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Stocking Franz Boas y El Concepto de Cultura en Perspectiva Historica PDF
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En vista de lo que es tal vez su temática más frecuente —la actividad mental
racional y consciente de quienes son más autoconscientes y racionales en cualquier
sociedad— podría asumirse que, en un cierto nivel explicativo, la historia intelectual
debería ser una cuestión relativamente directa. A excepción tal vez de poetas y místicos,
la pregunta en torno de lo que el hombre dice —en especial el científico— no debería ser
tan difícil de responder. Desdichadamente, hay muchas razones por las que esto no es
así. Una de las más obvias la constituyen las barreras que separan al historiador de las
ideas y los contenidos del pensamiento de un hombre: problemas de lenguaje, de
competencia técnica, de contexto cultural y de perspectiva temporal. Además de estas
barreras entre lector y significado, un conjunto de factores propios del pensamiento de un
hombre obstaculiza la explicación: contradicción, confusión, oscuridad así como su
desarrollo en el tiempo. Pero más allá de estas dificultades, existe otra que sugiere una
analogía entre pensamiento individual y los procesos y patrones de la cultura misma: no
puede siempre asumirse que el contenido y la dirección históricamente significativos del
pensamiento de un hombre hayan sido plenamente conscientes para él.
No es simplemente que las preguntas que él se formuló no sean nuestras propias
preguntas ni que ya no podamos recordar las alternativas que él procuró excluir en sus
respuestas. La “transformación-con-preservación paradójica” planteada por el profesor
Levenson puede haber operado en su propio pensamiento, de modo que sus
interrogantes, alternativas y respuestas pueden haberse modificado con el tiempo sin
haber sido él consciente de ello. Más aun, de este proceso pueden haber surgido —si se
trata de alguien cercano a nuestro tiempo— los supuestos que son hoy nuestros
supuestos, sin que él tomara conciencia de este cambio.
En el caso de Franz Boas, todo esto se complica aun más debido a dos
características adicionales de su pensamiento en general. De un lado, está su método de
composición, por el cual unía trozos de materiales publicados previamente,
reestructurándolos, añadiéndolos, cortándolos, introduciéndoles sólo aquellos cambios
que él sentía como absolutamente necesarios para insertar una formulación previa en el
marco de su pensamiento del momento. De otro lado, está el hecho de que Boas no era un
pensador teórico sistemático. No unió ni presentó a la posteridad antropológica una
“teoría” de la cultura que el historiador pueda tomar en algún sentido como el contenido
“dado” de su obra.
Sin embargo, muchos de los antropólogos que trataron el tema de la cultura de modo
más sistemático fueron entrenados por Boas y estudiaron unidos a él por una trama
ambigua de relaciones psicológicas, institucionales e intelectuales. Casi todos lo
reverenciaron como el “fundador” de su disciplina. Sería sorprendente que el concepto de
cultura que ellos elaboraron no estuviera fuertemente influenciado por su pensamiento.
El problema consiste entonces en re-crear un patrón de pensamiento sobre la
naturaleza de la cultura en una mente individual, patrón que resulta oscurecido por efecto
de los factores enumerados, pero que sin embargo tenemos buenas razones para suponer
que puede ser encontrado. Como en cualquier reconstrucción histórica, la solución la
facilita el conocimiento del esquema resultante en antropología —sobre la base de mi
propio conocimiento del estado actual del pensamiento antropológico sobre la cultura—.
En este caso, colabora también la previa reconstrucción de una porción de los esquemas
a partir de los cuales el mismo Boas formuló sus ideas. Tomando en cuenta estos puntos
“fijos”, junto con las indicaciones de cambios que sugiere la composición a partir de
retazos del autor y tomando en cuenta la relación con el corpus de su obra, he re-creado
(o tal vez creado) los esquemas cambiantes del pensamiento de Boas sobre la cultura
durante un cierto período de su vida.
Leopold von Ranke una vez dijo que la vocación del historiador es divina, y en este
contexto uno puede entender tal vez por qué. En una edad secular, uno podría calificarlo
como colosalmente presuntuoso. Pero en una edad ahistórica, lo que impulsa al
historiador es poco más que la satisfacción de haber reconstruido, aun parcial e
inadecuadamente, una porción de un mundo intelectual que nunca volverá a tener más
que una existencia derivada.
Sin duda los métodos para tal reconstrucción hipotética pueden ser definidos con
mayor precisión. Sin duda los resultados pueden ser sometidos a verificación por otros a
quienes interese volver sobre el material relevante. Sin menospreciar tales esfuerzos, sin
embargo sospecho que la prueba última de la validez —y en algún sentido de la
realidad— de tales reconstrucciones habrá de depender de los criterios que tal vez nunca
podamos especificar exhaustivamente. En el momento actual, me contento con la
esperanza de que esta reconstrucción sea útil para entender a Franz Boas y su concepto
de cultura.
Huelga decir que no estoy reclamando para Boas el papel de “inventor” del concepto
antropológico de cultura —como otros han reclamado para Tylor—. No hay duda de que la
idea de cultura atravesaba cambios de significado en otras mentes distintas de la de
Boas, y sería muy valioso indagar más en el uso del término en este período, en especial
en Alemania. Tampoco pretendo sugerir que las raíces del determinismo cultural y del
relativismo cultural deben sólo buscarse en la obra de Boas. Más allá de manifestaciones
más tempranas, basta con destacar que en ese tiempo la determinación cultural y social
del comportamiento individual era materia de preocupación entre pensadores de toda la
gama de las ciencias sociales, independientemente de la terminología empleada. De
manera similar, el relativismo era un problema para numerosas mentes de pensadores,
con frecuencia en un nivel de mucha mayor sofisticación filosófica que el de Boas. Pero
concediendo que el desarrollo que he de abordar debiera ser pensado en términos de
“germinación y crecimiento” de ciertas tendencias generales dentro de la mente
individual, sostengo empero que Boas contribuyó mucho más a su desarrollo que lo que
ha sido reconocido hasta el momento tanto por los historiadores como por los
historiadores de las ideas.
He agregado un número significativo de materiales nuevos a la versión previamente
publicada. Aun así, no ha sido posible abordar aquí todos los aspectos del pensamiento
de Boas sobre la cultura o todos los modos en que tal pensamiento impactó hacia atrás
sobre los supuestos raciales. Queda mucho por decir sobre el pensamiento de Boas en
torno de los problemas del proceso cultural. Más aun, al enfatizar en la obra de Boas
sobre el folklore y su crítica del determinismo racial, he dejado de lado otras áreas de su
trabajo vinculadas a la cultura. En sus variados escritos sobre el lenguaje y el arte
primitivo, Boas sugirió también algunas ideas sobre patrones inconscientes en la
conformación de los fenómenos culturales y sobre el origen y el carácter de los sistemas
de clasificación cultural. Pero, dado que he tratado en otro lado algunos aspectos de la
significación del pensamiento lingüístico boasiano y dado también los límites de este
ensayo, considero justificado el énfasis actual.
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... esta vinculación con nombres heredados aparece más fuerte tan
pronto tomamos en consideración realidades de un orden menos
material. Esto es a causa de que en tales casos la transformación
ocurre demasiado lentamente como para ser perceptible por los
hombres que resultan afectados por ellas. No sienten la necesidad
de modificar su denominación (label), porque se les escapa el
cambio del contenido.
Marc Bloch
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del hombre primitivo (The Mind of Primitive Man) que derivan de éste revelan algunos
cambios interesantes en el uso de los términos “cultura” y “civilización”:
1894. “¿Fue la cultura de los pueblos civilizados antiguos de tal carácter que
nos permite reclamar para ellos un genio superior al de cualquier otra raza?”
1911. “¿Fue la civilización de estos pueblos antiguos de tal carácter...?” etc.
1894. “... cada pueblo que participó de la civilización antigua añadió a la
cultura de otros”.
1911. “... cada pueblo que participó en el desarrollo antiguo contribuyó al
progreso general”.
1894. “... pero no puede haber duda de que el status general de su cultura era
casi igualmente alto”.
1911. “... pero no puede haber duda que el status general de su civilización era
casi igualmente alto”.
Boas introdujo cambios similares en el uso de la palabra cultura en su
traducción de 1940 de una charla que dio en alemán en 1887, “Los objetivos de la
Etnología” (“The Aims of Ethnology”). En conjunto con ciertos pasajes de su diario
epistolar de la expedición ártica de 1883, estos trozos de evidencia conducen todos
a la siguiente conclusión: Boas inició su carrera con una noción de cultura que se
hallaba aún en el marco del modo humanista tradicional y del uso evolucionista de
la época. La cultura era todavía un fenómeno singular, presente en mayor o menor
grado en todos los pueblos. Hacia 1911, este significado le es dado —según los
ejemplos citados— a la “civilización”. Al parecer, en ese momento Boas percibió que
la palabra cultura era más adecuada para designar a las “culturas” de los grupos
humanos individuales.
Lo que está en cuestión aquí es precisamente el surgimiento del concepto
antropológico moderno. En el caso de este nombre heredado en particular,
afortunadamente contamos con un indicador de inflexión en los cruciales cambios
de significado. La cultura pre-antropológica es singular en su connotación, la
antropológica es plural. En mis lecturas de Tylor no he notado instancia alguna en
que la palabra cultura aparezca en plural. En mis amplias investigaciones de la
ciencia social norteamericana entre 1860 y 1915, no he encontrado ningún caso de
forma plural previa a 1895, a excepción de Boas. Las referencias son a “estadios
culturales” o “formas de cultura” como las usó Tylor pero no a “culturas”. El plural
sólo aparece con regularidad en la primera generación de estudiantes de Boas
alrededor de 1910.
Resulta tentador interpretar este cambio en términos de la experiencia de
campo —tentador en especial para los antropólogos actuales para quienes el trabajo
de campo es tanto rito de pasaje subcultural como piedra de toque metodológica de
la disciplina—. En este contexto, es posible ver, de un lado, al etnólogo victoriano en
su escritorio rearmando los elementos fragmentarios de las culturas en secuencias
evolucionistas que conducen del salvajismo inferior a la misma antesala de su
escritorio; en contraposición tenemos a Boas, que “debe ser entendido en primer
término como trabajador de campo”. Sobre esta base se ha sugerido que la visión
tyloriana de cultura no podría haber resistido el trabajo de campo prolongado, y se
ha entendido la apreciación de Boas del rol de la cultura como una suerte de
experiencia de conversión en el Ártico o como una respuesta directa a las
complejidades de la cultura de la costa noroccidental.
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con los tradicionales relatos bíblicos del desarrollo humano. Sea como fuere, la
preocupación de los evolucionistas con respecto al tema es evidencia de su
centralidad teórica, y los evolucionistas tardíos como Powell y Brinton fueron en
ocasiones defensores casi dogmáticos de la invención independiente. En contraste,
Boas, tanto por sus vínculos con la geografía como por su enfoque histórico, estaba
predispuesto a favor de la alternativa difusionista, y su desilusión con el
determinismo geográfico simplemente acentuó esta tendencia: para él, las
“circunstancias similares” elicitadas por la “invención independiente” de los
evolucionistas era simple determinismo geográfico disfrazado.
El problema fue más tajantemente planteado por Boas tras su primer trabajo
de campo en la costa noroccidental. Un año más tarde recordaba que “el problema
que tenía en vista... era estudiar las razones por las cuales tribus de diferentes
troncos lingüísticos participaban en una cultura común. Mi método es investigar las
peculiaridades de las tribus individuales, que se obtienen a través de la
comparación del lenguaje, las costumbres y el folklore”. Boas incluía en esto la
finalidad etnológica más tradicional de delinear las relaciones entre varios grupos
tribales. A pesar de este testimonio posterior, su diario de campo del otoño
precedente sugería, sin embargo, que Boas aún tendía a considerar a estos grupos
en términos tradicionales como comunidades de raza, lengua y cultura. Su meta era
clasificatoria en algún sentido, pero era una clasificación histórica o genética. Boas
tenía, sin embargo, un tipo de hipótesis metodológica que aparentemente había
desarrollado en el curso de su trabajo con Bastian: que la mitología (vista en
términos de similitudes de sustancia tanto como repositorio de datos históricos)
podía ser “una herramienta útil para diferenciar y juzgar las relaciones entre
tribus”. Aunque la “confusión de dialectos y lenguas” amenazó con “superarlo”
durante los primeros días, Boas recolectó intensamente mitos y cuentos y en un
tiempo muy corto sintió que “esta masa de historias está comenzando gradualmente
a dar frutos porque ahora puedo descubrir ciertos rasgos característicos de los
distintos grupos de gentes”. Sin embargo, la hipótesis de Boas no estaba
completamente preparada para dar cuenta de los resultados que iba a encontrar.
Estaba bastante sorprendido por el hecho de que tribus que eran lingüísticamente
distintas compartieran “tan grande similitud en mitos y creencias” y que tribus con
la misma lengua tuvieran mitologías distintas. De a poco modificó su suposición
inicial acerca de la uniformidad de la cultura del área y llegó a la conclusión de que
ella se había desarrollado desde varios centros diferentes. Todo esto simplemente
confirmaba su creencia de que la “evolución de la cultura de estas tribus” era un
problema histórico en el sentido que debía distinguirse para cada grupo lo que era
original y lo que era prestado, tanto en lo que atañe al folklore y las costumbres
como a la lengua.
En su segundo viaje a la Columbia Británica en 1888, Boas procuró limitar su
trabajo al estudio cuidadoso de varias tribus, para considerar su relación en detalle.
Pero su amplitud estaba definida de hecho por los intereses del Comité de la
Asociación Británica para el Avance de la Ciencia, tal como eran interpretados por
su agente jefe americano, Horatio Hale, quien estaba directamente a cargo del
trabajo de Boas. Hale empujó a Boas a la investigación etnográfica general y hacia
la antropología física y el estudio de la organización social. El énfasis en la última
reflejaba los intereses teóricos de ese momento de E. B. Tylor, el espíritu conductor
del comité de la Asociación Británica, quien en esa época estaba trabajando en un
artículo “Sobre un método para investigar el desarrollo de instituciones aplicado a
las leyes del matrimonio y descendencia”. En este gran esfuerzo teórico de sus
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últimos años, Tylor publicó los resultados de la tabulación de datos del sistema de
parentesco de unos 350 grupos. Notando las “adhesiones” —o la más que casual
tendencia de los agregados de costumbres a ocurrir conjuntamente— Tylor
interpretó sus resultados como la prueba de la secuencia evolucionista uniforme de
las formas de matrimonio matrilineal a las formas patrilineales.
Poco después de su retorno de la Columbia Británica en 1888, Boas recibió de
Tylor un resumen de este artículo, que lo impactó fuertemente. De hecho, Tylor
había sido estimulado en parte por la concepción de Bastian acerca de la
Gedankenstatistik —un estudio estadístico de las ideas folk—. Boas estaba por
supuesto familiarizado con esta noción y también había sido influenciado por la
concepción de Bastian de la “provincia geográfica” como el área de diferenciación de
la Volkergedanken. En este contexto, Boas pensó inmediatamente en aplicar el
método de Tylor a sus propios estudios de folklore, los que hasta este momento
habían sido realizados en términos de un enfoque más bien impresionista respecto
de la similitud de los elementos de los relatos. Tylor proponía un método mucho
más rigurosos para abordar el problema de las relaciones históricas de difusión. El
escrito de Tylor debió ejercer un gran atractivo para un hombre cuyo historicismo
holístico coexistía con un comparativismo elementarista heredado de las ciencias
naturales. Por un tiempo, Boas creyó que “todo podría resolverse por los métodos”
implícitos en el artículo de Tylor.
Pero si Tylor abrió nuevas perspectivas etnológicas para Boas, éstas eran
bastante diferentes de las que Tylor vio desde su sillón de Oxford. No era sólo que
Boas se interesara en la difusión histórica. Como le indicó a Tylor en una carta de
comienzos de 1889, también le interesaba el problema psicológico de cómo “material
foráneo tomado por un grupo (es) modificado por ideas y costumbres preexistentes”.
Al notar que la cuestión traía consigo el tema de la invención independiente, Boas
concluyó con la sugerencia de que “es el signo más característico de la diversidad de
nuestros métodos actuales en la ciencia física y la psicológica el que en base a los
primeros nos inclinemos a derivar formas similares de una fuente original, mientras
que en la ciencia psicológica nos inclinamos a creer que una idea puede
desarrollarse independientemente en diferentes comunidades o individuos”. Boas
parece entender por físicas a las ciencias naturales en general, y específicamente a
la biología evolucionista; por psicología, a la etnología evolucionista. De hecho,
había puesto el dedo en una discrepancia fundamental entre los dos. Tal vez por
deferencia de Boas hacia el evolucionismo de Tylor, Boas borró la última frase de la
versión final de su carta. Sin embargo, estaba señalando claramente a las raíces
mismas de la etnología evolucionista.
Boas elaboró su nuevo enfoque en varios estudios sobre mito y folklore
publicados entre 1891 y 1896. El problema de la invención independiente y la
difusión era particularmente agudo entre folkloristas. Como antídoto para los
ambiciosos esfuerzos de viejos autores relativos a “trazar las migraciones y
afinidades de naciones por semejanzas” de los mitos, Daniel Brinton —el mayor
estudioso de la mitología india americana— había impulsado la teoría de que estas
similitudes eran casi invariablemente el resultado de la tendencia de los salvajes a
inventar explicaciones independientes pero semejantes entre sí acerca de los
fenómenos naturales. El difusionismo, sin embargo, era aún un punto de vista
respetable entre los estudiosos del folklore europeo y estos hombres jugaban un
importante papel en la recientemente formada American Folklore Society, la
audiencia a la que Boas dirigió sus más importantes afirmaciones sobre el tema.
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formularan más suposiciones que las que la propia perspectiva de Boas permite
plantear. Todo lo que podría hacerse es sugerir la existencia de ciertas relaciones
históricas. De todos modos, es cierto que el enfoque de Boas focalizó la atención en
la fundamental historicidad de los fenómenos culturales —en el hecho de que éstos
eran resultado de procesos históricos específicos y complejos— tanto como en los
procesos históricos que los condicionaban. En este aspecto se ubicó en marcado
contraste con los evolucionistas. Algunos autores han notado la ocurrencia del
término “aculturación” en 1895 como evidencia del moderno pensamiento
antropológico. Pero para W. J. McGee, el punto crucial era distinguir cuatro
estadios de aculturación —marcial, marital, comercial y educacional
correspondientes con los estadios evolutivos generales de salvajismo, barbarie,
civilización e ilustración, y evidenciando el progreso general de la humanidad—.
Para Boas, la aculturación tenía que ver con el proceso de diseminación de
elementos culturales, con las condiciones que gobernaban “la selección de material
extraño encarnado en la cultura del pueblo, y la transformación mutua de la
antigua cultura y el material recientemente adquirido”. No es necesario decir que es
en el último aspecto, no en el primero, que se desarrollaron los modernos estudios
de aculturación.
Pero todo esto no basta para indicar el punto más importante. Leslie White ha
sugerido que Boas estaba tan “obsesionado con los particulares” que “no podía ver
las líneas o formas generales”. White encuentra la clave del trabajo y el pensamiento
de Boas en la última sugerencia de que, una vez que “el orden simple y hermoso” de
la etnología evolucionista fue quebrantado, “el estudioso (quedó) ante la multitud y
complejidad de hechos que desmentían la simetría del edificio que habían erigido
laboriosamente”. En esta situación, de acuerdo con White, Boas se quedó con poco
más que el “caos de costumbres y creencias” que encontró en los datos de sus
trabajos de campo. Sin embargo, afirmar esto es descuidar el residuo positivo de la
crítica de Boas al método y la teoría evolucionista. Es verdad que una vez que el
“gran sistema de evolución de la cultura válido para toda la humanidad” hubo
perdido su plausibilidad, resultaba difícil “reunir en un sistema” la “multiplicidad
de líneas convergentes y divergentes” que se revelaban en su lugar. Pero fue
precisamente en el proceso de desviar la atención hacia estas líneas divergentes, de
focalizar no en “las características comunes a todo el pensamiento humano” sino en
sus “diferencias”, de reconocer que “antes de buscar lo que es común a toda la
cultura, debemos analizar cada cultura”, fue entonces que la “cultura” individual de
los evolucionistas devino en el plural “culturas” del moderno antropólogo.
Más aun, esta pluralidad cultural históricamente condicionada tuvo
importantes consecuencias en lo relativo al problema de la capacidad racial. Aun
cuando los últimos progresos del pensamiento de Boas sobre el tema serán tratados
más adelante, vale la pena destacar aquí algunos puntos que esbozó hacia 1894, en
el contexto del desarrollo de su crítica al evolucionismo. Debido a la extendida
difusión de los elementos culturales, ninguna de las tempranas civilizaciones de la
humanidad podía ser considerada “el producto del genio de un solo pueblo”.
“Innumerables pruebas han aparecido mostrando que las ideas se han diseminado
a medida que la gente se ponía en contacto entre sí y ni la raza, ni la lengua, ni la
distancia limitan su difusión”. El factor crucial eran las condiciones específicas para
el contacto cultural: los negros africanos habían tomado mucho de los árabes en la
Edad Media y muy poco de la cultura de la Europa moderna. En síntesis, Boas
señalaba que la civilización europea había interrumpido los promisorios comienzos
de civilización en otras áreas y creía que el más temprano logro de la civilización en
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Europa, visto en una perspectiva milenaria, no era más que una ocurrencia
histórica azarosa. “Brevemente, los eventos históricos parecen haber sido mucho
más potentes que las facultades en llevar a las razas a la civilización, y se sigue de
ello que los logros de las razas no nos permiten asumir que una raza esté mejor
dotada que otra”.
Hasta aquí hemos trazado el desarrollo de la crítica de Boas al evolucionismo y
señalamos que —además de sus consecuencias para el pensamiento racial— esta
crítica dejó como residuo positivo un concepto de pluralidad de culturas
históricamente condicionadas en lugar de una sola secuencia de estadios
evolutivos. En este punto es necesario afrontar una de las antinomias subyacentes
al pensamiento de Boas. En un sentido, esta pluralidad siempre había estado allí
para el cosmógrafo romántico que podía percibir la unidad subjetiva de cada grupo
tribal, pero si la crítica de Boas al evolucionismo estaba condicionada por la
percepción del todo del cosmógrafo, paradójicamente su formulación la efectuaba
desde el punto de vista de un científico natural, mediante la aplicación de criterios
lógicos y empíricos a la comparación de los elementos. Boas siguió aproximándose a
la cultura en términos de sus elementos constitutivos. Él simplemente propuso otro
método para el estudio de esos elementos —un método que conduciría a la visión
fragmentaria de la cultura que caracterizó a una importante corriente del
pensamiento antropológico norteamericano hasta alrededor de 1930—. Pero el
hecho de que la noción de pluralidad cultural hubiera sido elaborada mayormente
en el curso del estudio de la difusión histórica de los elementos culturales
individuales no debería oscurecer la continua dualidad en el pensamiento de Boas
acerca de la cultura, el cual es evidente en observaciones que realizó acerca de
mitologías tribales en 1898: “Las mitologías de las variadas tribus tal como las
encontramos hoy no son desarrollos orgánicos, sino que han aumentado
gradualmente y han obtenido su forma presente por adición de material foráneo”.
Pero aunque fuera siempre adoptado a medida, este material foráneo era “adaptado
y cambiado en su forma de acuerdo con el genio del pueblo que lo tomó prestado”.
Por una parte, la cultura era simplemente una aglomeración accidental de
elementos individuales. Por la otra, la cultura era a la vez una totalidad
espiritualmente integrada que de algún modo condicionaba la forma de sus
elementos. Este último interés en las culturas como un todo y sus sentidos
psicológicos —en los “genios de los pueblos”— habría de tener también importantes
consecuencias para el desarrollo del concepto antropológico de cultura. Cuando
alrededor de 1930 la antropología norteamericana se volcó a los problemas del
modelamiento de totalidades culturales y las interrelaciones de cultura y
personalidad, simplemente se estaba recogiendo una de las líneas de esta dualidad.
“El genio de un pueblo” —la frase misma es muy sugerente—. Específicamente,
recuerda los intereses etnológicos de hombres que tuvieron directa influencia en el
trabajo de Boas: el Volkergedangen de Bastian, y las “almas del folk” de Moritz
Lazarus y Heymann Steinthal. Hay además resonancias del pensamiento romántico
alemán, desde la concepción de Herder de la historia en términos de la encarnación
del espíritu humano en formas étnicas o nacionales orgánicas. La frase evoca
también tradiciones del pensamiento racial del siglo diecinueve a las cuales Boas se
oponía de una manera explícita. Muchas de las raíces del pensamiento racial
pueden rastrearse hasta el planteo de la diversidad orgánica de Herder. El
pensamiento de Boas sobre la diversidad étnica enraizaba en las mismas fuentes.
Pero su problema como crítico del pensamiento racial era definir “el genio de un
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papua y los civilizados ingleses eran leves; en otros, los investigadores se inclinaban
a explicarlas en términos culturales. No obstante ello, algunas diferencias eran
claramente asumidas como innatas. McDougall concluyó que el sentido papua del
tacto era “dos veces más delicado que el de los ingleses, mientras que su
susceptibilidad al dolor era apenas la mitad”. Myers, a pesar de los resultados
equívocos de sus propias pruebas, sugirió que las diferencias de tiempos de
reacción podrían ser la “expresión de diferencias raciales en el temperamento”.
Tal vez debido a esta indeterminación, los resultados generales de las
investigaciones realizadas en el Estrecho de Torres fueron evaluados de maneras
diversas. Aunque Rivers concluyó que “la pura agudeza de los sentidos es la misma
en todas las razas”, aún creía que la aparente insensibilidad al color azul que halló
entre los papua, y más tarde entre los toda y los campesinos en Egipto daba sostén
a la teoría sugerida primero por William Gladstone en 1858 de que el sentido del
color del hombre ha evolucionado con el avance de la civilización. Rivers también
estaba muy impresionado por el hecho de que los toda, cuyo desarrollo “cultural”
general era “indudablemente” intermedio entre los papua y los ingleses, también
ocupaban una posición intermedia en sus mediciones sensoriales; esto le sugería
que había una conexión entre la capacidad sensorial y el “desarrollo intelectual
general”.
Independientemente de cómo fueran interpretados más tarde, los estudios del
Estrecho de Torres no llevaron a William Rivers a la conclusión de que no había
diferencias raciales mentales de significación evolutiva. Como en el caso de
McDougall, siguió adelante hasta volverse un vocero de la desigualdad de las razas,
y de hecho su experiencia en el Estrecho de Torres le servía como evidencia del
temperamento racial del negro, extrovertido, simpático y sumiso. Por último, debe
notarse que los críticos también han diferido en la interpretación de los resultados,
algunos viéndolos en términos spencerianos, otros en términos boasianos.
Un estudio mucho más extensivo de las diferencias mentales entre razas fue
llevado a cabo en 1904 en la Feria de Compras de Louisiana en St. Louis. Para
demostrar el “curso del progreso desde la humanidad inferior hacia la superior y
que los tipos físicos y culturales del hombre marcan estadios en este curso”, W. J.
McGee reunió una abundante colección de “tipos étnicos” de todas las razas
mayores, incluyendo aquellos “menos apartados de las formas subhumanas o
cuadrumanas”: pigmeos, negritos, ainu, patagones, y varios indígenas
norteamericanos. En este contexto arqueoevolutivo, el psicólogo de la Universidad
de Columbia, Robert Woodworth, y su discípulo Frank Bruner examinaron cerca de
1100 personas. Además de tomar medidas antropométricas, probaron la visión, el
oído y “la inteligencia tanto como pudimos con formas de madera y otras pruebas
de ejecución simple...”. Bruner, en el único tratamiento sistemático publicado de los
resultados, halló “una obvia superioridad de los blancos” sobre “las razas inferiores”
en agudeza auditiva. Al interpretar estos resultados, sugirió que, dado que las
pruebas requerían una interpretación de estímulos en la que intervenía la
inteligencia, la performance más pobre de los pigmeos podía deberse a que éstos
eran, en general, “estúpidos y densos”. Clark Wissler, en su revisión del trabajo de
Bruner en el American Anthropologist, opinó que éste había caído en “el modo
popular de considerar los rasgos culturales tradicionales de los pueblos como
idénticos con las correspondientes diferencias en inteligencia”. Pero también
concluyó que los resultados “habían establecido como prácticamente segura la
existencia de diferencias raciales”.
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que era objetable, lo que era bello y lo que no lo era”—. En el folklore de los
esquimales podía encontrarse “una clara visión de las pasiones que mueven a la
sociedad esquimal”. La mitología de cada tribu abarcaba su “concepto total del
mundo”, su “individualidad” —podría casi decirse, su “genio”.
La tendencia de Boas a identificar folklore y cultura no era simplemente una
cuestión de contenido. Relacionó la dinámica de ambos. Así, en 1895, sugirió que
debido a que la pertenencia a sociedades secretas kwakiutl otorgaba “ciertas
ventajas y prerrogativas”, había una tendencia entre los kwakiutl a crear nuevas
sociedades, cada una de las cuales requería su propio conjunto de tradiciones que
la validaran, Aunque no se dedicaran conscientemente a inventarlas, su
imaginación, impulsada por el deseo de status y elevada por el ayuno, recibía en las
alucinaciones esas tradiciones —“cuyo material provenía necesariamente (por
imitación) de las ideas existentes (de la tribu), o de las ideas de tribus vecinas”—.
Dos décadas más tarde, Boas adujo que el folklore y la mitología estaban fundados
en “eventos que reflejan las (cotidianas) vicisitudes de la vida humana,
particularmente aquellas que apelan a las emociones de la gente”. Al mismo tiempo,
debido a que “el poder imaginativo del hombre” era “más bien limitado”, la gente
prefería “operar con el viejo repertorio de acontecimientos imaginarios que inventar
otros nuevos”. De este modo, su imaginación “jugaba con unos pocos argumentos
(plots), que se expandían a través de un número de motivos que tenían una muy
amplia distribución” y que cada grupo tomaba prestado selectivamente y adaptaba
“bajo la presión de una idea dominante” o institución característica de su propia
cultura. Aunque en cada uno de estos ejemplos Boas se interesaba en temas
específicos relativos al folklore, sugería por implicación una buena parte de la
dinámica general de los procesos culturales —o los procesos por los cuales “el genio
de un pueblo” actuaba para moldear los elementos prestados de acuerdo con un
molde tradicional.
El problema del “genio de un pueblo” se vinculaba más directamente con el
trabajo de Boas sobre diferencias raciales en la función mental. En esta área, el
folklore y la cultura tendieron también a ser identificados tanto desde el punto de
vista de su contenido como de su dinámica. Como ya hemos visto, Boas discutió la
mentalidad primitiva en términos de explicaciones secundarias o racionalizaciones
de comportamientos habituales enraizados en la tradición y cargados de valor
emocional. Aunque estas explicaciones secundarias fueran arbitrarias en lo referido
a la costumbre individual que explicaban, no eran arbitrarias con relación a la
cultura como un todo. Dependían del contexto cultural general y del rango y
carácter de los dominios de ideas que se asociaban unos con otros en ese contexto.
Vistas colectivamente, esas explicaciones secundarias formaban un cuerpo de
material tradicional históricamente condicionado que daba validez no sólo a los
hábitos y costumbres sino también a la organización social, el ritual y los valores de
un grupo primitivo. En este contexto, cuando el folklore es definido como “la masa
total de materiales tradicionales presentes en la mente de un pueblo dado en un
tiempo dado”, es efectivamente igualado con el cuerpo de materiales heredados que
determina sus comportamientos —o con su cultura—.
Había en esta equiparación un profundo cambio en el concepto de folklore. El
folklore también había sido central en la etnología de Tylor. Pero el interés de Tylor
se concentraba en la supervivencia en los órdenes inferiores de la sociedad
civilizada moderna de explicaciones que fueron una vez racionales pero que ya no
eran. Para Tylor —y para los folkloristas europeos en general— el folklore era un
continuo con la cultura, pero no era integral a ella. En los Estados Unidos había
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trabajo de Boas. Más aun, esas líneas no están allí como elementos azarosos, como
manifestaciones adventicias de ideas muy corrientes en el pensamiento
antropológico de Europa occidental. Esas ideas están allí como parte de una crítica
sistemática a lo que fue al menos durante treinta años el punto de vista
antropológico dominante.
Podría también objetarse que el determinismo cultural que he discutido podía
existir aun sin estar asociado con la palabra cultura (o que la idea de pluralidad
cultural podría haberse desarrollado antes de que el término mismo adquiriera su
plural). En cierto sentido esto es cierto. La idea de que el comportamiento humano
está condicionado por la tradición histórica de la que surge, difícilmente puede
presentarse como una innovación respecto de fines del siglo diecinueve. Tampoco
era sólo la antropología la que planteaba que el comportamiento humano está
sometido a un orden determinista. Pero aun asumiéndolo, sigue siendo verdad que
la vinculación específica de la idea de determinismo de los comportamientos con la
idea de cultura (al igual que el reconocimiento de la pluralidad cultural) no sólo
simbolizó sino también facilitó un gran cambio en nuestro modo de pensar la
humanidad. Que pensadores de otras áreas estuvieran implicados en este proceso
simplemente destaca su magnitud.
Concentrándonos sólo en aquellos aspectos del cambio que tienen que ver
específicamente con la idea de cultura, se podría decir que implicó el rechazo de
modelos simplistas de determinación biológica o racial, el rechazo de estándares
etnocéntricos de valoración cultural y una nueva apreciación del rol de los procesos
sociales inconscientes en la determinación del comportamiento humano. Implicó
una concepción del hombre no tanto como ser racional sino como racionalizador.
Tomando un poco laxamente el lenguaje de Thomas Kuhn, podría decirse que este
cambio, tomado como un todo, fue una parte crucial de la emergencia del
“paradigma” científico social moderno para el estudio de la humanidad. La idea de
cultura, con un sentido radicalmente distinto, es el elemento central de este
paradigma, y además gran parte de la ciencia social del siglo veinte puede ser
considerada como la elaboración más detallada de la idea de cultura. Aun cuando la
idea antropológica de cultura lleva consigo el elemento de creatividad humana que
es parte de la herencia de su nombre, el contexto de esta creatividad nunca volverá
a ser el mismo que era para E. B. Tylor.
Habiendo mencionado a Kuhn, quisiera ahora introducir una cita de su
Structure of Scientific Revolutions; podría haber servido como tercer epígrafe para
este ensayo, pero puede en vez servir como el texto para su peroración. Creo que
provee un marco que puede acompañar los epígrafes de Freud y Bloch,
introduciendo tanto el elemento de creatividad humana como el de
condicionamiento por la tradición cultural:
Las definiciones verbales como la de Boyle (de un “elemento”) tienen poco contenido
científico cuando se consideran en sí mismas... Los conceptos científicos a los que apuntan
adquieren su significación plena sólo cuando se relacionan, en un texto u otra presentación
sistemática, con otros conceptos científicos... Se sigue de ello que conceptos como el del
elemento puede escasamente ser inventado independientemente del contexto. Más aun, dado el
contexto, rara vez requieren ser inventados porque ya están a mano.
¿Cuál fue, pues, la función histórica de Boyle en lo que atañe a la parte de su trabajo que
incluye la famosa “definición”? Él lideraba una revolución científica que, al cambiar la relación
del “elemento” con la manipulación y la teoría químicas, transformó la noción en una
herramienta completamente diferente de lo que había sido antes y transformó tanto a la
química como al mundo de la química en el proceso.
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