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PROGRAMA DE
FORMACIÓN GENERAL
CURSO: FILOSOFÍA
SEMANA Nº 13
LA ÉTICA Y MORAL
CONTENIDOS
La ética como reflexión filosófica sobre
APRENDIZAJE ESPERADO
lo moral. La ética como saber normativo
Analiza las características peculiares del indirecto de la conducta. La moral
comportamiento moral del hombre a partir normativa y la moral vivencial. La
del estudio de casos. persona moral. Las normas morales, la
consciencia moral, la responsabilidad
moral. Los dilemas morales.
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REFLEXIONA Y COMPARTE...
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A diferencia de otros seres, vivos o inanimados, los hombres podemos inventar y elegir en
parte nuestra forma de vida. Podemos optar por lo que nos parece bueno, es decir,
conveniente para nosotros, frente a lo que nos parece malo e inconveniente. Y como
podemos inventar y elegir, podemos equivocarnos, que es algo que a los castores, las
abejas y las termitas no suele pasarles. De modo que parece prudente fijarnos bien en lo
que hacemos y procurar adquirir un cierto saber vivir que nos permita acertar. A ese saber
vivir, o arte de vivir si prefieres, es a lo que llaman ética.
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acciones humanas, quiérase o no, siempre perfeccionan o deterioran, incluso las que,
teóricamente, pueden considerarse indiferentes (como, por ejemplo, pasear).
La relatividad del bien por tanto no significa que el bien sea bueno porque mi voluntad lo
desea, sino que mi voluntad lo desea porque es bueno. La bondad, primeramente está en
la cosa y después puede estar en mi juicio, capricho, opinión o estimación. Lo que es
bueno para mí puede ser malo para otro –ahí está la relatividad-; por ejemplo, un fármaco
o un trabajo determinado. Pero la relatividad no depende de mi parecer. ¿De qué
depende entonces?
El bien, para mí, depende, justamente, de lo que yo soy, es decir, depende de mi ser, lo
cual, ahora mismo, no depende de mi voluntad ni es una cuestión opinable. Aunque yo
ahora tenga cualidades y defectos que sean consecuencia de mi libre voluntad, lo que he
llegado a ser, lo que ahora soy, lo soy ya con independencia de mi voluntad, y con la
misma independencia habrá cosas buenas o malas para mí.
En suma, el bien depende del ser (real, objetivable, que está ahí con independencia de la
estimación del sujeto) y, más concretamente, del modo de ser. Y hay algo que el hombre
nunca podrá dejar de ser, esto es, precisamente, hombre. Las características
individuantes o personales de cada uno, no difuminan ni anulan la naturaleza humana, al
contrario, son perfecciones (o limitaciones y defectos) de esa naturaleza peculiar, que
compartimos todos, y que hace posible que hablemos con sentido del «género humano» o
de la «especie humana», y también de un bien objetivo común a toda la humanidad.
Hay bienes relativos a personas singulares. Pero hay también, indudablemente, bienes
relativos a la naturaleza humana, común, y, por tanto, a todos y a cada uno de los
individuos de nuestra especie. Por eso hay leyes o normas morales objetivas, universales
y permanentes que afectan a todos los humanos, de cualquier tiempo y lugar. Lo que
daña a la naturaleza, forzosamente ha de dañar a la persona, porque la persona no es
ajena a la naturaleza sino una perfección --el sujeto-- de esa naturaleza determinada. A
naturalezas diversas corresponden diversos bienes.
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John Stuart Mill, define al Utilitarismo como: “La doctrina que acepta como fundamento de
la moral a la utilidad o principio de la máxima felicidad, sostiene que las acciones son
correctas en proporción a su tendencia a promover la felicidad, e incorrectas si tienden a
producir lo contrario a la felicidad. Por felicidad se entiende el placer y la ausencia de
dolor; por infelicidad al dolor y la privación del placer” (Utilitarismo, ii, 1863).
El utilitarismo es una forma moderna de la teoría ética hedonista en la que su principal
preocupación es la felicidad en la conducta humana, y por lo tanto la diferencia entre el
comportamiento bueno y malo es en consecuencia el placer y el dolor.
Jeremy Bentham nació en Inglaterra en 1748 y murió en 1832. Hombre culto, desarrollo
mucho interés en la política y administración publica, en su teoría ética, reducía los
motivos de la conducta al placer y al dolor; la moralidad, al acto útil (Utilitarismo), sus
ideas y acciones fueron decisivas para reformar el sistema de las cárceles inglesas, que
además de excesivamente rigurosas eran escuelas de crimen.
Bentham, como muchos otros filósofos ingleses, es un empirista, el conocimiento
primordial es la experiencia sensible. Todo el saber humano debe intentar parecerse a las
ciencias empíricas y matemáticas. No se puede entender la ética de Bentham si se
olvida que es un empirista.
El utilitarismo se basa en que todo ser humano busca por naturaleza el placer y evita el
dolor. Bentham decía: “La naturaleza ha colocado a la humanidad bajo el gobierno de
dos señores soberanos, el dolor y el placer (...). Ambos nos gobiernan en todo lo que
hacemos, en todo lo que decimos, en todo lo que pensamos: Cualquier esfuerzo que
hagamos para liberarnos de nuestra sujeción a ellos, no hará sino demostrarla y
confirmarla”. La moralidad, según Bentham, puede ser calculada matemáticamente
como balance de satisfacciones y sufrimientos, resultado de determinadas acciones
cualesquiera que sean. En otras palabras, todas nuestras acciones están dirigidas a huir
del dolor y obtener placeres. cuando damos un regalo a nuestra madre, cuando
estudiamos química, cuando salimos a bailar, cuando nos levantamos de madrugada para
llegar al trabajo, cuando perdonamos a nuestra novia, en todas nuestras acciones
estamos buscando un placer o evitando un dolor.
Para Bentham, “placer” es un término muy amplio. Sexo y comida no son los únicos
placeres, ni siquiera los más importantes. Escuchar música, leer un libro, sentirse bien por
haber dado limosna, la satisfacción de haber cumplido con el deber, son también
placeres. El ser humano va detrás del placer o huyendo del dolor en todos sus
pensamientos, deseos y acciones. El hombre no hace nada que no le brinde alguna
satisfacción.
En el utilitarismo la vida buena para ellos es la misma que en los clásicos: la vida feliz.
Sin embargo Jeremy Bentham, el padre del utilitarismo decimonónico, no distingue ni
jerarquiza placeres a la hora de establecer su supremacía. Parecer que el placer es el
mismo más allá de la diversidad de situaciones, sentimientos o sensaciones que puedan
ocasionarlo. Sólo varía en su cantidad.
Crítica: Por supuesto, esta concepción es del todo básica y superficial, aunque hoy sea
la posición dominante. Los objetos del deseo humano son irreductiblemente
heterogéneos y, aunque no fuese así, igual no nos serviría, precisamente porque el gozo,
de por sí, no nos proporciona ninguna buena razón para emprender un tipo de actividad
antes que otra. El placer acompaña, puede confundirse con ella; pero no es el fin, sino un
adjetivo del fin.
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Todo fin es un bien y todo bien es un fin, un fin no se perseguiría a menos que fuera algo
bueno para el que lo persigue, y el bien, al ser perseguido, es el fin o propósito del afán
de quien lo busca. Ninguna actividad es posible, como no sea para la consecución de
algún fin, por amor de algún bien. Este es el principio de finalidad o teleología, que Santo
Tomás explica como sigue:
“Todo agente actúa por necesidad por algún fin. Porque, si en un número de causas
ordenadas una con respecto a otra la primera es eliminada, las otras han de eliminarse
también necesariamente. Ahora bien, la primera de todas las causas es la causa final. La
razón de la cual es que la materia no recibe forma alguna, excepto en la medida en que
es movida por un agente; porque nada se reduce por sí mismo de la potencialidad al acto.
Pero es el caso que un agente no mueve, excepto con la intención puesta en un fin.
Porque si el agente no estuviera condicionado con respecto a algún efecto particular, no
haría una cosa con preferencia a otra; por consiguiente, con objeto de producir un
determinado efecto, el agente ha de estar determinado necesariamente con respecto a
uno particular de ellos, lo que constituye la naturaleza del fin.”
En otros términos, antes de actuar, el ser con capacidad para hacerlo está en un estado
indefinido y puede ya sea actuar o no, actuar en una determinada forma o en otra.
Ninguna acción tendrá jamás lugar, a menos que algo elimine dicha indeterminación,
mueva el ser a actuar y oriente su actividad en una determinada dirección. De aquí que el
principio de finalidad, esto es, "todo agente actúa con miras a un fin", está implícito en los
conceptos de potencia y acto, así como en la noción entera de casualidad. Si todo agente
actúa con miras a un fin, el agente humano también lo hace ciertamente así.
La descripción que precede se basa en Aristóteles, quien confirió a la teleología su
expresión clásica. Pero nuestro interés está en el hombre. Sea lo que sea lo que se
piensa de la teleología en el universo conjunto, ningún individuo en su cabal juicio puede
negar que los seres humanos actúan con miras a fines. Inclusive aquel que se propusiera
demostrar que no lo hacen, tendría esta demostración como su fin. El dejar de adaptar el
individuo su conducta a fines racionales constituye el signo reconocido de trastorno
mental. Por consiguiente, el solo supuesto de que hay algo como actos humanos
racionales constituye el reconocimiento de que los seres humanos actúan con miras
afines.
Se plantea esta cuestión: si todas las cosas, incluido el hombre, buscan un fin que es
también el bien, ¿cómo puede dejar un acto de ser bueno, cómo puede la conducta
humana equivocarse? El bien como fin, como perfeccionante, como bien para, posee
varios significados, de entre los cuales debemos aislar el bien moral.
La tesis del metafísico, en el sentido de que "todo ser es bueno", se refiere únicamente a
la bondad ontológica o metafísica. Significa solamente que todo ser, por el solo hecho de
ser un ser, tiene en sí alguna bondad y es bueno para alguna cosa, contribuyendo en
alguna forma a la armonía y la perfección del universo. Todo ser posee cierta cantidad de
bondad física, que consiste en una integridad de sus partes y en una competencia de
actividad. Aunque algunas cosas son físicamente defectuosas, son buenas en la medida
en que tienen el ser, y defectuosas en el sentido de que les falta ser. Pero, del hecho de
que todo ser sea bueno para algo, no se sigue que todo ser sea bueno para todo. Lo que
es bueno para una cosa podrá no serlo para otra, y lo que es bueno para una cosa en
determinadas circunstancias o desde un determinado punto de vista podrá no serlo en
circunstancias distintas o desde otro punto de vista. La metafísica considera el bien en su
sentido más amplio y puede encontrar así, en alguna forma, bien en cada cosa; la ética,
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Ética a Nicómaco
(Aristóteles)
Libro Segundo, Capítulo V
Tras de esto habemos de inquirir qué cosa es la virtud. Y pues en el alma hay tres géneros de
cosas solamente: afectos, facultades y hábitos, la virtud de necesidad ha de ser de alguno de estos
tres géneros de cosas. Llamo afectos la codicia, la ira, la saña, el temor, el atrevimiento, la envidia,
el regocijo, el amor, el odio, el deseo, los celos, la compasión, y generalmente todo aquello a que es
aneja tristeza o alegría. Y facultades, aquellas por cuya causa somos dichos ser capaces de estas
cosas, como aquellas que nos hacen aptos para enojarnos o entristecernos o dolernos.Pero hábitos
digo aquellos conforme a los cuales, en cuanto a los afectos, estamos bien o mal dispuestos, como
para enojarnos. Porque si mucho nos enojamos o remisamente, estamos mal dispuestos en esto, y
bien si con rienda y medianía, y lo mismo es en todo lo demás. De manera que ni las virtudes ni los
vicios son afectos, porque, por razón de los afectos, ni nos llamamos buenos ni malos, como nos
llamamos por razón de las virtudes y vicios. Asimismo por razón de los afectos ni somos alabados
ni vituperados, porque ni el que teme es alabado, ni el que se altera, ni tampoco cualquiera que se
altera o enoja comúnmente así es reprehendido, sino el que de tal o de tal manera lo hace; pero por
causa de las virtudes y los vicios somos alabados o reprehendidos. A más de esto, en el enojarnos
o temer no hacemos elección; pero las virtudes son elecciones o no, sin elección. Finalmente, por
causa de los afectos decimos que nos alteramos o movemos; pero por causa de las virtudes o
vicios no decimos que nos movemos, sino que estamos de cierta manera dispuestos. Por las
mismas razones se prueba no ser tampoco facultades; pues por sólo poder hacer una cosa, ni
buenos ni malos nos llamamos, ni tampoco somos por ello alabados ni reprehendidos. Asimismo las
facultades, naturalmente las tenemos, pero buenos o malos no somos por naturaleza. Pero de esto
ya arriba se ha tratado. Pues si las virtudes ni son afectos ni tampoco facultades, resta que hayan
de ser hábitos. Cuál sea, pues, el género de la virtud, de esta manera está entendido.
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Propone un problema ético y propone su respectiva solución según cada escuela ética.
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