Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Relajada, relajado, sin ninguna expectativa, sin ningún esfuerzo, sin ninguna prisa,
sin ninguna tensión, vas a vivir este tiempo de oración como descanso, como
aprendizaje de dejarte descansar, dejarte ser en aquel que eres, en aquel que
somos.
Para eso, comienza tomando conciencia del anhelo que hay en lo profundo de ti.
No pienses en él, siéntelo. Entra en tu interior y acércate, no sólo al anhelo que hay,
sino al anhelo que eres: anhelo de vida, anhelo de ser, anhelo de plenitud, anhelo
de Dios. Déjate sentir ese anhelo, de modo que sea el que te conduzca en todo tu
momento y todo un proceso de oración. Siente solo tu anhelo.
También en ese mismo lugar, ábrete a sentir la vida que te habita, la vida que eres.
Puedes sentirla, en lo profundo de tu cuerpo, como ensanchamiento, como calor,
como fuerza, como densidad. Ábrete a sentir la vida que te sostiene. En ese lugar
eres siempre vitalidad.
Ahí mismo, deja que viva tu amor hacia todas las personas, conocidas o no,
acogiendo las presencias que vayan apareciendo dentro de ti y envolviéndolas
amorosamente. Deja que ese mismo amor alcance e incluye a todos los seres.
Y, desde ese sentimiento vivo de amor hacia ti y hacia todo ser, ábrete a la
presencia con mayúscula, a la presencia que te habita, al misterio, a Dios. No
quieras tener ninguna idea, ningún concepto, ninguna imagen. Ábrete,
Sencillamente, a ese misterio que es más tu que tú mismo, el ministerio que te
habita en el centro íntimo de ti y que pueda hace ser.
Al abrirte así a esa presencia, consiente en dejarte amar, en sentirte amado por el
fondo amoroso que llamamos Dios. No tienes que hacer nada, sino consentir a la
realidad de que estás siendo amado, y descansar en ella.
Al mismo tiempo que vas descansando en esa realidad, déjate permanecer. No hay
nada más que hacer. Sólo permanecer en él. Sin esfuerzo, sin expectativas, sin
tensión… Permanecer
Al tiempo que permaneces, déjate sentir, en lo profundo de ti, la entrega que eres.
Es la entrega de ti mismo. Esa actitud de entrega se convertirá en desapropiación,
libertad interior y disponibilidad.
Respira profundamente dos o tres veces. Cuida que tu respiración sea profunda,
pausada y atenta.
Nota como el aire llega a lo más profundo de tu cuerpo, y haz una pausa,
tras la inspiración y la exhalación, sintiendo esa zona profunda, llena de aire o
vacía…
Ahora visualiza ante ti a tu mejor amigo/a, o la persona que más quieres. Siente su
presencia, siente su ser. Expande tu corazón y envuelve a esa persona en tu amor.
No ignoras lo que no te gusta de él/ella; también tiene defectos y comete
errores, pero aun así merece todo tu amor.
Desea de corazón que se feliz: “te quiero, deseo que seas feliz, quiero que
reconozcas tu verdadero ser; deseo profundamente tu bien”.
Siente el amor hacia ella.
Visualiza ahora a alguien con quien te llevas mal, con quien has tenido problemas
te ha herido o con quien tienes dificultades de relación.
Sus defectos e imperfecciones no le hacen menos merecedor de tu amor. La
naturaleza de su ser no es diferente de la tuya.
Permite que aflore el amor gratuito y desapropiado que hay en lo profundo
de ti.
Imagina ahora a todas as personas, a todos los seres.
Y siente amor hacia todos.
Siente que eres amor. Permanece unos minutos en esa experiencia.
Si el silencio crece y se hace más intenso, acoge sencillamente el amor que es… y
déjalo ser.
Hasta que, sencillamente, te dejes en un desnudo estar, en la pura
consciencia de ser.