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LA OPINIÓN DE
También es posible que consigan votar unos cuantos catalanes y, a renglón seguido,
declaren la independencia de Cataluña, aunque sea una ínfima minoría, lo que
complicaría mucho más la búsqueda de una salida racional. En ese caso, actuaría el
ejército y sobrevendría un conflicto de los de Dios es Cristo.
¿Qué se hace? Definitivamente: cumplir la ley. A Rajoy no le pueden pedir que ignore
las reglas aprobadas por todos, incluidos los catalanes, que abrumadoramente votaron la
Constitución de 1978. Pero, a partir del desenlace de este nuevo episodio, el mismo 2 de
octubre, es necesario sentarse a negociar una solución pacífica que necesariamente pasa
por modificar la Constitución para que se autoricen las consultas populares, incluso las
secesionistas, siempre que se cumplan ciertas condiciones.
Es verdad que España tiene más o menos el mismo contorno desde hace 500 años, como
dice Felipe González, pero también es cierto que en ese mismo periodo obtuvo y perdió
a Portugal y al Rosellón occitano, bajo soberanía francesa desde 1659, además de los
territorios americanos y asiáticos. Los países, sencillamente, son elásticos y ganan o
pierden territorios, de la misma manera que los reinos cambian de dinastía, o se
transforman en repúblicas democráticas o autoritarias. Es decir: los Estados, como toda
creación humana, no son inmutables.
Hecha esta previsible salvedad de Perogrullo, es conveniente fijar pautas para solicitar
los referendos. Y lo primero es que el voto debe ser obligatorio, aunque con la
posibilidad de anular la boleta o votar en blanco. La idea es que una decisión de esta
naturaleza no la pueda tomar una minoría de votantes. Todos los ciudadanos adultos
tienen que participar.
Lo segundo, y muy importante, es que la mayoría debe ser calificada, como son los
procesos electorales que deciden cambios trascendentes y permanentes. Tal vez 60% de
los votos pueda inclinar la balanza. No vale la convención aritmética de la mitad más
uno porque ese resultado siempre será cuestionado. 60% parece ser una mayoría
suficiente.
Y luego viene el problema del “derechode decidir”. Supongamos que cualquiera de las
diecisiete autonomías de España puede pedir esa consulta. Pero esas comunidades están
divididas en provincias que tienen sus derechos. ¿Qué sucede si Tarragona, una de las
cuatro provincias catalanas –Barcelona, Lérida, Gerona y Tarragona– vota por
permanecer en España y no sumarse al Estado catalán? ¿Qué ocurre si Álava opta por
España y no por el País Vasco, separándose de la voluntad independentista de
Guipúzcoa y Vizcaya?