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Polis

Revista Latinoamericana
26 | 2010
Ocio e interculturalidad

Chantal Mouffe, En torno a lo político, Fondo de


Cultura Económica, Buenos Aires, 2007, 144 p.

Jorge Canales Urriola

Editor
Centro de Investigación Sociedad y
Politicas Públicas (CISPO)
Edición electrónica
URL: http://polis.revues.org/244 Edición impresa
ISSN: 0718-6568 Fecha de publicación: 10 août 2010
ISSN: 0717-6554

Referencia electrónica
Jorge Canales Urriola, « Chantal Mouffe, En torno a lo político, Fondo de Cultura Económica, Buenos
Aires, 2007, 144 p. », Polis [En línea], 26 | 2010, Publicado el 10 febrero 2011, consultado el 30
septiembre 2016. URL : http://polis.revues.org/244

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© Polis
Chantal Mouffe, En torno a lo político, Fondo de Cultura Económica, Buenos Ai... 1

Chantal Mouffe, En torno a lo político,


Fondo de Cultura Económica, Buenos
Aires, 2007, 144 p.
Jorge Canales Urriola

NOTA DEL EDITOR


Recibido: 05.05.2010 Aceptado: 16.06.2010

1 Con la publicación de En torno a lo político, Mouffe instala su lectura de lo político y la


democracia en la problemática de la política mundial del nuevo milenio. Preocupada
principalmente por las posibilidades abiertas para la estructuración de un orden mundial
único –posibilidades celebradas por una vasta corriente intelectual de corte liberal y
progresista– y por la emergencia de una derecha populista en varios países europeos, se
propone hacer una crítica a la base política que ha propiciado este escenario, dirigiendo
sus planteamientos especialmente a la socialdemocracia del Viejo Continente. Ésta,
interesada en el perfeccionamiento de la democracia liberal y en la búsqueda de un marco
comprensivo adecuado a la nueva realidad de la política, ha reformulado su concepción
sobre ella poniendo en el centro de su práctica la idea de consenso.
2 La autora sostiene que, una vez desaparecido el enemigo del capitalismo tras la caída del
Muro, la socialdemocracia se sintió llamada a aceptar la hegemonía del neoliberalismo.
Este hecho ha reforzado la perspectiva liberal de la democracia, fortaleciendo en torno a
ella una forma universalizante de la política, centrada en la armonía de intereses y en el
consenso de los partidos. Como resultado, el movimiento estratégico de este sector hacia
el centro ha vuelto difusas las antiguas fronteras entre la izquierda y la derecha, llevando
a la sociedad civil a desinteresarse de la vida política y a perder identidad con los
proyectos políticos, los que, hasta entonces, no sólo lograban movilizar sus intereses sino
también sus pasiones y deseos. Es esta “desmovilización” de la política, precisamente, la

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cuestión sobre la que Mouffe llama la atención, pues implica el abandono de la necesaria
identificación política de la sociedad civil a discursos y prácticas que, levantando
pasiones, pueden poner en riesgo la institucionalidad democrática.
3 Mouffe busca desmontar la perspectiva de esta nueva socialdemocracia introduciendo
una concepción de la política que se opone a los consensos y que enfatiza la inevitable
existencia de conflictos en toda sociedad. Mientras aquella perspectiva pretende superar
la confrontación, la autora sostiene que esta confrontación es insoslayable y que la
preocupación de los teóricos y los políticos de la democracia debería apuntar a
proporcionarle un marco político en el cual desarrollarse democráticamente. En este
sentido es que destaca la dimensión hegemónica de lo político, cuestión que tiene directa
relación con las tensiones y conflictos por el dominio de lo social. Bajo este precepto, la
idea del orden cosmopolita no alcanza a (o no quiere) en sí ver la instauración
hegemónica de un modelo universal. En contra de ello, Mouffe propone una globalización
multipolar que evite la implantación de una hegemonía mundial (unipolaridad) y que
propicie la emergencia de varios polos regionales enfrentados en igualdad de condiciones.
La cuestión es abrir la posibilidad de un escenario de confrontación legítima entre
adversarios que, según ella, no pueden resolver sus diferencias de manera racional. Es por
esto que sus planteamientos apuntan a un objetivo que la propia autora reconoce como
político: redefinir el rol de la política, y particularmente el de la democracia, en los
procesos de constitución de lo social, tanto a nivel nacional como internacional.
4 Para la construcción de su argumento, Mouffe desarrolla en su En torno a lo político cuatro
problemas fundamentales. El primero de ellos tiene un tratamiento teórico. Situándose en
la perspectiva de Carl Schmitt, la autora hace la distinción entre la política y lo político.
Mientras la primera hace referencia a las prácticas e instituciones que permiten el
ordenamiento de la sociedad, el segundo refiere a la dimensión antagónica de lo humano.
La conflictividad constituye una característica inerradicable de lo propiamente humano, y
su negación u ocultamiento trae como consecuencia la imposibilidad de pensar y actuar
políticamente. Desde la perspectiva de Schmitt, lo político se estructura en función de la
conflictividad que supone la distinción amigo/enemigo, y por tanto, entre dos identidades
opuestas. Aquí hay dos cuestiones clave para Mouffe. La primera es que, más allá de lo
irreconciliable que Schmitt concibe la oposición amigo/enemigo, ésta puede pensarse
simplemente como una discriminación nosotros/ellos bajo la cual el diálogo se hace
posible. Y segundo, que esta distinción sostiene la autoconstitución de las identidades
políticas, toda vez que la visión sobre el otro contribuye a la construcción de la identidad
propia. Son identidades que se oponen y se excluyen, pero que son necesarias la una para
la otra. A esta cuestión la autora la llama “exterioridad constitutiva”.
5 Chantal Mouffe adiciona a esta visión conflictual de lo político la cuestión de la
hegemonía. Lo político es también hegemónico, pues instituye el orden que impone un
modo particular de articular las relaciones de poder, y en función de la disputa por la
hegemonía política, la distinción política nosotros/ellos implica una exclusión del otro.
Desde la perspectiva de la autora, tanto el conflicto como la hegemonía son constitutivos
de lo político. Sin embargo, y esto es central en el planteamiento de Mouffe, ambas
cuestiones no indican que la conflictividad conduzca necesariamente a la negación del
otro. Su propuesta es redefinir la oposición nosotros/ellos, cuestión que, de acuerdo a la
noción de “exterioridad constitutiva”, depende de cómo se construye la idea del “ellos”.
Si el otro es visto y asumido como un “otro legítimo”, se vuelve posible “domesticar” la
relación de antagonismo y convertirla en lo que ella llama agonismo. El enemigo es

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asumido, entonces, como adversario, y aún cuando el conflicto no se resuelve


racionalmente, se le legitima, evitando con ello que se destruya la asociación política. Este
es el núcleo de su planteamiento teórico. Lo importante es que, asumiendo la lucha
agonista como una lucha por la hegemonía, sin salida racional, se generen canales
políticos legítimos para la disidencia. Mouffe acude al ejemplo que pone Elías Canetti
cuando describe el parlamento como un campo de batalla en el que los adversarios se
enfrentan encarnizadamente pero han renunciado a matar. De ahí la relevancia que la
autora le otorga a la existencia de un espacio simbólico compartido que permita
estructurar una institucionalidad democrática, asegurando con ello la confrontación
agonista.
6 Canetti entrega otro elemento importante a Mouffe –que ella complementa con los
aportes del psicoanálisis–, refiriéndose al rol de las pasiones en la constitución de las
formas colectivas de identificación, y por tanto, de la acción política. Existe una innegable
dimensión afectiva en lo político, cuestión que según Mouffe exige dos cosas a la
democracia: primero, ofrecer a la sociedad civil canales políticos para la movilización de
los afectos, las pasiones y los deseos, y segundo, construir las distinciones nosotros/ellos
en función a criterios políticos y no a definiciones esencialistas y/o morales –que
conducen a una negación del otro, y por tanto, a un socavamiento de la democracia. El
que estas distinciones se hagan políticamente permite visualizar su carácter contingente,
y por tanto, no asumen la forma de una confrontación trascendental sino más bien la de
una disputa por la hegemonía. En este sentido es que la autora plantea que la
confrontación agonista es una condición de existencia de la vida democrática, pues sin
negar el conflicto no permite la destrucción. La democracia liberal, lejos de ser rechazada
de plano, debe ser transformada radicalizando sus supuestos democráticos,
particularmente los de una institucionalidad que canalice el conflicto y la confrontación
legítima. Para este objeto es que debe levantarse un proyecto contrahegemónico al
modelo neoliberal y a la democracia consensual, y que en su apuesta política debería
representar el proyecto de la izquierda.
7 El segundo problema que desarrolla En torno a lo político es el de la particular lectura
sociológica sobre la política que emerge en el escenario de la globalización, a la que
Mouffe llama “pospolítica”. Esta perspectiva, que pretende la superación de la política
tradicional y que ha influido fuertemente en los partidos socialdemócratas, es abordada
por la autora a partir del análisis de los planteamientos de Anthony Giddens y Ulrich
Beck. En términos generales, ambos coinciden en que la sociedad moderna ha entrado en
una segunda modernidad –a la que Beck llama “modernidad reflexiva” y Giddens
“sociedad postradicional”–, en la que los procesos de desarrollo son vistos desde los
límites del progreso, y por tanto, desde la incertidumbre. La palabra clave aquí es
reflexividad, y refiere al cómo la sociedad se observa a sí misma, observa su accionar
concreto y lo “corrige” desde las prácticas concretas de la multiplicidad de realidades
sociales. Ulrich Beck propone el concepto de “subpolítica” para designar el nuevo rol que
adquiere el individuo en la política y su construcción “desde abajo”. Giddens habla de la
“política de vida” para poner el acento en el proyecto reflexivo del yo. Ambos autores
enfatizan el individualismo como un desafío cierto a la política tradicional, y de ahí la
necesidad de superar las prácticas e instituciones de la política centradas en las grandes
identidades. Por lo mismo, proponen reformar el Estado y los gobiernos para permitir el
diálogo con la sociedad civil.

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8 En la visión de Mouffe, la pospolítica no logra comprender la política. Se desentiende del


rol de las identidades colectivas en ella, no logra ver las relaciones de poder y su
estructuración social, y tampoco reconoce el papel de la hegemonía. Para la autora, la
influencia de esta perspectiva es una de las razones por las cuales la socialdemocracia se
resigna ante el capitalismo y rehúye de su análisis crítico. Pero el verdadero problema es
que la idea de modernización, que constituye el núcleo de la perspectiva teórica
pospolítica, se convierte en la justificación básica para la discriminación nosotros/ellos
entre la nueva y la vieja política. Impone una frontera supuestamente científica a los
“tradicionalistas” y “fundamentalistas”, encubriendo con ello la naturaleza propiamente
política de una distinción de este tipo. En la afirmación de una postura de renovación de
la socialdemocracia, intenta legitimar científicamente una exclusión que no es construida
sino con criterios políticos, cuestión que no sólo invisibiliza el carácter conflictual de la
política, sino que además impide (y le exime de) la confrontación agonista y el
cuestionamiento de la hegemonía neoliberal.
9 El tercer problema dice relación con los desafíos que la realidad le presenta a esta
perspectiva pospolítica. Una primera cuestión que debe enfrentar es la emergencia del
populismo de derecha en Europa. Según la autora, este surgimiento sucede precisamente
en los países en los que se han ido estrechando consensos de centro, es decir, donde más
difusamente se presentan las fronteras entre izquierda y derecha. El caso emblemático es
el triunfo de Jörg Haider en Austria. Esta derecha, a diferencia del modelo racional de los
demócratas de centro, ha logrado levantar una identidad colectiva nosotros/ellos
apelando a una idea de “pueblo” que se opone a la elite gobernante que lo excluye. Su
éxito, dice Mouffe, se debe en gran parte a la incapacidad de los partidos democráticos de
ofrecer polos de identificación colectiva y a la habilidad de la derecha de articular
demandas democráticas reales no consideradas por esa elite. Lo problemático es que la
política democrática no ha sabido comprender el fenómeno, y en vez de ello, ha reforzado
la distinción nosotros/ellos a partir de la oposición “buenos demócratas” y “extrema
derecha”, es decir, invocando un criterio moral que oculta el carácter político de esta
discriminación. La cuestión es clave, pues muestra que la negación u ocultamiento del
conflicto no sólo impide el agonismo, sino también, y más grave aún, promueve la
emergencia de antagonismos que ponen en peligro la institucionalidad democrática.
10 En la línea de esta reflexión, la autora resalta un segundo problema: el surgimiento del
terrorismo. Éste, afirma, es deudor de la imposición ilimitada del mercado neoliberal,
dado que a la disidencia no le es posible levantar canales políticos legítimos para
oponérsele, cuestión que finalmente conduce a los grupos fundamentalistas a una
negación radical del orden establecido. Schmitt entrega un elemento interesante al
respecto, dice Mouffe, al criticar la idea liberal del universalismo, pues con ella el
liberalismo se arroga para sí la idea de humanidad y de ética humanitaria, justificando
con ello su impronta imperialista. La autora critica la perspectiva de Habermas presente
en la defensa de la racionalidad y de la validez universal de la democracia liberal, puesto
que, ante su argumentación, la oposición a esta democracia liberal aparece como
irracional y moralmente retrasada. Habermas consagra los derechos humanos con un
contenido moral universal y bajo la forma de derecho legal, y más aún, sostiene que su
institucionalización global ya está en marcha. Para Mouffe esto significa una
universalización forzada del modelo occidental, lo que unido a la idea de superioridad de
la democracia liberal, invoca comprensiblemente reacciones de resistencia más bien
violentas. Así, pone de relieve la naturaleza antipolítica del enfoque liberal racional, en el

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que lo universal se asocia de manera oculta a lo hegemónico, haciendo el primero el papel


de su justificación filosófica.
11 La última cuestión que Mouffe presenta en su libro se refiere al problema del orden
mundial. En cuanto a la política internacional, el pensamiento pospolítico consagra la
idea de un orden cosmopolita, el que la autora vincula a la evasión de la dimensión
antagónica de lo político y a la supuesta superioridad de la democracia liberal. Sin prestar
atención a las versiones neoliberales acríticas del cosmopolitismo, centra su análisis en la
idea de “transnacionalismo democrático” de Richard Falk y Andrew Strauss, y en la idea
de “cosmopolítica” de David Held y Daniele Archibugi. La primera de ellas busca en la
sociedad civil la posibilidad de instalar procesos democráticos a nivel global, y propone
una Asamblea Parlamentaria Global (APG) que contribuya a superar los límites que los
Estados ponen al proceso democrático basado en los derechos humanos. Por su parte, la
“cosmopolítica” pone mayor énfasis en diseños institucionales que posibiliten una
democracia global, sosteniendo la idea de un derecho público democrático cosmopolita.
Para Mouffe, ambos enfoques oscurecen la hegemonía occidental, y por tanto, no
permiten ver, entre otras cosas, la función legitimante que tiene la apelación a los
derechos humanos, el socavamiento de la soberanía y la autodeterminación que supone
un derecho cosmopolita, y la inviabilidad de una organización global democrática que no
haya superado las desigualdades entre los países. El orden cosmopolita aparece así como
la imposición de un orden único sobre el mundo entero. Un orden que, por cierto, no es
neutro. La idea de gobernación desarrollada por el cosmopolitismo, que pone su acento en
la solución de problemas específicos, concernientes a grupos y asociaciones específicas,
muestra una concepción de la política centrada en la resolución de problemas técnicos y
no como una confrontación agonista de proyectos hegemónicos. Más allá de negarse a ver
la hegemonía, el enfoque cosmopolita pretende superarla y construir un orden mundial
sin ella.
12 Para Mouffe el cosmopolitismo trasciende las fronteras del centro democrático y logra
levantar incluso versiones ultraizquierdistas, que es como cataloga a Imperio, el libro
cumbre de Antonio Negri y Michael Hardt. La autora critica su cercanía con el liberalismo,
particularmente en su expectativa de superar la soberanía para iniciar un proceso
democrático global. Les reprocha su idea de la “multitud” como la carne del contra-
imperio, pues no muestra más que una forma mesiánica sin discusión teórica alguna
sobre su constitución como sujeto revolucionario o sobre su acción política. Además,
Negri y Hardt desestiman la articulación horizontal de las diversas luchas –a lo que
Mouffe llama una “cadena de equivalencias”–, y desvaloran el carácter local y nacional de
éstas, en el supuesto de la desterritorialización de la política, cuestión que para la autora
significa renunciar a tácticas fundamentales en la construcción de una contrahegemonía.
Mouffe considera que esta propuesta de una “democracia absoluta” se basa, al igual que el
cosmopolitismo, en una visión no pluralista del mundo, pues lo que busca con el triunfo
de la “multitud” es precisamente eliminar la oposición nosotros/ellos, una forma
posmoderna de anhelar un mundo reconciliado. La cuestión se halla, sin embargo, en la
necesidad de renunciar a la idea de un mundo unificado. “La izquierda debería reconocer
el carácter pluralista del mundo y adoptar la perspectiva multipolar” (124). En términos
políticos, y esta es la propuesta de la autora, la multipolaridad consiste en la construcción
de polos regionales y la federación de identidades culturales, el camino que visualiza para
la pluralización del mundo y el levantamiento de contrahegemonías.

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13 Finalmente, la preocupación de Mouffe por el triunfalismo pospolítico que supone la


eliminación del conflicto, se convierte en la pregunta del para qué de la democracia. El
camino que ha tomado la política mundial luego del fin del socialismo real no sólo niega
lo político, sino también instala las bases propicias para el socavamiento de la
democracia. He aquí la tarea de la izquierda, sugiere su libro, la que debería volver a
considerar el fundamento de lo político, y desde ahí radicalizar los supuestos
democráticos.

AUTOR
JORGE CANALES URRIOLA

Universidad de Chile, Santiago, Chile. Email: jcanalesu@hotmail.com

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