e8tupefacto). - ¡Nasty! de veneno ya. Perfecto; en ruta hacia el Bien, en ruta hacia
Los CAMPESINOS. - ¡Véte! ¡Véte al diablo! Altweiler; o me ahorco o hago el Bien. Me esperan mis
GoETZ (m·rastrado por la ira). - Me voy, no temáis. Corred a hijos; mis capones, mis castrados, mis ángeles de gallinero;
la muerte; si reventáis, yo danzaré. ¡Qué horrendos sois! me festejarán. Dios mío; ¡cómo me -hastían! A los otros,
Pueblo de lémures y larvas, agradezco a Dios que me haya a los lobos, es a los que amo. (Se pone en marcha.) Y bien,
mostrado vuestras almas; pues he comprendido que me Señor, a ti te toca guiarme en la noche oscura. Puesto que
había engañado; es justo que los nobles posean la tierra, se debe perséverar a pesar del fracaso, que todo fracaso
porque tienen altiva el alma; es justo que andéis a cuatro ~e sea un si~no, toda desventura una suerte, toda desgra-
patas, villanos, porque no sois otra cosa que cerdos. Cia una gracia; dame .el buen empleo de mis infortunios.
Los CAMPESINos ( querie·ndo arrojarse sobre él). - ¡Muera! Señor, lo c_reo, quiero creerlo; permitiste que el mundo me
¡Mu~a! . expulsara porque me quieres todo para ti.
GoETZ (arrebatando la espada a un campesino). - ¡Venid por Pues bien, Dios mío; de nuevo estamos cara a cara, como
mí! en el buen tiempo viejo en gue yo hacía el mal. ¡Ah!, no
NAsTY (levantando la niarw). - ¡Basta! (S-ilencio absoluto.) debí ocuparme nunca de los hombres; estorban. Son male-
Este hombre se ha fiado a. vuestra palabra. Aprended a zas, que es preciso apartar para llegar a ti. Voy a ti, Señor,
cumplirla, incluso con el adversario. voy, ando en tu noche; dáme la mano. Díme: ¿la noche
(La escena se vac_ía poco · a poro y vuelve a caer en las eres tú, verdad? ¡La noche, la ausencia desgarradora de
tinieblaS!. La última antorcha está clavada en la roca. NAsTY' todo! Pues tú eres aquel que está presente en la universal
la toma y va á salit.) ausencia, aquel a quien se escucha cuando todo es silencio,
NASTY. - ¡Véte, Goetz, véte pronto! aquel a quien se ve cuando ya no se ve nada. Vieja noche,
GoETZ. - ¡Nastyl ¡Nasty! ¿Por qué me abandonaste? gran noche anterior a los seres, noche del no-saber, noche
NAsTY. - Porque fracasaste. · , de la desgracia y el dolor, escóndeme, devora mi cuerpo
GoETZ. - Nasty, son lobos. ¿Cómo puedes quedarte con ellos? ínmunc;lo, deslízate entre mi alma y yo y róeme. Quiero la
NAsTY. - Todo el amor de la tiena está en ellos. desnudez, la vergüenza y la soledad del desprecio, p.11e.s."'el
GoETZ. - ¿En ellos? Si has podido encontrar una brizna de ~ompre está hecho para de.s_truir_al_hombre en sí mismo y
amor en esas toneladas de estiércol, es que tienes buenos para abrirse como una hembra al gran cuerpo tenebroso
ojos. Yo, nada he visto. · de la noche. Mientras no lo guste todo, no tendré gusto por
NASTY. - Es verdad, Goetz: no has visto nada. nada; hasta que no lo posea todo, no poseeré nada. Hasta
(Sale.) que lo sea todo, no seré nada en nada. Me rebajaré por
La noche. debajo de todos y tú, Señor, me apresarás en las redes de
Rumores que se alejan, un grito remoto de mu-fer, luego tu noche y me levantarás por encima de ellos. (Con una
una débil luz sobre GoETZ. -voz recia y angustiada.) ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Es ést;::t tu
118 Jean - Paul Sartre El diablo y Dios 123

voluntad? Este odio del hombre, este desprecio de mí mis- GoETZ (riendo con aire idiota).- ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Es preciso!
mo, ¿no los busqué ya, cuando era malo? La soledad d;l ¡Es preciso! (Pausa. Mueve el cántaro.) ¡Clap! ¡Clap! ¿Eh?
Bien, ¿por qué la reconozco en la soledad del Mal? (El d!a N o conozco ruido más desagradable para un hombre que
ha comenzado lentamente.) Comienza el día; he atravesado se muere de sed.
tu noche. Bendito seas por darme tu luz; voy a ver claro. HILDA.- Diviértete, mima tus deseos. ¡Beber cuando se tiene
(Se vuelve y ve a Altweiler en ruinas. HILDA se halla sen- sed, sería demasiado simple! Si no mantuvieses incesante-
tada sobre un montón de piedras y escombros, con la ca- mente una tentación en tu alma, correrías el riesgo de
beza entre las manos. GoETZ grita.) ¡Ah! olvidarte.
GoETZ. - ¿Cómo podría vencerme si no me tentase?
HILDA. - Oh, Goetz; ¿es posible que creas vivir este día por
Escena III primera vez? El cántaro, el ruido del agua, esos pellejos
blancos sobre tus labios, lo conozco todo de memoria. ¿No
GoETZ, HILDA sabes, acaso, lo que va a pasar?
GoETZ. - Aguantaré hasta mañana por la mañana; eso es
HILDA (levanta la cabeza y mira). - ¡Por fin! todo.
GoETZ. - ¿Dónde están los demás? ¿11uertos? ¿Por qué? ¡Por- HILDA. - Jamás has podido aguantar hasta el fin porque te
que se negaban a pelear! impones pruebas demasiado largas. Vas a remover ese cán-
HILDA. - Sí. taro hasta que caigas. Y cuando caigas, yo te haré beber.
GbETZ. - Devuélveme mi noche, ocúltame los hombres. (Pau- GoETZ.- ¿Quieres algo nuevo? Mira. (Incliria el cántaro.) Las
sa,) ¿Cómo sucedió? · flores tienen sed. Bebed, flores, bebed mi agua; que el cielo
HILDA. - Vinieron campesinos de Walsheim, armados; nos visite vuestras pequeñas gargantas de oro. ¿Ves? Renace~.
pidieron que nos uniésemos a ellos y no quisimos. La tierra y las plantas aceptan mis dones; sólo los hombr(?s
GoETZ. - Entonces, incendiaron la aldea. ¡Perfecto! (Se echa los rechazan. (Voltea el cántaro.) Ya está; no hay modq ya
a reír.) ¿,Por qué no moriste con los demás? · de beber. (Ríe y repite penosamente.) No hay modo ... No
HILDA. '- ¿Lo lamentas? hay modo ...
GoETZ. - ¡Pardiez! Hubiese sido tanto más sencillo que no HILDA. - ¿Es la voluntad de Dios que caigas en la chochez?
hubiese supervivientes. · GoETZ. - Seguro. Es menester destruir al hombre, ¿verdad? ·
HILDA. - También yo lo ·lamento. (Pausa.) N os encerraron en (Arro¡a el cántaro.) ¡Bueno, y ahora, hazme beber!
una casa y le prendieron fuego. Estaba bien. ., (Cae.)
GoETZ. - Sí, estaba bien, estaba muy bien, /_HILDA (lo mira fríamente y luego se echa a reír). - Piensas. que
HILDA. - Finalmente, se abrió una ventana. Salté por ella. . siempre tengo agua de reserva; te conozco. (Va a b1tscar
La muerte me era igual, pero quería verte de nuevo. un cántaro lleno, regresa y levanta la cabeza de GoETZ.)
GoETZ. - ¿Para qué? Me hubieses vuelto a ver en el cielo. A.nda, bebe. ·
HILDA. - No iremos al cielo, Goetz, y aun si entrásemos jun-
· GoETZ. - N o hasta mañana.
tos, no tendríamos ojos para vernos, ni manos para tocarnos.
HILDA. - Dios te desea maniático y chocho, pero no muerto.
Allá arriba, uno solamente se ocupa de Dios. (Se acerca para
tocarlo.) Estás aquí; un poco· de carne usada, rugosa, mi7 Tienes, pues, que beber.
serable, una vida, una pobre vida. Y es esta carne y esta GoETZ. -Hago temblar a Alemania y heme aquí de espaldas
vida lo que yo amo. Sólo se puede amar sobre la tierra y como un crío en las manos de su modriza. ¿Estás satisfecho,
Señor? ¿Conoces peor ab-yección que la mía? Hilda, tú que
contra Dios.
124 ] ean - Paul Sm·tre El diablo y Dios 125

lo prevés todo, ¿sabes lo que vendrá después si sacio mi Hrr..nA. - Por eso me quedo.
sed? ( GoETZ se levanta penosmnente.)
Hrr..nA. - Si, lo sé; el gran juego, la tentación de la carne. GoETZ. - Si te tomo en mis brazos, ¿me rechazarás?
· Querrás acostarte conmigo. Hrr..nA.- No.
GoETZ. - ¿Y, sin embargo, quieres que beba? GoETZ. - ¿Aunque me acerque a ti con el corazón henchido
HILDA.- Sí. de inmundicias?
GoETZ. - ¿Y si me arrojase sobre ti? HILDA. - Si te atreves q. tocarme, es porque tu corazón está
Hrr..nA. - ¿En el estado en que estás? Vamos, todo e~tá regu- puro.
lado como en la misa; gritarás injurias y obscenidades y GoETZ.- Hilda, ¿cómo se puede amar sin vergüenza? El pe-
para terminar te azotarás. Bebe. cado de concupiscencia es el más abyecto.
GoETZ (tomando el cántaro).- ¡Otra derrota! (Bebe.) El cuer- HILDA. - Mírame, mírame bien, mira mis ojos, mis labios, r:rV
. po es una perrería. (Bebe.) pecho, mis brazos: ~_soy yo un pecado?
Hrr..nA. - El cuerpo es bueno. La perrería es tu alma. GoETZ. - Eres bella. La Belleza es el Mal.
GoETZ (dejando el cántaro). - Se fue la sed; me siento vado. H'fLnA.- ¿Estás seguro?
(Pausa.) Tengo sueño. GoETZ.- Ya no estoy seguro de nada. (Pausa.) Si sacio mis
Hrr..nA. - Duerme. deseos, peco pero nq me libero de ellos; si me niego a
GoETZ.- No, porque tengo sueño. (La m,ira.) Muéstr~,me h:s satisfacerlos, infectan toda el alma. . . Cae la noche; en
senos. (Ella no se mueve.) Vamos, muestramelos,, tientamc· el crespúsculo hay que tener buena vista para distinguir
hazme morir de deseo. ¿No? ¡Ah, zorral ¿Por que? a Dios del diablo. (Se ap1·oxima, la toca y se aleja brusca-
Hrr..nA.- Porque te amo. mente.) ¿Acostarme contigo bajo el ojo de Dios? No, no
GoETZ.- ¡Pon tu amor al rojo, húndelo ~n mi corazón de me gustan los veedores. (Pausa.) Si conociese una noche
manera que abrase y humee! Si me amas, debes atormen- bastante profunda para ocultarnos a su mirada ...
tarme. HILDA. - El amor es una noche; a las gentes que se amáiy·
Hrr..nA. - Soy tuya; ¿por qué habría de hacer de mi cuerpo Dios no las ve. :':'~:·.§:~~;'·.
un instrumento de tortura? ( GoETZ vacila y luego retrocede.) ::· ~rru ,..
GoETZ. -Si vieses en mi, me aplastarías la jeta. Mi cabeza . GoETZ. - Dadme los ojos del lince de Beocia para q~~,~·jjfi ;1 ,,:.
es · un aquelarre en el que todas las brujas son tú. mirada penetre bajo esta piel. :Niuésrrame lo que se oq~!lRít::'·':.~ ··
HILDA (riendo). - Presumes. en sus narices y en sus orejas. ¿Qómo puedo desear yot,)l.~:" ~;:;: ..<··
GoETZ. - Quisiera que fueses una bestia para cubrirte como guíen re;gugna tocar con el dedo el .estiércol, tener entr(f'··'"'
una bestia. . mis brazos al sacor mismo de los excrementos?
Hrr..t~DA. - ¡Cómo sufres siendo hombre! HiLDA (violentamente). - Más inmundicias hay ~ tu alma que
GoETZ.- No soy un hombre, no soy nada. Sólo hay Dios. El en mi cuerpo. Es en tu alma en donde están la fealdad y
hombre es una ilusión óptica. Te asqueo, ¿eh? la suciedad de la carne. Yo no necesito la mirada del lince;
. Hrr..nA (tranquilamente).- No, porque te amo. te he curado, te he lavado, he .conocido el olor de tu fiebre .
GoETZ.- ¿,Y no ves que trato de envilecerte? ¿Y he dejado de amarte? Cada día te pareces un poco más
Hrr..nA.- Si, porque soy tu bien más precioso. al cadáver que serás y te amo siempre. Si mueres, me acos-
GoETZ (colérico). ¡No estás jugando el juego! taré contra ti y me quedar'- ahí hasta el fin, sin comer ni
Hrr..nA. - N o, no lo juego. beber; te pudrirás entre mis brazos y te amaré carroña, pues
GoETZ. - Mientras estés a mi lado, no me sentiré totalmente no se ama nada si no se ama todo.
inmundo. GoETZ (tendiéndole el azote).- Azótame. (HILDA se eJ:l,cEge
126 Jean - Paul Sartre El diablo y nios 127

de hombros.) Vamos, azota, azota, venga en mí a Catali:1a GOETZ (violentamente).- ¡Veinticinco mil muertos! ¡No había
muerta, tu juventud perdida y todas esas gentes que ardie- que hbrar esa batalla! ¡Imbéciles! Hubiesen debido ... (Se
ron por mi culpa, . . calma.) ¡Al diablo!·· Nacimos para morir. (Pausa.) ¿Natu~al­
HILDA (estallando de 1'isa). - Sí, te azotaré, suciO monJe, te azo- mente, me echan la culpa de todo?
taré porque has arruinado nuestro amor. HEINRICH. - Dicen que hubieras evitado la matanza encar-
(Toma el azote.) . gándote del mando de las tropas. Puedes estar contento;
GoETZ. - En los ojos, Hilda, en los OJOS. eres el hombre más odiado de Alemania.
GoETZ. - ¿Y Nasty? ¿Se halla en fuga? ¿Prisionero? ¿Muerto?
HEINRICH. - Adivina.
Escena III GoETZ. - ¡Vé a que te empalen!
(Se sume en sus pensamientos.)
Los mismos, HEINRICH HILDA. - ¿Saben que está aquí?
HEINRICH. - Sí.
HEINRICH. - ¡Azota! ¡Azota! Obra como si yo no es~lVie~a HILDA. - ¿Quién se lo dijo? ¿Tú?
aq~í. (Avanza. A HILDA.) El camarada me aconseJO 9-ue HEINRICH (señalando al diablo). - Yo no, él.
diese un paseíto y regresase suavemente. No es posible HILDA (dulcemente). - ¡Goetzl (Le: toca el brazo.) ¡Goetz!
engañarle, ¿sabes? (A GoETZ.) Quería impedir q~e nos GoETZ (sobresaltado). -¿Eh? ¿Qué?
viésemos de nuevo. ¿Es verdad que no me esperabas. HILDA. - N o puedes quedarte aquí.
GoETZ.- ¿Yo? Contaba los días. . 'GOETZ. -¿Por qué no? Hay que pagar, ¿verdad?
HILDA.- ¿Los contabas? ¡Oh! Goetz, me mentiste .. (Lo m'Lra.) .HILDA. - Nada tienes que pagar; tú no eres culpable.
¿Qué tienes? Tus ojos brillan. Ya no eres el mismo. 'GOETZ. - ¡Métete en tus cosas!
GoEJ:Z. - Es el placer de verlo nuevamente. "" :HILnA. - Esto es cosa mía. Goetz, hay que partir.
HILDA. - Curioso placer; va a hacerte todo el dano que pueda. 'GoETZ. - ¿Adónde? ·
GoETZ.- Prueba de que me ama. Estás celosa, ¿eh? (Ella :HILDA. -No importa adonde, con tal de que estés
no responde. El se vuelve hacia HEINRICH.) ¿Las flores, las tienes derecho a hacerte matar.
recogiste tú? GoETZ.- No.
HEINRICH. - Sí, para ti. HILDA. - Sería hacer trampa.
GoETZ.- Gracias. (Recoge el ramo.)
1
GOETZ. - ¡Ah, sí!; hacer trampa ... ¿Y qué? ¿No hice tramr):.fS'
HEINRICH.- Feliz aniversario, Goetz. toda mi vida? (A HEINRICH.) Tú, comienza tu
GoETZ.- Feliz aniversario, Heinrich. es el momento, estoy a punto.
HEINRICH. · - Probablemente, morirás esta noche. HEINRICH (señalando a HILDA). - Díle que se vaya.
GoETZ. - ¿De verdad? ¿Por qué? HILDA. - Tendrás que hablar delante de mí, no lo dejaré.
HEINRICH. - Los campesinos te buscan para matarte. Fue GoETZ. - Tiene razón, Hilda; este proceso debe juzgarse a
menester que yo corriera para llegar antes que ellos. puerta cerrada.
GoETZ. -¡Matarme! ¡Demonios! Es hacerme mucho honor; me HILDA. - ¿Qué proceso?
1 • t a? GoETZ. - .El mío.
creía perfectamente olvida do. ¿Y por que quieren rna arm ....
HEINRICH. - El jueves último, en la llanura· de Gunsb~c~, ,HILDA. -¿Por qué permites que te hagan ese proceso? Expulsa
· los barones hicieron picadillo al ejército de Nasty. Vemti- a este sacerdote y abandonemos la aldea.
cinco mil muertos: la derrota total. En dos o tres meses, GoE'IZ. - Hilda, necesito que me juzguen. Todos los días, a
la rebelión estará aplastada. todas horas, me condeno, pero no llego a convencerme por-
El diablo )' Dios 12'9
128 ]ean- Paul Sart1·e
pi_s_an tus talo~es. (Al diablo.) Sóplame, sóplame, ayúdame a
que me conozco, demasiado para tenerme confianza. Ya no Odiarlo. (Que¡umbrosamente.) Jamás está a mi lado cuando
veo mi alma, porque ~engo metidas las narices en ella; lo necesito.
necesito que alguien me preste sus ojos. GoETZ. - Voy a soplarte yo. (Pausa.) Las tierras.
HILDA.- Toma los míos. HEINRICH. - ¿Las tierras?
GoETZ. - Tampoco tú me ves; me amas. Heinrich me detesta, GoETZ. - ¿Cometí un error al darlas'?
luego puede convencerme. Cuando mis pensamientos salgan HEINRICH. - ¡Ah! Las tierras . . . Pero si no las distes· sólo se
de su boca, creeré en ellos. puede dar lo que se tiene. '.
HILDA.- Si me voy ahora, ¿me prometes huir luego conmigo? GoETZ. - ¡Bien dicho! La posesión es una amistad entre el
GoETZ. - Sí, si gano mi proceso. hombre .Y l~s ~osas; pero ~n mis manos, las cosas aullaban.
HILDA. - Bien sabes que has decidido perderlo. Adiós, Goetz. N a da d1. Pubhcamente lei un acto de d. onación y eso fue
(Se le acerca. lo besa JJ sale.) ~~do. N o ~J;stante, cura, si es verdad que jamás di mis ti e-
nas,, tambien es verdad que los campesinos las recibieron.
¿Que respondes a esto?
Escena IV HEINRICH. - N o las recibieron, puesto que no pueden conser-
;arlas. Cuando los barones hayan invadido el dominio e
GoETZ - HEINRICH mstalado a cualquier primo de Conrad en el castillo de los
Heidenstamm, ¿qué quedará de toda esta fantasmacroría?
GoETZ (arrojando el ramo). - ¡Pronto, a la obra! Hazme todo
GoETZ. - Enhorabuena. Ni dadas ni recibidas· es mu~ho más
el mal que puedas. simple. Las J2istola~ del diablo se h·ocaban 'en hojas muer:
HEINRICH. -No es así como yo te imaginaba.
GoETZ. - Valor, Heinrich, la tarea es fácil. La mitad de mí .tas cuando se, guy~~- mis buenas obras se les pa-
recen; cuando se as toca, se convierten en cadáveres. Pero,
mismo es tu cómplice contra la oh·a mitad. Anda, húrgame
ele todos modos, ¿qué dices de la intención? ¿Eh? Si ver-
hasta el ser, ya que es mi ser lo que se halla en entredicho.
daderamente tuve la intención de hacer el Bien ni Dios ni
HEINRICH. - ¿Es cierto, pues, que quieres perder? el diablo pueden quitármela. Ataca la intención. 'Róela.
GoETZ. - N o, no tengas miedo. Sólo que prefiero la desespe-
HE:r:rRICH. -. ~o será difícil: como ·no podías gozar de esos
ración a la incertidumbre. bienes, qmsiste elevarte por encima de ellos simulando des-
HEINRICH. - Pues bien. . . (Pausa.) Espera; una laguna en mi
memoria. Sufro de estas ausencias; ahora lo recordaré. (Se · pojarte.
pasea agitadamente.) Y, sin embargo, había tomado rríis GoETZ. - 0~, ~oz de bronce, publica, publica mi pensamien-
precauciones; esta mañana lo repasé todo en la cabeza ... to: ya no s~ SI te escucho o si soy yo quien habla. ¿,Así, pues,
Es culpa tuva; no eres como deberías ser. Debías estar co- todo era simple mentira y comedia? No obré, hice gestos.
ronado de {osas y triunfantes los ojos; entonces, yo hubiera ¡A~!, cura,, me. rascas dm~de me pica. ¿Y después? ¿Des-
arrojado tu corona y pisoteado tu triunfo. Finalmente, ha- pues? ¿Que hizo el comicucho? ¡Vamos, te cansas muy
brías caído de rodillas ... ¿Dónde está tu soberbia? ¿Dónde pronto!
está tu insolencia? Estás casi muerto ... ¿qué_· placer quieres HEINRICH (contagiado del frenesí de GoETZ). - Diste para
que encuentre rematándote? (Con rabia..) ¡Ah, todavía no destruir.
soy suficientemente malo! GoETZ. - ¡Acertaste! No me bastaba con haber asesinado al
GoETZ (riendo). - Te crispas, Heinrich; sosiégate; no te apre- heredero ...
sures. HEINRICH (el mismo juego). - Quisiste pulverizar la her~ncia.
HEINIÚCH. - No tengo un minuto que perder. Te digo que
130 · ]can- Paul Sartre
El diablo y Dios 131
GoETZ. - Levanté en el puño el viejo dominio· de Heidens-
t:amm... . 1 1
(Titubea y se apoya contt·a el nutro.)
HEINRICH (el mismo fuego). - Y lo arroJaste contra e sue~o
HEINRICH. - No.
para reducirlo a briznas. GoETZ. - Eres difícil.
GoETZ. - Quise que mi bondad fuese más devastadora que HEINRICH. - ¡Ah! Dios mío: ¿es ésta mi victoria? ¡Qué triste
mis vicios. · , . es!
HEINRICH . ..:._ ¡y lo lograste; veinticinco mil cadav.eres! En. un GüETZ. ¿Qué harás cuando yo esté muerto? Te voy a hacer
día de virtud causaste más muertos que en· tremta Y cmco falta.
~oo~mili~ . HEINRrcir (señalando al ·diablo). - :Éste me dará mucho que
GoETZ. - Agrega que esos muertos son pobres; los mismos a hacer. No tendré tiempo de pensar en ti.
quienes simulé ofrecer los bienes d~ Conrad. GoETZ. - ¿Al menos estás seguro de que quieren matarme?
HEINRICH. _.:... Seguro.
HEINRICH. - ¡Diablo! Los detestaste srempre.:
GoETZ (levantando el puño). - ¡Perro! (Se, detzene y .se ech~ ~ GoETZ. - ¡Buenas gentes! Les tenderé el cuello, y terminará
reít.) Quise pegarte; señal de que estas ~n lo CI~~to. ¡Ja. todo: buena limpieza para todo el mundo.
¡Ja! Ahí, pues, me aprieta el zapato. ¡Insiste! Ac~same de HEINRICH. - N a da termina nunca.
detestar a los pobres y de haber explotado ~u gratitud pa:a GoETZ. - ¿.Nada? ¡Ah!, sí, hay el infierno. Bueno, al menos
avasallarlos. Antaño violaba las almas mediante la tmtuia, será un cambio.
ahora las violo mediante el Bien. Hice de esta al?e~ un ra- HEINRICH. - No habrá tal cambio; estás en él. (Señalando al
millete de almas marchitas. Pobres gent~s;. me .m;I~aban .Y diablo.) El compadre me ha enseñado que la tierra es apa-
• yo imitaba la virtud; murieron como ,mart~r~s mutiles, ;m riencia; no hay más que el cielo y el infierno. La muerte es
un engañabobos para las familias; para el diftmto, todo con-
saber por qué. Escucha, cura: yo hab1a, b'aiC~onado .a toJ?
tinúa.
el mundo, y a mi hermano; pero no hab1~ sacrado mi apeb~
to de traición; entonces, una noche, baJO las murallas. de GoETZ. - ¿Todo va a continuar para mí?
Worms inventé haicionar al 1\1al. Y ésta es toda l~ histo- HEINRICH. -Todo. Gozarás de ti mismo durante la Eternidad.
ria. Sólo que el :tvial no se deja traicionar tan fác1lme~te; (Pausa.) .
no fue el Bien lo que salió del cubilete de los dados, smo GoETZ. - Qué próximo parecía el Bien, cuando yo era mal~
un :Mal peor. ¡Por lo demás, qué importa! ¡Monstruo. o vado. No había más que tender los brazos. Los tendí y se
santo, me importaba un bledo! Lo que deseaba ~ra ser m- convirtió en corriente de aire. ¿Era, pues, un esP.ejismo?
humano. Di, Heinrich, di que estaba enloquecido por la Heinrich, Heinrich, ¿el Bien es posible?
verrrüenza y que quise sorprender al cielo para escapar ~el HEINRICH. - ¡Feliz aniversario! Hace un año y un día qüe me
desprecio de los hombres. ¿Vamos, qué esperas? ¡Habla! hiciste la misma pregunta. Y te respondí que no. Era de no-
¡Ah!, es verdad, no puedes hablar; si es tu voz la que. ha- eh e, tú'rmas
' ' ' dome y d
m1ran '
ecras: ' ".Lu.e-
''Pareces una rara
bla por mi boca. (Imitando a HEINRICH.). No h,as camb~ado go, saliste del paso con una jugada de dados. ¿Y ahora, ves?
·de piel, Goe~:z, has cambiado de l~ngua1e. Lla~aste am~r Es · de noche, una noche setnejante a aquélla y ¿quién está
a tu odio a los hombres y generosidad a ~ ra?Ia destntv- en la ratonera?
tora. Pero has seguido siendo semejante a ti mismo; seme- GoETZ (bufonesco). - Yo.

jante: nada más que un I;asta;do. (Recob!·an~o su va:, na-. HEINRICH. - ¿Podrás salir? .
· tu1·al.) Dios mío, doy tesbmomo de que el dice. la V'":Id~d, GóETZ (dejando la ··bufonería). - No. No saldré. (Se pasea.)
yo, el acusado, me reconozco culpable. He perd1do mi pio- Señor, ¿si nos niegas los medios para hacer el Bien, por
c'eso, Heinrich. ¿Estás contento? qué nos das el áspero deseo de hacerlo? ¿Si no permitiste
que yo me hiciese bueno, por qué me quitaste el deseo de
] ean - Paul SaTtre El diablo y Dios 133
132

ser malo? (Se pasea.) Es .curioso, de todos modos, que no m·ira y bruscamente.) ¡Tú lo sabes!.
haya una salida. HEINRICH (gritando). - ¡No es verdad! N o sé nada, no quie-
HEINRICH. - ¿Para qué simulas hablarle? Bien sabes que no ro saber nada.
responderá. G~~Tz. ~. Hei~rich, voY: a d;:rte a conocer una importante
GoETZ. - ¿Y por qué ese silencio? Él, que se hizo presente a . Liavesu~a; Dws no existe. \ HEINRICH se arroja sobre él y
la burra del profeta, ¿por qué se niega a mostrárseme? le pega. Cffifrz 1'le y grita bajo los golpes.) Dios no exis-
HEINRICH. - Porque tú no cuentas. A Dios le importa un ~· ¡Alegría, lá rimas de a .! • ¡Aleluya! ¡Loco! No ne-

bledo que tortures a los débiles o te martirices a ti mismo, gu~s;. t~ esto r ,i Jertan~o v · ertándome. - To 1 ' e.~
que beses los labios de una cortesana o los de un leproso, mas mf1erno; solo a T1err ..
que ·mueras de privaciones o de voluptuosidades. HEINRIC:H. - ¡ "' 1. ¡Que me condenen cien veces, mil veces,
'1) pero que exista! Goetz, los hombres nos han llamado traído-
GoETZ. - ¿Quién cuenta, entonces?
HEINRICH. - t{~. ~l hombre es nada. No te hagas el sor- . res y bastardos; y nos han condenado. Si Dios 110 existe, ;no
prendido; siempre lo supiste. Lo sabías cuando echaste los hay manera ya de escapar a los hom ".es. ¡Dios mío',· este
dados. ¿Por qué, si no, hubieses hecho trampa? ( GoETZ hombre ha 15Iasrema o; pero yo creo en ti, yo creo! Padre
tt'ata de hablar.) Hiciste trampa: Catalina te vio: forzaste Nue.sb·? .que estás en los Cielos, prefiero ser juzgado por un
la voz para cubrir el silencio de Dios. Las órdenes que pre- ser mfnuto y no por mis iguales.
tendes recibir, eres tú quien las envía. . GoETZ. 6;,.,A gui~n hab_4_s? Acabas de decir que Él era sor-
GoETZ (reflexionando). - Sí, yo. .22· (I~nv:uc:a o rnira en silencio.) Ya no nay manera de
HEINRICH (sorprendido). - Pues sí. Tú mismo. escats'ár a los hombres. AdiÓs los monsthws, adiós los sari--
ros. A ios el orgullo. Sólo ay 10m re~ ,
GoETZ (el m'ismo juego). - Sólo yo.
HEINRICH. - Hombres que te rechazan, bastardo.
HEINRICH. - Sí, te digo que sí.
GoETZ (levantando la cabeza). - Sólo yo, cura, tienes razón. GoETZ. - ¡Bah! Ya me las arreglaré. (Pausa.) Heinrich no
l1e percnl•¿o nn. proceso; no h ay lugar a proceso por. falta' de
Sólo yo. Yo st:~"'?licaba, mendi aba un si no? envia~a al cie-
juez. (Pausa.) Lo recomienzo todo. -
lo mis m~i~Y.l12_.!1a~~!~~ El_~ielg_jg!,l~'ª,b--ª2!a
HETI.JPJCH .(so bresaltaclo). - ¿Recomienzas qué?
-~~no~J?re. A cada minuto me pregunto ~~_podi-ª.Jf.r
.Y~QiQs 9e _Dios. Ah_m.:a_sé..Jg._]esllues_!a: _g. D,.!g§ GoETZ. La vida .
HEnmiCH. - Sería demasiado cómodo. (Se lanza sobre él.)
~o 1!1~ ve,j:}j~_P<l me_2Ye, DiQ~~~~- n~_ con oc~Ves ese ~;!:
EÍo por encima de ~s cab~~_9-s?'"-Es_pws. __¿Ves e§_ No recomenzarás. Todo acabó para ti; hoy es el día del
balance.
2re~ha~-~!0~~~~télf~ios._¿Ves_ ese huec~_tie:
.na? También es Dios. El silenc~LPios. L~ncia, es GoETZ . -: Déjame, Heinrich, déjame. Todo ha cambiado, quie-
U:ws. WQ.~ ,;:_~ . la süleda.d . de los hmnhr:es.. ~staba ~
ro VIVIr. (T1'ata de escapm· de las 1nanos de HEil\TRICH.)
lQ so~~nventé yo ~en. Ft!t-Y? HEINRICH (estrangulándolo). - ¿Dónde está tu fuerza, Goetz,
9-1~izo tram a, o . uien Ill"Z''rñi1agros, yo quien me d?nde está; tu fuerza? ¡Qué suerte que quieras vivir; n~ori­
acuso hoy, sólo yo puedo absolverme; yo, . eriíombre. ~ ras en la desesperación! ( GoETZ, debilitado, intenta vana-
Dios existe, el hombre es nada; si el hombr¡, exjste ... mente rechazarlo.) Que toda tu parte de infierno se con-
¿"Ad6nde eones? · '"'1>1 'O S ~ .. , centre en este último instante. ·
GoETZ. - ¡Suéltame! (Debat-iéndose.) ¡Si uno de nosotros ha
HEINRICH. - Me voy; ya nada tengo qUé hacer contigo.
GoETZ. - Espera, cura; voy a hacerte reír. ele morir, que seas tú!
(Lo hiere con un cuchillo.)
HEI..t'ffiiCH. - ¡Cállate!
GoETZ. - Pero si todayía no sabes lo que voy a decirte. (Lo HEINRICH. - ¡Ah! (Pattsa.) No quiero dejar de odiarte, no quie-
'134 ]ean- Paul Sartre

ro dejar de sufrir. (Cae.) No habrá nada, nada, nada. Y tú,


mañana, verás el día.
(Muere.)
GoETZ. - Has muerto y el mundo sigue igualmente lleno; no
· le faltarás a nadie. (Toma las flores y las arroja sobre el ca-
dá-ver.) La comedia del Bien ha terminado eón un asesina-
to; tanto mejor, ya no podré retroceder. (Llamando.) ¡Hil-
da! ·¡Hilda!

Undécin~o cuadro
Escena V
El campamento de los campesinos
HILDA, GoETZ

GoETZ. - muerto. Escena I


HILDA. - ¡ uerto o vivo,
tiempo ue no me ocu o KARL, LA BHUJA, LOS DOS CA:rviPESINOS y luego NASTY
GoETZ. - e marc o.
HILDA. - ¿Ganaste tu proceso? (LA BRUJA frota a los cmnpesinos con una mano de madera.)
GoETZ. - No hubo proceso; te digo que Dios ha muerto. (La NASTY (ent1'ando). - ¿Qué haces?
toma en sus btazos.) Ya no tenemos testigo, yo soy el {mi- LA BRUJA. - Los hombres a quienes froto con esta mano de
co que ve tus cabellos y tu frente. Qué -verdadera eres de~:.. · madera, se vuelven invulnerables; dan golpes sin recibirlos.
de que Él ya no es. J\1íran1e, no dejes un mom:ento de mi- NASTY. - ¡Arroja esa mano! (M-archa sob1·e ella.) ¡Vamos!
rarme; el mundo ha quedado ciego; si volvieses la cabeza, ¡Arrójala! (LA BRUJA se esconde detrás de KARL.) ¡Karl!
tendría miedo de aniquilarme. (Ríe.) ¡Por fin solos! ¿También tú estás metido en eso?
(Luz. Antorchas aue se a1Jroximan.) KARL. - Sí. Déjala.
HanA. - Ya están ~quí. Veñ. NASTY. - Mientras yo mande, los jefes no mentirán a sus
GoETZ. - Quiero esperarlos. tropas.
HILDA. -· Te matarán. KARL. - Entonces las tropas reventarán con sus jefes.
GoETZ. - ¡Bah! ¿Quién sabe? (Pausa.) Quedémonos: tengo NASTY (a los campesinos). - ¡Despejad el campo!
necesidad de ver hombres. (Salen. Pausa. KARL se dirige hacia NAsTY.)
(Las antorchas se aproximan.) KARL. - ¡Vacilas, Nasty, y sueñas mientras tanto se multipli-
can las deserciones! El ejército pierde sus soldados como
un herido su sangre. Es preciso contener la hemorragia. Y
ya no tenemos derecho a ser delicados en los medios.
NASTY. - ¿Qué quieres hacer?
KARL. - Dar órdenes a todos de que se dejen frotar por esta
· bella muchacha. Si se creen invulnerables, se quedarán.
N ASTY. ~ Yo había hecho de ellos hombres, tú los camb:i~s
en bestias.
136 ] ean - Paul Sartre El diablo y Dios 137

KARL. - 1v1ás valen las bestias que se dejan matar en su pue:>to GoETZ. - Alguien que no conoces. (PattSft-.) Quiero servir bajo
que los hombres que desertan. tus órdenes como simple soldadoL
NAsTY. - ¡Profeta de error y de abominación! N ASTY. N o ac~pto.
KARL. - Pues bien, sí, soy un falso profeta. ¿Y tú, qué eres? GoETZ. ¡Nasty!
NAsTY. - Yo no quería esta guerra ... NASTY. ¿Qué quieres que haga yo con un soldado cuando
KARL. - Es posible, pero si no pudiste impedirla es porque pierdo cincuenta por día? ·
Dios no estaba contigo. GoETZ. - Cuando vine a ti, orgulloso como un rico, me re-
NASTY. - Yo no soy un falso profeta, sino un hombre al que c~a~aste y era justo porque yo pretendía que me necesi-
el Señor engañó. Haz lo gue quieras. (KARL sale con LA taseis. Pero ahora te digo que tengo necesidad de vosotros
BRUJA.) _Sí, Dios mío, me engañaste pues me dejaste creer y si me rechazáis seréis injustos, pues es injusto rechazar a
que era tu elegido; pero cómo reprocharte que mientas a los mendigos.
tus criaturas y cómo dudar de tu amor," yo que amo a mis NASTY. - Yo no te rechazo. (Pausa.) Desde hace un afio v un
hermanos como los amo y les miento como les miento. · día, tu puesto te espera; ocúpalo. Mandarás el ejércit¿.
GoETZ. - ¡No! (Pausa.) No nací para mandar. Quiero obedecer.
N ASTY, GoETZ, Hrr..DA y tres campesirws annados NASTY. - Perfectamente. Te ordeno, entonces, que te pongas
NASTY (sin sorpresa). - ¡Ah, ya estáis aquí! a nuestra cabeza. Obedece.
ur. .T CAMPESThTO (señalando a GOETZ). - Lo buscábamos para GoETZ. - Nasty; estoy resignado a matar y me haré matar si
degollado. Pexo ya no es el mismo hombre; reconoce sus es preciso; pero no enviaré a nadie a la muerte; ahora sé
errores y dice gue quiere pelear en nuestras filas. Entonces, lo que es morir. No hay nada, Nasty, nada; sólo tenemos
decidimos traértelo. nuestra vida.
NASTY. - Déjanos. (Salen.) ¿Quieres pelear en nuestras filas? HILDA (ilnponiénclole silencio). - ¡Goetzl ¡Cállate!
GOETZ. - Sí. GoETZ (a HILDA). - Sí. (A NASTY.) Los jefes están so~os; yo
NASTY. - ¿Por qué? quiero tener hombres por todas partes: en torno mw, por
GoETZ. - Os necesito. (Pa,usa.) Quiero ser un hombre entre. encima de mí, y que me oculten el cielo. Nasty, permítel.11e
lo~ hombres. ser un desconocido. ·
N ASTY. - /N a da más que eso? NASTY. - Pero si eres un desconocido. ¿Crees tú que un jefe
GoETZ. - Ya sé que es lo más difícil. Por eso debo comenzar vale más que oh· o? Si no quieres mandar, vete.
por eJ. comienzo. HILDA (a GoETz). - Acepta.
N Á~STY. - ¿Cuál es el comienzo? GoETZ. - No. IVfe bastan treinta y seis años de soledad.
GoETZ. - El crimen. Los hombres de hoy nacen criminales; HILDA. - Yo estaré contigo.
debo reivindicar mi parte en sus crímenés si quiero mi por- GoETZ. - Tú eres yo. Estaremos solos juntos.
ción de su amor y de sus virtudes. Quise el amor puro; ne- HILDA (a media voz). - Si eres soldado entre los soldados,
¿les dirás que Dios ha muerto?
cedad; amarse, es odiar al mismo enemigo; me desposaré,
GoETZ.- No.
pues, con vuestro odio. Quise el Bien; tontería; sobre esta HILDA. - ¿Lo ves?
tierra y en estos tiempos, el Bien y el ~llal son inseparables; GoETZ. - ¿El qué?
acepto ser malvado para llegar a ser bueno. HILDA. - Nunca serás semejante a ellos. Ni mejor ni peor:
NAsTY (nlirándolo ). -:- Has cambiado. distinto. Y si os ponéis de acuerdo será por equivocación.
~OE':I;'~.; - ¡Cómicamente! Perdí a algtúen que me era caro. GoETZ. - Maté a Dios porque me separaba de los hombres
-~TY .' - ¿Quién? y he aquí que su muerte me aísla todavía más.- No- permitiré
'11~
138 Jean- Paul Sartre El diablo y Dios 139

que ese gran cadáver envenene mis amistades humanas; si N ASTY. - Q~e entren. (A G~ETZ.) Van a decirme que ha nluer-
es preciso, lo diré todo. to la confianza y que ya no tienen autoridad. .
HILDA. - ¿Tienes derecho a robarles el valor? ·GoE'i'Z (con_voz fue1te). -No. (NAsTY lo mira.) El sufrimiento,
·GoETZ. - Lo haré poco a poco. Al cabo de un año de pa- l~ angustia, los remordimientos están bien para mí. Pero si
ciencia ... tu sufres, se apaga la última luz, y será entonces la noche.
HILDA (riendo). - Vamos, dentro de un año estaremos todos Tomo el mando del ejército.
muertos. . (Entran los jefes y KABL.)
·GoETZ. - Si Dios no existe, ¿por qué yo, que quisiera vivir UN JEFE. - Nasty, has que saber concluir una guerra. :Mis
con todos, estoy solo? hombres ...
(Ent-ran los campesinos empujando ante sí a LA BRUJA.) NASTY. -:- Hablarás_ ~uando te conceda la palabra. (Pausa.) Os
LA BRUJA. Os juro que no hace mal alguno. Si esta mano anunciO una noticia que vale una victoria: tenemos un ge-
os frota, seréis invulnerables. - neral y es el m~s famoso capitán de Alemania.
Los CAMPESL~os. - Te creemos si Nasty se deja frotar. UN JEFE. - ¿Ese monje?
(LA BRUJA se acerca a NAsTY.) ·GoETZ. - ¡Todo menos monje!
NAsTY. - ¡Vete al diablo! (Se despoja· del hábito y aparece vesHdo de soldndo.)
LA BRUJA (a 1ned:ia voz). - De parte de Karl; déjame obrar o Los JEFES. - ¡Goetz!
todo está perdido. KARL. - ¡Goetz! ¡Pardiez!. ..
NASTY (en voz alta). - Está bien. Date prisa. UN JEFE. - ¡Goetz! ¡Eso lo cambia todo!
(LA BRUJA lo frota. Los canzpesinos aplauden.) UN JEFE. - ¿Qué es lo que cambia, eh? ¿Qué es lo que cam-
UN CA1IPESINO. - Frota también al monje. bia? ¡Es un ti·aidor! Veréis cómo os hace caer en una me-
GoETZ. - ¡Por la muerte de Dios! morable emboscada.
HILDA (dulcemente). - ¡Goetz! ·GoETZ. - ¡Acércate! Nasty me ha nombrado jefe y capit6.n.
GoETZ. - Frota, linda muchacha, frota bien fuerte. ¿Ivie obedecerás? -
(Acción de LA BRUJA.) U N JEFE. - Prefiero reventar. :·
NAsTY (v'iolentmnente). - ¡Idos! GoETZ. - Revi~nta, pues, hermano. (Lo apuñala.) Y en cuantq
(Salen.) a vosoti·os, ~Idme: tomo el mando contra mi voluntad; perq
GoETZ. - ~.A esto has llegado, Nasty? n~ lo soltare. Creedme, si hay alguna posibilidad de ganar-;
NASTY. - Sí. esta gu~ITa, la ganaré. Anunciad inmediatamente que se
GoETZ. ¿,Entonces, los desprecias? ahorcara a todo soldado que trate de desertar. Quiero tener
NAsTY. - Sólo a mí me desprecio. (Pausa.) ¿Conoces tú más esta noche un inventario completo de las tropas, las armas
extraña bufonería? Yo, que odio la mentira, miento a mis y los víveres; me respondéis de todo con la cabeza. Estare-
mos seguros de la .victoria cuando vuesti·os hombres me te-
hermanos para darles el valor necesario para que se hagan
man n~ás a mí gue al enemigo. (Los jefes tratan de hablar.)
matar en una guerra que yo odio.
No. NI una palabra. Id a cumplir mis órdenes. Mañana co-
GoETZ. - ¡Pardiez! Hilda, este hombre está tan solo como yo.
noce~·éis mis ~lanes. (Salen. GoETZ empuja el cadáve1' con
NASTY. - ~/lucho más. Tú lo estuviste siempre. Yo era cien mil el pze.) El remo del hombre comienza. Bonito ·comienzo.
y ahora soy sólo yo. Goetz, ·yo no conocía ni la soledad, ni Vamos, Nasty, seré verdugo y carnicero.
la derrota, ni la angustia y carezco de recursos contra ellas. (Tiene un breve desfalleci1niento.)
(Entra un soldado.) N.AsTY (poniéndole la mano en el -hombro). - Goetz ...
. EL SOLDADO. - Los jefes quieren hablarte. ·GoETZ. - N o tengas miedo, no flaquearé. Les causaré horror,
.'·
140 Jean - Paul Sartre

ya que no tengo otra manera de amarlos; les daré órdenes; ·Gran Teatro del Mundo
ya que no tengo otra manera de obedecerlos; permanecere
solo con .este vacío por encima de mi cabeza, ya que no AR.TIIUR _ADAMC?V, I: La parodia. La invasión. La grande y la pe-
qttena mamobra. El profesor T a.ranne. Todos contra todos.
tengo otra manera de estar con todos. Hay que hacer esta
ARTIIUR ADAMOV, II: A favor de la corriente. El reencuentro. El
guerra y la haré. ping-pong.
RAFAEL ALBERT!, l: El homb1·e deshabitado. El trébol florido. El
adefesio. La Gallarda.
RAFAEL ALBERT!, II: La lozana .Andaluza. N oche de gtterra en el
TELóN Museo del Prado. De ttn momento a otro.
jEAN ANOUILH, I: Piezas negras: El armiiio. La salvajé. El viajero
sin e<qttipaje. Euridice.
]EAN ANOUILH, II: Piezas rosas: El baile de los ladrones. La cita
en Senlis. Leocadia. .
]EAN ANOUILH, III: Nuevas piezas negras: ]ezabel. Antigona. Ro-
meo y, ] eannette. Medea.
]EAN ANOUILH, IV: Piezas brillantes: La invitación d castillo. Ca-
lomba. El emayo o el 't1mor castigado. La escttela de los padres.
]EAN ANOUILH, V: Piezas chirrían tes: El vals de los toreros. Pobre
Bitós. La gruta. Ornifle. Ardele.
]EAN ANOULID, VI. Piezas con disfraz: La alondra. Ber:ket. La feria
de los sustos.
MIGUEL ÁNGEL ASTURIAS: Chantaje. Dique seco. Solttna. La att·
diencia de los confines.
MARCEL AYMÉ: La cabeza ajena. Clérambard. Luciana y el car-
nicero.
UGO BETTI: ·Marido y mttjer. Delito eJt la isla de las Cabras. L¡¡-
cha hasta el alba. Corrupción en el Palacio de ]usticta.
FERDIÑAND BRUCKNER, 1: La enfermedad de la jttventttd. Los crimi-
nales. Las razas.
FERDINAND BRUAKNER, Il: Pirro y Andrómaca. Simón Bolívar. Timón
y el oro.
ANTONIO BU ERO VALLEJO, l: En la ardiente oscttridad. Hoy es
fiesta. Madmgada. Las cartas boca abajo.
ANTONIO BUERO VALLEJO, Il: Historia de ttna escalera. La tejedora
de stteiios. Irene o el tesoro. Un sotíador para un Ptteblo.
ALBERT CAMUS, I: El malentendido. Calig11la. El estado de sitio. Los
justos.
ALBERT CAMUS, Il: Los poseídos.
ALEJANDRO CASONA, I: La sirena varada. La ba.rca sin pescador. Los
árboles m11eren de pie.
ALEJANDRO CASONA, II: Prohibido stticidarse en Primavera. Siete
-,; gritos en el mar. Corona de amor y mtterte.
ALEJANDRO CASONA, III: La dama del alba. Retablo jovial. [4 ter-
cera palabra.
]EAN COCTEAU, I: Los padres terribles. Los monstruos sagrados. Lti
máqtúna de escribir.
]EAN COCTEAU, II: Baco. Los novios de la torre Eiffel. Los caballero., ]EAN-PAUL SARTRE, I: Las moJ.
de la mesa redonda. sepultttra. La mttjerzt~ela respéttt~.-.
]BAN GENET, 1: El balcón. Severa vigilano/a. Las sirvientas. ]EAN-PAUL SARTRE, II: El diablo y Dio"
]BAN GENET, 11: Los biombos. Los negros. ]EAN-PAUL SARTRE, III: Necrasof. Kean. ~­
.MICHEL DE GHELDERODE, 1: ¡Arriba, Signar! Escorial. Halewyn. Ma-: ALEXANDRE DUMAS.)
• gia roja. La seiiorita ]ak. Pastos del infierno. }EAN-PAUL SARTRE, IV: Los sectte.rtrados de Ath
MICHE~ DE GHELDERODE, 11: El extrano ·jinete. La balada del grart:- ALFONSO SASTRE: Esct~adra hacia ltt mtterte. Tierra r~.­
macabro. Tres a.~tores, un drama. . . Cristóbal Colón. L11s mtt· Mtterte en el btN·rio. Gttillermo Tell tiene los· o1,
jeres m;te el sepu, 1cro. La farsa de los tenebrosos. cttervo.
JACINTO GRAU, 1: El conde Alarcos. Las gafas de don Telesforo o Un ]OHN M. SYNGE: La sombra del valle. Jinetes hacia el mar. L ..
loco de buen capricho. Destino. del hojalatero. El 1pan.antíal de los santos. El botarate del o.
]ACT~'ITO GRAÜ, II: Er~ el infiemo se están rmtdando. Tabarín. Bibí Deirdre de los dolores.
Carabé. . · TENNESSEE WILLIAMS, 1: Un tratwfa llamado deseo. El zoológico de
GERHART HAUPTMANN, 1: Los tejedores. La ascemión de Hamz11lep crtstal. V eran o y httmo.
· El abrigo de castor. TENNESSEE WILLIAMS, II: La noche de la igttana. Lo qtte no se dice.
GERHART HAUPTMANN, II: Hemchel, el carretero. Rosa Ber1zd. Lcts Súbitamente el tí/timo verano. Período de ajmte.
tinieblas.
EUGENE IONESCO, I: La cantante calva. La lección. ] acabo o k'f
smnisión. Las· sillas. Víctimas del deber. Amadeo o cómo salir
del paso.
EUGENE IONESCO, JI: La improvisación del alma. El asesino sin
gajes. El nttevo inqttilino. El porvenir está en los httet'OS. El'
.m:lzestro. La joven casadera.
EUGENE lONESCO, III: El rinoceronte.
GEOHGE KAISER: Gas. Ut:t día de octttbre. De la maiía1za a la media··
noche. [lL/tl7
GABRIEL MARCEL: Roma ya no est.í en Roma. U1:t h.omb.re de Dios.
El emisario. ·
ARTHUR MILLER, I: La mtterte de 1m viajcmte. Todos eran mis hijos~
ARTHUR MrLLER, II: DesPttés de la caída. [?J,cidente en Vichy.
,., />/
. . ___ Lr /J
]. B. PRIESTLEY: Ha llegado un inspector. Tres piezas sobre el'
tiempo: Esqttina peligrosa. El tiempo y los Conway. Y o esttt~
ve aqttí unct ·vez.
ELMEH RicE; ·1: El. procesado. La máqtti-na de sttmar. El abogado..
La soiiadora.
ELMER RICE, II: El día del }tticio . .La calle. Dos en mza isla . .
El\fMANUEL ROBLES: Montserrat. Mmió la verdad. La extraña casa.
de la calle Marconi.
]ULES ROlvfAINS: Knock o El trimzfo de Ja medicina. El casamiento
del señor Tmuhadec. El señár Trotthadec arrastrado por el'
liberti1.1aje. Dorzogoo.
ARl.fAND SALACROU, I: La tierra es 1·edonda. La desconocida de Ar.ras•.
Un homb1'e como los demás.
ARMAND SALACROU, II: . Los novios del Havre. El soldado y la he-·
chicera. Las ?toches de la cólera.
SEBASTIÁN SALAZAR BONDY: Ro di l. N o hay isla feliz. Algo que qttie-
re morir. Flora Tristct1J.
SAROYAN: No te vayas así. La casa de Sam Ego. Naci-
entierro alegre.

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