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Egipto I
Tutankamón, faraón perteneciente a la dinastía XVIII de Egipto, que reinó de 1336/5 a 1327/5 a. C
La pregunta central que el ser humano siempre ha formulado está vinculada a su propio misterio. ¿Quién soy?
¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?, lo que significa, en definitiva, qué es el Ser Humano. Cuando los sofistas
griegos decían que “el Hombre es la medida de todas las cosas” decían una verdad a medias, una verdad “para
el ser humano”, que es quien hace la pregunta.
Todos los filósofos de todas las épocas han querido encontrar en el ser humano una cualidad, un rasgo
definitivo que le identifique como tal: el pensamiento, la razón, la contrariedad en que vive sumergido, la
conciencia de eternidad, su identificación con el Misterio que llamó Dios, el lenguaje, su libertad de elegir, su
discernimiento, sus risas y lágrimas, su voluntad de Ser, su imaginación, el dominio del fuego, su capacidad
de hacer Historia, su creatividad artística, etc. Cada uno de estos filósofos eligió uno de esos rasgos
característicos y lo creyó determinante, considerando todos los demás como satélites del mismo.
La perspectiva de las antiguas civilizaciones, de raíces iniciáticas, fu bastante distinta al respecto. Ellos no
especulan sobre la Naturaleza del Hombre, exponen lo que sobre ella conocen a través de símbolos: símbolos
geométricos como la cruz, símbolos naturales como el fuego, enigmas, como la conocida pregunta de la
esfinge. la ventaja que ofrecen los símbolos es que presentan el conocimiento de forma sintética, no
discursiva. Hablan a la Intuición y cada uno de los que ante ellos está obtiene un mensaje más o menos
profundo. Su enseñanza se fija en la memoria (es sabido que la memoria no puede trabajar sin imágenes), vive
en l a Imaginación con vida propia y se convierte desde su propio mundo en semilla de futuros conocimientos,
de futuros hallazgos. Si el hombre es de hecho un símbolo, ¿cómo vamos a explicarle si no es a través de
símbolos?
H.P.Blavatsky (1831-1991) nos habla de la diferencia entre los Misterios Mayores y Menores, explicando que
en los Menores el Discípulo percibe la Realidad a través de un “velo”. Ve la Verdad como sombras más o
menos difusas a través de ese mismo velo. Y este velo es el hombre como símbolo. En los Misterios Menores
el Hombre es la medida de todas las cosas. En los Misterios Mayores nos encontramos con los “epoptai” los
videntes, los que contemplan la realidad en sí misma, los que enfrentan la verdad desnuda, sin velos.
Los egipcios expresaron en símbolos sus conocimientos sobre la Realidad. Siguiendo las claves de los
Misterios, patrimonio común de los Iniciados de todas las épocas, un mismo símbolo puede ser usado para
referirse, por ejemplo, a una verdad metafísica, teogónica, astronómica, matemática, moral, espiritual o
fisiológica. Siete, o mejor, cuarenta y nueve son las puertas para acceder a lo Real, los velos que encubren y a
la vez difunden su inefable esplendor. En este estudio vamos a referirnos a distintos símbolos con que ellos
apresaron el Misterio del Hombre, entendiendo que estos símbolos, utilizados en otras claves, nos aportan
otros significados.
Diversos filósofos, como el inolvidable Nilakantha Sri Ram (1889-1973) afirman que el Ser Humano es un
cruce, una intersección de distintas líneas evolutivas. Su unidad devendría del impacto de distintos seres de
naturalezas diversas representadas en las líneas. Es decir, que forma parte, simultáneamente, de distintas
naturalezas, que está hecho de lo uno y de lo otro, como diría Platón en el Timeo, sin que pueda prescindir de
nada, mientras sea Ser Humano.
Pero también se afirma –este filósofo mencionado, Sri Ram, así lo hace- que el ser humano es un Logos, un
punto que irradia su propia realidad, como una estrella que irradia su luz en un espacio sin límites, una
individualidad permanente, una realidad que es principio, medio y fin, y que, por lo tanto, es independiente
por completo de los vehículos que utiliza para expresarse.
Es posible que estas dos afirmaciones sean verdaderas, al mismo tiempo, por paradójico que esto pueda
resultar para nuestra razón.
Se dice que existen dos caminos para acceder a este Misterio del Ser Humano; uno está relacionado con el Ser
Humano como punto central, como luz emanada directamente del Espíritu. El acceso es vertical, y está
representado geométricamente como una pirámide con el ascenso vertical e ininterrumpido desde el centro de
la base al vértice de la misma. En este ascenso, iniciático, el Ser Humano se identifica con el Dios que en él
mora y prescinde de toda relación o identificación con su entorno. Vuelve incesantemente sobre el Fuego
Espiritual que en él alienta hasta que la Personalidad es consumida y el ser humano deviene el Dios que era.
Es la conquista ultérrima de sí mismo.
El otro camino es el que está representado por el ascenso a través de las caras de la pirámide. La búsqueda de
lo Uno a través de sus proyecciones en los arquetipos que rigen toda actividad propiamente humana: Ciencia,
Arte, Religión y Sociopolítica. Es en este camino en el que entendemos al ser humano como símbolo. En él,
el ser humano está relacionado con sus semejantes y con la Naturaleza. Su propia actividad es un lenguaje con
el que se relaciona con lo que le rodea. El hombre se conquista a sí mismo conquistando el entorno que lo
aprisiona y limita, se encuentra a sí mismo amando a su prójimo, y se conoce a sí mismo trabajando con su
circunstancia.
Si pensamos, por ejemplo, en una persona que sea a la vez padre, hijo, hermano, amigo, esposo, etc.; vamos a
entender que cada una de estas actividades requiere de él una forma distinta de ser, una actitud, un rol
diferente y en su vida asumirá cada una de estas relaciones con distintas máscaras o roles, y saltará de una a
otra, siendo siempre el mismo. No podemos entender lo que él es en sí mismo, pero si podemos entender o
intuir más bien qué es, si sumamos lo que es como hijo, como padre, como esposo, como ciudadano, y
hallamos la síntesis de todas estas imágenes distintas.
Con el Ser Humano sucede lo mismo: lo podemos entender como lo que es en sí y también como o que es en
relación con lo que le rodea. Si lo entendemos como cruce de distintas líneas, es formando parte
simultáneamente de todas estas líneas.
Esto es lo que pretende este trabajo a través del estudio de símbolos egipcios que se refieren al ser humano.
Cada uno de ellos presenta una faceta de lo que es el ser humano; todos juntos darían una visión completa,
magistral y evidente para la intuición.
El ser humano es también un dios que boga en el Nilo celeste, mientras que su sombra lo hace en las aguas de
la existencia. El ser humano es la nave, es el barquero y es el constructor de la nave. Ante la vida somos un
bloque de madera inerte, abandonado a sus corrientes; si despertamos los poderes latentes y nos modelamos
desde el interior, somos una nave de esa madera que surca esas mismas aguas hasta la fuente de la que todo
mana.
Los egipcios representan frecuentemente la proa y popa de dichas naves floreciendo en un loto. También
suele aparecer un Ojo de Horus en su proa, símbolo aquí de la visión interior que permite al Ser Humano
hallar su rumbo entre las cenagosas aguas y evitar los escollos de la existencia que precipitarían la barca y a
su morador en los espiralados torbellinos de Apap.
En el Libro de la Salida[1] del Alma hacia la Luz del Día (popularmente conocido como Libro de los
Muertos) encontramos: “asimismo (como una nave que eficaz y ligera surca las aguas) es modelado mi
ataúd[2] durante la travesía” (LVIII).
Los nombres de las distintas partes de la barca nos dan velados mensajes sobre lo que es el Ser Humano y
cómo debe trabajar su cuerpo y su psique:
Los remos son los que impulsan al Hombre contracorriente. Deben ser “Espanto” para las aguas de la vida.
Debe haber conflicto entre los remos y las aguas. Si las aguas no sintiesen espanto ante los brazos del alma
(que es lo que significan los remos), si estos ceden ante el amoroso abrazo del agua, cómo podría remontar el
Alma dichas aguas hasta llegar hasta su Padre Celeste. El jeroglífico que representa al remo significa también
“voz”, es decir, la fuerza con la que el hombre[3] se objetiva a sí mismo, el poder de creación y
transformación.
La cala es el lugar donde descansa la barca. Llamarla “la que estimula” significa que cuando nuestro cuerpo
descansa o está inmóvil es cuando debemos afianzarnos una y otra vez en las Verdades que alientan en el
Alma y le devuelven el vigor.
En el himno XCIX podemos leer:
Es decir, las velas de nuestra Alma, impulsadas por los Vientos de Amón, están tejidas con la luz de Nut, con
la luz de las Estrellas. El Alma es de origen celeste.
Los-Dedos-de-Horus-primogénito-de-los-Dioses,
Pues el Hombre, cuando ya se ha forjado a sí mismo, cuando ya posee nave y remos para bogar en las aguas
de la materia, se convierte en un agente al servicio de los Dioses y de la Humanidad, representados por Horus.
El timón es en este simbólico barco, la facultad que tiene el ser humano de enderezar el rumbo.
“Adivina mi Nombre,
Proscrito porque esta existencia no es el verdadero reino para el Alma. Proscrito porque el Yo superior está
desterrado de su Reino y ha de volver a él. Nuestra Alma es siempre extranjera y proscrita en este mundo que
no es el suyo.
Destructoras-de-la-divinidad-
de-brazos poderosos-en-la-Casa-de-las-Purificaciones,
Almas múltiples.
cabellos.
El Nombre de la Barca se refiere a la necesidad de armonizar y cohesionar las distintas “almas” que en
nosotros viven, los distintos vehículos de la Personalidad. El Nombre del timón se refiere a un enderezar
constante e incesante del rumbo: “Está mal”, “está mal”, “está mal”, son los golpes de timón de nuestra alma
en su ascenso, pues siempre hay algo que corregir, que mejorar, que perfeccionar, que enderezar, que ajustar a
las Divinas Medidas.
Lo importante en este símbolo del Hombre como Nave es no olvidar que el cuerpo, la psique y la mente son
vehículos del Alma, y que deben ser conformados como nave eficaz que bogue en el mar de la existencia:
“Esta Barca, en verdad, fue construida pra el Viaje al Más Allá” (CXXII).
Platón, formado en los templos de Heliópolis, explica en el Cratilo que la etimología de “estrellas” (en
griego) significa “aquello que atrae nuestras miradas” . Esto es algo evidente para todos, pero si pensamos que
la mirada es símbolo de la luz del alma (según H.P.Blavatsky, la luz que proyectan los ojos está relacionada
con la actividad espiritual) entenderemos que “atraer las miradas” significa atraer nuestras almas, y puesto
que somos hijos de una estrella, llevarlas hacia su divino origen. La estrella sería la raíz última del ser
humano, el Hombre ultérrimo, la imagen más pura, más simple y más perfecta con la que podemos
entenderlo. El hombre como estrella es también la imagen del Ser Humano que boga en la eternidad sin
mancha del espacio sin límites.
Las estrellas están vinculadas estrechamente con el concepto egipcio de inmortalidad, puesto que no sólo eran
habitantes del cielo, sino también de la Duat, el reino subterráneo de la muerte a través del cual pasaba el Sol
cada noche.
Representadas como puntos, como pequeños círculos o como estrellas de cinco puntas, las estrellas se hallan
insertadas en el “cielo de lapislazulli”. El armazón de los parasoles ceremoniales tiene también forma de
estrella de cinco puntas, con lo que se reafirma el sentido de que el Hombre es una estrella en el Mundo
inferior, pero que recibe su “aliento espiritual” del Sol, del Logos que rige nuestro Sistema.
Existe un jeroglífico para representar la estrella en el Mundo inferior, y es la estrella de cinco puntas inscrita
en un círculo. En su clave humana, simboliza al hombre como una emanación de una estrella envuelto en su
escudo áurico, el huevo donde su conciencia desarrolla la transmutación.
En el Libro de la Salida del Alma hacia la Luz del Día hallamos las siguientes afirmaciones:
Es decir, que recupere, aún dentro de la ilusión del mundo, la condición de estrella en los cielos.
Quizás no exista un texto, entre los distintos himnos egipcios, que mejor exprese la condición del hombre
como estrella, inmóvil y radiante en el cielo de su conciencia, que éste, también del Libro de la Salida del
Alma hacia la Luz del Día:
Si existe una identificación del Hombre con una estrella determinada, esa es Sirio, llamada Sothis o Sept
(aunque estos mismos nombres en distintas claves pueden designar otras estrellas).
Sothis es representada como una estrella de cinco puntas y Sept por un triángulo isósceles. Su jeroglífico
significa “estar provisto”, es decir, que rige las posesiones del alma, las armas mágicas, las virtudes celestes
en el ser humano. Algunos autores, no sin razón, pienso, lo identifican con el diente del dragón, pes la órbita
aparente de Sirio con respecto a la Tierra es de dientes de sierra, estos son los “dientes del Dragón”.
Los egipcios consideraban a Sirio como la estrella que rige nuestro Sol, y por tanto, dieron una enorme
importancia a la conjunción del Sol, Sirio y la Tierra.
Es decir, que el Ser Humano, como ser consciente, sería hijo de Sirio (de las Jerarquías Celestes) y de
Sekhmet (la Necesidad). O en otra clave, hijo de su conciencia (Sirio) y de sus obras (Sekhmet).
obsérvame!”
Si hay alguien que tiene derecho a identificarse con Sirio, son los Reyes de Reyes, el Faraónn y aquellos, los
Iniciados, que realizaron la plena conquista de sí mismos.
Y es nuestro espíritu más elevado, que mora en el lugar de las causas perpetuas, quien dice:
Sin embargo, a pesar de ser el Alma del Hombre una Estrella, en excepcionales casos puede ser aniquilada y
disuelta en la materia primordial, tal y como lo explican los versos:
(Aunque también podría referirse a los Dioses que según la tradición encarnan entre los hombres, o las almas
celestes que se recubren de carne y sangre entrando en un ciclo de necesidad)
[1] Utilizamos siempre, en este trabajo de investigación, la versión de Ed. Edicomunicación. Traducción A.
Laurent.
[2] El ataúd es donde mora encerrada, sin luz y devorada su carne, el Alma. Pero podemos modelar este ataúd
hasta convertirlo en barca para el Hombre Interno.
[3] Siempre que digamos “hombre”, salvo que se especifique lo contrario o sea evidente por el contexto lo
hacemos sinónimo de ser humano.
El término del combate interior dará lugar a una reconciliación armónica entre lo que nos rodea y nuestra
propia personalidad. Tras la Victoria, la “paz en alerta perpetua”, la Gran Sintesis. Thot, la Inteligencia, actúa
de juez entre estos dos divinos combatientes, apoyando ya a uno ya a otro, según las vicisitudes del combate,
para que éste permanezca hasta que llegue la Gran Hora. Referidos a Horus como guerrero interior nos
encontramos con los siguientes textos en el Libro de la Salida del Alma a la Luz del Día:
Osiris representa la unidad en el hombre, la unidad fraccionada por Seth, que representa l sequedad de la vida,
las experiencias en el mundo material. Horus es el encargado de restituir esta unidad.
En este texto el Aspirante se identifica con la conciencia que recorre las Aguas que separan el Espíritu de la
materia. El Hombre recorre la existencia a través del espejo que separa a Horus de Seth, su sombra, que le
combate al otro lado del espejo. Ambos contendientes luchan en su interior.
El Hombre que, despierto por fin, resurge y se yergue sobre sí mismo, es Horus. Ya es consciente y porta en sí
la semilla poderosa de las Divinidades, No es ya una momia, no es horizontal, se ha erguido formando una
cruz que habla del hombre como encrucijada. Dice el Aspirante: “Estoy de pie, como Horus” (XI).
Blavatsky nos explica en Isis sin Velo que si hay una característica de la mística egipcia es la guerra interior.
La Espiritualidad es el espíritu de conquista, exterior e interior. El “bello Amenti” es una conquista de la
conciencia:
Para el hombre concebido como Horus, la actividad es continua, el esfuerzo incesante, pues hay que recuperar
todo el terreno perdido:
Es también Horus, hombre celeste, Arquetipo de la Humanidad, quien recorre el laberinto de lapislázuli hecho
con la Luz de Nut, armado con el hacha de doble filo que le otorgó Anubis.
Horus es el Redentor:
miembros de su Padre.
Toda la Naturaleza, todos los Dioses asisten, expectantes, al combate de Horus,a la resurrección del Hombre:
El jeroglífico egipcio para referirse a la Magia es “heka”, la fuerza espiritual que todo lo impregna. Es un
término muy parecido al mag de los persas (de donde viene nuestra palabra “magia”). Mag es el gran Poder,
la gran Fuerza. Christian Jacq da al término “heka” el significado de “dominio de los poderes”. Es curioso,
pues si a esta palabra, 2heka” le añadimos la T del determinativo femenino, nos encontramos con el nombre
de la Diosa griega de los encantamientos nocturnos, femeninos, Hékate[1], la magia nocturna y la cara oculta
de la Luna, la Diosa de triple faz infernal.
En las Enseñanzas de Merikare encontramos: “El Creador concedió la magia al hombre a fin de
ahuyentar el efecto fulgurante de lo que sobreviene”. Es decir, el mago no sería tan solo el Hacedor, sino
también aquel cuyo poder y conocimiento puede oponerse y reconducir las nefastas corrientes kármicas
engendradas por la ignorancia de los hombres. El Mago también sería el Preservador de los Ritos, aquel que
actúa en los ritmos sagrados en el Tiempo y posibilita que se mantenga el Orden Universal en lo humano,
aquel que permite mantener el sagrado vínculo entre los Dioses y los hombres. Una fuerza al servicio de la
Naturaleza y del hombre. Es el hombre como mago el que puede afirmar, como en los textos sagrados
egipcios: “Si yo prospero, Ra prospera; si Ra prospera, yo prospero”. Él es, de hecho, un remo de Ra,
impulsa a Ra y al corazón de la Humanidad hacia su excelso destino fulgurante de revelaciones divinas, de
colaboración con el Gran Plan.
En el Libro de la Oculta Morada, y relacionado con esta concepción del Hombre como Mago, encontramos:
“La Magia, aquella que fluye de mi boca, crea un red impenetrable” (XXXI)
“Yo llevo en verdad dentro de mí, los gérmenes y posibilidades de todos los Dioses… Y yo soy coronado
Dios porque soy Khonsú, el Irresistible” (LXXXIII)
El hombre como Mago recupera su activa y olvidada condición de Dios. Es la corona de su condición humana
en la Tierra. Está libre de las imperfecciones y errores que inducen la ignorancia y la circunstancia que nos
presiona:
“¿Cuál es tu condición?
Ante él las pasiones por fin se acallaron, pero están prestas a ser despertadas a voluntad al servicio de su
Señor:
Son innumerables las formas de acercarnos al Arquetipo Hombre que aparecen en los textos egipcios, pero la
brevedad de este pequeño trabajo impide desarrollarlas en profundidad y ni siquiera esbozarlas debidamente.
Trazaremos algunas líneas de algunos de los símbolos o formas con que podemos entender al Ser Humano
según la cosmovisión egipcia.
Tal y como aparece en los jeroglíficos, el hombre como piedra cúbica de la estructura o pirámide del Cosmos.
El hombre como Ra, como impulso creador de Voluntad en incesante marcha, vivificador de los mundos.
El hombre como Ju, como Espíritu puro, como rayo de luz inmaculada que atraviesa la Eternidad.
El hombre como Ciudad celeste donde habitan los Dioses, como Montaña de Fuego, como Isla Seca donde se
posó el Ave de la Resurrección, el Bennu.
El hombre como peregrino ofrendante en los caminos de la existencia, recogiendo las experiencias
espirituales, semillas mágicas que dejó sembradas en el camino de la vida.
El hombre como lo que no es, y por lo tanto de lo que debe precaverse (Confesión Negativa).
El hombre como lo que es, es decir, lo que debe lograr, la verdadera Acción (Confesión Positiva)
El hombre como Esfinge, los distintos animales todavía vivos que aglutinó y esclareció mediante su
conciencia espiritual.
El hombre como Loto, como expansión de las propias potencialidades, como ofrenda de poder ante el Dios Ra
que rige nuestro Universo.
El hombre como escriba, es decir, como el pincel en manos del Señor del Universo. Como aquel que escribe
su propio destino y debe responder ante él.
El hombre como Diseñador del Templo de Fuego, es decir, aquel que forja su propia Mente, su propio Amenti
en el fuego de Ptah.
El hombre como Momia. El hombre como Serpiente. El hombre como Rana. Como Ankh, llave y luz de Vida.
Como Encrucijada. Como Templo. Como Trigo o como divino Sembrador. Como Juramento Vivo, es decir,
como Nombre. Como Columna de la Estabilidad. Como perfecto asentamiento en la tierra, etc…
Todas estas formas señalan la excelencia de los egipcios a la hora de señalar qué es el Hombre y cuál es el
Arquetipo que lo rige, Arquetipo que irradia en miríadas de arquetipos, conformando una verdadera Pirámide
de Ideas, símbolo perfecto del Hombre, símbolo perfecto de Egipto.
[1] “Entre los egipcios fue [La Luna] Hekat (Hécate) en el Infierno la Diosa de la Muerte, que mandaba sobre
la magia y los encantamientos”. H.P.Blavatsky, Doctrina Secreta II, pag. 93, editorial Kier.
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