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SEGÚN PAULO FRIERE, CUANDO IINICIAMOS LA ALFABETIZACION ¿Y QUE

ORIGINA? SU MÉTODO

Si, debido a la extensión de un texto como el que nos ocupa, nos viésemos
obligados a reducir el pensamiento del pedagogo Paulo Freire (1921-1997) a unas
pocas palabras, estas podrían referirse a su incansable lucha contra el silencio
de los pueblos a través de la educación. Ya que en textos como Educación como
práctica de libertad(editado en 1967) o Pedagogía del oprimido (publicado en 1970)
entre otros, Freire planteó el proceso educativo como una acción cultural,
imprescindible para el cambio social y el asentamiento de una sociedad formada
por hombres y mujeres libres. Una acción pedagógica y política cuya piedra angular
residía en la alfabetización crítica de pueblos silenciados por estructuras de
dominación social, económica y cultural.

No en vano, su discurso pedagógico surgió y se popularizó en el contexto de lucha


anticolonialista que se dio durante la segunda mitad del siglo XX en países
africanos, asiáticos o latinoamericanos. En muchos de estos territorios la lectura y
la escritura eran ilegales para los autóctonos, obligados a pensarse a sí mismos a
través de la cultura que los dominaba. Pero en otros lugares, como el Brasil natal
del pedagogo, con un elevado analfabetismo resultante del largo periodo dictatorial
que sufrió el país hasta 1946, sólo los ciudadanos que supiesen leer y/o escribir
podían votar. Así, y teniendo en cuenta que urgía un proceso de alfabetización
generalizado, pero sobretodo uno de alfabetización política, Freire planteó una
educación en la que la experiencia teórica, o escolar, dialogara con la
experiencia sensorial e inmediata de la vida cotidiana. Y tras unas exitosas
prácticas en Recife, se logró su instauración a nivel nacional en los Círculos de
Cultura, donde se discutían y organizaban soluciones desde y para el pueblo. En
ellos, los analfabetos pasaron a ser alfabetizandos, y los educadores Animadores
Culturales, diluyendo la frontera entre alumno y maestro. Estos Animadores
coordinaban debates en los Círculos de Cultura, empapándose de la cotidianeidad
de los alfabetizandos como paso previo e indispensable a su alfabetización,
divisible en tres etapas:

Las 3 etapas de la alfabetización

1. Palabra generadora: los animadores escogían una palabra relacionada con


la vida cotidiana de los alfabetizandos, para descomponerla en sílabas que
eran recombinadas por los alfabetizandos para formar nuevos grupos
silábicos, y luego nuevas palabras. Era importante que estas palabras
generadoras tuvieran algún tipo de relación con la vida de
los alfabetizandos esquivando parcialmente el peligro de que el proceso de
alfabetización se convirtiese en simple dominación letrada.
2. Codificación: o representación de la realidad en el que viven
los alfabetizandos. A veces se refiería a una parte de esa realidad, y otras a
su totalidad. Una posible codificación de la palabra “pesca” podía ser una
fotografía de un barco pesquero faenando, otra podía ser la palabra “árbol”
representando todo tipo de árboles.
3. Descodificación: se analizaba la codificación dando paso a leer la realidad
y analizarla críticamente. Así, y través del debate auspiciado por los
animadores culturales, el alfabetizando podía leer y escribir, pero sobretodo
leer su realidad e intervenir, o inscribirse, en ella.

A través de este proceso, que por su naturaleza crítica debía adaptarse al contexto
cultural y social en los que se llevase a cabo la alfabetización,
los alfabetizandos alcanzaban no sólo un cierto nivel de alfabetización que
podría irse afinando en el futuro, sino también un grado de concietización de
su lugar en el mundo y entre aquellos que le rodeaban. Un primer paso hacia la
libertad contra autoritarismos de todo pelaje e ideología, que convirtió el
pensamiento de Paulo Freire en un testimonio tan necesario entonces como ahora.
VALORES QUE SE DEBEN PROMOVER EN LA EDUCACIÓN DE PERSONAS
JÓVENES Y ADULTOS
Educar en valores es algo que los profesionales de la enseñanza han hecho
siempre, siguen haciendo y nunca podrán dejar de hacer. Toda acción educativa es
ya una actividad cargada de valor, lleva implícitos unos valores. Ningún profesor, (y
el de educación de personas adultas no es una excepción), puede pretender, sin
engañarse a sí mismo, que se limita a realizar una labor de transmisión de los
conocimientos que corresponden a su especialidad. Nunca se puede sólo enseñar,
se educa siempre. Lo que hace educativa una acción docente no es tanto lo que
consigue como resultado, sino los valores educativos que pone en juego. En su
práctica educativa cotidiana con personas adultas, el profesorado hace algo más
que dar clase: educa en valores. La Educación de Adultos, como parte de la
Educación Permanente, tiene en la actualidad un mayor significado y mayor
reconocimiento de los que ha tenido nunca debido a que las transformaciones
tecnológicas, económicas, científicas, artísticas, poblacionales y públicas que se
han producido, sobre todo, a partir de la Segunda Guerra Mundial afectan sobre
todo a la población adulta. En este contexto, pensar lo que significa educar en
valores a personas adultas en una sociedad que, como la nuestra, se dice
democrática y tecnológicamente desarrollada resulta, cuando menos, problemático.
Si a ello unimos la actual conciencia de crisis de valores existentes y la falta de
consenso sobre qué valores y cómo se deben transmitir, parece tornarse en una
tarea harto complicada aunque merece la pena intentarlo. Se trata, no cabe duda,
de una reflexión necesaria ya que, no en vano, se percibe una preocupación general
por las finalidades que debe cumplir la tarea educativa y hacia dónde orientar sus
propuestas y acciones. Las posibles respuestas a esta necesidad son complejas,
como sin duda lo es la propia actividad docente en el ámbito concreto de la
educación de personas adultas, y por lo que parece no resulta fácil salir biemparado
de una empresa como ésta. No obstante, podemos echar mano de la Ética que,
aunque no nos sirva para zanjar o responder a todas las posibles preguntas, seguro
que nos ayuda en gran medida a plantearlas.
apostilla Fernando Savater: Hacernos intelectualmente dignos de nuestras
perplejidades es la única vía para empezar a superarlas1

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