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INFANCIA MAPUCHE

Y MIGRACIÓN EN EL BUDI

Natalia Caniguan Velarde

Resumen

L
a actual pobreza material en territorio mapuche, producto de la subdivisión y usur-
pación de tierras, de la invisibilización y discriminación y de la marginalización
de su cultura, generan en estas comunidades una alta migración hacia la ciudad.
Las familias de seis o 10 hijos necesariamente deben hacerlos migar; migración que
conlleva dejar su historia y pasar a conformar la historia de la marginalidad urbana.
En esta migración, sostenida desde hace varias generaciones como mecanismo de
sobrevivencia, quedan los “viejos y niños” en el campo, los adultos, padres jóvenes y
madres adolescentes migran, como mano de obra joven y flexible demandada para 135
trabajos de baja calificación. En este contexto, es necesario profundizar sobre lo que
ocurre con estos niños y niñas abandonados o dejados al cuidado de abuelos u otros
familiares, vecinos o simplemente “regalados” a quien pueda hacerse cargo de ellos.

Contextualización

El pueblo Mapuche es el pueblo indígena con mayor presencia numérica en Chile,


constituye el 5% de la población nacional. Habitan mayoritariamente la región
de la Araucanía, representando el 23% del total de habitantes de dicha región,
asimismo, es en esta zona donde se concentra el mayor número de comunidades
indígenas.1 Del total de habitantes mapuche de la región, el 50.7% son hombres, y el
4.9% corresponde a población infantil menor de 9 años. Por otro lado, el 60.3% de
los indígenas de la región corresponde a población mapuche rural.
La población mapuche de la región de la Araucanía se distribuye entre las 32 co-
munas que existen, dentro de éstas se encuentra la de Saavedra, lugar que concen-
tra la mayor cantidad de comunidades indígenas del país y la región con alrededor
de 100 comunidades mapuche; el Estado ha delimitado este territorio como Área de
Desarrollo Indígena, lo que implica una focalización de políticas públicas en dicha
zona para mejorar la calidad de vida de esta población.

Antropóloga Social por la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (UAHC). Diploma-


da en Políticas Sociales: Desarrollo y Pobreza por la Universidad Alberto Hurtado. Actualmente
Directora del Centro de Documentación Étnico, Rural y Pesquero. Desde 2005 trabajando en diversas
temáticas e investigaciones con comunidades mapuche del Territorio del Budi. Contacto: nata-
liakaniwan@gmail.com.
1
Creadas bajo el amparo de la Ley Indígena 19.253, promulgada el año 1993, lo que hace que no
necesariamente respondan a lógicas de comunidades parentales o de antiguas organizaciones pre-
sentes en el territorio como el lof.
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En términos numéricos y con base en datos censales del 2002 la comuna de


Saavedra posee una población de 14.034 habitantes, de ellos 80.91% habita el sector
rural, los dos centros urbanos que existen son habitados por tan solo 2.679 personas,
una clara minoría poblacional, en su mayor parte mestiza, que en sus orígenes co-
rrespondieron a colonias de migrantes traídas por el Estado chileno para “civilizar y
pacificar” estas tierra. Este territorio se constituye en uno de los principales centros
actuales de concentración de población mapuche, el 64.3% del total comunal adscri-
be a tal condición y se reconocen –aunque no necesariamente se manifiestan– como
tal. Coincidentemente, la población rural e indígena es la que refleja los mayores
índices de pobreza e indigencia; 40% de la población vive en dichas condiciones.
En lo que respecta a características demográficas, la población indígena habita
en un 92.7% el sector rural, de ellos 5 980 son varones y 5 375 mujeres. Si esta in-
formación la desagregamos por rangos etáreos podemos observar cómo aumenta
la cantidad de hombres sobre mujeres en el rango de los 16 a 49 años de edad
–población en edad de trabajar o denominda “económicamente activa”–.
En dicho rango de edad la población masculina que habita el sector rural es de
2 065 personas, mientras que la femenina alcanza un total de 1 865; este dato se
constituye como un primer indicio que da cuenta de la emigración de las mujeres,
tema que más adelante buscaremos explicar. Datos referidos a la composición fa-
miliar2 señalan que el tamaño promedio del hogar es de 3.6 personas, rompiendo
con los antiguos patrones de familia extendida, existente hasta hace unas décadas
atrás. Por otra parte, el promedio de edad del jefe de hogar oscila entre los 54
años, lo que da cuenta de de hogares conformados por personas de edad avanza-
da. Solo el 33% de dichas jefaturas corresponde a una femenina.
En lo que respecta a la población femenina podemos señalar que a nivel regio-
nal la comuna de Saavedra presenta la mayor tasa de embarazo adolescente3, con
18%, un promedio de 15 embarazos adolescentes al año aproximadamente.4
En cuanto a la población infantil –entre 0 y 14 años– , la cantidad de menores
de edad que habitan el sector rural es de 2 891 niños y niñas, 50.3% varones y
136 49.7% niñas. Por otra parte se ha detectado que el 96% de los niños de tres años
de edad presentan rezago en su lenguaje, en gran parte por la falta de motivación
y estimulación de quienes están a su cargo.
En el aspecto económico, es necesario tener presente que al ser un sector emi-
nentemente rural las familias desarrollan una agricultura de subsistencia, en al-
gunos casos con pequeños excedentes que es posible comercializar. La comuna
no cuenta con industrias ni empresas capaces de solventar la demanda de trabajo
existente, principal razón para el éxodo hacia las ciudades.
En términos de salud y educación podemos señalar, en el primer ámbito, la exis-
tencia de 15 postas rurales que atienden a la población mapuche, éstas se encuentran
bajo la administración municipal y funcionan por medio de un sistema de rondas
médicas y de especialistas (matrona, psicólogo, dentista, entre otros). Además en
el mayor centro urbano de la comuna existe un hospital que acaba de integrar un
módulo de salud mapuche para quienes deseen atenderse con machi o lawentuchefe.5
La educación por su parte, es cubierta en gran medida por la presencia de escuelas
rurales tanto municipales como de administración privada –en el territorio existen
alrededor de 50 escuelas–. Éstas son de carácter gratuito para las familias y ofrecen
servicios de traslado e internado en algunos casos. En estas escuelas es posible cur-
sar hasta el sexto u octavo año de educación primaria. La educación secundaria
debe realizarse en Puerto Saavedra (centro urbano) o en otras ciudades cercanas.
Dentro de este contexto es que se desarrollan las comunidades y la población
mapuche. Si bien son un sector con altos índices de pobreza, también cuentan con

2
Datos Encuesta CASEN.
3
Entendiendo el embarazo adolescente como aquel que se produce en jóvenes que han vivido su
menarquía (13 a 15 años), hasta los 19 años de edad.
4
Datos obtenidos de información de trabajo del Departamento de Salud I. Municipalidad de Saavedra.
5
La palabra Machi hace referencia a una suerte de curandera del sector, designada como tal por me-
dio de sueños y ser parte de su genealogía familiar. Lawentuchefe por su parte hace mención a quienes
realizan remedios por medio del uso de hierbas medicinales.
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políticas y ayudas de corte asistencialista por parte del Estado, quien les otorga
pensiones, subsidios y becas, en una suerte de política de discriminación positiva y
de restauración y recompensación por su historia pasada de violencia y despojo.

Recuerdos sobre la crianza mapuche

La crianza mapuche se ha visto afectada por los cambios sociales que ha sufrido este
pueblo, la antigua organización del lof 6 y la familia extendida –existía la práctica
de la poligamia– ha dado paso a la constitución de comunidades a la usanza oc-
cidental y a la nuclearización de la familia. Las tierras que poseen no permiten la
mantención de un mayor número de integrantes en los hogares.
Tradicionalmente en esta comunidad la crianza de los pichiche –persona peque-
ña– se encontraba en manos de toda la familia, cumpliendo un rol significativo el
laku o abuelo paterno, quien aconsejaba a los menores de edad y guiaba su crianza
para convertirlos en un che –persona–, la máxima aspiración de todos, que consiste
en tener una conducta intachable, ser respetuoso con los mayores y la comunidad,
y lo más importante, ser una persona íntegra.
Sin embargo, las secuelas que dejó la ocupación militar de este territorio, ejercida
con violencia, fue mermando los cimientos de la comunidad; los despojos y muertes
cometidas marcaron fuertemente a las generaciones antiguas, se rompió y corrompió
un sistema hasta entonces armónico, se quebraron las bases sociales existentes, se les
negó su cultura y creencias, se les quitó lo material y lo subjetivo, teniendo que recrear
su cultura y mundo ahora en un contexto de marginalización y discriminación.
En este nuevo espacio la patriarcalidad asume un rol de liderazgo absoluto que
se va conjugando con la violencia. Los menores de edad continúan siendo edu-
cados en sus hogares, el consejo y la conversación son los pilares de dicha educa-
ción, no obstante, se vuelven comunes y naturalizados los castigos físicos hacia los
menores de edad. La violencia en el hogar –que también afecta a las mujeres– se
naturaliza y se convierte en una costumbre mal adquirida, al contrario de lo que
algunos afirman de ser parte constitutiva de la cultura. 137
Otro elemento de las antiguas formas de crianza de los menores de edad fue su
integración a las actividades de la comunidad, así como al trabajo. Una vez que los
menores de edad obtenían cierta autonomía –a los 3 o 4 años– dejaban de estar
constantemente al lado de la madre y comenzaban a ayudar a su padre en labores
agrícolas menores, por lo general les tocaba realizar el cuidado del ganado. Estas
labores eran realizadas principalmente por los hijos varones, las hijas seguían acom-
pañando a su madre y aprendiendo labores de telar y todo el trabajo doméstico.
La inclusión de los niños y niñas en las tareas y espacios de los adultos fue un
elemento socializante fundamental para el menor de edad, éste aprendía a desa-
rrollarse y a participar en diversas instancias y era considerado como una persona
más dentro del grupo, apoyando de esta manera su desarrollo psicosocial.
Esta infancia participe de las actividades adultas dejó menos tiempo a la “diver-
sión infantil”, en este sentido, muchos adultos mayores y adultos de hoy recuerdan
sus infancias como bastante difíciles, además de con pocas actividades propias de
la niñez. Los recuerdos evocan una infancia triste y de alta pobreza, que se expresa
en la constante alusión por “andar descalzos”.
No obstante, pese a la reestructuración social sufrida, la distribución de roles en
el hogar se encontraba claramente delimitada, así en un hogar mapuche, los abue-
los paternos apoyaban la crianza de los niños y niñas por medio de consejos, del
canto, la conversación y los cuentos. La madre les acompañaba inseparablemente
durante sus primeros años de vida, donde el kupulwe¸7 se convertía en un elemento
fundamental para esta tarea; desde su nacimiento el menor de edad observaba y
acompañaba las labores de la madre durante todo el día. El padre por su parte,

6
El lof se refiere a la antigua forma de organización comunitaria que agrupaba por lo general un
grupo de parentesco patrilineal.
7
Palo largo que servía para amarrar al menor de edad, sostenerlo de pie pegado a la pared de la
“ruca” --casa-- o bien por la mano de la madre.
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acompañaba esta primera infancia, no obstante, su rol protagónico dentro de la


crianza lo adquiría una vez que los hijos varones comienzaban a acompañarlo y
ayudarlo en su trabajo. El padre es quien fijaba las reglas y normas del hogar, por
tanto es quien se encargaba de los regaños y sanciones cuando era necesario.
El acceso a la educación formal para las generaciones hoy adultas no era ma-
sivo, por las pocas escuelas existentes así como por la mayor importancia que se
le daba al trabajo familiar (y las responsabilidades que ésto representaba)sobre la
educación escolar. La escuela era un espacio de fuerte violencia y discriminación, en
tanto, se les prohibía hablar en mapudungun, lengua de este pueblo, y se les imponía
el castellano, además eran duramente castigados por no rendir como se esperaba y
se les cuestionaba su cultura, forzándolos a una integración de la “chilenidad”.
Hoy en día muchos aspectos de esta crianza se han modificado, las familias nu-
cleares pasaron a ser, en muchos casos, monoparentales, afectando la distribución
de roles en el hogar y la crianza de los niños como veremos más adelante.

Migración en la población mapuche

La población mapuche residente en los sectores rurales de la VIII y IX región de


Chile, han debido constantemente migrar de sus territorios. La política de colo-
nización y posterior radicación de sus tierras generó una merma considerable de
sus territorios, que les impide desarrollarse con base en la agricultura o ganadería
extensiva como en antaño.
Tal como lo señala Nicolás Gissi, “... la radicación y sus derivados recortó los espacios
de producción y reproducción, concluyendo en una manifiesta carencia de tierras: cinco millo-
nes de hectáreas entre el Malleco y Valdivia fueron rematadas y a los mapuche se los encerró
en menos de quinientas mil. Tales hechos, unidos a los sucesivos procesos de reconversión de la
economía de la IX Región, que pasó del trigo a la ganadería y de ésta a la forestación, hacien-
do menos rentable el sector agrícola tradicional, ha significado menos trabajo temporal en la
región, rebajándose el suplemento del ingreso predial” (2004:6).
138 Esta situación ha sido la principal explicación y motivación para las diversas
oleadas migratorias que se han producido desde territorio mapuche. Las primeras
generaciones de migrantes se sitúan en la década de los 30, sin embargo, la mayor
oleada migratoria se produjo durante la década de los 50.
Estos éxodos se caracterizaban por ser migraciones masculinas, por lo general
primero partía alguno de los hijos mayores del hogar y una vez que se asentaba
–por lo general trabajaban en panaderías, donde además se les daba el alojamien-
to– mandaba a buscar a sus hermanos, quienes llegaban a ocupar un puesto de
trabajo donde se encontraba su hermano o algún otro pariente.
La migración femenina también se produjo en estos años aunque en menor
medida, por lo general las hijas habían contraído matrimonio y se marchaban a
vivir a las tierras del esposo o quedaban al cuidado de los mayores. No obstante,
cuando la migración femenina se produce las mujeres buscan emplearse como
asesoras domésticas en la urbe.
Esta generación migrante se fue poco a poco instalando en los barrios y sectores
marginales de la ciudad de Santiago, comenzaron a hacer uso de espacios públicos
que se significaron como lugares de encuentro, siendo uno de éstos el parque Quin-
ta Normal, permitiendo mantener el contacto así como la continuidad de matrimo-
nios entre mapuches aún en la ciudad. Estos migrantes poco a poco se adaptaron e
integraron a la ciudad, volviendo al sector rural sólo en temporadas estivales o de
vacaciones, formando sus hogares y familias en la ciudad, lugar donde nacieron sus
hijos (asentándose de manera definitiva).
Desde los años 80 hasta nuestros días se produjo una nueva estampida migrato-
ria. En los últimos años las condiciones en el sector rural han empeorado en cuanto
a las posibilidades de acceso al trabajo y mantención económica de los hogares. En
algunos casos esta nueva migración ha tomado una posición más pasajera o tempo-
ral, pues no todos están dispuestos a quedarse en las ciudades.
Otro fenómeno importante es la migración asociada al estudio, donde jóvenes
mapuche salen de sus territorios con el objetivo de estudiar carreras universitarias,
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para luego volver a desempeñar su profesión dentro de su territorio, cabe señalar


que la cantidad de jóvenes que regresa una vez concluidos sus estudios es muy baja.
Está presente de igual manera la migración temporal o migración de la fruta,
ésta se produce en los tiempos de cosecha y en ella población masculina como fe-
menina se traslada hacia la zona central de Chile –zona productora de fruta– para
emplearse durante los meses de cosecha –temporada estival– en labores de cose-
cha o más bien llamadas de temporeros. Esta migración dura aproximadamente
tres meses, luego los jóvenes regresan a sus hogares de origen con el dinero que
lograron obtener durante este tiempo de trabajo.
Observamos también una feminización de la migración, en especial de mujeres
adolescentes que han sido madres solteras y como tal salen en busca de trabajo
para la mantención de sus hijos, sin embargo, dicha migración la realizan solas, los
menores de edad son dejados al cuidado de los abuelos, familiares, vecinos u otras
personas, como veremos a continuación.

Migración de la madre y crianza con los abuelos

Actualmente el escenario de las migraciones, continúa siendo una imagen cotidia-


na dentro del territorio del Budi. Las condiciones de pobreza persistentes son el
principal foco de la migración, la gente en edad de trabajar debe necesariamente
salir del territorio para poder encontrar trabajo y así obtener ingresos económi-
cos. A pesar del paso de los años y las constantes oleadas migratorias, aún hoy la
población que se traslada a las ciudades continúa empleándose en trabajos de baja
calificación y ocupando espacios marginales en la ciudad.
Como señalamos anteriormente, unido al fenómeno de la migración encontra-
mos la feminización de ésta y el consecuente cambio en los patrones de crianza y
cuidado de los niños y niñas que queda habitando en los sectores rurales.
La debilitación de los patrones sociales y familiares han producido una desin-
tegración de la familia y los modelos patriarcales y patrilocales de convivencia. Ac-
tualmente, la juventud se muestra reticente de continuar los modelos de la cultura 139
mapuche, más bien reproducen en espacios rurales lo visto en visitas realizadas a la
ciudad de Santiago y que corresponden a patrones de espacios marginales de la
metrópolis. Disminuye el respeto hacia los mayores y los padres, aumenta el alco-
holismo entre la población, así como el embarazo en las mujeres adolescentes.
El territorio del Budi presenta la mayor cantidad de embarazos adolescentes de
la región, lo que sin duda repercute en las estructuras sociales de la comunidad.
Dichos embarazos suelen producirse sin la existencia de una relación estable, lo que
lleva a que en muchos casos los varones no asuman sus responsabilidades. Por otra
parte, al no existir la alianza o matrimonio entre los jóvenes ya no se replica el mo-
delo de patrilocalidad mapuche, en donde la mujer el contraer matrimonio se iba a
vivir a las tierras del hombre. Hoy en día la mujer continúa viviendo en casa de sus
padres, asumiendo los abuelos maternos un rol en la crianza del niño o niña.
Una vez que se produce el nacimiento de los niños, las jóvenes permanecen
con ellos durante el tiempo del amamantamiento, luego deberán migrar en busca
de trabajo para poder ayudar de esta manera a sus padres en la mantención del
hogar y los nuevos gastos que implica la crianza de los hijos. Como ya señalamos la
imagen paterna no existe.
Esta salida de la mujer significa una serie de reestructuraciones que incidirán
directamente en la vida del niño o niña. Así, la madre abandona el territorio y con
ello rompe el vínculo que se comenzaba a gestar con su hijo o hija. El niño comien-
za a ser criado por sus abuelos maternos –en caso de que éstos no asuman dicha
responsabilidad quedará a cargo de algún otro familiar, algún vecino o finalmente
un hogar de menores– . Para este menor de edad la imagen de la madre será una
figura esporádica que lo visita en tiempos de vacaciones o estivales. Suele ocurrir
que a mayor juventud de la madre son mayores las probabilidades de que ésta no
regrese más al territorio, desligándose de su rol y vínculo de madre.
Los abuelos criaran al niño desde la lógica en que ellos fueron criados y como
lo hicieron con sus hijos, será una responsabilidad obligada, la afectividad será
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demostrada al estilo de los ancianos, por medio de la comida –abundante– y la in-


tegración del menor de edad en las actividades agrícolas; también participará de las
conversaciones cotidianas de la familia, a nivel intrafamiliar se sentirá acogido y cui-
dado por sus abuelos, no obstante, sin querer ofenderlo, será común oír que se le
refiera como del “huachito” (expresión que alude a no tener padres o estar solo).
Los abuelos o quien cuide a los niños apoyarán su crecimiento, alimentación y
cuidados de salud. Sin embargo, no existirá una motivación ni una estimulación
para que se desarrollen plenamente en cuanto a sociabilidades y desarrollo psico-
social. Esta falta de estimulación será una de las principales causas de las altas tasas
de rezago en el lenguaje (que referimos al comienzo). Los niños no hablan porque
no se les habla. Tampoco habrá un apoyo a sus estudios, no importando la asisten-
cia de éstos hacia los colegios, así como tampoco se le apoyará en su rendimiento
dentro de la escuela, en gran parte por la baja o nula escolaridad de los abuelos,
que lleva a tener una lejanía con el modelo escolar formal y a su vez restringe el
apoyo que puedan prestar en el cumplimiento de las tareas escolares, asistencia a
reuniones de apoderados, entre otros.
Estos menores de edad crecen con un vínculo roto, donde reina la desprotección
materna y paterna. Se vuelven ariscos y reticentes de lo social, a su vez bloquean sus
emociones y sentimientos, y emanan rabia hacia las imágenes de autoridad. No existe
una figura paterna que delinee los límites de su actuar y la figura materna es ambiva-
lente en tanto se presenta y ausenta constantemente. La figura de la madre se repre-
senta a través del dinero que envía y los regalos o bienes que adquiera para el hogar
donde se encuentre su hijo.
Los abuelos esperan que estos niños y niñas cuiden de ellos más adelante por lo
que la importancia de la crianza se centra en la enseñanza del trabajo agrícola, así
se forja una relación utilitaria por parte de los abuelos. El menor de edad cumple
así un rol que antiguamente era atribuido al hijo menor de la familia, quien por
lo general supeditaba su vida al cuidado de los padres cuando los demás hijos ya
habían migrado o constituido sus familias.
140 Cuando se produce el regreso de la madre el menor de edad se siente lejos de
ella, pero también tiene la necesidad de tenerla cerca, hay una ambivalencia de
sensaciones y sentimientos hacia la madre. En ciertas ocasiones las mujeres que se
han asentado y estabilizado laboralmente en la ciudad, vuelven al campo a buscar
a sus hijos para llevárselos a vivir con ellas e integrarse a las familias que allá han
formado, no obstante, suelen sucederse problemas de convivencia entre los hijos y
la nueva pareja o los nuevos hijos de su madre, lo que en algunos casos los lleva a
volver al campo a cuidar de sus abuelos.
Existen también casos en que la madre no logra “hallarse” en la ciudad, esto
sucede, con mayor frecuencia, cuando la mujer que ha migrado sobrepasa los
30 años de edad. A su regreso ella vuelve a la casa de sus padres, reasumiendo la
crianza de su hijo o hija, no obstante, el vínculo y apego se encuentra demasiado
resquebrajado y debilitado como para olvidar y dejar de lado lo ya vivido.
Por medio de su nueva presencia y el apoyo de los abuelos se reconstruye un
nuevo vínculo y apego. La madre asume un rol activo en la educación formal del
menor de edad, regularizándose la asistencia de éste al colegio; la presencia de la
madre también significa una mejora económica en el hogar, pues con el dinero
que logró ahorrar en la ciudad, busca tener más acercamiento con sus hijos por
medio de regalos y la compra de útiles necesarios.

Conclusiones

El apego del menor de edad hacia su madre y su primera infancia sientan las bases
para el desarrollo psicosocial que éste o ésta pueda tener, estas primeras impresio-
nes y sensaciones llevan al niño o niña a modelar su forma de ser y comportarse en
el mundo. La figura materna se ha desarrollado, por excelencia, como la primera
imagen a la que todo ser humano se apega y en quien fija su protección y seguri-
dad, sin embargo, cuando dicha imagen se ausenta o se ve debilitada se producen
consecuencias de diversos tipos.
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Así, la migración femenina y el abandono de los hijos, como una de sus prin-
cipales consecuencias, genera y define formas particulares de desarrollo en los
menores de edad, que se reflejan en la forma en que el niño o niña se vincula y
relaciona con la sociedad.
En términos psicológicos, los tipos de vínculos de crianza emergentes, en el con-
texto que hemos descrito, se caracterizan por ser ambivalentes y evitativos, en ambos
la singularidad es que la madre mantienen vínculos inestables con sus hijos (se aproxi-
ma entregando en forma inestable respuesta a las necesidades del niño o niña), estos
procesos, en el desarrollo emocional y cognitivo, producen en la estructura mental
de los niños inseguridades generales: miedo, odio, rabia, ira, etc., también otras ex-
presiones como la inhibición de su conducta, un retraimiento y posterior reacción
explosiva, asociada a adicciones u otros mecanismos compensatorios, etc.
Esta infancia alejada de su madre y de la imagen paterna, carga con un trauma por
el abandono sentido y vivido, que se vuelve necesario intentar revertir. Las carencias
vividas generan vacios emocionales que condicionan su actuar en la adultez, donde
muchas veces repiten patrones de violencia y alcoholismo (este último suele actuar
como desinhibidor de todas aquellas emociones contenidas y no expresadas).
La falta de referentes les hace ser incapaces de demostrar sentimientos y afectos,
lo que los conduce a un circulo que es necesario romper, en pos del desarrollo de
una infancia plena y segura. Sin embargo, no todo resulta tan desalentador para
estos menores de edad. Los abuelos –a su modo– buscarán paliar sus necesidades
emocionales, asimismo, en aquellos casos en que existan otras figuras de apoyo --tíos,
comunidad, pertenencia grupos religiosos, etc.– se buscará brindar una mayor pro-
tección y disminuir la angustia que produce en éstos la ausencia de la madre.
Estos menor de edad viven una infancia más de “campo” donde replican sus
modelos familiares, diferentes a las de sus compañeros que viven en el mismo
entorno. Los que son criados por sus abuelos tendrán una crianza similar a la de
sus padres, habrá una mayor inocencia en su visión y una mayor cercanía con su
cultura y lo agrícola. En términos materiales también existirán diferencias, pues la
madre procurará solventar los gastos generados por éste, así como también suplir 141
su ausencia por medio de regalos materiales.
En una situación óptima de desarrollo para los niños y niñas será vital el esta-
blecimiento de un hogar donde puedan tener referentes paternales y de autoridad
que sean lo más cercanos a ellos y ellas y donde sientan la protección y seguridad
que deben entregar los padres. Sin embargo, muchas veces factores externos ha-
cen que dichos modelos y patrones no se puedan cumplir y se busque la mejor
manera de solucionarlos y de esta forma paliar los efectos sobre la infancia.

Referencias

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