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Gabriela Mistral y Pablo Neruda

¿Amigos distantes?

La pregunta parece extraña. Todos sabemos -o creemos- que fueron amigos cercanos, aunque se
vieron poco. Los separaban unos quince años y eso en la juventud es mucho; cuando Gabriela era
una esforzada “escuelera” en La Serena, Neruda recién nacía en Parral.
Una amistad brotada en la juventud se mantiene por años y decenios, no siempre de manera
continua. Son cercanías que van más allá de la presencia física y reaparecen cuando, por
casualidad, compromiso y a veces por necesidad, se reanudan, como si no hubiera pasado nada.
Las cartas y las opiniones públicas, en el caso de los escritores, sirven de puentes y señales de
presencia. Gabriela Mistral contaba que en el gobierno de Gabriel González Videla (1946-1952) se
le había ordenado, como a todos los funcionarios diplomáticos en el exterior, que cerrara las
puertas a Neruda. Ella se negó. Cómo hacerle eso a un amigo próximo, que además era un gran
poeta y un chileno perseguido, había sido su respuesta.
En ese tiempo, Gabriela vivía en Rapallo, Italia, como cónsul y parece seguro que Neruda la visitó
para agradecerle su apoyo ante la persecución de que era objeto. Gabriela solidarizaba con el
poeta por diversas razones: su cercanía personal con Neruda, a quien conocía desde adolescente,
respeto y admiración por su poesía y, sin duda, por coincidencia política, al considerar a Neruda
víctima de la arbitrariedad del gobierno de Chile alineado con un anticomunismo cerril, impuesto
desde Estados Unidos. Gabriela, además, no escondía su oposición el presidente de la República.
Hay testimonios que en su casa de Rapallo sus visitas podían leer El Laval chileno, un panfleto de
denuncia que circulaba en Chile y más allá. El nombre aludía al político francés fusilado por
colaborar con los nazis.
Con todo, los discursos de Neruda en homenaje a Gabriela con motivo del Premio Nobel y doce
años más tarde, cuando falleció, son definitivamente convencionales, como preparados por
obligación. Tampoco sus opiniones parecen apreciar y destacar lo suficiente la trascendencia
literaria y cultural de la obra de Gabriela Mistral.
Neruda, había conocido a Gabriela cuando ella era directora del liceo de Temuco, y él era un
adolescente silencioso y tímido. Recordaba su figura, que le parecía imponente y bella, con una
sonrisa iluminando un rostro suavemente tostado. La admiraba desde lejos y le costó hablarle por
primera vez. Ella le prestó libros, especialmente de los grandes escritores rusos. Y hasta leyó
alguno de los versos del poeta en ciernes. Gabriela, a esas alturas era una educadora conocida, y
sus Sonetos de la muerte la habían hecho famosa. Neruda más tarde los colocaría entre las
cumbres de la poesía.
Retrocedamos. Neruda frecuentó poco a Gabriela en el liceo. Más tarde, cuando se había ido a
México a comienzos de los años veinte, invitada por su gobierno y el ministro de Educación, José
Vasconcelos, Neruda (que todavía no se llamaba así y colaboraba en la revista Claridad) escribió un
par de notas sobre la obra de Gabriela, en especial sobre Desolación, que no fueron olvidadas por
ella.

ADMIRACION MUTUA
Se escribían al parecer rara vez, y probablemente más ella que él, reacio a las cartas. Pero es claro
que sabían lo que estaba haciendo cada uno. La obra de Mistral trascendía en América y, desde la
distancia, seguía de cerca lo que pasaba en Chile. Estaba al día en libros, revistas y publicaciones,
como, por ejemplo, Crepusculario, los Veinte poemas y otros libros iniciales nerudianos.
La diferencia de edad que pesaba mucho al principio fue suavizándose. Y pareció que
desaparecería. Neruda después de sus años en Extremo Oriente regresó a Chile casado con María
Antonieta Haagenar. Gabriela ya era una educadora famosa y una escritora de gran nivel. Había
publicado Desolación y Ternura. En 1932 ó 1933 coincidieron en España. Ella como cónsul en
Madrid, y Neruda recién llegado con nombramiento para Barcelona, que se resistió a cumplir
porque lo fascinaba Madrid, centro de la actividad intelectual y artística y de los más connotados
poetas que saludaron su llegada como un acontecimiento memorable: lo que no había ocurrido
con Gabriela, genuinamente modesta.
En 1935 Gabriela publica un Recado sobre “Pablo Neruda y Residencia en la tierra”. Con gran
penetración descubrió las claves de esa poética todavía sospechosa por su atrevimiento y zonas
oscuras, destacando como culminación los Cantos Materiales: Entrada a la madera, Apogeo del
apio y Estatuto del vino, textos que lo convertían para ella en “formidable poeta” ya que “podrían
cumplir por la poesía completa de un pueblo joven”. Una opinión entusiasta y generosa que
mantuvo siempre y acrecentó, al punto que cuando habiendo ganado el Premio Nobel,
entrevistada por una revista inglesa, expresó que quien merecía efectivamente el premio era su
compatriota, Pablo Neruda.
En Madrid entre 1934 y 1937-8 pudieron encontrarse y conversar, seguramente en casa del
diplomático Carlos Morla Lynch, siempre abierta para los artistas e intelectuales chilenos. No
parece, sin embargo, haber recuerdos de la presencia de la Mistral en la Casa de las Flores, en el
barrio de Arguelles donde las fiestas y la bullente sociabilidad de Neruda y sus amigos iluminaban
la noche. Por razones de carácter y de trabajo, Gabriela tomaba más en serio su consulado y
además, trataba de mantener al día la correspondencia con múltiples amigos de América Latina y
otros países y no interrumpía los envíos de artículos para diarios y revistas del continente,
incluyendo El Mercurio, que la ayudaban a vivir. Todo esto, además, duró muy poco.
Estalló un escándalo cuando en Chile se hizo pública una carta privada de Gabriela que criticaba
sin lástima a los españoles por su afición al dinero, molicie, maledicencia y hasta sus hábitos. El
escándalo atravesó el océano. Se sumó a la molestia que habían provocado opiniones de Gabriela
criticando la conquista española en el continente americano y la destrucción de las culturas
indígenas. El gobierno de Chile debió removerla, designándola cónsul en Portugal, con sede en
Oporto. Gabriela resintió mucho la medida y asumió una actitud distante de España y los
españoles. Estuvo ajena a las conmociones políticas que acompañaron la instauración de la
República española, a la represión en Asturias y al triunfo del Frente Popular. Siguió desde
Portugal, donde imperaba un fascismo pechoño, el alzamiento fascista de los militares que
contaron con la ayuda de Alemania nazi y la Italia de Mussolini. Gabriela simpatizaba
decididamente con los republicanos, y vivió conmocionada por la brutalidad del enfrentamiento y
la implacable voluntad homicida de los fascistas.
Salió de Portugal en 1938 con rumbo a Argentina, invitada por su amiga Victoria Ocampo. En
Buenos Aires se publicó Tala, considerado por muchos la culminación de su obra. Fue también un
aporte a la causa de la República española. Todos los derechos del libro se destinaron, con la
aprobación de su editora Victoria Ocampo, para ayudar a los niños vascos separados de sus
madres para salvarles la vida. Nunca más volvió a España.
Hubo otra señal. En abril de 1939, en el Repertorio Americano, que se publicaba en San José de
Costa Rica, apareció Recuperación de Pablo de la Torriente, homenaje a la memoria de un joven
dirigente comunista cubano muerto en España luchando contra el fascismo. Un joven que -como
escribió “supo antes que nosotros la tragedia que venía en avalancha sobre el mundo, entendió
antes que nosotros que una aplanadora infernal venía cogiendo en sus rodillos los pocos logros
alcanzados por el hombre liberal o cristiano; adivinó como el indio, por un vago temblor del suelo,
que llegaba el trance de esconderse en las matas como la bestia miedosa o dar cara al horror”. Y
concluye: “Si este mundo satánico, de hierro color pardinegro, color de fiera que desea darnos, se
disuelve como una pesadilla antes de cuajar; si esa invención de calenturas pasa no más que como
un cometa vesánico, cortando nuestro aire y no se queda sino que va a disolverse en el espacio,
entonces tú has logrado tu faena en la Europa entera. Pablo, el sacrificado, buen Hércules
limpiador de los pesebres de Augías, generoso La Torriente, hijo de Cuba”.

JUICIOS DE NERUDA
Después de eso, Gabriela pareció desentenderse de España. Tal vez le seguía doliendo su ruptura
con Unamuno por su desprecio hacia los indígenas americanos. La ausencia del tema parece total
en su obra publicada hasta ahora.
Para Neruda, en cambio, España, García Lorca, Miguel Hernández y la guerra civil fueron decisivos.
En una entrevista para ABC en 1964 dijo: “Casi todo lo que he hecho después en mi poesía y en mi
vida, tiene la gravitación de mi tiempo en España”.
En 1970, Neruda fue entrevistado largamente por la periodista argentina Rita Guibert y habló más
profundamente sobre Gabriela Mistral, recordando que ella la prestó libros de los grandes, algo
natural -dijo- porque era una gran lectora de novelas y libros de geografía. Se extendió en sus
recuerdos y en un breve análisis personal y literario: “Fue una intensa creadora. En general, es
incomprendida por la gente literaria de nuestra época. Gabriela Mistral es una escritora de lo más
valioso de nuestra literatura latinoamericana, una poeta desigual con grandes bajas y grandes
alturas, pero que tiene una vitalidad y una violencia verbal que supera a todos sus
contemporáneos en idioma español. Sobre todo los poemas de su primera época, la época de los
Sonetos de la muerte y otros poemas de su libro Desolación, difícilmente encuentran parangón en
la lengua española, a no ser en los sonetos de Quevedo, con el cual se parece a ratos por su
extraordinaria y volcánica fuerza, por su magnitud y profundidad emotiva. Yo la tengo en gran
estima, -añadió- y me parece que la gente literaria de hoy no nombra casi a Gabriela Mistral, un
poco porque no está de moda y mucho porque no la conocen. Ella fue también, a su manera, una
humanista. Una persona de gran primitivismo emocional, una autodidacta, pero una autodidacta
que logró elaborar, fabricarse un lenguaje a través de todas las dificultades. El lenguaje poético y
en prosa de Gabriela Mistral, es extraordinario y tiene un valor incalculable. Es sobre todo una
gran enseñanza, porque de sus defectos ella sacó su estilo, insistiendo en sus mismos obstáculos
de expresión. Las dificultades que encontraba en su forma de expresarse dieron una marca a su
estilo que corresponde a una grandeza increíble”.

DIFERENCIAS Y APROXIMACIONES
A juzgar por esas palabras, es posible afirmar que Neruda tenía dudas del real valor de la poesía de
Gabriela y que no conocía suficientemente su prosa y menos su contenido, profundo y lleno a
inteligencia y apertura hacia los más variados temas. Sin perjuicio de lo cual admiraba la voluntad
y el genio de Gabriela, su compromiso con los pobres y los indígenas. Curiosamente, ni las ideas
políticas ni la religión fueron motivos de alejamiento, Ni la pasividad de Gabriela en la guerra civil
española, ni su oposición a la invasión de Finlandia en vísperas de la segunda guerra mundial por
los soviéticos, a quienes Neruda admiraba. Tampoco lo fueron las distintas preferencias literarias y
menos las ideas religiosas de Gabriela, variables y heterodoxas mientras Neruda se parapetaba en
el materialismo ateo. Incluso no los apartaron las ideas políticas. Gabriela se movió hacia el
socialcristianismo de Maritain, que en Chile estaba representado por figuras como Eduardo Frei y
Radomiro Tomic, mientras Neruda profundizaba su compromiso con el Partido Comunista.
Eran diferencias muy grandes que explicarían un distanciamiento y hasta la ruptura. Los unía, sin
embargo, el recuerdo de los años de juventud, la necesidad de luchar por la causa de los pobres -
entre los cuales los indígenas eran los más oprimidos- y el sentimiento antimperialista ligado a la
causa de la paz. En pleno macartismo, Gabriela Mistral, residente en Estados Unidos, publicó La
palabra maldita, notable contribución a los movimientos de partidarios de la paz que a comienzos
de los años de 1950 movilizaron a millones de personas.
Fueron amigos, aunque sus personalidades eran muy distintas y a veces fueron distantes. Vidas no
paralelas, separadas por quince años cronológicos. También por diferentes temperamentos,
educación y convicciones religiosas. Separados también por el virtual autoexilio de Gabriela, desde
1922 hasta su muerte en 1957, interrumpido solo por breves visitas a Chile.

Hernán Soto

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 809, 25 de julio, 2014)

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