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CAPANNA, Pablo. Ciencia, tecnología, cultura y sociedad.

Diplomatura en Enseñanza de la Ciencia. Bs. As. FLACSO. (Facultad Latinoamericana de Ciencias


Sociales.) 2007. Fragmento Adaptado para la cátedra de Introducción al Conocimiento Científico.

1. Ciencia, tecnología y tecnociencia


La ciencia y la tecnología son dos de los principales factores que han constituido al mundo moderno. Las
revoluciones tecnológicas de los últimos dos siglos han generado cambios económicos y sociales más radicales
que todas las revoluciones políticas, y han tenido una incidencia decisiva en la concentración y el equilibrio del
poder. Para encontrar un cambio de las condiciones de vida que sea de una magnitud comparable a éste hay que
remontarse al Neolítico, unos diez mil años antes de la era cristiana, con la introducción de la agricultura y la
ganadería y la fundación de las primeras ciudades.
En el siglo XVII, gracias a gente como Galileo Galilei, Johannes Kepler, René Descartes, Isaac Newton, se puso
en marcha la revolución científica moderna. No pasaron cien años antes de que las aplicaciones de sus teorías
generaran un colosal movimiento de innovación tecnológica (la primera Revolución Industrial) que inició la
construcción del entorno urbano en el cual hoy vive la mayoría de la población mundial. En el último siglo,
otras dos revoluciones tecnológicas pusieron a la electricidad, el motor a explosión, las telecomunicaciones y la
informática en el eje de transformaciones todavía más profundas.
En este proceso, el momento de inflexión se dio cuando los factores del poder económico y político comenzaron
a darse cuenta de que el conocimiento científico era aplicable, y que sus aplicaciones resultaban redituables en
términos de ganancias o de poder. Los presupuestos destinados a la investigación científica, un concepto que no
existía en tiempos de Newton, se llevan hoy grandes tajadas del PBI en los países industrializados.
En sus orígenes, las ciencias (tanto "duras" como "blandas") formaban parte de la filosofía. Fueron
independizándose de ella a medida que delimitaron su campo de estudio, desarrollaron sus métodos y
comenzaron a organizar su propio cuerpo de conocimientos, que desde entonces no dejó de crecer. En los
comienzos, la principal motivación que llevaba a una persona a hacer ciencia era (y en buena medida debería
seguir siendo) la curiosidad por conocer los procesos naturales, sus regularidades, sus causas y las leyes que los
regían.
Hasta hace un tiempo esto era lo que se denominaba "ciencia pura". En principio, la actitud del científico se
desinteresaba de las aplicaciones prácticas, pero sus resultados debían ser expuestos en público y sometidos a la
crítica de cualquiera que estuviese en condiciones de hacerla.
El programa de la ciencia era teórico (proponía avanzar en el conocimiento de la estructura del mundo real) y el
de la técnica era pragmático: aspiraba a incrementar nuestro control sobre el entorno.
Hasta la Revolución Industrial, la ciencia y la técnica marchaban por carriles separados. La técnica era artesanal:
un saber empírico, capitalizado por la práctica de los trabajadores, que se transmitía de maestro a aprendiz y se
practicaba con desconocimiento de sus fundamentos teóricos. Las innovaciones no se planificaban y dependían
de causas más o menos aleatorias; fue de esta forma como nacieron la rueda hidráulica, el molino de viento y
hasta la máquina a vapor.
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Con la revolución industrial se inició el proceso de hibridación de ciencia y técnica. Los científicos comenzaron
a preocuparse por aplicar sus conocimientos a la industria y los empresarios recurrieron a la ciencia aplicada
para aumentar la producción, la calidad y las ganancias. A esta nueva área, donde interactuaban científicos y
técnicos, el filósofo Johann Beckmann le puso el nombre de Tecnología; lo hizo en el año 1776, cuando la
revolución industrial apenas estaba comenzando. Paradójicamente, la palabra "científico" apareció más tarde, ya
que fue propuesta por William Whewell recién en el año 1840: hasta entonces químicos, físicos y biólogos eran
llamados "filósofos naturales".
La relación entre ciencia y tecnología no es lineal: la teoría no siempre precede a la práctica. A veces, la
tecnología desarrolla un procedimiento que resulta efectivo y lo pone en práctica aunque los científicos aún no
hayan explicado su porqué. En otras ocasiones, los científicos descubren principios de gran importancia
práctica, sin que a nadie se le ocurra aplicarlos durante años.
Ciencia y tecnología forman hoy un proceso continuo, que algunos han propuesto denominar tecnociencia.
Movilizan enormes inversiones, tanto estatales como privadas, y emplean a una gran población de
investigadores.
Para apreciar su importancia, se suele decir que las tres cuartas partes de todos los científicos que hubo desde el
comienzo de la historia están vivos hoy: sólo en Estados Unidos existen más de un millón. Por supuesto, esto no
implica que la inteligencia promedio de la población actual sea más alta que la de los griegos clásicos o la de los
contemporáneos de Newton. Significa simplemente que la ciencia, que durante siglos fue una actividad
amateur, se ha convertido en una profesión atractiva, canaliza grandes inversiones para fines lucrativos y como
institución social goza de más autoridad que la religión, la filosofía o la política.

2. Teoría y práctica
Los límites entre ciencia pura, ciencia aplicada y tecnología se han ido desdibujando desde el siglo XIX. En esa
época tenían que transcurrir unos cincuenta años para que se le encontraran aplicaciones a un descubrimiento
científico, pero esa distancia se ha ido acortando al punto que hoy apenas pasan dos, tres o cuatro años entre el
laboratorio de investigación y la línea de producción industrial. Además, entre aquellos que trabajan, por
ejemplo, en alguno de los grandes aceleradores de partículas dedicados a la física de alta energía, es difícil
distinguir por su incumbencia a científicos, ingenieros y técnicos, pues todos integran equipos homogéneos y
comparten conocimientos.
Las normas internacionales de la OCDE, que delimitan las áreas en que se realiza la investigación, parten de
suponer que existe un continuo entre ciencia y tecnología, al cual se denomina "proceso de Investigación y
Desarrollo." (I+D).
Se entiende que todo conocimiento científico es aplicable, ya sea a corto, mediano o largo plazo. De hecho, esa
es la razón por la cual creció tanto la ciencia y el motivo por el cual su producción merece ser financiada por
motivos económicos, de prestigio nacional o bienestar social.
El proceso de I+D se inicia con la investigación básica, que construye el fundamento teórico sobre el cual se
fundan todas las demás áreas.
En su núcleo existe un área irreductible de investigación básica pura que abarca, por ejemplo, temas como los

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agujeros negros o la teoría del Big Bang, que no tienen aplicaciones imaginables por el momento. Los
investigadores que se mueven en esta área están eximidos de pensar en otra cosa que hacer avanzar el
conocimiento, pero se mantienen en contacto con sus colegas que hacen investigación orientada. A éstos
últimos, el organismo que los ha contratado (ya sea el Estado o la industria) les fija objetivos, que en el largo
plazo permitirán obtener aplicaciones prácticas. El proceso de I+D se completa con aquellos que hacen ciencia
aplicada, con objetivos más específicos y ligados a la resolución de problemas. Por último, están los que se
dedican al desarrollo tecnológico, el proceso que va a desembocar en un producto, ya se trate de un bien o de un
servicio.
Según el estudioso argentino Jorge Sábato los institutos que todavía seguimos llamando "laboratorios" de I+D
son en realidad fábricas de ciencia y tecnología. La investigación científica ha dejado atrás la etapa artesanal
para entrar en la industrial, aproximadamente a partir de la segunda guerra mundial. De todos modos, los
antecedentes históricos de esta transformación se dieron, entre los siglos XIX y el XX, en la Sociedad Lunar de
Birmingham, la Escuela Politécnica de Napoleón y el laboratorio de Thomas Alva Edison.
Desde que las dos guerras mundiales movilizaron a los científicos, la superioridad militar comenzó a definirse
por la tecnología. Así es como la primera guerra mundial fue llamada "la guerra de los químicos" por el uso de
los gases asfixiantes y la segunda fue "la guerra de los físicos", porque culminó con la bomba de Hiroshima.
Pero el Proyecto Manhattan no sólo creó la bomba atómica. También impuso un nuevo estilo de la investigación
como actividad planificada y gerenciada al estilo industrial. El puntal del nuevo sistema fue el ingeniero
Vannevar Bush quien en el año 1945 formuló su programa en un artículo titulado "Ciencia: la frontera infinita".
Franklin D. Roosevelt lo puso al frente de la Oficina de I+D (Investigación y Desarrollo), que controlaba una
población de 30.000 científicos, incluyendo a los del campo nuclear. Dwight Eisenhower profundizó esta
tendencia al crear la agencia ARPA , de la cual nacerían la NASA, la Comisión de Energía Atómica y hasta la
tecnología de Internet.
Este sistema experimentó su mayor crecimiento en los años que duró la llamada "guerra fría" entre Estados
Unidos y la Unión Soviética. Buena parte de él se desarrolló en el seno del llamado "complejo militar-
industrial", por el cual el Departamento de Defensa, las universidades y las industrias del sector bélico se
vincularon estrechamente en torno a la carrera armamentista. Las aplicaciones pacíficas de esas tecnologías sólo
vinieron más tarde.
Con la formación del sistema de I+D, la ciencia se volvió costosa, y pasó a convertirse en un problema político
y económico. En los países centrales, los debates en torno a la ciencia giran en torno de cuestiones
presupuestarias y la conveniencia de desarrollar o no algún área determinada.
En un libro publicado en el año 1963, "Pequeña ciencia, gran ciencia", Derek de Solla Price propuso crear una
disciplina llamada "cienciometría", que estudiaría a la comunidad científica y mediría su producción por la
cantidad de trabajos que se publican. Price observó que la población de científicos crecía más rápido que el resto
de la humanidad y estimó que las inversiones que la economía estaba dispuesta a tolerar tenían un techo. De este
modo, predijo que la población científica dejaría de crecer entre los años 1993 y 2008. Algunos estiman que esta
predicción comenzó a cumplirse en la era de Ronald Reagan, a partir de la cual los presupuestos comenzaron a
decrecer y también lo hizo la cantidad de premios Nobel estadounidenses.

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Una de las críticas que ha recibido el sistema tecnocientífico estadounidense, posiblemente el mayor del mundo,
es la de haberse convertido en una suerte de vampiro que vive absorbiendo talento de todas partes del mundo.
Es la famosa "fuga de cerebros" que en el corto y mediano plazo conspira contra el desarrollo de los países
pobres.
Con algunas variaciones, según cual sea el papel que asume el Estado (como ocurría en los Estados Unidos en
los años sesenta) o el de la iniciativa privada (como en el Japón de los años ochenta) el sistema de I + D se ha
universalizado.
También han aparecido los efectos no deseados del sistema, entre los cuales se cuentan la burocratización, el
predominio de los intereses comerciales y el corporativismo de ciertas comunidades científicas. Hay un
alarmante crecimiento del poder de veto de los mediocres; de los proyectos espurios, que sólo sirven para
garantizar la estabilidad laboral del investigador, y el fraude, que asume características alarmantes.

3. El prestigio social de la ciencia


La epistemología se ocupa de los aspectos formales de la ciencia, su metodología y sistema orgánico de
conocimientos; trata de su estructura. Pero también existe una sociología de la ciencia, que estudia la función
que ésta cumple en la sociedad y en la cultura.
En buena medida los problemas que se plantea la ciencia están condicionados por su lógica interna, cuando trata
de avanzar por las líneas ya trazadas o sobre los problemas no resueltos. Cuando hacen "ciencia normal" los
investigadores explotan las posibilidades de una teoría aceptada. En cambio, cuando se plantean problemas que
la teoría no explica intentan provocar una revolución científica. Pero cuando piensan en aplicaciones prácticas,
los científicos y tecnólogos muy pocas veces proceden en función de su propia curiosidad; responden a la
demanda social.
En este caso, es la sociedad (o mejor dicho, su clase dirigente) quien plantea los objetivos a alcanzar, ya se
pongan al servicio del interés político (armamentismo) o de las demandas del mercado en el orden de la
alimentación, salud, confort, comunicación o entretenimiento.
Históricamente, la revolución científica nació impulsada por las necesidades de los navegantes y los artilleros,
para cuyos fines Tolomeo y Aristóteles ya no servían.
La revolución industrial se puso en marcha para resolver problemas concretos de la minería; luego generó su
propia demanda de transporte, comunicaciones y maquinaria, que llevó a nuevas revoluciones. Las respuestas
que la investigación científica dio a estos problemas, así como las nuevas cuestiones que planteó, generaron una
nueva situación por la cual la ciencia pasó a monopolizar la credibilidad intelectual. De tal modo, se convirtió en
paradigma para todas las creencias, religiosas, políticas y hasta estéticas. El marxismo se proclamó "Socialismo
Científico"; la ciencia, Ciencia Cristiana; Frederick Taylor habló del "management científico". En arte aparecen
movimientos como el impresionismo y el surrealismo. .
Hasta el nazismo pretendió ampararse en Charles Darwin para desarrollar su aberrante "ciencia racial". Hoy lo
hace una vasta gama de seudo-ciencias que se apropian del prestigio de la ciencia para vender creencias
mágicas.
Un fenómeno similar ocurre con la publicidad, que suele presentar a actores de guardapolvo, al pie de una

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computadora o de una batería de tubos de ensayo, que recomiendan sus productos en nombre de la ciencia
médica. Decir que un producto está respaldado por estudios científicos (a menudo inexistentes o fraguados) a
menudo basta para persuadir a un público que no está en condiciones de comprobarlo. Es común que se
bombardee al consumidor con términos como "actis regularis" "bio-puritas", o "l.casei defensis", que si bien,
como en el último caso, es el nombre específico de unas bacterias (se trabaja con ellas en un Instituto del
CONICET de Tucumán) pueden, en muchos casos, ser muy parecidos a ese famoso Aqua sequana (agua del río
Sena) que recetaba el médico imaginado por Molière.
El historiador Arnold Toynbee fue uno de los primeros en observar que la ciencia había desplazado a la religión
como la autoridad última en todas las cuestiones. Si antes la ciencia había debido adecuarse a la religión, ahora
la religión debía adecuarse a la ciencia. Esto pudo ser válido por lo menos para el siglo XIX, cuando la ciencia
(o las filosofías que se amparaban en ella, como el positivismo) se constituyeron en el soporte de una verdadera
religión del Progreso. Pero en el año 1930, cuando ya la creencia en el progreso lineal había entrado en crisis,
Richard Gregory, editor de la revista científica Nature, todavía era capaz de escribir que así como su abuelo
había predicado el cristianismo y su padre el socialismo, él predicaba el evangelio de la Ciencia. Si esta
expresión hoy nos parece ingenua es porque la propia concepción de la ciencia ha cambiado. En cuanto a la
actitud del mundo cultural hacia ella se diría que oscila hoy, según la expresión del epistemólogo Marx W
Wartofsky "entre la veneración burda y la burda sospecha".
Aquel imperialismo cultural partía de una falacia consistente en creer que existe La Ciencia, siendo que en
realidad hay una pluralidad de ciencias en constante dinamismo, y que la enorme mayoría de los científicos sólo
se ocupa de su especialidad; esa es una de las causas de su avance. No existe nada parecido a esa Ciencia
Unificada que soñaron en los años treinta los filósofos del Círculo de Viena. Ni siquiera la física, la ciencia más
venerable, se encuentra unificada, a pesar de que existen teorías unificadoras y que hace más de un siglo se
anuncia "el fin de la física". En la imagen popular la ciencia se presenta como si fuera una Iglesia con un elenco
rotativo de Papas; así es como la reflejan los medios cuando interrogan a científicos —que pueden ser eminentes
en su campo— sobre cuestiones como la existencia de Dios, el sentido de la vida, etc., acerca de las cuales su
opinión vale tanto como la del común de la gente. Paradójicamente, a los filósofos se les pregunta acerca de la
ciencia.
Esta carga de responsabilidad que se le endilga al científico en cuanto tal, contribuye a que la opinión pública
pase de esperarlo todo de la ciencia a atribuirle todos los errores.
La religión de la ciencia sufrió un duro golpe con la bomba de Hiroshima, cuando la opinión pública se encontró
con que los mejores cerebros del mundo estaban usando un saber incomprensible para producir una hecatombe
indescriptible.
Los escritores de ciencia ficción, que tanto habían hecho para que la Bomba se construyera, pasaron a entonar
un coro de predicciones apocalípticas. Los físicos comenzaron a interrogarse sobre los fines de su actividad y se
plantearon las preguntas éticas que sus antecesores habían eludido. En los años sesenta se les sumaron los
químicos, con la guerra de Vietnam, y en los años setenta los biólogos, en los comienzos de la biotecnología.
En los años sesenta, a impulsos de la cultura hippie y de la rebelión estudiantil, hubo un efímero movimiento de
"Anti-ciencia." Uno de sus promotores fue Theodore Roszak autor de La creación de una contra cultura (1968).

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Roszak sostenía que todos estábamos sometidos al dominio de una tecnocracia deshumanizada y responsabiliza
de todo a la "objetividad" científica. Un libro más reciente, Ciencia vs. Humanismo (2003), de Bryan
Appleyard perpetúa esa misma línea.
Más allá de sus exageraciones, estas polémicas confluyeron con la propia autocrítica de los científicos, para
desembocar en el actual movimiento ambientalista.
En las últimas décadas, la tecnología también ha sido puesta en cuestión, especialmente a causa de las
catástrofes ambientales como los derrames petroleros, Chernobyl, Bhopal o Seveso. Movimientos como
Greenpeace y los "partidos verdes" europeos cultivan esta línea, que se apoya en la desconfianza que inspira una
tecnología descontrolada.
El desempleo y la exclusión, que se tornaron dramáticos en los años noventa, también contribuyeron a generar
una aversión hacia la tecnología análoga al "ludismo" de esos obreros que destruían máquinas en tiempos de la
Revolución Industrial, aunque sin violencia.
Otros cuestionamientos vinieron del feminismo, que no sólo denuncia la discriminación de género en la
comunidad científica, sino propone construir una ciencia inspirada por una visión más holística y menos
fragmentaria de la realidad.
Por otra parte, junto al discurso posmoderno de los años noventa, que practicó el minimalismo y la
fragmentación del discurso, ha surgido una suerte de culto a la tecnología (especialmente electrónica e
informática) que inhibe cualquier crítica del sistema para someterse a las tendencias que vienen no tanto del
mercado como del marketing.

4. Las mutaciones del "ethos" científico


El físico Carl Friedrich von Weizsächer, solía contar una anécdota. En el año 1955 había participado en la
conferencia internacional de Ginebra sobre usos pacíficos de la energía nuclear. Era la primera vez, después de
la segunda guerra mundial, que se encontraban físicos norteamericanos, rusos y alemanes, y compartían
información que hasta ese momento había sido secreta. A pesar de eso, los físicos comprobaron que los valores
de las constantes atómicas, que cada uno de los equipos había calculado por su cuenta, resultaron idénticos hasta
el último decimal.
Esto implica que, aun teniendo en cuenta muchas de las críticas que ha recibido la visión triunfalista del siglo
XIX, la ciencia sigue siendo un sistema básicamente autocorrectivo y eficaz. Existe un núcleo de objetividad
que va más allá de las críticas; la ciencia funciona no sólo porque es aplicable sino porque sus modelos revelan
algo de la estructura del mundo real y nos ayuda a entenderlo.
Pese a que nunca está de más recordarlo, se diría que la industrialización de la ciencia ha favorecido actitudes
poco objetivas y hasta poco éticas.
Un clásico de la sociología de la ciencia, Robert Merton, caracterizó hace cincuenta años el ethos (es decir, el
modo de ser) del científico apelando a nociones como el universalismo, el comunitarismo, el desinterés y el
escepticismo organizado. La consolidación de los sistemas de I+D ha arrojado algunas dudas acerca de las
definiciones de Merton, que hoy son consideradas como un ideal bastante remoto, teniendo en cuenta que los
científicos son seres humanos. Merton creía que el conocimiento científico debía ser patrimonio de la

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humanidad y que la comunidad científica debía actuar solidariamente para hacerse cargo de sus propios errores.
Sin embargo, en el sistema actual, muchas investigaciones básicas no se publican porque son secretos militares
y han sido hechas con fines bélicos. Otras son clasificadas como tecnología y por lo tanto se las protege
mediante patentes.
Ciertas tecnologías ni siquiera se patentan, y se ocultan por temor al espionaje industrial y la piratería.
Recordemos la polémica que hubo hace unos años en torno del planteamiento de la información acerca del
genoma humano. Si hay algo de lo cual se duda hoy es del desinterés de los científicos, o por lo menos del
desinterés de sus empleadores.
Otro pilar era para Merton el "juicio de pares"; la evaluación de los trabajos científicos corre por cuenta de la
propia comunidad, que en principio estaría siempre alerta para descubrir errores, engaños y deshonestidades.
Con esta premisa ocurre lo mismo que con las leyes del mercado, que dejan de funcionar libremente en cuando
se conforma un monopolio. Cuando la ciencia se convierte en un problema de recursos económicos y está regida
por una burocracia donde los mediocres tienen el poder de inhibir la creatividad, aparecen problemas como la
investigación espuria, el plagio y el fraude.
Existen quienes plagian o inventan los resultados de experiencias que jamás han realizado. Hay quienes
"clonan" el mismo artículo con diferentes títulos sólo para acumular publicaciones, con la complicidad de
ciertos comités de evaluación y de algunas revistas. Hay casos de soborno por parte de los laboratorios
interesados en obtener un aval científico para sus productos y problemas que no se resuelven porque a ciertos
intereses comerciales no les interesa que se resuelvan. La corrupción también ha penetrado en el mundo de la
ciencia, como demuestran algunos sonados casos, tan recientes como el del biólogo coreano Hwang Woo-suk,
que en el año 2005 protagonizó el escándalo de las falsas clonaciones.
Mucho se ha escrito sobre el escándalo de Hwang Woo-suk y sus investigaciones sobre clonación. Entre fines
de diciembre del año 2005 y comienzos del año 2006, la prensa se vio invadida por artículos relacionados con la
historia de este científico surcoreano. Pero, ¿puede atribuirse a Hwang Woo-suk toda la responsabilidad de este
fraude?A primera vista, parecería que si. Aunque, si hacemos el debido ejercicio de honestidad intelectual,
advertiremos que la dimisión del doctor Hwang Woo-suk, no es más que la punta del iceberg. Porque en esta
historia de clones humanos, hubo científicos de países centrales que pusieron su nombre como autores del
artículo sin siquiera haber participado en la obtención de ninguno de los datos. También hubo editores de la
revista Science que no hicieron los controles necesarios para que así, el trabajo saliera más rápido. Y hasta hubo
algunos analistas que atribuyeron el escándalo a la costumbre de la sociedad surcoreana de hacer todo de prisa
así como a la tendencia en este país de perdonar las mentiras con tal de que se obtengan resultados
importantes.Les proponemos que busquen en los periódicos y revistas de las semanas posteriores al escándalo
de Hwang Woo-suk y analicen el tratamiento que los medios hicieron en relación a las responsabilidades y las
motivaciones que llevaron a fabricar y sostener esta mentira. Elijan 3 artículos en los que se haga un tratamiento
diferente del tema. ¿Qué imagen se da al lector sobre la facilidad o dificultad con que se comete un fraude
científico? ¿A quién se atribuye la mayor responsabilidad del suceso? ¿Cuál es la magnitud de las consecuencias
y a quién o quienes afecta en mayor medida?
El fraude parece haber crecido en forma exponencial, al punto que en Estados Unidos, en el año 1989, se hizo

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necesario crear numerosos comités de ética y hasta una Oficina de Integridad Científica. De tan pragmático, el
sistema se ha vuelto ineficiente.

5. Las "dos culturas"


A mediados del siglo pasado, el inglés Charles Percy Snow abrió una polémica que aún no se ha cerrado,
cuando señaló la brecha que dividía e incomunicaba a la cultura científica de la humanística o literaria.
Snow (que era doctor en física pero también novelista) comenzaba por discernir los distintos sentidos que tiene
la palabra "cultura". Una persona es "culta" si ha "cultivado" o desarrollado sus capacidades intelectuales, del
mismo modo que se cultiva el campo mediante la "agri-cultura". En esta acepción, tanto el científico como el
humanista son cultos.
Pero en un sentido antropológico - "cultura" es todo lo que produce el hombre en sociedad, desde la cocina hasta
la ciencia y las normas morales- Snow constataba que en la sociedad moderna coexisten dos subculturas con
códigos, normas y valores distintos: la científico-tecnológica y la "literaria". Cargando un poco las tintas,
denunciaba que los científicos ignoran los valores de la cultura "literaria" y que los "literatos" desprecian al
conocimiento científico, siendo que los problemas del mundo moderno exigen tanto científicos con conciencia
ética como humanistas capaces de comprender que la ciencia es la clave para resolverlos.
Snow proponía una reforma educativa, que en cierta medida podemos decir que se ha llevado a cabo. Hoy son
muchos los científicos que se plantean objeciones éticas y políticas más allá de las fronteras de su especialidad y
se preocupan por saber para qué están trabajando. También existe una nutrida literatura de divulgación destinada
a poner la ciencia al alcance del público no especializado, que apunta a una educación permanente cada vez más
necesaria.

6. La mediación y los medios


Con todos estos recursos, ¿cómo llega la información al hombre de la calle?
Algunas de las cuestiones científico-tecnológicas que más espacio han ocupado en los medios durante los
últimos años son los transgénicos, la biotecnología, la clonación y la ingeniería genética. Se podría suponer que
el gran público tuviera nociones básicas al respecto, en una época en que el acceso a la información es cada vez
más fácil; más aún en los países centrales. Sin embargo, los resultados de una encuesta realizada en el año 1996
en los Estados Unidos fueron lamentables. A la pregunta "¿qué ideas le sugiere la Ingeniería Genética?", un
cuarto de la población dijo no saber de qué se trataba. Entre el resto, sólo un 12% relacionó el tema con la
ciencia, la tecnología, la salud o la alimentación, pero hubo elevados porcentajes que pensaron en "mutantes",
bebés de probeta, la Mujer Biónica y hasta el Dr. Mengele. De hecho, más que la información científica habían
pesado los monstruos de la ciencia ficción y las películas como Los niños del Brasil. Es probable que esto se
debiera a que esos eran los tópicos a los cuales recurrían los periodistas para llamar la atención del lector. El
resultado es que el contenido se olvidaba, pero el señuelo no.
El divulgador surgió como una necesidad de la revolución científica del siglo XVII, cuando la clase culta
comenzó a demandar que alguien pusiera la ciencia a su alcance: es el antepasado más remoto del periodista
científico. Las conversaciones sobre la pluralidad de los mundos de de Fontenelle, Bernard le Bovier y la

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difusión de Newton que hizo Voltaire, François-Marie Arouet hicieron más que todas las escuelas y
universidades para que el gran público tomara contacto con la ciencia.
En el siglo XIX aparecieron los científicos-escritores como Nicolás Camille Flammarion, Arthur Stanley
Eddington, y James Hopwood Jeans, quienes fueron muy leídos a mediados del XX. Estos autores llevaron la
ciencia a los libros de gran tirada y a las revistas de interés general. Las obras de autores como Asimov, Isaac o
Davies, Paul Charles William siguen gozando de un sostenido éxito. Hay muchos científicos de nota que
escriben libros para el gran público, donde no sólo divulgan sus teorías sino el estado actual de su ciencia.
Algunos, inexplicablemente, se convierten en best sellers, como es el caso de Hawking, Stephen William. El
interés por la ciencia se extiende a las biografías de grandes científicos, que también se han ganado un gran
mercado.
En lo que respecta a los medios audiovisuales, la radio alemana fue una vanguardia en los años cincuenta, al
convocar a grandes científicos a disertar para los oyentes. La televisión abierta de los años setenta y ochenta
tuvo figuras tan populares como Sagan, Carl y Burke, James. Más tarde, y conforme a la tendencia a segmentar
los mercados, aparecieron los canales de cable dedicados a la ciencia. Como contrapartida, los diarios de mayor
tirada han suprimido los tradicionales suplementos de ciencia para dedicarle sólo unas pocas páginas al tema,
preferentemente cuando está vinculado con la salud.
Con todo, a nivel tanto internacional como local, la cantidad de publicaciones no técnicas sobre temas
científicos no ha dejado de crecer y la profesión de periodista científico se ha hecho atractiva. Esto no garantiza
de ningún modo que el público general esté mejor informado, del mismo modo que la proliferación de técnicos
en educación no ha mejorado la calidad de la enseñanza.
Por otra parte, si el fin que proclaman los medios es "informar", su estrategia de venta apunta ante todo a
entretener.
Los resultados de la investigación no siempre son excitantes ni atractivos para el gran público, pero los medios
necesitan llamar la atención de su audiencia con sorprendentes novedades, de manera que suelen privilegiar las
noticias más "sensacionales", aunque luego tengan que desmentirlas. La desmentida también es noticia.
El problema principal es que la selección de las noticias que van a ser distribuidas lo realizan los responsables
de las agencias noticiosas, y las cadenas de diarios y revistas se limitan a reproducirlas con algún aditamento.

7. "Ciencia para todos"


Uno de los más conocidos casos de distorsión periodística fue el que protagonizó el paleontólogo Simpson,
George Gaylord allá por el año 1940. Su extenso trabajo sobre mamíferos fósiles de Montana, del cual se
entregó a la prensa un resumen autorizado, fue "enriquecido" por las agencias y los redactores creativos con
afirmaciones sensacionalistas sobre el origen del hombre en los Estados Unidos. Simpson había hablado de
animales "del tamaño de una rata", pero las agencias difundieron la información de que la rata era el "eslabón
perdido"en la evolución del hombre y que Simpson había enmendado a Darwin. En otras versiones, la rata se
había convertido en un perro del tamaño de un oso. Simpson se cansó de protestar y como buen científico
redactó un informe para la revista Science, que luego sería rescatado por Allport, Gordon Willard para su
Psicología del rumor.

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Es lamentable que esta anécdota no haya perdido actualidad setenta años más tarde.
De este modo, la presencia de la ciencia en los medios resulta fragmentaria y suele enfatizar los aspectos menos
relevantes. Haciendo una simple enumeración de algunas características que pueden encontrarse en diarios,
revistas, radio y televisión, podemos mencionar:
Romanticismo
La investigación científica es por lo general una tarea paciente y raramente dramática, donde el esfuerzo es
acumulativo. Suele predominar el trabajo de equipo,(aunque los premios se los lleven los directores de
proyecto) y no es fácil encontrar "genios" al estilo romántico.
A menudo, los temas de investigación pueden parecer irrelevantes para el público y para quienes tienen que
asignarles recursos. El biólogo Ashby, Eric mencionaba "el estudio de las recetas de cocina de un monasterio
medieval, la estructura de las alas de un escarabajo, el ciclo respiratorio de una rara especie de batracios, la vida
de un oscuro poeta victoriano...". Ninguno de estos temas interesaría a los medios, aunque podrían entusiasmar a
más de un especialista y quizás alguno de ellos hasta sería capaz de revolucionar su campo.
En los medios, la ciencia se presenta como el triunfo del "genio" sobre la testarudez y la ceguera de quienes no
supieron entender una idea novedosa. Este mito es aprovechado por los promotores de seudo-ciencias, que por
lo general suelen presentarse como genios incomprendidos o censurados por la "ciencia oficial".
También se ha hecho muy común (después de Kuhn, Thomas Samuel y su teoría de las revoluciones científicas)
que cualquier estudio innovador o meramente interesante sea anunciado como un auténtico "cambio de
paradigma". De hecho, los paradigmas no suelen cambiar todos los años, y a veces tardan siglos en dejar de ser
fecundos. Esta es otra manera de introducir confusión en los debates, puesto que la mayoría de las seudociencias
se presentan como "alternativas" o proponen una "ruptura paradigmática", que a menudo consiste en volver al
pasado.
Reduccionismo
Es muy común que los medios confundan ciencia con tecnología, aun en los casos en los cuales es fácil
discernir si algo pertenece a la ciencia básica o es un desarrollo tecnológico; tanto un nuevo telescopio como
una nueva galaxia se presentan como avances científicos. Esta confusión se extiende a la propia tecnología; la
mayoría de los suplementos de informática sólo traen publicidad encubierta de nuevos productos u ofrecen
servicios de asistencia al usuario.
Los grandes cirujanos (cuya actividad está más cerca del virtuosismo técnico que de la investigación) son más
atractivos para los medios que los fisiólogos, salvo que éstos se refieran a algo que atañe a la salud del lector.
Hay tecnologías-estrella, como la electrónica, y otras que son relegadas por su poca espectacularidad.
Sensacionalismo
Para que la noticia científica seduzca al lector, los responsables de los medios entienden que debe ser
enriquecida con algún sensacionalismo. Si alguna experiencia avanzada se realiza por primera vez en nuestro
país (aunque no sea original) se la titula "¡Invento argentino!". Si se descubren huellas fósiles de Homo sapiens
en Europa, serán "las primeras pisadas humanas", a pesar de que hace décadas que conocemos huellas de
homínidos mucho más antiguas. Cualquier robot experimental que se presenta en Japón lleva al periodista a
plantearse "si las máquinas piensan". Hace un tiempo, hemos visto entrevistar a un físico argentino experto en la

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CAPANNA, Pablo. Ciencia, tecnología, cultura y sociedad. ICC.

teoría de cuerdas. Ante las dificultades que tenía tanto para comprender como para explicar, el conductor del
programa optó por preguntarle si era cierto que un asteroide iba a chocar con la Tierra. El físico quedó sumido
en la perplejidad.
Frivolidad
Presumiendo que esas son las cosas que le interesan al lector, la mayoría de las noticias científicas que se
ofrecen se refieren a estudios realizados sobre temas cotidianos. El vino y la presión arterial, la intuición
femenina, los peligros del ronquido, la función evolutiva del orgasmo, las ventajas del chocolate o los peligros
del tabaquismo. A menudo se da cuenta de un estudio irrelevante realizado sobre una reducida población, que
recomienda consumir cierto tipo de alimentos y una semana más tarde se publica otro estudio que lo
desaconseja. Sólo un experto podría evaluarlos.
Collage
Una técnica muy usada por los medios es consultar a varios expertos para comentar la noticia que acaba de
llegar en un cable. Como no siempre se consigue al experto, o el que está disponible se niega a hablar del tema
hasta conocer más detalles, todo se arregla con dos o tres obviedades, algún chiste o una nota de color. Ante
algún avance de la robótica, como no se consigue al experto se llama a un escritor, que termina hablando de los
conflictos que tiene con su computadora.
El equivalente televisivo de este collage de opiniones es el panel. Se convoca a varios expertos, que no dialogan
entre sí o no son capaces de explicar el tema sin recurrir a tecnicismos. El conductor, que no atina a hacer una
síntesis, suele cerrar el panel con la frase "Saque Ud. Sus propias conclusiones", como si el público pudiera
hacer algo con los escasos elementos que ha recibido.
Irresponsabilidad
Los cronistas de los "móviles" que transmiten la noticia en directo suelen opinar audazmente y sin la menor
competencia para llenar el espacio que les ha sido asignado. Así se escucha decir que un criminal tiene
personalidad múltiple "porque es de Géminis" o anunciar que un niño que ha presenciado un crimen "va a ser
sometido a la Cámara Gesell. Nadie explica que se trata de un dispositivo para la observación de la conducta y
el espectador inevitablemente piensa en un instrumento de tortura. Hemos visto una publicidad donde se
enseñaba el teorema de Pitágoras con un triángulo equilátero (¡!) y se recomendaba "estudiar la hipotenusa",
como si fuese un tema en sí misma.

Bibliografía
Bernal, John D. Historia social de la ciencia, Barcelona, Península 1979Bynum, W.F.;
Browne, E.J.; Porter, Roy. Diccionario de historia de la ciencia. Barcelona, Herder 1986.
Cortés Morató, Jordi; Martínez Riu, Antoni. Diccionario Herder de Filosofía (en CD Rom)
Klimovsky, Gregorio. Las desventuras del conocimiento científico. Buenos Aires, A-Z Editora, 1994. Epílogo.
Sábato, Jorge. Ensayos y camperas. Buenos Aires, Editorial de la Universidad de Quilmes, 2004
Mc Ewan, Ian. "El canon científico: en busca de una tradición". Diario La Nación. Suplemento Cultura. 21 de
mayo de 2006.

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