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FRANCISCO BILBAO

La necesaria coherencia

Francisco Bilbao es un destacado exponente del pensamiento latinoamericano. Filósofo y


luchador incansable por transformar la sociedad de su tiempo, se convirtió en una figura admirada
por unos y rechazada por otros. Su propia biografía merece una atención especial. Ha sido
recordado y estudiado por quienes desde hace ya varias décadas asumieron la tarea de la
reconstrucción de la Historia y de la Filosofía Latinoamericanas. Hoy se vuelve sobre su obra para
difundir su pensamiento con la finalidad de contribuir en la construcción de la identidad de
nuestros pueblos. Profundizar en sus ideas supone no sólo detenerse en su obra escrita sino
comprender, desde los más diversos enfoques, su contexto histórico y su propia vida. En este
trabajo pretendo apenas un acercamiento a su figura desde su concepción y su propio contexto,
exponiendo algunas ideas que ubican la centralidad del planteo teórico y de la praxis de este
referente del pensamiento americano.

Conquistada la independencia política, los países hispanoamericanos se ven


envueltos en conflictivos procesos de consolidación de las nuevas repúblicas en la
búsqueda de un orden que finalmente los conducirá a la modernización capitalista y a
un régimen democrático representativo que, generalmente, en una primera etapa será
con sufragio restringido.
La futura burguesía busca afianzar su dominio y tiene en la iglesia católica una
institución aliada que, reacomodada en el nuevo escenario, da fuerza a la reacción
conservadora del orden colonial. “La iglesia y los militares unidos se encargarían pronto
de establecer el único orden que convenía a sus intereses. Este orden no era otro que el
español, sólo que sin España.”(Zea, 1949) La urgencia en imponer nuevamente un
orden llevó también a los propios libertadores a imponerlo por la fuerza. El despotismo
ilustrado y la dictadura fueron justificados “en nombre del pueblo y para la libertad y el
bien del pueblo” (Zea, 1949) en la medida que éste, formado en la cultura de la colonia,
no estaba preparado para la vida republicana.
Frente a este orden, y negando tal justificación, surge un movimiento en toda
Hispanoamérica, que, afirmando la insuficiencia de la emancipación política lograda,
inicia la otra revolución. Considerando que el mal se encontraba en la mentalidad de los
americanos, formados durante siglos bajo la dominación española, propondrán la
ruptura con el sistema de ideas del pasado, lo que dieron en llamar la “emancipación
mental”. (Zea, 1949)
El nuevo orden que finalmente se impondrá, pasada la mitad del siglo XIX,
vendrá de la mano de la consolidación del capitalismo moderno, la organización
industrial, el predominio del positivismo como fundamento filosófico y la
estructuración de los sistemas educativos.
Una corriente destacada en la primera etapa de la lucha por la “emancipación
mental” fue el romanticismo. Etapa previa y preparatoria a la introducción del
positivismo en Hispanoamérica, aparece como una corriente que, a pesar de las
diferencias entre sus exponentes individuales, presenta notables semejanzas entre los
diversos países pues responde a esa urgente necesidad de sacudirse de la mentalidad, los
hábitos, las costumbres impuestas por el orden colonial. (Zea, 1949)
Zea sostiene que esta “emancipación mental”, tanto en una como en otra etapa,
fue en realidad un proceso de negación del pasado en un intento de eliminar, como
arrancando de cuajo, todo lo que, del pasado contradecía el ideal futuro; “pero en vez de
negarlo de acuerdo con una lógica dialéctica, lo hizo de acuerdo con una lógica formal,
esto es, que no admite la contradicción.(...) Aceptar ese pasado como algo propio no
significaba para el hispanoamericano, otra cosa que la aceptación de su dependencia”.1
Allí encontramos a Francisco Bilbao: ‘República o catolicismo’. No ambas a la vez.
‘Civilización o barbarie’ son las alternativas, para Sarmiento. “Sin embargo, -dice Zea-
el pasado no es algo que se elimine así, sin más. El pasado, si no es plenamente
asimilado, se hace siempre presente.” Y esa tarea de asimilación, de hacer consciente
nuestro pasado, es una tarea constante que no se puede realizar si consideramos nuestro
pasado como “ajeno”.
Ante la profundización de la reacción conservadora que tiene lugar hacia el
segundo cuarto del Siglo XIX, tanto en Europa como en Hispanoamérica, el
romanticismo y el racionalismo también profundizan su lucha.
Francisco Bilbao2 (Santiago de Chile, 1823-Buenos Aires, 1865) es un
representante por excelencia del racionalismo deísta y del romanticismo filosófico.3 Su
lucha se dio a través de la preocupación por la construcción de una Filosofía de la
Historia hispanoamericana, que, partiendo de la crítica a la Filosofía de la Historia
europea, pudiera elaborar lo que Estela Fernández Nadal define como Filosofías de la
Historia ‘para sí’.4 Una filosofía que no admite ningún tipo de exclusión social.
Denunciando fuertes mediaciones institucionales en la estructuración de las relaciones
de poder, en particular, la iglesia católica, propone la participación directa del pueblo en
todas las cuestiones del gobierno.
Francisco Bilbao sostiene la necesidad de pensar el futuro de los pueblos
hispanoamericanos desde una concepción que abarque la totalidad de la vida humana:
“La historia en su significación más natural, es la exposición de la vida de la
humanidad, -y en su significación más filosófica es la manifestación del esfuerzo
humano por llegar a la realización de un ideal”. (Bilbao, 1865 137) Ese ideal tiene que
conservar coherencia con la ‘ley de la humanidad’, no puede se excluyente, no puede
atentar contra la integridad del individuo ya que el individuo y la humanidad participan
del mismo ‘principio’. Y ese ideal debe servir de fundamento a la organización de la
sociedad: “La organización de la sociedad es la consecuencia de la organización de las
creencias. (Bilbao, 1941 119)
Enmarcada en estos principios y en la concepción dominante entre los liberales,
de “repudio a la herencia colonial”, la coexistencia de la república con el catolicismo
pasó a ser considerada por Bilbao, como una contradicción, no sólo insalvable del punto
de vista de sus fundamentos, sino “mortal” para la propia existencia de las repúblicas.
Es imprescindible una integración de creencias, pues la contradicción hace imposible,
en los hechos, la construcción de una sociedad fuerte y estable.
“La idea dominante es la unificación de la religión y de la política en lo que
nosotros llamamos la Religión de la Ley. La fuerza de la América está en su
republicanismo. (...) O la razón o la fuerza. La razón produce repúblicas, la fuerza
teocracias. Pero la mentira puede introducirse y pretender conciliar los dos extremos
que se niegan. (...) La religión debe sostener a la política y la política debe sostener a
la religión. Esta es la base de la paz perpetua y de la fuerza. (...) El catolicismo es la
religión de la América del Sur. La república es la política de la América del Sur. (...)O
el dogma católico construye su mundo político: la monarquía. O el principio
republicano se eleva y afirma su dogma: el racionalismo. (Bilbao, 1862 9)
En otras palabras, estaba en riesgo la viabilidad del proyecto republicano, tal
como se formulaba durante las luchas por la independencia y cuyas banderas eran la
libertad y la igualdad.
Ambas ideas se explican, en Bilbao, en su concepto de hombre. Una doble
condición define al ser humano: la fatalidad, derivada de su condición de ser vivo, y la
libertad, derivada de su origen como creación divina: “la fatalidad es la ley de los
cuerpos. La libertad es la ley de los espíritus. La solución del problema consiste en
hacer que la fatalidad sea libre y dominada por el elemento libre, y que la libertad sea
ordenada al fin supremo.” (Bilbao, 1865 144)
Y en El Evangelio Americano expresa: “La libertad es el derecho individual. La
libertad como fuerza necesita dirección, es decir que tiene una ley de su acción o
movimiento. La igualdad es la ley o determinación de esa fuerza. Puede formularse la
ley de la libertad de este modo: SER LIBRE EN TODO HOMRBRE. Yo soy el hombre,
todos los hombres. Mi libertad es la libertad de todos. Si ser libre es mi derecho, ser
libre en todos, es lo que se llama MI DEBER.”(Bilbao, 1864 13)
De estos textos se desprende también su idea de igualdad. Para Roig, Bilbao
sostuvo lo que él llama un ‘liberalismo de la igualdad’ “pero no una igualdad formal
sino real, que era lo que lo hacía intrínsecamente revolucionario: igualdad efectiva de
derechos, acceso de todos a la propiedad y a la actividad productiva, igualdad en la
toma de decisiones gubernamentales. (...) En fin, un realizar de modo pleno y por parte
absolutamente de todos, sin marginaciones de sectores sociales, de una democracia que
alcanzaba a todos los actos de la vida” (Roig, 2005)
A la formulación y realización de un ideal que, más allá de una concreción
histórica respondiera a un criterio universal y permanente, Bilbao dedicó su vida. En
La ley de la historia dice: “Pero la ley de la historia tiene que ser la ley de la
humanidad en la serie de siglos de su vida.” (...) “Pero una es la ley, y otro puede ser
el pensamiento dominante que un pueblo puede tomar como ley de su vida. (Bilbao,
1865 142)
Una es la ley. Y como pensamiento divino queda fuera de la voluntad humana.
Llega al hombre como un impulso, una revelación que lo conduce a realizar una
concreción histórica del ideal. No hay un curso predeterminado de la historia pero hay
una ley suprema que coloca al hombre como libre y a la vez responsable de sus
realizaciones. Pero hay teorías, sostiene el autor, que colocan los hechos en la categoría
de ley de tal manera que ‘lo acontecido’ es ‘lo que debió ser’ y de alguna manera,
relevan al hombre de esa responsabilidad histórica sobre sus actos. De este modo Bilbao
expone el carácter ideológico de tales teorías y una de ellas, a la que se opone
claramente, es la teoría del progreso. La conquista de América, la esclavización de
indios y negros, la extinción de grupos humanos, las dictaduras, el despotismo, aparecen
como acontecimientos necesarios y providenciales. “¿Qué significa esa glorificación de
los hechos, del éxito, sino la humillación ante la fuerza?” (Bilbao, 1865 153)
Sin embargo, aunque se llegue a la formulación del ideal por la vía adecuada, su
sola visión no produce su concreción. Supone, necesariamente, voluntad y esfuerzo por
lograr las condiciones que lo hagan posible. La verdad por sí sola no hace su camino:
“El bien y el mal de la historia depende ahora, señores, no del curso pasivo de los
tiempos; sino de los esfuerzos del hombre”. (Bilbao, 1865)

La educación como problema y como respuesta

La idea de que por la educación se lograría la emancipación mental fue central y


generalizada en los pensadores de las repúblicas latinoamericanas. Pero no todos la
concibieron del mismo modo. En el caso de Bilbao no encontramos la formulación de
algo que podamos definir como un sistema u organización institucional. Sin embargo,
hay ideas claves que nos hablan de ella, de sus medios y de sus fines.
Como eje central podemos señalar su concepción del hombre como unidad. La
individualidad del hombre está constituida por “su pensamiento, su conciencia, su
razón, su voluntad. Y sólo cuando el hombre es consciente de su individualidad puede
decirse que es persona, que tiene una personalidad. “Si otra voluntad operase en mí, no
sería yo, sino instrumento de otro, sería cosa de otro, que es lo que se llama esclavitud.
Si yo soy yo, individuo, persona, propiedad consciente de mi yo; porque yo soy el que
pienso, el que ejecuto los actos de mi personalidad, YO SOY SOBERANO” (Bilbao,
1864 13) La revelación de la libertad se expresa en la espontaneidad, en la presencia
del instinto. La libertad, por ser condición divina de la dualidad humana, nunca
desaparece, aunque se encuentre sometida. Es la fuerza que, a juicio del autor, explica la
grandeza de las luchas por la independencia, cuando la religión que profesaba el pueblo
le ordenaba obediencia ciega.
Es la propia formación social la que, a través de los actos de la vida cotidiana a
los que induce, va determinando la educación que el pueblo recibe. La educación formal
es sólo un aspecto de ella. Si el individuo no puede dividirse, su formación también
debe concebirse como un proceso integral. Durante la época colonial, la educación
formal fue el privilegio de unos pocos. Sin embargo, todos fueron formados en la
obediencia. No acepta, entonces la justificación del despotismo y las dictaduras, por el
hecho de que el pueblo no estuviera preparado para la libertad: “No hay educación para
la República, dicen también los sofistas para legitimar el despotismo; dejad pues que
los hombres se eduquen practicándola. La República hace republicanos. La justicia
hace justos. La libertad hombres libres. La República es el molde eterno. Dejad que se
amolde el millón y el individuo. (...) La práctica de la soberanía, el hecho de ser
soberano es la educación de la República. La escuela viene después. La práctica de la
libertad es la mejor educación para la libertad.” (Bilbao, 1864 165)
La perspectiva que plantea Bilbao contrasta con la de nuestro José Pedro
Varela. Si bien en su etapa anterior al viaje por Europa y los Estados Unidos fue
ferviente admirador del racionalista y romántico chileno, luego del mismo, y por la
influencia, entre otros, del argentino Sarmiento, su convencimiento por los fundamentos
positivistas lo llevaron a proponer el lugar de la educación que conocemos, en el
proceso de modernización de la república. 5
Con relación a su concepto de la personalidad y para agregar nociones a sus
referencias a la educación, adquiere una significación relevante la crítica que realiza a la
sociedad europea de su tiempo.
Las críticas de Bilbao no se ubican sólo en el plano del pensamiento ni se
refieren sólo al sistema de dominación colonial pasado. También aluden al tipo de
organización económica y social que se venía gestando bajo los supuestos de la teoría
del progreso. Es una teoría que se aleja del ‘deber ser’ por una sobrevaloración de lo
fáctico como criterio de verdad y coloca en primer orden aspiraciones de orden material
y externas al individuo. Desarrolla, dice Bilbao, una cultura que llaman ‘civilización’ y
que él rechaza: “La ciencia no es la civilización, la industria no es civilización, el arte
no es civilización, el comercio no es civilización. Todo esto son fuerzas que deben ser
dirigidas por la idea de justicia.”(Bilbao, 1864 138)
En una época en que la civilización se concebía en el marco del progreso
moderno de la sociedad industrial, América miraba a Europa y a Estados Unidos
deslumbrada por la pujanza y la potencia de la producción de bienes materiales y la
transformación de las condiciones de vida, particularmente en las ciudades. Bilbao,
entonces, coloca un fuerte énfasis en el análisis de hechos que no se ‘veían’, en lo que
ha dado en llamarse ‘consecuencias no buscadas’ del progreso, y advierte su
vinculación con las relaciones de poder: “El principio de la división del trabajo,
exagerado, y transportado de la economía política a la sociabilidad, ha dividido la
indivisible personalidad del hombre, ha aumentado el poder y las riquezas materiales, y
disminuido el poder y las riquezas de la moralidad, y es así como vemos los destrozos
del hombre flotando en la anarquía y fácilmente avasallados por la unión del
despotismo y de los déspotas.” (Bilbao, 1941 119 Iniciativa de la América. Palabras
leídas en París en junio de 1856)
Conservar y desarrollar la integridad individual es un deber de la sociedad. La
construcción de una sociedad real más justa sólo podría concretarse a partir de la
conciencia del deber: “El deber de la humanidad es la posesión completa del derecho y
el desarrollo de todas la facultades en armonía consigo misma, con la sociedad y con
los pueblos” (Bilbao, 1865 156) Y ello implica esfuerzo y ejercicio de la actividad
voluntaria y libre.
Al perder la conciencia del ‘deber’, al considerar la inexorabilidad del progreso,
también pierden sentido la responsabilidad y el esfuerzo como necesarios para la
consecución de un fin: “Y civilización se llama indiferencia por la causa pública, y
gran discusión sobre la corbata o el coche. Y es civilización europea sentirse ‘libre’ de
la soberanía bajo el despotismo de los Imperios –sentirse ‘libre’ de la responsabilidad
humana haciendo a los gobiernos únicamente responsables de las matanzas que
cometen con las contribuciones y ejércitos del pueblo” (Bilbao, 1864 144)
Entonces, cuando no se dirigen los esfuerzos a la conservación de la unidad, se
produce la división, no solo de la personalidad, sino también de la humanidad: “se ven
brazos y no humanidad” “se ven masas y no soberanías”.
Al igual que Varela, Bilbao ve en los Estados Unidos el modelo a seguir, como
sociedad donde “vemos a todos los elementos de su historia dirigirse y combinarse para
desarrollar la libertad.” No puede atribuirse esta condición a causas como el clima o el
territorio, raciales ni de organización política, sino a la causa religiosa. No a las
diferentes religiones que practica su población sino al principio de “la soberanía de la
razón en todo hombre” como fundamento de la libertad religiosa. (Bilbao, 1865)
Diferencia Bilbao, dos Américas: la sajona y la española. Los inmigrantes que
colonizaron América del Norte y constituyeron los Estados Unidos buscaban un lugar
donde vivir bajo el régimen del libre pensamiento, “libres fueron la sociedades que
fundaron, las más libres de la tierra y de la historia.”(Bilbao, 1864 117) En cambio,
Hisponoamérica sufrió trescientos años de sometimiento colonialista. Conquistó con
grandes esfuerzos la emancipación política, pero, según Bilbao, la libertad lograda fue
una libertad sometida, mutilada, pues la iglesia y la religión católicas continuaron
imponiendo el orden. La segunda etapa emancipatoria supuso entonces, para
Hispanoamérica, la necesidad de “desespañolizarse” y desarrollar así un pensamiento y
una cultura propios. Esta situación, al tiempo que un obstáculo, fue motivo para que
Bilbao mirara hacia la población americana para reconocer sus condiciones, para
identificar tanto las huellas que había que borrar como las que se debían conservar y
fomentar. Bilbao admira la libertad de los Estados Unidos como una libertad que se
practica, pero según su análisis, no debieron conquistarla, pues nació con ellos. En
cambio, para Hispanoamérica ha sido, desde siempre, el objeto de la lucha. Su
confianza hacia el futuro se basa en sus ideas: “La humanidad es libre y perfectible. La
ley de la historia es pues la libertad y perfección. Siendo libre, ha caído, siendo
perfectible puede redimirse.” (Bilbao, 1865 158)
Existen, para Bilbao, rasgos en la población americana que hacen viable la tarea.
Él reconoce en el indio americano, a diferencia del hombre europeo, características que
identifica con el hombre integral: “El Indio libre Americano es legislador, juez,
soldado. Delibera (...) Todo indio se representa a sí mismo y se exime de la obligación
que impone una determinación que no consiente” (Bilbao, 1864 170) Es pues, un
individuo preparado para la participación activa en el gobierno, y que no permitirá que
su personalidad se vea dividida, sometida.
Podemos encontrar, en el recorrido por las obras que en su corta e intensa vida
escribió Bilbao, la lógica que no admite contradicción y que cuestiona Leopoldo Zea.
Pero a través de ella nos muestra una mirada sobre el pasado y el presente americanos
que aportan elementos valiosos para una toma de conciencia sobre nuestra historia que
supere la simple negación.
Por otra parte nos dice Estela Fernández Nadal en referencia a La ley de la
historia: “Hay una racionalidad de lo real, que puede ser descubierta, y hay, además,
una racionalidad del sujeto que construye el pasado histórico. Y en este sentido la
Historia es ‘la razón juzgando la memoria y proyectando el deber del porvenir’. Se
pone en juego, de este modo, la intervención decisiva del sujeto que juzga lo ‘sido’
desde un ‘deber ser’, desde un ideal regulador, hacia el cual, al mismo tiempo, se
proyecta el presente y el pasado.” La autora, haciendo referencia al hombre como
“sujeto de la propia historia y la historia (como) un camino a recorrer, cuyo trazado no
está prefijado antes de emprender la marcha”, ubica este ideal regulador como una
utopía, “en el sentido de idea reguladora de la teoría y de la praxis y la condición de
posibilidad de lo posible”.
Si el régimen colonial pudo mantener la fortaleza y la cohesión de la sociedad,
ahora las repúblicas liberadas de la forma política monárquica deberán enseñar el nuevo
texto que contenga las creencias que también le den fuerza y cohesión. Ese nuevo texto
debe leerse en la sociedad, en la práctica de las instituciones libres (Bilbao, 1864 151)

El pensamiento de Bilbao en el Uruguay.

El Uruguay no fue ajeno a las fuertes polémicas que el pensador y activista


chileno desatara en cada lugar donde residió, y que lo llevaron a vivir la mayor parte de
su vida fuera de Chile.
Con las repercusiones de la publicación en Buenos Aires de La América en
peligro (1862), comienza en Uruguay la polémica pública del movimiento racionalista
contra la iglesia católica. En 1863, la revista La Aurora, publicaba: “La voz de
Francisco Bilbao, es la que se ha levantado más alto en América, para combatir el error,
señalar el peligro y mostrar el abismo que separa a la Iglesia del Estado.”(Ardao, 1962)
Un grupo de jóvenes racionalistas uruguayos residente en esos tiempos en
Buenos Aires, escribe una ‘profesión de fe racionalista’ (Ardao, 1962 204) como
muestra de adhesión expresa al movimiento racionalista bilbaíno. Bilbao en una carta
que les dirige, escribe: “Vuestra palabra es una de las más bellas manifestaciones de
ese verbo americano que se llama Racionalismo y República. (...) En medio de los
partidos y pueblos que se revuelven en círculos concéntricos, habéis pronunciado la
palabra que ha de romper el sortilegio de los errores y pasiones para que describan la
espiral de la perfección progresiva.”
En un artículo escrito en 1866, con motivo del primer aniversario de la muerte
de Francisco Bilbao, Varela escribía: “Se empieza a comprender ya, aunque
confusamente, que para fundar la verdadera democracia es necesario que las creencias
religiosas estén en relación con la creencias políticas. Los hombres que en religión
profesan la teoría del servilismo, mal pueden en política profesar la teoría de la
libertad”. (Ardao, 1962 216) La fuerte polémica desatada en la prensa y en la tribuna
entre el movimiento racionalista y la iglesia católica, tuvo en José pedro Varela uno de
sus más claros exponentes. Con esta polémica se produce lo que Ardao define como “la
primera ruptura formal de la inteligencia uruguaya con la iglesia católica” llevada a
cabo por “el espiritualismo, en nombre del racionalismo”. (Ardao, 1950 17) No
obstante, para este autor, esta primera ruptura no fue sino una preparación de la que
habría de consumarse con la consagración del positivismo hacia 1880. También en esta
segunda etapa fue Varela un iniciador.
En ambas etapas de su evolución filosófica, Varela fue ferviente admirador de
los Estados Unidos. Al igual que Bilbao y la generación romántica, admiró la práctica
de la libertad religiosa, el self-government y la libertad política. Y luego, sin abandonar
estos fundamentos, pero como parte de su tránsito hacia las posiciones positivistas,
admiró los adelantos materiales y los aspectos utilitarios de su cultura. La fuerza con
que se introdujo el positivismo en el Uruguay, (así como también en el resto de
América) en el marco del proceso de integración del país al capitalismo moderno
provocó un rápido eclipsamiento de las ideas bilbaínas.
“Nunca, tal vez, - dice Ardao- se dio en el Río de la Plata –y sobre todo en el
Uruguay- tan meteórico triunfo de una doctrina, seguido de tan repentino olvido, como
fue el caso del racionalismo de Bilbao.” (Ardao, 1962 94)

BIBLIOGRAFÍA

Ardao, Arturo
- Espiritualismo y positivismo en el Uruguay Fondo de Cultura Económica, 1950
-Racionalismo y Liberalismo en el Uruguay publicaciones de la universidad /
montevideo, uruguay, 1962

Bilbao, Francisco
-La ley de la historia en Obras completas Buenos Aires, 1865
-Sociabilidad chilena En Francisco Bilbao La América en peligro, Evangelio
americano, Sociabilidad chilena EDICIONES ERCILIA Santiago de Chile, 1941
Prólogo y notas de Luis Alberto Sánchez
-La América en peligro Buenos Aires, 1862
- El Evangelio americano Buenos Aires, 1864

Fernández Nadal, Estela Memoria, identidad, poder. Francisco Bilbao y las filosofías
de la historia de los vencedores. Revista Académica Polis de la Universidad Bolivariana
de Chile (11) www.revistapolis.cl

Roig, Arturo Andrés En Reseñas del libro Francisco Bilbao y la experiencia libertaria
en América de la doctora Clara Alicia Jalif de Bertranou -Revista Universum (Talca)
Nº 20 Vol I 245-264, 2005 versión on line

Varela, José Pedro La educación del pueblo CNEPyN, 1947

Zea, Leopoldo Dos etapas del pensamiento en Hispanoamérica El Colegio de México


FCE, 1949
Estela Davyt
Maestra. Licenciada en Ciencias de la Educación (UDELAR)
Profesora de Pedagogía en los Institutos Normales de Montevideo y en el Instituto de
Profesores “Artigas"

1
Zea, 1949. “Para Hegel, que concibe la historia de las ideas como un movimiento dialéctico en el cual
toda superación es al mismo tiempo negación y conservación, la América carece de historia y, al carecer
de historia carece de realidad (...) De acuerdo con Hegel, América tendrá su historia, existirá, cuando sea
capaz de negar un pasado que le es propio, pero mediante una negación dialéctica, esto es mediante un
acto de asimilación.” (pág. 15)
2
En Ardao, 1962 se encuentran datos biográficos en Francisco Bilbao y el racionalismo (pág. 88)
3
Ardao, 1962 El racionalismo deísta “atribuye universalidad y constancia (...) a ciertos dogmas
fundamentales: existencia y bondad de Dios, espiritualidad e inmortalidad del alma, carácter divino de la
ley moral del deber. Se piensa que esos dogmas los revela Dios al hombre, pero no a través de tal o cual
revelación sobrenatural e histórica, sino mediante una reiterada revelación a cada conciencia por la luz
natural de la razón” (pág. 37) “Considerado en su sentido propio, el deísmo no constituye una doctrina
cerrada o definida como escuela. (...) Lo esencial en el deísmo, de acuerdo con su más característica
aplicación histórica, en relación con la religión natural, es la afirmación de la existencia de un Dios
trascendente y personal, con prescindencia de toda revelación sobrenatural, de toda creencia religiosa
positiva. Sobre este común denominador, el deísmo se diversifica en tantas variedades como autores
deístas.” (pág. 38) “Dos grandes etapas es posible distinguir en su desenvolvimiento. (el racionalismo
moderno del S XIX) Empleando los términos en su significación más lata, fueron ellas el Romanticismo
y el Positivismo.” Primera y segunda mitad de siglo respectivamente. A la etapa del Romanticismo, de
inspiración espiritualista, corresponde como forma dominante el racionalismo deísta (...) A la etapa del
Positivismo, de inspiración naturalista, corresponde como forma dominante el racionalismo agnóstico y
aún ateo.”( pág. 68) Fueron los principales referentes teóricos de Francisco Bilbao, los franceses
Lamennais, Michelet y Quinet, al mismo tiempo que lo fueron también para el conjunto de racionalistas
latinoamericanos. (pág. 88)
4
Fernández Nadal, Estela Memoria, identidad, poder. Francisco Bilbao y las filosofías de la historia de
los vencedores. Revista Académica Polis de la Universidad Bolivariana de Chile (11) www.revistapolis.cl
“-por analogía con la categoría de utopías ‘para sí’, elaborada por Arturo Roig. Entendemos por tales
(Filosofías de la Historia ‘para sí’) aquellos relatos de identidad donde se produce la emergencia de un
sujeto colectivo que se afirma en su calidad de ‘americano’ o de ‘latinoamericano’, para proponer una
lectura del pasado y del futuro que le permita proyectar su capacidad de transformación de la realidad.”
5
Varela, 1947: “Y si , dejando al hombre en la ignorancia hemos de llamar al ciudadano a una vida
activa, haciéndole correr todos los peligros que ofrecen nuestras instituciones cuando no son ayudados
por una instrucción especial, si hemos de poner en sus manos todos los instrumentos y auxilios que
ofrece, así al ignorante como al hombre ilustrado, nuestra doctrina de igualdad democrática, el resultado
será que tenga un poder de hacer mal mucho mayor que el que los ignorantes han tenido hasta ahora bajo
el gobierno monárquico que sofoca y anula la personalidad humana.” “Para establecer la república, lo
primero es formar los republicanos.” La educación del pueblo, pág 78.

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