Está en la página 1de 5

Clase 13: Conocer y gobernar un imperio: supuestos y usos del saber en

clave política.

La disponibilidad de información constituyó una cuestión central de la gestión de


las monarquías planetarias de la época moderna. Pese a que no hace mucho
tiempo que comenzó a indagarse sistemáticamente sobre este asunto, lo cierto
es que gobernar la distancia planteó un desafío significativo para el gobierno de
unos territorios lejanos. Este desafío no debe entenderse solo en el marco del
panorama históricamente determinado que presentaban los mecanismos de
comunicación –setting comunicacional- y la tecnología administrativa de la
época. También habría que atender a que en los discursos políticos el
conocimiento -la “entera noticia”, como decían las fuentes- era un supuesto y un
requisito del monarca, de la actividad legislativa y, sobre todo, del buen
gobierno. Como afirmaba una Real Cédula de 1573 -elaborada en el marco de
las reformas del Consejo de Indias que atendieron especialmente al problema de
la disponibilidad de información americana en la corte- “para que las personas a
quien tenemos cometida la gobernación de las indias y cada provincia y parte de
ellas puedan acertar a gobernar lo que es a su cargo y cumplir con la obligación
de sus oficios es necesario que tengan entera noticia”.
Conviene tener presente que durante la época moderna la relación entre
el saber y el dominio político se apoyó en tres fenómenos de gran relevancia que
ejercieron un fuerte condicionamiento en esta relación. En primer lugar, en el
hecho de que el proceso de expansión europea marcó la génesis de la cultura del
conocimiento empírico moderno de Europa. En segundo lugar, y en relación con
lo primero, que hubo elementos significativos de la cultura del conocimiento
empírico moderno que solo se pueden entender en relación con las prácticas de
dominio y administración que se desarrollaron en la época de la expansión y la
colonia (Brendecke 2012, 19).
En tercer lugar, como señalara Philippe Ariès, que la entrada de las
sociedades occidentales en la cultura de lo escrito fue una de las evoluciones
más relevantes de la edad moderna. Los avances de la alfabetización, la
circulación más abundante de lo escrito, tanto manuscrito como impreso, y el
incremento de los egresados de las universidades castellanas brindaron un
soporte para el gobierno de dilatados territorios basado en la comunicación
escrita y en los saberes letrados (Chartier 2001, 115; Kagan 1981). En este
sentido, la centralidad adquirida por la cultura letrada como elemento esencial

1
del gobierno y de la comunicación política se plasmó en la necesidad de contar
con una importante cantidad de agentes que poseyeran ciertos saberes. Pero lo
que resulta más interesante dentro de este fenómeno es el hecho de que la
participación de dichos agentes en la cultura letrada presentó una gran
heterogeneidad. Así, mientras que las universidades proveyeron de letrados a
los distintos niveles de la administración de la monarquía –tanto en Europa como
en América -, también hubo numerosos individuos legos –sin formación jurídica-
sobre todo en zonas “periféricas que, a raíz de la circulación de manuales y
tratados jurídico-políticos, poseyeron el conocimiento de algunos elementos de
la cultura letrada que les permitieron ejercer oficios con jurisdicción o
simplemente desempeñarse como escribanos. Este sería el caso del ejercicio de
la justicia capitular, que en ciertas regiones estuvo en manos de personas sin
formación jurídica y que con frecuencia carecieron de la asistencia de un asesor
letrado (Agüero 2008). También cabría mencionar la capacidad de algunos de
estos agentes legos de construir de discursos jurídico-políticos por medio de los
cuales los espacios municipales procuraron argumentar sus intereses ante la
Corona y participar del proceso de elaboración de las normas que debían regirlos
(Amadori 2015).
El atlántico era un espacio de circulación de noticias y saberes –en ambas
direcciones- que dependía de múltiples agentes, mecanismos, circuitos y
motivaciones. En la corte, el Consejo de Indias era una instancia que recibía una
cantidad enorme de información desde los virreinatos americanos y que hacia
finales del siglo XVI se planteó como meta la recopilación y sistematización de
los conocimientos. En la práctica, en este organismo convergía la información
generada por los procedimientos dispuestos para tal fin, arbitrios, memoriales o
suplicaciones de las distintas corporaciones indianas junto a un número muy
importante de cartas enviadas desde el otro lado del océano a los consejeros o a
los miembros subalternos del sínodo (Gaudin 2013). También se disponía de un
significativo repertorio de obras impresas que describían diversos aspectos de la
realidad americana. Si bien el resultado de este flujo de información permitía
que se tuviese un conocimiento bastante preciso de lo que ocurría del otro lado
del océano, no conviene dejarse llevar por dos ideas capaces de distorsionar la
relación entre información e imperio.
La primera de ellas apunta contra la idea funcionalista del conocimiento –
de racionalidad presentista propia de la sociedad del conocimiento- que invoca la

2
capacidad de acceder al saber como índice de la efectividad y del éxito potencial
de la acción. Según esta perspectiva la acumulación de conocimiento en la corte
–vinculada a una supuesta afirmación del estado moderno- le habría permitido a
la Corona ejercer el dominio en los territorios americanos con mayor eficacia.
Sin embargo, si se presta atención a las medidas adoptadas por la Corona para
los virreinatos indianos se puede constatar que, por distintos motivos, no resulta
fácil integrarlas en la gran narración de la racionalización del dominio
(Brendecke 2012, 32). De hecho, por ejemplo, el saber acumulado no siempre
se utilizó para la toma de decisiones políticas ni las medidas adoptadas
resultaron siempre apropiadas para las singularidades locales.
La segunda idea, estrechamente vinculada con lo que se acaba de señalar,
consiste en considerar que los procesos de adquisición, envío, almacenamiento o
puesta a disposición de los conocimientos podía estar atravesado –y de hecho lo
estaba- por una pluralidad de intereses y motivos que naturalmente no
respondían necesariamente –o, para ser más precisos, solamente- al supuesto
de racionalizar las decisiones y el domino. Podríamos recurrir a varios ejemplos
pero preferimos centrarnos en lo que ocurría en las relaciones entre el poder
central y los poderes locales.
Si nos detenemos en la cultura política moderna, nos encontramos con
que el conocimiento era señalado como el fundamento del buen gobierno,
resultando susceptible de ser utilizado para legitimar reclamos ante la Corona.
Esta circunstancia cobró especial relevancia en el proceso de conformación de un
extenso cuerpo político como la Monarquía Hispánica, donde el conocimiento del
centro estuvo claramente relegado y dependió de numerosas instancias de
mediatización. Entre ellas hay que ubicar la intencionalidad de los agentes
locales que tenía cierta capacidad para controlar la información que se enviaba a
la corte. De este modo, lo que allí se sabía estaba en directa relación con las
formas de comunicación disponibles y también con las motivaciones de los
agentes. Además se asumía que incluso en el mejor de los casos, como bien
sabían los contemporáneos, no podía equipararse el conocimiento mediatizado a
la “vista de ojos”. Es decir, a la experiencia directa del territorio.
Teniendo en cuenta estas circunstancias el fenómeno de la información es
susceptible de ser analizado en toda su complejidad, ya desvinculado tanto del
funcionalismo racionalista como también de la matriz interpretativa que vincula
el incremento y la centralización del conocimiento en la corte con la afirmación

3
del estado moderno. Así se constata que la relación entre información y dominio
político no solo estaba lejos de reducirse a una serie de ideas de sentido común,
sino que además en este contexto cultural el conocimiento no resultaba ser
patrimonio de la Corona sino que se encontraba repartido por el cuerpo político.
En este marco, la certeza con la que con solía presentarse la justicia del
reclamo de las ciudades americanas ante el Consejo de Indias frecuentemente
se vinculaba con el problema de la información disponible en Madrid. Al asumirse
la improcedencia de que el príncipe diera una disposición perjudicial a los
súbditos y al real servicio los poderes municipales proponían que las medidas
que atentaban contra sus intereses y el buen gobierno no podían deberse a otro
motivo que no fuera la falta o la inexactitud de la información que se tenía en la
corte. Como señalaba un procurador de Buenos Aires, las interferencias en el
circuito de circulación del saber en la monarquía había provocado el “mandarse
cosas que no se pueden ejecutar: porque como las leyes han de ser conformes a
la calidad, sitio y naturaleza de la tierra, y la de aquella no está bien entendida,
por haber sido mal explicada”. Para conculcar dicha circunstancia y apoyar los
reclamos de los espacios municipales, los memoriales presentados en la corte
por los procuradores indianos recalcaban el hecho de contener la relación
«notoria», «verdadera», «real», «ajustada» de cada uno de ellos, que con
frecuencia se apoyaban en largas y reiterativas informaciones guiadas por
cuestionarios respondidos por los principales miembros del cuerpo político local.
En suma, los supuestos y los usos del saber esbozados hasta aquí
presentan un panorama sumamente complejo que rehúye de una racionalidad
contemporánea y plantea un fuerte cuestionamiento al postulado de la
centralización del conocimiento. Sin ánimo de exhaustividad, recordemos que la
construcción del conocimiento disponible en la corte podía estar inmersa en una
trama motivacional originada muchas veces en el espacio local y que la
información solía ser utilizada para resistir las disposiciones de la Corona.

Bibliografía obligatoria:

Ø Brendecke, Arndt (2012), Imperio e información. Funciones del saber en


el dominio colonial, Madrid-Frankfurt am Main, Iberoamericana-Vervuert,
cap. VI: “El saber en el setting del dominio colonial”, pp. 253-305.

4
Ø Chocano Mena, Magdalena (2000), La fortaleza docta. Élite letrada y
dominación social en México colonial, siglos XVI-XVII, Barcelona,
Bellaterra, cap. 7: “Letrados coloniales y ámbito imperial”, pp. 261-296.

Bibliografía de referencia:
Amadori, Arrigo (2015), “El comercio rioplatense y la construcción discursiva del
un espacio político por el cabildo de Buenos Aires, 1610-1660”, Histórica,
XXXIX:2, pp. 15-50.
Agüero, Alejandro (2008), Castigar y perdonar cuando conviene a la república.
La justicia penal de Córdoba del Tucumán, siglos XVII y XVII, Madrid, Centro de
Estudios Políticos y Constitucionales.
Berthe, Jean-Pierre y Thomas Calvo, eds. (2011), Administración e imperio. El
peso de la monarquía hispana en sus Indias (1631-1648), Michoacán, El Colegio
de Michoacán – Fideicomiso Felipe Teixidor y Monserrat Alfau de Teixidor.
Bustamante, Jesús (2000), “El conocimiento como necesidad de Estado.
Encuestas oficiales sobre Nueva España durante el reinado de Carlos V”, Revista
de Indias, 60, pp.
Chartier, Roger (2001), “La escritora del ámbito privado”, en Ariès, Philippe y
Georges Duby, dirs., Historia de la vida privada, tomo 3: Del Renacimiento a la
Ilustración, Madrid, Taurus.
Gaudin, Guillaume (2013), Penser et gouverner le Nouveau Monde au XVIIe
siècle. L´empire de papier de Juan Díez de la Calle, commis du Conseil des
Indes, Paris, L´Harmattan.
Kagan, Richard (1981), Universidad y sociedad en la España Moderna, Madrid,
Tecnos.
McKnight, Josep (1988), “Law books on the hispanic frontier”, Journal of the
West, 27.
McKnight, Josep (1998), “Justicia sin abogados en la frontera hispano-mexicana
del norte”, AMDH, 10, pp. 597-610.
Morong Reyes, Germán (2016), Saberes hegemónicos y dominio colonial. Los
indios en el Gobierno del Perú de Juan de Matienzo (1576), Rosario, Prohistoria.

v v v

También podría gustarte