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Piaget-Introduccion A La Epistemologia Genetica PDF
Piaget-Introduccion A La Epistemologia Genetica PDF
INTRODUCCION A LA
EPISTEMOLOGIA
GENETICA
1. El pensamiento matemático
Prólogo de
Em ilia Ferreiro y Rolando García
I. La pensée mathématique
Publicado por
PRESSES U N IV E R S IT A IR E S D E FRA NGE
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IN D IC E
P r e f a c io .......................................................................................................................................................................................... 25
In tro d u c c ió n . O b je to y m é to d o s de la e p is te m o lo g ía g e n é t i c a ...................... 27
P r im e r a p a r t e
1 Human knowledge, its scope and limits. Nueva Yorlc, Simón and Schuster,
1948, págs. 52-53. FHay versión castellana: El conocimiento humano. Madrid, Taurus.
1966.]
berle otorgado el cetro a la psicología para decidir acerca de estos problem as,
Russell hace estas afirmaciones sin preguntarse si ellas resisten a la investi
gación en dicha disciplina. L a razón últim a por la cual procede así reside,
quizá, en que p a ra él como p a ra todo el empirismo lógico y posiciones
afines, “psicología” designa siempre alguna form a de conductismo que
aceptan sin cuestionar. Pero, ya en la época en que Russell escribió esta
obra, la psicología genética había acum ulado suficiente evidencia experi
m ental como p a ra invalidar las aseveraciones arriba citadas.
Con respecto a las relaciones entre lógica y psicología, Piaget h a sido
acusado frecuentem ente por los lógicos de hacer “psicologismo” , en tanto
que h a sido acusado po r los psicólogos de caer en el “logicismo” . E n lo que
respecta a la acusación de “psicologismo” es preciso recordar lo siguiente:
los “ objetos” de los cuales se ocupa la lógica son las proposiciones, las clases,
las relaciones, las funciones. Ellos son introducidos p o r definición o por
postulados. Además, se construyen con ellos sistemas formales en los cuales
se introducen reglas de deducción. Pero la lógica no crea, todo esto de la 'do
nada, sino que lo tom a de las estructuras operatorias del sujeto. U n a parte
considerable de la obra experim ental y teórica de Piaget h a consistido en
poner de manifiesto cuáles son esas estructuras y cuál es su origen. Estu
diarlas desde el p u n to de vista psicogenético no es hacer psicologismo. Las
relaciones entre am bas disciplinas están sintetizadas en esta afirm ación:
“L a lógica es u n a axiom ática de la razón de la cual la psicología de la
inteligencia es la ciencia experim ental correspondiente ” .2
B) Hemos citado más arriba a B ertrand Russell en su form ulación
de las dos cuestiones básicas de toda teoría del conocimiento: “¿ Q u é es lo
que conocemos?” y “ ¿C óm o es que lo conocemos?” Piaget va a form ular
u n a pregunta, au n m ás básica, por medio de la cual v a a poder proponer una
respuesta a las dos anteriores. D icha pregunta es: “ ¿Cóm o pasa u n sujeto
de un estado de m enor conocimiento, a un estado de m ayor conocimiento?”
H ay numerosos ejemplos, en la historia de la ciencia, de extraordinarios
progresos logrados con u n a m odificación ral la form ulación de las cuestiones
básicas. U n “¿ Q ué es. . . ?” que aparece como preg u n ta de tipo metafísico,
referida a “esencias” — ¡y m uchas veces lo es!— es reemplazado por un
“¿Cóm o es que. . . ?” o un “ ¿E n qué condiciones se d a. . . ?” U n ejemplo
trivial está dado por las llam adas definiciones “por abstracción” . Para
definir “forma de u n a figura” no partirem os_de la pregunta “ ¿Q u é es
form a?”, sino “ ¿C uándo dos figuras tienen la m ism a form a?” Es a p artir
de allí y de las propiedades de la semejanza de figuras que arribam os a la
definición de “form a” . N o hay en ello círculo vicioso, ya que “tener
la m isma forma” es u n a expresión que se puede definir sin presuponer la
definición de form a.
Cuando Piaget reemplaza, como pregunta básica, “ ¿Q ué es conoci
m iento?” o “ ¿Q u é es lo que conocemos? por “ ¿Cóm o se pasa de u n estado
de m enor conocimiento a otro de mayor conocimiento?”, la situación es
II
(i) E ntre los esquemas de asimilación y los objetos a los cuales dichos
esquemas deben acom odarse (que es, tam bién, un equilibrio entre
form a y c o n ten id o ).
(ii) E ntre los subsistemas que luego se integran en u n sistema.
(iii) E ntre las diferenciaciones (que consisten en introducir, en un a
totalidad, negaciones parciales, generadoras de subsistemas, pero
m anteniendo los caracteres positivos de la to talid ad ) y las integra
ciones (que consisten en reunir, en una totalidad, sistemas que
eran independientes o que eran considerados como tales).
El tercer tipo de equilibración, a cuyo análisis teórico y experim ental
llega Piaget sólo en años recientes, adquirirá u n a im portancia excepcional
en su teoría. En él hace reposar la solución del problem a que considera
ccm o “el m ás misterioso” de todos los problemas epistemológicos: la pro
ducción de nuevos conocimientos.
Pero aun una descripción de las tres formas de equilibrio no constituye
un a explicación del proceso. E sta exige explicitar los mecanismos en juego.
A quí surgen dos nociones que son utilizadas con h arta frecuencia
en las explicaciones de tipo epistemológico, sin que se h ayan hecho muchos
esfuerzos por aclarar su significado ni, mucho menos, p o r desentrañar los
mecanismos que ponen en juego. Dichas nociones son: abstracción y
generalización. Piaget las usa con sentido bien específico en la presente obra,
pero el papel fundam ental que juegan en su teoría sólo se pondrá clara
10 Un ejemplo trivial lo ofrecen los “cúmulus de buen tiempo’’ que son esas
nubes blancas, aisladas, en forma de torre, que suelen observarse en las tardes soleadas
de verano. Parecen objetos inmóviles, pero la proyección cinematográfica de foto
grafías tomadas a intervalos regulares de tiempo muestra que se trata de un sistema
muy activo en permanente disipación y recomposición, Todo organismo viviente es
un ejemplo de tal “equilibrio” .
m ente de manifiesto en trabajos m ucho más recientes. D icho papel no es
otro que el de la construcción de nuevas estructuras en los procesos de
reequilibración.
Las desequilibraciones de cada una de estas tres formas de equilibrio
responden a mecanismos específicos. E n el prim er caso, por ejemplo, todo
esquema asimilador encuentra, tarde o tem prano, u n obstáculo o pertur
bación (definido como el objeto que resiste a la asimilación) ; frente a esa
perturbación se ponen en m a rc h a mecanismos de regulación que tratan de
compensar la perturbación. L a com pensación es com pensadora con respecto
a la perturbación pero es form adora con respecto al esquema. R a ra vez, sin
em bargo, la com pensación es com pleta de inm ediato, y un a compensación
incom pleta da lugar al surgim iento de contradicciones.
Desde un punto de vista m uy general, P iaget m ostrará que en los tres
casos las desadaptaciones, los conflictos, las oposiciones, que desequilibran
cada nivel de estructuración y que h abrán de traducirse en contradicciones,
responden a u n único factor que él denom ina “la com pensación incom pleta
entre afirmaciones y negaciones” .
Este tratam iento de la contradicción, al que dedica un a obra que está
en estos m omentos en curso de impresión, traduce quizás m ejor que ninguna
otra el pensam iento dialéctico de Piaget. E n él, como en Hegel y en M arx,
la dialéctica aparece bajo dos form as distintas:
III
E m il ia F e r r e ir o
R olando G a r c ía
11 Op. cit. Véase además otra obra, posterior: Adaptation vítale et psychologie
de l’intelligence. París, Hermann, 1974 .
12 Epistémologie des sciences de l’homme. París, Gallimard, 1970.
P R E F A C IO
J-P-
1 Colín, 1949.
INTRODUCCION
O B JE T O Y M E T O D O S D E LA E P IS T E M O L O G IA G E N E T IC A
1. L a e p i s t e m o l o g í a g e n é t i c a c o n s i d e r a d a c o m o u n a c i e n c i a . El
objeto de la filosofía es la totalidad de lo real, de la realidad exterior y del
espíritu y de las relaciones entre ambos. Lo ab arca todo pero sólo cuenta
como método propio con el análisis reflexivo. Además, como tiene que
exam inar la totalidad de la realidad, los sistemas que construye engloban
necesariam ente tanto la evaluación como la verificación, y presentan tarde
o tem prano oposiciones irreductibles resultantes de la diversidad de los
valores que se le proponen a la conciencia hum an a. D e donde se explica
la heterogeneidad de las grandes corrientes tradicionales que vuelven a
aparecer periódicam ente a lo largo de la historia de la metafísica.
Por el contrario, el objeto de u n a ciencia es lim itado y sólo se in au g u ra
como disciplina científica cuando alcanza esta delimitación. Persigue la
solución de problem as particulares y construye entonces uno o varios m é
todos específicos que perm iten reunir nuevos hechos y coordinar las in ter
pretaciones en el interior del sector de investigación que previam ente ha
circunscripto. Las filosofías se enfrentan con las inevitables divergencias
de evaluación que separan entre sí las concepciones globales que se refieren
sim ultáneam ente a la- v id a interior y al universo; en cambio, un a ciencia
alcanza u n acuerdo relativo de los diversos puntos de vista, pero sólo lo
alcanza en la m edida en que solicita este acuerdo p a ra la solución de
problem as restringidos y m ediante el em pleo de métodos tam bién bien
definidos.
Si bien no existe fro n tera absoluta entre la filosofía y las ciencias, se
tra ta sin embargo de dos enfoques muy diferentes. No hay frontera absoluta
entre ellas, porque u n a se refiere a la totalidad y la otra a los aspectos
particulares de lo real. Por lo tanto, nun ca puede decidirse a. priori si
u n problem a es de naturaleza científica o filosófica. En la práctica, y
a posteriori, se com prueba que respecto de algunos puntos es posible lograr
cierto acuerdo (por ejem plo, el cálculo de la probabilidad de u n fenómeno,
las leyes de la herencia o la estructura de una percepción), m ientras que
respecto de otros puntos este acuerdo resulta difícil (por ejemplo, la libertad
h u m a n a ). Se dirá, pues, que los prim eros presentan u n carácter científico
y los segundos son de orden filosófico, pero con ello sim plem ente se quiere
decir que se ha conseguido aislar los primeros problem as de tal modo que
su solución no cuestione al conjunto, m ientras que los segundos son soli
darios de u n a sucesión indefinida de cuestiones previas que necesitan u n a
to m a de posición en cuanto a la totalidad de lo real. Se tra ta de u n a
situación de hecho y sucede a m enudo que u n problem a considerado
tradicionalm ente como filosófico se convierte en científico gracias a u n a
nueva delimitación. Así sucedió con la m ayor p arte de los problem as psico
lógicos: hoy pueden estudiarse las de la percepción y el desarrollo de
la inteligencia, sin tener la obligación» de tom ar p artid o alguno en cuanto
a la naturaleza del “alm a” . ,
Sin embargo, si bien 110 hay frontera fija alguna entre las cuestiones
filosóficas y las científicas, se las aborda de m an era esencialm ente distinta.
E n el segundo caso, hay que esforzarse en abstraer del conjunto otros p ro
blem as; en cambio, en el prim er caso, hay que relacionar todo con todo,
sin que se sienta el deseo — ni siquiera el derecho— de practicar este tipo de
cortes. Casi podría decirse, sin m alicia alguna, que el filósofo es un teórico 1
que está obligado a ocuparse y a hablar de todo al mismo tiem p o ; en Ul
cam bio, el hom bre de ciencia se restringe a seriar las cuestiones y se d a así \
el tiempo necesario p ara encontrar u n m étodo p articu lar p a ra cada u n a H
de ellas.
Y aquí reside el nudo del problem a. C uando u n a disciplina como la
psicología experim ental se separa de la filosofía p ara erigirse como ciencia
autónom a, esta decisión tom ada por sus representantes no equivale al o tor
gam iento, en un m om ento dado, de una licencia de seriedad o valor
superior. Sim plem ente consiste en renunciar a ciertas discusiones que crean
divisiones y en comprometerse, por convención o gentlem an’s agreement
a hablar únicam ente de las cuestiones que pueden abordarse m ediante el
empleo exclusivo de ciertos métodos comunes o comunicables. Por lo tanto, ts
en la constitución de u n a ciencia hay u n necesario renunciam iento, u n a
determ inación de no mezclar más, en la exposición tan objetiva como
posible de los resultados que se alcanzan o las explicaciones que se persiguen,
aquellas preocupaciones, que quizá sean muy im portantes p ara uno, pero
que se aceptan dejar fuera de las fronteras trazadas. Y se obtiene así un
acuerdo, incluso en el cam po de la psicología experim ental, p o r ejemplo,
donde un problem a de percepción habrá de tener iguales soluciones en
M oscú, Lovaina o Chicago, independientem ente de las filosofías muy dife
rentes de los investigadores que aplican métodos análogos de laboratorio.
Estos renunciam ientos pueden aparecer, a lo largo de la constitución
de u n a ciencia, como em pobrecim ientos; sin em bargo, siempre gracias a
estas delimitaciones ha progresado el saber hum ano. T o d a la historia del
pensam iento científico, la m atem ática, la astronom ía y la física experi
m ental — incluso la psicología m o d e rn a — es la historia de u n a progresiva
escisión entre las ciencias particulares y la filosofía. Sin embargo, la filosofía
h a encontrado a su vez sus renovaciones m ás fecundas en la reflexión acerca
de los progresos realizados por las ciencias: Platón, Descartes, Leibnitz y
K an t constituyen los mejores testimonios de esta situación.
A hora bien, el problem a de la delim itación se le plantea hoy a la
epistemología misma, delim itación respecto de las síntesis filosóficas totales,
por u n a parte, en función del progreso de algunos de sus métodos p articu
lares y, por la otra, en función de la actual crisis de las relaciones entre las
ciencias y la filosofía.
Si la diferenciación creciente de las disciplinas particulares tuvo p ara
la ciencia los felices resultados que todos conocemos, culminó m o m en tán ea
m ente en la catastrófica consecuencia para la filosofía de d ejar creer a
g ran cantidad de eminentes personas, que ya no pueden seguir d etallad a
m ente los trabajos especializados, que la reflexión filosófica constituye un a
especialidad más como cualquier otra. En las grandes épocas, eran los
mismos hombres que trab ajab an en la investigación cotidiana de su ciencia
y que, en ciertos momentos, creaban las síntesis que h an m arcado las etapas
esenciales de la historia de la filosofía; en cambio, hoy se cree que en las
facultades universitarias desprovistas de laboratorios y enseñanza m a te
m ática, uno puede prepararse como filósofo, es decir, realizar síntesis sin
previo trabajo especializado, o más precisam ente h acer síntesis como si se
tratase de una especialización legítima. Descartes, cuyo nombre nos evoca
tanto a la filosofía como a la geom etría analítica, aconsejaba entregarse a
la reflexión filosófica únicam ente u n día por mes y dedicar los otros días
a la experiencia o al cálculo. A hora bien, hoy se tolera que se escriban libros
de filosofía sin ni siquiera haber contribuido de algún modo al progreso de
las ciencias, aunque sólo fuese m ediante modestos descubrimientos efec
tuados para una tesis de doctorado y en u n a cualquiera de las disciplinas
científicas.
El resultado más corriente de este tipo de división del trabajo — entre
aquellos que hacen profesión de ocuparse de las cuestiones particulares y
aquellos que creen poder consagrarse de en trad a a la m editación acerca del
conjunto de lo real— concuerda con la lógica de las cosas. Por una parte,
nos encontram os con filósofos que hablan de ornui re scibili como si fuera
posible alcanzar toda verdad por la simple “reflexión” : por ejemplo, juzgar
acerca de la percepción sin haber m edido nunca un um bral diferencial en
u n laboratorio, o bien discutir los resultados de las ciencias exactas sin
conocer a través de la experiencia personal alguna técnica de precisión.
Sin embargo, la historia nos dem uestra bastante claram ente que la discusión
del trabajo de los otros sólo resulta fecunda cuando se ha proporcionado,
aunque sea en un punto restringido, u n esfuerzo efectivo análogo. Causa
pesar observar cómo a m enudo se desaprovecha el talento de tantos espíritus
profundos, e ingeniosos, tanto más en la m edida en que esas energías no se
distribuyen m ejor entre la investigación de los hechos y el análisis p ro p ia
m ente reflexivo, por la organización universitaria resultante del divorcio
entre las ciencias y la filosofía. Si los filósofos hubiesen contribuido m ás
al desarrollo de la psicología experim ental, en sus aspectos más am plios y
diversos, el conocim iento del espíritu hum ano se hubiera m ultiplicado;
ahora bien, la pérd id a del contacto con los laboratorios científicos conduce
a los analistas m ás dotados a pensar que los hechos m entales pueden estu
diarse sin ab an d o n ar la biblioteca o la m esa de trabajo.
Por otra p arte y de acuerdo con la tradición secular de la filosofía
resultante de la reflexión acerca de las ciencias, u n a cantidad siempre
creciente de científicos especializados proporcionan los m ateriales de la
epistemología contem poránea. Salvo una élite de filósofos que reaccionaron
con el vigor que todos conocemos contra la simple especulación y se iniciaron
en el cam ino de lftó/ ciencias, los m atem áticos, los físicos y los biólogos son
quienes hoy alim entan a m enudo las más fecundas discusiones acerca de la
naturaleza del pensam iento científico y del pensam iento a secas. A un más,
no confiados en el socorro que podían obtener de la filosofía académ ica,
delim itaron, en el interior de un cam po hasta entonces com ún a la episte
m ología filosófica y a las partes m ás generales de las ciencias, terrenos
especiales de discusiones e investigación: por ejem plo el problem a del
fundam ento de la m atem ática.
Entonces en m uchos medios surge la siguiente p reg u n ta: ¿la epistem o
logía es necesariam ente solidaria de u n a filosofía global, o se puede con
seguir, en la m edida en que con ello se obtenga cierta ventaja, aislar los
problem as epistemológicos en form a tal que se contribuya a su solución
independientem ente de las posiciones metafísicas clásicas?
T oda filosofía presupone u n a epistemología, no hay d uda alguna de
que así sea: p a ra ab arcar sim ultáneam ente el espíritu y el universo, es
necesario fijar previam ente cómo se relaciona uno de los térm inos con
el otro y este problem a constituye el objeto tradicional de la teoría del
conocimiento. Sin em bargo, la recíproca no es verdadera, salvo si uno
decide instalarse de en trad a en el conocim iento en general o en el conoci
m iento en sí; esta form a de p la n tea r el problem a la aceptamos sin pesar,
e im plica a la vez u n a filosofía del espíritu que conoce y una filosofía de
la realidad que quiere conocerse.
Lo característico de las ciencias particulares consiste precisam ente en
no abordar nun ca de frente las cuestiones que resultan demasiado ricas
en implicaciones y en disociar las dificultades de tal m anera que se las pueda
ordenar. U n a epistemología que se preocupe por ser científica, se cuidará
m uy bien de no p reg u n ta r de en tra d a qué es el conocimiento, así como la
geom etría evita decidir previam ente qué es el espacio, la física rechaza
investigar desde el principio qué es la m ateria, e incluso como la psicología
renuncia a tom ar partido, al comienzo, acerca de la naturaleza del espíritu.
E n efecto, p a ra las ciencias, no hay u n conocimiento en general y ni
siquiera un conocim iento científico a secas. • Existen múltiples formas de
conocimiento, y ca d a u n a presenta una cantidad indefinida de problem as
particulares. Incluso respecto de los grandes tipos de conocimientos cientí
ficos especializados, sería m uy quim érico hoy preten d er obtener u n a opinión
única acerca de qué es, por ejemplo, el conocim iento m atem ático o incluso
físico, o biológico, considerados cada uno en bloque.
E n cambio, cuando se analiza u n descubrim iento circunscripto cuya
historia puede delinearse, o una idea distinta cuyo desarrollo puede recons
tituirse, es posible que se logre u n a suficiente convergencia de los diversos
puntos de vista en cuanto a la discusión de problem as que se plantean del
siguiente m odo: ¿cóm o h a operado el pensam iento científico presente en
los casos analizados (y considerados con u n a delim itación determ inada)
el tránsito de u n estado de m enor conocim iento a u n estado de conocimiento _
que se estima superior?
E n otras palabras, si bien la n aturaleza del conocimiento científico en
general es un problem a aú n filosófico porque necesariam ente se relaciona
con todos los problem as globales, resulta posible sin d uda situarse in medias
res y delim itar una serie de problem as concretos y particulares que se enun
cian en form a p lural: ¿cóm o se increm entan los conocimientos? E n este
caso, la teoría de los mecanismos com unes a estos diversos incrementos,
estudiados inductivam ente como hechos em píricos que se sum an con otros
hechos, constituirá u n a disciplina que se esforzará estableciendo diferencia
ciones sucesivas, en convertirse en científica.
A hora bien, si tal es el objeto de la epistem ología. genética, resulta
fácil com probar lo adelan tad a que se en cu en tra esta investigación, gracias
a u n a cantidad considerable de trabajos especializados, pero al mismo
tiempo se com probará lo frecuente que es, en la discusión de las cuestiones
así form uladas, retornar, po r u n a suerte de deslizamiento involuntario,
a las tesis dem asiado generales de la epistem ología clásica. Se han de evitar
dos, peligros: las m onografías históricas y psicológicas sin vínculo suficiente
entre sí, y el retorno a la filosofía del conocim iento; estos peligros sólo
p odrán evitarse m ediante la utilización de u n m étodo estricto.
A hcra bien, ¿ cómo efectúa la anatom ía com parada las determ inaciones
de los planes comunes de la organización, las “homologías” o parentescos
genéticos de estructura, etc.? H ay dos métodos distintos que la orientan
constantem ente y que pueden combinarse entre sí. El prim ero consiste en
seguir la filiación de las estructuras cuando su continuidad aparece de m odo
visible en los tipcs adultos: así los miembros anteriores de los vertebrados
pueden com pararse de una clase a otra, desde las aletas anteriores de los
pescados hasta las alas de los pájaros y .las patas delanteras de los m am í
feros. C uando hay discontinuidad relativa, el “principio de las conexiones”
de Geoffroy Saint-H ilaire perm ite deterrninar los órganos homólogos en
función de sus relaciones con los órganos vecinos. Pero estos métodos,
fundados en el exam en de las estructuras ya completas, están lejos de ser
suficientes p a ra colm ar las necesidades de la com paración sistemática,
porque hay filiaciones que escapan com pletam ente al análisis por una
carencia dem asiado grande de continuidad visible. En este caso, se impone
necesariam ente un segundo m étodo: se trata del método “embriológico”
que consiste en extender la com paración a los estadios más elementales del
desarrollo ontogenético. Así, algunos crustáceos cirrópodos fijos, como los
anafites y los balanos fueron du ran te m ucho tiempo considerados como
moluscos, con lo cual toda determ inación de las homologías resultaba
errónea: bastó descubrir que pasan en estado larval por la form a “nauplio” ,
sem ejante a u n pequeño crustáceo libre, p ara relacionarlos con su verdadera
filiación y restablecer las filiaciones y homologías naturales. Sólo el exam en
del desarrollo em brionario perm ite, por o tra parte, determ inar el origen
mescdérmic.o o endodérm ieo de un órgano. Se pudieron determ inar poco
r. poco ciertos parentescos poco visibles, como los que unen varios pequeños
huesos del oído de los m am íferos con el arco hioideo de los peces, gracias
al examen del desarrollo.
A hora bien, p ara com parar entre sí diversas estructuras m entales, como
sería el caso de las de los m últiples conceptos empleados en el pensam iento
científico, es necesario pensar en m étodos análogos, por más em inente que
sea la dignidad de las estructuras intelectuales en oposición a las formas
anatóm icas de los crustáceos y los moluscos: en efecto, en ambos casos se
tra ta de organizaciones vivas y en evolución.
Si seguimos, por u n a parte, el desarrollo de las ideas que se han
em pleado en u n a ciencia a lo largo de su historia, resulta fácil establecer
algunas filiaciones po r continuidad directa, o por la determ inación del
sistema de “conexiones” presentes. Puede reconstituirse así fácilm ente la
historia del concepto' de núm ero a p a rtir de los enteros positivos y después
de los núm eros fraccionarios, los núm eros negativos hasta las generaliza
ciones siempre más profundas resultantes de las operaciones iniciales. Será
relativam ente fácil, adem ás, com parar entre sí las diversas form as de m edi
ción — del espacio, el tiempo, las m últiples cantidades físicas, etc.—
y volver a encontrar en sus desenvolvimientos históricos respectivos algunas
conexiones relativam ente estables, como el establecimiento de relaciones
entre objetos o movimientos postulados como invariantes y esquemas n u
méricos o em parentados con el núm ero. Estas m últiples com paraciones,
am pliadas en diversas escalas, caracterizan u n prim er método propio de la
epistemología genética bien conocido en form a algo am plia y que requeriría
quizás aún cierta sistem atización: se trata- del método “histórico-crítico”
em pleado con el éxito por todos conocido por toda un a pléyade de historia
dores del pensam iento científico y famosos epistemólogos.
Sin em bargo, el método histórico-crítico no basta p ara todo. Lim itado
al campo de la historia de las ciencias, se refiere a las nociones construidas y
em pleadas por un pensam iento ya constituido: el de los científicos consi
derados desde la perspectiva de su filiación social. Las formas de pensa
m iento accesibles al m étodo histórico-crítico ya están m uy elaboradas y
más o menos profundam ente insertas en el juego de las interacciones propias
a la cooperación científica. E l inmenso servicio que b rin d a este m étodo
es el de vincular el presente con un pasado colm ado de riquezas a m enudo
olvidadas, que lo esclarece y en p arte explica gracias al examen de los
estadios sucesivos del desarrollo de u n pensam iento colectivo. Sin em bargo,
se tra ta siempre de la acción de pensamientos evolucionados respecto de
otros que se encuentran en evolución y no todavía de la génesis como tal
del conocimiento.
Por. ello, es necesario añ a d ir a este prim er m étodo que corresponde
al de las filiaciones directas y las conexiones específicas de la anatom ía com
p arada, u n segundo m étodo cuya función será la de constituir un a em brio
logía m ental. Retom em os en este sentido la historia del concepto de
núm ero. D e por sí esta historia es rica en enseñanzas singularm ente reve-
laderas: cóm o se introduce el núm ero irracional p a ra im itar el continuo
espacial, cóm o surgieron los núm eros im aginarios a p a rtir de u n a extensión
generalizadora de las operaciones, cómo el transfinito pone de manifiesto
ciertos tipos de correspondencia “refleja ” 2 sem ejantes a las correspon
dencias lógicas, etc. Sin em bargo, difícilmente se obtendrá, únicam ente a
partir de esta histeria, u n a respuesta unívoca a la cuestión epistemológica
central de saber si existe una intuición prim itiva del n úm ero entero, irred u c
tible a la lógica, o si el núm ero es el resultado de operaciones más simples.
L a razón de este fracaso de la investigación histórico-crítica se encuentra
seguram ente en el hecho de que la estructura m ental de aquellos que
teorizan acerca del núm ero es una estructura ad u lta, que se rem onta de
C antor o K ronecker a Pitágoras mismo, m ientras que la idea de cantidad
apareció en ellos previam ente a toda reflexión científica: por lo tanto, lo
que hay que conocer es el estado larvario de la cantidad, es decir el estadio
“nauplic” que explica al anafite adulto, y vemos que no resulta demasiado
irreverente reclam ar aquí la intervención de u n a em briología intelectual
por analogía con los m étodos de la anatom ía com parada.
A hora bien, esta em briología m ental existe y precisam ente son los
m atem áticos quienes adivinaron m ejor y casi se anticiparon a su posible
utilización. cuando, por ejemplo, echaron los cimientos de u n a epistemo
logía genética en el cam po de la geom etría. Todos recu erd an cómo P oin
caré buscaba la génesis del espacio en la coordinación de los movimientos
del cuerpo, en la distinción de los cambios de posición y los cambios de
estados, etc., es decir, a través de m uchas hipótesis que sólo pueden veri
ficarse en el análisis del desarrollo m ental del niño y adem ás en su prim era
época de vida. A hora bien, el m étodo puede generalizarse y se tra ta entonces
de la construcción de todos los conceptos esenciales, o categorías del pensa
m iento cuya génesis puede trazarse nuevam ente en el transcurso de la
evolución intelectual del sujeto, acaecida desde su nacim iento y el m om ento
en que p enetra en la edad ad u lta: esta em briología de la razón puede
desem peñar, respecto de una epistemología genética, el mismo papel que
Sin e n tra r a detallar estas diversas tesis, resulta sin em bargo im portante
m ostrar en qué sentido no com prom eten para n ad a el porvenir de la episte
mología genética, ni resultan suficientes p ara solidarizar, de una vez por
tedas, la explicación psicológica o biológica con las interpretaciones empi-
ristas del conocimiento. El gran problem a de to d a epistemología, pero
principalm ente de toda epistemología genética, consiste en efecto en com
prender cóm o logra construir el espíritu las relaciones necesarias, que
aparecen como siendo “independientes del tiem po” , si los instrumentos
del pensam iento sólo son operaciones psicológicas sujetas a evolución y
que van constituyéndose en el tiempo. A hora bien, una simple psicología
de las sensaciones y las asociaciones es incapaz a tal p u n to de d a r cuenta de
este pasaje que Enriques se ve obligado, para estabilizar las “asociaciones”
y “disociaciones” destinadas sin em bargo a explicarlo todo, a recurrir a
la ayuda de una apelación a los principios de la lógica, los únicos capaces
de hacer que los objetos del pensamiento se vuélvan “invariables” . Sin
em bargo, según una interpretación psicológica, los principios lógicos de
berían tam bién ser objetos de explicación, en vez de surgir bruscam ente
ex m achina, y su acción estabilizadora constituye como tal un problema
esencial del funcionam iento m ental que no puede resolverse con la simple
com probación del hecho. Precisamente respecto de este punto una psico
logía de la acción m uestra m uchas ventajas sobre una psicología de la
sensación: la ley fundam ental que parece regir la m entalización progresiva
de la acción es, en efecto, la del pasaje de la irreversibilidad a la reversi
bilidad, en otras palabras de la m archa hacia un equilibrio progresivo
definido po r esta últim a. En cambio, los hábitos y las percepciones elemen
tales tienen esencialmente un sentido único, la inteligencia sensoriomotriz
(o preverbal) ya descubre las conductas ele rodeo v retom o que anuncian
en parte la asociatividad y la reversibilidad de las operaciones. En el plano
de las acciones interiorizadas en representaciones intuitivas, el niño co
m ienza nuevam ente por no saber invertir las concepciones imaginadas, a
través de las cuales p ien sa; en cambio, las articulaciones progresivas de
ls intuición generan luego una reversibilidad creciente que, alrededor de los
7-8 años, culm ina en las prim eras operaciones lógicas concretas: aquellas
que consisten, en efecto, en las acciones de reunir, seriar, etc., que se han
vuelto reversibles en el transcurso de una larga evolución. Sin embargo, esta
evolución sóle culm inará alrededor de los 11-12 años, cuando las acciones
que se han hecho reversibles, puedan traducirse en form a de proposiciones,
es decir, como operaciones puram ente simbólicas. Entonces, y solamente
entonces, \ gracias a la reversibilidad operatoria por fin generalizada, el
pensam iento se liberará de la irreversibilidad de los acontecimiento.) tem
porales. Pero ella sólo puede explicarse a condición de reem plazar el
lenguaje de las asociaciones entre sensaciones por el ele las acciones y
operaciones' reversibles.
Aclarado, esto, la cuestión epistemológica central que presenta el hecho
de recurrir a la psicología es, sin duda alguna, la de la génesis de las o p era
ciones, incluidas su estabilización lógica, fuente y no efecto de los principios
formales. Pero esta génesis, que es a la vez función de la actividad del
sujeto y de la experiencia, presenta problem as de diversa com plejidad
que si se tra ta ra de simples asociaciones de ideas, precisam ente porque la
reversibilidad operatoria no puede abstraerse sin más de los datos sensibles
c experimentales, pccas veces revertibles (renversables) y siempre irrever
sibles hablando con propiedad (según el vocabulario utilizado por P.
D uh em ). El resultado de las investigaciones psicológicas sigue en este
sentido enteram ente “abierto” y puede culm inar — según que predom inen
los hechos de m aduración endógena, de adquisición en función del m edio
o de construcción regulada por leyes de equilibrio— tanto en soluciones
apricristas como en soluciones em piristas, o en un relativismo que torne
indisociable la parte del sujeto y la del objeto en la elaboración de los
conocimientos.
A un más, el problem a psicológico así planteado por el desarrollo
operatorio del pensam iento descansa, en definitiva, en un conjunto de
cuestiones biológicas sin duda más com plejas que las que F. Enriques tuvo
el m érito de entrever el alcance que les correspondía. En efecto, no hay
duda de que si no es exclusivamente por abstracción a p artir de los datos
exteriores cómo aum enta el conocim iento, y en p articular en el cam po de las
operaciones lógicas y m atem áticas, entonces es necesario prever la existencia
de u n a abstracción a p a rtir de las coordinaciones internas: ello no significa
necesariam ente que las operaciones estén preform adas por u n a form a in n ata,
sino que puede interpretarse en el sentido de u na abstracción progresiva
de elementos tom ados en parte de un funcionam iento hereditario y reagru-
pados gracias a nuevas composiciones constructivas. Sea cual fuere la
pcsible diversidad de estas soluciones, el problem a psic.ogenético del conoci
m iento penetra entonces hasta los mecanismos de la adaptación biológica:
ahora bien, se sabe hasta qué punto esta cuestión perm anece tam bién
“abierta” y actualm ente todas las interpretaciones entre el preform ismo,
el mutacionismo, la em ergencia, el neolamarckism o, etc., tienen su rep re
sentación. E n resumen, ya se form ule el problem a del conocimiento en
térm inos biológicos de relaciones entre el organismo y el medio, o bien
en términos psicológicos de relaciones entre la actividad operatoria del
sujete y la, experiencia, teneriios menos soluciones en 1949 que en 1906 y
ello m uestra cuán poco prejuzgan los m étodos genéticos acerca de sus pro
pios resultados. /
4. L as d iv e r s a s in te r p r e ta c io n e s e p is te m o ló g ic a s y e l a n á lis is
Sin em bargo, cabe pensar que el método genético prejuzga al
g e n é tic o .
menos respecto de uno de los puntos de las soluciones epistemológicas que
pretende descubrir: la presuposición de que existe u n a génesis. A hora
bien, para el platonism o, el idealismo apriorista y la fenomenología, no
hay génesis real, en el sentido de que la naturaleza de los instrum entos de
conocimiento es diferente de su desarrollo psicológico. Por el contrario,
nosotros vamos a in te n ta r m ostrar que, incluso ante las soluciones más
radicalm ente antigenéticas, el m étodo genético — en tanto m étodo— no
presupone en absoluto lo bien o m al fun d ad o de estas soluciones y, p o r el
contrario, podría servir p ara verificarlas, adm itiendo que ellas se adecúen
a los hechos.
E n este sentido, intentem os clasificar las posibles soluciones epistemo
lógicas, de m odo tal que se perciba que cada una, no sólo no resulta
^contradictoria con el em pleo de u n m étodo genético de investigación, sino
que adem ás se la p o d ría verificar m ediante este método en la m edida
en que sólo se propone establecer la m a n era en que se in crem en tan los
conocimientos.
E n prim er lugar, es necesario distinguir las hipótesis qu e consideran
los conocimientos como alcanzando verdades perm anentes, independientes
de to da construcción, y aquellas que hacen del conocimiento u n a construc-
tion progresiva de lo verdadero. E ntre las prim eras, puede ponerse el acento
sobre el objeto, ca p tad o por el sujeto como proveniente desde el exte
rior y sin actividad p ropia de este sujeto: las ideas existen en sí mismas,
como universales que subsisten de modo trascendente o inm anente a las
cosas (platonism o o realismo aristotélico). El acento puede, p o r el con
trario, colocarse en el sujeto, que proyecta entonces sus m arcos a priori
sobre la re a lid a d : po r lo tanto, esta realidad no es n u n ca totalm ente exterior
a la actividad subjetiva, de donde las form as diversas del idealismo en
función de las m últiples combinaciones posibles entre esta in terio rid ad y
exterioridad. E n tercer lugar, sujeto y objeto pueden concebirse como
indisociables, lo verdadero se aprehende directam ente por u n a intuición
(racional o no y en diversos grados) que se ejerce sobre estas estructuras
inm ediatas e indiferenciadas: éste es el principio de la fenomenología. E n
cuanto a las concepciones según las cuales el conocimiento efectivam ente
se construye, se en cu en tra igualm ente la prim acía del objeto qu e se im prim e
sobre u n sujeto pasivo (em pirism o), la prim acía del sujeto que m odela lo
real en función de su actividad (pragm atism o o convencionalismo según
que esta actividad englobe necesidades variádas o se limite a la p u ra cons
trucción intelectual) y la relación indisociable entre los dos (relativism o) :
Soluciones Soluciones
no genéticas genéticas
Prim acía del objeto .......................... Realism o Empirism o
P rim acía del sujeto ........................... Apriorismo Pragm atism o y
convencionalismo
Indisociación entre sujeto y objeto . Fenom enología Relativismo
1. L as te o r ía s e m p ir is ta s A. L a e x p l i c a c i ó n
d el m undo. d el
NÚM ER9 c a r d i n a l p o r l a Sabemos que los n om
“e x p e r ie n c ia m e n ta l” .
bres de K ronecker y H elm holtz quedaron asociados a una interpretación
psicológica del núm ero. E n particular Helm holtz, en sus m últiples cuali
dades de fisiólogo y psicólogo de las percepciones, p o r una p arte, y, por
la otra, de físico y m a tem ático, no vaciló en sostener que la construcción
del número p uro (en oposición a los núm eros aplicados a la m edición)
se sustenta en “realidades puram ente psicológicas” . Volveremos en el
punto 2 sobre esta concepción del núm ero ordinal basado - en la sucesión
de los estados de conciencia. Insistiendo más sobre la experiencia externa
que sobre la experiencia interna, M ach y R ignano interpretaron, p o r otra
parte, la form ación del núm ero enTunHón*de" u ña experim entación aplicada
m entalm ente a la realidad. L a “experiencia m ental” , nos dice M ach ,1
consiste en “im aginar” a través del pensam iento “la variación de los hechos”
(pág. 200). Casi puede afirmarse entonces, con su traductor, que es la
“ imitación m ental de u n hecho” (pág. 3 ). Al menos, “la n aturaleza de
la experiencia anteriorm ente adquirida perm ite el éxito de u n a experim en
tación m ental” (pág. 206). A p a rtir de entonces, si el concepto de núm ero
se construye gracias a las experiencias reales de reunión y distinción, de
ordenam iento y correspondencia (pág. 317), bastará luego recordar, en la
experiencia m ental, los conjuntos de diversos órdenes así formados y m ani-
pulearlos en la im aginación p ara generar las operaciones de la aritm ética.
E l cálculo no es sino u n a prolongación, por el pensam iento, de la n u m era-
ción efectiva, un “medio indirecto de contar” (pág. 320). E. R ig n a n o 2
y luego el psiquiatra Ph. C h a slin 3 retom aron y desarrollaron am pliam ente
esta explicación de las operaciones m atem áticas por la experiencia m ental.
E l razonamiento, dice E. Rignano, “no es otra cosa sino una sucesión de
operaciones o experiencias pensadas” , lo cual parece subrayar aun m ás la
dimensión de actividad específica de la construcción operatoria, pero luego
se coloca el acento nuevam ente en la experiencia anterior de las cosas
mismas, reanim ada por el recuerdo y controlada por la simple atención.
U nicam ente C haslin parece orientarse hacia la interpretación propiam ente
4 Véase Koyré; Études galiléennes. Hermann, 1939, (por ejemplo, pág. 242).
objetar a la posición anterior que el sujeto, al ac tu a r sobre lo j ' e ^ sj
lim ita a insertar en él u n a variación entre otras, c u v ° s resultados leerá
*3e3e_ afuera (au n cuando las imagine a través de u n a “com probación
rnentaF*) : entonces se tendría la justificación de la hipótesis em pirista.
Pues bien, la distinción que acabam os de propo n er ah o ra parece conducir,
en u n prim er lugar, a esta conclusión. E n el caso en que la “experiencia
m ental" equivale a im aginar las acciones mismas del sujeto ( I I ) , es nece
sario, en efecto, distinguir además la im aginación de acciones m al diferen
ciadas — no suficientem ente coordinadas éntre sí y obligadas, en conse
cuencia, a apoyarse en la realidad exterior p ara culm inar en la previsión
de sus resultados, ( I I A ) — y la im aginación de operaciones propiam ente
dichas, es decir (según la definición qu,e adoptarem o s), de acciones que se
han hecho reversibles y suficientem ente coordinadas como p a ra d ar lugar a
composiciones susceptibles de anticipaciones precisas ( I I B ). Con esto nos
acercamos a la génesis del núm ero, ya que las acciones constitutivas de las
operaciones num éricas com ienzan por presentar el prim ero de estos dos
tipos (en la form a de experiencias m ateriales y luego de experiencias m en
tales I I A ) antes de alcanzar, el segundo ( I I B ).
Tom em os como ejemplo las experiencias, efectivas o mentales, de
establecimiento de correspondencias en las que insisten M ach y R ignano,
e intentem os analizarlas en su origen infantil, desde el p u n to de vista de
las dos distinciones que acabam os de introducir.
N Ú M E R O O R D IN A L PO R LA E X P E R IE N C IA IN T E R IO R DE L O S E S T A D O S D E C O N
C IEN C IA ( H e l m h o l t z ) . L a critica que acabam os de hacer acerca de la
explicación del núm ero po r la experiencia m ental culm ina en el siguiente
resultado: el núm ero no es abstraído de los objetos o la realidad de la
experiencia, sino de las acciones mismas que intervienen en la experiencia
(electiva o m ental) y la to rn an posible. ¿N o afirm am os con ello que el
núm ero tiene un origen empírico, pero interno y ya no externo? Y la abs
tracción a p a rtir de las acciones "¿ So tiene las mismas propiedades que
la abstracción a p a rtir de los objetos, con la única diferencia de que el
objeto de experiencia, a p a rtir del cual se extraen por abstracción los
elementos del núm ero, sería el sujeto mismo, directam ente consciente de
su propia realidad em pírica? L a discusión de la teoría de H elm holtz nos
proporcionará la doble ocasión de exam inar la idea epistemológica de
experiencia interior — en sus relaciones con el punto de vista de las opera-
ciBtíés— y distinguir los dos tipos de abstracciones en cuanto a su m eca
nismo operatorio. , ______ ________ l
Sabemos que, en su pequeño tratad o ,Contar y m edir, H elm holtz
intentó m ostrar que el punto de p artid a del núm ero se sitúa en la intuición
m nésica del orden de sucesión tem poral de nuestros estados de conciencia:
“contar es u n procedim iento que descansa en nuestra facultad de recordar
el orden de sucesión de nuestros estados de conciencia ” .8 E n otros términos,
los estados de conciencia que se suceden en el tiem po según u n desarrollo
irreversible constituyen, de por sí, u n a serie cuya “in tu ición in tern a” es
proporcionada por la m em oria. Basta entonces “num erar’’',"'mediante un
procedim iento verbal convencional, los térm inos de esta serie p ara obtener
una sucesión de “núm eros de o rd en ” que perm iten definir la sum a ordinal
po r su simple sucesión y la igualdad de los dos números ordinales. Basada
en el em pirism o de la experiencia interna, la concepción de H elm holtz se
duplica pues con u n a especie de convencionalismo en cuanto a cómo
se traduce la serie tem poral en u n a sucesión de “signos” vinculados a
través de u n a operación que les otorga el valor de unidades (ordinales)
homogéneas.
D eben analizarse entonces tres aspectos de la teoría de H d m h o ltz:
la hipótesis según la cual la form a inicial del núm ero es ordinal, el conven
cionalismo de la num eración y el empirismo de las fuentes.
R esulta inútil insistir desde ahora sobre la precariedad de las teorías
ordinales. Por u n a parte, L. Brunschvicg mostró de modo decisivo 9 que,
en ^ lo _ fin ito , la ordinación supone la ca rd in ac ió n . y viceversa: si las
unidades sucesivas son rigurosam ente homogéneas, sólo puede distinguirse
su orden de sucesión cuando se las refiere a los conjuntos form ados por
esta m ism a sucesión (1 -|—1 -}— 1 no difiere, por ejemplo, de 1 + 1 si no
es porque hay dos núm eros enum erados antes del últim o en vez de uno
so lo ); inversam ente, los conjuntos cardinales no pueden evaluarse salvo que
se los ordene, si es que se quiere tener la certeza de no h ab er contado dos
veces el mismo térm ino. Por o tra parte, la génesis psicológica del núm ero
en el niño, confirm a de modo sorprendente esta interdependencia de los dos
aspectos — ordinal y cardinal— m ostrando que el núm ero presupone la
i 3. C u a l id a d y c a n t id a d . L os “a g r u p a m ie n t o s ” e s p e c íf ic o s de las
fabricación del núm ero ,12 H . D elacroix escribió — pero sin sostener sin
em bargo que el núm ero era una p u ra cualidad— : “el núm ero está form ado
p o r elementos exclusivamente _cualitativos, y toda su m ateria es cualidad”
(pág. 141). E n cambio, Alb. Spaier llegó a a firm a rls que el “núm ero
es u n QQDcgptocualitativo” (pág. 125) y concebir la cantidad misma como
“el resultado de la m edición” (pág. 3 3 ) , es decir, como la. ..“c u a lid a d ..
m edida” (pág. . 3 3 ) , siendo la medición, por otra parte, la aplicación del
núm ero a la cu a lid a d . . . Se gira así dentro de u n círculo ya qu e la
cantidad es la cualidad m edida gracias a la cualidad m ism a. En cuanto
a los m atem áticos oponen,” como 'la B é m o sp lo s 'conceptos numéricos y
m étricos a los conceptos cualitativos y distinguen, en p articular, la geom etría
cualitativa de la geom etría m étrica. Sin embargo, se plan tea el problem a
de saber si este cualitativo m atem ático tiene las mismas propiedades que lo
cualitativo sim plem ente lógico.
Por lo tanto, n ad a m ás equívoco en la term inología corriente que los
térm inos de cualidad. y., cantidad, y las exageraciones de Spaier m uestran
h asta dónde pueden conducir estas anfibologías. puesto que el núm ero
m ismo — del cual se estará de acuerdo sin em bargo en considerar que
constituye la cantidad por excelencia— term ina p o r ser concebido como
u n a p u ra cualidad. Por ello nos parece indispensable, p a ra analizar la
significación epistemológica del núm ero, com enzar p o r encontrar algunos^
criterios de delim itación.
E n realidad, la cualidad y la cantidad son inseparables, y ello tanto
desde el p u n to de vista genético como desde el p unto de vista del análisis
lógico o axiomático. Por o Ira parte, los mismos argum entos que culm inan
en la suposición de que todo es cualidad podrían conducir a la afirm ación
de la generalidad de la cantidad, ya que si se consigue extraer sin m ás la
cantidad de la cualidad, evidentem ente es porque ella está contenida allí
desde el comienzo. U nicam ente la imprecisión de un lenguaje filosófico
^suficientem ente form alizado consigue oscurecer este hecho evidente ; en
cambio, los m étodos genéticos o lógicos deben perm itir am bos las caracte-
rizaciones~néceianás. ~~
íe Concepto que Spaier declara “confuso” {loe. clt., pág. 15) porque él mismo
confunde todas las formas de cantidad y pretende “medir” todas las cualidades,
incluidas las sensaciones y le reprocha a Fechner el no haberse atrevido a medir
estas sensaciones como no fuera indirectamente (pág. 1 5 ) .
17 “Uno” en el sentido de la identidad, es decir, de la clase cuyos elementos son
idénticos ( = clase singular).
“B es más liviano que C ” . D e estas dos relaciones a y a , puede extraerse
la relación b ( = A es más liviano que C) reuniendo a y a’ bajo la form a
serial a -)- a’ = b (así como puede proseguirse la serie p o r medio de la
relación 6 ’ = “C es m ás liviano que D ” , de donde b b’ = c, y la rela
ción c significa entonces ‘‘A es más liviano que D ” , e tc .). Pero entonces
sirñplemente sabemos que existe una mayor diferencia de peso entre A y C
q ue entre A y B, o que entre B y C, o sea 6 > a y 6 > a’. En cambio,
no se puede determ inar si existe u n a tnayor diferencia entre A y B que
entre B y C : no se sabe, por lo tanto, nada acerca de las relaciones entre
las relaciones parciales a y a’ y sólo se conoce la relación entre u n a relación
parcial a o a ’ y la relación total b (o c, etc.) en la cual está en cajad a .18
II. . Supongam os ahora que se introduzca u n a nueva relación cu an ti
tativa entre las partes com plem entarias de u n mismo todo, en tre las clases
A y A’ p ara la clase B, o entre las relaciones a y a' p a ra la relación b. Esta
especificación de las relaciones de extensión entre las partes m arca el
pasaje de la cantidad intensiva a la cantidad extensiva, es decir, de la
lógica de las clases y las relaciones cualitativas a la matemática, p ro p ia
m ente dicha. E sta cantidad extensiva puede presentarse bajo dos aspectos,
uno métrico y el otro no métrico. H ay que com prender bien la presencia
de estas dos posibilidades ya que ellas corresponden precisam ente a la
distinción que establece la m atem ática entre lo que llam an el dominio
num érico o “m étrico” y el dom inio “cualitativo” ; la geom etría llam ada
“cualitativa” es de carácter “extensivo” y no sim plem ente “intensivo” , pero
sigue siendo extraña a la m étrica, es decir, a la introducción del número.
Tomemos por ejemplo u n a sucesión de intervalos encajados que con
vergen hacia u n punto lím ite; cada uno de estos intervalos es entonces
mas~peqúeño que el precedente. E n el lenguaje de la teoría de los con
juntos, se d irá que u n intervalo contiene “ casi todos” los elementos de
u n conjunto cuando los com prende “todos excepto u n co n junto levemente
representado” (o tam bién “todos excepto u n a cantidad fin ita” ) . La sucesión
de los intervalos convergentes constituye pues un a sucesión de relaciones
“casi todos” . A hora bien, vemos inm ediatam ente que la relación “casi
todos”, que no necesita la intervención de la enum eración, puede sin
em bargó reducirse a la simple cantidad intensiv a: si A contiene “casi todos”
los elementos de B, sabemos entonces, no sólo que A < B, sino adem ás
que A > A’ (si B = A — A’) . Incluso en el lenguaje corriente, si decimos
p o r ejemplo que “casi todos los mamíferos (A ) son terrestres (B) ” , intro
ducimos m ás que u n a relación lógica y je cu rrim o s a u n a cuantificación
ya m a tem ática; la lógica p u ra se lim ita a decidir entre “todos” y ‘^algunos” ,
pero no tiene n ad a que hacer con esa relación interm edia, la cual cons
tituye en realidad u n a fracción, — pero de carácter indeterm inado (incluida
entre > 1 /2 y < 1 / 1 ) — y, por lo tanto, extensiva.
23 Una red es un sistema semiordenado tal que dos de sus elementos cuales
quiera tengan un límite superior y un límite inferior unívocamente determinados. El
límite superior es el menor mayorante, por ejemplo la clase común más pequeña que
incluye a las clases analizadas. El límite inferior es el mayor minorante, por ejemplo
la parte común a las dos clases en cuestión.
24 Véase nuestro Traite de logique, punto 39.
23 Ibíd., punto 10, núm. 1.
E n este sentido, u n experimento típico consiste en presentar a los
niños u n a colección B (por ejemplo, cuentas de m aderas) form ada por
dos partes com plem entarias, una A caracterizada por u n color (por ejemplo,
cuentas m arrones) y que constituye la. casi totalidad del conjunto B, y
la otra A’ caracterizada por otro color y constituida solamente p o r dos
o tres cuentas (por ejemplo, dos cuentas b la n c a s). E l problem a consiste
sim plem ente en saber si hay m ás A o B en el conjunto (por lo ta n to si
hay más cuentas m arrones A que cuentas de m ad era B; todas las cuentas
son visibles sim ultáneam ente y el niño sabe controlar y form ular qu e todas
estas cuentas, A y A’, son “de m adera” p o r lo tan to son B ). A hora bien,
los sujetos dé 5 a 6 años m uestran el siguiente tipo de reacciones: saben
describir aparte m uy bien las cualidades del todo B ( “son todas de m a d e ra ” )
y tam bién aparte las cualidades de las partes A y A’ (“hay muchas m a rro
nes y sólo hay dos blancas” ) , pero no p ueden pensar sim ultáneam ente el
todo B y la parte A y deducir que A < B. Porque el pensan liento intuitivo
se apoya en la percepción y entonces es irreversible: si se concentra la
atención en las cualidades comunes a A v A’, el todo B se presenta como
indivisible, y el sujeto se olvida de las p arte s; si, p o r el contrario, el sujeto
piensa en la parte A y en sus cualidades propias, se rom pe el todo B
y, en presencia de la parte A, sólo qued a la o tra p arte A’. E l niño
deducirá entonces el hecho absurdo de que A > B porque delega a la
parte A ’ las cualidades del todo destruido B ( “hay m ás cuentas m arrones
que cuentas de m ad era — dirá por ejemplo el niño— porque sólo h ay dos
cuentas blancas” ) . P or lo tanto, no llega a establecer la relación intensiva
A < B porque no dom ina las operaciones inversas A = B — A’ y A’ =
B — Aj que son las únicas que conducen a la conservación del todo B. Por
el contrario, los sujetos de 7-8 años deducen sin dificultad que B > A,
porque conciben al todo B como invariante sean cuales fueren las com po
siciones directas o inversas, y porque ya no piensan con imágenes o configu
raciones sem iperceptuales sino con operaciones reversibles .-'5
D e una m anera general, el criterio psicológico de la constitución de
un “ agrupam iento” es el descubrimiento de la conservación de las totali
dades, independientem ente de la disposición de las partes. Por ejem plo,
en los experimentos de correspondencia biunívoca (entre fichas rojas y
azules) descriptos en el p unto 1, los niños ni siquiera poseen la conserva
ción de cada conjunto considerado por separado (lo cual constituye, por
otra parte, el equivalente de lo que acabam os de recordar a propósito
de la no conservación del conjunto de las cuentas B) ; en cambio, los
sujetos de 7 años llegan a establecer esta conservación: ah o ra bien, obtienen
precisam ente este resultado gracias a las composiciones a la vez reversibles
y asociativas a través de las cuales se produce la identidad de cada ele
m ento y la de la totalidad como tal. E l sentim iento de la necesidad de
3'4 Para lo que sigue, véase, nuestro Traite de logique, punto 26; y nuestra
obra: La genése du nombre chez l'enfant. Delachaux et Niestlé, 1940. Véase nota 5.
o C = A A’ -j- B’. Y así seguido. Desde este p unto de vista totalm ente
cualitativo, A_ y A.’ son pues equivalentes, (es decir, recíprocam ente susti-
tuibies) entre sí en B; A, A’ y i i ’ son equivalentes o sustituibles en C, etc.
Sin em bargo, A no es el equivalente de A’ en A, ni en A’ ; y B’ no es
equivalente o sustituible a A, ni a A’ en B, etc. Por lo tanto, estas
equivalencias cualitativas, o semejanzas cada vez más generales, son las
que constituyen en efecto el principio de la reunión, y la ausencia de
cualidades comunes de diversos órdenes cad a vez más especiales que
constituye el principio de la separación de las clases.
Lo propio del nivel intuitivo preoperatorio es que el niño sólo puede
realizar algunas de estas reuniones, y adem ás sin reversibilidad alguna
(véase final del p unto 3 ) ; en cam bio, las operaciones concretas m arcan
la generalización de estos encajes simples.
2- Tom em os ah o ra un co n ju n to de elementos A, A’, B’ etc. (que
no distinguiremos por el m om ento de sus clases singulares) que tienen
u n a m isma cualidad, pero en diversos grados de intensidad creciente
(cada vez m ás pesados, o grandes, etc.). Entonces podemos seriarlos en
función de estas diferencias. O btenem os entonces un a prim era diferencia
a entre O y A, u n a diferencia a’ entre A y A’, un a diferencia b’ entre
A’ y B’, etc. De donde la agrupación (aditiva) de la seríación de las
relaciones asim étricas: a -f- a’ = b ; b -j- b’ = c, etc., cuya operación inversa
es la adición de una relación conversa, -f- ( — a ), lo cual equivale a la
sustracción — a.
Esta agrupación, que se trad u ce en operaciones concretas a través de
la conducta elem ental de la construcción de u n a hilera de elementos
ordenados, sólo es accesible d esp u és' de la aparición del encaje de las
clases: los niños pequeños no logran ordenar m agnitudes crecientes si no
lo hacen p o r pares o p o r pequeñas series empíricas, sin composición tran
sitiva ni reversible.
Pero cuando se alcanza este agrupam iento (alrededor de los 6-7 años
como el caso del encaje de las clases) se com prueba que, si bien es análoga
a la precedente, sin em bargo no es idéntica a ella desde el p u n to de vista
de las operaciones en juego. E n efecto, si se serian A y A’ en el orden
A —» A’, se lo hace en tanto son diferentes uno del otro; en cambio, se
los reúne en una m ism a clase A -j- A ’ = B, en tanto son semejantes. La
adición a -j- a’ = b no es co n m u tativ a; en cambio, la adición A -j- A’ r r B
puede hacerse tam bién en el o rden A ’ -f- A = B.85 E n resumen, como
el agrupam iento de las clases se fu n d a en la semejanza de los elementos no
im plica orden alguno en cuanto a la clasificación de las clases singulares
A, A’, B’, etc., en cada una de las totalidades B, C, D, etc., sino solamente
en cuanto al encaje de las clases de extensión creciente A, B, G, D, etc.
El agrupam iento de las relaciones asimétricas se basa en la diferencia pro
gresiva de los elementos e im plica, por el contrario, un orden necesario
una vez que se ha elegido la cualidad que servirá como principio de
seriación (peso, etc.).
:ír' Lo cual equivale a decir que a no es equivalente o sustituible a a’ en b ;
en cambio, A es sustituible a A’ y recíprocamente porque ambos son equivalentes en B.
Desde este punto de vista, los dos agrupam ientos no pueden funcionar
sim ultáneam ente con los mismos objetos: o bien los objetos se clasifican
por sus diversas semejanzas parciales, -o bien se los ordena por un a sola
cualidad a la vez, pero se los pu ed e agrupar sim ultáneam ente, en función
de sus semejanzas y sus diferencias crecientes. Los dos agrupam ientos son
pues “com plem entarios” : si se agru p an los objetos por sus cualidades, o
bien se elige una en función de la cual serán todos diferentes entre sí
(relaciones asimétricas y seriación) o bien se clasifican en función de
la je rarq u ía de las equivalencias cada vez más generales (relaciones simé
tricas y encaje de las clases), pero no se pueden efectuar los dos agrupa-
^mieriixis, m ediante las mismas operaciones.
3?Jj¡ E n qué consiste entonces el núm ero? E n transform ar los elemen-
iuj ¿ S a n id a d e s, es decir, en no encajar sim plem ente estos térm inos A y A’
en B, etc., o las relaciones a y a’ en b, etc., en virtud de las semejanzas o
diferencias cualitativas percibidas, sino en darse el derecho de sustituir A
p o r A ’, B’, etc., o a por a’, b \ etc., en el seno de cualquier clase o relación
parciales o totales. A hora bien, el establecim iento de esta relación de las
partes mismas entre sí equivale precisam ente a fundir en un solo todo
el principio de la seriación de las diferencias y el de la jerarquía de las
equivalencias, puesto que entonces los elementos A. A’. B \ etc., se hacen
sim ultáneam ente sustituibles sin restricción alguna y seriables tam bién sm
restricción alguna, es decir que se los transform a en unidades a la vez
equivalentes y distintas. Pero esta fusión operatoria sólo es p o sib le. al
precio de u n a abstracción fundam ental, que aparece- únicam ente _en., el
terreno de los agrupam ientos cualitativos (donde los elementos se encajan
y serian u n a vez por todas en función de sus cualidades) : haciendo
abstracción de las cualidades diferenciales mismas. E n efecto, suprim am os
estas últimas, lo cual equivale a decir que generalizarem os la equivalencia
entre los elem entos singulares a p a rtir de entonces privados de sus cuali
dades: los elementos A, A \ B’, etc., se h ará n así sustituibles entre sí en el
seno de cualquier clase, incluso en la de A, A ’, etc., y ya no solamente
en el seno de las clases generales. \ Sin em bargo y ai mismo tiem po, conser-
vemos el derecho de seriar estos elem entos^lo cual e x p u e s to que se han
Eécho" equivalentes) la única form a de seguir "distinguiéndolos. Pero, ya
que eliminamos las cualidades distintivas, seriémoslos en el orden más
general, generalizando así el principio de la diferencia así como acabam os
de generalizar el principio de la sem ejanza (o equivalencia) : sucederá
entonces que todos los órdenes posibles serán semejantes entre sí, porque,
en las sucesiones A, A’, B’ . . . o A ’, A, B’ . . . o B’ A, A ’, etc., siempre
hay un térm ino que no tiene antecedente, u n térm ino que sucede al que
acabam os de definir, etc. Esto es lo que llamaremos un orden “yicariante’*.
A clarado este punto, vemos que el n úm ero no es sino u n a colección de
elementos que se han hecho todos equivalentes por semejanza generalizada
yT"13n~~émbargo. se han m antenido todos distintos gracias a un orden
yicariante o diferencia geñeraTizáda. Todos estos elementos constituyen,
en efecto, u n a unidad a la vez cardinal (puesto que A = 1; A -j- A’ =
2 A; A A ’ - f B’ = 3 A, etc.) y ordinal (puesto que siempre hay un
primer elemento, sea cual fuere el orden elegido, siendo este prim er
elemento aquel que no tiene precedente y luego un segundo elemento que
es el sucesor del prim ero, etc.).
El grupo aditivo de los números enteros es pues el producto de un a
fusión operatoria entre los agrupam ientos cualitativos de las clases y las
relaciones asimétricas, pero po r abstracción de las cualidades diferenciales
sobre las que sé basan estos agrupam ientos. El núm ero es así com plem en
tario respecto de las clases y las relaciones asim étricas, como las clases y las
relaciones asimétricas lo son entre sí: en efecto, o bien se tienen en cuenta
las cualidades diferenciales y sólo se puede clasificar en función de las
equivalencias cualitativas cada vez más generales o seriar según las dife
rencias cualitativas; o bien se hace abstracción de las cualidades diferen
ciales y sólo se puede clasificar y seriar a la vez, ya que si no se las ordena
en serie no hay elementos distintos, y si no se las clasifica no se las puede
reunir como equivalentes. A hora bien, clasificar y seriar al mismo tiem po
es, ni m ás ni menos, enum erar.
E n realidad, sucede así en todos los niveles de la génesis real de los
números. E n la m edida en que las correspondencias cualitativas intuitivas
se transform an en correspondencias biunívocas “cualesquiera” (véase el
punto 4) surge el n ú m e ro ; ah o ra bien, esta transform ación supone a la vez
el encaje de las colecciones de extensión creciente, es decir, el agrupam iento
aditivo de las clases y la seriación de los elementos, esto es, el ag ru p a
miento aditivo de las relaciones asimétricas.
Por otra parte, esta construcción explica, en el hecho mismo, p o r qué
los conceptos ordinales y cardinales del núm ero son necesariam ente soli
darios en lo finito, como lo h a mostrado de m an era decisiva L. Brunschvicg.
Porque, genéticam ente, si el núm ero está form ado a la vez por clases y
relaciones asimétricas, cada uno de estos dos com ponentes sólo puede
engendrar la form a correspondiente del núm ero (cardinal p a ra la clase y
ordinal p a ra la seriación) apoyándose en el otro. Volveremos, p o r o tra
parte, a encontrar u n poco m ás adelante este problem a (en el punto 7 ).
P ara concluir, el núm ero no se reduce a los seres lógicos, conside
rados como “agrupam ientos” que pueden aislarse, puesto que les es com ple
m entario y expresa su fusión operatoria en u n a sola totalidad no realizable
en el plano cualitativo. Los seres lógicos no se reducen tam poco al
número, puesto que son la resultante de la disociación de sus com ponentes
cardinal (encaje) y ordinal (seriación), con recurso a las cualidades
diferenciales. Sin em bargo, las clases, las relaciones asimétricas y los n u s le
ros form an, los tres, u n sistema operatorio coherente, a la vez único p o r
sus mecanismos y diferenciado por las tres posibilidades de coordinación
de las semejanzas, las diferencias o am bas al mismo tiem po. El proceso de
ccnstrucción así descripto representa pues u n a tercera solución, a la vez
distinta de la reducción de Russell y de la irreductibilidad p o stu lad a p o r el
intuicionismo del núm ero entero. Esta tercera solución presenta el interés
de ser sim ultáneam ente u n a reducción del núm ero a las operaciones lógicas
abordadas como totalidades com plem entarias (puesto que el núm ero está
exclusivamente com puesto de clases y relaciones asim étricas sim plem ente
agrupadas en form a nueva por la fusión de sus “agrupam ientos” respectivos)
y u n a reducción de la lógica al núm ero (puesto que los “agrupam ientos”
de las clases y las relaciones pueden asimilarse a “grupos” cuya movi
lidad se lim ita en provecho de la contigüidad y la dicotom ía: véase el
p unto 3 ). A hora bien, esta reducción m utua, por asimilación recíproca,
se adecúa precisam ente al modelo de todas las reducciones conocidas entre
dominios semejantes. A lo largo de esta obra tendrem os m uchas veces la
ocasión de exam inar este problem a.
A hora bien, tanto este fenóm eno de no conm utatividad de estas formas
de cálculo, como el carácter de operadores específico de los cuaterniones
y de m uchas otras estructuras cuya construcción fue posterior a ellos,
ejercieron una im portante influencia sobre el desarrollo de la física, puesto
que hoy las álgebras no conm utativas se em plean en microfísica y los
operadores y m atrices desem peñan u n papel considerable en la expresión
de las leyes cuánticas (véase capítulo 7, en el p u n to 4 ). L a microfísica
contem poránea se alim entó entonces en las estructuras operatorias cons
truidas desde hacía ya m ucho tiempo, y de ellas tomó un conjunto de
conceptos preparados por los m atem áticos y cuya génesis, contem poránea
de la teoría de los grupos, m ucho le debe a las álgebras generalizadas por
la influencia de los núm eros complejos. Sin embargo, el núm ero im aginario
no sólo interviene en los operadores microfísicos: está presente en cualquier
transform ación que im plique un juego de vectores. . Por ejemplo, la
descripción de u n a corriente alternada po r la proyección d e . las fases
sucesivas recurre hábitualm ente al em pleo de los números complejos.
G eneralm ente estos números complejos se em plean apenas hay que señalar
el vínculo entre elementos cuando uno de ellos perm anece en el exterior
del sistema form ado por los otros y al mismo tiempo ejerce un a influencia
sobre él.
Este destino geométrico y luego propiam ente físico de u n a operación
prim itivam ente sin objeto alguno pero que adquiere luego el sentido de
un operador vinculado a las direcciones del espacio y las rotaciones y
luego interviene por últim o en el seno de los operadores más esenciales
que em plea la física contem poránea, esclarece de m odo más significativo
el papel de las operaciones en la construcción del núm ero en general.
C ontrariam ente al caso de los núm eros enteros positivos y los números
fraccionarios — donde la acción de reunir o dividir parece sugerida por la
realidad sensible que constantem ente im ita, p o r sus uniones o sus fraccio
nam ientos, la operación h um ana correspondiente—, el núm ero im aginario
surgió sin sugerencia alguna de la experiencia perceptüal. Sin embargo,
m ientras la sucesión de los núm eros enteros cada vez m ás grandes o de las
tracciones cada vez más pequeñas se aleja siempre más de lo real inm ediato
en las direcciones x ó 0 — lo cual no im pide, p o r otra p a rte y en absoluto,
que sirvan como instrum entos de adaptació n a la experiencia física— ,
el núm ero im aginario adquiere este papel de instrum ento adaptativo sin
conexión ap arente alguna con las circunstancias que m otivaron su cons
trucción. ¿ C uál es pues la v erdadera conexión entre esta operación \ / -1
y lo real, disim ulada bajo la ap aren te ausencia de relación?
R esulta claro que la operación de extracción de la raíz cu ad rad a de
una u n id ad negativa es incom prensible como acción aislada, puesto que
se tra ta de u n a acción imposible de ser ejecutada m aterialm ente: esta
operación sólo tiene entonces significación en función d e la totalidad de
las operaciones num éricas, lo cual equivale a decir que es el resultado
de la coordinación de las acciones entre sí y que no constituye u n a acción
que pu ed a aislarse. A hora bien, es en esta coordinación donde precisa
m ente h ay que buscar el secreto de la adaptación de las operaciones m ate
m áticas a lo real. ¿Cóm o explicar que u n a operación inventada de algún
modo p a ra la sim etría (del mismo m odo que las falsas ventanas añadidas
en los lugares donde se esperan las verdaderas) se reú n a en un momento
dado con el cálculo geom étrico e incluso con la física? Si este encuentro
producido a posteriori debe explicarse p o r el hecho de que la división siendo
la extracción de la raíz cu adrada sólo u n caso p articular de ella, nació a
p artir de la experiencia física, ello equivale entonces a afirm ar que la
adaptación que se adquiere cuando se divide un cam po o u na torta
es lo suficientem ente precisa com o p a ra que las reglas, extraídas a p a rtir
de -esta acción, se adapten de antem ano al cálculo de los vectores y los
operadores, au n en los casos en que ya no se puedan asignar trayectorias,
ni haya objetos perm anentes como en el campo de la microfísica. Por el
contrario, afirm ar que el encuentro entre lo real y los núm eros imaginarios
(encuentro que se produce m ucho después de la construcción de estos
últimos) tiene la m ism a propiedad que la convergencia inm ediata de los
números enteros positivos con las realidades elementales — porque ambos
se preocupan por la concordancia entre la coordinación de conjunto de las
operaciones y las transform aciones físicas fundam entales— consiste simple
m ente en suponer que las estructuras de composición reversible alcanzadas
por los agrupam ientos y los grupos de operación expresan a la vez las leyes
más generales de la coordinación de las acciones del sujeto y las in ter
acciones m ás directas entre el sujeto y lo real. Se debe concebir que tanto
esta coordinación como estas interacciones, al mismo tiem po que se dife
rencian en el transcurso de la experiencia, no provienen de la experiencia
externa, porque son las únicas que la hacen posible, sino que surgen de las
condiciones mismas de la organización psicobiológica.
L a reflexión acerca de los im aginarios conduce pues a una verificación
privilegiada de la interpretación operatoria del núm ero, no sólo porque
este tipo de núm ero se vincula con la coordinación de conjunto del sistema,
sino tam bién porque culm ina en el descubrim iento del carácter propio de
los esquemas de operaciones alejadas de la realidad concreta: el carácter
de “operadores” . E n este sentido, necesariam ente tenemos que p reg u n
tarnos a p artir de qué m om ento los núm eros constituyen operadores. Es
claro que ello se produce no solam ente m ás allá de cierta capacidad p a ra
expresar algunas transform aciones geom étricas o físicas, ya que el cálculo
de los operadores y las m atrices tiene u n em pleo c.uya generalidad supera
s. la geom etría y, en particular, a la física. Puede sostenerse incluso que si,
técnicam ente, el térm ino operador debe conservarse p a ra los sistemas de
operaciones de grados superiores — es decir, p ara los esquemas que p erm iten
operar abstractam ente sobre u n conjunto de operaciones subordinadas— ,
en realidad el papel de operador puede atribuirse a las operaciones n u m é
ricas más elementales. M ás precisam ente, todo núm ero puede ser consi
derado como el resultado estático de una operación o como el operador
en su dinam ism o form ador: p o r ejem plo en la expresión n ~f- 1 ya pu ed e
considerarse a n como u n núm ero estáticam ente dado y a -)•- 1 como el
operador que transform a a n en su sucesor. D e modo general, sólo existe
pues u n a diferencia de grado o de com plejidad entre las operaciones
elementales y los operadores, pero las prim eras se han hecho ta n au to m á
ticas que h an perdido su apariencia activa. P or lo tanto, sólo en el caso
de los operadores de orden superior, es decir, suficientem ente abstractos
como p a ra que la diferencia entre lo dado y la transform ación operatoria
sea sensible en cada instante, es que este concepto central adquiere su v erd a
dera significación. S in 'e m b a rg o y desde el p u n to de vista genético, no
hace sino confirm ar el carácter esencialm ente operatorio del núm ero, ca
rácter que pone de m anifiesto desde ia fusión de los encajes de clases y
las sucesiones de relaciones asim étricas que, a través d e su síntesis, generan
el núm ero entero.
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10. . .
1 4 9 16 25 36 49 64 81 100...
12. C o n c l u s i ó n : e l p r o b l e m a e p i s t e m o l ó g i c o d e l n ú m e r o . D esde
las acciones m ás elementales que perm iten al niño o al prim itivo en u m erar
las pequeñas colecciones hasta las generalizaciones negativas, com plejas y
transfinitas del núm ero, que parecen no presentar relación alguna con estas
acciones concretas, se encuentra de hecho un mismo m ecanism o operatorio
que se desarrolla en función de su lógica in terna del m odo m ás continuo
y m ejor equilibrado, a pesar de su apariencia a m enudo irregular resultante
de las dificultades de la tom a de conciencia.
1. C l a s if ic a c ió n de las in t e r p r e t a c io n e s e p is t e m o l ó g ic a s del
3. El e s p a c io . B. L a i n t e r p r e t a c i ó n . “ g u e s t a l t i c a
perceptual ”
de las form as D u ra n te todo d siglo xix, los autores de
g e o m é t r ic a s .
Sin em bargo, antes de iniciar esta discusión, conviene form ular una
reserva más respecto de los datos experim entales en los que se apoya la
teoría de la F orm a: no son objetables en este nivel acabado de la evolución
de las percepciones que corresponde al hom bre adulto, pero son incom
pletos, e incluso a m enudo incorrectos, en lo que se refiere a la evolución
de los niños. E n efecto, respecto del probjem a capital de las constancias
perceptuales, que dom ina to d a la interpretación d a d a de las estructuras
de la percepción espacial, no se h a verificado que la constancia de las
m agnitudes aparezca independientem ente del desarrollo.13 Asimismo, la
constancia de las form as se elabora du -an te el prim er año en función de
los progresos de la m anipulación (inversión del objeto, e tc .).1” El esquema
del objeto perm anente es el resultado de u n a construcción y es en función
de ella que las constancias de la form a y la m agnitud se adjudican al
22 La cosa es aun: más clara en el “grupo" aditivo de los números enteros posi
tivos y negativos: un número no existe independientemente de los otros y, sin embargo,
los números se suman entre sí.
Entonces, la realidad propia del todo se relaciona con u n sistema de com
pensaciones probables, tales que ninguno de los com ponentes parciales se
presentaría del mismo modo independientem ente del sistema total. Por
el contrario, en u n a totalidad p o r composición aditiva, como el grupo
geom étrico, los elementos son igualm ente solidarios del todo, pero ya no
están deform ados p o r él como lo están en el caso de la mezcla.
L a confusión entre las dos clases de criterios perm ite a la teoría de la
F o rm a explicar sim ultáneam ente, y en nom bre de los mismos principios,
las “buenas formas” de la geom etría — que son de hecho productos de la
com posición aditiva— y las deformaciones de las ilusiones perceptuales
— que son las resultantes, como las “form as físicas” con las cuales se las
com para, de composiciones no aditivas— , pero (com o hemos de ver en el
p u n to 4) por la intervención del azar. Por el hecho de que eri todos
los casos (es decir, sea la composición aditiva o no) hay solidaridad
en tre las partes y el todo, la teoría de la F orm a concluye que esta solida
rid a d im plica ipso facto la posibilidad de deform aciones: de ahí su facilidad
p a r a pasar del espacio perceptual al espacio geom étrico, o a la inversa.
E n realidad, el problem a subsiste en su totalidad y lo volveremos a exam inar
en el p u n to 4.
E n cuanto a las estructuras físicas, tal com o se las conoce actualm ente,
el hecho general 'es la solidaridad de los elementos y las totalidades, pero
esta solidaridad no determ ina de p o r sí la existencia de “G estalten físicas” ,
puesto que se aplica tanto a las composiciones aditivas com o a las no
aditivas. Los sistemas aditivos están representados por la m ecánica; en
cam bio, los sistemas nó aditivos im plican un facto r de mezcla, p o r lo
tan to de irreversibilidad y deform ación, m anifestado por “transform aciones
no com pensadas” , com o se dice en el lenguaje de la term odinám ica. El
, g ran córte que debe introducirse en el seno del m u n d o físico debe buscarse
tam bién entre los fenóm enos reversibles y los procesos irreversibles, y estos
últim os — que corresponden a las “G estalten físicas” de K ohler— no necesa
riam ente constituyen u n hecho prim ero como quisiera la teoría de la Form a,
sino que p lantean el problem a de las relaciones entre el azar y la causalidad
m ecánica.23 A hora bien, sea cual fuere la solución que se elija p ara este
últim o problem a, no se ve de qué m odo las composiciones no aditivas
p o d rían explicar la génesis de las “buenas form as” de la g eo m etría: cuando
u n a form a simple y regular term ina por resultar de u n juego de mezclas
fortuitas, es en virtud de u n juego de compensaciones entre las deform a
ciones que im ita, pero no engendra el orden geométrico.
Sin em bargo, suceda lo que suceda con esta discusión (que volveremos
a encontrar en el p u n to 4 a propósito de la percepción en g en eral), el
g ran problem a epistemológico que plan tea la interpretación p ropia de la
teoría de la Form a, es saber sí las “formas físicas” existen en la realidad
objetiva independientem ente del pensam iento del físico. E n este sentido,
es necesario distinguir dos cuestiones que nuevam ente corresponden a las
4. El e s p a c io C. L a “ a c t i v i d a d p e r c e p t ü a l ” y
perceptüal . ' la
e p is t e m o l o g ía g e n é t ic a de la . L as investigaciones que hemos
p e r c e p c ió n
podido realizar acerca del desarrollo de las percepciones en el niño nos han
conducido a oponer a la interpretación “guestaltista” otro sistema de
conceptos explicativos, cuya significación epistemológica querem os aclarar
ah o ra en lo referente, p o r u n a parte, al espacio perceptüal y, p o r la otra,
al valor de conocim iento de la percepción en general.
T oda percepción es u n sistema de relaciones, y no ‘hay elem ento que
se perciba en estado aislado: éste es el hecho fund am en tal sobre el que
insistió la teoría de la F orm a y que podem os retener como p u n to de p artid a
de lo que sigue, independientem ente de las interpretaciones rechazadas en
el p u nto precedente.
¿E n qué consiste esta relatividad prim era inherente a la percepción?
Es a la vez m uy sem ejante y muy diferente de la que caracteriza a la inteli
gencia. M uy semejante porqué constituye tam bién u n principio de com po
sición. Pero muy diferente porque, contrariam ente a u n a relación lógica
como A < B, que no deform a los valores de A y B p o r el hecho de com pa
rarlos entre, sí, una relación perceptual deform a en principio los valores
entre los cuales se establece una relación: la percepción de la relación
A < B -4 tendrá como efecto general sobreestim ar B y subestim ar A, dicho
de otro m odo, acentuar la diferencia A < B, salvo en el caso de que esta
diferencia sea objetivam ente pequeña; en este últim o caso se la subestim ará
y se p ercibirá la relación como una ilusoria ig u ald ad A = B (de acuerdo
con la ley de W eber). U nicam ente el térm ino de pasaje entre la relación
perceptual que acentúa la diferencia A < B y la relación ilusoria A = B
producirá entonces u n a percepción exacta de A < B, sin sobreestimación
ni subestimación de la desigualdad; pero esta percepción correcta es una
excepción porque constituye el punto de transición o com pensación entre
dos deformaciones contrarias.
Los dos problemas previos del conocimiento perceptual son pues, por
una parte, com prender la razón de estas deformaciones sistemáticas y, por
la otra, la propiedad de las composiciones perceptuales basadas en este tipo
de relaciones.
24 Por ejemplo, bajo .la forma de una comparación entre dos líneas o dos
varillas A y B.
los puntos fijados en cada u n a de las dos líneas se en cuentran en posiciones
relativas equivalentes: medio, etcétera).
Este sorteo al azar obedece entonces a las leyes de la probabilidad
cuyos principios son, a grandes rasgos, los siguientes. Por u n a parte, toda
fijación “° im plica la sobreestim ación de la zona fijad a y la depreciación
de los elementos periféricos: así cuando se com para u n p atró n fijo con
m agnitudes variables, basta que se m ire m ás o m ejor el p atró n p a ra que
se lo sobreestime.26 Por otra parte, resulta claro que estas dilataciones y
contracciones respectivas de las zonas centrales y periféricas alternan sin
cesar entre sí, puesto que lo que es central puede hacerse periférico y
recíprocam ente a m edida que se realizan los desplazamientos de la m ira d a :
la descentración, es decir, el establecimiento de relaciones entre las centra-
ciones diferentes y sucesivas es pues un factor de corrección y regulación,
según u n a ley general que volveremos .a encon trar en otras formas y en,
m uchos otros dominios diferentes del 'de la percepción. Se sigue entonces
que si las líneas com paradas A y B son iguales, la centración sobreestima
alternativam ente u n a y luego otra, y si no hay causa alguna que determ ine
una m irada preferencial sobre u n a de las dos líneas (por ejemplo, una
elegida como p a tró n ), las deform aciones alternativas se com pensarán por
descentración. Si, por el contrario, las líneas son desiguales, A < B, y
bastante diferentes entre si, los puntos fijados con m ayor p robabilidad serán
los correspondientes a la p arte de B que superen a A, y entonces se pro
d ucirá un refuerzo de la diferencia A < B.27 Si, por el contrario, la
diferencia entre A y B es m ínim a, entonces en la relación objetiva A < B
(que es inferior al coeficiente de dilatación de la línea A cuando la m irada
se concentra, de donde las visiones sucesivas contradictorias A > B y
A < B ), los puntos diferenciales se fijan con tan to menos probabilidad
cuanto m enor es esta diferencia, de donde la igualdad ilusoria (A = B,
resultante del equilibrio entre las sucesivas visiones A > B y A < B) que
caracteriza lo que se h a llam ado el um bral diferencial. A hora bien, como
estas probabilidades son función de la relación entre las m agnitudes consi
deradas, el um bral diferencial presenta u n a extensión que es proporcional
a estas m agnitudes: esta proporcionalidad constante se expresa por la
llam ada ley de W eber-Fechner, que constituye entonces un caso particular
de la ley de las centraciones relativas e im plica, como esta últim a, una
explicación probabilística basada en el cálculo de las com binaciones entre
los posibles puntos (o los segmentos) de centraciones.28
A clarado este punto, es claro que si, p o r principio, las relaciones per
ceptuales se deform an en virtu d de su propiedad estadística, y no se adecúan
rigurosam ente con los datos objetivos que traducen, no p o drían componerse
Los factores cuya im portancia dism inuye con la edad son precisam ente
aquellos que acabam os de relacionar con las centraciones simples o relativas.
Las deformaciones resultantes de la centración son en principio las mismas
p ara todas las edades, pero se aten ú a n con el desarrollo, como si la descen
tración adquiriera más im portancia. Ello equivale a decir (puesto que los
efectos de centración se traducen en form a de transform ación no com
pensadas) que las compensaciones resultantes de las descentraciones aum en
tan con la edad, y que la percepción se halla algo com prom etida en la
dirección de la reversibilidad operatoria.
Sin em bargo, y en oposición con los factores prim arios de centración,
hay m uchos efectos cuya im portancia au m en ta con la edad y que son carac
terísticos de u n a actividad propiam ente dicha, en oposición con el carácter
receptivo de la percepción inicial. Por o tra parte, el térm ino receptivo
debe entenderse en u n sentido relativo puesto que la centración (visual,
táctil, etc.) ya es de por sí u n a acción, resultante de la exploración, e
im plica la elección de los puntos que perm iten ab arcar la m ayor cantidad
de posibles relaciones a la vez. Pero si bien es ya activa, lo es menos que
las actividades perceptuales que com ienzan con la centración y que consisten
en análisis, transportes (espaciales o tem porales), com paraciones (dobles
transportes que aplican a cada uno de los dos térm inos q u e se com paran
los caracteres percibidos sobre el o tro ), transposiciones ( = transportes de
relaciones), anticipaciones, etc., es decir, actividades sensoriomotrices que
pueden integrarse cada vez más en los mecanismos de la inteligencia. A hora
bien, estas acciones-propiam ente dichas de la percepción son las que cons
tituyen la actividad com binatoria de o rden perceptual que conduce a las
composiciones de formas, es decir, a las estructuraciones de las relaciones
en conjuntos m ás o menos coherentes.30
Com enzando por el final, es fácil m ostrar que las coordenadas percep
tuales (horizontal y vertical) — que hem os visto ya, están lejos de estar
presentes desde el comienzo— se construyen poco a poco hasta alrededor
de los 8-9 años y dependen de toda u n a actividad de com paración- y
establecimiento de relaciones (entre los objetos considerados y los elementos
de referencia) que va m ucho más allá de la percepción simplemente
receptiva. - -Toda percepción de un elem ento cualquiera supone, es cierto
y en todos los niveles, u n sistema de referencia, proporcionado por. los. otros
objetos del “cam po”, aunque más no fu era por el “fondo” mismo. Sin
embargo, de estos sistemas de referencia m om entáneos a un sistema estable
— que im plique la perm anencia de los ejes horizontales y verticales—
existe u n a serie de etapas que se h an de desarrollar y que corresponden
precisam ente a u n a actividad perceptüal siempre m ás rica, que term ina
po r integrarse a la inteligencia (véase el p u n to 5 ). Asimismo, la constancia
de las m agnitudes que constituye sin d u d a lo específico de las relaciones
euclidianas de carácter perceptüal, sólo se adquiere definitivam ente alrede
dor de los 9-10. años, y supone desde el punto de p artida un a actividad
perceptüal caracterizada por ciertas regulaciones y descentraciones. Si los
pequeños subestim an las m agnitudes en profundidades, en cambio la mayor
.parte de los adultos las. sobreestiman p o r un mecanismo de supercompen-
sación. Esta es, en efecto, una prueba d e que aquí interviene u n a actividad
reguladora, en oposición con la pasividad relativa de la percepción pura.
L a constancia de las formas, como p o r o tra p arte la constancia d e las
m agnitudes, se elabora en sus formas m ás borrosas durante el prim er año,
en función de la construcción del esquem a de los objetos perm anentes, es
decir, de la inteligencia sensoriomotriz en su totalidad, cuya actividad per-
ceptual sólo constituye u n caso particular.
En cuanto a las relaciones proyectivas construidas por la percepción,
resulta claro que tam bién dependen de u n a actividad perceptüal com pleja,
puesto que son solidarias de las precedentes: tan to la estimación de las
m agnitudes con la distancia — a pesar de la visión proyectiva que disminuye
las proporciones— como las formas en el interior de deformaciones de
perspectivas variadas suponen, e n ' efecto, u n a estructuración a la vez
euclidiana y proyectiva, que se vincula con el conjunto de las acciones.
del sujeto (desplazamientos, y m anipulaciones), es decir tanto a su inteli
gencia sensoriomotriz como a su actividad perceptual.
E n consecuencia, únicam ente algunas relaciones topológicas elem en
tales están presentes en la percepción inm ediata, independientem ente de
u n a actividad más com pleja. L a “vecindad” corresponde así a la “proxi
m id ad ” , uno de los factores más prim itivos de la percepción; la ^“ sepa
ración” corresponde a las distinciones sensoriales y el continuo a la ausencia
de distinción de próxim o en próxim o (A = • B; B = C pero A < G ) . Ello
no equivale a decir, sin em bargo, que estas relaciones espaciales esenciales
estén dadas independientem ente de toda actividad, es decir que las percep
ciones más receptivas que las generan sean absolutam ente pasivas: sólo lo
son relativam ente a las actividades más profundas que generan las rela
ciones proyectivas y euclidianas. Las proxim idades, distinciones y conti
nuidades que fu n d an las relaciones espaciales fundam entales dependen, en
efecto, de estas acciones iniciales que son las centraciones de la m irada,
el tacto, etc., y, e n consecuencia, de la escala de los fenómenos rela
tivos a los órganos sensoriales. L as relaciones espaciales m ás prim itivas
constituyen pues el testim onio de u n a interacción indisociable entre el sujeto
y los objetos y no u n a recepción p u ra del sujeto respecto, de los objetos.
Ello nos conduce a la epistemología de la percepción en general. Si
consideramos las relaciones entre la percepción en su aspecto más receptivo
y la actividad perceptual en su aspecto sensoriornotor, estamos obligados a
concluir que la percepción no constituye en absoluto, un conocimiento que
se baste a sí mismo. Por otra parte, deben distinguirse dos casos: la
percepción de objetos llam ados “significativos” (en el vocabulario guestal-
tista) — es decir de significación extrínseca y p o r lo tantp relativa a una
acción cualquiera (por ejemplo u n m artillo o u n bastón).— y la percepción
de las figuras o las form as con significación intrínseca, es decir que no
superan el dominio de las relaciones sim plem ente espaciales.
E n’ el prim er caso, resulta claro que la percepción no supera el nivel
de u n simple ín d ic e: el conocimiento del m artillo o el bastón no está pre
sente en la simple figura perceptual o sensible de estos objetos, sino en la
acción que los utiliza de u ñ a y o tra m anera, y la percepción sólo cum ple
la función de un índice de estas acciones. El elem ento perceptual desem
p eña entonces, respecto de la acción, el m ism o papel que la im agen respecto
del concepto, es decir, el de u n significante en relación a su significado
(a su significación). Pero, en el caso de la im agen, el significante se
diferencia como tal y constituye así u n símbolo, m ientras que en el caso
de la percepción, el elemento perceptual está menos diferenciado del
elem ento m otor y pertenece al mismo esquem a de objeto perceptual y
utilizable: la percepción sólo es u n índice, no un símbolo; y este índice se
h a de definir precisam ente como un significante relativam ente indiferen-
ciado porque corresponde a un simple aspecto del objeto significado y
' constituye sin más u n a p arte del esquema de este objeto.
A hora bien, en el caso de l^s “ formas” con significación intrínseca
y ya no extrínseca, sucede exactam ente lo mismo que ya habían observado
A m pére y H elm holtz (véase el punto 3 ) , cuando consideraban la sensación
como un “signo” , sin quizás extraer todas las consecuencias que esta afir
m ación im plicaba. L a única diferencia es que la acción significativa ya
no es una acción cualquiera de utilización, sino u n a actividad perceptual
o sensoriomotriz. Pero si se adm ite lo dicho anteriorm ente en cuanto a las
diferencias en tre la percepción simple, vinculada con cada centración, y
la actividad p erceptual que consiste en descentraciones, transportes, com
paraciones, transposiciones y anticipaciones, es claro que esta actividad
consiste esencialm ente en asegurar el pasaje de las percepciones de unas a
otras; dicho de otro modo, en establecer las semejanzas y las diferencias
entre las relaciones sucesivamente percibidas. Por lo tanto, culm ina en
algo distinto a 1a. simple percepción: a la constitución de “esquemas percep
tuales” que ya son esquemas de transform ación y no solamente lecturas
de relaciones estáticas. A hora bien, es evidente que estos esquemas vuelven
a. actuar sobre la percepción misma, en el sentido de que toda percepción
que supere el contacto más prim itivo con el objeto 81 im plica relaciones
virtuales que com pletan las relaciones actuales o reales: la percepción
habitual es pues u n a percepción de esquem as y no solamente de objetos y
estos esquemas constituyen precisam ente el conjunto de las relaciones v ir
tuales que la actividad perceptual podría encontrar nuevam ente en el
objeto percibido o actualizar en su contacto con él. Se com prende entonces
en qué sentido la percepción constituye esencialm ente u n índice: es el
significante de u n esquema perceptual y éste constituye la significación
del objeto percibido, y se tra ta adem ás de u n a significación que desborda
los elementos sensoriales puesto que se conecta con las relaciones virtuales
que podría construir la actividad p erceptu al respecto de la percepción
considerada.
5. E l e s p a c io s e n s o r io m o t o r . L as in t e r p r e t a c io n e s de H. Po in -
CARÉ ACERCA D EL CARÁCTER “a PR IO R l” DEL C O N C EPTO DE G RUPO Y LA
PROPIEDAD C O N V E N C IO N A L D EL ESPA CIO EU CLID IA N O DE TR ES D IM E N S I O N E S .
E ntre el espacio perceptual — del que acabamos de analizar p o r qué no es
suficiente de por sí— y el espacio representativo que culm inará en u n a
organización propiam ente operatoria, se inserta una form a de espacio m ás
general que l£s estructuras perceptuales — que sólo constituyen u n caso
particular— : se tra ta del espacio sensoriomotor, esencialm ente constituido
por las m anipulaciones y los desplazamientos d e l. sujeto mismo. Estas
acciones elementales, cuya organización se rem onta a los dos prim eros años
de vida, están orientadas por las percepciones, pero proporcionan un
conocimiento práctico acerca del espacio que las supera y que form a
la subestructura de las futuras operaciones.
E n efecto, Poincaré hace rem ontar el descubrim iento m ental del espa
cio, no a la percepción de la extensión o las formas, sino a la organización
sensoriomotriz de los desplazamientos. A todo cambio producido en el medio
externo puede corresponder u n a preacción del sujeto que tiende a volver
a colocar o a en co n trar las cosas ta l como estaban en la situación an terio r a
esta modificación. A hora bien, existe un conjunto de cambios que pueden
corregirse por u n simple desplazam iento del propio cuerpo: así u n móvil
que sale lateralm ente del cam po visual puede volver a encontrarse como
antes con u n a simple rotación de la cabeza, y u n móvil que cam bia de
dimensiones aparentes a m edida que se aleja recupera su m ag n itu d cuando
uno se acerca nuevam ente a él. Estos cambios constituyen los “cam bios de
posición” . Por el contrario, hay transform aciones que no pueden anularse
p o r u n m ovim iento correlativo del propio cu e rp o : así la com bustión de u n
pedazo de m adera o la disolución del azúcar en el agua. Se tra ta entonces
de los “cambios de estado” . Poincaré hace rem o n tar el origen de la cons
trucción del espacio a esta distinción considerada com o u n a suerte de hecho
p rim e ro : el espacio, como sistema de cambios de posición, será la resultante
de las conductas sensoriomotrices m ás elementales. A hora bien, a pesar de
las dificultades psicológicas que esta tesis im plica como veremos m ás
adelante y a. despecho de su sim plicidad, presenta el g ran interés d e colocar
de en tra d a el problem a en el plano de la acción o el m ovim iento, y ya no
en el de la percepción. “P ara u n ser com pletam ente inmóvil, dice con
vigor Poincaré, no h ab ría ni espacio, ni geom etría” (V al. Se., p ág in a 8 2 ).
H ay algo más. ¿C óm o consigue el sujeto organizar sus m ovim ientos
de tal m odo que logre corregir los de los objetos? Independientem ente de
la form a u n poco lim itada en la que Poincaré se representa el p ap e l de la
m otricidad en el conocim iento, introduce aquí u n a hipótesis fundam ental:
estos desplazamientos del propio cuerpo form an u n “grupo” . E n efecto, dos
“ desplazamientos del cuerpo en bloque” p u ed en coordinarse en u n o solo;
cada uno de ellos puede anularse por u n desplazam iento inverso; el p ro
ducto entre un desplazam iento directo y su inversa es un desplazam iento
nulo y estos desplazam ientos son asociativos. ¿D e dónde proviene entonces
este concepto de grupo? “Seguram ente no de la experiencia -externa, puesto
que p a ra descubrir que los movim ientos de los sólidos constituyen un
grupo precisam ente hay que coordinar los movimientos propios en este tipo
de estructura: distinguiremos los cambios de posición de los cambios de
estado a través de la correlación de estas dos clases de desplazamientos.
El m ismo razonam iento sería válido en contra de u n a interpretación basada
en la experiencia interna, puesto que los elementos del grupo en cuestión
son justam ente los “desplazamientos de'l cuerpo en bloque” , es decir, los
que se reconocen por el hecho de que son correlatos de los movimientos
de los cuerpos externos. El grupo de los desplazamientos — al que Poincaré
hace rem ontar la organización del espacio— debe considerarse como u n a
especie de ley o de m arco de nuestra p ropia actividad, “preexistente al
m enos en potencia” según la fórm ula m encionada más arriba. E n una
p alab ra, p ara poder seguii los m ovim ientos del m undo externo, el sujeto
debe en efecto coordinar sus movimientos, y esta coordinación es la que
im plica la estructura de “grupo” .
A dm itido esto, surgen entonces tres consecuencias fundam entales: el
grupo de los desplazamientos del propio cuerpo genera la estructuración
de los movimientos externos según un modelo correlativo a través de u na
m ezcla de convenciones y utilización de la experiencia y luego permite,
según el mismo proceso, la atribución a este espacio externo de tres dim en
siones y de una estructura euclidiana.
R esulta claro que el grupo de los movimientos propios genera la
construcción del grupo de los desplazamientos del objeto puesto que las
dos estructuras se organizan al mismo tiempo. Sin em bargo, a p artir de
la distinción entre los cambios de posición y los cambios de estado, y a
p a rtir de la estructuración del grupo constituido p o r los prim eros de estos
cambios externos, interviene — según Poincaré— esa m ezcla de formas
“preexistentes” — de convención y experiencia— cuya u n ió n es la nota
característica de su ta n sutil doctrina. El papel de la experiencia se
m anifiesta por la presencia, descubierta en la naturaleza, de estos “notables'
cuerpos” llamados sólidos y que pueden desplazarse por traslaciones, ro ta
ciones, etc., conservando sus formas y dimensiones. Sin em bargo, esta com
probación experim ental no es pura. E n efecto, no existe en lo real despla
zam iento alguno carente de deform ación, tal como sucedería p a ra un sólido
euclidiano ideal: el calor o el peso pueden alterar el móvil y convenimos
entonces, según una prim era disociación convencional, en considerar sepa
rad am en te los puros desplazamientos que constituyen un grupo y las altera
ciones físicas del objeto. Sin em bargo, esta convención es posible porque
—com o acabamos de ver— poseemos el poder preestablecido de construir
la idea de grupo.
V iene luego la estructuración de este espacio real en tres dimensiones.
Sabemos hasta qué punto Poincaré insistía en este problem a y cómo m odi
ficó constantem ente su exposición, ta n delicada es la delim itación que
intentó realizar entre los papeles respectivos de la experiencia, la convención
y, en este punto particular, de las dos clases de ideas preexistentes: el
papel de nuestros órganos hereditarios y las intuiciones a priori de nuestro
espíritu. Se introduce la idea de dim ensión en prim er lugar a través de la
'consideración topológica del continuo y los cortes: un continuo sólo tiene una
dimensión si está dividido por cortes que son discontinuos (por ejemplo
una línea, cortad a por p u n to s), hay dos dimensiones si se lo puede cortar
m ediante u n continuo efe u n a dim ensión (por ejemplo, u n a superficie
cortada po r u n a línea), etc. A dm itido este punto, ¿cuántas dimensiones
tiene el espacio de nuestras actividades prácticas? En prim er lugar, es
necesario observar que el continuo perceptüal o físico es contradictorio
(véase en el p unto 4 la fórm ula de la ley de W eber: A = B; B — C
pero A < G) y que, p a ra resolver la contradicción, los m atem áticos la
reem plazan por u n a escala que im plica una infinidad no conm ensurable
de. gradaciones. Sin em bargo, este continuo m atem ático es irrepresentable:
“sólo podem os representam os continuos físicos y objetos finitos” (Val.
Se., pág. 9 8 ). Por o tra parte, “el espacio absoluto carece de sentido y
hay que com enzar por relacionarlo con u n sistema de ejes invariablem ente
referidos a nuestro cuerpo” (Ib íd ., pág. 9 9 ). Localizar un objeto equivale
pues a “representarse los movim ientos que habría que h acer p ara alcan
zarlo” (pág. 80 ), ya que “la única cosa que conocíamos directam ente es la
posición relativa de los objetos respecto de nuestro cuerpo” (Ibíd., pág. 79).
A partir de entonces, p a ra d eterm inar la cantidad de dimensiones del
espacio que caracteriza a los objetos que nos rodean, cabe pensar que es
suficiente leer los datos de la experiencia física y analizar nuestros proce
dimientos de localización visual, táctil, etc., y nuestros propios desplaza-
. mientos, aplicando a cada uno de estos casos el criterio topológico mencio
nado hace un instante y que sirve p ara determ inar la cantidad de dim en
siones: Pero se observan entonces dos tipos de circunstancias esenciales:
ni nuestros órganos, ni la experiencia nos im ponen u n a respuesta decisiva.
Por ejemplo, si no siempre concordaran nuestras sensaciones de conver
gencia y acom odación entonces el espacio visual tendría cuatro dimen-.
siones. E n cuanto a la experiencia sólo proporciona indicaciones y se-
acom odaría m uy bien a otros modelos que aquellos que hemos aplicado.
E n resumen, el espíritu construye el continuo m atem ático de tres dimen-.
siones “pero no lo construye a p a rtir de la nada, requiere diversos m ate
riales y modelos. Estos m ateriales y estos modelos preexisten en él. Pero
no se le im pone un solo modelo, hay u n a elección; puede elegir, por
ejemplo, entre el espacio de tres y el espacio de cuatro dimensiones. ¿C uál
es entonces el papel de la experiencia? Proporciona las indicaciones según
las cuales el espíritu realiza su elección” (V al. Se., pág. 132).
L a estructura euclidiana del espacio práctico im plica u n a explicación
análoga. E n prim er lugar, el espacio sensoriomotor es de “carácter cuanti
tativo” . p o r causa “del papel que desem peñan en su génesis las series de
sensaciones musculares. Son series que pueden repetirse, y el número
es la resultante de su repetición; porque puede repetirse indefinidam ente
el espacio es infinito” (Ibíd., pág. 133). E sta repetición es, a la vez, fuente
de la “relatividad esencial del espacio” (pág. 118) y de la m étrica. Pero,
¿por qué es euclidiana nuestra m étrica espontánea? N uevam ente aquí
nuestro espíritu contiene varios modelos, equivalentes entre sí y tales que
p uedan traducirse unos en otros puesto que las relaciones no euclidia
nas pueden expresarse m ediante figuras euclidianas y recíprocam ente. Sin
em bargo, nuevam ente aquí, la experiencia, p o r u n a parte, y nuestros
órganos, por la otra, tienen sus sugerencias que h acer: los desplazamientos
de los sólidos naturales se com ponen del mismo m odo que las sustituciones
del grupo euclidiano y nuestras acciones más simples presentan la misma
estructura. Elegimos entonces el m odelo más cóm odo y aplicamos a lo
real el esquema euclidiano, pero n ad a nos im pediría em plear otro lenguaje.
36 Véase para mas detalles de esta evolución en: L a construction- du réel ches
l’enfant. Delachaux et Niestlé, caps, i y n. Véase nota 34.
T o d o ello nos conduce al problem a de la “convención”, ya que Poin
caré hace intervenir, desde la construcción del grupo práctico de los despla
zam ientos, los elementos facilitadores que perm iten disociar los cambios de
posición de los cambios de estado y, en consecuencia, atrib u ir a los objetos
en m ovim iento el esquema del desplazam iento de los “sólidos invariables” ,
cuando en realidad, los móviles siempre varían en parte. ¿ Q u é es entonces
esta “ convención” ? Se confunde precisam ente con el proceso de asimila
ción de lo real a los esquemas de la acción. A ctuar sobre el objeto es
atribuirle nuevos caracteres. Sin em bargo, Poincaré agrega que la elección
de las convenciones siempre está dictada por la “com odidad” . A hora bien,
es claro que u n a convención sólo resulta cóm oda en la m ed id a en que
facilita el cum plim iento exitoso de la acción. Se puede trad u cir entonces
la idea de convención cóm oda por este otro concepto: la acción eficaz.
El desplazam iento de los sólidos invariables es, p o r ejemplo, u n esquema
al q u e asimilamos los movimientos reales, esquem a extraído de la coordina
ción de las acciones ejercidas sobre estos sólidos y no directam ente de ellos
m ismos; este esquem a se apíica a los objetos y los enriquece con nuevos
caracteres; entre ellos el m ás notable es la reversibilidad: si se quiere se
puede calificar este aporte del sujeto al objeto como u n a convención cómoda,
pero en prim er lugar es la m anifestación de u n a acción exitosa. E n su
p u n to de p artid a, la “convención” se reduce en resum en a la abstracción
a p a rtir de la acción.
S in em bargo, el térm ino convención adquiere nuevas significaciones
cuando se aplica a las tres dimensiones del espacio práctico y, en particular,
a su carácter euclidiano; carácter que Poincaré tiende a transform ar en
u n a sim ple form a de lenguaje, equivalente d e derecho a los “lenguajes”
no euclidianos, pero más “cóm odo” que ellos.
E n lo que se refiere a las tres dimensiones, es m uy difícil, a pesar de la
gran sutileza de Poincaré, neg ar el papel preponderante de la experiencia
externa. Si pudiéram os transform ar ú n guante izquierdo en u n guante
derecho, o sacar u n objeto de una caja sin levantar su ta p a y enhebrar
u n anillo cerrado en una varilla sin pasar la extrem idad de ésta p o r la
a p e rtu ra interior del anillo, la experiencia nos im pondría entonces la cuarta
dimensión. E n la práctica, el niño aprende que u n objeto que está dentro
de u n a caja no puede salir p o r sí solo de ella y que un anilló no puede pasar
a través de u n a varilla rígida (hemos visto cómo u n bebé in ten tab a enfilar
u n anillo en u n a varilla aplicándolo sim plem ente contra ella o niños de
4-6 años que pensaban que, d e tres objetos atravesados en el orden ABC
por u n alam bre, el objeto B podía ocupar la cabecera, o sea BAG o ACB,
po r u n a simple rotación del alam bre) .m Por lo tanto, parece evidente que,
desde el p unto de vista psicológico, la experiencia im pone las tres dim en
siones, pero no genera sin m ás el grupo de los desplazamientos. ¿E n qué
consiste esta coacción de la experiencia? Sólo se tra ta de u n a lim itación;
la coordinación de las acciones es la que genera las dimensiones, y esta
coordinación puede conducir a 1, 2 . . . n dimensiones. L a experiencia
37 Piaget: Les notions de mouvement. et de' vitesse chez l’enfant, puf , cap, t.
nos detiene en tres y en este terreno su p oder se reduce a este papel lim ita
tivo. L a eventual influencia d e los órganos.hereditarios pertenece tam bién al
m ism o orden.
L a cuestión del carácter euclidiano de nuestro espacio práctico y del
grupo de los desplazamientos físicos es algo diferente, ya qu e interviene
aquí u n a colaboración más estrecha de la experiencia y la acción. Vivimos
en u n m edio macrocóspico cuya escala es interm edia a la escala microfísica
y la escala astronóm ica, y nuestras acciones habituales se realizan sobre
objetos que tienen poca velocidad en relación con la tierra tom ada como
p u n to de referencia inmóvil. Si existiera u n “observador intra-atóm ico”
— como lo h a supuesto L. de Broglie— o bien organismos con actividad
interestelar, sus acciones ten d rían velocidades sem ejantes a la de la luz.
Podemos ad m itir que las coordinaciones com unes a todas estas diversas
acciones bastan p a ra gen erar u n a m étrica general. Sin em bargo, esta
m étrica se distinguirá, según los casos, en m étricas euclidianas o no euclr=
dianas. L a escala de nuestra acción nos sugiere la m étrica euclidiana, lo
cual no significa que sea convencional sino, nuevam ente, que es más
ad a p ta d a y eficaz. L a escala de la m ecánica eisteíniana im pone un a m étrica
riem aniana que tam poco es la resultante de u n a convención; y podemos
afirm ar incluso que el convencionalism o de Poincaré fue el que, sin duda
alguna, im pidió que descubriera p o r su cuenta la teoría de la relatividad,
a la cual se acercó sin em bargo de m uy cerca. N uevam ente aquí, la' expe
riencia im pone una elección, pero en vez de proceder p o r exclusión limi
tativa — com o sucede con la ca n tid ad de las dimensiones— , se tra ta más
bien de u n a consideración d e escala en relación a nuestra actividad co
rriente: esta actividad pued e construir cualquier m étrica, pero procede
por aproxim aciones sucesivas en función de las necesidades de la acción,
y si bien la m étrica euclidiana resultó suficiente p a ra las actividades com
prendidas entre la edad de la p ie d ra tallada, o de las flechas con puntas
de sílex, y la edad del autom óvil, la era atóm ica necesitará quizás otras
métricas.
Llegam os así al térm ino de algunas observaciones genéticas que había
que presentar a propósito del espacio p erceptüal y el espacio sensoriomotor.
P ara in troducir al análisis del espacio representativo, comenzaremos por
p lan tear el problem a de la “intuición” , tom ando com o base p a ra la discu
sión el p u n to de vista de H ilbert,
6. El d e v i s t a d e D. H i l b e r t y e l p r o b l e m a b e l a “ i n t u i
punto
7. La IN T U IC IÓ N IM A G IN A D A Y L A S O P E R A C IO N E S E SPA C IA L E S C O N C R E
TAS de carácter “in P ara com prender qué es la verdad geomé
t e n s iv o ”.
trica, incluso en su form a puram ente axiom ática, no basta entonces con
p asar directam ente del espacio perceptual o de la “intuición” a las cons-
9. L a s o p e r a c i o n e s f o r m a l e s y l a g e o m e t r í a a x i o m á t i c a . A caba
mos de ver (puntos 7 y 8 ) que la idea confusa que los m atem áticos de
signan con el nom bre de “intuición” espacial recubre dos realidades muy
diferentes: u n a consiste en representaciones im aginadas no aptas p ara tr a
ducir las transform aciones y la o tra consiste en operaciones concretas, es
decir, en acciones interiorizadas susceptibles de composiciones transitivas,
reversibles y asociativas —sea iníralógicas e intensivas (como las opera
ciones lógicas) o extensivas y m étricas— . A hora bien, entre estos dos
niveles “intuitivos” del conocimiento espacial (uno preoperatorio y el otro
operatorio pero concreto) y la geom etría axiom ática en el sentido moderno
del térm ino, se intercala además un tercer nivel que, como lo hemos visto
en el punto 6 , corresponde a la geom etría deductiva y formal de los griegos,
pero que se presenta hoy como u n a construcción que sigue siendo intuitiva
aunque en u n sentido superior. Este tercer nivel se caracteriza, desde el
punto de vista genético, por la constitución de las operaciones “formales”
opuestas a las operaciones “concretas” exam inadas hasta el momento.
L as operaciones concretas se refieren directam ente a los objetos m ani-
puleables, o a sus símbolos representativos, como las figuras que pueden
dibujarse y esquematizarse en grados diversos. No por ello d ejan de ser
acciones u operaciones del sujeto, y el problem a epistemológico sigue siendo
el de saber cuál es la parte qúe en ellas corresponde a.1 sujeto y- aquella
que corresponde a la experiencia, así com o determ inar si esta experiencia
puede com pararse con la experiencia física o im plica otras relaciones entre
el sujeto y el objeto (véase el. punto 12-). Sin embargo, las operaciones
concretas'son acciones propiam ente dichas — m ateriales o m entalizadas— ,
y por ello se les puede otorgar-el calificativo equívoco de “intuitivas” . Por
es reciente, las operaciones formales provienen sin duda alguna de los griegos; las -
operaciones concretas aparecen en las» civilizaciones semejantes a la del antiguo '
Egipto; la intuición imaginada es típica de la “mentalidad primitiva” y la inteligencia
sensoriomotriz de las sociedades anteriores al lenguaje, como las de los antropoides.
categorías axiom áticas que utiliza H ilbert en su reconstrucción abstracta,
del espacio: por u n a parte, los axiomas de orden y el que vinculáham os
antes con la adición p artitiv a (si los segmentos A’B’ y B’C ’ que constituyen
u n segmento total A ’C’ son respectivam ente iguales a los segmentos AB
y BC, el total A’C ’ tam bién es igual al total A C ) . 65 R esulta claro que
estos axiomas, aunque indem ostrables en el sistema considerado, es decir,
precisam ente elegidos como prim eras proposiciones, se apoyan a su vez,
gracias al juego de las “implicaciones no explícitas entre operaciones”
(q u e oponíamos a las implicaciones entre proposiciones), en las op era
ciones formales de la lógica, de la cual los conceptos de orden y reunión
de las partes en un todo son elementos constitutivos necesarios. Sin embargo,
las operaciones formales extraen sus materiales, p o r u n a abstracción a p a rtir
de las coordinaciones anteriores, de las operaciones concretas, al mismo
tiem po que com binan nuevam ente estos m ateriales en un a nueva form a.
E n cuanto a las operaciones concretas, ya conocen las composiciones de
o rden y adición p artitiv a (véanse puntos 7 y 8 ) que h an form ado p o r un a
nueva elaboración de elementos tom ados (tam bién por abstracción a p a rtir
de las coordinaciones anteriores) de las intuiciones im aginadas iniciales.
Y estas últim as no las inventaron sino que las reelaboraron a p artir de
m ateriales tomados (nuevam ente y según el mismo modelo de abstracción
im plícita) al orden y la partición sensoriomotrices. E n cuanto a las com
posiciones sensoriomotrices, que efectivam ente conocen cierto orden que
interviene en las sucesiones de movimientos y ta,mbién cierta partición
perceptual, consisten en reconstrucciones, en un nuevo plano, de m ateriales
extraídos de las coordinaciones reflejas (que se apoyan en coordinaciones
orgánicas de diversos g rad o s).
que caracteriza a la construcción del espacio perm ite explicar lo que puede
llam arse la p ara d o ja genética de la geom etría: el orden de sucesión de
los descubrim ientos históricos es, en efecto, exactam ente la inversa, al menos
orientado en sentido inverso, del orden de sucesión de lac etapas psico-
genéticas.
E n prim er lugar, observemos que esta inversión de sentido entre la
génesis y la historia — que p o r otra p arte tam bién se en cu en tra en otros
dominios— no es general. E n el terreno del núm ero, p o r ejem plo, puede
decirse que la construcción histórica comienza con el núm ero entero positivo
antes de descubrir los núm eros fraccionarios y, en p articular, los números
negativos, así como él niño construye su aritm ética. Es cierto que la idea
de correspondencia biunívoca, que se encuentra en la fuente del núm ero
entero, sólo se h a convertido efectivamente en un objeto de reflexión
científica muy tardíam ente, lo cual constituye, en este punto particular, una
inversión de sentido com parable a la que presenta la historia de la geome
tría. Sin embargo, esta inversión se refiere aquí a las coordinaciones
operatorias form ado ras del núm ero y n o a los núm eros; en cambio, en el
dom inio del espacio, las diferentes estructuras espaciales son las que pro
vocan la inversión. En otro dominio, como el de los principios de conser
vación física de los cuales hablarem os en el cap. 5, hay tatnhién corres
pondencia parcial entre la historia y la génesis: la conservación de la
sustancia precede en am bos casos a la del peso, y ésta precede a su . vez a
la de los volúmenes corpusculares.
P or el contrario, en el dominio del espacio, hemos com probado la
prim acía —en el terreno del desarrollo perceptüal y en el terreno de
la form ación del pensamiento— de las estructuras topológicas respecto
de las estructuras proyectivas y euclidianas; estas dos últimas aparecen en
segundo lugar y en solidaridad entre sí. A hora bien, desde el p unto de
vista histórico, la geom etría euclidiana precedió por m ucho a la consti
tución de la geom etría proyectiva y ésta precedió por m ucho al descubri
m iento de la topología.
Y a hemos visto por qué el espacio euclidiano se constituye solamente
al térm ino de los procesos psicogenéticos. En el terreno de la percepción,
supone la constitución de un tipo de m étrica perceptüal fundada en un
invariante relativo (elaborado cualitativam ente) : la constancia perceptüal
de las magnitudes a pesar del alejam iento. A hora bien, la construcción de
esta invariante se vincula con la del objeto y el grupo práctico de los despla
zamientos. En el terreno del pensam iento, la estructura euclidiana culm ina
en la medición — es decir, en u n a síntesis operatoria de las operaciones de
partición y desplazamiento— y se reúne así con el núm ero entero y frac
cionario que constituye u n a estructura que culm ina paralelam ente con la
de la aritmética.
A estas circunstancias se debe, sin duda que la geom etría euclidiana
haya obtenido su prim acía histórica en el plano del pensam iento form al
socializado y haya producido el florecimiento '• de un a investigación cientí
fica colectiva. Sin em bargo, la consideración de la m edición no explica
todo y resulta sorprendente que Euclides ni siquiera haya enunciado de
modo explícito (sin hablar de los térm inos topológicos de vecindad, orden,
continuo, etc.) los axiomas relativos al desplazamiento y a lo que H elm holtz
llam aba la “libre m ovilidad” de las figuras. Los griegos se concentraban
en el objeto y no en la acción, en la figura más que en la operación, es
decir, en el resultado de la construcción y no en la construcción misma.
Por ello, hay inversión del orden genético, pero esta inversión, en el caso
de las relaciones entre la estructura euclidiana y las estructuras topológicas,
se fortalece por el interés otorgado a las consideraciones m étricas: se
concibe la medición como la expresión de las propiedades del objeto.
L a geom etría analítica, ya entrevista entre los griegos por Pappus de
A lejandría a propósito de su teoría acerca de los lugares, sólo encontró
su form a sistemática con la constitución del álgebra, lo cual se entiende
claram ente pero plantea respecto del carácter tardío del álgebra misma
un problem a que supera el m arco del espacio y que volveremos a encontrar
en el cap. 3 a propósito de la tom a de conciencia de las operaciones en
general.
E n cuanto a la geom etría proyectiva, genéticam ente solidaria del espa
cio euclidiano, se la hubiera podido descubrir — si lo anterior es correcto—
en la época de los griegos y efectivam ente Apolonio de Perge la percibió
de algún m odo en sus trabajos acerca de las secciones cónicas. Su construc
ción m ás tardía, vinculada a los comienzos de la geom etría m oderna
(siglo xvi y, en particular, siglos x vn y xvm ) es sin d uda alguna el
resultado de la prim acía inicial del ob jeto : la perspectiva aparece como
u n a deform ación del objeto en función de los diversos puntos de vista del
sujeto m ucho antes que las transform aciones vinculadas a los diferentes
puntos de vista se consideren como tem a de u n a investigación objetiva
como cualquier otra. Aquí hay que agregar adem ás la cuestión de la
medición, cuyo alcance es secundario en u n a geom etría que no conserva
los ángulos y tam poco las distancias. Por el contrario, desde el punto de
vista genético, la coordinación de los puntos de vista del sujeto plantea
u n problem a de operaciones concretas ta n im portante como el de la
coordinación de los objetos, y la ausencia de m étrica proyectiva accesible
al nivel concreto facilita por el contrario el descubrim iento de las relaciones
proyectivas (intensivas y extensivas) elementales.
P or último, du ran te el siglo xix, aparece el inm enso florecimiento de
la geom etría y todos sus aspectos son notables en cuanto a la inversión
de sentido entré la historia y la génesis, así como en lo que concierne al pro
ceso reflexivo del descubrim iento (proceso cuya prolongación culm ina preci
sam ente en las axiomáticas del período co ntem porán eo ).
E n prim er lugar, frecuentem ente se h a trazado la historia del descu
brim iento de las geometrías no euclidianas. Después de los trabajos de
Wallis (1663) que m uestran que el postulado de las paralelas se relaciona
con la teoría de las similitudes, de G. Saccheri que intentó probar el
postulado m ediante la construcción de u n cuadrilátero (de tres ángulos
rectos y del cual quería dem ostrar que el cuarto no p o d ía-ser ni agudo
ni obtuso), después de los trabajos de L am bert (4786) acerca del mismo
tem a, Gauss, Lobatschevski y Bolyai alrededor de 1830 y luego Riem ann
m ostraron el carácter coherente de aquellas geometrías que no adm itían el
quinto postulado de Euclides. ¿ Cuáles fueron entonces los incentivos de
estas investigaciones que tuvieron tal repercusión desde el punto de vista
de la epistemología científica y desde el p unto de vista de la geometría?
Fueron de dos tipos y su correlación efectiva presenta un gran interés
genético. El prim ero es la reflexión regresiva acerca de los principios,
que se encuentra en el p unto de partida- real de la axiom ática m o d ern a:
el quinto postulado resiste la demostración aun q u e sea impuesto por la
percepción a una escala de aproximación no refinada y por la intuición
im aginada cuyas fallas son habituales; la inversión reflexiva consistió enton
ces en buscar a qué resultados conduciría u n a construcción que lo dejara
de lado. A hora bien, a partir de entonces y siguiendo este método, se
realizaron muchos descubrimientos resultantes de la eliminación, no sólo de
postulados indemostrables, sino de axiomas evidentes: por ejemplo, la
geometría no arquim ediana de G. Veronese que descarta la relación m étrica
elemental. Sin embargo, el segundo incentivo, al que responden Gauss y
Lobatschevski, completa al primero de modo extrem adam ente instructivo:
sospechando que existía cierto vínculo entre el postulado de las paralelas y
cierta escala de aproxim ación de nuestras percepciones y nuestras represen
taciones imaginadas, estos geómetras se preguntaron si u na escala más
precisa — proporcionada por mediciones de triangulación en la m ontaña
o por la determinación de ángulos interestelares— confirm aría el carácter
euclidiano de lo real. E sta preocupación no elimina por supuesto en
absoluto el carácter anticipatorio del marco m atem ático no euclidiano
respecto de la física m oderna, pero m uestra de modo bastante preciso que
la regresión reflexiva en la dirección de los principios es correlativa a un
esfuerzo superior de apropiación del objeto.
L a constitución de la teoría geom étrica de los grupos (F. Klein,
S. Lie, etc.), a través de la tom a de conciencia del carácter operatorio
de los desplazamientos y las transformaciones en general, en oposición con
las figuras estáticas de los antiguos o con su simple expresión analítica
y en particular el análisis de lo continuo, p unto de p artid a de. la topología
y el descubrimiento de los aspectos cualitativos elementales del espacio,
constituyen varios testimonios sorprendentes de la inversión de sentido
entre la génesis real y el orden de sucesión histórico de los descubrimientos.
En efecto, resulta imposible com prender por qué la intervención del con
cepto de grupo ha aparecido tan tardíam ente, ya que se trata de un
concepto prim ero desde el punto de vista de la construcción operatoria
real del espacio, y por qué el descubrimiento de los caracteres topológicos
ha aparecido luego tantos siglos después en vez de preceder al de las
relaciones proyectivas y euclidianas, ya que en realidad son primitivos
desde el punto de vista psicológico y axiomático, si no se adm ite que los
procesos formadores de un sistema de conceptos científicos son a la vez
constructivos y reflexivos y que la tom a de conciencia regresiva acompaña
a toda nueva construcción pero en sentido inverso.
Es cierto que queda aún por explicar p o r qué esta inversión es más
im portante en el dominio del espacio que en otros dominios: porque (lo
hemos visto en el punto 9) la construcción geom étrica supone u n a continua
descentración de las estructuras respecto del egocentrismo espacial inicial.
A hora bien, el egocentrismo es inconsciente y la descentración supone una
inversión de sentido laboriosa, que procede p o r el establecimiento de rela
ciones entre los diversos puntos de vista e inserción de las relaciones ap a
rentes e. inmediatas en el sistema de las posibles transform aciones; resulta
entonces claro que este tránsito desde los falsos absolutos iniciales a Ja
relatividad del espacio desem peña u n papel particularm ente im portante
en la p ara d o ja genética que anteriorm ente hemos analizado.
Por ello, no puede satisfacernos un sistema de explicación genética que
— como el de Enriques— se sustenta en el análisis de las sensaciones y en
la abstracción intelectual a p a rtir únicam ente de los datos sensoriales:
si la topología corresponde — com o se dice— a las sensaciones táctil-
m usculares generales, la m étrica al tacto especializado y la geom etría
proyectiva a las sensaciones visuales, no se com prende por qué, genética e
históricam ente, las tres clases de espacios y geom etrías no se h an desarro
llado sim ultáneam ente. P or el contrario, el fenóm eno se explica en función
de u n a elaboración activa y operatoria continua, con progresos a la vez
constructivos y reflexivos, y descentración indispensable p ara to d a genera
lización.
H ay algo más. L a sucesión histórica de las grandes etapas del pensa
m iento geom étrico revela así la doble naturaleza de u n proceso genético
circular, que vincula la articulación siempre más extensa y móvil de ios
esquemas operatorios con u n a reflexión que siempre alcanza m ás pro fu n d a
m ente a los elementos, en orden inverso al de su in teg ració n : ahora bien,
el proceso generalizador como tal, presente en las operaciones geométricas,
m anifiesta la existencia del mismo círculo, y ello no debe sorprendernos
puesto que los descubrimientos que ja lo n an la historia de la geom etría son
precisam ente el resultado de sucesivas generalizaciones.
Poincaré, entre otros, ha dem ostrado que se pueden construir geom e
trías no euclidianas con los únicos elementos euclidianos; sin em bargo,
la geom etría euclidiana no es sino u n caso p articular de este conjunto. La
recíproca es verdadera y, basándose en los trabajos de Cay ley y K lein,
puede reconstruirse el espacio euclidiano m ediante elementos no euclidianos.
“L a p ara d o ja es pues perfectam ente sim étrica, p o r ejem plo G onseth a firm a :
si tom am os dos de nuestras geom etrías — sean cuales fueren— cada una
parece alternativam ente estar contenida en la otra o contenerla” (F u n d a
m entos, pág. 9 3 ). A hora bien, este círculo sería insoportable p a r a la lógica,
si no expresara precisam ente el doble proceso de asimilación constructiva
e incorporación retroactiva de los m ateriales anteriores en la nueva com po
sición, doble proceso que caracteriza a la construcción operatoria. C o n tra
riam ente a la generalización simple, que engloba u n a ley espacial en una
ley más general, la generalización operatoria procede en efecto del siguiente
modo. D espués de generar un prim er sistema, tom a de él algunos elementos
p a ra construir m ediante nuevas composiciones u n segunda sistema que
desborda al prim ero y lo incluye como caso p a rtic u la r: la recíproca tam bién
es verdadera puesto que, m ediante algunos m ateriales del segundo sistema,
las operaciones del prim er sistema lo reconstruirán a su vez. Corno no se
tra ta de simples implicaciones entre proposiciones, en cuyo caso dos sistemas
que se im plicasen m utuam ente se confundirían entre sí, sino de composi
ciones efectuadas m ediante elementos que no las im plican de antem ano,
estas composiciones form an un círculo tal que se puede pasar de un sistema
a otro, según los axiomas que se elijan y sin que sus inclusiones recíprocas
desemboquen en u n a fusión.
Por otra parte, este círculo operatorio term ina p o r abarcar toda la
geometría. El grupo fundam ental de la topología (grupo de las hom eo-
morfías) contiene, en efecto, como subgrupo, el grupo fundam ental de la
geometría proyectiva (con conservación de l a ' recta y las relaciones ño
armónicas) que contiene a su vez como subgrupo el de las afinidades (con
conservación de las p a ra le la s); y este último contiene como subgrupo el
grupo de las similitudes (con conservación de los ángulos) y, por últim o,
éste contiene como subgrupo el de los desplazamientos (con conservación
de las distancias). Sin embargo, este grupo fu n d am en tal de la geom etría
euclidiana se vincula — como acabamos de recordar— con las geom etrías
no euclidianas y, desde este conjunto, podemos rem ontam os al grupo de la
“métrica general” que se vincula de modo directo con el de la topología.
E l conjunto de los grupos operatorios constitutivos del. espacio form a así
u n círculo tal que se puede pasar de uno de los sistemas al otro, ya p o r
adjunción o supresión de uno de los invariantes característicos de los
subgrupos.
Por lo tanto, existe u n a interdependencia com pleta entre todas las
posibles transform aciones del espacio y esta interdependencia es la que
m anifiesta fuera del círculo las implicaciones entre operaciones previas a
toda construcción axiomática. A hora bien, este círculo constituye — lo
hemos visto— la form a más evolucionada de las sucesivas coordinaciones
alcanzadas po r el análisis genético, del cual es solidaria la axiom ática, pero
desde adentro y po r interm edio de los conceptos operatorios iniciales.
11. L a e p i s t e m o l o g í a g e o m é t r i c a d e F. G o n s e t h . L a exposición
anterior equivale a atribuir la form ación del espacio y de las operaciones
lógico-aritméticas a la coordinación progresiva de las acciones ejercidas p o r
el sujeto sobre los objetos. E n vez de proceder p o r construcción de con
juntos discontinuos de objetos, fundados en los esquemas lógicos de seme
janzas y diferencias (o en los esquemas num éricos que unen en u n solo
todo la.clase y la relación asim étrica), las operaciones espaciales encuen
tra n su p unto de p artid a en la continuidad de las vecindades y las dife
rencias de orden (y luego de 1a medición que reúne la partición y el.
em plazam iento), pero se reúne, tarde o tem prano, con las operaciones
formales generales que se aplican sim ultáneam ente a la discontinuidad
num érica o lógica y al continuo espacial. D e este modo, lo form al que se
encuentra en la base de las construcciones axiom áticas se desprende de
r. poco de las acciones y operaciones del sujeto y disocia el espacio geom é
trico del espacio físico o experim ental superando la “intuición” con la que
se relaciona a través de todos los intermediarios.
Puede observarse el parentesco existente entre algunas de estas conclu
siones y varias de las perspectivas desarrolladas desde hace más de veinte
años por F. G onseth. Antes de concluir, nos parece entonces indispensable
tem ar posición respecto d'e la filosofía geom étrica y la epistemología en su
totalidad de este m atem ático, y señalar sim ultáneam ente las convergencias
y puntos de bifurcación posibles. Esta discusión no sólo nos resultará útil
p a ra preparar la conclusión de este capítulo sino que nos introducirá al
mismo tiem po al estudio de -los problem as m ás amplios abordados en
el capítulo 3, es decir, al análisis del modo de existencia propio de las
conexiones m atem áticas.
este capítulo, nada parece m ás diferente del senddo com ún que el espacio y
los seres logicoaritméticos, puesto que este sentido com ún localiza el espacio
entre los objetos y las clases o porque los núm eros parecen expresar única
m ente colecciones de objetos artificialm ente construidas. Q ue el espacio
se vincule con el objeto y que las operaciones lógico-aritm éticas se apliquen
a lós conjuntos de objetos, es un fenómeno que nos confirm a el análisis
genético. Sin em bargo, la gran ilusión del sentido com ún radica en creer
que uno se instala en el objeto o que se capta el objeto p o r vías más
directas que la construcción de las reuniones de objetos. A hora bien, gené
ticam ente, la idea general de objeto se elabora exactam ente del mismo
m odo que las colecciones de objetos y esta construcción no es ni m ás fácil
ni anterior en un caso que en el otro. El lactante no cuenta con la concep
ción de la perm anencia de los objetos como tam poco tiene la de la conser
vación de las totalidades de elementos perceptualm ente com probadas, y las
etapas de estructuración del objeto espacial com plejo son exactam ente
las mismas que las de la estructuración de las operaciones lógicas y el
núm ero.
Al nivel perceptual, no hay espacio único, así como tam poco las colec
ciones discontinuas, percibidas como pluralidades m ás o menos ricas, cons
tituyen clases lógicas o núm eros. Al nivel sensoriomotor, los desplazamientos
unidos a las percepciones perm iten ciertas coordinaciones que se organizan
en un espacio próxim o, con conservación práctica del objeto pero sin
espacio representativo que vaya más allá de los límites de la acción:
asimismo, los esquemas sensoriomotores constituyen el equivalente práctico
de los conceptos lógicos, con un esbozo de cuantificación (repeticiones ac u
m ulativas, etc., cuyos ritmos permiten algunas estimaciones cuantitativas
en la acción), pero también sin representación alguna. Al nivel del pensa
m iento intuitivo preoperatorio, se constituyen imágenes espaciales estáticas
y la imaginación de algunas acciones relativas a las posibles transforma
ciones de los objetos, pero sin conservación ni reversibilidad algunas: desde
el punto de vista de la lógica y el número, aparecen también intuiciones
preconceptuales y prenuméricas, pero sin conservación de los conjuntos ni
posible inversión de las configuraciones. Al nivel de las operaciones con
cretas, las primeras operaciones transitivas y reversibles se organizan en el
dominio del espacio, en form a totalmente isomorfa a las primeras opera
ciones lógico-aritméticas. Por último, al nivel de las operaciones formales
u n a lógica formal e hipotético-deductiva abarca simultáneamente las trans
formaciones espaciales y numéricas.
Sin embargo, estas fórm ulas, a las que no podemos d ejar de adherir
en su totalidad, son consideradas finalm ente por L. Brunschvicg en el
sentido de una asimilación com pleta de la experiencia geom étrica a la
experiencia física. Nos parece que se trata de concentrar la discusión
en este punto y preguntarnos si el papel de la acción y la experiencia
necesariam ente genera esa consecuencia realista de aquello que se h a deno
minado frecuentem ente el idealismo brurischvicgiano.
E n el capítulo 1 tuvimos que adm itir que las estructuras lógicas y
num éricas no se abstraían del objeto del mismo modo que las relaciones
físicas, sino que eran el resultado de la coordinación de las acciones del
sujeto ejercidas sobre las colecciones de objetos. E n efecto, en todos los
niveles de la conducta las acciones efectuadas sobre los objetos suponen
una previa coordinación entre los esquemas de asimilación, así como el
organism o no podría asim ilar el m edio externo y, en consecuencia, reaccio
n a r sobre él si no fu era él mismo un proceso cíclico que im prim iera su
form a a las sustancias y energías externas que con él interactúan. Desde
los esquemas sensoriomotores a las operaciones reversibles, esta coordinación
de las acciones es la que perm ite las clasificaciones, el establecimiento de
relaciones y, en consecuencia, las cuantificaciones y enum eraciones resul
tantes de la síntesis de estas dos clases de estructuras. Ello no significa en
absoluto que la lógica y el núm ero entero están preform ados de antem ano
como estructuras a priori en la constitución m ental del sujeto: no existen
estructuras a priori, ya que todas las estructuras son el resultado de un a
construcción. Sin em bargo, toda estructuración im plica u n funcionam iento
anterior, a ella, ya que si no existe un funcionam iento continuo, vinculado
en su p unto de partid a con la organización biológica misma, no hay acción
alguna que sea posible (esta organización plantea entonces a su vez un
problem a epistemológico que no tratarem os aquí y que volveremos a encon
tra r el vol. I I I de esta serie. Este funcionam iento se prosigue a través de
estructuras sucesivas; cada u n a de estas estructuras extrae sus elementos
po r u n a especie de abstracción de las estructuras precedentes y, al mismo
tiempo, los reagrupa en u n a form a de equilibrio superior. E sta abstracción,
a través de la cual se extraen los seres lógicos y aritméticos, es una abstrac
ción a p a rtir de la acción o incluso de las coordinaciones de la acción y
hay que distinguirla cuidadosam ente de la abstracción a p a rtir del objeto,
ya que no equivale a considerar la a c c ió n 1como u n objeto sino que se
lim ita a extraer del objeto (por la simple continuidad del proceso de
asim ilación) sus elementos operativos y no las cualidades, sean las que
fueren: así, los esquemas sensoriomotores superiores extraen de los esque
m as iniciales (reflejos y perceptuales) sus posibilidades de anticipación y
reconstitución parciales, y las prolongan y reagrupan en conductas de
rodeos y retornos; así, los esquemas intuitivos retienen de los esquemas
sensoriomotores sus asimilaciones y acomodaciones im itativas y las pro
longan en representaciones im aginadas articuladas en m ayor o m enor grado
y así los esquemas operatorios abstraen de los sensoriomotores sus articu
laciones y las prolongan en composiciones reversibles, etc. En resumen,
la lógica y el núm ero son el resultado de. las coordinaciones de las acciones
del sujeto, y no se extraen del objeto, aunque estas coordinaciones sólo
aparezcan por las acciones ejercidas sobre los objetos; y la construcción de
las estructuras lógicas y num éricas sucesivas es el resultado sim ultáneo
de u n a abstracción a p a rtir del funcionam iento anterior de la acción y de
las generalizaciones operatorias que hacen que las composiciones que se
aplican a los elementos así abstraídos de la acción (reuniones, seriacio-
nes, etc.) sean cada vez más móviles y reversibles.
Los conocimientos físicos son el resultado, p o r el contrario, de las
acciones diferenciadas y particulares, en oposición a la coordinación general
de las acciones: acciones de levantar pesos, em pujar, acelerar o frenar, etc.,
y abstraen de este modo sus elementos de los. objetos sobre los que estas
acciones se aplican .(entendido qué estos objetos siempre se conocen única-,
m ente a través de su asimilación con acciones p articu lares), y no de las
ccordinaciones de estas mismas acciones, com o la lógica y la aritm ética.
Pero, como las acciones particulares —^diferenciadas en función de la acomo
dación de los objetos variados— y la coordinación general de las acciones
— que se acomoda ‘de modo, perm anente a los objetos cualesquiera— siempre,
están unidas y son de hecho indisociables, resulta claro que las operaciones
lógico-aritm éticas se vinculan m uy estrecham ente con las operaciones físicas,
sin que se confundan entre si.
¿Q u é sucede entonces con las estructuras ,espaciales o geométricas?
¿ Corresponden- —como la lógica y el núm ero — a las coordinaciones de las
acciones, o — como los conocimientos físicos—- a sus contenidos particulares?
En este punto dos hechos resultan decisivos: por u n á parte, el estrecho
paralelismo genético entre el desarrollo del espacio y el del número, en
particular entre las operaciones constitutivas del primero y las operaciones
lógico-aritméticas; por otra parte, la continuidad histórica de una geome
tría deductiva indefinidamente fecunda en oposición a la constante sumisión
de la deducción física al control de la experiencia.
Desde el punto de vista genético, la naturaleza de las acciones y luego
la de las operaciones formadoras del espacio muestra ya de modo harto
claró que provienen, como las operaciones lógico-aritméticas, de las coordi
naciones generales de la acción en oposición a las acciones particulares. La
única diferencia entre las relaciones topológicas elementales de envolvi
miento o de orden y clases lógicas o los números es que, en estos últimos
casos, los elementos se relacionan independientemente de sus vecindades y,
en consecuencia, de manera discontinua: mientras que, en el primer caso,
los elementos se vinculan en un objeto total gracias a sus vecindades,
ordenadas en relaciones continuas. Ahora bien, la vecindad y la continuidad
sen caracteres generales de la acción y también lo son del encaje fundado
en las semejanzas o la seriación de las diferencias y ambas caracterizan a
la asimilación más elemental: la acción procede, en efecto, tanto de manera
progresiva y de modo continuo como reúne en totalidades o relaciona
entre sí los elementos de las situaciones discontinuas sobre las que actúa.
Sólo lenta y muy progresivamente estos caracteres de vecindad y no ve
cindad, es decir, los aspectos espaciales y lógico-aritméticos de la acción se
diferencian entre sí: de hecho, solamente á partir del nivel de las opera
ciones concretas reversibles (7.-8 a ñ o s); en cambio, tod^s las intuiciones
imaginadas preoperatorias se refieren a configuraciones en parte espaciales,
aun cuando se trate de colecciones ^¡relógicas o prenuméricas (vol. I,
cap. I, punto 12). Por otra parte, la fuente psicológica de las “homeo-
morfías” topológicas debe buscarse en la correspondencia cualitativa que
permite discernir semejanzas formales independientemente de la constancia
de las dimensiones y las formas ; ahora bien, estas correspondencias están
en estrecha relación con las asimilaciones form adoras de las clases lógicas.
En cuanto a la coordinación de los puntos de vista —fuente de la
geometría proyectiva— y la de los movimientos —fuente de la métrica
euclidiana— tam bién son coordinaciones generales, aunque lo sean en
m enor grado que las coordinaciones o asimilaciones topológicas iniciales.
Así el espacio — como la lógica y el núm ero — es el resultado de las coordi
naciones más elementales de la acción y su evolución procede pues por
sucesivas reestructuraciones a través de abstracciones a partir de estas mis
m as coordinaciones: ello explica la capacidad que tienen, una vez consti
tuidas, las operaciones espaciales p ara generar u na deducción indefinida.
Desde el punto de vista histórico, la relativa oposición entre la geome
tría y la física habla exactamente en el mismo sentido. Mientras que toda
deducción física pura conduce a indeterminaciones que necesitan recurrir
a la experiencia, y mientras la generalización simple que se aplica a carac
teres abstractos del objeto desemboca tarde o temprano en teorías quimé
ricas e incompatibles con los hechos, la deducción geométrica resulta, en
cambio, indefinidamente fecunda y asegurada en su verdad intrínseca. Se
responderá que ha precedido a la deducción una fase empírica, en la
geometría como en cualquier otro capítulo de la física: pero vimos (vol. I,
cap. I, puntos 1-2) que experiencia no necesariamente significa abstracción
a partir del objeto y .que el sujeto puede experimentar sobre sus propias
acciones por medio de objetos cualesquiera, sin term inar en otra cosa que
en el descubrimiento de las coordinaciones necesarias de las primeras, en
oposición a los caracteres particulares de los segundos. También se. dirá
que la geometría siempre concuerda con la experiencia, lo cual parece
otorgarle un carácter físico superior al de la misma física. Sin embargo,
precisamente las coordinaciones más generales de la acción, son las que
culminan en una acomodación permanente al «Sbjeto cualquiera, uná vez
que son susceptibles de composiciones reversibles, puesto >qüe la acción se
refiere siempre a objetos y que esta acomodación estable se distingue tanto
de las acomodaciones particulares como de las coordinaciones entre acciones
diferentes abarcadas en sus diversidades.
Si el espacio puede compararse con la lógica y el número, .existe,-sin
embargo, una diferencia importante entre las operaciones lógico-aritméticas
y las operaciones espaciales desde el punto de vista de sus relaciones respec
tivas con la experiencia. Pero esta divergencia es precisamente el resultado
— e incluso exclusivamente— .de la intervención de las relaciones de ve
cindad en las relaciones espaciales, en oposición a las de semejanzas, dife
rencias y equivalencias entre unidades distintas que caracterizan a la lógica
y el número. Respecto de cierta escala de observación, los objetos físicos
son, en tanto físicos, más o menos vecinos entre sí, exactamente como son
más o menos semejantes, diferentes o frecuentes, etc. Ahora bien, por más
semejantes, diferentes o enumerables que sean,, no constituyen clases, series
o conjuntos enumerados sino después de que realmente el sujeto los haya
clasificado, seriado o contado, (la expresión “enumerable” ya señala esta
propiedad del objeto de prestarse a una acción virtual de enumeración,
sin por ello presentar. de por sí un carácter numérico actual). Por el
contrario, dos objetos físicos pueden presentar entre sí una relación de
vecindad (o distancia, etc.) en tanto son físicos, independientemente de las
estructuras espaciales matemáticas que construimos cuando actuamos sobre
ellos. L a razón es que los objetos actúan unos sobre los otros de próximo
en próxim o y, por lo tanto, en función de la vecindad, m ientras que las
semejanzas y diferencias no se influyen a distancia (contrariam ente a lo
que adm ite la causalidad mágica) p ara constituir clases, etc., independien
tem ente del contacto espacial. P or lo tanto, junto al espacio m atem ático
—resultante de las coordinaciones del sujeto— interviene u n espacio físico
o espacio de la experiencia aplicada a los objetos diferenciados por sus
caracteres propios. En otros térm inos, entre varias form as resultantes de
la actividad del sujeto, unas pueden convenir m ejor que otras a ese sistema
de objetos específicos, determ inados po r sus propiedades físicas, es decir,
por las acciones particulares que a ellos se aplican (en oposición a las
coordinaciones generales de la acción) .7‘-
Sin embargo, del hecho de que exista u n espacio físico distinto del
espacio m atem ático y no exista lógica o núm eros físicos, porque la vecindad
interviene en el seno de las relaciones causales y porque las semejanzas,
diferencias o equivalencias no actú an a distancia, no se deduce en absoluto
que el espacio físico corresponda térm ino a térm ino al espacio m atem ático.
En efecto, por u n a parte, el espacio .físico es más pobre que el espacio
construido por el sujeto. Por o tra p arte y, en p articu lar (esta segunda
razón dom ina, sin duda alguna, la prim era),- toda p ro p ied ad del espacio
real es solidaria de las otras cualidades físicas. Así, la m edición de u n a
distancia física consiste en el desplazam iento de un m etro en la realidad y
no en el pensam iento, y este desplazam iento depende entonces de la m asa
de los objetos, del campo de gravitación, e tc .: constituye por ello un movi
miento real que presupone el tiem po y la velocidad. El espacio físico no es
una propiedad de los objetos que pu ed a sin m ás disociarse de su contexto:
no es u n continente, separado y homogéneo, sino que es único en su conte
nido heterogéneo. No obstante, p o r el hecho de que todas las operaciones
que caracterizan la actividad del sujeto determ inan posibles transform a
ciones del objeto, las propiedades del espacio físico p u ed en traducirse en
espacio m atem ático. Sin embargo, la recíproca no es verdadera y este
espacio sigue siendo más rico que aquél, ya que to d a transform ación
lógicam ente posible no es físicamente realizable.
Sucede así (como lo hemos visto en el p u n to 7) que la idea de dim en
sión aparece genéticam ente en función de las acciones de envolvimiento, y
cada sistema de envolvimiento puede generar la liberación de u n elemento
interior en u n a nueva dimensión, según que este elem ento atraviese u n
punto, u n a línea, un plano, etc., p a ra convertirse en exterior. A hora bien,
1?, experiencia física es la que nos enseña que, en el m undo real de las
acciones que están a nuestra escala, el espacio sólo tiene tres dim ensiones:
en efecto, no se puede sacar un objeto de una caja cerrada, ni transform ar
un 'g u a n te izquierdo en un guante derecho, etc. (lo que nos dem uestra
hasta qué punto el espacio físico es m ás pobre que el m atem ático ). Sin
72 Por ejemplo, si la reunión de dos m icroobjetes con otros dos llegara a dar
3 ó 5 microobjetos, se corregiría más bien la concepción de objeto que la relación
2 + 2 = 4; en cambio, si la suma de los tres ángulos de un triángulo no diera dos
rectos se adaptaría un espacio no euclidiano a esta comprobación física.
em bargo, estas tres dimensiones son u n a p ropied ad física de los objetos
sobre los que se ejercen nuestras acciones particulares y no u n a propiedad
de la coordinación general de las acciones. Es posible que intervenga
adem ás aquí u n factor de herencia puesto que ni siquiera podem os intuir
(en' oposición a percibir o concebir) un espacio de cuatro dimensiones.
Pero, si se tra ta entonces de u n fenóm eno hereditario “especial”, es decir,
de u n a propiedad cromosómica de los linajes hum anos (o de los m am í
feros superiores, etc.) en oposición a la herencia general (herencia citoplas-
m ática) de los seres vivos: nuevam ente se tra ta ría de acciones particulares
respecto de las coordinaciones com unes a todos los organismos. Asimismo,
si el espacio físico es euclidiano en la escala de nuestras acciones ordina
rias, lo es porque, p ara nuestros instrum entos habituales de medición, los
ángulos de un triángulo son iguales a dos rectos. Sin em bargo, la medición
de los ángulos en otra escala, como las famosas mediciones del ds~ en física
de la relatividad, puede culm inar en la determ inación de otras formas
espacio-físicas. E n particular, si en vez de vivir a nuestras bajas velocidades
debiéram os ac tu a r cotidianam ente sobre un m undo de altas velocidades, las
curvaturas del contenido espacio-tem poral al que deberían acomodarse
nuestras acciones serían sin d u d a alguna sensibles a nuestros órganos.
P esd e el p u n to de vista de las relaciones entre la actividad, del sujeto
y lo real y a p a rtir de esta distinción entre el espacio físico y el espacio
m atem ático resulta que,, adem ás de las relaciones espaciales descubiertas
gracias a las coordinaciones de la acción, m uchos conocimientos geométricos
pueden ser sugeridos por la experiencia física, es decir, por u n a abstracción
relativa al objeto y a las acciones particulares que sobre él se ejercen, y
no solam ente en relación con las coordinaciones generales de las acciones del
sujeto. Sin embargo, lo sorprendente radica en que la experiencia actúa
por sugestión m ás que por coacción; en otros térm inos, que la acom odación
a los datos externos es más cóm oda que en el caso de u n a ley física
cualquiera puesto que podem os reconstruir po r nu estra p ro p ia cuenta, lo
que esta experiencia nos propone. E n un célebre pasaje, Poincaré escribió:
“El único objeto natural del pensam iento m atem ático es el núm ero entero.
El m undo externo nos h a im puesto lo continuo, que sin d u d a alguna es
el resultado de u n a invención nuestra, pero forzada p o r el m undo externo”
(Val. Se., pág. 149). Por o tra p arte, creemos que lo continuo h u nde en
p arte sus raíces en la coordinación de. las acciones, ya que si el grupo
de, los desplazamientos em ana de la actividad del sujeto — como adm ite
Poincaré— no se lo puede concebir en el plano sensoriornotor sin la inter
vención de la continuidad (por o tra parte, la teoría de la G estalt nos ha
enseñado el carácter elem ental que presenta el continuo en las “formas”
perceptuales y m otrices). Sin em bargo, si bien la fórm ula de Poincaré
es dem asiado restrictiva p a ra el continuo, es v álid a en m uchos otros casos:
existen m uchas invenciones geom étricas que la experiencia nos h a forzado
a realizar, aunque tam bién podríam os haberlas producido a p artir de los
esquemas relativos a la coordinación de nuestras acciones.. Simplemente
es necesario decir, en estos ca.sos, que los descubrim ientos realizados sobre
el espacio físico h an precedido a las invenciones del espacio matem ático,
mientras que en una cantidad no menor de otros casos, se ha producido
la marcha inversa. Por otra parte, lo esencial no radica en este punto: se
encuentra en la necesaria convergencia entre las dos clases de estructuras.
Ahora bien, esta convergencia resulta clara de por sí, puesto que sólo
concebimos los objetos físicos a través de las acciones -particulares que sobre
ellos se ejercen (el espacio físico siempre es relativo a la escala de estas
acciones), y puesto que las coordinaciones generales de la acción, que
generan el espacio matemático, estarán siempre de acuerdo con estas
acciones particulares y al mismo tiempo las' superarán.
Ahora bien, esta dualidad y esta convergencia del espacio físico y el
espacio matemático, comparadas con la unicidad del sistema de las opera
ciones lógico-aritméticas, son extremadamente reveladoras en cuanto' a las
interacciones entre el sujeto y los objetos. Hemos distinguido las operaciones
espaciales de las operaciones lógico-arjtméticas: las primeras son constitu
tivas del objeto, en cambio las segundas se refieren a las reuniones o rela
ciones entre objetos discontinuos. Resulta entonces evidente que, en tanto
se refiere al objeto como totalidad cualquiera de una sola componente,
el espacio se refiere al objeto físico al mismo tiempo que traduce la coordi
nación de las acciones realizadas sobre él, puesto que este objeto físico
siempre está dado en función de las acciones particulares que a él se aplican
y puesto que estas acciones particulares son indisociales de sus coordi
naciones generales. Sucedería lo mismo con las construcciones lógico-
aritméticas si las semejanzas, diferencias o equivalencias entre elementos
del conjunto de objetos presentasen una significación física independiente
mente del espacio (por lo fanto, de las vecindades, las distancias, etc.),
pero carecen de ella — al menos dentro de la física moderna (comparada
con la ontologia lógico-física de Aristóteles)— porque los objetos físicos de
diversos órdenes (hasta el universo físico en su totalidad, considerado como
objeto total) provienen precisamente de las operaciones constitutivas del
objeto y no de las operaciones independientes del espacio (salvo, ya lo
veremos, en los límites mismos de las acciones particulares, es decir, en
el terreno de la microfísica). Resulta entonces que las operaciones espaciales,
aunque isomorfas totalmente en su génesis y culminación a las operaciones
lógico-aritméticas, aseguran en una forma muy estrecha el contacto entre
el sujeto y el objeto, ya que las “operaciones constitutivas del objeto” que
generan el espacio provienen de la coordinación de las acciones del sujeto
y el objeto físico con el espacio físico mismo que proviene de las acciones
particulares del sujeto sobre los objetos.
Esta íntima interacción entre el sujeto y el objeto que asegura así
las operaciones lógico-aritméticas, el espacio matemático que les es isomorfo
y el espacio físico (solidario del objeto físico en cada uno de sus aspectos),
explica entonces del modo más simple el desarrollo, a la vez genético e
histórico, del espacio en cuanto a las relaciones entre la deducción y la
experiencia. Como hemos visto más atrás (final del punto 6), ya no es
posible mantener — con Gonseth— un paralelismo entre los tres aspectos
—intuitivo, deductivo y experimental— del espacio porque, desde el punto
de vista genético e histórico, el espacio intuitivo que todo lo abarca en
prim er lugar, sólo se reabsorbe de a poco, disociándose en dos dominios
cuya im portancia respectiva se increm enta a sus expensas: el espacio form a
lizado y el espacio experimental. Ahora bien, la situación se aclara desde
el momento en que se plantea el problema en términos de relaciones entre
las acciones particulares —fuentes del conocimiento físico (incluido el
espacio físico)— y la coordinación general de las acciones —fuentes
del conocimiento lógico-matemático (incluido el espacio geométrico) —
partiendo desde el punto de vista de la unión entre estas acciones apenas
diferenciadas y las coordinaciones más elementales, el espacio en su génesis
psicológica comienza por ser a la vez físico y matemático, es decir, por
provenir sim ultáneam ente del objeto y el sujeto (que la intuición confunde
masivamente en un bloque indiferenciado) : sin embargo, la evolución de
los conceptos espaciales — la única decisiva para una epistemología ge
nética— muestra, por el contrario, una gradual disociación entre las opera
ciones espaciales (por lo tanto, las operaciones constitutivas del objeto en
general provenientes de 'las coordinaciones operatorias del sujeto cada vez
más depuradas y formalizadas), y el espacio experimental (por lo tanto,
el espacio del objeto físico que proviene de las acciones siempre más dife
renciadas por acomodación a la variedad de los objetos y a la multiplicidad
de sus cualidades físicas, de la cual es solidario el espacio de la experiencia).
Desde el punto de vista histórico, sucede exactamente lo mismo: la geome
tría de Euclides quiere ser al mismo tiempo una deducción lógica y una
física (por otra parte como la lógica de Aristóteles), en cambio, la geometría
axiomática de Hilbert y la geometría de los campos de gravitación de
Einstein m arcan la disociación y la convergencia parcial que asegura la
diferenciación acabada entre las coordinaciones generales o lógico-matemá
ticas de la acción y las acciones particulares sobre las que se apoya el
conocimiento ¿físico.
EL CONOCIMIENTO- MATEMATICO
Y LA REALIDAD
1. La c o n c i e n c i a h i s t ó r i c a d e l a s o p e r a c i o n e s . A. L a
to m a de
m a te m á tic a Se h a señalado a m enudo que, más allá de las
g r ie g a .
filosofías individuales que constituyen, aproxim adam ente, su reflejo, el
sentido com ún o, se podría decir quizá, la “conciencia colectiva” de los
m atem áticos, se m odificó en form a singular de un siglo a otro, en lo rela
cionado con la naturaleza o el objeto de su ciencia. A este respecto, nada
es m ás instructivo que m ed itar sobre la oposición fundam ental que separa
la concepción m atem ática de los griegos de la de los modernos, incluso
si la m etafísica platónica, que el genio griego construyó p ara justificar el
realismo de las formas, reaparece periódicam ente en el transcurso de la
historia. A hora bien, esta oposición p o d ría originarse en una conciencia
insuficiente del papel de las operaciones, la qué caracterizaría la concepción
m atem ática de los griegos y. desde el siglo xvm , más bien en una to m a de
conciencia de los mecanismos operatorios del pensamiento. Si esta tesis
es exacta, la historia de la m atem ática griega constituiría la más interesante
de las experiencias epistemológicas: la experiencia de un pensam iento que
se ignora como constructivo, y que pese a ello construye y que luego, al
carecer de este conocim iento de su propio poder, deja de construir. Se
conocen en grado suficiente en efecto, ios destinos de la ciencia antigua, que
después del “m ilagro” de su aparición (si. hubo m ilagro) y después de
la plenitud de u n período de apogeo, dejó, misteriosamente, de ser fecunda
p a ra abortar en la decadencia del período alejandrino. A hora bien, las
circunstancias sociales no bastan • po r sí solas p ara explicar esta curva
histórica, salvo si se logra dem ostrar la m anera en que la ausencia de una
conexión suficiente con las técnicas (excepto 'las arquitectónicas) pudo
estim ular a los geóm etras griegos en sus tendencias contem plativas y
antioperativas. El principio de esta esterilidad final, que m uchos autores
in tentaron explicar, ¿se debe a un realismo por negativa, si así puede decirse,
a reconocer la actividad del sujeto, m ientras que la fecundidad de la ciencia
m oderna se explicaría entonces, po r el dinamism o del mecanismo op era
torio, consciente ahora de sus posibilidades internas?
Por diversos que hayan sido los problem as abordados por los m atem á
ticos griegos en los trabajos en los que se pueden observar los gérm enes de
casi todos los grandes descubrimientos modernos, el sector de su ciencia
que estuvieron de acuerdo en consagrar o codificar, es sin em bargo m ucho
más lim itado, en su cam po, que la m atem ática m oderna: sólo fueron
aceptadas la aritm ética y la variedad de la geom etría que en la actualidad
llam am os euclidiana (por oposición a la geom etría proyectiva y a la topo
lo gía), sin h ab lar de la estática de A rquímedes, cuyo m étodo, pese a
que elucida en m uchos aspectos el ideal científico de los griegos, no
pertenece a la m atem ática pura. Los griegos, sin em bargo, conocían una
especie de álgebra (D iofantes de A lejandría utilizaba signos abreviados
p a ra expresar las potencias, etc.) así como un a “logística” o arte del
cálculo a las que, sin em bárgo, consider aban como simples técnicas utilitarias
y no como ciencias (al igual que la geodesia o m edición geom étrica con
creta) . Por o tra parte, se aproxim aron al cálculo infinitesim al, con e!
“m étodo de exahustión” de A ntifón y de Eudoxio y, sobre todo, con ios
sutiles procedim ientos utilizados por Arquím edes en sus investigaciones
relacionados con la evaluación de las áreas y de los volúmenes, pero que
él intentó subordinar al m étodo geométrico. D e la m ism a form a, se han
com parado a m enudo las famosas paradojas de Zenón de Elea con la
intervención de las series infinitas en la m atem ática m oderna. D e todas
m aneras, la intención de Zenón era negativa y crítica, pese a que intentó
dem ostrar la imposibilidad racional del m ovim iento o sim plem ente su
irreductibilidacl frente a u n a plu ralid ad discontinua, m ientras q u e el
infinito de los modernos juega .un p apel constructivo.
M ás aún, la m ism a geom etría de los griegos se lim itó voluntariam ente,
en form a por dem ás curiosa, a u n núm ero de coiiceptos y de figuras más
reducido que aquel que los geóm etras conocían efectivamente. Sabemos,,
po r ejemplo, que las curvas llam adas “m ecánicas”, tales como la cuadratriz
de Hippias, la concoidea de Nicomedes, la cisoide de Diocles, etc., no
figuran en las formas consideradas por la geometría de Euclides, como
si existiesen formas racionales y otras que serían ajenas a la razón geomé
trica (de la misma forma en que Aristóteles admite una distinción entre
los movimientos “naturales” y los movimientos “contra natura” o “vio
lentos” ) . Las únicas figuras que esta geometría reconoce, en efecto, son
las que se pueden construir mediante la regla y el compás, es decir,
mediante rectas o círculos (o rotaciones alrededor de un a recta), por
cposición a las otras formas, que corresponden, precisamente, a procedi
mientos “mecánicos” y, por ello, son pasibles de irracionalidad. Por la
misma causa, en la geometría, griega no existe una teoría del desplaza
miento, pese a la utilización efectiva que Euclides hace de esta operación
en las descomposicione^y las recomposiciones de figuras. Pese al axioma
llamado de Arquímedes (por alusión a sus métodos de exhaustión), no se
puede hablar tampoco de un análisis sistemático de lo continuo, y esta
timidez respecto del continuo se acompaña con una prudencia general en
lo que se refiere al infinito en todas sus formas, analíticas o geométricas.1
Cualquiera que sea la oposición fundamental que separa el pensamiento
formal de los griegos de las operaciones concretas, en acción en la ciencia
utilitaria de los egipcios, en ellos el razonamiento deductivo sigue siendo
esencialmente estático. De esta manera, la elección misma de las construc
ciones mediante la regla y el compás, excluidos los otros procedimientos
constructivos posibles p ara engendrar las figuras, señala, en grado sufi
ciente, que la figura es concebida sólo como relativa a la operación que
la determina, y que ésta, entonces, no posee el poder lógico de ser genera
lizada en sí m ism a: sólo la figura constituye la realidad m atemática objetiva,
mientras que la construcción es inherente al sujeto y, en consecuencia, no
tiene valor de conocimiento científico. De la misma manera, cuando los
pitagóricos descubrieron los números irracionales por generalización de
operaciones de raíz cuadrada (en el caso de la diagonal \ / 2 de un cuadrado
que tiene una unidad de lado) no llegaron a- la conclusión de la legiti
midad de este concepto en tanto generalización operatoria del número,
sino que en un principio la dejaron de lado, como un escándalo intelectual
y una -especie de herejía: se requirió la reflexión platónica sobre lo con
mensurable y lo inconmensurable para que éste pudiese ser aceptado en
la geometría. Pero, incluso sin generalizar el número hasta hacerlo corres
ponder a un continuo espacial (idea reservada a la ciencia operatoria de
los modernos después de la aritmética universal de Newton), los griegos,
a partir de la reflexión sobre los inconmensurables, hubiesen podido realizar
un estudio cuantitativo de las figuras geométricas. Por el contrario, y tal
como lo demostraron L. Brunschvicg y P. Boutroux, los griegos intentaron
siempre subordinar el razonamiento a la cualidad, hacer “un estudio cuali
1 L. Brunschvicg señala con justeza (Étapes, pág. 155) que los pasajes curiosos
observados por Moritz Cantor en Aristóteles, en relación con lo continuo y lo
infinito tienen una significación sólo metafísica y no han dado lugar a ninguna
aplicación de orden puramente científico o técnico.
tativo de la cantidad” 3 evitar no sólo el cálculo de las magnitudes concretas,
sino también el de las a b s t r a c t a s d e este modo, reemplazaron, por
ejemplo, la medición de los ángulos mediante una construcción que conser
vase la forma cualitativa de la figura.4
En resumen y tal como lo demostraron todos los especialistas de la
historia de las ciencias, el ideal de la matemática griega es esencialmente
contemplativo, es decir, realista en el sentido de la primacía del objeto y
de la subestimación o incluso la ignorancia casi intencional de la actividad
del sujeto. Según Pitágoras, el número está en las cosas, es decir que,
hasta el descubrimiento de los inconmensurables, el número entero era
considerado como el principio de la realidad espacial (considerada como
la más exterior a nosotros). Después de lo cual, subsiste en sí en el mundo
de las Ideas o de las Formas, tal como las figuras cuya belleza y- armonía
intrínsecas constituyen el objeto del conocimiento racional. El “teorema”
es una visión racional, desligada del “problema” y de las construcciones
que permiten su demostración. En resumen, el razonamiento estático y
cualitativo del matemático griego, en todos sus aspectos, está suspendido
de la realidad, independiente de nosotros, propia del objeto.
Ahora bien, como se puede observar, la causa de la debilidad y después
de la decadencia final de la matemática griega reside en este ideal de
perfección teórica: la esterilidad en la que concluyó, después de tantos
siglos de brillo, se originó de esta forma en causas internas y no externas,
es decir, en los límites que se había impuesto. ¿ Debemos considerar este
hecho capital tal como lo hace A. Reym ond,5 como expresión de una
lógica más exigente que la nuestra, que renuncia a los conceptos de movi
miento y de infinito, y al análisis inagotable del continuo por considerarlos,
en función de las aporías de Zenón de Elea, pasibles de contradicción?
¿ Pero por qué el eleatismo pudo determ inar un efecto de inhibición seme
jante, mientras -que, en nuestra época, al igual que en los comienzos del
análisis infinitesimal, las “crisis” de la matemática afectan sólo la discusión
de los fundamentos, sin esterilizar nunca la técnica? Un hecho como éste
ríos induciría, por el contrario, a hablar de una lógica más limitada que la
de los modernos, por ser más estática y menos apta para asim ilar los
datos de lo real, por ser menos conscientemente operatoria.
El problema psicológico y genético que plantea la estructura de la
m atemática griega, entonces, es el de explicar esta lógica con referencia,
por un lado, a las operaciones concretas del cálculo “utilitario” que las
precedió y, por el otro, a la lógica de los siglos xvi y xvn. Ahora bien, es
probable que las operaciones formales hayan sido las mismas para los
griegos que para los modernos y muy diferentes, en ambos casos, de
las operaciones concretas del nivel precedente (mediciones y cálculo empí
ricos), así como de las operaciones concretas en juego en la construcción
2. La c o n c i e n c i a h i s t ó r i c a d e l a s o p e r a c i o n e s . B. La
to m a de
m a te m á tic a En su bello libro sobre el “Ideal científico de
m od ern a.
los matemáticos”, P. Boutroux distingue, después, del “período contem
plativo”, característico de los piatemáticos griegos, dos grandes períodos en
la historia de la matemática m oderna: el primero se caracterizaría p o r el
'triunfo de las síntesis operatorias, m ientras que el segundo señalaría
u n a especie de retom o al objeto, bajo la forma de lo que el autor, en
forma muy sugestiva, designa como una “objetividad intrínseca” . Coincidi
mos con P. Boutroux en lo que concierne al “período sintetista” , caracte
rizado por la constitución del álgebra como ciencia teórica, por la de la
geometría analítica y por la del cálculo infinitesimal: según este autor,
en efecto, el id e a l. de verdad matemática característico de esta época
consistiría en una construcción operatoria indefinida y autónoma, lo que
nos permitirá hablar de una toma de conciencia histórica de las operaciones,
por oposición a las lagunas de la toma de conciencia que caracterizaban
la actitud contemplativa de los griegos. Por el contfario, la manera en
que el eminente historiador del pensam iento matemático concibe el último
de los tres períodos así diferenciados merece, a nuestro parecer, algunas
reservas. Este período, diferenciado ya en el transcurso del siglo xix y
que domina aún con vigor nuestra época, se caracteriza por el sentido de
la complicación creciente de los caminos posibles y por la necesidad
de una elección y de una exploración propiam ente dicha. El problema,
sin embargo, consiste eri saber-si esta consistencia o incluso esta resistencia
crecientes de la realidad m atem ática a ia.. síntesis operatoria simple su
pone la intervención de una especie de dominio transoperatorio, si se nos
permite la expresión, o si la complejidad creciente de los entes descubiertos
por el matemático traduce sólo la indefinida variedad de las operacio
nes posibles. Ahora bien, el problema no se plantea sólo en términos teóricos:
presenta un aspecto histórico-crítico y, por ello, genético, cuya existencia
aparece en forma evidente en la manera en que dicho “período analítico”,
como lo llam a P. Boutroux, se articuia con el “período sintetista” .
¿Debemos considerar, como este autor, que el surgimiento de la teoría de
los grupos así como el m ovim iento logístico o “algébrico lógico” son efectos
directos del ideal “sintetista” o, por el contrario, que son expresiones reve
ladoras de la “objetividad intrínseca” característica del tercer período?
Debemos exam inar este problem a; en efecto, según que la filiación de las
ideas se determ ine en u n a u otra forma, esta objetividad intrínseca puede
aparecer como un retorno al idealismo o si no como el últim o térm ino del
vasto desarrollo histórico que conduce de la inconsciencia relativa de las
operaciones a su descubrim iento y finalm ente a su coordinación en totali
dades resistentes, im poniéndose al espíritu con la misma fuerza de objeti
vidad que u n a realidad com pletam ente organizada y constituida.
Las conclusiones de este análisis notable convergen, sin duda, con las
convicciones de la mayor parte de los matemáticos cuando éstos no se
dejan llevar por la tentación de reducir su ciencia a un simple lenguaje o
incluso a una “sintaxis” ; sin embargo, y a nuestro parecer, plantean un
problema epistemológico esencial: la “resistencia que encuentra la volun
tad del sabio” en el manejo y la elección de sus operaciones, ¿ se presenta
más allá de estas operaciones, tal como parece suponerlo P. Boutroux, o
en el propio seno del campo operatorio? Hemos hablado de una tom a de
conciencia de las operaciones p ara caracterizar la constitución del álgebra,
de la geometría analítica y del análisis en sus formas iniciales. Pero esta
toma de conciencia se efectúa por etapas, procediendo de la superficie
hacia el centro: lo que se percibe, en primer lugar, es el resultado de la
actividad del espíritu, independientemente de esta última, de la que está
entonces separado (cf. la contemplación helénica); luego se perciben las
manifestaciones más simples y directas de esta actividad, en sus aspectos
móviles y libres: por ejemplo, las operaciones elementales constitutivas
del álgebra y de las series infinitas que la continúan. Si se considera que
estas operaciones están sometidas a la “voluntad” propia,, ello se debe a
que permanecen aún próximas al límite del campo operatorio, en lugar
de penetrar en su interior: esto constituye una prueba suficiente de que
no se consideró desde un prim er momento que constituían conjuntos
cérrados y articulados bajo la form a de “grupos” . Pero es'norm al que
una tercera etapa suceda a esta segunda: nos referimos a la de la tom a de
conciencia de los sistemas de conjunto que constituyen las operaciones, es
decir, conexiones necesarias entre las transformaciones operatorias por
oposición al manejo de algunas operaciones aisladas que, entonces, están
al parecer sometidas a la simple “voluntad del sabio” . Si examinamos con
atención los criterios invocados por P. Boutroux, esta tercera fase de la
toma de conciencia histórica de las operaciones es la-que caracteriza, a
nuestro parecer, el tercer período que él señala.
Para caracterizar los comienzos de su tercer período, en efecto, P.
Boutroux invoca la revolución operada por Galois en la solución de las
ecuaciones que van más allá del 49 grado: pero esta solución, precisamente,
se basa en la teoría de los grupos; lo mismo ocurre con la función auto-
moría, citada por el autor. Ahora bien, todos los especialistas de este difícil
campo coinciden en afirm ar que, en la teoría de los grupos, el espíritu
ya no construye “según su voluntad”, sino que explora, de acuerdo con la
descripción de Galois, y se encuentra en presencia de u n a “objetividad
intrínseca”, según la feliz fórm ula de P. Boutroux. P ara com probarlo,
basta con releer las bellas páginas que G. Juvet consagra a la arm onia
interior de los grupos, concepto que, considera, actúa como infraestructura
del conjunto de los entes m atem áticos: “L a roca que el espíritu halló
p ara fundar sus concepciones es aú n el grupo que entonces, y al parecer,
constituye el arquetipo de los entes m atem áticos” .9
Pero, ya que se m enciona como prim er ejem plo de la aparición de
este tercer período el m étodo de resolución de las ecuaciones superiores
al 4" grado, cabe preguntarse por qué se sitúa la construcción de la teoría
de los grupos en el período “sintetista”, es decir, el segundo y no precisa
m ente el tercero. E n este punto creemos adivinar en P. Boutroux u n a
cierta actitud realista: al no poder negar la naturaleza operatoria de los
grupos de sustitución, sitúa su descubrim iento en su segundo período, y
luego separa artificialm ente esta adquisición de la de la resolución de la
ecuación del 59 grado, es decir, de u n “hecho m atem ático” cuya objetividad
intrínseca pertenece al tercer período. T odo parece indicar, p o r el contrario,
que justam ente el descubrimiento de la existencia de los grupos de transfor
maciones es el que in au g u ra el reino de la “objetividad intrínseca” . Lo
mismo ocurre en relación con la construcción de las geom etrías no euclidia-
nas, cuya objetividad intrínseca tam bién se basa en grupos bien definidos.
E n lo que se refiere a las axiomáticas, investigaciones técnicas especialmente
profundas en la dirección de esta m ism a objetividad, G. Juvet, en un
notable artículo postumo, suponía tam bién que su no contradicción está
condicionada por su subordinación a “grupos” : “no existe ninguna teoría
deductiva que no sea la representación de un cierto grupo” .10 Ni siquiera
su puede replicar que incluso en relación con la logística se creyó en su
objetividad intrínseca (cf. algunas escuelas, p. ej. la p o la ca ). A hora bien,
si las form as.m ás simples y más p u ram en te cualitativas (en el sentido de
intensivo) de las operaciones logísticas constituyen ya, como hemos in ten
tado dem ostrarlo (cap. 1, puntos 3 y 6 ), sistemas de conjunto bien defi
nidos, caracterizados p o r su composición reversible, se observa así, incluso
en el terreno de las operaciones lógicas, lo que constituye a nuestro parecer
el mecanismo común de las construcciones del tercer período: la coordina
ción operatoria bajo la form a de sistema de conjunto cuya coherencia
resiste a la “voluntad del sabio” . E n particular, hemos observado en el
propio seno de la lógica de las proposiciones el conocido “grupo” de las
“cuatro transform aciones” .11
A hora bien, el hecho de que después de haber considerado que podía
construir libremente el conjunto de la m atem ática m ediante algunas opera
ciones m anejadas a voluntad, el espíritu haya descubierto la existencia de
totalidades operatorias que obedecen a sus propias leyes y que se carac
terizan por u n a cierta objetividad intrínseca, es un hecho de decisiva impor-
n G. Juvet: L a stru ctu re des n ouvelles théories physiques, 1933. pág. 60.
10 A ctes d u Congrés In te r n . de P hil. S cien t. París, 1936, vi, pág. 31.
11 Véase nuestro T ra ite de logique, § 31. theor. vi.
tancia p ara la epistemología. P. Boutroux 110 aclara en qué consiste esta
objetividad en relación con la actividad del espíritu. En la lógica del
concepto de operación se encuentra implícito el hecho de conducir a esta
objetividad; en efecto, las operaciones son necesariam ente solidarias unas
de la otras, en totalidades de las que el espíritu puede tom ar conciencia
en form a trabajosa y no directa, m ediante tanteos sucesivos y proce
diendo desde el exterior -hacia el interior, es decir, de los resultados a sus
fuentes, siguiendo las leyes de toda tom a de conciencia. Sin em bargo, no
sirve prácticam ente de n ad a decir que estas totalidades constituyen la
estructura del espíritu, ya que n ad a prueba que la actividad del sujeto
esté acabada o, p a ra decirlo m ejor, que consista sim plem ente en extraer
sin fin en u n a fuente inagotable va contenida en él. L a tom a de conciencia,
y es con ella que debemos concluir, constituye en sí misma, por el contrario,
un a construcción: sólo se tom a conciencia de u n m ecanism o interior si
se lo reconstruye en u n a nueva form a, que lo desarrolla explicitándoio, y
todo proceso reflexivo, por ello mismo, se acom paña con un proceso cons
tructivo que continúa, reconstituyéndolo, el mecanismo en relación con
el que se produce u n a tom a de conciencia. A hora bien, esta reconstitución
no sólo es análoga a la actividad m ediante la cual interpretam os una expe
riencia exterior, sino que, tam bién, sólo es posible cuando existe una
relación entre la actividad del sujeto y los objetos.'
E n ello se origina la dificultad p ara resolver el problem a de la objeti
vidad intrínseca de los esquemas m atem áticos. Su centración en la coordi
nación operatoria constituye u n a prim era etap a que perm ite, al mismo
tiem po, evitar la reducción em pirista de este tipo de objetividad al objeto
como tal, y su reducción apriorista a estructuras trascendentales ya cons
tituidas. Se debe dem ostrar aún, sin em bargo, la m anera en que las totali
dades operatorias, cuya riqueza coherente es suficiente p ara explicar las
resistencias que caracterizan esta objetividad intrínseca, se constituyen sin
preexistir, en una form a acabada, a su elaboración reflexiva, y se cons
truyen sin que por ello esta construcción sea arb itra ria (es decir, depen
diente de la voluntad individual del sabio) ni determ inada desde el exterior
p o r u n a vía experimental.
El análisis del concepto de operación, es decir, del m odo de necesidad
inherente a las totalidades operatorias, se encuentra, entonces, en el
centro del problem a. P ara continuar esta discusión, utilizaremos a conti
nuación este estudio del razonam iento m atem ático, ya que el rigor y la
fecundidad de este m odo de razonam iento tienen en cuenta todas las
relaciones que se deben investigar entre el sujeto y los objetos.
3. E l r a z o n a m i e n t o m a t e m á t i c o . A. D e P o i n c a r é a G o b l o t . Rigor
y fecundidad, en efecto, son los dos aspectos indisociables del razonam iento
m atem ático que todos los autores se esforzaron p o r conciliar. Pero si se
los intenta arm onizar en principio sin lim itarse a com probar su m u tu a
dependencia, se presenta el peligro de sacrificar la fecundidad al rigor,
acentuando lo que'corresponde a las prestaciones del sujeto, o de subordinar
el rigor a la fecundidad, invocando u n a participación excesiva del objeto.
Nos contentaremos con decir que el problema del razonamiento matemático
presenta en su seno todos los problem as relacionados con la naturaleza de
las operaciones lógicas o matemáticas, en tanto que las operaciones suponen
un sujeto que actúa y objetos sobre las que se efectúan. Por o tra parte,
se puede analizar el razonam iento m atem ático desde dos puntos de vista
principales; sus parecidos o diferencias respecto del razonam iento lógico
no matemático (Poincaré, Goblot y los logísticos consideraron sobre todo
este p rim er aspecto), o la regulación que interviene en relación con él
entre los aportes respectivos del espíritu y de lo real (E. Meyerson discute
sobre todo este problem a). Pese a que ya hemos estudiado el primero
de los dos problemas,1- volveremos a exam inarlo aquí, ya que su solución
condiciona la del segundo.
í.
5. L a IN T E R P R E T A C IÓ N LO G ÍSTIC A D EL R A Z O N A M IE N T O M A T EM A T IC O . L a
utilización de este adm irable instrum ento de disección axiom ática e incluso
de crítica epistemológica, el cálculo logístico, h a llevado, en lo que se refiere
a la interpretación del razonam iento m atem ático, a tres posiciones esen
ciales que corresponden a tres fases diferentes de la historia de la logística.
L a prim era y la tercera se caracterizan por descubrim ientos técnicos que
h an enriquecido nuestro conocimiento lógico y, como consecuencia de ello,
epistemológico; la seguiída es interesante sobre todo p o r 1a. teoría del conoci
m iento lógico-m atem ático que perm itió form ular, sin que, por o tra parte,
esta teoría esté ligada necesariam ente a la utilización de las técnicas
logísticas.
Se puede decir, en efecto, que en el transcurso de u n a p rim era fase
de la logística se h a elaborado u n a fórm ula del razonam iento por recurrencia
que perm ite obviar u n principio especial tal com o el invocado p o r Poincaré
y que vincula el axioma de inducción com pleta a la construcción de los
núm eros inductivos. Se puede caracterizar este p rim er período con los
nombres de M organ (como p recursor), de Peano y de Russell (en sus
prim eros escritos). En el transcurso de u n a segunda fase, la asim ilación
de la lógica y de la m atem ática condujo a W ittgenstein y a la escuela de
V iena a una concepción puram ente tautológica del razonam iento m ate
m ático; éste se convirtió en la sintaxis de un lenguaje destinado a expresar
sim plem ente “hechos” (físicos o experim entales). En u n a tercera fase, que
se inicia con la teoría de la dem ostración de H ilbert, los progresos de la
lógica de las proposiciones perm itieron el descubrim iento de Goedel de una
ined u ctib ilid ad entre el sistema constituido por la aritm ética (incluido el
razonam iento por recurrencia) y la estructura del cálculo proposicional
(bivalente) : tam bién inspiraron la investigación de Heyting y de la
escuela polaca (Lukasiewicz, Tarski, etc.), de u na lógica polivalente y
general susceptible de responder a las diversas exigencias de las posiciones
asum idas en los problemas del fundam ento de la m atem ática. Sin pro fu n
dizar la exposición técnica de los trabajos logísticos que caracterizan cada
una de estas tres fases, debemos, sin em bargo, dilucidar su alcance en lo
que se refiere a la epistemología propiam ente dicha.
- - Les problémes de la philosophie, op. cit., págs. 106-107. Véase nota 20.
D esignar al objeto (a) como árbol, en efecto, supone referirse a otros
objetos (b, c, etc.) susceptibles.de presentar ju n to con él algunas funciones
proposicionales, es decir, de presentar jun to con él algunas cualidades
comunes (estar vivo, tener un tronco, etc.) que definen el concepto de
árbol. Al m argen de u n a referencia semejante, im plícita o explícita, no
tiene ningún sentido tra ta r este objeto (a) de “árbol” ; esta designación,
entonces, supera necesariam ente el dato actual y lo conecta con u n con
ju n to de otros “hechos” com parados entre sí. El hecho de que esta com pa
ración o estas relaciones se reduzcan, desde u n p u n to de vista logístico,
a la posibilidad de sustituir ( b ) o (c) al argum ento, (a) de la proposición
/ ( a ), no excluye en n a d a el carácter operatorio del acto psicológico que
perm ite tales sustituciones: u n a operación de reunión o de puesta en rela
ción interviene así en toda función proposicional susceptible de d eterm inar
una clase o u n a relación y todo enunciado relacionado con u n objeto
conceptualizado supone relaciones semejantes.
Debemos resolver au n el aspecto central de u n a interpretación nom i
nalista o “sintáctica” de las estructuras lógico-m atem áticas: ¿Q u é es un
símbolo y de qué m anera las proposiciones reducidas a u n puro lenguaje
simbólico designarán lo real correspondiente? T an to cuando se define
el símbolo como una “im agen” , como lo hace W ittgenstein, como cuando
consideramos la im agen como u n “hecho” que “ se asemeja” a los hechos
que ella significa, no se m odifica en n ad a la naturaleza esencialmente
m ental del hecho significante, designado m ediante los símbolos. Incluso
si se adm ite que la lógica es sim plem ente un lenguaje, de todos m odos un
lenguaje se construye y no se descubre m ediante simples com probaciones
exteriores, y supone sujetos psicológicos capaces de h ab lar entre sí y de
representarse alguna cosa m ediante los signos así elaborados. Psicológica
mente, la función simbólica (o capacidad de representar m ediante signos
e imágenes) explica, si se quiere, el pensam iento, pero además lo supone:
más precisam ente, lo explica sólo con la condición de im plicar sus atributos
esenciales; si el pensam iento es sólo u n lenguaje, ello se debe a que el
lenguaje es u n instrum ento conceptual. Lejos de suprim ir la operación,
un sistema simbólico exacto, de este inodo, es doblem ente operatorio:
representa m ediante operaciones simbólicas u n a interacción no de realidades
ya constituidas, sino de operaciones reales. De. este modo, cuando se reducen
las estructuras lógico-m atem áticas a u n a sintaxis no se excluye en n a d a su
fecundidad operatoria. Se m antiene, en particular, la oposición notable
basada en el hecho de que el lenguaje propiam ente m atem ático, cuyo
carácter tautológico se pretende que adm itam os, es infinitam ente m ás rico
que la sintaxis exclusivamente lógica: ¿P or qué, entonces, las “tautologías”
de la lógica form al son, pese a todo, ta n cortas, m ientras que las “tau to
logías” características de la teoría de los números, del análisis o de la
geom etría exigen volúmenes enteros p ara que sea posible transcribirlas y
símbolos de invención ininterrum pida p ara su desarrollo?
(1) p . p — 0 (2) p v p = j
(3) p = z . J (4) p = z . p
29 Este hecho confluye con el esfuerzo de las lógicas actuales llamadas dialéc
ticas para superar el punto de vista de la identidad o de la no contradicción simples
en beneficio de las transformaciones coa un sistema de conjunto.
se basa u n a teoría perm ite la certeza de su coherencia interna.30 Esto
basta p a ra señalar que el rigor del razonamiento m atem ático no se puede
separar de su fecundidad: p a ra decirlo con mayor exactitud, la fecundidad
depende del carácter ilim itado de las composiciones operatorias cuya rever
sibilidad garantiza el rigor.
D e este modo, el análisis del razonamiento m atem ático p rep ara y
prefigura la solución del problem a de los entes abstractos: en la m edida
en que la m atem ática desborda la lógica, la existencia operatoria, en
efecto, se m uestra tanto m ás efectiva cuanto que de este m odo es doble
m ente irreductible a la tautología pura.
6. L a s t e s i s d e J. C a v a i l l e s y d e A. L a u t m a n . L a evolución de
las relaciones entre la logística y la m atem ática en el tercer período que
acabam os de distinguir condujo a dos matem áticos filósofos a u n a reflexión
de conjunto sobre la naturaleza de las operaciones v de los entes m ate
m áticos. A hora bien, la com paración entre las dos obras 31 de estos autores,
aparecidas en el mismo año (1938), es sum am ente interesante; en efecto,
pese a que inicialmente se orientan en direcciones m uy diferentes, convergen
en realidad sobre las afirm aciones esenciales de la especificidad del devenir
m atem ático ; también convergen en relación con esta especie de dialéctica
operatoria, que uno de ellos m enciona en el plano del desarrollo de la
conciencia y el otro en los dos planos correlativos de la historia y de las
esencias platónicas, p a ra explicar la conexión de las construcciones genéticas
con las form as de equilibrio “globales” .
"P or fecundo que sea, po r íntim am ente unido al pensam iento m ate
m ático verdadero, ¿puede el m étodo axiomático fundarlo? Como carac
terísticos de un procedim iento operatorio, los axiomas de un sistema sólo
lo describen”, dice Cavailles (pág. 79) y pese a las analogías entre el
esfuerzo de H ilbert y el logicismo, las resistencias que se presentan en el
problem a de la saturación im piden que se las identifique. “D e todas
formas, la axiomatización se refiere así, en forma doble, a un d ato : exterior-
m ente, dato del sistema del que tom a sus conceptos: interiorm ente, dato
de u n a unidad operatoria que se limita a caracterizar” (pág. 88). Este
dato interior sería reductible sólo si se lograse probar la saturación. A hora
bien, “no se observa en la lógica ordinaria ningún m étodo p ara probarla
que le otorgue un sentido efectivo; el que ella posee, en realidad, ha sido
tom ado de la intuición de la unidad del proceso operatorio, que se carac
teriza por los axiomas” (pág. 89).
Sin embargo, desde que H ilbert reconoció la imposibilidad de reducir
la aritm ética a la lógica y se limitó a am bicionar tan sólo una “reedificación
sim ultánea de la m atem ática y de la lógica” (pág. 9 0), después que el
■
10 G. Juvet: V axioma'.ique et la théorie des groupes. Actas del Congreso
Interno de Filosofía Científica, vi. París, Hermán, 1936.
31 Cavailles: Méthode axiomatique et jormalisme. Hermann, 1938: y A. Laut
man: Essai sur les notions de structure et d 1existence en mathématique. Hermann.
1938.
mismo C arnap renunció a la sintaxis única para adm itir que la “m atem ática
exige u n a serie infinita de lenguas cada vez más ricas” (pág. 166), ya no
se puede esperar u n a reducción p u ra y simple de lo m atem ático a lo lógico:
“el estrecho corset de las reglas de la lógica clásica abarca incóm odam ente
las experiencias imprevisibles realizadas sobre las fórm ulas. . . L a form a li-
zación com pleta conduce paradójicam ente a suprim ir las independencias
operatorias que el m étodo axiom ático hubiese deseado salvaguardar”
(pág. 175). L a lógica, tal como, según Cavaillés, lo estableció Brouw er en
form a definitiva, se refiere sólo al discurso y no a los encadenam ientos.
En especial, todas las dem ostraciones de no contradicción “fracasan
tam bién ante el axiom a general de inducción com pleta” (pág. 143). T an to
los resultados de G entzen (con su recurso a u n a inducción transfinita)
como los de Gódel (pág. 164-65) im piden a la lógica “fu n d ar” la m a te
m ática. Ni siquiera el logicismo que corresponde a la nueva m anera
de C arnap “perm ite esperar solución alguna del problem a del fu n d a
m ento” (pág. 169).
Así, ni la experiencia en sentido físico ni ningún a priori lógico podrían
fu n d ar la m atem ática (págs. 179-180). En lo que se refiere al brouvve-
rismo, “el problem a del sentido de u n a operación tal como lo plantean
los intuicionistas em ana del prejuicio —de ontología no crítica— que
sostiene que el objeto debe ser definido con anterioridad a la operación,
m ientras que en realidad es inseparable de ella” (pág. 179). ¿E n qué
consiste, entonces, el fundam ento real? En u n a dialéctica, pero que se
confunde con el devenir general de la conciencia, es decir, si com prendemos
bien, con la génesis y la historia operatoria.
Se puede observar que esta tesis converge en alto grado con la posición
genética. H ay sólo u n punto en el que podríam os invocar los hechos
contra Cavaillés, aunque en su favor: si en presencia de su contador el
niño ya es m atem ático, ello se debe a que sim ultáneam ente construye el
núm ero y la lógica entera, puesto que su cam po tem ático es ya l a ‘transfor
m ación de un mundo. “No se observa ninguna causa, escribía Frankel
en 1928, que explique por qué las leyes de la aritm ética form al deberían
corresponder exactam ente .a las experiencias del niño an te su contador”
(pág. 168). L a respuesta a este problem a no sólo se debe buscar en el
desarrollo de la historia operatoria de los niveles superiores: se la puede
h allar a p artir del análisis de las formas m ás simples de la actividad. El
único m étodo m atem ático verdadero es, así, el p ro p io m étodo genético.
A h o ra bien, por platónico que se considere, A. L au tm an no se opone
en absoluto a este genetism o operatorio de Cavaillés, a la m an era en la
que Russell (en la época en que creía en los universales) por ejemplo,
difería d e Brunschvicg: al reconocim iento del devenir de la conciencia
—concebido nuevam ente como u n a génesis esencialm ente operatoria—
le agrega, simplemente, el análisis de las formas de equilibrio; es al no
poder, situar estas últim as en la interpretación del desarrollo que las basa
en u n a especie de devenir suprahistórico, en lu g ar de buscar su explica
ción en el mecanismo del proceso genético, hasta sus raíces propiam ente
infrahistóricas.
7. C o n c lu s io n e s : la n a tu r a le z a de lo s e n te s y de la s opera