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Curso de Liderazgo de AlabanzaPágina 1

LA RESPONSABILIDAD DEL ADORADOR

La mayoría de los cristianos asisten a la iglesia no para contribuir sino con el propósito
de beneficiarse lo más posible del culto. Conforme a esa actitud, se espera que los
pastores y líderes de Alabanza vean que todos los componentes del culto fluyan juntos
de manera unida y significativa. Algunos dicen: “Ese es el trabajo del pastor, para eso la
iglesia le paga.” Si algo sale mal, se le echa la culpa al pastor o al Líder de Alabanza, y
ambos se enterarán de ello con toda probabilidad. Se ve, pues, que la responsabilidad
del culto cae sobre los hombros de los que están en la plataforma, y los individuos de la
congregación quedan relativamente libres de sentir cualquier responsabilidad por el
culto. Pero si se cree, de veras, que todos, los cristianos son miembros activos del
sacerdocio del NT, que todos son ministros delante del Señor, entonces se debe aceptar
la responsabilidad del papel de los creyentes como ministros en la congregación.

La principal responsabilidad de todo adorador es ministrar al Señor. La Biblia dice:


“Alabad a Dios en su santuario” (Salmo 150: l). La responsabilidad de alabar y adorar
no descansa en el pastor ni el líder de Alabanza, sino “en todas las personas que
presenten un sacrificio de alabanza” individual al Señor.

Cada uno también tiene la responsabilidad de prepararse para la adoración. Una buena
manera de hacerlo es levantarse temprano el domingo y pasar algún tiempo en oración y
alabanza. La oración y la meditación pueden ser un hermoso preludio del culto de
adoración. Al llegar a la Iglesia, es en ocasiones apropiado pasar algún tiempo en
oración en vez de hablar con otras personas. En esa parte debemos reconocer todos que
somos débiles. Se debe ir al culto de adoración con el corazón en comunión con el
Espíritu de Dios.

Una manera excelente de prepararse para la adoración es confesar cualquier pecado


conocido que se haya cometido antes de llegar al culto. Si al principio del culto uno no
trata de ponerse en buena relación con Dios, puede perder momentos preciosos que se
podrían pasar en alabanza u adoración enérgicas. Cuando David, después de su pecado
de adulterio con Betsabé, se puso en buena relación con Dios, confeso: “Porque yo
reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí” (Salmo 51:3). Él
trataba de adorar al Señor de todo corazón, pero ese pecado se le presentaba en la mente
una y otra vez, y sentía que se le había enfriado el corazón hacia el Señor. El que trata
de vivir con un pecado no confesado, sabrá también que el pecado se le presenta cuando
quiere adorar al Señor. Se puede evitar el plan del enemigo para distraer al creyente de
la adoración si se arrepiente antes, recibe el misericordioso perdón de Dios, y rechaza la
condenación.

El creyente tiene la responsabilidad de dedicarse a la oración por el culto con


anticipación. El doctor Judson Cornwall que estuvo en una de nuestras conferencias en
Jirón Ayacucho, antes T.E.C.A., ha dicho que “la oración es para el creyente lo que la
comunicación es para el matrimonio”, es decir, algo absolutamente indispensable.
Define la oración como la comunicación con Dios y sugiere que el santo que no ora
nunca adora.
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Jesús dio un principio que se aplica aquí: Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón
(véase Mateo 6:21). Si uno se dedica con diligencia a la oración por el culto de
adoración, se asombrará de su nivel de interés y participación en el culto. Si se dedica
tiempo a orar por el culto, se esperará el beneficio subsecuente de esa inversión de
tiempo, y se estará listo para participar y contribuir a que el culto sea una reunión
gloriosa.

También hay que frecuentar el lugar de adoración. Las Escrituras exhortan a que los
santos no dejen de reunirse (Hebreos 10:25). No solo cuando uno esta en el Rol, todos
los creyentes necesitan la fuerza y el ánimo que se recibe de la comunión con otros
miembros del cuerpo de Cristo. Los creyentes son sólo partes pequeñas del cuerpo; de
manera que, solos y separados de ese cuerpo, se mueren, espiritualmente hablando.

Al entrar en la presencia de Dios, los fieles no deben venir solamente para recibir algo,
sino más bien para traer una ofrenda (Salmo 96:8). En vez de venir a ver cuánto se
puede recibir de Dios, hay que proponerse a darle algo a Dios, a servirle y bendecir su
nombre. El creyente tiene la responsabilidad de venir con una ofrenda, pero eso incluye
mucho más que una contribución monetaria. Hay que entrar en la presencia de Dios
ofreciendo un sacrificio de alabanza, y se debe estar dispuesto a ofrecerse para
ministrar a otros hermanos, como el Espíritu Santo dirija. Dios ama a los dadores que
vienen a la congregación con la intención de contribuir.

El Salmo 66:2 da a todos un mandamiento: “Poned gloria en su alabanza.” Eso


requiere que se invierta energía. ¿Has estado en algún culto y no te has sentido
satisfecho? Los músicos no llevaban el mismo compás; parecía que el pastor recitaba el
sermón en la mente; los diáconos, se habían retirado a algún lugar del templo o a la
cochera; la mitad de la congregación trataba de no dormirse, mientras el resto de la
gente ya se había ido a su casa durante el tiempo de alabanza. En efecto, la mayoría de
las iglesias tiene de vez en cuando un culto de alabanza deficiente. ¿Sucede eso porque
a Dios le gusta retirar a su Espíritu y dejar a los creyentes en suspenso? No, la causa del
problema no es Dios sino los creyentes. El énfasis del Salmo 66:2 es que se ponga
gloria en su alabanza. Las alabanzas no son gloriosas en si. La alabanza no es una
varita mágica que cuando se mueve garantiza un culto glorioso. Si el creyente no
invierte ningún esfuerzo, pasará por alto un excelente secreto de la alabanza. Las
alabanzas gloriosas se convierten en el dominio de los que ponen gloria en la alabanza.
El cristiano sirve a un Dios maravilloso que merece la cantidad más gloriosa y hermosa
de celebración y alabanza que se le pueda dar. La alabanza no es la respuesta de los
que han esperado una lluvia celestial, sino que la inician los que se acercan a Dios
con un sacrificio espiritual.

También tienen los creyentes la responsabilidad de tener motivación propia en la


alabanza y la adoración. Lei una vez que a Dios no lo impresionan, en lo más mínimo,
los adoradores que son solamente espontáneos. Muy cierto. Los adoradores espontáneos
son los que saben alabar y adorar cuando lo desean solamente. A todos les gusta la
adoración espontánea cuando es fácil levantar el corazón hacia el Señor, pero si
funcionan a ese nivel solamente, no han aprendido la disciplina del verdadero adorador.
Algunos creyentes están siempre a la espera de que el líder de Alabanza los estimule a la
adoración involuntaria. Un fruto del Espíritu es el control de sí mismo, y si más
individuos lo ejercieran en la adoración y tuvieran motivación propia para alabar a Dios,
tal vez menos líderes de la Alabanza usarían técnicas de control de multitudes para
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producir una reacción. El verdadero adorador alaba en todas las oportunidades que se le
presenten y no requiere del estímulo del pastor ni del líder Alabanza para alabar al
Señor.

Después de su resurrección, Jesús encontró a dos discípulos camino de Emaús y les


dijo: “¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han
dicho!” (Lucas 24:25). Cuando los llamó “tardos de corazón”, no los alabó. No es
recomendable ante el cielo que se conozca al creyente como “lento” en la alabanza y la
adoración. Se es lento porque se es tardo de corazón. Hay creyentes como aquellos
discípulos, y el Señor les dará un regaño semejante. Hay que agitar el alma a la hora de
alabar al Señor. Los creyentes deben motivarse a la alabanza y entrar con entusiasmo al
culto de adoración.

Hay que hacer algo más que cantar. Los Salmos exhortan a “cantar alabanzas a Dios”.
El solo hecho de cantar canciones no constituye necesariamente cantar alabanzas. Es
posible cantar sin poner todo el corazón en ello. La responsabilidad del creyente es
convertir las canciones en una alabanza del corazón a Dios.

El creyente también debe adorar a pesar de las distracciones. Es fácil culpar a otros por
la falta de alabanza de uno: “El líder de Alabanza no fluye con el Espíritu de Dios hoy.”
“¿Qué hace el pastor? Parece que no disfruta nada del culto de adoración.” "Hombre,
qué nota tan mala dio el piano.” "¿Cuándo van a llevar el compás juntos el baterista
(Miguel) y el pianista (Esteban)?” "Este líder de alabanza parece que no sabe lo que
hace."

Hay mil y una razones por las cuales no se alaba a Dios. Sin embargo, la
responsabilidad de la alabanza debe inevitablemente volver a los creyentes. Dios nunca
dijo que lo alabaran “si les gusta el estilo del líder de alabanza”, o “cuando se cante la
canción que más les guste”. ¿Qué dice la Biblia? "Bendeciré a Jehová en todo tiempo”
(Salmo 34: l), aun cuando el líder de alabanza esté desentonado, el pianista no conozca
la canción y el baterista sea un desorejado. Esto viene como amonestación a todos los
adoradores: No dejen que los distraigan los esfuerzos sinceros, pero deficientes, de los
músicos o los líderes. Tal vez el creyente tenga razón en el análisis de sus deficiencias,
pero se privará del privilegio de bendecir al Señor.

Los creyentes deben ser adoradores toda la semana. El adorador no disfruta de la


adoración sólo los domingos en la congregación; su vida es de alabanzas y adoración
continuas a Dios veinticuatro horas al día. Una vez que se ha aprendido esa “vida de
adoración durante la semana, es fácil reunirse en la congregación y alabar a Dios.”
Cuando los adoradores se reúnen, la alabanza asciende de inmediato. Si el nivel de la
alabanza en la congregación es bajo, se puede estar seguro de que el problema es que
los creyentes no han aprendido a vivir alabando durante la semana. El llamado es a algo
más que visitar solamente La casa del Señor. Las escrituras dicen: "El que habita al
abrigo del Altísimo morará bajo la Sombra del Omnipotente” (Salmo 91:1) Hay que
permanecer en su presencia de continuo.

Es fácil confundir la adoración con ser adorador. Solo porque alguien adore, no
significa necesariamente que es adorador. Casi cualquier persona puede adorar según
la según la ocasión, pero relativamente pocos parecen manifestar la cualidad de vida
del adorador, Cuando Dios pide que el creyente sea adorador todos los días no pide que
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se dedique sólo a cantar alabanzas toda la semana. Cuando el creyente adopta esa clase
de vida, se da cuenta que con frecuencia surge un canto de alabanza de su interior.
Descubre que todo lo que hace de veras constituye un acto de adoración al Señor, pues
sus actividades diarias son una expresión de su dedicación a Dios. Somos un grupo de
Alabanza pero, cada persona individualmente esta adorando a Dios en intimidad.

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