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LA PATRIA DEL CRIOLLO

Resumen
"La patria del criollo" se divide en 7 capítulos: Los criollos, Las dos Españas I y II,
Tierra milagrosa, El indio, El mestizaje y las capas medias, Pueblos de indios y La
colonia y nosotros.
A pesar de todos los enormes esfuerzos hechos para ocultarlo, es cosa bien sabida
que el problema primordial de las sociedades centroamericanas es la mala
distribución de la tierra, que se haya concentrada en pocas manos, mientras carece
de ella la gran mayoría de la población. Esta realidad ha sido posible, en buena
medida, por los principios que orientan duramente la colonia la política agraria.
Estos principios, son los siguientes:
Primero. El principio fundamental de la política indiana en lo relativo a la tierra se
encuentra en la teoría del señorío que ejercía el Rey de España, por derecho de
conquista, sobre las tierras conquistadas en su nombre. Este principio es la
expresión legal de la toma de posesión de la tierra y constituye el punto de partida
del régimen de tierra colonial. La conquista significó fundamentalmente una
apropiación que abolía automáticamente a los nativos sobre sus tierras. Pero no se
lo daba automáticamente a los conquistadores. Unos y otros, conquistadores y
conquistados, sólo podían recibir tierras de su verdadero propietario, el rey, pues en
su nombre habían venido los primeros a arrebatarle sus dominios a los segundos.
Inmediatamente después de consumada la conquista, toda propiedad sobre la tierra
provenía, directamente o indirectamente, de una concesión real. El reparto de tierras
que hacían los capitanes entre sus soldados, lo hacían en nombre del monarca y
con autorización de él, y la plena propiedad de aquellos repartos estaba sujeta a
confirmación real.
Segundo. Con base en el principio anterior, España desarrolló un segundo principio
de su política agraria: el principio de la tierra como aliciente. La corona,
imposibilitada para sufragar las expediciones de conquista como empresa del
estado, las estimuló como empresas privadas con el aliciente de ofrecerles a los
conquistadores una serie de ventajas económicas en las provincias que
conquistasen. Ceder tierras e indios fue el principal aliciente empleado.
Tercero. Ya afianzado el imperio por obra de la colonización y de la toma efectiva
del poder local por las autoridades peninsulares, el principio político de la tierra
como aliciente perdió su sentido original y siguió actuando en forma atenuada. Una
generación de colonizadores españoles habían echado raíces en las colonias:
habían erigido ciudades, tenían tierras en abundancia, disponían del trabajo forzado
de los indios -el nuevo repartimiento comenzaba a funcionar-, muchos de ellos
tenían encomiendas, habían fundado familias y tenían descendientes. A todo con
esta nueva situación, la monarquía se hallo en condiciones de aplicar un nuevo
principio: la tierra como fuente de ingresos para las arcas reales, bajo el
procedimiento de la composición de tierras.
Cuarto. La legislación colonial de tierras expresa, de manera insistente y clarísima,
el interés de la monarquía de que los pueblos de indios tuvieran tierras suficientes.
Los pueblos deben tener suficiente tierras comunes para sus siembras, deben tener
sus ejidos -territorios también comunes de pastoreo y para otros menesteres
distintos de la siembra-; a los indios que en lo particular quieran adquirir tierras por
composición debe dárseles trato preferencial, y en ningún caso debe admitirse a
composición a quien haya dado usurpado tierras de indios, se trate de tierras
comunales -de sementera y ejidos- o de propiedad de algunos indios en particular.
La preservación de las tierras de indios fue un principio básico de la política agraria
colonial. Y no es extraño, porque la organización del pueblo de indios, como pieza
clave de la estructura de la sociedad colonial, exigía la existencia de unas tierras en
que los indígenas pudieran trabajar para sustentarse, para tributar, y para estar en
condiciones de ir a trabajar en forma casi gratuita a las haciendas y labores y a otras
empresas de los grupos dominantes. Se trata, pues, de un principio permanente y
fundamental de la política agraria de la colonia, que lo fue porque enraizaba en un
interés económico también fundamental y permanente de la monarquía. Para que
los indios permanecieran en los pueblos, y fuera posible controlarlos para la
tributación, era indispensable que tuvieran allí unas tierras suficientes; que no
tuvieran que ir a buscarlas a otra parte.
El quinto principio no se desprende de las leyes, pero es conocido por hechos
importantes consignados en otros documentos: el bloqueo de los mestizos.
Las leyes de las indias sobre la tierra no hacen discriminación de la gente mestiza -
las "castas", los ladinos-, sino más bien ofrecen puntos de apoyo legal para que
ellos también la puedan obtener. Sin embargo, dado que los mestizos eran un
contingente humano en crecimiento y de escasos recursos económicos, era de
esperarse que el gobierno colonial, tomara provincias necesarias para
proporcionarles tierras, considerándolos como un grupo económicamente
diferenciado y muy necesitado de aquel recurso fundamental. Si los indios, como
clase, vivían en sus pueblos, tenían sus tierras y gozaban de un fuero especial, los
mestizos, como grupo emergente en la sociedad colonial, no ubicada y carente de
medios de producción, debieron ser objeto de la creación de centros especiales
para ellos, dotados de tierras para trabajar. Esto, que se hizo en otras colonias, y
que los mestizos del reino de Guatemala solicitaron en diversas formas, fue
sistemáticamente evitado por las autoridades del reino.
La esclavitud y esta forma de encomienda fueron suprimidas con las Leyes Nuevas,
que convirtieron a los indios en vasallos libres, obligados a tributar al Rey. Con estas
Leyes, la encomienda pasa a ser una concesión liberadora por el rey a un español
con méritos de conquista o colonización, consistente en percibir los tributos de un
Estos procesos de colonización no hubieran sido posibles sin esa enorme labor que
se llamó reducción de indios. Éste fue, en definitiva, el remate de la gran
transformación ocurrida en las colonias a mediados del siglo XVI. Y los pueblos de
indios, las reducciones de indios, vinieron a ser el punto de apoyo de todo el sistema
económico que se estructuro a partir de aquel período. La reducción garantizo el
cobro regular de los tributos de los encomenderos y la disponibilidad de mana de
obra para los terratenientes.
La dispersión anárquica adoptada por los indios como recurso de defensa frente a
la conquista, se desarrolló a partir de un cuadro de dispersión orgánica existente
con autoridad. Esta situación era contraria al plan colonial de las Leyes Nuevas, que
exigía, como requisito indispensable, que los indios vinieran a vivir, todos sin
excepción, en poblados perfectamente organizados y estables. Los indígenas no
podían pasar a ser efectivamente vasallos tributarios del rey, ni este podría ceder
parte de la tributación (encomienda), ni sería posible suministrar a las haciendas
periódicamente mano de obra indígena (repartimiento), mientras no hubiera centros
de población perfectamente establecidos y controlados por autoridad.
El repartimiento va perdurar incluso después de la independencia, aunque con
distinto nombre. A medida que avanzaba la colonia, se llamó indistintamente
mandamiento y repartimiento al envío de indios a las labores y haciendas para
realizar trabajo obligatorio por semanas o temporadas. Sin embargo, puede
observarse la tendencia a llamar mandamiento al envió de indios a lugares lejanos
a sus pueblos y por temporadas mayores que una semana, reservando el nombre
de repartimiento al régimen de envíos para seis días a lugares cercanos. A eso se
debe, muy probablemente, que desde casi el mismo inicio de la Independencia
hasta mucho tiempo después, bajo las dictaduras cafetaleras (1871 - 1944) se
llamara mandamiento, y no repartimiento, el envío forzoso de indios a las fincas,
pues eran envíos desde grandes distancias y por temporadas largas.
Así pues, hablar de repartimiento y de mandamientos es hablar de un mecanismo
de explotación que ha permanecido hasta épocas muy recientes. Aún está fresca
en la memoria de algunos las silenciosas hileras de indios, escoltadas siempre,
atados a veces, que pasaban por pueblos y ciudades en su largo y forzoso recorrido,
a pie, desde sus pueblos hasta las fincas.

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