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Tras el decidido apoyo que los luchadores agrarios y sus familias recibieron de parte
del gobierno cardenista, muchas cosas han cambiado en nuestro valle. A pesar de la
etapa de auge algodonero, se han vivido crisis sucesivas y cada vez más duras, en las
que el hombre de campo ha visto cómo gobernantes tanto del PRI como del PAN le
han dado la espalda.
Ahora, en pleno siglo XXI, setenta años después de que se volvió mexicano, “el valle
de Mexicali regresa a las listas de los valles exportadores y captadores de divisas del
país, empero las condiciones de los jornaleros no se han modificado sustancialmente”,
considera el investigador de la Universidad Autónoma de Baja California José
Ascención Moreno Mena.
Auge y pobreza
Una vez conformados los ejidos en el valle, gracias a las acciones inmediatas de la
administración cardenista, se dio un gran crecimiento de la población. Llegaron
oleadas de personas de todas partes del país, además de los braceros que regresaban
a México. Así, en los años cuarenta en el municipio de Mexicali vivía más de la mitad
de los habitantes de Baja California.
Fue la época del auge, cuando en el valle de Mexicali se barría el dinero, al decir de
los residentes. “Mire –contó el señor Valle al historiador universitario–, a mí me tocó
ver de cerca el caso de un agricultor al que le entregamos una cantidad de dinero
muy elevada al hacerle una liquidación de su cosecha y supimos que ese mismo día se
puso una parranda bárbara. Se comentó mucho que ofreció barra libre para todos en
la cantina en que estaba tomando y además, a cada una de las meseras del lugar –que
eran como doce– les regaló un reloj muy fino. Al día siguiente se presentó con
nosotros en la despepitadora, con una cruda espantosa, sin un quinto en la bolsa y
pidiéndonos que le adelantáramos dinero a cuenta de su próxima liquidación.
“En tiempos de cosecha se oía la música por todas partes y veía uno a los agricultores
que traían atrás el mariachi y la tambora. También muchos se compraron autos y
pick-ups del año. A veces veía uno que con un Cadilac último modelo jalaban un
tractor o cargaban leña”.
Pero la prosperidad no llegó para todos. De acuerdo con el investigador Moreno Mena
–en la obra Baja California: un presente con historia, editada por la UABC–, los
ejidatarios y los agricultores privados siguieron con la costumbre de contratar mano
de obra en el interior del país, además de que pidieron a las autoridades mexicanas
que a los repatriados de Estados Unidos se les trajera al valle para trabajar las tierras.
La época dorada del algodón en el valle de Mexicali duró poco. Los años de mayor
auge, tal como explicó el señor Valle al investigador Piñera Ramírez, fueron “de 1950
a 1954, luego fue disminuyendo, pero todavía hasta 1960 fue bueno. De ahí en
adelante se empezó a poner crítica la situación”.
Las causas del deterioro económico posterior las mencionó el mismo exempleado de
la compañía despepitadora, en la entrevista publicada en el volumen seis de la obra
Visión histórica de la frontera norte de México: plagas dañinas muy difíciles de
combatir; la limitación del número de hectáreas permitidas para regarse por los
usuarios del distrito de riego del río Colorado, y la salinidad que afectó a las tierras
del valle y que fue causa de un fuerte diferendo con Estados Unidos.
Moreno Mena agrega en su texto otras causas: la entrada de las fibras sintéticas al
mercado mundial, que desplazaron al algodón; la incorporación de China y la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas como nuevos competidores; asimismo, la crisis de la
producción agrícola en nuestro país.
La situación afectó no solamente a los hombres del campo, pues “la industria
algodonera también generaba empleos en las áreas de procesamiento del producto en
las plantas despepitadoras, en las extractoras de aceites, molinos, desborradoras,
fábricas de trapeadores, de colchones, etcétera”.
La investigadora López Limón expone en su obra El trabajo infantil: fruto amargo del
capital, que a fines de esa década se retiró el capital estadounidense y el gobierno
mexicano financió la siembra de algodón, pero también apoyó otros cultivos, como
trigo y forrajes. Éstos, por requerirse alta mecanización en su producción, necesitaron
menos mano de obra, lo que ocasionó un descenso en la llegada de jornaleros.
Agricultura por contrato
Esto ocurrió por el retorno de los empresarios de Estados Unidos. Se interesaron por
las hortalizas de exportación, y gracias a ello los trabajadores pudieron laborar la
mayor parte del año. Llegaron de nuevo también los jornaleros foráneos, y muchos
decidieron quedarse ya aquí.
Entonces fue cuando empezaron a trabajar más y más mujeres en el campo. Eso llevó,
dice López Limón, a “un empeoramiento de la situación de la mujer campesina”, pues
sus condiciones de vida se deterioraron, al adicionarse el trabajo agrícola a las tareas
que debe cumplir dentro de su hogar.
Cuatro décadas después del asalto: la mujer –que con el apoyo cardenista pudo
dedicarse por completo a atender a su esposo y sus hijos– debió empezar a ausentarse
del hogar, para ayudar al sustento familiar.
Campesinos inermes
Los años ochenta fueron un duro golpe para el valle de Mexicali. En 1986 nuestro país
ingresó al Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT, antecedente de la actual
Organización Mundial del Comercio), que buscaba que se abatieran los aranceles para
que se diera una apertura total de los mercados. “Este ingreso –dice López Limón–
implicó una brusca apertura comercial que ha afectado sobre todo a la agricultura”.
En este tiempo los campesinos ya estaban inermes ante el poder de las grandes
empresas. Era importante otra vez el número de jornaleros; incluso, muchos
ejidatarios empezaron a contratarse como asalariados, pues carecían de recursos para
sembrar. En ese contexto, surgieron algunos sindicatos blancos o charros, al servicio
de los patrones y desconocidos por los propios trabajadores.
Contaminación y miseria
López Limón se refiere también, en su obra citada, a los graves riesgos a que están
expuestos los pobladores del valle a causa de los agroquímicos usados a diario. “Los
aviones fumigadores –dice– contaminan agua, aire y suelo, y por supuesto seres
humanos. Hay una casi nula vigilancia de las autoridades y es una práctica cotidiana
lavar recipientes contaminados en drenes y canales donde se bañan niñas, niños y
adultos y lavan su ropa y utensilios caseros las familias jornaleras”.
Explica que los plaguicidas causan cáncer, alergias y otras enfermedades: leucemia,
defectos de nacimiento, alteración al sistema nervioso central… “El riesgo mayor está
en la población de escasos recursos que muchas veces pesca en los canales, en
quienes viven en las choriceras sin servicios básicos y que padecen desnutrición y
parasitosis”.
Con el apoyo del investigador de la UABC Jesús Adolfo Román Calleros, documentaron
los daños ocasionados al entorno: cáncer y malformaciones. además de alteraciones
genéticas en humanos y animales, síndrome de Down y un serio desequilibrio
ambiental, tal como publicó el diario La Crónica el 13 de abril de 2005.
Pero las desgracias no terminan ahí. Iniciado el siglo XXI, por sus deplorables
condiciones de vida los campesinos de la región han tenido que incorporar al trabajo a
sus esposas e hijos. Lo que años atrás había iniciado en baja escala, hoy alcanza
niveles alarmantes. Según un estudio de la UABC citado por el investigador Moreno
Mena, “ahora, cuatro de cada 10 trabajadores son mujeres, mientras 5.3% son niños
menores de 14 años”.
“En la actualidad –dice– es común encontrar en las zonas hortícolas del valle de
Mexicali a familias completas durante la cosecha del cebollín, rábano, ajo y melón; lo
antes descrito le imprime mayor dramatismo al trabajo agrícola, porque condena a la
descendencia a un futuro incierto, reproduciendo el círculo de pobreza”.
Y tras detallar la crítica situación en que viven y trabajan los jornaleros agrícolas y
sus familias (con bajos salarios, sin vivienda ni seguridad social –muchos de ellos
viviendo a la intemperie–, carecientes de servicios educativos, expuestos a climas
extremos…), Moreno Mena menciona que las mejorías que se han dado se deben no a
la organización de los trabajadores ni a las autoridades estatales, sino a “las presiones
del mercado, de los compradores en particular, para que se desarrolle la producción
bajo condiciones más óptimas, algo así como una certificación”.
Son setenta años ya del Asalto a las Tierras. ¿Tenemos algo qué festejar?
El paro de los jornaleros fue vigilado por elementos de la policía municipal. Gracias al
movimiento, los trabajadores consiguieron que la empresa (“Empaque de
Chapultepec”, de capital estadounidense) aumentara el pago de la docena de mazos a
64 centavos, les pagara a 4.50 pesos el transporte y les prometiera mejorar la calidad
del agua.