Está en la página 1de 20

CAPÍTULO​ ​I.

​ ​El​ ​origen​ ​de​ ​las​ ​animitas:​ ​desde​ ​las​ ​apachetas​ ​andinas​ ​hasta
Romualdito

La dimensión memorial y el principio atávico de dar sepultura a los muertos


mueve a investigar el área del “fenómeno” de las llamadas “animitas”. Como si fuera
un mito se instala el rito que se hereda de padres a hijos de generaciones en
generaciones​ ​desde​ ​épocas​ ​inmemoriales.

El origen de las animitas en Chile y su desarrollo no resulta fácil dilucidar. Tal


vez imposible, pues los primeros “documentos” son los apostados por los
conquistadores y se refieren a los pueblos del altiplano correspondiente al virreinato
del Perú. Los cronistas dan cuenta lo que los pueblos quechua y aimara
denominaban apachetas o apachitas. Se han definido como “montones de piedras
adoratorios de caminantes (González Holguín. Pág. 22), “montón de piedras que por
superstición van haziendo caminantes, y los adoran” (Polo de Ondegardo), “quiere
decir demos gracias y ofrezcamos algo al que hace llevar estas cargas, dándonos
fuerza y vigor para subir por cuestas tan ásperas como esta, y nunca lo decían sino
cuando estaban en los alto de la cuesta, y por eso dicen los historiadores españoles
que llaman Apachitas a las cumbres de las cuestas, entendiendo que hablaban con
ellas”​ ​(Inca​ ​Garcilaso​ ​de​ ​la​ ​Vega).
Las apachetas son adoratorios formados de piedra que, gracias a la devoción y
fe de los caminantes, tomaba una forma piramidal de diversos tamaños. Los
españoles notaron que estos adoratorios eran construidos por los indígenas a lo
largo de caminos y sendas, ya sea para adorar a dioses locales o deponer el
cansancio, por lo que además de piedras dejaban, a modo de ofrenda; ojotas, flores,
plumas, coca, maíz, pelos. A través de estas ofrendas se pedía protección y salud
para el viaje. Se construían a lo largo de caminos y sendas de Perú, Bolivia,
Argentina y el norte de Chile por lo que su crecimiento, vigencia y dinamismo
dependía de la transitabilidad de caminantes. Hoy en día aun existe esta tradición en
algunas​ ​zonas​ ​norteñas​ ​de​ ​nuestro​ ​país.
La idea de que las apachetas son el antecedente de las animitas se
fundamenta en que ambas actúan como marcadores de sitios cargados de
significación. Esta significación es dada por determinados grupos sociales que, a
través de ritos, va renovando su vigencia y su sentido social. ​Por otro lado,
encontramos, tanto en las apachetas como en las animitas, una lógica del
intercambio;​ ​pedir​ ​favores​ ​a​ ​cambio​ ​de​ ​rezos​ ​y​ ​ofrendas.

Con la llegada de los españoles a América la práctica y devoción de las


apachetas se ve amenazada. El proceso de conquista iba acompañado de la
evangelización de los nativos: “El español tiene la misión de imponer el orden
cristiano salvador y en función de ella el indígena debe ser sometido e incorporado,
amablemente o a la fuerza si fuera necesario, a dicho orden superior” (Parker. 1993,
21). El desconocimiento de la religión del indígena, vista como bárbara, blasfema e
idolatra, implicó la destrucción y prohibición de sus rituales, danzas, fiestas,
santuarios e ídolos bajo la justificación de que era por su salvación: “Cuenta Cortés:
‘Los más principales de los ídolos, y en quien ellos más fe y creencia tenían,
derroque de sus sillas y los hice echar por las escaleras abajo e hice limpiar aquellas
capillas donde los tenían, porque estaban llenas de sangre que sacrificaban y puse
en​ ​ellas​ ​imágenes​ ​de​ ​Nuestra​ ​Señora​ ​y​ ​de​ ​otros​ ​Santos.’”​ ​(Todorov.​ ​1987,​ ​68).

En el caso de las apachetas ocurre algo similar. Los españoles, al ver que
consistían en espacios sagrados de devoción, destruyeron e impusieron sus valores
clavando la cruz cristiana: “(...) el cura debe obligar a los habitantes de cada pueblo
andino a que ellos mismos destruyeran las apachetas reemplazandolas por una cruz
cristiana y, luego, rebautizarlos con el nombre de un santo o figura catolica como,
por ejemplo, la Virgen o Jesús” (Lira. 2016, 20). Los conquistadores, junto con
destruir y prohibir la religión del indígena, traen costumbres y tradiciones que le
fueron dando sentido y forma a las animitas. Claudia Lira señala que el origen de las
animitas se encuentra tanto en costumbres prehispánicas basadas en la devoción a
las​ ​apachetas​ ​y​ ​costumbres​ ​católicas​ ​traídas​ ​por​ ​los​ ​conquistadores.
Se habla de dos prácticas. Por un lado, los altares de piedras. Se dice que eran
construidos en el sitio donde ocurría una muerte trágica a modo de advertencia para
evitar desgracias en los caminos o para recordar a los fallecidos. Por otro lado, el
culto a las ánimas del purgatorio. El Purgatorio es considerado por la religión católica
como un lugar intermedio entre el cielo y el infierno donde las almas, mejor
conocidas como ánimas, pagan, por medio del fuego purificador, pecados cometidos
en vida: “Ninguno entrará en ella con suciedad, ó [​sic​] mancha de pecado: y así
necesariamente se ha de decir, que hay purgatorio, donde, como un crisol, se afinan
las almas y se limpian de todas las inmundicias y defectos que salen de los cuerpos,
antes que entren en el Cielo. Esta es Fé Catholica, y decir lo contrario es
heregia[​sic​]” (Sagrado Evangelista San Juan en su Apocalipsis). Se respeta la
muerte y la memoria del difunto, sin embargo, para poder gozar de la gloria eterna
junto​ ​a​ ​Dios​ ​es​ ​necesaria​ ​la​ ​purificación​ ​de​ ​las​ ​imperfecciones.
El concepto de purgatorio será vigorizado durante la Contrarreforma en el
concilio de Trento (1545-1563). Ahí se afirma su existencia y se establece su
principal característica; las almas allí retenidas sólo encuentran salvación cuando
son ayudados por los fieles con ayunos, limosnas, oraciones, sufragios y, siendo la
más importante, el sacrificio de ir a misa. A veces se presentan frente a los
familiares o amigos suplicando por favores para disminuir o mejorar su estadía en el
purgatorio.
En España surgen diversas manifestaciones de culto a las ánimas, desde
cofradías, altares y capillas hasta canciones populares. Las iglesias comenzaron a
incorporar pequeñas capillas o altares con cuadros que representan el purgatorio:
“Iconográficamente podemos encontrarnos con representaciones de las ánimas
solas, entre las llamas desnudas, mirando al cielo, con las manos juntas en actitud
suplicante. Pero la más normal es que aparezcan en el plano inferior bajo la
advocación de Santa María, San Miguel o algún otro santo” (Zambrano González.
2014, 1076). Estas capillas eran generalmente de planta cuadrada o rectangular con
una decoración muy sencilla: un altar pequeño acompañado con un cuadro que
representa a las ánimas benditas y adornadas con luces y flores. La puerta tenía una
ranura para que los devotos puedan depositar dinero, el cual era destinado a las
misas. Algunas capillas tienen un cartel indicando a quien se le dedicaba la
construcción.​ ​Se​ ​encuentran​ ​en​ ​los​ ​cruces​ ​de​ ​caminos.
Otro ejemplo del culto a las ánimas son las llamas Alminhas en Portugal. Se
trata de pequeños monumentos construidos en caminos rurales, bosques, cerca de
cursos de agua o carreteras nacionales donde las personas se detienen para ofrecer
oraciones o limosnas por las almas en agonía. También dejan flores y velas
encendidas a modo de ofrenda. Su forma es variada: altares, nichos, estelas o
columnas​ ​de​ ​granito.​ ​Hoy​ ​son​ ​consideradas​ ​parte​ ​del​ ​patrimonio​ ​artístico-religioso.

Es interesante la similitud que se presentan entre ambas prácticas. Las ermitas


europeas son construcciones con forma de iglesias o capillas que honran las almas
que se encuentran en el purgatorio y que dependen de la ayuda de los devotos para
acortar o mejorar su estadía allí; se les ofrecen rezos, ofrendas, limosnas o ir a misa.
Las hay de dimensiones de una casa y también pequeñas (de la estatura media de
una persona). Son construidas en calles y caminos. De igual modo, pero en
dimensiones muy reducidas, las animitas son construcciones con forma de casas o
iglesias que son construidas después de una muerte violenta y repentina para
resguardar y proteger el alma. Se dice que algunas penan en busca de rezos: “La
creencia popular señala que las almas permanecen en la tierra para honrar a los
difuntos que se han ido trágicamente; también asegura que sus almas permanecen
en la tierra para borrar sus pecados y que, a cambio de rezos, ayudan a los vivos”
(Benavente. 2011, 131). Es común que los vivos se comuniquen con ellas pidiendo
resolver mandas, las cuales son retribuidas con rezos y ofrendas: “gracias por el
favor​ ​concedido”
Se concluye que está práctica llegó a América y, mezclandose con las
creencias indígenas antes mencionadas, derivó en la devoción en las animitas​:
“Aunque no se puede datar el origen exacto de las actuales creencias y prácticas
religiosas multiformes en las culturas y subculturas populares del continente, al
menos podemos señalar que estuvo ligado al proceso de sincretización” (Parker.
1993, 26 ). ​El origen de las animitas es una mezcla que presenta elementos de
ambas culturas. Si bien con la llegada de los españoles las prácticas indígenas se
ven interrumpidas y prohibidas, no implicará la destrucción total de los valores,
creencias y costumbres; la práctica de marcar sitios cargados de significación y que
siguen​ ​una​ ​lógica​ ​del​ ​intercambio​ ​va​ ​a​ ​perdurar​ ​en​ ​el​ ​culto​ ​a​ ​las​ ​animitas.
Para continuar con el desarrollo estilístico de las animitas nos referiremos al
abuso de los entierros en las iglesias durante la época colonial y la creación de los
cementerios.

Durante la época colonial la práctica mortuoria sufrió grandes transformaciones.


Los españoles introdujeron en américa la costumbre de enterrar a los muertos en las
iglesias, una muestra del anhelo que se tenía por la búsqueda de la salvación; el
lugar de entierro debía ser el espacio sagrado de la iglesia “donde alma y cuerpo
entran en contacto directo con la divinidad, logrando un lugar en la esperada ‘vida
eterna’” (León. 1997, 26). A través de una ley se estableció quiénes poseían este
privilegio: reyes y reinas con sus hijos, obispos y abades, priores, los comendadores
y los clérigos. A pesar de este carácter exclusivo la ley no se respetó; todos aquellos
que tenían los medios económicos suficientes eran enterradas en las iglesias, sin
importar​ ​el​ ​rango.
A través de una serie de mandatos legales se intentó dar regulación y orden a
esta práctica en los territorios de la Corona. En 1539, Carlos V encargó a los
arzobispos y obispos poner orden en el entierro en las iglesias y monasterios. Felipe
II, en cambio, encargó, en 1577, a los prelados ocuparse de los entierros cuidando
que los párrocos no se excedieran en el cobro. También se preocupó de que los
curas dieran sepultura gratuita a los nativos. Otras leyes estaban dirigidas a los
gastos inmoderados, a los entierros ostentosos y los excesos de lujo. Se pretendía
evitar sepulturas que sobresalieran del pavimento y colgaduras de luto en las
paredes de las capillas y templos, permitiendo solo doce hachas en los funerales
para​ ​alumbrar​ ​al​ ​Santísimo​ ​Sacramento​ ​de​ ​la​ ​Eucaristía.

La búsqueda de la salvación a través del entierro en las iglesias ocasionó una


serie de problemas: la poca salubridad y los excesos de lujos. Ambos son detallados
por Diego Barros Arana en ​El entierro de los Muertos en la época colonial ​(1911).
Barros Arana señala que las iglesias se convertían en focos de infección. La gran
cantidad de gente que se hacía enterrar en las iglesias hacía difícil el transitar sin
pisar sepulturas blandas y hediondas. El aire eran tan malsano que era necesario
abrir las ventanas durante la mañana para ventilarlas y, aún así, eran frecuentes las
enfermedades ocasionadas por las pestilencias que desprendía el suelo. Esta
situación llegó a tal punto que en España, a finales del siglo XVIII, comenzaron a
desarrollarse​ ​epidemias​ ​donde​ ​las​ ​iglesias​ ​eran​ ​el​ ​centro​ ​de​ ​contagio.

Por otro lado, ya hemos mencionado sobre la preocupación de los gastos en


los entierros y los excesos de lujos. En América la práctica funeraria eran tan
ostentosa como en Europa: se tapizaban de negro las salas de la casa mortuoria y
las paredes de las iglesias, vestían a los sirvientes de luto y el cadáver era
acompañado de músicos y cantores. O’higgins se refirió a ellas como
“acompañamientos, músicas i túmulos suntuosos, dispensas tan grandes como
inútiles” (Barros Arana. 1911, 236). Toda la comunidad religiosa era invitada a
participar.
A finales del siglo XVIII el abuso de los entierros en las iglesias había llegado a
tal punto que llevó a las autoridades a reformar la práctica funeraria y a construir
cementerios fuera de las ciudades. En Chile se inaugura, el 9 de diciembre de 1821
el Cementerio General de Santiago. Este será impulsado por un cambio en el
pensamiento sobre las diferencias estamentales y la credulidad ante la piedad
religiosa, promovido por las ideas de la ilustración. El poder de la Iglesia debía
restringirse para “reglamentar o combatir las prácticas religiosas de antaño, entre
ellas el entierro, como una manera de acabar con las distinciones existentes.” (León.
1997, 32). La idea era crear un espacio guiado por el igualitarismo y la solemnidad.
Por otra parte, encontramos también argumentos que apelan a la profanación de los
espacios sagrados; se debía acabar con los abusos de los entierros de los
cadáveres en las iglesias porque se profanaba la morada sagrada con lo más
inmundo de la humanidad. Enterrar a los muertos en las iglesias ya no parecía una
idea​ ​atractiva.
Si bien los cementerios fueron construidos bajo el deseo de crear espacios
igualitarios, mejorar la higiene y acabar con los excesos de lujo en los entierros, el
proyecto fue duramente criticado y rechazado. Se creía que sepultar al cadáver en
otro sitio que no fuera el espacio sagrado de la iglesia era una profanación. Las
familias acomodadas rechazaron la idea de que sus restos fueran enterrados al aire
libre y cerca de los plebeyos. Las poblaciones ignorantes se sumaron a este
enfrentamiento: “[e]l vulgo creía que el entierro de los cadáveres fuera de las iglesias
perjudicada​ ​esencialmente​ ​el​ ​alma​ ​de​ ​los​ ​difuntos”.​ ​(Barros​ ​Arana.​ ​1911,​ ​244)
Frente a este impedimento se debía buscar una nueva forma de proteger
cuerpo y alma, además de asegurar el contacto directo con la divinidad. Claudia Lira
explica en La animita en el ámbito del arte ​(1999) que “con la aparición de los
cementerios y tras la prohibición de esta solución, viendo los deudos imposibilitado
su derecho de resguardar el descanso de los parientes, decidieron llevar el templo al
denominado campo santo, construyendo en él copias de iglesias, algunas
medievales, otras coloniales (San francisco) e incluso citas a templos de otras
culturas (...)” (Lira. 1999, 83). Al momento de prohibir el entierro dentro de las
iglesias y al crear un espacio común donde se respetaba la igualdad de clases, la
gente llevó el espacio sagrado de las iglesias al cementerio construyendo grandes
mausoleos con forma de templos e iglesias y que hoy poseen gran valor patrimonial
y​ ​cultural.

Creemos que hubo una apropiación y reinterpretación por parte de la población


que aplicó a la construcción de las animitas, marcada por la sencillez de la
estructura; se cree que cuando una persona fallece de manera violenta y repentina
su alma queda errando, se separa del cuerpo dejando una carga en el sitio donde
ocurre el accidente, permitiendo que aceche a los vivos, por lo que la comunidad les
levanta estas construcciones con forma de iglesias o templos para que pueda
encontrar protección y salvación, y entrar en contacto directo con la divinidad. La
evidente preocupación por las almas de las personas que mueren de una “mala
muerte”, como dice Oreste Plath, hace que la población imite la idea de que
construyendo representaciones de iglesias o capillitas, en el lugar donde falleció el
sujeto,​ ​se​ ​facilita​ ​el​ ​resguardo​ ​del​ ​alma.

Para terminar este recorrido queremos referirnos a la animita de la calle San


Borja o, como se le conoce popularmente, Romualdito, la más antigua y visitada de
nuestra ciudad. Oreste Plath comienza hablándonos sobre ella en ​L’animita:
Hagiografía Folclórica​: “En Santiago, en la calle San Borja, primera cuadra entrando
por la Alameda (...) se dice -por el año 1930- que fue asaltado Romualdo Ibáñez,
conocido​ ​con​ ​este​ ​nombre​ ​por​ ​la​ ​mayoría​ ​de​ ​sus​ ​devotos”​ ​(Plath.​ ​2012,​ ​39).

Se han creado diversas leyendas sobre su identidad y muerte. Se dice que fue
un niño asesinado tras ser violado por vagabundos. Esta teoría se sustenta sobre los
diversos juguetes y peluches que se han ido dejado como ofrenda. Otra historia
cuenta que Romualdito era un hombre joven de aproximadamente unos 20 años que
padecía de retraso mental o síndrome de Down. Fue asesinado por maleantes que lo
atacaron con palos y cuchillos, dejando su cuerpo tirado al lado de la pared donde se
alza su animita: “Cuenta la leyenda que el chico iba de camino a su casa para darle
de comer a su padre (o que llevaba una manta de Castilla) cuando fue atacado por
vagabundos, quienes lo asesinaron despiadadamente a palos y cuchillazos, dejando
su cuerpo tirado en el lugar donde se encuentran las animitas” (El ciudadano, Angela
Barraza. 2016). Otra versión muy distinta narra que fue un hombre de 40 años que
sufría de tuberculosis y que el día de su muerte había abandonado el hospital Barros
Luco para ir a su casa en Estación Central. A pesar del esfuerzo que hizo por
defender sus pertenencias -un chal y quince pesos- los maleantes lo asesinaron de
un puñetazo en el corazón. Las historias continúan, algunas cambian detalles y
otras,​ ​como​ ​vemos,​ ​son​ ​completamentes​ ​distintas.

En el cementerio general, lugar donde descansan sus restos, preguntamos


sobre quién era y cómo murió. Nos comentaron que su nombre real es Romualdo
Ivanni Zambelli. Sus padres eran italianos y dueños de tiendas comerciales en
Estación Central. El día de su muerte, el 9 de Agosto de 19331, fue apuñalado por
unos​ ​ladrones​ ​que​ ​querían​ ​robarle​ ​su​ ​manta.​ ​Era​ ​Soltero​ ​y​ ​no​ ​tuvo​ ​hijos.
Una investigación realizada por cuatro aspirantes de la PDI consiguió dar con
la verdadera identidad del santo popular. Se reveló que Romualdito era un mecánico
de 41 años llamado Romualdo Ivanni Sambelli. Fue asaltado por delincuentes y
asesinado por una herida a puñal con compromiso del corazón. No hubo detenidos

1
Hay distintas versiones del día de su muerte. En la placa de su tumba en el cementerio general
aparece con fecha de muerte del 9 de Agosto de 1933, sin embargo, según su certificado de
defunción,​ ​murió​ ​el​ ​8​ ​de​ ​agosto​ ​a​ ​las​ ​20.30​ ​hrs.
ni reportes de prensa. Además dieron con una fotografía de Romualdo, tomada el día
después​ ​de​ ​su​ ​muerte.

Frente a las numerosa versiones de quién fue y cómo murió, concluimos que
no importa cuál es su verdadera historia, nada cambia la importancia que tiene en la
religión popular. Tanto su animita como su tumba en el cementerio general son
importantes​ ​centros​ ​de​ ​peregrinación​ ​en​ ​nuestra​ ​ciudad.

Sobre su consagración como animita se señala que “(...) la piedad comenzó a


crecer entre los vecinos. Como siempre ocurre en estos casos, una vecina encendió
una vela en el mismo sitio donde cayó la víctima, y pronto se dijo que el alma del
asesinado era extraordinariamente milagrosa” (Plath. 2012, 41). El exprefecto de
homicidios de la PDI, Gilberto Loch, cuenta en una entrevista a Chilevisión que el
mito comenzó rápidamente, uno o dos años después de su muerte, pues se han
encontrado​ ​placas​ ​de​ ​agradecimiento​ ​con​ ​fecha​ ​de​ ​1935.
Así como no se tiene certeza sobre su historia tampoco se sabe cuándo comenzó su
veneración.

La animita de Romualdito se alza sobre parte de la antigua pared del terminal


de Estación Central, mide aproximadamente unos quince metros y está oscurecida
por el humo de las velas. La fuerza de devoción de este santo popular consiguió que,
cuando se realizaba la remodelación y reconstrucción del entorno de la Estación
Central, la pared no fuera removida: “El pueblo afirma que no se puede atropellar
estos descansos espirituales, pues significa grave ofensa para sus credos
personales” (Plath. 2012, 45). Sobre la muralla encontramos adheridas diversas
placas de agradecimientos, fotografías, carteles de poesía, crucifijos, etc. Frente a la
pared se elevan diversas casitas, todas pintadas de color azul. Algunas llevan en su
interior velas y estatuillas pero la que más nos ha llamado la atención es una que
contiene una réplica de la cabeza de Romualdo de tamaño real con una placa que
anuncia :“gracias Rumualdito por los favores concedidos. E. L. C. P. Julio 2016”.
Muestra, no solo del cariño y amor que se tiene hacia este santo popular, sino
también​ ​de​ ​la​ ​creatividad​ ​de​ ​sus​ ​devotos.
A un costado la Municipalidad instaló una cartel (de fondo verde y letras
blancas) que indica “Romualdito”, evidenciando la importancia que tiene para la
comuna. Así mismo, la Municipalidad la incluye dentro del recorrido turístico: “De la
Estación a Chuchunco: ven a disfrutar un entretenido recorrido por Estación Central,
donde​ ​podrás​ ​conocer​ ​nuestros​ ​orígenes​ ​comunales”.
La​ ​dimensión​ ​que​ ​tiene​ ​permite​ ​que​ ​sea​ ​vista​ ​incluso​ ​a​ ​gran​ ​distancia.

Su fama se debe principalmente a su capacidad de realizar milagros, prueba de


ello son las abundantes placas de agradecimiento que llenan la pared adosada a las
numerosas casitas. Sobre esto es interesante la opinión de Hernán Poblete,
antropólogo, diseñador y parte del equipo de investigación del proyecto Animagrafía.
Nos ha comentado que por la dimensión que ha alcanzado, Romualdito ya no puede
ser​ ​considerada​ ​como​ ​una​ ​animita​ ​sino​ ​más​ ​bien​ ​un​ ​altar​ ​popular.

A pesar de la antigüedad (83 años) de la animita de Romualdito no es un objeto


acabado, las animitas nunca son objetos cerrados, al contrario están
permanentemente en construcción por sus devotos. Cada sujeto contribuye en su
formación según sus propios conceptos de belleza, muestra de ello es instalar una
cabeza esculpida en una caja de plástico. Tal como señalan Lautaro Ojeda y Miguel
Torre en ​Animitas, deseos cristalizados de un duelo inacabado, los devotos son
quienes se preocupan de estas construcciones: “La reproducción y actualización de
la animita como práctica mortuoria tiene su esencia en la creencia que sobre ella
depositan deudos y devotos: son sus diseñadores, sus constructores, sus
cuidadores, sus restauradores” (Ojeda y torre, 2007, 76). Las animitas son sitios que
permiten la creación colectiva, además del vínculo del devoto con su espiritualidad.
Frente a esto no dudamos que, en unos años más, la animita de Romualdito pueda
ser​ ​aún​ ​más​ ​llamativa.

Hemos dicho que dar con la historia de las animitas es complejo, sin embargo,
en este capítulo se ha intentado dar una continuidad a su desarrollo, desde las
apachetas andinas hasta Romualdito. Comenzamos refiriéndonos a las apachetas
andinas, adoratorios prehispánicos formados de piedra que se construían a lo largo
de caminos y senda para adorar a dioses locales o deponer el cansancio. Los
caminantes pedían protección o salud para el viaje dejando como ofrenda ojotas,
flores, plumas, coca, maíz, pelos. Cualidades que hoy en día perduran en la práctica
de​ ​la​ ​devoción​ ​a​ ​las​ ​animitas.
Luego continuamos con la llegada de los conquistadores a América; la
amenaza de las apachetas a través de la evangelización de los nativos, pero también
las costumbres y tradiciones que le dieron sentido y forma a las animitas: construir
altares de piedra para recordar tragedias en los caminos y el culto a las ánimas del
purgatorio. Sin duda ambas prácticas se mezclaron derivando en la devoción de las
animitas. Luego dimos paso al abuso de los entierros en las iglesias y la creación de
los cementerios en la época colonial. La poca higiene y los excesos de lujo llevó a
las autoridades a prohibir está práctica impulsando a los deudos a edificar copias de
las iglesias en los cementerios para asegurar el resguardo de cuerpo y alma,
característica​ ​que​ ​será​ ​apropiada​ ​en​ ​la​ ​construcción​ ​de​ ​las​ ​animitas.
Finalmente saltamos a la animita de Romualdito en Estación Central, una de las
más antiguas de nuestra ciudad. En estos 83 años de devoción se han creado
diversas leyendas sobre su identidad pero se ha reforzado la creencia de que es una
de las animitas más milagrosas de la religión popular, congregando tanto a devotos
nacionales como extranjeros. Su animita se constituye con parte de la antigua pared
de la terminal de Estación Central. Numerosas casitas de color azul y un sinnúmero
de ofrendas que van desde placas de agradecimientos hasta flores, estatuillas,
fotografías, peluches, etc., demuestran que estos objetos conforman un espacio que
posibilita​ ​la​ ​creatividad​ ​colectiva.

La posibilidad de que existan otros factores que hayan determinado el origen, la


formación y el desarrollo de está práctica en Chile es totalmente factible debido a
que​ ​es​ ​una​ ​práctica​ ​religiosa-cultural.
CAPÍTULO​ ​II.​ ​El​ ​poder​ ​de​ ​las​ ​animitas:​ ​el​ ​culto​ ​a​ ​la​ ​muerte​ ​y​ ​la
peregrinación

“En​ ​el​ ​ámbito​ ​de​ ​la​ ​muerte,​ ​memoria​ ​e​ ​identidad​ ​son​ ​conceptos
íntimamente​ ​unidos​ ​que​ ​funcionan​ ​como​ ​vínculos,​ ​que​ ​conservan​ ​la
tradición​ ​histórica​ ​de​ ​la​ ​sociedad,​ ​y​ ​las​ ​‘animitas’​ ​son​ ​un​ ​pequeño
vehículo​ ​para​ ​que​ ​esto​ ​suceda”
(Antonia​ ​Benavente)

No es de extrañar que la conmemoración de la muerte ha sido una preocupación


constante para las sociedades, no sólo por ser un ritual de despedida y catarsis
frente al inevitable fin sino también porque permite mantener viva la memoria de
aquellos que ya no están en vida. En nuestro país encontramos diversas prácticas
que consisten en recordar y celebrar la muerte, presenciamos el fuerte apego que se
tiene con los difuntos; se les visita sagradamente para conversar, comer o dejar
regalos.
Con el fin de caracterizar este principio rector, podemos decir que las animitas
constituyen uno de los cultos a la muerte más importantes, por lo que en este
capítulo queremos centrarnos en las cualidades que hacen de ella un objeto
poderoso.

Antes de concentrarnos en las animitas, quisiéramos hacer un alto en otras


prácticas de nuestro país que revelan la necesidad de darle un lugar, dentro de la
comunidad, a los que ya no están. Lo interesante es que todas ellas tienen como
elemento​ ​común​ ​la​ ​representación​ ​o​ ​imitación​ ​de​ ​casas.

En el sur de nuestro país, específicamente en Chiloé, San Juan de la Costa y


Balmaceda, encontramos cementerios que parecen verdaderas poblaciones de
difuntos. Más conocidas como tumbas-casas o cementerios-casitas, estos lugares se
caracterizan​ ​porque​ ​los​ ​pobladores​ ​han​ ​construido​ ​casas​ ​sobre​ ​las​ ​tumbas:
“El muerto es enterrado en un hoyo preparado convenientemente, para
que después los hombres de la familia construyan una casa de madera.
Este, por lo general, mide un metro y medio de alto por uno de ancho y
uno de largo. Adentro se dejan sitios especiales para las flores y se hacen
asientos que más adelante servirán para que la familia se siente cerca del
espíritu del muerto” (La tercera de La Hora, miércoles 23 de septiembre
de​ ​1981​ ​pág.​ ​15)

Se tiene la creencia de que después de muerto el alma del difunto sigue entre
los vivos, por lo que, familiares y amigos se reúnen con él dentro de la construcción:
se conversa, se come, se dejan cigarrillos y otros regalos. En algunas zonas, las
tumbas-casas están determinadas por la arquitectura local, utilizando materiales del
sector: “En balmaceda entierran a los muertos tomando en cuenta las inclemencias
del frío y la nieve. Así, con cada cual en su casita, el cementerio es como una
población del Más allá. Ni siquiera las almas en pena pueden quedar a la intemperie.
(En Balmaceda Morían del Mal Vivir. Las Últimas Noticia. Domingo 4 de Octubre de
1981.​ ​pág​ ​44).

Otro ejemplo son los descansos Mapuches-huilliches de la zona cordillerana y


precordillerana de la Región de Los Ríos. Sobre este tema es interesante la
investigación realizada por Pablo Rojas Bahamondes en ​Animitas y descansos en
los paisajes culturales mapuche y chileno: articulación de lo sagrado y lo cotidiano a
orillas del lago Neltume (2012) y ​El rito fúnebre Mapuche del descanso: de la muda
ontológica​ ​al​ ​árbol​ ​de​ ​los​ ​ancestros​ ​(2016).
Los descansos son la fase final del ritual fúnebre mapuche ​amulpullun​, que incluye
un discurso exhortativo y el sacrificio de una gallina. Rojas señala que los descansos
son pequeños altares construidos en honor a los difuntos, los cuales, de modo muy
similar a las animitas, poseen forma de casita o alero de aproximadamente un metro
de altura, el cual es decorado con una cruz. Un aspecto importante de los descansos
mapuches es que su ubicación es siempre a los pies de un árbol y dentro de los
límites de la propiedad del difunto. El lugar de su construcción es escogido
previamente. Los mapuches construían estos alteres para ayudar a la transición del
espíritu (​pullu​) al campo de los ancestros: “Un aspecto crucial del rito del ​descanso
está dado en la capacidad performativa que posee, pues mediante las prácticas que
se ejecutan se busca trasladar el ​pullu del difunto del plano de los humanos al plano
de los antepasados” (Rojas. 2016, 665). La muerte es entendida como un proceso de
transformación y no como un corte abrupto. Muchas veces, con el tiempo, las
construcciones desaparecen quedando sólo el árbol como recuerdo y referencia del
difunto.
Acorde con lo dicho, se podría pensar que es un antecedente de las animitas debido
a que son lugares que recuerdan a los difuntos creando un símbolo formal, sin
embargo, Pablo Rojas ha sido muy claro en señalar que ambas prácticas obedecen
a principios distintos. Por un lado, las animitas se construyen en el lugar donde
falleció la persona, marcando espacios de ruptura, en cambio, los descansos
mapuches son construidos en sitios especiales, elegidos con anterioridad y dentro de
los límites de la propiedad del difunto o de sus familiares, generalmente a los pies de
un​ ​árbol,​ ​conmemorando​ ​el​ ​tránsito​ ​del​ ​espíritu​ ​al​ ​campo​ ​de​ ​los​ ​ancestros.

Los cementerios-casitas, los descansos mapuches y las animitas, que veremos


a continuación, evidencian la importancia que tiene en el Chile el culto a la muerte a
través de la construcción de casas. Es un patrón fúnebre que permiten la protección
del alma, pero también el encuentro y la reunión, son puentes entre el mundo de los
vivos​ ​y​ ​los​ ​muertos,​ ​articulando​ ​espacios​ ​cotidianos​ ​y​ ​sagrados.

Las animitas son altares populares que conmemoran la muerte violenta y


repentina en los espacios públicos: homicidios, violaciones, atropellos, etc. Se cree
que el alma del sujeto permanece en el sitio donde ocurrió la tragedia, por lo que
familiares y amigos se comprometen a dar resguardo y conservar la memoria del ser
querido construyendo pequeñas casitas en los caminos. Encontramos animitas con
diversas formas y materiales. Sus formas más comunes son las que representan
casitas o iglesias pero también se pueden encontrar sólo cruces o grutas. El material
usado es determinado por el entorno y las posibilidades económicas de sus
productores. Son adornadas con diversos objetos: flores, velas, estatuillas de santos,
botellas​ ​con​ ​agua,​ ​cartas,​ ​placas​ ​de​ ​agradecimientos,​ ​etc.
Su exposición en el espacio público permite que sean visitadas por toda la
comunidad y en cualquier momento, permitiendo a los devotos cuidar y limpiar el
espacio que abarca la construcción; también dejan regalos, flores, velas, les dedican
rezos y plegarias. Las animitas pueden ser intervenidas para agregar y limpiar pero
nunca hurtar, destruir o ensuciar. Son espacios sagrados de devoción popular,
mediadoras entre el mundo sagrado y profano, aspecto que será estudiado más
adelante.
La práctica de construir monumentos funerarios para marcar sitios donde
terminó la vida de forma violenta en el espacio público es común en toda
latinoamérica, pero solo en Chile se les denomina animitas. Encontramos animitas a
lo largo de todo el territorio nacional, tomando características propias de cada zona,
en​ ​Chiloé,​ ​por​ ​ejemplo,​ ​podemos​ ​encontrar​ ​animitas​ ​que​ ​imitan​ ​a​ ​los​ ​palafitos.

Estas construcciones nos han generado diversas interrogantes, no sólo por ser
parte del alma chilena sino también por lo que logran suscitar en los devotos: ¿por
qué surgen?, ¿cómo se consagran?, ¿son objetos poderosos?, ¿dónde radica su
poder, sólo en cualidades sobrenaturales o se pueden reconocer dimensiones
estéticas?

La explicación que Oreste Plath da sobre el nacimiento de la animitas: “Nace


una ‘animita’ por misericordia del pueblo, en el sitio donde aconteció una ‘mala
muere’” (Plath. 2012, 15) es sumamente aclaratoria sobre la relación entre imagen y
muerte, presencia y ausencia, elementos centrales en la comprensión, creación y
práctica de las animitas. Hans Belting señala en ​Antropología de la imagen ​que el
culto​ ​a​ ​la​ ​muerte​ ​ha​ ​sido​ ​un​ ​factor​ ​determinante​ ​en​ ​la​ ​producción​ ​de​ ​imágenes:

“El muerto será siempre un ausente, y la muerte una ausencia


insoportable, que para sobrellevarla, se pretendió llenar con una imagen.
Por eso las sociedades han ligado a sus muertos, que no se encuentran
en ninguna parte, con un lugar determinado (la tumba), y los han provisto,
mediante la imagen, de un cuerpo inmortal; un cuerpo simbólico con el
que pueden socializarse, en tanto que el cuerpo mortal se disuelve en la
nada”​ ​(Belting.​ ​2007,​ ​179).

La creación de imágenes como representación de la muerte responde a la


necesidad de dotar al difunto de un cuerpo y de un lugar dentro del entorno social,
posibilitando una nueva existencia del sujeto fallecido. Como hemos dicho
anteriormente, las animitas son construcciones que surgen después de una muerte
trágica, por lo que su interpretación como imagen responde a la necesidad de llenar
el vacío, la “ausencia insoportable”, que dejó la muerte con un cuerpo simbólico.
Este cuerpo simbólico debe poseer los signos sociales del cuerpo vivo, por lo que
después de la construcción de la animita viene el proceso de ornamentación donde
los devotos colocan objetos personales del difunto (ropa, juguetes, fotos, etc) pues
es necesaria una identificación que permita a la comunidad reconocer en la imagen
al muerto y así cederle a la animita el poder de presentarse en el nombre y en el
lugar del fallecido (Belting. 2007, 181). De esta forma se logra no sólo la
conservación de la memoria, sino también reestablecer la relación
comunidad-difunto; la imagen quedará bajo la protección de la comunidad, pero a su
vez, la comunidad intercambiará con ellos su propia protección al encomendarse a
diario, pidiendo y agradeciendo favores con rezos y ofrenda. Sólo a través de las
imágenes es posible un intercambio de este tipo (Belting. 2007,185)
El surgimiento de la animita, como imagen, responde también como defensa frente
el​ ​deambular​ ​de​ ​las​ ​almas​ ​en​ ​pena.

Esta imagen, propia del mundo popular, posee cualidades poderosas. Son
consideradas como intermediarias entre los hombres y la divinidad, tienen el poder
de mediar a favor de las personas para dar cumplimiento a sus demandas. A través
de los años, esta tradición se ha mantenido como un espacio de intervención divina
donde hombres y mujeres buscan satisfacer necesidades, no sólo espirituales, sino
también materiales: “El sujeto popular necesitado de algún beneficio concreto (salud,
suerte en el amor, suerte para encontrar trabajo, o dinero para la alimentación,
fuerza moral para enderezar una vida pendenciera, etc) recurre al objeto ánima que
tiene la facultad de intervención extranatural en la vida” (Parker. 1993, 325). Son
visitadas a diario por numerosos devotos que cargan con preocupaciones,
angustias, anhelos pero sobre todo esperanzas de poder encontrar una solución a
sus problemas cotidianos. Los milagros realizados deben ser retribuidos con rezos y
ofrendas (flores, estatuillas, ropa, juguetes, placas de agradecimientos, dinero): “Los
deudos no descansan. A diario disponen flores, santos de yeso, crucifijos, rosarios,
estampas. Nadie duda de que es una ánima milagrosa” (Plath. 2012, 45). Estamos
frente a objetos que tienen una gran capacidad de atracción, que conmueven y
emocionan. En una de nuestras visitas a la animita de San Borja presenciamos
como una señora se acercó cuidadosamente a la estructura para besar una
fotografía del santo popular. Otro ejemplo del poder que poseen estas
construcciones es el caso de un joven que murió atropellado en Isla de Maipo en el
sector de Naltahua. Amigos y vecinos buscaron los medios para construirle una
animita tipo altar con bancos y espacios de reunión, lo hicieron a pesar de la
oposición de la madre (va contra su religión)2. La construcción de animitas sirve
como ritual de despedida y catarsis frente a la muerte violenta y repentina: “(...) los
sujetos necesitan de alguna manera expresar no sólo sus sentimientos sino que
también la cercanía que tuvieron con aquella persona a la cual perdieron en
circunstancias trágicas” (Benavente. 2011, 136). Se busca dar alivio al duelo a
través​ ​de​ ​la​ ​creación​ ​de​ ​una​ ​obra​ ​dedicada​ ​al​ ​difunto.

Otro aspecto importante en la comprensión de la animita como imagen es la


peregrinación. Las propiedades milagrosas anteriormente mencionadas las sitúan
como importantes centros de peregrinaje. Las expectativas y esperanzas que se
depositan en ella hace que los devotos realicen viajes para visitarlas y así poder
satisfacer necesidades, obtener beneficios o dar las gracias. Así como algunos
visitan estos altares populares con el objetivo de pedir o agradecer un favor, otros lo
hacen para mantener la limpieza y el cuidado o incluso sólo para mantener vivo el
vínculo. Sea cual sea la razón de la visita, el peregrinaje evidencia el amor, cariño,
preocupación y respeto que se tiene hacia estas construcciones, pero también el
poder​ ​que​ ​poseen​ ​movilizando​ ​a​ ​cientos​ ​de​ ​devotos.

2
​ ​Este​ ​caso​ ​fue​ ​investigado​ ​por​ ​el​ ​antropólogo​ ​Hernán​ ​Poblete​ ​y​ ​Gabriela​ ​Mellado,​ ​quienes​ ​nos
facilitaron​ ​la​ ​información.
Antes de concluir, queremos centrarnos sobre la cuestión estética del artefacto
“animita”; ¿su poder radica sólo en cuestiones sobrenaturales, conmemoración de la
muerte y realización de milagros?, ¿qué importancia tienen las cualidades estéticas
en la construcción como un objeto poderoso?. Si bien las animitas son objetos que
en general parecen ser simples, toscas, irracionales e incluso kitsch (extravagantes
y vulgares), hay una preocupación formal evidenciada en que siempre están
adornadas y colocadas en un marco especial: ​“Las imágenes objeto de
peregrinación dan en general la impresión de ser bastante toscas y rudimentarias,
no obstante, la preocupación evidente en todos los casos es asegurar que
estéticamente tengan características propias que las distingan de las demás, estén
adornadas y colocadas en un marco especial” (Freedberg. 1992, 138). Su
consagración dependerá del cuidado, dedicación y pasión que pongan los devotos
en el embellecimiento de la animita, ya que, sin duda alguna, el estar adornadas,
bien cuidadas y ser receptora de rezos y plegarias la convierte en un objeto
adecuado de devoción y capaz de obrar milagros. Se entiende entonces que la
creencia que se tiene en estos objetos debe ser materializada a través de una
preocupación formal; sólo una vez que la imagen ha sido preparada y adornada
podrá​ ​consagrarse​ ​como​ ​una​ ​imagen​ ​digna​ ​de​ ​devoción​ ​y​ ​culto.

En Santiago podemos distinguir animitas bien cuidadas, adornadas y, en


algunos casos, de grandes dimensiones, están arregladas con abundantes flores y
ornamentos. Ejemplo de ellas son la animita de Romualdito en Estación Central y de
la Carmencita en el cementerio General. Pero también podemos encontrar animitas
que han sido víctimas del abandono, se han ido deteriorando con el tiempo y nadie
se ha preocupado de su mantenimiento: “La significación que tiene la ‘animita’ del
olvido se traduce en la deconstrucción paulatina y definitiva de la obra. Es la pérdida
material, pero no sólo eso se dilapida, sino que (...) se disipa el interés por el difunto”
(Benavente. 2011, 136). No afirmamos que las animitas de grandes dimensiones
sean más relevantes que las más modestas y sencillas pero debemos reconocer que
las primeras generan mayor impacto visual sobre los devotos. Revela, además, que
han​ ​sido​ ​objeto​ ​de​ ​más​ ​afecto​ ​y​ ​atención.
Concluimos que el poder de las animitas no solo radica en cuestiones
sobrenaturales, si bien la fe y esperanza que se deposita en ella es esencial al
momento de reconocer su importancia dentro de la religión popular; permite que
hombres y mujeres encuentren salida a los problemas que los aquejan, no podemos
ignorar la eficacia que produce el estar bien decoradas y cuidadas, embellecerlas es
una necesidad importante para consagrar el poder que poseen: “sin tales procesos,
es patente que las imágenes no habrían podido continuar obrando milagros. O,
cuando menos, habrían sido infinitamente menos eficaces” (Freedberg. 1992, 139).
Las animitas deben ser elevadas en un rito de embellecimiento acorde a las
experiencias y preocupaciones estéticas de los creyentes, es importante señalar
esto​ ​debido​ ​al​ ​rechazo​ ​por​ ​parte​ ​de​ ​los​ ​no​ ​creyentes.

La inscripción que hacemos de la animita como imagen nos permitió abrir las
lecturas que se han hecho sobre ellas como simples hitos religiosos que
conmemoran al sujeto fallecido luego de una muerte violenta. Al centrar el estudio
sobre el culto a la muerte pudimos dar cuenta del poder que poseen estas
construcciones, son consideradas como intermediarias entre el mundo profano y el
sagrado convirtiéndose en importantes centros de peregrinación. Este estudio nos
permitió entender la cuestión estética, por lo que llegamos a la conclusión de que el
estar adornadas, bien cuidadas y embellecidas es un factor determinante en su
construcción​ ​como​ ​un​ ​objeto​ ​generoso​ ​y​ ​poderoso.
CAPÍTULO III. Construcciones colectivas en el espacio público: la cuestión del
artífice​ ​y​ ​su​ ​exposición.

También podría gustarte