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El origen de las animitas: desde las apachetas andinas hasta
Romualdito
En el caso de las apachetas ocurre algo similar. Los españoles, al ver que
consistían en espacios sagrados de devoción, destruyeron e impusieron sus valores
clavando la cruz cristiana: “(...) el cura debe obligar a los habitantes de cada pueblo
andino a que ellos mismos destruyeran las apachetas reemplazandolas por una cruz
cristiana y, luego, rebautizarlos con el nombre de un santo o figura catolica como,
por ejemplo, la Virgen o Jesús” (Lira. 2016, 20). Los conquistadores, junto con
destruir y prohibir la religión del indígena, traen costumbres y tradiciones que le
fueron dando sentido y forma a las animitas. Claudia Lira señala que el origen de las
animitas se encuentra tanto en costumbres prehispánicas basadas en la devoción a
las apachetas y costumbres católicas traídas por los conquistadores.
Se habla de dos prácticas. Por un lado, los altares de piedras. Se dice que eran
construidos en el sitio donde ocurría una muerte trágica a modo de advertencia para
evitar desgracias en los caminos o para recordar a los fallecidos. Por otro lado, el
culto a las ánimas del purgatorio. El Purgatorio es considerado por la religión católica
como un lugar intermedio entre el cielo y el infierno donde las almas, mejor
conocidas como ánimas, pagan, por medio del fuego purificador, pecados cometidos
en vida: “Ninguno entrará en ella con suciedad, ó [sic] mancha de pecado: y así
necesariamente se ha de decir, que hay purgatorio, donde, como un crisol, se afinan
las almas y se limpian de todas las inmundicias y defectos que salen de los cuerpos,
antes que entren en el Cielo. Esta es Fé Catholica, y decir lo contrario es
heregia[sic]” (Sagrado Evangelista San Juan en su Apocalipsis). Se respeta la
muerte y la memoria del difunto, sin embargo, para poder gozar de la gloria eterna
junto a Dios es necesaria la purificación de las imperfecciones.
El concepto de purgatorio será vigorizado durante la Contrarreforma en el
concilio de Trento (1545-1563). Ahí se afirma su existencia y se establece su
principal característica; las almas allí retenidas sólo encuentran salvación cuando
son ayudados por los fieles con ayunos, limosnas, oraciones, sufragios y, siendo la
más importante, el sacrificio de ir a misa. A veces se presentan frente a los
familiares o amigos suplicando por favores para disminuir o mejorar su estadía en el
purgatorio.
En España surgen diversas manifestaciones de culto a las ánimas, desde
cofradías, altares y capillas hasta canciones populares. Las iglesias comenzaron a
incorporar pequeñas capillas o altares con cuadros que representan el purgatorio:
“Iconográficamente podemos encontrarnos con representaciones de las ánimas
solas, entre las llamas desnudas, mirando al cielo, con las manos juntas en actitud
suplicante. Pero la más normal es que aparezcan en el plano inferior bajo la
advocación de Santa María, San Miguel o algún otro santo” (Zambrano González.
2014, 1076). Estas capillas eran generalmente de planta cuadrada o rectangular con
una decoración muy sencilla: un altar pequeño acompañado con un cuadro que
representa a las ánimas benditas y adornadas con luces y flores. La puerta tenía una
ranura para que los devotos puedan depositar dinero, el cual era destinado a las
misas. Algunas capillas tienen un cartel indicando a quien se le dedicaba la
construcción. Se encuentran en los cruces de caminos.
Otro ejemplo del culto a las ánimas son las llamas Alminhas en Portugal. Se
trata de pequeños monumentos construidos en caminos rurales, bosques, cerca de
cursos de agua o carreteras nacionales donde las personas se detienen para ofrecer
oraciones o limosnas por las almas en agonía. También dejan flores y velas
encendidas a modo de ofrenda. Su forma es variada: altares, nichos, estelas o
columnas de granito. Hoy son consideradas parte del patrimonio artístico-religioso.
Se han creado diversas leyendas sobre su identidad y muerte. Se dice que fue
un niño asesinado tras ser violado por vagabundos. Esta teoría se sustenta sobre los
diversos juguetes y peluches que se han ido dejado como ofrenda. Otra historia
cuenta que Romualdito era un hombre joven de aproximadamente unos 20 años que
padecía de retraso mental o síndrome de Down. Fue asesinado por maleantes que lo
atacaron con palos y cuchillos, dejando su cuerpo tirado al lado de la pared donde se
alza su animita: “Cuenta la leyenda que el chico iba de camino a su casa para darle
de comer a su padre (o que llevaba una manta de Castilla) cuando fue atacado por
vagabundos, quienes lo asesinaron despiadadamente a palos y cuchillazos, dejando
su cuerpo tirado en el lugar donde se encuentran las animitas” (El ciudadano, Angela
Barraza. 2016). Otra versión muy distinta narra que fue un hombre de 40 años que
sufría de tuberculosis y que el día de su muerte había abandonado el hospital Barros
Luco para ir a su casa en Estación Central. A pesar del esfuerzo que hizo por
defender sus pertenencias -un chal y quince pesos- los maleantes lo asesinaron de
un puñetazo en el corazón. Las historias continúan, algunas cambian detalles y
otras, como vemos, son completamentes distintas.
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Hay distintas versiones del día de su muerte. En la placa de su tumba en el cementerio general
aparece con fecha de muerte del 9 de Agosto de 1933, sin embargo, según su certificado de
defunción, murió el 8 de agosto a las 20.30 hrs.
ni reportes de prensa. Además dieron con una fotografía de Romualdo, tomada el día
después de su muerte.
Frente a las numerosa versiones de quién fue y cómo murió, concluimos que
no importa cuál es su verdadera historia, nada cambia la importancia que tiene en la
religión popular. Tanto su animita como su tumba en el cementerio general son
importantes centros de peregrinación en nuestra ciudad.
Hemos dicho que dar con la historia de las animitas es complejo, sin embargo,
en este capítulo se ha intentado dar una continuidad a su desarrollo, desde las
apachetas andinas hasta Romualdito. Comenzamos refiriéndonos a las apachetas
andinas, adoratorios prehispánicos formados de piedra que se construían a lo largo
de caminos y senda para adorar a dioses locales o deponer el cansancio. Los
caminantes pedían protección o salud para el viaje dejando como ofrenda ojotas,
flores, plumas, coca, maíz, pelos. Cualidades que hoy en día perduran en la práctica
de la devoción a las animitas.
Luego continuamos con la llegada de los conquistadores a América; la
amenaza de las apachetas a través de la evangelización de los nativos, pero también
las costumbres y tradiciones que le dieron sentido y forma a las animitas: construir
altares de piedra para recordar tragedias en los caminos y el culto a las ánimas del
purgatorio. Sin duda ambas prácticas se mezclaron derivando en la devoción de las
animitas. Luego dimos paso al abuso de los entierros en las iglesias y la creación de
los cementerios en la época colonial. La poca higiene y los excesos de lujo llevó a
las autoridades a prohibir está práctica impulsando a los deudos a edificar copias de
las iglesias en los cementerios para asegurar el resguardo de cuerpo y alma,
característica que será apropiada en la construcción de las animitas.
Finalmente saltamos a la animita de Romualdito en Estación Central, una de las
más antiguas de nuestra ciudad. En estos 83 años de devoción se han creado
diversas leyendas sobre su identidad pero se ha reforzado la creencia de que es una
de las animitas más milagrosas de la religión popular, congregando tanto a devotos
nacionales como extranjeros. Su animita se constituye con parte de la antigua pared
de la terminal de Estación Central. Numerosas casitas de color azul y un sinnúmero
de ofrendas que van desde placas de agradecimientos hasta flores, estatuillas,
fotografías, peluches, etc., demuestran que estos objetos conforman un espacio que
posibilita la creatividad colectiva.
“En el ámbito de la muerte, memoria e identidad son conceptos
íntimamente unidos que funcionan como vínculos, que conservan la
tradición histórica de la sociedad, y las ‘animitas’ son un pequeño
vehículo para que esto suceda”
(Antonia Benavente)
Se tiene la creencia de que después de muerto el alma del difunto sigue entre
los vivos, por lo que, familiares y amigos se reúnen con él dentro de la construcción:
se conversa, se come, se dejan cigarrillos y otros regalos. En algunas zonas, las
tumbas-casas están determinadas por la arquitectura local, utilizando materiales del
sector: “En balmaceda entierran a los muertos tomando en cuenta las inclemencias
del frío y la nieve. Así, con cada cual en su casita, el cementerio es como una
población del Más allá. Ni siquiera las almas en pena pueden quedar a la intemperie.
(En Balmaceda Morían del Mal Vivir. Las Últimas Noticia. Domingo 4 de Octubre de
1981. pág 44).
Estas construcciones nos han generado diversas interrogantes, no sólo por ser
parte del alma chilena sino también por lo que logran suscitar en los devotos: ¿por
qué surgen?, ¿cómo se consagran?, ¿son objetos poderosos?, ¿dónde radica su
poder, sólo en cualidades sobrenaturales o se pueden reconocer dimensiones
estéticas?
Esta imagen, propia del mundo popular, posee cualidades poderosas. Son
consideradas como intermediarias entre los hombres y la divinidad, tienen el poder
de mediar a favor de las personas para dar cumplimiento a sus demandas. A través
de los años, esta tradición se ha mantenido como un espacio de intervención divina
donde hombres y mujeres buscan satisfacer necesidades, no sólo espirituales, sino
también materiales: “El sujeto popular necesitado de algún beneficio concreto (salud,
suerte en el amor, suerte para encontrar trabajo, o dinero para la alimentación,
fuerza moral para enderezar una vida pendenciera, etc) recurre al objeto ánima que
tiene la facultad de intervención extranatural en la vida” (Parker. 1993, 325). Son
visitadas a diario por numerosos devotos que cargan con preocupaciones,
angustias, anhelos pero sobre todo esperanzas de poder encontrar una solución a
sus problemas cotidianos. Los milagros realizados deben ser retribuidos con rezos y
ofrendas (flores, estatuillas, ropa, juguetes, placas de agradecimientos, dinero): “Los
deudos no descansan. A diario disponen flores, santos de yeso, crucifijos, rosarios,
estampas. Nadie duda de que es una ánima milagrosa” (Plath. 2012, 45). Estamos
frente a objetos que tienen una gran capacidad de atracción, que conmueven y
emocionan. En una de nuestras visitas a la animita de San Borja presenciamos
como una señora se acercó cuidadosamente a la estructura para besar una
fotografía del santo popular. Otro ejemplo del poder que poseen estas
construcciones es el caso de un joven que murió atropellado en Isla de Maipo en el
sector de Naltahua. Amigos y vecinos buscaron los medios para construirle una
animita tipo altar con bancos y espacios de reunión, lo hicieron a pesar de la
oposición de la madre (va contra su religión)2. La construcción de animitas sirve
como ritual de despedida y catarsis frente a la muerte violenta y repentina: “(...) los
sujetos necesitan de alguna manera expresar no sólo sus sentimientos sino que
también la cercanía que tuvieron con aquella persona a la cual perdieron en
circunstancias trágicas” (Benavente. 2011, 136). Se busca dar alivio al duelo a
través de la creación de una obra dedicada al difunto.
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Este caso fue investigado por el antropólogo Hernán Poblete y Gabriela Mellado, quienes nos
facilitaron la información.
Antes de concluir, queremos centrarnos sobre la cuestión estética del artefacto
“animita”; ¿su poder radica sólo en cuestiones sobrenaturales, conmemoración de la
muerte y realización de milagros?, ¿qué importancia tienen las cualidades estéticas
en la construcción como un objeto poderoso?. Si bien las animitas son objetos que
en general parecen ser simples, toscas, irracionales e incluso kitsch (extravagantes
y vulgares), hay una preocupación formal evidenciada en que siempre están
adornadas y colocadas en un marco especial: “Las imágenes objeto de
peregrinación dan en general la impresión de ser bastante toscas y rudimentarias,
no obstante, la preocupación evidente en todos los casos es asegurar que
estéticamente tengan características propias que las distingan de las demás, estén
adornadas y colocadas en un marco especial” (Freedberg. 1992, 138). Su
consagración dependerá del cuidado, dedicación y pasión que pongan los devotos
en el embellecimiento de la animita, ya que, sin duda alguna, el estar adornadas,
bien cuidadas y ser receptora de rezos y plegarias la convierte en un objeto
adecuado de devoción y capaz de obrar milagros. Se entiende entonces que la
creencia que se tiene en estos objetos debe ser materializada a través de una
preocupación formal; sólo una vez que la imagen ha sido preparada y adornada
podrá consagrarse como una imagen digna de devoción y culto.
La inscripción que hacemos de la animita como imagen nos permitió abrir las
lecturas que se han hecho sobre ellas como simples hitos religiosos que
conmemoran al sujeto fallecido luego de una muerte violenta. Al centrar el estudio
sobre el culto a la muerte pudimos dar cuenta del poder que poseen estas
construcciones, son consideradas como intermediarias entre el mundo profano y el
sagrado convirtiéndose en importantes centros de peregrinación. Este estudio nos
permitió entender la cuestión estética, por lo que llegamos a la conclusión de que el
estar adornadas, bien cuidadas y embellecidas es un factor determinante en su
construcción como un objeto generoso y poderoso.
CAPÍTULO III. Construcciones colectivas en el espacio público: la cuestión del
artífice y su exposición.