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Rommel
El Zorro del Desierto
ePub r1.1
minicaja 29.01.14
Título original: Rommel
Desmond Young, 1950
Traducción: Antonio Pérez
Diseño de portada: minicaja
***
General C. J. Auchinleck,
Comandante en Jefe de las Fuerzas del
Oriente Medio[3]
Y añade:
La guerra caballeresca
La actitud de Rommel hacia sus
enemigos se caracterizaba por una
hostilidad amistosa, pero también
suspicaz a menudo. Como buen alemán
que era, manifestó al principio su
disgusto porque nosotros empleábamos
divisiones de hindúes contra hombres
europeos. Pero cuando tuvo que tomar
contacto con la 4.a división de la India,
descubrió que el soldado hindú era por
lo menos tan disciplinado y tan correcto
como cualquier otro de los que se
movían en el desierto. Con fines de
propaganda, no disimulaba una
sonrisilla sardónica dedicada a «los
ingleses de color» que acompañaban a
los sudafricanos, aunque de sobra sabía
Rommel que se trataba de no
combatientes. A su entender, los
australianos se mostraban duros,
particularmente con los italianos, pero
aquella dureza le divertía y no veía en
ella el signo de gente malvada. Otorgaba
a los australianos una categoría en
cuanto combatientes individuales;
aunque fuera gente difícil de manejar,
pensaba que una división de australianos
le hubiera hecho buen servicio; un
ejército enteramente formado por
australianos, en cambio, le hubiera
creado demasiados problemas. Rommel
consideraba a los sudafricanos como un
buen material humano, pero poco
entrenado; de todos modos tenía en alta
estima sus tanques y más tarde
reconocería que se batieron bien en El
Alamein. Pero su más alta y duradera
admiración fue para los neozelandeses;
sostuvo siempre ante Manfredo,
Aldinger y otros, que eran nuestros
mejores soldados.
Los ingleses, a los que respetaba,
eran a sus ojos unos aficionados que
prometían. Llegaba a admitir que eran
superiores a los alemanes en lo que hace
a pequeñas operaciones independientes,
que exigieran una gran iniciativa
individual, como por ejemplo, las que
desarrollaban el LRDG o el SAS.
(Servicio Aéreo Especial). Según
Rommel, sus propios soldados no
podían superar la confianza en sí
mismos y el espíritu de iniciativa en
plenas líneas enemigas, que mostraban
aquellos ingleses. Aclaremos que, aun
estando organizado y mandado por
oficiales profesionales ingleses, el
LRDG comprendía una fuerte
proporción de neozelandeses.
En opinión de Rommel, si bien
nuestras formaciones regulares
mostraban tenacidad y coraje para
defenderse, no estaban suficientemente
entrenadas para el combate que debían
sostener. Exceptuaba de este juicio
negativo a la 7.a división blindada, a
causa de sus dos competentes batallones
de fusileros del grupo de apoyo, del 11.o
de húsares y de la artillería. De todos
modos, pensaba Rommel, nuestras
unidades blindadas, e incluso nuestros
tanques aislados, tenían una excesiva
tendencia, cuando combatían, a avanzar
en descubierta. Sus críticas, según las
cuales nosotros utilizábamos los tanques
en grupos reducidos, invitando así al
enemigo a destruirlos «al detall» halló
algún eco en nuestras filas. Según
Rommel también, el mando inglés
actuaba con demasiada lentitud,
paralizado por el papeleo burocrático. A
pesar de las numerosas investigaciones
que sobre el particular he realizado, no
he podido establecer si en alguna
ocasión expresó Rommel un juicio sobre
un general inglés concreto, salvo en el
caso del general Wavell: dijo
repetidamente que la campaña de
Wavell contra los italianos era el mejor
ejemplo de lo que es un plan temerario,
de una ejecución audaz con el empleo de
débiles recursos. Las apreciaciones de
Rommel acerca de sus adversarios
fueron siempre, como habrá podido
verse, puramente profesionales y
desprovistas de pasión, o experimentaba
hacia ellos, indiscutiblemente, odio
alguno; ni siquiera les detestaba, y para
los neozelandeses parecía incluso tener
un cierto afecto individual o colectivo.
«La guerra en África del Norte fue
una guerra de caballeros», dijo el
general Johan Cramer, último jefe que
tuvo el Afrika Korps, a un corresponsal
del Times, cuando ya todo había pasado.
Rommel, por su parte, se enorgullecía
de la limpia actuación de sus tropas (y
de las nuestras también), porque tenía
ideas muy claras y firmes acerca de la
observancia y correcto cumplimiento del
código militar. Estas ideas suyas no
eran, en el fondo, cosa singular; las
compartían la mayoría de los oficiales
alemanes de carrera, y de manera
particular, los que pertenecían al
ejército antes de 1933. En las altas
esferas había algunas excepciones, las
de los Keitel y los Jodl, tan
completamente vendidos a Hitler que
eran capaces de transmitir las órdenes
más descabelladas, aunque en el fondo
no las aprobaran. Esa perdurabilidad
del espíritu caballeresco nos
sorprendió. Como nada sabíamos de la
querella existente entre el Partido y la
Wehrmacht, ni de los celos que
manifestaban los nazis respecto al
ejército, ni del desprecio con que
miraba la casta de los oficiales
profesionales a la «espuma parda», ni
de la oposición, ya antigua aunque poco
conocida, de muchos generales a Hitler,
tendíamos siempre a clasificar a todos
los alemanes del mismo modo. Y quizá
sea ésta la mejor actitud estando en
guerra. Con más o menos exactitud, cada
pueblo tiene el gobierno que merece.
Cuando los hombres aupan al poder a
hombres como Hitler y Mussolini, es
justo que soporten las consecuencias de
su gesto. No hay que pedirle a nadie que
sepa hacer sutiles distinciones entre los
que visten el mismo uniforme. Con todo,
hay que admitir que, salvo en Polonia y
en Rusia, el ejército alemán regular
realizó una guerra limpia y correcta —
por lo menos, en África—. Y, lo que no
deja de ser curioso, esa limpieza y
corrección superaron las de la guerra
del 1914-18. Había ahora, sin duda,
menos combates cuerpo a cuerpo; los
oficiales se hallaban en mejores
relaciones que antes con sus tropas; el
general von Seeckt y sus sucesores
también habrían restaurado una tradición
mejor en el ejército. El hecho es que
ahora no se produjo ninguna de aquellas
matanzas de prisioneros que tanto
impresionaron en la Primera Guerra
Mundial. (Cabe asimismo recordar que
el hecho de que resultara muy fácil caer
prisionero en el desierto sin culpa
propia, influyó también en lo dicho). En
todo caso, los ingleses descubrieron
pronto que el Afrika Korps estaban
dispuesto a combatir ajustándose a las
reglas de la corrección. El mérito de
ello debe recaer en Rommel, ya que el
Afrika Korps no hacía más que tomarle
como modelo en todos los aspectos. De
todos modos, no puede negarse que tuvo
suerte. «¡Gracias a Dios —dijo un día el
general Bayerlein—, no tenemos aquí en
el desierto ninguna división de SS! En
caso contrario, sólo Dios sabe lo que
hubiera podido ocurrir. ¡La guerra
hubiese sido indudablemente muy
distinta en este aspecto!». Bayerlein me
contó entonces algo que en el primer
momento no había comprendido del
todo: un general alemán podía imponer
su autoridad sobre las divisiones SS en
el combate, pero no tenía ninguna
posibilidad de intervenir en las
cuestiones de servicio interior de las
mismas. Ni siquiera tratándose de un
subalterno, podía el general actuar por
su cuenta; no podía hacer más que enviar
una notificación, por vía jerárquica
ordinaria, al propio Himmler en
persona. El resultado, como es de
imaginar, raras veces era satisfactorio.
«Si el complot del 20 de julio hubiera
triunfado —me dijo también Bayerlein
—, hubiera estallado en Italia una guerra
civil entre las divisiones SS y el
ejército».
El Afrika Korps no maltrataba a sus
prisioneros. Por el contrario, luego de
las primeras inevitables brusquedades,
les daba un trato hasta desusadamente
cortés, en Gambut, a poco de iniciarse la
batalla de mayo de 1942, me encontré
con un fotógrafo del ejército, un escocés
que había logrado escapar de manos del
enemigo al cabo de un par de horas
escasas de haber sido capturado
prisionero. Acababa de llegar de
Inglaterra y aquella había sido su
primera experiencia de combatiente. Se
mostraba indignado, y me dijo: «¿Pero
qué clase de gente son estos malditos
alemanes, señor? Nunca lo hubiera
creído. Un oficial alemán, sí, señor, un
oficial alemán me quitó mi cámara, y no
quiso devolvérmela… Pero es igual —
añadió un poco más contento— me ha
dado un recibo conforme se quedó con
ella». Y me mostró el recibo: un
nombre, un grado, una fecha al dorso de
un sobre. Y el escocés manifestaba su
propósito de buscar al oficial de marras
cuando acabara la guerra…
Ésa fue mi anécdota favorita hasta el
día en que también yo tuve la desgracia
de ser hecho prisionero. Pude entonces
completarla por mi cuenta: el joven
alemán que se encargó de cachearme,
me devolvió cortesmente la pitillera de
oro que encontró en el bolsillo de mi
camisa. Luego se excusó por tener que
quitarme mis gemelos, explicándome
que en este caso se trataba de un objeto
militar, mientras que la pitillera era cosa
privada. Cambiando impresiones con
otros compañeros de cautiverio,
descubrí que ninguno de ellos tuvo
motivo para quejarse antes de pasar a la
jurisdicción de los italianos. Como mi
pitillera de oro sigue aún en mi poder,
habré de reconocer que tampoco los
italianos se portaron mal conmigo;
aunque a decir verdad, hice todo lo
posible por no exponerles a la misma
tentación.
Surgieron a veces ciertos errores de
interpretación entre Rommel y nosotros,
que a menudo tenían repercusiones
desagradables para los prisioneros.
Tales confusiones eran naturales, y no
siempre eran los alemanes lo culpables
de que ocurrieran. Nosotros habíamos
prohibido que se les diese comida
alguna a los prisioneros alemanes antes
de ser interrogados, por una razón muy
comprensible: en los primeros
momentos de cautiverio, el prisionero se
encuentra aún bajo los efectos de la
emoción, de modo que si se le interroga
inmediatamente, puede proporcionar
informaciones de valor. Por el contrario,
si se le da de comer y luego un
cigarrillo, se le ofrece un margen de
tiempo para recuperarse y ser más cauto.
La orden que regía en nuestras filas
implicaba solamente esto: la comida
debía servirse después del
interrogatorio. Creo se trataba de un
breve plazo: una o dos horas.
Por justificada técnicamente que
pueda estar, no era con todo prudente
dar esta orden por escrito y menos aún
difundirla en las líneas de vanguardia,
con peligro de que pudiera caer en
manos de los alemanes. Pude darme
cuenta de todo eso cuando llegué al
aeródromo de Tmimi, tras pasar doce
horas de pie en un camión, bajo un sol
de infierno, sin recibir alimento ni agua,
había caído prisionero veinticuatro
horas antes, y llevaba ya más de treinta
sin probar bocado; tenía necesidad
absoluta de una comida y de un poco de
agua. Nos pasó revista un oficial
alemán, que nos habló en inglés:
«Lamento, señores, no poder darles de
comer ni de beber. Según señalan las
órdenes dadas por ustedes, los
prisioneros alemanes no deben recibir
alimento ni agua hasta que han sido
interrogados en El Cairo. Yo me veo
ahora obligado a tratarles a ustedes de
la misma manera. No recibirán ustedes
nada hasta llegar a Bengasi y ser
interrogados. Salvo que de aquí a
entonces su Gobierno cambie la
mencionada orden». Probablemente el
Gobierno inglés haría algo en tal
sentido, porque a la mañana siguiente,
en Derna, recibimos comida y bebida.
Por lo demás, los efectos de una
orden que los alemanes hallaron en
poder de un oficial inglés de comando,
hecho prisionero con ocasión de una
fracasada incursión en Tobruk, en agosto
de 1942, hubieran podido ser mucho
más desagradables todavía.
Prescindiendo de la intención que
tuviera, la orden a que me refiero, una
vez traducida al italiano, daba la
impresión de señalar que los prisioneros
debían ser ejecutados en el caso de que
no se les pudiera conducir fácilmente.
No llegué a ver con mis propios ojos el
texto original de esa orden, pero sí
puedo asegurar que en él se subrayaba el
hecho siguiente: es más importante
infligir pérdidas al enemigo que
hacerles prisioneros. La distinción
resulta algo sutil, hasta en inglés. Los
oficiales de Estado Mayor que elaboran
semejantes órdenes deberían recordar
constantemente que las florituras de las
ideas no siempre sobreviven a la
traducción de otro idioma. Y tampoco
deberían olvidar que cualquier orden
puede caer en manos del enemigo y que
los únicos que pagarán las
consecuencias serán sus compatriotas
cautivos. Después de la incursión de
Dieppe, algunos de los nuestros
estuvieron maniatados durante meses y
meses, sólo porque los alemanes se
habían enterado de nuestras propias
órdenes mandando maniatar a los
prisioneros enemigos.
La famosa —o más bien infamante—
orden que dio Hitler el 18 de octubre de
1942 tenía el mérito, por lo menos, de
suprimir todo equívoco. Leemos en su
parágrafo 3:
ROMMEL
A continuación describía la
superioridad de los Aliados en artillería
y en tanques, las graves pérdidas
alemanas y la falta de refuerzos, la
insuficiencia del equipo disponible, la
destrucción de la red ferroviaria por la
aviación enemiga y las dificultades que
ofrecía la utilización de las carreteras,
la falta de municiones, la fatiga de las
tropas… El enemigo, por si fuera poco,
aportaba cada día a la lucha nuevas
fuerzas y material en cantidades
masivas; sus líneas de abastecimiento no
eran atacadas por la Luftwaffe; la
presión no cesaba de aumentar.
Y también:
19-07-1910 — 03-10-1915
124 Regimiento Infant.
01-03-1914 — 31-07-1914
49 Regimiento de Artill. de
Campaña.
04-10-1915 — 10-01-1918
Batallón de Montaña Wurttemberg.
11-01-1918 — 20-12-1918
Estado Mayor del 64.o Cuerpo de
ejército.
29-07-1918 — 19-08-1918
— 4.a Compañ. del 6.o Regim. de
Landwerth, de la Divis. Ligera
bávara.
20-08-1918 — 08-09-1918
1er. Batall. de Artill. Pesada de la
Landsturm del XX Cuerpo de ejér.
21-12-1918 — 24-06-1919
124 Regimiento Infant.
25-06-1919 — 31-12-1920
25.o Regimiento Infant. de la Reich.
wehr.
01-01-1921 — 30-09-1929
13.o Regimiento Infant. (Stuttgart).
01-10-1929 — 30-09-1933
Escuela de Infantería de Dresde.
01-10-1933 — 14-01-1935
3er. Batall. del 17.o Regimiento de
Infant. (Cazadores de Goslar).
15-01-1935 — 21-01-1935
Ministerio de Defensa Nacional.
25-01-1935 — 14-10-1935
3er Batall. del Regim. de Cazadores
de Goslar.
15-10-1935 — 09-11-1938
Escuela de Guerra de Potsdam.
10-11-1938 — 23-08-1939
Director de la Escuela de Guerra de
Wiener Neustadt.
23-08-1939 — 14-02-1940
Subjefatura del Cuartel General del
Führer.
15-02-1940 — 14-02-1941
Jefe de la 7.a División blindada.
15-02-1941 — 14-08-1941
Comandante en jefe de las tropas
alemanas en Libia.
15-08-1941 — 22-01-1942
Jefe del Grupo blindado de África.
22-01-1942 — 24-10-1942
Jefe supremo del Ejército Blindado
de África.
25-10-1942 — 22-02-1943
Comandante en jefe del Ejército
Blindado italoalemán.
23-02-1943 — 13-05-1943
Jefe supremo del Grupo de Ejércitos
de África.
14-05-1943 — 14-07-1943
Supervisor de Trabajo del Muro del
Atlántico.
15-07-1943 — 03-09-1944
Comandante en jefe del Grupo B de
ejércitos.
04-09-1944 — 14-10-1944
A disposición del Gran Cuartel
supremo, por orden del Führer.
LOS «PAPELES» DE ROMMEL
Cuando este libro estaba ya a punto de
salir de las prensas, Manfred Rommel
me hizo saber que había conseguido
recuperar ciertos papeles de su padre.
Como los mismos contenían abiertas
críticas sobre Hitler y el Alto Mando
alemán, habían sido puestos fuera del
alcance de la Gestapo mucho antes de la
muerte del mariscal. Al día siguiente,
sin pérdida de tiempo, tomé el avión
para Alemania.
Así fue como en Herrlingen pude
estudiar atentamente una parte de los
Diarios, relatos de batallas y
apreciaciones militares que Rommel
había escrito o dictado durante la
guerra, en sus raros momentos de ocio,
ya fuera en el hospital de Semmering, en
el verano de 1942, ya en la época en que
se hallaba en situación de disponible,
durante el intervalo entre el mando que
acababa de abandonar en Túnez y el que
pronto iba a ocupar al frente del grupo B
de ejércitos.
Gracias a la cortesía de la familia
Rommel y a los esfuerzos de mi editor,
me ha sido posible incluir algunos
extractos de esos «papeles» en el
presente volumen. Representan
solamente una parte muy pequeña de los
que tuve en mis manos y una parte
mucho menos importante todavía de los
que en conjunto existen. Dejando de
lado todo su interés intrínseco, estos
documentos demuestran que Rommel
poseía, a la vez que grandes cualidades
de jefe militar, una capacidad de
expresión directa, clara, llena de
energía. Estos documentos serán de la
mayor importancia para los
historiadores de las campañas de África
del Norte; es de desear que muy pronto
sean traducidos.
En cuanto a mí, me consideraría muy
dichoso si mi propio libro, gracias a
este apéndice que he podido añadirle,
contribuyera a llamar la atención sobre
esos documentos.
LAS REGLAS DE LA GUERRA EN
EL DESIERTO
e) La rapidez de movimientos y la
cohesión orgánica de las fuerzas de que
se dispone constituyen los factores
decisivos del éxito. En cuanto aparezca
el menor signo de confusión entre esas
fuerzas, hay que proceder
inmediatamente a su reorganización.
[<<]
[2]Gran ceremonia que tenía lugar en la
India en ciertas ocasiones. La de 1911
se celebró con motivo de la coronación
del rey Jorge V.
[<<]
[3] Como tantos otros oficiales que
sirvieron en Oriente Medio, me acuerdo
muy particularmente de esta orden del
día. Pero jamás conseguí, ni siquiera
pidiéndosela a su autor, obtener una
copia del original. He tenido, pues, que
atenerme a una traducción de la
traducción alemana de la misma, que los
familiares de Rommel encontraron entre
los papeles de éste. Es posible que haya
algunas ligeras variantes entre las dos
versiones, pero el sentido fundamental
sigue siendo el mismo.
[<<]
[4]V. C. (Victoria Cross, Cruz Victoria);
D. S. O. (Distinguished Service Order,
Orden de Servicios Distinguidos); M. C.
(Military Cross, Cruz Militar). Todas
ellas condecoraciones militares inglesas
de gran valor.
[<<]
[5]En francés en el original: «¡Nadie
puede decir que aquellos hombres no se
portaron correctamente!»
[<<]
[6] Un oficial de enlace de la 61.a
división de Nueva Zelanda, que se
encargó de llevar al general von
Ravenstein al Cuartel General de la
División, me contó que no tuvo la menor
duda de que acababa de ser capturado
«un pez más gordo» que el supuesto
«coronel Schmidt».
[<<]
[7]El comandante alemán R. von Minden
me confió tiempo después que él detuvo
el ataque de nuestros tanques, el 29 de
mayo de 1940, usando los cañones de 88
milímetros de su batería antiaérea
(Flak). Me enteré asimismo de que esta
arma fue ya probada en la guerra civil
española. En aquel tiempo incluso se
envió al ministerio inglés competente un
informe sobre dicho cañón.
[<<]
[8] Oficiales de Estado Mayor que
actuaban en el servicio de formación
relacionado con las operaciones
militares.
[<<]
[9]Esta expresión: «digno del desierto»,
fue utilizada en primer lugar para definir
los vehículos especialmente estudiados
para el desierto. Luego fue aplicada a
formaciones militares, unidades e
incluso a individuos.
[<<]
[10] «En su manera de hacer la guerra,
nuestros enemigos han adoptado desde
hace mucho tiempo métodos que no
responden a los convenios
internacionales de Ginebra. En
particular, el comportamiento de los
miembros de los llamados comandos es
brutal: está comprobado que han sido
reclutados en parte entre criminales
dejados en libertad. Las órdenes de que
nos hemos apoderado prueban que esos
individuos están autorizados, no sólo a
maltratar a los prisioneros, sino también
a matar pura y simplemente a hombres
indefensos en cuanto representen una
carga o simplemente un inconveniente
para el desarrollo ulterior de la misión
de los comandos. Finalmente, hemos
encontrado órdenes según las cuales está
en principio mandada la ejecución de
los prisioneros.»
[<<]
[11] Los generales Alexander y
Montgomery tomaron el mando el 15 de
agosto de 1942.
[<<]
[12]Logística es un vocablo forjado por
los norteamericanos para designar todo
lo que forma parte de la dirección de
una guerra en la retaguardia del frente
(abastecimiento, transportes, cálculos
del tiempo y de los barcos disponibles,
etc.).
[<<]
[13]Parece que se ha exagerado un poco
la anécdota. La posición de Alam el
Halfa había sido ya minada y, hasta
cierto punto, preparada para la defensa
mucho antes de que llegara el general
Montgomery, quien se limitó a
desarrollar un plan ya preexistente.
[<<]
[14] En un artículo condensado por el
Reader’s Digest, la condesa Waldeck
sugiere que el avión atacante pudo haber
sido un aparato alemán enarbolando
escarapela británica, pero enviado por
Hitler paral eliminar a Rommel, porque
éste habría enviado al Führer el 15 de
julio un ultimátum. Esta hipótesis no se
basa en ninguna prueba y comporta tal
número de aspectos improbables que no
puede ser tomada en serio. De todas
maneras, el «ultimátum» de que habla la
condesa Waldeck no pudo llegar a Hitler
antes del 17 de julio; no le fue enviado
hasta el 21 de ese mismo mes.
[<<]
[15] No hay que confundir a este
Stulpnagel con el otro Otto von
Stulpnagel, que se suicidó en una prisión
francesa, donde se hallaba acusado de
crímenes contra rehenes. No he oído
decir nunca que se hubiesen hecho
contra Heinrich cargos de esta índole.
(N. del A.)
[<<]
[16] Algún tiempo después, el mariscal
von Rundstedt me aseguró que él no
concibió la menor sospecha de esa
clase, porque de ser así, se hubiera
negado a tomar parte en la ceremonia.
Creo al mariscal, pero he conservado
este fragmento de mi libro porque
refleja la opinión de Strolin y de algunos
otros, así como las corrientes secretas
de aquella jornada.
[<<]