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LA INCIDENCIA DE LA ENFERMEDAD ORGÁNICA EN EL LAZO SOCIAL DEL

SUJETO EN LA VEJEZ.

Psicoanálisis Aplicado en la Vejez

Leydi Sabina Sánchez Soto, leisy0405@hotmail.com

Artículo de reflexión presentado para optar al título de Especialista en Psicología Clínica

con Orientación Psicoanalítica

Asesora: Carmen Eugenia Cobo Montenegro, (Mt) Maestrante en Historia

Universidad de San Buenaventura Colombia

Facultad de Psicología

Especialización en Psicología Clínica con Orientación Psicoanalítica

Santiago de Cali, Colombia

2017
Citar/How to cite (Sánchez, 2017)

Referencia/Reference Sánchez, L. (2017). La incidencia de la enfermedad orgánica en el lazo social


del sujeto en la vejez. Psicoanálisis aplicado a la vejez. (Trabajo de
grado Especialización en psicología clínica con orientación
psicoanalítica). Universidad de San Buenaventura Colombia, Facultad
Estilo/Style: de Psicologia, Cali.

APA 6th ed. (2010)

Especialización en Psicología Clínica con Orientación Psicoanalítica, Cohorte VIII.

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Resumen:

Pasando inicialmente por un recorrido bibliográfico que incluyen antecedentes investigativos,

estudios previos y una construcción conceptual de significantes fundamentales tales como vejez,

cuerpo, lazo social y enfermedad, se ha construido un texto que estudia la incidencia de la

enfermedad orgánica en el lazo social, encontrando que se trata más bien de una interincidencia

que exige el estudio de aspectos tales como las identificaciones, la cohesión grupal, los nuevos

significantes asociados a la enfermedad, el cuerpo y la vejez, la representación social de la vejez,

etc.. Desde esta perspectiva, se muestra cómo la enfermedad orgánica se convierte en el nudo

que sostiene la relación del “viejo” con su entorno social. Todo lo anterior, desde el marco de la

teoría psicoanalítica.

Palabras clave: Vejez, psicoanálisis, cuerpo, lazo social, enfermedad.

Abstract

Initially going through a bibliography route which includes background research, previous

studies and a conceptual construction of fundamental signifiers such as old age, body, social

bond and disease, a writing has been built that is focused on the insistence of organic disease in

the social bond, finding that this is more about an interimcidence that requires the study of some

aspects such as the identifications, the grupal cohesion, the new signifiers linked with the

disease, the body and the old age, the social representation of the old age etc...

From this perspective, it is possible to see how the organic illness changes into a knot that hold

the relationship of the old with its social environment. Everything before from the framework of

the psychoanalytic theory.

Keywords: Old age, social bond, psychoanalysis, body, disease.

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INTRODUCCIÓN

El presente trabajo parte de la necesidad evidentemente sentida en la actualidad, de estudios

sobre el tema de la vejez, que permitan no sólo recoger y enriquecer el estado del arte respecto al

mismo, sino también que permita que los aportes conceptuales puedan ser llevados a la praxis. A

partir de la revisión teórica podemos observar que el siglo XXI se caracteriza por el aumento de

la longevidad de los habitantes del mundo, terminando por hablar entonces de una sociedad

envejecida, como una novedad para la que socialmente no se está preparado, pues en la era de los

avances se debe tener no solo el conocimiento, sino también la energía física para poder

responder las exigencias del entorno social.

El problema de la vejez no es estrictamente biológico, sino que es un problema social y

cultural, sustentado por la representación de cuerpo envejecido, ligado a la idea de deterioro,

pero sobre todo de incapacidad, contrario al cuerpo del joven que se considera saludable, activo

y productivo. De esta manera, el cuerpo que no responda a las exigencias sociales y culturales

será un cuerpo inservible. De allí surge la necesidad de realizar una exploración bibliográfica y

ponerla en diálogo con experiencias clínicas que permitan relacionar la manera como la

enfermedad orgánica incide en el lazo social de los sujetos en la vejez. Para ello se generó un

intenso proceso de revisión bibliográfica y luego una sistematización de la información con el

uso de viñetas clínicas en las que se analizan algunos aspectos que se han considerado

fundamentales en la interincidencia entre enfermedad orgánica y lazo social, y la manera como

ello incide en la subjetividad de los adultos mayores.

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EL ASUNTO DE LA VEJEZ PROBLEMATIZADO A LA LUZ DEL CONTEXTO

ACTUAL

El informe de la ONU “World Population Ageing 1950-2050”, indica que las sociedades a

nivel mundial forman parte de un proceso acelerado de envejecimiento de su población. Siendo

un importante cambio en la estructura demográfica que no tiene analogía en la historia de la

humanidad, por ende, los desafíos que enfrenta la población mundial en el ámbito económico,

político, social y cultural, son inmensos. De acuerdo a los resultados de la Encuesta de Salud,

Bienestar y Envejecimiento (SABE) elaborada por el Ministerio de Salud y Colciencias en

Colombia, el 11% de la población es mayor de 60 años; y mientras que en 1951 por cada 100

menores de 15 años había 12 mayores de 60, para el 2020 se espera que la población adulta se

incremente de manera representativa. En cuatro años se calcula que, por cada 100 adolescentes

menores de 15 años, haya 50 mayores de 60.

De acuerdo a lo anterior, el porcentaje de población adulta mayor se incrementa

paulatinamente en el mundo, mientras que el porcentaje de la población infantil y juvenil

presenta una notoria disminución. Esto genera un panorama socio-económico para el cual parece

que las estructuras e instituciones del Estado no están preparadas, o al menos las formas de la

institucionalidad del mundo occidental y la economía centrada en el capital. Pero ¿Cuál es el rol

que cumple el adulto mayor en la sociedad actual? ¿El adulto mayor logra identificarse con la

nueva generación? y ¿Cuáles son los dispositivos socio-culturales por los cuales el adulto mayor

logra reivindicar su posición como sujeto en la sociedad? ¿Qué percepción tienen los adultos

mayores de sí mismos? ¿Qué significantes, significados y sentidos simbólicos y culturales

inciden positiva o negativamente en la experiencia misma del envejecer? Cuestiones como las

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anteriores, planteadas sobre una condición socio-histórica tan compleja para los adultos mayores,

deberían estar siendo resueltas, o por lo menos estudiadas a fondo, por los gremios profesionales,

universidades e investigadores sociales, a fin de comprender mejor la dimensión real del estado y

la prospectiva de la vejez en términos de calidad de vida y de fortalecimiento de la subjetividad,

entre otros aspecto fundamentales de estudio.

A lo que a éste artículo responde, es a un interés por iniciar un necesario recorrido por la

condición del sujeto, el lazo social, con el cuerpo en condición de deterioro, en sujetos de la

tercera edad y con los conflictos internos que se originan por la brecha entre los proyectos

trazados en función de los ideales y lo que se ha logrado, o les es posible lograr, por el

redimensionamiento de las aspiraciones ante lo que no se ha podido realizar, pero también por la

forma como puede incluirse dentro de las ofertas actuales del comercio, que prometen lograr la

negación misma de la vejez propia .

Galende (2008) expresa: Las crecientes preocupaciones actuales de los hombres por su salud,

por su envejecimiento, por las imposiciones de la biología que asignan al cuerpo sus ritmos y

posibilidades, reciben hoy una oferta amplia de nuevas ilusiones, nuevos remedios, para vencer

ya no sólo los dolores de la existencia sino también la vejez, los desfallecimientos del deseo, las

condiciones del cuerpo, los riesgos de la vida en común. (pág.25)

Esto enmarca un escenario de pertinente indagación, pero para efectos del presente escrito, a

este escenario se le agrega una condición adicional, como lo es la aparición de alguna forma de

enfermedad orgánica y su interincidencia con el lazo social

Así, interesa entonces aquí en particular, dar cuenta de un rastreo conceptual del asunto de la

vejez, el lazo social, el cuerpo y la enfermedad; de un vínculo particular entre estos conceptos,

como lo es la interincidencia entre la enfermedad orgánica y el lazo social del sujeto en la vejez y

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del análisis de lo que sugiere la pesquisa bibliográfica a la luz de algunas viñetas clínicas

aportadas por el ejercicio profesional de la autora del presente documento.

Sobre algunos de los aspectos que aquí interesan, se han rastreado antecedentes investigativos

y otras producciones bibliográficas, que a continuación se presentan.

Unzueta & Lora (2002) dan cuenta de cómo opera el concepto de cuerpo en la clínica

psicoanalítica y de cómo la fundamentación del planteo freudiano se enriquece con las

discriminación estructural cuerpo-organismo, sin embargo desde el psicoanálisis no hay una

definición concreta y puntual de lo que es el cuerpo. Es necesario hacer un recorrido del

concepto de cuerpo dentro del psicoanálisis, recorrido que no es histórico, en el sentido

cronológico del término, sino que implicaría un apres-coup determinado por un camino personal,

es decir interviene una elaboración personal en la ordenación lógica de los conceptos teóricos a

trabajar. Para realizar dicha construcción teórica sobre el concepto de cuerpo dos autores han

sido privilegiados: Sigmund Freud y Jacques Lacan, tomando de ellos únicamente tópicos

seleccionados relacionados al tema. En este trabajo se aborda el tema de la vejez en el marco de

la época en la que vivimos articulándoselo con el concepto de subjetividad. En un mundo en

desasosiego por la velocidad y la inmediatez, el psicoanálisis ayuda a restituir una función de

portavoz de la historia generacional, espacial y temporal. Se plantean posibilidades de

tratamiento psicoanalítico y los prejuicios al respecto. Se desarrollan las relaciones con los

procesos de rememoración y construcción de un relato subjetivante así como de rescate

transgeneracional. Se jerarquiza el lugar del relato, la capacidad de relatar, recordar, historizar,

para generar una línea de continuidad.

Sobre el asunto del cuerpo, Soler (1988) enmarca la concepción del cuerpo a partir de la

teoría de J. Lacan en donde se habla de dos tipos de cuerpo; el primero es el “cuerpo de lo

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simbólico”, cuerpo incorporal -Precisa- que incorporándose les da cuerpo, el primer cuerpo hace

al segundo al incorporársele, este último hace referencia al cuerpo en relación con el Otro, sujetado

al lenguaje. Dicho en otras palabras, ese cuerpo al que llaman el suyo es un obsequio del

Lenguaje. Esta tesis de Lacan, después de todo, no es más que un caso particular de una tesis

mucho más general que postula que solamente hay hechos si son dichos; el cuerpo, si es Uno el

nuestro, es porque nosotros lo decidimos, porque le atribuimos una singularidad; por su parte.

La pregunta por el cuerpo y la forma como el mismo es habitado o significado en la época

actual, ha sido abordada por varios actores, entre los mismos encontramos a Chiozza (1998),

quien menciona tres tipos de cuerpo, entre ello tenemos el cuerpo físico, el cuerpo "biológico" y

el cuerpo ¨erógeno". Para referirse al cuerpo físico del hombre habitualmente se utiliza la palabra

"cuerpo", que la física utiliza para designar todo aquello que ocupa un lugar en el espacio. El

lenguaje popular, en cambio, lo denomina simplemente "físico". Las expresiones "cuerpo

erógeno" y "cuerpo biológico", que se utilizan tan a menudo en nuestros días, suelen llevar

implícitos dos equívocos fundamentales que es conveniente examinar, ya que constituyen la

base sobre la cual se apoyan la mayoría de los autores que se ocupan de la "interrelación

psicosomática”. También hallamos a Gallo Cadavid (1994), quien abarca la concepción del

cuerpo en la sociedad de la época, entre ellos sus cambios físicos, la posición del adulto mayor

ante la misma y de los avances tecnológicos por mantener un “cuerpo joven”.

Por su parte, Conde (1997) sostiene que subjetivación y vinculación son dos conceptos que

hacen referencia a dos procesos indispensables para realizar un buen envejecimiento. El artículo

desarrolla estos conceptos teóricos, en el marco de un proyecto de intervención con ancianos: un

trabajo de grupo llamado “Tertulias para personas mayores”, a través del cua1 se activan estos

procesos. La subjetivación, la relacionamos con la capacidad de “sujeto” para simbolizar,

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representar y elaborar el proceso de envejecimiento, a través de una necesaria interioridad. La

vinculación, la relacionamos con la capacidad de establecer relaciones con nuevos o cotidianos

“objetos”, previniendo la regresión narcisista. Dos actitudes necesarias para tener un

envejecimiento normal, cuyo fracaso o insuficiencia, precipitar, en alguna medida, hacia el

envejecimiento patológico.

Con respecto a la vejez y las problematizaciones asociadas a la misma, se puede hacer

referencia a varios autores cuyos estudios preceden al actual documento: Giró Miranda (2004)

muestra cómo las personas de la tercera edad son imposibilitadas para realizar una tarea, y

muestra también cómo el problema de la vejez no es estrictamente un problema biológico,

médico o físico, sino que es un principal problema social y cultural; es decir, la vejez, su

significado, es una construcción social. Iacub (2007) describe una de las formas de violencia

hacia la vejez, la cual se manifiesta en adultos mayores que desvalorizan y rechazan aspectos de

su cuerpo que aluden a las representaciones negativas del envejecimiento. En el cual este

proceso lleva a producir una externalización psíquica a través de la cual “aquellas partes viejas”

resultan inasimilables a la idea del sí mismo. Colanzi (2009) aborda la representación que el

adulto mayor tiene de sí a partir de la percepción de su propio cuerpo. En cuanto a la tarea

psíquica que impone el cuerpo envejecido, se sitúan dos posibles respuestas frente al mismo: la

elaboración psíquica como conciencia de finitud, que permitiría la aceptación del nuevo cuerpo y

la inclusión de éste en la creación de proyectos; o bien el rechazo del cuerpo envejecido

limitando las posibilidades de crear proyectos acordes a la longevidad.

Por otra parte, Parales & Dulcey-Ruiz (2002) exploran producciones discursivas acerca del

envejecimiento y la vejez en dos periódicos colombianos, entre enero y abril de 2001. Desde las

perspectivas de las teorías de los sistemas sociales y de las representaciones sociales se plantea

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que los medios son un sistema social que desconstruye y (re)construye contenidos que circulan

en la sociedad, sirviendo así a la elaboración de representaciones sociales. Se hace énfasis en el

papel activo de los sistemas sociales y de los individuos en la transformación de dicho

conocimiento, al igual que en la (re)construcción de la realidad social del envejecimiento y la

vejez. El análisis de artículos publicados por los medios mencionados sigue la noción de marcos

interpretativos, desde una perspectiva sociocultural. Se identifican cuatro marcos para aludir al

envejecimiento y la vejez: (1) experiencias y relaciones, (2) seguridad social, (3) problemas y

desafíos socioeconómicos, y (4) salud y enfermedad. Los resultados se analizan en términos de la

importancia de tales marcos interpretativos en la configuración de la realidad social del

envejecimiento y la vejez. Korovsky (2010), plantea algunos de los problemas con los que el

psicoanalista se encuentra al tratar pacientes en la llamada tercera edad, esto es, por encima de

los 60 años, entre ellos tenemos: 1. El anciano adquiere un conflictivo narcisista significativo,

puesto que los duelos no sólo deben realizarse por los objetos perdidos, sino también por

aspectos del yo, representados por funciones yoicas, corporales, o cambios en la imagen

corporal; 2. De la misma manera, tal como lo enseña Freud el Complejo de Edipo se hunde y va

al fundamento, el tratamiento de ancianos demuestra que en realidad nos acompaña como un

submarino a lo largo de toda la vida. En el campo transferencial-contratransferencial se

redescubre la vigencia de los contenidos edípicos, que emergiendo de la atemporalidad, se

actualizan en la neurosis de transferencia. Esto constituye una de las mayores dificultades para el

analista. Suaya (2015) sitúa la vejez en la sociedad contemporánea, etapa de la vida traspasada

por múltiples significados asignados por el biocapitalismo (2014), que la estigmatizó con

denominaciones despectivas. Entre las dominantes encontramos aquellas que representan al

“viejo/a” como un “problema” “una carga insoportable” para las familias que, cada vez con

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mayor frecuencia, delegan su cuidado a instituciones especializadas, encontrándose muchas

veces el anciano/a en un estado de abandono y desamparo. Desde esta perspectiva afirmamos

que de todas las franjas etarias es sin duda la más desfavorecida, situación que se agrava al

considerarse la perspectiva de género. La sociedad actual valoriza la juventud y la fuerza de

trabajo socialmente productiva y a pesar de los avances insoslayables en este terreno, todavía

sigue organizándose bajo una perspectiva patriarcal. Por su parte, Castellano (2014) añade la

importancia del papel del apoyo social en las personas mayores. La interacción positiva

encontrada entre el apoyo social percibido, el estado emocional adaptativo y las actitudes

positivas hacia la vejez y el envejecimiento. Lo anterior supone un protector potente para

conservar un adecuado bienestar emocional y psicológico.

Para Lolas Stepke. (2001), la vejez es etapa biográfica, evidenciada por ciertos atributos

exteriores. De acuerdo al reloj social de cada comunidad tiene asignados deberes y derechos.

Toda norma de comportamiento carece de sentido si no hay libertad para aceptarla o rechazarla.

Así se puede ejercer el diálogo, que constituye la vida social; cuando se pierde, resiente la propia

identidad como agente moral o como persona autónoma. Iacub & Arias (2010) realizan un

análisis acerca del empoderamiento en la vejez, incluyendo diversos aspectos con los que se

relaciona y que lo condicionan ya sea negativa o positivamente en esta etapa de la vida. Se

reflexiona en torno a los modos en los que los usos del poder, las representaciones negativas

acerca de la vejez y los modelos que se proponen acerca de ella, inciden en la construcción social

de la identidad y en el desempoderamiento durante esta etapa de la vida. En este sentido, los

estereotipos negativos recaen sobre los adultos mayores, limitándolos y condicionándolos en su

modo de ser y de comportarse. Las personas de edad asumen en muchos casos el lugar

desvalorizado y marginal que socialmente se les asigna, ya que es lo esperado y considerado

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normal para la vejez. Fernández (2004) aborda los potenciales beneficios de los tratamientos

psicoanalíticos con personas en proceso de envejecimiento, los ideales y el redimensionamiento

de las aspiraciones ante lo que no se ha podido realizar, poniendo especial acento en la situación

de duelo narcisista por la disminución de funciones corporales así como por el menoscabo y la

pérdida de la imagen del cuerpo de la juventud que sobreviene.

¿Cómo incide la enfermedad orgánica en el lazo social de los sujetos en la vejez? Es la

pregunta planteada desde las cuestiones anteriormente descritas y para responder a ella implica:

Identificar los componentes del lazo social mayormente afectados por la condición de

enfermedad orgánica del sujeto en la vejez y aquellos que afectan mayormente la condición de

enfermedad orgánica del sujeto en la vejez; pero también explorar los elementos que se han

vinculado con la representación simbólica del cuerpo en el sujeto en la vejez.

REFERENTES CONCEPTUALES

El Lazo Social:

El asunto del lazo social ha sido constantemente interrogado y manejado desde las ciencias

sociales, en virtud de que el mismo sugiere no solamente una forma de entender la distribución

política de poderes, las costumbres y tradiciones de las culturas, las dinámicas históricas de los

pueblos, sino también el asunto que en particular interesa a la psicología y es el de la manera

como un sujeto configura su subjetividad. En particular Lacan explica el lazo social entre los

individuos, a partir de aquello que circula entre ellos, de aquello que se intercambia; al respecto,

señala Lacan, circulan objetos, cuerpos y palabras, ordenados a partir de lo que constituye el

estatuto de la palabra en relación al lenguaje, el cual da su estructura, es decir su ordenamiento al

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lazo social “Los nexos entre los humanos, con sus cuerpos y sus palabras, son ordenados por el

lenguaje” (Soler, 2000, p. 137)

En particular Lacan explica el lazo social entre los individuos, a partir de aquello que circula

entre ellos, de aquello que se intercambia; al respecto, señala Lacan, circulan objetos, cuerpos y

palabras, ordenados a partir de lo que constituye el estatuto de la palabra en relación al lenguaje,

el cual da su estructura, es decir su ordenamiento al lazo social “Los nexos entre los humanos,

con sus cuerpos y sus palabras, son ordenados por el lenguaje” (Soler, 2000, p. 137). Desde esa

perspectiva, se ha venido interrogando entonces la cuestión del lazo social y a la

conceptualización anterior, autores como Tomas Hobbes, Beatriz Taber y Hernán Fair han

centrado buena parte de su producción bibliográfica uniendo el asunto del lazo social con otros

conceptos tales como el miedo, el síntoma; lo colectivo; la competencia y la tranquilidad.

Respeto a la configuración de subjetividad, esta se plantea como una estructura en

permanente cambio. Es por ello que se necesita mirar como un sistema abierto, singular en cada

sujeto y dispuesto a ser modificado respecto a las diferentes relaciones que establece el sujeto en

sus diferentes campos, de ahí su naturaleza social, por eso la oposición de individual y social en

la subjetividad no tiene cabida, no hay que olvidar las palabras de Freud cuando nos dice:

"La oposición entre psicología individual y psicología social o de las masas, que a primera

vista quizá nos parezca muy sustancial, pierde buena parte de su nitidez si se la considera más a

fondo. En la vida anímica del individuo, el otro cuenta, con total regularidad, como modelo,

como objeto, como auxiliar y como enemigo, y por eso desde el comienzo mismo la psicología

individual es simultáneamente psicología social en este sentido más lato, pero enteramente

legítimo" (Freud, S., 1921, pág. 67)

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En el horizonte de toda experiencia humana, el otro social, cultural, siempre está presente, por

ello es posible afirmar entonces que la subjetividad se constituye en una dimensión interaccional

simbólica, aunque –no obstante- se trate también de una producción social y cultural que precede

al nacimiento del sujeto. Así, La subjetividad es al mismo tiempo singular y emergente de las

tramas vinculares que la trascienden y el sujeto entonces, como dice Enrique Pichón Rivière

resulta:

“emergente de un sistema vincular, a partir del interjuego entre necesidad y satisfacción. (…)

entre causas internas y externas que operan en la constitución del sujeto en términos de dialéctica

entre el sujeto y la trama vincular en que las necesidades cumplen su destino vincular

gratificándose o frustrándose. Esta contradicción entre necesidad y satisfacción se da en el

interior del sujeto, sin embargo en tanto y cuanto las fuentes de gratificación se encuentran en el

exterior, el sujeto se relacionará con él, irá en su búsqueda…. (Spinatelli, 2007, pág. 8.)

Así entonces, las necesidades del sujeto buscan su satisfacción social en relaciones que lo

determinan.

Sobre este último aspecto cabe mencionar que Freud comenta que el malestar en la cultura es

causado por la participación de los requerimientos sociales, y que estos tienen una participación

directa en la causación de la neurosis. Por otra parte, Freud sostiene que el aumento de las

afecciones nerviosas es un producto de las exigencias culturales. Es un hecho, pues, que desde

esta perspectiva, la cual tiene en cuenta lo vincular, se remarca el carácter fundante de ese Otro

social en la constitución del psiquismo.

En el psicoanálisis el lazo social se define en términos de discurso, en tanto este discurso es el

regulador del goce en todo lazo social donde está inscrito el sujeto.

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Ahora bien, desde un discurso en mayor conexión con la sociología, se puede señalar, por

ejemplo que la cuestión del lazo social desde la postura de Lyotard, es como un juego del

lenguaje, en donde el sujeto no posee una condición estática y está en constante comunicación –

a través del discurso- con los otros. En donde este juego los individuos están en constante

variación de posiciones, tales como la posición de interrogante, que sitúa inmediatamente a aquel

que la plantea, aquel a quien se dirige, y al referente que interroga; esta cuestión ya es, pues, el

lazo social (Lyotard, 1997, p 17)

En adelante nos referiremos entonces al lazo social para dar cuenta de esa compleja trama

vincular entre el sujeto y su entorno, siendo ésta una relación interincidente en donde lo social

involucra al sujeto, pero en donde también es a partir del proceso de interacción con la misma

que el sujeto construye las identificaciones, se desenvuelve y responde. Mediante el lazo social

el sujeto y la cultura se relacionan, pero es al mismo tiempo el sujeto y la cultura quienes dan

forma al lazo social, el lazo social incide en la construcción de identificaciones del sujeto acordes

a su cultura, que permiten que el sujeto sea reconocido como tal, pero a su vez el sujeto y la

cultura operan modificaciones en el lazo social. En el caso que nos ocupa, ha de decirse que

entonces se sostiene que el lazo social es modificado por las condiciones subjetivas asociadas a

la salud y el grupo etáreo de los sujetos, pero también que las modificaciones del lazo social

afectan la salud y las condiciones de malestar o bienestar del sujeto, asociadas a su edad o

condición vital.

Vejez:

La vejez resulta un término tan complejo de conceptualizar, como dificultoso para asumir por

parte de los sujetos que se encuentran en este periodo de sus vidas. Se trata de un término que

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debe ser dimensionado desde coordenadas sociales, culturales, individuales, grupales, históricas,

médicas, biológicas, familiares y evolutivas; pero también debe cruzarse con aristas del orden de

lo puramente subjetivo desde donde debe tenerse en cuenta un grupo de asuntos tales como:

necesidades sentidas, satisfactores posibles, afectividad construida, reconocimiento y manejo de

sus propios recursos subjetivos, condiciones de compañía-soledad, etc.

Como periodo del proceso vital humano, el de la vejez en el mundo actual, resulta dificultoso

de asumir e incluso llega a ser negado, supuesto como una etapa lejana, extraña, algo que está a

la distancia de todos los sujetos que la piensan. Es común que cuando se llega a la vejez se

mencione que mientras alguien se sienta joven lo es, afirmación ésta que pese a su falsedad,

parece aportar a los sujetos algo de tranquilidad en tanto permite que el proceso de negación se

sostenga un poco más; por lo menos hasta que no llegue el otro a generar directa o

indirectamente alguna confrontación al respecto.

Así, la vejez se observa con mayor visibilidad en el otro; pues si la adaptación al nuevo estado

de equilibrio biológico se opera sin tropiezos, el sujeto que envejece no lo percibe, no se percata

de ello. El acoplamiento, los hábitos, permiten camuflar durante mucho tiempo las deficiencias

sicomotrices; y aunque el cuerpo envíe señales a través del síntoma, éstas son muy ambiguas y se

puede caer en la tentación de confundirlas con una enfermedad.

Monchietti, Roel y Sánchez (2000) estudiaron representaciones de la vejez propia y ajena, en

mujeres y hombres jóvenes y viejos. Hallaron relaciones entre vejez y estado de ánimo

displacentero (“ser viejo es sentirse viejo”), independientemente de la edad cronológica; los

criterios predominantes fueron cambios corporales limitantes y enfermedades. Como corolario

de su investigación plantean que desde lo social, la vejez se ha considerado, como deterioro del

curso vital y no como parte de este. Señalan, además, el impacto del paradigma biomédico, “en

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la medida en que la medicalización de la vejez produce grandes dividendos a aquellos sectores

relacionados con el negocio farmacológico” (p. 534). Este tipo de prototipos incurren en las

conceptualizaciones y creencias que asocian vejez con enfermedad.

La actitud del viejo está relacionada con el concepto que se tenga de vejez, para algunos

puede considerarse un insulto toda alusión a la edad; otros pueden incluso declararse

prematuramente viejos en tanto les resulta menos agobiante abandonarse a la vejez que negarla

y otros, sin aceptar con benévolo la vejez, la prefieren a enfermedades que la asustan y les exige

tomar ciertas medidas. En este sentido Gergen y Gergen (2000) mencionan tres tipos de

imágenes significativas relacionadas con el envejecimiento y la vejez: (1) la eterna juventud

(idealización de la juventud como contraparte del temor a la vejez o gerontofobia); (2) el

empoderamiento (como posibilidad de controlar la propia vida, productividad –en su más amplio

sentido-, sabiduría –en términos de experiencia vivida y asimilada-, testimonio histórico e

influencia en la restauración de la sociedad civil); y (3) la expresión sibarita, modelo que

enfatizaría el goce y los placeres, cuestionando el trabajo como valor social preponderante.

En la vejez lo que más amenaza al sujeto no es la proximidad que realiza con la muerte –

siendo un proceso natural de la vida de todo ser humano- sino la perdida de lo orgánico, la falta

de vitalidad, la pérdida de memoria y la enfermedad como originaria de dependencia hacia otro.

Si el Yo se estable por el reconocimiento del otro, cabe entonces preguntarse qué sucede

cuando ese reconocimiento no está, cuando el cuerpo deja de convertirse en objeto de deseo. Los

límites del mapa que el deseo del otro diseña en el cuerpo de un sujeto se van borrando, dejando

al anciano con un cuerpo sin contornos precisos, y desencadenando la hipercatexización de los

órganos internos. La preocupación centrada en un órgano enfermo evita la angustia delante de

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todo un cuerpo decaído, y aunque la enfermedad represente un ataque narcísistico a los ideales

de omnipotencia y perfección, coloca al sujeto en otro papel, que será el de ser un “viejo

enfermo”. Consiguiendo de esta manera un beneficio secundario, el de ser tocado, cuidado,

motivo de preocupación.

Émile Durkheim sociólogo y antropólogo define que la organización social determina las

funciones que se les atribuyen a los actores sociales1; siendo el funcionalismo quien define una

sociedad organizada en base a la productividad. En este contexto surge el concepto de

“jubilación” para denominar a quienes dejan de ser “productivos” y “eficaz” para la sociedad.

Desde esta perspectiva los adultos mayores son denominados una carga social y familiar. Esto

convierte los ancianatos en un universo marginal, en el lugar de retiro donde se aísla al anciano

de la sociedad. De igual modo, el sociólogo Erving Goffman (1970) define a los ancianatos de la

tercera edad como “Institución Total”, es decir, espacios sociales cerrados, donde las reglas

minuciosas que se ponen en práctica limitan la autonomía individual, la intimidad y la libertad de

los internos. Las normas y reglamentos rígidos que normalmente se aplican en estas instituciones

corresponden a una visión del anciano como ser desprotegido y con carencias inherentes a su

vejez. Basándose en estas teorías, Lucas Graeff (2008), realizo un estudio antropológico sobre el

asilo Padre Cacique en Porto Alegre-RS, donde advierte que los residentes dependientes que

asumen su condición de persona disminuida normalmente generan una subcultura que “mortifica

al yo” debido a su incapacidad para adaptarse al ambiente extrarresidencial.

Desde la perspectiva del desarrollo mencionada por Erikson (2000), se indica la existencia de

una serie de estadios donde se fomenta y tramitan ciertos desafíos, los cuales desencadenarán

1
IMSERSO: Personas mayores y residencia. Un modelo prospectivo para evaluar las
residencias. Tomo I. Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, Instituto de Migraciones y
Servicios Sociales Página 84 Página

18
sintonía o distonía, en un equilibrio siempre dinámico. Siendo estos los generadores de juegos,

deseos y temores, seguridades e inseguridades, necesidades y carencias. Con todo y lo anterior,

se piensan elaboraciones positivas en la mediana edad y la vejez, que conducen a la

generatividad e integridad, o negativas que conducen al estancamiento y la desesperación. Cada

una de estas elaboraciones se articula con otras anteriores, resignificándose y actualizándose en

diversos momentos vitales.

El desafío específico de la vejez es la integridad vs. la desesperanza o desesperación, donde la

integridad es definida como un sentimiento de coherencia y totalidad que corre el riesgo de

fragmentación cuando aparecen pérdidas de vínculos en tres procesos organizativos: el soma, la

psique y el ethos. Esto hace alusión a las dificultades a nivel físico, psicológico y social que

pueden afectar al sujeto en su etapa de vejez. La idea de organización psíquica, concerniente a la

construcción vincular en dichas esferas; proporcionando que el sujeto logre un sentido de

unificación que se confronta con la desesperación o desesperanza, la cual es considerada como

un proceso de desintegración en donde el sujeto no encuentra lazos que lo articulen y le brinden

seguridad.

El envejecimiento se va instalando en nuestras vidas de maneras casi imperceptibles dejando

marcas progresivas que en algún momento se nos hacen visibles (muchas veces en circunstancias

como la crisis de la mitad de la vida, el alejamiento de los hijos, el retiro del trabajo, la muerte de

pares, etc.). Y entonces... ¿las negamos? ¿las desmentimos? ¿Es posible un proceso de

elaboración del envejecimiento? ¿Es éste un proceso que como el duelo normal no se lo asiste

más que acompañándolo? ¿Qué es lo que se puede elaborar? ¿La pérdida de la vida? ¿La muerte

propia? ¿La muerte de qué? (Fernández Ferman, 2004, pág. 170)

19
Se puede decir entonces que en el sujeto hoy denominado como de la tercera edad,

encontramos verdaderos y penosos compromisos de tipo narcisista y una fuerte y constante

relación con el duelo, que no se supedita ya solamente a los objetos perdidos (que van

aumentando en la medida en que el sujeto avanza en sus ciclos vitales) sino también en tanto los

duelos no sólo deben realizarse por los objetos perdidos; sino que también se generan duelos por

las pérdidas que acaecen en el propio “yo”, que van desde las identificaciones antes construidas y

por mucho tiempo sostenidas, pero atraviesan también las condiciones y la imagen corporal.

Fernández (2004), considera que los acontecimientos sobre los cuales un adulto mayor debe

afrontar sus más grandes pérdidas, se pueden dividir en tres áreas: 1. el cuerpo, 2. la psique y 3.

Lo social. Explicando que se trata de pérdidas especificadas como sigue:

1. Cambios que acontecen en el propio cuerpo (disminución de capacidades, deterioro,

enfermedades crónicas, etc.). 2. en el ámbito psíquico (enlentecimiento para adquisiciones

intelectuales y nuevas destrezas -en una época de cambios vertiginosos-, cambios de la

estructura cotidiana del tiempo y las actividades, cambios en la afectividad, repercusiones de la

muerte de un familiar próximo o de un amigo, repercusiones psíquicas de una enfermedad

crónica, de dificultades económicas, etc.). 3. en el área social (pérdida de vínculos, referentes

laborales, problemas interpersonales, etc.). (Fernández Ferman, 2004, pág. 170)

Cuerpo:

Desde el corpus teórico del psicoanálisis, el cuerpo no es algo con lo que se nace, sino que

éste se construye secundariamente, con lo que se nace es con un organismo biológico, el cuerpo,

en cambio, se va adquiriendo, por ello se dice “tengo un cuerpo”, esto es, el cuerpo que se

construyó, junto con el yo, en la etapa narcisista, como objetos en los cuales se conjuga la libido.

20
Para el psicoanálisis, el lugar del cuerpo connota una significación particular: se afirma que el

infante nace con un organismo, pero que ha de hacerse a un cuerpo a través de los referentes

identificatorios de sus pares y al mismo tiempo a través de la inscripción del lenguaje en la carne,

es decir, en ese momento inaugural en el que se introduce la falta vía el significante y se acepta

la ley de la castración. (Villa, D & Montañez, M., 2010, pág. 55)

Ahora bien, también el psicoanálisis de orientación lacaniana distingue tres dimensiones del

cuerpo: imaginario, simbólico y real. La dimensión imaginaria permite mantener la ilusión de un

cuerpo unificado; la dimensión simbólica, que va más allá de la anatomía, se refiere a un cuerpo

investido libidinalmente y atravesado por la palabra; y la dimensión real en tanto un conjunto de

órganos. Lo anterior, mencionado por Marie Jean Sauret en su texto Lo real, lo simbólico y lo

imaginario donde refiere:

“Un órgano pasa al significante cuando él está muerto. Verificar dónde está mortificación se

inscribe en el cuerpo es una de las tareas de la cura analítica. ¿Cómo animar este cuerpo? Para

animarlo existe este órgano suplementario que es la pulsión. El significante es algo material.

Esto es algo que se puede observar en la eficacia simbólica, donde se ven las consecuencias del

poder del significante, como por ejemplo en los medicamentos placebos. En la sugestión que

produce el medicamento placebo se observa el materialismo del significante. Freud descubre

que hay sujetos no sugestionables, que el sujeto se resiste al saber. La historia del fracaso del

significante para tratar el sujeto es la historia del psicoanálisis. Pero el poder terapéutico del

significante que invade todo el campo de la salud es algo que se sigue provocando. Pero por

ejemplo en las enfermedades psicosomáticas el sujeto está ahí en el desarrollo de la enfermedad

y está también ahí donde el medicamento no opera. El goce es intratable, este es el problema. El

sujeto se sirve del síntoma y del fantasma para gozar. El psicoanálisis busca hacer responsable

21
al sujeto de dichos efectos. La operación analítica busca modificar la relación del sujeto al goce

porque es de esta relación que el sujeto sufre. El síntoma sigue apareciendo (pulsión de muerte).

Siempre hay algo más allá de la regulación significante que insiste, que empuja a lo peor”

(Sauret, 1995, pág. 6)

El psicoanálisis desde el comienzo ubica el inconsciente como teniendo efectos sobre el

cuerpo. Pero ¿De qué cuerpo se trata? Se destaca que lo que es eficaz para la determinación de la

conducta no es la materialidad del cuerpo sino la representación que de él se forma el individuo.

Toda sociedad construye estándares mediante los cuales se valora el reconocimiento, el prestigio

o la distinción de sus miembros, a partir de sus logros con respecto a los ideales de la época. En

la actualidad, muchos de esos estándares se inscriben en el cuerpo y sus formas, haciendo

énfasis en el cuerpo joven, que se convierte en un “modelo natural” sinónimo de salud y belleza.

Tal como lo indica Foucault, la sociedad maneja su sistema de verdad, su política general de la

exactitud, es decir, un régimen de creación de un discurso como algo verídico, incluyendo las

apelaciones peculiares que permiten diferenciar entre lo verdadero y lo falso.

Si aceptamos que la cultura funciona, desde el régimen de lo social, y según un mecanismo

más o menos idéntico, el cuerpo que se produce en una formación social no puede escindirse de

dicho régimen. El que reconozca su cuerpo y el de los otros, lo hará siempre desde el lugar que la

cultura le ha proporcionado, comenzando por el primer lazo que se tenga con el mundo desde la

familia, la escuela, ideología política, entre otros. El sujeto desde su singularidad se produce en y

por una estructura cultural y social que le precede. Por tanto, en relación con el cuerpo, hablamos

de una subjetividad que, desde una identificación con una “realidad”, se produce teniendo como

punto de partida aquellos modos dominantes de concebir el cuerpo. Parafraseando a Helí

Morales (2009) en la conferencia del seminario los trazos del masoquismo indica que El goce se

22
vive como una agitación que no tiene tranquilidad; mientras que el cuerpo habla de un lenguaje

silencioso, de una palabra que no ha podido salir.

Braunstein realiza una paráfrasis del seminario de Lacan, La lógica del fantasma (1967) y nos

menciona que:

…el goce no puede ser abordado sino a partir de su pérdida, es la erosión del goce producida

en el cuerpo por lo que viene desde el Otro y que deja en él sus marcas. El Otro no es ahora el de

ninguna subjetividad sino el de las cicatrices dejadas en la piel y en las mucosas, pedúnculos que

se enchufan en los orificios, ulceración y usura, escarificación y descaro, lastimadura y lástima,

penetración y castración (Braunstein, 1995:21).

Dicho todo esto, entonces cabe preguntarse qué sucede con esos sujetos de la edad adulta,

que ya no están en la juventud y por el contrario los signos de vejez se evidencian a través de su

cuerpo. Tal como lo menciona Lacub (2006) “el tiempo se hace cuerpo en la vejez y se presenta

como despiadado”.

La representación del cuerpo envejecido se anuda de manera estereotipada a la idea de

deterioro, que está marcada por un ideal imperante del cuerpo joven, activo y productivo. De

igual manera, se sustenta una concepción de “cuerpo medicalizado”, siendo el resultado de

discursos que corresponden a una postura socio – económica y cultural en donde todo cuerpo que

no responde al “ideal” es un cuerpo residual.

La concepción de deterioro en relación al envejecimiento es sometida a análisis por Freixas,

quien menciona que se hace un uso despectivo del lenguaje asociado al envejecer utilizando la

palabra deterioro, cuando en realidad el cuerpo del adulto mayor da cuenta de un cambio

programado genéticamente que indica la capacidad de desarrollo, los cambios y el ejercicio de

nuevas actividades. La expresión pérdida utilizada como “algo que se tenía y ya no se tiene”, en

23
lugar de emplear el concepto de evolución que muestra que “nos encontramos ante algo que se va

transformando”, que pertenece al calendario evolutivo, que es ciertamente inevitable pero no por

eso forzosamente negativo. Por su parte, el término enfermedad, confundiendo los cambios que

tienen lugar en nuestro cuerpo que se deben a la edad con un trastorno (Freixas, 1997).

La vejez se convierte en la traducción de lo que ya no “marcha bien” en el cuerpo (sus

órganos y funciones), en tanto representa para el sujeto que lo porta la condición de enfermedad

o disminución física. Esta realidad se convierte en el centro de la vida; sin embargo el anciano se

ha habituado, debido que no pelea con ello. Hablando de su enfermedad de una manera

desapegada, despectiva y separada de él; convirtiéndose en un dos en uno, por un lado él como

sujeto y en el otro su cuerpo, este último débil por la disminución de sus capacidades físicas y

mentales.

Enfermedad:

En la época actual los sistemas de salud se han convertido en el colapso de la sociedad;

básicamente esto va relacionado con la variedad de enfermedades que en el mundo

contemporáneo han ido surgiendo, una de las poblaciones que más asiste a estas instituciones son

las personas de la tercera edad, y no necesariamente a consultas de urgencias, sino más bien a los

controles mensuales que estos deben acudir, un ejemplo claro está el programa de adulto mayor.

Pero no nos perdamos en consideraciones, y retomemos el punto inicial en donde Gallo (2.002)

nos dice:

“La exigencia cultural de reprimir aquellos impulsos regularmente contrarios al vínculo

social, pero ajustados en el organismo animal a ritmos y condiciones naturales impuestos por un

24
saber ancestral, es lo que introduce las condiciones necesarias, aunque todavía no suficientes,

para que las enfermedades del cuerpo también se constituyan, sobre todo en nuestro tiempo, en

enfermedades del ser causadas por el lenguaje y al mismo tiempo susceptibles de ser curadas por

éste, como sucede en algunas enfermedades denominadas crónicas”.

Si bien la enfermedad está siempre rodando al sujeto, independiente sea algo leve como un

dolor de cabeza, o algo severo como cáncer de páncreas; y esto porque somos sujetos del

lenguaje, eso sí, cabe mencionar que este mismo lenguaje nos puede proporcionar la cura.

Wilson (citado por Fischbein, et al. 2002) refiere “la enfermedad somática es más soportable

que el dolor a nivel mental”. El cuerpo es visto como una instancia psíquica a través de lo

simbólico; partiendo de lo anterior, aquello que no es resuelto desde lo mental busca una vía de

escape, resolviéndose de esta forma en lo somático.

En el ejemplo anteriormente dado mencionábamos aquellas enfermedades leves tales como el

dolor de cabeza, gripe, laringitis; mientras que por un lado están las severas, tal es el caso del

cáncer, insuficiencia renal crónica, Diabetes - siendo la lista bastante extensa - estas últimas no

son llamadas de alto costo solo por el valor del tratamiento en las Instituciones de salud, sino por

el valor simbólico que el sujeto debe pagar, es decir, los cambios en el estilo de vida en cuanto a

su relación con el otro.

Es por ello que la enfermedad crónica es denominada por Shuman (1996) como:

Aquella en la que los síntomas de la persona se prolongan a largo plazo de manera que

perjudican su capacidad para seguir con actividades significativas y rutinas normales. Su

tratamiento médico suele tener una eficacia limitada, y contribuye a veces al malestar físico y

psicológico de las personas y sus familias. La enfermedad crónica hace impacto típicamente en

la percepción que la persona tiene de su cuerpo, su orientación en el tiempo y el espacio, su

25
capacidad para predecir el curso y los acontecimientos de la vida, su autoestima, y sus

sentimientos.

De esta manera, Zabala (2013) dice: “Enfermar es una de las experiencias más angustiantes

que experimenta el ser humano. La enfermedad representa limitación, produce ruptura de la

vida cotidiana y comporta cambios existenciales que generan sufrimiento, siendo la enfermedad

crónica la que ocasiona mayores trastornos”. En efecto, tanto el sujeto como su entorno

generan cambios, generando mayor afectación para el primero; pues es el sujeto que debe

padecer no solo la enfermedad sino sus consecuencias, tales como el cambio en las dinámicas

familiares, sociales y proyecto de vida.

Por lo anterior, es importante indicar que sin importar el tipo de enfermedad crónica, la

sensación del sujeto frente al diagnóstico genera abatimiento, desesperanza; siendo una respuesta

del psiquismo ante el desasosiego. Es importante recalcar que el papel de la subjetividad juega

un papel importante en la evolución de los padecimientos ocasionados en este tipo de

enfermedades.

Mencionar el componente subjetivo en la enfermedad es un trabajo complejo; al respecto

Gómez y Grau (2006) indican:

El sufrimiento ha sido definido como el complejo estado afectivo, cognitivo y negativo,

caracterizado por la sensación que experimenta la persona de encontrarse amenazada en su

integridad, por su sentimiento de impotencia para hacer frente a esta amenaza y por el

agotamiento de los recursos personales y psicosociales que le permitirían afrontarla (pp. 196-

197).

De esta manera, el sufrimiento que padece el sujeto da cuenta al significado de la experiencia

inquietante para su supervivencia, tomando así como lo que indica los autores citados

26
anteriormente en donde no solo es la enfermedad que lo causa, “… sino la percepción subjetiva

de amenaza de esta enfermedad, sus síntomas, complicaciones, reacciones aversivas a los

tratamientos, pronósticos inciertos, etc., en relación con la percepción de carencia o no de

recursos de afrontamientos para hacerle frente” (Gómez y Grau, 2016, p. 198).

Pero hay más, los sujetos que padecen una enfermedad crónica no solo debe padecer su

propio sufrimiento, sino la marca de su diagnóstico. Tal como lo indica Shuman (1996), “el

hecho de poner nombre a una enfermedad es tan poderoso, que es fácil adquirir el hábito de

mirar a las personas desde el punto de vista del mal designado” (p. 24). No es una casualidad el

hecho de que exista el programa de hipertensión, programa de protección renal, programa de

diabéticos, entre otros. Lo que conlleva a una carga psicológica, social, cultural y hasta

económica.

En definitiva la enfermedad, en particular las denominadas crónicas, son las que generan alto

grado de implicaciones a nivel familiar, laboral y social, lo cual conlleva a la realidad de que los

sujetos no se enferman solos, en este proceso intervienen otros actores asociados a los procesos

de enfermedad.

LA ENFERMEDAD ORGÁNICA Y SU INCIDENCIA EN EL LAZO SOCIAL DE LOS

SUJETOS EN LA VEJEZ

Anteriormente se había dicho que este planteamiento implicaba tres tareas específicas:

 Analizar los componentes del lazo social mayormente afectados por la condición de

enfermedad orgánica del sujeto en la vejez

27
 Identificar los componentes del lazo social que afectan mayormente la condición de

enfermedad orgánica del sujeto en la vejez

 Explorar los elementos conceptuales que se han vinculado con la representación

simbólica del cuerpo en el sujeto en la vejez.

A continuación se desarrollaran cada uno de estos aspectos:

Componentes del Lazo Social Afectados por la Condición de Enfermedad Orgánica del

Sujeto en la Vejez.

A partir de lo anteriormente expuesto es posible afirmar que los componentes de lazo social

mayormente afectados por la condición de enfermedad orgánica del sujeto en la vejez son:

 La identificación, en tanto forma como el sujeto se sitúa en su mundo:

Es importante mencionar el papel relevante de los procesos de industrialización, puesto a que

han conllevado a nuevas formas de relación del sujeto con la producción y consigo mismo y

también diversas formas de concepción del sujeto en virtud de su edad.

Según Moreno (2010) prevalece en la actualidad la tendencia a considerar que se trata de una

etapa caracterizada por la incompetencia y por ello se despliegan actitudes negativas y

estereotipadas, tanto hacia la vejez como hacia el proceso mismo de envejecimiento. Se resaltan

aspectos relacionados con la pérdida de habilidades y capacidades, con la soledad, el dolor y los

problemas de salud (psicológicos y físicos). Por ello, entonces:

La sociedad actual alaba los valores abanderados de juventud y modernidad, guiña a lo

productivo y novedoso y resalta el mantenimiento de una vitalidad ilusoria constante donde

28
prevalece el dinamismo, la actividad, la consistencia, el desenfreno, lo diligente como valores de

culto y seguimiento (Toledo, 2010, pág. 2)

Pero al convertir la vejez en un problema, la sociedad también se ha visto abocada a la

creación de nuevas leyes, normas y programas que abordan y den solución a los problemas que

plantea la vejez de su población, a tal punto que se convierte en una de las preocupaciones más

urgentes de los Estados actuales.

Los cambios en el estilo de vida conducen a una separación social del anciano, generando

sensación de supervivencia en un mundo que para él, es ajeno. Llegando a punto que considera

que su mundo se encuentra en el pasado ("En mi época...") porque el actual le pertenece a los

jóvenes. Logrando que se identifique con el imaginario social, en donde según los griegos el

envejecimiento está asociado a las máscaras, es decir, el viejo junto al deterioro del cuerpo va

perdiendo el alma; es por ello que existe una mayor probabilidad de que se generen síntomas o

rasgos sintomáticos relacionados con la actualmente denominada “depresión”

Encontrando que la respuesta subjetiva del anciano es la identificación con este lugar

marginal en donde el malestar interno se expresa por medio de la enfermedad. Es como si el

anciano ofrece su cuerpo en sacrificio por aquello que ha perdido valor, retornando a través de la

enfermedad entrelazarse con los demás, estar desesperadamente vivo, la demanda de ser

observado, tocado y aún más escuchado por su dolor.

Es por ello que el anciano se percibe inútil, incapaz, deteriorado, frente a las exigencias de lo

exterior. Laforest (1991) define tres crisis asociadas al envejecimiento:

 La crisis de identidad, en donde se experimenta un conjunto de pérdidas que pueden

deteriorar la propia autoestima.

29
 La crisis de autonomía, dada por el deterioro del organismo y de las posibilidades de

desenvolverse en las actividades de la vida diaria.

 La crisis de pertenencia, se da frente a la pérdida de roles en los grupos a los que la vida

profesional, las capacidades físicas, entre otros. afectan en la vida social.

Al anciano se le exige utilizar nuevas estrategias de conexión con el mundo exterior, lo cual

no es fácil de soportar, aunque desee continuar ligado a dicho mundo. Paradójicamente, la

enfermedad puede llegar como aquello que le permite hacer dicha conexión, en tanto lo vincula

con el sistema de salud, con grupos de enfermos en sus mismas condiciones e incluso con la

queja sobre su propio cuerpo como una oportunidad para tener algo particular qué decir sobre sí

mismo, sin que ello necesariamente pueda ser refutado por los demás.

 La cohesión social:

A partir de la tercera edad observamos cómo se genera el proceso de incremento de la

interioridad, proceso por el cual la vida se volca hacia los recuerdos, la rememoración, la

reconstrucción o historicidad de la vida. En donde el envejecimiento se instala en el sujeto de

manera imperceptible dejando huellas progresivas que se hacen visibles en circunstancias tales

como el alejamiento de los hijos, la muerte de los pares, el desinterés en actividades que

generaban satisfacción, y en caso particulares la abulia a la ejecución de nuevas actividades.

A través de mi práctica con los adultos mayores he logrado observar que en su mayoría los

que consultan son sujetos que asisten por los miedos de las consecuencias de la vejez más que

por la vejez, es decir, sobre su imagen física, la sexualidad, la perdida de lugares sociales, miedo

a la soledad, el nido vacío, la depresión como resultado a la renuncia a sus ideales, entre otros.

Que las situaciones de pacientes desorientados por el proceso de crisis de estar viejos.

30
En consulta, P me refiere “…cuando yo estaba joven, me gustaba mucho bailar…”A lo que le

digo “cuando eras joven, y es que acaso ¿ya no te gusta bailar?”, respondiendo –con una

sonrisa en su rostro- “si, pero ya estoy viejo”. Podríamos enunciar aquí una renuncia a algo

placentero, existiendo así la pérdida.

En consonancia con lo anterior, cuando no se logra asumir concordancia inevitable entre el

cuerpo que envejece y la sensación del cuerpo que no ha cambiado, no se logra admitir las reales

imposibilidades que el cuerpo asume, conllevándolo así a un riesgo físico y/o psíquico (Zarebski,

2002).

El adulto mayor se construye en relación con su realidad; tal como lo indica Piera Aulagnier

(1986) a la forma en que el sujeto escucha, distorsiona o permanece sordo al discurso del

conjunto. Es decir, a la posición del sujeto, al igual que contribuye a la producción del

imaginario social de su época.

 Incidencia de nuevos significante:

Es significativa la importancia de la representación que el adulto mayor tiene sobre sí a partir

de la percepción de su cuerpo; convirtiéndose en el escenario adecuado que acede por medio de

su observación y conocimiento pensar la tarea elaborativa del adulto mayor.

La percepción de este cuerpo le reclama al “viejo” enfrentarse a la “conciencia de finitud”.

En la juventud, el anciano representa la muerte como algo abstracto que no guarda relación ni

incurre en la cotidianidad de vivir. En cambio, al envejecer a partir de la percepción y del

encuentro con su imagen -cuerpo envejecido- la representación de la muerte deja de ser

abstracta, pasando a ocupar una posición central que involucra a las actividades cotidianas. De

31
lo anterior, el cuerpo tanto desde su nivel periférico (arrugas, canas) como cenestésico (fuerza y

resistencia), requiere del aparato psíquico un trabajo en tanto enfrenta al sujeto a la muerte a

partir de un cuerpo como real insoslayable. Singer (2007).

Encontrándonos con discursos tales como “… igual yo ya estoy viejo, así que en cualquier

momento me voy a morir…” o “… igual yo ya estoy viejo…”, este último refiriéndose

exactamente a la imposibilidad de plantearse nuevos objetivos de vida, puesto que su futuro es

incierto (casi inexistente) y el presente se convierte en los segundos que la vida les está

“regalando”.

Es posible entonces pensarse que el adulto mayor se enfrenta a un yo modificado en su

concepto de si, conllevándolo a afrontar una tarea psíquica de re-conocimiento y re- elaboración,

a partir de lo que ha sido y es en la actualidad.

Lo anterior, se asimila a lo planteado por Freud (1915) en el texto “La transitoriedad”, en

donde realiza la diferenciación de la posibilidad de un trabajot de duelo tanto a la percepción del

pasar del tiempo en el cuerpo, y la “revuelta anímica contra el duelo” que podría dar lugar a la

negación del adulto mayor de la percepción de sí que genera dolor.

Si bien, el adulto mayor se relaciona consigo mismo y con el otro, no solo desde su pasado- lo

que fue- sino desde su presente – día a día- puesto que el futuro no se piensa, pues además de ser

incierto, está la muerte representada a través de las enfermedades, aislamiento social, entre otros.

Presente para él, indicándole que en cualquier momento dejará de existir en cuanto cuerpo.

32
Componentes del Lazo Social que Afectan Mayormente la Condición de Enfermedad

Orgánica del Sujeto en la Vejez

 Representación social juventud vs. Vejez:

En todas sociedades, la edad aparece como uno de los fundamentos categorizadores, que

según Bourdieu (1978), “… vienen a ser formas de imponer límites, de producir un orden en el

cual cada quien debe mantenerse y ocupar un lugar” (pág.163). Es por ello que se puede

comenzar a reflexionar en las categorías de las etapas del ciclo vital (infancia, juventud y vejez),

como jerarquías sociales entrelazadas a los ritos de los lugares que cada quien debe ocupar.

De lo anterior, Alba (1992) indica que la edad social depende de la unificación de diferentes

factores: la longevidad en el momento y lugar dados, el rol que la sociedad atribuye a los sujetos

que considera jóvenes o maduras, y a las que designa como viejas.

En la juventud podemos observar que diferencia de las otras etapas del ciclo vital, y

puntualmente a la vejez, aparece como un valor simbólico relacionado atributos apreciados, en

especial a la estética dominante –cuerpo saludable- sosteniendo que el estándar de belleza es ser

joven porque es un cuerpo con energía, fuerza y vitalidad. De la misma forma, que el mundo

actual se crea para ellos, recibiendo las exigencias de la sociedad en cuanto un saber que

favorezca en la producción del mismo; existiendo de esta manera un espacio de posibilidades

abiertas a los sectores sociales, pero aun así existe una limitación frente a los determinados

periodos históricos.

Por el contrario, en la vejez tal como refiere Minois (1987) en su libro “Historia de la Vejez,

de la Antigüedad al renacimiento” indicando que la vejez es un término que al ser escuchado

33
hace estremecer, puesto que es una palabra cargada de angustia, inquietud y fragilidad; siendo un

término impreciso, sin sentido y que en la actualidad es una realidad difícil de delimitar.

De la vejez no se habla, por el contrario se rechaza y aún más, nos negamos a reconocer el

viejo que seremos; este proceso de negación nos conlleva a confirmar a lo mencionado por

Ferman (2007) “... la vejez es una de las realidades de la que conservamos más tiempo una

noción puramente abstracta”. Cabe indicar, que nadie se convierte viejo en un instante, y como

afirma Simone de Beauvoir (1970) “...ante la imagen que los viejos nos proponen de nuestro

futuro, somos incrédulos; una voz interior en nosotros nos murmura absurdamente que no nos

ocurrirá...la vejez es algo que solo concierne a los demás”. Es por ello que la vejez es un

rechazo tanto para los que aún no han llegado como para aquellos que se encuentran en ella;

siendo para estos últimos mal vivida, pues es despreciada, devaluada y considerada como un mal

incurable anunciador de la muerte.

Si bien, al mencionar las categorías sociales, la juventud y la vejez remiten a una historia, a

un momento en donde la cohorte se integra a la sociedad, inscribiendo las normas culturales

vigentes en una sociedad asignada. De esta manera, ser parte de una generación incluye haber

nacido y crecido en un momento histórico, y por ende político.

Los jóvenes envejecerán, y es aquí donde encontramos la relación entre la juventud y la vejez.

El joven disfruta de su vitalidad haciendo negación aquello llamando vejez, viviendo el día a día,

sin pensar que este mismo lo conlleva a la vejez y a la enfermedad; pero a pesar de esa sensación

de lejanía, la vejez lo escudriña desde su “facticidad”, que no es otra cosa que el paso del tiempo

y el registro de la temporalidad.

34
 Nuevas exclusiones del mundo contemporáneo:

El sujeto en que pertenece a la tercera edad se encuentra abocado a cambios bruscos en su

entorno laboral, social y familiar, al igual que se sus hábitos y costumbres. Es la época de la

jubilación, del nido vacío, de constatar la cercanía de la muerte a partir del duelo por la pérdida

de los que fueron sus pares, colegas o amigos, de la viudez, de la pérdida de la movilidad ágil y

rápida de otros tiempos, la visión, la audición, etc.

Todo ello, en la sociedad del consumo, la producción en serie y la tecnología, hacen del sujeto

adulto mayor un sujeto excluido. Podríamos mencionar que producto de esto se genera la muerte

social, es decir, la muerte simbólica del sujeto que se encuentra en la vejez y de la cual es

producto la sociedad actual. Esto se observa claramente en el mercado laboral. Es curioso que al

enfrentarse al mercado laboral, incluso los sujetos después de los 40 años son considerados

viejos y no a los 60 o 65 años cuando se establece la institución social de la jubilación,

generando no solo crisis en la empleabilidad sino la capacidad de producción.

En la época actual al viejo no se le exige, a diferencia del joven que se convierte en un ser

marcado por la exigencias del mundo social, pues este último debe producir, crear, planificar y

responder ante las crisis que se generen en el mundo contemporáneo; siendo lo que al final le da

un reconocimiento, una postura y un empoderamiento ante la cultura, atribuyendo así a la

verificación de su existencia. Tal como lo indica Gutierrez (2006) los sujetos subsisten y se

clasifican en unidades de alojarse en el mundo que el calendario coloca a su disposición. Tales

unidades, la edad, son conllevadas por el sujeto y constituyen uno de los tres componentes que

conforman el centro más estrecho de la identidad, los otros son el sexo y el nombre.

Es por ello que en la cultura, y en el interior de las dinámicas sociales, se deja a los ancianos-

sujetos de la tercera edad- sin rol ni participación social activa, y por ende excluidos de la

35
actividad y esfera pública. Encontrando de esta manera, que el único rol que sigue

desempeñando son aquellos concernientes a nivel familiar – siguen siendo padres, esposos,

hermanos, tíos, abuelos y hasta bisabuelos- . A este nivel, las problemáticas se presentan en que

el estatus como sujeto social ha ido desapareciendo.

Representación Simbólica del Cuerpo en el Sujeto en la Vejez.

Como ya se ha dicho anteriormente, el término vejez apunta generalmente a la angustiante

degeneración del cuerpo. El proceso de envejecimiento, a lo largo del tiempo, requiere de un

complejo trabajo psíquico de elaboración, justificado en re-significaciones a nivel de lo

subjetivo. El cuerpo en sí mismo, es un lugar de alistamiento de lo inconsciente y es una

representación simbólica que el sujeto debe construir, también simbólicamente a través de su

historia, y siendo pulsional estará continuamente abierto a las re-significaciones. Por

consiguiente, la mirada del otro le devuelve al anciano una representación corporal, en donde

debe transformar la representación de su cuerpo joven por el proceso de un duelo que debe

elaborar.

Lo anterior, me remite a Lisa una paciente que refiere en consulta “… la verdad me siento

cansada, ya no puedo andar en otro lugar que no sea este- se refiere a la IPS- porque todos me

quedan viendo como diciendo vean a la pobre viejita que no puede caminar y debe andar con su

bastón- se queda en silencio y baja la mirada-…por eso ya ni salgo”.

Es por ello que a través de la relación con los otros, en la mirada del otro, en las vivencias con

los otros, y partir del trabajo corporal, se puede reflexionar sobre la concepción del cuerpo con

los adultos mayores, propiciando de esta manera un proceso de reconocimiento.

36
No cabe duda de que al llegar a la vejez el cuerpo “habla” a través de lo físico, puesto que

envejecer es un proceso de reajustes y cambios que incluyen el cuerpo. Encontrando así que lo

que impide aceptar y afrontar el envejecimiento, es lo opuesto frente a lo que el anciano siente

que puede y lo que puede en realidad. Existiendo un deseo inconsciente, atemporal de que él, no

envejece, mientras por el otro hay un cuerpo que lo hace. Es por ello que al no soportar esa

discordancia, intenta de ir más allá de que su cuerpo puede exponiéndose así a situaciones de

riesgo físico y/o psíquico. Podemos entonces imaginar que un viejo “normal” no es el que esta

necesariamente “sano”, sino más bien un viejo “normal” es aquel que está en condiciones de

responsabilizarse de su salud y de su enfermedad. De igual manera, podemos decir que en

algunos casos aun en ausencia de enfermedad pueden posicionarse patológicamente frente al

envejecimiento. Un viejo “normal” es aquel que se adapta a la disminución de su rendimiento

físico, tomando control de cómo está su cuerpo en la actualidad.

Llegar a la vejez implica una constante confrontación con los cambios que se generan en el

esquema corporal y su imagen, conllevándolo a una tarea psíquica de re-conocimiento y re-

elaboración, en aquel cuerpo conocido, ya perdido; y el cuerpo actual de la vejez, desconocido,

pero actual.

37
CONCLUSIONES

 Respecto a los componentes del lazo social afectados por la condición de enfermedad

orgánica del sujeto en la vejez, se han determinado que los más recurrentes son: la identificación,

en tanto forma como sujeto se sitúa en su mundo; la cohesión social, que se modifica tanto por

las condiciones propias del sujeto de la tercera edad (enfermedades, cambios en la visión y la

audición, motricidad lenta, condiciones de memoria disminuida, valores, hábitos y costumbres

que para ellos son tradición, etc.), como por los cambios que se generan en el entorno

(estructuras y dinámicas familiares, grupos sociales, cambio de escenarios vitales, etc.) y la

incidencia de nuevos significados otorgados a la vejez, en tanto se ha resignificado también la

juventud, como grupo etáreo al que todos desean pertenecer (la juventud como valor social

preponderante, la vejez asociada a la muerte y la enfermedad, la salud integral como un ideal de

bienestar lograble, la relación del mundo con los nuevos saberes que hacen que los que tienen los

adultos mayores resulten obsoletos y no sean entonces reconocidos como antaño,etc). En este

conjunto de situaciones, la enfermedad orgánica del sujeto en la vejez termina por configurar en

su subjetividad nuevos significantes que suelen lastimarlo, identificándolo con sus condiciones

de “deterioro”, soledad, abandono y obsolescencia. Se puede decir entonces que la fragilización

subjetiva del sujeto se ve altamente afectada, su amor narcisístico corre el riesgo de diluirse por

la carga de otros significantes que aparecen para ser ligados a su condición como sujeto y sus

posibilidades de interacción con los demás y con su propio cuerpo suele tener mayor dificultad.

Así, los componentes del lazo social afectados por la condición de enfermedad orgánica del

sujeto en la vejez, terminan también, en una suerte de reciprocidad, por afectar dicha

enfermedad.

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 La industrialización, las nuevas formas de individuación e individualidad y los cambios

vertiginosos del mundo actual, afectan la forma como el adulto mayor se sitúa en su mundo y

con ello sus propias identificaciones. Encontrando que la respuesta subjetiva del anciano puede

terminar por estar asociada con este lugar marginal en donde el malestar interno se expresa por

medio de la enfermedad. Aparece entonces la enfermedad como una forma de enlace o vínculo

posible con su mundo exterior, pero también como una oportunidad que le da el órgano afectado,

de dar cuenta de una queja específica o general sobre sí mismo.

 En relación a los componentes del lazo social que afectan mayormente la condición de

enfermedad orgánica del sujeto en la vejez, tanto la pesquisa bibliográfica realizada como las

experiencias propias de la praxis psicológica, permitió evidenciar la tensión existente entre la

Representación social de la juventud y la de la vejez; y las nuevas exclusiones del mundo

contemporáneo. Ambas estrechamente unidas entre sí. El siglo XX evidenció drásticos cambios

en la historia de la humanidad y por ende en la forma como los sujetos se relacionaban consigo

mismos y con el mundo. Entre esos cambios aparece el paso del Viejo como depositario de la

historia, la cultura, la tradición y el saber, al viejo como anciano obsoleto, desmemoriado,

anclado en tradiciones arcaicas y cuya ignorancia tecnológica lo deja por fuera de la sociedad del

conocimiento actual. Esto en contraposición al lugar que se han ganado los niños y los jóvenes, a

quienes se les reconoce cada vez más derechos civiles y humanos en pro de privilegiar su

fortalecimiento subjetivo. Del niño inexistente en la edad antigua e invisibilizado en el siglo

XIX, se comenzó a pasar a un niño cada vez más reconocido en el transcurso del siglo XX. Niño

y joven empiezan a ser valorados en tanto “futuro de la sociedad” y sobre esos grupos etáreos se

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construyen una serie de políticas públicas y programas sociales que buscan fortalecer sus

habilidades y competencias. Todo ello incluso ha generado el surgimiento de algunas quejas

relacionadas con el haber entregado a niños y jóvenes un trono con el que no saben qué hacer,

mientras se desalojó al viejo del lugar de respeto en tanto portador de un legado. Portador ahora

de nada, el adulto mayor porta su cuerpo mismo y con él sus padeceres, así muchas

enfermedades de la vejez están asociados con la tristeza, la soledad, pero también con la

necesidad de conducirse al otro y ser escuchado de alguna forma por ese otro.

 En cuanto la representación simbólica del cuerpo en la vejez se observa que en la

construcción que el adulto mayor realiza de su propia imagen de cuerpo, el imaginario histórico-

social juega el papel más significativo, porque es a través de la mirada de este que el adulto

mayor se reconoce y se nombra. Es por ello que durante el proceso de envejecimiento y el estado

mismo de la vejez, éstos imaginarios, junto con la historia subjetiva del sujeto y los recursos

psíquicos que ha construido, intervienen a favor o en contra de la elaboración de la

representación de cuerpo.

 En la vejez el cuerpo se resignifica, su voz suele manifestarse por medio de los síntomas

somáticos, pero también convoca al descubrimiento de nuevas posibilidades e imposibilidades

de placer. La mirada del otro, en este caso, es esencial para asumir su lugar actual, su deseo y las

formas de expresión del mismo.

 Desde esta perspectiva, entender la vejez supone comprender que ésta se encuentra

condicionada por el lenguaje del otro. La vejez supone estar sumergido en la idea racional que

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define la identidad de acuerdo a las falencias en su productividad y a su tensión con los valores

asociados a la juventud. Vale la pena entonces todo estudio que se haga con el fin de reconocer

la vejez como búsqueda de estrategias que permitan relacionarse con el otro como un sujeto

nombrado y no tachado.

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