Quiero referirme hoy a la vocación de un oficio que resalta la
misión más noble: el papel efectivamente destacado de una profesión. Quiero, de alguna manera, subrayar la responsabilidad que compete a cada hombre y mujer que enseña y a su compromiso con la tarea de educar. No es fácil asumir esa responsabilidad cuando no existe un atisbo de deseado amor, pues enseñar es un acto de amor. Es dar sin retribución. Es entregar lo que se ha elaborado por dentro largamente. Enseñar es una actitud. Y lo es de modestia, de no hacerlo sentir, de no imponer la enseñanza ni dejarla caer como la única verdad. Al exponer ahora acerca de este oficio no hago sino recorrer la experiencia de mi propia vida y seguir el itinerario de aquéllos que desde mi infancia fueron pasando por los tiempos de mis tiempos. He sabido así que no podría sino acercarme al encuentro de hombres y mujeres que dieron la suma de su afecto y de su sabiduría. Ellos, sin otros pretextos, han sido los que, de algún modo, movieron mis controvertidas aspiraciones, que se debatían entre la arquitectura y la educación. La responsabilidad del oficio de esos educadores revitalizó mi inquietud por este oficio, que no dudé en aprehenderlo al reconocer cómo ellos vivificaron con su espíritu la herencia de la democracia y humanismo así como será también, hoy como ayer, responsabilidad de muchos en esta nueva sociedad presente y futura. El profesor se afana porque en el mundo de la vida diaria de cada uno se luche por conquistar los saberes, porque la ignorancia no sea la negación de la luz y la pereza, la negación de la vida. La vida se sabe, es una lucha constante por la cultura y la moral, la libertad y la justicia, el trabajo y el progreso. Saber, sentir y actuar son la clave del ejercicio docente del oficio de maestro proyectado hacia el individuo que se educa. Cada persona sabe cuánto cuesta empezar cada hora con el conocimiento nuevo, la complejidad de la ciencia y el asombro del arte, el maestro invita a mirar el futuro, el mundo de impensadas revoluciones sociales, el encuentro de caminos más actuales y 2
vigentes para enfrentar una enseñanza remozada. Invita a analizar y
revisar los problemas en la óptica del contexto social, porque la educación es ella misma, si repetimos con Ortega, un “trozo de vida social”, idea básica para plantearse su quehacer permanentemente. Ésa es, pues, parte de su propia misión: provocar la motivación para lograr la recreación del conocimiento y la cultura, aproximarse cada día a la sorpresa de la ciencia, al desafío del encuentro con la verdad. Ésa es la responsabilidad del oficio de maestro. En estos momentos deseo decir la esperanza de ver que se respete al maestro como el guía y orientador de su tarea, porque se lo ha formado en la esencia de su oficio. Confío en su formación basada en sólidos principios educativos y alerta al conocimiento nuevo y a la investigación. Confío también en una educación moderna, renovada con la maravilla de la ciencia y de la técnica, responsable de un auténtico humanismo y celadora de una moral irrenunciable. Confío en la sabiduría de los maestros esparcidos a lo largo de la patria para que el fiel cumplimiento del oficio no sea sólo una sumisa aspiración cotidiana sino un vehemente y deliberado quehacer revitalizador. Y de las autoridades del Estado, para que los derechos consagrados en la Carta Fundamental fomenten con vigor e inexcusable responsabilidad “el desarrollo de la educación en todos los niveles; estimulen la investigación científica y tecnológica; la creación artística y la protección e incremento del patrimonio cultural de la Nación”. Quizá si habrá que sufrir o aclamar el examen frío o neutral de algún siglo que gradúe el mérito de las obras humanas de este oficio por la utilidad real que produzcan a la humanidad. O quizá ese siglo no llegará nunca para la reputación de los vanidosos héroes, pero llegará, sin duda, para cada hombre, porque sus hechos son sus pensamientos que estarán al alcance de la razón de las edades. Todos hemos comprendido que este oficio de maestro es una faena de difícil trabajo y que hay que empaparla de heroísmo para que se ejerza con dignidad y entereza; es un oficio de amor; una tarea de donante y no de ser gratificado; Una entrega total, sin egoísmo ni 3
vanidad; es un oficio de dignidad del hombre, porque donde quiera se
encuentre el límite de su labor constructiva, se mostrará el respeto por la figura humana. Respeto que no distingue rangos, clases, razas, creencias. Dignidad asentada sólo en la seguridad de la excelencia del progreso humano. Es, en fin, el más alto de los oficios, el que representa la mayor fuerza moral y la más elevada altura del pensamiento y de la acción del hombre. El proceso de vida de maestro ha sido, como el de cualquiera otros, atado al fin de este mundo, colmado, como está, como lo ha sido siempre en la vida del hombre, de zafiedades y esperanzas, de tropiezos y alegrías, de desprestigios y glorificaciones, de anomalías y progresismos. Y como es inevitable, las interpretaciones poseen siempre un valor muy desigual y falta también siempre un ensayo general de interpretación. Atrás deberían quedar la inseguridad o el terrorismo, el umbral de la pobreza o el estado de la moralidad pública. Atrás la inanidad y la indolencia, las drogas y las pestes víricas. Adelante, con el verdadero futuro, en la homogeneidad de las diferencias, en los revulsivos que sacude la razón dormida. Como el gran Machado de la España que se decía y nos decía: “Dormido estás: despierta”. El instante actual empuja al hombre a ese saberse dormido y querer despertar. Y también descubrir que no somos uno sino varios, duplicidad sorprendente, pero no contradictoria, como sucede entre los hombres de este mundo. ¿Podría estar algún día en crisis el oficio de maestro? En crisis no, porque es un oficio de acción, no sólo de palabras y teorías, no sólo de buenos propósitos y apariencias, En crisis sí, en el verdadero sentido de la palabra, porque es un oficio de trabajo incesante, de desbastamiento interminable de la profundidad; es un oficio de maestro que nunca acaba de agotar. Imposible olvidar a la Mistral, gran maestra del oficio. Recordarla ahora es, de algún modo, volver a la importancia de la responsabilidad en la grandeza del oficio, a su nobleza que hace vivir y que da de vivir al espíritu. 4
Exaltar su significado es poner en la mente y el corazón de los
jóvenes el énfasis de los principios que los animan. No reside el valor sólo en la materia del oficio elegido por ellos, sino muy especialmente en la certeza de su vocación. Su nobleza depende del ejercicio permanente que compromete la totalidad de las fuerzas de la voluntad y del vivo interés de persistir en el oficio del joven. El revitalizar sin descanso su oficio hace crecer al hombre en su humanismo y lo acerca lentamente al camino de su perfectibilidad. Estas potencias del joven lo sustentan en su desarrollo cabal y lo alejan de su aparente pequeñez. Y su responsabilidad en el oficio lo hace trascendente en actos humanos de servicio hacia la sociedad. Un oficio descuidado o mediocre, como decía Gabriela, no sirve a los hombres, porque ellos no serán capaces de construir los rostros de otros hombres como no han sido capaces de construir la urdimbre de su propia vida. Oficios sin alma son las causas de los desequilibrios sociales y la pérdida de la creencia de su específico valer. El ejercicio permanente de la responsabilidad en el oficio no aplasta las potencias del espíritu y no hace ajenas las conversaciones con la soledad del pensamiento. Las grandes obras y los grandes hombres hacen casi siempre en soledad, adentro de la mismidad, y corren por las estancias interiores, los mejores regueros de la creación humana. Quizá, por eso, en la soledad se crean los más heroicos, como apacibles talentos, modestos o superiores, para la perfección de la naturaleza y sus circunstancias. Quizás sea a veces la soledad el domicilio legítimo para la construcción de la responsabilidad también a veces olvidada. Sentirse siempre joven es sentirse, de algún modo, dueño de estas soledades que alimentan la responsabilidad en los momentos de la orfandad de los saberes. De la responsabilidad se nutre la esencia del oficio, la importancia de éste mantiene el ímpetu de la línea humana, lo vertical del hombre y su grandeza. Son los jóvenes los primeros hacedores del oficio y es preciso que ellos sean permanentemente fieles a la responsabilidad de su 5
cumplimiento. Que esta responsabilidad sea un ejercicio nunca
acabado para cuidar y velar por la grandeza del oficio. El deber de la responsabilidad del oficio de la juventud coexiste con lo que atañe en cuanto a su compromiso de joven, no está reñida, en forma alguna, su responsabilidad con la de su inicio en el oficio elegido. Por eso, el joven no necesita desvirtuar la recta acepción del vocablo responsabilidad para defender la posición del oficio. Puede el incrédulo en materia religiosa negar la existencia de Dios, pero nunca podrá negar que la definición de Dios, de la idea de Dios, del vocablo Dios, es la que expresa un ser supremo e infinito, causa primera de lo existente. y nada pierde el incrédulo con decir que sabe lo que quiere decir Dios. Pero al lado de esa responsabilidad existe otra: la del hombre honrado para con los demás, que le impone decir la verdad en cuanto a la definición y contenido de ella. Si su honestidad lo empuja a defender su verdad, su honestidad de hombre lo obliga a respetarlo, que no es discutible en forma alguna, lo que no es verdad de éstos y mentira de aquéllos, sino a lo que es verdad de todos. Es tan simple este hecho como el que existe en las siguientes definiciones: el matrimonio es la unión de un hombre y una mujer con el objetivo de vivir juntos y procrear hijos; el agua es un líquido formado por un volumen de oxígeno y dos de hidrógeno; el robo es el delito que comete el que toma o quita para sí lo ajeno; el hombre venal es el que, procediendo por mero interés - y los hay muchos - pospone a él sus ideas y principios. En los pueblos maduros y bien ilustrados el concepto de responsabilidad cobra raíz de difícil engaño. En la juventud este concepto debe tener, pues, el valor de la verdad. Porque cuando se alaba la responsabilidad sinceramente, se la nombra en su plena limpieza. Cuando se alaba al joven, como joven se le describe en su acrisolada integridad. Pero cuando se dice al mismo tiempo que es joven aunque viole sus principios, que se es joven aunque suplante su voluntad colectiva en el destino de las cosas de todos, entonces, el que eso diga está faltando a la responsabilidad que tiene contraída con la juventud, en virtud de la cual está obligado a esclarecer las conciencias y nunca a oscurecerlas. 6
La verdad de la responsabilidad tiene dos aspectos en la
preparación y formación del oficio elegido: el de la cultura del oficio y el de la cultura general. Educación activa y eficaz y en paralelismo con ésta, hombre apto para la vida ciudadana. Conciencia y eficacia en el trabajo específico del oficio y eficacia y conciencia en el aporte al desarrollo de las actividades ciudadanas. Y en la seguridad de su trabajo, la seguridad de su aprendizaje, la seguridad de su vida futura, le darán al joven la tranquilidad y el tiempo suficiente para pensar en la responsabilidad que ha contraído con el oficio y con la de la cultura general. Que sea, pues, su responsabilidad permanente la que ayude al joven a ejercitar la validez de su oficio para lograr su honra y su grandeza.