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Faye, Entrevista Sobre Arendt PDF
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Le Point : La figura de Hannah Arendt, su obra, incluso su persona, han terminado por ser objeto de
una especie de culto. ¿Por qué y cómo?
¿Cómo se explica usted que los comentaristas y los exégetas hayan pasado esto por alto?
Los historiadores, Raul Hilberg, autor de La destrucción de los judíos en Europa, o Ian Kershaw, que
ha escrito una biografía de referencia sobre Hitler, siempre han sido muy críticos con los trabajos de
Hannah Arendt. Es en los ámbitos de la teoría política, de los estudios culturales, y luego, entre los
propios filósofos, que su celebridad no ha dejado de crecer a caballo de lecturas demasiado
fragmentarias y descontextualizadas. En Francia, la recepción de Arendt fue orquestada a partir de
1972, año en que los jefes de fila del heideggerianismo publicaron La crise de la culture
[Originalmente publicado en inglés en 1961 con el título de Between Past and Future].
¿Qué le autoriza a usted a ver de manera tan distinta a Hannah Arendt? ¿Una toma de partido
previa? ¿Un método de trabajo?
Para comprender las intenciones de Arendt, hay que tener en cuenta la versión alemana de sus
escritos. Se ve entonces, por ejemplo, que el “estar en común” arendtiano es un falso amigo que lo
que hace, en realidad, es traducir el Mitsein [literalmente: el Conser] heideggeriano. Me explico: no
se trata, según suele creerse, de defender una sociedad democrática en la que coexistan
individualidades libres, sino de promover una concepción orgánica de la comunidad política que no
reconoce derecho natural alguno a los excluidos. Entonces se entienden mejor los ataques de
Arendt al yo y al libre arbitrio individual, o su negativa a reconocer la legitimidad política de las
reivindicaciones de los norteamericanos de origen africano durante las luchas por los derechos
civiles en los años 60.
Importa, asimismo, prestar atención a las fuentes nazis de los escritos de Arendt, no solamente en lo
tocante a los historiadores, sino también a los sociólogos, a los juristas y a los filósofos. Lo más difícil
es romper con el culto del que ella ha sido hecha objeto y tomar en serio sus tesis más inaceptables,
como la indiferenciación entre víctimas y verdugos en los campos nazis, o la deshumanización de la
humanidad en el trabajo.
La propia Hannah Arendt se cuenta entre quienes se han propuesto “desmantelarla”, y ella misma se
sitúa “tras la desaparición de la filosofía”. Exactamente como Heidegger después de 1945, Arendt
opone a la filosofía lo que ella llama el “pensamiento”. Mi crítica versa sobre el modo en que el
pensamiento queda secuestrado cuando Arendt propone a Heidegger como modelo de pensador
frente a Adolf Eichmann, uno de los principales organizadores del exterminio de judíos, a quien ella
describe como “desprovisto de pensamiento” y carente de motivo alguno. Los estudios recientes,
como el del inglés David Cesarini en su biografía de referencia de Eichmann, muestran, al contrario,
que éste no fue un mero ejecutor sin pensamiento, sino un antisemita genocida y fanático.
¿Diría usted que todos los que se han visto marcados por el pensamiento de Heidegger –de
Levinas a Badiou, pasando por Sartre y Derrida— han de releerse de manera crítica a la luz
del lazo que usted establece entre este pensamiento y el asunto del nazismo?
Hay que distinguir. Levinas, por ejemplo, promueve contra Heidegger una exigencia ética que no
puede encontrarse en Arendt. Pero cuando uno descubre, en sus [tardíamente publicados]
Cuadernos negros y en algunos de sus cursos de filosofía, con qué radicalidad hizo suyo Heidegger
el antisemitismo exterminador de los nacionalsocialistas, se puede legítimamente considerar que las
puestas en cuestión están sólo en sus comienzos. Recordemos que Heidegger fue el inspirador de
Ahmad Fardid, el ideólogo más importante de la revolución islámica en Irán. De Heidegger también
se reclama Alexander Duguin, que busca enfrentar a Rusia con el “Occidente” con argumentos
tomados de la “metapolítica” de Heidegger. Y cuando en Francia se ve cómo Alain Badiou pretende
renovar lo que él llama la “hipótesis comunista” a partir de la concepción heideggeriana de la
comunidad, uno no puede dejar de pensar que está jugando con fuego.
ANEXO: ¿Cómo se explica el éxito de Hannah Arendt? (Un extracto del Epílogo, págs. 516-518)
« ¿Cómo es posible que una autora como Arendt, que ha profesado puntos de vista políticos tan
aristocráticos y excluyentes como los desarrollados en sus escritos, haya podido ser recibida como
una pensadora capaz de refundar el “vivir en común” o, incluso –acabamos de verlo—, como una
referencia para repensar los derechos humanos? Sin duda comprenderemos mejor esta
contradicción si tomamos consciencia de la forma indirecta de argumentación privilegiada por
Arendt, forma que ha contribuido mucho a neutralizar el espíritu crítico de más de un intérprete. He
aquí dos ejemplos. En Los orígenes del totalitarismo, sugiere que, al pretender superar las
desigualdades naturales que ella considera insuperables, los Estados nacionales, pretendiendo la
igualdad, no habrían sino agravado las diferencias y abierto el camino a la radicalización völkisch
[populachera]. Asimismo, Arendt da a entender en escritos posteriores –de la Condición del hombre
moderno a De la Revolución— que, pretendiendo realizar la igualdad social, la Revolución francesa y
los movimientos modernos de emancipación de ella surgidos no habrían hecho sino extender a la
sociedad toda el sometimiento de la especie humana a las necesidades de la vida y al imperio
ineluctable de la naturaleza. Precipitando el advenimiento de nuestras sociedades de empleados, lo
que la democratización social habría hecho es pavimentar el camino del totalitarismo. Esa
democratización marcaría el triunfo del hombre trabajador, a quien Arendt se niega a considerar
propiamente humano, designándolo con la expresión de homo laborans.
« Se trata de una forma de “chantaje teórico”, merced al cual Arendt nos invita a renunciar, en
Los Orígenes del totalitarismo, al principio universal de igualdad y, en la Condición del hombre
moderno y, luego, en De la Revolución, a todo proyecto de emancipación económica y social. El
caso es que este rechazo de toda política fundada en el principio de una igualdad entendida como
derecho natural y favorable a la emancipación humana se retrotrae a determinadas corrientes de
ideas. Se pueden mencionar, para los siglos XVIII y XIX ingleses y alemanes, a los
contrarrevolucionarios inspirados en las ideas de Burke y, en los primeras décadas del siglo XX
alemán, a la galaxia de revolucionarios-conservadores, entre los que Spengler figura como uno de
los inspiradores y Moeller van der Bruck como uno de los jefes de fila.
« Sin embargo, en vez de formular expresamente posiciones tan controvertidas como las de esos
autores –lo que la habría expuesto a una probable reprobación—, Arendt supo transmitir su visión de
manera indirecta. Procedimiento harto más persuasivo, y cuya eficacia ha contribuido por mucho,
luego de los años 80 –tras la derrota política del marxismo en Europa—, al deslizamiento de una
fracción de la izquierda culturalista y postmoderna hacia posiciones prontas a tomar en préstamo
buena parte de sus conceptos y de su potencial pretendidamente revolucionario a autores de la
extrema derecha alemana de los años 30, de Heidegger a Gehlen, pasando por Carl Schmitt.
Resulta estupefaciente el espectáculo ofrecido por buena parte de los teóricos de la política, siempre
necesitados de valerse de la autoridad de un nombre célebre. Cuando la referencia a Marx dejó de
ser la referencia dominante, Arendt se convirtió en el nuevo icono de esos teóricos. Los mismos que,
unos pocos decenios antes, apelaban a las Tesis sobre Feuerbach como su Biblia, ahora se apoyan
en el paradigma arendtiano del vivir en común y de la acción política. Ya no se trata de “transformar
el mundo”, sino de propiciar su advenimiento por la vía de la acción común.
« Si Arendt no consigue construir un pensamiento tan articulado como el del autor deEl Capital,
presenta en política una ventaja federadora que ha contribuido por mucho a su éxito. La estrategia
indirecta más arriba descrita le ha permitido, en efecto, hacerse difícilmente vulnerable, no sólo
teórica, sino también políticamente. No es cosa fácil atribuirle alguna posición determinada dentro
del espectro político. Por eso es hoy, sin duda, Hannah Arendt el único escritor político apreciado, a
la vez, por doctrinarios de la izquierda más radical –aun tratándose de una autora obviamente
antimarxista—, por politólogos liberales –aun cuando convirtió el liberalismo en su blanco—, así
como por comunitaristas y autores archiconservadores. » [1]
Nota: [1] En Francia, y a título de ejemplo, se puede citar a intelectuales tan distintos como Alain
Badiou (autor de una apología de Arendt como profeta de la modernidad), Phillipe Raynaud (editor y
prologuista de Arendt) y Chantal Delsol (fundadora del Instituto Hannah Arendt).
Emmanuel Faye
es profesor de filosofía moderna y contemporánea en la Universidad de Rouen. En 2005
había publicado su gran investigación: Heidegger, l’introduction du nazisme dans la
philosophie (París, Albin Michel), traducida al castellano por la Editorial Akal (Madrid,
2009) con el título: Heidegger. La introducción del nazismo en la filosofía. En torno a los
seminarios inéditos de 1933-35.