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Nota preliminar1

W. Kroll
El autor de este manual es una de las figuras más
destacadas de la filología clásica actual. Su actividad ha
sido grande en diversos terrenos, a pesar de su mayor
especialización en los estudios latinos. Muestra de su
gran prestigio es el hecho de que ha dirigido durante
bastantes años la publicación de la Enciclopedia de la
ciencia de la antigüedad, que inició Wissowa en 1894,
ampliando mucho y poniendo al día la enciclopedia de
Pauly; esta publicación es, sin duda alguna, uno de los
mayores logros de la filología alemana, obra
indispensable en todo centro de trabajo filológico.
Concretamente en el terreno del estudio sistemático de
las actividades filológicas, destacó Kroll en la dirección
de la gran obra La ciencia de la Antigüedad en el último
cuarto de siglo (1875-1900), Leipzig, 1905, de necesario
manejo para el conocimiento de la filología alemana en la
época señalada, así como en los frecuentes trabajos
suyos que aparecieron en el anuario de Bursian.
Merece una mención su breve tratado de carácter1
pedagógico La sintaxis científica en la enseñanza del
latín; la 3a edición alemana ha sido traducida al español
por A. Pariente, en 1945.

1 Ha sido redactada por D. M a n u e l P a l o m a r L a p e s a .


Kroll, W. (1953). Historia de la Filología Clásica. Labor,
secc. Ill Col. Ciencias literarias No. 149 Biblioteca de
iniciación cultural.

I.-La Antigüedad

Capítulo I

Los precedentes

§ 1. Primeros elementos. Hasta la época


alejandrina no se puede hablar de una ciencia filológica
propiamente dicha. Han de buscarse, empero, en época
mucho más lejana los primeros elementos; en la
instrucción escolar que muy pronto se desarrolló,
ocupándose de la lectura de los poetas, principalmente
de Homero: un vaso de Duris (490 a. de J. C.) representa
un alumno de pie ante su maestro, que tiene un rollo con
el principio de un poema épico cíclico, mientras toma la
lección al alumno. Mas para hacer inteligibles a los
jóvenes las antiguas poesías, eran precisas
explicaciones lingüísticas y reales de varias clases, por lo
que muy pronto formóse en la escuela una tradición, más
o menos cimentada en el arte de los rapsodas, que se
suceden cada vez más decadentes (cfr. el Diálogo de
Platón Ion). Así fue fundándose, sobre ensayos
exegéticos, una primitiva literatura; existieron muy pronto
glosógrafos, entre los que se contó el mismo filósofo
Democrito, y Teágenes de Regio, ya en el siglo VI, debió

9
dedicarse a la interpretación alegórica. Era costumbre
también llevar a la conversación cuestiones sobre
Homero, hasta tal punto, que no pocos colocaban toda
su gloria en el ingenio de proponerlas y responderlas.
§ 2. La Sofística. Difícilmente de tales elementos
se hubiese desarrollado una ciencia, si no hubiese
sobrevenido el influjo de la filosofía. Cuando los filósofos
comenzaron a estudiar problemas físicos y éticos,
encontraron por doquier ciertas ¡deas extendidas ya por
la poesía homérica y hubieron de ponerse de acuerdo
con ellas; por lo que, cuando intentaron una organización
de la enseñanza superior, viéronse obligados a un
estudio intensivo de la antigua poesía. Así sucedió a los
sofistas (c. 450 a. de J. C.) que, queriendo tratar las
materias todas de la cultura contemporánea, se vieron
precisados a enseñar tanto la retórica como la filosofía.
También ellos, para no pocas cuestiones, se fundaban
en Homero, en quien veían el primer sofista, no
limitándose ya a las primitivas observaciones lingüísticas,
sino justificando en él sus propios criterios éticos y
estudiando el carácter de sus héroes; por ejemplo, Hipias
insiste en la oposición entre Aquiles y Ulises. Como
comenzaron a ocuparse de muchos objetos hasta
entonces válidos por su propia evidencia, también
estudiaron la lengua; lo que más les preocupaba era la
relación existente entre las palabras y las cosas: la unión
o relación existente entre las palabras y los objetos por
ellas designados ¿son naturales o efecto del
convencionalismo humano? Si lo primero, podría
concluirse del mismo nombre la esencia de la cosa, así
como pasar de ésta a la recta etimología; en esto
consisten los principios de la investigación etimológica

10-11
iniciada, sobre todo, por Heráclito y de la que se ocupa
Platón en el Cratilo, sin haber pasado a mejores bases;
pero, además, la lengua era el medio principal de la
oratoria, parte casi la principal de la enseñanza sofística,
y así, muchos de los estudios gramaticales de los
sofistas se deben al esfuerzo por revestir de una mayor
precisión la expresión lingüística: recuérdese
principalmente la Sinonímica, de Pródico, ridiculizada en
el Protágoras, de Platón. Sobre la naturaleza de las
letras y sílabas especuló Hipias, movido, en primer lugar,
por la consideración práctica de la sonoridad, criterio
preferido siempre por los antiguos, que, propiamente,
escribieron siempre para la recitación oral; de esta suerte
quedó fundada la fonética, que ya en el pamflet de
Arquino, compuesto con motivo de la introducción oficial
del alfabeto jónico en Atenas (403 a. de J. C.), había
alcanzado un considerable encumbramiento; la distinción
de los sonidos en vocales, semivocales y mudos, se
efectuó ya por esta época.
Protágoras, especialmente, se interesó por la
gramática en sentido propio: distinguió cuatro clases de
proposiciones (interrogación, respuesta, deseo,
mandato); reflexionó también sobre el género gramatical
y su expresión por medio de sufijos, y procuró dominar la
lengua con toda clase de reglas (ortopeia, e. e.,
corrección de la lengua; cfr. sobre la analogía, § 22);
entonces fue también cuando se aprendió la distinción de
nombre, verbo y partículas.
§ 3. Platón. Una continuación de estas doctrinas
se practicó en la escuela de Platón, quien hubo de
acomodarse a los adelantos todos de los sofistas. Su
principal mérito parece estar en la fundación de la

11-12
poética; poeta él mismo, fue el que en la Antigüedad dijo
lo más profundo acerca de la esencia de la poesía
(Fedro), y por primera vez la dividió en clases: narración
(ditirambo), representación (drama) y mezcla de ambas
(epopeya). En él necesitó fundarse Aristóteles, bien que,
como siempre, estableció fundamentos mucho más
sólidos que su genial maestro.
§ 4. Aristóteles. Los antiguos hacían comenzar
en Aristóteles (384-322) la filología: pero ésta no
constituía aún para él una ciencia independiente, sino
que se encuentra esparcida por diversos lugares de su
gran edificio científico. El lenguaje le interesa tan sólo
como medio expresivo de la lógica, retórica y poesía; así,
solamente hace superficiales intentos de distinguir en las
partes de la oración las significativas (nombre y verbo) de
las no significativas (artículo y conjunción) y las de cada
pareja entre sí, conociendo que el verbo debe contener
siempre un elemento temporal. Su Poética, en el final, y
el tercer libro de la Retórica contienen observaciones
estilísticas: así, la valiosa distinción de estilo prosódico y
no prosódico y las observaciones sobre el empleo de
medios extraordinarios para la expresión, sobre los que
se funda el estilo de la poesía y de la alta prosa: palabras
arcaicas y onomatopéyicas, compuestos y metáforas;
aforismos muy notables, pero todavía algo irregulares.
Más importantes son sus progresos en la investigación
histórico literaria: Aristóteles tenía el criterio de que una
historia literaria no es posible sino fundada en el material
documental, por lo que reunió cronológicamente en sus
Didascalias las noticias oficiales sobre representaciones
teatrales y musicales en Atenas, mientras que los
Triunfos dionisíacos contenían listas de los poetas y

12-13
actores vencedores: todo ello era un insuperable
fundamento para la historia del drama. Mas no bastaba
esto: estudió toda la literatura prosaica y poética que
tenía a la vista a fin de poder señalar, por medio de la
abstracción, las leyes valederas para los distintos
géneros literarios; de tales estudios surgieron su Retórica
y su Poética, de las cuales la última ha ejercido un influjo
terminante en la literatura mundial, siendo para muchos
el oráculo decisivo para la tragedia y la epopeya, y esto
aun en la época moderna (§ 63). Las Cuestiones
homéricas, en seis libros, tenían como finalidad ¡lustrar
por medio de razones históricas y poéticas cuantas
dificultades reales pudieran suscitar los motivos
homéricos; por ejemplo, ¿por qué Telémaco, en su viaje
a Esparta, no visitó a su abuelo ícaro? Finalmente,
dedicó una atención especial a la sabiduría de los
proverbios populares, componiendo un libro acerca de
ellos.
§ 5. Los peripatéticos. Han de atribuirse a
Aristóteles no sólo la suma de todos sus trabajos
particulares, sino, en gran parte, los obtenidos por sus
discípulos, pues fue él quien señaló a cada uno, según
sus dotes y preparación, campo especial para sus
investigaciones. Bien claramente se ve cuán obligados
debemos estar a su personalidad si pensamos en las
circunstancias de que sus amplios puntos de vista y
maneras universales de reflexionar se perdieron muy
pronto para dar lugar a una noticiomanía falta de toda
crítica. Excepción fue su sucesor Teofrasto (372-287),
que continuó desarrollando la teoría de la poesía y de la
música, y en su libro Sobre la expresión no sólo
distinguió variados recursos estilísticos, sino que procuró

13-14
también señalar los méritos de cada escritor para llegar a
la visión del desarrollo histórico del estilo prosístico:
primer ensayo de una historia interna de la literatura. Sus
puntos de vista coincidieron muchas veces con los de su
condiscípulo Aristoxeno de Tarento, cuya principal
investigación fue la teoría e historia de la música y de la
lírica, ambas inseparables. Más en sus biografías de
filósofos se deja llevar ya de la animosidad y decires que
entonces se iban propagando poco a poco. Precisamente
en la literatura relativa a los filósofos prosperó
extraordinariamente la avidez por el chisme: un libro muy
malintencionado fue el titulado Sobre el libertinaje de los
antiguos, atribuido a Aristipo, según el cual los grandes
filósofos habían mantenido con sus alumnos relaciones
vitandas, el académico Arcesilao era el más ruin vividor
de su tiempo, etc. Con demasiada credulidad aceptó
tales leyendas Hermipo, discípulo de Calimaco, siendo
culpa sobre todo suya el que luego se propagaran.
Todavía un discípulo de Crates, Heródico, atacó en su
libro Contra el partidario de Sócrates a Sócrates y su
escuela, del modo más odioso y, sobre todo, echando en
cara a Platón, insensatamente, los anacronismos de sus
diálogos. No poco de esto se repite en la historia de los
filósofos de Diógenes Laercio, que conservamos, escrita
a fines del siglo II de J. C.
Activo como biógrafo fue también Cameleón, de
Heraclea; compuso monografías sobre gran parte de los
antiguos poetas, reuniendo en ellas no sólo las noticias
recogidas en otros, sino también las conclusiones a que
llegó personalmente en el estudio de sus obras, método
consagrado más tarde en la biografía histórico-literaria y
que ha tenido excelentes resultados; aprovechaba, por

14-15
ejemplo, como realidades atestiguadas las alusiones que
se encuentran en las comedias (Vida de Eurípides).
Siguióle muy de cerca Dicearco, que escribió, entre otras
cosas, sobre los certámenes músico poéticos y sobre los
argumentos legendarios de Sófocles y Eurípides. Se
dedicó principalmente a cuestiones gramaticales
Prasífanes, que dicen que fue el primero en llamarse con
el nombre de “gramático” , que vino a ser la designación
corriente para los filólogos; antes se les había llamado
“críticos”; desde Crates y su escuela, esto ha sido
admitido corrientemente, sin perderse ya (§ 25); “filólogo”
(como se llamaba Eratóstenes) no fue nunca
propiamente la designación de una profesión especial,
más bien significaba lo mismo que “anticuario” :
Prasífanes trabajó en la alta crítica, censurando, por
ejemplo, a Platón por motivos estilísticos y declarando
apócrifo el proemio de los Trabajos y días, de Hesíodo.
Mereció además, sin embargo, no poco por haber sido
maestro de Calimaco e intermediario entre la ciencia
peripatética y la alejandrina. Así como aparece claro el
nexo interno de ambas, es difícil establecer y señalar los
exteriores; sin duda que desempeñó papel no secundario
Demetrio de Falero, discípulo de Teofrasto y partidario de
sus criterios, que se ocupó ya de la crítica textual y de la
exégesis de Homero y coleccionó antiguos proverbios
(entre ellos, las fábulas de Esopo y las sentencias de los
siete sabios). Después de 297 a. de J. C. llegó a
Alejandría, y sin duda influyó en las empresas científicas
de los Tolomeos.

15-16
Capítulo II

La filología alejandrina

§ 6. Alejandría. Una serie de circunstancias


concurrieron a hacer de Alejandría la verdadera capital
del Helenismo. Atenas, que por tradición parecía la
destinada a ello, se encontró, sin embargo, sumida en su
rancio patriotismo local y descendió poco a poco al papel
de pequeña ciudad de las Musas; las otras capitales del
reino de los Diádocos no tenían ni la favorable situación
ni el tráfico de Alejandría, que, intermediaria entre
Oriente y Occidente, creció hasta ser la primera ciudad
comercial del mundo; tampoco pudieron los demás
príncipes competir en riquezas con los Tolomeos, que
supieron sacar grandes rendimientos de Egispo, y los
emplearon para poder no reparar en medio alguno de
adquirir libros preciosos y poner en su corte ¡lustres
sabios.
Momento harto interesante para el desarrollo de la
filología es la época del año 300, especial período en la
historia literaria misma, que sufre un notorio corte: la
epopeya, el drama y la lírica habíanse agotado al igual
que la música, con la que estos dos últimos géneros

17
tenían una estrecha relación, llevando desde ahora una
vida más aparente que real, mientras aparecía una
nueva poesía caracterizada por la perfección de su
técnica, exquisitez y erudición; en la prosa, la oratoria
política, antes de vida tan fuerte, había sido sustituida por
la oratoria de circunstancias, rica en frases, pero pobre
en vigor. Fue posible, pues, considerar la antigua
literatura como algo ya terminado, que podía ser juzgado
objetivamente, sin dejarse enturbiar la mirada por la
literatura del día; a tal método histórico de estudio
respondió la formación de listas de los autores que
podían servir de muestra de cada uno de los géneros
literarios, en las cuales no figuraban los escritores que
aun vivían (cánones de Aristófanes y Aristarco). En la
prosa aparece, ya antes del 300, la ¡dea de la imitación,
que en la retórica se acreditó pronto, siendo estudiados
los autores antiguos para procurar imitarlos, sin que los
modernos añadieran nada nuevo a aquéllos.
§ 7. Bibliotecas y Museo. De decisiva influencia
fue además la reunión en las bibliotecas de Alejandría de
los restos de la antigua literatura, tan completa como
nunca se había logrado. Cierto que las escuelas
académica y peripatética no habían podido existir sin
bibliotecas, pero éstas quedaron eclipsadas por obra de
las disposiciones de los Tolomeos. La grande estaba
situada en la parte de la ciudad llamada, dentro del
palacio real y unida con el Museo; contenía, en tiempos
de Calimaco, 400 000 volúmenes con más de un libro y
90 000 sencillos; la pequeña estaba en el Serapeo y
tenía en la misma época 42 800 volúmenes. (Nótese,
además, que ya antes de la época cristiana se conocían
los papiros en forma de libro, además de los volúmenes;

18
como más tarde hubo de competir el papiro con el
pergamino cada vez más, prevaleció, hacia el siglo V, la
forma de libro.) Pero tales tesoros sin un arreglo
científico hubiesen sido un capital muerto, por lo cual fue
muy importante el que ¡lustres sabios fuesen encargados
de tal sistematización y ordenación: Zenódoto, al mismo
tiempo que fue el primer bibliotecario, ordenó los épicos,
Licofronte los cómicos y Alejandro Étolo los trágicos;
Calimaco compuso un catálogo científico con el título de
Listas de los varones distinguidos en todos los ramos de
la cultura y de sus obras, en 120 libros: estaban
clasificados los autores por categorías y, dentro de ellas,
dispuestos alfabéticamente, anotándose en pocas
palabras diferentes opiniones sobre su paternidad
literaria; un suplemento de tan magna obra hizo más
tarde Aristófanes, el cuarto bibliotecario; el segundo fue
el poeta Apolonio (§ 11), el tercero Eratóstenes, el sexto
Aristarco. Según el modelo de esta biblioteca fueron
instaladas las de Pérgamo (§ 24) y Antioquía, cuyo
director en tiempo de Antíoco el Grande (224-181) fue el
poeta Euforión. También las bibliotecas romanas fueron
copia de las alejandrinas (§ 29).
íntimamente relacionado con la reunión de libros
estaba el Museo, especie de academia, compuesta por
una serie de sabios pagados por los reyes; como sus
modelos, la Academia de Platón y las otras escuelas
filosóficas de Atenas, estaban organizadas
religiosamente; fue a su vez modelo de posteriores
organizaciones análogas; por ejemplo, el Ateneo fundado
por Adriano en Roma. En él se ejercitó la actividad
docente en todas las formas, pues sabemos, por
ejemplo, que hubo discípulos de Calimaco y de Aristarco;

19-20
el hecho de que el rey Tolomeo Evergetes II
perteneciese a los de este último, es la mejor prueba del
aprecio en que era tenida la filología. Todavía en tiempo
de Augusto, Dídimo se llamaba aristarquista, y su
actividad estuvo enteramente dentro de las inclinaciones
de Aristarco, hecho que prueba una tradición de escuela.
Aristonico escribió, en tiempos de Augusto, una historia
del Museo.
§ 8. Los grandes filólogos. Los más notables
sabios alejandrinos fueron los siguientes2: Zenódoto de
Éfeso, discípulo del poeta y filólogo Filetas de Cos, fue
hacia 280 el primer bibliotecario; su obra principal fue la
edición de Homero, aparecida hacia 275. Calimaco de
Cirene, que había estudiado en Atenas (§ 5), se
estableció en Alejandría como gramático y llegó a ser el
poeta de la Corte; entre los libros, en número superior a
los 800, que compuso, eran filológicos, además del
catálogo, especialmente la colección de glosas (§ 10) y
una obra sobre Democrito; él, que era también de por sí
un acreditado poeta, ejerció notable influjo en el gusto
literario de la época. Eratóstenes de Cirene, tan
admirado por su variada erudición, sobre todo en
Geografía, compuso una gran obra sobre la comedia
antigua (al menos doce libros) y defendió una inteligente
concepción de la esencia de la poesía contra el estoico
moralismo. Aristófanes de Bizancio, que fue bibliotecario
a los 62 años (195 a. de J. C.), señala, junto con su
¡lustre discípulo Aristarco de Samotracia (hacia 140), el
apogeo de la antigua filología; su actividad estuvo

2 En el siglo I a. de J.C., Asclepiades de Mirlea escribió una exten


obra Sobre los gram áticos.

20-21
consagrada principalmente a las ediciones y
comentarios, llegando a componer, según se dice, 800
sólo de éstos últimos. El más ¡lustre discípulo de
Aristarco fue Apolodoro de Atenas (140 a. de J. C.), que
juntaba felizmente a una gran maestría en el dominio de
la lengua amplios puntos de vista; además de los escritos
que más adelante citaremos, sus obras fundamentales
fueron la Crónica y sus 24 libros sobre los dioses (§ 14);
en segunda línea merece citarse Dionisio Tracio, que fue
maestro de Tiranión en Rodas (§ 21).
§ 9. Los escolios de Homero. Nuestras noticias
sobre la actividad de los alejandrinos las debemos en su
mayoría a los escolios de Homero, pues son menos los
dedicados a Pindaro, Hesíodo, Aristófanes y,
principalmente, a los trágicos3 De especial importancia
son los escolios de los manuscritos A y B de la llíada que
se encuentran en Venecia. A nos presenta un ejemplar
de Homero en el que la principal atención se consagra a
la crítica textual; así, no sólo contiene los signos críticos
(§ 16) de Aristarco, sino que también los escolios escritos
al margen nos dan noticias principalmente sobre el
estado del texto. Según las suscripciones, han sido
recogidos de cuatro fuentes (“Escolios de los cuatro
autores”): 1) Aristonico, sobre los signos críticos de
Aristarco: es una disquisición compilada con sumo
cuidado, en la época de Augusto, de los escritos del
maestro y de sus discípulos, sobre los motivos que

3 Los antiguos filólogos preferían con mucho a los poetas, porque


la escuela del gramático, solamente éstos eran leídos, dejándose los prosistas
para el retórico; sin embargo, hubo también un comentario a Heródoto, de
Aristarco.

21-22
Aristarco tenía para poner con preferencia un signo
determinado; 2) Dídimo, “sobre la estructura del texto de
Aristarco”, también un trabajo muy paciente y esmerado
(§ 30); Dídimo, con las dos ediciones de Homero hechas
por Aristarco, con sus comentarios y monografías,
decidía las lecciones autorizadas por éste, teniendo en
ello que dejarse llevar frecuentemente a sus polémicas
contra eruditos anteriores (principalmente Zenódoto).
Una fuente principal era el escrito de Amonio, seguidor
de Aristarco, en el que probó que Aristarco nos dió
solamente dos ediciones de Homero y ofreció noticias
exactas acerca de ellas. 3) Nicanor, acerca de la
puntuación en la Miada (época de Adriano). 4) Herodiano,
sobre la prosodia de la Miada, esto es, sobre los acentos
y espíritus de todas las palabras dudosas (§ 34). Estas
mismas cuatro fuentes son utilizadas en los escolios,
ciertamente mucho más pobres, de la Odisea.
El manuscrito B contiene más escolios
aclaratorios, que, sin embargo, también proceden, en
último término, de los grandes alejandrinos; pero este
manuscrito no es, en plena justicia, acreedor a la fama
que se le ha concedido, pues el material aclaratorio
reunido en él es más recargado y ligero de contenido que
en los manuscritos afines. Ricos escolios al canto <2>de la
Miada encontramos también en un manuscrito de Ginebra
y en un papiro del siglo II de J. C.
Otras fuentes para el conocimiento de la filología
alejandrina son principalmente la gran obra de Ateneo y
los léxicos posteriores (§ 32).

22-23
§ 10. Explicación de palabras. El primer
problema suscitado por los textos antiguos era la
comprensión de las palabras; principalmente la poesía
arcaica contenía palabras que ya no estaban en uso,
resultando ininteligibles frecuentemente aun en su
etimología. Se llamaban glosas, palabra que en un
principio designaba sólo las dialectales, pero que más
tarde hubo de emplearse para designar toda clase de
palabras necesitadas de aclaración. Lo más cómodo, a la
par que lo más peligroso, era tratar de explicarlas por el
contexto; con tal método se vieron arrastrados los
glosógrafos más antiguos, entre los que estuvo, por
ejemplo, el filósofo Democrito, a graves errores. Ya
Aristóteles había hecho notar que algunas palabras
homéricas habían de explicarse con auxilio de dialectos,
mas también se abusó de este método. El primero que
escribió una colección de glosas fue Filetas (§ 8), cuya
obra Lo desordenado, muestra ya en su título la carencia
de todo criterio que revele un plan de unidad. Zenódoto
reunió glosas de Homero, como otros después de él.
Tales estudios dieron lugar a los primeros léxicos (bien
que la palabra léxico no aparezca sino en la época
bizantina; antes se decía lexeis = palabras). Los
Nombres locales, de Calimaco, esto es, dialectismos
ordenados según categorías4, por ejemplo, nombres de
los meses, animales y vientos, fueron arrinconados por
las lexeis de Aristófanes de Bizancio, que con
colecciones antiguas de glosas y autores, reunió un

4 Todos los léxicos antiguos estaban ordenados por categorías reale


ordenación alfabética no podemos encontrar documentada antes de la época
de Adriano (§ 32).

23-24
considerable material, ordenado por materias reales
(nombres de parentesco, de edades, animales) y también
por criterios geográficos (glosas áticas, lacónicas). Fue
obra muy utilizada por la posteridad, habiendo llegado a
nosotros extractos de ella.
Poco más o menos contemporáneamente
comenzaron los diccionarios dialectales, para ¡lustrar las
palabras de los dialectos ático, dorio, crético, de la
Magna Grecia, rodio, alejandrino, etc.; de esta suerte, por
ejemplo, Crates (§ 25) publicó un léxico ático, y Filoxeno
una obra sobre el jónico. Una verdadera enciclopedia de
muchos trabajos de esta clase formaba una obra
dialectal de Trifón (época de Augusto). Mas téngase muy
presente que los gramáticos, las más de las veces, no se
inspiraban en la lengua popular, sobre todo para los
dialectos que entonces habían comenzado ya a
desaparecer, y se limitaban a la observación, a lo más,
del dialecto de su país natal; los dialectos que todavía
aparecían en la literatura contemporánea, como el
siciliano de Teócrito y el jónico de Herodas, no son sino
un producto artificial; nada digamos de la pálida imitación
de Heródoto por Arriano en la descripción de la India.
Mucho mejor se podía conocer el dialecto ático por los
cómicos, el lacónico por Alemán (tratado en una
monografía por el lacedemonio Sosibio, miembro del
Museo en tiempo de Tolomeo II), el eólico por Safo y
Alceo, el siciliano y el de la Magna Grecia por Epicarmo,
Sofrón y Rinton. También en la explicación de las glosas
de Hipócrates se ocuparon no sólo médicos, sino
también gramáticos; el léxico de Erotiano, de la época de
Nerón, que ha llegado hasta nosotros, contiene muchas
que se remontan al léxico de Aristófanes; Galeno es un

24-25
sem¡filólogo a causa de sus trabajos para explicar a
Hipócrates. Otras palabras difíciles podían aclararse tan
sólo con la investigación sistemática de determinados
aspectos de la vida humana: así, en la comedia nueva y
en la media desempeñaban papel muy importante los
gastrónomos, cocineros y parásitos, siendo necesario,
para ¡lustrar su jerga, revolver la literatura culinaria, que
iba multiplicándose abundantemente desde el siglo IV: a
esto se redujo la labor de Artemidoro (80 a. de J. C.) en
su léxico culinario.
§ 11. Interpretación. El peligro en esto era
atender a los accidentes y olvidar la substancia; se
explicaban las glosas, pero se renunciaba a la
interpretación del conjunto del texto. Aristarco tuvo el
mérito de ser el primero en explicar de un modo completo
los textos, sin pasar por alto dificultad alguna; su principio
era que el poeta debía ser explicado por sí mismo, sin
osar nunca entrar en el laberinto de la significación
alegórica (§ 25). No contento con la explicación de las
glosas, precisaba también el sentido de las expresiones
aparentemente claras por la comparación de todos los
lugares paralelos; todavía hoy, la interpretación de
Homero trabaja a menudo con los resultados por él
obtenidos. Además, prestaba atención a los errores que
los poetas modernos cometían en el empleo de palabras
homéricas, una clara prueba de que estos gramáticos se
sentían también jueces indicados para la poesía
moderna (Calimaco, § 8). Y es sorprendente la fidelidad
con que Apolonio de Rodas ¡mita en su poema épico de
los Argonautas la lengua de Homero con una perfección
únicamente posible sobre la base de estas
observaciones filológicas. Tiranión compuso después

25-26
una monografía sobre las discordancias entre los poetas
modernos y Homero. Con tal cúmulo de observaciones
comenzó a ser posible una crítica textual metódica, y así
pudo Aristarco, con su superior conocimiento del uso de
la lengua, refutar muchos errores de los primitivos
investigadores, principalmente de Zenódoto. Conclusión
de tales estudios fueron obras como la de Zenodoro,
Sobre el lenguaje homérico, y léxicos especiales como el
de Homero, por Apolonio (100 a. de J. C.), conservando
con retoques, el igualmente conservado léxico de Platón,
por Timeo, y el escrito de Paternio sobre las palabras
difíciles que se encuentran en los historiadores (sobre los
glosarios latinos, véase § 36).
§ 12. Prosodia. Discutíase con mucha frecuencia
el modo recto de escribir las palabras antiguas, porque
había dudas ya acerca de su flexión, ya acerca de la
recta y práctica transcripción de un dialecto (el dialecto
lesbio de Alceo y Safo, el beodo de Corina), ya también
sobre la prosodia (esto es, según la antigua terminología,
acentos y espíritus). A estas cuestiones dedicó también
ejemplar cuidado Aristarco, averiguando prudentemente
aquello que más recto aparecía según la tradición. En él
se fundan todas las observaciones posteriores en este
terreno, con la diferencia de que, así como él siempre
trató tales cuestiones apoyándose en un texto, los
posteriores fueron independizando poco a poco tales
estudios y formaron con ellos una parte especial de la
gramática en sentido estricto; distinguiéronse
especialmente por su actividad en tales trabajos Tiranión
y Trifón; finalmente, en Herodiano encontraron
conclusión todos estos estudios con sus imponentes
colecciones.

26-27
§ 13. Crítica textual. La primera vista del texto, la
contemplación de las grandes variantes en los distintos
ejemplares de Homero, mostraban que los textos de los
antiguos poetas estaban corrompidos; se derivaban de
larga tradición oral, pues ciertamente que en tiempo de
Homero era aún desconocida la escritura. En los trágicos
era fácil señalar interpolaciones debidas a los actores,
así en el Orestes, de Eurípides (v. 1366), en que,
cambiando el texto, procuró ahorrarse un salto desde un
tejado. Facilitóse sobremanera por primera vez la crítica
textual metódica con la reunión de tantos tesoros en la
biblioteca. Ya antes, por razones reales y lingüísticas se
habían corregido los textos, procedimiento que se
prestaba mucho a la confusión y arbitrariedad: explícase
ello también teniendo en cuenta que en dicha actividad
crítica tomaron parte muy importante poetas como
Antímaco y Filetas, que ligeramente, por motivos de
gusto, cambiaban en el texto o admitían los cambios
hechos ya anteriormente por otros. Había también
ejemplares como los llamados edición Narthex de
Aristóteles, que no eran aptos para la multiplicación de
ediciones seguras, pues se trataba de ejemplares
corregidos para uso particular o para las bibliotecas
escolares. Ahora había en la biblioteca una gran
colección de ejemplares de Homero: textos, conocidos
tan sólo según su lugar geográfico de procedencia, como
los de Massilia, Quíos, Argos, y otros cuyo productor era
conocido, como los ya citados; poco a poco se aprendió
a distinguir estos variados textos según su valor,
fundándose de esta suerte la crítica textual con un
método que se ha venido practicando comúnmente hasta
en el siglo XIX (§68).

27-28
Zenódoto procedió todavía con cierta violencia; sin
sólidas razones, introducía en los textos las conjeturas
que se le ocurrían, haciendo también desaparecer, a
veces, totalmente del texto los versos que le parecían
sospechosos, hasta tal punto que ya le censuraron los
antiguos (p. ej.. H 255-257); otras veces añadía él versos
de su cosecha (P 456). Mucho más prudente, Aristófanes
limitábase a señalar con obelo (§ 16) los versos
apócrifos; parte de sus observaciones en este respecto
son completamente inmejorables; por ejemplo, la
declaración de apócrifa de la conclusión de la Odisea
desde (//297 y de los versos H 443-464. Aristarco obraba
en esto completamente apoyado en él; pero tenía aún
más imbuida una virtud propia de filólogos: un profundo
respeto a la tradición. Cuando le era posible se auxiliaba
con una de las lecturas tradicionales; si ninguna le
parecía indudable, entonces la señalaba como texto
apócrifo; sólo en contados casos se arriesgaba a
conjeturas, pero nunca las incluía en el texto. Todavía,
según nuestro sentido actual, era algo excesivamente
ligero en las supresiones (también Crates y sus
discípulos le censuraban por esto), si bien él dulcificó
algo el duro proceder de Aristófanes contra los versos
repetidos; nosotros, que ya no nos sujetamos a un solo
Homero y perseguimos una comprensión histórica, cosa
que les faltaba a los antiguos, juzgamos sobre muchos
lugares de muy distinto modo. No comprendía el público
antiguo esta actividad crítica; tales correcciones
sugirieron muchos comentarios burlescos (“si se quiere
leer un genuino texto de Homero, hay que emplear el
tradicional, no el corregido por los filólogos, y otros del

28-29
mismo sentido”). Mas, en general, debemos estar
agradecidos a esta actividad de los filólogos, pues les
debemos que el texto de Homero no nos haya llegado en
un estado caótico de adiciones y omisiones, como se
presentan tantos papiros; sin duda, nuestros manuscritos
no dan fielmente ni la edición de Zenódoto ni la de
Aristarco, ni la de otros cualesquiera filólogos antiguos,
sino un texto vulgar parecido al que era corriente ya
antes de aquéllos.
§ 14. Explicación real. Las más veces quedó
mucho por hacer en lo tocante a la explicación real. En
Homero había que descubrir un estadio cultural anterior
con los más variados aspectos. En los cómicos y, en
parte, también en los líricos debían explicarse muchas
alusiones personales y políticas, doquiera aparecían
oscuridades mitológicas y geográficas. Las gentes, que
querían probar su ingenio en los antiguos poetas,
mezclaban con las dificultades verdaderas y reales otras
imaginarias, a las que daban suma importancia: eran
capaces de cambiar arbitrariamente el texto de Homero
por darse el placer de suscitar una cuestión, del corte de
éstas: ¿Por qué comienza Homero el catálogo de las
naves con las beodas? ¿Por qué de todos los líquidos da
el adjetivo de corriente sólo al aceite? ¿En qué mano fue
herida Afrodita por Diómedes? ¿Por qué Ulises se alegró
en la Dolonia5 con el grito de la garza real que, no
obstante, podría traicionarle, y por qué Atenea envió una
garza y no una lechuza? Para contestar tales preguntas

5 Denominación que suele darse al canto 10°. De la llíada. -N. de.


(Las notas con esta indicación han sido redactadas por D. Manuel Palomar
Lapesa).

29-30
se reunía también una gran suma de conocimientos
zoológicos (sobre las Cuestiones homéricas, de
Aristóteles, § 4). En lugar de tan confusos
procedimientos, fue haciéndose urgentemente necesaria
una sistemática explicación como la empleada a partir de
entonces en los comentarios continuados. Zenódoto no
escribió todavía ninguno de esta clase; pero no se olvide
que oralmente explicó largas poesías o parte de ellas.
Tampoco parece que Aristófanes hiciese comentarios;
pero conocemos, sin embargo, sus investigaciones sobre
las máscaras y las hetairas atenienses, que servían para
explicación de las comedias, y una monografía sobre una
expresión incomprensible de Arquíloco.
Sus discípulos, en cambio, comenzaron a escribir
detalladas explicaciones; además de Calístrato (a
Homero, Píndaro, Sófocles, Eurípides, Aristófanes,
Cratino), merece especial mención Aristarco (§ 8), que,
aparte muchos comentarios a Homero, escribió otros a
Hesíodo, Arquíloco, Anacreonte, Píndaro, Esquilo, Ion,
Sófocles, Aristófanes (?). Aquí se encontraban valiosas
observaciones reales, por ejemplo, sobre la visión del
mundo en Homero, las comidas y vestidos de la edad
heroica, la falta de la equitación y de la cuadriga, la
genealogía de los dioses y de los héroes, etc. Aristófanes
había explicado como apócrifo el verso ;r4 9 porque en
ningún otro lugar se colocaba la carne en mesas de
madera, pero Aristarco, conocedor de esta costumbre
practicada en otros lugares, salvó el texto. En la
explicación de lo mítico observaba si Homero conocía ya
las fábulas que posteriormente corrían: así dedujo de
B106 que nada sabía aún sobre la enemistad entre Atreo

30-31
y Tiestes: borró Ω 614-617 porque la petrificación de
Níobe sólo aparece en tiempos posteriores. Se
preocupaba especialmente de las homonimias: por haber
sido muerto Pilaimenes por Menelao en E 576, a pesar
de lo cual volvió a aparecer más tarde luchando en N
658, propone la cuestión de si Homero designó con el
mismo nombre distintas personas. Importante era esto
para la geografía, pues nombres como Efira, Ecalia,
Orcomeno, aparecen muchas veces; Demetrio de
Escepsis y Apolodoro continuaron a menudo tal trabajo
de Aristarco. De esta suerte fue formándose toda una
serie de monografías: ya un discípulo de Aristarco
escribió sobre los arcos de Homero, y otros, más tardíos,
sobre el arte de la guerra y la visión de las aves en
Homero; una compilación sobre el modo de vivir de los
héroes homéricos extractada en el primer libro de
Ateneo, curioso ejemplo para derivar de Homero las
costumbres y reglas de conducta estoicocínicas. El
trabajo más notable para la explicación real de Homero
fueron los doce libros de Apolodoro sobre el catálogo de
las naves, pues, forzando los límites del tema, contenían
una casi completa geografía de la antigua Grecia; esta
obra, que excedió en gran manera el interés de Aristarco,
adherido a la expresión particular, se fundaba ya en
Demetrio de Escepsis y estribaba en un asombroso
dominio de todo el material. Cuando el geógrafo
Estrabón trató la geografía de Grecia (Lib. 8-10), la tomó
como base y fundamento de su estudio. Un gran avance
fue la obra de Apolodoro, en 24 libros sobre los dioses,
único ensayo, en la Antigüedad, de una mitología
científica, la cual, sin estar orientada hacia Homero, sin
embargo, se refería constantemente a él, y tenía un

32
especial interés en la explicación de los epítetos de los
dioses de Homero.
§ 15. Explicación histórica y mitológica. Otros
textos suscitaban otras necesidades; así, por ejemplo,
para explicar las alusiones personales de las comedias
se llegó a formar toda una literatura sobre las personas
ridiculizadas en ellas; así, hubo una monografía sobre los
poetas ridiculizados en la comedia media, de Antíoco de
Alejandría. Acerca de las hetairas, de interés
especialmente en la comedia media y nueva, formóse
otra literatura especial que arranca del ensayo de
Aristófanes, un resto de la cual tenemos en el Lib. XIII de
Ateneo. Sirvió no poco también a la comedia la literatura
sobre proverbios, en la que ya trabajara asimismo
Aristófanes (sobre Aristóteles, véase § 4). Como fuera
necesario explicar no pocas alusiones históricas de
Píndaro, en las que aun siendo pequeñas, fracasaba no
pocas veces el mismo Aristarco, no obstante su
preparación especial, tales dificultades de interpretación
fueron fácilmente vencidas más tarde con el empleo de la
literatura histórica. Para la explicación de Alemán sirve
no poco el comentario de Sosibio (§ 10), porque este
autor dedicó sus esfuerzos especialmente a los aspectos
reales y, además, escribió, por ejemplo, sobre los
sacrificios lacedemonios. Las alusiones mitológicas eran
aclaradas por la antigua poesía y por los historiadores
locales, muy abundantes en las bibliotecas; para el Ática
estaba facilitado este trabajo con la obra de Istro,
discípulo de Calimaco, Colección de historias áticas,
compilación, muy extensa, de la historia mítica del Ática,
que sustituyó e hizo inútiles las anteriores obras de
historia sobre esta comarca. Hacia el final del siglo II a.

32-33
de J. C. comenzaron a compilarse manuales de
mitología, que habían llegado a ser una necesidad para
el público y para los gramáticos que vivían lejos de las
grandes bibliotecas; nos queda todavía una muestra de
tales obras en la llamada Biblioteca de Apolodoro y en
las Fábulas de Higinio; en ellas se manifestó la mitología
como ciencia necesaria para la explicación de los
escritores y que se encuentra parcialmente utilizada en
los escolios que nos han llegado.
§ 16. Ediciones. Los frutos de todos estos
estudios fueron depositados en las ediciones, objeto
preferente de la actividad de los gramáticos alejandrinos
(§ 13). Era necesario ofrecer a las escuelas y al público
culto textos corregidos y ordenados de manera clara y
práctica. Zenódoto editó a Homero y la Teogonia, de
Hesíodo, tal vez a Píndaro y Anacreonte; Aristófanes,
además de Homero y Hesíodo, líricos y trágicos;
Aristarco a Homero (dos veces), Hesíodo, Alceo,
Píndaro, Aristófanes; Apolodoro a Epicarmo y Sofrón.
Comenzó entonces la división en libros, introducida en
Homero por Zenódoto y por Aristófanes en los líricos; así
fueron divididos Píndaro en 17 libros, Alceo en 10 (?),
Safo en 9, reuniendo las poesías de materias parecidas.
Influyó esto, a su vez, en la práctica de los escritores, y
así comenzaron a formarse conceptos fijos de la
extensión que debe tener un libro. Aristófanes editó a
Platón ordenado en trilogías; más tarde se introdujo la
ordenación tetralógica.
Estas ediciones no contenían comentario alguno,
pues tal costumbre (texto con escolios) no comenzó sino,
tal vez, en el siglo I a. de J. C., pero su disposición
ofrecía una cierta compensación, principalmente por los

33-34
signos críticos, cuya finalidad era la crítica textual; los
más importantes son los siguientes:
> Obelo: designa verso apócrifo; fue usado ya por
Zenódoto.
> Diplo: designa en Aristarco versos sobre los que
ponía especial atención (así, pues, en evidente
relación con la práctica escolar); Aristonico (§ 9)
trató especialmente de los motivos para usar este
signo.
> Diplo periestigmeno: usado por Aristarco para
señalar todos los versos en que se separaba de la
lectura de Zenódoto.
* Asterisco: usado por Aristófanes para señalar los
lugares que no tenían sentido; Aristarco lo empleó
para los versos repetidos, añadiendo el obelo
donde los reputaba apócrifos.
Se han observado restos aislados de estos signos en el
Venetus A de Homero. A veces se añaden las variantes
críticas del texto.
§ 17. Métrica. Las ediciones de líricos y
dramáticos a que se dedicó primero Aristófanes, le
ofrecieron también problemas métricos, pues los poetas
habían escrito sus obras como en prosa, ya que la
verdadera división correspondía a la música; pero,
perdido el acompañamiento musical, le era necesario
averiguar la división exacta de las composiciones
poéticas, y también en esto empleaba signos especiales
que indicaran el final de sendas estrofas y cantos y el
cambio del metro (introducidos de nuevo recientemente
por Wilamowitz); podemos formarnos una ¡dea de sus
intentos con el papiro de Baquílides, escrito en tiempos
de Cicerón. Después de esto ya era posible una métrica

34-35
científica fundada en principios empíricos, pues las
teorías rítmicas generales habían sido fijadas ya por
Aristoxeno (§ 5). Aunque los escritos de métrica que nos
han llegado pertenecen al siglo I a. de J. C., es indudable
que los dos sistemas que después se encontraron en
convivencia y a veces se confundieron, pertenecen ya a
un tiempo antiguo. El primero, procediendo a partir de
cada uno de los pies (de dos a cuatro sílabas), con su
combinación, a veces, de un modo completamente
arbitrario, da lugar al verso que es designado con el
nombre del poeta que fue el primero en usarlo; por
ejemplo, la serie antiquísima que se
compone de un antipasto u_ _ u 6 y de un dímetro
yámbico cataléctico ___, fue denominado con el
nombre del joven poeta Faleco, que fue el primero que
compuso poesías enteras con tal metro. Este sistema
admite la catalexis y el antipasto como pie especial.
Representantes de este sistema son Heliodoro (siglo I de
J. C.), cuyas doctrinas se encuentran en los escolios a
Aristófanes y en la mayoría de los métricos latinos, y
Hefestión (150 de J. C.), cuyo manual breve que se nos
ha conservado es el extracto de una gran obra métrica
de 48 libros. El otro sistema procede no por pies, sino por
las partes del verso que resultan de la división del
hexámetro o del trímetro, y por sus varias
combinaciones, como en un juego; así se obtiene toda
clase de versos (siendo mucho menor la relación con el
ritmo que en el otro sistema): conoce pies de sólo dos o
tres sílabas, y desconoce la catalexis. Este sistema,

6 Se trata del falecio de base yámbica -N del T.

35-36
adoptado por Varrón, fue el que sirvió a Horacio para
aprender a hacer sus versos.
§ 18. Historia de la literatura. Todos los estudios
de los alejandrinos hasta aquí considerados por nosotros
se fundaban en los textos, y se apartaban de ellos sólo
con vacilación y paulatinamente. Lo mismo ha de decirse
de las investigaciones histórico-literarias que
prolongaban, en parte, su existencia en las
introducciones a las ediciones. Aristófanes las compuso
con breves biografías de los poetas, para lo cual
encontraba dispuesto el material en su mayoría en los
trabajos de los peripatéticos. A las tragedias les ponía
una breve introducción en que daba los fundamentos
para la inteligencia del drama, una noticia de la primera
representación y un juicio estético. Tal costumbre halló
eco haciendo que nuestros manuscritos de los más
variados escritores contengan eruditas introducciones
que son para nosotros frecuentemente la mejor
reproducción de la antigua investigación (prólogos a la
comedia; a los bucólicos, transmitidos después a los
manuscritos de las Églogas de Virgilio).
La cuestión sobre la autenticidad del autor,
suscitada ya, no pocas veces, en la preparación de los
catálogos, llevó con frecuencia a especiales
investigaciones. Homero pasó casi siempre por autor del
Margites y de la Batracomiomaquia, además de la llíada
y la Odisea; Aristarco refutó en una monografía especial,
tratando de paradójica su opinión, a los corizontes,
quienes con motivo de ciertas contradicciones atribuían
la llíada y Odisea a distintos autores. Aristófanes negaba
a Hesíodo el Escudo de Hércules, que algunos defendían
como auténtico, otros el proemio de Las obras y los días

36-37
y aun la Teogonia. Epígenes quiso ya antes de Calimaco
resolver el problema de atribuir a su verdadero autor las
poesías de Orfeo, Eratóstenes quiso ordenar la herencia
de los cómicos y criticó especialmente la autenticidad de
las piezas atribuidas a Ferecrates. Entre los prosistas,
ofrecía especial dificultad Pitágoras, de cuya supuesta
herencia ni siquiera un renglón era auténtico. Algo
semejante ocurría con Diogenes, el cínico. Tales
investigaciones sobre los filósofos se deben a menudo a
las historias de filósofos, la primera de la cuales fue
compuesta hacia el 200 a. de J. C. por Soción el
Alejandrino.
Ocupábase con gusto la muy voluminosa bibliografía
sobre cada autor de los presuntos plagios, tratando de
comprobar, con una diligencia algo pueril, toda clase de
copias de los grandes autores. Así, se dice que
Aristófanes formó ya algún cuadro sistemático con
Menandro y sus modelos; otros continuaron esta labor,
hasta llegar a la época romana, en que algunos
envidiosos de Virgilio hicieron lo mismo (Perelio Fausto,
Sobre los plagios de Virgilio). Muy en boga estuvieron
tales censuras contra los filósofos: así se decía que
Platón dependía de egipcios y pitagóricos, y Epicuro de
Homero.
§ 19. Crítica estética. Era la suma perfección del
trabajo filológico: ocupábase del juicio del conjunto y
también de cada una de las partes de la obra; de aquí la
intensa relación con la crítica textual (en Homero, por
ejemplo, había versos señalados como indignos del
poeta). Aristófanes acostumbraba emitir su juicio acerca
de las tragedias en las introducciones de sus ediciones;
por el prólogo a Las Fenicias que nos ha llegado,

37-38
podemos juzgar sus trabajos. Los escolios conservan
algunos restos de la crítica desfavorable a Eurípides.
Con el predominio de la retórica se limitaron a la crítica
de cada una de las expresiones, olvidando lo
propiamente poético; sobre todo, ninguna importancia
concedió a esto el criterio estoico, moralizador (§ 25),
que más tarde predominó.
La quintaesencia de estos juicios nos la ofrecen
las listas de los mejores representantes de cada uno de
los géneros literarios, costumbre que habían iniciado
Aristófanes y Aristarco {Canon), en las que se excluían
los que aun vivían. A lo más, nos han llegado estas listas
en redacción posterior. Sabemos sin embargo, por
ejemplo, que en el antiguo canon figuraban tres
yambógrafos (Arquíloco, Hiponax, Semónides) y nueve
líricos (Píndaro, Alceo, Safo, Anacreonte, Alemán,
Estesícoro, Baquílides, Simonides, íbico); también el
canon de los diez oradores, cuya influencia práctica
comenzó en la época de Augusto, fue dispuesto antes.
Posteriormente se utilizaron estas listas alejandrinas para
seleccionar las obras para las escuelas: esto ha
contribuido al mismo tiempo, contra la ¡dea de los autores
del Canon, a que el número de autores leídos y
conservados fuese cada vez menor.

38-39
Capítulo III

La filología estoica y postalejandrina

§ 20. Filología no alejandrina. Los puntos de


vista establecidos por los grandes alejandrinos no
dominaron por completo en lo sucesivo, pues no sólo
ejercieron su influencia el estoicismo y la retórica en la
evolución posterior, sino que también se opusieron las
circunstancias políticas: Alejandría, caídos los Tolomeos
y su imperio, no pudo conservar su hegemonía, y cada
vez fue más oscurecida por la nueva capital del mundo;
el estudio de las cuestiones filológicas se convirtió, a
través de las escuelas de los gramáticos, en una parte
importante de la cultura general, y en muchas ciudades
helenísticas principalmente del Asia Menor, formáronse
nuevos centros en los que la filología era tratada las más
veces de modo rutinario, o, como especialmente en
Rodas en unión de la retórica, surgiendo así otros
intereses. Otro rasgo característico es que, por
miramiento al gusto del público, se rompe con la
preferencia por los antiguos y se tratan poetas modernos
que entretanto ya habían venido a ser “antiguos” . Así,
hacia el año 70 antes de J. C., Artemidoro de Tarso
comentó las Aitia de Calimaco y reunió en una colección
los bucólicos que hasta entonces andaban dispersos
40
(Teócrito, Bion, Mosco, etc.), compilación que pronto
había de influir en la poesía romana (Cornelio Galo,
Virgilio, Mésala). Su hijo Teón heredó su afición a la
poesía moderna: además de Teócrito comentó a
Licofronte, Nicandro (ininteligibles ambos sin una
explicación), Calimaco y Apolonio (de igual suerte que
muy pronto en Roma se interpretaron las oscuras
poesías de Helvio Cinna). Especialmente a Calimaco,
durante la primera época del Imperio se escribieron
muchos comentarios, y aun más tarde el de Salustio a la
Hécale, Cornelio Galo no pudo entender al oscurísimo
poeta Euforión, ni Ovidio el Ibis de Calimaco, sino con el
auxilio de eruditas explicaciones.
§ 21. Gramática estoica. Dionisio Tracio. El
factor más importante para el desarrollo posterior fue el
estoicismo, a quien inclinaban hacia la filología, de una
parte la lógica y la retórica, y de otra su interés por la
educación. Como medio auxiliar del pensamiento lógico,
la lengua debía ser reducida a simples categorías, y en el
establecimiento de estas categorías gramaticales
consistió el mérito del estoicismo en la creación de una
terminología que, pasando por la gramática latina, ha
llegado a ser patrimonio común de todos los pueblos. Al
hablar de neutros y de casos, de nominativo, genitivo,
dativo, acusativo, etc., utilizamos términos estoicos
traducidos al latín, incluso, a veces, con alguna
inexactitud. No era de su competencia la explicación de
los escritores; pero era natural que los filólogos
adoptasen y aun, en parte, ampliasen esta terminología,
formada especialmente por obra de Crisipo (hacia 240 a.
de J. C.); así, la teoría de las ocho partes de la oración
se remonta a Aristarco, pero corresponde a la lógica

41-42
estoica haber insistido en una más precisa distinción de
las partes del discurso. La sistematización estoica ha
sido, en resumidas cuentas, la primera que ha inducido a
los filólogos a disponer el primer edificio didáctico de la
gramática en sentido estricto. Así se nos ofrece en el
manual de Dionisio Tracio (hacia 120 a. de J. C.),
adaptado a las necesidades de la escuela: se compone
de la definición de las ocho partes de la oración, de sus
subespecies (nombre patronímico, diminutivo, verbal) y
variedades (género, personas, número); pero no se trata
en él aún la flexión como tal ni la sintaxis, por más que
existían monografías sobre la primera, como la de
Demetrio Ixión (discípulo de Aristarco) sobre los verbos
en -mi y sobre los pronombres. Esta primera gramática, a
causa de su excelente brevedad, ha permanecido hasta
tiempos modernos como la única gramática, siendo
comentada, traducida y modificada sin cesar; en especial
los gramáticos romanos dependen muy estrechamente
de ella.
La aparición de la gramática en sentido propio,
hizo surgir dentro de su estudio, dos diferenciaciones con
especialistas propios: la exegética (Probo) y la didáctica
(Tolomeo de Ascalón). Surgen asimismo las varias
secciones de la filología; una división, que encontramos
por vez primera en Varrón, comprende cuatro partes:
lectura (que en la escuela adquiere el carácter de
recitación, de gran valor), explicación, corrección del
texto y crítica estética. Aquí todavía no se tiene cuenta
de la gramática propiamente dicha; por el contrario, el
sistema de Asclepiades de Mirlea, que enseñaba en
Roma en tiempo de Pompeyo, comprende tres partes:
técnica, histórica y la propiamente gramatical; comprende

42-43
la primera la gramática tal como la entendemos ahora; la
segunda, la explicación real; la tercera, la explicación
lexicológica y toda la crítica (alta, inferior, estética). Son
tales sistemas una prueba clara del orgullo de los
filólogos, que tendían a construir para su disciplina un
soberbio edificio parecido al que ya poseían la filosofía y
la retórica.
§ 22. Analogía y anomalía. Los estoicos
estimularon con insistencia los estudios de gramática
también planteando de nuevo el problema de la relación
de las palabras con las cosas (§ 2). Creían que las
palabras originariamente (en sus raíces) eran copias de
las cosas (de suerte que, por ejemplo, se podía deducir
de los nombres de los dioses el conocimiento de su
naturaleza); mas la arbitrariedad humana, al formar las
palabras de las raíces, había destruido relación tan clara:
así se puede explicar en principio la existencia de
nombres masculinos con terminación femenina y
viceversa, voces medias que expresan acción, plurales
de valor singular, etc. Estos principios están
desarrollados principalmente en un escrito de Crisipo
sobre la anomalía, en que se explican todas las
irregularidades como derivadas de una influencia
secundaria del hombre en el lenguaje. Estudiaron los
alejandrinos los textos de un período lingüístico más
antiguo, notando las muchas formas ya no usadas, con
frecuencia de fluctuante e indecisa transmisión; y como
no quisieran seguir su simple albedrío para determinar en
cada caso la verdadera forma, hubieron de buscar un
principio fundamental, el de la analogía: “de ¡guales
nominativos, se derivan ordinariamente ¡guales genitivos”
(éste es el axioma fundamental). Así, ya Aristófanes

43-44
escribió acerca de la analogía señalando cinco normas
para los nombres: igualdad de género, caso, desinencia,
número de sílabas y acento. Siguióle Aristarco, con el
sensato principio de que las reglas, una vez
determinadas, jamás deben prevalecer contra el uso.
Ninguna dificultad ocurrió mientras se trató sólo de
señalar principios prácticos para la crítica textual; pero
surgieron aquéllas en gran manera luego que se
pretendió elevar la analogía a un principio que se
aplicara a la formación lingüística7
Por el contrario, Crates, siguiendo a Crisipo,
sostiene que en el lenguaje domina la anomalía, no
siendo valederos los paradigmas de la flexión formulados
por Aristarco. Sus objeciones y las de sus discípulos
obligaron luego a losaristarquistas a llegar a una
determinación cada vez más sutil de sus reglas, que dió
finalmente como consecuencia 71 paradigmas en vez de
los 8 primitivos. De hecho, triunfó ya la analogía, porque
las escuelas se veían necesitadas de reglas concretas,
no pudiendo comenzar nada por la libertad y
arbitrariedad que la anomalía supone; de esta suerte, la
expresión lingüística, antes múltiple, queda como
encadenada en la red del sistema; en Dionisio Tracio
aparece como una parte de la gramática.
§ 23. Etimología. Fueron también los estoicos los
que hicieron surgir la investigación etimológica, cuyos
principios se deducen del ya citado criterio sobre las
palabras y las cosas; como fundamento aparecen las
palabras onomatopéyicas; pero, en general, se deducían

7La moderna lingüística ha señalado por primera vez en qué grado es


esto verdad (§ 70).

44-45
del principio de que las cosas desagradables contenían
una raíz de desagradable sonoridad, mientras sucedía lo
contrario con las agradables. Los estoicos, a causa de
sus aficiones teológicas, atribuían especial valor a la
etimología de los nombres de dioses: en Zeus se
encuentra la raíz que significa “vivir” , en Hera “aire” , etc.
Se contenía un rico material en la obra de Crisipo (11
libros sobre la etimología). También los filólogos hubieron
de hacer trabajo etimológico cuando las palabras eran
oscuras: así surgieron las obras etimológicas de
Apolodoro y de Demetrio Ixión; mas ahora comenzaron a
dedicarse al estudio de todo el léxico. Un avance fue el
de Filoxeno (época de Cicerón), que intentó un sistema
para la derivación de las palabras en el que la
arbitrariedad quedaba en parte destruida. Mas,
desgraciadamente, sólo en parte, pues no podían
encontrarse verdaderos principios etimológicos hasta que
se comprendieran bien las leyes de la evolución de las
lenguas y de los movimientos o cambios fonéticos, lo
cual no ha sucedido hasta el siglo XIX. Después de
Filoxeno existió una literatura bastante abundante sobre
los cambios de las palabras, su “patología” , como se
acostumbraba decir y como todavía lo ha dicho Lobeck
(§ 70), que se educó en los mismos principios; entre los
representantes de esta literatura se hallan Dídimo y
Herodiano. Dionisio Tracio opina ya que la etimología y la
analogía forman juntas una parte especial de la
gramática; las exigencias de las escuelas obligaron en
seguida a la compilación de léxicos etimológicos de la
época bizantina que se nos han conservado, que deben
su existencia a Focio.

45-46
§ 24. Filología de Pérgamo. El estoicismo fue, no
la única, pero, ciertamente sí, una importante causa de la
dirección filológica que, opuesta en un principio a la
escuela alejandrina, termina fundiéndose más tarde con
ella parcialmente: su principal representante fue Crates
de Malos. Por haber sido jefe de la escuela de Pérgamo,
así en la Antigüedad como en la época moderna se han
hecho hipótesis exageradas sobre la rivalidad entre
Alejandría y Pérgamo, de tal manera que, si de dos
criterios uno era alejandrino, el otro debía ser
pergaménico. La verdad es que los Atálidas,
principalmente Atalo I (241-197) y Eumenes II (197-159),
también quisieron elevar su corte a categoría de centro
intelectual, mantuvieron activas relaciones con los
académicos y peripatéticos, atrajeron sabios a Pérgamo
y fundaron, a imitación de las de Alejandría, una
biblioteca, cuyo emplazamiento parece haber sido
descubierto en las excavaciones alemanas.
La dirección de Crates es más sana y acertada,
por cuanto se apoya menos en el estoicismo que en la
literatura arqueológico periegética, cuyo más brillante
representante fue el periegeta Polemón de Ilion (hacia
180 a. de J. C.), al que precedieron los historiadores y
geógrafos locales. La literatura era según él, sólo un
medio y no un fin, pero tenía de común con los filólogos
la afición a la antigüedad y la solicitud por los mínimos
detalles; dentro de la esfera de ellos se movía por
completo ocasionalmente, por ejemplo, al ¡lustrar la
historia de la poesía paródica o al escribir una
monografía sobre un carro lacedemonio de que habla
Jenofronte, o cuando se ocupaba de los variados ritos
del culto que principalmente le interesaban, no para

46-47
hablar de ellos, sino porque sus investigaciones,
fundadas principalmente en el material epigráfico, eran
rica fuente para la explicación de autores (así, su
descripción de la acrópolis de Atenas o su periégesis de
Ilion). Pero la filología alejandrina, que no sabía
apartarse nunca de los textos, no pudo impresionarle, y
en su preciosa obra Sobre la permanencia de
Eratóstenes en Atenas defendía que Eratóstenes no
pudo estar jamás en Atenas, pues serían inexplicables,
en ese caso, sus grandes errores. Aun se mostró más
mordaz con Istro, a quien intentó ahogar en el Fasis; se
trata de una contraposición parecida a la que nos ha
ofrecido el siglo XIX. Aun más importante para la filología
fue su quizá coetáneo Demetrio de Escepsis, en la
Troada, autor de un comentario al catálogo de las naves
troyanas, que comprendía 30 libros y encerraba una muy
completa periégesis de la Troada con extraordinario
material histórico (utilizado directamente por Estrabón en
su libro 8). Fue modelo de un parecido trabajo de
Apolodoro que fue, entre los alejandrinos, quien más de
cerca siguió esta dirección filológica (§ 14).
Merece también mención la literatura “exegética”
que, siguiendo la interpretación del derecho sacro
practicada por los colegios áticos de exegetas, se
ocupaba del ritual: Autoclides, considerado autor de un
Exegético, debió pertenecer al siglo III a. de J. C.
§ 25. Crates de Malos. En cambio, en Crates de
Malos (hacia 180) influyó notablemente el estoicismo,
obligándole a seguir caminos muy distintos de los de los
filólogos alejandrinos. En viva oposición al criterio
peripatético, inteligente y claramente representado por
Eratóstenes, según el cual el poeta escribe para

47-48
entretener a sus lectores, consideró el estoicismo la
literatura tan sólo desde el punto de vista de la utilidad.
La poesía, en tanto es instructiva en cuanto que
comunica directamente la moral, o al menos contiene
conocimientos que, utilizados rectamente, llevan a
aquélla. Los aparentemente escandalosos mitos de
Homero, que obligaron a Platón a desterrar a tal poeta de
su Estado ideal, contenían enseñanzas acerca de las
fuerzas naturales, que se podían conocer por medio de
una explicación alegórica, y enseñanzas autoritativas
ciertamente, pues Homero tenía para los estoicos valor
de inspirado oráculo, en forma parecida a lo que ya era
para Antístenes el cínico, que encontró en Ulises el
modelo primitivo de la sabiduría cínica. Esta
interpretación alegórica, practicada ya en el siglo VI por
Teágenes de Regio y otros muchos después de él, fue
supeditada al dogma estoico por Crisipo; así se explica la
lucha de los dioses en él Y de la llíada, pues significa el
choque de muchos planetas en el mismo signo del
Zodíaco, lo cual produjo aquel cataclismo universal
frecuentemente repetido según el dogma estoico; la
cadena dorada de que habla Zeus Θ 19 es el camino
ígneo de las estrellas. Pero ahora, por primera vez, un
filólogo señaló en Homero toda la teología estoica y la
geografía física: Homero imaginó la tierra como una
esfera, conoció todos los círculos del cielo, colocaba el
Tártaro en el polo Norte y conocía las largas noches
polares; localizaba en el Océano Atlántico los viajes de
Ulises, que por lo demás se situaban en el Mediterráneo,
localizaba los cimerios y los lestrigones en el alto Norte;
el escudo de Aquiles era copia de la esfera terrestre. En

48-49
contraposición a la habituai cautela de los alejandrinos,
cambió el texto de muchos lugares para atribuir a
Homero dichas ¡deas geográficas o para evitar escollos
en la moral; tampoco se hallaban libres de tales
libertades sus comentarios a Hesíodo, Eurípides y
Aristófanes; se apellidó, sin embargo, a sí mismo de
“nuevo crítico” (§ 5) para demostrar que él estaba por
encima de todas las minucias de los “gramáticos” en el
sentido de Aristarco. Así se produjo una viva lucha entre
su escuela y la de Aristarco, que terminó en lo principal
con el triunfo de ésta. Continuador del criterio estoico de
Crates fue Asclepiades de Mirlea, que se dedicó también
a cuestiones geográficas y astrológicas, utilizando sus
conocimientos astronómicos para demostrar que la
pátera de Néstor en el Λ de la llíada había de explicarse
como una copia del mundo. Ideó también un sistema de
gramática que, siguiendo completamente la tendencia de
Crates, coloca en primer término la actividad personal del
crítico (§ 21).
§ 26. Retórica y filología. La retórica influyó
también en la filología. En los sofistas y en Aristóteles,
así como en sus primeros discípulos, todavía no estaban
separadas: la separación comenzó cuando los
gramáticos concentraron en los poetas su actividad. Fue
de gran importancia para las escuelas el que se
comenzara a leer por los poetas con los gramáticos,
dejando los prosistas para los retóricos, aunque a veces
no fuese tan precisa tal distinción por reunirse en una
misma persona el gramático y el retórico (por ejemplo,
Dionisio Tracio, en Rodas; Elio Estilón,en Roma). La
propia función del gramático no era dirigir en la

49-50
producción literaria, bien que quienes quisieran aprender
versificación con él podían hacerlo: dicha función,
enseñar a los alumnos a componer discursos y
oraciones, fue propia del retórico, correspondiendo, por
lo tanto, en primer lugar, a éste velar por la pureza de la
lengua. Esta pureza se llama “helenismo” (o “latinismo”),
en oposición al “barbarismo” (faltas en las palabras) y al
“solecismo” (faltas en la construcción, sintaxis; tal palabra
no debe su origen a la ciudad de Soloi, sino que significa
“lengua rústica”). Tal doctrina, en parte desarrollada por
los estoicos, dió sus frutos sazonados cuando los
retóricos se dedicaron, como por juego, a señalar toda
clase de solecismos en los grandes escritores.
Pero el retórico atiende también a la elegancia de
la lengua: por esto, la antigua retórica apuró hasta sus
mínimos detalles todo lo relativo a las perfecciones y
faltas de la expresión. Comienza con observaciones
sobre la impresión de las palabras que, por su sonoridad
y por su sentido, nos impresionan agradable o
desagradablemente, haciendo a continuación toda clase
de consideraciones sobre los cambios lingüísticos (sobre
fonética, (véase § 2); también el hiato era aquí tratado.
Seguía con la estilística, desarrollando toda la doctrina
de las metáforas y de los tropos, para lo cual se creó
poco a poco una terminología muy complicada; se hacían
aplicaciones de todas estas categorías a los grandes
prosistas, que eran leídos como modelos en las escuelas
de los retóricos; de esta suerte se desarrolló la retórica
junto a la interpretación gramatical. Ésta era tanto más
intensiva cuanto más limitada, era la lista de modelos,
tomados todos de los oradores áticos de los siglos V y IV
(aticismo); no se amplió en esto sino rara vez el canon de

50-51
los diez oradores (§ 19); hacia el 60 a. de J. C. aun se
trató de limitarlo más, poniendo en primer lugar algunos
especialmente escuetos estilistas como Lisias;
finalmente, Demóstenes terminó arrinconando a todos.
§ 27. Interpretación retórica. Durante el período
helenístico, la retórica ganó cada vez mayor firmeza en la
práctica y en la teoría, influyendo por ello en la
gramática, tanto más cuanto que sus límites no eran muy
precisos (véase anteriormente, acerca de los
peripatéticos, §§ 4 y 5). Muy claramente se nota esto en
la Poética, de Horacio, que, en toda su extensión, se
funda estrechamente en un sistema de retórica. Al mismo
tiempo que la retórica influía cada vez más en la poesía
(prólogos de Terencio, Virgilio, Ovidio muy
especialmente), se comentan por los retóricos
apropiados fragmentos de poetas que les ofrecían
buenos ejemplos para la demostración y demás
necesidades del género; se justificaban las figuras
retóricas por medio de Homero, que también para los
estoicos era un retórico de primera línea, y de Virgilio;
hacia 140 de J. C. escribió Telefo De la retórica homérica
y De las figuras retóricas en Homero; los comentarios y
escolios que nos han llegado están llenos de tales
observaciones. Quien lea el análisis de los discursos
homéricos en un tratado que corre bajo el nombre de
Dionisio de Halicarnaso, o el comentario, de por sí no
precisamente loable, de ti. Claudio Donato a la Eneida,
de Virgilio, escrito en el siglo IV ó V de J. C., habrá de
reconocer que el factor estético y la interpretación del
conjunto habían subido de valor e interés comparados
con la interpretación gramatical.

51-52
§ 28. Comienzos de la gramática latina. Todos
estos precedentes influyeron en la gramática latina, que
comenzó a desarrollarse hacia el año 130 a. de J. C. No
es, en absoluto, sino una reproducción de la griega; sus
representantes fueron griegos que enseñaban en Roma,
o romanos helenizantes. En primer lugar hay que citar el
nombre del estoico Panecio, que influyó notablemente en
el círculo de los Escipiones. Estoico fue también el prim er
gramático romano I Elio Estilón (hacia el año 100 a. de J.
C.), maestro de Varrón, que enseñó gramática y retórica
y estaba bastante familiarizado con todas las ramas
filológicas; escribió sobre analogía, anomalía y sintaxis;
declaró como auténticas sólo 25 comedias de Plauto,
entre las 130 que llevaban tal nombre, y comentó el
canto de los Salios. Influido también por el estoicismo
estuvo M. Terencio Varrón (116-27 a. de J. C.), uno de
los mayores compiladores que vieron los siglos,
caracterizado por una gran actividad en todas las ramas,
no sólo de la filología, arqueología y retórica, sino en
general de la literatura; su característica predominante,
además de su patriotismo romano, fue el estar
fuertemente influido por maestros estoicos, según revela
su predilección por las divisiones cuatripartitas. No es
notable su importancia para el desarrollo de la ciencia,
pero la tiene muy grande como transmisor de la erudición
antigua para los romanos, pues revisó toda la literatura
de griegos y latinos, recogiendo toda clase de noticias
que de cualquier manera pudieran interesar la
antigüedad romana. De sus casi innumerables escritos
merecen citarse sus estudios sobre la historia del drama
romano, que llevó a cabo poco felizmente según modelos
griegos (como Livio y Horacio, Epist. II, 1); sus

52-53
cuestiones plautinas, en las que declaró auténticas las 21
comedias que nos han llegado; tres libros Sobre
bibliotecas; la enciclopedia, que comprendía en nueve
libros las que más tarde habían de ser llamadas las siete
artes liberales8, la medicina y la arquitectura. Su escrito
De lingua latina comprendía en 25 libros la etimología, la
flexión (donde se trata, naturalmente, la cuestión de
analogía y anomalía) y la sintaxis; sólo nos han llegado
los libros V-X, apenas la mitad de los que escribiera
sobre etimología y flexión.
Entre los griegos que trabajaron en Roma, el
primero importante fue Tiranión de Am ¡so (hacia 66-25 a.
de J. C., en Roma). Él fue el primero, según parece, que
estudió científicamente la lengua latina, derivándola de la
griega (dialecto eólico), siendo esto imitado por los
gramáticos romanos, principalmente por Varrón, y en el
siglo XVIII, hasta por un Hemsterhuys fue recogido. Con
esta hipótesis se obstruía la comprensión del latín y la
posibilidad de aprender, por la comparación de ambas
lenguas, leyes lingüísticas. También en otros aspectos se
intentó de un modo insensato derivar, por todos los
procedimientos, todo lo romano de lo griego: baste citar
al confusionario Alejandro Polihistor (hacia 60 a. de J. C.,
autor también de un comentario a la poetisa beoda
Corina); también de esto fue fiel seguidor Varrón.

8 No quiere decir “artes libres”, como se acostumbra traducir, sino


conocimientos que pertenecen a la educación de un libre -N. del A.
La expresión “freie Künste” es la traducción alemana comente del
latín artes liberales. De aquí la nota de Kroll -N. del T.

53-54
Capítulo IV

Los epígonos

§ 29. Escuela y Universidad. En el siglo I a. de J.


C. disminuyó de modo notable la investigación
independiente, tanto en la gramática como en los demás
estudios; el período siguiente se nutre del pasado y sólo
con paciencia de coleccionista hace aún algo notable. De
aquí la serie de obras de carácter enciclopédico surgidas
en este tiempo, que hacen inútil la antigua literatura y
que, en parte, son conservadas a lo largo de la Edad
Media (también Varrón pertenece propiamente a esta
tendencia). Se gana en extensión, por medio del trabajo,
lo que se pierde en intensidad, especialmente por obra
de la actividad escolar, extendida por todo el Imperio,
que, en una época intensamente “¡lustrada” , alcanzaba a
muy vastos sectores: los niños, en la edad temprana,
acuden a un maestro elemental, con el que aprenden a
leer, escribir y contar; escuchan luego al gramático, con
el que leen a los poetas romanos y griegos (en la mitad
oriental del Imperio, sólo los griegos), adquiriendo en su
explicación al mismo tiempo conocimientos mitológicos,
históricos, geográficos y astronómicos (Arato). Con el
retórico estudian luego los prosistas y se entretienen en
hacer composiciones y discursos. Esta formación
retórica, que muchas veces tiene en cuenta ya el
gramático (§ 26), es el fin propio de la educación, siendo

55-56
pocos los que asisten finalmente a clases filosóficas. El
Estado y los Municipios se encargan de la enseñanza
pagando bien a los maestros o, al menos, liberándolos
de impuestos; en algunas ciudades, especialmente
donde enseñan celebrados retóricos, se desarrolla una
especie de vida académica, pues los alumnos vienen
desde lejanas tierras, siguen a determinados profesores
y forman entre sí asociaciones: así sucedió
principalmente en Atenas, Roma y ciudades del Asia
Menor, como Esmirna y Éfeso, más tarde en
Constantinopla y Antioquía; alcanzan los honorarios de
los grandes maestros sumas considerables; así, Verrio
Flaco recibió como preceptor de Augusto 100,000 HS.
(20,000 pesetas) anuales, y a Remio Palemón le
producía su escuela el cuádruple.
La escuela exigía para sí una gran literatura,
efímera, que cambiaba según las necesidades del
momento, siendo cada vez más pobre: gran parte de las
obras de este período son manuales escolares, no
trabajos eruditos. Contribuye a llenar las necesidades de
la cultura general el comercio de libros, cuyo centro pasa
ahora de Alejandría a Roma; las ediciones romanas de
Ático, el amigo de Cicerón, son importantes también para
la literatura griega: Tiranión le dedicó su obra sobre la
prosodia, y hasta se ha pensado que fuera él el director
de la sección griega de la editorial. En el Foro y en
Argileto podían adquirirse libros de todas clases, y puede
afirmarse que, habida en cuenta la mano de obra, no
eran caros (un libro de poesías, 14 páginas impresas de
hoy, costaba un peseta). Se comienza poco a poco a
¡lustrar el texto con escolios marginales (papiro de
Alemán, de París), y a veces, cuando era necesario, con

56-57
ilustraciones: así, por ejemplo, el libro sobre las hierbas
de Crateas, el médico de cabecera de Mitríades, provisto
de figuras que se nos han conservado; no mucho más
moderno era el comentario ¡lustrado de Apolonio a un
escrito anatómico de Hipócrates. Entre los poetas fue
¡lustrado Arato con cuadros del Zodíaco que se han
conservado en los manuscritos medievales, y más tarde
incluso Terencio y Virgilio. Las Hebdomades de Varrón
eran una galería de retratos de 700 celebridades, las
más veces literarias, con sendos epigramas al pie. Así es
cómo muchos particulares pudieron poseer notables
bibliotecas, por ejemplo, la de Cicerón, según muestran
sus cartas; entre las más notables bibliotecas públicas de
Roma figuraban la del templo de Apolo Palatino y la
Ulpia, fundadas, respectivamente, por Augusto y Trajano,
divididas ambas en dos secciones, griega y latina, con
sendos jefes. Más tarde, como era natural,
Constantinopla tuvo varias bibliotecas públicas.
§ 30. Dídimo. El final de la intensa actividad del
período alejandrino corresponde con toda propiedad a
Dídimo de Alejandría, en la época de Augusto, quien no
obstante el largo período que los separa, fue fiel
discípulo de Aristófanes y Aristarco, apenas influido por
la gramática estoica. Se dice que fueron compuestos por
él hasta 3500 ó 4000 libros (de aquí su sobrenombre
Chalkenteros “el de las entrañas de bronce”), y, aunque
el número sea muy elevado, no fue menor su intensidad;
había leído no sólo cuanto se había escrito sobre los
autores, sino aun a los autores mismos, aunque quizás
en segundo término. Su principal actividad fue sin duda
alguna la exégesis, que alcanzó no sólo a las obras ya
trilladas (Homero, Hesíodo, Píndaro -los tres trágicos, los

57-58
tres representantes de la comedia antigua-, Menandro,
Demóstenes, Hipérides y Esquines), sino también a las
de autores más abandonados, como sabemos hizo con
Baquílides, Ion y Frínico. Sus comentarios eran
universales; de la minuciosa explicación real, que
ciertamente llega muchas veces hasta los límites de la
propia erudición, dan fe los escolios al Edipo en Colono,
de Sófocles, de cuyo comentario se han salvado algunos
restos. Conocemos su crítica textual por su obra sobre la
recensión de Homero por Aristarco, a la cual debemos
casi cuanto sabemos sobre la crítica textual de los
alejandrinos. Dídimo es aquí para Aristarco,
aproximadamente, lo que éste es para Homero; sus
¡deas propias son pocas, y no siempre felices. Su propio
comentario a Homero era muy detallado, pues había
revisado y extractado escrupulosamente la numerosa
bibliografía sobre Homero, según podemos juzgar por un
caso (N 363 sobre Cabeso) en que la explicación de un
lugar da ocasión a todo un libro. Para Píndaro también se
apoyaba generalmente en Aristarco, hallándose aquí en
condiciones -pues tenía por base mejores conocimientos
históricos- de corregirlo frecuentemente; así como en
esto recurrió a Filisto y Timeo, para la explicación de los
cómicos y oradores sirvióse de los historiadores áticos:
así se deduce ahora especialmente del papiro de Berlín,
que comprende restos de su explicación a las cuatro
Filípicas, de Demóstenes: aquí, la explicación de las
palabras queda reducida sorprendentemente a segundo
término, no teniendo Dídimo apenas tampoco interés
para lo retórico, mientras que se vale de los historiadores
Teopompo, Demón y Filocoro y de los poetas cómicos
para explicar las relaciones históricas y las alusiones

58-59
personales. Pero sin duda no los conoce sino de
segunda mano, y se apoya principalmente en las ricas
colecciones de materiales que ofrecían las biografías del
crédulo discípulo de Calimaco, Hermipo (§ 5), cuyos
juicios, con frecuencia equivocados, admite con
demasiada facilidad.
Entre tales estudios exegéticos tienen su lugar,
entre otras cosas, una colección mitológica con
tendencias racionalistas (por ejemplo, la Gorgona era
interpretada como una hetaira de sobrehumana belleza
que hechizaba a sus adoradores), y una obra sobre los
poetas líricos en la que eran explicados los varios
géneros y sus representantes con mucha extensión, muy
utilizada en la Crestomatía del neoplatónico Proclo,
poética e historia literaria del siglo V, de la que nos han
llegado numerosos extractos. En los, por lo menos, diez
libros de sus Conversaciones de la mesa, fueron tratados
muy diversos temas: era éste un método, de tradición
filosófica (recuérdese el Convite, de Platón), que
proporcionaba a una época entusiasmada con la
noticiomanía oportuna coyuntura para ordenar el más
disparado material; las obras semejantes de Plutarco, y
aun más de Ateneo, pueden darnos una ¡dea. También
escribió, aunque no hayan tenido gran influjo,
monografías lingüísticas, por ejemplo, sobre los cambios
de los nombres por la derivación y el uso cotidiano (por
ejemplo, el nombre de “Cimbrio” debe ser derivado de
“Cimerio”). Pero también en otra rama, la lexicográfica,
clausuró los trabajos alejandrinos. Su léxico de los
trágicos, del que se cita el libro XXVIII, y el de los
cómicos, eran colecciones de las explicaciones de
palabras dadas por los alejandrinos, no explicaciones

59-60
breves de palabras difíciles, sino largas monografías con
detalladas pruebas: así, para precisar la antigua
significación de Aqueloo, traía pruebas de Aristófanes,
Éforo, Acusilao y Eurípides que había encontrado ya
reunidas. También servía para explicar los autores su
colección de proverbios, en trece libros, que fue el
fundamento de la obra de Zenobio (época de Adriano),
que nos ha sido conservada.
§ 31. Trifón, Seleuco, Juba. Por este mismo
tiempo escribía Trifón sus numerosas investigaciones
sobre las partes del discurso y otras obras gramaticales,
por ejemplo, una obra de dialectos; el escrito
lexicográfico Sobre los nombres de los instrumentos
músicos fue utilizado indirecta o directamente por
Ateneo. Bajo Tiberio escribió Seleuco, llamado
“Homérico” , nacido en Alejandría, que enseñó en Roma y
se ocupó de la explicación y crítica de los poetas más
trillados; escribió, además de otras cosas, sobre los
proverbios de los alejandrinos, fundamento del libro, que
nos ha llegado, atribuido a Plutarco, sobre el mismo
asunto. Interesado por la historia estuvo el rey Juba de
Mauritania ( f 23-24 de J. C.), en cuyos Paralelos, donde
se comparan las costumbres griegas y romanas, hay
también mucho material lingüístico; copió no poco de
Varrón y fue utilizado por Plutarco en sus Costumbres
romanas. Su extensa Historia del teatro saqueó y
reemplazó a las numerosas obras helenísticas “sobre
ejecuciones musicales” , y proporcionó su conocimiento a
Ateneo y Pólux y, probablemente, a Dionisio de
Halicarnaso el Joven, que escribió su Historia de la
música en 36 libros en la época de Adriano; en ella se
trataba minuciosamente de la música y de toda la poesía

60-61
relacionada con ella. Este Dionisio parece ser el mismo
que el autor del léxico aticista (§ 33).
§ 32. Pánfilo, Diogeniano, Hesiquio, Ateneo. En
todos los trabajos precedentes y otros semejantes se
basa la gran obra del alejandrino Pánfilo (hacia 50 de J.
C.), léxico de 95 libros con el gracioso título Leimon
(“Prado”); los cuatro primeros pertenecían a Zopirio, un
maestro o compañero más viejo, de cuyo trabajo, Pánfilo
no fue sino mero continuador. Estaba ordenado por
materias y era muy erudito, lleno de citas; se admitían
toda clase de glosas, no sólo palabras raras de autores,
sino también dialectales; en su aclaración había,
naturalmente, mucho de “explicación real” ; mas como
Pánfilo no conocía todas las materias, tenía que fundarse
en ajena erudición, por ejemplo, mucho en la de Dídimo.
Galeno censura acremente una obra sobre las plantas,
porque él (Pánfilo) no había visto con sus mismos ojos
las plantas explicadas: sin duda se trataba también de
una obra de glosas, no de una botánica.
Diogeniano compendió, en la época de Adriano, el
gran léxico de Pánfilo en un Léxico para estudiantes
pobres: comprendía cinco libros, y, siendo alfabético, era
muy cómodo, por lo que también fue muy utilizado y se
conservó hasta la Edad Media. Poseemos un epítome
del mismo en el léxico de Hesiquio (siglo VI), alfabético,
en el que se han suprimido casi todas las citas,
quedando sólo lo más necesario. Hesiquio amplió el de
Diogeniano con adiciones que él mismo nos explica en
una carta; así, agregó el léxico homérico de Apolonio
(final del siglo I de J. C.) que, independientemente, se
nos ha conservado también, y como, por otra parte, en
Pánfilo-Diogeniano hay muchas palabras homéricas,

61-62
forman éstas casi la quinta parte de toda la obra.
También amplió el caudal de proverbios por medio de
Zenobio. La obra no era un mal auxiliar para la lectura de
los antiguos autores: mirada desde el punto de vista
escolar, peca por exceso, pues comprendía muchas
palabras de autores desaparecidos, a causa de lo
defectuoso de la selección.
Aquí corresponde el Banquete de los sofistas, de
Ateneo de Náucratis, que en la forma aparece como un
diálogo en casa de un rico romano, Livio Larense, cuyos
huéspedes son distinguidas y notables personalidades,
como Galeno y el sofista Ulpiano. El diálogo está muy
mal desarrollado, pues, por ejemplo, a Masurio
corresponde íntegro el libro quinto y tenemos que
hacernos la ilusión de que Ateneo repite a un amigo toda
la obra, o sea, la conversación de 15 libros
(primitivamente eran 30). Es obra compuesta entre 193 y
197. Es muy importante para nosotros a causa de sus
substanciosas citas de autores antiguos, principalmente
de la comedia media y nueva, cuyo conocimiento
debemos a él especialmente, por ejemplo, las listas de
vinos (Mn. I, II), pescados (VII), ánforas (XI), libertinos
(XII), cortesanas (XIII), tratados sobre música, danza,
instrumentos y luchas, explicado todo con numerosas
citas y pruebas, de suerte que nos da una ¡dea bastante
exacta de lo que eran los léxicos eruditos, como los de
Dídimo y Pánfilo. Cita a cientos de autores, pero son muy
pocos los que ha leído, debiendo su conocimiento a la
actividad compiladora de Pánfilo y otros autores
parecidos, aunque precisa reconocer que personalmente
extractó y juzgó bibliografía antigua y moderna, habiendo
leído no menos de 800 dramas de la comedia media.

62-63
§ 33. Los aticistas. No fueron sólo los poetas los
estudiados; la atención de los estudiosos concentróse
también en la prosa; a ello contribuyó no poco el
desarrollo de la retórica, confundida no raras veces con
la gramática (§§ 26 y 29). Dionisio de Halicarnaso y
Cecilio de Calacta, los representantes del aticismo en
Roma en la época de Augusto, estudiaron de un modo
plenamente filológico, a los autores áticos y merecieron,
como críticos, más que los gramáticos contemporáneos;
así, la carta de Dionisio a Ameo contiene una excelente
monografía histórico-literaria sobre la retórica del tiempo
de Aristóteles y la posibilidad de su influjo en
Demóstenes. Intentó Cecilio criticar la autenticidad de la
herencia de los diez oradores; no es en modo alguno
malo el concepto que nosotros tenemos de su método a
la sazón empleado, tal como se deduce del escrito de
Dionisio sobre Dinarco; la crítica del estilo fue en verdad,
mezquina, y no justa en modo alguno para un autor
genial como Platón. El pequeño escrito Sobre lo sublime
(hacia 50 de J. C.), que se diferencia de la obra
homónima de Cecilio, es, en este respecto, de más
amplios horizontes y sorprende por las finas
observaciones sobre los méritos del escritor genial frente
al meramente correcto. La doctrina de Cecilio sobre las
figuras retóricas formó un sistema detallado que dominó
durante el tiempo siguiente; pero la mayor importancia le
corresponde como autor del léxico de los diez oradores,
dispuesto alfabéticamente, que servía no sólo como
explicación de los antiguos, sino también como depósito
de material lingüístico aticista para los oradores. La
lengua literaria habíase separado ya completamente de
la vida cotidiana, y debía ser aprendida como un arte;

63-64
quien usaba alguna expresión popular era muy
acremente censurado por los gramáticos y retóricos;
ahora, helenismo (§ 26) no era ya lo correspondiente a la
lengua viva de Atenas o Alejandría, sino lo que se
encontraba en los autores de mejor nota o podía
justificarse según los procedimientos de la analogía o de
la etimología. De esta suerte, todos los gramáticos
llegaron a ser finalmente “aticistas” , e. e., que
determinaban según una serie de autores antiguos, no
todos áticos (piénsese en Homero y Heródoto), lo que
estaba permitido o no a un moderno escritor. Minucio
Pacato, entre 50 y 100 de J. C., fue el primero que
compiló alfabéticamente, para las necesidades prácticas,
las palabras que podían usarse. Es conocido también
con el nombre de Ireneo. Su obra sobre el dialecto
alejandrino separaba de la moderna lengua, la llamada
koiné (e. e. lengua común), como utilizable, lo que
manaba de fuente ática o se deducía en rigor analógico o
etimológico. De esta suerte, por la actividad de los
eruditos se hizo cada vez mayor la separación entre la
lengua popular y la literaria, y se creó ese estado
antinatural que predomina en la literatura bizantina y
también es mantenido artificialmente en la griega
moderna.
A la época de Adriano corresponde el léxico
aticista de Elio Dionisio, que quizá sea el mismo autor
que el de la Historia de la música (§ 31), que, con la obra
de su contemporáneo Pausanias, fue muy utilizado hasta
la época bizantina. También fue ya una fuente de Frínico
que, en tiempo de Cómodo, escribió en 37 libros una
Escuela preparatoria para los sofistas, de la que no nos
ha llegado sino un mísero extracto; reunía los casos

64-65
peores de construcciones falsas y recomendaba en lugar
de ellas las buenas, e. e., las que habían sido usadas
antiguamente; critica especialmente a aquellos que usan
lugares de los autores antiguos para legitimar
expresiones incorrectas, pues también éstos lo habrían
hecho mejor con una reflexión madura. Los sinónimos y
las frases constituyen asimismo el núcleo del gran
Onomástico que Julio Pólux (Polydeukes), como profesor
en Atenas, dedicó al emperador Cómodo; consta de 10
libros en los que el contenido está dispuesto por materias
y sin gran consecuencia lógica; por ejemplo, reunió en el
segundo los nombres de los miembros del cuerpo; en el
cuarto, los que atañen al teatro; en el quinto, las
expresiones de caza; en el octavo, los términos de la
vida oficial ática. Censura algunas expresiones y
recomienda otras: escribía para uso del orador aticista.
Las aberraciones de tal dirección excitaron la crítica, no
sólo de Luciano --que, aunque también aticista, ridiculiza
en su Lexifanes la exagerada manía de seleccionar
expresiones antiguas--, sino también el médico Galeno,
muy interesado en cuestiones filológicas y que actuó
asimismo en el terreno aticista, que dedicó un escrito
especial a atacar a los cazadores de solecismos y que
también, en los escritos conservados, censura a quienes
para cada sílaba han de suscitar una nueva cuestión. El
léxico de Harpocración sobre los diez oradores está, en
cambio, dedicado a la lectura y no a la producción
literaria; por esto está constituido casi sólo de
explicaciones reales; está formado, en parte, con
material de Dionisio y de Pausanias. La materia de estos
léxicos aticistas (retóricos), que ahora saltan de la tierra
como hongos, fluye después junto con la de los otros,

65-66
principalmente los que atienden a los poetas, hacia los
léxicos bizantinos de Focio y Suidas.
§ 34. Apolonio Díscolo y Herodiano. El período
de los gramáticos propiamente tales termina, en cierto
modo, con Apolonio Díscolo de Alejandría (hacia 130 de
J. C.) y su hijo Herodiano, que, según un criterio
posterior, “evitaron todos los errores de los gramáticos
anteriores” . El primero trabajó especialmente en la
sintaxis, aunque tampoco olvidó, por ejemplo, la
ortografía, prosodia y dialectos, materias sobre las que
escribió. Además de sus escritos sobre el pronombre,
adverbio y conjunción, nos ha legado su manual de
sintaxis en 4 libros, que es la primera construcción de
conjunto, claro que muy preparada por estoicos y
alejandrinos; Apolonio se separa especialmente de los
pareceres de los estoicos (p. ej., Posidonio había escrito
sobre las conjunciones) y de Trifón. La sintaxis no le
interesaba por sí misma (esto no se logró sino en el siglo
XIX, § 67), sino como medio auxiliar para explicar los
poetas; la disposición es algo mecánica, pues la sintaxis
es tratada análogamente a la morfología; así como allí
los sonidos, reuniéndose, forman las palabras, aquí las
palabras dan lugar a las proposiciones, y debe
establecerse claramente qué construcciones son
correctas y cómo se han de explicar las que, sobre todo
en Homero, parecen irregulares. Con ello hace algunas
observaciones excelentes, pero no llega a formar una
verdadera sintaxis, pues Apolonio no conoce más que
elementos del lenguaje, pero no de la oración; por lo
tanto, nombre y verbo, pero no sujeto, predicado y
complemento; tampoco llega a ofrecernos un limpio
resultado sobre la esencia de los modos, limitándose a

66-67
muy primitivas observaciones sobre su empleo. En su
explicación de los tiempos habla de duración (presente e
imperfecto) y de perfección (tiempo perfecto y
pluscuamperfecto); por lo tanto, es el precursor de la
teoría, por primera vez modernamente profundizada,
sobre las clases de acción, siendo así que él aquí ya no
sigue la gramática estoica. Fue este libro pura y
simplemente la sintaxis para la posteridad, y así, p. ej.,
en él se apoyó Prisciano cuando quiso añadir una
sintaxis a su sistema gramatical.
Herodiano, que vivió en Roma en tiempo de Marco
Aurelio, escribió por encargo de éste su Prosodia
universal, en 21 libros, donde, manejando un gran
material, trata con ejemplar cuidado todas las cuestiones
tocantes al acento, espíritu y cantidad. Su intento fue
reducir a reglas --de las que ciertamente muchas
debieron ser establecidas entonces-- todo el material
lingüístico, especialmente también los nombres propios:
los nombres en -les tienen el acento en la sílaba
penúltima si el genitivo termina en -etos u -ou.; en la
última, si en -ous. Las palabras trisílabas en -allos que no
designan pueblos tienen el acento en la penúltima; si
tienen más de tres sílabas y no comienzan por k, sucede
lo propio, etc. Compuso una voluminosa obra especial
acerca de la prosodia de Homero, en la cual se ponía de
acuerdo con las opiniones de Aristarco, teniendo en
cuenta toda la literatura de Homero; conocemos su obra
especialmente por los escolios del Venetus A (§ 9).
Quedan también fragmentos, en un palimpsesto de
Leipzig, de su muy erudita ortografía: su Symposion, que
compuso en Pozzuoli, en el que trataba especialmente la
ortografía y etimología de los nombres de animales

67-68
comestibles, que fue utilizado por Ateneo. En otro escrito
trata de las palabras que adoptan unas formas
especiales por no tener otras análogas en la lengua.
Aunque no se han conservado las obras de Herodiano en
su original, salvo el citado escrito y restos menores, fue
tan aprovechado y extractado, que se puede reconstruir
su obra principal; así, por ejemplo, su gran prosodia, a
causa de la fundamental consideración de los nombres
geográficos y numerosas citas, fue el núcleo fundamental
en el léxico geográfico de Esteban de Bizancio (siglo V),
conservado en compendio.
§ 35. Los gramáticos romanos. También en este
período la gramática romana, fundándose sólidamente
en la griega, es integrada por los conceptos sistemáticos
que dominan en la escuela y también llegan a ser los
principales en la práctica escolar de la Edad Media y de
la época Moderna. Su importancia consiste en este
influjo histórico, no en la originalidad y profundidad de
sus teorías, derivadas con frecuencia muy
esquemáticamente de la gramática griega; así, por
ejemplo, Varrón latinizó sin más ni más la teoría de
Tiranión sobre los cuatro acentos griegos, por más que
era otra la acentuación latina. También se pretendió,
para imitar perfectamente el griego, introducir un dual en
la lengua latina.
A Q. Remio Palemón (época de Tiberio y Claudio)
debemos el primer tratado - A r s - de gramática latina,
adaptación de la de Dionisio Tracio; se ha perdido, pero
fue en parte el fundamento de los manuales posteriores,
pues todos fueron copiándose unos a otros. Entre los
conservados merece citarse la gramática de Carisio
(siglo IV); se ve que era obra destinada no a la erudición,

68-69
sino a los escolares. Después de una introducción
general, contiene la doctrina sobre los elementos del
lenguaje; en el libro cuarto, las reglas, fundamentalmente
retóricas, sobre las perfecciones e incorrecciones del
estilo (§ 26) y la métrica: en el quinto, toda clase de
material estilístico y glosográfico. La gramática, quizá
contemporánea, de Diomedes, contiene también una
poética, que parece inspirada en lo esencial en Suetonio.
Más importante fue, para la Edad Media, el Ars de Elio
Donato (hacia 350 de J. C.). Propiamente hubo dos
Artes: la menor, dispuesta en preguntas y respuestas,
dedicada a principiantes, trata la doctrina de los
elementos del lenguaje; la mayor está dispuesta hasta
cierto punto como la de Carisio. Fueron comentadas
pronto, y durante toda la Edad Media constituyeron la
base de la enseñanza del latín, de suerte que las
palabras gramática y Donato tenían la misma
significación. Junto a ella se conservó la de Prisciano
(hacia 500 de J. C.), en 18 libros, de los cuales los dos
últimos están dedicados a la sintaxis: depende de
Apolonio Díscolo (§ 34); de su gran uso da prueba el
hecho de haberse conservado en unos mil manuscritos.
Entre las colecciones de materiales que sirvieron
de fundamento necesario a estos manuales, merece
citarse en lugar preeminente Dubii sermonis libri VIII, de
Plinio, publicado en el año 67 de J. C. Representan el
latinismo como paralelo del helenismo (§ 26), e. e., que
Plinio procuró señalar criterios firmes en aquellos casos
en que la buena expresión estaba en duda; para llegar a
esto, Plinio estudió con su peculiar paciencia de
coleccionista la literatura erudita y la artística de los
romanos.

69-70
§ 36. Glosarios y comentarios escolares
latinos. Entre los escritos glosográficos fue el más
importante la obra de Verrio Flaco (época de Augusto)
De verborum significatu, que, fundándose para ello en
Varrón y otros arqueólogos, se refería mucho a las
antigüedades romanas; poseemos de esta obra dos
compendios diferentes, el de Festo (siglo III), que
comprende (M-T), aproximadamente la mitad, y el muy
pobre de Paulo Diácono (A-Z), derivado, por otra parte,
del de Festo. A igual criterio obedecía otro escrito sobre
las Palabras oscuras de Catón.
Una enorme colección de glosas es principalmente
también la obra de Nonio Marcelo (siglo IV), que en 20
capítulos ordenó una gran riqueza de material lingüístico
desde variados puntos de vista, una compilación muy
desatinada, pero que resulta de gran valor, pues
conservó numerosos fragmentos de poetas; Nonio
extractó en parte él mismo los antiguos autores, y en
parte utilizó léxicos y obras eruditas como la de Gelio.
Esta erudición glosográfica aparece disminuida y
decadente en los glosarios que nos han llegado, los más,
de comienzos de la Edad Media; comprenden,
naturalmente, en su mayoría explicaciones de las
palabras que ocurren en los textos escolares más
usados, Virgilio, Cicerón, Terencio y Salustio, junto a los
cuales aparecen Lucano, Horacio, Juvenal, Persio,
Plauto y, finalmente, se añaden referencias a autores
más modernos y cristianos; pero de paso son dejadas en
pie también aquí (como en Hesiquio, § 32) glosas
eruditas como, p. ej., a Lucilio.
También hay las dedicadas a la explicación de
cada uno de los autores, principalmente de Virgilio, que

71
era el preferido en las escuelas, y motivó, por lo tanto,
una gran bibliografía (cfr., p. ej., sobre plagios, § 18);
Asconio escribió ya una obra especial contra sus
detractores. Nos dan a conocer la erudición de Higinio,
Probo y de los numerosos comentadores posteriores a
Virgilio, especialmente los escolios de Servio (siglo V) y,
en parte, también las Saturnalia, de Macrobio, obra
comparable al Banquete, de Ateneo (§ 31), en la que el
interés principal corresponde a Virgilio. Bien se ve ahora
cómo pasó sin más ni más a los autores romanos la
práctica de los comentaristas griegos: poseemos de
Virgilio exactamente las mismas clases de escolios que
sobre Homero. Así como Homero hubo de poseer, según
los estoicos y después los neoplatónicos, un profundo
conocimiento de todas las ciencias, así también Virgilio,
en cuyas tan ¡nocentes manifestaciones se encuentran
ahora alusiones a todos los posibles dogmas filosóficos y
religiosos. Al parecer, ya el teólogo Cornelio Labeón
(antes del 300 de J. C.) usó a Virgilio para defensa de
proposiciones neoplatónicas, y Mario Victorino (hacia
350) confirma esta sabiduría en un comentario a Virgilio;
la consecuencia fue que Virgilio fue convertido en
taumaturgo, y la leyenda hizo de él un gran brujo.
(Poseemos un comentario neoplatónico de Macrobio al
Somnium Scipionis, de Cicerón, que mezcla el misticismo
posidoniano del escrito de Cicerón con las abstrusas
ideas del neoplatónico Porfirio). Tema importante fue
también defender al poeta contra sus detractores; por
eso, los escolios aparecen llenos de notas apologéticas,
que, con frecuencia, en el aparente error pretenden
comprobar una escondida delicadeza. Se ha perdido un
comentario, principalmente mitológico, de las

72
Metamorfosis, de Ovidio, pero fue utilizado en los
escolios de Virgilio. Por lo demás, fueron comentados,
naturalmente, también autores escolares, y tales
comentarios nos han llegado la mayoría retocados: así,
el de Donato a Terencio y el de Porfirio (hacia 300) a
Horacio. Sobresale entre todos el comentario histórico de
Q. Asconio Pediano a los discursos de Cicerón,
compuesto entre 54 y 57, del que nos ha llegado una
parte; su modelo fue el comentario de Demóstenes por
Dídimo (§ 30), que, en lo que toca al estudio personal de
las fuentes, fue superado por Asconio; incluso los Acta
(periódicos romanos), que fueron muy escasamente
aprovechados en los demás autores, fueron examinados.
§ 37. Probo, Gelio, Higinio. Entre los gramáticos
especialmente exegetas ocupa lugar principal M. Valerio
Probo, de Beirut (época de Nerón). Reunió manuscritos
de poetas y preparó ediciones con signos críticos según
el modelo alejandrino (§ 16); nos consta de las de
Terencio, Lucrecio, Virgilio, Horacio y Persio. Escribió
también comentarios, según lo prueban grandes
fragmentos de explicaciones de las églogas y geórgicas
de Virgilio, que revelan una gran erudición; pero no es
indudable su autenticidad. Por lo demás se tenían de él
solamente monografías y observaciones varias sobre la
lengua antigua.
Poseemos una rica colección de observaciones de
dicho género en los 20 libros de las Noches áticas, de
Aulo Gelio (hacia 160 de J. C.), fastidioso modelo de las
misceláneas filológicas. Durante una larga permanencia
en Atenas extractó un gran número de autores antiguos y
modernos, principalmente con un criterio lingüístico;
considera mucho la literatura arcaica, pues Gelio cae de

73-74
lleno en la tendencia iniciada en la época de Adriano a
preferirla. Pero no es un simple gramático, sino también
filólogo en el sentido antiguo, e. e., le interesan toda
clase de curiosidades, por lo cual su libro es testimonio
de la incapacidad, entonces cada vez mayor, de elaborar
grandes colecciones según un punto de vista decisivo;
esto aparece también ya en una fuente principal de la
obra, la colosal compilación del filósofo Favorino, el cual
influyó también personalmente en Gelio.
C. Julio Higinio, el liberto de Augusto, más que
filólogo, fue todavía alumno de la escuela confusionista
de Alejandro Polihistor, de cuya Polymathía tomó algo (§
28); fue el primer prefecto de la biblioteca palatina. La
mayoría de sus obras tratan de las antigüedades y
religión itálicas; compuso también un comentario a una
oscura poesía de Helvio Cinna, con el mismo criterio con
que Teón hiciera el comentario de Licofronte (§ 20);
también escribió un libro sobre Virgilio, cuyos defectos en
la Eneida, pretendió explicar por no haber terminado éste
por completo su obra, además de hablar de otras cosas.
§ 38. Suetonio. Cultivó con igual interés las
cuestiones gramaticales y arqueológicas C. Suetonio
Tranquilo, que vivió principalmente en la época de
Adriano. Escribió las biografías de los doce primeros
Césares y una obra literario biográfica sobre los hombres
¡lustres de Roma, de la que poseemos la parte
consagrada a los gramáticos y oradores y las vidas de
algunos poetas aislados, por donde vemos cómo sigue
las tradiciones de la biografía peripatética (§ 5),
admitiendo, por desgracia, hasta sus cuentos de
costumbre. A la literatura concierne también su historia
de las representaciones escénicas romanas, compañera

74-75
de la historia del teatro de Juba; además, una obra sobre
los signos de los alejandrinos y de Probo, cuyos restos
son muy de estimar; más él no tiene interés alguno por la
crítica textual y la exégesis. Principalmente arqueológica
era su gran compilación Pratum. Sentía especial
predilección por la glosografía y escribió en griego, por
ejemplo, sobre los juegos de los niños y sobre los
apodos (imitando en esto, como en su libro sobre las
hetairas célebres, a Aristófanes) (§ 10), en latín sobre los
nombres de los vestidos y de las enfermedades. Sus
trabajos fueron muy aprovechados y constituyeron en
parte la obra de Varrón.

75
II. La Edad Media

§ 39. Retroceso de la cultura. Cuanto más se


perdía la aptitud para la investigación científica, tanto
más descendía el interés por los estudios y el estado de
la cultura general. Así como en filosofía se admitía a
ciegas cuanto llevaba el nombre de Platón y de Orfeo,
bastando que estos “hombres divinos” hubiesen
enseñado (o se les atribuyese) lo que se quería saber,
para otorgarles fe ciega, de igual valor que la merecida
por una indudable revelación, así también los oradores
creían ciegamente en Demóstenes, Aristides y
Hermógenes, los gramáticos en Dionisio Tracio,
Herodiano o Donato: en todos los ramos del saber eran
veneradas ciertas autoridades, ya consagradas, contra
las cuales a nadie se le ocurrió ya levantarse. También
influyó la profunda decadencia material del siglo IV, que
alcanzó horrendas proporciones: las bibliotecas habían
quedado ya entonces muy retrasadas, los hombres
cultos de Occidente cada vez conocían menos el griego,
sólo florecían las escuelas de los retóricos. Hubo de
añadirse a esto el poder del Cristianismo, que
fundamentalmente era enemigo de la cultura pagana, y
que sólo había querido valerse de ésta para luchar con la
filosofía y religión paganas, para ganarse a las personas
cultas; cuando llegó el triunfo, comenzaron a suscitarse
muchas dudas sobre si el conocimiento de la literatura y
retórica paganas serían también agradables a Dios; así,

76-77
un hombre incluso sabio para su tiempo, como San
Jerónimo, soñó que era condenado por ser más
ciceroniano que cristiano. San Agustín, cuya excelente
formación retórica se trasluce en todos sus escritos, era,
sin embargo, dado a manifestar el más profundo
desprecio por la actividad que anteriormente desplegara
como maestro de retórica. Las primitivas versiones
latinas de la Biblia denuncian que son debidas, dado su
latín tan poco literario, a personas que no habían pasado
por las escuelas de los gramáticos; por primera vez eran
aquí despreciadas las leyes que hasta entonces habían
presidido toda producción literaria y no se tenía en
cuenta para nada el cuidado y perfección del estilo.
Cuando San Jerónimo estableció en la Vulgata un texto
definitivo, solamente se decidió a suprimir de aquellas
antiguas versiones los más groseros errores contra la
lengua escrita, a pesar de que su torpe estilo le
repugnaba hasta lo más profundo. Muchos escritos
cristianos, por ejemplo, la célebre relación de una
peregrinación a Tierra Santa (siglo V?), de Eteria,
parecen ya semirrománicos; aun le supera en descuidos
y defectos el latín de los escritos de Gregorio de Tours
(siglo VI), que no domina ya ni siquiera la antigua
morfología. En el decurso de la Edad Media, cuanto más
importancia adquiere el criterio eclesiástico-monástico,
tanto más descuidadas y desterradas aparecen las varias
manifestaciones de la cultura meramente humana; y
quienes admitían las artes, esto es, los conocimientos
particulares (cfr. § 28), en cuanto que les pudieran servir
para defensa de la fe contra paganos y herejes, sin
embargo, se mostraban enemigos de los autores
paganos. “¿De qué nos sirven, se decía, las sutilezas de

77-78
los gramáticos ¿Qué nos ayudan con su filosofía
Sócrates, Platón, Pitágoras y Aristóteles? ¿Qué obtiene
el lector de la obra de poetas impíos, Homero, Virgilio y
Menandro? ¿Qué utilidad pueden traer al Cristianismo
Salustio, Heródoto y Livio con sus historias paganas?
¿Acaso admite comparación con la inmaculada doctrina
de Cristo la retórica de Lisias, Graco, Demóstenes y
Tulio? ¿Puede satisfacer de algún modo nuestras
necesidades la diligencia de Flaco, Solino, Varrón,
Democrito, Plauto y Cicerón?” . Y, sin embargo, el monje
que así escribe se precia precisamente, se ve claro, de
mostrar el conocimiento de los nombres de autores
antiguos. “Los eclesiásticos --se decía una vez en el siglo
X — no quieren tener como maestros a Virgilio ni a
Terencio ni al resto del rebaño de filósofos, porque
también San Pedro, sin saber nada de tales cosas, llegó
a ser el portero del Cielo; Dios ha escogido no a los
oradores ni a los filósofos, sino a los rústicos e
ignorantes” . Quienes, a pesar de esto, estudiaban al
maligno Virgilio, a quien Odón de Cluny compara con una
hermosa vasija llena de asquerosas serpientes, tenían
sueños parecidos a los de San Jerónimo, o caían en
malos vicios, a pesar de que este poeta no contiene el
más mínimo virus en lo moral; hasta los mismos
ejemplos, tomados de Cicerón y de Virgilio, para las
gramáticas escolares, eran motivo de escándalo para
algunos. Un monje que no quiso despojarse de sus
aficiones clasicistas intentó demostrar que Cicerón y
Virgilio habían sido sacados por Jesucristo en su
descenso a los infiernos y colocados entre los
bienaventurados; otros preferían, en vez de Virgilio, al
poeta cristiano Prudencio. En Oriente, donde la tradición

78-79
antigua se vio menos interrumpida, sin embargo, también
algunas veces se escucharon tales opiniones.
§ 40. La conservación de los textos antiguos.
Si, a pesar de todo esto, fue un hecho la costumbre de
copiar unos cuantos autores paganos, era porque, de
una parte, de la belleza del estilo clásico se había
conservado un oculto sentimiento a pesar de todo, y se
buscaba en los clásicos el modelo para los propios
escritos; de otra parte, se quería traer su arte al servicio
de la Iglesia; por ejemplo, Rosvita compuso comedias
cristianas imitando el estilo de Terencio. También lo
relativamente poco que se recibió de Platón y Aristóteles
debía servir para apoyar la fe y aclarar por medio de la
lógica cuestiones dogmáticas puestas en tela de juicio;
pero aun estos nombres preclaros no quedaron exentos
de ataques violentos, ya que hubo algunas épocas en
que llegó hasta ser prohibido el estudio de la física y
metafísica aristotélicas en Occidente. Todo esto explica
las razones que influyeron en la selección de lo
conservado y la forma en que nos ha llegado; depende
casi exclusivamente de las aficiones de la Edad Media,
que no siempre coincidieron con las nuestras. Así se
explica que, entre los escritos de Cicerón, el De
inventione sea relativamente el más fielmente transcrito,
porque se juzgaba necesario su uso, junto con la
Retórica a Herenio, para la instrucción de la oratoria; así
se explica también por qué poseemos a Valerio Máximo,
pero, en cambio, carecemos de las Historias, de Salustio;
por qué existen tan sólo insignificantes fragmentos de la
literatura alejandrina, mientras subsistieron muy
completos Libanio y los comentarios a Platón y
Aristóteles, y no hablemos de la óptima conservación en

79-80
que se hallan casi siempre las composiciones
eclesiásticas, sin exceptuar las más hueras homilías y
refutaciones de herejías.
§ 41. El griego y el latín. El antagonismo secular
entre el Oriente griego y el Occidente latino, que no
obtuvo sino su expresión política cuando se llevó a efecto
la división del Imperio en 395, iba en continuo aumento
durante esta época. El latín nunca fue muy comprendido
en Oriente, y se olvidó del todo desde que en 535 los
decretos imperiales se publicaron en idioma griego; la
traducción latina de las Novellae justinianeas (redactada
en Bizancio dentro del siglo VI con el nombre de
Authenticum) demuestra lamentable ignorancia. Un
erudito como Máximo Planudes (hacia 1300), que tradujo
al griego toda una serie de clásicos latinos (por ejemplo,
Somnium, de Cicerón; Bellum Gallicum, de César; las
Metamorfosis y Heroidas, de Ovidio), nos resulta un mirlo
blanco. Tampoco era mucho mayor la afición por el
estudio del griego en Occidente; su cuidado quedó como
patrimonio casi exclusivo de los monjes irlandeses, cuyos
monasterios (especialmente Bobbio, en la Italia
septentrional, y St. Gall) fueron generalmente refugios de
una ilustración relativa aun durante los siglos de mayor
incultura; en Canterbury había entre 668 y 690 un
arzobispo griego, Teodoro de Tarso, y las escuelas
griegas por él fundadas florecieron, según parece, hasta
principios del siglo X. A consecuencia de los disturbios
iconoclastas durante los siglos VIII y IX, algunos monjes
griegos viéronse precisados a huir a Italia, y en Alemania
las relaciones diplomáticas y dinásticas con la corte de
Bizancio despertaron, siquiera efímeramente, interés por
la cultura griega. Pero, en líneas generales, se considera

80-81
como cosa excepcional, en Occidente, que una persona
comprenda palabras sueltas en griego y sepa trazar las
letras del alfabeto griego, casi únicas cosas que era
posible aprender en los muy deficientes manuales de
aquella época. William de Moerbeke, arzobispo de
Corinto (1277-1281), que vertió textualmente, no sin
errores, gran número de escritos de materia filosófica y
médica al latín, puede considerarse ya completamente
como precursor del Renacimiento; sin embargo, la
Escolástica conoció a Aristóteles exclusivamente por
traducciones latinas, en parte tomadas de las árabes, y
Platón sólo era conocido por la traducción que Calcidio
hizo del Tímeo.
§ 42. Los bizantinos. Es costumbre, en la historia
del Oriente, empezar a contar la época bizantina desde
el año 529, fecha de la clausura de la academia
neoplatónica en Atenas, ordenada por Justiniano. Y no
sin una cierta razón, pues ésta había sido un centro de la
última resistencia contra el Cristianismo, y desde este
punto de vista también había cultivado la literatura
pagana, con todos los medios a su alcance; recuérdese
que la Crestomatía del neoplatónico Proclo (410-485)
representa un tratado de poética e historia literaria muy
apreciable para su tiempo (§ 30). Sin embargo, esta
época no encierra, ni con mucho, una decadencia de los
estudios tan grande como la que supone el período de
las luchas iconoclastas durante el siglo VIII; por eso, el
período de mayor decaimiento de la cultura bizantina
corresponde poco más o menos al siglo y medio que hay
desde la coronación de León el Isáurico (717) hasta la
fundación de la Universidad de Constantinopla (863),
hecho que inicia el llamado renacimiento bizantino. Su

81-82
principal representante es Focio, patriarca de
Constantinopla desde 857 y muerto en 891; mientras los
léxicos (§§ 23 y 33), en parte compuestos y en parte
sugeridos por él, no hacen sino continuar las tradiciones
de los tiempos imperiales, en su Biblioteca se ve el
deseo de salvar de la literatura clásica cuanto aun podía
salvarse; son 280 “códices” en los que da extractos de
variada literatura en prosa y críticas especialmente de
índole estilística, a los cuales debemos, además de otras
cosas, en primer término, nuestro conocimiento de
Hecateo, de Ctesias y Teopompo. Participaba de sus
mismas ¡deas Aretas, y murió alrededor de 939 como
arzobispo de Cesárea; a sus esfuerzos debemos la
conservación entera o parcial de Platón, Euclides, Dion
de Prusa, Luciano, Aristides, Pausanias, Filóstrato y de
los apologetas griegos. Pronto empiezan las formidables
obras de extractos hechos por Constantino Porfirogeneta
(emperador de 912 a 959), siendo la más importante la
gran enciclopedia histórica en 53 libros, seis de los
cuales se conservan con fragmentos de inestimable
valor, principalmente de Polibio, Diodoro, Dionisio de
Halicarnaso y Dion Casio. Otra enciclopedia agrícola (la
llamada Geopónica) se debe a Casiano Baso (?),
estimulado por el mismo emperador, quien
probablemente animó también a Constantino Cefalas a
compilar su antología de epigramas griegos, que
continúa siendo una importante fuente para el
conocimiento de la poesía helenística. Corresponde
también a este siglo el gran léxico de Suidas, que, a más
de escolios sobre voces, contiene artículos biográficos;
mientras aquéllos seguramente están integrados por un
material idéntico al de los demás léxicos conservados

82-83
(por ejemplo, escolios, el léxico de Harpocración, etc.),
para éstos se valió de la lista de hombres célebres en la
literatura, reunida por Hesiquio de Mileto (siglo VI), y así,
junto con muchas noticias faltas de valor --pues Hesiquio
utilizó sin crítica autores que ya no habían hecho uso de
ella--, conservó también muy interesantes notas. En el
siglo XI floreció Miguel Pselos, que especialmente
manifiesta un vivo interés por la filosofía neoplatónica,
colocando a Platón más alto que a Aristóteles; en el siglo
XII tenemos a Eustaquio, que emplea para sus
voluminosos comentarios a Homero y Píndaro también
algunas fuentes actualmente desconocidas, y a Juan
Tzetzes, charlatán, pero diligente trabajador. Todos ellos
son gentes que pasarían inadvertidas totalmente en una
época más fecunda de ingenios, pero que hemos creído
oportuno mencionar sólo brevemente porque el filólogo
los encontrará citados con frecuencia.
De estos siglos datan también los manuscritos
más importantes que nos han llegado de antiguos
autores; todos están hechos con cuidado, es decir, son
ejemplares que, después de copiados, han sido
colacionados con el original.
Estos estudios van ganando en intensidad a
medida que queda mermado el poder político del Imperio
bizantino y terminan por desembocar en el humanismo
italiano. No obstante, no le dieron los griegos un impulso
definitivo; como no tenían necesidad de descubrir la
Antigüedad de nuevo, tampoco tuvieron entusiasmo, por
lo que con razón censuran los italianos el carácter tibio e
insensible de los bizantinos; éstos, en verdad, copiaron
manuscritos en Italia y dieron instrucción primaria, pero

83-84
no estaban preparados para dar a los estudios griegos la
importancia que ellos merecían.
§ 43. Los estudios en Occidente. También en
Occidente los últimos defensores del paganismo se
afanaron en salvar los autores clásicos; por ejemplo, los
senadores más linajudos y opulentos, los Símacos y
Nicómacos, muestran interés por la corrección del texto
de Livio. Cuando estas figuras se convertían al
Cristianismo, al menos por conveniencia, continuaban, lo
creían precepto de honor, mostrando interés por la
literatura pagana; así, incluso el emperador Teodosio II
actuó de copista. Pero cuando las escuelas galas, por
entonces las de mayor florecimiento, yacían desiertas
después de las invasiones bárbaras, empieza también en
Occidente el crepúsculo de varios siglos sombríos, a los
que pertenece el gramático Virgilio Marón, ignorante
excepcionalmente atrevido; es la época en que el
conocimiento de los antiguos modelos de estilo queda
reducido a su mínima expresión. Un resurgimiento desde
este estado de decadencia de produjo gracias a los
intentos de Carlomagno de introducir una enseñanza
clásica, siendo secundado especialmente por Alcuino de
York y Paulo Diácono, que escribió el epítome de Festo
(§ 36); en realidad, esta reforma tenía también por objeto
casi exclusivo difundir mayor cultura entre los
eclesiásticos, y su interés por la literatura pagana debió
ser puramente formal. Por eso, el monasterio de York
sólo guardaba a Virgilio, Estado y Lucano como únicos
poetas paganos, y el monasterio de Reichenau, en el año
822, sólo a Virgilio en un inventario de 450 libros. La
meta y finalidad de la enseñanza era la interpretación
alegórica de la Sagrada Escritura; no obstante, muchos

84-85
discípulos lograron versificar hexámetros correctos, y las
poesías de la época carolingia muestran familiaridad no
sólo con Virgilio, Horacio y Lucano, sino aun con Juvenal,
Lucrecio, Marcial, Ovidio, Persio y Estado. Eginhardo
llegó a relatar la vida de Carlomagno siguiendo la
disposición de Suetonio y empleando el estilo de
Cicerón. Los monasterios estimaron en mucho poseer
una biblioteca; monjes especializados en copiar
manuscritos llenan sus armarios, reproduciendo aún los
autores paganos más en boga. Como centros principales
de estudios de la Antigüedad durante la Edad Media
merecen citarse Fulda, Hersfeld, Corvery (donde floreció
en el siglo XII un buen humanista, el abad Wibaldo),
Reichenau y Freising en Alemania; Chartres, Orleans y
Tours en Francia; pero, naturalmente, no hay que pensar
en un progreso de la ciencia filológica, y humanistas
entusiastas, como Servato Lupo, abad de Ferriéres (842
a 862), son excepciones. Termina esta época con el
predominio de la Escolástica, que maneja oscuros
recuerdos de la sabiduría platónica y aristotélica con un
método de sutilezas lógicas cuyo exclusivo provecho
queda reservado a la defensa del dogma. Su producción
todavía más interesante, desde el punto de vista
filológico, es el Doctrinal, de Alejandro de Villa Dei,
publicado en 1209, gramática latina en hexámetros que
trata sobre todo de la morfología y sintaxis, y que con
frecuencia suplantó a Donato; esta obra rompe por
completo toda relación con los autores de la Antigüedad
y apenas sigue la gramática clásica, estando, en cambio,
saturada de agudezas dialécticas y estériles sofisterías.
El fruto de esta enseñanza es el latín escolástico,
parodiado de una manera tan exquisita en las Epistulae
85-86
virorum obscurorum (§ 51); las poesías graciosas,
imitando el latín de Virgilio y otros autores, que
abundaron desde la época carolingia (por ejemplo,
merece citarse Walafrido de Reichenau, entre 808 y
849), escasean cada vez más durante los siglos XII y
XIII, lo que no tiene nada de particular en vista de la
opinión de que un buen gramático había de ser un mal
teólogo.

86
III. Los tiempos modernos
C a p ít u lo I

El Humanismo

§ 44. El origen del Humanismo. En el magno


movimiento intelectual que caracteriza el tránsito de la
Edad Media a los tiempos modernos y que
acostumbramos llamar “Renacimiento” , la Antigüedad no
es el único móvil, pero sí el más importante, sin el cual la
emancipación de ¡deas de los conceptos imperantes en
los tiempos medios, se hubiera efectuado más despacio
y de modo especialmente distinto. Así, también la
palabra Humanismo no significa una fase de la ciencia
filológica, sino un ideal de la cultura del hombre, en
sentido parecido a como Cicerón había empleado la voz
humanitas; mas, puesto que este ideal fue alcanzado en
la Antigüedad y sólo podía reanudarse por el detenido
estudio del pasado, el Humanismo de entusiastas
condujo pronto al de los estudiosos, y de éste nació la
renovación de la ciencia filológica. El Humanismo no
aspiró a un conocimiento científico de la Antigüedad, sino
que se conformó con la restauración, especialmente de
la elocuencia clásica, que se tenía casi por la única, en
todo caso por la mayor realización de la Antigüedad; el

87
Humanismo se colocó frente al mundo antiguo no con un
interés objetivo, sino más bien con un entusiasmo sin
reserva, cuyo reverso fue la oposición a la Escolástica.
Mientras ésta se había petrificado tanto en su forma
externa como en su tenor doctrinal, los autores clásicos,
a más de ser maestros de estilo acabado, ofrecían un
rico mundo de ¡deas profundas y, como representantes
de una moral libre e independiente, resultaron
completamente distintos de los pesados preceptos
escolásticos; mientras la intelectualidad medieval estaba
encadenada sin quese le permitiera un libre
desenvolvimiento de la individualidad, los antiguos
autores presentaban a los hombres y héroes con una
personalidad imponente y conscientes de su valor propio,
dándose sin miramientos a su ambición y ansia de gloria,
es decir, a laspasiones predominantes durante el
Renacimiento. Y como enItalia hasta las condiciones
políticas y sociales tendían necesariamente a la
emancipación del individuo, no es de extrañar que fuera
aquí donde la Antigüedad encontró el terreno abonado
para cumplir su alta misión de cooperar en un primer
plano a la génesis del espíritu moderno.
En efecto, el Humanismo es un fenómeno
particularmente italiano, sustentado, en primer término,
por el orgulloso convencimiento de los italianos de ser los
descendientes en línea recta de los antiguos romanos y
herederos legítimos de su grandeza; sólo después que el
Humanismo se había desarrollado independientemente
durante bastante tiempo, traspasó las fronteras de Italia,
pero sin que, emigrado de los países limítrofes, lograra
jamás conservarse allí con la misma pureza que en su
país de origen. El Humanismo tiene su explicación en el

88-89
carácter del pueblo italiano y en las circunstancias de
Italia, con su cultura muy descentralizada: una serie de
pequeños Estados y Municipios intentaron obtener
equilibrio y riquezas en continuas guerras exteriores y
luchas intestinas, y solían lograr su verdadero bienestar,
sobre todo, cuando un especulador avispado o un
condottiero brutal se encargaba de su gobierno. Estas
luchas despertaron los espíritus; los ciudadanos ya no se
conformaban con desempeñar el papel de pueblo
sumiso, sino que se encontraron dispuestos a participar
en la cultura espiritual una vez que las clases directoras
centralizaron y remuneraron el trabajo intelectual. Así es
cómo el Humanismo halló en los príncipes mecenas y
protectores natos, destacándose los Médicis en
Florencia, en primer lugar Cosme (1389-1469) y Lorenzo
el Magnífico (1449-1492); pero también los Papas, los
Visconti y Sforza en Milán, los Malatesta en Rímini, los
Este en Ferrara, los Montefeltro en Urbino y los reyes de
Nápoles ofrecieron al Humanismo un asilo, buscando
entre sus representantes a los poetas de Corte, a los
secretarios y preceptores; la competencia entre las
diversas cortes proporcionó a estos hombres modernos
una libertad de movimientos muchas veces rayana en la
internacionalidad. Todo el Humanismo está saturado de
espíritu animoso contra la Iglesia y la Escolástica, de
cuyas preocupaciones, sin embargo, aun no sabía
librarse del todo; en 1493 Savonarola predicó: “Ve a
Roma y pasa revista a toda la cristiandad: en la casa de
los altos prelados y señorones sólo se preocupan de
poesía y retórica. Mira y verás: los hallarás con libros
humanistas entre las manos, como si fuera posible
alimentar las almas con Virgilio, Horacio y Cicerón”.

89-90
Algunos humanistas pagaron con su vida la oposición a
la Iglesia, como el francés Dolet, que fue quemado en
1546 en París. Muchos notables humanistas franceses
fueron hugonotes (§ 55), y también en Alemania la
influencia del Humanismo ganó mucho terreno con la
aparición de la Reforma (§ 53).
Desde luego, en estas luchas no faltaron rasgos
innobles, y los humanistas individualmente incurrieron
con frecuencia en faltas y debilidades; pero el
movimiento, considerado en su conjunto, resultó de la
mayor importancia para la cultura mundial, a pesar de las
exageraciones y aberraciones, efecto siempre de todas
las grandes revoluciones.
§ 45. Petrarca. Como todas las orientaciones
intelectuales, el Humanismo no fue creado ex profeso,
sino que es efecto de las corrientes enemigas de la
Escolástica; de un modo parecido, el renacimiento
artístico tiene sus precedentes en los edificios toscanos
de los siglos XII y XIII, en las esculturas de la escuela de
Pisa y en los frescos de Giotto. Mas si se desea señalar
una figura que pueda encabezar el Humanismo, nadie
tiene tanto derecho a ello como Francesco Petrarca
(1304-1374), que vivió en el sur de Francia y en la Italia
septentrional, y cuyos grandes viajes lo llevaron hasta
París, Flandes y Colonia. Petrarca no es erudito, sino
poeta; no es investigador, sino aficionado; es el primer
hombre moderno, penetrado por el menosprecio de la
ciencia medieval, que atacó muy francamente en todas
sus manifestaciones; él vituperó al mismo Aristóteles,
porque sus obras formaron la base de la lógica
escolástica, para elogiar a Platón, de cuya grandeza él
apenas si había percibido una exhalación. Es

90-91
especialmente característico en él su fácil estilo epistolar,
que por primera vez desde Cicerón volvió a reflejar los
pensamientos y sentimientos de un hombre
extraordinario, de acuerdo con el requerimiento de
carácter completamente moderno, establecido por él, de
que cada uno debe escribir en su propio estilo. Se
extasía con la armonía de los períodos de Cicerón y los
versos de Virgilio, es decir, adopta de nuevo la actitud
habitual del oyente o lector antiguo para con los autores
clásicos, olvidada casi por completo durante la Edad
Media; él llamó a Cicerón “mi padre” , a Virgilio “mi
hermano” , y les dirigió cartas para entrar en una
verdadera intimidad con ellos. En sus viajes anduvo en
busca de manuscritos y halló en Lieja otros dos discursos
de Cicerón, uno de ellos el Pro Archia; más tarde
descubrió las cartas a Ático, a Quinto y a Bruto. Cada
uno de estos hallazgos excitó el entusiasmo, faltando
tiempo a sus contemporáneos para procurarse copias de
los nuevos textos; cuando, posteriormente, fue
encontrada completa la obra de Quintiliano (§ 46), un
célebre humanista exclamó: “ ¡Oh ganancia enorme, oh
alegría no soñada: por fin mis ojos te contemplarán, oh
Marco Fabio, entero e intacto!” . Tan profundamente
había arraigado el convencimiento de que cada autor
resucitado significaba no sólo un aumento de los
conocimientos, sino hasta un enriquecimiento de la vida.
Petrarca leyó también a Catulo y Propecio, conociendo
29 libros de Livio, mientras que Dante sólo había leído 4;
su biblioteca fue la primera que mereció la calificación de
humanística. En cambio, su relación con los autores
griegos no pasó de una ficción; como Cicerón y otros
hablaban tanto de los griegos y de su superioridad, nació

91-92
el deseo de adquirirlos y comprenderlos; pero el
conocimiento del griego se había extinguido en el
Occidente (§ 41): tan sólo era hablado en Italia por los
monjes basilianos de Sicilia y Calabria, y en
determinados distritos de estas provincias también por la
población. Como Petrarca apenas tuvo ocasión de
aprender el griego, la posesión de Homero y de algunos
diálogos de Platón fue para él un tesoro enterrado; por
eso mandó hacer, pagándola él, la primera traducción
latina de Homero. En general, durante los primeros siglos
del Humanismo predominó el estudio del latín, sobre todo
de los poetas, sencillamente porque los italianos se
sentían herederos de las glorias romanas. También
Petrarca demostró gran entusiasmo por los monumentos
antiguos, pero no pasó de ahí; la despoblación de Roma,
entonces abandonada por los Papas, le llenó de
melancolía, y simpatizó vivamente con los proyectos
fantásticos de Cola di Rienzi para la restauración de la
Roma antigua; asimismo coleccionó monedas romanas,
y al regalarlas al emperador Carlos IV se figuró
proporcionarle una especial satisfacción.
§ 46. El hallazgo de manuscritos. Valla. Los
estímulos de Petrarca dieron fruto especialmente en
Florencia, que se constituyó entonces en centro del
movimiento humanista. Aquí floreció su discípulo
Bocaccio (m. en 1375), que inició los estudios eruditos y
reunió noticias de los autores antiguos en obras
históricas, geográficas y mitológicas. Las colecciones de
manuscritos prosiguieron como en Petrarca, y Coluccio
Salutato, canciller de Florencia (m. en 1406), fue el
primero que leyó las cartas de Cicerón a sus amigos,
constituyéndose, al igual que la colección anterior, en

92-93
modelo predilecto para los ensayos de correspondencia
literaria, cada vez más cultivada No tardaron en
prosperar profesores humanistas que, en general,
llevaban una vida errante, enseñando retórica y
elocuencia, unas veces en las Universidades, otras
particularmente y haciendo prosélitos contra el sistema
escolástico. Para estos estudios fue de importancia que
en 1422 se hallara un viejo manuscrito que por primera
vez dió a conocer el Brutus, de Cicerón, y llenó las
lagunas en el texto del O ratory del diálogo De oratore. El
humanista generalmente era poeta, escritor y maestro de
elocuencia en primer término; una estela de este
concepto perduró hasta en nuestros tiempos; era el
humanista el predestinado para embajador, el orador
indicado para la recepción de monarcas, investidura de
magistrados, en ocasión de fechas conmemorativas,
discursos fúnebres, etc., al igual que su prototipo, el
antiguo sofista; por estos motivos se introdujo una
retórica hueca y grandilocuente, que coincidió con la de
la época imperial romana en muchos puntos, incluso en
las declamaciones. De esta suerte, el Humanismo fue
padrino en el desarrollo de las literaturas modernas; no
hay que perder de vista cuán grande era el influjo de las
muy numerosas traducciones del griego o latín durante la
formación del estilo moderno; epístolas y epigramas,
églogas y elegías eran formas predilectas de la poesía
en el Renacimiento.
Se descubrieron otros textos antiguos, en especial
a raíz del Concilio de Constanza (1414-1418), gracias a
la actividad y la habilidad de Poggio Bracciolini (1380 a
1459), florentino de nacimiento y secretario del Papa
Nicolás V, que era también un ferviente humanista.

93-94
Desde Constanza emprendió viajes a Inglaterra y los
monasterios alemanes, aportando muy interesantes
originales: llevó a Italia a Quintiliano completo, Valerio
Flaco, Asconio, las Silvas de Estado, Manilio, Silio y
discursos desconocidos de Cicerón. Por sus epístolas de
animado estilo, sus picantes donaires, la violencia y
vanidad con que se distinguió en sus litigios con Valla y
otros, nos da un buen ejemplo del nuevo espíritu que iba
extendiéndose con el Humanismo La busca de
manuscritos continuó con éxito: el Mediceus I, que
contenía los Anales l-VI de Tácito y cartas de Plinio, fue
hallado en Corvery; el Mediceus II, con el resto de los
Anales de Tácito y sus Historias, probablemente fue
sustraído de Montecasino; de Alemania vinieron un
manuscrito con los escritos menores de Tácito (Diálogo y
Germania) y De viris illustribus, de Suetonio, y el
Ursiniano, con 16 comedias de Plauto; apareció el De
Aquis Urbis Romae, de Frontino, en Montecasino. Se
hicieron copias en gran cantidad, e inmediatamente se
intentó corregir los textos por medio de colaciones,
cuando era posible, con un segundo manuscrito; la
pretensión era las más veces sin ningún concepto de la
fidelidad a la tradición, construir un texto fácilmente
legible, y, como sabían escribir y versificar en latín con
soltura, las correcciones, en general, están muy bien
hechas. Estos manuscritos de los Itali han sido un lazo
para muchos filólogos posteriores, como lo demuestra el
ejemplo de lo sucedido con Propercio.
Se comenzó a buscar las tumbas y estatuas de los
hombres ¡lustres de la Antigüedad y no dudaban en
haberlas encontrado. En Nápoles encontraron el sepulcro
de Virgilio, y cuando en 1413 se descubrió un sarcófago

94-95
de plomo con restos humanos, se tuvo el convencimiento
de haber dado con la sepultura de Livio; naturalmente, un
busto se interpretó como retrato auténtico del historiador,
y una inscripción con el nombre de T. Livio se relacionó
con este personaje.
Un evidente progreso representa en el terreno
científico Lorenzo Valla (1407-1457), cuya pretensión ya
no era ser poeta, sino erudito; sabía griego y atacó la
Escolástica, no sólo con gran tesón, sino también
metódicamente. Sus Elegantiarum latinae linguae,
impresas hasta en tiempos muy posteriores, tienen
cuidado de apuntar a los escritores y gramáticos clásicos
como ejemplos del bien decir, en contra del latín de los
escolásticos; sin darse cuenta de ello, Valla empezó así
el camino que debía conducir al ciceronismo extremado.
Con temerario valor comprobó que la donación
constantiniana era una falsificación, y este trabajo es el
primer ensayo de crítica histórica; asimismo se puso
enfrente de la credulidad autoritativa con la que la
Escolástica admiró a Aristóteles. Es más: Valla intentó
incluso poner mano a la Vulgata, la traducción de la
Biblia hecha por San Jerónimo y considerada como
inviolable, pues cayó en la tentación de corregirla en
vista del original griego, procedimiento que motivó
extraordinaria irritación entre los teólogos. Su escrito
Sobre el placer es el primer intento de escribir sobre
filosofía, no siguiendo a los prohombres de la
Escolástica, sino guiado por el método que Cicerón
empleara; la posibilidad de mirar fuera del horizonte de
este clásico no se le ocurrió apenas a ningún humanista
de aquella época; por esta razón, los fundamentos de la

95-96
filosofía moderna no pueden buscarse cimentados en
estos círculos, sino fuera de ellos.
§ 47. Los estudios griegos. En lo que toca al
idioma griego, el anhelo de su posesión fue, por ahora,
mayor que los medios de satisfacerlo. El primer
encargado de la enseñanza del griego fue Manuel
Crisoloras, de Constantinopla, que en 1397 empezó a
dar clases en Florencia. Pronto le siguieron otros, entre
los cuales mencionamos a Teodoro Gaza (m. hacia
1475), autor de una gramática escolar bastante
vulgarizada. Ellos vertieron los autores griegos al latín,
en primer lugar Platón y Aristóteles; el público estaba
ávido por conocer el verdadero texto original de estos
autores. Comenzaron los italianos a trasladarse a
Oriente, regresando con buenos conocimientos del
griego y, no pocas veces, también con manuscritos.
Merecen citarse en este aspecto Francisco Filelfo, que
vivió desde 1420 a 1427 en Constantinopla, uno de los
humanistas más engreídos y polémicos; luego Juan
Aurispa, que en 1423 trajo 238 códices a Italia, entre ellos
el célebre manuscrito florentino de Esquilo, Sófocles y
Apolonio. Estas adquisiciones dieron origen a la
fundación de las grandes bibliotecas humanistas; Cosme
de Médicis empezó la Marciana y Laurentiana, en
Florencia; Nicolás V, la Vaticana, en Roma, que tenía ya
entonces 5000 tomos; el cardenal Besarión, griego y
discípulo de Pletón, legó en su testamento sus 900
manuscritos a la república de Venecia, fundando de esta
forma la biblioteca de San Marcos; Federico Montefeltro
gastó más de 30 000 ducados para la biblioteca de
Urbino (actualmente en la Vaticana). En Francia,
Francisco I empezó a reunir una biblioteca humanista

96-97
hacia 1529 en Fontainebleau. Pero pocos supieron leer
el griego de corrido, por lo que las traducciones
continuaban siendo una necesidad aun para sabios;
algunos las prefirieron al original, porque éste no les
parecía bastante elegante, es decir “ciceroniano”; tan
poca comprensión se tenía de las peculiaridades del
estilo griego. Valla a Tucídides, Filelfo a Jenofonte,
Leonardo Bruni (Aretino) a Demóstenes, Platón y
Aristóteles, según un dicho en que se ve representado el
sentir de la época, “obsequiaron con la latinidad” .
§ 48. La academia platónica. Los fugitivos.
Importancia singular adquirió Jorge Gemisto Pletón, que
hacia el fin de su vida llegó a Italia para asistir al Concilio
unionista celebrado en Ferrara en 1438; personaje algo
monacal, era el representante del platonismo místico,
que no se remonta al mismo Platón, sino a la fase más
reciente del neoplatonismo, caracterizada por el nombre
de Proclo. Cosme de Médicis, al fundar la academia
platónica en Florencia, siguió las ¡deas de Pletón; jefe de
la academia fue Marsilio Ficino (1433-1499), que tradujo
excelentemente a Platón y a los neoplatónicos más
importantes; estaba convencido, lo mismo que Pletón, de
que la verdadera filosofía platónica se comprendió tan
sólo a partir de Plotino, sosteniendo que en los escritos
de Hermes Trismegisto se contenía una revelación
excepcionalmente valiosa que corresponde a Platón a
través de Aglaofamo, Pitágoras y Filolao. Esta teoría
tomó un matiz aun más místico desde que el simpático y
muy admirado conde Pico de la Mirándola (m. en 1494)
comenzó a mezclarla con la Cábala judía. Casi parecía
que de estos principios iba a surgir la filosofía moderna;
pero, de una parte, el platonismo resucitado y las

97-98
tendencias emparentadas con él, se mostraron
demasiado afines a la Escolástica y, además, las ¡deas
que en él pudieran tener vitalidad se ahogaron en la
Contrarreforma (Giordano Bruno, quemado en 1600). El
movimiento de renovación filosófica, que arrancó de
Inglaterra, tiene mucha mayor independencia y
naturalidad frente a la filosofía antigua y sus grandes
representantes.
La conquista de Constantinopla por los turcos en
el año 1453 no alcanzó importancia decisiva para los
estudios. Porque el hecho de que muchos manuscritos
se vendieran por los turcos a negociantes que los
mandaron a Occidente, sólo aumentaba las existencias
ya acumuladas; y los griegos, que buscaron su refugio en
Italia como profesores y copistas y llevaron aquí una
existencia precaria, como Juan Roso y Miguel Apostolio,
no significan ninguna innovación. Unos cuantos
quedaron bien empleados para el establecimiento de las
grandes imprentas (§ 50). Copistas griegos siguen
trabajando hasta el principio del siglo XVII, y algunos
gozan de mala fama por sus falsificaciones; por ejemplo,
Constantino Paleócapa falsificó la llamada Eudokia hacia
1543. Muy activa campaña ejercieron los dos Lascaris en
la enseñanza; la gramática griega, tan popular, de
Constantino Lascaris fue el primer libro que se imprimió
con letras griegas (1476).
§ 49. Las ciencias arqueológicas. Poliziano. Los
monumentos artísticos y epigráficos de la Antigüedad
despertaron interés secundario. Principalmente la antigua
Roma apareció circundada de una aureola, ya que sus
ruinas daban testimonio de su pasada magnificencia;
Flavio Biondo, con infatigable aplicación, recopiló en su

98-99
Roma instaurata (1446) cuanto pudo encontrar en los
autores antiguos referente a la Ciudad o sus
construcciones; y esta obra, por desgracia también
mediante sus errores, imperó durante mucho tiempo en
las investigaciones topográficas. Otro tratado parecido es
su Italia illustrata, mientras con su Roma triumphans creó
un manual para antigüedades. Más tarde, Rafael propuso
al Papa León X el grandioso proyecto de reconstituir la
Roma antigua, ¡dea que sólo durante el siglo XIX fue
realizada en parte por excavaciones metódica. El
personaje más notable en este ramo fue Ciríaco de
Ancona, un mercader que durante sus largos viajes por
Oriente (entre 1425 y 1447) coleccionó antigüedades,
especialmente inscripciones; sus nutridas colectáneas,
aun hoy no carecen de valor. Los hallazgos fueron
acogidos con entusiasmo, como lo prueba el
descubrimiento de un cadáver de mujer en un sarcófago
antiguo de la vía Apia, en 1485; creyendo que se trataba
de una hermosura sin par, fue trasladado en triunfo al
Capitolio.
Al final de este período Ángel Poliziano (1454-
1494), amigo de Lorenzo el Magnífico, el último que fue a
la vez poeta y filólogo, maestro en versificación latina,
italiana y aun griega (tradujo la iliada en hexámetros
incomparables); siendo un maestro consumado de la
literatura latina, formó discípulos aun de Alemania,
Inglaterra y Portugal. De su cátedra tomaron origen sus
Misceláneas, observaciones heterogéneas de un
centenar de capítulos, bello documento de su talento
crítico aplicado a los textos; pero éste sirvió de modelo
para una serie larga de variae lectiones, adversaria, etc.,
en las que la erudición de cartoteca floreció con

99-100
exuberancia, según el modelo de Gelio (§ 37), y
provocaron el sarcasmo del gran Escalígero. Poliziano
fue el primero que enmendó el texto de las Pandectas a
base del códice florentino, que en su tiempo pasó por el
manuscrito original de Treboniano.
§ 50. El arte de imprimir. La transición al
Humanismo erudito coincide, en parte, con la invención
de la imprenta; el presentimiento de que sus trabajos se
esparcirían y serían conservados para la posteridad, tuvo
que inducir a los eruditos a trabajar de un modo más
doctrinario, y, además, sólo desde este momento
existieron las condiciones necesarias para
investigaciones propiamente eruditas, pues era posible
adquirir los textos de autores antiguos y los mejores
elementos auxiliares con mucho mayor facilidad y
baratura; cuanto mayor fue el número de textos fijados
por los tipos de imprenta, tanto más disminuyó la molesta
necesidad de copiar, aunque en un principio muchos
sintieron aversión contra los libros impresos, quedando
abolida del todo la costumbre de copiar en el siglo XVII.
Sin embargo, era corriente todavía que los humanistas
dictaran en clase cada vez los párrafos sobre los cuales
habrían de discurrir, porque no era de suponer que sus
oyentes estudiasen provistos de textos impresos. Los
primeros impresores llegaron a Italia en 1464, y en
seguida se establecieron muchas imprentas: en el año
1480 ya se contaban 40 de ellas en Italia, y veinte años
después había 37 tan sólo en la ciudad de Roma. De
importancia excepcional fue la imprenta de Aldo
Manucio, en Venecia, abierta en 1489; su hijo y su nieto
continuaron sosteniéndola. Su fundador había estudiado
filología y reunió alrededor de su persona a la llamada

100-101
Neoacademia, donde se consultaba la corrección de los
textos; para los originales griegos le ayudó el entendido
cretense Musuro. Entre estos impresos, conocidos con el
nombre de Aldinos, figuraban en esmerada ejecución 28
tomos en folio de editio princeps con autores griegos;
puede afirmarse que hasta 1500 se habían editado los
escritores romanos más importantes, y en 1520 los
autores griegos de más renombre. Además de Venecia,
también Florencia, Lión, Estrasburgo y Basilea
adquirieron fama por los establecimientos que editaron
las obras clásicas.
§ 51. La recepción del Humanismo. Terminada
la época del Renacimiento, Italia perdió su papel
preeminente, y otros países, que acogieron el
Humanismo introducido desde allí, se pusieron a la
cabeza del movimiento. Los italianos, en la soberbia de
su supremacía sobre las otras naciones, especialmente
sobre los alemanes, difamados como tragones y
bebedores, nunca mostraron, a decir verdad, interés en
propagar a los demás pueblos su progreso intelectual;
pero los numerosos estudiantes extranjeros que hasta
muy entrado el siglo XVI frecuentaron los centros del
Humanismo, las Universidades italianas (los alemanes,
sobre todo Padua), prepararon a sus patrias respectivas
para recibir la nueva semilla; pero estos emisarios del
espíritu moderno no eran suficientes por sí solos para
forzar la tenaz resistencia de la Escolástica, que aun
durante bastante tiempo siguió rigiendo plenamente en
las universidades del Norte y dominó en la enseñanza
del latín. No dejó de ejercer cierta influencia la estancia
de trece años de Eneas Silvio Piccolomini (Pío II), que en
1442 entró en la cancillería imperial de Federico III,

101-102
trabando allí muchas relaciones. Por el año 1450
comenzaron en las lecciones universitarias a ser
estudiados los textos antiguos, por ejemplo, en Viena,
donde entre 1454 y 1482 leyeron a Virgilio, Juvenal,
Horacio, Cicerón, Terencio, Lucano, Séneca y Salustio;
unos decenios más tarde, la lectura de los autores
clásicos y humanistas se introdujo también en los
colegios de enseñanza preparatoria y, hacia 1537, el
célebre pedagogo Juan Sturm, en Estrasburgo, logró el
uso exclusivo del latín ciceroniano. Profesores de griego
se emplearon en las Universidades quizá ya desde 1520.
El propugnador más valioso de las nuevas ¡deas
en Alemania, en esta época, es probablemente Conrado
Celtes, que halló la tabla de Peutinger y las poesías de
Rosvita; adiestrado poeta latino, llevó primeramente una
vida vagante, y desde 1497 hasta su muerte, acaecida
en 1508, enseñó en Viena. Imitando el ejemplo de las
academias de Florencia y Roma, se formaron sociedades
de eruditos en Viena y Heidelberg; la propaganda a
través de estos centros, de los viajes de los humanistas y
su correspondencia solía cundir más que el magisterio,
que nunca logró contrarrestar mucho el Escolasticismo
dominante.
El estudio del griego quedó relegado al último
término, como se verá en una observación que Jacobo
Sturm hizo sobre su vida estudiantil (1504): “En aquellos
tiempos se leían las obras de Aristóteles en una
traducción hecha por uno que no entendía ni latín ni
griego, de suerte que ni el maestro ni el discípulo
comprendían nada y se perdía mucho dinero y tiempo
inútilmente; la única finalidad del curso consistía en
recibir un certificado del profesor diciendo haber

102-103
estudiado con él, o, como se expresaban entonces,
haber despachado tal obra de Aristóteles” . Esto cambió
en Francia gracias a Budé (m. en 1540), que hasta sabía
escribir cartas en griego; la misma reforma llevó a cabo
Juan Reuchlin en Alemania (1455-1522).
Este último, que había aprendido a fondo el griego
en París, y en Basilea con profesor griego, y desplegó su
viva actividad en varias ciudades de la Alemania
meridional, compuso una gramática griega hacia 1478 y
editó obras de Jenofonte, Esquines y Demóstenes para
fines didácticos. Para la lectura de los autores latinos
redactó el Vocabularius breviloquus, impreso veinticinco
veces entre los años 1478 y 1504, un léxico con las
voces tomadas directamente de los clásicos, pero en sus
etimologías se notaba todavía mucho la influencia de la
Escolástica. De trascendental importancia para los
círculos de tendencias humanistas fue su conducta
varonil en la disputa con Pfefferkorn (desde 1509) sobre
la conservación o destrucción de los libros hebreos, que
se trocó en una lucha entre humanistas y “oscurantistas” ;
después de que Reuchlin, perfecto conocedor del
hebreo, publicara cartas dirigidas a él en pro de esta
causa, como Epistulae clarorum vivorum (1514),
aparecieron dos colecciones de Epistulae obscurorum
vivorum (en 1515 y 1517), faltas de toda autenticidad y
llenas de malicia e ingenio, en cuya redacción tomó parte
muy importante Ulrico de Hutten; dichas cartas son
retrato duramente exagerado y grotesco, lleno de efecto,
de los conocimientos deficientes de latín y de la
estupidez y perversidad de los enemigos de Reuchlin.
§ 52. Desiderio Erasmo. El nombre más ¡lustre
entre los humanistas en el Norte fue Desiderio Erasmo,

103-104
de Rotterdam (1465-1536). Fue también enemigo de la
Escolástica y de la Iglesia de su tiempo, principalmente
de las instituciones monásticas, que ridiculizó de un
modo especial en su Elogio de la locura; pero cuando la
Reforma tomó un rumbo adverso a su modo de sentir, se
volvió contra Lutero y se acercó de nuevo a la Iglesia. La
importancia de su figura está más bien en la gran
influencia por él ejercida para fomentar el Humanismo;
así, fue muy estimado también en Francia y en Inglaterra,
y efectuó la reforma de la Universidad de París, en
sentido humanista. A una soberana sagacidad y una
sátira muchas veces mordaz, unió el don de exponer sus
pareceres en un estilo latino lleno de espontaneidad y
gracia, y podía estar seguro de que el mundo culto lo
escuchaba; hasta a sus Pláticas escolares, todavía hoy
impresas, sabía dar un peculiar encanto9; pero, enemigo
acérrimo del extremado ciceronianísimo, lo satirizó en su
Ciceronianus, en la caricatura de Nosopono, dedicado
durante siete años a leer sólo a Cicerón, llenando tres
gruesos tomos con voces, frases y ritmos entresacados
de este autor. Dice un contemporáneo, refiriéndose a
Erasmo, que “su nombre se convirtió en un proverbio;
toda la erudición prudente e ingeniosa sabiduría se llama
erásmica, es decir, infalible y perfecta”. De las ediciones
que estuvieron a su cuidado, la más notable es la de
Aristóteles, porque fue la primera completa y por haber
intentado con éxito aplicar en ella la crítica superior; la de

De índole semejante eran los Coloquios, de M. CORDIER (ï‘ 1564),


quien en 1530 escribió un certero libelo contra el latín monástico; estas
obras fueron también impresas aúnen 1830. -N. del A.
Recuérdense asimismo aquí los D iálogos escolares de nuestro Luis
Vives, reeditados hasta en nuestros días. -N. del T.

105-106
Livio, porque contuvo por primera vez los libros XLI-XLV,
y las dos ediciones de Séneca, siendo la segunda
notablemente corregida respecto a la primera. Otro éxito
muy grande logró con sus Adagia, colección de más de
4000 proverbios y sentencias de los clásicos,
acompañados de ingeniosas notas, siempre explicativas,
por las cuales la filosofía práctica de la Antigüedad quedó
aprovechada para la vida moderna; extractos y
traducciones de esta obra se publicaron aun durante el
siglo XIX. Continuó la obra de Valla editando el Nuevo
Testamento, que trató por primera vez con método
filológico, haciendo lo mismo con San Cipriano, San
Jerónimo, San Agustín y otros Padres de la Iglesia.
Exigía de los teólogos un conocimiento profundo del
griego y del hebreo, y dió impulso a la creación de
institutos de enseñanza en los tres idiomas clásicos, en
Lovaina (1518) y Oxford (Corpus Christi College, 1516)10;
también en el Colegio de Francia, de París, colocó
profesores de griego y hebreo en 1530; la Biblia había de
ser interpretada según los mismos principios que los
autores profanos. Finalmente, su tratado De recta latini
graecique sermonis pronuntiatione dialogus condenó la
pronunciación del griego moderno, propagada por
Reuchlin11.
§ 53. Melanchton y Camerario. Aunque Felipe
Melanchton (1497-1560) no pueda compararse con
Erasmo en cuanto a ingenio y gracia, su influencia, en

10 Hacia el año 1530, o algo después, fundó Carlos I, sobre la misma


base, el Colegio Trilingüe en Salamanca. -N. del T.
11 Lo que defiende Erasmo denominase etacismo, porque propone
que la eta griega se pronuncie como e larga, y no como pronunciación
adoptada por los neogriegos, iotacismo. -N. del A.

106-107
cambio, por lo menos sobre la cultura alemana, no es
inferior. Para apreciar su eficacia es preciso tener
presente que fue uno de los portaestandartes de la
Reforma, cuya importancia para los estudios filológicos
es sumamente grande, pues fomentó la continuidad de
esfuerzos humanísticos, mientras que el Catolicismo
aunó todas las fuerzas, para suprimir con la
Contrarreforma las tendencias anticlericales del
movimiento moderno (§ 57). Melanchton, de carácter
pacífico, se vio enredado en la lucha casi contra su
voluntad; pero hacía falta un hombre de hábil pluma,
capaz de influir sistemáticamente en la opinión pública e
instituciones de enseñanza. Quiso ser en realidad
aquello que designaba el nombre con que lo saludaban:
Magister Germaniae; y aunque sus trabajos, juzgados
desde el punto de vista puramente científico, no tienen
gran mérito, ejercieron, sin embargo, enorme influencia
por su carácter pedagógico, o sea, por su adaptación a
los problemas y porque fueron completados con una
actividad docente llena de éxito (desde 1518, en
Wittenberg). Como la Reforma pretendía derivar todos
los dogmas de la Biblia, se vio obligada a formar un
personal capaz de interpretarla debidamente; podía,
pues, e incluso debía renunciar a toda la Escolástica,
cuya finalidad fue la tradición dogmática, no la Biblia. Por
eso, la obra de Melanchton contribuyó sobre todo a
arrinconar la Escolástica en las Universidades y
Colegios. Entre los manuales para la juventud, su
Gramática griega vio 44 ediciones entre 1518 y 1622,
mientras su Gramática latina alcanzó 84 ediciones desde
1525 a 1757; además redactó buen número de
manuales, ediciones y comentarios para uso de

107-108
escolares. Mayor importancia como erudito tenía su
amigo Joaquín Carnerario, que durante 30 años actuó en
la Universidad de Leipzig, y murió en 1574. Entre todos
los alemanes de su tiempo fue quien supo mejor el
griego, y editó, entre otros, a Teofrasto, el Tetrabiblo de
Tolomeo, el Almagesto con el comentario de Teón, y,
entre los escritores latinos, a Plauto, utilizando los
manuscritos palatinos.

108
C a p ít u l o II

El renacimiento de la filología
§ 54. La filología francesa. Las producciones del
Humanismo, en tanto que eran después de todo de
carácter científico, quedaron reducidas principalmente a
los autores. Con celo laudable se buscaban manuscritos
inéditos para publicarlos a la mayor brevedad, de suerte
que, hacia 1570, casi todos los clásicos conservados se
habían dado a la prensa. Eran algo preferidos los
romanos a los griegos, y se anteponían los poetas a los
prosistas; las erratas de más bulto quedaron
generalmente enmendadas, y en el mejor de los casos
siguieron casualmente, al menos con aproximación, la
tradición competente, con cuya ayuda enmendaron
algunas faltas. Los textos reproducidos con tal criterio
continuaron las más veces imperando hasta los siglos
XVIII y XIX, en que se empezó a indagar
sistemáticamente las tradiciones mejores y óptimas. En
los comentarios solían explicarse con ingeniosidad y
erudición las dificultades evidentes, o sea, que lo
principal recaía en los nombres y “antigüedades” . En
cambio, se pasaron casi por alto problemas más
intrincados en el terreno de la historia política o literaria y,

109
para este último ramo del saber, se conformaron mucho
tiempo con los diálogos de Lilio Giraldo sobre poetas
griegos y latinos (1545). Apenas se había llegado, por lo
tanto, al mismo nivel que alcanzó la filología antigua,
aunque los libros impresos suministraran elementos
mucho más cómodos para el trabajo que los conocidos
por los antiguos en sus rollos.
Fueron nuevos los progresos alcanzados por la
filología francesa, muy floreciente durante el siglo XVI.
También los franceses se podían sentir descendientes de
los romanos y herederos legítimos de la literatura latina,
pero las luchas políticas y religiosas contribuyeron a dar
a este movimiento un sello muy distinto. Es verdad que
Antonio Mureto (1526-1585; desde 1563, en Roma) fue
todavía por entero un humanista, y con condiciones
excepcionales de estilista, es tal vez el imitador más feliz
de Cicerón; también en sus escolios de poetas latinos
(Catulo, Tibulo y Propercio) demuestra buen gusto y
sentir poético. De horizontes más amplios es Dionisio
Lambino (1520-1572), en cuyos comentarios sobre
autores latinos, particularmente sobre Plauto, Lucrecio,
Cicerón y Horacio, se acumuló un riquísimo material que
después fue aprovechado por muchas generaciones.
Grandes son también los méritos de la dinastía editorial
Étienne (Stephanus), que floreció durante cinco
generaciones; Roberto Stephanus nos regaló el
Thesaurus linguae latinae (1531; la segunda edición, en
1543), cuyo material proviene casi exclusivamente de las
fuentes y demuestra mucha diligencia en el estudio de la
semántica; aun fue objeto de tres revisiones durante el
siglo XVIII, y no fue reemplazado sino en 1771 por el
léxico de Forcellini. Su hijo Enrique le sigue en 1572, y

lio
redacta, guiado por las mismas normas, el Thesaurus
graecae linguae creado casi de la nada, porque los
Comentarii linguae graecae, de Budé (§ 51), eran sólo un
deficiente trabajo preliminar; este léxico aun no ha sido
superado desde entonces, y en la forma actual,
reformado en 1831-1865 por encargo de la casa editorial
Didot, sigue siendo el diccionario griego más copiado.
El aparecer de los estudios griegos en Francia
resultó de la mayor importancia para la poesía; poco más
o menos desde 1550 iban publicándose los poemas
clasicistas de Ronsard y sus compañeros, saturados de
imitaciones de poetas no sólo latinos, sino también
griegos (hasta de Píndaro); Ronsard incluso hizo
representar el Plutón, de Aristófanes, traducido por él.
Este clasicismo desenfrenado fue sustituido luego por el
moderado de Corneille y Racine, que, sin embargo, se
inspiró menos en los griegos que en los romanos; la
primera tragedia clásica notable de los franceses es la
Medea, de Corneille (1635), que imita a Séneca,
pudiéndose decir lo mismo de Racine. Precisamente con
estos dramas, que se parecían a las tragedias griegas
tan sólo en su forma exterior, creyeron haber superado a
los antiguos, y esto explica por qué, cerca de 1690,
Perrault, que ni siquiera sabía griego, inició la disputa de
si eran los clásicos antiguos o los modernos los que
merecían la preferencia, problema que decidió
principalmente la autoridad de Boileau a favor de la
Antigüedad. Pero la comprensión íntima de la tragedia
griega sólo quedó lograda por el clasicismo alemán (§ 63
y sigs.); los franceses de esta época no la conocían
todavía, o sólo tenían de ella nociones muy superficiales.

111-112
§ 55. Escalígero. A todos los eruditos franceses
de la primera época aventajó con mucho José Justo
Escalígero (1540-1609)12. Apenas desempeñó un cargo
relacionado con la enseñanza, y aun en Leiden, donde
pasó los dieciséis años últimos de su vida, no hizo sino
mantener relación con unos pocos filólogos jóvenes,
como D. Heinsio. En cambio, merced a su
correspondencia y a la participación en las empresas
eruditas más importantes de aquellos tiempos, ejerció
influencia comparable a la de Erasmo, y, sin duda, fue el
mayor sabio de la época, celebrado ya en vida por los
contemporáneos como “águila entre las nubes, única
antorcha del siglo”. Escalígero cultivó también
grandemente las disciplinas desarrolladas hasta
entonces; por ejemplo, poseyó el griego hasta el punto
de traducir al mismo textos latinos (Siro, Disticha
Catonis), y comprendía el latín arcaico con una
perfección tal que a la edad de 20 años pudo ensayarse
en la obra de Varrón sobre el idioma latino. Pero en su
edición de Festo (1576), conservado en un manuscrito
incompleto y en parte quemado dió un paso más en la
crítica de textos, supliendo las lagunas por genial
intuición. Con atrevimiento no menos grande abordó los
elegiacos romanos, no contento con subsanar los textos
mutilados, sino deseoso de comprender estas poesías
como obras de arte; ello lo arrastró, especialmente en
Propercio, a arriesgadas supresiones y cambios que

12 Su padre, Julio César Escalígero, tiene importancia por su Poéti


en la que coloca a Virgilio y Museo por encima de Homero, y que, junto con
el A rt Poétique (1672), de Boileau, guió la opinión en estas materias hasta
entrado el siglo XVIII.

112
hicieron cavilar incluso durante siglos, hasta que en el
XIX se efectuó la emancipación de este método crítico. Él
es también el descubridor científico de los glosarios
(§36). Pero su acto de mayor trascendencia fue la
fundación de la cronología, con la cual nació la ciencia
histórica moderna. Su trabajo Sobre la reforma
cronológica (1583) versa sobre los sistemas cronológicos
de todos los pueblos que podía alcanzar (porque a
Escalígero le eran familiares también los idiomas
orientales); en un apéndice refuta la reforma gregoriana
del calendario que acababa de introducirse (1582). Para
agotar el tema editó en 1606 el Thesaurus temporum,
conteniendo todos los antiguos cronógrafos para él
accesibles, revisados críticamente, empezando por la
crónica de Eusebio, a la cual dedicó su brillante ingenio,
reconstruyéndola con ayuda de los textos derivados. Tan
sólo en estos trabajos suyos fue sobrepujada la filología
más allá de los límites alcanzados en la Antigüedad,
dando persistentes estímulos a todos los sucesores. En
sus investigaciones cronológicas, Escalígero dijo algunas
palabras acerca de la época de los escritos de Dionisio
Aeropagita, estimado por la Iglesia católica como
autoridad coetánea de la época apostólica, pero que él
reconoció pertenecer al siglo V, cosa desde entonces
generalmente admitida; por este motivo y por su
animadversión en general al Catolicismo --siendo buen
calvinista como muchos otros filólogos, por ejemplo, el
antes mencionado Enrique Stephanus--, hubo de
sostener reñidas disputas con eruditos católicos, una de
ellas con el sabio P. Petavio, S. J., quien, merced a su
mejor preparación astronómica, pudo corregirle mucho
en su Doctrina temporum (1607). Una obra de labor

113-114
preparativa para estas investigaciones cronológicas se
halla en su edición del poeta astrológico Manilio, primer
caso de un escritor técnico que haya sido enmendado y
explicado con plenos “conocimientos reales” .
Debe también considerarse como fundador de la
epigrafía como ciencia. Durante sus viajes iba
coleccionando muchas inscripciones, entre ellas también
griegas; las entregó a Gruter, profesor de Heidelberg, a
quien ayudó en muchas ocasiones en el decurso de la
edición del conjunto. Pero, al terminar la obra, Gruter
falló en la redacción de los índices --su consulta es la
clave para el rendimiento útil de tales compilaciones--, y
entonces Escalígero compuso en diez meses 24 índices
que abarcan toda materia y que han servido
posteriormente como norma para los índices del Corpus
inscriptionum latinarum. El Thesaurus de Gruter ha
subsistido como la colección epigráfica más consultada
hasta entrado el siglo XIX.
§ 56. Los contemporáneos de Escalígero.
Donde tal vez se refleja más el espíritu de Escalígero es
en el célebre jurisconsulto Cujacius (1522-1590), que
abrió el camino para la comprensión de las fuentes del
derecho romano, y en Gothofredo (Godefroy), cuyo
comentario sobre el Codex Theodosianus nos describe
toda la cultura del Imperio romano decadente. Entre los
filólogos es su amigo Isaac Casaubono (1559-1614)
quien más se le parece, en particular por sus
anotaciones a Teofrasto, Ateneo y Persio, cuya
estupenda erudición apenas ha vuelto a ser igualada;
sobre esa reunión de noticias se levanta su tratado sobre
la poesía satírica y su introducción a Polibio, donde
aclaró la evolución de la historiografía griega. A más de

114-115
estos investigadores, Francia contaba en esta época con
un gran número de eminentes eruditos, mientras en
Alemania apenas alguno se destacaba sobre una
aceptable medianía; merece siquiera nombrarse entre
éstos F. Sylburg (1536-1596) a causa de sus buenas
ediciones de autores griegos (entre ellas, la de
Aristóteles, 1584 a 1587). Italia se señala al mismo
tiempo por un último vástago del Humanismo Pedro
Victorio (1499-1584), que en calidad de profesor de
idiomas clásicos en Florencia (desde 1538) instruyó a
escolares de todos los países de Europa, y por sus
conocimientos extraordinarios del griego no retrocedió ni
aun ante edición tan difícil como la de Clemente de
Alejandría.
§57. La Contrarreforma. Los holandeses. Para
el desenvolvimiento ulterior de la filología fueron de
importancia la Contrarreforma y los jesuítas, reprimiendo
las tendencias hostiles a la Iglesia que pululaban en el
seno del Humanismo y repeliendo los estudios del
griego, al punto de ganar terreno en favor del latín, que,
como antigua lengua de la Iglesia, era preferido en los
colegios jesuítas, limitando la enseñanza del griego a los
conocimientos que parecían indispensables para la
lectura del Nuevo Testamento; un fanático teólogo
calificó en cierta ocasión el griego como lenguaje de
herejes. A esto se añadió el que la poesía francesa,
considerada como ejemplar, se basaba en la imitación de
modelos latinos (§ 54). Pero también los estudios de la
latinidad se ejercieron a causa de sus enseñanzas
estilísticas y formales, descuidando el contenido de las
obras clásicas; aun corriendo el siglo XIX, estos colegios
solían arrinconar las explicaciones positivas en la

115-116
trastería de la “erudición” . Pero también la ilustración,
nacida, indiscutiblemente, del espíritu moderno, mostró
un antagonismo a los estudios clásicos, pues ella
generalmente no tiene ningún interés histórico y quiere
siempre tomar por punto de partida a la “naturaleza”. La
decadencia de los estudios clásicos durante el siglo XVIII
corre a cuenta, en gran parte, de ella: el filósofo
Condillac, por ejemplo, en un esbozo de plan de estudios
(1775), charla de la Antigüedad con increíble ignorancia.
Pero precisamente al libertar la ilustración de las
imitaciones artificiosas y enfermizas de los clásicos,
allanó el camino para su recta interpretación y
contribuyó, a pesar suyo, a un segundo florecimiento del
clasicismo (§ 61).
No sólo ya Escalígero vivió los últimos años de su
vida en Holanda, sino que este país dominó durante el
siglo XVII en la filología, sin duda casi más por la
cantidad que por la calidad de sus producciones. Como
eje de los estudios holandeses puede considerarse la
Universidad de Leiden, fundada en 1575, donde, en
primer lugar, actuó Justo Lipsio (1547-1605). Ya
encarna la índole de los trabajos holandeses posteriores:
crítica de textos latinos con preferencia sobre los griegos,
que conceptuó menos importantes, y compilaciones de
“antigüedades”. Contribuyó más que nadie a la
rehabilitación de Tácito, y también hizo méritos grandes
en cuanto al texto de Séneca; en correspondencia con
estas ediciones aparecieron sus disertaciones sobre el
ejército romano, el anfiteatro, etc. También intentó
restaurar la filosofía estoica, todavía visiblemente
alucinado por entero por la creencia humanista de que no
cabe desarrollar las ciencias más allá de lo alcanzado

116-117
por los antiguos, debiéndose contentar los modernos con
recuperar un concepto depurado sobre ellos. Sus
sucesores se ocuparon especialmente de los poetas, por
ejemplo, Nicolás Heinsio (1620-1681), apodado “el
restaurador de los poetas latinos”, que sabía enmendar
con una facilidad asombrosa, si bien, por desgracia,
como la mayoría de sus compatriotas, tenía la mano
demasiado ligera para hacer correcciones con el fin de
obtener mayor elegancia de estilo; ejerció especial
influencia sobre el texto de Ovidio. Se ha de considerar
con ello que casi todos estos holandeses supieron
escribir fluidos versos latinos, por ejemplo, también el
distinguido jurista Hugo Grocio, que en sus ratos de ocio
se dedicó a la edición de poetas latinos. Por mucho que
estos sabios signifiquen para el texto de cada uno de los
autores, en el sentido evolutivo de la filología no tienen
apenas importancia; sus trabajos críticos de textos van
englobados en las ediciones posteriores cum notis
variorum, cultivadas especialmente por P. Burmann,
padre (1668-1741) (por ejemplo, Petronio y Ovidio), y
que por la reunión falta de crítica de opiniones
contradictorias demuestran palpablemente el bajo nivel
de la filología durante esta época. Idéntica crítica se
puede emitir sobre las compilaciones de “antigüedades”
en los monstruosos Thesaurus: el Tesoro de
antigüedades romanas (1699, 12 tomos) y el Tesoro de
antigüedades itálicas (1704, 15 tomos), ambos de Juan
G revi o, y el Tesoro de antigüedades griegas (1702, 13
tomos) por Jacobo Gronovio. Por encima de estos
trabajos hay que colocar los de Jacobo Perizonio,
muerto en 1715 siendo profesor en Leiden: en sus
Animadversiones historicae (1684) aplica por primera vez

117-118
la crítica a la historia romana más antigua; duda de la
autenticidad de las noticias sobre los tiempos primitivos
basándose en que no podían existir sino pocos escritos
de tan remoto tiempo, y aun éstos hubieran perecido en
el incendio de la ciudad por los galos, señalando, en
cambio, un origen épico a los episodios de Tito Livio; por
lo tanto, es un precursor de Niebuhr.
§ 58. Bentley. De nuevo, la filología corría peligro
de estancarse cuando, afortunadamente, otra corriente
procedente del Norte vino a animarla. En los Colegios,
espléndidamente dotados, de Oxford y Cambridge, había
tomado carta de naturaleza desde hacía tiempo: ahora
Inglaterra, pacificada después de largas luchas, recibió
su constitución mucho antes que ningún otro Estado, que
le garantizaría un desenvolvimiento nunca más
perturbado. Allí surgió el investigador Ricardo Bentley,
que dió nuevos impulsos a la filología y reanimó los
estudios griegos. Bentley nació en 1662, y desde 1700
hasta su muerte (1742) ocupó el cargo de Presidente en
el Trinity College de Cambridge. Intratable como
persona, por ser avaro, desconsiderado, embustero y
vanidoso; como erudito, en cambio, demostraba tener
una extraordinaria elasticidad y rapidez en las
concepciones, que en todos los ramos del saber, aun los
que apenas abordó, le permitía acertar con genial
perspicacia. También se dedicó de manera principal a la
crítica de textos y cayó en ciertas exageraciones; pero en
lugar de perseguir un estilo limado y poético, su crítica
introdujo un método estrictamente lógico; tenía por lema
que la objetividad y el sentido común valen más que un
centenar de códices. Con plena conciencia de su talento
dialéctico criticaba los textos; así, en su famosa edición

118-119
de Horacio (1711) alteró el texto tradicional en más de
700 lugares; su elección no fue feliz, pues su carácter
prosaico tropezó con un poeta como Horacio, convertido
en objeto de su crítica conjetural; su método, sin
embargo, no perdió por eso en trascendencia; al menos
en principio estaba vencida la crítica arbitraria y
caprichosa. Para la investigación de la historia literaria,
su proyecto de reunir los fragmentos de los poetas
griegos abrió nuevos horizontes, aunque sus propias
aportaciones se limitaron a estudiar brillantemente los de
Calimaco y a enmendar los de Menandro y Filemón. Su
edición de Terencio se hizo notable por una breve reseña
sobre la métrica de este poeta, que aclaró por primera
vez la versificación del latín arcaico y dirigió de nuevo la
atención sobre la literatura más antigua, completamente
desatendida; allí quedó señalada con nitidez la diferencia
entre las primitivas métricas latina y griega y claramente
reconocida la consideración del acento, de tal manera
que G. Hermann y Ritschl pudieron, en sus indagaciones
métricas, apoyarse en Bentley. La prueba más fehaciente
de su genialidad la dió con el descubrimiento del
digamma en Homero, la cual fue inducido por la
consideración de los hiatos, y que, a pesar de haber sido
rechazado por F. A. Wolf, obtuvo absoluta comprobación
por la lingüística del siglo XIX; I. Bekker hizo un ensayo
de introducir esta letra en el texto. Bentley también fue el
primero que ejerció metódicamente la crítica superior,
probando en su disertación sobre las cartas de Falaris
(1697, y dos años después en edición aumentada), que
estas y otras cartas son falsificaciones posteriores,
rompiéndose con la credulidad autoritativa que sin vacilar
admite por buenas todas las tradiciones, defecto que el

119-120
Humanismo había heredado de la Escolástica, tan
despreciada por sus adeptos. Conviene recordar aquí
que, entretanto, había surgido una filosofía moderna
junto con las ciencias naturales, que sobrepujaron con
mucho al mundo de las ¡deas de los antiguos, y ya no
consideraron la Antigüedad y sus concepciones como el
alfa y omega de toda sabiduría. Bentley probó que las
cartas de Falaris (y análogamente las de Temístocles,
Eurípides y los socráticos) presuponen circunstancias
históricas que denotan una época posterior por contener
ya citas de Democrito y Demades, estando además
redactadas en el dialecto ático en lugar del dórico, y aun
en una fase tardía del ático, semejante al empleado por
los sofistas del tiempo imperial romano; todas estas
deducciones estaban documentadas por profundos
trabajos de historia e historia literaria (por ejemplo, sobre
la antigüedad de la tragedia). Sólo desde este momento
en adelante era posible hacer en realidad una historia
literaria; siguen luego las huellas de Bentley Valckenaer y
Wolf. La audacia de su espíritu queda puesta de relieve
por su intención de hacer una edición del Nuevo
Testamento a base de manuscritos, para cuya tarea
reunió mucho material en poco tiempo; generalmente vio
con mayor claridad que sus precursores cuán necesario
era trabajar sobre la mejor tradición --comprendiendo
también la gran valía del Blandinio, perdido para Horacio-
ideas que prepararon el terreno para Lachmann. A pesar
de esto, menospreció la tradición en los casos en que le
convenía, por ejemplo, en Manilio; y trató El Paraíso
perdido, de Milton, con una libertad nunca vista; emitió la
hipótesis de que un amigo había interpolado esta poesía;

120-121
no es probable que lo creyera así, pero lo consideró para
su procedimiento crítico.
§ 59. Hemsterhuys y Valckenaer. El ejemplo de
Bentley dió origen a un florecimiento de los estudios
griegos, sobre todo en Holanda; había sostenido
relaciones íntimas con los sabios de este país e influido
en el joven Tiberio Hemsterhuys (1685-1766); éste fue
el primer grecista así llamado; no sólo era versado en lo
griego clásico, sino también en lo de las épocas
posteriores, como puede verse especialmente en su
Luciano; en su edición del Plutón, de Aristófanes, trató de
estudiar y seleccionar críticamente los escolios, primer
trabajo de esta clase que no tuvo continuadores sino cien
años más tarde. Su severa crítica, por el estilo de la de
Bentley, preparó al siglo siguiente para los grandes
progresos (§ 68). Entre los capaces grecistas instruidos
por Hemsterhuys sobresale como el más original Gaspar
Valckenaer (1715-1785). Mientras su edición de Las
fenicias da testimonio de su perfecto dominio del idioma,
su tratado sobre los dramas perdidos de Eurípides (1768)
resultó sumamente feliz en el terreno señalado por
Bentley; por fin, su estudio sobre Aristóbulo es una
investigación de historia literaria de gran importancia, que
por primera vez ofreció una ¡dea sobre la literatura judío
helenística y sobre las falsificaciones de sus textos; es
decir, llegó a demostrar que los versos de Eurípides,
Calimaco y otros, citados posteriormente como ejemplos
de creencias monoteístas en la Antigüedad, fueron
falsificados por el judío Aristóbulo (hacia 150 antes de J.
C.), que pretendía derivar del Pentateuco toda la
sabiduría griega y que encontró un fiel aprovechador en
Clemente de Alejandría. Por lo demás, Escalígero había

121-122
ya descubierto que la carta atribuida a Aristeas, de una
tendencia parecida, de donde toma su origen la fábula de
la redacción de los Septuaginta en tiempos de Tolomeo
II, había sido también posteriormente falsificada.
Comparados con los trabajos de Valckenaer y de sus
excelentes compañeros Ruhnken, nacido en Pomerania
y Wyttenbach (edición de los Moralia, de Plutarco), los
estudios holandeses de tiempos más modernos no
resultan apenas un adelanto; pues no puede llamarse así
la hipercrítica que aplicó Hofman-Peerlkamp (m. en
1865) a Horacio y otros poetas latinos. También Cobet
(1813-1889), a pesar de sus conocimientos de griego
poco comunes, más bien perjudicó a causa de una crítica
de los textos exagerando la nota del aticismo, su tema
predilecto, aplicando este patrón común a todos los
autores, áticos y no áticos. Sólo recientemente la filología
holandesa empieza a ponerse en contacto con la ciencia
de la Antigüedad históricamente orientada.
§ 60. Porson, Reiske. En Inglaterra sigue a
Bentley una nutrida legión de helenistas muy instruidos,
destacando entre ellos Ricardo Porson (1759-1808) por
sus producciones sobre los trágicos, en las cuales
empleó una crítica metódica e hizo observaciones
acertadas sobre la construcción del trímetro. Sólo ahora,
después de purificado su texto, pudieron los dramas
griegos ejercer una influencia más intensa y extensa, que
hasta la fecha sólo habían alcanzado las tragedias de
Séneca; sin embargo, Porson no pensó en ello; antes
bien estaba convencido de la excelencia de la crítica de
textos sobre la literaria. De modo parecido, Elmsley (m.
en 1825) trabajó en especial los trágicos, y Dobree
(muerto en el mismo año), a Aristófanes; no obstante, al

122-123
morir estos eruditos, los textos de los grandes poetas
griegos apenas estaban enmendados en la forma y
proporción que estuvieron los de los latinos dos siglos
antes: hasta tal punto los estudios griegos habían
quedado retrasados, aunque fuera de la órbita de los
profesionales existía un entusiasmo sincero por las
antigüedades griegas, como lo enseña, por ejemplo, el
glorioso Fénélon (Télémaque, 1699).
La Filología alemana recuerda gran número de
gente aplicada y trabajadora durante toda esta época,
por ejemplo, Gesner (muerto en 1761), siendo
catedrático en Göttingen, y Ernesti (muerto en 1781, en
Leipzig), ambos importantes más bien por sus esfuerzos
en pro de la enseñanza, guiados ya por la ¡dea de que
los autores antiguos no deben cultivarse para aprender
elocuencia, sino a causa de su cultura intelectual y
espiritual. Pero merece recuerdo meritorio Juan Jacobo
Reiske (1716-1774), que pertenece a los primeros
helenistas de su tiempo y que alcanzó mayor renombre
como arabista13; el reconocimiento de su persona,
negado por los contemporáneos, ha sido recompensado
largamente por la posteridad. En sus enmiendas de los
poetas griegos, y más todavía de los prosistas,
demuestra sorprendente tino; a más de los oradores
atenienses, enmendó casi todos los historiadores y
sofistas, editando también parte de ellos. Su comentario
sobre el escrito relativo a las instituciones de la corte de
Bizancio por Constantino Porfirogeneta, muestra su

13 Es significativo que mientras fue estudiante en Leipzig (173


1738) nunca pudo asistir a lección alguna de griego; la primera ocasión que
tuvo para ello fue con Hemsterhuys en Leiden.

123-124
talento y aptitudes para una interpretación real de los
textos. En cambio, nos deja perplejos su
desconocimiento de la métrica: siendo joven creía en
serio que los poetas habían metido las mismas sílabas
unas veces como largas y otras veces como breves.
Espíritu emprendedor, fue amigo íntimo de Lessing, que
durante algún tiempo abrigó el propósito de escribir su
biografía.

124
Capítulo III

El Neohumanismo y la “ciencia de la
Antigüedad”

§ 61. Corrientes innovadoras. El tránsito de la


filología a la ciencia histórica de los tiempos antiguos es
obra del genio alemán; pero no ha sido producto de la
filología misma, sino obra de los grandes movimientos
espirituales del siglo XVIII, la Ilustración, el
Neohumanismo y el Romanticismo. La Ilustración, que
tiene sus cimientos en la filología inglesa, fue transmitida
a los alemanes especialmente por franceses, como
Voltaire, Rousseau y Diderot, y logró hacer lo que el
Humanismo había empezado: la separación definitiva de
Filosofía y Teología, así como poner de relieve la
diferencia entre la poesía “ingenua” y la “sentimental” ;
perecía, pues, llegado el momento de apreciar
debidamente a Homero y los dramaturgos áticos, que
hasta entonces se vieron por el prisma de Virgilio, de
Séneca y de Corneille. A base de esta nueva
concepción, el Neohumanismo enarboló un ideal distinto
para la formación cultural y creación artística, y se
imaginó poder hermosear y mejorar el mundo por medio
de una regeneración del clasicismo griego; el estudio de
la Antigüedad debía servir, según F. A. Wolf, para

125
“operar una formación genuinamente humana y una
elevación de todas las fuerzas del espíritu y del
temperamento hacia una bella armonía entre el interior y
el exterior del hombre” ; por ende, ya nunca más sólo
para adquirir habilidad de estilo, para servir a la
elocuencia.
El Romanticismo intentó comprender el arte y la
literatura nacionales juzgando las peculiares
características de cada país y de cada pueblo,
acechando las conmociones inconscientes del alma
popular; la comprensión recta del lenguaje y de la religión
y toda concepción histórica así ya fue posible por primera
vez14. Por estos motivos, la nueva época de nuestra
ciencia no empieza con F. A. Wolf, que suele citarse en
primer lugar, sino con Winckelmann, Lessing y Herder.
§ 62. Winckelmann. El arte plástico antiguo, como
tal, apenas había sido considerado digno de estudio; en
el mejor caso servían sus obras para explicar los textos
(como en la gran obra ¡lustrada con planchas de
calcografía, del benedictino Montfaucon, L ’antiquité
expliquée, año 1719; ¡creía que sólo nos habían llegado
esculturas de los tiempos romanos!). Opulentos dilettanti,
principalmente soberanos, papas y cardenales, amigos
del arte escultórico en sus hermosas representaciones,
habían formado colecciones de obras artísticas sin una
recta norma: cada obra, con frecuencia bárbaramente
completada, había sido casi siempre colocada, no por
ella misma, sino para efectos decorativos; tan sólo hacia

14 Merece notarse que Guillermo Müller, el poeta de los cant


griegos (§ 73), hizo atinadas observaciones acerca de la formación de la
poesía homérica en su obra Homerischen Vorschule (1824).

126-127
1770 comenzaron a ser reunidas poco a poco en un
museo las numerosas antigüedades del Vaticano. Para
fines pedagógicos, J. F. Christ, de 1739 a 1756
catedrático en Leipzig, empleó por primera vez estampas
y obras de las artes menores coleccionadas durante sus
La revelación verdadera del arte antiguo nos fue hecha
por Juan Winckelmann (1717-1768), que al principio en
Dresde, luego durante su prolongada estancia en Italia,
había estudiado el arte antiguo en sus originales; estos
conocimientos le permitieron ayudar a su mecenas, el
cardenal Albani, en la formación de su magnífica
colección arqueológica. Reunía muchas cualidades que
lo predestinaban para primer historiador del arte antiguo:
no sólo conocía a fondo la literatura antigua, sino que, en
trato con los artistas, también había aprendido a juzgar la
parte técnica respectiva; poseía, además del entusiasmo,
sentido histórico; por eso, su Historia del arte en la
Antigüedad (1763) obedecía de antemano al criterio de
ser una historia interna del arte y no una serie de
biografías de artistas. En ella se deriva la esencia del
arte griego del clima de Grecia, de la mentalidad griega y
de la democracia; reconoció el arte antiguo como arte
griego y procedió a la ordenación de la enorme cantidad
de material que conocía, siendo muchas veces el primero
que facilitó su recta interpretación, en los cuatro períodos
del estilo arcaico, del clásico, del bello y de imitación, que
en algunos respectos todavía hoy subsisten. Pero la
causa de la extraordinaria impresión que su obra hizo
sobre los contemporáneos consiste en el noble
entusiasmo con que habló de las obras maestras del arte
antiguo, del Laocoonte, del Apolo del Belvedere,
iniciando la reacción contra el arte barroco y fundando el

127-128
concepto de la significación única del arte antiguo.
Poseyó asimismo grandes conocimientos de detalle,
como se puede apreciar por su descripción, ordenada
desde el punto de vista históricoartístico, de la colección
glíptica (3400 ejemplares) de Stosch.
§ 63. Lessing. Desde otro lado abordó Lessing
(1729-1781) la Antigüedad. Aunque no se había
dedicado a la crítica técnica de textos, predominante en
su época, puede considerárselo como perfecto filólogo,
pues disponía del necesario aparato filológico para
ostentar erudición, cuando así le convenía. Pero,
felizmente, su importancia no consiste en eso; porque le
estaba reservada la elevada misión de apreciar la
literatura antigua según su valor artístico y encauzar otra
vez seriamente la crítica estética por los senderos
abandonados desde el tiempo de los peripatéticos y
alejandrinos. Las exigencias del momento, los apuros
que atravesó el teatro alemán, le dieron ocasión de
meditar sobre la naturaleza del drama y de comparar los
autores antiguos grandes o que pasaban por grandes,
Sófocles, Plauto, Terencio y Séneca, con los
dramaturgos franceses que eran considerados como
ejemplares: en eso echó de ver que éstos habían
entendido mal los preceptos dados por Aristóteles, a
quien todavía veneró como legislador de creaciones
artísticas, resultando que el drama tenía que seguir
reglas muy distintas. Esta labor preparatoria hizo posible
por primera vez una obra como la Ifigenia, de Goethe,
que no siguió ya la pauta dada por Corneille y Racine,
sino que representó el anhelado renacimiento del
helenismo en el genio alemán. El mérito de Lessing
consiste en haber vuelto a descubrir la literatura griega

128-129
como factor artístico y no como fuente de conocimientos
históricos o palestra para ejercitar las propias fuerzas
intelectuales: así, en su Dramaturgia, el drama, como en
su Laocoonte, la epopeya; naturalmente, no podía
sospechar que el desarrollo de la literatura alemana en el
terreno poético, por él iniciado y fomentado, había de
crear muy nuevos valores, había de destronar a
Aristóteles, venerado por él como autoridad, y, junto con
los nuevos modos de considerar, históricos, había de
producir un juicio esencialmente distinto sobre la poesía
antigua. También fue él quien llamó la atención sobre la
fábula antigua y el epigrama; reconoció la importancia de
Marcial.
§ 64. Herder. Es ya Herder (1744-1803)
continuador de la obra de Lessing, estando, sin embargo,
también sujeto a influencias que aun no había conocido
aquél. Éstas eran principalmente la filosofía ¡lustrada de
Rousseau y la poesía popular inglesa (Ossian, 1760-65),
que le abrió los ojos para las bellezas de la poesía
espontánea, le hizo descubrir la canción popular y lo
convirtió en uno de los padres del movimiento romántico.
Sobre él ya obró, en el juicio sobre la poesía antigua, el
interés, de nuevo despertado, por Homero,
principalmente el libro Homero como ingenio original,
debido a la pluma del inglés W ood15 (1769); éste, aun
siendo un mero aficionado, había logrado una visión más
viva de la poesía homérica que nadie anterior a él, a

15 Dado a conocer por H e y n e , fue traducido al alemán en 1773.


obra similar de B l a c k w e l l , aparecida ya en 1735, Disquisición sobre la
vida y escritos de Hom ero, había sido poco conocida y no fue traducida, por
Voss, hasta el año 1776.

129-130
base de sus viajes a Grecia y Oriente: pudo mostrar el
nexo que la epopeya homérica tiene con los países
donde apareció y las costumbres del Oriente: “El poeta
copia la naturaleza y la vida: quiere hacerse una ¡dea
clara de todo lo que describe, mientras lo permitan sus
conocimientos; sin embargo, ningún comentarista, desde
los tiempos de Estrabón, ha intentado darse cuenta
claramente de la geografía de Homero”. La solución del
gran problema planteado con estas palabras quedó
reservada a los descubrimientos del siglo siguiente. Por
el momento, hundió la corteza de los originales griegos y
levantó la de la poesía latina, basada en la imitación;
colocaron ahora a Homero junto con Ossian y los Edda, y
con todos los cantos populares, cuyas bellezas se había
comenzado a apreciar poco más o menos desde 1770;
pasó aún bastante tiempo hasta que se percataron cuán
artificiosamente está ya construido el epos de los
antiguos griegos, y se llegó, por fin, a un concepto menos
entusiasta, pero más claro, de la poesía popular. Herder
escribió: “¿Dónde hay un ángel tutelar de la literatura
griega en Alemania, que al frente de todos enseñe cómo
los alemanes han de estudiar a los griegos?” . “Aunque
estudiar quiere decir, en primer lugar, averiguar el
sentido literal del texto..., no es menos preciso abarcar su
sentido trascendental con ojo filosófico, ponderar las
bellezas sutiles, que, en otro caso, sólo se aparecen al
crítico en su colmo, con el criterio estético, y luego
inténtese comparar, con el criterio histórico, un tiempo
con otro, un país con otro y un genio con otro” . Según él,
los romanos habían falsificado el espíritu de los griegos,
transmitiéndolo a los alemanes así adulterado; el
fantasma del clasicismo estilístico, la abultada estimación

130-131
de la elocuencia, “nos convirtió a Cicerón en el orador
escolar clásico, a Horacio y Virgilio en los poetas
pedagógicos clásicos, a César en un pedante y a Livio en
un tendero de palabras” . No podemos detallar aquí (cfr. §
65) el efecto de estos pensamientos, pronunciados por él
con ditirámbico acento, sobre la reforma de la enseñanza
superior; Herder, en pro de la ciencia, volvió a descubrir
no sólo a Homero, sino también a los grandes líricos y
epigramáticos, ejerciendo tenaz influencia en toda
interpretación. Fr. Schlegel fue estimulado por él a tratar
por primera vez la literatura griega desde un punto de
vista evolutivo.
La gran estima de Herder por los griegos no le
cegó para reconocer los méritos de los poetas latinos
que le parecían demostrar un verdadero talento: habló
con entusiasmo de Horacio, y siente como básica la
comprensión de cada una de sus odas a partir de su
situación espiritual, oyendo sonar la música de sus
versos; ridiculizó los intentos de explicación por medio de
la acumulación de citas eruditas, que embarazan el
conjunto y son antídoto contra la concentración a que el
lector ha de entregarse para que la lectura pueda
causarle un placer; en una palabra, él lee otra vez a los
poetas antiguos, recreándose en sus producciones, y fija
con ello para la interpretación filológica una nueva meta
por alcanzar, la cual, ésta sigue hoy esforzándose.
También sobre el lenguaje había emitido ya en
1766 ¡deas más profundas que todos sus predecesores,
reconociendo su íntima relación con la nacionalidad y
con la literatura, criterios que más tarde fueron acogidos
y desarrollados por Guillermo de Humboldt. En su obra
sobre el idioma vasco (1812) — intercalada en su estudio

131-132
sobre la lengua kawi— encontramos por primera vez la
definición exacta de que el lenguaje no es un invento
consciente de individuos aislados, sino la obra de una
nación, que no es tampoco algo muerto, sino una
actividad que se repite continuamente; distinguió las tres
clases de idiomas: de radicales aislados, de flexión y de
aglutinación; reflexionó sobre el origen de la flexión, y
sus resultados influyeron tenazmente tanto en Bopp
como en Steinthal (§ 70 y sig.). En fin, Herder
contribuyó, con sus Ideas sobre la historia de la
humanidad (1784-87), a poner los cimientos del concepto
moderno de la historia, intentando demostrar la
continuidad en el desarrollo de la cultura y del hombre en
la historia de todos los pueblos. Mientras para él y sus
secuaces todavía la historia política y la participación de
personajes aislados en la vida pública ocupó el primer
término, la opinión posterior, influida principalmente por
Comte, vio los principales factores de la evolución
histórica en el ambiente y las masas, poniendo sus
esfuerzos en la historia cultural y económica; pero este
último método de investigación no se aplicó a la historia
antigua, en general, hasta fines del siglo XIX, poco más o
menos, sobre todo cuando el hallazgo de muchos
papiros egipcios permitió apreciar de un modo
inesperado la vida económica de Egipto durante un
período de mil años.
Fr. Schlegel, al hablar de Herder en 1796, con
razón pudo decir de él que, “gracias a un don especial de
adivinación histórica; a una característica capaz de sentir
profundamente y de concebir con arte, de traducirlo todo;
a una fantasía capaz de sentirse en cualquier estilo y
forma, ha fundado y trazado en rasgos la crítica

132-133
moderna, que como fruto más peculiar de la cultura y
ciencia alemana ha nacido juntamente de ambas”.
§ 65. Heyne. Wolf. Los resultados de este gran
movimiento intelectual han sido aplicados a la ciencia y
enseñanza por Heyne y Wolf. Christian Gottlob Heyne
(1729-1812) recibió ya sus estímulos decisivos antes que
Herder y Winckelmann, y merece un puesto más bien a
su lado que detrás de ellos. Desde 1763 fue catedrático
en Göttingen, donde desenvolvió una fecundísima
actividad persiguiendo con claro conocimiento de causa
su finalidad: relacionar la cultura antigua con la moderna;
sus ¡deas impresionaron bastante a muchos, como Voss,
Wolf, los Schlegel, Zoega, Guillermo de Humboldt,
siendo éste quizás el representante más típico del nuevo
ideal cultural. La traducción de Homero, hecha por Voss
(1781-93), logró popularizar esta producción literaria,
después de haber fracasado lastimosamente intentos
anteriores. La crítica de textos es, en la actividad de
Heyne, postergada por el interés real, que pasa al primer
término: fue un hombre de talento y buen gusto, que sólo
por circunstancias desfavorables carecía de intensidad y
profundidad. Él fue el primero en tener un concepto
exacto de la mitología, que no consideró ya como una
ficción reconocida, sino como expresión cuya explicación
debe buscarse en las etapas culturales precedentes;
hace notar la importancia de cada una de las tribus y de
los cultos locales para la religión, y aconseja ya
aprovechar los relatos sobre pueblos en estado de
naturaleza para la investigación de épocas culturales
pasadas, expresando en ello ¡deas que debían
desarrollarse aún durante mucho tiempo; en su
comentario a Apolodoro creó un elemento muy eficaz

133-134
para el estudio de la mitología. En la arqueología
introdujo una interpretación histórica de los monumentos
(terminada luego por O. Jahn), y supo proponer un gran
número de problemas históricos que no pudo solucionar;
sus estudios sobre las fuentes empleadas por Diodoro
han inspirado a los muchos otros investigadores
posteriores, no siempre afortunados, en materia de
fuentes.
Mientras la actividad científica de Heyne fue en su
mayoría más ampulosa que profunda, no puede decirse
lo primero al menos, de su célebre discípulo Federico
Augusto W olf (1759-1824); en conjunto, fue más
hombre de acción que de estudio; trabajó mucho por
mejorar la situación material de la filología; y, además,
como catedrático en Halle (1783-1806), y en menor
grado, más tarde en Berlín, ejerció gran actividad,
llevando a la realidad el ideal de una personalidad
intensamente activa, de un modo extraordinario, pero
prefiriendo el ejercicio de la cátedra al de escritor (así,
había abolido el molesto dictar y disertó sobre más de
cincuenta temas). Empleó su ascendiente en el Gobierno
prusiano para intensificar los estudios del griego en la
enseñanza, con arreglo a las opiniones de la época, y
consiguió la separación de la profesión del teólogo de la
del filólogo; tal tendencia fue apoyada no poco por la
creación de un seminario (1787) para la instrucción de
los futuros profesores de Segunda enseñanza. Fue el
primero que explicó sobre la enciclopedia de la “ciencia
de la Antigüedad” (Enzyklopädie der
Altertumswissenschaft, designación introducida por él),
describiéndola en una disertación elogiada por Goethe;
sin embargo, el círculo de sus conocimientos era mucho

134-135
más limitado que el de Heyne; no se ocupó de los
problemas históricos ni le interesaba tampoco el arte
antiguo. Su fuerza expansiva apenas le permitió
desarrollar estudios maduros, y por esta causa
solamente dejó una obra maestra. En el año 1788,
Villoison había editado la llíada con los signos y escolios
del manuscrito A (§ 9); lo que este autor comunicó sobre
la intervención de los críticos antiguos, le inspiró sus
Prolegomena ad Homerum (1795). La idea fundamental,
que Wolf mismo atribuye a Wood (§ 64), y que era
universalmente conocida por entonces, es que Homero
no conocía aún la escritura, que sólo se empleó para la
literatura desde el siglo VI; en el espacio intermedio, la
poesía homérica se propagó verbalmente por la tradición
rapsódica. Por este motivo es imposible que, vista la gran
extensión, pueda atribuirse la llíada a un solo poeta, y
este hecho viene corroborado por la historia de su
recensión en la época de Pisistrato. W olf no apoyó lo
dicho con un análisis de la obra, sino que se limitó a
hacer unas cuantas observaciones generales sobre el
carácter heterogéneo y entrecortado de la acción, sobre
contradicciones en su mayoría descubiertas ya por los
críticos antiguos, sobre “restos del cemento con que se
unieron los núcleos principales del cuento, y esto ya
desde el libro octavo de la llíada en adelante” . Por el
contrario, siguió la historia del texto hasta Crates, porque,
en el fondo, su intención era hacer deducciones sobre la
formación del mismo. La impresión que produjo esta obra
fue extraordinaria; algunos, como Goethe y Schiller, no
querían que se les deshiciera su lectura predilecta; otros
pretendieron haber encontrado ya este resultado
independientemente, y, en efecto, al agudo danés Zoega,

135-136
que también ha fomentado de modo especial la
arqueología con sagaces conclusiones, le faltó muy poco
para alcanzarlo; sin embargo, pasaron todavía decenios
hasta que las ¡deas de W olf se continuaron con nuevos
trabajos fructíferos, es decir, con un análisis de las
internas diferencias y contradicciones de los poemas
épicos (§ 68). Guillermo de Humboldt, así que recibió los
Prolegomena, vio con claridad que esto sería
propiamente la principal tarea. Pero W olf ni hizo
semejante trabajo ni dedujo las conclusiones para la
historia y la crítica del texto, lo que era el porqué de su
empresa, y en su lugar empezó una polémica odiosa
contra Herder y Heyne, que dió a conocer su carácter en
un aspecto poco recomendable, quedando, por fin,
amargado y en una disposición de ánimo que le
imposibilitó para emprender investigaciones científicas.
§ 66. El siglo XIX. El verdadero progreso de la
Filología en el siglo XIX se verifica gracias a estos
vigorosos impulsos en Alemania, aunque tampoco en
otros países civilizados falten filólogos aptos y, en parte,
de no escasos méritos; hay que señalar al inglés Grote,
a quien sus experiencias en la vida política indujeron a
formar un concepto más real de la historia griega, si bien
también a una exagerada estimación de la democracia
ateniense; señalaremos, además, el desenvolvimiento de
la etnología y el folklore en Inglaterra, cuyo resultado de
mayor trascendencia fueron Los orígenes de la
civilización, por E. Tylor (1871), y que estimuló bastante
al estudio de la mitología, embarazándolo también
ocasionalmente; por último, merece señalarse el
florecimiento de los estudios sobre los papiros en
Inglaterra, a consecuencia de afortunadas adquisiciones.

136-137
Francia ha formado especialmente arqueólogos y
epigrafistas muy prácticos, gracias a sus excavaciones (§
79) y ricas colecciones; por ejemplo, el excelente Le
Bas, cuyo viaje a Grecia y Asia Menor durante los años
1843-44 resultó excepcionalmente provechoso;
Thannéry (m. en 1904), también un gran conocedor de
las matemáticas y de la astronomía en la Antigüedad; H.
Weil (de Francfort del Mein, m. en 1909), un crítico
eminente de la poesía griega. Italia tenía epigrafistas
célebres en Borghesi (m. en 1860) y de Rossi (m. en
1894), el investigador de las catatumbas, ambos
cordiales colaboradores de Mommsen en sus tareas. El
danés Madvig (m. en 1886) ha sido uno de los mejores
observadores en el estudio de los usos en la lengua
latina.
El movimiento filológico de la época queda
determinado, de una parte, por el Neohumanismo, que
conduce a un estudio intensivo de los llamados clásicos,
y, de otra parte, por la ciencia histórica, que adquiere su
punto de partida en la corriente romántica; pero también
la filosofía y pronto la lingüística reclaman sus derechos,
y así, se nota una gran variedad de intereses. Como
quiera que la orientación anterior intente mantenerse con
tenaz resistencia por obra de la tradición multisecular, se
entablan luchas, siendo con razón la más famosa la de
Hermann con Boeckh y Müller.
§ 67. G. Hermann. M. Bekker. Godofredo
Hermann (1772-1848), que en su cátedra de Leipzig,
desde 1797, ejerció una importante actividad docente por
la influencia de su personalidad, representa la vieja
escuela que parte de los autores y sus textos. No se
limitó a ser simple intérprete y crítico de textos; pero su

137-138
labor principal fue propiamente ésta y, concretamente, el
estudio de los trágicos, entonces en boga a causa de las
creaciones de Schiller y Goethe; superó a Porson por su
intento de definir los metros en las recitaciones del coro,
con lo cual echó los cimientos de la métrica científica
que, siguiendo a Hefestión (§ 17), desarrolla
desatendiendo por completo el ritmo. También
comprendió que la explicación de los autores no sería
posible sin un sistema gramatical, y fue el primero en
defender la gramática como ciencia independiente, no
reducida al papel de interpretar a los autores; aun no
sabía nada de la consideración psicológica, e intentó
organizaría según la lógica kantiana. Quiso resolver el
problema homérico, admitiendo una parte originaria en la
llíada y la Odisea, cuyo autor sería realmente Homero,
que paulatinamente fue aumentando; en su edición de
los himnos homéricos (1806) se hallan ya indicaciones
muy importantes, por ejemplo, sobre la muralla
construida por los griegos, de la que nada se sabe en
algunas partes de la llíada. Condensó después sus
opiniones en un trabajo, cuyo título indica la solución:
Sobre las interpolaciones de Homero (1832). Extendió
esta observación a Hesíodo, sobre el cual Heyne ya
había hecho acertadas consideraciones; sobre todo en
los Trabajos y días quedaron reservados magníficos
resultados a la crítica analítica. Su ensayo sobre los
poemas órficos (1805) se extendía sobre un problema
histórico: fundado en consideraciones métricas y
lingüísticas demostró que eran más tardíos; en pocas
páginas vemos aquí el diseño de una historia de la
poesía épica, el claro establecimiento de la diferencia
entre la técnica de versificación y lenguaje homérica y la

138-139
alejandrina, separando ésta, a su vez, de la escuela de
Nono; toda vez que los Argonautica órficos no comparten
las particularidades de la última, es lógico admitir
pertenezcan al período anterior a Nono.
Aprovechamos esta ocasión para apuntar que
Hermann, lo mismo que la mayoría de los filólogos de su
orientación, escribía un latín maravillosamente animado y
modelado, hasta tal punto que Lachmann, en una
determinada ocasión, se escandalizó al no saber cómo
se expresaba leña en latín. Tal aptitud ha disminuido
filólogos sólo escriben un latín de inteligencia profesional,
y hasta grandes lumbreras de la ciencia cometen
groseras faltas, síntoma evidente de cómo se ha
desviado el centro de gravedad de la filología.
Entre los muchos que practicaron exclusivamente
la crítica de textos se distinguió Manuel Bekker (1785 a
1871), que en dilatados viajes comparó centenares de
manuscritos, y con un instinto extraordinario escogió los
mejores. Emprendió estos viajes por encargo de la
Academia de Berlín, que, poco más o menos desde
1815, se propuso como misión especial fomentar las
grandes empresas que exceden la fuerza de una sola
persona; ya entonces puso atención en Platón y
Aristóteles, por los que Schleiermacher16 había

16 Como tantos otros eruditos de la época, conocía bien var


ciencias. Su labor para la filología fue muy importante, no sólo por su
traducción de Platón, que abrió por primera vez la inteligencia de este
filósofo, sino también por sus lecciones de hermenéutica y crítica,
publicadas en 1838; en ellas se exigía por primera vez la interpretación de
una obra, en su conjunto y en sus partes, según la idea directiva, las
tendencias y pensamiento de su autor. Tal interpretación es, aún hoy, el ideal
de todos los comentaristas serios.

139-140
despertado interés, y proyectó un corpus de todas las
inscripciones antiguas (§ 72); cómo pueden resolverse
tamañas empresas lo enseñó el primero Mommsen, que
supo rodearse de toda una nube de colaboradores. Para
muchos textos griegos, Bekker formó un sólido
fundamento (pues hasta entonces todo el mundo se
conformaba con reunir un aparato de ediciones y algunos
manuscritos fáciles de lograr), de suerte que, en muchos
casos, la rebusca posterior no resultó demasiado grande,
por ejemplo, para Homero (en cuyo texto introdujo por
primera vez el digamma y, por ende, mejoró las
ediciones alejandrinas), Aristófanes, Tucídides, Platón,
los oradores áticos, Aristóteles, Josefo, Pólux,
Pausanias, Sexto, Apiano, Herodiano y Suidas. Durante
los últimos tiempos, el gran desarrollo del comercio y,
recientemente, la fotografía han hecho posible un
aprovechamiento todavía más íntegro de todas las
fuentes de textos disponibles; esto salta a la vista,
principalmente en las grandes empresas a cargo de las
academias, índice también de la filología moderna: la
edición vienesa de los Padres latinos de la Iglesia, las
berlinesas de los comentarios sobre Aristóteles y de la
literatura cristiana arcaica en idioma griego. En sus
Anécdota, Bekker divulgó una gran parte de la erudición
gramatical de los antiguos.
§ 68. Lachmann. También Carlos Lachmann
(1793 a 1851) era, en primer lugar, un crítico de textos,
pero su labor representó un progreso metódico, o, por lo
menos, lo recalcó más visiblemente que, por ejemplo, el
siempre lacónico Bekker, distinguiendo la recensio y la
emendatio; a saber, empezó por reconstruir la tradición
después de examinar prudentemente los manuscritos y

141
otros testimonios, y tan sólo después corrigió las
deficiencias por conjeturas. Según estos principios editó
a Catulo, Tibulo, Propercio, Lucrecio y el Nuevo
Testamento; en lo que se refiere a este último,
abandonó, sin embargo, el intento de reconstruir los
textos apostólicos mismos, limitándose a recuperar la
tradición oriental y occidental, como había sido alrededor
de fines del siglo IV. Con esta obra mermó por primera
vez la autoridad de la Vulgata (e. d., del texto tradicional)
y excluyó una crítica arbitraria, abriendo paso a la
creciente opinión de que toda buena crítica debiera ser
conservativa; la crítica caprichosa del Humanismo, lo
mismo que la radical de Bentley, quedaban, en principio,
vencidas. Como nueva flor se empezó a desarrollar la
historia de los textos, que estudia la obra de un autor, en
lo posible, desde su primera publicación hasta la forma
en que nos la transmiten los manuscritos; en los casos
en que un texto estuvo entregado a la corrupción antes
de su primer estudio filológico, aconseja cautela, por
ejemplo, con Homero y Plauto, pero nos enseña también
que, en tal caso, en vez de pararnos frente al manuscrito,
es lícito y obligatorio reconstruir el texto original, por
ejemplo, a base de nuestros conocimientos de los
dialectos (estrato eólico y jónico en Homero). Las
primeras indicaciones de este carácter se encuentran en
el comentario que Lachmann escribió sobre Lucrecio, el
cual también posee importancia por observaciones sobre
prosodia latina, que con igual certeza no se encuentran
en ninguna parte hasta entonces. Sobre el sistema
epicúreo, que Lucrecio celebra en su poema, Lachmann
no creyó deber ocuparse; tal abandono de la parte real
era cosa frecuente en aquel tiempo. Al igual que la

142-143
mayoría de los grandes filólogos del siglo XIX, Lachmann
también fue arrastrado por otra corriente, la germanística,
que vigorosamente se iba desarrollando desde Jacobo
Grimm, y a la que prestó grandes servicios por su
método crítico. Ya en 1816 disertó acerca de la forma
original de los Nibelungos, en los cuales se
acostumbraba, desde hacía algunos decenios, ver la
llíada alemana, y confirmó la teoría, indicada por W.
Schlegel, de que estaban compuestos de 20 cantos
primitivos independientes, llegando a separarlos con
perspicacia analítica; en sus Consideraciones sobre la
llíada (1837 y 1841, impresas juntas en 1847) aplicó este
nuevo método a la llíada, continuando los estudios
empezados por los Prolegomena, de Wolf, y dividió el
poema en 18 cantos. Con ello quedó en el fondo
contradicha la creencia, procedente del movimiento
romántico, de que la epopeya de Homero perteneciera a
las canciones épicas populares que “se van formando
por sí solas” , habiéndola hecho remontar, por el
contrario, a las antiguas escuelas de poetas y rapsodas,
sin perjuicio de que estos conceptos místicos siguieran
creyéndose por muchos durante decenios. Este trabajo
forma el propio punto de partida para la crítica superior
de Homero, cuya historia, con la paulatina ampliación,
profundización y cambio de los puntos de vista, ofrece un
cuadro muy atractivo: la lingüística, la historia política y
de la cultura, la arqueología, sucesivamente se
preocuparon con éxito por la solución de este gran
problema.
§ 69.Lehrs y Ritschl. F. Bücheler. Carlos Lehrs,
nacido en Königsberg (1802-1878), es una individualidad
específica que, con propios métodos, en su libro Sobre

143-144
los estudios homéricos de Aristarco (1833) rompió el
sello que cerraba la inteligencia de los escolios
homéricos, y suministró también valiosas contribuciones
para la historia de la gramática. Como sucede también
con Ritschl, su importancia, en una parte considerable,
consistió en la actividad de cátedra. El hombre cuya
influencia en la filología fue superior a la de todos los
demás durante el siglo XIX fue Federico Ritschl (1806-
1876, desde 1839 hasta 1865 en la Universidad de Bonn,
y después en Leipzig). Su influencia la debe, en primer
lugar, a sus dotes de profesor y de organizador; lo mismo
que el seminario de Bonn se convirtió bajo su dirección
en el primer instituto para jóvenes filólogos, así también
educó a los primeros bibliotecarios de orientación
científica en la biblioteca de Bonn; al intentar exponer la
obra por él realizada, no es suficiente limitarse a
enumerar las publicaciones que ostentan su nombre; ha
de referirse esta lista a todos los trabajos de sus
discípulos a quienes apoyó en su labor, y que siempre lo
veneraron como maestro, aun los que luego llegaron más
allá que él, que se limitó en lo principal a la crítica de
textos. Su importancia para la ciencia consiste
preferentemente en el estudio del latín arcaico, por él
iniciado; creó una recensión de Plauto, abandonado
durante tanto tiempo, e intentó resolver todas las
cuestiones métricas, prosódicas, lingüísticas y de historia
literaria contenidas en este texto, siempre con un método
prudente respecto a la tradición. El estudio de Plauto le
obligó a interesarse por las inscripciones en latín arcaico,
que por primera vez trató de aprovechar para la historia
de la lengua; con tales estudios fundó la lingüística
moderna, de la que él propiamente estaba alejado. Su

144-145
discípulo más importante fue, junto con Usener (§ 79), F.
Bücheler (1837-1908), distinguido por un gran sentido
de la percepción estilística y por una intuición genial en el
terreno lingüístico, que lo dotó para extraordinarios
descubrimientos en el latín arcaico y los dialectos itálicos
(Umbrica, 1883).
§ 70. La lingüística. La lingüística comparativa,
fundada por F. Bopp en 1816, fue en un principio mirada
de reojo por la filología, ensoberbecida por su método
antiguo y perfeccionado, sobre todo mientras aquélla
puso en lugar preferente el sánscrito. Es tanto más de
extrañar tal actitud cuanto que J. Grimm, en su
Gramática alemana (1819), había obtenido buenos
resultados con este nuevo método de investigación
aplicado a un idioma determinado, y había enseñado el
ideal de una gramática histórica (la historia del lenguaje),
y, principalmente gracias a Pott y Schleicher, el método
iba afianzándose grandemente por las investigaciones de
los cambios fonéticos fijados en leyes. Un obstáculo era
que la gramática escolar del griego y del latín, para poder
cumplir con su misión, creía necesario poner reglas y
dominar el estudio del lenguaje, mientras la moderna
lingüística quería comprender los diversos fenómenos
por una solícita observación. J. Grimm escribía en 1812:
“También en la lengua debe respetarse toda
individualidad: sería de desear que aun el dialecto menos
estimado pudiera desarrollarse libremente sin sufrir
violencia alguna, porque, sin género de duda, en algo
será superior a otra forma de lenguaje, por muy difundida
y perfecta que aparezca ésta” .
El primero que con éxito intentó derribar el muro
de separación fue Jorge Curtius, profesor en Leipzig

145-146
desde 1861 hasta 1885, que utilizó los resultados de la
lingüística comparativa para el griego y creó en sus
Fundamentos de la etimología griega (5a. edición en
1879) un manual muy valioso, aunque hoy anticuado; en
los Estudios por él publicados, no pocos filólogos
colaboraron con trabajos importantes para la lingüística.
Aunque Lobeck, el insigne filólogo de Königsberg (m. en
1860), se había empeñado en sus trabajos lingüísticos, --
-el último de los cuales apareció en 1862— , en no salir
en modo alguno de los criterios de los antiguos
gramáticos, y por más que uno de los representantes
más exclusivistas de la crítica textual había prevenido,
todavía quince años más tarde, que había de evitarse el
menor contacto con la lingüística comparativa, cada vez
se reconoció con mayor apremio la necesidad del
método lingüístico comparativo, especialmente desde
que la llamada “escuela de los jóvenes gramáticos”,
hacia 1880, introdujo en la lingüística un método más
exacto y comenzó a explicar con mayor claridad los
fenómenos lingüísticos delimitando las influencias de los
cambios fonéticos y de la analogía.
Así fue posible ya el estudio científico de los
dialectos, para el cual, por el hallazgo de inscripciones,
trase ofrecía mucho material nuevo, y en el que había
bajado Ahrens, con excelente criterio, en los años 1839-
1843. Después, pronto comenzó también a prestarse
atención a los dialectos itálicos, y se llegó, aunque a
pasos muy contados, a poder formar un recto punto de
partida para la ordenación de la lengua latina (Bücheler:
§ 69); como consecuencia de esto quedaron
suficientemente aclaradas numerosas cuestiones de la
historia literaria y de la de los pueblos. Así fue ya posible

146-147
plantear el problema de una historia de la lengua,
introduciendo de esta suerte los métodos históricos
también en terreno, al parecer, tan poco histórico como la
filología. Comienza también ahora, con una comprensión
verdadera, el estudio de la formación y descomposición
de la lengua en los períodos anterior y posterior a la
época “clásica” ; Diez, el fundador de la filología
románica, ya había podido hacer lo principal con las
lenguas hijas del latín, y ahora se estableció que éstas
habían surgido por evolución, no de la lengua literaria,
sino de la vulgar; se comenzó a estudiar el latín vulgar,
señalando cuidadosamente las diferencias que lo
separan del literario. Tardóse, en cambio, más en
comenzar el estudio relativo del griego antiguo y del
moderno, y se llegó a la misma conclusión: que el idioma
actual se ha formado por evolución lenta y espontánea
de la lengua popular usada en la época helenística; por
otra parte, también aquí el descubrimiento de
inscripciones y papiros aumentó el material; se desarrolló
un estudio especial de la koiné que se esforzó
principalmente por establecer las fuentes de la lengua
helenística (ático y jónico) y delimitar las fronteras entre
ambas. Se comienza entonces a comprender la lengua
del Nuevo Testamento y se llega a la conclusión de que
el aticismo de los escritores posteriores era una lengua
artificial que nada tenía que ver con el dialecto ático
indígena; en resumidas cuentas, se puso en claro que la
lengua literaria raras veces reproduce con fidelidad un
dialecto, ya que ordinariamente nos ofrece sus formas
afinadas o mezcladas con otros estados lingüísticos
extraños; de aquí que el esfuerzo de Cobet y otros para

147-148
presentar áticamente a los escritores griegos, hubo de
desaparecer (§ 59).
§ 71.Sintaxis moderna. También se comenzó
sobre esta base el estudio científico de la sintaxis. Se
había aprendido poco a poco, principalmente a causa de
los numerosos trabajos de Steinthal, que la lengua ha de
ser concebida no lógica (§ 67), sino psicológicamente, y
que obedece también a la ley de la evolución, ley que
hacía entrar bajo su jurisdicción cada vez más a todas
las ciencias: la comparación abrió perspectivas en el
tiempo anterior a las más antiguas obras literarias e
introdujo el criterio de estudiar los fenómenos sintácticos
según los principios que dominan en todas las lenguas
humanas. El estudio comparado, inaugurado hacia 1870,
proyectó luz sobre estos principios generales y muchos
fenómenos particulares, pero llegó, por fin, exactamente
como había sucedido con la mitología (§ 74), a la
concepción de que la comparación es, en efecto, buena
mientras se trata de formular las leyes de la formación
lingüística, pero que para la sintaxis de cada lengua se
ha de lograr la finalidad con el conocimiento de dichas
leyes aplicándolo a cada lengua, y en primer lugar
intentando explicar sus fenómenos según un método
psicológico e histórico. Las metas eran aquí también
claras, pero se llegó muy despacio a alcanzarlas: así, por
ejemplo, el principio formulado ya en 1852 por Curtius y
L. Lange, de que la subordinación procede siempre de
una coordinación y, por lo tanto, de que todas las
proposiciones secundarias se derivan de principales, ha
sido muy lentamente utilizado para la explicación de cada
caso.
148-149
§ 72. Boeckh. El método histórico fue entrando y
predominando no sólo en este terreno, sino en todas las
nuevas manifestaciones de la ciencia, y tuvo como propio
cometido la gran empresa de explicar históricamente la
cultura de la Antigüedad en todas sus manifestaciones,
mientras que hasta aquí toda la atención la habían
merecido sólo los escritores, y de un modo especial los
llamados clásicos. Debe considerarse como un
portaestandarte de esta nueva dirección a Augusto
Boeckh (1785-1867; desde 1811, en Berlín). Se ocupó
también mucho de los escritores; por ejemplo, en su
edición de Píndaro acrecentó las explicaciones de
carácter real e hizo valer de nuevo en la métrica el
elemento rítmico (§ 67), después de lo cual, Rossbach y
Westphal intentaron construir un sistema de métrica;
pero trabajó mucho, sobre todo, en la explicación de
Platón, al que por primera vez Schleiermacher había
abierto de nuevo a la comprensión. Pero su interés fue
siempre ciertamente el real; así presentó las doctrinas de
los pitagóricos en correspondencia con los estudios de
Platón, y aclaró la cronología y metrología de los
antiguos. Señaló una dirección completamente nueva
con su obra Administración pública de los atenienses
(1817), que significaba un gran paso en el nuevo terreno
de la historia de la economía y aportó un pensamiento
director al comercio de noticias de las “antigüedades” ,
todavía florecientes. Formó esta obra principalmente con
inscripciones, siendo el primero en mostrar los resultados
históricos que de éstas se pueden sacar; de aquí su
estimación sobre la necesidad de una colección científica
de las inscripciones, ¡dea que logró que hiciera suya la
academia de Berlín; en 1828 aparecía el primero, y en

149-150
1843 el segundo volumen del Corpus inscriptionum
graecarum, los dos con preciosos comentarios17. Así
quedó fundada la epigrafía, nueva disciplina que, a causa
de la intensificación de relaciones, viajes y excavaciones
en los países clásicos y merced a las enérgicas
iniciativas de Mommsen (§ 77), había de reunir pronto un
rico material inesperado, dando lugar a la presentación
de problemas peculiares.
§ 73. El arte griego. Mientras tanto era activada
también considerablemente la historia del arte a medida
que Grecia se abría cada vez más a exploradores e
investigadores y comenzaban a ser conocidas las obras
originales del arte griego en vez de las copias romanas
conocidas casi siempre hasta entonces; de esta suerte
pudo adquirirse una ¡dea inmediata de la plástica antigua.
En 1806 llegaron a Londres las esculturas del Partenón,
produciendo extraordinaria impresión: “Están modeladas
según la naturaleza, y, sin embargo, yo no he tenido la
suerte de ver nunca tales naturalezas”, decía el escultor
Dannecker; igual efecto lograron las de Egina, llevadas
poco después a Munich; unas y otras robustecieron
extraordinariamente la admiración por todo lo griego (§
64), que pronto halló una nueva ocasión de exaltarse
más aún con motivo de la lucha de Grecia por su
independencia (1821-1829; sobre G. Müller, cfr. § 61). En
Roma, el año 1828 fundó Ed. Gerhard el Instituto

17 Contra la crítica del primer fascículo, hecha por H e r m a n n , pu


con razón hacer notar B o e c k h que H e r m a n n trataba las inscripciones
como textos literarios, porque no se había hecho ninguna idea de su
verdadero aspecto; que no conocía suficientemente las instituciones oficiales
de los antiguos, y que fallaban también en este terreno sus conocimientos
gramaticales.

150-151
arqueológico, que más tarde llegó a ser el Instituto oficial
prusiano y el imperial alemán y fue durante mucho
tiempo el centro de todos los estudios arqueológicos en
Italia, hasta que ésta, una vez unificada, se ocupó
oficialmente de la investigación arqueológica18; los
franceses fundaron en Atenas en 1846 un Instituto
análogo, ejemplo que han seguido sucesivamente las
otras naciones. Se llegó al convencimiento de que los
filólogos también necesitaban conocer los lugares
clásicos para formarse una idea real de la cultura
antigua; ésta fue la razón de las expediciones anuales de
viejos y, principalmente, de jóvenes eruditos, al
Mediodía, y hasta muchos se avecindaban por completo
en alguno de los lugares de la Antigüedad clásica; tal fue
el caso del epigrafista W. Henzen en Roma.
§ 74. C. O. Müller. La mitología. El primero que
se aplicó a Grecia con claro criterio para los grandes
problemas históricos fue Carlos Otfrido Müller (n. en
1797; desde 1819, en Gotinga; murió en Atenas en
1840). Reconoció la importancia de cada uno de los
pueblos griegos para la historia, ocupándose por ello
sintéticamente de los eginetas, minios y dorios (también
los etruscos); fue también el primero en procurar —
cumpliendo en sentido científico con una exigencia
planteada por Herder— hacer una historia de la literatura
griega según el método de Winckelmann. Por primera
vez, con Welcker, dió lecciones regulares sobre
arqueología, creando, además, con su Manual de
arqueología (1830) un extraordinario instrumento auxiliar

18 El Instituto alemán de Arqueología en Roma ha llegado a ser h


de una gran antigüedad.

151-152
para tal estudio, que todavía no ha encontrado digna
sustitución.
Aunque ni Boeckh ni O. Müller dejaron de tener
cuidado en los detalles, vio, sin embargo, G. Hermann,
un peligro para la ciencia en sus grandes proyectos, por
lo cual se revolvió (§ 66. 72) así contra el Tratado de
Boeckh sobre las inscripciones (1826) como contra la
edición de Müller (1834) de Las euménides; esta lucha,
que suscitó grandes tempestades, fue sintomática para la
concepción de la filología en sus aspectos estricto y lato,
y aun hoy tiene importancia, porque en un principio
predominó incluso el criterio exclusivamente crítico-
textual y gramatical, pero todavía sobrevive en restos
aislados.
Müller influyó mucho también en una disciplina
hasta entonces, en parte, menospreciada y, en parte,
tratada mal: la mitología. Heyne había hecho buenos
progresos; detrás de él, Hermann, que supo encontrar en
los mitos un eco de la ciencia y filosofía de los tiempos
antiguos, intentó llegar más lejos con ayuda de la
etimología. Pero la verdadera esencia del mito sólo pudo
ser comprendida a partir de J. Grimm; su recopilación de
los cuentos alemanes para niños, emprendida en
colaboración con su hermano Guillermo (1812), significó
un jalón importante para toda la investigación folklórica;
ahora, por primera vez, era posible vencer el prejuicio,
que había afectado a los antiguos, de que con respecto a
un pueblo sólo existía lo que había sido fijado en la
literatura, y reconocer la importancia de tradiciones no
escritas. Pero habían de pasar decenios hasta que
pudieran ser tratadas con provecho las fábulas, leyendas
y mitos de los antiguos y sus supersticiones, si bien

152-153
principalmente para las últimas, en la Mitología alemana
(1835), de Grimm, había indicaciones llenas de valor (cfr.
§ 75). Todavía Lobeck, en su, en muchos aspectos,
magnífico Aglaofamo (1829), había seguido por completo
las tendencias racionalistas, e indudablemente eran
siempre aun mejores que la simbólica y la mística del
extravagante heidelbergense Creuzer (1771-1858), por
él combatidas. Müller trató sobre todos estos falsos
métodos, en sus Prolegómenos a una mitología científica
(1825), con una crítica destructiva, fundando una más
recta concepción del mito, reclamando la atención hacia
las leyendas de cada pueblo y lugar, procurando con
afán sacar de ellas datos históricos. Fue él el primero en
señalar claramente que todo mito debe estar localizado
en determinado sitio, y que la apariencia de que ciertos
mitos hayan podido tener un valor general es cosa
motivada sólo por los poetas; afirmaba, por lo tanto, que
la historia de los cultos locales es el más poderoso
auxiliar de la mitología, habiendo de ponerse sumo
cuidado en seguir la emigración de los mitos y cultos de
una ciudad a otra. Llegó más tarde al apogeo la mitología
comparada fundada por Grimm, acerca de la cual ya
Müller, con razón, se había mostrado escéptico; ella
volvió a tomar en consideración las antiguas
significaciones físicas de los dioses (§ 23) (Ad. Kuhn,
Preller); cuando fue perdiendo terreno se volvió, en parte,
aunque algo modificados, a los principios de Müller, y, en
parte, se investigaron determinadas representaciones
primitivas que se repiten en todas partes (§ 66, 79), y los
cultos, que, en oposición a los mudables mitos y a las
difícilmente comprensibles creencias en los dioses,

153-154
mostraban una tenaz consistencia, por lo que oponían
una resistencia menor a la investigación científica.
§ 75. Welcker. Jahn. E. Curtius. Parecida
dirección siguió F. G. Welcker (1784-1868; desde 1819,
en Bonn), amigo de Humboldt, cuyas investigaciones
arqueológicas, mitológicas e histórico literarias iban
acompañadas de una profunda intuición del espíritu
griego; señaló principios fundamentales para la
inteligencia de la poesía griega, enseñando, en sus libros
sobre el ciclo épico, la tragedia griega y la trilogía de
Esquilo, cómo se ha de trabajar siempre en tales
campos. Por de pronto, ni siquiera fue una desgracia que
considerase la epopeya con un criterio romántico, y como
enemigo declarado de Wolf, acerca de la unidad interna y
orgánica de las epopeyas antiguas y del retoño cíclico
dependiente de ellas, quiso hablar con palabras casi
místicas. Así decía él que W olf “no había reconocido
este principio de la unión, la gran metamorfosis de la
poesía, el vivo acuerdo mutuo entre poesías que
vagaban de un modo salvaje para dar lugar a un conjunto
ordenado y más o menos penetrado por la ¡dea y
organización artísticas” . Y también: “La llíada y la
Tebaida eran, dentro de la unión de las obras principales,
dominada por la ¡dea o el instinto poético, los dos
grandes templos nacionales de la poesía épica”. Junto
con Müller, fue el primero en reconocer la relación entre
el poeta y la fábula: “En el organismo natural de la
leyenda ha intervenido poco más o menos cada poeta
tanto como un avisado jardinero en la regulación y
modificación estudiadas del desarrollo natural de las
plantas”

154-155
Su sucesor (desde 1855) Otto Jahn (1813-1869)
unió, como él, criterios arqueológicos y filológicos, siendo
por ello capaz de corregir el método arqueológico, que
todavía abundaba en puerilidades, y de señalar el recto
camino para la inteligencia de los monumentos con
ayuda de la tradición escrita. Como filólogo, a pesar de
su completo dominio del tan encomiado método crítico,
supo distinguir lo esencial de lo accidental como ningún
otro antes, y mejor que muchos después de él; tuvo
intuiciones cuyas consecuencias sólo pudo conocer
plenamente la posteridad; sus ediciones y comentarios
son en este aspecto tan ejemplares como monografías,
frecuentemente de poca apariencia, y, sin embargo,
ventanas de amplias perspectivas19. Su artículo sobre la
superstición del aojamiento (1854) representa el prime
avance de un filólogo sobre el terreno del folklore,
descubierto por Grimm (§ 74): así, apenas se le escapó
nada en el campo de su profesión. Es lástima que no le
fuera permitido demostrar con hechos esta universalidad
por medio de grandes trabajos de conjunto, en parte
porque en los pequeños puso muchísima erudición.
Ernesto Curtius (1814-1896) fue dirigido por
Müller y Boeckh; permaneció cuatro años en Grecia
(1836 a 1840) en una época en que todo lo helénico
brillaba con gran esplendor. Su entusiasmo le llevó a
tratar la historia griega bajo una iluminación de bengalas,
pero también a la investigación del suelo griego
{Peloponeso, 1852; Mapas de Atenas, 1886; Historia de
la ciudad de Atenas, 1891); enseñó prácticamente que

19 Es digno de notarse, al menos de paso, que fue él, con su magist


biografía de Mozart, el fundador de la musicología.

155-156
sólo por intuición cabe juzgar los problemas de la historia
y mitología griegas; concibió, finalmente, el gran proyecto
(primera disertación en 1852), que realizó, de excavar
sistemáticamente una célebre ciudad histórica, Olimpia
(1876 a 1881); en cuanto a otras excavaciones, merecen
citarse las de Halicarnaso por Newton en 1857,
Samotracia y Pérgamo por Conze en 1873, 1878 y
siguientes, Délos y Delfos por Homolle desde 1877 y
1893, Creta desde 1894; en 1806 se comenzaron por los
Borbones las excavaciones de Pompeya, que tuvieron
gran avance a partir de 1860. Él, que vivía
continuamente en el sueño del clasicismo, no podía
entonces imaginarse que precisamente las excavaciones
habían de contribuir a combatirlo, llevando la atención a
otros tiempos y desviando el centro de gravedad de la
investigación.
§ 76. Schliemann. Brunn. Tal fue en gran parte el
mérito de un aficionado, Enrique Schliemann (1822-
1890). Habiendo sentido de niño el entusiasmo por el
mundo homérico, lo había conservado en una vida que a
intervalos se consumía completamente en la
especulación mercantil; a los 36 años aprendió griego, y
luego, por primera vez, latín, y a los 46 vio los lugares de
la geografía homérica. En 1871 comenzó sus creyendo
encontrar siempre las huellas de Homero y de los
grandes héroes y llegando a descubrir —según él creía—
el tesoro de Príamo y el edificio del de Atreo. Cierto que
parte de lo descubierto pertenece a la cultura homérica,
pero en realidad son más antiguos dichos lugares; así le
sucedió en Troya, donde están sobrepuestas de siete a
nueve capas, de las que él creyó que la segunda inferior
era la ciudad homérica, cuando, en verdad, no era tal

156-157
sino la segunda superior. Entonces fue cuando los
filólogos de oficio, a los que en un principio había
desalentado el diletantismo de Schliemann, se dieron
cuenta poco a poco del valor de tal descubrimiento;
quedaba deshecha la leyenda homérica, pero, en
cambio, avanzaba al segundo milenio el conocimiento del
arte y de la historia de Grecia. Siguieron otras
excavaciones, de cuales las de más éxito fueron las de
Creta, que otra vez nos descubrieron una poderosa
cultura de época prehelénica, a la vez que nos
planteaban el problema de la relación de los habitantes
de la antigua Creta con las poblaciones primitivas de la
Hélada y del Asia Menor, así como con los filisteos e
hititas. Fue entonces cuando se comprendió que había
graves problemas que resolver, no concernientes al
clasicismo, pero que Homero y el mundo homérico son
incomprensibles sin el conocimiento de esta cultura
especial. Como en el arte “micénico” hay importantes
elementos orientales, se suscitó de nuevo la cuestión
antigua de qué es lo que debe la cultura griega al
Oriente, cuestión que aun continúa muy lejos de ser
resuelta. También en Italia y en Sicilia se descubrieron
restos de primitivos períodos de cultura, y una serie de
activos prehistoriadores italianos cuidóse de sacar el
fruto de tales excavaciones; comenzóse ahora a conocer
también en su aspecto prehistórico la ciudad de Roma,
luego que ya estaban aclaradas las fases de su historia
posterior (por ejemplo, por H. Jordan, m. en 1886).
Cambiada la concepción del arte antiguo por el
conocimiento de obras originales, como ya hemos visto,
a medida que se multiplicaban las exploraciones del
suelo helénico, tanto más se aprendía a interpretar

157-158
originales griegos, y pudo llegarse a la persuasión de que
el apogeo del arte griego está representado por Fidias y
Praxiteles, no por el Apolo del Belvedere y el Laocoonte
(§ 62); pero además se deseaba descubrir ahora cómo
se había llegado a ese apogeo, para lo cual se estudiaba
el arte arcaico y la tradición sobre su historia. Enrique
Brunn, que después de larga permanencia en Italia
(1865-1894) trabajó en Munich, no sólo escribió la
historia de los artistas con excelente método filológico,
fundado en los testimonios, sino que también señalaba a
cada obra artística su correspondiente lugar, con un fino
sentido crítico estético y por medio de un análisis más
exacto que el que se acostumbraba hacer de sus formas.
Eran especialmente interesantes para la filología tomada
en sentido estricto los numerosos descubrimientos de
objetos de arte menor y de instrumentos; las múltiples
representaciones mitológicas de los vasos, pinturas
murales, sarcófagos, etc., exigían imperiosamente la
solución del problema de su relación con la poesía; así
se llegó a conocer mucho sobre la antigua épica, pero
principalmente la gran influencia del drama de Eurípides,
y pudieron reconstruirse cosas perdidas por medio de los
monumentos; las pinturas de Pompeya y los restos del
arte helenístico permitían una sorprendente ojeada al
espíritu de la cultura helenística, precisamente más fácil
de entender por su aspecto artístico que por las demás
manifestaciones.
§ 77. Niebuhr y Mommsen. El criterio histórico se
introdujo también, de modo especial, como era natural,
en la historia antigua Corresponde en ello el paso
decisivo, que a la vez representa un jalón para toda la
investigación histórica, a Bartoldo Jorge Niebuhr (1776-

158-159
1831), a quien sus experiencias políticas y diplomáticas
le permitieron ver muchas cosas cerradas para los
exclusivamente estudiosos. En su Historia de Roma,
cuya edición comenzó en 1811, estudió críticamente con
agudeza hasta entonces desconocida la tradición sobre
la más antigua historia de Roma, tal como la cuenta Livio
(§ 57), y llevó a las canciones heroicas el origen de la
narración de Livio. Esta hipótesis, y la construcción de la
historia romana hecha por Niebuhr, no se podían
mantener, pero se había ganado mucho: se había
acabado con el principio, dominante desde los tiempos
antiguos, de que todo lo tradicional podía ser
considerado verdad y usado por necesidad para la
construcción de una narración artística. Pero si no
merecían seguridad las narraciones de los antiguos
historiadores, precisaba buscarles una sustitución. Ésta
se encontró, en parte, en el desarrollo de la historia del
Derecho, que, partiendo del conocimiento de los Estados
posteriores, se elevó al conocimiento de la organización
y circunstancias políticas de los tiempos antiguos, en
parte, en las inscripciones, que ofrecían noticias sobre la
organización, administración, culto y cultura que las más
veces en vano se buscarían en los autores. Encarnó los
dos factores Teodoro Mommsen (1817-1903; desde
1858, en Berlín), el más brillante representante de la
ciencia de la Antigüedad en la época moderna; partiendo
del derecho romano, dominó de tal suerte toda la
tradición sobre la Antigüedad romana hasta en sus
menores detalles, como nadie había dominado una
materia amplia. Señaló los fundamentos críticos para los
textos de los juristas romanos, y no retrocedió ante el
minucioso trabajo filológico, siempre tan pesado, si el

159-160
autor ofrecía algún interés histórico aunque fuese
pequeño (Solino, Jordanes, Crónicas menores,
Casiodoro, Eugipio, Crónica de Papas, Rufino); formóse
con el estudio de los dialectos itálicos, de las monedas,
de la cronología, de las inscripciones, fundamentos sobre
los cuales levantó su Historia de Roma (tomos l-lll, 1854-
1856; V, 1885), insuperable ejemplo de un libro que une
penetrante conocimiento de los detalles y profundo
criterio histórico con artísticamente acabada y genial
exposición; el V, la historia de las provincias en la época
imperial, es el volumen especialmente digno de
admiración por el dominio y agrupación de los dispersos
materiales. Mommsen fue el primero que tuvo en cuenta,
al exponer la historia antigua, el conjunto de
circunstancias no sólo políticas, sino también histórico
culturales en la mayor proporción, presentando el
desarrollo de los romanos hasta ser un pueblo culto y
literato, en cuadros esplendentes e ingeniosos en los que
muchas veces también establecía por primera vez los
fundamentos de la comprensión. Más tarde apareció la
obra que propiamente también había sido una
preparación de su Historia, el Derecho Público Romano
(1871-1888), que también rompía por primera vez con el
título de antigüedades y mostraba el solo hilo que
conduce por el laberinto de las antiquitates (§ 72). Sus
monografías, contenidas en parte en las Römische
Forschungen (1864-1879), con excelentes contribuciones
para la crítica de la tradición y para la investigación de
fuentes, no pueden ser explanadas aquí; pero no se
puede menos de señalar su importancia en la epigrafía:
fue él quien organizó y realizó el plan de la Academia de
Berlín de reunir las inscripciones latinas en un Corpus; de

160-161
los quince tomos de esta colección preparó él cuatro,
suministró valiosas contribuciones a todos ellos y
perfeccionó el método epigráfico más aún que Boeckh (§
72).
§ 78. Ed. Zeller. El Helenismo. El ejemplo de
Mommsen contribuyó grandemente a aclarar la
necesidad del método histórico y realizar la
transformación de la filología en ciencia histórica. En lo
romano fue él mismo quien hizo la labor principal, y, por
ejemplo, también en la historia de la literatura dió
magníficas pinceladas; para que se lograra algo parecido
en lo griego, que apenas tocó él, fue precisa la actividad
de muchos. Para la, a fin de cuentas, pretendida
comprensión de la vida espiritual griega, se imponía
imprescindiblemente un trabajo: había que poner en claro
el desarrollo de la filosofía, que profundamente influyó en
todas las ramas de la vida del espíritu. A Ed. Zeller
(1814-1908) pertenece tan imperecedero mérito; su
Filosofía de los griegos, aparecida por primera vez en
1844-1852, se funda no sólo en una propia colección y
crítica ponderación de todo el cuantioso material, sino
también en la sobria y clara exposición de la interna
conexión de los sistemas y su dependencia mutua; la
obra, en muchos aspectos, puede compararse con el
Derecho, de Mommsen. Aunque Zeller, precisamente en
la descripción de la filosofía postaristotélica, renunció a la
evolución histórica, presentando sólo como sistemas el
estoicismo y el epicureismo, claramente, sin embargo,
manifestaba su libro la importancia del Helenismo, cuya
historia ya había escrito J. G. Droysen en 1833 con
magnífica intuición. Añadióse a esto la ¡dea de que la
ciencia había llegado a su mayor esplendor en los siglos

162
Ill y II a. de J. C., de que la cultura helenística era casi el
único fundamento de la romana y sirvió también de
terreno para el Cristianismo, con el que se había visto
forzada a un compromiso, como también ha sido
reconocido por inteligentes teólogos (naturalmente, no
por la ortodoxia no científica)20; a esto han venido a
añadirse, a partir de los años del 1880, los papiros
descubiertos, que ponen de relieve, sobre todo, la cultura
de la época de los Tolomeos. Y así como hubo de sufrir
una crisis el dogma del clasicismo (§ 75), así también en
este respecto se desvió el centro de gravedad del trabajo
científico; hubo que dedicarse ahora con suma actividad
a la reconstrucción de escritores perdidos, que por su
influencia posterior son dignos de ser tenidos en buena
cuenta, pero que, naturalmente, ya no podían
proporcionar ningún goce estético: por ejemplo, los
estoicos [Epicuro (§ 79), Posidonio] y los historiadores
(Varrón Suetonio).
§ 79. H. Usener. En muchos aspectos representa
Hermann Usener (1834-1905; desde 1866, en Bonn) la
personificación de esta tendencia moderna. Discípulo de
Ritschl, poseía soberanamente los instrumentos
lingüístico críticos para el griego y el latín; pero los textos
le condujeron cada vez más a cuestiones de historia de
la literatura, y principalmente de historia de la filosofía.
Muchas de sus ¡deas fueron recogidas y desarrolladas
por sus discípulos; él mismo mostró, principalmente en
sus Epicurea (1887), cómo se debe trabajar siempre en

20 Excelentes trabajos de P. Wendland (1864-1915), un discípulo


Usener, compendiados en La cultura helenístico romana en sus relaciones
con el judaism o y cristianismo (1907).

163
este terreno. Pero su vista se extendía más allá, tan allá
como, en resumidas cuentas, se podían establecer los
límites de la ciencia de la Antigüedad; en su Métrica
griega antigua (1887) intentó por vez primera señalar un
método comparativo para la métrica, y expuso ¡deas que
tal vez algún día ejerzan su fuerza de atracción. Pero
especialmente le atraían los grandes problemas de
historia de la religión: en su artículo sobre Mitos itálicos
(1875) fue el primero que aplicó el método comparativo a
los cultos antiguos, labor continuada con éxito por
Mannhardt y Rohde, y dedicó profundas investigaciones
a la génesis de las religiones pagana y cristiana; así, en
sus Götternamen (1896) señaló los dioses especiales y
ocasionales como fuente importante de ¡deas religiosas,
y en su Dreiheit (1903) señaló un principio importante en
la religión, culto y supersticiones. Mostró cómo de las
leyendas piadosas pueden sacarse ¡deas histórico-
religiosas, y en la Weihnachtsfest (1889) escribió un
admirable capítulo de la historia de la religión cristiana;
así, él contribuyó principalmente a aclarar la formación
de la religión cristiana a partir de la pagana, y su
progresiva adaptación en el mundo antiguo. Pero apenas
hubo una rama filológica en la que no se ocupara, al
menos con pequeños trabajos; precisamente porque
nunca perdía de vista el gran conjunto, podían también
interesarle la astrologia y glosografía. Y así, junto con
Mommsen, cooperó especialmente a que desde los años
del 1870 comenzase a orear una tendencia vivificadora
en la filología, que siempre se había dedicado
preferentemente a los más pequeños problemas, y a que
la generación moderna se fuera apartando poco a poco
de la crítica conjetural, practicada como finalidad en sí

164-165
misma, que ha perjudicado en extremo al crédito de la
filología. Su discípulo más apto para la historia de la
religión fue A. Dieterich (1866-1908), que puso de
relieve la importancia de los textos mágicos egipcios
recientemente hallados y que mostró una delicada
comprensión para el primitivo sentimiento religioso,
principalmente en Una liturgia de Mithra (1903) y Madre
Tierra (1904).
§ 80. E. Rohde. Así como las aficiones de Usener
se pueden explicar solamente por la confluencia de
muchas y diversas direcciones, así también Erwin
Rohde (1845-1898) es dirigido por variados caminos por
la multiforme cultura moderna, y una naturaleza
artísticamente fina y capaz de sentir profundamente; en
él han influido Schopenhauer y Wagner, mucho también
su íntimo Nietzsche, pero con gran personalidad ha
especulación” , a pesar de que el máximo problema de su
admirable Psyché (1891-94), la formación de misticismo
griego, se le apareció en conversaciones con Nietzsche.
Nunca un problema de la historia de las religiones había
sido desarrollado con tanta consecuencia, tratado con tal
dominio del material ni expuesto en forma tan perfecta
como en esta obra. Su Novela griega (1876) es un
intento muy ingenioso de resolver un problema de
historia de la literatura griega, con amplias referencias a
la historia comparativa de la literatura y a la investigación
de los cuentos; pero él no retrocedía tampoco en las
enojosas buscas de fuentes e investigaciones
cronológicas, siempre que fueran necesarias para
conseguir un alto fin. Su fuerza está tal vez en la mezcla
de las dos consideraciones con las que nuestro tiempo
ha entrado en el estudio de la Antigüedad. “Experimento

165-166
en mí mismo --escribía en 1882--, y exactamente igual en
los demás, la sucesiva transformación de la estimación
estética y absoluta de la Antigüedad en la histórica y
relativa, que ha trazado ciertamente hace ya tiempo,
antes de que yo comenzara mis trabajos, el derrotero de
nuestra disciplina; apenas me pesa haber personalmente
comenzado con la anticuada apreciación estética, pero
ahora debo despojarme poco a poco radicalmente de mi
formación antigua; esto se logrará con trabajo y
cansancio”.
En estas palabras se contiene una gran verdad
que debe servir de lección aun a la actual generación.
Está ya claramente definido el carácter histórico de la
ciencia de la Antigüedad, que a nadie se le ocurre poner
en duda; pero no se ha de olvidar que el punto de partida
y núcleo de la filología y del trabajo filológico es la
literatura, que ha de ser examinada con una sana
consideración estética si se quiere que sea equitativa21.
§ 81. Para que el estudio de la historia de la
filología en el siglo XIX quede completo, es necesario
añadir algunos nombres de sabios alemanes, y también
algunos franceses que en la pasada centuria ya
preludiaron lo que había de ser en la nuestra un
formidable florecimiento de los estudios clásicos en su
Patria.
En Alemania, sin pretender —sería imposible en
los límites de este pequeño manual— abarcar todos los
nombres ¡lustres de filólogos del siglo pasado que por
razones cronológicas no han sido mencionados por Kroll,

21 Aquí termina el texto de W. Kroll. El resto del manual es


redactado por Manuel Palomar Lapesa.

166-167
llamaremos la atención sobre aquellos autores y obras
cuya gran trascendencia les confiere plena actualidad
para nosotros.
Consideramos consubstancial con la filología de
Alemania la desarrollada por los suizos de lengua
alemana, nada despreciable.
Es indispensable hablar de una figura, J. J.
Bachofen (1815-1887), de Basilea, que si pudo ser
silenciada cuando Kroll escribió este manual, hoy ya no
puede serlo. Sus ¡deas parecieron a muchos en su época
discutibles y nada trascendentales, y esta postura
general frente a ellas ha prevalecido hasta hace algunos
años. Hoy, cuando ya se tienen tan en cuenta en el
estudio de las culturas clásicas los fenómenos de
substrato como los aportados por las invasiones
indoeuropeas, tienen pleno sentido los descubrimientos
de Bachofen, que nos hacen verlo como un precursor no
sólo de nuestros métodos, sino también de nuestros
hallazgos. Así, en 1943 se inició la publicación de sus
Obras completas, interviniendo en ella figuras del
máximo prestigio. Sus obras estudian principalmente
aspectos sociales y religiosos de las culturas clásicas,
estando su mayor originalidad en el hecho de ponerlos
en relación con un fondo cultural mediterráneo anterior a
las invasiones indoeuropeas, cuyo foco más importante
después de ellas fue el Asia Menor; así queda explicado
el fundamento de su obra El pueblo Iicio, que ha sido
traducida al italiano en 1944. En El matriarcado (1861)
expone Bachofen el descubrimiento suyo que resultó
más espectacular en su época, y que hoy es ya una ¡dea
de dominio general. Otras de sus obras son Ensayo
sobre el simbolismo sepulcral de los antiguos (1859); La

167-168
doctrina de la inmortalidad de la teología órfica (1867);
Sobre la vida política del pueblo romano; Contribuciones
a la historia de los romanos.
El mayor helenista de su época fue U. Wilamowitz
(1848-1932), amigo de Burckhardt y, hasta cierto
momento, también de Nietzsche; ocupó la cátedra en
Berlín. Hizo profundos y geniales estudios sobre textos
literarios griegos: Homero, los trágicos y los líricos
principalmente. Así, pudo redactar obras tan importantes
como su Introducción a la tragedia griega y escribir, con
un íntimo conocimiento de los originales, la Literatura
griega de la colección “La cultura de hoy” , libro de escasa
extensión pero que ha tenido gran trascendencia, pues
se sale de los caminos trillados, para proporcionar ¡deas
tan nuevas como geniales. Su Métrica griega es también
un magnífico resultado de su asiduo y fecundo trabajo
sobre los textos poéticos. Se dedicó a estudiar la religión
griega, legándonos una gran obra, Las creencias de los
griegos, análisis profundo de las raíces religiosas de la
cultura helénica. Profundo conocedor también del
desarrollo histórico de la filología, muy especialmente de
la alemana de su siglo, redactó la Historia de la filología
en la Introducción a la ciencia de la Antigüedad, de
Gercke-Norden.
El afán de reconstrucción de las fuentes para el
conocimiento de la Antigüedad, consecuencia del sentido
histórico que invadió la ciencia filológica en el siglo
pasado, nos ha proporcionado una obra perfecta, de
manejo indispensable para el estudio de la filosofía
griega primitiva: Fragmentos de los presocráticos, de
Hermann Diels, verdadero modelo de trabajo filológico.

168-169
Una obra de tipo semejante, también excelente,
fue la recopilación de los fragmentos de los historiadores
griegos, que llevaron a cabo C. y Th. Müller en 1862.
Helenista también fue Th. Bergk, quien, aparte la
gran edición de líricos griegos, excelente, pero ya
superada, publicó una Historia de la literatura griega que
sigue siendo libro clásico.
En la epigrafía griega destacó mucho Hiller von
Gärtringen, autor de publicaciones verdaderamente
magistrales en este terreno.
También el campo de lo romano tuvo grandes
cultivadores. Merece una mención L. Friedländer, autor
de la mejor edición de Marcial y de la obra —traducida al
español en 1947, hecho que demuestra la pervivenda de
su actualidad— Historia de las costumbres romanas
desde Augusto a los Antoninos.
Historiador también fue O. Seeck, quien estudió
magistralmente los últimos siglos de la Antigüedad en su
libro El ocaso del mundo antiguo.
En el campo de las lenguas, no debemos pasar
por alto la Gramática griega de G. Meyer, indoeuropeísta
que destacó también en otros terrenos; la obra que nos
ocupa es muy estimable, habiendo aplicado a ella su
autor los profundos conocimientos que poseía de
lingüística comparativa; tales conocimientos siempre han
estado más atrasados y menos sistematizados en la
sintaxis que en las otras partes de la gramática (§ 83,
Wackernagel), y esto puede explicar el hecho de que la
publicación que nos ocupa carezca de sintaxis.
§ 82. La filología francesa en el siglo XIX (§ 66).
La filología estrictamente considerada tiene un buen

169-170
representante en Chatelain, cuya obra Paleografía de
los clásicos latinos es indispensable.
L. Havet es lingüista especializado en el latín. No
obstante, su trabajo de mayor trascendencia y utilidad es
un Manual de crítica verbal aplicado a los textos latinos,
que sienta bases firmes en un terreno tan movedizo y
arbitrario como es la crítica textual, fundamento, sin
embargo, de todo trabajo filológico.
No debemos pasar por alto, aunque es menos
estrictamente filólogo que los anteriores, a G. Boissier,
autor de varias obras históricas e histórico culturales de
gran interés; de entre ellas es necesario mencionar El fin
del paganismo, síntesis de la historia de todos los
acontecimientos que constituyen el advenimiento de la
nueva Doctrina: Cicerón y sus amigos ha merecido la
traducción al español en 1944, en Buenos Aires.

170
Capítulo IV

La actualidad

§ 83. Alemania. La filología alemana sigue dentro


de la tendencia iniciada por ella misma en el siglo XIX, o
sea, sacando todas las consecuencias posibles de la
aplicación del historicismo a los trabajos filológicos, sin
que exista la menor oposición a este proceder; oposición
reaccionaria que tampoco se da ya en la filología de
ningún otro país, según ¡remos viendo. En tal aspecto, lo
que en este libro de Kroll aparecía como afirmación sólo
esbozada en la interesantísima cita final de E. Rohde (§
80), no sólo se ha convertido en el más riguroso dogma
para el movimiento filológico alemán, sino que es una de
las conquistas de alcance más universal que haya
logrado la ciencia. Consecuencia de este proceder y una
de las principales manifestaciones de él, es la
consolidación de la colaboración de lingüística y filología.
Esto supone la obra de muchos lingüistas, que han
cooperado felizmente al desarrollo de la filología clásica.
De ellos, una de las principales figuras ha sido J.
Wackernagel (1853-1938), profesor en Basilea, autor de
Conferencias sobre sintaxis (1920-1921), que ha dado la
pauta para la investigación en el terreno de la sintaxis,
poco asequible al método comparativo de la lingüística
indoeuropea, y, por ello, menos cultivado hasta entonces
que las otras partes de la gramática. De gran interés

171-172
también es su obra Investigaciones lingüísticas en
Homero (1916).
W. Schulze (1863-1935), indoeuropeísta, profesor
en Berlín, publicó Para la historia de los nombres propios
latinos (1904), que es una sistematización magistral de la
onomástica itálica, a la que el autor no sólo ha tenido que
aplicar su íntimo conocimiento del indoeuropeo, sino que
también ha visto la enorme importancia que para tal
estudio tiene la consideración de los substratos
mediterráneos, siendo así uno de los iniciadores de la
que hoy podríamos llamar lingüística pre-indoeuropea
mediterránea, doctrina que llega a explicar numerosos
aspectos de las lenguas clásicas.
También indoeuropeísta ha sido A. Walde (1869-
1924), especialista consumado en el estudio del léxico.
Nos ha dejado un Diccionario etimológico del latín, cuyo
manejo es indispensable; la 3a edición, revisada por J. B.
Hofmann, apareció en 1938. Walde redactó también la
historia de los estudios lingüísticos sobre el latín incluida
en la Historia de la lingüística indogermánica, colección
de monografías que fundaron Brugmann y Bartholomae.
Lexicógrafo es también el suizo E. Wölfflin, que
planeó el Thesaurus linguae latinae, obra en que se
recogen metódica y exhaustivamente todos los casos en
que aparece cada vocablo en los textos latinos,
constituyendo un instrumento útilísimo. Wölfflin fundó en
1884 la revista Archivo de la lexicografía latina, sin duda
una de las de mayor prestigio y de las que han
proporcionado resultados más útiles.
Otro gran lingüista, indoeuropeísta, ha sido E.
Kieckers (1882-1938), autor de una Gramática griega
(1925-1926) y otra latina (1930-1931) muy estimables.

172-173
P. Kretschmer entra en los estudios clásicos
también partiendo de la lingüística indoeuropea. Podría
decirse que su obra de mayor trascendencia fue la
fundación, juntamente con F. Skutsch, de la revista
Glotta, en 1909, revista que pretende la colaboración de
la lingüística con la filología. De sus libros son dignos de
mención Introducción a la historia de la lengua griega
(1896); Introducción a la lingüística griega y latina, muy
interesante en el estudio de los métodos sobre todo, ha
sido traducido al español por S. F. Ramírez y M. F.
Galiano (Madrid, 1946). Kretschmer ha dirigido también
la composición de un gran Diccionario de la lengua
griega, aparecido en 1944.
El suizo E. Schwyzer ha sido la mayor autoridad
en gramática griega. Una muestra de ello es el hecho de
haber sido incluida su gran obra, que por desgracia ha
quedado incompleta, en el Manual de la ciencia de la
Antigüedad, de I. Müller, en 1939, cuatro años antes de
flexión, que aparecieron por primera vez en 1934-1937.
Schwyzer ha trabajado también en lingüística
indoeuropea.
Otro suizo, gran lingüista que ha cultivado la
gramática griega, es A. Debruner. Una importante tarea
que ha llevado a cabo ha sido el arreglo de la Gramática
griega del Nuevo Testamento, de F. Blass, cuya 7a
edición apareció en 1943.
Fuera ya de la lingüística, H. von Arnim se ha
dedicado al estudio de la filosofía de Platón y Aristóteles
y otros temas del helenismo tardío. Así, en sus obras El
compendio de la ética peripatética de Ario Dídimo (Viena,
1926); Lo ético en los Tópicos de Aristóteles ; Estudios
sobre las fuentes de Filón de Alejandría (Berlín, 1888):

173-174
Para la historia de la génesis de la Política aristotélica
(Viena, 1924), etc.
E. Meyer es uno de los más ¡lustres cultivado
de la historia de los tiempos antiguos. Ha compuesto una
Historia de la Antigüedad en plan exhaustivo, cuya 3a
edición ya ha visto la luz. Otras de sus obras son
Investigaciones para la historia antigua (1892-1896); La
monarquía de César y el principado de Pompeyo, ya con
tres ediciones: Suiza en la Antigüedad (1946).
Sin duda alguna, la actividad más trascendental de
G. Wissowa ha sido la iniciación, en 1894, de la
reedición de la enciclopedia de Pauly (véase nota
preliminar de este manual). Se ha dedicado a la historia
religiosa, siendo su obra más destacada Religión y culto
de los romanos, cuya 2a edición es de 1912. La
concepción actual de la historia de la religión hace que
esta obra haya quedado anticuada en cuanto a su
composición, si bien sigue siendo útilísima como
catálogo de materiales.
R. Heinze ha estudiado magistralmente algunos
aspectos de la cultura romana, lengua, literatura, historia.
En 1938, E. Burck publicó una selección de sus artículos
con el título, muy expresivo, Del espíritu de la
Romanidad.
Latinista ha sido J. B. Hofmann, de quien ya
hemos hecho mención al hablar del Diccionario de A.
Walde. Su obra más importante es, sin duda, la
Gramática latina (1927) del Manual de la ciencia de la
Antigüedad, de I. Müller, escrita en colaboración con M.
Leumann, que redactó la Fonética y la Morfología. Un
modelo de trabajo lingüístico y filológico es su breve obra
Lengua conversacional latina (1926).

174-175
O. Kern se ha dedicado a la religión griega,
produciendo una gran obra, La religión de los griegos,
que se empezó a publicar en 1926 y cuyo volumen
tercero (De Platón al emperador Juliano) y último
apareció en 1938.
Especializado en cuestiones de literatura latina,
pero siempre trascendiendo a fenómenos culturales más
amplios, E. Norden nos ofrece obras de gran interés y
actualidad. Redactó una Historia de la literatura latina,
breve, pero muy interesante. Sus monografías han tenido
gran eco; son importantes De los libros sacerdotales de
la Antigüedad romana (1939); las interpretaciones de la
Égloga IV {El nacimiento del niño) y del libro VI de la
Eneida, de Virgilio, etc.
H. Berve, catedrático en Leipzig, es un bu
historiador de la Antigüedad. Sus obras de carácter más
general son una Historia de Grecia (1930) y La nueva
imagen de los antiguos (1942), en dos partes, dedicadas,
respectivamente, a Grecia y Roma.
Una obra que ha venido a reemplazar a la edición
de líricos griegos de Th. Bergk, a la que ya hemos
aludido (§ 81), es la Anthologia lyrica graeca, de E.
Diehl, excelente en todos los conceptos; la 2a edición ha
visto la luz en 1936-1942.
Merece una mención un especialista en el estudio
del Cristianismo primitivo, K. Prümm, que recientemente
ha publicado dos obras de interés: El Cristianismo como
novedad, Ojeada al encuentro de Cristianismo y
Antigüedad (1939) y Manual de historia religiosa para la
extensión del mundo cristiano antiguo (1943); de esta
última obra hay una reseña en Emérita (1946, páginas
366-371).

175-176
En el mismo terreno trabaja K. L. Schmidt: Del
Apocalipsis de San Juan, el último libro de la Biblia
(1946); El problema del Cristianismo primitivo (1938); La
Polis en la Iglesia y el mundo. Un estudio lexicográfico y
exegético (1940).
Especial interés para los españoles tiene el
investigador A. Schulten, que se ha dedicado al estudio
de las antigüedades de nuestra Patria, donde reside muy
frecuentemente. Su actividad incansable ha producido
obras que son de lo más trascendental que se ha hecho
en antigüedades hispánicas, más atrasadas que las de
otros países. Schulten escribió la Historia de Numancia,
obra monumental y exhaustiva para la que puso a
contribución en lugar primerísimo grandes trabajos
arqueológicos. Un interesante y ameno resumen de esta
obra ha sido publicado recientemente por el autor mismo
en la Colección “Laye” , de Barcelona. Otro trabajo
importantísimo que lleva a cabo es la publicación
sistemática de las Fontes Hispaniae antiquae, ya casi
completas; los textos clásicos referentes a España
aparecen aquí por primera vez, constituyendo un
instrumento de trabajo útilísimo. Tartessos recoge los
resultados de las investigaciones de Schulten en lo
referente a esta fabulosa ciudad e imperio del valle del
Guadalquivir; su 2a edición ha aparecido en 1950. Los
cántabros y astures y su guerra con Roma (1943)
constituye un estudio muy completo de las poblaciones
del norte de España en la época de la conquista romana;
de esta obra hay una reseña en Emerita (1946, págs.
385-387).
W. Jaeger se ha dedicado a estudiar diversos
aspectos de la cultura helénica, consiguiendo obras

176-177
excelentes. Sus libros más importantes son Demóstenes
(1938-1939); hay una traducción al italiano de 1942;
Diocles de Caristo La medicina griega y la escuela de
Aristóteles (1938); Paideia; Los ideales de la cultura
griega ha sido la obra de Jaeger más comentada y
discutida; consta de tres volúmenes, el primero de los
cuales se publicó en 1934; ha sido traducida al inglés (I,
1939; II, 1944; III, 1944-1945), y la última versión al
español se ha hecho en Méjico (1945). Gran
trascendencia ha tenido su Aristóteles (1923), cuya
traducción al inglés ha alcanzado ya dos ediciones. Otras
obras son La teología de los primitivos filósofos griegos
(1947), con reseña en Emerita (1950, págs. 514-574);
Humanismo y Teología (1943), etc.
La Historia de la literatura griega, del Manual de la
ciencia de la Antigüedad, de I. Müller, es obra de W.
Schmid y O. Stählin; viene publicándose desde 1929.
M. Polhenz ha estudiado magistralmente diversos
temas de las culturas clásicas. Sus obras más notables
son: Heródoto, el primer historiador de Occidente (1937);
Hipócrates (1937); La tragedia griega (1930); El hombre
helénico (1947). Es editor de Cicerón.
La misma diversidad de temas se observa en E.
Bethe, como indican los títulos de sus obras: Descripción
genealógica e historia de las familias entre romanos y
griegos (Munich, 1935), y El libro en la Antigüedad,
publicación postuma, de 1945. Ha trabajado también
sobre Homero.
W. Otto, profesor de Historia antigua en la
Universidad de Munich, dirige la edición, en publicación,
del Manual de la ciencia de la Antigüedad, ya aludido
varias veces, que fundó I. Müller. Tiene una obra

177-178
importante sobre religión griega, Los dioses de Grecia, y
además ha estudiado con profundidad sobre todo los
reinados de los Tolomeos; en este terreno podemos
señalar dos libros: Ptolemaica (1939) y Para la historia
del ocaso del imperio de los Tolomeos, Contribución a la
época del reinado de los Tolomeos VIII y IX (1938), en
colaboración con H. Bengtson. A este último autor se
debe la Historia de Grecia (1950), del Manual de I.
Müller. En 1949 publicó una introducción a la historia
antigua, manual de gran utilidad; está reseñado en
Emerita (1950, págs. 511-512).
E. Burck ha trabajado en el terreno del latín,
editando los libros l-X de Tito Livio en 1947. Es digno de
citarse su escrito Los valores de la Roma antigua en la
literatura augústea, incluido en la publicación Problemas
de la renovación augústea (1938) reseñada en Emerita
(XII, 1944, págs. 387-389).
F. Altheim es figura de primerísimo orden. Sus
actividades son variadas, y en todas ellas ofrece
fecundas novedades. Obras históricas son Los
emperadores soldados (1939); Italia y Roma (1942); La
crisis del mundo antiguo en el siglo III y sus causas ; los
tomos primero y tercero aparecieron en 1943; ya en 1952
ha visto la luz una redacción ampliada de esta obra, en
dos tomos, bajo el título Decadencia del mundo antiguo ;
en 1951 han aparecido el tomo primero de su Historia de
Roma y una Historia de la lengua latina desde los
orígenes hasta el comienzo de la literatura. Está en
publicación Historia general del Asia en la época
helénica; la primera parte apareció en 1947; Épocas de
la historia romana, I. Desde los comienzos hasta el
principio de la dominación mundial (1934); II. Dominio del

178-179
mundo y crisis (1935). Su Historia de la religion romana
ha dado a ésta una independencia histórica respecto de
la griega, que hasta entonces no había sido reconocida;
ha sido traducida al inglés en Nueva York, en 1938.
Terra Mater es otra de sus obras del mayor interés. Los
trabajos de Altheim en varias revistas son también de
gran trascendencia, y hay que mencionar los más
importantes: Las pinturas rupestres de Val Camonica
(1939); De las causas de la grandeza de Roma, en Neue
Rundschau, XLVIII (1937, págs. 236-258); Nuevas
investigaciones para la historia romana Calimaco y la
historia de Roma (1938), contribución al estudio del siglo
IV, la época más oscura de la historia de Roma,
mostrando que en las Aitia, de Calimaco, se tratan
algunos elementos de ese período; La lucha en torno a la
religión antigua, en Europ. Revue, XIII (1937, págs. 481-
484); Sol inuictus (1939), donde se trata de la influencia
de las religiones orientales en los medios imperiales de
Roma, y especialmente de la creación del Sol inuictus,
por Aureliano; en español tenemos El sacrificio de los
decios, en Investigación y Progreso (1942, nos. 1 y 2,
páginas 9-14).
E. Buschor ha trabajado sobre todo
arqueología griega. La plástica de los griegos (1947, 3a.
edición) es su obra de carácter más general en este
terreno; además ha redactado numerosas monografías y
memorias. También se ha ocupado de cuestiones de
literatura griega: Las danzas de los sátiros y el drama
primitivo (1943), y ha publicado una traducción
comentada de la Ifigenia en Táuride, de Eurípides, en
1946.

179-180
La tarea de presentar ordenados los fragmentos
de los historiadores griegos, realizada ya por C. y Th.
Müller en el siglo pasado (§ 81), ha sido reemprendida
por F. Jacoby. La última parte de este trabajo es de
1950.
M. Gelzer se ha dedicado a la historia y literatura
de Roma: César, político y hombre de Estado (1941); Del
Estado romano. Para la historia política y social de la
República romana (1944). En 1946 publicó una selección
de las obras de César, y en el mismo año una edición de
la Conjuración de Catilina y la Guerra de Yugurta, de
Salustio.
L. Deubner, profesor en Berlín, ha publicado un
excelente libro sobre un aspecto monográfico de la
religión griega, Las fiestas áticas. Más recientemente ha
ampliado un punto del mismo tema en La fiesta ática de
la vendimia (1947).
§ 84. Francia. La filología francesa ha llegado en
nuestro siglo a competir con la alemana, moviéndose, no
obstante, como la de todos los países, en las direcciones
marcadas por ésta en el siglo pasado principalmente.
Una publicación que por su perfección en todos
los sentidos demuestra hasta qué grado llegan los
estudios clásicos en Francia, es la monumental
Colección de clásicos Guillaume Budé. También merece
una especial mención, por su inapreciable utilidad, la
Colección de Bibliografía clásica, publicada por la
Sociedad de Bibliografía Clásica bajo la dirección de su
fundador J. Marouzeau. Esta publicación ha resuelto
prácticamente el grave problema de la documentación en
medio de la progresiva acumulación desmesurada de
obras de filología clásica. En ella se hallan recogidas,

180-181
ordenadas sistemáticamente y, en parte, brevemente
extractadas, las publicaciones de los años 1896 a 1948;
enlaza así con la Bibliotheca scriptorum classicorum, de
Klussmann, cuya fecha más avanzada es 1896.
J. Marouzeau es latinista, de la escuela de París,
formada principalmente alrededor de A. Meillet. De sus
obras mencionaremos el Tratado de estilística latina,
cuya 2a edición es de 1946; introducción al latín (1941);
Recreaciones latinas (1940). En la Colección Guillaume
Budé edita y traduce las comedias de Terencio: La
andriana y El eunuco aparecieron en un primer tomo en
1942; de este volumen hay reseña en Emerita, XIII
(1945, págs. 348-351); en 1946 apareció el tomo
segundo con el Heautontimoroumenos y el Formión.
Marouzeau fundó la Sociedad de Estudios Latinos, que
en 1943 le ofreció un Memorial de los estudios latinos.
En fechas más antiguas trabajó A. Puech,
helenista, cuya Literatura griega cristiana (1928-1930) es
muy digna de estima.
Helenista también, a V. Coulon se debe una
edición de Aristófanes, que es sin duda la más perfecta
que se ha hecho hasta la fecha.
J. Carcopino ha destacado principalmente como
historiador de Roma: en la Historia general publicada
bajo la dirección de G. Glotz ha redactado, en
colaboración con G. Bloch, la parte correspondiente a La
República romana de 133 a. de J. C. a la muerte de
César (1940): de este tomo hay una reseña en Emerita
(1946. página 338). Su obra más difundida es La vida
cotidiana en Roma en el apogeo del imperio (1939); fue
traducida al inglés en 1940. Pero, sin duda, donde está la
mayor trascendencia de Carcopino es en el estudio de la

181-182
religión romana: Aspectos místicos de la Roma Pagana
(1941). Otras obras, Los secretos de la correspondencia
de Cicerón (1947); Marruecos antiguo, etc.
Más variada es la actividad de J. Bidez. En 1930
publicó una obra definitiva sobre Juliano el Apóstata. En
1938, en colaboración con F. Cumont, Los magos
helenizados. Zoroastro, Osianés e Histaspo según la
tradición griega. De 1939 es Eos o Platón y el Oriente.
Otros estudios de literatura griega. Un singular naufragio
literario en la Antigüedad. En busca de las cenizas del
Aristóteles perdido (Bruselas, 1943) y Una anatomía
antigua del corazón humano. Filistión de Locres y el
Tímeo de Platón, en colaboración con G. Leboucq, en la
Revue des Études Grecques (1944, págs. 7-40). Bidez
ha trabajado también en arqueología griega, colaborando
en la importante publicación de la Gran Escuela de Altos
Estudios, Estudios de arqueología griega (1938).
F. Cumont, belga, se ha especializado
cuestiones de historia religiosa. Es muy importante su
obra Religiones orientales en el Imperio romano (1906);
también son notables sus Investigaciones sobre el
simbolismo funerario de los romanos (1942).
A. Dain es más filólogo en el sentido estricto. Se
ha dedicado principalmente a la paleografía. También ha
cultivado la historia textual: Historia del texto de Eliano
Táctico desde los orígenes hasta el fin de la Edad Media
(1946), y ha hecho valiosas ediciones: Naumachica,
textos en parte inéditos (1943); Sylloge Tacticorum
(1938); Leonis Sapientis Problemata (1935), etc. Otros
estudios, El extracto táctico sacado de León el Sabio
(1942); La táctica de Nicéforo Urano (1937). Más reciente
es su libro Los manuscritos (1949), donde expone ¡deas

182-183
generales sobre la tradición manuscrita e historia de los
textos y principios de crítica textual; está reseñado en
Emerita (1950, págs. 512-514).
La Escuela francesa de Atenas ha llevado a cabo
importantes tareas arqueológicas que han hecho
progresar notablemente nuestros conocimientos. Son
dignas de mención las investigaciones en Creta, en las
que se ha distinguido, entre otros, un notable arqueólogo,
F. Chapouthier.
A. J. Festugiére ha hecho numerosos estudios en
el campo de la cultura griega. Citaremos La revelación de
Hermes Trismegistos, I: La astrologia y las ciencias
ocultas (1944); El griego y la Naturaleza (1946); El
infante de Agrigento (194|); Epicuro y sus dioses (1946);
Contemplación y vida contemplativa según Platón (1936);
Libertad y civilización entre los griegos (1947); su libro
sobre Sócrates ha sido traducido al español en Buenos
Aires en 1943. En la Colección Guillaume Budé se le
debe la traducción del Corpus Hermeticum, en la edición
del mismo hecha por A. D. Nock (1945). Ha redactado la
parte correspondiente a la religión griega en la Historia
general de las religiones, dirigida por M. Gorce (tomo II,
1944).
También es helenista R. Flaceliére. Sus ediciones
de Plutarco son notables (cfr. A. Tovar, Emérita, XII,
1944, página 158): Sobre la desaparición de los oráculos,
con traducción y notas (1947). Es digno de mención su
estudio Los etolios en Delfos. Contribución a la historia
de la Grecia central en el siglo III a. de J. C. (1937).
P. Jouguet se ha dedicado también a la cultura
helénica. Ha colaborado en publicaciones de papiros.
Entre sus estudios, son notables La Atenas de Pericles y

183-184
los destinos de Grecia (1941); Tres estudios sobre el
helenismo: El imperio de Alejandro El Estado egipcio
tolemaico. El destino de Alejandría (1944); Historia del
Derecho público del Egipto antiguo (1943).
P. Th. Camelot es especialista en literatura
patrística. Ha hecho la edición, con traducción y notas,
de Atanasio, Contra los paganos y Sobre la Encarnación
del Verbo, en la Colección Sources chrétiennes (XVIII,
1947). De 1945 es su estudio Fe y Gnosis, introducción
al estudio del conocimiento místico en Clemente de
Alejandría.
Gran figura dentro de la escuela de París es el
latinista A. Ernout. Son abundantes sus ediciones de
clásicos latinos; en la Colección Guillaume Budé ha
editado y traducido a Plauto, a Salustio (completo; 1946)
y a Plinio el Viejo, Historia Natural, Libro XI, en
colaboración con R. Pépin (1947); ha hecho una Reunión
de textos latinos arcaicos (París, 1947 la última edición),
de utilización necesaria para el estudio de la lengua
latina arcaica. Ha traducido a Lucrecio, De la Naturaleza
(París, 1947). Sobre Lucrecio ha publicado además un
estudio (Bruselas, 1947); otro de sus estudios sobre
literatura latina es Poesía latina (Montreal, 1945). En
gramática, su Morfología histórica del latín (París, 1945,
la última edición) es un compendio indispensable para la
introducción al estudio histórico de la lengua latina. De
una recopilación de trabajos suyos, con el título
Philologica, ha aparecido la primera parte (París, 1947).
En 1940 se publicaron Estudios de Filología, Literatura e
Historia antiguas, ofrecidos a él.
V. Berard ha destacado en literatura griega,
especialmente en cuestiones homéricas. Su introducción

184-185
a la Odisea es una gran obra, muy conocida y con razón
estimada. En 1942 se publicó en París su traducción de
la Odisea.
También en autores griegos ha trabajado P.
Mazón. Ha publicado ediciones de Esquilo (completo;
1947); Sófocles, Antigona (1947), y ha colaborado con P.
Chantraine y otros helenistas en una excelente
publicación, Introducción a la llíada (1942); de ella hay
reseña en Emérita, XIII (1945, págs. 351-355).
P. Chantraine, de la escuela de París, es
principalmente lingüista dentro de los estudios griegos.
Su Gramática homérica (fonética y morfología) (1942) es
publicación muy meritoria; está reseñada en Emerita, XIII
(1945, págs. 335-337). En 1945 se publicó su Morfología
histórica del griego, manual paralelo al de Ernout para la
morfología latina.
Latinista es M. Niedermann. Ha editado a Plauto
en Editiones Helveticae, serie latina: Aulularia,
Menaechmi, Mostellaria aparecieron en 1946. También
es autor de un manual de introducción a las lenguas
clásicas, Compendio de fonética histórica del latín (1945,
la última edición). En 1944 se le ofrecieron unos Estudios
con ocasión de su 70 aniversario.
Los hermanos A. y M. Croiset han escrito una
Historia de la literatura griega, muy conocida y difundida,
y cuyos puntos de vista han alcanzado una gran
popularidad: muestra de ello es el hecho de haber sido
traducida recientemente, en 1946, al griego moderno. M.
Croiset es, además, autor de otras obras interesantes: La
civilización de la Grecia antigua (1943); La República de
Platón. Estudio y análisis (1946), y de ediciones de

185-186
Platón: Apología de Sócrates (1947), Eutifrón (1946) y
Critón (1946).
J. Charbonneaux es autor de una obra importante
en el terreno de la historia del arte: La escultura griega
clásica ; la primera parte se publicó en 1944, la segunda
en 1946. En la ya mencionada Historia general de las
religiones, publicada por M. Gorce y R. Mortier, ha
colaborado en la parte correspondiente a Grecia y Roma
(1944) con M. P. Nilsson (§ 85), A. J. Festugière y P.
Fabre, elaborando él La religión egea prehelénica.
§ 85. Otros países. En Italia también ha
alcanzado un elevado nivel la nueva filología. La
colaboración de la lingüística en ella, en el sentido
representado en Alemania por Curtius, y después por
Kretschmer y la revista Glotta (§ 83), una de las
tendencias que mejor definen la actualidad filológica,
tiene un buen representante en Italia, F. Ribezzo;
también ha fundado una revista de gran prestigio, Rivista
indo-greco-italica, que inició su publicación en 1917.
En E. Pais tenemos un notable historiador de
Roma. En la ya mencionada Historia general, dirigida por
G. Glotz (§ 81, J. Carcopino), ha redactado, en
colaboración con J. Bayet, la parte correspondiente a
Historia romana desde los orígenes a la terminación de la
conquista (133 a. de J. C.), 1940; en Emerita (1946, pág.
338) hay una reseña de este trabajo. Pero la obra que
más ha absorbido la actividad de Pais, de carácter
monumental, es una Historia de Roma que inició su
publicación en 1926; de ella hay una serie de cinco
volúmenes, que comprenden Desde los orígenes hasta el
comienzo de las guerras púnicas, y dos volúmenes;

186-187
Durante las guerras púnicas. En 1933 publicó una
Historia de Italia antigua.
En cambio, R. Sabbadini no se salió de la filología
estricta. Ha cultivado con gran acierto la historia textual.
Editó a Virgilio en 1930, y esta obra suya sigue siendo un
modelo, como lo prueban posteriores reediciones.
G. Devoto es un gran lingüista que se
dedicado al latín, redactando un libro fundamental,
Historia de la lengua de Roma (1940).
También es lingüista G. Pasquali, pero sus
actividades que más nos interesan están dentro de la
filología estricta: Historia de la tradición y crítica del texto
(1934); ha reeditado en 1941 la gran obra de D.
Comparetti Virgilio en la Edad Media.
E. Bignone se ha dedicado a las literaturas
clásicas: Historia de la literatura latina I: Originalidad y
formación del espíritu romano. La épica y el teatro de la
época de la República. II: La prosa romana hasta la
época de César Lucilio. Lucrecio. Catulo (1946, la 2a.
edición). Un tratado completo de la misma materia es El
libro de la Literatura latina I: La Literatura de la época de
la República (4a. edición, 1947) II. La literatura de la
época imperial hasta toda la época de Trajano.Ill: La
Literatura de la época imperial desde Adriano hasta el
final de la edad clásica (2a. edición, 1947); contiene
además la obra una excelente selección de textos latinos
traducidos. Un intento semejante para la literatura griega
es El libro de la Literatura griega (1940). Un libro
fundamental es Aristóteles perdido y los orígenes del
pensamiento de Epicuro (1937). Son magistrales sus
traducciones de los trágicos griegos en verso italiano:
Sófocles, en 1939; Esquilo, en 1938.

187-188
También E. Buonaiuti ha hecho estudios literarios
y de historia religiosa: Gnosis cristiana (1946); Amor y
muerte en los trágicos griegos (1944, 3a. edición). En su
obra Los maestros de la tradición mediterránea (1945)
hay buenos estudios sobre Pitágoras, Heráclito,
Sócrates, Platón, Aristóteles, Cicerón y San Agustín.
A. Rostagni es especialista en literatura latina. Es
fundamental su obra La Literatura de Roma republicana y
augústea (1939). Ha editado y traducido la
Apocoloquintosis del divino Claudio, de Séneca (1944), y
en la misma fecha ha hecho una edición comentada de
Suetonio, De poetis, y los biógrafos menores (Probo y
Vacca).
También son dignas de notar las ediciones de N.
Terzaghi: Saturarum reliquiae, de Lucilio (1944, 2a.
edición); Hymni et opuscula. I: Hymni, de Sinesio (1939);
Liber memorialis, de Lucio Ampelio (1947).
Perrotta inició en 1940 la publicación de una
Historia de la literatura griega con la primera parte: La
época jónica, muy valiosa.
En Inglaterra se ha distinguido un gran latinista, W.
M. Lindsay (1853-1937). Sus trabajos más conocidos y
valiosos son sin duda los referentes al latín arcaico:
Primitivos versos latinos (1921); Sintaxis de Plauto
(1907); de carácter más general, pero no menos
importante, es su Lengua latina (1894). Ha cultivado
también la crítica textual, Introducción a la crítica de los
textos latinos.
W. Fowler ha hecho estudios sobre la cultura
romana: Fiestas romanas (1933); Roma, cuya 2a. edición
ha aparecido en 1947.

189-
En los Estados Unidos, la filología ha adquirido en
nuestro siglo plena vitalidad. Ya en 1901 se publicó allí
un libro importante, Principios y métodos en la Sintaxis
latina, de Morris.
Bennet publicó en 1910-1914 una obra de
conjunto fundamental, Sintaxis del latín arcaico.
También en el terreno del latín ha trabajado W. A.
Oldfather. Ha colaborado en la elaboración de un Index
verborum Ciceronis epistularum, publicado en 1938, y en
unos Estudios sobre la tradición del texto de las Vitae
Patrum, de San Jerónimo (1943).
En cambio, C. D. Buck ha trabajado de
preferencia en el griego; es uno de los principales
investigadores en el terreno de la dialectología griega.
Muy útil es un índice de nombres y adjetivos griegos,
ordenado por terminaciones (1945), que compuso en
colaboración con W. Petersen.
La arqueología, sobre todo la griega, es muy
cultivada en los Estados Unidos. Baste citar, como
muestra, las excavaciones organizadas por la
Universidad de Nueva York en Samotracia. En esta rama
ha destacado, entre otros, G. M. A. Richter, autor de
numerosas publicaciones: las de carácter más general
son Kouroi. Estudio del desarrollo del kouros griego
desde el siglo VII hasta comienzos del V (1943); Pintura
griega. El desarrollo de la representación pictórica desde
la época arcaica hasta la grecorromana (1944); Retratos
romanos (I y II, 1941), además de monografías y otras
obras.
En Suecia también se ha desarrollado mucho la
nueva filología. La revista Eranos, fundada por W.
Lundstróm, es de las más prestigiosas. Lundstróm (1870-

190
1940) es autor de una excelente edición de Columela
que quedó incompleta.
E. Löfstedt es latinista. Su obra de mayor
trascendencia son las Syntactica. Estudios y
contribuciones a la Sintaxis histórica del latín (1928-
1933); de la primera parte, Sobre algunas cuestiones
fundamentales de la Sintaxis nominal latina, salió la 2a
edición en 1942; es también importante su Comentario a
la Peregrinatio Aetheriae, uno de los mejores estudios
que se han hecho sobre latín vulgar. En 1945 le han sido
dedicados unos estudios filológicos.
Muy distinto es por sus actividades M. P. Nilsson,
autorizado especialista en religión griega; su principal
aportación al estudio de ésta es la gran importancia que
concede a los substratos de Grecia en su formación. Es
autor de la Historia de la religión griega, incluida en el
Manual de la ciencia de la Antigüedad de I. Müller, cuya
primera parte apareció en 1941, y la segunda en 1950.
En la Historia general de las religiones, dirigida por M.
Gorce, ha redactado la parte correspondiente a la
mitología griega en el tomo II, aparecido en 1944. De
carácter más limitado es su obra La religión popular
griega (1946); la que representa lo más característico de
sus tendencias es El origen micénico de la religión
griega.
M. I. Rostovtzev, ruso, es un gran historiador. Su
obra más difundida y meritoria es la Historia social y
económica del imperio romano. Un paralelo de ella es la
Historia social y económica del mundo helenístico (1941 ),
reseñada en Emerita, XIII (1945, págs. 360-363). Otro
ambicioso y logrado intento supone su Historia del

191-192
mundo antiguo: I. Oriente y Grecia. II. Roma (publicada
en alemán en 1946-1947).
El polaco Th. Zielinski ha publicado varias obras
interesantes; de las más notables es Horacio y la
sociedad romana del tiempo de Augusto, editada en
lengua francesa en París (1938); fue reseñada en
Emerita, XII (1944, págs. 182-184).
K. Kerényi, húngaro, es autor de muy numerosos
y valiosos libros en el campo del helenismo; ha dedicado
su actividad sobre todo a estudios de religión y literatura
griegas. Citaremos El gran daimon del Simposio (1942);
Pitágoras y Orfeo (1940, 2a. edición, que lleva un
apéndice sobre La doctrina de la metempsicosis en
Ennio)] Mitología y gnosis (1941); Introducción a la
esencia de la mitología (1942), en colaboración con C. G.
Jung; Los misterios de Eleusis (1941); La religión antigua
(1942); Apolo. Estudios sobre la religión y humanidad
antiguas (1937); Hermes, el guía de las almas (1944);
Hijas del sol. Consideraciones sobre divinidades griegas
(1944); Prometeo, el mitologema de la existencia
humana (1946); El nacimiento de Helena, reunión de
estudios humanísticos de los años 1943-1945 (1945).
Ha llamado la atención sobre Bachofen (§ 81) en su libro
Bachofen y el porvenir del Humanismo (1945).*

* Kroll, Wilhelm (1953). Historia de la Filología clásica. Barcelona.


Editorial Labor. Col. Labor. Sección III. Ciencias Literarias No. 149. 3a ed.

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