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República Bolivariana de Venezuela


90 Universidad del Zulia
Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas
División de Estudios para Graduados
Programa: Maestría en Derecho Procesal Civil
 

IMPLICACIONES Y EFECTOS DEL DECAIMIENTO DE LA ACCIÓN POR FALTA


DE INTERÉS EN EL PROCESO CIVIL

Trabajo de Grado presentado para optar al Grado de Magíster Scientiarum en


Derecho Procesal Civil

Autor:
Abg. Zimaray Carrasquero
C.I. V-7.817.497

Tutor:
Dr. José Manuel Guanipa V.
C.I. V-7.758.632

Maracaibo, Abril 2010


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IMPLICACIONES Y EFECTOS DEL DECAIMIENTO DE LA ACCIÓN POR FALTA


DE INTERÉS EN EL PROCESO CIVIL
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Implicaciones y Efectos del Decaimiento de la Acción por Falta de Interés en el


Proceso Civil

Maestrante:
Abg. Zimaray Carrasquero
Cédula de Identidad No. V-7.817.497
Urbanización Rotaria, Avenida 108.
Maracaibo-Estado Zulia
Correo Electrónico: zcarrasquero3@gmail.com

________________________________
Firma

Tutor:
Dr. José Manuel Guanipa V.
Cédula de Identidad No. V-7.758.632

________________________________
Firma
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INDICE GENERAL

Pág.

INDICE GENERAL…………………………………………………………………….. iv
DEDICATORIA…………………………………………………………………………. vi
AGRADECIMIENTO……………………………………………………………………. vii
RESUMEN………………………………………………………………………………. viii
ABSTRACT……………………………………………………………………………… ix

INTRODUCCIÓN……………………………………………………………………… 10

CAPITULO I……………………………………………………………………………. 13

EL PROBLEMA……………………………………………………………………...... 13

CAPITULO II…………………………………………………………………………… 21

EL DECAIMIENTO DE LA ACCIÓN POR FALTA DE INTERÉS CONFORME


CON LA SENTENCIA 956, DE LA SALA CONSTITUCIONAL DEL
TRIBUNAL SUPREMO DE JUSTICIA DE FECHA 1º DE JUNIO DE 2001……. 21

CAPITULO III…………………………………………………………………………… 48

DIFERENCIACIÓN ENTRE LA PERENCIÓN DE LA INSTANCIA RESPECTO


DEL DECAIMIENTO DE LA ACCIÓN POR FALTA DE INTERÉS, COMO
INSTITUCIONES DEL PROCESO CIVIL VENEZOLANO………………………… 48

CAPITULO IV………………………………………………………………………….. 56

DERECHOS PROCESALES DEL ACCIONANTE FRENTE A LA


PRESUNCIÓN NEGATIVA DE “NO QUERER LA SENTENCIA” EN EL
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DECAIMIENTO DE LA ACCIÓN POR FALTA DE INTERÉS…………………….  56

CAPITULO V………………………………………………………………………….. 70

SUPUESTOS QUE IMPIDEN EL DECAIMIENTO DE LA ACCIÓN POR FALTA


DEL INTERÉS PROCESAL, CONFORME CON LA DOCTRINA
JURISPRUDENCIAL…………………………………………………………………… 70

CAPITULO VI………………………………………………………………………….. 83

LOS DEBERES DEL JUEZ CIVIL VENEZOLANO CONFORME AL


ORDENAMIENTO JURÍDICO VIGENTE……………………………………………. 83

CAPITULO VII………………………………………………………………………….. 90

LOS EFECTOS SANCIONATORIOS DE LA PRESCRIPCIÓN APLICADOS AL


DECAIMIENTO DE LA ACCIÓN POR FALTA DE INTERÉS……………………. 90

CONCLUSIONES……………………………………………………………………… 98

RESUMEN……………………………………………………………………………… 107

INDICE DE REFERENCIAS…………………………………………………………. 109


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DEDICATORIA

A mis adorados padres Luís y Violeta, al Dr. Ubaldo y muy especialmente a mis hijos Joan y Juan
Carlos.

 
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AGRADECIMIENTO

A mi Dios porque el ha iluminado mi camino


siempre, a mis padres porque sin el esfuerzo, cariño y
dedicación de ellos no hubiese podido alcanzar las
metas que me he propuesto en la vida; a mi tutor
académico, quien a pesar de las múltiples funciones
que ejerce con tanto éxito en su vida profesional, me
apoyó y acompaño desinteresadamente en este
proyecto y por ultimo a un ángel llamado María, que
llego en el preciso momento para darle claridad y
vida a mis ideas.

 
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Carrasquero Carrasquero, Zimaray. IMPLICACIONES Y EFECTOS DEL


DECAIMIENTO DE LA ACCIÓN POR FALTA DE INTERÉS EN EL PROCESO
CIVIL. Trabajo Especial de Grado presentado como requisito para optar al Grado
Académico de Magíster Scientiarum en Derecho Procesal Civil. Universidad del Zulia
(LUZ). Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas. División de Estudios para
Graduados. Maracaibo-Venezuela.2010.pp.108.

RESUMEN

El objeto central del presente estudio consistió, en analizar las Implicaciones y


Efectos del Decaimiento de la Acción por Falta de Interés en el Proceso Civil, ello
gracias a su aparición, en la doctrina jurisprudencial de la Sala Constitucional del
Tribunal Supremo de Justicia en el año 2001. Por medio de éste estudio documental
con diseño bibliográfico, pudo llevarse a efecto la interpretación hermenéutica del
ordenamiento jurídico frente a tal doctrina. Entre los más importantes resultados del
estudio resalta, la ausencia de fundamentación legal para tal figura, donde la
tradición normativa sancionaba con la perención, la falta de interés procesal. Esta
nueva figura no afecta el juicio en concreto, sino que arremete contra un derecho
constitucionalizado (la acción); ello bajo el argumento de una inactividad tan
prolongada que permite asumir la falta de deseo del actor por la sentencia. Tal
convicción se genera con base en una presunción que opera cuando no se interpone
la acción de amparo, se piden medidas disciplinarias en contra del Juez que omitió
la sentencia durante todos los años de la paralización o se impulsa el proceso,
extremos que violentan los derechos procesales de un accionante que agotó en
juicio todas las conductas legales permisibles. De lo anterior es obvio como la
doctrina que impide la perención en estado de sentencia, se ha alterado,
asumiéndose no sólo posible, sino exponencial con el decaimiento de la acción,
figura que relaja el rol del Juez en la administración de justicia, recargando en la
parte la obligación de impulsar indefinidamente el proceso, pues de lo contrario, el
lapso de prescripción del derecho discutido será la guía del Tribunal al momento de
decidir si inicia o no el procedimiento a instancia para declarar decaído el interés.

Palabras Clave: Implicaciones, Efectos, Decaimiento de la Acción, Falta de Interés.

Correo Electrónico: zcarrasquero3@gmail.com


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Carrasquero Carrasquero, Zimaray. IMPLICATIONS AND EFFECTS OF THE


DECAY OF THE ACTION FOR LACK OF INTEREST IN THE CIVIL PROCESS.
Special Work of Degree presented as requirement to choose to Magíster's In Civil
Procedural Law. University of the Zulia (LUZ). Faculty of Juridical and Political
Sciences. Division of Studies for Graduates. Maracaibo-Venezuela.2010.pp.108.

ABSTRAC

The central object of the present study consented, in analyzing the implications and
effects of the decay of the action for lack of interest in the civil process, it thanks to
his appearance, in the juriprudential doctrine of the Constitutional Room of the
Supreme Court of Justice in the year 2001. By means of this one documentary study
with bibliographical design, could take to him to effect the hermeneutic interpretation
of the juridical classification opposite to such a doctrine. Between the most important
results of the study it stands out, the absence of legal foundation for such a figure,
where the normative tradition was sanctioning with the expiration, the lack of
procedural interest.  This new figure does not affect the judgment in concretly, but it
rushes forth at a right constitutionalized (the action); it under the argument of a
stagnation so long that allows to assume the lack of desire of the actor for the
judgment. Such a conviction is generated by base in a presumption that operates
when the action of protection does not intervene, disciplinary measures are asked in
opposition to the Judge who omitted the judgment during every year of the
paralyzation or there are stimulated the process, ends that force the procedural laws
of an accionante that it exhausted in judgment all the legal permissable conducts.  Of
the previous thing it is obvious as the doctrine that prevents the expiration in
condition of judgment, has altered, being assumed not only possibly, but exponential
with the decay of the action, figure that relaxes the role of the Judge in the
administration of justice, recharging in the part the obligation to stimulate indefinitely
the process, since otherwise, the space of prescription of the controversial right will
be the guide of the Court to the moment to decide if it initiates or not the procedure to
instance to declare the interest low.

Key Words: Implications, Effects, Decay of the Action, Lack of Interest.

E-mail: zcarrasquero3@gmail.com
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INTRODUCCIÓN

El análisis de las implicaciones y efectos del decaimiento de la acción por falta


de interés en el proceso civil, representa por una parte el objeto central del estudio
que se presenta, y por otro, muy posiblemente uno de los más sensibles temas en lo
que a doctrina jurisprudencial se refiere, ello gracias a los efectos que causa sobre
los derechos procesales del accionante.

De acuerdo con la Sentencia N° 956 de fecha 1 de junio del 2001, proveniente


de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, es dable al Juez el poder
de declarar de oficio el decaimiento de la acción por falta de interés, luego de haber
seguido un brevísimo procedimiento (también creado por vía jurisprudencial), donde
el actor debería desvirtuar la presunción de “no querer la sentencia”; presunción esta
deducida de la cantidad de años en los cuales la causa ha estado paralizada sin
sentencia.

Es así como el decaimiento de la acción por falta de interés, no se trata de


una figura homóloga a la perención, al contrario se traduce en la pérdida del derecho
a accionar judicialmente, por más que esta garantía representa un derecho procesal
constitucionalizado. La perdida de tal derecho opera, según la jurisprudencia,
gracias a la congestión de causas judiciales paralizadas en los Tribunales de justicia,
hecho que merece la sanción predicha a la parte, mas sin embargo; es lo anterior
una clara negación de aquellas disposiciones de la ley procesal civil según la cual,
en estado de sentencia no puede perimir el proceso, porque en dicho periodo es al
Juez a quien toca realizar su función sentenciadora.

Visto que en estado de sentencia, nada puede hacer el actor para impulsar al
Juez al juzgamiento, el criterio jurisprudencial estudiado le obliga a interponer una
acción de amparo en contra del Juez, de alguna medida disciplinaria u otro acto que
haga “pensar”, en el deseo urgente de ser sentenciado; cargas que además de no
estar reguladas legalmente, institucionalizan figuras extraordinarias como el amparo,
a fines fútiles. En caso de haber la parte realizado alguna de dichas conductas,
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entonces el Juez que conoce de la causa paralizada, puede declarar el decaimiento


de la acción, especialmente si han transcurrido tanto años como sean necesarios
para la prescripción del derecho discutido.

Esta última realidad es justificadamente alarmante, porque se emplean los


efectos sancionatorios de la prescripción para tratar de justificar el decaimiento de la
acción, ello bajo la excusa de que tan prolongada detención del proceso, ha podido
consolidar relaciones jurídicas que podrían ser afectadas. Ahora bien, lo anterior
parece ser el desmembramiento de la prescripción, para usar de ella sólo la parte
sancionatoria, olvidando un espíritu según el cual, no puede prescribir un derecho
que está siendo dilucidado judicialmente.

Conforme con lo señalado, la doctrina aludida “desequilibra” las cargas del


Juez y de las partes en el proceso civil venezolano, en tanto no se responsabiliza al
sentenciador por no haber juzgado en el lapso legal (como exigen los derechos
constitucionales y procesales), sino que es la parte quien resulta sindicada y
sancionada por tal hecho; así, no conforme con haber aguardado por años una
sentencia no lograda, ahora pierde también el derecho a la acción.

Todo el conjunto de realidades expuestas, impulsaron a la investigadora a


realizar un estudio documental de diseño bibliográfico, con el cual poder examinar el
criterio de la jurisprudencia a la luz de la doctrina patria y del Derecho Comparado,
todo ello en el marco de un análisis hermenéutico de la legislación adjetiva civil
venezolana.

Es así como la investigación, quedó estructurada en siete (07) Capítulos,


relativos a los asuntos siguientes: En el Capítulo I se plantea el problema objeto de
estudio y su alcance; mientras en el Capítulo II, se analiza la institución del
decaimiento de la acción de acuerdo con el criterio jurisprudencial de la Sala
Constitucional. El Capítulo III, hace posible la diferenciación entre la Perención de la
Instancia y el Decaimiento de la Acción. Por su parte el Capítulo IV, examina los
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derechos procesales de las partes, a la luz de la presunción de “no querer la


sentencia”, instaurada por la jurisprudencia.

Asimismo el Capítulo V analiza los supuestos que impiden el decaimiento de


la acción por falta de interés, mientras el Capítulo VI caracteriza los deberes del
Juez Civil de conformidad con el ordenamiento jurídico. Finalmente el Capítulo VII,
analiza el efecto sancionatorio de la prescripción aplicado al decaimiento de la
acción por falta de interés procesal.

Habida cuenta de las posiciones fijadas por la investigadora producto de su


análisis, el estudio concluye con la exposición de las conclusiones y
recomendaciones que se acogen para futuras ampliaciones sobre el tema, así como
lo sugerido, para la corrección de los aspectos perjudiciales suscitados gracias a tal
doctrina.
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CAPÍTULO I

EL PROBLEMA

Tradicionalmente la doctrina procesal admite la responsabilidad de las partes


en el curso del proceso, desde el punto de vista del impulso que las mismas deben a
la causa. Tales conductas objetivizan ante el Tribunal, la intención ineludible que
tienen los sujetos procesales de conseguir la concreción de la tutela judicial aspirada
del proceso y cuya forma más efectiva es la sentencia dictada por el Juez. De
acuerdo con tal hecho, parece incontestable la relación entre el interés procesal de
los sujetos en juicio y la participación activa de éstos en la causa, intención que se
materializa por medio del impulso y de las conductas tendentes a conseguir la
sentencia.

Este entendimiento doctrinal, tiene una notable correspondencia con las


disposiciones de la actual Constitución de la República Bolivariana de Venezuela
(1999), en razón de cuyo artículo 26 se prevé una justicia caracterizada por su
garantía de acceso y celeridad en la gestión de la tutela concedida al ciudadano, en
vista de lo cual es esperable de las instituciones procesales, una expectativa de la
conducta procesal obviamente tendente a la realización lo más expedita posible de
la causa.

En fuerza de los argumentos previos, cuando las partes vinculadas en la


relación procesal, lejos de impulsar el proceso, manifiestan una conducta pasiva en
el mismo dificultando con su inercia la concreción de la causa; habría que entender a
estos sujetos como “inactivos”, y desde luego desinteresados por la suerte del juicio.
Es así, como la presencia de partes procesales en la causa, se justifica solo ante
una actividad que demuestre interés, lo contrario se opone a la razón teleológica del
proceso, por cuanto el mismo existe para dirimir un conflicto que efectivamente
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afecta a los sujetos y por esa lesión a la paz social, necesita de la producción de una
sentencia.

En tal orden de ideas, el legislador venezolano ha regulado mediante el


Código de Procedimiento Civil (1987), la figura de la perención de la instancia
(Artículo 267), con la cual se regulan los efectos de la inactividad de las partes en la
causa judicial. De acuerdo con el Artículo 267 de la norma adjetiva civil, “toda
instancia se extingue por el transcurso de un año sin haberse ejecutado ningún acto
de procedimiento por las partes”. De dicha disposición se coligue una clara intención
sancionatoria del legislador, quien en principio impone a las partes actuar a favor de
la resolución del juicio, y tiene desde luego que reaccionar ante la inercia de las
mismas.

En el mismo sentido, la citada disposición del Código de Procedimiento Civil


(1987), consagra una excepción a los efectos sancionatorios de la perención de la
instancia, estando los mismos referidos al estado de sentencia. De acuerdo con lo
expresado, el proceso es incólume a la inactividad de las partes, si el estado de la
causa es el de sentencia; presumiblemente porque en la misma el deber de impulsar
y resolver es monopolizado por el Juez de causa quien tiene en esta conducta su
deber esencial dentro de la jurisdicción.

Es así que, el efecto central de la perención de la instancia es como señala


Calvo (2001, p. 298), la “extinción de la pretensión”, con lo que se “deja sin efecto el
proceso con todas sus consecuencias. De acuerdo con tal doctrina, al perimir la
instancia las partes sufren la terminación de la relación procesal que las mantenía
unidas y con ella, desaparece la respectiva pretensión; sin que ello implique un
impedimento para la nueva interposición de una pretensión motivada en la misma
causa (Artículo 270). A pesar de lo señalado, el legislador impone una limitación a
esta interposición de la nueva demanda, pues como señala el artículo 271 del
Código de Procedimiento Civil (1987), deberá aguardar el transcurso de noventa
(90) días.
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A la luz de tales señalamientos, de la perención se deduce una sanción a la


inactividad de las partes, cuyos efectos si bien son decisivos para la extinción de la
pretensión, en nada afectan el derecho subjetivo a la acción, siendo conservado por
la parte a favor de una futura nueva demanda.

Ahora bien, en la concepción de la doctrina venezolana acerca de los efectos


causados por la inactividad de la parte, se ha suscitado un cambio sustancial acerca
de los modos como el legislador responde a este fenómeno. Si bien la perención
había venido siendo la respuesta del legislador a esta conducta inerte del justiciable,
una nueva institución suscitada desde el criterio jurisprudencial modificó de manera
sustancial tal tratamiento. De acuerdo con la sentencia N° 956 de fecha 1° de junio
de 2001, emanada de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, existe
otra forma a través de la cual sancionar la conducta inactiva de las partes, es decir,
a través del decaimiento de la acción por falta de interés procesal.

A la luz del criterio jurisprudencial, el decaimiento de la acción por falta de


interés, consiste en una forma de extinción de la acción que se suscita en el proceso
(aun en estado de sentencia), cuando el Juez percibe la intención de “no querer la
sentencia” en el accionante. En otras palabras, la mencionada institución sanciona la
falta de interés de la parte procesal, patentada en la ausencia de actuaciones con
las cuales promover el logro de la sentencia, siendo estos comportamientos, una
serie de supuestos trazados taxativamente por la Sala Constitucional.

Tal como apunta la mencionada sentencia, la distinción central de dicha figura


respecto de la perención, se halla en los efectos sancionatorios que genera. Al
tiempo que la perención extingue la pretensión y el proceso; el decaimiento de la
acción acaba precisamente con el derecho subjetivo a accionar, impidiendo la
interposición de nuevo juicio. El mencionado efecto parece desde luego, potenciar el
carácter sancionatorio que había tenido la perención, porque al provocar la extinción
de la acción, parece afectar un derecho mucho más sustancial.
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Por otra parte, de la construcción jurisprudencial se desprenden las


oportunidades para la ocurrencia del decaimiento de la acción, de allí que la misma
parece no poder ocurrir a lo largo del juicio; sino cuando: “habiéndose interpuesta la
acción, sin que el juez haya admitido o negado la demanda, se deja inactivo el juicio,
por un tiempo suficiente que hace presumir al juez que el actor realmente no tiene
interés procesal”, y también cuando; “la causa se paraliza en estado de
sentencia…si ella rebasa los términos de prescripción del derecho objeto de la
pretensión, sin que el actor pida o busque que se sentencie”.

El criterio manejado por la Sala Constitucional, respecto del lapso de


prescripción, parece traducirse en una utilización de los efectos sancionatorios de la
prescripción, en una institución totalmente diferente, porque en éste caso; el tiempo
se traduce en una guía para conocer si el actor ha estado suficientemente
desinteresado en ese periodo.

De acuerdo con lo anterior, el conjunto de presupuestos antes mencionados


se abren paso en el proceso de manera diversa a como se expresa la perención,
aspecto que desde luego merece la respectiva consideración. A tal hecho se aúna el
papel del Juez en el establecimiento de este presunto “desinterés de la parte
procesal” con la cual decae la acción, pues, a diferencia de lo acontecido con una
perención que puede ser solicitada a instancia de parte o ser declarada de oficio;
respecto del decaimiento la Sala Constitucional concentra el apercibimiento del
desinterés de la parte en el sentenciador, suscitándose otra presumible divergencia
entre ambas figuras.

En tal sentido se aprecia, como el decaimiento de la acción por perdida


sobrevenida del interés procesal, ha tenido una existencia mucho más arraigada en
el Derecho Español; asunto que Méndez (2008) justifica en la concepción que sobre
la acción y la pretensión realiza tal doctrina en dicho País. En razón de la misma, la
pretensión procesal y la acción se confunden a través de todo el conjunto de
conductas que desarrollan las partes procesales y al ser así, la falta de interés en el
juicio concreto (pretensión), arrastra consigo al derecho subjetivo a accionar.
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Contrariamente en el contexto nacional, la más autorizada doctrina como la


sustentada por Rengel (2004) u Ortiz-Ortiz (2004), reconoce como el interés
procesal es común a la pretensión y por ende a la acción, porque está referido a un
fin superior identificado con el hecho de recibir la tutela judicial. Al ser de tal manera,
la parte procesal puede perder su interés en un juicio concreto, mas no así la opción
de hacer uso del derecho subjetivo procesal (acción) nuevamente por medio de otro
proceso.

Ahora bien, a partir de la sentencia N° 956 de fecha 1° de junio de 2001, se


suscitan para la investigadora dos cuestiones de principal interés en el estudio. En
primer término, la Sala Constitucional parece desarrollar una serie de “presunciones
de mala fe” en cuanto al deseo de “no recibir sentencia” presumido de la parte, en
aparente oposición a los derechos procesales más sensibles de la parte afectada
por tal presunción. En segundo lugar, la Sala Constitucional presumiblemente ha
“traspolado” los efectos sancionatorios de la prescripción, al instituto del decaimiento
de la acción, porque el Juez empleará un tiempo igual al necesario para prescribir el
derecho, para considerar a la parte sin interés y entonces hacerle extinguir la acción.

Frente a tales cuestiones, parece obviamente problemática la opinión de la


doctrina jurisprudencial, al crear una figura que presume el “no interés de las partes”
y por otro lado, porque sanciona a éstas con el mismo rigor de la prescripción aún
cuando el juicio se halla en estado de sentencia. Esta última situación
aparentemente se opone a las disposiciones del artículo 267 de la norma adjetiva
civil, porque activa el efecto sancionatorio aun cuando es el Juez, quien tiene el
protagonismo del proceso en esta fase.

Tales consideraciones suscitan variadas interrogantes respecto de la figura


del decaimiento de la acción, pues, parecen incontestables con la tradición de la
perención y sus efectos; así como con importantes derechos fundamentales de las
partes. En éste último sentido resulta de importancia destacar, la situación de los
derechos constitucionales del accionante incurso en la presunción de “no querer la
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sentencia”; por cuanto no queda claro en la aludida jurisprudencia, los mecanismos


del mismo para sostener su interés en el juicio y desestimar tal presunción.

También en relación al decaimiento de la acción por falta de interés, es


imperioso analizar el conjunto de supuestos construidos por la Sala Constitucional
del Tribunal Supremo de Justicia, para “suponer” que el accionante ha mantenido su
interés en el proceso mientras se encuentra en estado de sentencia. De hecho la
sentencia mencionada afirma la necesidad de haber interpuesto un amparo en
contra del Juez, o una medida disciplinaria o haber impulsado su deber de
sentenciar, todo ello para que se presuma un interés efectivo en recibir la tutela por
medio de la sentencia. Este hecho ha merecido en la doctrina de Ortiz-Ortiz (2004),
por ejemplo, serias críticas, al considerar que la sola solicitud de expediente ya
debería generar la presunción de interés, sin necesidad de cargas tan complejas.

Asumiendo la necesidad de tales presupuestos, como guías para valorar la


conducta activa o inerte de las partes mientras el juicio se encuentra en etapa de
sentencia, también es imperioso asumir una actitud crítica en cuanto a las
obligaciones de los jueces en el contexto de la tutela judicial efectiva, porque como
afirma Puppio (2002), su principal carga es sentenciar y dirimir el conflicto, en un
desenvolvimiento que parece no implicar necesariamente el impulso de las partes
procesales. La inquietud antes expresada se apoya, en lo que apriorísticamente
podría consistir en un conjunto de cargas impuestas a la parte, con las cuales
solapar las obligaciones del Juez en cuanto al dictamen de la sentencia.

En relación con las afirmaciones previas, la situación del accionante


presumiblemente desinteresado en la acción puede sistematizarse del modo
siguiente: La jurisprudencia señalada crea una serie de supuestos en razón de los
cuales presumir que la parte no desea ser sentenciada (presupuestos negativos o de
mala fe). En contradicción de éstos, se encuentran otros igualmente introducidos por
tal doctrina y según los cuales quedarían sin efectos tales percepciones del Juez, es
decir: la interposición de un amparo contra el sentenciador, la solicitud de una
medida disciplinaria o la realización de cualquier diligenciamiento. Toda esta
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dinámica se realizaría en una especie de procedimiento escuetamente descrito por


la sentencia mencionada.

En este sentido, uno de los asuntos que parece implicar mayores inquietudes
desde el punto de vista doctrinal, se trata de la especie de “procedimiento” que ha
construido la doctrina jurisprudencial para establecer si el interés procesal ha
decaído o no; trámite éste del que no se señalan lapsos de emplazamiento,
oportunidad para concurrir al Tribunal o los términos para el ejercicio del derecho a
la defensa. Preocupa entonces el estado de los derechos constitucionales del
accionante, ya que no solo es objeto de las presunciones negativas de “no querer la
sentencia”; sino que se somete a un procedimiento no regulado por el Código de
Procedimiento Civil (1987), aparentemente controlado por un juez inquisitivo, sin que
sus oportunidades procesales y medios de defensa hayan ocupado líneas en la
decisión de la Sala Constitucional.

Es así como la justificación de primer orden a la que es necesario hacer


referencia respecto del presente estudio, se encuentra relacionada con el ámbito
teórico del mismo. Dentro de la doctrina del proceso civil venezolano y
especialmente en lo atinente a las figuras que sancionan la falta de actividad
procesal, no se aprecia la existencia del decaimiento de la acción por falta de
interés; siendo así una construcción del criterio jurisprudencial incursionada a la
causa, a través de los distintos criterios asumidos en tal sentido.

En tal orden de ideas, una situación como la descrita, descubre una


necesidad clara de indagar en el campo de la doctrina nacional y del Derecho
Comparado, aquellos conceptos en razón de los cuales pueda entenderse
teóricamente el significado de dicha institución, para deducir de la misma su
incidencia y efectos sobre un proceso dentro del cual, el legislador no previó su
aplicación. Esta realidad podría incidir de manera importante, sobre la comprensión
que la doctrina y la jurisdicción demandan de la mencionada figura procesal, por
cuanto el presente estudio al ser Dogmático-Jurídico, podrá aportar nuevo
conocimiento científico en tal materia.
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Así mismo, a la realización de la justificación teórica de la investigación se agrega


relevancia práctica, pues la doctrina que se produzca en cuanto a implicaciones y
efectos del decaimiento de la acción, servirán a los órganos de administración de
justicia para la más acertada aplicación de tal instituto. En igual sentido, la parte
procesal afectada por el conjunto de presunciones creadas por la doctrina
jurisprudencial, respecto del decaimiento de la acción; podrá imponerse de doctrina
que explique el funcionamiento de las mismas, sus derechos procesales frente a
estas y el procedimiento a seguir para evitar la perdida de la acción.

En otro sentido, desde el punto de vista de la justificación metodológica de la


presente investigación, se pone de manifiesto la utilización de las técnicas y
métodos de la Investigación Jurídica-Dogmática, asegurando con ello la objetividad
científica y validez de los resultados alcanzados, de manera tal que los mismos
puedan servir de aporte a la doctrina y por tanto de antecedente a las
investigaciones que seguramente se elaborarán en el futuro respecto al decaimiento
de la acción por falta de interés procesal. Así mismo, para el logro de la
investigación se construirá la Matriz de Análisis de la Categoría, siguiendo el modelo
planteado por Finol (2000), hecho que asegura a futuros investigadores un
instrumento con el cual abordar el objeto de estudio.
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CAPÍTULO II

EL DECAIMIENTO DE LA ACCIÓN POR FALTA DE INTERÉS CONFORME CON


LA SENTENCIA 956, DE LA SALA CONSTITUCIONAL DEL TRIBUNAL
SUPREMO DE JUSTICIA DE FECHA 1º DE JUNIO DE 2001

La comprensión de la actividad creadora de la doctrina jurisprudencial


emanada de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia Venezolano, en
cuanto la misma se refiere al decaimiento de la acción por falta de interés, debe
partir del entendimiento que deba hacerse acerca de la acción, por conectarse a
esta nueva figura jurídica.

De acuerdo con Rengel (2003, p. 159), la acción se asume como “un derecho
subjetivo procesal de las partes. El derecho subjetivo procesal (acción) tiene por
contenido la prevalencia del interés en la composición de la litis y por sujeto pasivo
al juez o, en general, al órgano a quien corresponde proveer sobre la demanda.

En igual sentido para La Roche (2005, p. 59), “la acción es un derecho que
todo sujeto tiene frente al Estado no frente a la persona que debe cumplir una
obligación en favor del accionante a los fines de obtener una respuesta oportuna
sobre la justicia que su caso reclama”. El artículo 51 de la Constitución Nacional
(1999) expresa: “toda persona tiene el derecho de representar o dirigir peticiones
ante cualquier autoridad, funcionario público o funcionaria pública sobre los asuntos
que sean de la competencia de éstos, y a obtener oportuna y adecuada respuesta”.

Del mismo modo, el artículo 26 eiusdem, refiriéndose particularmente a lo que


representa la acción judicial, alude al derecho que toda persona tiene de acceder a
los órganos de administración de justicia para hacer valer sus derechos e intereses,
incluso los colectivos y difusos; a la tutela efectiva de los mismos y a obtener con
prontitud la decisión correspondiente.
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En este orden de ideas Calamandrei (1997, p. 49), entiende a la acción como “un
derecho subjetivo autónomo (esto es, tal que puede existir por sí mismo,
independientemente de la existencia de un derecho subjetivo sustancial) y concreto
(esto es, dirigido a obtener una determinada providencia jurisdiccional, favorable a la
petición del reclamante)”. De esta manera siguiendo al citado autor, para la
existencia de la acción deben concurrir tres requisitos, entre los cuales se encuentra:
a) Un cierto hecho específico jurídico, es decir, una relación entre un hecho y una
norma; b) la legitimación; y c) El interés procesal.

Al respecto, el primero de los requisitos consiste en opinión de Calamandrei


(1997, p. 50), “en una cierta situación objetiva de coincidencia (o excepcionalmente,
de no coincidencia), que debe verificarse en la realidad entre los hechos
concretamente ocurridos y los hechos considerados como posibles por una norma
jurídica; en una cierta situación objetiva de coincidencia”. Así pues, se establece
una coincidencia entre el hecho específico real y el hecho específico legal. El primer
requisito de la acción es la preexistencia, en el campo sustancial, de un derecho
subjetivo a hacer valer en juicio.

Por otra parte, en lo relativo al segundo requisito, Calamandrei (1997), afirma


que el mismo es la legitimación para obrar o para contradecir (legitimatio ad
causam), llamada también cualidad o investidura para obrar o para contradecir, que
no debe confundirse con la legitimatio ad processum. Para que el juez pueda tomar
las providencias correspondientes a aquella relación entre el hecho específico
concreto y la norma jurídica acerca de la cual viene discurriendo, no basta que tal
relación exista objetivamente, sino que es necesario además que la demanda le sea
presentada por quien se encuentre frente a aquel hecho específico en la posición
subjetiva que se llama legitimación para obrar.

En cuanto al tercero de los requisitos, Calamandrei (1997) lo valora relativo al


interés procesal que surge cuando se verifica en concreto, aquella circunstancia que
hace considerar que la satisfacción del interés sustancial tutelado por el derecho no
  23

puede ser ya conseguida sin recurrir a la autoridad judicial, es decir, cuando se


verifica en concreto la circunstancia que hace indispensable poner en práctica la
garantía jurisdiccional.

En igual orden de ideas, la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de


Justicia, en su sentencia 776 del 18 de mayo del 2000, define lo que considera
requisitos de la acción, siendo tales los contenidos que deben concurrir para que
pueda apreciarse éste derecho en cabeza del justiciable:

…es un requisito de la acción, ligada a la necesidad que exista un interés


procesal en el accionante, que él pueda estar realmente afectado en su
situación jurídica, razón por la cual acude a la justicia, y además, que el
demandado puede causar tal afectación. Es igualmente exigencia
necesaria, que el actor persiga se declare un derecho a su favor.

En ese sentido, concluye La Roche (2005, p.59), “es pues, la acción, en


definitiva, un derecho subjetivo frente al Estado, fundado en el deber-fin
jurisdiccional, para acceder al proceso y obtener con prontitud la tutela efectiva de
sus derechos e intereses previa verificación de la existencia y exigibilidad de esos
derechos”. Desde esta misma perspectiva Verde Marval (2005, p. 598), define la
acción al decir:

… es la facultad de toda persona de conseguir de los órganos


correspondientes la actuación de la voluntad de la ley conforme a la
pretensión y defensas invocadas, a través del cumplimiento de las
condiciones necesarias para obtener tal fin. Dicha facultad hace incluir a la
acción como uno de los derechos subjetivos propios de toda persona, que
forma parte de sus libertades fundamentales, en el sentido que su ejercicio
no constituye obligación alguna para quien la ostenta, sino más bien
constituye una materialización de una libertad personal cuyo propósito se
encuentra en la necesidad de que un órgano especializado sea capaz de
dar solución a los conflictos propios de su actividad cotidiana.

Observada como ha sido la doctrina que propende a la definición de la acción,


y cuyas posiciones parecen consistentes con los fines y valores del ordenamiento
jurídico venezolano, los elementos centrales sobre los cuales los autores
  24

fundamentan sus construcciones deben ser pormenorizados, y a través de esta


tarea comprendida la noción en todo su detalle.
Autores como Rengel (2003), Calamandrei (1997) y Verde (2005), coinciden en
definir a la acción como un derecho subjetivo de todo justiciable, debiendo
comprender esta subjetividad como la posibilidad de un ejercicio libre y voluntario de
aquella garantía gracias a la cual puede acceder a los órganos de justicia y obtener
de los mismos una decisión con la cual quede dirimido aquel conflicto que lo condujo
a esta necesidad. La disponibilidad del derecho a la acción se engendra en el ámbito
interno de cada persona, es decir, sólo en el campo del arbitrio individual se suscita
la decisión de acudir o no a los órganos jurisdiccionales, pues en principio, por
dañosa e incómoda que sea una contravención legal que está siendo padecida, no
pueden los integrantes de la jurisdicción forzar la tutela, porque ello sería
desnaturalizar el atributo que fue dado al justiciable.

Desde la perspectiva antes señalada doctrinas recientes como la de Verde


(2005), vincula el derecho subjetivo a la acción con las libertades públicas y las
garantías fundamentales aseguradas por la Constitución Nacional (1999). Desde el
punto de vista que identifica a la acción con una libertad pública, no pueden sino
reiterarse los señalamientos antes citados por los autores, en tanto sólo acudirán a
interponer sus pretensiones ante los Tribunales de Justicia, quienes así lo quieran y
cuando lo consideren necesario. Si la acción quiere verse desde la perspectiva de
los derechos fundamentales de los ciudadanos, también en este ámbito tiene cabida
el concepto, pues en cualquier momento eventual donde el justiciable requiera de la
tutela jurisdiccional debe poder hallarla en los términos de accesibilidad y prontitud
delineados por el constituyente en los artículos 26 y 51 constitucionales.

En este orden de ideas, La Roche (2005) indica como el derecho a la acción, si


bien se abraza a la condición de ciudadano y se engendra en su mundo subjetivo de
ejercicio de las libertades, no es menos cierto que se trata de una garantía oponible
al Estado, en cuanto es este a quien corresponde por medio de sus órganos
jurisdiccionales, ejercer la tutela judicial efectiva empleando para ello, las leyes
  25

procesales. Frente a dicha posición aparece como de particular importancia el aporte


realizado por Verde (2005), cuando el mismo alude al acatamiento de las normas
procesales por parte del justiciable, como uno de los elementos edificadores del
derecho de acción, en tal sentido, las normas adjetivas representarían el lazo con
que se une el Estado en su deber de administrar justicia, y la acción por parte de
quien la solicita.

El aspecto de la solicitud de tutela judicial que se implica en la acción, ha sido


caracterizado por La Roche (2005), Rengel (2003) y Calamandrei (1997), como
aquella que acontece por medio de la pretensión, es decir; todo el que acciona ante
los órganos jurisdiccionales del Estado, tiene un interés en hacerlo, y el hecho no
puede ser otro porque resultaría posible pensar en hacer uso del derecho subjetivo
(acción) sin que en nada interese a la parte la decisión que adopte el juez acerca de
la misma; es en tal virtud que los autores antes mencionados insisten en afirmar al
interés procesal como uno de los elementos sin los cuales la acción no puede existir.

Siguiendo a Calamandrei (1997), el actor pretende en el proceso en la misma


medida que tiene un interés en el mismo, no teniendo que tratarse este de una
expectativa legitima, pero si de una convicción clara acerca de la necesidad de
acudir al órgano jurisdiccional, formado que sea en la idea de no poder lograr el
cumplimiento de su derecho sino es a través de la intervención de los órganos
judiciales y del proveimiento por parte de estos, de la sentencia respectiva.

A la luz de lo anterior puede interpretarse que así como la acción se comporta


como un derecho subjetivo del justiciable, el interés procesal vendría a representar
el cúmulo de razones por las cuales la persona acude ante el Tribunal, y el
ordenamiento jurídico en pleno, impone al órgano jurisdiccional no sólo hacer
accesible el proceso, sino prontamente lograr a través de él, la resolución del
conflicto jurídico en el que estuvo interesado el accionante. En tal orden de ideas,
resulta difícil concebir de manera independiente la acción de la pretensión o
viceversa, probablemente no siendo viable hacer uso del derecho subjetivo procesal
de acción, ante un tribunal sin decir ¿qué se quiere y por qué?.
  26

Ahora bien, el interés procesal no sólo puede estar representado por aquello
que se persigue con el juicio y que en todo caso podría interpretarse de manera
general como la solución del conflicto; el interés procesal debe ser también la
vinculación permanente del accionante con la causa a través de todas las conductas
de impulso que conduzcan a su resolución, ya que en estas manifestaciones
positivas se concreta la posibilidad de avanzar en el logro de la sentencia y se
precaven hechos como la perención; pues si bien no acaba con la acción, esta
sanción procesal tiene un efecto terminante sobre el procedimiento en concreto.

Una vez establecida la concepción de la acción que es hoy día aplicable a las
leyes venezolanas, y vista su relación con la pretensión procesal, resulta
indispensable a los fines del presente estudio, hacer alusión a lo que la doctrina
española ha llamado Terminación Anticipada del Proceso por Desaparición
Sobrevenida del Interés, figura esta que ha representado (cuando menos en una
aproximación teórica), el antecedente a la figura del decaimiento de la acción por
falta de interés procesal, tal como ha sido concebida por la jurisprudencia patria.

De acuerdo a lo explanado en la doctrina española por Gascón (2003,p. 238),


la actividad jurisdiccional no se desenvuelve nunca en abstracto, sino que
necesariamente debe proyectarse sobre un objeto preciso que delimita los contornos
dentro de los cuales el tribunal está llamado a tutelar el ordenamiento, haciéndolo
jurídico en el caso específico. En ese sentido, la determinación de lo que se
considera objeto del proceso, constituye la premisa de la que parte el estudio de lo
que la doctrina española ha llamado “La Terminación Anticipada del Proceso por
Desaparición Sobrevenida del Interés”.

En tal sentido argumenta Gascón (2003), que el tránsito del derecho subjetivo
privado lesionado al ámbito del proceso, se efectúa a través del concepto de acción,
entendida ésta como derecho subjetivo público a obtener de los órganos
jurisdiccionales una tutela concreta; en otros términos, el justiciable que acude a la
Jurisdicción afirmando la lesión de un derecho subjetivo o de un interés, no sólo
  27

tiene derecho a que se sustancie un proceso al término del cual se dicte sentencia
sobre el fondo del litigio, sino que también tiene derecho, dadas ciertas condiciones,
a que esa sentencia le sea favorable.

De esta manera, la acción en general y, por tanto, también como objeto del
proceso, tiene según es bien sabido, tres elementos, identificadores: los sujetos, el
petitum y la causa de pedir. Entendiendo que son “sujetos” quienes piden la tutela y
aquél frente a frente al cual se aspira que ésta petición sea aceptada por el Tribunal.
Asimismo, el petitum es la tutela concreta que se espera del tribunal; mientras la
causa de pedir está integrada por las razones en virtud de las cuales se afirma que
debe obtenerse del tribunal la tutela frente al demandado, razones que se traducen
en la concurrencia de una determinada situación de hecho jurídicamente
contemplada o calificada.

Siendo ello así, el tránsito del Derecho Privado lesionado al proceso que lo
tutela, no se produce de forma inmediata, sino que sólo opera si se dan ciertos
presupuestos, en las llamadas “condiciones de la acción” o “requisitos constitutivos
de la acción”, la existencia de un derecho subjetivo o de una situación de eficacia
jurídica análoga; la legitimación activa del demandante y la legitimación pasiva del
demandado; el interés (legítimo); y la accionabilidad. Es preciso, que se aprecie la
existencia de un derecho subjetivo, con cuyo contenido habrá de corresponderse la
concreta petición de tutela.

En cuanto a la legitimación activa afirma Gascón (2003, p. 25-26), como la


misma “puede identificarse, con la titularidad de la acción, mientras que la
legitimación pasiva corresponde a quienes ocupan el polo opuesto al actor en la
relación jurídica sobre la que versa la controversia judicial”. Con respecto al interés
afirma Gascón (2003), como éste viene dado por la constatación de la necesidad del
proceso, de la actividad jurisdiccional que a través del mismo desarrolla como
instrumento para una adecuada tutela de la posición del actor. Finalmente, la
accionabilidad puede definirse como la “posibilidad genérica de otorgar el petitum”,
  28

esto es, la conformidad con el ordenamiento de la tutela que se pretende: Hay


accionabilidad si la tutela solicitada en el proceso es algo que válidamente se
deriva del derecho o situación análoga afirmados.

La concurrencia de estas condiciones de la acción se comprueba analizando


el sustrato fáctico y jurídico de cada singular proceso: de los hechos alegados, y de
su eventual calificación jurídica, se deduce si hay derecho subjetivo, si están
legitimados el actor y el demandado, si hay accionabilidad y si existe interés legítimo
en el desenvolvimiento del proceso, por consiguiente, las condiciones materiales de
la acción deben deducirse del petitum y sobre todo, de la causa de pedir: integran de
este modo el thema decidendi y, eventualmente, el thema probandi.

Ahora bien, una de las condiciones de mayor relevancia se encuentra


configurada por el “interés en obrar o interés en accionar”. Dentro de las condiciones
de la acción cobra singular importancia la figura del “interés”. Conforme a la opinión
de Gascón (2003, p. 28), la verdadera función del interés como condición de la
acción consiste en:

…evitar tutelas innecesarias; así se explican, por otra parte, los términos
con los que este presupuesto es designado en otros ordenamientos… es
decir; en ambos casos, necesidad de la tutela judicial solicitada”. En
cualquier caso, el significado del interés como condición de la acción está
íntimamente relacionada con el concepto que se tenga de lo que es la
función jurisdiccional. Y ésta existe, no ya para resolver sin más conflictos
jurídicos, sino para proveer a la tutela y realización del ordenamiento,
diciendo y haciendo lo jurídico ante supuestos en que se ha producido una
infracción de las normas jurídicos.

Desde esta perspectiva, se puede decir que existe interés cuando la causa
que explica el ejercicio de la acción es legítima y merecedora de tutela, sea porque
se encuentra en la existencia de la infracción de un derecho (acciones de condena);
o bien la necesidad de definir la existencia, inexistencia o modo de ser de una
relación jurídica (acciones mero declarativas); o porque es precisa la intervención del
tribunal para la creación, extinción o modificación de una relación o situación jurídica
(acciones constitutivas); o finalmente, en los casos en que la actuación del tribunal
  29

es precisa para lograr la adaptación de la realidad al contenido de un título ejecutivo.


En tal orden de ideas, algunos hechos sobrevenidos de acuerdo a la doctrina
española, terminan con el fin de la sentencia, en ese sentido afirma Gascón (2003,
p. 43):

…lo único seguro, es que si los hechos sobrevenidos determinan una


desaparición del interés en obrar del actor podrán ser tenidos en cuenta
por el juzgador y desplegarán sobre el proceso una eficacia jurídica tan
clara como drástica: no se trata de que pueda alterarse el objeto del
proceso, sino más bien de que éste terminará de manera anticipada, sin
una sentencia que se pronuncie en sentido propio sobre el fondo de la
controversia.

Al respecto, existen determinadas hipótesis de hechos que se pueden


considerar motivadores de la desaparición sobrevenida del interés, entre las que
Gascón (2003), señala: el reintegro de la cantidad reclamada durante el proceso, el
fallecimiento del demandado en los procedimientos matrimoniales, el acceso a vía
pública del predio dominante durante la sustanciación del proceso para la
constitución forzosa de servidumbre de paso, la pérdida o destrucción absoluta de la
cosa reivindicada, celebración de una transacción extrajudicial entre los litigantes o
la confusión de partes lite pendente, entre otras.

Con respecto, a la desaparición sobrevenida del interés Gascon (2003),


considera que existen dos grandes categorías de circunstancias que generan la
desaparición del interés legítimo del actor, en primer lugar se encuentran aquellas en
que se ha producido lo que se denomina “satisfacción extraprocesal de la
pretensión” y en segundo lugar, aquellas donde la desaparición del interés legítimo
se ha registrado por cualquier otra causa, teniendo en común los supuestos que
conlleven a la desaparición del interés en obrar como condición de la acción.

Por otra parte, según Gascon (2003) puede existir la desaparición del interés
por satisfacción de la pretensión, cuando se satisface el derecho material del actor,
el proceso deja de ser necesario pues ha perdido su subsidiariedad, su carácter de
último recurso para la realización del derecho: ya no se da esa necesidad entendida,
  30

en términos de Chiovenda (1997), Carnelutti (1997) o Calamandrei (1997) como la


única forma de lograr lo que se pretendía; en otros términos, al actor ya no le hace
falta Ia actividad jurisdiccional pues acudió al proceso para hacer efectivo su
derecho o interés y ya lo ha visto satisfecho por otra vía, aunque pueda haber sido la
existencia del proceso la que, en buena medida, haya sido el detonante de esa
satisfacción que lo ha convertido en innecesario.

Igualmente, puede presentarse la desaparición del interés sin satisfacción de


la pretensión. Esto es imaginable, en primer término, en ciertos casos donde la lite
pendente desaparece y cuya presunta lesión fue la base inicial del proceso, no
habiendo ya derecho alguno que merezca ser tutelado, pues como explica Gascon
(2003), no puede haber interés legítimo en su satisfacción jurisdiccional a no ser que
de la declaración de existencia o inexistencia anterior del derecho se puedan derivar
consecuencias jurídicas, aunque sea en otros ámbitos. En opinión de Montero
(1981, p. 23):

En efecto, si el proceso se puede concebir como instrumento necesario


para la satisfacción de pretensiones y el interés se identifica con la
situación que convierte en necesario el proceso para llegar a esa
satisfacción, debe entenderse que (sólo) la obtención por otras vías de
dicha satisfacción es motivo suficiente para provocar la desaparición del
interés.

Por otra parte es de gran interés hacer referencia a la carencia sobrevenida


de objeto, que trata de explicar el por qué de la terminación anticipada del proceso, y
que se considera poco afortunada, esto viene a significar que, a partir de
determinado momento el proceso deja de tener objeto, deja de versar sobre algo.
Según Gascón (2003, p. 99):

Es cierto que, en el momento de interposición de la demanda, el actor


muy probablemente ejercitaba de forma legítima tanto su derecho de
acción como su derecho al proceso; ahora bien, no puede ignorarse
que las situaciones abusivas o fraudulentas no tienen por qué serlo en
todo caso ab initio, y que hay que contar también con la posibilidad de
que se produzcan fraudes y abusos de derecho de forma sobrevenida.
Esto es justamente lo que sucedería si, desaparecido el interés, se
  31

insistiera en el desenvolvimiento de un proceso que ha dejado de ser


fuente de utilidad lícita para sus protagonistas, y cuya continuación sólo
podría convenir a quien pudiera beneficiarse de algún efecto de otra
índole, cuya consecución no puede consentirse.

Así entonces, la terminación anticipada del proceso por desaparición


sobrevenida del interés es una figura que sistemática, regulada y concebida en la
legislación española, consiste según Gascón (2003, p. 96-97), cuyo fundamento
apunta a lo siguiente:

… el fundamento último de la terminación anticipada del proceso en


estos supuestos no se encuentra en la voluntad de las partes, ni en sus
poderes de disposición sobre el proceso mismo o sobre su objeto, sino
en el interés público subyacente: como institución, el proceso necesita un
“motor”, que es el interés, sin el cual no puede aquél desarrollarse; los
órganos jurisdiccionales tienen vedado cerrar los ojos a la ausencia de
interés y por eso se toma preciso ponerle fin si consta su desaparición de
forma sobrevenida. Vistas así las cosas, y partiendo del entronque con el
interés público de la institución que nos ocupa, se desvanece la
impresión inicial de vinculación con el principio dispositivo.

El conjunto de consideraciones antes expuestas, descubren en el Derecho


Español la desaparición sobrevenida del interés como una verdadera causa de
terminación del proceso, cuyo efecto más característico y extraordinario (si se
compara con el proceso civil venezolano), es que la finalización del juicio arrastre
consigo a la acción.

En este orden de ideas, la comprensión del efecto fatal que tiene la


desaparición sobrevenida del interés, sobre el derecho a la acción de los justiciables
españoles, tiene que iniciarse con la diferenciación de lo que conceptualmente
implica para ellos la “accionabilidad”, frente a lo que es en Venezuela la acción. Al
haber sido ya aclarado el concepto de acción, el interés se torna en establecer como
la accionabilidad representa un concepto diferente, en cuanto a la luz de esta, el
justiciable no está impuesto solamente de interponer pretensiones legitimas y
actuales (Artículo 16 del Código de Procedimiento Civil), sino que es necesario que
las mismas puedan materializarse con ocasión de la sentencia.
  32

Es así que el interés procesal en Venezuela, representa sin duda uno de los
elementos de la acción, sin embargo los autores patrios guardan silencio sobre la
posibilidad de realización material de la pretensión, de allí que el accionante pueda
pretender en un juicio incluso aquellas cosas que durante el curso del proceso se
han perdido, porque en términos de la legislación nacional el interés procesal parece
tan subjetivo como la acción misma, no pudiendo el tribunal intervenir para hacerlo
desaparecer cuando el objeto del litigio ya no sea posible, como si sucede en
España a través de la desaparición sobrevenida del interés.

De acuerdo con lo anterior, en las nociones de acción y accionabilidad se


repiten básicamente los mismos elementos, pero, en la segunda no le es dado al
accionante monopolizar absolutamente su interés procesal aún en los casos donde
el objeto del proceso se haya hecho inejecutable, sino que, el juez cuenta con el
poder de declarar la desaparición sobrevenida del interés, no porque el actor no
acuda más al proceso dejando de impulsarlo, sino la realización del proceso mismo
es inoficiosa, pudiendo llegar a una sentencia que no encontrará modo de
materializarse. En este contexto es el juez y no el accionante quien monopoliza la
suerte del interés procesal, si y sólo si el objeto del proceso se ha perdido y ya no
vale la pena dar continuidad al juicio.

Por lo antes expuesto es obvio el atemperamiento del principio dispositivo que


acontece en medio de la figura española de desaparición sobrevenida del interés,
que a diferencia del juicio civil venezolano permite al órgano jurisdiccional controles
concretos sobre los procesos judiciales donde las sentencias carecen ya de aquella
“necesidad” a partir de la cual se concreta la acción. La razón de tal realidad en el
proceso civil español, probablemente pueda fundarse como razón principal en la
forma como dicha legislación entiende al proceso, asumiendo que el mismo se erige
en un interés público subyacente que tiene el Estado de llevar adelante juicios útiles
y necesarios, de manera que cuando esa necesidad ha desaparecido, es deber del
propio Estado terminar con el proceso inoficioso y no permitir a las partes controlar
esta culminación donde no hay ahora posibilidad real de sentencia ejecutable.
  33

Contrariamente en Venezuela, la idea de la tutela judicial efectiva y del debido


proceso, encaminan al Tribunal al conocimiento de la causa hasta la sentencia, sin
haberse previsto en la ley procesal adjetiva algún medio con el que pueda el Juez
dar por terminado el litigio si llegara a desaparecer sobrevenidamente el interés; no
por falta de impulso del actor, sino porque a pesar de toda la diligencia que muestre,
la resolución del Tribunal no podrá realizarse.

En tal orden de ideas, la posibilidad con la que cuenta el juez español para
declarar la desaparición sobrevenida del interés, dista en mucho de ser el mismo
argumento con el cual la jurisprudencia nacional ha justificado el decaimiento de la
acción, pues en el primer supuesto la pérdida del interés acontece por hechos
objetivos recaídos sobre el objeto del litigio (muerte del cónyuge en el juicio de
divorcio, pérdida de la cosa no fungible en el juicio de reivindicación); mientras que
en el segundo caso el interés se perdería por ausencia de impulso de la parte
cuando el proceso se halla en estado de sentencia. De lo previo se colige que el
elemento esencial de la desaparición sobrevenida del interés (España), es la
imposibilidad de concretar aquello que fue pedido por el accionante, mientras que en
el decaimiento de la acción (Venezuela) el factor determinante se trata del tiempo y
de la ausencia de impulso durante el mismo.

De acuerdo con lo anterior, la desaparición sobrevenida del interés pudiera


ser en España un método loable para depurar los tribunales de justicia de aquellos
juicios donde la sentencia sería inejecutable, sin embargo; el legislador español no
ha tratado con laxitud está opción, al contrario la limita a los supuestos de
satisfacción extraprocesal del interés, desaparición de la cosa objeto del proceso
(carencia sobrevenida), o todo hecho por el cual el interés de obrar ya no es tal. Un
aspecto que sin embargo no reguló el legislador español, es el atinente a los modos
por medio de los cuales el juez se impone de tales circunstancias y declara la
desaparición sobrevenida del interés, silencio ante el cual lo más viable sería sugerir
como carga de las partes, proporcionar dicha información.
  34

Ante la evidencia de jueces venezolanos constreñidos a sentenciar sin más


opción, a pesar de la pérdida sobrevenida del objeto y por tanto del interés, aparece
la figura española antes mencionada y tenida por algunos sectores de la doctrina
como antecedente del decaimiento de la acción por falta de interés procesal
construido como ha sido por la jurisprudencia, hecho este obviamente impreciso
cuando se analiza el segundo de tales institutos.

De acuerdo con la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, en


sentencia 956 de fecha 1° de junio de 2001 el decaimiento de la acción por falta de
interés procesal, representa: “una de las modalidades de extinción de la acción”, que
acontece gracias a la “pérdida del interés”, lo cual puede ser aprehendido por el juez
sin que las partes lo aleguen”. De acuerdo con tal criterio, el decaimiento de la
acción tendría lugar cuando “el accionante no quiere que se sentencie la causa, lo
que se objetiviza mediante la pérdida total del impulso procesal que le corresponde”.
En tal sentido explana la Sala, “se trata de una situación distinta a la de la
perención”. Siguiendo a Méndez (2008, p.17-18), el criterio jurisprudencial antes
referido, en el que se regula el decaimiento de la acción por falta de interés procesal,
se sostiene en los siguientes fundamentos:

a) Que el derecho a obtener con prontitud la decisión correspondiente,


como tal derecho de parte debe ser ejercido. b) Que el accionante es
corresponsable en la dilación judicial, y esa inacción se traduce en una
renuncia a la justicia oportuna. c) Que es un requisito de la acción que
quien ejerza tenga interés procesal. d) Que la decisión judicial
extemporánea podría perjudicar situaciones jurídicas que el tiempo ha
consolidado.

De acuerdo con Henríquez (2001, p. 218), “la jurisprudencia normativa del


TSJ creó la figura del decaimiento de la instancia, el cual ocurre cuando el juicio está
paralizado por un lapso mayor al que la ley establece para que se produzca la
prescripción o la caducidad de la acción”. En tal sentido, la orientación de la doctrina
jurisprudencial creadora de este instituto procesal, apunta según Henríquez (2001, p.
219) a lo siguiente:
  35

El objetivo de este modo de extinción del juicio (abandono o decaimiento


del interés procesal) consiste en desembarazar el aparto judicial de
procesos paralizados e inactivos, sancionado con su extinción la garantía
constitucional de celeridad y expedición de la administración de justicia
prevista en el artículo 26 de la Constitución. De allí que la extinción del
proceso por abandono del interés es materia de orden público, pues
coadyuva a desbrozar los tribunales de expedientes estáticos que son un
estorbo.

A esta consideración Méndez (2008, p. 46) agrega: “cuando el interés


procesal no existe, o de existir se pierde sobrevenidamente durante la tramitación
del proceso, lo que corre con igual suerte no es la acción sino la pretensión”. Frente
a estas consideraciones, Henríquez (2001, p. 220), expone:

..el decaimiento de la instancia o de la acción, no solo extingue el


proceso sino que extingue la acción, sin que sea posible intentar nueva
demanda sobre los mismo. Por otra parte, el decaimiento de la instancia
está vinculado con la prescripción o caducidad, en forma que el lapso
correspondiente de extinción depende del lapso de prescripción.

Las observaciones realizadas acerca del decaimiento de la acción por falta de


interés, según ha nacido de la doctrina jurisprudencial venezolana, descubre una
serie de elementos en función de los cuales la Sala Constitucional ha querido fundar
la existencia de esta figura y justificar la distinción que concreta respecto de la
perención. La primera de estas razones tiene que ver con una visión del derecho a la
oportuna respuesta, ya no precisamente como un “derecho” o garantía del justiciable
sino como una carga procesal del mismo. Esta visión se observa cuando la Sala
considera que el derecho a la oportuna respuesta de los órganos de justicia debe ser
“obligatoriamente ejercido” con lo cual se deja constancia de la irrenunciabilidad a un
juicio expedito, aún cuando la más clara y evidente diligencia por parte del actor
podría no implicar necesariamente la obtención de una decisión expedita.

A la luz de lo anterior la doctrina jurisprudencial se estaría inclinando por una


concepción del proceso donde el impulso que representa al interés procesal,
realmente es capaz de influenciar decisivamente el curso del proceso y su pronta
  36

terminación, cuando es bien sabido que esto no siempre se compadece con la


realidad, sino que en buena cantidad de veces el actor no logra siquiera obtener del
órgano jurisdiccional la respuestas esperables según los lapsos procesales. Siendo
ello así, habría que criticar la posición de la jurisprudencia, partiendo de la última
posibilidad expuesta, es decir; la de aquellos juicios cuya demora afecta a un actor
verdaderamente diligente cuyo interés no puede negarse ante la evidencia de todas
sus conductas de impulso procesal, porque en este supuesto la pronta respuesta si
ha querido ser lograda pero infructuosamente.

La posición antes plasmada torna incontestable el hecho de la independencia


que existe entre el interés constituido por medio del impulso procesal, y la obtención
de la pronta respuesta, hecho que si bien no debería suceder, es una realidad
masiva en la administración de justicia y ante la cual no debería haberse fundado la
idea del decaimiento de la acción, sobre el hecho de una oportuna respuesta que
como se ha visto no depende exclusivamente de las manifestaciones de interés del
actor.

Un segundo fundamento sobre el cual la Sala Constitucional consolida el


decaimiento de la acción, tiene que ver con lo que ha llamado corresponsabilidad en
la “dilación judicial”, de tal manera que en dicho concepto el actor se haya incurso
junto con el tribunal en el incumplimiento de los lapsos procesales, posiblemente por
no haber impulsado el proceso y evidenciado del modo más obvio su interés en la
sentencia. Partiendo de la corrección de dicha posición, se suscitan en la
investigadora una serie de cuestionamientos que parecen hacer insoportable los
señalamientos de la Sala Constitucional.

Así, la principal de estas preguntas sería ¿acaso el cumplimiento de los lapsos


procesales no es una responsabilidad inquebrantable de los órganos
jurisdiccionales?. La obligada respuesta positiva a dicha interrogante induce una
limitación a los señalamientos de la jurisprudencia por cuanto tal
“corresponsabilidad” sólo sería posible para aquellas actuaciones que requieren ser
impulsadas y sin embargo no lo han sido, ahora bien, si la actuación de la parte ya
  37

se cumplió en dicho sentido, mal se puede pretender que el actor se constituya en


una especie de visitante diario de los tribunales sólo a los fines de no poder ser
imputado de participación en el retardo judicial, porque para precaver esta situación
las propias leyes procesales señalan a la parte su responsabilidad pero también al
juez.

Otra pregunta de importancia apunta a saber si se está en presencia de una


doctrina jurisprudencial de acuerdo con la cual aquel actor que se perpetué en los
tribunales de justicia a través del acudimiento diario de su abogado ¿logrará una
sentencia en el lapso que dicta la ley?. De ser ello así, las normas procesales hoy
existentes en el juicio civil donde se indican las cargas de las partes y las del juez,
estarían siendo relajadas porque la obtención de una sentencia en el término legal
dependería de la resistencia de la parte para acudir asiduamente ante el órgano
jurisdiccional.

Asimismo resultaría de importancia valorar el criterio jurisprudencial desde la


perspectiva del poder económico del actor, cuando tan afablemente la propia
jurisprudencia y el legislador han tratado de erradicar al mismo como una condición
de justicia oportuna; sin embargo, en la medida como se exige un impulso procesal
tan enfático como el que pretende la jurisprudencia estudiada, también se está
imponiendo al accionante el sufragar gastos de honorarios profesionales oprobiosos
si se toma en consideración la dilación que puede sufrir el proceso.

Otro aspecto indicado por la jurisprudencia para justificar la figura del


decaimiento de la acción, guarda referencia con el resguardo de relaciones jurídicas
que han podido consolidarse en el tiempo, cuando la decisión judicial extemporánea
así lo permitió. De acuerdo con tal opinión habría sido esencial definir por lo menos
en términos generales, los supuestos en los cuales ocurriría tal situación, ya que
parece casi imposible pensar en relaciones jurídicas consolidadas en torno a
derechos que están siendo discutidos en una causa judicial, porque por más dilatada
que pueda llegar a ser la misma, ello jamás podría incidir sobre la validez que no
depende del paso del tiempo sino de los derechos mismos.
  38

En este sentido, lo que sí podría lograr el paso del tiempo al que alude la
jurisprudencia, es el efecto señalado por la doctrina española en cuanto a la pérdida
del objeto, siendo razonable que la dilación en el pronunciamiento de la sentencia
contribuya a hacerla inejecutable porque las cosas o relaciones jurídicas sobre las
que versó han desaparecido; sin embargo, está realidad es palmariamente
diferente a la invocada por la Sala Constitucional.

El último de los fundamentos esgrimidos por la Sala Constitucional para la


figura del decaimiento de la acción por falta de interés, es la necesidad de
desembarazar los tribunales de justicia del elevado cúmulo de procesos
abandonados por sus actores, si es que puede considerarse que la falta de
realización de actos de impulso representa una desvinculación con el proceso,
particularmente si el mismo se encuentra en etapa de sentencia.

Ahora bien, son ciertos los señalamientos de la Sala en cuanto a la


acumulación de expedientes donde no se ha realizado más actuación de impulso,
pero ello se encuentra lejos de ser un factor por el cual se pierda la acción,
primeramente porque en fase de sentencia es carga del juez producir la misma sin
que se pueda juzgar la evidencia de interés procesal a tal altura del juicio. Otra
cuestión es, como al responsabilizar a los justiciables por el incremento de juicios no
resueltos, proporcionalmente se está descargando de hombros de los jueces su
responsabilidad sobre dicho problema, asunto obviamente inconveniente respecto
de la visión constitucional y legal del proceso venezolano.

En otro orden de ideas, atendiendo a la jurisprudencia sustentada por la Sala


Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, en sentencia 956 de fecha 1° de
junio de 2001, el decaimiento de la acción por falta de interés procesal, acontece
gracias a la voluntad del accionante de no recibir la sentencia que inicialmente
pretendió incoando el proceso. De acuerdo con el criterio jurisprudencial en cuestión,
dicho decaimiento puede acontecer en los siguientes dos (02) supuestos:
  39

Una, cuando habiéndose interpuesta la acción, sin que el juez haya


admitido o negado la demanda, se deja inactivo el juicio, por un tiempo
suficiente que hace presumir al juez que el actor realmente no tiene
interés procesal, que no tiene interés en que se le administre justicia,
debido a que deja de instar al tribunal a tal fin. La otra oportunidad
(tentativa) en la que puede decaer la acción por falta de interés, es
cuando la causa se paraliza en estado de sentencia. Tal parálisis
conforme a los principios generales de la institución, no produce la
perención, pero si ella rebasa los términos de prescripción del derecho
objeto de la pretensión, sin que el actor pida o busque que se sentencie,
lo que clara y objetivamente surge es una pérdida del interés en la
sentencia, en que se componga el proceso, en que se declare el derecho
deducido.

En tal orden de ideas, si bien la Sala Constitucional solo reconoce dos (02)
supuestos para el decaimiento de la acción, del propio texto de la sentencia parece
deducirse un tercero, referido ahora a la conducta abstensiva del accionante cuya
acción decayó, por no haber llevado a cabo cualquiera de las conductas tipificadas
por el Tribunal Supremo de Justicia como demostrativas de interés. A tal respecto
explica la sentencia: “Es indiscutible que ese actor no quiere que lo sentencien, por
ello ni incoa un amparo a ese fin, ni una acción disciplinaria por denegación de
justicia, ni pide en la causa que le fallen”.

El primero de los supuestos que según la Sala Constitucional da lugar al


decaimiento de la acción por falta de interés, se realiza “cuando habiéndose
interpuesta la acción, sin que el juez haya admitido o negado la demanda, se deja
inactivo el juicio, por un tiempo suficiente que hace presumir al juez que el actor
realmente no tiene interés procesal, que no tiene interés en que se le administre
justicia”. De este supuesto jurisprudencial se coligen por lo menos tres condiciones
concurrentes necesarias para materializar el primer caso de decaimiento de la
acción por falta de interés, siendo los mismos: a) Que la acción no haya sido
admitida ni negada. b) La inactividad del juicio y c) Que tal inactividad permita al
juez presumir la falta de interés del actor.
  40

La evidencia de la primera condición aludida, debe ser considerada desde el


punto de vista de la oportunidad procesal para llevar a cabo la admisión de la
demanda por parte de los tribunales civiles venezolanos, lapso que como se sabe
no ha sido establecido por el legislador en el Código de Procedimiento Civil, sino
que es suplido a partir del artículo 10 eiusdem, en la práctica tribunalicia. A partir de
esta aparente solución al lapso no señalado para la admisión de la demanda, son
claros los problemas que puede representar interpretar (como ha hecho la sala),
que todo tribunal se acogerá a un lapso tan breve como son los tres días señalados
por el artículo 10 de la ley Adjetiva Civil, pasado los cuales concurrirá el actor ante
el tribunal y conocerá con certeza la admisión o la negación de la demanda.

En este sentido, puede suceder (como de hecho ocurre), que pasados los tres
días ya señalados, el actor acuda al tribunal, se entere de la condición
indeterminada de su demanda y a pesar de eso no impulse la decisión del juez al
respecto, siendo este ultimo hecho menos probable que el primero, por cuanto
quien acude apenas tres días después de haber interpuesto una demanda a
enterarse de la suerte de la misma, tiene por lo menos presumiblemente el interés
de que sea admitida o que sea negada y poder resolver lo conducente. No parece
fácil pensar en algún caso donde el demandante se entere tan prontamente de que
nada se ha resuelto sobre su demanda, y a pesar de encontrarse en la sede del
tribunal, no haga nada sino que se retire del mismo y no regrese, o en todo caso
vuelva cuando para el juez el interés se ha perdido.

Asimismo debe tenerse en consideración que nada obliga a los tribunales, por
lo menos estrictamente, a admitir la demanda en el lapso señalado, asunto que a la
luz del criterio jurisprudencial impondría al actor la carga de acudir todo día hábil a
imponerse de la admisión o inadmisión de la misma, ya que en Venezuela la única
vía para lograr tal conocimiento es concurriendo a la sede del tribunal. No conforme
con que esa situación representa una carga más allá de lo esperable en el actor,
tampoco parece viable para el mismo desaprenderse del tribunal por cierto lapso en
aras de esperar el pronunciamiento, porque pudiera pasar que este transcurso de
un tiempo breve o más o menos prolongado, sea tenido por el juez como indicativo
  41

de la pérdida del interés, problema que lejos de ser una visión extrema del asunto,
podría ocurrir sin duda ante la ausencia de un lapso objetivamente establecido por
la jurisprudencia en tal sentido.
La segunda condición aludida por la Sala Constitucional, tiene que ver con la
inactividad del juicio, hecho que ocurriría presumiblemente cuando el actor deja de
acudir al tribunal para saber si la demanda ha sido admitida o no. en tal sentido
debe advertirse primeramente que, no existe en el proceso civil venezolano ninguna
figura a través de la cual se deje constancia de la cantidad de veces en las que
debe acudir el actor a conocer de la suerte de su demanda, no pudiendo saberse
cuando fue la última vez que asistió, así el juez no sólo queda en libertad de decidir
discrecionalmente si el interés se perdió o no, sino que ni siquiera puede fundar su
opinión sobre una circunstancia cierta.

Probablemente el aspecto más preocupante sobre los estudiados, consiste en


la facultad discrecional que la jurisprudencia deja al juez para decidir si el tiempo
transcurrido sin impulso para la decisión de la admisibilidad de la demanda, es o no
ilustrativo de la falta de interés por parte del actor. El primer elemento que debe
valorarse a tal respecto, consiste en los efectos terminantes que tiene el
decaimiento de la acción, porque no se trata sólo de la pérdida del proceso en
concreto, sino del derecho a acudir ante la jurisdicción para recibir tutela sobre
determinado asunto. A pesar de la gravedad de esta realidad, no existen medios
procesales para dejar constancia de lo que ha podido ser el más empeñoso interés
del actor que acude asiduamente al tribunal, a menos que se exija a éste diligenciar
y con esa fecha saber que acudió, pero la Sala Constitucional nada dijo al respecto.

Por otro lado la forma en la que se permite al juez decidir discrecionalmente la


pérdida del interés, es correlativa de la elaboración de una presunción negativa
donde el distanciamiento entre el actor y el proceso es presumido como el deseo de
no recibir tutela judicial, sin que se valore por ejemplo cuantas veces efectivamente
si concurrió el demandante al órgano jurisdiccional, o la cantidad de diligencias que
elaboró, la fecha de su última visita, o cualquier otra realidad que demuestre no sólo
  42

su interés sino el agotamiento de recursos y medios empleados para ello, en tanto


son estas causas bastante probables para que ocurra un alejamiento.

Es así como el mismo rigor con que se prevé la falta de interés relacionada al
paso del tiempo, ha debido ser aplicado para atemperar el criterio jurisprudencial, de
tal suerte que el juez a la hora de decidir sobre el decaimiento de la acción, tenga
en cuenta también si su retardo agotó los recursos del justiciable, le impuso
distanciar su acudimiento al tribunal o simplemente algún hecho de la vida
común de la persona le impidió concurrir con más prontitud

La otra oportunidad (tentativa) en la que puede decaer la acción por falta de


interés, es cuando la causa se paraliza en estado de sentencia. Tal parálisis
conforme a los principios generales de la institución, no produce la perención, pero
si ella rebasa los términos de prescripción del derecho objeto de la pretensión, sin
que el actor pida o busque que se sentencie, lo que clara y objetivamente surge es
una pérdida del interés en la sentencia, en que se componga el proceso, en que se
declare el derecho deducido.

En tal sentido, también este supuesto de procedencia señalado para el


decaimiento de la acción, merece críticas enfáticas en tanto desconoce los efectos
tradicionales de la perención en el estado de sentencia, variándolos a partir de la
aplicación de las consecuencias sancionatorias que la prescripción tiene sobre los
derechos, aún cuando esa posibilidad no aparece como deducida por ninguna
norma del ordenamiento jurídico, sin embargo; el análisis en profundidad de una y
otra cuestión se realizará a lo largo del desarrollo del Capítulo III y VII del presente
estudio.

Ahora bien, el trabajo jurisprudencial de la Sala Constitucional al concebir el


decaimiento de la acción por falta de interés, tiene entre sus principales aspectos,
también el que se refiere al procedimiento fijado para declarar el decaimiento de la
acción por falta de interés. Atendiendo al criterio jurisprudencial fijado por la Sala
Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, en sentencia 956 de fecha 1° de
  43

junio de 2001, el decaimiento de la acción por falta de interés procesal se


materializa, a través de un conjunto de pasos indicados también por la mencionada
doctrina judicial y que pueden operacionalizarse del modo siguiente:

1. Declaración de Oficio o a Instancia de Parte de la Extinción de la Acción:


Esta etapa inicial del procedimiento se suscitaría cuando: “la causa paralizada ha
rebasado el término de la prescripción del derecho controvertido, a partir de la última
actuación de los sujetos procesales Un primer señalamiento a realizarse frente a
esta etapa del procedimiento, se relaciona con la oportunidad en la que deberá
producirse el auto o la resolución que dicte el tribunal en tal sentido. Si bien, el
decaimiento de la acción se fundamenta en el hecho de un prolongado lapso de
inactividad en el proceso que hace presumir la pérdida del interés, no es menos real
la separación que se ha suscitado entre el juez y el expediente, aún cuando en el
estado de sentencia el impulso de la parte redunda en un deber que es exclusivo del
órgano, es decir, dictar la sentencia por cuanto todas las conductas que eran dables
a la parte ya se han agotado y queda únicamente en manos del magistrado emitir la
decisión.

A la luz de lo anterior hay que preguntarse, ¿por qué si el juez tiene acceso
nuevamente al expediente después de varios años de inactividad en el proceso,
aplica los efectos sancionatorios de la prescripción en vez de sentenciar?. Lo lógico
(conforme con las garantías procesales), sería pensar como primer deber del juez
en este sentido, el sentenciar aquel expediente dilatado durante tantos años por
hechos que no pueden ser atribuidos plenamente a la parte o su falta de impulso,
sino que se comparten con el mismo magistrado en tanto este no cumplió tampoco
con su obligación de sentenciar en el término fijado por la ley procesal.

Es así que, gracias al decaimiento de la acción por falta de interés procesal, el


conocimiento del juez sobre el proceso ya no será para reivindicar el derecho a una
tutela judicial expedita, sino para sancionar al actor que se ha mostrado pasivo
durante este periodo.
  44

Otra cuestión que debe advertirse en esta primera etapa del procedimiento, es
la posibilidad o no de recurrir del auto o resolución con la que el juez resuelva
declarar el decaimiento de la acción por falta de interés, ya que si se parte del
gravamen irreparable ocasionado por la decisión, es forzoso asumir la recurribilidad.
2. Notificación del Actor: Tal requisito procedimental se considera cumplido
según el criterio jurisprudencial estudiado a través de: “cualquiera de las formas
previstas en el artículo 233 del Código de Procedimiento Civil, si ello fuere posible, y
de no serlo, por no conocer el tribunal dónde realizar la notificación, o no poder
publicar el cartel, con la fijación de un cartel en las puertas del tribunal”. Frente a
esta cuestión Méndez (2008, p.129) expone: “La notificación previa a la declaratoria
de extinción de la acción, tiene por finalidad la de permitir al accionante la posibilidad
de desvirtuar la presunción de su falta de impulso procesal en la causa paralizada”.

La exigencia de comunicación procesal que se desprende del procedimiento


para declarar el decaimiento de la acción, merece cuidadosa atención en cuanto a
su forma de realización. En primer lugar el criterio jurisprudencial deja a
discrecionalidad del juez el poder seleccionar entre la notificación por cartel, por
correo certificado o la personal, todas opciones que ofrece el artículo 233 de la
norma adjetiva civil. Conforme a los efectos fatales que produce el decaimiento de la
acción sobre la causa, lo más idóneo sería conseguir la notificación personal de las
partes, por cuanto es este medio de comunicación procesal el que más seguridad
ofrece respecto de imponer a los sujetos procesales de aquellas informaciones que
interesan a los mismos, especialmente cuando ello implique un llamamiento al
tribunal para ejercer algún tipo de defensa.

En segundo lugar, la Sala Constitucional no esclareció cual de las partes debe


ser notificada acerca del inicio del procedimiento de decaimiento de la acción, pues
si la misma fuera iniciada de oficio lo más lógico sería pensar en la necesidad de
notificar a ambas partes, siendo evidente que ambas en la misma medida tienen
interés en conocer la suerte del proceso donde estuvieron vinculadas. Si fuere el
caso de un procedimiento iniciado a instancia de parte la solución es más sencilla,
porque el deber de notificar queda claramente dirigido solamente a su contrario.
  45

En conexión con lo anterior aparece el tema de los costos que genera esta
notificación, pues si el procedimiento se apertura de oficio, no resultaría viable
imponer a alguna de las partes el deber de sufragarlos, sin embargo, los tribunales
de justicia tampoco cuentan con los medios económicos necesarios para ello. Tal
situación es de más fácil solución si el decaimiento de la acción por falta de interés
es solicitado por cualquiera de las partes, ya que en tal caso sería obligación de la
misma cubrir los costos generados al notificar.

En tercer lugar, la forma en cómo la jurisprudencia trata el tema de la


notificación sobre el procedimiento para declarar el decaimiento de la acción, deja
entre ver como opción que se difundirá entre los tribunales de justicia, la
concerniente a la fijación de un cartel en las puertas del tribunal. La primera razón
para ello es de naturaleza económica, pues como se dijo, los tribunales no pueden
sufragar por si mismos estos actos de comunicación procesal, por lo que el cartel en
las puertas del tribunal es la opción ideal, en tanto no genera ningún costo. Esta
forma de notificación claramente accesible para el órgano jurisdiccional, pudiera no
serlo para la parte interesada, siendo complejo entender que quien no ha acudido al
proceso durante años, concurra al tribunal y casualmente conozca del procedimiento
para declararle el decaimiento de la acción, de allí que; el remedio logrado sobre el
asunto de los costos, podría incidir negativamente sobre los derechos procesales.

3. Decisión sobre el Decaimiento de la Acción: Esta fase final del procedimiento


se suscita en los términos siguientes: “La falta de comparecencia de los notificados
en el término que se fije, o las explicaciones poco convincentes que exprese el actor
que compareciere, sobre la causa de su inactividad y los efectos hacia terceros que
ella produjo, las ponderara el juez para declarar extinguida la acción”. A tal respecto
Méndez (2008, p.131), comenta:

…aun cuando la Sala Constitucional no señala expresamente cuales son


las posibles defensas del accionante para evitar la declaratoria de
extinción de la acción, resulta claro que el accionante no puede limitarse
a manifestar en el expediente que su interés procesal sigue vivo, por
cuanto ello no constituye una explicación convincente sobre la causa de
  46

su inactividad procesal, lo cual haría procedente la declaratoria de


extinción de la acción.

Siguiendo las indicaciones del artículo 233 del Código de Procedimiento Civil, el
el actor tendría cuando menos diez días de despacho para acudir al tribunal, una vez
que sea notificado acerca del inicio del procedimiento con el cual declarar el
decaimiento de la acción. Es la falta de acudimiento a este llamado, la primera causa
que incide en el pronunciamiento del tribunal, en tanto la no asistencia provoca en el
juez la reiteración de su percepción acerca del deseo de la parte de no recibir
sentencia, o lo que es igual, de la pérdida del interés.

Debe tenerse en consideración lo ya comentado acerca de la notificación a


través del cartel fijado en las puertas del tribunal, porque aunque sea esta la forma
en la que ocurrió la comunicación procesal, el lapso para acudir ante el órgano
jurisdiccional es el mismo, sin que pueda alegarse la defectuosa información.

En el mismo sentido, el segundo supuesto para que sea declarado


efectivamente el decaimiento de la acción por falta de interés, es el atinente a las
explicaciones que ofrezca el actor acerca de los motivos de su separación del
proceso durante todo el tiempo que este ocurrió y que ha debido ser igual o superior
al lapso de prescripción existente para el derecho ventilado en el proceso. El criterio
jurisprudencial se ha referido a este aspecto, como “explicaciones poco
convincentes”, término no sólo genérico sino de difícil comprensión al no poder
determinarse de manera objetiva para todo juez, lo que puede inducirlo a una
convicción de justificación y lo que no, más aún cuando no se trata de un proceso de
valoración regido por leyes procesales, sino más bien de una apreciación casuística
de los argumentos de la parte en virtud de cada juicio en particular.

Asimismo, desde el punto de vista procesal podría resultar imposible determinar


la naturaleza de los argumentos con los cuales convencer al juez de los
impedimentos que se han tenido para impulsar el proceso, no porque estos no
puedan existir; sino más bien porque en el estado de sentencia ningún
  47

acontecimiento que desvincule a los sujetos procesales del juicio, tendría porque
representar un motivo para no lograr la culminación de la causa con la decisión del
juez, siendo este último a quien corresponden todas las obligaciones llegado tal
punto. Es por esta razón tan dificultoso poder identificar algún argumento aplicable
en todos los casos a la justificación de la falta de impulso procesal, porque en todo
caso cualquier explicación que dé el justiciable debería ser tenida por cierta por el
órgano jurisdiccional, al haber faltado el último a su deber de sentenciar en término.

Frente a tales posiciones, autores como Ortiz Ortiz (2004, p. 485) considera lo
siguiente: “no puede hablarse de falta interés procesal si tal interés es entendido
como las diligencias necesarias para recabar los proveimientos que se reputan como
necesarios para obtener la sentencia definitiva”. Considera el autor:

…desde el mismo momento en que se ejerce la acción procesal se pone


en evidencia el interés pero, tal como Liebman, ese interés debe estar
presente a lo largo del proceso, en caso de no hacerse de esa manera
entonces ocurrirá necesariamente la perención de la instancia, que no es
otra cosa que una pérdida del interés procesal. Una segunda posibilidad
de pérdida de interés procesal ocurre cuando la falta de actividad e
impulso procesal comporta un abandono del trámite.

En tal sentido Ortiz Ortiz (2004, p. 756), niega la existencia del decaimiento de
la acción al considerar: “no tiene sentido alguno hablar de “decaimiento de la acción,
o muerte de la acción, ni cualquier expresión análoga; la acción subsiste a pesar de
la perención, la acción existe a pesar de que el proceso se extinga”. El mencionado
autor amplia sus argumentos en tal sentido al señalar:

La acción procesal, como posibilidad jurídico-constitucional de acceso a


los órganos de administración de justicia, no se extingue nunca. En
efecto, todo ciudadano, todo habitante del país, toda persona, tiene el
derecho cívico-constitucional de acceso a la administración de
justicia…Cierto es que con el ejercicio de tal derecho de acción,
incondicionado y universal, se genera una cantidad de cargas, de
deberes, obligaciones y facultades…la acción está total y completamente
desligada de la pretensión material, el interés sustancial o el derecho
material que se pretenda tutelar con su ejercicio.
  48

Los dos últimos señalamientos realizados por el autor antes citado, dan
cuenta de una diferenciación evidente entre el interés sustancial en el proceso y la
acción misma, distinción esta en razón de la cual considera el autor que no puede
existir en Venezuela una figura como la creada por la jurisprudencia, principalmente
porque a través de esta el presunto decaimiento del interés de la parte en el juicio,
arrastra consigo al derecho de accionar ante los órganos jurisdiccionales, o lo que es
igual, la pérdida fatal de una garantía fundamental del ciudadano a la que Ortiz Ortiz
(2004), llega a considerar como integrante de los derechos civiles.

Acogiéndose a la doctrina de Ortiz Ortiz (2004), el principal impedimento para


asumir al decaimiento de la acción por falta de interés, como una figura legitima
dentro del proceso civil venezolano, se encuentra precisamente en que no puede
existir ningún instituto procesal que impida a cualquier ciudadano el ejercicio de sus
derechos fundamentales, y menos aún; que sea capaz de privárselos.

   

 
  49

CAPITULO III

DIFERENCIACIÓN ENTRE LA PERENCIÓN DE LA INSTANCIA RESPECTO DEL


DECAIMIENTO DE LA ACCIÓN POR FALTA DE INTERÉS, COMO
INSTITUCIONES DEL PROCESO CIVIL VENEZOLANO.

La perención de la instancia constituye una figura que extingue el proceso, no


ya por un acto voluntario de parte, sino por la inactividad de las partes prolongada
por un cierto tiempo. Según expresa Henríquez (2001, p.219),”la perención
constituye, pues, un expediente práctico-sancionatorio de la conducta omisiva de las
partes-que propende a garantizar el desenvolvimiento del proceso hasta su meta
natural, que es la sentencia”. Siguiendo al mismo autor, este instituto procesal,
“cumple adicionalmente la función pública de asegurar la necesaria continuidad del
derecho objetivo, declarando su contenido y haciéndolo cumplir”.

Así Chiovenda (1997), define la perención de la instancia como aquel medio


de extinción del proceso por inactividad de la parte, a cuyo cargo está el impulso
procesal. Para Castelán (1996.p. 10), “la definición de este instituto surge de su
propia etimología. Perención proviene de perimere, peremptum que significa
extinguir, a instancia de instare que es la palabra compuesta de la preposición in y el
verbo stare”. De ahí que la perención de la instancia es el aniquilamiento de ésta por
la inacción en el proceso durante el tiempo marcado por la ley.

Frente a las anteriores definiciones elaboradas por la doctrina en cuanto a la


perención, es de suma importancia la posición sustentada por Robles (1999, p. 190),
cuando manifiesta como la función pública del proceso exige que éste, una vez
iniciado se desenvuelva rápidamente hasta su meta natural que es la sentencia. En
opinión a la citada autora, bajo la amenaza de perención se logra:
  50

…una más activa realización de los actos del proceso y una disminución
de los casos de paralización de la causa durante un periodo de tiempo
muy largo, de tal modo que el proceso adquiere una continuidad que
favorece la celeridad procesal por el estímulo en que se encuentran las
partes para realizar aquellos actos y evitar la extinción del proceso.

Para fundamentar la necesidad de mantener este instituto procesal se han


dado argumentos de distinta naturaleza. Con criterio político se ha sostenido que
con él se tiende a restablecer el orden jurídico alterado por la existencia de un
proceso como así a obtener la pacificación social, la tranquilidad pública, la
estabilidad y certidumbre de los derechos. Para algunos la perención tiene por base
una presunción de desistimiento del proceso por abandono de la instancia por parte
de quien tiene interés en mantenerla activa. Para otros, la misma se justifica por el
interés o la necesidad social de que los procesos no se eternicen o que se
produzcan demoras en el trámite de las causas.

En la Ley Procesal Venezolana, la perención se encuentra reguIada en el art.


267 del Código de Procedimiento Civil (1987), donde se establece: "Toda instancia
se extingue por el transcurso de un año sin haberse ejecutado ningún acto de
procedimiento por las partes. La inactividad del Juez después de vista la causa, no
producirá la perención". Para Robles (1999, p. 191) “la perención tradicional es la
extinción del proceso por el transcurso de un año sin haberse ejecutado ningún acto
de procedimiento por las partes”. En opinión de la autora, tal instituto procesal se
caracteriza por los rasgos siguientes:

…a) La perención se verifica de derecho; es decir, se produce ope legis,


al vencimiento del plazo de un año de inactividad, La declaración del juez
no tiene efecto constitutivo, sino declarativo, que se retracta al momento
en que el plazo de la perención quedó cumplido… c) La perención no es
renunciable por las partes. La función de la perención tiene fundamento
en la necesidad social de evitar la litigiosidad por la litigiosidad, cuando
no medie interés impulsivo en las partes contendientes, pues para el
Estado es más importante el mantenimiento de la paz, que la protección
de aquellas pretensiones huérfanas de tutor en la carrera judicial… d) La
perención puede declararse de oficio por el juez… porque ella se verifica
de derecho, vale decir ope legis, independientemente del requerimiento
de la parte interesada y la consiguiente declaratoria judicial…e) La
  51

perención puede interrumpirse. Así como la inactividad prolongada por


un año da lugar a la perención, la actividad procesal durante el curso del
lapso de perención la interrumpe. Robles (1999, p. 191-193)
Se desprende entonces de tales características, que la interrupción de la
perención mediante la realización de un acto procesal en el decurso del lapso,
desvirtúa la presunción de abandono de la instancia por inactividad de las partes,
por lo que los actos de procedimiento realizados en el transcurso del lapso
constituyen a la vez actos interruptivos del lapso de perención de la instancia y
medios de prueba que desvirtúan la presunción de abandono.

A la luz de la concepción que la doctrina ha realizado acerca de la perención


de la instancia, se torna posible concretar las principales distinciones que separan a
esta figura del decaimiento de la acción por falta de interés procesal, sin embargo;
antes de pormenorizar las mismas es necesario aludir más bien a los puntos de
encuentro entre ambos institutos procesales, los cuales pueden ser apreciados del
siguiente modo:

a) La perención al igual que el decaimiento de la acción por falta de


interés procesal, tienen entre sus objetivos impedir la eternidad de las causas
judiciales que podría suceder, si las partes dispusieran irrestrictamente de un
derecho de permanecer inactivas en el conocimiento y trámite del proceso.
b) Tanto la perención como el decaimiento de la acción por falta de
interés en el proceso, entrañan una presunción de abandono del mismo.
c) Ambas figuras antes señaladas operan de pleno derecho y en la misma
medida pueden ser declaradas de oficio por el tribunal.
d) La parte procesal sujeta a los efectos de la perención o de el
decaimiento de la acción, están impedidas para renunciar a los mismos.

Ahora bien, son dos (2) las principales distinciones que a nivel conceptual se
aprecian entre la perención y el decaimiento de la acción, es decir: a) La perención
puede interrumpirse, posibilidad que no se proporciona en la construcción
jurisprudencial del concepto de decaimiento de la acción; b) Al tiempo que la
perención puede desvirtuarse, no sucede así con el decaimiento de la acción; y c) El
  52

lapso para la perención de la instancia existe en la norma adjetiva civil de manera


objetiva como contenido de la figura misma, en cambio el lapso con el cual la
jurisprudencia construye la figura del decaimiento de la acción, es el de la
prescripción que aplique al derecho ventilado en el proceso, aún cuando ello es
completamente ajeno a cualquier construcción jurídica de tipo sancionatorio (el
principio de legalidad penal no permite esta clase de analogía).

En otro sentido, de acuerdo al criterio de Castelán (1996, p 17-19), son tres


las condiciones indispensables para que un proceso se extinga por perención. En
primer término el supuesto básico, la existencia de una instancia. De acuerdo con el
autor: “Es menester la existencia de una litis, aunque no haya controversia o que la
petición tienda a ella para lo que quedarán descartados todos aquellos
procedimientos de jurisdicción voluntaria”. En tal sentido agrega:

El concepto de instancia sujeta a perención cubre así en su amplitud a las


medidas cautelares como a las preparatorias de los juicios, abarca los
distintos grados del proceso y comprende tanto al juicio principal como a
sus incidentes. Nace la instancia con la petición y fenece con la decisión
del órgano encargado de administrar justicia.

De acuerdo con Castelán (1996, p 17-19), el segundo supuesto de procedencia


de la perención está referido a “la inactividad procesal”, entendida por el autor en los
siguientes términos: “La paralización del proceso puede deberse con exclusividad a
la inactividad de las partes…aquella inactividad no derivada de impedimentos
justificados, la llamada "voluntaria", es la que cuenta para la perención”.

Finalmente el tercer requisito apuntado por el autor bajo examen, se constata


en el “transcurso de un plazo señalado por la ley”, a partir del cual señala: “La
inactividad que autoriza la decisión judicial ya sea de oficio o a petición de partes
debe ocurrir en un determinado plazo señalado por la ley. La orientación legislativa
es la de acortar los términos con miras a la agilización del proceso”. Castelán (1996,
p 17-19).
  53

Conforme con los supuestos requeridos por la doctrina para el nacimiento de


la perención en el proceso civil venezolano, pueden identificarse un par de
identidades entre esta figura y el decaimiento de la acción, siendo el primer aspecto
el atinente a la existencia de un proceso judicial cuyo conocimiento realiza un
tribunal de instancia, en tanto dicha realidad es la exigencia central de ambos
institutos procesales. El segundo aspecto en el que se encuentran la perención de la
instancia y el decaimiento de la acción, gira en torno a la voluntariedad exigida sobre
la inactividad de la parte, debiendo asumirse que en todos aquellos casos donde
pudiera probarse la justificación para la falta de impulso, no se concretaría los
efectos de una u otra figura.

En tal sentido existe una diferencia entre la perención y el decaimiento de la


acción que se conecta con los requisitos normativos para la primera figura, y esta es
la que tiene que ver con el señalamiento por parte de la ley de un plazo habida
cuenta del cual se considerará que efectivamente la instancia perimió o que la
acción decayó. Tal como ya se comentara, el decaimiento de la acción al ser una
figura construida por la jurisprudencia y no contar en las leyes procesales de
cualquier otra jurisdicción con algún análogo, la Sala Constitucional instrumentó los
lapsos de prescripción como guía para presumir si efectivamente la paralización del
proceso fue suficientemente prolongada o no.

A pesar de lo anterior no parece conforme con el derecho, asumir que los


lapsos dados por el legislador a la prescripción, puedan ser apropiados por la figura
del decaimiento de la acción y menos aún representar verdaderos lapsos
generadores de los efectos que el criterio jurisprudencial ha pretendido darles, es
decir, los de pérdida de la posibilidad de accionar, en tanto el concepto mismo de la
prescripción (noción que incluye desde luego a los lapsos respectivos), implica como
efecto sobre sí, la interrupción que sucede si se demanda, por ello mal se podría
“desmembrar” esta figura desechando lo que corresponde a la interrupción y
aprovechando lo concerniente a las consecuencias sancionatorias del paso del
tiempo.
  54

Varios son los efectos que se producen con motivo de la declaración de la


perención. Unos son relativos al juez, otros a las partes y a sus mandatarios y
también con relación a la acción y al proceso. Argumenta Castelán (1996), como con
relación al juez, la decisión pone fin a la jurisdicción. Cuando la perención ocurre en
primera instancia la acción puede ser renovada y en ella articular la prescripción,
pero ésta sólo puede oponerse ante el juez que entiende en la nueva demanda y no
ante el juez que declara la perención. Cuando se decide en segunda o tercera
instancia queda ejecutoriada la sentencia que ha sido objeto de recurso.

Por otro lado, con respecto a las partes, pueden señalarse los siguientes
efectos: a) A pesar de la perención pueden hacerse valer las pruebas en un nuevo
juicio. b) En cuanto a las costas del juicio, éstas serán a cargo del causante de la
caducidad. Con respecto al mandatario y al abogado patrocinante la perención
declarada tiene el efecto de hacerlos responsables de los daños ocasionados a la
parte.

Los efectos señalados por la doctrina con ocasión de la perención, pueden


diferenciarse de las consecuencias emanadas del decaimiento de la acción en virtud
de las repercusiones que en uno y otro caso se derivan para las partes. En tal
sentido y a pesar del silencio que guardó a tal respecto la Sala Constitucional, la
principal diferencia entre la perención y el decaimiento de la acción por falta de
interés, desde la perspectiva de sus efectos, tiene que ver con la fatalidad que
acontece sobre el derecho a accionar.

A la luz de lo antes señalado, si bien la perención no ha dejado de representar


en el ámbito de los juicios civiles una verdadera sanción procesal, el rigor con que el
legislador señaló sus efectos, se concretó y limitó de manera exclusiva al juicio y
nunca a la acción, siendo por ello dable a la parte sancionada por su inactividad, el
derecho de volver a intentar nuevo proceso judicial por el mismo motivo.
Contrariamente, el efecto más característico del decaimiento de la acción, es en
puridad de ideas, la imposibilidad que a futuro tendrá la parte sancionada para volver
a interponer una causa judicial donde se ventile el derecho objeto del proceso
  55

decaído, porque aquí el efecto sancionatorio llega hasta el extremo del derecho a la
jurisdicción propiamente dicho, desaparecido el cual, ya no es posible conseguir del
órgano jurisdiccional nuevo conocimiento sobre el asunto.
Al no ser posible la interposición de una nueva causa civil, el efecto señalado
por la doctrina en cuanto a la posibilidad de emplear las pruebas del juicio perimido,
en otro nuevo, deben considerarse inconducentes, no porque la Sala Constitucional
haya en forma alguna hecho alguna salvedad a este respecto, sino; porque no habrá
procedimiento nuevo donde esos medios de convicción puedan ser agregados de
forma útil.

 
 
 
  56

CAPITULO IV

DERECHOS PROCESALES DEL ACCIONANTE FRENTE A LA PRESUNCIÓN


NEGATIVA DE “NO QUERER LA SENTENCIA” EN EL DECAIMIENTO DE LA
ACCIÓN POR FALTA DE INTERÉS.

En cuanto al acceso a los órganos de la Administración de Justicia, es la


manifestación de la tutela judicial efectiva, la cual se materializa y ejerce a través del
derecho autónomo y abstracto de la acción, mediante este derecho, se pone en
funcionamiento o se activa el aparato jurisdiccional en busca de un pronunciamiento,
sea éste favorable o no al accionante. En ese sentido, Quiroga Cubillos (1987, p.
147), señala como todos los justiciables “para poder tutelar sus derechos subjetivos,
deben obligatoriamente acudir a la administración de justicia, que el Estado
garantiza mediante los órganos jurisdiccionales quienes son los encargados de
resolver los intereses en conflicto de los ciudadanos”.

Siguiendo a Martínez Hernández y Perdomo (2004), el acceso a la justicia


como derecho se manifiesta en el hecho que todos los ciudadanos puedan solicitar y
hacer ejecutar sus pretensiones mediante el desarrollo de un proceso judicial,
debiendo el mismo estar garantizado en todo estado y grado de la causa.

Haciendo referencia al mismo concepto, Bello y Jiménez (2006,p.65)


exponen: “el acceso a los órganos de la administración de justicia como
manifestación de la tutela judicial efectiva, se materializa y ejerce a través del
derecho autónomo y abstracto de la acción”, que para los autores “no es más que un
acto de contenido estrictamente procesal destinado a efectuar un reclamo a la
autoridad jurisdiccional, para que actúe consecuentemente contra un adversario”,
quien tendrá que emplazar para someterlo a las reglas del proceso judicial.

Es así como para Bello y Jiménez (2006,p.65), el “acto de pedir, que informa
al mismo tiempo una manifestación típica del derecho constitucional de petición, se
  57

manifiesta en la posibilidad de optar por la vía del litigio antes de acudir a soluciones
individuales de tipo auto-compositivas”, de manera que para obrar en este sentido,
bastará con el ejercicio de la demanda.

Ahora bien, los propios Bello y Jiménez (2006,p.72), reconocen limitaciones en


el derecho al acceso a la justicia, de modo que no debe entenderse al mismo de
forma tan irrestricta como otras garantías constitucionalizadas, posición a favor de la
cual explican:

El derecho o garantía de acceso a los órganos de administración de


justicia como emanación de la tutela judicial efectiva, no es ilimitado, libre e
irrestricto, por el contrario, el administrado, el justiciable puede acceder a
los órganos de administración de justicia, por los cauces o canales
regulares preestablecidos en la Ley y previo el cumplimiento de los
requisitos o presupuestos procesales consagrados en las leyes, de lo
contrario, la pretensión será declara inadmisible, lo que no puede
traducirse en lesión a la tutela judicial efectiva.

A este respecto Picó I Junio (2002), entiende el derecho al acceso a la justicia


como manifestación de la tutela judicial efectiva, representado a través de un
derecho de prestación, de configuración legal (no de libertad), ejercitable sin más y
directamente a partir de la Constitución; cuya prestación sólo puede ejercerse por
los canales que el legislador establece, es decir, es un derecho de configuración
legal.
 
En este marco, el derecho constitucional y procesal a la defensa, viene dado en
la legislación venezolana a partir del Artículo 49 de la Constitución de la República
Bolivariana de Venezuela (1999), que reza: “La defensa y la asistencia jurídica son
derechos inviolables en todo estado y grado del proceso”. Así, la defensa en la
posibilidad que tiene el administrado de argumentar en un procedimiento (dentro de
los límites de la ley), todas aquellas cuestiones que ayuden a sostener su pretensión
frente a la administración. El sentido teleológico de tal garantía constitucional es
analizado por Couture (2007, p.488), al afirmar:

Si a la coerción no se puede llegar sin proceso, a la sentencia no se


  58

puede llegar sin la defensa. Todo juicio es relación de dos o más


términos. Sin defensa queda omitido el conocimiento de uno de los
términos. El juez que ignora uno de esos términos, no juega. En el
proceso dialéctico…la demanda es tesis, la defensa es antitesis y la
sentencia es la síntesis. No puede haber síntesis sin tesis o sin
antítesis.

En tal sentido, la existencia practica del derecho a la defensa en el foro, tal


como afirma Moros (2005, p.12), “se convierte y materializa en la seguridad que se
debe prestar a los justiciables durante el proceso para que tengan todas y las
mismas oportunidades de ejercer sus argumentos de defensa y probar lo que
estimen conveniente”, así como de que sean analizadas y oportunamente resueltas
sus peticiones conforme a derecho.

Para Bello y Jiménez (2006, p.361), “dentro de los derechos o garantías


constitucionales procesales ubicados dentro del debido proceso constitucional, sea
jurisdiccional o administrativo se encuentra el derecho que tiene todo ciudadano a
ejercitar sus defensas y a la prohibición de la no indefensión”, por lo que debe
comprenderse que:

La defensa es un derecho de rango constitucional contenido en el artículo


49, mediante el cual toda persona, en el marco de un proceso jurisdiccional
o administrativo, en las oportunidades legalmente previstas en los
procedimientos correspondientes, o en las oportunidades que se fijen ante
la ausencia de lapsos legales, puede realizar alegatos de hecho o de
derecho, acciones o excepciones que beneficien a sus intereses, así como
a producir las pruebas que le favorezcan, incluso recurrir de los fallos
judiciales adversos o perjudiciales, derecho que también se presenta en la
fase de ejecución de la sentencia, pues este derecho se debe en todo
estado y grado de la causa, incluida la fase casacional y de ejecución.

Según la valoración realizada por los autores, el derecho a la defensa adopta


multiplicidad de formas: a. La alegación, que como derecho de las partes en el
proceso, constituye la manifestación de expresión judicial de los argumentos de
hecho y de derecho que sean el fundamento de la pretensión o excepción, así como
de cualquier clase de peticionamiento judicial. Por otra parte el derecho a la defensa
  59

implica: b. Derecho a ser oído, c. Derecho a estar presente en los actos del proceso,
d. El derecho a la asistencia técnica y letrada, e. El derecho a producir pruebas
legales y pertinentes en las oportunidades procesales previstas para tal efecto; lo
que a su vez involucra como parte del derecho a la defensa, el derecho al
aseguramiento de la prueba, de aportación, publicidad, contradicción, admisión,
conocimiento, evacuación, control y apreciación.

En coincidencia con tales afirmaciones Araujo (1993, p. 121), entiende el


contenido del derecho a la defensa, del modo siguiente: “Como una consecuencia
del Estado de Derecho, hoy no se duda que el principio esencial de que nadie puede
ser juzgado o condenado sin ser oído, no solo obliga a los jueces del Poder
Judicial… pues es una garantía inherente a la persona humana en cualquier
procedimiento de condena (CSJ/SPA: 11-8-83; 23-10-86) o sancionatorio (CPA: 7-7-
88)”.

En consecuencia, el derecho de defensa significa la facultad de hacer alegatos,


la posibilidad de rebatir los argumentos contrarios, de promover y evacuar las
pruebas pertinentes, de conocer el fundamento de la decisión y de utilizar los
recursos que la ley establece, o lo que es igual, la materialización del derecho a ser
oído; el derecho de audiencia al interesado; el derecho a tener acceso al expediente.

Así, Picó I Junoy (2002, p. 102-103) explana, como la presencia del derecho a la
defensa afirma a las partes la probabilidad de sostener argumentalmente sus
respectivas pretensiones y rebatir los fundamentos que la contraparte haya podido
formular en base a las suyas, en ese sentido, es justamente esta razón por la cual el
derecho a la defensa comprende no sólo la asistencia de un abogado conocedor de
la normativa tanto sustantiva como adjetiva, libremente elegido o nombrado de
oficio, sino también la posibilidad a defenderse personalmente. Sobre tal particular,
explica Rubio Llorente (1995, p. 310) al referirse al Derecho a la Defensa:

…dentro del haz de garantías que conforman el debido proceso se


integra el derecho a la asistencia de Letrado… Es un derecho
instrumental que trata de asegurar la efectiva realización de los principios
  60

de igualdad y de contradicción entre las partes, y en los supuestos en que


la ley exige su preceptiva intervención persigue garantizar a la parte una
defensa técnica. Ello comporta que tal asistencia, además de presentarse
de modo real y efectivo, ha de ser proporcionada en determinadas
condiciones por los poderes públicos, por lo que la designación de estos
profesionales se torna una obligación jurídico-constitucional que incumbe
singularmente a los órganos judiciales.

Al igual que en las legislaciones del resto de los países de América Latina y
Europa, en Venezuela el derecho a la defensa está concebido también, como la
posibilidad de contar con el asesoramiento de un profesional del derecho que asista
o represente durante el desarrollo del iter procesal.

Al respecto, la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, en fecha 15


de marzo de 2000, en sentencia No. 99, dejó sentado en cuanto al contenido del
derecho a la defensa, lo siguiente: “Por lo que atañe al derecho a la defensa, éste es
un contenido esencial del debido proceso, y está conformado por la potestad de las
personas de salvaguardar efectivamente sus derechos e intereses legítimos en el
marco de procedimientos administrativos o de procedimientos judiciales mediante,
por ejemplo, el ejercicio de acciones, la oposición de excepciones, la presentación
de medios probatorios favorables y la certeza de una actividad decisoria imparcial”.

Desde esta misma perspectiva, considera la mencionada Sala, según refiere en


sentencia No. 2, de fecha 24 de enero de 2001, que “…la violación del derecho a la
defensa existe cuando los interesados no conocen el procedimiento que pueda
afectarlos, se les impide su participación en él o el ejercicio de sus derechos, se les
prohíbe realizar actividades probatorias o no se les notifican los actos que los
afecten”.

Atendiendo al modo en como la doctrina define el derecho a la defensa, se


desprenden para el decaimiento de la acción por falta de interés procesal, un
conjunto de críticas que no pueden sino llamar al cuestionamiento del criterio
jurisprudencial con el cual se construyó el mencionado instituto procesal. La primera
de estas advertencias tiene que ver con el hecho generador de la figura del
  61

decaimiento de la acción, es decir; una presunta falta de interés, presunción que


debe entenderse no desde el punto de vista del comportamiento de la parte y del
impulso que dejo de dar al proceso, sino más bien desde el ángulo de la sentencia
que no se profirió a término, y más grave aún, que no se logró durante años.

Puede considerarse que, al ser la sentencia la máxima expresión de la justicia


que se ha recibido del tribunal, la privación de la misma durante años, es
verdaderamente una lesión al derecho a la defensa porque el justiciable que agotó
en el proceso todos los medios que le concedía la ley adjetiva e impulsó cada vez
que fue necesario el logro de la justicia, ve violentado su derecho a gozar de los
efectos de la decisión del tribunal, en tanto no se trata aquí de una mera dilación de
unos pocos días, sino de un retardo sustancial de años durante los cuales el actor
permaneció en la zozobra que ocasiona una situación social anormal como es la
producida por el conflicto jurídico.

En este punto es de importancia confrontar las ideas expuestas, con aquella


posición de la jurisprudencia, en cuya virtud es argumento para el decaimiento de la
acción, la consolidación de relaciones jurídicas formadas en razón del paso del
tiempo, pues; la Sala Constitucional al observar esta realidad obvio el estado de
perjuicio que durante igual cantidad de años tuvo que padecer el actor que no logró
obtener la sentencia a la que tenía derecho, especialmente porque si llego a ese
estado del proceso fue gracias al agotamiento de todas sus cargas en estado previo.

A estos comentarios se conecta otro según el cual habría que suponer la


subversión de las reglas del proceso con ocasión del decaimiento de la acción, en
tanto es central en dicha figura el relajamiento de las obligaciones del juez para el
logro de una sentencia en término, hecho que proporcionalmente incrementa la
carga del actor al impulsar el proceso, aún cuando ello según las normas del Código
de Procedimiento Civil (1987) no es una obligación porque pesa sobre el órgano
jurisdiccional toda la responsabilidad llegado el estado de sentencia.

Al haber una modificación de las reglas procesales, como la ya observada,


  62

también ocurre el debilitamiento del derecho a la defensa de aquel justiciable que dio
inicio a una causa judicial no a sabiendas de un retardo de años en la sentencia, y
menos aún, de la capacidad de esta mora para generarle una presunción de efectos
tan nefastos como los que se deducen de la apariencia de “no querer la sentencia”.

En igual sentido es imperioso señalar como los efectos del decaimiento de la


acción, se generan no en función de un hecho probado (como requiere la garantía
de defensa), sino de una presunción, pudiendo plantearse este asunto en la
siguiente perspectiva: Cuando el juez que nunca sentenció una causa, o el que se
abocó a la misma descubren el paso prolongado de tiempo sin impulso procesal de
la parte, quedan autorizados para presumir que este actor “no quiere la sentencia” y
eso es suficiente para impedirle el ejercicio de una nueva acción en tal sentido.

Pudiera pensarse que el sólo hecho de la posibilidad para desvirtuar esta


presunción, basta a los fines de resguardar el derecho a la defensa del actor, pero
ello antes de ser absoluto da cuenta de otra realidad donde se descubre la más
absoluta discrecionalidad del juez al momento de valorar los motivos que pueda
explanar la parte acerca de por qué dejó de impulsar la causa, teniéndose en cuenta
además, la confusión de condiciones que ocurren en el órgano jurisdiccional al
transformarse en parte interesada por declarar el decaimiento de la acción y al
mismo tiempo, juzgador.

En otro orden de ideas, la comprensión conceptual de la tutela judicial


efectiva, conduce a la consideración de la doctrina de Couture (1981,p.148),
cuando se acerca a la comprensión de los fines del proceso argumentando: “es, por
si mismo, un instrumento de tutela del derecho. Lo grave, se ha dicho, es que más
de una vez, el derecho sucumbe ante el proceso” y el instrumento de tutela “falla en
su contenido…La tutela del derecho se realiza por imperio de las previsiones
constitucionales”. Conforme a esta idea principista, reflexiona el autor en el sentido
siguiente:

Se afirma contemporáneamente que, para el proceso civil como


institución está en primer lugar el interés de la colectividad, ya que sus
  63

fines son la realización del derecho y el afianzamiento de la paz jurídica.


El particular puede ocupar el tiempo y las energías de los tribunales
estatales solamente y en tanto que para él exista la necesidad de la
tutela jurídica. (p.147)

En fuerza de lo señalado Couture (1981, p. 479) expresa: “por tutela jurídica se


entiende, particularmente en el léxico de la Escuela Alemana, la satisfacción efectiva
de los fines del derecho, la realización de la paz social mediante la vigencia de las
normas jurídicas”. A la anterior visión adiciona: “La tutela jurídica, en cuanto
efectividad del goce de los derechos, supone la vigencia de todos los valores
jurídicos armoniosamente combinados entre sí”. Conteste con tal apreciación Duque
Corredor (2003,p.13), amplía:

…el derecho a la tutela judicial efectiva, como garantía, implica, como


principio general, el reconocimiento del derecho de acción, del derecho de
acudir a los tribunales y de seguir un proceso judicial para que conozcan
los órganos judiciales competentes e imparciales y para que se cumplan
sus etapas fundamentales para obtener una decisión motivada o adversa a
la pretensión deducida.

Siguiendo a González Pérez (1989, p. 43), “el derecho a la tutela jurisdiccional


despliega sus efectos en tres momentos distintos: primero, en el acceso a la justicia:
segundo, una vez en ella, que sea posible la defensa y obtener solución en un plazo
razonable, y tercero, una vez dictada sentencia, la plena efectividad de sus
pronunciamientos. Acceso a la jurisdicción, proceso debido y eficacia de la
sentencia”. Sin embargo la posición predicha es considerada de modo más amplio
por Chamorro (1999, p. 173), quien afirma:

Mientras se está desarrollando el proceso la tutela no existe todavía, se


está gestando y puede truncarse en cualquier momento. La tutela sólo se
habrá otorgado cuando, después de haber tenido acceso a la jurisdicción y
al proceso el ciudadano, tras un debate contradictorio, obtenga una
resolución fundada sobre la cuestión que plantea y dicha resolución se
ejecute efectivamente, hasta el momento final la tutela puede malograrse.
De la misma forma que también, se malogra si recorre los tres primeros
círculos concéntricos y luego no se obtiene la ejecución de la resolución
obtenida.
  64

Armonizando las tesis anteriores, se hace conducente la doctrina de Molina


(2002,p.189), para quien: “en síntesis…la tutela judicial efectiva como garantía
constitucional procesal, debe estar presente desde el momento en que se accede al
aparato de la administración de justicia, hasta que se ejecuta en forma definitiva la
sentencia” dictada en el caso concreto; es decir, que una vez garantizado el acceso
a la justicia, “cada uno de los demás principios y garantías constitucionales que
informan al proceso, tales como el debido proceso, la celeridad, la defensa y la
gratuidad, deben ser protegidos” en el entendido de que el menoscabo de una
cualquiera de esas garantías, estaría al mismo tiempo vulnerando el principio que
tutela la eficacia del proceso judicial. Para Bello y Jiménez (2006, p.42):

La noción de tutela judicial efectiva, de manera general pretende proteger


los derechos constitucionales procesales en el proceso, presenciar y
garantizar un debate judicial protegido o tutelado de manera segura y
efectiva…con los derechos mínimos, donde se permitió el derecho al
acceso a los órganos jurisdiccionales, el derecho a defenderse, el derecho
a producir la prueba de los hechos, a obtener del estado un
pronunciamiento judicial, el derecho a revelarse contra aquella decisión
adversa y en definitiva, el derecho a materializar el pronunciamiento del
Estado en el caso concreto, de manera voluntaria o forzosa...

La tutela judicial ha operado, durante el curso de la vida institucional del


Estado, como un mecanismo regular de la conflictividad natural entre los individuos
que hacen vida en la organización social, y entonces debe arroparse bajo los
presupuestos constitucionales y adjetivos que aseguran la administración de justicia.
Chang y Alfonso (2005, p.322), definen las implicaciones de la tutela jurisdiccional
efectiva, bajo el siguiente entendido:

El derecho a la tutela jurisdiccional efectiva es aquel por el cual toda


persona, como integrante de una sociedad, puede acceder a los órganos
jurisdiccionales para la defensa de sus derechos o intereses, con
sujeción a que sea atendida a través de un proceso que le ofrezca las
garantías mínimas para su efectiva realización. El calificativo de efectiva
que se da le añade una connotación de realidad a la tutela jurisdiccional,
llenándola de contenido. El derecho a la tutela jurisdiccional “es el
derecho de toda persona a que se le haga justicia; a que cuando
  65

pretenda algo de otra, esta pretensión sea atendida por un órgano


jurisdiccional a través de un proceso con garantías mínimas.

Los autores en referencia entienden a la tutela jurisdiccional, como la relación


que se tiende entre el ciudadano y los órganos de administración de justicia del
Estado, en el supuesto especial de que los primeros, deban concurrir ante los
segundos, en procuras de la satisfacción de una justicia que esperan; les sea
administrada y quede con ello restituido el estado de paz y la forma de la esfera
jurídica, patrimonial o personal en general, que haya podido sufrir deterioro.

La efectividad de la tutela se concreta precisamente, en la capacidad de los


órganos de justicia, no solo para llevar a cabo procesos judiciales y obtener de ellos
una sentencia; sino que esta sea una que concretada en la realidad, sea capaz de
hermanarse a las máximas expectativas que sobre la justicia ha prescrito el Estado,
por medio de sus normas fundamentales. En este mismo orden de ideas De
Bernardis (1998, p.54), al referirse a la tutela jurisdiccional, señala:

(…) es la manifestación constitucional de un conjunto de instituciones de


origen eminentemente procesal, cuyo propósito consiste en cautelar el
libre, real e irrestricto acceso de todos los justiciables a la prestación
jurisdiccional a cargo del Estado, a través de un debido proceso que
revista los elementos necesarios para hacer posible la eficacia del
derecho contenido en las normas jurídicas vigentes o la creación de
nuevas situaciones jurídicas, que culmine con una resolución final
ajustada a derecho y con un contenido mínimo de justicia, susceptible de
ser ejecutada coercitivamente y que permita la consecución de los
valores fundamentales sobre los que se cimenta el orden jurídico en su
integridad.

Ese derecho a la tutela jurisdiccional requiere necesariamente del


cumplimiento de una serie de requisitos establecidos en la ley; así como el diseño y
empleo de los mecanismos procesales adecuados o legalmente consagrados. Este
derecho, evidentemente se proyecta hasta la posibilidad efectiva, de que la decisión
motivada, pueda ser ejecutada, por lo que el derecho a los recursos o sea la facultad
de impugnar las decisiones que producen agravio, está incluido dentro del derecho a
  66

la tutela jurisdiccional. En tal sentido, sostiene Molina (2002, p.188):

Cuando nuestra Constitución vigente consagró la garantía de la tutela


judicial efectiva, amplió y consolidó el concepto de acción, que ya no se
queda en lo que en el pasado conocimos como la enunciativa garantía
“del derecho de petición” sino que va mucho más allá porque la tutela
judicial efectiva garantiza el cabal ejercicio de todos los derechos
procesales constitucionalmente establecidos, que van desde el acceso a
la justicia, hasta la eficaz ejecución del fallo... No garantiza el derecho a
obtener una sentencia favorable, pero si a que la misma sea acertada, es
decir, que no sea jurídicamente errónea; igualmente garantiza la
ejecutoriedad de las decisiones judiciales. En este sentido la Sala
Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia se ha pronunciado (...).

El nuevo paradigma constitucional para la tutela jurisdiccional efectiva, se


concreta en el hecho de que no sólo sea entendida como el derecho de accionar
ante los órganos de justicia del Estado, sino además de intentar contra las
decisiones que estos adopten, todas las medidas y mecanismo de los que está
dotado el mismo proceso; pues hasta que estos no han sido agotados por entero,
por parte del ciudadano (si es que éste así lo considerara conteste a su pretensión
procesal), no cabe estimar que se ha tutelado cabal y efectivamente su derecho
frente a la administración.

En este orden de ideas si se aprecia la concepción de la tutela judicial


efectiva siguiendo la posición monolítica de la doctrina patria, parece claro el hecho
de asumirla como una realidad que arropa a todo el proceso y no a parte del mismo,
incluso podría afirmarse que no es posible parcialidad o realización incompleta de la
misma; de allí que en todo proceso judicial donde aunque sea una actuación
procesal no ha podido asegurar los derecho del justiciable, entonces la garantía de
tutelaje judicial se ha violentado.

En fuerza del señalamiento antes planteado hay que reconocer la imposible


valoración de un proceso como garante de la tutela judicial efectiva, por el solo
hecho de habérsele permitido al ciudadano accionar, incluso, si a todo lo largo del
juicio se hubiera dado cumplimiento estricto a las normas procesales (con especial
  67

énfasis a las atinentes a los lapsos y términos), toda esta apariencia de legalidad se
desvirtúa cuando llegada la oportunidad para proferir la sentencia, la misma no se
concreta; porque así como el actor demandó con la expectativa de lograr la
regulación de su derecho, debe poder conseguir tal fin en la oportunidad legal
establecida por el legislador, donde la demora implicará siempre un perjuicio a este
atributo del justiciable.

Así, tiene que asumirse en torno al decaimiento de la acción, un estado de


vulneración de la tutela judicial efectiva como una realidad que infelizmente no fue
valorada por la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia al construir
esta figura, por cuanto la misma tiene como presupuesto una situación en la cual la
sentencia no ha llegado a materializarse en un periodo extendido durante años.
Siguiendo a la doctrina en cuanto consideran cualquier lesión a la tutela judicial,
como una aflicción de los derechos procesales constitucionalizados, lo consecuente
sería asumir que cualquier juez impuesto de un expediente donde no se profirió la
sentencia y esa situación se ha extendido durante años, está en el deber ineludible
de reparar los derechos violentados en el justiciable, todo ello contrario a la iniciativa
sancionatoria que impone el decaimiento de la acción por falta de interés procesal.

Es imperioso reflexionar sobre la condición en la que ha permanecido el actor


durante todo el tiempo de la mora judicial que ha padecido, ello en aras de dilucidar
si acaso este sujeto no ha sido objeto de la vulneración de derechos
constitucionales como el atinente al debido proceso. Obviamente un retardo
extendido durante años en el proveimiento de la sentencia, representa una lesión al
derecho constitucional ya citado, que tiene entre sus ejes fundamentales a la
celeridad. Es así como el decaimiento de la acción desatiende la realidad antes
expuesta e incluso subvierte la carga del tribunal, imponiéndole castigar al actor por
su supuesta falta de impulso, antes que operar las conductas necesarias para
reponerlo en su derecho constitucional al debido proceso.

En consecuencia de las ideas antes expuestas, también tiene que interesar el


compromiso ocurrido sobre la ejecutabilidad de la sentencia, que es como ha
  68

afirmado la propia Sala Constitucional otra de las condiciones que deben concurrir
para evidenciar en un proceso, una tutela judicial efectiva. En la medida como la
sentencia no ha podido concretarse a pesar de lo extendido del paso del tiempo,
tampoco ha sido posible materializar el mandamiento del tribunal sobre el asunto
debatido, de tal manera que, a lo largo de todo este periodo el actor no ha contado
con la posibilidad de disfrutar de su derecho (en el caso de tenerlo), como tampoco
el demandado se ha liberado de la incertidumbre respectiva, y más aún, la sociedad
no ha podido volver a su estado de paz quedando a expensas de todo el conjunto
de conflictos potencialmente surgidos de tal circunstancia.

Una última cuestión a tener en cuenta acerca del decaimiento de la acción,


guarda estrecha relación con lo que parece representar una presunción negativa
creada por la Sala Constitucional cuando la misma determina el presunto deseo del
actor “de no querer la sentencia”, partiendo para ello de la falta de impulso durante
todo el lapso en el que estuvo detenido el juicio. En primer término, se está en
presencia de una clara intervención de la Sala Constitucional en las normas del
proceso civil, hecho que puede verificarse gracias a la creación de la figura del
decaimiento de la acción por falta de interés procesal, así como por la construcción
que se hace de lo que pudiera ser una verdadera presunción, a pesar de estar estos
“auxilios probatorios”, concedidos únicamente al trabajo legislativo.

En tal orden de ideas, cuando la Sala Constitucional asume que el juez


puede determinar la voluntad del actor frente a la sentencia, lo hace partiendo de
una cantidad de supuestos como serían: El lapso durante el cual no se ejercieron
actuaciones de impulso, la no interposición de un recurso de amparo para conseguir
el dictamen de la sentencia, o la no interposición de medidas disciplinarias en contra
del juez. Queda claro como esta construcción de la jurisprudencia, repite el mismo
esquema con el que funciona las presunciones concebidas en las normas
procesales, es decir; partiendo de la observación de un conjunto de supuestos
establecidos por el legislador y que no han sido desvirtuados.
  69

La posición antes plasmada, se ve reforzada además por lo que podría ser


una eventual oportunidad de desvirtuar esta “presunción”, hecho que ocurriría
cuando el actor acuda ante el juez y pueda excusarse fehacientemente sobre las
razones que le impidieron haber impulsado el juicio durante el tiempo que
permaneció aguardando la sentencia.

Tales situaciones deben dar cuenta de una preocupación creciente del


legislador y de la jurisdicción, porque no es conforme con el derecho a la defensa y
menos aún con la tutela judicial efectiva, que se estén creando institutos procesales
carentes de asidero en las normas adjetivas, de allí que tal suerte de “presunción”,
junto con la aplicación del efecto sancionatorio de la prescripción al actor,
representen dos ejemplos de situaciones altamente peligrosas a la seguridad
jurídica de los justiciables que se vean sometidos al procedimiento de decaimiento
de la acción por falta de interés procesal.

 
  70

CAPITULO V

SUPUESTOS QUE IMPIDEN EL DECAIMIENTO DE LA ACCIÓN POR FALTA DEL


INTERÉS PROCESAL, CONFORME CON LA DOCTRINA JURISPRUDENCIAL

Ortiz Ortiz (2004,p.491), critica la posición de la jurisprudencial, acerca de la


exigencia que hace a la parte de interponer en contra del Juez una acción de
amparo o una medida disciplinaria como conductas denotadoras de interés procesal
tal como sería el impulso. En tal sentido el autor manifiesta:

Lo que trata de justificar la Sala es que frente a un “deber” del Juez, como
lo es el de dictar sentencia, sin embargo se sancione a los justiciables
porque no han instado al juez a que dicte sentencia o no lo han
demandado en daños y perjuicios o en amparo constitucional: incluso
bastaría el simple hecho de haber pedido el expediente en el tribunal para
que se entienda que no hay falta de interés.

Tal como expresa González (2004, p. 500), “el recurso de amparo tiende a
garantizar la protección de los derechos fundamentales que la Constitución Nacional
reconoce a las personas a través de un proceso expedito con características
peculiares que lo diferencian de otros recursos similares”. Frente a los objetivos que
el Legislador Constituyente (1999), pretendió asegurar, incluyendo la figura del
amparo en el Carta Política Nacional (1999), González (2004, p. 500), expresa: “el
objeto del amparo es garantizar el pacífico disfrute de los derechos y garantías que
la Constitución establece o que, sin estar expresamente consagrados en ella, son
inherentes a la persona humana”.

En tal sentido, de acuerdo con la doctrina tradicional que define al amparo


constitucional, se ubica por ejemplo Véscovi (2000,p. 466), según el cual la acción
de amparo constitucional esta ordenada a “proteger los derechos fundamentales
  71

consagrados en la Constitución y declaración de Derechos, hablándose en la


mayoría de las legislaciones de un procedimiento breve, sumario, rápido, y eficaz
que se da en la medida de la inexistencia de otros medios ordinarios”. Conforme con
tal doctrina se encuentra Millie (2008, p. 112), para quien la acción de amparo
consiste en:

…la consagración jurídica a nivel constitucional, de una protección


especial de las personas naturales o jurídicas en sus derechos y garantías
fundamentales, tanto en el aspecto individual o particular como en los
aspectos sociales, políticos y económicos, mediante la acción y
procedimiento breve y sumario que persigue el restablecimiento inmediato
de la situación jurídica infringida por la acción u omisión del sujeto
transgresor de una norma constitucional o de un derecho
constitucionalizado.

Ahora bien, en cuanto a los requisitos de procedibilidad del amparo, pueden


seguirse los señalamientos de González (2004, p. 509), para quien estos “son los
establecidos en el Artículo 6 de la Ley Orgánica de Amparo sobre Derechos y
Garantías Constitucionales”. En tal sentido, se podrían resumir tales requisitos a
través de las siguientes exigencias:

a) La acción de amparo debe presentarse por ante el Tribunal de Primera


Instancia, de la jurisdicción correspondiente al lugar donde ocurrió el hecho, acto u
omisión que motivaron la solicitud de amparo.
b) Legitimidad Procesal del Quejoso: La persona que solicita la protección del
amparo constitucional debe reunir los requisitos de la capacidad e interés para
proponerla, o sea, que posea legitimidad activa.
c) Legitimidad Procesal del Presunto Agraviante: Para ser sujeto agraviante se
requiere que sea susceptible jurídicamente de sufrir los efectos derivados de su
ejercicio, esto es, que la acción u omisión lesiva le sea imputable.
d) Que no se haya producido la caducidad o prescripción del lapso de seis
meses para interponer la acción de amparo.
e) Que la amenaza o violación sea actual para que produzca el daño que
se pretende evitar.
  72

f) La reparabilidad de la lesión, o sea, la posibilidad de reponer la situación al


estado anterior en que la misma se produjo.

En cuanto al procedimiento que debe seguirse en el marco de la acción de


amparo, González (2004, p.14), explica las etapas de este conocimiento judicial
conforme con la doctrina jurisprudencial establecida en sentencia vinculante de la
Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia en fecha 1 de febrero del 2000,
en la cual se complementa el contenido del Artículo 27 de la Ley Orgánica sobre
Amparos, Derechos y Garantías Constitucionales (1988). En cuanto a la
admisibilidad de la acción de amparo el autor sostiene:

Para admitir la acción de amparo se mantiene el principio de que el Juez


Constitucional debe revisar si cumple con los requisitos legales y que no
esté infectado por alguna de las causas de inadmisibilidad, de
conformidad con lo previsto en los artículo 18 y 6 de la Ley Orgánica de
Amparo sobre Derechos y Garantías Constitucionales…si no cumple con
los requisitos legales o es obscura, el juez podrá ordenar que se amplíen
los hechos o se corrijan los defectos u omisiones del libelo en el lapso
preclusivo de cuarenta y ocho (48) horas.

En cuanto a la notificación que debe practicarse al presunto agraviante, según


González (2004), ha de realizarse de conformidad con lo previsto en el Artículo 26
de la Ley Orgánica de Amparo sobre Derechos y Garantías Constitucionales
(1988).Una vez realizada dicha notificación debe procederse a la realización de la
audiencia constitucional, que según señala González (2004, p. 517), “debe
realizarse en el Tribunal competente…durante el desarrollo de la misma tanto el
agraviado como el presunto agraviante deben exponer sus alegatos y defensas ante
el Tribunal constituido en sede constitucional”. En tal sentido agrega:

El Juez Constitucional una vez que oye a las partes, decidirá


inmediatamente si hay lugar a prueba, o sea, si es necesario la apertura
del lapso de evacuación de algún medio de prueba que tienda a
esclarecer o demostrar los hechos relacionados con la existencia de la
violación o amenaza de violación de los derechos o garantías
constitucionales denunciados como infringidos. El Juez Constitucional se
pronunciará sobre la admisión de las pruebas y ordenará su evacuación,
que tendrá lugar ese mismo día durante la audiencia constitucional. De
  73

las actuaciones de la audiencia oral y de las diligencias probatorias se


levantará un acta.

Finalmente en cuanto a la sentencia de amparo, González (2004, p. 518),


indica como, “concluida la audiencia constitucional siempre que no haya lugar a
pruebas, el Juez constitucional deberá estudiar en el mismo día el expediente y
podrá decidir inmediatamente, exponiendo oralmente los términos del dispositivo
del fallo”. Asimismo expresa: “la sentencia deberá ser notificada a las partes por el
Juez Constitucional y sus efectos son los establecidos en los artículo 29 y 32 de la
Ley Orgánica de Amparo sobre Derechos y Garantías Constitucionales (1988).

Partiendo de cómo el legislador venezolano ha concebido el recurso de


amparo constitucional, el criterio de la Sala Constitucional atinente al decaimiento de
la acción por falta de interés procesal, no puede sino que ser criticado, ello en la
medida como la posición del Máximo Tribunal de Justicia institucionaliza esta vía
extraordinaria de protección de los derechos constitucionales, como un presupuesto
para impedir los efectos sobre el derecho de acción que tendría el decaimiento.

La discusión en este sentido no se basa en si efectivamente el recurso de


amparo sirve o no para la protección de los derechos constitucionales, porque
indiscutiblemente es útil en el fin de tal resguardo, pudiendo pensarse incluso en su
capacidad para salvaguardar el derecho a la tutela judicial efectiva; sino que la
discusión gira en torno al equívoco que representa imponer al actor su acudimiento a
este juicio extraordinario, como una señal de si haber querido obtener la sentencia
no proferida por el juez.

En este sentido la primera cuestión a tener en cuenta, tiene que ver con la
posibilidad real de acudir al recurso de amparo constitucional para lograr el
pronunciamiento del Tribunal que no ha emitido la sentencia en término, de acuerdo
con la Ley Orgánica Sobre Amparo, Derechos y Garantías Constitucionales (1988),
sólo puede proponerse el amparo constitucional en aquel caso donde no exista un
procedimiento legal que permita solventar el conflicto jurídico con el que se ha
  74

lesionado el derecho fundamental del quejoso, de allí que a la luz de las


disposiciones de la ley adjetiva civil sobre la demanda por retardo perjudicial,
parezca inoperante el señalamiento de la Sala Constitucional.

Una realidad que se refuerza gracias a la alusión de la Sala Constitucional al


recurso de amparo y no a la demanda de retardo perjudicial, tiene relación con el
desplazamiento que ha querido hacer de la carga del juez en cuanto a su deber de
sentenciar en término; transformándola en una responsabilidad del actor
materializable por medio de infinitas conductas de impulso procesal, de tal suerte
que el Máximo Tribunal haya preferido recargar al justiciable con la interposición de
el amparo, antes que señalar al tribunal que ha incumplido con la sentencia.

Asimismo se torna imperioso aludir a la muy probable interposición de gran


cantidad de amparos constitucionales contra un mismo juez civil, y ello gracias al
hecho de una mora judicial que no ocurre únicamente para el sujeto quejoso, sino
que se repite en cientos de expedientes judiciales. Así pues, al instituir el recurso de
amparo constitucional como una de las vías que según la jurisprudencia debería
emprender el actor para comprobar su interés, habrá que admitir en contra de un
mismo juez de instancia, tantos amparos como expedientes haya sin sentenciar a
pesar de haberse superado el término legal para ello.

Lo ya expuesto da cuenta por una parte de la ineptitud del recurso de amparo


constitucional a los fines de lograr una justicia expedita, como parece haberlo
interpretado la Sala Constitucional en torno al decaimiento de la acción por falta de
interés; pero por otra parte descubre los impedimentos prácticos que existen para
concretar esta posibilidad.

A la luz de la Resolución de fecha 02 de abril de 2009, emitida por la Sala


Plena del Máximo Tribunal de Justicia, con relación al aumento de las cuantías de
los Tribunales Civiles, el Juzgado Superior común a los tribunales de Municipio y de
Primera Instancia, está representado por el mismo órgano jurisdiccional. Este solo
hecho ya implica por sí mismo un elemento de congestión para los tribunales
  75

superiores, hecho que se empeora gracias a su desproporción numérica respecto de


los juzgados pertenecientes a los escalafones “c” y “b”, y que tiende a tornar
prácticamente imposible el conocimiento de todos los recursos de amparo que se
interpongan contra jueces de instancia que no han sentenciado en término, opción
esta que como se dijo, podría transformarse en un hecho masivo si encuentra
acogida por parte de los justiciables.

Fuera del ámbito de los problemas prácticos que implicaría aceptar al recurso
de amparo constitucional, como una carga del actor para desvirtuar la presunta
perdida del interés procesal, se evidencia otras razones sustanciales entre las
cuales se observa el efecto que la sentencia de amparo tendría sobre la mora
judicial, siendo inevitable (si el recurso se decide favorablemente), el deber de
cumplir el mandato del juez constitucional, es decir; habría que sentenciar de
inmediato.

A la luz de tal efecto resulta confuso tratar de entender ¿por qué la Sala
Constitucional alude a esta forma de desvirtuar la presunción de haberse perdido el
interés?, pues en todo caso si el recurso se decidió favorablemente al quejoso, ya
tuvo que haber recibido sentencia, siendo por tanto imposible llegar al procedimiento
de decaimiento de la acción porque este sólo acontece ante la ausencia de
juzgamiento. Conforme con tal critica la acción de amparo constitucional no puede
llegar a ser un supuesto que impida el decaimiento de la acción, simplemente
porque el juez constitucional ya tuvo que haberse cerciorado de la reparación de la
garantía fundamental violada y ello sólo se consigue a través del dictamen de la
sentencia por parte de aquel juez que no la realizó durante años.

Por otra parte, tal como lo explica Méndez (2008, p.133), las medidas
disciplinarias en contra del Juez, han sido apreciadas por la Sala Constitucional en la
sentencia estudiada, como conductas que presuponen el interés de la parte en
conseguir la sentencia; o dicho de otro modo, son capaces de desvirtuar la
presunción de decaimiento del interés. De acuerdo con esta interpretación
jurisprudencial el autor señala:
  76

El empleo de correctivos legales tendientes a que el juez de la causa


dicte sentencia: Entre ellos se encuentran los siguientes. Demandar al
Juez por el delito tipificado en el artículo 207 del Código Penal, o acusar
la denegación de justicia que funda la sanción disciplinaria, o demandar
la indemnización por su parte del juez o del Estado de daños y
perjuicios. Según la Sala Constitucional, el accionante que hace uso de
estos correctivos debe hacerlos constar en el expediente contentivo de la
causa paralizada.

Establece la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, a través de


la sentencia 956 de fecha 1º de junio de 2001, que una de las formas o mecanismos
que evitan la aplicación del decaimiento de la acción por falta de interés establecido
en la aludida sentencia, es justamente, que la parte interesada instaure una acción
disciplinaria por denegación de justicia contra el juez de la causa o cualquier medida
disciplinaria.

Al respecto el Código de Ética del Juez Venezolano y la Jueza Venezolana


(2009), establece en lo relativo al régimen disciplinario aplicable a los jueces y
juezas, que podrán ser sancionados por la faltas cometidas en el desempeño de sus
cargo de tres (03) maneras, en primer lugar, a través de amonestaciones escritas;
en segundo lugar con suspensión y por último aplicándoseles la destitución de su
cargo o la inhabilitación para el desempeño de sus funciones. En cuanto a la primera
de las medidas disciplinarias correspondiente a la amonestación escrita dispone el
artículo 29 iusdem:

La sanción de amonestación escrita se impondrá al juez o jueza, sin


más trámite que la elaboración de una información sumaria que
contenga los hechos denunciados y el descargo del presunto infractor o
presunta infractora. El tribunal Disciplinario Judicial decidirá en un lapso
no mayor de cinco días. Si lo estima necesario, el Tribunal Disciplinario
oirá a las partes en una audiencia de juicio… el procedimiento podrá
iniciarse de oficio o mediante denuncia por cualquier persona afectada o
interesada…

En opinión de Caballero (2008, p. 160), “se trata de un procedimiento breve


en el cual sólo interviene el supervisor inmediato pero que, sin embargo, respeta los
  77

principios del derecho a la defensa consagrados en el artículo 49 de la Constitución


Nacional”. En todo caso la brevedad de este procedimiento debe ser acorde al tipo
de sanción, las cuales están previstas en el artículo 31 del citado Código,
destacándose entre otras la importancia de la causal contenida en el numeral sexto:
“Incurrir en retraso o descuidos injustificados en la tramitación de los procesos o de
cualquier diligencia propia de ésta”.

Por otra parte, en lo referente a la sanción de suspensión temporal o


destitución, las establece el Código de Ética del Juez Venezolano y de la Jueza
Venezolana (2009), en su artículo 30 indicando que la inhabilitación, será impuesta
por los órganos con competencia disciplinaria (Inspectoría de Tribunales) sobre los
Jueces y Juezas de acuerdo al procedimiento causado, para establecer la duración
de la sanción ordena la normativa tomar en cuenta la existencia de intencionalidad o
reiteración, así como también la naturaleza de los perjuicios causados.

De acuerdo al artículo 32 del Código de Ética vigente, el numeral 1 dispone:


“Inobservar sin causa justificada los plazos o términos legales para decidir o dictar
alguna providencia, o diferir las sentencias sin causa justificada expresa en el
expediente respectivo”, lo que sustenta uno de los deberes más ineludibles del
jurisdicente como lo es el de sentenciar.

En otro orden de ideas, afirma Caballero (2008) en cuanto a la aplicación del


procedimiento de esta sanción que se presentan las siguientes etapas: 1. La
iniciación; 2. La instrucción del expediente; y 3. La decisión. De esta manera debe
suponerse que el legislador patrio estableció un proceso detallado y minucioso en el
cual se han cumplido todos los principios que regulan el derecho a la defensa y el
debido proceso.

A la luz de lo expresado, y a diferencia de las críticas que se realizaron


respecto de la acción de amparo constitucional, aquellas actuaciones de las partes
en pro de emprender medidas disciplinarias en contra del juez que no sentenció a
término y ha mantenido está situación de mora durante años, podrían efectivamente
  78

engendrar en la opinión del órgano que conoce del procedimiento de decaimiento de


la acción, la impresión cierta de una actor que efectivamente ha estado aguardando
la decisión del tribunal por todo este tiempo, con la más clara disposición de llevar a
cabo dentro de la jurisdicción todo lo que sea posible para lograr obtener el
sentenciamiento.

La opinión antes expuesta se deduce del comportamiento del actor, pues


cuando este persigue las sanciones disciplinarias en contra del juez, da cuenta de
dos hechos importantes: En primer lugar sigue requiriendo la sentencia, necesidad
probablemente fundada en la incertidumbre que padece respecto del derecho
discutido, y en segundo lugar podría apreciarse el juicio que realiza el justiciable en
cuanto a las causas por las cuales no se ha concretado el pronunciamiento del
tribunal, debiendo ser obviamente imputables al sentenciador.

Tales realidades no son sin embargo suficientes, para justificar la carga que a
tal respecto está imponiendo la jurisprudencia a la parte, porque queda claro que
está en proceso una variación de las responsabilidades del sentenciador y del actor
en el juicio, con evidente alejamiento de las disposiciones del Código de
Procedimiento Civil (1987). Es así como el deber del juez de proferir sentencia en
término, comienza a desplazarse por estas nuevas cargas creadas por el criterio
jurisprudencial, donde parece importar más si el actor trató de conseguir un castigo
disciplinario para el juez, que la mora de este último en cuanto a realizar su
pronunciamiento.

Frente a lo expresado existen una serie de cuestiones que fortalecen la


posición de la investigadora, entre las cuales se encuentra por ejemplo, el conjunto
de implicaciones económicas que tendría para el actor la interposición de
procedimientos disciplinarios en contra del juez, porque para ello debería acudir a la
Inspectoría de Tribunales ubicada en la ciudad de Caracas. Si ello se evalúa en
correspondencia con todo el conjunto de perjuicios que ha padecido el actor gracias
al no pronunciamiento del tribunal, tiene que concluirse exponiendo el
  79

acrecentamiento de tales problemas, porque a ellos se aúnan una serie de gastos


que no están siquiera relacionados con el proceso judicial.
En todo caso habría que dilucidar si las sanciones disciplinarias que puede
imponer la Inspectoría de Tribunales, son de tal naturaleza que consigan
efectivamente obligar al juez a sentenciar porque sólo con ello el actor conseguiría
su interés sustancial. Es por lo señalado que deben identificarse dos realidades
distintas, pues una cosa es la intención de acusar al juez per se, y otra distinta es el
deseo de conseguir la sentencia. Desde esta perspectiva el actor no desea el
sancionamiento del juez como un hecho independiente de la situación de mora
judicial, al contrario, las medidas disciplinarias estarían siendo encaminadas en el
sentido de ser un instrumento “alternativo” con el cual lograr influir en un pronto
juzgamiento.

A pesar de lo expuesto, la amonestación, la suspensión e incluso la


destitución, no tienen una capacidad cierta de obligar al juez a sentenciar, porque en
el mejor de los casos lo que consiguen es generar en el tribunal una reacción ante la
posible pena, pero en verdad las consecuencias de tales figuras son incapaces de
influir con toda claridad sobre el deber de sentenciar.

Por último, en cuanto a los supuestos que desvirtúan la falta de interés


procesal que produce el decaimiento de la acción, según dispone la Sala
Constitucional, se encuentra el hecho de que el accionante solicite al órgano
jurisdiccional que le fallen en su causa; hecho que a diferencia del criterio mantenido
en cuanto a la acción de amparo y a las medidas disciplinarias, si es
verdaderamente demostrativo de impulso procesal en la forma que lo entiende la
doctrina.

Siguiendo a Couture (1981, p.172), “se denomina impulso procesal el


fenómeno por virtud del cual se asegura la continuidad de los actos procesales y su
dirección hacia el fallo definitivo”. En opinión de Chiovenda (1997, p. 388), se llama
impulso procesal “a la actividad que se propone tan sólo obtener el movimiento
progresivo de la relación procesal hacia su término”. También se puede concebir
  80

confiado a los órganos jurisdiccionales (impulso de oficio) o a las partes (impulso de


parte). Al respecto La Roche (2005, p. 63) señala:
…el impulso procesal es en realidad un derecho al desarrollo del proceso
como instrumento para la realización de la justicia, y por ende, armoniza
con el concepto de acción en sentido abstracto, dando explicación a la
pervivencia del juicio en los casos de carencia de acción en su acepción
civilista tradicional, aún en uso legislativo. El principio del impulso oficial se
basa en la idea de que el Estado está interesado en la rápida definición de
los litigios una vez surgidos; y por esto sus órganos deben tomar la
iniciativa de la pronta solución de los mismos”.

En ese sentido Puppio (2006, p. 345), señala que “los actos de impulso
procesal son los que se realizan con la finalidad de ir avanzando en el proceso hasta
llegar a la sentencia”. En igual sentido, de acuerdo con Alsina (2004, p.540), el
impulso procesal se conecta con varias otras instituciones del proceso para su
funcionamiento, relación que describe en los siguientes términos:

Esa fuerza externa que lo mueve se llama impulso procesal, concepto


que se vincula a la institución de los términos, cuya función consiste en
poner un límite en el tiempo a los actos procesales, y al principio de
preclusión, que establece un orden entre los mismos e impide su
regresión, haciendo posible el desenvolvimiento de la relación procesal..

Es por lo anterior, que de acuerdo con Couture (1981, p.172), “el impulso
procesal se obtiene mediante una serie de situaciones jurídicas que unas veces
afectan a las partes y otras al tribunal (…)”. Así mismo Ortiz Ortiz (2004, p.758),
define el impulso como “aquella actividad que tiende a hacer avanzar el proceso a
través de cada uno de los momentos de tiempo: trámites, periodos, fases, que lo
componen”. Siguiendo a Calvo (1996, p.34), el impulso procesal “corresponde a las
partes peticionando ante el Juez, como al Juez que, por su propia iniciativa adopte
medidas encaminadas a evitar la paralización del proceso”.

Siguiendo a Méndez (2008, p.133), una de las conductas que debió


identificar la Sala Constitucional, como característica del interés procesal del
accionante, es la referida al hecho de “haber solicitado el expediente respectivo, por
  81

si o por medio de otro, en el archivo del Tribunal”. Tal como explica el autor: “A
criterio de la Sala Constitucional ello es una evidencia de que el accionante ha
estado vigilando el expediente, y por tanto, es un signo de la vigencia de su interés
procesal”.

Ciertamente, cuando la sentencia no se ha producido en el término legal que


impone la ley procesal, el actor podría (aunque no es una carga que imponga el
legislador), impulsar la adopción de la sentencia, ello por medio de los escritos o
diligencias que a tal efecto realice en el expediente. A este respecto, Ortiz Ortiz
(2004) ha comentado como la sola petición del expediente judicial tiene que
representar para el juez, una conducta que le genere clara convicción en cuanto al
deseo del actor de lograr el juzgamiento. Es así que, cuando el actor solicita el
expediente y además realiza una actuación en el mismo, declarando su deseo de
ser sentenciado, no sólo se concreta el presupuesto señalado por Ortiz Ortiz (2004),
sino que a ello se aúna una verdadera manifestación de la voluntad del justiciable.

En tal sentido, cuando el actor realiza una diligencia o escrito pidiendo al


tribunal que sentencie, es porque han sucedido dos cuestiones de altísima
importancia, siendo la primera, el agotamiento de todas las etapas del proceso
necesarias para ello, y la segunda, la mora del tribunal en tal sentido. En tanto las
diligencias y los escritos quedan incluidas en el expediente de la causa, es
fácilmente constatable a partir de las mismas, no sólo la fecha en la fueron
elaboradas, sino la cantidad de veces en que se manifestó y reiteró el deseo del
actor por recibir la sentencia.

Conforme a lo expuesto, es a través de conductas como la realización de


escritos y diligencias que verdaderamente puede concretarse el fin probatorio de las
mismas en cuanto al juzgamiento que se hará en el procedimiento para declarar el
decaimiento de la acción, ya que se aprecian de estas tres elementos característicos
de una voluntad positiva en cuanto a la resolución del Tribunal: 1) La cantidad de
ocasiones en las que se reiteró la necesidad de lograr el sentenciamiento, 2) El
  82

momento a partir del cual comenzó el actor a expresarse en tal sentido, y 3) La


declaración de voluntad que hace al respecto.

La objetividad que el expediente judicial y su seguridad, proporciona en


cuanto a las diligencias y escritos con las que se pide la sentencia, sería el medio
idóneo para desvirtuar la presunción negativa creada por la Sala Constitucional en
cuanto al deseo de no ser sentenciado presumido del actor al que le decae su
acción; pues cuando corresponda a este último exponer al juez los motivos de su
alejamiento del proceso, debería ser suficiente el hecho de demostrar la reiteración
de actuaciones de impulso procesal, por más que la última de ellas hubiera ocurrido
lejos de la fecha en la que se inició el procedimiento.

Si bien parece positivo el presupuesto del impulso procesal dado por las
actuaciones hechas en el expediente, la investigadora reitera la inconveniencia de
recargar en el actor cargas como la referida, cuando la responsabilidad de
sentenciar es enteramente del juez y ya la parte ha agotado de manera previa las
actuaciones que le correspondían en el proceso.
  83

CAPITULO VI

LOS DEBERES DEL JUEZ CIVIL VENEZOLANO CONFORME AL


ORDENAMIENTO JURÍDICO VIGENTE

Según Rengel (2003, p. 255), “el juez es el funcionario público investido de


autoridad para ejercer la función jurisdiccional atribuida por la Constitución y las
leyes a los tribunales de la República”. De esta definición se destaca como, siendo el
juez un funcionario público, sus facultades y deberes le vienen dados en virtud de la
relación de empleo, que es una relación de Derecho Público entre el funcionario y el
Estado que provee el cargo. Las consecuencias más importantes de esta relación de
Derecho Público, se constatan en la forma como la infracción de las obligaciones
inherentes al cargo (tales como denegación de justicia, faltas y delitos cometidos en
el ejercicio de sus funciones) originan una responsabilidad de índole pública criminal
o civil que puede exigirse por el Estado y por los particulares.

En este mismo sentido continua afirmando Rengel (2003), como el juez ejerce
la función jurisdiccional, realizando la garantía constitucional de la justicia asegurada
por el Estado a los ciudadanos, y en esto se distingue al sentenciador, de otros
funcionarios o auxiliares suyos, que si bien integran o encarnan el órgano en sentido
subjetivo, carecen de la facultad o poder de decisión que es propia del juez.

Se pone de relieve así la íntima vinculación existente, para el ejercicio de la


jurisdicción, entre el órgano en sentido objetivo (tribunal) y el órgano en sentido
subjetivo (Juez), de tal modo que solamente pueden ser diferenciados desde el
punto de vista en que se los considere, porque son, en esencia, aspectos diversos
de un mismo fenómeno. Así, aquello que considerado subjetivamente en relación al
  84

todo (ordenamiento judicial) llamamos juez, considerado objetivamente, como


conjunto de poderes y deberes, lo llamamos tribunal.

En este orden de ideas, argumenta Puppio (2006), que los "poderes"


ejercidos por el juez en el proceso vienen a constituir la concreción de la función
jurisdiccional, pero este carácter de función pública convierte esos poderes en
verdaderos deberes, de tal manera que cuando se presenta el supuesto legal al juez
tiene el deber de ejercitar la jurisdicción.

A la luz de tales reflexiones, resulta de interés la posición asentada por Ortiz


Ortiz (2004, p. 491), al criticar la doctrina jurisprudencial mediante la cual se creó la
figura del decaimiento de la acción por falta de interés. De acuerdo con el autor,
dicha institución (el decaimiento del interés), “olvida que cuando un deber (juzgador)
correlativamente hay un derecho (justiciable) y que no es tolerable que haya una
sanción a quien ha ejercido el derecho y una liberación a quien ha incumplido con el
deber”, refiriéndose en el último supuesto, a la no producción de la sentencia por
parte de quien juzga. A las afirmaciones anteriores deben agregarse las de Méndez
(2008, p. 21), en cuya opinión: “quien incumple con el deber constitucional es el
órgano jurisdiccional”, razón que amplia en los términos siguientes:

…es incorrecto afirmar que estándo el proceso en estado de sentencia


deba, o incluso pueda, requerirse de impulso procesal del accionante, por
cuanto quien tiene que actuar y cumplir con su deber es el juzgador,
quien ya no necesita del impulso procesal del accionante para decidir el
fondo de la controversia, y a quien solo le debería servir tal impulso
procesal de parte para recordarle que tiene que cumplir con su deber
constitucional de administrar justicia.

Para Puppio (2006), el poder-deber fundamental del juez es sentenciar el


conflicto, y en razón a ello tiene que considerar dos aspectos: En primer lugar, se
encuentra la Quaestio Juris, el sistema judicial venezolano se sustenta en el
principio de la legalidad y por lo tanto, al sentenciar, el juez debe encuadrar su
decisión en las normas legales. Este principio de la legalidad y de las formalidades
procesales lo recoge el artículo 7 del Código de Procedimiento Civil (1987) y puede
  85

formularse así: El juez no tiene más facultades que las otorgadas por la ley, sus
actos sólo son válidos cuando están fundamentados en una norma y son ejecutados
según lo establecido en la norma.

Por otra parte, el segundo aspecto a considerar es la Quaestio Facti, que está
relacionado, con que el juez debe conocer los hechos porque las previsiones de la
norma jurídica están conectadas a la realización de los supuestos de hecho de la
vida real. Dispone el artículo 254 del Código de Procedimiento Civil (1987), como los
jueces no pueden declarar con lugar la demanda sino cuando exista plena prueba de
los hechos alegados, en caso de duda sentenciarán a favor del demandado. No
puede suplir argumentos, no alegados o no probados.

En cuanto a los poderes procesales afirma Puppio (2006), el juez es el


director del proceso y en este sentido puede adoptar las medidas necesarias para
evitar que la causa se paralice; de tal manera que puede impulsarlo de oficio y si la
causa está paralizada, debe fijar un lapso no menor de diez (10) días para
reanudarlo, previa notificación de las partes. Igualmente, la ley faculta al juez civil a
tener iniciativas probatorias inquisitivas y ordenar la evacuación de algunas pruebas,
tales como testigos, experticias e inspecciones judiciales.

De esta manera, es notorio que el juez tiene el deber imperioso de sentenciar


oportunamente, porque justicia retardada es justicia mutilada. El incumplimiento de
estos deberes es objeto de sanciones. En el caso del juez, puede ser objeto de
suspensión y del recurso de queja en los supuestos previstos en el artículo 830 del
Código de Procedimiento Civil (1987) con el fin de indemnizar a la parte afectada por
la arbitraria conducta de aquél. El juez que retrasa decisiones injustificadamente
incurre en responsabilidad patrimonial y se hace extensiva al Estado. El
constituyente señala la responsabilidad de los jueces en la forma que determine la
ley, por la inobservancia sustancial de las normas procesales y, también por error,
retardo y omisiones injustificados (Artículo 49 Numeral 9°)
  86

El razonamiento central a partir del cual deben analizarse los deberes del juez
civil, es aquel donde se explica su situación dentro de la jurisdicción y el tipo de
poder-deber que detenta. Es así como el aparato jurisdiccional dentro del cual se
insertan los jueces de la República, depende de estos últimos para concretar unos
fines que no son propiamente del sentenciador, sino que más bien corresponden al
Estado y que para poder realizarse deben ser materializados por un sujeto físico
concreto, es decir; por un funcionario.

En tal sentido, el juez no difiere de otro tipo de funcionario público en cuanto


al vinculo que le mantiene unido a la administración, porque en todo caso está
relación orgánica lo que asegura es encarnar en una persona concreta todo el
conjunto de poderes y atributos que legalmente detenta la organización del Estado y
dentro de ella los tribunales de justicia. De acuerdo con tal señalamiento, la dación
de poderes-deberes a los jueces de la República se justifica únicamente si por
medio de los mismos se logra fehacientemente administrar justicia, porque es este
último objetivo el que persigue el Estado al organizar y subvencionar los tribunales
venezolanos.

En fuerza de lo expuesto, la no realización del proceso judicial conforme el


Estado lo ha querido, tendría que volver ilegitimas las atribuciones otorgadas a los
jueces de la República, porque no puede entenderse que un funcionario público
detente poderes jurisdiccionales o procesales como los mencionados, si ello no está
ordenado a conseguir la conservación de la paz social.

Tal como ya se expusiera en el marco del presente estudio, la reposición de la


paz social no ocurre automáticamente por hacer uso del derecho subjetivo de
acción, sino que se alcanza con la materialización de la sentencia dictada por el
juez, de allí que en tanto este último no sentencie, está por un lado vulnerando la
relación orgánica gracias a la cual le han sido dados poderes jurisdiccionales y
procesales; asimismo estaría defraudando la obligación estatal de garantizar entre
los ciudadanos el orden jurídico que aseguran las leyes.
  87

Partiendo de tales apreciaciones, el rol del juez en la administración de


justicia es ciertamente instrumental, ello porque su presencia en el órgano
jurisdiccional está encaminada a conseguir la solución de los conflictos sociales por
medio de la sentencia; siendo esta última el objeto central del litigio, en tanto que
sería injustificado diseñar todo el elenco de derechos procesales que hoy existen si
no se corresponden con una posibilidad real de lograr hacer cesar la incertidumbre
sobre los derechos cuando ella ocasiona quebrantamientos a la paz.

Todo el conjunto de razones anteriores, justifican una posición marcadamente


crítica sobre el decaimiento de la acción por falta de interés procesal, porque el
concepto en si mismo subvierte las responsabilidades del juez frente al Estado y a
las partes, trasladando al actor un conjunto de cargas que obviamente alivianan los
deberes del Tribunal, aún cuando ello no es el espíritu que se deduce del Código de
Procedimiento Civil (1987), o de la Constitución Nacional (1999).

En relación con tales realidades, debe apreciarse por ejemplo, el efecto que
un criterio como el expuesto por la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de
Justicia, tendría sobre los jueces venezolanos y sobre la mora judicial desde el punto
de vista de sus deberes procesales y jurisdiccionales. Si bien es cierto que el
número de causas judiciales supera la capacidad de operar de los tribunales civiles
en una buena cantidad de casos, no es menos cierto que la subversión de las
normas procesales para responsabilizar al actor por la no adopción de la sentencia,
está lejos de constituir una solución factible a dicho problema, porque si bien se
estaría alivianando la responsabilidad del juez, el conflicto de fondo permanece
incólume, es decir: la decisión del tribunal no se adopta y permanece vigente la
vulneración de la paz social.

En tal orden de ideas no carece de argumentos, aquella posición que acuse la


inoportunidad del criterio jurisprudencial en estudio, primeramente porque no
contribuye bajo ningún concepto, a una consciencia clara por parte de los jueces
civiles acerca de su posición en la jurisdicción y para el derecho de los justiciables,
  88

mientras que tampoco se compadece de los preceptos constitucionales que tienen


que ver con la tutela judicial efectiva y con el debido proceso.

Otro aspecto a la luz del cual son criticables las responsabilidades del juez en
el marco del decaimiento de la acción, es el que atañe a aquellas materias como la
laboral o la atinente al juicio de protección de niños, niñas y adolescentes; porque en
las mismas se llega a sancionar incluso con destitución, la adopción de sentencias
fuera de término y este hecho demuestra sin ninguna duda que el legislador se
posiciona en situación de exigir férreamente la solución de los conflictos jurídicos por
medio de sentencias expeditas. Siendo ello así, habría que pensar en una realidad
dividida, donde por una parte se castiga al actor por su separación del proceso antes
que responsabilizar al juez por la mora de la sentencia; y por otro lado se estaría en
presencia de la tendencia en las nuevas leyes procesales, donde se castiga al juez
de manera ineludible por no sentenciar a tiempo.

La situación descrita con anterioridad, en nada ayuda a la unicidad de criterios


acerca de los deberes del juez venezolano, ya que las leyes adjetivas más recientes
apuntan en un sentido, pero la jurisprudencia crea figuras encaminadas en otro. En
todo caso los principios proteccionistas a favor de trabajadores o niños y
adolescentes, no es suficiente argumento para sostener la diferencia de rigor con
que sus leyes procesales se separan del criterio jurisprudencial acerca de las
responsabilidades del juez, y ello es así porque cuando el legislador dispone un
proceso judicial expedito, no crea niveles o grados para esta garantía sino que
asume para todo ciudadano por igual el derecho de obtenerla.

Como corolario de lo anterior, debería existir alguna especie de proporción


entre todo proceso donde se declare el decaimiento de la acción por falta de interés
procesal, y una sanción impuesta al juez de la causa que no sentenció o a todo el
conjunto de jueces avocados que tampoco lo hicieron. Este señalamiento se debe a
que en todo caso donde el decaimiento de la acción ocurre, subyace en el fondo un
incumplimiento por parte del órgano jurisdiccional, cuya consecuencia es la lesión
  89

del derecho constitucional al debido proceso y a la luz de lo cual el funcionario (juez)


no puede quedar eximido de responsabilidad, porque si bien la parte ha podido
perder su interés, eso en nada tiene que ver con las obligaciones impuestas en la ley
procesal.
Conforme con el razonamiento antes manifestado, la sanción que se aplica a
la parte que ha dejado decaer su interés en el proceso, no puede ser independiente
del castigo correspondiente al órgano jurisdiccional que en todo caso incurrió
también en la inobservancia de las obligaciones procesales y jurisdiccionales que
tiene.
   

 
  90

CAPITULO VII

LOS EFECTOS SANCIONATORIOS DE LA PRESCRIPCIÓN APLICADOS AL


DECAIMIENTO DE LA ACCIÓN POR FALTA DE INTERÉS

En sentido lato Kummerow (1997, p. 224), define la prescripción como “el


modo de adquirir un derecho o liberarse de una obligación gracias al goce
prolongado de ese derecho o de esa libertad”. De esta definición dada por la
doctrina se infiere que existen algunos tipos de prescripción encontrándose entre
ellos la prescripción adquisitiva y la prescripción extintiva, atendiendo a la pérdida o
adquisición de un derecho.

De acuerdo a Kummerow (1997, p. 225), la prescripción extintiva es un “modo


de extinción de una obligación proveniente de una relación jurídica preexistente, por
la inercia del acreedor y el transcurso del tiempo, y que suministra al obligado una
excepción de fondo para rechazar la acción que el pretensor promueve contra él”.

Por su parte Bejarano (2003, p. 455) define a la prescripción, “como una


institución de orden público que extingue la facultad de un acreedor que se ha
abstenido de reclamar su derecho durante determinado plazo legal, a ejercer
coacción legítima contra un deudor que se opone al cobro extemporáneo o exige la
declaratoria de prescripción.” Asimismo, para Maduro Luyando (2003, p. 358) “es un
medio o recurso mediante el cual una persona se libera del cumplimiento de una
obligación por el transcurso de determinado tiempo y el cumplimiento de
determinadas condiciones contempladas en la ley.”
  91

De las definiciones anteriormente citadas, es evidente que la característica


común de esta institución que interesa notablemente a la rama de las obligaciones
en el derecho civil, es su carácter negativo o liberatorio, que permite al deudor
repeler la pretensión de su acreedor, por medio de la excepción de prescripción,
tornando ilusoria la pretensión del futuro demandante. Sobre este particular expresa
Calvo (2002, p.1175):

La prescripción extintiva o liberatoria, es un medio o recurso mediante el


cual una persona se libera del cumplimiento de la obligación recuperando
su libertad natural por el transcurso de un determinado tiempo y bajo las
demás circunstancias señaladas por la ley; no supone la posesión de una
cosa, sino la inercia, negligencia, inacción o abandono del acreedor en
hacer efectivo su crédito durante ese determinado tiempo.

Siguiendo la opinión de Maduro Luyando (2003), para verificarse la


prescripción extintiva deben concurrir tres supuestos: 1) Que haya transcurrido
determinado plazo; 2) Que el acreedor hubiere observado una actitud pasiva,
absteniéndose de reclamar su derecho en la forma legal durante todo el plazo; y 3)
Que el deudor se oponga oportunamente al cobro judicial extemporáneo o ejercite
un derecho de acción para obtener la declaración correspondiente.

En cuanto a su naturaleza jurídica explica Maduro Luyando (2003), no es


propiamente un modo de extinción de las obligaciones, ya que sólo extingue las
acciones que sanciona aquella obligación, ya que cuando ocurre la prescripción, la
obligación no se extingue, pues continúa existiendo bajo la forma de obligación
natural, pero sí se pierde la acción para obtener el cumplimiento coactivo de esa
obligación. En sustento a lo referido por el citado autor, Bejarano (2003) establece
que la prescripción no entraña la eliminación de la obligación, puesto que la
convierte en una obligación natural.

Siendo ello así, Gutiérrez y González (1971) concluyen que la prescripción no


suprime el derecho a la prestación, ni el derecho de acción, entendido el último
como la facultad de acudir ante la autoridad jurisdiccional en solicitud de una
decisión jurídica sobre los intereses en litigio, en todo caso, el juez no podrá oponer
  92

de oficio la prescripción del derecho. La prescripción extintiva tiene un alcance


mucho más amplio que la prescripción adquisitiva, pues extingue tanto las acciones
personales como las reales derivadas de una obligación, mientras la usucapión se
refiere sólo a derechos reales.
Afirma Maduro Luyando (2003), como la doctrina y la legislación acostumbran
a clasificar a las prescripciones, en las llamadas prescripciones ordinarias o
las prescripciones largas, y las llamadas prescripciones breves o cortas. Las
primeras se clasifican a su vez según su carácter real o personal de la acción. En las
prescripciones reales como es el caso de la usucapión, el Código Sustantivo Civil
(1982) fija un lapso de veinte (20) años para prescribir sin que pueda oponerse a la
prescripción la falta de titulo o buena fe, salvo disposición expresa en contrario.

En lo referente a las acciones y derechos reales (propiedad u otro sobre


inmuebles), la legislación nacional establece la prescripción decenal, la cual procede
para el adquiriente de buena fe de un inmueble o derecho real en virtud de un título
debidamente registrado y que no fuere nulo por defecto de forma. Igualmente en el
caso de la acción surgida de una sentencia ejecutoria, el lapso de prescripción es el
veintenal. Asimismo, forman parte de las llamadas prescripciones ordinarias las que
devienen de una acción personal derivada de un derecho de crédito, siendo de diez
años, constituyendo el lapso ordinario y general de la prescripción de las acciones
personales.

Así, la segunda de las clasificaciones dada por Luyando (2003), se refiere a


las prescripciones breves, denominadas de esa manera en atención de que los
lapsos son menores a los diez (10) años previstos por el legislador patrio para
algunas acciones personales. Entre este tipo de prescripción se encuentran las
prescripciones por tres años, donde se engloban las obligaciones de pagar los
atrasos del precio de los arrendamientos, de los intereses de cantidades que los
produzcan y en general de todo lo que deba pagarse por años o por plazos cortos; la
obligación de los abogados, procuradores, patrocinantes y demás defensores, de
dar cuenta de los papeles o asuntos en que hubiesen intervenido.
  93

Luyando (2003), señala finalmente las prescripciones por dos años, aplicable
a las pensiones alimenticias atrasadas; los honorarios, derechos, salarios y gastos
de los abogado, procuradores y curiales; los derechos de los instrumentos que
autorizaren los registradores, contados desde el día de su otorgamiento, los salarios
de los agentes de negocios, desde el tiempo que los hayan devengado; los
honorarios de médicos cirujanos, boticarios, de ingenieros, arquitectos entre otros;
los salarios de sirvientes domésticos y jornaleros y oficiales mecánicos, entre otros.
El lapso establecido para este tipo de prescripciones se funda, en una presunción de
pago, por el transcurso de los lapsos fijados para ellas sin haberse reclamado.

Ahora bien, en materia de prescripción de acciones laborales, el lapso de la


misma es según Carballo y Villasmil (2005) de un (01) año, ello en los términos que
expresa el Artículo 61 de la Ley Orgánica del Trabajo, de acuerdo con el cual:
“Artículo 61. Todas las acciones provenientes de la relación de trabajo prescribirán al
cumplirse un (1) año contado desde la terminación de la prestación de los servicios”.

Por otra parte, la Ley Orgánica para la Protección de Niños, Niñas y


Adolescentes (2007), prevé en su Artículo 14 un lapso de prescripción para las
acciones laborales de cinco (5) años, ya se trate de infortunios de trabajo o
conceptos económicos.

Frente a la evidencia de tales lapsos, Acevedo (2009, p. 437) comenta en


referencia al lapso de prescripción aplicable a los adolescentes trabajadores: “Se
establece un lapso mayor de prescripción que el previsto para el trabajador ordinario
elevando su límite de un año a cinco años. Este lapso no fue modificado en la
reforma de la Ley Orgánica para la Protección del Niño y del Adolescente”.

Además agrega Acevedo (2009,p.437): “Establece como hecho que da inicio al


cómputo del lapso de prescripción la terminación de la relación de trabajo y no como
lo establece el artículo 61 de la Ley Orgánica del Trabajo, la terminación de la
prestación del servicio”.

Ahora bien, frente a las prescripciones señaladas, es preciso referir los


comentarios de Acevedo (2009, p. 437), refiriéndose al mandato constitucional de
  94

instituir la prescripción decenal: “la Constitución de la Republica Bolivariana de


Venezuela, ordenó en su Disposición Transitoria Cuarta, cardinal 3, modificar el
lapso de prescripción a diez años”.

El criterio jurisprudencial referido al decaimiento de la acción por falta de


interés, se funda en una serie de argumentos que parecen acusar la inactividad del
actor como la principal razón para seguir el procedimiento y hacer decaer el derecho
a accionar. En tal sentido, la Sala Constitucional se ha valido de los efectos
sancionatorios que provoca por ejemplo, la prescripción sobre el acreedor inerte, en
tanto este instituto castiga la falta de acudimiento al órgano jurisdiccional con el
impedimento para lograr la declaratoria del derecho.

Si bien en el campo de las obligaciones, la prescripción es efectivamente un


instituto imprescindible para controlar las relaciones entre deudores y acreedores, la
aplicación de su efectos sancionatorio a materias procesales distintas a las previstas
por el legislador, no debería resultar posible, en primer lugar porque el principio de
legalidad que opera en el ámbito de las leyes sancionatorias no lo permite. En tal
sentido debe pensarse por ejemplo, en la caótica situación que ocurriría si los
órganos de la jurisdicción (inclusive el Tribunal Supremo de Justicia), pudieren crear
criterios donde hagan permisible la aplicación de las sanciones que resultaren más
convenientes de acuerdo a la conducta a castigar, aunque esta posibilidad no se
encuentre prevista en la ley procesal.

Un panorama de inseguridad jurídica como el planteado, se ve reforzado por


todo el conjunto de críticas que deben realizarse al decaimiento de la acción en
cuanto a la aplicación del efecto sancionatorio de la prescripción, no sólo porque el
mismo es violatorio del principio de legalidad de las normas sancionatorias, sino
porque no logra compadecerse con la construcción legal y doctrinal de lo que es la
prescripción. A la luz de esta afirmación, el problema bajo estudio puede observarse
por medio de los siguientes aspectos:
  95

a) No puede hablarse de prescripción y menos aún de su efecto sancionatorio,


en un proceso judicial que se halla en estado de sentencia, pues desde el momento
mismo en que ocurrió la demanda, al unísono quedó interrumpido el transcurso del
tiempo que da lugar a la materialización de este castigo a la inercia del acreedor.

En tal orden de ideas, el proceso se haya instaurado e incluso se hubiere


desarrollado de manera consistente con las reglas procesales hasta llegar al estado
de sentencia, quiere decir en primer lugar, que existe una clara evidencia sobre la
intención del actor en cuanto a querer lograr el pronunciamiento del tribunal, efectos
a los cuales ha realizado la conducta primordial de interrupción de la prescripción,
que ocurre como es lógico por medio de la demanda. Siguiendo en este sentido a
Melich Orsini (2002, p. 121), se observa:

Interrumpir la prescripción es hacer inútil el tiempo que haya transcurrido


para el cumplimiento del lapso de prescripción previsto para la extinción
del respectivo derecho. Esto quiere decir que para hacer inútil el tiempo,
debe existir un acto jurídico válido que obstaculice o detenga el
transcurso del lapso de la prescripción.

Obviamente cuando el actor lleva a cabo el “acto jurídico válido” que


obstaculiza el paso del tiempo, lo que efectivamente está haciendo es demandar. La
interposición de la demanda tiene en este marco dos connotaciones de importancia,
donde la primera está expresada por la necesaria declaratoria de voluntad que
ocurre al demandar, donde ineludiblemente se pide del juez la sentencia. En
segundo lugar, el sólo hecho de interponer la demanda ya implica ensimismo que la
prescripción se ha interrumpido, permaneciendo en ese estado durante todo el
tiempo que dure el proceso, por ello que si en el estado de sentencia se produce
una dilación de años por causa del juez, es este el responsable de haber mantenido
paralizada la prescripción en tal periodo, pero no el actor que acudió a tiempo ante
la jurisdicción.

b) No puede asumirse que exista inactividad de la parte en el proceso judicial


cuando el mismo ha llegado al estado de sentencia, obviamente porque no habría
  96

sido posible arribar a este sino es a través del agotamiento de todas las etapas y
cargas que la ley procesal ordena al actor.

Conforme con esta apreciación, no es sólo la interposición de la demanda, lo


que permite apreciar la voluntad cierta del actor respecto a querer la sentencia, sino
que dicha apreciación se objetivizó por medio de todo el conjunto de conductas y
cargas que debió llevar a cabo el accionante para permitir al juez sentenciar. Esta
realidad no debería quedar desvirtuada, porque no se trata de presumir que se quiso
obtener el dictamen judicial, sino de una verdad cuya existencia consta en el
expediente y que no puede resultar negada como consecuencia de la demora que
se ha suscitado para sentenciar, particularmente porque esa conducta conclusiva del
proceso no corresponde a la parte sino enteramente al juez.

c) En el estado de sentencia, la expectativa que se genera para el deudor e


incluso para el propio acreedor, no es imputable a este sino al juez, ya que en la
misma medida como el jurisdicente está obligado a sentenciar, puede también
colocar a las partes en la situación de paralización sino cumple con su carga de
juzgar en término, de allí que si ciertamente existe incertidumbre la misma es
imputable al juez y no al actor.

Si es el juez quien ha ocasionado una paralización en el proceso,


específicamente en lo que atiende a la adopción de la sentencia, las sanciones que
ha pretendido imponer la jurisprudencia a este, por aplicación analógica de lo que
ocurre con la prescripción, no tendría por qué ser posible, pero en todo caso si se
llegara a aceptar el criterio jurisprudencial, el mismo debería ser más amplio y poder
incluir las sanciones que merezca también el sentenciador, porque cada
procedimiento de decaimiento de la acción por falta de interés implica en el fondo el
descubrimiento de la mora judicial en la que ha incurrido el órgano jurisdiccional.

d) La prescripción actúa en el proceso como una defensa de parte, no siendo


oponible por el juez en tanto se encuentra fuera del orden público procesal, hecho
frente al cual resulta carente de todo argumento, la posición de la Sala
  97

Constitucional cuando la emplea como un fundamento para la declaratoria del


decaimiento de la acción por falta de interés procesal.

De acuerdo a las opiniones expresadas con anterioridad, la aplicación del


efecto sancionatorio de la prescripción, parece inconveniente tanto para las partes
involucradas en el proceso, como para el órgano jurisdiccional en sí mismo.
Respecto de los perjuicios que se suscitan para el actor y para el demandado, debe
notarse que la sentencia no llega a concretarse nunca, al contrario durante todo el
tiempo que ha demorado, la controversia entre lo sujetos procesales estuvo vívida
en la sociedad, de hecho nunca será solventada porque lo que ocurre es la pérdida
de la acción y no la adopción de las leyes venezolanas para solventar la
conflictividad entre los ciudadanos.

Además de la pérdida de la acción, que ya es en sí misma es una


consecuencia gravísima del criterio jurisprudencial, el órgano de justicia está siendo
relevado de su carga de dar solución a los conflictos jurídicos, es decir; de
sentenciar, este hecho lejos de ser positivo siquiera para la descongestión de los
tribunales, más bien se traduce en la merma de las obligaciones impuestas por el
Estado a los jueces de la República, asunto de marcada gravedad para el propio
aparato de administración de justicia y de todos cuantos se involucra con el mismo.

 
  98

CONCLUSIONES

Respecto de las conclusiones a las que ha sido necesario llegar, conforme el


análisis realizado a la institución del decaimiento de la acción por falta de interés,
nacida como ha sido de la doctrina jurisprudencial venezolana (Sentencia No. 956
de fecha 1º de junio de 2001, de la Sala Constitucional), es preciso aludir a lo
siguiente:

El decaimiento de la acción por falta de interés procesal no es una institución


jurídica que encuentre asidero legal en el ordenamiento jurídico venezolano, antes
por el contrario, su fundamentación y las consecuencias que acarrea parecieran
contravenir varios de los más sensibles derechos procesales del ciudadano,
constitucionalizado como están hoy día. Es así como la propia denominación dada
por la jurisprudencia a la figura, descubre su tenor cuando alude al “Decaimiento de
la Acción”; es decir, se trata de un instituto a la luz del cual el justiciable pierde su
derecho a acudir ante el órgano jurisdiccional, obviamente lejos de lo que había sido
en Venezuela la tradición y regulación de la perención de la instancia.

La pérdida del derecho a accionar, obviamente tiene alcances muy superiores


a la perención, aludiendo a la oportunidad constitucionalmente dada a toda persona
de acudir a la jurisdicción. Probablemente está construcción de la doctrina
jurisprudencial deba su génesis a la intención del Máximo Tribunal de Justicia, por
descongestionar los tribunales de todo el cúmulo de causas paralizadas que se
hallan en los mismos gracias a la inercia de los interesados, intención esta que de
manera lamentable se encaminó a través de la errónea interpretación de su
antecedente español, en la llamada “Terminación Anticipada del Proceso por
Desaparición Sobrevenida del Interés”.
  99

La desaparición sobrevenida del interés es en España, un método para


depurar los tribunales de justicia de aquellos juicios donde la sentencia sería
inejecutable, sin embargo; el legislador español no ha tratado con laxitud está
opción, al contrario la limita a los supuestos de satisfacción extraprocesal del interés,
desaparición de la cosa objeto del proceso (carencia sobrevenida), o todo hecho por
el cual el interés de obrar ya no es tal. Un aspecto que sin embargo no reguló el
legislador español, es el atinente a los modos por medio de los cuales el juez se
impone de tales circunstancias y declara la desaparición sobrevenida del interés,
silencio ante el cual lo más viable sería sugerir como carga de las partes,
proporcionar dicha información.

De lo anterior se concluye que el Decaimiento de la Acción por Falta de


Interés, dista en mucho de ser el homologo de la terminación anticipada del proceso
que ocurre en el Derecho Español, principalmente porque la desaparición del juicio
en el último caso, se lleva a cabo porque se ha vuelto inútil el proceso, inejecutable
la sentencia y por tanto inoficioso agotar al órgano jurisdiccional con su
conocimiento. Al contrario el decaimiento de la acción hace desaparecer (si es que
ello es posible), el derecho de accionar, por el puro efecto de una presunta ausencia
del interés de las partes, con un olvido notable de aquella regulación del proceso
según la cual, en estado de sentencia ya no podría ocurrir ni la perención ni efecto
semejante.

De acuerdo con la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, en


sentencia 956 de fecha 1° de junio de 2001 el decaimiento de la acción por falta de
interés procesal, se explica en el hecho de que “el accionante no quiere que se
sentencie la causa, lo que se objetiviza mediante la pérdida total del impulso
procesal que le corresponde”. La doctrina jurisprudencial funda dicha presunción en
cuatro preceptos que son: a) Que el derecho a obtener con prontitud la decisión
correspondiente, como tal derecho de parte debe ser ejercido. b) Que el accionante
es corresponsable en la dilación judicial, y esa inacción se traduce en una renuncia a
la justicia oportuna. c) Que es un requisito de la acción que quien ejerza tenga
  100

interés procesal. d) Que la decisión judicial extemporánea podría perjudicar


situaciones jurídicas que el tiempo ha consolidado.

La reunión de los fundamentos predichos, puede ocurrir según el criterio de la


jurisprudencia en dos situaciones distintas, siendo la primera aquella que acontece
cuando habiéndose interpuesto la acción, sin que el juez haya admitido o negado la
demanda, se deja inactivo el juicio, por un tiempo suficiente que hace presumir al
juez que el actor realmente no tiene interés procesal, que no tiene interés en que se
le administre justicia, debido a que deja de instar al tribunal a tal fin.

La otra oportunidad (tentativa) en la que puede decaer la acción por falta de


interés, es cuando la causa se paraliza en estado de sentencia. Tal parálisis
conforme a los principios generales de la institución, no produce la perención, pero si
ella rebasa los términos de prescripción del derecho objeto de la pretensión, sin que
el actor pida o busque que se sentencie, lo que clara y objetivamente surge es una
pérdida del interés en la sentencia, en que se componga el proceso, en que se
declare el derecho deducido.

Es manifiesto en la lógica de la jurisprudencia antes citada, la intención de


recargar en la parte procesal deberes y compromisos que el legislador no le
encomendó al momento de diseñar el juicio civil, confiado como estaba en una
realización expedita de la tutela judicial que no ameritaba de más impulso de la
parte, que aquel que es lógico esperar. Ahora bien, si la antes descrita es una
doctrina a la que verdaderamente quiera plegarse el legislador patrio y el sistema
judicial, entonces habrá que reformar el texto constitucional cuando alude a los
derechos procesales, y además, reformar en profundo el Código de Procedimiento
Civil (1987), porque en uno y otro caso su contenido hace percibir al decaimiento de
la acción como una palmaria negación de los derechos procesales del justiciable.

El último argumento expuesto cobra fuerza cuando se aprecia a la luz del


procedimiento que construyó la propia Sala Constitucional para el Decaimiento de la
Acción por Falta de Interés Procesal, cuya primera crítica tiene que ver con su
  101

inexistencia en la norma adjetiva civil, así como con la escueta realización en


apenas tres pasos: 1) Declaración de Oficio o a Instancia de Parte de la Extinción de
la Acción; 2) Notificación del Actor; y 3) Decisión sobre el Decaimiento de la Acción.

En cuanto a la declaración de oficio, la investigadora estima imprescindible


advertir que la terminación del proceso y la pérdida del derecho a la acción ocurre
por decisión del propio juez que conoce del estado de paralización de la causa, sin
que en ningún punto la jurisprudencia haya podido explicar por qué en vez de
sentenciar, castiga doblemente al justiciable. Asimismo en cuanto a la notificación,
se percibió la inexistencia de verdaderas garantías del justiciable en cuanto a la
comunicación procesal, pues se deja al órgano jurisdiccional la facultad de realizar la
forma que considere, sin explicar asuntos tan trascendentales como la titularidad de
la obligación de sufragar los gastos que se generen, o la idoneidad de publicar un
cartel en las puertas del tribunal, cuando se está en presencia de un juicio que
durante años no ha sido tramitado y probablemente tampoco cuente con acuciosa
asistencia de la parte que ha debido esperar por sentencia tal cantidad de tiempo.

Finalmente la decisión sobre el asunto gira en torno al hecho, de que la parte


pueda o no convencer al juez de los motivos de su inactividad, sin que exista en la
legislación ninguna alusión a tales supuestos, de allí que imperará en cada tribunal
un criterio que además de subjetivo, podrá variar en relación a la valoración de
dichas justificaciones.

Por otra parte las conclusiones de la investigación, atienden a las diferencias


que pudieron percibirse entre la perención de la instancia y el decaimiento de la
acción por falta de interés, al ser ambas figuras instituciones del proceso civil
venezolano. Los elementos diferenciadores de una y otra institución, pueden ser
identificados de manera esquemática a partir de los siguientes hechos: a) La
perención puede interrumpirse, posibilidad que no se proporciona respecto del
decaimiento de la acción; b) Al tiempo que la perención puede desvirtuarse, no
sucede así con el decaimiento de la acción; y c) El lapso para la perención de la
instancia existe en la norma adjetiva civil, en cambio el lapso con el cual la
  102

jurisprudencia construye la figura del decaimiento del acción, es el de la prescripción


que aplique al derecho ventilado en el proceso.

En otro orden de ideas, otra diferencia entre la perención y el decaimiento de


la acción viene dada, por los requisitos normativos para la primera figura, por cuanto
en el primer caso la ley señala un plazo habida cuenta del cual se considerará que
efectivamente la instancia perimió o que la acción decayó; al contrario, la Sala
Constitucional instrumentó los lapsos de prescripción como guía para presumir si
efectivamente la paralización del proceso fue suficientemente prolongada o no para
el Decaimiento de la Acción. En tal virtud no es con el derecho, asumir que los
lapsos dados por el legislador a la prescripción, puedan ser apropiados por la figura
del decaimiento de la acción; menos aún cuando se trata de emplear solamente el
efecto sancionatorio de la misma.

Finalmente, los efectos señalados por la doctrina con ocasión de la perención,


pueden diferenciarse de las consecuencias emanadas del decaimiento de la acción
en virtud de las repercusiones que en uno y otro caso se derivan para las partes. En
tal sentido y a pesar del silencio que guardó a tal respecto la Sala Constitucional, la
principal diferencia entre la perención y el decaimiento de la acción por falta de
interés, desde la perspectiva de sus efectos, tiene que ver con la fatalidad que
acontece sobre el derecho a accionar.

En igual orden de ideas, uno de los asuntos que mayores preocupaciones


mereció a la investigadora, tuvo que ver con el estado de los derechos procesales
del accionante, ante la construcción jurisprudencial de una doctrina según la cual, se
puede presumir que “no quiere la sentencia”, aquel actor que no la ha recibido a
pesar de haber pasado años desde el momento en que debió concretarse el
pronunciamiento del tribunal.

Cuando la jurisprudencia asume que la paralización del proceso en estado de


sentencia, es ocasión para presumir la falta de interés del actor en el
pronunciamiento del juez, está realmente imponiéndole la carga de tratar de
  103

desvirtuar algo fútil y que no necesita prueba, pues si el sentenciamiento no ha


pasado, es al juez a quien habría que señalar solicitándole explicación sobre el
asunto, pero al contrario; se le libera recargando en el actor una presunta culpa por
la paralización del juicio.

El hecho anterior no tendría que ser tan grave, si por ejemplo existiera un
verdadero procedimiento fijado legalmente y a través del cual el actor pudiera
desvirtuar esta presunción de no querer la sentencia, sin embargo tales regulaciones
no existen, habiendo sido improvisado en la misma doctrina jurisprudencial, un
“procedimiento” en el cual se establecerá si la presunción tiene asidero o no; con la
gran desventaja que implica para el accionante el poder subjetivo del juez al decidir
sobre los motivos de la paralización, porque no existen extremos legales objetivos
cuya prueba le obligara a favorecer a la parte.

Así, tiene que asumirse en torno al decaimiento de la acción, un estado de


vulneración de la tutela judicial efectiva como una realidad que infelizmente no fue
valorada por la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia al construir
esta figura, por cuanto la misma tiene como presupuesto una situación en la cual la
sentencia no ha llegado a materializarse en un periodo extendido durante años.

Siguiendo a la doctrina en cuanto consideran cualquier lesión a la tutela


judicial, como una aflicción de los derechos procesales constitucionalizados, lo
consecuente sería asumir que cualquier juez impuesto de un expediente donde no
se profirió la sentencia y esa situación se ha extendido durante años, está en el
deber ineludible de reparar los derechos violentados en el justiciable, todo ello
contrario a la iniciativa sancionatoria que impone el decaimiento de la acción por
falta de interés procesal.

Tiene que advertirse como el respeto por los derechos a la defensa, acceso a
la justicia y tutela judicial efectiva, no sólo son violentados a la luz del decaimiento
de la acción, sino que esta realidad se torna flagrante si se aprecian los que
deberían ser deberes del juez, ya que habiéndose impuesto de la paralización del
  104

juicio y del incumplimiento del órgano jurisdiccional respecto de la sentencia, su


llamado sería obligatoriamente a sentenciar y no a sancionar, porque al realizar esta
última conducta, necesariamente hay un conocimiento del proceso, de allí que sea
absurdo emplear el mismo para castigar al actor, antes que para reponerle la tutela
judicial no cumplida.

Por otra parte, no menos fundamental resultó el análisis de los supuestos que
según el criterio jurisprudencial impiden el decaimiento de la acción por falta de
interés. Es así como la Sala Constitucional tipifica tres conductas cuya realización
impediría operar a la presunción “de no querer la sentencia”; siendo estas: La
interposición de la acción de amparo, la interposición de medidas disciplinarias
contra el juez, y finalmente, las conductas de impulso procesal.

Respecto de las dos primeras las conclusiones más importantes apuntan a la


desnaturalización de uno y otro mecanismo, empleándolo a los fines de movilizar el
proceso en torno a la sentencia, cuando el juicio no tiene otro fin más preciso, que
este. Acoger como correcta la opinión de la Sala Constitucional en tal sentido,
implica suponer que habrán tantas acciones de amparo e iniciativas de medidas
disciplinarias, como juicios haya sin sentencia en el país, de tal suerte que habría
que constituir tribunales constitucionales únicamente a estos fines. A la luz de tal
hecho parece irracional que se emplee un medio judicial extraordinario como este,
cuando la solución más sencilla sería un verdadero cumplimiento del deber de
sentenciar a término.

En lo que toca al impulso procesal como supuesto que impide el decaimiento


de la acción, el panorama es más grave, porque aquí se pretende someter a la parte
a una indefinida cantidad de diligencias ante el tribunal, solicitando aquello que ya no
tendría que pedir, es decir, la sentencia. Obviamente el criterio de la jurisprudencia
no apreció en toda su dimensión, las implicaciones económicas y de toda índole que
trae una exigencia semejante, de allí que si la paralización del juicio ha sido durante
una década, esos diez años son el tiempo en el cual el actor ha tenido que concurrir
perennemente a diligenciar; conclusión que no es ilógica porque la Sala no
  105

determina siquiera una cantidad razonable de diligencias, dejando a cada juez la


decisión de establecer cuando han sido suficientes y cuando no.
Uno de los últimos asuntos que fueron estudiados con relación al decaimiento
de la acción por falta de interés, es el que atañe a los deberes del juez civil
venezolano conforme al ordenamiento jurídico. La primera característica apreciada
en este sentido es un rol del juez ciertamente instrumental, ello porque su presencia
en el órgano jurisdiccional está encaminada a conseguir la solución de los conflictos
sociales por medio de la sentencia; siendo esta última el objeto central del litigio, en
tanto que sería injustificado diseñar todo el elenco de derechos procesales que hoy
existe la verdadera posibilidad de obtener el sentenciamiento.

En fuerza de lo expuesto, la no realización del proceso judicial conforme el


Estado lo ha querido, tendría que volver ilegitimas las atribuciones otorgadas a los
jueces de la República, porque no puede entenderse que un funcionario público
detente poderes jurisdiccionales o procesales como los mencionados, si ello no está
ordenado a conseguir la conservación de la paz social. La reposición de la paz social
no ocurre automáticamente por la interposición de la pretensión, sino por la
sentencia dictada por el juez, de allí que en tanto este último no sentencie, está por
un lado vulnerando la relación orgánica gracias a la cual le han sido dados poderes
jurisdiccionales y procesales; asimismo estaría defraudando la obligación estatal de
garantizar entre los ciudadanos el orden jurídico.

Finalmente, las conclusiones adoptadas por la investigadora tienen que ver


con la aplicación del efecto sancionatorio de la prescripción, al decaimiento de la
acción por falta de interés, o lo que es igual, el empleo de aquel lapso como una
guía para el juez orientarse al momento de sindicar al actor de “no querer la
sentencia”. Es así como, el lapso de prescripción aplicable al derecho discutido, está
siendo empleado indebidamente gracias al criterio jurisprudencial, con olvido de las
cuestiones siguientes:

En primer lugar, no puede hablarse de prescripción y menos aún de su efecto


sancionatorio, en un proceso judicial que se halla en estado de sentencia, pues
  106

desde el momento mismo en que ocurrió la demanda, al unísono quedó interrumpido


el transcurso del tiempo. En segundo término, no puede asumirse que exista
inactividad de la parte en el proceso judicial cuando el mismo ha llegado al estado
de sentencia, obviamente porque no habría sido posible arribar a este sino es a
través del agotamiento de todas las etapas y cargas que la ley procesal ordena al
actor.

Por otra parte, en el estado de sentencia, la expectativa que se genera para el


deudor e incluso para el propio acreedor, no es imputable a este sino al juez, ya que
en la misma medida como el jurisdicente está obligado a sentenciar, puede también
colocar a las partes en la situación de paralización sino cumple con su carga de
juzgar en término, de allí que si ciertamente existe incertidumbre la misma es
imputable al juez y no al actor.

Por último, la prescripción actúa en el proceso como una defensa de parte, no


siendo oponible por el juez en tanto se encuentra fuera del orden público procesal,
hecho frente al cual resulta carente de todo argumento, la posición de la Sala
Constitucional cuando la emplea como un fundamento para la declaratoria del
decaimiento de la acción por falta de interés procesal.

En este sentido, lo más importante es sin duda señalar que si bien en el


campo de las obligaciones, la prescripción es efectivamente un instituto
imprescindible para controlar las relaciones entre deudores y acreedores, la
aplicación de sus efectos sancionatorios a materias procesales distintas a las
previstas por el legislador, no debería resultar posible, en primer lugar porque el
principio de legalidad que opera en el ámbito de las leyes sancionatorias no lo
permite. Debe pensarse por ejemplo, en la caótica situación que ocurriría si los
órganos de la jurisdicción (inclusive el Tribunal Supremo de Justicia), pudieren crear
criterios donde hagan permisible la aplicación de las sanciones que resultaren más
convenientes de acuerdo a la conducta a castigar, aunque esta posibilidad no se
encuentre prevista en la ley procesal.
  107

RECOMENDACIONES

A la luz de las conclusiones alcanzadas de conformidad con el estudio, así


como de las advertencias deducidas a partir de la crítica al criterio jurisprudencial, la
investigadora estima importante proporcionar a los autores patrios y órganos
jurisdiccionales, las siguientes recomendaciones:

a) La recomendación central deducida del estudio, consiste en la reversión del


criterio jurisprudencial asentado por la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de
Justicia en cuanto al decaimiento de la acción. Este cambio en el criterio
jurisprudencial tiene que apuntar a la consideración de dos fundamentos igualmente
importantes, es decir, los derechos procesales del actor y las cargas del juez frente a
la administración de justicia. El equilibrio entre ambos intereses debe conseguirse,
interpretando las disposiciones vigentes del ordenamiento jurídico, concernientes al
proceso civil.

b) La modificación del criterio, podría seguir el ejemplo que en el derecho


español representa la terminación anticipada del proceso por desaparición
sobrevenida del interés, pues efectivamente por medio de tal figura se depuran los
tribunales de causas donde no existe interés, pero entendiendo a este último como
la desaparición de las cosas objeto de la controversia, o la pérdida de la posibilidad
real de ejecutar la sentencia adoptada en ese proceso.

c) Asimismo es de importancia preservar el entendimiento de la perención de la


instancia, como el único castigo previsto en la ley adjetiva para la inactividad de la
parte, cuyo efecto sancionatorio no puede hacerse extensivo a otras instituciones
creadas por la jurisprudencia, menos aún cuando la una está prevista en el
ordenamiento jurídico vigente, y la otra no.
  108

d) Es preciso que los fundamentos de la doctrina jurisprudencial, al momento de


surgir criterios como el estudiado, respondan a una interpretación sistemática de los
derechos procesales constitucionalizados, de tal manera que tal doctrina no entre en
controversia con aquellas garantías y menos aún que confronte al ordenamiento
jurídico vigente con la posición del Máximo Tribunal de Justicia.

e) Si en todo caso el legislador adjetivo civil al momento de una eventual


reforma, escogiera regular alguna sanción contra la falta de actividad en el proceso
judicial, dicha tarea debería empezar por reformar las cargas de las partes y del juez
en el juicio, porque en el estado actual, llegada la etapa de la sentencia corresponde
únicamente al sentenciador la realización de sus poderes jurisdiccionales, de ello
que sea imposible la imposición de responsabilidad alguna al justiciable.

f) Siendo que el centro del decaimiento de la acción, se halla en la paralización


del proceso en estado de sentencia por lapsos muy prolongados, tiene que
recomendarse a los órganos del Poder Judicial, la materialización de una reforma en
profundo que descongestione la carga de los tribunales de justicia, proporcionando a
los jueces una posibilidad realista de sentenciar en término.

g) Sea que se reformule el criterio jurisprudencial aludido, o se legisle acerca


del mismo en la eventual reforma al Código de Procedimiento Civil (1987), lo cierto
es que se amerita la determinación de mecanismos legales para compeler al juez
respecto de la sentencia, no pudiendo asumirse la acción de amparo o de medidas
disciplinarias como vía para ello.

h) Es preciso recomendar, el desarrollo de doctrina jurisprudencial que a la par


de figuras como el decaimiento de la acción, donde se castiga al actor tan
férreamente, también se explique la responsabilidad del juez frente a tales
circunstancias, de tal modo que por cada juicio declarado decaído, exista la
correlativa sanción para el juez que no sentenció o para aquellos que avocados a tal
proceso, tampoco lo hicieron.
 
  109

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