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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

E L A R B O L B R U J O
D E L A L I B E R T A D
Á f r i c a en C o l o m b i a
Orígenes - Transculturación-
Presencia

E N S A Y O H I S T Ó R I C O M Í T I C O
8
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

E L A R B O L B R U J O
D E L A L I B E R T A D
Á f r i c a en C o l o m b i a
Orígenes - Transculturación-
Presencia

E N S A Y O H I S T Ó R I C O M Í T I C O

P R E S E N TA C I Ó N Y S E L E C I Ó N
WILLIAM MINA ARAGÓN
Portada: Benkos Bioho.Estatua
Palenque de San Basilio.

Selección: Ph.D. William Mina Aragón.


Diagramación: Unidad de Artes Gráficas, Facultad de
Humanidades, Universidad del Valle.

El árbol brujo de la libertad


Manuel Zapata Olivella

© De esta edición:
Universidad del Valle
Universidad de Cartagena

© Herederos de Manuel Zapata Olivella

ISBN: 958-670

Diagramación e Impresión: Unidad de Artes Gráficas


de la Facultad de Humanidades - Universidad del Valle
Edificio 385 tel. 321 21 14

LEGALIDAD

Todos los derechos han sido reservados por Edelma Za-


pata ante la Dirección Nacional de Derechos de Autor,
2009©. Cualquier uso del material sin la aquiescencia
por escrito del autor, incurrirá en las sanciones prescritas
por la legislación colombiana sobre propiedad intelectual
[ley 599 de 2000; Carta Política, art. 61, Código Penal,
arts. 257, 270, 271 y 272].

Santiago de Cali, septiembre de 2011


INDICE GENERAL

P R I M E R A PA RT E

PRESENTACIÓN. PENSAMIENTO, MESTIZAJE E IMAGINACIÓN POLÍTICA 13

INTRODUCCIÓN A LOS EKOBIOS Y HERMANOS DE TODZAS LAS ETNIAS 21

EL ÁRBOL DE LA PALABRA 23

CAPÍTULO PRIMERO
Génesis de las culturas africanas. Iniciación a la Mitología Africana 25
Odumare crea el universo, Orichas y hombres 27
Los Orichas protectores del Muntú en el exilio 29
Pausa de meditación 31
Los Orichas del amor y de la familia 32
Kulonda, pacto entre los vivos y los difuntos 35

CAPÍTULO SEGUNDO
AHORA HABLA LA CIENCIA
África, Cuna del Homo sapiens 39
La Historia Maravillosa de la Tierra y de la Vida 39
Partida de Nacimiento del Hombre 40
Acta Final 43
La Diáspora Genésica Africana 44

CAPÍTULO TERCERO
LO QUE DICE LA HISTORIA
Palabras para lavar oscuridades 47
La fabulosa Timbuctú 48
Egipto, la primera civilización 49
• Las Pirámides 50
• El comercio con los reinos negroafricanos 51
• La religión 51
• El influjo cultural 50
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

• Los esplendorosos reinos sudaneses 52


• Nubia 54
• Kush 55
• Axum 55
• Ghana, emporio dorado 55
• Malí 56
• Identidad de las llamadas «Piezas de Indias» 57
• El sentimiento religioso 58

CAPÍTULO CUARTO
CIVILIZACION BANTU EN LA VIEJA CASA
Reinos de Manikongo, Angola y Monomotapa 62
Pasado arcaico y contemporaneidad 62
Los Bantú y su cultura 63
Genealogía ancestral africana 64
El gran salto a la civilización 66
Idioma y religión 67

CAPÍTULO QUINTO
LOS BABALAOS DE LA RESISTENCIA
Las bodegas iluminadas 69
La guerra contra la cacería 70
Las casas de los muertos 72
Las bodegas iluminadas del exilio 73
Etnias y culturas 74
• Cultura Bantú 75
• Cultura Yoruba 75
• Cultura Carabalí-Bantú 76
• Cultura Ewe-Fon 76
• Cultura Fanti-Ashanti 77
• Cultura Berberisca 77
• Culturas Guineanas 77
• Cultura Morisca 78

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SEGUNDA PARTE

EL ÁRBOL BRUJO DE LA LIBERTAD


LA NUEVA CASA EN AMÉRICA
ÁFRICA EN COLOMBIA
Introduccion y generalidades 83
Reflexiones antropológicas 85
Leyes dinámicas de la cultura 87
Pedagogía desalienadora 90
Descolonización y concientización 91
La autoalienación 92
Literatura oral, canto y danza 93
¿Esclavitud o colonialismo? 94
El Colonialismo, nueva forma de trata 95
Los instrumentos de resistencia 97
El Culto a los Ancestros 97
La mujer y la familia 99
El Palenquero, lengua franca 100

CAPÍTULO PRIMERO
LUMBALU PARA DESPERTAR AL REY BENKOS
MEMORIA Y MITO
Santo y seña 105
También los difuntos 106
¡«Benkos Rey! ¡Rey Benkos!» 106
Los mandatos del Rey Benkos 107
¡Domingo Criollo, Nuevo Rey! 108

CAPÍTULO SEGUNDO
MEMORIA DE LOS ANCESTROS
Los Abuelos afroespañoles 111
Griegos, romanos y vándalos 112
Aculturación berberisca 112

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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Los padres libres reesclavizados 113


Los padres afroamerindios 116
Los Muiscas 117
La Gran Familia Multiétnica 119
Caribeños 120
Orientales 121
Oceánicos 121
Andinos 122
Surandinos 122

CAPÍTULO TERCERO
PRIMEROS AFROAMERICANOS EN LLEGAR
Alemanes y Africanos 125
Levantamientos, fugas y palenques 126
Los alemanes y la cimarronería 127
El sanguinario Alfínger 129

CAPÍTULO CUARTO
LOS AFRICANOS EN LAS CONQUISTAS
Y PRIMERAS FUNDACIONES

El africano siempre esgrimió herramientas y armas 134


Los primeros africanos en llegar 135
La historia invisible 136
La emboscada indígena que cambió el destino de una raza 138
Los abuelos africanos y el tesoro de los Quimbayas 140
Cartagena, el puerto insaciable 141
Las cifras fraudulentas 143
Un saludo a «Papá» Senghor 144

CAPÍTULO QUINTO
LOS MÁRTIRES DE LA INQUISICIÓN
«Por siempre esclavos de los etíopes» 147
Leer a Sandoval 149

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E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

Claver, el practicante 151


Biografía del dolor 151
El terror del santo oficio 153
Catequesis católica y reinterpretación africana 157
Orichas y Babalaos 159
Bautismo y resistencia 164

CAPÍTULO SEXTO
ENTRE LA CORONA Y LA IGLESIA
El ideólogo de la mulatería rebelde 169
Esgrimiendo las Santas Escrituras 173
El exterminador de los palenques 174
La gran guerra de los Palenques 178

CAPÍTULO SÉPTIMO
PALENQUE PRIMER TERRITORIO LIBRE DE AMÉRICA
Pórtico histórico 183
Sociología de la trata en Cartagena de Indias 185
Africanos en Cartagena de Indias 187
El Rey Benkos, precursor de la emancipación 192
La crónica y el héroe 194
Captura y muerte del Rey Benkos 199

CAPÍTULO OCTAVO
LA HERENCIA DEL REY BENKOS
Domingo Criollo nuevo Rey del Palenque de Matuderé 206
Misioneros y Palenques 207
Matuderé, «Palenque de los Minas» 209
El asalto 211
El día execrable 214
Aclaraciones obligantes. 215

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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

TERCERA PARTE

MEMORIA Y RESISTENCIA CULTURAL


CAPÍTULO PRIMERO
ALIANZAS Y ALZAMIENTOS AFROINDÍGENAS
EN EL OCCIDENTE COLOMBIANO

Memoria de los gentilicios africanos 221


Pervivencia de las sangres innominadas 223
Gentilicios africanos del occidente de Colombia 224
Cartagena , 22 de noviembre de 1792 230

CAPÍTULO SEGUNDO
LLEGADA Y DISPERSIÓN DE LA DIÁSPORA
Dialéctica de la endoculturación triétnica 234
Afro-raizales de San Andrés, Providencia y Santa Catalina 236
La población afro-raizal 238
Aculturación hispano-indígena 240
El mestizaje afro-hispano-indígena 242
Afros e indígenas en la sociedad colonial 243

CUARTA PARTE

INTERNACIONALIZACION DE LAS LUCHAS CIMARRONAS


CAPÍTULO PRIMERO
EL TEMPESTUOSO SIGLO XVIII
El bumerang de los oprimidos contra el colonialismo 252
Nuevas alianzas y estrategias 255
El costo africano de las fortificaciones y asaltos 257
El estrangulamiento del comercio humano 259

CAPÍTULO SEGUNDO
LA PIEZAS CADUCAS DEL COLONIALISMO
Dolencias de las almas y los cuerpos 267
El «Código Negro» español 270

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El haitiano que pudo Cambiar la historia colombiana 272

CAPÍTULO TERCERO
LA CULTURA DE LA EMANCIPACIÓN
Desculturización africana 277
La alienación hispana poscolonial 279

CAPÍTULO CUARTO
ENDOCULTURACIÓN Y RECREACIÓN AFROCOLOMBIANA
Bailes y cantos afrocolombianos 281
Resistencia contra la satanización 281
La revolución comenzó en España 283
Navidad con tambores 284
Marimba y currulaos 285

CAPÍTULO QUINTO
UNIVERSIDAD Y DIVERSIDAD AFROCOLOMBIANA
Biotipos afrocolombianos 289
Presencia afrocaribeña 290
Memoria ancestral 290
Los chocoanos istmicos 291

CAPÍTULO SEXTO
TRADICIÓN ORAL Y CONDUCTA AFROCOLOMBIANA
Los cuentos de tío Rogerio 295
• Origen de la raza blanca 297
• Origen de los costeños 297
• Del color de las razas 298
LOS CASTIGOS 299
• De cómo pagan justos por pecadores 299
• Lo negro como castigo 299
• La sirena 300
• La maldición de los animales 300

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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

LA MUERTE 301
• Las vidas de los hombres 301
• El pacto con la muerte 301
• Origen de la muerte entre los hombres 302
HISTORIAS DEL SAPO 302
• El sapo y el cangrejo 302
• El sapo y la rana 303
CUENTOS DE ARAÑA 303
• Araña y tío Tigre 303
VIDA Y MILAGROS DE ANANCE 304
• Anancito Salva a Su Padre 304
PASATAS DE ÑEQUE O GUATÍN 305
• Batalla contra los tigres 305
ANDANZAS DE CONEJO Y TIGRE 306
• El novillo 306
• Las castañas 307
CUENTOS DE AMOR 307
• La lucha con el demonio 307
TANDA DE CUENTOS 308
• La flor de lilolá 308
• Peralta 309

ANEXOS 311
Eras geológicas y evolución de la vida 311
Hechos, personajes y fundaciones en tierra de los Caribes 311
Los albores de las repúblicas esclavistas 314
Isla de conspiradores 316

BIBLIOGRAFÍA 319

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P Ċ ē Ę Ć Ē Ď Ċ ē ę Ĕ , M ESTIZAJE
Ċ IĒĆČĎēĆĈĎŘē ĕĔđŃęĎĈĆ

“Así, hay que convenir en que tanto por su permanencia


a través de los trescientos años del coloniaje, como por
su inmanencia a través de las generaciones negras que se
sucedieron durante aquellos tres siglos, el de los negros
cimarrones de los palenques de los arcabucos de Cartagena
de Indias, es el único movimiento verdaderamente libertario
hasta la Independencia de Colombia misma; movimiento cuyo
espíritu precipitó la propia Declaración de Independencia
absoluta de Cartagena el 11 de Noviembre de 1811.”
Roberto Arrázola.

Conquista y colonización implicaban presencia africana,


fugas, levantamientos y palenques. Un nuevo fenómeno
social de resistencia operado en el continente.
Lo que queremos resaltar en este proceso es el origen de
las causas sociales y económicas que conformaron un nuevo
ideario de libertad, estrategias y luchas por la emancipación
de la esclavitud y la formación de palenques, “territorios
libres”, en la Nueva Granada y América.
Manuel Zapata Olivella

M
anuel Zapata Olivella nació en Lorica, Córdoba, en 1920,
marcado con el signo del mes creador por excelencia: marzo.
El mes de García Márquez, William Ospina y Fernando
Maclanil. Un año pleno de efemérides para las actividades artísticas,
culturales y políticas de Zapata Olivella, pues, nos encontramos con
que el jamaiquino Marcus Garvey, en Nueva York, lanzó la Declaración
de los Pueblos Afros del Mundo; año en que también surgiría la
“vanguardia artística” de lo que se denominaría el renacimiento negro
de Harlem, término acuñado por Alain Locke.
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

El mestizaje biológico que esgrimiría Zapata Olivella en su escritura,


ya estaba presente en su familia, a través de “la rebelión de los genes”:
españoles, africanos e indígenas componían el núcleo de su familia. Su
pasión por el mestizaje cultural estuvo influenciado por el carácter de
libre-pensador y autodidacta de su padre. Zapata Olivella daría muestra
de su cultura mestiza a temprana edad. Estando en bachillerato ganó
un concurso, con un ensayo intitulado “El Mestizaje Americano”,
donde uno de los jurados sería uno de sus pedagogos en cuestiones de
identidad: nos referimos a Jorge Artel.
La pasión de viajar ha sido una constante en la vida de los filósofos
y los artistas. Sabemos de Platón y de sus viajes a Siracusa, como
consejero del joven Dión; sabemos de Descartes y su peregrinaje
por Europa, en búsqueda de un principio absoluto del conocimiento
humano; rememoramos las caminatas por el Extremo Oriente de
Conrad; las cabalgatas por la India de Kipling; los viajes por rostros
mestizos de Gauguin; los viajes musicales de Debussy Ravel y Faure,
para componer su “Negrito”; no olvidamos las prosaicas aventuras por
“Africa”, de Hughes y Wright. Cada uno de estos trotamundos emuló a
Zapata Olivella, quien dice en uno de sus textos: “Me he dejado influir
por las lecturas de Gorki, Istrati, London, y por ese otro vagabundo del
Don Quijote, que no midió la realidad en ningún momento”.
Como viajero, Zapata Olivella recorrió a pié Centroamérica; luego fue
a Estados Unidos, en su búsqueda de alguna seña afro; posteriormente
a Europa, con el grupo folclórico de su hermana Delia; y al Asia, a un
encuentro sobre la paz, evento donde tuvo la ocasión de compartir con
eminentes personajes, como Neruda, Amado, Gaitán Durán y Jorge
Zalamea; y, finalmente, cabalgaría a la tierra madre, el Africa de los
Ancestros, donde los Orichas le revelarían los secretos mágicos para
escribir su obra magna: “Changó, el Gran Putas”.
De estas caminatas espaciales, temporales y culturales, surgirían
obras como “Pasión Vagabunda”, “He Visto la Noche” y “China 6:00
A.M.”
En Estados Unidos, patria de Whitman, aunque fue discriminado,
su estadía le permite enamorarse del jazz y conocer el arte y la
literatura afronorteamericana, cuyo mensaje significativo ha sido el de

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abrirse brecha y dignificarse, en una sociedad que los ha invisibilizado


y ha relegado el elemento creador afro a un plano insignificante. Aun
cuando su presencia ha sido central para darle forma al mestizaje
cultural afronorteamericano. Eso y no otra cosa es lo que han exaltado
sus críticos literarios y los novelistas de ayer y de hoy.
De la tradición afronorteamericana, Zapata Olivella ha heredado
de Nat Turner, Frederick Douglas y Sojourner Truth, el espíritu anti-
servidumbre; de Dubois, la exaltación de la belleza afro sin temor ni
vergüenza; de Malcom X, el espíritu de rebeldía; de Luther King, la
convivencia humana; de Hughes, la pasión por la escritura; de Wright,
la magia de la palabra, magia hecha realidad en los poemas de M’ckay,
en la música de Robertson, en la literatura de Ralph Ellison. En sí, él,
como heredero del nacionalismo afronorteamericano, ha recibido de
sus principales líderes políticos, su valor y responsabilidad para ser
fiel a los mandatos y exigencias del Muntú: Luchar incansablemente
por la libertad.
El itinerario de Zapata Olivella no ha sido sólo físico, sino también
literario y cultural. No ha sido en vano que él haya peregrinado por
disciplinas tan disímiles, pues, con su sabiduría universal ha sabido
entreverar el “cordón umbilical” de su filiación.
Así, la antropología cultural le ha servido para profundizar en la
multiculturalidad y la diversidad étnica de los pueblos del globo, en
especial de los afros y amerindios.
La práctica médica le ha valido de depurativo para arrojar los
estereotipos de alienación, presentes en la psique de los oprimidos,
iletrados, desheredados y afligidos.
La novela, a su vez, la ha aprovechado como creación de un
estilo original y de un lenguaje propio, donde los personajes son
mayoritariamente afros, continuamente en luchan por no “olvidar” su
identidad, su historia, su cultura mestiza, su religión, sus imaginarios
colectivos de hombres creadores y libres.
Creo no equivocarme si digo que gran parte del quehacer ensayístico,
dramático, periodístico, poético y artístico de este novelista del
mestizaje, está dado por exaltar denodadamente la “memoria” de los
principios aludidos, diciéndole a los afros: sóis espíritus guerreros,

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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

sóis creadores, sóis hijos del Muntú... ¿Qué ha pasado con vosotros,
que habéis olvidado los principios legendarios de la tradición africana
de la cultura Bantú, sopesados en hacer realidad la vida, la inteligencia
y la palabra? No cualquier “vida”, sino aquella vida que es plena,
tanto material como espiritualmente. No cualquier “palabra”, sino
aquella palabra que nos permite expresar libremente nuestras ideas y
argumentos en la dignificación de nuestra cultura y en la comunicación
con los Ancestros, a través del sonido melodioso de los tambores.
La “inteligencia” para construir reinos legendarios, imperios
imperecederos, crear lenguas y dialectos en medio de la opresión,
sobrevivir a las condiciones sub-humanas bajo la barbarie del amo,
recreando sus creencias y resistiendo a la opresión esclavista a través
del sincretismo cultural, para no perecer de sed espiritual, y así evitar
el disgusto de sus Dioses, de sus Ancestros y de sus Antepasados.
Frantz Fanon es, para Zapata Olivella, el intelectual afro que nos
sirve de modelo paradigmático para descolonizar la mente de nuestros
compatriotas, pues, aunque el “antiguo régimen” ya pereció, queremos
asumir, adoptar e imitar las mismas conductas y comportamientos del
colonizador, de manera mezquina, porque se ha socializado e instituído
que es así, y sólo así, de que es eso lo que debemos hacer, y no otra cosa.
El “colonizador” nos enseñó a avergonzarnos de nuestro “color”,
y nosotros lo asumimos; el “colonizador” nos dijo que éramos una
raza inferior, y lo seguimos asumiendo; nos impusieron que nuestra
cultura era salvaje y bárbara, y lo continuamos aceptando; siguiendo
a los filósofos, pensadores e ideólogos, nos infundieron que nuestro
coeficiente intelectual era bajo, y lo aceptamos de nuevo... Según las
palabras del Maestro Olivella, es una tarea urgente e inmediata, hoy,
cuando se ha implementado la cátedra afro –descolonizar la historia
cultural y el lenguaje–, éste es vital, pues ayuda a desmitificar la realidad
histórica. Creo que, no por curiosidad, le importó tanto la exactitud de
las palabras a Confucio, a Sócrates y a Nietzsche.
Es relevante la descolonización y desalienación del lenguaje, pues los
términos utilizados para referirnos a nosotros, como hombres creadores,
siempre tuvieron estigmas despectivos: esclavos, piezas de Indias, negros,
cosas sin alma, individuos de mente primitiva por fuera de la historia.

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E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

Debemos asumir nuestra responsabilidad literaria, filosófica y


universitaria, de devolverle a las palabras su efectividad en el arte de
significar las cosas por su esencia y por su verdadero nombre. Éste
debe ser un reto de todo intelectual afro, cuestión que un ensayista
desalienado, como Zapata Olivella, ya asumió siendo joven, con su
escritura lúcida y pedagógica.
La novela de Manuel Zapata Olivella, amalgama lo real con la ficción;
de esta manera, el autor-narrador mezcla lo que sí tiene límites, los
hechos demostrables, con la experiencia, el análisis, las variables
cuantificables de la antropología y la ciencia, con el desfuncionamiento
de su imaginación creadora literaria, que no tiene límite alguno para
adelantar el tiempo, resucitar a los muertos, atravesar cuerpos con armas
sin herirlos; los Ancestros, abren grilletes sin dejar huellas, Benkos
nace parado, letras de fuego queman el papel, huellas ensangrentadas
que andan solas, etc., etc. Él consigna magistralmente el vitalismo
de las tradiciones africanas, con el “realismo” histórico de los hechos y
personajes de la vida real, sin desconocer su estructura de alienación
social y efectiva, para producir algo así como el realismo mítico.
Frente a lo real maravilloso, de Carpentier, y el realismo mágico
de García Márquez, Zapata Olivella nos habla de lo “empírico mítico”
desde la antropología y el psicoanálisis, entendido como respuesta
elemental del hombre primigenio respecto a lo “real material”. El
realismo mítico no es una mera forma de falsear la realidad a secas,
sino la de crear un mundo simbólico e imaginario, para “fabricar”,
expresar y explicar los contenidos de la realidad.
Manuel Zapata Olivella ha compartido con José Martí, su espíritu
americano; con Rodó, su optimismo por la juventud; con Amado,
la afirmación triétnica americana; con Icaza, el conocimiento de las
condiciones socio-históricas de los oprimidos de este continente. Ha
aborrecido la mirada piadosa hacia el afro, de escritores como Gallegos;
se ha identificado con todos los novelistas y humanistas y demócratas,
que no pueden ser libres si algún ekobio independiente de su raza,
color o ideología padece hambre, marginalidad y pobreza, no habiendo
conquistado sus condiciones mínimas de vida. Si hay libertad y no hay
condiciones de igualdad social, y cuando eso no es libertad sino exclusividad

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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

y privilegio. Para Zapata Olivella, el hecho de que el continente afro sea


la semilla primigenia de la humanidad, debería animarnos a no crear
barreras entre los hombres, pues todos son anthropos, hijos de Africa,
donde el hombre se hizo hombre y mujer, el mismo día en que empezó el
peregrinaje ontogénico de nuestra especie en el planeta.
En la lectura creadora que hace Zapata Olivella del clásico libro de
Arránzola, Palenque: Primer pueblo libre de América (1970)
nos permite comprender la historia épica de los afros en Colombia con
sus héroes precursores de la independencia de la Nueva Granada y
de América en general frente a la hegemonía del imperio Español. El
Árbol Brujo de la Libertad nos enseña una novedosa pedagogía
de la autonomía en América desde los imaginarios afros de los Orichas
y ancestros protectores que guiaran los motines, los levantamientos,
las rebeliones y la resistencia cimarrona en las Américas. El mérito
de Olivella es mostrarnos el vínculo étnico y político de las gestas de
los descendientes de africanos aquí en América por ser libres en un
espacio llamado Palenque, donde el afro recreó sus ideas, valores,
símbolos e imaginarios africanos adecuándolos a las nuevas realidades
temporales de está geografía y de está historia. El Árbol Brujo de la
Libertad es la memoria de los líderes y héroes afros que plantaron la
semilla de la autonomía e independencia en estas tierras haciendo de
Palenque la primera región libre de América en 1691-1713 y de Haiti el
primer país libre de América (1804).
Zapata Olivella expresa, ayer y hoy, con su escritura ensayística,
antropológica y literaria, la multiculturalidad del hombre del globo, en
su amalgama genética y cultural de la especie, porque ello no es sólo un
imperativo categórico, sino la obligación con los Ancestros.
En El Árbol Brujo de la Libertad, Manuel Zapata Olivella como
Pupo Mocholo, nos cuenta todita la historia imaginaria pero real de los
africanos, para no olvidar su antigua filosofía, reinventando otra cultura
en su nueva casa. En tiempos de Bicentenario libros como El árbol
brujo de la libertad, y Descendientes de africanos en las independencias
(2010) del descollante historiador chocoano Sergio Mosquera, rompen
el patrón occidental del proyecto de libertad oficial de los Comuneros,
de Nariño, de Bolívar y Santander para ver en el imaginario Político

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E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

afro de los palenqueros a la cabeza del rey benkos biojo otro lenguaje,
otro discurso, otra polifonía; otra reinvención de la historia política
del país como cocreación de héroes y símbolos afros que deconstruyen
el paradigma instituido por los intelectuales alienados y académicos de
las ciencias sociales. El árbol brujo de la libertad rompe la clausura, el
cerco de la investigación histórica heredada desde la colonia a nuestros
días para abrir un horizonte de invención política con ese doble actor
invisibilizado: los afros y los amerindios. Ellos emergen después de
siglos de letargo, y discriminaciones arbitrarias para decir con voz
alta, aquí estamos construyendo esta nación para reafirmar lo que
Colombia siempre quiso ser: Diversa, mestiza, multicultural. Renace lo
soterrado de la luz para decir este es la visión real de nuestros propios
investigadores, pensadores y ciudadanos afros-amerindios y mestizos
para reconstruir los puentes históricos tendidos sobre un conocimiento
de nuestro pasado parcializado y lleno de prejuicios. Queremos construir
desde la palabra, desde la historia y desde la praxis política una sociedad
más justa y equitativa más allá de los odios y de los rencores; es solo
en este sentido que nos interesa recuperar la memoria para rescatar, a
nuestros héroes, nuestras mitologías, nuestras hazañas y recuperar la
identidad perdida; y sobre todo, reimaginar la pertenencia a una patria
Americana, a un mundo Colombiano y a una herencia africana desde
personajes insignes como Benkos Biojo, Domingo Criollo, Barule,
Mateo Mina, José Prudencio Padilla, Manuel Carlos Piar y Alejandro
Petión entre otros.
El Árbol Brujo es el árbol de la libertad, el árbol de todas las hazañas
heróicas que los afros hicieron a través de su creatividad, aquí en América,
bajo la égida de los Ancestros protectores. Zapata Olivella nos dice:
Aunque se estime como elemento fundamental de
la civilización de los pueblos el desarrollo material y
tecnológico, también es prioritaria y decisiva la experiencia
social: las concepciones filosóficas, religiosas y políticas.
Este es el gran aporte milenario de los pueblos africanos
en su continente y en su diáspora universal, acervo que en
América se enriqueció con las luchas por preservar la vida,
la familia y la libertad.

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Es porque el pensador del mestizaje nos ha recordado todas las
facetas de la tradición cultural y oral africana, aquí, en América, con sus
escritos lúcidos y creadores, razón suficiente para llamarle, con todo
honor, el “guardián de los Ancestros”. Él es aquél protector de la
memoria ancestral y legendaria africana, que los Orichas y las Tablas de
Ifá-fa eligieron para reproducir e inventar toda la sabiduría del hombre
africano en su diáspora homérica, en búsqueda de su libertad efectiva.

WILLIAM MINA ARAGON


Ph. D. en Sociología y Ciencias Políticas.
Universidad Complutense de Madrid.
Profesor titular Facultad de Derecho y ciencias políticas
Universidad del Cauca
I NTRODUCCIÓN
A LOS E KOBIOS Ğ H ĊėĒĆēĔĘ ĉĊ TĔĉĆĘ
đĆĘ E ęēĎĆĘ

E
sta historia no será el relato cruento de la esclavitud sufrida
por cincuenta o más millones de africanos en Colombia y
América, sino la epopeya de su liberación. ¡Orichas, Ancestros
y Abuelos nos revelarán el fuego sagrado que alimentó su rebeldía
para sobrevivir y vencer! ¡Evocamos las potencias omnipoderosas del
Muntú, que recogen la sabiduría de los padres más antiguos, tejedores
del irrompible nudo que ata la vida y la muerte!
¡Los hombres perecederos y los difuntos inmortales!
¡La chispa de los ojos respondiendo a la luz del sol y las estrellas!
¡Los jugos de la tierra alimentando la sangre de los vivos!
¡Las aguas de los océanos, lluvias y ríos dando aliento a los que
respiran!
Los Orichas contarán cómo Odumare, supremo creador del universo,
hizo al hombre sobre la tierra. Lo dotó de vida, inteligencia, palabra y
manos creadoras, para mantener y enriquecer con su pensamiento y
sangre la fuerza que une los padres con los hijos; la familia a la tierra;
los pueblos a sus idiomas y costumbres; el alma de las herramientas
sumisa a sus dueños.
¡Todos obedientes a sus leyes y voluntad supremas!
Finalmente, serán los Antepasados y Abuelos, memoria viva de los
Ancestros, quienes nos relatarán cómo el Muntú Africano, padre de la
danza y la palabra, pudo atrapar el fuego; sembrar la semilla allí donde
quiso cosechar los frutos; convertir la caverna en templo para sus
dioses y cacerías mágicas... y nómadas, recorrer continentes y mares
para poblar la tierra.
Y fueron sus propios hijos, griegos romanos y musulmanes, quienes
primeramente los esclavizarían, como bárbaros, cuando habían
construído las pirámides de Egipto para que el sol y los faraones no se
extraviaran en su recorrido por los días y la muerte.
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Siglos más tarde, cristianos esgrimiendo armas de fuego los cazarían,


para extrañarlos de su tierra ancestral.
Despojados de sus vestiduras y alhajas, los grillos en sus gargantas
ahogaron el adiós a la madre, a la mujer, a los hijos; por sabanas y
ríos verían incendiadas sus casas donde maduró la infancia, el amor,
la libertad; sus hijas púberes violadas y acarreadas como cabras
salvajes.
Sus dioses, idiomas y nombres, borrados de raíz y sobre la piel
tatuada con los signos de su cultura, les marcaron al hierro candente la
infamante carimba.
Pero sus pueblos guerreros no veían pasar indiferentes las caravanas
fúnebres. En las riberas, por las encrucijadas de la selvas, en el desierto
y puertos, desafiando las armas mortíferas de los invasores, preparaban
sorpresivamente la emboscada, la trampa, el asalto suicida, para dar
muerte al esclavista y liberar los prisioneros. Fallidos o victoriosos,
testimoniaban que África era tierra infértil para la esclavitud.

22
Primera Parte

EL ÁRBOL
DE LA PALABRA

f
CAPITULO PRIMERO

G ÉNESIS DE LAS C U LT U R A S A FRICANAS


I NICIACION A LA M ITOLOGIA
A FRICANA

H
ace cien mil años, ayer, el primer Homo sapiens, solitario
en la planicie de Oldoway (Kenya), al mirar la gran noche
del firmamento, debió preguntarse qué querían decirle las
estrellas con su rutilante espabilar desde las alturas. Y apenas hace
30.000 años, ya dibujaba su respuesta en cientos de cavernas repartidas
en las montañas y valles de todo África. (Diop).
¿Qué quiso expresar el más antiguo abuelo en sus pinturas
rupestres?
Su primera respuesta a las fuerzas sobrenaturales que lo protegían
contra las bestias mucho más fuertes y poderosas: la cacería mágica
del antílope con el arco y la flecha; la lucha de la familia desguarnecida
contra los soles, inviernos y enfermedades.
Le intrigarían muchos otros misterios:
¿Quién gobernaba el universo?
¿Sería el único ser inteligente y vagabundo sobre la tierra, selvas,
ríos y montañas?
¿Por qué el embarazo de la mujer, su parto y el hijo?
¿Quién ordenaba su muerte y a dónde iban los difuntos?
¿Qué necesidades tenían los muertos para retornar a sus viviendas
y aparecerse en los sueños de los vivos?
Si rememoramos estos interrogantes del hombre más viejo del
mundo, es para comprender la filosofía omnisciente del Muntú, que
le permitió sobreponerse a las iniquidades de quienes han pretendido
esclavizarlo.
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Resuenan los tambores lingas en Ilé-Ifé, la Ciudad Sagrada, donde


los Dioses crearon el universo, la tierra, los Orichas inmortales y los
hombres perecederos.
Invocan a los Orichas, grandes protectores del Muntú Africano, para
que no los abandonen en el exilio y nutran su rebeldía para alcanzar la
libertad.
Convocan a los sacerdotes de todos los pueblos de África, perseguidos
por los cazadores de hombres libres para esclavizarlos en América...
No claman por milagros ni misericordia, sino que les hagan fuertes
en la «nueva casa americana», donde quiera que los arrastre el yugo de
las cadenas; los ríos calmen su sed; en las montañas abunden árboles,
barro y cal para construir su casa; la tierra sea fértil para el grano y sus
muertos.
¡Ante todo pedirán a los Orichas de la Vida, les conceda mujer,
compañera y esposa, para multiplicar su estirpe y perpetuarse en el
océano de todas las sangres!
A la entrada de las aldeas sudanesas y subsaharianas, en el territorio
que fuera asiento de los antiguos reinos del Bornu, Malí, Ghana y el
Songhai, se haya plantado indefectiblemente un frondoso y amigo
baobab. Afirma la tradición yoruba que en sus ramas duermen los
difuntos.
Cada vez que la comunidad delibera sobre decisiones trascendentales,
los ancianos se congregan allí para que los Ancestros iluminen sus
palabras con la sabiduría milenaria.
El mito agrega que el árbol sagrado reúne simbólicamente en sus
hojas, los mil y más idiomas africanos conformados en su larga evolución
de millones de años; sus raíces son tan profundas que no ha podido ser
destroncado por la cacería de sus hablantes, perpetrada desde tiempos
inmemoriales por griegos, romanos, persas, chinos y árabes.
¡Oigámoslos!
En orden jerárquico, los Ancestros más viejos reposan en las ramas
altas. Preservan la sabiduría de las primeras experiencias. Conocen
la historia de los héroes y pueblos más antiguos. Egipto, Etiopía,

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E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

Libia, Kush, Chad, Ghana, Malí, Bornu, Timbuctú, Zimbabwe; y de


los más jóvenes, Guinea, Dahomey, Camerún, Angola, Congo, Kenya,
Mozambique, Madagascar, Monomotapa, testigos de la devastadora
cacería con armas de chispa perpetrada por los hombres blancos.
Se hablan y escuchan los primeros idiomas ya desaparecidos; los
antiguos y modernos, ríos de palabras de una misma historia. Más
lenguas que hojas avivan la copa, las ramas, raíces y tronco del árbol
milenario que no abrazan cincuenta hombres dándose las manos:
Yoruba, fula, bambara, congo, mandinga, ewe-fon, swahili, luango,
arará, ardá, carabalí, biafra, angola, lucumí, mina, matamba, zape,
wolof, manicongo, diola, serere, zulú, hotentote...
Los sacerdotes llegaban de los cuatros confines tras largas jornadas
nocturnas, evadiendo a los cazadores y traficantes de hombres.
Escondidos en las selvas y ríos se enfrentaban a leones, leopardos y
cocodrilos; huían de los litorales y puertos de embarque siempre
vigilados; lejos de los reinos comprometidos en la captura y venta de
enemigos y aún de sus propios súbditos.
Allí, a la sombra acogedora de los Ancestros, estaban reunidos
los trovadores, poetas y artistas de los cuatro grandes ríos: Níger,
Congo, Nilo y Zambeze. Venían del Sur y del Indico; de los pueblos
subsaharianos; de Angola, Manicongo y el Monomotapa, territorios de
civilizaciones y ciudades imperiales, ahora en llamas y sus nombres
borrados por la cacería humana.

ODUMARE CREA EL UNIVERSO,


ORICHAS Y HOMBRES

Al aparecer la luna en el firmamento callaron los tambores y koras.


África retornó al silencio de los iniciales días de la creación cuando
el hombre, recién nacido, oloroso a estrellas y mojado por las aguas
virginales, balbucía las primeras palabras, rodeado de mamuts, árboles
primigenios y vientos. Aún no tenía cautivo al fuego, ni sembrada la
semilla, ni había arrojado la primera piedra contra su hermano.
En ese silencio que sobrecogía a los peregrinos, habló el abuelo
centenario, cuyas palabras podían ser comprendidas en todos los

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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

idiomas, al igual que el viento cuando nos anuncia la vida o la muerte


con el llanto del recién nacido o el último suspiro del moribundo:
—Nombro a Odumare, sin padre ni madre, fuente de luz y oscuridad,
semilla de la vida y la muerte. Gran creador del universo, donde nada
existe ni se mueve sin la saliva de su palabra que todo lo liga y todo lo
desata.
En sí mismo, Dios Único y Trino, se reveló en distintas potencias:
Odumare Nzame, Supremo Creador Omnipotente.
Olofi, su espíritu en la tierra, ordenador del principio vital y del
movimiento de los mares, ríos, vientos y de la hoja que cae. A los
hombres trazó sus leyes y costumbres.
Y Baba Nkawa, espíritu-luz que anda por los espacios siderales
creando nuevos mundos.
Fiel a su propia esencia, Olofi, proyección de Odumare, creó al
hombre inmortal para que fuera su herramienta creadora, centro y
trama de todos los seres y cosas en la tierra... así nació ¡Omo-Oba!
Aún no había abierto los ojos, cuando orgulloso y prepotente por los
poderes recibidos, se llenó de soberbia e irreverencia ante su creador.
En castigo, Olofi, al no poderlo destruir por ser inmortal, lo persiguió
con fuego y centellas. Para escapar a las quemaduras, Omo-Oba se
refugió en el corazón de la tierra. Sus suspiros y ayes producen las
erupciones de los volcanes. De vez en cuando sale de sus abismos a
predicar entre los hombres la desobediencia a las leyes establecidas
por Olofi y los Orichas.
No cejó el Creador en sus propósitos de responsabilizar al hombre
del orden y la justicia en la tierra, pero le limitó sus poderes con la
muerte. Entonces fueron creados Obatalá y su compañera Odudúa,
los primeros hombres mortales que engendraron a sus hijos Aganyú
y Yemayá.
Pero mal andaban los designios del Dios Olofi para poblar la tierra:
la primera pareja tuvo por descendencia un solo varón: Orungán.
No pararon aquí los contratiempos causados por las criaturas
humanas. Aganyú, ante la belleza de su hijo, murió de celos... la vida y
las pasiones de los hombres trazaban su propio destino.

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E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

Cuenta la leyenda de los orígenes, que Orungán fecundó a su madre


Yemayá quien, dolida y avergonzada por el engendro incestuoso,
refugióse en la más alta montaña, donde fue extinguiéndose... pero
siete días después de muerta, en medio de truenos y centellas, dio a luz
a los catorce grandes Orichas.

LOS ORICHAS PROTECTORES


DEL MUNTÚ EN EL EXILIO

El venerable anciano avivó el sentimiento religioso anunciando que


el Oricha de la Palabra presentaría a los hijos de Orungán y Yemayá.
Babalaos, gangas, papaloas, grillots y batatas, nombres de los
sacerdotes de las distintas etnias, reverenciaron a los tambores que ya
invocaban al Gran Elegba, sin cuyo descendimiento estaba prohibido
a los demás Orichas revelarse a sus devotos.
Olofi le había concedido el poder de la palabra, hablada o escrita,
sin la cual los hombres no podrían hacer el amor, el canto, el poema,
la oración, el arte, la guerra y la paz; ni mantener el diálogo con los
Orichas y Ancestros, depositarios de la sabiduría que perpetúan los
abuelos. Bien sabían los sacerdotes que sin la memoria ancestral, el
Muntú esclavizado nunca llegaría a ser libre.
El canto de las múltiples lenguas, bajo el baobab resonaba como
colmena alborotada por el vuelo nupcial de una nueva reina. El trino
de las aves canoras en el crepúsculo y el persistente grito de los difuntos
contra la cacería humana; las revueltas en los barcos y puertos de
América... afirmaban que Olofi los mantenía unidos en la trama de la
vida y la muerte, más allá de las fronteras del espacio y del tiempo.
Todos percibieron que por las ramas del baobab descendía Elegba y
les hablaba en la voz del patriarca, reforzada con el resonante palmoteo
de los tambores:
—Nuestro padre Odumare-Olofi-Baba Nkawa, dividido pero atado
en un solo nudo como los dedos del puño, creó a los catorce grandes
Orichas para proteger al Muntú en la adversidad, no con milagros y
dádivas, sino implantándoles la fuerza creadora de la vida, fuente de la
inteligencia y la palabra.

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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

—¡Magara! ¡Magara! ¡Magara! (¡Vida! ¡Vida! ¡Vida!)


Respondieron los oficiantes cuando el fuego de los Ancestros les
encendió el espíritu.
El invisible, presente y poderoso Elegba, prosiguió hablando por la
voz del más anciano:
—Menciono en primer lugar a la madre Yemayá, de cuyos huesos,
aquí en la Ciudad Sagrada de Ilé-Ifé, nacieron Obafulom e Iyáa,
padres del género humano. Ella controla todas las aguas placentarias
de la vida y aquellas que la nutren: la lluvia, el océano, los ríos... ¡El
Muntú en el exilio no morirá de sed!
Entonces el relámpago y el trueno desataron la lluvia. La alegría del
viento sacudía las ramas y el olor de la tierra mojada se transpiró en
todos los cantos.
—Está con nosotros Changó, Dios de la Centella, a quien Olofi
designó Oricha de la Guerra, la Fecundación y la Danza. Fortificará
los ejércitos del Muntú Americano, fecundadores, combatientes y
danzantes de la libertad.
El abuelo, lengua de Elegba, había caído en un trance delirante.
Los talones y sandalias de los babalaos percutían el gran tambor de la
tierra. La danza cesó sólo cuando oyeron los inconfundibles ladridos
de los dos perros que siempre acompañan al Oricha de la Salud y las
Enfermedades.
El anciano prosiguió iluminado por el Oricha:
—En buena hora ha descendido Babalú-Ayé; sus plantas mágicas
curarán las heridas y el dolor del Muntú en la esclavitud.
Las respiraciones se tornaron más frescas y copiosas, señal
inequívoca de su presencia bienhechora.
Como la brisa, trajo olores marinos que recordaban los puertos
y barcos a la espera de los prisioneros. Pero los ojos penetrantes de
Elegba reconocieron al recién llegado:
—¡Oke, Oricha de las alturas y las montañas! Con sus vientos
cálidos protegerá al Muntú, alejado de las costas y riberas de la Madre
Yemayá.
Una tromba de hojas y arena elevó al baobab con raíces y tronco
al espacio. Allí, más cerca de los Orichas, estuvo sostenido por la

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E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

portentosa mano de Oke. No obstante, los cantos prosiguieron en su


alabanza hasta cuando en el horizonte, todavía en sombras, se asomó
la luz de Orún, Oricha del Sol.
Apresuradamente, Oke recogió sus vientos, devolviendo a Ilé-Ifé su
árbol cargado de difuntos y vivos.
La clarinada de los gallos se había adelantado a las palabras de
Elegba:
—Los mensajeros de Orún anuncian su espejo de fuego. Perseguidor
de la lluvia, es temido y amado por su madre Yemayá. En las aguas y la
tierra; en la vida y la muerte; en el día y la noche, siempre en América
hará visible al Muntú, la Sombra Protectora de sus Ancestros.

PAUSA DE MEDITACIÓN

Por las calles de Ilé-Ifé se oraba en un sólo ritual, aunque los


babalaos y familiares corearan en diferentes idiomas los nombres de
sus ausentes. Madres, esposas, padres, hermanos, hijos, de los que no
regresarían, pero jamás olvidados en generaciones y siglos. Habían
partido de los puertos sin un adiós ni testigos de sus lágrimas. La
Ciudad Sagrada preservaría su memoria como unida a los huesos de
Yemayá, de cuyo polvo y cal nacieron los primeros padres Obafulom e
Iyáa, fecundadores de la genealogía de los simples humanos.
En vez de aminorar, las romerías se acrecentaban con la llegada de
nuevos sacerdotes decididos a inmolarse en el tráfico de la esclavitud.
Estóicos y silenciosos, sin una queja, soportarían el fuego de la
carimba, el pesado collar de las cadenas, las azotainas, hambrunas y
enfermedades. Pasar inadvertidos era su estrategia para cumplir su
misión sagrada: predicar en las factorías que hacinaban a los cautivos
a la espera de los barcos de la muerte; en las bodegas oscuras y
malolientes; en la dolorosa llegada y en los puertos de América, donde
se bifurcarían los trágicos destinos.
Los papaloas estarían presentes en los trances de desesperación y
angustia. Nunca catequizando, siempre predicadores de la lucha por la
libertad hasta más allá de la muerte.
¡Cuántos de estos anónimos sacerdotes sufrieron torturas antes de
ser quemados en la hoguera!
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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

¡Jamás alcanzaron a celebrar el ritual sagrado, pero sembraron con


su muerte la imperecedera religión de los Orichas y Ancestros!

LOS ORICHAS DEL AMOR Y DE LA FAMILIA

Los lingas llamaban insistentemente a las hijas de Yemayá. El


Muntú Americano debía enriquecer la familia con la prole de sus hijos,
la mejor ofrenda a sus Orichas.
Las sacerdotisas, sumergidas en los cánticos y rituales colectivos,
alzaron entonces sus voces por encima del coro de los varones. La lluvia
mojaba sus ojos y cuerpos, danzando e imitando con sus movimientos
las olas del mar, la ondulante serpiente de los ríos y el baile de la
lluvia.
Los tambores y cantos reforzaron sus llamados para que la luna
se asomara en el horizonte. Era Ochú, la Oricha de las Trampas del
Amor, primogénita en el múltiple parto de Yemayá.
Apoderándose de las palabras de los tambores, el siempre picaresco
Elegba, anunció:
—Ochú, la preferida concubina de Changó, vigilante de sus pasos en
las correrías nocturnas, fecundando a sus múltiples amantes.
Las mujeres escondieron socarronamente sus risas. Habían recibido
de la Oricha los secretos para retener a sus maridos el mayor número
de noches entre todas sus mujeres.
Las madres del Muntú Americano, esclavizadas y vendidas,
necesitaban de la mágica Ochú para procrear la semilla de sus hijos.
Las reiteradas invocaciones abrieron el camino a Oba, Oricha del
afluente del Níger que lleva su nombre. Tenía el privilegio de ser la
esposa de su hermano Changó.
—No son muy buenas las relaciones con su marido. ¡Los celos
que guarda a sus hermanas la enloquecen! —dijo Elegba en voz baja
antes de que apareciera con sus alhajas de gran señora, regalos de sus
adoradores mineros de Takún, en la Costa de Oro.
En América protegería a sus devotos esclavizados en los socavones
y ríos auríferos.

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En la oscuridad continuaban llegando sacerdotes fugitivos de los


pueblos devastados por los asaltos e incendios. Pero más fuerte era el
aliento reparador de los Orichas, que les permitía preservar sus vidas.
Ahora, los retumbantes lingas nombraban a Oyá, Oricha de las Siete
Desembocaduras del Gran Río. Ardorosamente se le invocaba para que
fortaleciera la memoria del Muntú en el destierro.
Simultáneamente había descendido Olosa, protectora de los
pescadores. Valida del Cocodrilo, anunciaba las crecientes y sequías a
los moradores del Níger.
También concurrió al convite Oshún, Oricha del Amor y las
Riquezas Auríferas. Engalanada con collares y sortijas, siempre se
preocupaba de halagar a su hermano y amante Changó cuando volvía
de sus victoriosas conquistas con trofeos y botines de oro. Seductora,
coqueta, enseñaría a la mujer esclavizada cómo seducir al amo para
enriquecer la descendencia del Muntú con nuevas y variadas sangres.
La presencia de las cuatro hijas de Yemayá, pocas veces juntas,
estremecía las ramas del baobab, mecidas por el viento del travieso
Alefi, mensajero de Oyá. Varias devotas, electrizadas por el vibrar de
los tambores, simulaban irreverentes el orgasmo con imaginarios y
ardorosos cónyuges.
Intempestivamente, los músicos perdieron el ritmo al confundir
el sexo del hermafrodita Olokún; sentían que les trababa las manos,
obligándolos a identificar su doble condición de marimacho. El más
viejo y ducho tamborero inició el toque inusual para invocar al Dios
Supremo Odumare, padre y madre de sí mismo. Y el ritmo agradó
a Olokún quien, alborotador impuso movimientos varoniles a la
sacerdotisa que cabalgaba.
—¡Olokún! ¡Olokún! —gritaban alborozados mujeres y varones.
Elegba habló por boca del anciano:
—Oricha de las Profundidades Submarinas, siempre vive rodeado
de hombres-peces y sirenas, con quienes copula. El Muntú Americano
necesita de su doble condición para armonizar los códigos opuestos de
patriarcado y matriarcado que rigen las costumbres de los Ancestros.
Los sacerdotes escucharon y callaron, ansiosos de fortalecer al
Muntú en tierras extrañas con aquella revelación.

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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

En el claroscuro de la madrugada, cuando el cazador se apresta a


mirar sus trampas con la esperanza de una buena captura, los tambores
invocaron a Ochosí. Los danzantes siguieron los pasos cadenciosos de
los cazadores y animales, deslizándose cautelosos en la maraña de la
selva o por los caminos de la sabana.
Los babalaos imploraron al invisible y presente Ochosí para que el
Muntú, extraviado en tierras extrañas, encontrara la manera de cazar
el venado, vencer al tigre y huir de las serpientes.
Los músicos sagrados sintieron que palmoteaban la bienhechora
presencia de Dada, el sembrador de las semillas del mijo, del arroz y
del plátano. Sin el cultivo de la nueva tierra, los hijos del Muntú podían
perecer de hambre.
Los babalaos, varones y mujeres, se abrazaban jubilosos. El
tamborero altisonante repiqueteaba en honor de Yemayá y Orungán,
últimos hijos en descender, sin cuyos dones, nada de lo que ofrecieran
sus hermanos alcanzaría a nutrir a los que partían hacia lo desconocido.
Entonces clamaban los nombres sagrados:
—¡Bienvenido Ayé-Shaluga, Oricha de la Buena Suerte!
—¡Desciende Chankpala, Amo de los Insectos, para que no falte la
protección y laves las heridas a los prisioneros!
Cuando Orún lanzó sus primeros rayos, sorprendió a tamboreros y
danzantes.
Elegba pronunció sus palabras en la voz anciana, pero no débil, del
babalao:
—¡Los hijos de Obafulom e Iyáa, desterrados en América, necesitarán
del fuego, de las armas y las artes para construir su nueva casa,
defenderla y enriquecerla!
Las hojas del Árbol Sagrado se incendiaron con un fuego que
enceguecía. Aterrorizados, los babalaos contemplaron la deslumbrante
claridad que descendía de las alturas hasta las raíces del baobab.
Entonces el viejo sacerdote elevó la plegaria:
—¡Orún, ilumínanos con tu claridad!
En la otra orilla, sus rayos aún no alumbraban a los primeros
africanos en tierra americana.

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El silencio de Elegba trajo la confusión entre los devotos, cuyas


voces nadaban como peces ciegos al no encontrar respuestas. Sólo los
tambores ligaban el diálogo entre vivos y difuntos.
Los babalaos, cantando y batiendo las manos, clamaban por la voz
del Oricha:
—¡Elegba, dános la luz de las palabras en el exilio de los idiomas
perdidos!
—¡Revélanos el secreto que mantenga unidas las lenguas del Muntú
en su dolorosa partida!
El yoruba que entrelaza los pueblos del Níger.
El bantú de la foresta y los grandes lagos.
El swahili de las altas praderas y los puertos del Indico.
Los sagrados idiomas de los remotos Kush y Bornu.
Los ribereños del Nilo y el Zambeze.
El Ki-Kongo, el Ba-Lunda, el U-Bunda, la lengua de los Hamitas-
Etíopes, muralla de Cristianos.
Los lingas, tambores políglotos, transmitían incansablemente sus
mensajes a Elegba:
—Escucha, abridor de las puertas, tus hijos te hablan. ¡Ayúdanos a
preservar la vida, nuestra sangre y nuestra memoria!
—Que nuestros idiomas permanezcan unidos como las cadenas que
nos atan.
El anciano, cuya palabra había sido poseída por el Oricha durante
toda la noche, ahora debía sumarse al desconcierto sin que su voz
fuera escuchada por los Orichas y Ancestros en las más altas ramas del
baobab. Finalmente descifró su silencio:
—¡Mientras vivan los Orichas y Ancestros, el Muntú tendrá vida e
inteligencia para inventar nuevos idiomas!

KULONDA, PACTO ENTRE LOS VIVOS


Y LOS DIFUNTOS

Proyectadas por Ochú, las Sombras de los Ancestros acompañaban


a los vivos: sacerdotes, músicos y poetas, intérpretes de la tradición
ancestral. El baobab, que había recibido la visita de los Orichas por las
tres noches, ahora acogía la palabra de los mortales. En sólo un fugaz
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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

instante traspasaron la invisible orilla que separa la vida eterna de los


Orichas, del tránsito efímero de los vivos por la tierra.
Recobrada la palabra que le había arrebatado Elegba, el abuelo
habló con voz milenaria:
—Libre y voluntariamente, los Ancestros siembran el kulonda en
el vientre de nuestras madres para que florezca el hijo. Misterio del
magara que engendra la vida, la inteligencia, la palabra y el don creador
de los humanos. Ni siquiera Ifá-Fa con sus cien ojos, que todo lo ven y
adivinan, ha podido descifrarlo.
Y agregó:
— Irrompible pacto por el cual el Ancestro debe alimentar las potencias
creadoras de su ahijado, y éste engrandecer a su protector ante los Orichas,
multiplicando la vida con muchos hijos y enriqueciéndola con sus acciones.
No se escuchaban tambores ni cantos sagrados en el diálogo entre
mortales.
—La Ley Suprema de nuestro padre Odumare-Olofi ordena que los
difuntos y vivos formemos una familia única, hermanados con la tierra y los
astros. La misma vida que alumbra a las estrellas, aviva a hombres, árboles,
herramientas y piedras. Somos mezcla de luz y polvo.
Quienes le oían, dudaban si retener o exhalar la burbuja de aire que
calentaba sus alientos.
—Ni siquiera la vida nos pertenece. Es un fuego heredado de los millones
de padres que nos han antecedido, para que su sabiduría y experiencia,
enriquecidas por los vivos, nutran las generaciones venideras.
Al separarse de los sacerdotes que acompañarían al Muntú en su forzado
exilio, el abuelo, más viejo que el baobab, despidió con este adiós a los vientos
que empujaban los barcos cargados de semillas ancestrales:
¡Siempre la lucidez de que son libres, nunca la cerviz doblada del
esclavo!
¡Jamás olvidar las claves secretas de la tradición oral, para superar el dolor,
el exilio y la muerte, lejos de la casa, la familia y los difuntos!
¡Llenar con la esperanza las noches sin luna de las bodegas durante la travesía
del océano, para refrescar los labios resecos y los pulmones sedientos!
¡Confundidos los idiomas de las mil tribus, convertir las cadenas en
palabras para comunicarse las fiebres y escalofríos!

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E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

¡Transformar el llanto de los niños hambrientos en clavos de fuego en el


corazón de los rebeldes!
¡Al salir de las bodegas, frente al sol, reencontrar las mudas, silenciosas y
siempre protectoras Sombras de los Ancestros, que los acompañarán hasta la
muerte!

37
CAPÍTULO SEGUNDO:

A HORA H ABLA LA C IENCIA


Á FRICA, C UNA DEL H OMO S APIENS

LA HISTORIA MARAVILLOSA DE LA TIERRA Y


DE LA VIDA

L
a edad y genealogía del hombre sobre la tierra, a lo largo de
los siglos, han suscitado en historiadores y filósofos –Platón,
Aristóteles, Confucio, Ptolomeo, Buda, Moisés, Copérnico,
Lamarck, Darwin, Einstein– los mismos interrogantes que inspiraron
los mitos del hombre primigenio.
Sin embargo, cada quien presenta diferentes partidas de nacimiento;
la primera duda surge en relación con la antigüedad del universo y de
la tierra. Aunque se difiera sobre fechas, parece que nuestro planeta es
un recién nacido, con una edad indeterminada a partir de 1.500 o más
millones de años.
Después de conformarse los continentes, se calcula que la vida, en
sus más simples elementos orgánicos, se dio en las aguas marinas en
un período impreciso, a partir de 925 millones de años. (Coley).
Aunque pudo darse simultáneamente en muchas partes del planeta,
lo más verosímil es que haya ocurrido en las zonas tropicales del
cinturón ecuatorial, donde confluían las condiciones propicias: agua,
tierra, calor, atmósfera, etc.
El Homo Sapiens, el hombre inteligente, apareció una mañana
africana; sin saber por qué estaba rodeado de estrellas, tierra, agua,
animales y árboles.
¿Se sentiría hijo de Yemayá y del kulonda sembrado por sus
Ancestros?
Los científicos han reconstruído su Árbol Genealógico, es decir,
quiénes fueron sus antepasados: peces, reptiles, aves, insectos y
mamíferos. Entre todos ellos, fue el único en evolucionar las facultades
superiores que caracterizan la especie humana:
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

—El lenguaje articulado, que le permitió coordinar y expresar sus


ideas con palabras para comunicarse con sus semejantes y dioses.
—Debido a su inteligencia y habilidades, construyó las primeras
herramientas para defenderse y sobrevivir a expensas de la naturaleza.
—Entre todos los seres vivos, el único en reconocer la consanguinidad
que lo ligaba a sus progenitores, fundamento de la familia humana.
Por todo ello, puede afirmarse que el Homo Sapiens Africano es
el creador de la cultura; de cuanto ha enriquecido y perjudicado a la
naturaleza.
¿Cómo pudo el hombre, a partir de la animalidad, alcanzar tales
dones y potencias creadoras?

PARTIDA DE NACIMIENTO DEL HOMBRE


Se da el nombre de Homo Neandertal u Homo Sapiens, a los
primeros antepasados que alcanzaron, por evolución de los primates,
las formas anatómicas e intelectuales que caracterizan a los humanos.
Apenas adquirieron su cédula de ciudadanía, hace un millón de años o un
poquito más. La cuna de su nacimiento, según las últimas excavaciones
arqueológicas, estuvo ubicada en los alrededores de los grandes lagos
Elmenteita, Naivasha y Oldoway (Tanzania). (L. Leakey).
Para entroncar este gran acontecimiento al Árbol Genealógico de
la Humanidad, es necesario descubrir las raíces que se hunden en el
pasado milenario, todas en el continente africano. Sin embargo, en la
búsqueda hacia atrás, encontraremos al más antiguo mamífero, con
rasgos que pudieran identificarlo con los simios:
EL PURGATORIUS
Cuyo fósil se halló en Montana (E.E.U.U.). Pequeño como un tití,
podía oponer el pulgar al resto de los dedos. Sin duda sería un experto
cazador de pulgas. Vivió en lo que se llamaría América, setenta millones
de años antes de que naciera Cristóbal Colón.
Pero el más antiguo y real antecesor del Homo Sapiens Africano,
apareció mucho después, tras la sucesión de una larga familia de
homínidos.

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EL RAMAPITECO
Se da este nombre al más remoto antepasado que vivía en los árboles.
Se han encontrado sus fósiles de 20 millones de años, en África e India.
No obstante, el africano aventajaba a sus primos orientales, porque
podía mantenerse verticalmente entre rama y rama, empleando con
mayor libertad sus brazos. ¡Algo es algo!
EL AUSTRALOPITECO
Una vez más, en Sudáfrica, fue hallado un fósil en Sterkfontein. Se
trataba de las muelas de un antropoide cuya edad no ha podido ser
confirmada. Unos le asignan nueve o doce millones de años, y, otros,
generosamente, siete. En todo caso, con el nombre de Australopiteco,
pasó a ser parte de nuestros antepasados.
Pronto, su parentela se agrandó con nuevos miembros localizados
por el paleontólogo Louis Leakey, en 1959 (Tanzania). Al primero de
ellos lo denominó Zinjantropus Boisei.
EL MEGANTROPUS Y EL GIGANTROPUS
ASIÁTICOS
En Java y China se encontraron fósiles, consistentes en mandíbulas
más largas que las de los homínidos hasta entonces conocidos. Se calcula
que vivieron en el Plioceno (6 millones de años de antigüedad).
El Homo Erectus de Java
El doctor Eugenio Dubois, alemán, descubrió al primer Homo
Erectus, en Java, 1891. Apenas fragmentos del cráneo, una quijada
inferior, tres molares y el fémur izquierdo completo. Pese a tan pocas
evidencias, lanzó la hipótesis de que el hombre había nacido en Asia,
tres millones de años atrás. (Pleistoceno medio).
Sólo a mediados del presente siglo, los científicos del mundo
advirtieron alborozados que la aurora de la cultura, hasta entonces en
penumbra, se iluminaba y extendía con nuevos y múltiples forjadores.
EL PITECANTROPUS ERECTUS AFRICANO
En Kenya, Etiopía y Zambia, se descubrieron fósiles similares a los
asiáticos, confirmándose que la especie erectus se había diseminado
por el continente Euroasiático desde África, hacía poco más o menos
dos millones de años. Así lo confirmaban el Gigantropus de China; el
Megantropus de Java y el Atlantropus del Magreb, más robustos,

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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

pero que no aventajaban al africano, cuya cavidad craneana era de 940


a 1.000 centímetros cúbicos.
EL HOMO HABILIS
Dos años más tarde, en una capa más profunda, Richard Leakey,
hijo de Louis, encuentra otro espécimen de distinta generación, más
joven, cuyo pie y mano indicaban que era un consumado caminante y
artesano. Sometido a rigurosos exámenes de identificación, pasó a ser
noticia universal en 1964:
«¡Encontrado el Homo Habilis, fallecido dos millones de años
atrás!». (R. Leakey).
Por esos mismos días, otro miembro de los laboriosos Homo
Habilis se convertiría en la nueva Eva del movimiento feminista:
«Lucía», la mujer más antigua, presentada en sociedad por Richard
Leakey. Nada ociosa, pues en su hábitat se encontraron cincuenta y
dos tipos de piedra y hueso utilizados como herramientas.
El Homo Habilis logró extenderse por Etiopía, Tanzania y Kenya.
Según cada caso, medía en promedio un metro y un metro con cincuenta
centímetros, y pesaba entre veinte y cincuenta kilos. Su extinción es
otro misterio, pues ocurrió poco antes de aparecer un nuevo modelo,
anatómica e intelectualmente más evolucionado:
NEANDERTAL Y HOMO SAPIENS AFRICANOS
Una vez más, la paleontología, en su incesante búsqueda de los orígenes
del hombre, encontró en África claras evidencias de su evolución, desde
el Ramapiteco al Neandertal y el Homo Sapiens. Estos dos últimos tipos
convivieron en la misma época, hace 100.000 años, e incluso hubo entre
ellos procesos de mestizaje. Las distintas especies de Neandertal, con una
capacidad craneana de 1.450 c.c., inferior al Homo Sapiens, que poseía
1.660 c.c. de masa cerebral. Estos hombres ya fabricaban herramientas
e instrumentos de piedra y hueso, comparables a los utilizados por los
euroasiáticos, de los que fueron contemporáneos. Sorprendentemente,
sus restos se hallaron cerca del lecho donde vivieron los Homo Habilis,
aunque en estratos menos antiguos.
¡Las conclusiones que pueden deducirse de estos hechos son
fantásticas! Desarrollada la habilidad de sus manos, el hombre

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E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

evolucionó rápidamente su inteligencia y creatividad material en menos


de tres millones de años, cuando había necesitado más de veinte para
desprenderse de las ramas y andar erecto.
Igualmente sorprende que tal prodigio hubiera ocurrido en un
espacio limitado de la tierra –Tanzania, Kenya y Etiopía–, dándose la
circunstancia de haber convivido simultáneamente el Neandertal y el
Homo Sapiens, lo que también revela rápidas modificaciones anatómicas
y aptitudes de la especie en situaciones ambientales semejantes.
A partir de este momento, el Homo Sapiens se dispersa por todo
África, Euroasia y Oceanía.
ACTA FINAL
Conocidas y comprobadas las revelaciones de los paleontólogos,
podemos testificar los siguientes hechos que permiten cimentar las
raíces, tronco y ramificaciones del Árbol Genealógico de la Humanidad,
sin que haya dudas sobre la legitimidad científica, argúyanse prejuicios
raciales o hipótesis por demostrar.
—El Homo Sapiens Africano se entronca con antepasados muy
lejanos que vivieron en su continente hace 14 o 20 millones de años
atrás.
—Los paleontólogos Louis y su hijo Richard Leakey, éste último el
más infatigable y afortunado africanista del siglo XX, han demostrado
con sus descubrimientos, entre otras grandes revelaciones, la existencia
de un eslabón entre el Homo Erectus y el Homo Sapiens, por
ellos llamado el Homo Habilis, cuya antigüedad se ha datado
aproximadamente en dos millones de años. ¡Nudo esclarecedor de la
evolución, desde los homínidos hasta el hombre contemporáneo!
Además, existen evidencias de la contemporaneidad y mestizaje
entre los Homo Neandertal y el Homo Sapiens, en África, con los de
Europa.
Los Pitecantropus Erectus de Java; el Zinjantropus de
Pekín y el Atlantropus del Magreb, serían lejanos parientes del
Pitecantropus Africano.
—Los Negritos son los únicos hombres sobre el planeta que pueden
demostrar su ascendencia directa a partir del Homo Sapiens
Africano.

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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

El paleontólogo Arthur Keith, considera que el Neandertal de


Oldoway (Tanzania), inicia una evolución directa hasta los actuales
pueblos de África Oriental.
Así mismo, sostiene:
— Los Homo Sapiens de Boskop y Fish Hock (Ciudad
del Cabo), son los antecesores directos de los modernos
hotentotes de Sudáfrica.
— Los Homo Sapiens de Sprinqbok (Transval), son los
antecesores directos de los modernos bosquimanos del
Sudeste de África. (Keith).
Y, algo más contundente: África, además de ser la Cuna de la
Humanidad, originó la dispersión y mestizaje de los pueblos primigenios
que poblaron el planeta.

LA DIÁSPORA GENÉSICA AFRICANA

La dispersión del Homo Sapiens Africano por todos los continentes,


obliga a pensar que a él se deba el instinto migratorio y explorador del
hombre actual. Igualmente se explica por qué los tres grupos básicos
de la familia humana —Negroide, Caucásico y Mongólico— presentan
nexos consanguíneos en el remoto pasado.
En la aurora de la cultura, los pueblos africanos iniciaron una
diáspora genésica por ríos, mares, islas y continentes. La paleontología
confirma este éxodo universal en el Viejo Mundo Paleolítico. Aunque
los estudiosos de las sociedades modernas pongan poco interés en este
período decisivo de la humanidad, los descendientes directos del Homo
Sapiens Africano no debemos ignorarlo, porque esa diáspora refuta
todas las teorías y prejuicios actuales sobre diferencias y supremacías
entre los hombres.
Rememoremos los testimonios antropológicos que confirman los
pasos y vínculos de esa diáspora:
Los pueblos actuales del mundo se dividen en tres grandes subgrupos
o tipos étnicos:
—Africano (Negrito y Negro), habita principalmente todo África,
Melanesia y partes de América.

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—Caucásico, habita principalmente Europa, Medio Oriente y parte


de América.
—Mongólico, habita principalmente Asia, Indonesia y parte de
América.
Se sabe que hubo mezclas y dispersión de los pueblos primigenios
desde antes de la Edad Cuaternaria. En este período arcaico, el grupo
étnico Negrito inició desplazamientos en el interior de África y fuera de
ella hacia el continente Euroasiático, Australia y Oceanía. Ello supone
vías terrestres y costaneras, lo que implica algún tipo de navegación
rudimentaria, utilizando las corrientes del Océano Indico.
A principios de la Edad Cuaternaria, en el período conocido como
Paleolítico Superior, con el deshielo de los grandes glaciares árticos y
antárticos, los pueblos fueron compulsados a las zonas tropicales.
Los antropólogos han encontrado huellas de triple hibridación de
los troncos étnicos básicos, en fósiles localizados en Persia, India,
China y Oceanía.
Esta época coincide con los primeros poblamientos de América por
grupos mongólicos, por el estrecho de Behring, algunos de ellos ya
amestizados con caucásicos, polinésicos y, probablemente, melanésicos,
(Velas y Hoijer).
Más tarde o simultáneamente, también hubo migraciones directas
de la Oceanía, procedentes de la Melanesia (cuyo nombre alude a la
piel negra de sus habitantes) y de la Polinesia (pueblos poliétnicos).
El profesor Paul Rivet, quien vivió gran parte de su vida en Colombia,
estudió fósiles, lenguas, alimentos y hábitos de nuestros amerindios,
que le permitieron fundamentar su tesis sobre el origen del hombre
americano por pobladores oceánicos. Todos ellos emparentados
con el grupo Negrito Aafricano, según los últimos descubrimientos
arqueológicos.
Aprovechando las corrientes oceánicas, de isla en isla, mediante
balsas o rústicas embarcaciones, alcanzaron las costas de América, por
tres rutas transoceánicas y la Australasia, hasta llegar a México, Centro
y Sur América. (Rivet).

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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

El profesor Paul Rivet, en «El Tiempo» de Bogotá, 28 de agosto


de 1938, reveló, mediante estudios paleontológicos y antropológicos,
al arribo a nuestro litoral Pacífico de migraciones melanésicas y
polinésicas, las raíces más lejanas de nuestros Ancestros aborígenes.
Cinco siglos antes de Cristo, los escultores de las estatuas en piedra
de San Agustín (Huila), dejarían en los rostros e instrumentos de sus
ídolos, huellas de sus antepasados melanésicos. (Paul Rivet).
Otros estudios realizados por mexicanos, confirman la presencia de
los antecesores de los Olmeca en las costas de El Salvador. Milenios
después ya habitaban los valles del Golfo de México, en el Atlántico
(Veracruz), donde floreció su cultura, cuyas cabezas gigantes, también
esculpidas en piedra, muestran rasgos africanos.
Los emigrantes polinésicos que llegaron por la ruta del sur, islas de
Rapa Nui (isla de Pascua) en Chile, también esculpieron gigantescos
monolitos. Su antigüedad, sus técnicas, fuente de las canteras y
movilización de las rocas con peso de varias toneladas, traídas de islas
cercanas, aún permanecen en el misterio.
Damos el nombre de «diáspora genésica africana» a estas
migraciones y mestizajes de nuestros antepasados, para distinguirla de
la «diáspora compulsada», a partir del Siglo XVI, a consecuencia del
tráfico de prisioneros africanos a nuestro continente. Hecho relevante
en la historia afroamericana y colombiana, pues produjo un verdadero
reencuentro de etnias y herencias culturales, al ponerse en contacto
los arcáicos nómadas africanos y euroasiáticos con sus descendientes,
25.000 años después.

F
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CAPÍTULO TERCERO:

L O QUE D ICE LA H ISTORIA

PALABRAS PARA LAVAR OSCURIDADES

¡
Ekobios! Sigamos adelante en la búsqueda de nuestro pasado
ancestral, donde reposa la verdad de nuestra fortaleza. No nos
limitaremos a recordar hechos históricos, sino a lavar nuestras
mentes de las oscuridades con que se ha querido sepultar nuestro
aporte a la humanidad y a la civilización.
Nuestros pueblos y culturas han sido víctimas de una pertinaz
conspiración por parte de los países que practicaron la cacería de
hombres libres para esclavizarlos durante tres siglos y medio en
América. Desde entonces, los autores de este latrocinio afirmaron que
Africa estaba habitada por tribus bárbaras, carentes de sentimientos
humanos, religión, moral y sabiduría. Y para justificar sus crímenes,
se dijo que el comercio nefando era el único medio de liberarlos de la
esclavitud de la ignorancia.
Para borrar estas impurezas de las conciencias de nuestros niños y
jóvenes, contaremos, con palabras sencillas, cuáles eran las culturas
de África al iniciarse el comercio universal que trajo a millones de
nuestros antepasados en condiciones infrahumanas.
Sobre estos acontecimientos históricos deseamos demostrar que los
africanos, en su diáspora compulsada a la América, a fines del Siglo
XV, conformaban reinos civilizados que refundían en su desarrollo
los valores ancestrales recibidos de la cultura africana de Egipto,
enriquecida con los de la Mesopotamia y el Mediterráneo.
Así mismo, ahondaremos en los mecanismos psicoafectivos que
han permitido al afroamericano, mestizo o puro, enriquecer a sus
descendientes, aptos para las artes y las ciencias; conocedores del
misterio del génesis, y convertirse en astronautas de los mundos
futuros.
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Haremos el inventario de los abuelos rebeldes que no trajeron


equipajes ni ambiciones de conquista en las bodegas oscuras y
nauseabundas, pero que quinientos años después pueden enorgullecerse
de poseer una tierra, una familia y una casa; hijos mestizos de indios y
blancos que cantan canciones de amor y rebeldía.

LA FABULOSA TIMBUCTÚ
En el año 1492, cuando Colón arribó por vez primera a la América,
la ciudad de Timbuctú era la capital de Songhai, uno de los estados más
florecientes a orillas del río Níger. Contaba con una universidad donde
enseñaban matemáticos, sabios y filósofos de Egipto, Arabia y España.
Disponía de una biblioteca donde se guardaban valiosos documentos
históricos, literarios, geográficos, etc., escritos en diferentes idiomas
que se pagaban con oro puro. (Leo Africano).
Infortunadamente, sus gobernantes fueron déspotas y sumieron
a la población en un régimen de injusticias, lo cual proporcionó más
tarde que muchos de sus siervos fueran vendidos a los traficantes de
prisioneros africanos hacia la América.
Sin embargo, Timbuctú y otras ciudades de Songhai, como Gao,
Jenne y Walata, avanzaron hasta convertirse en prósperos centros de
comercio de oro, marfil, ébano y plumas de avestruz, que intercambiaban
por artículos manufacturados en España y Alemania. Telas, navajas
de afeitar y sal. Tuvieron grandes edificaciones, mezquitas, palacios
y murallas, construídas por arquitectos procedentes de Granada,
España.
El más famoso gobernante de Songhai fue Asicia Mohamed, quien
murió ciego en 1528, tres años después que Rodrigo de Bastidas fundara
a Santa Marta, y diez antes que Gonzalo Jiménez de Quesada fundara
Bogotá, capital del Nuevo Reino de Granada. Conviene relacionar estos
hechos, pues muestran el grado de desarrollo de los reinos africanos
cuando se inició el tráfico masivo de sus pobladores.
En el año 1589, El-Mansus, que dominaba en Marruecos, organizó
una invasión a través del desierto del Sahara, con un ejército comandado
por el capitán español Judar, compuesto por 4.000 soldados europeos
y cristianos; 9.000 animales de carga, camellos y caballos para

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E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

transportar alimentos y equipo de guerra. El éxito del estratega español


fue mantener secreto este asalto a los espías de Songhai.
Al finalizar el siglo XVI, viajeros que llegaron a Timbuctú, dieron
noticias al rey Askin Ishak de una nueva invasión musulmana que
avanzaba por el desierto. El soberano decidió contenerla en las afueras
de Gao con una caballería de 18.000 jinetes y 9.000 soldados de
infantería. Aunque el ejército invasor se había reducido a sólo 1.000
unidades, logró vencer fácilmente a los defensores, pese a su bravura,
debido a las armas de fuego.
En esta misma época, otros antiguos estados de todo África serían
convertidos en zonas de cacería y compra de prisioneros para ser
conducidos a la América.

Pero retrocedamos diez mil años atrás, a Egipto, una de las


civilizaciones primarias de la humanidad.

EGIPTO, LA PRIMERA CIVILIZACIÓN (MARGARET)


La más antigua y esplendorosa civilización africana se asentó en el
Valle de Egipto, fecundado por el Nilo, uno de los ríos más grandes del
planeta. Sus tierras eran tan pródigas que los campesinos del tercer
milenio a.C., eran capaces de producir el triple de sus necesidades
domésticas.
Desde sus orígenes, en el Lago Victoria, cuna del Homo Sapiens
Africano, el río recorre las vastas llanuras de Uganda y Sudán para
desembocar en el Mediterráneo. Aquí nació la cultura nilótica, que
desde el Neolítico irrigó los pueblos de África y su influjo repercutió en
la civilización de su época, hasta nuestros días.
Su pueblo se había conformado por un largo mestizaje de las más
variadas etnias africanas y mediterránicas: nilóticos, bantús, hamitas,
semitas, taisenses, badarienses, etíopes.
Para juzgar a sus más remotos pobladores, veremos lo que revelan
las excavaciones de las antiguas ciudades de El Amrah y Nagada:
—Los cementerios testimonian un gran crecimiento de la población.
—El recinto urbano se hallaba fortificado.

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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

—Pinturas y cerámicas certificaban la existencia de una sociedad


esclavista o conquistadora: cautivos con las manos en la espalda.
—Grandes barcas de papiro que permitirían el comercio y
expediciones navieras relativamente largas.
—Procesaban el oro y el cobre que, presumiblemente, procedían de
las colinas del Mar Rojo y Etiopía.
—La artesanía de vasos y jarros en alabastro y basalto presume la
existencia de una sociedad donde existían especialistas con dedicación
exclusiva.
—Los muertos eran enterrados con variados objetos, armas, alimentos
y vasijas, que revelan la creencia de una vida de ultratumba.
Comerciaban con otros centros en vías de desarrollo, como
Mesopotamia. De las islas del mar Egeo se importaban regularmente
metales de plata y oro, en embarcaciones que empleaban hasta sesenta
remeros. Los cementerios permiten deducir que la sociedad se había
estratificado por la acumulación de riqueza. Se calcula que un artesano
especializado en tallar piedra podía emplear todo un año puliendo un
solo jarrón de porfirio, adornar la casa de un rico o decorar su tumba.

LAS PIRÁMIDES
La compleja concepción religiosa de los egipcios se expresa en
sus grandes pirámides, imponentes templos a sus dioses y faraones.
Lo fastuoso de sus ceremonias sagradas contribuyó a que desde la
primera dinastía se agotaran sus reservas de marfil y maderas duras,
teniendo que aprovisionarse de éstas y otros materiales, de los pueblos
negroafricanos del sur, entre ellos, de prisioneros para la construcción
de las grandes pirámides.
El sepulcro del faraón Zer, de la primera Dinastía, contiene él solo
la mitad del número de enterrados en un cementerio público de los
tiempos amrahtienses y gerzeenses.
La tumba de Zóser, de la tercera Dinastía, reúne diez mil jarrones
de piedra.
La gran pirámide de Gizeh, en la cuarta Dinastía, construída para
el faraón Khufer, tiene 481 pies de altura y está compuesta de más de
2’300.000 bloques de piedra, con un peso aproximado de dos toneladas

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y media, y supuso, según el verosímil relato de Heródoto, el trabajo de


100.000 hombres. (Margaret).
Es de presumir, que la práctica de enterramiento de servidores en
las sepulturas de los principales, también realizada por los amerindios,
haya sido un legado cultural difundido por los africanos de la diáspora
genésica, y preservada por sus descendientes en Asia, Oceanía y
América.

EL COMERCIO CON LOS REINOS NEGROAFRICANOS


Una inscripción del año 2275 a.C., aproximadamente, cuenta
que un tal Herkhuf, criado del faraón Merenra, hizo cuatro grandes
expediciones hacia el Sur. En la última volvió con trescientos asnos
cargados de incienso, ébano, marfil, pieles y boomerangs, inclusive un
pigmeo para que divirtiera a su señor.
Para ello debió remontar probablemente el Nilo hasta los confines
de la selva, en la Etiopía meridional. Entre las armas de cacería se
encontraba el boomerang, característica de los pueblos que viven en
ambos lados del Nilo.
En el comercio acostumbrado, los egipcios entregaban posiblemente
ganado vivo y semillas vegetales a las tribus recolectoras y cazadoras,
a cambio de colmillos de elefantes, boomerangs, pieles de leopardo
y otros productos, intercambios que incluían técnicas de siembra,
pastoreo y confección de cerámica ornamental.
La superproducción agrícola en el antiguo Egipto generó una
numerosa clase de nobles, sacerdotes, filósofos, militares, artistas,
arquitectos, albañiles, médicos, matemáticos y artesanos, provenientes
de muchos pueblos africanos, entre ellos de las ciudades de Kush,
Meroe y Napata.

LA RELIGIÓN
Se mantiene la duda acerca de si las ideas y cultos religiosos de los
antiguos egipcios nacieron de su propia evolución o si fueron asimilados
de la Mesopotamia. Todo hace pensar en un origen autóctono, en
cuyo sustrato afloran las ideas religiosas acumuladas por la memoria
genésica y ancestral del hombre africano.

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En la primera tumba dinástica del faraón Narmer, en Abydos, se


encontraron víctimas humanas sacrificadas y enterradas en compañía
de su soberano, para que le sirvieran en la vida de ultratumba.
La organización, técnica y sistema religioso-político de las dinastías
faraónicas, influyeron mucho más tarde en la arquitectura y arte
autóctonos de los reinos negroafricanos de Nubia, Kush, Malí, Ghana
y Songhai.
La idea de construir grandes pirámides para glorificar a sus faraones,
también se repite entre los Mayas y Aztecas, influencias o coincidencias
todavía no explicadas satisfactoriamente.

INFLUJO CULTURAL
El influjo de Egipto se extendió a las culturas asentadas en las costas
de Eritrea, Somalia y Arabia, esta última, productora del incienso que
se consumía en las ceremonias religiosas de los faraones.
Desde el final del tercer milenio a.C., se organizaban, de vez en
cuando, grandes expediciones marítimas para recorrer las costas
africanas del Mediterráneo. Hay autores que afirman que algunas de
ellas habían llegado y regresado de las costas orientales de América.
Ya desde el segundo milenio a.C., las expediciones y caravanas
de comerciantes habían entrado en contacto por vía terrestre con
pueblos del interior de África, a través de los valles del Nilo y Atbara.
Probablemente fueron los comerciantes egipcios los que llevaron las
primeras cabras y las hachas de arcilla a los moradores de Shabeinab,
antes del período de las dinastías faraónicas.
Resaltamos estos hechos porque comprueban la tradición artesanal
y artística de los prisioneros africanos traídos a la América, ya que
está establecido que Egipto fue propulsor de las civilizaciones que se
desarrollaron en los primeros milenios en las culturas africanas.

LOS ESPLENDOROSOS REINOS SUDANESES (FAGE


Y OLIVER)
El desierto del Sahara, tierra árida y calurosa, extiende sus dunas y
tolvaneras desde la costa occidental del África hasta el Mar Rojo.
No siempre fue un mar de arena. En el pasado arcáico estuvo cubierto
por aguas marinas. Desecado por el calentamiento gradual del planeta,

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se convirtió en tierra fértil para la vegetación y la fauna. Hubo una


época en que el Homo Sapiens la habitó en un clima templado.
Actualmente sólo es transitado por tribus nómadas que utilizan
el camello como animal de transporte. Gracias a su capacidad de
almacenar agua en su organismo, puede resistir largas jornadas,
abrevando sólo en los oasis separados por grandes distancias.
Los moradores del Sahara, bereberes o beduinos, son mestizos de
árabes y negroafricanos que habitan principalmente las márgenes y
oasis.
Paralela al desierto, al sur, se extiende la gran sabana sudanesa, con
lagos y caudalosos ríos: el Níger al occidente y el Nilo al oriente.
En esta franja subtropical se asientan desde la antigüedad pueblos
bantús de etnia negroafricana, conformando pueblos que evolucionaron
hacia importantes reinos basados en una economía agraria y en la
explotación de ricas minas de oro. Estas últimas despertaron la codicia
de los mediterránicos, desde épocas ya mencionadas por Heródoto.
Originalmente, como ya lo hemos visto, sus intercambios comerciales
y culturales fueron con Egipto, pero conservan su cultura autóctona,
religión, filosofía y arte.
En las márgenes del lago Chad y sabanas del Níger, florecieron
sucesivos estados desde principio de la Era Cristiana hasta el Siglo
XV.
En la actualidad, los descendientes de los antepasados han
reconstruído la memoria de sus héroes y preservado en museos lo que
sobrevivió al saqueo de esclavistas y colonizadores.
Dos fenómenos humanos y culturales confluyeron para que
florecieran los reinos sudaneses:
a. Los grandes asentamientos de pueblos negroafricanos,
principalmente bantús, en las márgenes y riberas de los ríos
Níger y Sudán, gracias a la revolución agrícola provocada por
la introducción de plantas alimenticias (trigo, mijo, arroz,
cebada, ñame, etc.), durante el primer milenio a.C.
b. El desarrollo cultural provocado por el uso del hierro, cobre,
bronce así como por el comercio local y mundial que se generó
con la explotación de las riquísimas minas de oro.

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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Infortunadamente, hasta hoy no se han descubierto asentamientos


arqueológicos que permitan conocer el grado de desarrollo material y
espiritual de los antiguos moradores de estas comarcas.
Su esplendor y cultura comenzaron a decaer por las invasiones
musulmanas, desde comienzos del Siglo V. Validos de sus armas
mortíferas lograron someter a los reyes bantús, imponiéndoles su
religión, idiomas y costumbres, produciéndose profundos influjos de
islamización.
Los pueblos que resistían, fieles a sus cultos y dioses ancestrales
(Odumare, Yemayá, Changó, etc.), fueron tomados prisioneros,
conduciéndolos encadenados a través del desierto para ser vendidos
como esclavos en el Mediterráneo, España y otras partes de Europa.
Antecedentes de la trata humana que alcanzaría su mayor depredación
con el comercio de cautivos por los traficantes portugueses, holandeses,
franceses e ingleses a sus colonias americanas.
Los pueblos y territorios de los antiguos reinos sudaneses (Malí,
Ghana, Songhai, etc.), perdieron sus nombres para ser reemplazados
por los de «Costa de los Esclavos», «Costa de la Malaqueta», «Costa de
Marfil», «Costa de Oro», demarcados por los puertos donde embarcaban
sus riquezas naturales e inagotable mercancía de hombres libres.
Evoquemos a estos reinos que en su momento iluminaron la historia.

NUBIA
En el territorio ancestral de Egipto existía el reino de Nubia, situado
al sur de la primera catarata del Nilo. Tierra pródiga, poseía canteras de
oro y granito; bosques de ébano y otras maderas para la construcción;
así como abundante fauna de cacería (elefantes, búfalos, antílopes,
rinocerontes, etc.).
Nubia comenzó a ser colonizada por los egipcios al principio del
segundo milenio a.C., conquistando la pequeña región de Kerna, que
más tarde se convertiría en la primera ciudad comercial del reino
de Kush. Debido a la explotación de sus riquísimas minas de oro,
bajo la dominación egipcia, pronto se desarrollaron las industrias
metalúrgicas, agrícolas y artesanales: armas de hierro y bronce; joyas;
talla de marfil, perfumes, incienso, pieles y cerámica.

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Este proceso, que duró varios siglos, culminó con la dinastía


sacerdotal que, a principios del primer milenio a.C., creó el reino
independiente de Kush.

KUSH
Las fronteras del sur de Egipto, 2000 años a.C., se extendían hasta
los confines de la cuarta catarata del Nilo, donde existía el Reino de
Kush, independiente, altamente especializado en la industria del
hierro, la explotación carbonífera, confección de armas metálicas,
agricultura y cerámica. Su desarrollo se debió a la influencia de Egipto.
Su primera capital fue Napata, donde se había construído un templo al
dios egipcio Amón-Ra. Posteriormente, su capital fue Meroe.
La importancia del reino de Kush para la cultura sudanesa consistió
en que por él penetraron los principales adelantos de la cultura egipcia.
Debido a la introducción de plantas alimenticias procedentes de
Egipto, su población, conformada fundamentalmente de etnia bantú,
facilitó la dispersión en todo África de los elementos primarios de la
civilización.

AXUM
Axum fue otro reino al sur de Egipto, íntimamente ligado a la
historia y cultura del reino de Kush. En su iniciación y desarrollo
tuvieron principal importancia los semitas, pero sus profundas raíces
históricas, étnicas y espirituales responden al pueblo bantú.
Entre los descubrimientos y aportes al desarrollo de la cultura negra
africana, figura el cultivo de cereales, bananas, estimulantes; y la cría
de caballos y ganado vacuno.
Hacia el Siglo IV de nuestra era, bajo el emperador Ezana, se adoptó
la escritura gneza, lo cual niega que todos los prisioneros que llegaban
a la América eran analfabetos.

GHANA, EMPORIO DORADO


El conocimiento que se tiene de su historia se debe a lo preservado
por la tradición oral y los escritos de visitantes árabes, que nos dan
noticias sorprendentes sobre el Reino de Ghana, que ya existía desde
que los romanos se retiraron de África en el Siglo IV a.C.

55
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

El escritor El-Fazari, cuenta que los árabes enviaron en el año 734


una expedición desde Marruecos hacia Ghana, la que llamaron «tierra
del oro», estableciéndose desde entonces un permanente comercio de
oro sudanés por sal y otros productos árabes.
Ante la necesidad vital que tenían los sudaneses de consumir sal, los
árabes llegaron a exigir que se les pagara su producto por igual peso
en oro. El centro de este mercado fue la ciudad de Sijilmara, donde los
Soninke, mercaderes de Ghana, traían el oro para comerciar con los
árabes, quienes posteriormente lo conducían a Europa.
El distrito de Wangara, independiente del control directo del reino
de Ghana, era administrado por negroafricanos. Sin embargo, el Rey
centralizaba los precios mediante el control del superávit de oro.
En un libro escrito por El Bekri, en España, en el año 1067, cuenta
que el Rey de Ghana podía organizar un ejército constituído por
más de 40.000 guerreros de cabalgadura y a pie, armados de arcos,
flechas, espadas y dagas para combatir cuerpo a cuerpo. Los ghaneses
mantuvieron en secreto el lugar donde se hallaban las minas de oro,
dando muerte a todos aquellos sospechosos o extraños que pudieran
revelar su territorio.
Su florecimiento y expansión se debió fundamentalmente a la
metalurgia, lo cual le permitió construir armas para someter a sus
vecinos que no habían alcanzado igual desarrollo.
Durante siglos, Ghana fue la fuente que abasteció de oro a Europa
hasta el descubrimiento de América.
En 1042, después de Cristo, los almorávides de Lemtuna desataron
una guerra religiosa contra los musulmanes negros que no se ajustaban
a la ley del Corán. Los soninke, de Ghana, resistieron en su capital Kumbi
Saleh. En el año 1076, los conquistadores pudieron someter una parte
de Ghana, durante la lucha religiosa por el control del gobierno que se
prolongó durante un siglo, hasta cuando finalmente los almorávides,
en 1123, tras devastar su territorio, impusieron su dominación.

MALÍ
Sundiata, jefe mandinga, victorioso contra los sosso, que gobernaban
a Ghana, sus más poderosos vecinos, en 1240 inició la era de los

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E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

grandes imperios sudaneses, ampliando las fronteras de su estado al


sur y sudeste. Trasladó la capital de su reino a Niani, generalmente
conocida como Malí. El nuevo Rey organizó un poderoso ejército con
el cual expulsó a los musulmanes establecidos en la ciudad norteña
de Walata, devolviendo el control del estado exclusivamente a los
negroafricanos bantú, con lo cual se convirtió en héroe de leyenda.
En 1307, a la muerte de Sundiata, subió al trono su nieto Mansa-Musa,
el más famoso rey de Malí, admirado en Europa y el Mediterráneo por
sus fabulosas peregrinaciones a la Meca con un séquito de 500 esclavos,
cada uno portando ofrendas de oro. Entre las ciudades imperiales en las
fronteras de Malí, fueron las ya mencionadas Timbuctú y Goa, famosas
por sus riquezas y palacios, donde confluían sabios, guerreros y reyes.
Todas en las sabanas del río Níger. De estos lugares fueron conducidos
prisioneros a nuestra América, embarcados en la llamada «Costa de
los Esclavos». (Diop).

IDENTIDAD DE LAS LLAMADAS «PIEZAS DE


INDIAS»
La importancia del Reino de Kush se extendió durante más de
un milenio, hasta la mitad del Siglo IV, después de Cristo. Con la
decadencia de Egipto, atacada por los asirios y romanos, los kushitas
lograron apoderarse de Egipto y constituyeron la XXV Dinastía de los
faraones.
Es necesario tener en cuenta este influjo cultural egipcio sobre
los pueblos negroafricanos, ya que desmiente las falacias propaladas
por los traficantes de que procedían de tribus bárbaras y selváticas,
cuando en verdad habían alcanzado un alto dominio de la agricultura;
ganadería; metalurgia del hierro y el bronce; cerámica policromada con
dibujos; orfebrería; arquitectura de casas y templos en piedra y barro
con muchos cuartos, ventanales y jardines; inscripciones en alto y bajo
relieve en madera, piedra y bronce; escritura egipcia y griega; artesanía
de metales: cuchillos, espadas, coronas, etc.; joyería de oro y piedras
preciosas; herramientas de hierro: azadones, rastrillos, instrumentos
para herrar ganado; porcelanas, platos, basenillas, vasos para cerveza;
industria del vidrio: botellas, espejos. (Diop).

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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Muchos de ellos fueron orfebres tan maravillosos como nuestros


amerindios. Trabajaban oro, bronce, cobre y plata en joyas, para
faraones y príncipes, usadas inclusive en sus tumbas. También labraban
marfil, hueso y pulían la piedra. Otros eran ricos comerciantes de
marfil, ébano, armas, pieles de animales y plumas de avestruz.
Una de las características de los artesanos kushitas consistía en
imitar las artes de los pueblos con los cuales entraban en contacto,
igualándolos y, aún, superándolos, sin perder su propio estilo. En
Egipto, Roma y Arabia eran muy estimados.
Lamentablemente, sus habilidades y creatividad fueron
menospreciadas por los dueños de minas en la Nueva Granada, México,
Perú, etc., utilizados prioritariamente en la extracción de oro y plata
para fundirlos en lingotes de físico metal.

EL SENTIMIENTO RELIGIOSO
Influídos por el esplendor, majestuosidad y monumentalidad que
inspiraba la sociedad teocrática de Egipto, los negroafricanos, herederos
de las tradiciones mágico-religiosas de sus pueblos primigenios, pronto
asimilaron el culto a la divinidad de los faraones, tánto, que pudieron
suplantarlos en sus Dinastías.
Sin embargo, adoradores de las fuerzas sobrenaturales, no
abandonaron del todo sus propias creencias, dioses y tótems. A
consecuencia del sincretismo religioso con los egipcios, los kushitas
adoraban al Dios Apedemak, que representaban como un león de tres
cabezas y varias ramas de brazos. Su culto regía en la ciudad de Jebel
Barkal, en una colina sagrada. En ella se construyó el famoso templo
de Amón, sólo superado en su arquitectura por el de Karnak, en Egipto,
erigido al mismo Dios.
También los bantú levantaron grandes pirámides a sus faraones,
con arquitectura propia, como aconteció más tarde (Siglo IX) en la
ciudad sagrada de Zimbabwe, al sur.
El templo del Sol, en Meroe, ya descrito por Heródoto, tiene
importancia para un análisis comparativo de las concepciones
arquitectónicas de pirámides americanas, con las cuales se adoraba al
sol, especialmente con las de Teotihuacán, en México.

58
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

Cabe destacar la impresionante similitud de la escultura megalítica


de la cabeza del rey Netekamani, con la de los Olmeca, de Veracruz,
México.
Es sorprendente que bajo las prácticas expoliatorias de la esclavitud,
si los afroamericanos no pudieron construir templos en piedra a sus
dioses, al menos lograron preservar sus cultos, puros o sincretizados
con el catolicismo.

59
CAPÍTULO CUARTO:

C IVILIZACION B ANTÚ
EN LA V IEJA C ASA

E
l hemisferio meridional del continente africano, Suráfrica, por
contraste al septentrional, posee una topografía sui generis,
que niega la idea generalizada de África como un rincón de la
tierra con selvas impenetrables, hombres desnudos y bestias feroces, el
«Paraíso de Tarzán». Durante milenios, los navegantes y exploradores
temieron desembarcar en esta «tierra tenebrosa», como también huían
del océano Atlántico. Desde que Bartolomé Díaz descubriera el cabo
austral de Nueva Esperanza (1486) y fuera abatido por una tormenta,
los navíos cruzaron de largo sin atreverse a penetrar en el interior,
donde afirmaban que vivían unicornios y endriagos.
Hoy sabemos que África, como América o Euroasia, es un sólo
continente, donde el hombre y su cultura han podido evolucionar
sin sobresaltos desde que abandonó su cuna original en las fértiles
tierras de los grandes lagos de Egipto, Kenya y Tanzania, adaptándose
a distintas ecologías, con la misma flora y fauna. Existe sí un ámbito
único y totalmente diferente: el extremo austral con bajas temperaturas
y ciclos de estaciones moderadas que corresponden al otoño, invierno,
primavera y verano.
A medida que se sube del sur al Ecuador, aparecen los climas
templados y calurosos del desierto, las mesetas, los nevados y cadenas
montañosas en ambos litorales.
Al occidente, el océano Atlántico; la meseta de Kaoko (1.000 mts.);
los Montes de Loma (2.100 mts.); Monte de Sanaga (4.100 mts.) y los
grandes ríos Congo, Cubang y Orang, etc.
Cerca al litoral Atlántico, los archipiélagos de Fernando Poo, Cabo
Verde y las islas Canarias.
Al oriente, el océano Indico; los volcanes con nieves perpetuas:
el Kilimanjaro, en Tanzania (5.936 mts.) y el Monte Kenya (5.199
mts.). Más al sur, las cadenas de Matopo y Darkenberg (2.000 mts.);
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

el río Zambeze y otros menos caudalosos, pero también importantes:


Limpopo, Vaal, etc.; y los lagos Makarikari y Kariba.
Al este del litoral Indico, se encuentra el archipiélago de las Comores
y la gran isla de Madagascar.
En medio de esta variada topografía, al sur, se extiende el desierto de
Kalahari, con los lagos Makarikari, Kariba, y el pantano de Okavango.
Igualmente, a lo largo de los siglos, en las regiones del centro y
sur del continente, surgieron los reinos de Zimbabwe, Manicongo
(Congo), del Ngola (Angola) y del Monomotapa de los zulúes. Cada
uno con recursos naturales y artes que los ligaban al pasado común de
los reinos del Níger, Guinea y regiones sudsaharianas.
Pretender dividir la cultura africana en polos separados, es ignorar
sus raíces. Desde su origen, las familias africanas desarrollaron
simultáneamente sus caracteres particulares sin separarse del tronco
común. Historia, idiomas, religión, moral y hábitos se mezclaron en
un solo universo que también preservaron los millones de africanos
trasplantados a la América, no importaba que tan distantes les arrojara
el exilio o las prácticas para borrarles sus respectivas etnias.
Igualmente, en la geografía de toda África se repite la fauna milenaria:
simios, elefantes, hipopótamos, rinocerontes, jirafas, cocodrilos,
leones, leopardos, búfalos, antílopes, aves, reptiles e insectos.
En esta naturaleza, a la par fértil y agreste, el Homo Sapiens Africano
defendió la vida con su poder creador. Las pinturas rupestres que dejaron
en más de mil cuevas, repartidas en el norte y África meridiona,l son la
historia escrita de sus herramientas, pensamientos y afanes, que nada
tienen que envidiar al Cro-Magnon. Sorprenden por su realismo, expresión
estética y vivos colores, todavía frescos treinta mil años después.

REINOS DEL MANIKONGO, ANGOLA Y


MONOMOTAPA

PASADO ARCÁICO Y CONTEMPORANEIDAD


Para la interpretación humanística y filosófica que nos proponemos
plantear del África genésica y no meramente histórica, económica y
política, es de suma importancia recordar las tesis confirmadas por los
nuevos investigadores —etnólogos y sociólogos— sobre la continuidad

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E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

del proceso histórico africano, desde la aparición del Homo Sapiens


hasta nuestros días.
«Pero en esta parte de África donde se asentaron los reinos
sudaneses, son tan escasos todavía nuestros conocimientos que
conviene decir lo menos posible, si bien es esencial para la clara
comprensión de los períodos posteriores de la historia africana,
enfrentarse con el hecho de que las partes del continente donde las
primeras sociedades agrícolas poco estructuradas se convirtieron
en Estados, fue la región central y no la periferia occidental y
oriental. Es este hecho el que da a la historia de África una cierta
unidad que le hubiera faltado si todas las principales fuerzas
motrices le hubieran llegado a través de los océanos, tanto del Este
como de Occidente». (Oliver y Fage).

LOS BANTÚ Y SU CULTURA


Los actuales estudios antropológicos han permitido comprobar
la evolución de la primigenia raíz bantú hasta sus descendientes
contemporáneos, tanto en África como en los demás continentes, como
lo reconocen los investigadores norteamericanos Belas y Hoijer.
Resumiremos sucintamente sus conclusiones:
Los actuales negrillos o bosquimanos (hombres de la selva) y
los negros (África) conjuntamente con los caucásicos (Europa) y
los mongólicos (Asia), constituyen las ramas primigenias de la especie
humana.
Atenidos a sus características de entonces, 2000 años o más a.C., a
los africanos se les divide en dos troncos primarios:
Negroafricano (Negroide), nativos de la región occidental de
África, conocida como la Gran Foresta del Congo, a lo largo del litoral
y valles con abundante vegetación selvática.
Igualmente son el componente básico de los pueblos que habitan
la región subsahariana nilótica, donde se mezclaron con hamitas del
Mediterráneo.
Negrito, compuesto de pequeñas y numerosas comunidades que
habitan también en las zonas australes de la Foresta del Congo.
Pertenecen a este grupo muchos pueblos que viven fuera de África:
Negrito Oceánico: moran en las islas Andaman (Archipiélago

63
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Malayo) y en algunas regiones de Indonesia; en el interior de la


península Malaya; en varias islas de las Filipinas; en las tierras altas de
la Nueva Guinea y regiones de Australia (aborígenes Papúas) donde se
conservan relativamente sin mezcla.
Existe consenso en la mayoría de los antropólogos en reconocer que
los más antiguos antepasados de esta etnia y cultura (el hotentote y
el Homo Sapiens Africano) se desplazaron por todo el Viejo Mundo,
mezclándose en Asia con un grupo desconocido del tronco mongólico.
Bosquimano - Hotentote: Comunidades poco numerosas que
habitan en los linderos del desierto de Kalahari y márgenes del río
Limpopo (sudeste de África). En sus orígenes se les encuentran nexos
comunes con los Negrito.
Negro Nilótico: Básicamente conformado por pueblos negroafricanos,
probablemente originarios de la Foresta del Congo y que ocupaban las
riberas del Lago Victoria y valles del río Nilo. Se les divide en gran
variedad de subgrupos extendidos por el este de África, mezclados con
etnias mediterránicas (egipcios, etíopes, hindúes, etc.).
También se extendieron hacia el sudeste de África, presionando a
los Bosquimano - Hotentote y Negrito hacia al sur.
Este fue el mosaico de pueblos africanos que generaron sus
propias culturas o se mezclaron con invasiones de la Mesopotamia,
Mediterráneo, Asia y Oceanía.
Las primeras migraciones humanas a la América se remontan
a un pasado arcáico no muy bien determinado, pero las actuales
investigaciones se inclinan a confirmar que hace más de 50.000 años
llegaron pueblos euroasiáticos y afroasiáticos, desde muy antiguo
mezclados entre sí. Atravesaron el estrecho de Behring (mongólicos)
o siguieron en las corrientes oceánicas del Pacífico (nipones,
melanésicos, polinésicos y australianos), remotos antecesores de
olmecas, tiahuanacos. (P.Rivet).

GENEALOGÍA ANCESTRAL AFRICANA


Así mismo, en África se ha demostrado que los actuales bantú
son descendientes directos del Neandertal y del Homo Sapiens
Africano, pero física y culturalmente acusan especificidades étnicas

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E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

y culturales: hablan idiomas diferentes, aunque tienen un tronco


común; rasgos somáticos y costumbres muy diferenciados. Además,
entre ellos se han operado procesos de mestizaje en épocas remotas y
en los últimos siglos.
Los bantú del África Central y Austral, dispersos en las márgenes
selváticas de los grandes ríos del sur (Congo, Zambeze, etc.), debieron
afrontar los mismos problemas que aquejan hoy a la sociedad
contemporánea: crisis de producción agrícola; déficit tecnológico,
superpoblación, hambrunas, epidemias, guerras e invasiones.
No obstante, lograron sobrevivir hasta conformar grandes reinos
(Angola, Manikongo y Monomotapa), sociedades organizadas y
estables, con principios filosóficos, religiosos y éticos que les han
permitido existir hasta nuestros días.
Es más, destruídos sus pueblos por los europeos y sometidos a la
esclavitud en América, sus descendientes, puros y mestizos, después
de cinco siglos de exilio, gracias a preservar en su memoria y tradición
oral la sabiduría de sus antepasados, no sólo lograron sobrevivir, sino
participar en la formación de las modernas sociedades americanas.
Aunque se estime como elemento fundamental de la civilización de
los pueblos el desarrollo material y tecnológico, también es prioritaria
y decisiva la experiencia social: las concepciones filosóficas, religiosas
y políticas. Este es el gran aporte milenario de los pueblos africanos
en su continente y en su diáspora universal. Acervo que en América se
enriqueció con las luchas por preservar la vida, la familia y la libertad.
Desde su temprana historia, los pueblos bantú iniciaron sus
migraciones por los distintos territorios del África Central, Oriente
y Occidente, asentándose en aquellas zonas donde las condiciones
naturales y los recursos técnicos les permitían la subsistencia y el
desarrollo: las sabanas fértiles para la agricultura, la caza y el pastoreo;
los ríos para la pesca y navegación, y las selvas con sus frutos.
Sin embargo, no se trataba de tribus que dependieran exclusivamente
de la naturaleza, sino de pueblos emigrantes, debido a la superpoblación,
generalmente apoyados por sus gobernantes, que buscaban ampliar
sus dominios y aumentar la economía tributaria. Comunidades que
huían de otros invasores o huestes armadas para conquistar territorios,

65
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

someter a pueblos rivales y hacerse a mujeres para perpetuar sus


etnias.
Desde luego, las invasiones extranjeras que procedían del
Mediterráneo con el propósito de abastecerse de fuerza de trabajo
humana, siempre fueron causa de permanente desestabilización y
reagrupamiento de los estados nativos. Rapiña comercial y armada
padecida desde la antigüedad y perpetuada en la Era Cristiana, hasta
las depredadoras de los modernos imperios europeos. (Oliver Fage).

EL GRAN SALTO A LA CIVILIZACIÓN


Para alcanzar su desarrollo, los pueblos africanos tuvieron su propia
evolución creadora.
El perfeccionamiento de herramientas metálicas (hierro, cobre,
bronce, latón, etc.) que facilitó un mayor rendimiento agrícola y
artesanal; materiales de construcción, orfebrería, talla, escultura, etc.
El desarrollo de nuevos cultivos con plantas autóctonas o
introducidas de otras comarcas: el sorgo, arroz, trigo, plátano, ñame,
yuca... Verdaderas revoluciones agrícolas que permitieron el aumento
de la población y su expansión por nuevos y vastos territorios.
Eran tiempos de grandes transformaciones sociales y técnicas cuyo
impacto repercutía en todo el Mundo Antiguo. Aunque sus orígenes y
centro de difusión hubiese sido Egipto, Mesopotamia o Roma, los grandes
reinos de Kush, Ghana y Malí, los adquirían con sus riquezas en oro y
otros recursos, para ser desarrollados y aplicados a necesidades propias.
Igualmente, a lo largo de los siglos, en las regiones del Centro y Sur
del continente, surgieron los reinos del Zimbabwe, Manikongo (Congo),
del Ngola (Angola) y el Monomotapa. Cada uno de ellos dependía de
los recursos naturales y artes que los ligaban al pasado común de los
demás reinos del Níger, Guinea o regiones subsaharianas. Incluso por
su vecindad, mantenían estrechos vínculos étnicos y culturales.
Pretender dividir la cultura africana en polos separados es ignorar
sus raíces. Desde su origen, las familias africanas desarrollaron
simultáneamente sus caracteres particulares, pero sin separarse del
tronco común. Historia, idiomas, religión, moral, hábitos, se mezclaron
en un solo universo, que también preservaron los millones de africanos

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E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

transplantados a la América, no importaba que tan distantes les arrojara


el exilio o las prácticas para borrarles sus respectivas etnias.

IDIOMA Y RELIGIÓN
Como resultado de su historia, los pueblos nativos de África
(negroafricanos), en virtud a su propio desarrollo, han devenido a
conformar grandes vertientes culturales: Yoruba, Bantú, Fon, Carabalí,
etc. Por sus connotaciones, estos apelativos van más allá de las simples
denominaciones étnicas. La sola mención de sus nombres los identifican
como pueblos africanos, aunque existan influjos o mestizaje entre
ellos. Hemos visto que desde la antigüedad, caucásicos y mongólicos
han estado en contacto con las civilizaciones negroafricanas sin que
éstas hayan sido asimiladas.
El idioma yoruba ha recibido influjos semánticos y gramaticales del
árabe y otras lenguas mediterránicas. De igual modo, el bantú, en la costa
oriental, desarrolló un idioma mestizo (swahili), pero conservando su
raíz africana. La diversidad de idiomas y dialectos a que ha dado origen
demuestra su arcáica y rica conformación lingüística: ¡más de dos mil!
El pensamiento religioso africano, nacido de las primeras preguntas
y respuestas del Homo Sapiens para explicarse la existencia de su
naturaleza, la vida y la muerte, continúa siendo la fuerza coercitiva
que liga su conducta personal y colectiva. No es una religión para
mostrar sino para interiorizar, para vivir y comportarse. Este núcleo
de su religiosidad inspiró los cultos a los astros, dioses y Ancestros.
Es lo mismo para todas las concepciones religiosas, porque los
negroafricanos, por sus génesis y ámbito geográfico, se sienten más
ligados entre sí por la vida, que otros pueblos cada vez más distantes
de sus fuentes vitales.
África, con sus ríos, montañas, selvas y sabanas; con sus
permanentes vientos oceánicos y la convivencia con animales y plantas,
acompañándolos en la aventura de la existencia, les hace concebir su
tierra como un gran templo donde son, a la par oficiantes y devotos de
una religión (en el sentido primario del vocablo), para compartirla con
los vivos y sus Ancestros.

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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Hablemos, pues, más de una manera de ser y sentir la existencia


que de un ritual contemplativo y gratificante de las fuerzas superiores.
Es la expresión existencial del pensamiento y del sentimiento para
comunicarse con sus deidades: el cuerpo, la danza, el canto, la música,
la palabra. Son los mismos lenguajes mágicos y sagrados que utilizó el
Homo Sapiens cuando tuvo conciencia de que no estaba solo en el
universo.
Este contexto cosmogónico y vital ha inspirado la filosofía del
Muntú: la gran familia de los difuntos y vivos, hermanados con los
animales, plantas, mares, ríos, astros, estrellas, y las herramientas.
(Temples).
Esta es la memoria ancestral que mantiene unidos a los millones
de africanos transplantados a la América, donde siempre se sintieron
libres bajo el colonialismo expoliador de las fuerzas vitales, nueva
forma de opresión que lo diferencia de los sistemas esclavistas, en los
cuales a los oprimidos se les reconocía el derecho a la vida, la familia y
sus gentilicios culturales.

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CAPÍTULO QUINTO:

L OS B ABALAOS DE LA R ESISTENCIA

LAS BODEGAS ILUMINADAS

N
os han enseñado la historia de África y de sus descendientes
en América, unas veces barbarizándonos y otras con falsos
paternalismos, presentando a nuestros antepasados como
víctimas indefensas ante las torturas y cadenas de los esclavistas.
Igual actitud se asume con los abuelos amerindios y nosotros sus
descendientes. Siempre se habla de que fueron «exterminados»,
«destruidos sus idiomas» y «desaparecidas sus culturas». Nada más
falso y dañino para niños y adultos que revivir cicatrices sin resaltar
los sacrificios y heroísmo en la defensa de sus valores sagrados: vida,
familia, tierra y cultura.
Más glorioso es sacrificarse y padecer por la libertad que sobrevivir
con el estigma de no haberla defendido.
La resistencia y la permanente rebeldía frente a la opresión han
ennoblecido todos los pueblos africanos desde la antigüedad hasta
nuestros días. Puede afirmase que no existe otra etnia que tenga una
historia ininterrumpida de luchas como la de los pueblos africanos en
su continente y donde quiera que hayan sido ofendidos.
Heródoto, historiador griego que vivió cuatrocientos años antes
de Cristo y considerado como padre de la historia, ya cuenta de la
resistencia suicida de los belicosos libios enfrentados con sus lanzas a
las legiones romanas.
En el primer siglo de la Era Cristiana, Ptolomeo, en sus memorias,
prosigue el relato de la indeclinable rebeldía de los etíopes contra las
capturas ordenadas por los faraones para ser utilizados como esclavos
en la construcción de las grandes pirámides. La lucha prosiguió contra
mercaderes de la Mesopotamia, a quienes no sólo resistieron los
capturados en Abisinia y otras comarcas africanas del Océano Indico,
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

sino que se rebelaron y conformaron los primeros «palenques de la


libertad» fuera de África, en el Sur de Irak, a finales del Siglo IV.
Al iniciarse las invasiones musulmanas en el Siglo VII, hubo un
levantamiento generalizado de los pueblos negroafricanos en los reinos
de la sabana sudanesa y sudeste de África, oponiéndose a la cacería
humana para vender cautivos en Arabia, Mediterráneo, India, China
y España. Al mismo ritmo en que crecía y se extendían los mercados,
aumentaban los combates contra los invasores.
Hemos señalado los nombres de Asicia Mohammed, Askin Ishak
y otros soberanos que organizaron poderosas caballerías de 30.000
o más jinetes armados de espadas y lanzas, reforzadas con ejércitos
de infantería de 15.000 y 20.000 combatientes, apoyados por toda la
población —mujeres, ancianos y jóvenes— en defensa de la patria y su
religión.
Guerras de resistencia se libraban en esos mismos días y años en
América por los caribes, taínos y aztecas, chibchas e incas, contra los
invasores y esclavistas europeos.
Para advertir la simultaneidad de las agresiones y defensa de sus
territorios por parte de los pueblos de Africa y América, confrontaremos
algunos hechos históricos:

1486 Bartolomé Díaz, navegante portugués, llega al Cabo de


la Buena Esperanza, y en su tripulación lleva a Cristóbal
Colón.
1492 Colón desembarca en América, y en Timbuctú se lucha contra
los musulmanes, capitaneados por un general español.

LA GUERRA CONTRA LA CACERÍA

Las gestas heróicas de los pueblos africanos en América contra los


imperios europeos, en defensa de su libertad, durante más de tres siglos
y medio, deben figurar como el capítulo más importante de la Historia
Universal por la dignidad humana. Sin embargo, no se registra en los
anales de ninguna nación del mundo. Todo lo contrario, se sepulta y
recuerda tan sólo como un episodio más de la esclavitud, sin que cuente
el heroísmo de quienes se sacrificaron para impedirla y abolirla.
70
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

Para los cronistas de la historia africana sólo cuentan los


«descubrimientos» y «encubrimientos» de los pueblos colonizados.
Pero los sometidos también tienen sus Homeros, los juglares que han
cantado y preservado en sus cantos la memoria de las epopeyas de sus
héroes, mártires e ideales libertarios.
Pruebas de esta historia son las fortalezas amuralladas construídas
en África por portugueses, holandeses, franceses, alemanes e ingleses
en las costas del Atlántico, Mediterráneo y del Indico, donde eran
confinados los prisioneros. Pero aún así, los traficantes no impidieron
los asaltos de quienes trataban de rescatarlos.
¿Por qué fortalezas amuralladas y no puertos de embarque?
Con esta aparente omisión u olvido se pretenden ignorar las luchas
de millones de rebeldes y héroes que murieron en la lucha contra los
cazadores de hombres libres en la defensa de ciudades, aldeas, riberas,
litorales y selvas, y allí donde hubiera un prisionero que liberar.
Las llamadas «costas de los esclavos» eran, en verdad, frentes de
batalla donde por siglos sus defensores ensangrentaron las aguas de
ríos y mares.
Los nombres de esas «casas de los muertos» encubren las historias
milenarias de culturas vivas y florecientes en el momento en que se
enfrentaron a las huestes invasoras de los llamados «cruzados» de la
cristianidad. Asedios, incendios, exterminios, robos, capturas y exilio.
Como en todas las infamias, no faltaron los judas. Muchos jefes
y reyezuelos se dejaron sobornar por los invasores, comerciantes y
esclavistas, patrocinando los crímenes contra sus hermanos. Otras
veces fueron rivalidades ancestrales revividas y financiadas por los
traficantes a cambio de armas, tropas y dineros para destronar a los
soberanos enemigos y esclavizar a sus súbditos. (Maninix).
Pero también hubo gobernantes insumisos a los halagos, que nunca
permitieron que en su territorio se construyeran fortalezas para la
concentración y embarque de prisioneros. Movimientos liberadores,
como el capitaneado por Dingaan, cuya arremetida contra los cazadores
portugueses en Sofala fue tan arrolladora que, al paso de sus tropas
multitudinarias y aullantes, no quedaron esclavistas con vida.

71
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Y los temidos códigos espartanos de Zaka, el jefe zulú, que hicieron


temblar a los sanguinarios invasores de Sudáfrica:
¡«Primero muerto que prisionero»!
¡«Primero suicida que esclavo»!

Pasado glorioso de resistencia y heroísmo que cimentó el espíritu


de rebeldía de los prisioneros africanos en las bodegas de los barcos
en la travesía trasatlántica, y, en América, contra la esclavitud y por la
libertad e independencia.

LAS CASAS DE LOS MUERTOS

Las factorías amuralladas en la «Costa de los Esclavos», según el


mapa de los traficantes, se recuerdan en la tradición de los pueblos
de Africa, como las «Casas de los Muertos», memoria perdurable de
quienes no regresarían de su viaje a la América, también rememorada
como «El País de la Muerte».
Para los africanos, las factorías eran el inicio de un viaje que
conducía al reencuentro de los antepasados. Sin embargo, nosotros,
afroamericanos, descendientes de los que sobrevivieron a la travesía
del Atlántico, debemos reconocerlas como el comienzo de la historia
de nuestros antepasados. Africa, inmensa y milenaria, perdía lo mejor
de sus pueblos, los más fornidos y depositarios de su sabiduría. Si
dejaron de vivir para ella, en América sembraron la semilla de nuevas
generaciones.
Siguiendo el litoral Atlántico africano de norte a sur, correspondía a
los Grandes Reinos Africanos —Ghana, Malí, Songhai, Angola, Congo
y otros cuyos territorios fueron demarcados como cotos de cacería y
embarque: Costa de la “Pimienta”, “Marfil”, “Malaqueta”, “Oro” y
“Esclavos”. A ellas confluían los cautivos en los ríos y afluentes del
Níger, Congo, Sudán, etc.
Los barcos de distintas banderas se aprovisionaban en sus respectivas
factorías, escalonadas a lo largo del litoral: Zafí (Mauritania), Argum
(Sudán), Cabo Verde (Guinea), Cestos (Malí), Cacheo (Congo), San
Jorge de Mina (Congo), Santo Thomé (islas de Cabo Verde), Whyda

72
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

(Dahomey), Cabinda (Angola portuguesa), Loango (Angola francesa),


Banana (Congo inglés).
Recordemos que los aborígenes daban el nombre de Zaire al río
Congo.
En el litoral Indico se estableció la factoría de Sofala (Mozambique),
en donde se embarcaban prisioneros del reino Monomotapa, tierra de
los belicosos y temidos zulúes.
Aunque estas factorías fueron demolidas por el tiempo, debemos
rememorar sus nombres como emblemas de rebeldía de nuestros
antepasados, que en ningún momento del tráfico nefando dejaron de
sentirse libres.

LAS BODEGAS ILUMINADAS

La sangría de los hijos de Africa se prolongó por más de tres siglos


y medio, pero la cantidad de los millones de compulsados al exilio no
se conocerá nunca.
¿25, 50, 100 millones?
Los traficantes siempre ocultaron las cifras de su fraudulenta
mercancía.
Lo cierto es que su descendencia se ha multiplicado y se acrecienta
en América, en una población que se calcula en más de 300 millones
de afros, mulatos y zambos.
La larga travesía, durante cincuenta o más días de cautiverio en las
galeras de las naos, fue un calvario donde sólo sobrevivieron los más
resistentes. Ya en el momento de embarcar se les sometía al suplicio
de la herrada con hierro candente, la carimba, para distinguirlos con
la señal del amo, pues la cargazón no siempre era de un mismo dueño.
Temida penitencia de la que no escapaban mujeres y niños. Otras veces
se agregaba la correspondiente al pago de alcabala para el tesoro del
Rey de España, y, como si fuera poco, podían sufrir otras, si lo requería
el nuevo amo al adquirirlo en los puertos de América.
La carimba fue también un estigma de infamia para toda la vida,
aún después de ser libre, si la vida alcanzaba para tanto. Se sabe que la
expectativa de sobrevivencia para un esclavizado sometido al intenso
tráfago de trabajo en jornadas de diez y doce horas diarias, pocas veces
73
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

sobrepasaba los diez años de vida. Con todo, era preferible morir a
temprana edad que ser desechado por viejo y mostrenco.
A la prueba de fuego al rojo vivo, se sumaban otros martirios no
menos expiatorios. Desnudos y encadenados, debían permanecer
sentados o tendidos en la mayor promiscuidad; a falta de agua y
alimento padecían enfermedades, en un ambiente sofocante y pútrido,
mojados por sus propios excrementos y orines. Madres e hijos, varones
y mujeres, separados sólo en pocas oportunidades, conducidos en grupo
a cubierta para impedir que murieran encalambrados, obligándolos a
moverse o danzar al compás de un tambor y azotes.
En tan dolorosas e infamantes condiciones, la mortandad era
generalmente del 25%, dándose viajes que alcanzaban el 30 y aún
el 40% de defunciones. A los cadáveres y aún a los enfermos, se les
arrojaba al mar.
La isla de Santo Thomé, a varios días de navegación de la costa
africana, fue aprovechada por los prisioneros para sus protestas y
motines, antes de emprender la gran travesía. No obstante, se dieron
rebeliones a bordo, en mitad del viaje o frente a las costas e islas de
América, incendiando las naos o arrojándose al mar para alcanzar a
nado la orilla, si no eran devorados por tiburones al acecho.
Navegar junto a los difuntos antes de que fueran arrojados al
mar; vivir con la permanente angustia de la muerte, y, algunas veces,
suicidarse, constituyó un ritual diario para invocar la protección de los
Ancestros. Para nuestros antepasados que arribaron con vida o sin ella
a los puertos de América, el tránsito de una orilla a la otra del Atlántico,
siempre fue un viaje al más allá. La esperanza del reencuentro con sus
Ancestros les mitigaba el dolor.

ETNIAS Y CULTURAS (AGUIRRE BELTRÁN)

En las galeras de cada barco se hacinaban decenas y centenares


de etnias y culturas. Pese a su desnudez, constituían el mayor acervo
cultural que Africa brindaba a la formación de los nuevos pueblos de
América.
Astrónomos, poetas, matemáticos, políglotas, pastores, artesanos,
agricultores, médicos, filósofos, escultores, sacerdotes, bailarines,
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E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

trovadores, navegantes, matemáticos, naturalistas, botánicos, músicos,


orfebres, albañiles, pintores, navieros, etc.
Desnudos y encadenados, aparentemente los igualaba su piel oscura.
Sin embargo, lo que realmente los unía era la devoción por sus Dioses,
Orichas y Ancestros, el escudo inseparable para permanecer unidos en
la adversidad, el tiempo y la distancia.
Cultura Bantú. Los pueblos de esta etnia constituyeron la mayor
masa prisionera traída a la América. Procedían de las regiones del
Congo que, a fines del Siglo XV, al ser conquistadas por el portugués
Diego Cao, poseían una población de 2’000.000 de habitantes. El
reino recibía el nombre de Manicongo y comprendía los estados
Ngoyo, Kakongo, Lango, Matamba y Ndongo. El título de Ngola, dado
al heredero del reino de este último estado, vino a dar nombre a la
región de Angola.
Nuestro interés al seguir los pasos a los pueblos bantú, es destacar
el hecho de que al poblar la casi totalidad del Africa Meridional,
constituyeron la mayor fuente de población traída a América. Colombia,
con el más importante puerto receptor continental, Cartagena de
Indias, no podía sustraerse de recibir grandes contingentes bantús a lo
largo de tres siglos y medio de comercio de prisioneros.
Aunque a la mayoría se le dedicó a las labores del campo, por su
gran tradición agrícola, a los primeros europeos en llegar al Congo les
sorprendió sus extraordinarias habilidades prácticas, especialmente por
el uso de herramientas metálicas, la forja, la fundición y la escultura.
Cultura Yoruba. Los pueblos africanos comprendidos dentro de
esta familia, emparentados étnica y lingüísticamente, ocupan la vasta
zona de la costa de Guinea (Costa de los Esclavos y Camerún) y las
regiones del interior del Bajo y Medio Níger.
Los Yorubas, también llamados Lucumís (Cuba) o Nagos (Brasil),
abarcaban infinidad de pueblos de hábitos agrícolas, mineros,
artesanales y religiosos distintos, pero confluentes en las directrices
culturales de su etnohistoria.
Se caracterizaron por el gran desarrollo de sus concepciones y cultos
religiosos, presentes en los otros pueblos africanos y en la sincretización

75
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

en América de sus dioses con los del Cristianismo. Los candombes nagos
de Bahía, el culto a Changó en Pernambuco y en Trinidad, la santería
en Cuba, son ejemplos de su extraordinaria influencia religiosa. La
capacidad de expansión y asimilación en la propia África la vemos en
el intercambio y adaptaciones que establecieron con sus vecinos los
Ewe-Fon del Dahomey, y los Efik-Efor del Calabar.
La filosofía yoruba reconoce y venera el equilibrio existente entre
las fuerzas sobrenaturales –Dioses y Orichas– y el hombre. Pero en
América, gradualmente cambia el objetivo religioso: el hombre busca
a través de sus deidades un apoyo a sus vicisitudes.
Cultura Carabalí-Bantú. Con esta denominación queremos
referirnos a los pueblos que ocupaban la región comprendida al este
del río Níger. La zona siempre tuvo numerosa población desde los
primeros tiempos de la trata, la que persiste encubierta en nuestros
días. De ella procedían prisioneros desembarcados en América con el
nombre genérico de Carabalí, del país Calabar. Obligados a cumplir
faenas mineras y de pastoreo, se les impidió preservar sus tradiciones
artísticas.
Aparte del “baile de los diablitos”, por lo demás común a todos los
pueblos congos, no se han observado otras manifestaciones de esta
cultura, que tiene en sus costumbres muy características las de usar
una variada gama de dibujos simbólicos, algunos de los cuales se trazan
sobre los cadáveres al inhumarse; y de constituir una estrecha cofradía,
con severos castigos para los violadores del «secreto de la salvación»,
es decir, el «reencuentro con los Ancestros».
Cultura Ewe-Fon. En la costa occidental, entre Sierra Leona y la
Costa de los Esclavos, al interior del litoral se encontraba diseminado
una serie de pueblos pertenecientes al grupo Ewe-Fon: Papaa, Tarí,
Ewe, Ardá Keotu, Suave, Mahí y Arará.
A partir del año 1720 se constituyó el reino del Dahomey, cuando
los Fon, buscando la salida al mar se extendieron por el litoral,
fusionándose con los nativos.
La práctica de bautizos, talismanes protectores contra enfermedades,
influjos para dar potencias o fortuna al recién nacido y otros elementos

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E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

mágicos, tan generalizados entre los dahomeyanos, son mucho más


abundantes en nuestro litoral Pacífico que en la costa Atlántica. Un
estudio comparativo del folclor tradicional conduciría a establecer si
realmente existe una influencia Ewe-Fon en la cultura de esta región
colombiana.
Cultura Fanti-Ashanti. A lo largo de la Costa de Oro habitaba una
población compuesta por pequeñas y numerosas tribus, identificadas
por lenguas afines al grupo étnico akán.
La mayor parte de ellas fueron introducidas a la América como
afros «Mina», nombre dado por el puerto de embarque, la factoría de
Sao Jorge da Mina, a su vez llamado así por estar en la confluencia de
ríos auríferos. Por esta alusión sabemos que llegaron al país y fueron
radicadas preferencialmente en el litoral Pacífico, donde su nombre
persiste como apellido. No obstante su tronco común, los Fanti-
Ashanti poseen características propias, distinguiéndose los primeros
por su adaptación a los oficios domésticos, en tanto que los Ashanti o
Santé eran generalmente temidos por su belicosidad.
Cultura Berberisca. En la historia de nuestra aculturación
africana, es muy significativo el acervo de los pueblos mestizos de la
Mauritania.
Aún cuando el capítulo de la esclavitud en el Africa Septentrional
esté ligado a la penetración musulmana, a partir del Siglo XII, los
lazos heredados de esta cultura son más antiguos a través del comercio
establecido por éstos con los reinos Ifé, Bernén, Karem, y la colonización
islámica de España.
Su influencia cultural en los países americanos no debe ser juzgada
solamente a través del comercio de prisioneros, sino en una perspectiva
mucho más amplia, a través de su proyección mediterránica sobre
España y, a partir de ella, en las colonias americanas.
Culturas Guineanas. Con este nombre llegaron a nuestro país,
pueblos africanos procedentes de los ríos de Cabo Verde y Sierra Leona,
en el largo litoral de lo que se llamó Guinea, en forma imprecisa. Por ser
de los primeros prisioneros en llegar a nuestro país y por la dispersión,
fue poco lo que pudo sobrevivir de sus tradiciones y costumbres.

77
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Del archipiélago situado en la desembocadura del Río Grande,


procedían los Bijaos o Bigioho, de quienes se dice eran muy apetecidos
en Cartagena de Indias, más que los de Benín y Angola, debido a su
carácter servicial, hecho que contrasta con la rebeldía del jefe de los
cimarrones, cuyo nombre Bihojo, le señala como oriundo de esta
región.
También rebeldes eran los Kru, tenidos por extraordinarios
nadadores, navegantes y constructores de canoas. Se les denominaba
«malas gentes», por propiciar constantes levantamientos a bordo de
los barcos traficantes.
La lista de los prisioneros traídos de los ríos de Sierra Leona es
interminable, debido a lo profusamente poblado de la región. De entre
ellos anotamos las tribus Beté (nombre de una población chocoana
en las márgenes del San Juan), Mendé, Cumbá (¿Campaz?), Malinké,
Gangá, Padebu, Zape, Cazanga, Cetré, Maní, y otras cuyos nombres
nos son familiares.
En general es muy poco lo que pudiera decirse de los aportes
particulares de estas culturas, pero mucho en su conjunto por la rica
tradición de mineros, orfebres, artesanos, constructores de canoas,
bailarines, cantantes, poetas y narradores, que hacen de nuestras
comunidades afros, mulatas y zambas, unas de las más ricas del país.
Cultura Morisca. España fue el único país fuera del continente
africano que proveyó esclavizados de esta etnia a la América. Desde
antes de la invasión morisca a la Península en el Siglo VII, las caravanas
árabes recorrían el desierto del Sahara hasta los reinos de Ghana, Malí
y Songhai, donde además de trocar sal por oro compraban africanos
que, encadenados, conducían a España el más apetecido mercado en
el Mediterráneo.
En el mismo año 1492, cuando fueron expulsados de la Península,
los árabes mantenían un activo tráfico de prisioneros. De hecho los
primeros africanos en llegar a la América procedían de Cádiz, Sevilla y
Málaga, introducidos con el nombre de «negros de Castilla». Muchos
de ellos llegaron a Santo Domingo, fundada por Bartolomé Colón en
1492, cuando la isla se resentía por el rápido exterminio de los Taínos.

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E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

Se sabe que entre los primeros pueblos norafricanos asentados


en el Sur de la Península, figuraban los Tartesios, de etnia no muy
esclarecida, que habitaban la región ístmica de Africa en el estrecho
de Trafalgar. Reconocido está que en sus costumbres se encuentran las
raíces remotas de la torería.

79
Segunda Parte

E L Á RBOL B RUJO
D E L A L I B E R TA D
L A N U E VA C A S A
EN AMÉRICA
Á FRICA EN C OLOMBIA

e
I NTRODUCCIÓN Y G ENERALIDADES

E
l reconocimiento de la pluralidad étnica y policultural de la
población colombiana por el Artículo 7º de la Constitución y las
leyes que la complementan, traza nuevas responsabilidades a
las comunidades amerindias y afrocolombianas, hasta ahora privadas
de un marco legal dónde apoyar sus reivindicaciones históricas y
culturales.
La toma de conciencia para asumir este desafío supera las simples
expectativas políticas, por cuanto requiere reflexiones antropológicas
y culturales al interior de las mismas comunidades con miras a definir
sus propias idiosincrasias, culturas y problemas sociales. Además de
los conceptos interpretativos, deben trazar normas de convivencia
interétnica; planes económicos y tácticas políticas dentro de la
democracia representativa y participativa.
Ello implica capacitación del Estado en todos los órdenes: educación
primaria, secundaria y universitaria; especialización científica y
tecnológica; creatividad artística; educación deportiva para participar
en eventos nacionales e internacionales.
Tales disposiciones trascienden al plano universal:
Ley 21 de 1991. Convenio sobre pueblos indígenas y tradicionales en
países independientes (Conferencia Internacional de Trabajo. OIT).
Además de los mandatos constitucionales, el Congreso de la
República ha normatizado las leyes reglamentarias:
Ley 70 de 1993, por la cual se desarrolla el Artículo Transitorio 55
de la Constitución Política de 1991, sobre Comunidades Indígenas y
Negras.
Entre otros aspectos legales, el examen por parte de indígenas
y afrocolombianos de esta norma, obliga a una revaluación de su
presencia y acciones en la vida nacional, más allá de las definiciones
antropológicas de lo que es o no es una comunidad. Estamos frente a
una dimensión nacional de la etnia colombiana y no de restringidos
conceptos de «minorías étnicas».
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

En este contexto, nos preguntamos, ¿Cuál es la presencia de la


indianidad y la africanidad en la cultura colombiana?
¿Podría hablarse de «minorías étnicas» en el gran mosaico nacional,
donde los descendientes de indígenas y africanos participan en el 80%
del mestizaje?
Independientemente de que se señale una circunscripción especial
para asegurar la elección restringida de candidatos al Parlamento,
queda abierto el derecho de participar en la contienda electoral con
movimientos propios.
Otro aspecto de mayor importancia es el alcance que debe dársele a
la etnoeducación. Es tarea primordial llenar el vacío que ha persistido
siempre sobre la enseñanza de la historia verídica de las comunidades
afro e indígena, sistemáticamente oculta y tergiversada. Desalienar las
mentes de sus miembros de los estereotipos de «bárbaros» y «esclavos»
difundidos por los textos oficiales.
Sin embargo, en ningún caso debe restringirse a las comunidades
indígenas y afrocolombianas, pues no tiene porqué haber una
educación específica para estas comunidades. Todos los ciudadanos
colombianos deben ser reeducados en el conocimiento de su verdadera
conformación multiétnica.
Desde luego que esta visión totalizadora de nuestra cultura no excluye
una responsabilidad mayor en lo que concierne a la capacitación de
las comunidades hasta ahora marginadas, por cuanto ellas necesitan
ahondar en las causas discriminatorias y económicas por las cuales se
hayan alejadas del desarrollo del país. Una educación encaminada a
fortalecer la responsabilidad de incorporarse a los problemas sociales,
políticos y culturales de la nación más allá de la tradicional contienda
bipartidista.
¡Ser más creadores, patrióticos y demócratas!
Las nuevas victorias deben ser ganadas en los hogares, calles,
fábricas, universidades, academias, parlamento y presidencia de la
república. No está expresamente escrito en la Constitución, pero sí en
la memoria ancestral de los abuelos.

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E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

REFLEXIONES ANTROPOLÓGICAS

La acción del hombre en su medio ecológico, implica dialécticamente


un reflujo en la sociedad. Por esa razón, la antropología debió enjuiciar
desde sus comienzos fenómenos que tienden a la búsqueda de medios
y fines distintos a los de la naturaleza: aspiraciones económicas,
religiosas, políticas, sociales, etc.
Hay autores que ven la cultura como un fenómeno que evoluciona en
forma natural, como estructuras autónomas movidas por un impulso
determinista. Otros la consideran animada por factores eminentemente
sociales: lucha de clases, relaciones de producción, tecnología, etc.
De igual manera surgen criterios opuestos al juzgar los fenómenos
producidos por el enfrentamiento de una o más culturas.
Juan Friede comenta las discusiones que provocó la palabra
«aculturación» entre los participantes al XII Congreso de Ciencias
Históricas de Viena, 1966. El debate, aparentemente semántico,
tenía su base en el hecho político de la agresión cultural que posee
la «imposición» o «superposición» de una cultura dominante sobre
otra «aculturada», «sometida». Se analizaron los términos ya en
boga en la antropología cultural –aculturación, transculturación,
endoculturación, etc.– encontrándose siempre, cualquiera que sea
el vocablo empleado, que se trataba de denominar un proceso por el
cual entraban en conflicto más o menos violento dos o más culturas
en contacto. El fenómeno entre sociólogos alude a los mismos
factores, pero con distintos términos: colonización, neocolonización,
descolonización.
Otro aspecto, igualmente social, es el de delimitar el período en que
se verifica la interacción de las culturas. Las palabras aculturación y
transculturación inducen a pensar en los hechos consumados, en
fenómenos que han tenido un principio y un fin. Sin embargo, en
la sociedad colombiana apenas se trata de un proceso evolutivo de
quinientos años. Además, histórico, esto es, creativo. Como diría Roger
Bastide, «una realidad en trance de constituírse gracias a nuestra
acción casi demiúrgica». ( ).

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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

En ningún momento nos apartamos de la acción creadora de nuestro


pueblo, original, específica, colombiana. Producto de la confluencia de
hombres oriundos de tres continentes, tendrá implicaciones foráneas.
Como toda cultura, está impulsada por fuerzas que convergen a la
universalidad, pero a partir de una actividad individual. De esta manera,
dentro de un marco latinoamericano, la acción histórica de nuestro
pueblo responde a un tipo especial de aglutinarse, interpolarse, hasta
constituir la fisonomía de «nuestra» cultura.
Los factores que forzaron y fuerzan la amalgama cultural, son tanto o
más importantes que los mismos elementos entrelazados. No podemos
hacer un inventario de cosas muertas. Los colombianos participamos
en forma creadora –aunque no siempre lúcida y libremente– en la
edificación de nuestra nacionalidad.
En esta configuración táctica podemos distinguir tres fenómenos:
la transculturación de valores extracontinentales, sumados a la
cepa aborigen; la aculturación impositiva de los valores hispánicos
sobre las culturas amerindia y africana; y la endoculturación de
los mismos, a partir de la creatividad del mestizo. Los dos primeros
fueron «forzados» sobre la cultura sometida por el colonizador, en
tanto que los últimos –endoculturados– pertenecen a lo que Bastide
llama intercambios «libres», dentro de la relativa independencia de un
país que ha sufrido la colonización.
«... según nuestro criterio, dice, existen tres tipos de contacto: los
contactos «libres», los contactos «forzados» –sobre los cuales la
situación colonial nos proveería el mejor ejemplo– y, por último,
los contactos planificados». ( ).
Estos últimos corresponderían a la situación neocolonizadora, en
la que los valores foráneos se fabrican y planifican en unas cuantas
metrópolis para ser «impuestos» técnicamente a nuestro país mediante
interventores criollos.
El grado de violencia que requiere la imposición de los valores
extraños, varía en la medida en que la comunidad mestiza los rechace
o acepte como propios. Durante el período inicial –transculturación y
aculturación– la acción opresora recae sobre adultos que oponen su
propia entidad tradicional. Más tarde, una vez que los valores han sido

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E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

asimilados y recreados, son los mismos adultos mestizos quienes los


transmiten como algo ingénito a sus descendientes.
En cada cultura existen hábitos especiales de asimilar los valores
foráneos acordes con los intereses de las clases privilegiadas. El
conquistador se valió de la casta de los caciques para que la gran población
aborigen se acomodara a las nuevas normas que deseaban imponer.
Lo importante de estos procesos es determinar en cada momento
cuándo la creatividad del grupo es sometida, compelida a servir los
intereses foráneos, y, cuándo, en virtud de una recreación lúcida, el
endoculturado comienza a producir valores auténticos para satisfacer
sus propias necesidades.
Por eso, lo que persiguen el antropólogo y el sociólogo cuando
investigan honestamente la creatividad humana, es distinguir
correctamente qué parte de esa producción social es una mera
repetición de imposiciones enajenadoras, y cuál responde a la afloración
autóctona, a una «afirmación» desalienada.

LEYES DINÁMICAS DE LA CULTURA

En cuanto a la evolución espiritual y utilización de los elementos


técnicos que participan en el proceso, las culturas acusarán diferencias
fundamentales, según el mayor o menor provecho sacado de sus
condiciones de existencia. Pero en su dinámica creativa se rigen por
leyes que son iguales para todas ellas.
Ley de Acumulación. Todos los conocimientos adquiridos por
las actividades culturales del hombre a lo largo de su existencia, se han
acumulado y se acumulan en el saber universal de la humanidad.
El uso del fuego, de las técnicas agrícolas, de los metales, etc., que
costó al hombre prehistórico miles de años para su aprovechamiento,
son utilizados en la actualidad sin que sea necesario que cada hombre
o pueblo vuelva a experimentar las mismas circunstancias pasadas.
En este proceso acumulativo, la tradición aparece como fuerza
normalizadora de la tendencia histórica. Sin embargo, los valores
acumulados pueden convertirse en negativos para la estabilidad y
la evolución de la cultura cuando dejan de llenar las necesidades del

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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

grupo y sólo favorecen los intereses de unos cuantos. A las tendencias


centrípetas de la tradición se oponen las nuevas experiencias que
buscan soluciones más apropiadas al interés común.
Ley de la Transmisión. Todos los conocimientos adquiridos por
la actividad cultural de los hombres a lo largo de su existencia, han sido
y pueden ser transmitidos de unos a otros.
A ellos se debe que opere la ley anterior, o sea, la acumulación. Si los
conocimientos adquiridos no se transmitieran de unas generaciones a
otras, tampoco podrían acumularse.
Los medios de transmisión de la cultura son muchos y dependen del
grado de desarrollo alcanzado por los pueblos.
En las culturas sin alfabeto, las experiencias se transmiten por
medios naturales, como la mímica, la imitación, el lenguaje, etc. Hoy,
debido al desarrollo de los medios de comunicación, son pocos los
pueblos que han podido substraerse de la utilización, voluntaria o no,
de las técnicas impuestas por los países industrializados.
Las culturas letradas, además de poseer el alfabeto y la escritura,
pueden disponer del cine, la radio, la televisión, la imprenta, la rotativa,
la fonografía, etc. La enseñanza escolar y universitaria fundamentan
su acción en la posibilidad de transmitir valores culturales. La ley de
transmisión cultural ha servido para que unos pueblos hayan impuesto
a otros sus patrones tradicionales.
Este proceso está regido por ciertos mecanismos estudiados
ampliamente por antropólogos, como Bastide, mecanismo que
podemos clasificar así:
a. Las culturas enfrentadas actúan como conjuntos, aunque la
asimilación de los valores extraños se realice de individuo a
individuo.
b. La aceptación o rechazo asumidos por el receptor ante los
nuevos patrones, obedece a procesos racionales, aunque
carezca de sentido para el colonizador.
c. La resistencia a asimilar un patrón extraño se debe a dos
causas: al enfrentamiento de dos tradiciones distintas, y al
hecho de que un sistema amenace la existencia del otro.

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E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

d. Mientras más extraño sea el rasgo cultural del agresor, más


resistencia encontrará en el aculturado.
e. Los valores foráneos son más fácilmente asimilados por su
forma que por sus funciones; los nuevos valores introducidos
deben cumplir en el pueblo conquistado similares objetivos a
los que llenaba en su cultura de origen.
Ley de la modificación. Todos los conocimientos adquiridos por
la actividad cultural, pueden y son modificados al transmitirse de unos
individuos otros.
Este principio se basa en la creatividad inalienable del hombre. Todo
ser humano, al recrear la naturaleza mediante su trabajo, introduce
cambios en el producido, tanto en los valores asimilados como en los
transmitidos. Debido a la intervención personal y subjetiva, cada acto
se enriquece con nuevas singularidades. En esta forma, los hombres
están siempre transformando su cultura.
Los valores impuestos, al ser recreados, generan contenidos
contrarios, dando fundamento al proceso de endoculturación. Al
adquirir su propia autonomía cultural se convierten en el mayor
antagonismo de una nueva agresión.
a. Cuando los endoculturados comienzan a tomar conciencia de
sus valores mestizos, inician actitudes afirmativas y defensivas
de su nueva cultura.
b. El tránsito de la aculturación (valores impuestos) a la
endoculturación (valores libres) se hace en forma evolutiva.
En un primer momento, la aculturación forzada determina
muchos conflictos y genera en el pueblo oprimido la tendencia
a conservar sus tradiciones. Más tarde, verificados los
procesos de asimilación y recreación, los conflictos se reducen
y disminuyen en las actitudes defensivas.
Resumiendo las características de las leyes fundamentales de la
dinámica cultural (acumulación, transmisión y modificación), pueden
deducirse algunas generalidades:
a. Cualquier comunidad, por más aislada que se encuentre, habrá
tenido y podrá recibir influencia de una y otra culturas.

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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

b. Cualquiera que sea el grado de desarrollo de una comunidad,


está en condiciones de evolucionar los valores adquiridos por
sí misma o los procedentes de otros.
c. Por elemental que sea una comunidad, siempre contendrá
valores útiles a las más evolucionadas.
A este principio (c) recurren los antropólogos cuando estudian los
rasgos característicos de las culturas folks, para conocer la mecánica
que siguen las más desarrolladas.

PEDAGOGÍA DESALIENADORA

Los relatos históricos recogen el pasado cultural de los pueblos. Es la


memoria de lo que hemos sido y somos en nuestro viaje hacia el futuro.
Un acervo colectivo, pero también una brújula propia, heredada por los
pueblos y las personas. Cuando se olvida esta memoria y se pretende
iniciar el presente abriendo nuevas rutas que no sean la continuación
del pasado, indudablemente deben repetirse las experiencias de
nuestros Ancestros con sus aciertos y errores.
¿Entonces, por qué no explorar sus huellas para ahorrarnos fracasos y
sufrimientos, tratando de afirmar los éxitos y evitar las desilusiones?
Hay varias formas de preservar el acervo cultural. La danza, la
pintura, la música, la escultura, el teatro, etc., pero ninguna iguala la
palabra, especialmente para expresar los conceptos filosóficos.
Existe además la memoria genética que, en primera instancia,
codifica las aptitudes de la especie o grupo étnico, pero también las
actitudes culturales. Esta herencia biológica determina la idiosincrasia
e identidad de los pueblos, aunque no siempre se tenga conciencia de
ello; o, lo que es más grave, se pretende lúcidamente ignorarla.
Hasta aquí las reflexiones científicas y académicas, los juicios de
antropólogos, historiadores y demás científicos sociales. Es natural
que no siempre haya acuerdos en sus interpretaciones personales. Al
margen de ello, existen también los juicios de los propios participantes
de la historia, sus concepciones empíricas de los hechos. Se conforma
así esa doble memoria ancestral y doble tradición oral, según la mirada
del observador académico y la mirada interior del protagonista ágrafo.

90
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

En estas distintas visiones tampoco hay igualdad de criterios. Diríamos


que lo más usual sea el antagonismo moderado o radical.
Pasando al contenido de las vivencias, los sentimientos acumulados
y las cicatrices, cuando se refieren a los largos procesos sociales como
fueron la conquista, el tráfico humano, la esclavitud, colonización
y aculturación, no debe sorprendernos que los juicios sobre los
acontecimientos históricos se perciban de distinta forma debido a la
carga psicoafectiva de quienes los hayan padecido.
Como este texto sobre la historia del pueblo afrocolombiano no
puede desligarse de la mirada multiétnica y pluricultural de la población
colombiana, consideramos pertinentes las reflexiones anteriores para
ajustarnos al espíritu del Artículo 7º de nuestra Constitución y normas
trazadas por la Ley 70 sobre la etnoeducación de las comunidades
amerindias y afrocolombianas.
En los artículos anteriores, en lo posible hemos expuesto e
interpretado los hechos históricos desde el juicio académico y la
tradición empiro-mágica de los ancianos afrocolombianos. No es un
método original, pero sí nos ha permitido muchas veces confrontar
ambos criterios para que los profesores, estudiantes y lectores tengan
una doble perspectiva de su propia historia.

DESCOLONIZACIÓN Y CONCIENTIZACIÓN

Apartándonos de la pretendida objetividad de los documentos


escritos a lo largo de la conquista, colonización e independencia,
siempre atenidos a los cronistas o archivos, hemos dado mérito de
certeza histórica a la tradición oral, mitos y leyendas, considerando
que conforman un corpus válido y justificado plenamente por los
sentimientos, rebeldías y reivindicaciones transmitidos a viva voz, de
generaciones en generaciones, por quienes nunca fueron oídos en las
galeras de los barcos traficantes, en los socavones de las minas, en los
palenques y en los batallones patriotas. Sea ésta, pues, la oportunidad
para escuchar a los iletrados, el 50% de los descendientes de los
abuelos, que no pudieron en su momento dejar testimonio escrito de
las indignidades sufridas.

91
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

LA AUTOALIENACIÓN

Al referirnos a la obligante pedagogía de descolonizar y concientizar


la memoria de los colombianos, sean afros, amerindios o mestizos,
reconocemos la existencia de un fenómeno que debe ser analizado desde
la doble perspectiva científica y empírica, la memoria psicoafectiva.
No todos los conocimientos transmitidos oralmente recogen la
experiencia de los oprimidos, pues en ella se enmascaran las ideas,
prácticas y códigos impuestos por los opresores.
Compartimos así las tesis psicoantropológicas sustentadas hace
más de medio siglo por el médico, psiquiatra y sociólogo martiniqueño
Frantz Fanon, acerca de los mecanismos psicológicos por los cuales los
colonizados, tras largos procesos de violencia, introyectan como propios
las ideas, prácticas y «sentimientos» de su opresor. Al asumirlos para
mirarse a sí mismos, muchas veces se esgrimen contra el hermano de
opresión. Se transforma en ejecutor inconsciente de los códigos que
deforman y violentan su propia idiosincrasia e identidad.
La desalienación y concientización de estos procesos serán
prioritarios en toda pedagogía etnoeducativa. No se esconde la difícil,
sutil y aún peligrosa responsabilidad de esta tarea que impone como
paso inicial, la propia desalienación del educador, para no caer en una
mayor alienación, tanto para el docente como para el educando.
Un ejemplo, para aclarar los efectos de la apropiación de las normas
del opresor por el oprimido, la encontramos en los textos escritos y
orales sobre la agresividad que ejercían y ejercen ciertos capataces
que lograron la total confianza del amo (fingida por los demás), para
cumplir con mayor saña las órdenes recibidas al castigar, perseguir o
violar a sus propios hermanos de etnia.
También acontecía que muchos afros esclavizados asumieron el
rol de «perros de presa» contra el indígena, asesinándolo o violando
sus mujeres. Ni siquiera por satisfacer apetitos contenidos, sino para
mostrarse más violentos que sus propios opresores.
La introyección psicológica de los ideales del colonizador son más
profundos y abyectos en los intelectuales que mediante sus estudios o
gajes burocráticos, cumplen ciegamente su oficio de cipayos del orden

92
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

colonial, aún después de consumarse la independencia.


Estos casos de hipóstasis intelectual pueden apreciarse en las
obras literarias de connotados escritores que asumen la postura del
colonizador cuando creen que las repudian. Una lectura atenta, nada
maliciosa, puede descubrir cómo el autor se niega a sí mismo al
introyectarse en el pensamiento y actitudes de sus personajes. Ya lo
dijo el poeta:
Pintor que pintas santos de iglesias
con el pincel extranjero,
por qué al pintar angelitos blancos,
te olvidaste de los negros
si también van al cielo
todos los angelitos negros.
Indudablemente, la responsabilidad mayor para el historiador,
pedagogo y padre de familia es desalienar la mente de los contemporáneos,
cuando se copian sin mayor discernimiento los modelos delictivos,
obscenos o degradantes, propalados por los medios de comunicación,
la literatura, los bailes y cantos. Entonces es cuando la tradición oral en
la voz de los adultos retoma el discurso de lo más puro y enriquecedor
de la herencia cultural.

LITERATURA ORAL, CANTO Y DANZA

Al hablar de literatura oral tradicional es necesario concientizar


el papel que juegan sus distintos géneros. Cuando se describen sus
características literarias, poco se ahonda en los propósitos sociales que
los han determinado. Unos expresan emociones relacionadas con la
naturaleza biológica del ser: la vida, muerte, sexo, amor, altruismo,
sacrificio, etc. Estos sentimientos pudieran asociarse a todos los géneros
orales, pero en realidad unos expresan mejor que otros determinadas
emociones:
La poesía vierte estados intimistas, sociales y religiosos (copla,
décima, romance, villancico, etc.).
El mito con diferentes interpretaciones, recoge la memoria histórica
y colectiva del grupo: orígenes, heroísmo, religiosidad, conducta, etc.

93
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

La leyenda referida al grupo o la familia universal es hermana


gemela del mito pero permite mayor variabilidad en sus contenidos,
adaptándose a las circunstancias de tiempo, territoriedad y personas.
El cuento abre la imaginación para el grupo y el narrador. Puede
basarse en un mito, una leyenda, un romance, pero su interés siempre
está limitado a sus circunstancias y personajes cuya historia se enmarca
en experiencias locales. Sin embargo como todo género literario, expresa
un interés, un rasgo característico de grupo que puede relacionarse
con la experiencia universal. De él se desprenden la novela, el teatro
y la fábula.
El refrán recoge la memoria colectiva que codifica la conducta del
grupo. En su evolución histórica y social puede innovar sus contenidos,
imprimiéndoles connotaciones étnicas o regionales.
El canto, igual que la música, es un desahogo de la más profunda
sensibilidad. Asociado a la palabra, conceptualiza el sentimiento
visceral.
La danza, tal vez el primer lenguaje del hombre para comunicarse
entre sí y con los dioses, continúa siendo la herramienta universal para
expresar los sentimientos de cualquier cultura.
Con esta breve alusión a la funcionalidad de los géneros de la
tradición oral y gestual, nada nosológico, apenas queremos demarcar
su papel como medios de transmitir los códigos de una cultura
opresora sobre la conducta de otra sometida. El proceso por el cual se
aproximan y repelen hace parte de la violencia, sometimiento y rechazo
que conforman la mentalidad del mestizo.
«Asimilación total o asimilación sin dejarse asimilar».
He aquí la norma que ha servido a los mejores propósitos de
resistencia sin dejar de enriquecer el mestizaje.

¿ESCLAVITUD O COLONIALISMO?

Al retornar Colón de su primer viaje a la América, presentó a los Reyes


Católicos varios aborígenes, encadenados, a los que llamó «indios» y
«esclavos». No eran indios y muchos menos esclavos. Así se abrió un
nuevo capítulo de la ignominia universal. El nuevo continente tenía

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E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

muchos nombres: Anáhuac, Tihuansintuyo, cualquier otro, menos el


de un ilustre cosmógrafo italiano que, por honradez, jamás se atrevió
a tanto.
La conquista instauró una nueva forma de expoliación humana, el
colonialismo, que sobrepasó la esclavitud tradicional para imponer
un sistema que requería el trabajo forzado de millones de hombres
de todos los continentes del planeta: América, Africa, Asia y Europa,
sin importar sus etnias o culturas. Necesitaba «zombis», fuerza bruta
inconsciente que resistieran doce o más horas de trabajo sin descanso.
Su único propósito fue saquear a los pueblos sometidos para enriquecer
los imperios europeos.
A los abuelos afroespañoles y africanos se les acarreó por la fuerza
a este holocausto.
A sabiendas de lo indigno del comercio humano, los esclavistas del
Siglo XVI comenzaron a propalar que los africanos siempre habían
sido una «raza de esclavos». Se apoyaron en los versículos de la Biblia
donde se les condenaba como la descendencia maldita de Cam.
Se adujo que desde la antigüedad siempre los africanos nacieron y
fueron esclavizados.
Y finalmente, en una empresa de conquista a nombre de los Reyes
Católicos, se negó o puso en dudas que los africanos y los indígenas
fueran creación de Dios. Se abría así a unos y otros la puerta de la
esclavitud pese al bautizo. No vamos a caer en la trampa de refutar
estas mentiras que nunca fueron condenadas por los tribunales de la
Santa Inquisición.
Mas sin embargo, siempre será sano para las mentes libres conocer
algunas falsedades históricas.

EL COLONIALISMO NUEVA FORMA DE TRATA

Se han querido justificar las formas expoliadoras del colonialismo


con las prácticas antiguas de la esclavitud; una manera de enmascarar
el nuevo sistema de la expoliación masiva de los pueblos.
Debemos recordar que antes y después del viaje de Colón a la
América, había en España y Europa venta de esclavos de todas las
etnias: Turcos, indostanes, filipinos, berberiscos, cautivas griegas y
95
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

eslavas, eunucos celtas, musulmanes y traficantes de todas las naciones


asiáticas y europeas... y, claro está, africanos nacidos en la Península
o hechos prisioneros en sus países de origen. Tenidos como simple
mercancía, a éstos se les concentraba para su venta y recompra en
puertos españoles, holandeses, portugueses, alemanes, ingleses, etc.
Todavía a mediados del Siglo XVII, era tanta su cantidad en la
Península, que cada año se feriaban en Cádiz más de 1.500, controlados
por una policía especial para impedir algazaras, disputas y fugas. La
proximidad de los muelles facilitaba el contrabando hacia la América.
Esta práctica bárbara, irónicamente fue posible por el avance de la
civilización con el invento de las herramientas, entre ellas las armas,
las menos productivas, pero sí asesinas. Desde entonces, quienes las
monopolizaban pudieron someter a su arbitrio a los indefensos. Por esta
razón y otras de carácter biológico, en las guerras de rapiña las mujeres
fueron las primeras esclavizadas. Por entonces escaseaban debido a las
mortales infecciones del puerperio y constituían una necesidad vital
para la sobrevivencia de la especie. Mas no se crea que eran fácil presa,
pues rivalizaban con los varones en el uso de armas rústicas, como lo
atestiguan las amazonas armenias, que se amputaban el seno derecho
para mejor disparar el arco.
Una disgresión obligante en nuestro relato, porque en Africa y
América las mujeres siempre combatieron al lado de sus padres,
maridos e hijos, en las luchas contra los cazadores de hombres.
La esclavitud siempre se asocia a las culturas más esplendorosas de
la humanidad, donde se aprovecharon las fuerzas físicas y creadoras de
miles y millones de cautivos: Mesopotamia, Babilonia, Asiria, Egipto,
China, India, Grecia, Roma, Malí, Azteca, Inca, etc.
En la Roma imperial, Marco Terencio Varrón, poeta y precursor de
la economía rural, describe al esclavo, cualquiera que fuera su etnia,
como un «mobiliario mudo, semiparlante y mobiliario parlante». No
tenía nombre ni padre conocido. Se le identificaba por el país de origen:
el macedonio, el sirio o por un nombre mitológico: Eros, Diomedes...
afortunados al fin, pues no se les llamaba por el color de la piel.
Un rico romano alimentaba a sus peces con pedazos de carne
de esclavos viejos, porque les daban un sabor más agradable. Sin

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E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

embargo, una Ley Aquilea condenó con la misma pena al que matara
un esclavo... Necesario recordarlo cuando dieciocho siglos después,
en América los africanos no tenían el derecho a la vida. En Haití, los
amos acostumbraban a sus perros de cacería a oler y comer carne
de africanos, para que husmearan y descuartizaran a los cimarrones
fugitivos.
Como puede deducirse, el colonialismo tomó todos los rasgos
inhumanos de la esclavitud tradicional, extremándolos con mayor
impunidad, hasta reducir al esclavizado a una simple máquina
productora de mercancías, cuyo deterioro concluía con la muerte.

LOS INSTRUMENTOS DE RESISTENCIA

Las manifestaciones de la cultura afrocolombiana y afroamericana,


tan variadas y ricas donde perduró la etnia, relativamente sin mezcla
o mestiza, obliga a una reflexión sobre las primeras experiencias de
los abuelos dispersos por el comercio humano en ámbitos naturales y
sociales extraños e impuestos.
Cualquier idea de espontaneidad en el desarrollo o pureza de la
etnia africana en América, negaría la creatividad de los transplantados
a partir de la memoria ancestral y experiencia colectiva. Se vieron
obligados a recrear una «nueva cultura» que expresara sus sentimientos
e ideas en el proceso impuesto por la colonización a las tres etnias
comprometidas: amerindia, europea y africana.
El flujo masivo de africanos a la Nueva Granada, hoy Colombia, se
extendió desde el año de 1510 (Santa María del Darién), hasta el 11
de noviembre de 1811, cuando dejaron de llegar barcos traficantes a
Cartagena de Indias, por donde entraron la mayor parte de nuestros
antepasados. No es de extrañar que en el litoral caribeño se hubieran
originado los procesos generadores de la africanidad colombiana: la
religiosidad, la familia, el idioma, la libertad.

EL CULTO A LOS ANCESTROS

En todas las filosofías y prácticas religiosas africanas, se reconoce


la existencia de varias sombras o espíritus protectores que acompañan

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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

al hombre desde el engendro hasta la muerte. Su número varía en las


distintas culturas, pero tienen en común, por lo menos dos, que le son
inseparables:
La Sombra de un Ancestro Protector, visible a la luz, dador del
Kulonda: vida, inteligencia, palabra y creatividad.
Y la Sombra de la Descendencia, invisible, portadora de la herencia en
la corriente de la sangre y que se proyecta en las futuras generaciones.
Estas nociones, simples y elementales, perennes en la conciencia de
los africanos, cualquiera que fuese su destino en el exilio, alimentaron
la vida, el pensamiento y la energía creadora, brújulas del sentimiento
y la conducta.
Justificado está que al memorizar la llegada del Muntú africano
a la América con sus múltiples etnias e idiomas, enmarquemos su
creatividad y hechos en torno a las raíces y ramificaciones del Árbol de
la Palabra, morada de los Orichas y Ancestros. Una amplia geografía
que está demarcada por los pasos andados en la vida y la memoria
ancestral colectiva de sus descendientes.
El Culto a los Ancestros fue la raíz nutricia de la cultura africana
donde quiera que fue transplantada en América. Llámese Lumbalú en
el Palenque de San Basilio (Colombia), Yumbalú en el Vodú haitiano,
o se le conozca con otros nombres en la Santería cubana, Candomblé
brasileño, Spiritual en Estados Unidos o Alabado y Gualí en el Chocó
y litoral Pacífico.
Desde antes de partir, en las factorías de embarque o «Casas de los
Muertos», o en las bodegas de los barcos, cuando fallecía uno o varios
prisioneros, los sobrevivientes próximos o lejanos al cadáver cantaban
y palmoteaban, y si lo permitían los grillos y las cadenas, también
danzarían al ritmo de algún tambor improvisado, invocando a Elegba,
Oricha que entrelaza a los vivos y difuntos, para que abriera el camino
hacia el reencuentro con los Ancestros.
Ya en el continente, al ocurrir la muerte en la hacienda, la mina o la
muralla, el trabajo se suspendía para acompañar al agonizante o muerto,
aunque los golpes de capataces o amos quisieran impedirlo. Prueba
de ello es el arraigado culto de los velorios en todas las comunidades
afroamericanas.

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E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

En Cartagena de Indias, principal puerto de arribo de las naos


traficantes a las colonias españolas en América, por llegar siempre con
moribundos y cadáveres a bordo, el lumbalú o «lloro de negros» fue
un cuadro familiar para San Pedro Claver, fiel testigo de sus funerales
en patios, casamatas y hospitales: el dolido canto de las plañideras;
el baile de mujeres y hombres en torno al cadáver, y, sobre todo, el
retumbar de los tambores, principales oficiantes del ritual.
Esta muestra de religiosidad, por pagana que se juzgara, debió
contener la alevosía de quienes intentaban impedirlo. Ni las azotainas
de Pedro Claver a los tambores, cada vez que los encontraba en
desafío a sus prédicas, pudieron evitar las invocaciones a los Orichas y
Ancestros.
El lumbalú o yambalú, más que un rito funerario constituye el
núcleo de la filosofía y cultura africana en América. Para evidenciar
sus potencias vivificadoras, es preciso ubicarnos en las reflexiones y
prácticas del Homo Sapiens Africano, el primero en intuir el misterio
de la vida y la muerte en el desamparo y abismo del firmamento. Poco
a poco, al paso de los milenios, intentó manipular física y mágicamente
el cadáver y su viaje hacia otras regiones próximas y nada metafísicas:
tierra, agua, aire, animales, árboles, estrellas.
En este contexto ontogénico es donde se enraizan los elementos
religiosos de la vida, muerte, difunto, oricha, ancestro, tambor, palabra,
canto, danza, velorio, despedida del difunto, recorrido al cementerio,
inhumación, velatorio en altar familiar y visitas periódicas a la tumba,
etc.
Desde luego, el ritual sagrado trascendió a la familia, la cultura y la
lucha por la libertad.

LA MUJER Y LA FAMILIA

Al retomar los primeros pasos del africano en América, extraño y


soltero, siempre expuesto a la muerte, su mayor obsesión debió ser la
búsqueda de una compañera, procrear y tener familia. Además de ser
un imperativo biológico, constituía un mandato de los Ancestros.
Ya conocemos por la filosofía bantú que nadie nace sin la voluntad
de un Ancestro Protector que siembre el «kulonda», la semilla de la
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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

vida en el vientre de la madre, generadora de la vida, la inteligencia


y la palabra. Su obligación era preservar por encima de todas las
dificultades ese don recibido, para enriquecerlo y multiplicarlo. Este
mandato inspiró la pertinaz lucha de los africanos por sobrevivir a los
peores sufrimientos para conservar una familia y alcanzar la libertad.
Si la muerte acosaba, la vida no dormía. Para los millones de africanos
compulsados al destierro, la falta de mujer sería tanto o peor que la
misma esclavitud. En los barcos sólo se autorizó un 20% de mujeres,
dando mayor espacio a los varones. Se pretendía así asegurar en parte
la reproducción de esclavos en la propia América.
Pero pronto se reduciría el número de mujeres en cada nao y, lo que
fue peor, los amos se apropiaban de ellas. Las protestas de esclavizados
y religiosos no impidió los abusos ni los apetitos sexuales de los amos.
En Cartagena prosperaban los concubinatos y nacimientos de mulatos.
Circunstancia buscada muchas veces por las madres cautivas para
tener hijos libertos y mayores halagos de sus amos.
Mientras tanto aumentaban los africanos célibes, con el arribo de
nuevos prisioneros, la mayor parte jóvenes adolescentes que morirían
sin oportunidad de ayuntarse con mujer. Los que lograban compañeras
para casarse y procrear, vivían con el doble temor de que sus hijos fueran
vendidos y separados, lo que impedía tener la certeza de constituir una
familia estable.
Desde luego, los varones africanos no se limitaron a las protestas y
muy pronto organizaron levantamientos, fugas y asaltos, a tal grado,
que los maestros albañiles de las murallas de Cartagena se alarmaban
por la rápida merma de la fuerza de trabajo y las amas de casa por
la desaparición de sus esclavas. Las fugas buscaban algo más que la
libertad: la familia libre.

EL PALENQUERO, LENGUA FRANCA

El prisionero africano debió afrontar y resolver en su soledad


complejos sentimientos e ideas existenciales que lo ligaban a la
presencia visible de sus Ancestros: vida, palabra, sombras...
La convergencia de exiliados hablantes de muchos idiomas, la
limitación y control de los sentimientos que imponía la lengua del
100
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

amo; y la necesidad de transmitir clandestinamente los mensajes de


levantamientos y fugas, exigieron la formación de una lengua franca,
hoy llamada «palenquera», necesidad vital, tanto para los esclavizados
como para los fugitivos. En estas condiciones, el idioma, como siempre,
en todo contexto social surge por una necesidad vital y cultural. Es
por ello que no se puede concebir la existencia de palenques, es decir,
una forma de vida y de sentimientos comunes, sin un idioma capaz
de expresar los valores psicoafectivos de la nueva cultura. Los ideales
religiosos y libertarios tampoco hubieran podido perpetuarse sin una
lengua aglutinadora.
¿Sería por ello que el Palenque de San Basilio pudo mantener vivo el
Culto a los Ancestros y a la Libertad hasta hoy?
El primer impulso creador de los africanos exiliados y oprimidos para
sobrevivir y liberarse, fue, pues, hacerse a un nuevo idioma.
Nuevo por cuanto debían superar la confusión de lenguas que los sepa-
raban, aunque estuvieron unidos por una misma cadena.
Nuevo porque debían nutrirlo de connotaciones capaces de recoger sus
sentimientos afectivos y ancestrales en una realidad desconocida.
Nuevo por cuanto sus idiomas nativos le facilitaron utilizar la estruc-
tura gramatical para inventar una «lengua franca», capaz de expresar sus
vicisitudes sin que el amo o el intérprete descubriera los mensajes cifrados
del sentimiento.
Nuevo porque las lenguas del opresor variaban aunque fueran iguales
sus intereses esclavistas. Como también eran diferentes los idiomas de los
africanos aunque sufrieran las mismas penalidades.
Por ello en América surgieron muchos idiomas afrocriollos expresado-
res de nuevas connotaciones espirituales.
Dejemos los fenómenos lingüísticos a los filólogos para señalar que en
nuestra tradición oral existen aportes idiomáticos a las lenguas colonizado-
ras que enriquecen nuestras culturas afroamerindias y criollas.
Para comprender la historia de los antepasados, nosotros, sus descen-
dientes y obligados continuadores de su tradición –cualquiera que sea el
campo de nuestra disciplina científica–, debemos reflexionar sobre estos
procesos lingüísticos. Sólo así expresaremos con plena autenticidad nues-
tra idiosincrasia e identidad multiétnica.

101
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Desde las bodegas de los barcos traficantes y en todos los estadios de la


esclavitud, el lenguaje fue para los africanos la llave maestra para sobrevi-
vir, conformar la familia y alcanzar la libertad.

102
CAPÍTULO PRIMERO:

L U M B A L U PA R A D E S P E R TA R
AL R EY B ENKOS

MEMORIA Y MITO

E
l alboroto cundía entre los cimarrones y sus descendientes en
todos los confines de la Nueva Granada. Día y noche, los vientos
y ríos regaban las voces de los tambores, convocándolos al gran
Lumbalú del Rey Benkos, cincuenta años después de su muerte, el 16
de marzo de 1621.
La gigantesca ceiba alzaba sus ramazones ansiosa de bañarse con la
luz llena de Ochú. Nacida allí mucho antes de que llegaran los primeros
cimarrones, brindó amparo desde entonces a vivos y difuntos. Y no se
equivocaron los abuelos al llamarla Árbol Brujo, porque les recordaba
el baobab, Árbol de la Palabra, donde según la tradición africana
dormían los Ancestros.
Enclavada en mitad de la plaza del Palenque de Matuderé, en los
Montes de María, fue señalada por el Rey Benkos antes de su muerte
como lugar estratégico para la resistencia.
En lo alto de la cima podía atisbarse cualquier movimiento de extraños
en muchas leguas a la redonda. Lagunas y arroyos impedían el acceso
a las estribaciones, encubiertas por la vegetación selvática. Por esos
arcabucos plagados de tigres y serpientes venenosas sólo transitaban
los cimarrones, mulatos y zambos nacidos en los palenques.
Bajo el árbol mágico, el pechiche, tambor sagrado, relampagueaba sus
truenos para ser oído por los difuntos donde quiera que durmieran.
Desde los primeros meses del año 1671, al cumplirse medio siglo
de la muerte del Rey Benkos, se repetían los mensajes de una a otra
punta del país. Los batatas y mohanes, conocedores del lenguaje de
los tambores africanos y de los clarines bélicos de los caribes (gaitas),
descifraban su llamado:
—¡Lumbalú para escuchar al Rey Benkos!
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

No hubo sordos para la convocatoria.


Los Minas, siempre escogidos por el Rey Benkos, lustrosos los
arcabuces y escopetas, arrebatados en combate a las milicias reales,
dirigían al aire repetidas descargas que aterrorizaban a niños y perros.
Por los aires revolotearon las lechuzas, mientras los guerreros africanos,
pintados rostros y cuerpos, tejían la danza bélica con la que celebraban
sus victorias.
Todavía el humo de la pólvora no se había desvanecido cuando las
flechas emplumadas de caribes, taironas y chimilas volaron a lo alto
pretendiendo alcanzar la rubicunda cara de Ochú.
Los «negros brujos» y los «hombres tigres», temidos por amos,
gobernadores y clérigos, habían iniciado las peregrinaciones desde
sus respectivos palenques y comunidades. Agua abajo, cuesta arriba,
recorrían trochas por selvas, litorales y cordilleras. A lo largo de los
caminos les recibían alborozados con bundes, currulaos y bullerengues
que les animaban durante varias noches. Abuelos y ancianos, niños
y jóvenes, les rodeaban atentos a sus relatos sobre las luchas de sus
pueblos contra los esclavistas e invasores.
Pero lo que más les apasionaba era la historia del Rey Benkos: su
legendario reino en el Africa, su captura y traída encadenado en la
bodega de un barco portugués; el fuego de sus ojos capaz de derretir las
cadenas y fulminar a sus verdugos; su fuga de la galera donde lo tenían
prisionero. Y luego su prédica por fortificaciones, haciendas y minas
con su voz de mando, exigiendo que ningún cautivo se sintiera esclavo;
las tácticas para escapar; la organización de los palenques; los asaltos
a fincas y pueblos; y finalmente su apresamiento y ejecución, ahorcado
en Cartagena el 16 de marzo de 1621.
La misma escena se repetía en los palenques guajiros de Camarones
y Dibulla, así como en Santa Cruz de Masinga, en la Sierra Nevada de
Santa Marta, tierras que fueron de los caciques de Upar y Tamalameque.
Con igual entusiasmo se arremolinaban los coyongos y mulatos de las
riberas del Magdalena y brazo de Loba.
Río Cauca abajo ya habían partido los de Norosí, Zaragoza, Santa Fé,
Remedios, Guarne, Rionegro, Otún, toda una confederación levantisca,

104
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

obligado paso para quienes venían de los palenques de Patía, Cauca,


Cartago, Cerrito, Cali, Puerto Tejada y la ribera oriental del Magdalena:
Guayabal, Anolaima, Tocaima y San Juan.
Al occidente, se unían por el Sinú y el San Jorge, los de Cáceres, Uré,
Cereté y Cintura, atajos selváticos que desembocaban a la Ciénaga de
Ayapel, rochelas de zambos.
En cada vericueto repicaban los tambores y gaitas, animando el
bullerengue. Hombres y mujeres nacidos libres en las empalizadas de
San Antero, San Bernardo, Berruga, Moñitos y Puerto Escondido.
Hasta el altiplano llegaban los revoltosos del Socorro, Vélez, Cúcuta,
Ocaña, Pamplona y el Real de Minas de Bucaramanga, fugitivos y
arrochelados con chitareros, guanes, baris y muzos de belicosa sangre
caribe.
Por la Serranía de Perijá, vieja trocha de cimarrones, se oían cantos
marineros y de vaquería, acompañados de resonantes capachos, cuatro
y arpa que tocaban los cumberos de las islas Margarita, Coro, Tucuyo,
San Martín, Arauca y del Orinoco.

SANTO Y SEÑA

Los desplazamientos se mantenían en el mayor secreto para no


alertar a las autoridades y amos de Cartagena, por esos días alarmados
por las fugas y rumores de un asalto de cimarrones. En cada cruce se
escondían postas para detener a los extraños. El santo y seña era el día,
mes y año de la muerte del Rey Benkos, sólo conocida por los batatas
que comprendían el parloteo de los tambores:
¡Dieciseismarzoañomilseiscientosveintiuno!
Si la respuesta era correcta, se ataban los abrazos, risas y alegrías.
Sin embargo, no siempre el careo terminaba en jolgorio. Algunos eran
recién llegados de Africa, tenían el primer contacto después de la huida
y no hablaban «palenquero». Se les mantenía bajo estricta custodia
hasta cuando alguno de la misma «nación» les interrogaba. Pero eran
los ojos y el aliento de libertad la plena prueba de su rebeldía.
Fácil era identificar a los que habían sufrido cautiverio por las
cicatrices de azotes y torturas; las orejas y dedos mutilados y las
pústulas de las cadenas y grillos arrastrados durante años.
105
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Otros habían nacido libres en las cimarronerías a orillas de los ríos


Patía, San Juan de Mira, Timbiquí, Barbacoas, Telembí. En las islas
y manglares de la costa de Tumaco, Buenaventura y Guapi. Mineros,
asaltantes de barcos y champanes.
Después de tres o más semanas de recorrido llegaban del Chocó,
Darién y Litoral Pacífico, descendientes de los huidos de las primeras
fundaciones españolas. Amparados por la noche y bajo la lluvia,
remaban en canoas y balsas por los ríos Atrato, San Juan, Baudó,
Truandó, cruzando los istmos que separaban los océanos.
Por instinto ancestral transitaban las rutas y trampas de los indígenas
para llegar al golfo de Urabá, otrora santuario de los dioses y caciques
engalanados con máscaras de oro.

TAMBIÉN LOS DIFUNTOS

A los Ancestros enterrados en las trochas que conducían de Tula


(Barrancabermeja) y de Honda a Santafé de Bogotá, se les escuchaba
en el silbido de los vientos andinos que mecían las ramas del Árbol
Brujo. En la mañana, cuando el sol despuntaba por el oriente, en sus
hojas se veían manchas de sangre de los abuelos muertos en las minas
de sal, carbón, oro y esmeraldas de Zipaquirá, Muzo, Pamplona y de las
plantaciones esclavistas en los Llanos Orientales. Porque la simiente
afrocolombiana, encadenada, continuaba fértil en los cimientos de
las antiguas fundaciones de Bastidas, Heredia, Quesada, Belalcázar y
Federman.

«¡BENKOS REY! ¡REY BENKOS!»

En la noche del 16, a las doce, la luna de marzo alumbraba en lo más


alto del cielo. Roja, luna-sol, convertía la noche en día, revelando a
todos los cimarrones que las sombras de sus Ancestros, como siempre,
les acompañaban.
El pechiche repicaba invocando al Rey Benkos. También se oían
otros instrumentos nacidos en las rochelas: clarines de guerra de los
caribes (gaitas); maracas brujas; carcajadas de guacharacas, tamboras
y flautas. Un nuevo himno religioso a los difuntos zenúes y Ancestros

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E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

africanos que les escuchaban desde las sepulturas profanadas; en la


corriente de los ríos y en el cascabeleo de las lechuzas.
Porque el palenque de Matuderé se alimentaba de los sobrevivientes
de los palenques de La Matuna, Turbaco, Ayapel, Mompox, Masinga y
Dibulla, atacados por las milicias reales.
Algunas cautivas españolas, embarazadas o con niños mulatos en
sus brazos, olvidadas de sus maridos peninsulares, se unían al coro
y danza, semidesnudos los cuerpos, largos y trenzados sus cabellos
rubios.
Otras, apartadas y silenciosas, el tobillo encadenado, esperaban
ansiosas la hora del rescate para volver a sus haciendas y mansiones.
Por todas partes se mezclaban los aborígenes caribes, pintados los
rostros con tatuajes simbólicos, narigueras y chagualas de oro, sin
peligro de ser arrebatadas. Caciques con sus mujeres que llevaban en
los brazos hijos sin mezcla, y otras con pequeños zambos.

LOS MANDATOS DEL REY BENKOS

Los batatas, ejecutando los instrumentos sagrados en torno a


las raíces milenarias, invocaban en «lengua» al Rey Benkos. Su
ronco silabeo recorría todos los caminos de las montañas por donde
capitaneó su tropa con el arcabuz al hombro y el machete a la cintura,
relampagueantes sus ojos de búho.
El coro de las mil voces se acompañaba con palmoteos, mientras los
cuerpos sudorosos se bamboleaban al ritmo de los caracoles y pífanos
de guerra, comandados por el pechiche. Un solo oleaje de brazos
alzados y talones pisando fuerte el vientre de la tierra.
La primera señal de que el Rey Benkos los escuchaba aulló como
un terremoto, larga serpiente buscando salida. Los cantos arreciaron,
respuesta clara de que todos lo habían percibido. De pronto una nube
oscureció el cielo y desapareció por un instante para luego arrojar más
luz sobre las ramas del Árbol Brujo.
—¡Rey Benkos! ¡Benkos Rey!
¡No lo llamaban! ¡Lo veían y tocaban en las pieles y voces de sus
tambores!

107
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Un viento huracanado remeció las ramas de la ceiba. Lo vieron


entonces alto y poderoso, firme en sus raíces; el tronco grueso y los
brazos, cien ramazones extendidas, abrazaron con sus sombras a todos
los cimarrones venidos de Africa y de la nueva casa.
–¡Rey Benkos, te escuchamos!– clamó el pechiche con un parloteo
que los propios músicos jamás habían oído. Pero era una voz clara,
hecha luz para que todos entendieran. Las sombras dejaron de moverse,
los Ancestros también escuchaban atentos:
—¡No he muerto ni han ahogado mi voz! ¡El nudo corredizo en torno
a mi garganta logró darme la vida de los Ancestros!
Las todopoderosas manos de los tamboreros, movidas por los
difuntos, saludaban al inmortal, sin que los vivos, con sus labios
apretados, se atrevieran a romper el diálogo.
No demoró en escucharse el trote del tambor mágico, galopando
sumiso al jinete de la guerra que le hablaba:
—¡Mientras haya un solo esclavo no habrá paz en los palenques!
El batata anciano necesitó varios segundos para descifrar el
incesante retumbar del pechiche, pero cuando su voz temblorosa pudo
transmitir el llamado a la guerra, los gritos prolongaron la algarabía
de los disparos y aullantes caracoles. Los Montes de María, hasta ese
momento refugio de cimarrones fugitivos y de indígenas expropiados,
se convertían en fortaleza de ataque y reconquista. El anciano repetía
la voz del difunto trazando el camino a los vivos:
—¡Veo correr sangre en los Montes de María, a mi pueblo derrotado
y perseguido!
Ahora los pechos belicosos se llenaron de angustia. Mudos los
carrizos y maracas para oír la piel parladora del pechiche:
—¡Matuderé debe dividirse en muchos palenques!

¡DOMINGO CRIOLLO, NUEVO REY!

La respiración profunda, los latidos rápidos y los oídos abiertos.


Los golpes del tambor repercutían en los corazones como aldabazos
de campana. El silencio se prolongó largo tiempo como un parto
seco. El tamborero sagrado no alcanzaba a mover un dedo. Se podía

108
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

escuchar el canto acongojado de la tórtola, un viejo perro aulló


como si lo despellejaran. Los ojos buscando respuestas en los labios
apretados. Pero nadie se movió, como si cada pedazo de tierra fuera
una trinchera.
Los babalaos y mohanes, en conciliábulos, fumaban tabaco y
seguían con desespero las volutas de humo que se desvanecían con el
aire caliente que respiraban los difuntos en lo alto de las ramas. Todos
alzaban la vista porque de esas alturas bajaban las palabras del Rey
Benkos.
Las manos rugosas del tamborero, anémonas, sintieron que sus
dedos despertaban con lentos y pulsátiles movimientos. Pronto se
alborotaron, y el palmoteo que identificaba al Rey Benkos cobró fuerza.
Meciéndose, rama sacudida por el viento, rezongaba como una cuerda.
Sus viejos y duros huesos repetían la consigna del Rey:
—¡Insurrección general de los palenques!
Y cuando todos esperaban su silencio, el pechiche, con voz alta de
soberano, nombró al sucesor:
—¡Domingo Criollo, tú eres el nuevo Rey!
El joven elegido, apenas quince años, fue alzado en hombros. Un
rehilete de brazos lo hacía saltar sobre las cabezas, rígido como una
lanza, igual que en Africa. No tardaron en blandirse los machetes,
y el cuerpo desnudo volaba sobre las puntas de acero sin temor a la
muerte.
Finalmente, en tierra, en medio de tambores y pífanos ululantes,
el anciano batata bañó su cabeza con la sangre de un gallo decapitado.
No fue un grito, un trueno, un relámpago lo que estremecía el Árbol
Brujo antes de que todos vieran que el Rey Benkos se fundía con la luz
de Ochú.
Entonces, el sacerdote mágico lo tomó de la mano y lo condujo hasta
la raíz de la ceiba centenaria, y allí, sentados, en rueda de babalaos y
mohanes, revivieron la nunca muerte del Rey Benkos.

N
109
CAPÍTULO SEGUNDO:

M EMORIA DE LOS A NCESTROS

LOS ABUELOS AFROESPAÑOLES

S
in perder de vista que África ha sido la cuna de la humanidad, y
sus hijos depositarios y difusores en el planeta de las primeras
experiencias culturales, es preciso identificar la herencia
hispana que nos llegó a través de los colonizadores españoles, en cuya
cultura primigenia estuvieron los abuelos tartesios e iberos, también
africanos.
Es un deber resaltar los hechos históricos que conforman nuestra
idiosincrasia e identidad, más allá de toda consideración de pureza de
sangre. Dichos prejuicios, muy acentuados en muchos historiadores,
se remontan a los orígenes del Neandertal europeo, al desconocer su
parentesco directo con el Homo Sapiens Africano, hoy plenamente
confirmado por los últimos hallazgos paleontológicos en Tanzania y
Kenia.
La historia arcaica, siete siglos antes de Cristo, confirma el éxodo de
africanos a Europa en los albores de la formación del pueblo español.
Los primeros padres fueron los tartesios, aborígenes norafricanos que
originariamente habitaban en el borde sur del estrecho de Gibraltar.
Asentados en la Península, se entroncaron con los iberos, también
procedentes del norte de Africa (VI a.C.). Por los fósiles se deduce que
estos últimos eran de talla baja y cabeza alargada.
Igual cruce se les atribuye con los pirenaicos y celtas venidos del
norte. Paulatinamente fueron mezclándose, aunque guardaron su
propia identidad e independencia, característica de todos los pueblos
peninsulares.
Los tartesios poseían alfabeto y fueron los primeros en practicar la
lidia de toros bravos en el sur de España (Andalucía). Además poseían
los más expertos marineros de su época y hay noticias de que navegaban
por el Mar Atlántico. (Marín).
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

¿También formarían parte de los primitivos Guanches de las Azores


y las Canarias?

GRIEGOS, ROMANOS Y VÁNDALOS

Debido a las minas de oro, plata y cobre, abundantes en la Península,


los tartesios y celtíberos, ya mezclados, sufrieron la colonización de
fenicios, egipcios, cartagineses, etc.
Después se sumaron los griegos (Siglo VII a.C.) y los romanos (Siglo
IV a.C.), quienes habían entrado en contacto con mesopotámicos,
libios, egipcios y etíopes. (Heródoto).
Otra vertiente cultural española devino de la ocupación de los
germanos visigodos, cristianizados en el Imperio Romano. Durante
su hegemonía que duró tres siglos (416-711 a.C.), hubo fuertes
intercambios culturales entre tradiciones religiosas de los tartesios y
las pagano-cristianas de los visigodos. (Pérez Bustamante) ( ).

ACULTURACIÓN BERBERISCA

El más importante influjo de Africa sobre Europa se operó a través


de los moros a partir del Siglo VII, cuando invadieron a España,
dominándola por ocho siglos. Los nuevos invasores no sólo eran
portadores de la civilización árabe y greco-romana, sino también de
la africana, pues habían conquistado desde el Siglo V los ricos reinos
del Chad, Malí, Ghana y del Songhai, ubicados al sur del desierto de
Sahara. Estos pueblos descendían de aborígenes de la llamada Africa
«negra», o sea de etnia bantú y lengua yoruba, herederos de la sabiduría
acumulada por los primeros hombres nacidos en el planeta.
En España se les conocía con el nombre de Negros de Castilla.
Con este antiquísimo y ecuménico pasado del pueblo hispano,
es inconcebible que se pretenda negar la presencia africana en la
colonización de América, a través de sus hombres, costumbres,
filosofía, religión, etc., independientemente de los aportes dados por
los millones de africanos transplantados desde Africa durante tres
siglos y medio. Este acervo de culturas ayuda a explicar por qué en
la América Hispana y Lusitana puede darse plena integración entre

112
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

las culturas, idiosincrasias e identidades de colonizadores y las de los


pueblos africanos y amerindios.

LOS PADRES LIBRES REESCLAVIZADOS

El fatídico resonar de las cadenas ha dado origen a que se piense que


todos los africanos traídos a este continente forzosamente debieron
llegar argollados, desnudos y sin poder comunicarse en español o en
otros de los idiomas de sus amos y esclavistas.
Ciertamente, la gran mayoría sufrió esa ignominia, pero hubo otros
que corrieron distinta suerte porque procedían directamente de España
y Portugal, inclusive de Holanda, Alemania, Francia, Inglaterra, etc.,
descendientes de antepasados nacidos y aculturados en España, el
Mediterráneo y resto de Europa. La historia, la pintura y la literatura
dan muestra de su presencia en ciudades, cortes, costumbres y
oficios.
Algunos de ellos eran hombres libres o libertos. Generalmente
prestaban servicios domésticos como esclavos, pero otros eran libres
por tradición o libertos en el transcurso de su vida. Forjadores, artilleros,
constructores de navíos, marinos, albañiles, sastres, barberos, pintores,
músicos, poetas...
Los clásicos del Siglo de Oro de las Letras Españolas –Calderón,
Quevedo, Santa Teresa, etc.– a menudo aludían a sus artes y talentos.
Desde las primeras expediciones a la América, los afroespañoles
estuvieron presentes en las tripulaciones de las naos de Cristóbal
Colón, con marinos y capitanes, tal el caso de los hermanos Martín
Alonso y Francisco Martín Pinzón, mulatos, al mando de la Pinta. El
propio Almirante llevaba por lo menos un piloto africano en la Santa
María.
“La primera medida que se tomó para regular la migración de
esclavos, data del 3 de septiempre de 1501, fecha en que se dieron
instrucciones a Nicolás de Ovando, gobernador de la isla española, a
efecto de que no consintiera la entrada de judíos, moros, ni nuevos
convertidos, favoreciendo en cambio la de negros cristianos, es decir,
negros catequizados, previa estancia en la Península. La anterior
exigencia no debe haber influído mucho en la radicación de negros en
113
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

La Española, ni la domesticación de los africanos seguramente fue muy


profunda, ya que por 1503, el mismo Ovando pedía a sus soberanos
no enviasen más negros porque se huían, juntábanse con los indios
y enseñábanles malas costumbres. ¡Probablemente costumbres no
cristianas! Muy a pesar de la solicitud del gobernador, la importación
de esclavos no fue suspendida sino por el contrario incrementada, con
el significativo envío que el Rey don Fernando hizo por enero de 1505,
de 17 negros destinados al laboreo de las minas de cobre propiedad de
la Corona. Para entonces, Ovando, lejos de oponerse a la introducción
de esclavos, los pedía. Habíase aprovechado y consumido ya gran parte
de la mano de obra indígena consumible. (Beltrán).
Puede apreciarse que los primeros esclavizados traídos a la
América, fueron moros, bereberes y negros, que acompañaron a sus
amos en calidad de domésticos, y cuyos deberes y derechos se hallaban
perfectamente reglamentados en las Leyes de Partidas.
También consta que se prohibió expresamente la entrada de los
esclavizados wolof, por su rebeldía e instigación a los levantamientos.
La semilla africana, hombres de espíritus libres pero encadenados,
al desembarcar en la Nueva Granada (la futura Colombia) fue
desparramada por los esclavistas en litorales, riberas, valles, altiplanos
y llanuras. No hubo territorio hollado por los conquistadores españoles
donde no estuvieran nuestros abuelos.
Esta presencia de africanos, nacidos en España, en los primeros
viajes al Nuevo Mundo, es uno de los capítulos de la historia universal
sistemáticamente ignorado por los historiadores.
Pero los hechos superaron los prejuicios. La colonización de América
requirió, antes que moralistas e ideólogos, hombres de carne y hueso
que cumplieran las necesidades de una empresa en la que la codicia,
por encima de cualquier otro ideal, determinaba la acción. En este
objetivo pragmático, cada hombre valía por lo que pudiera aportar a
los intereses de los financiadores y ejecutores de la empresa. Así, se
abrieron las puertas a toda clase de aventureros: marinos, soldados,
presidiarios, siervos, fugitivos, etc. Y, claro, a los afroespañoles:
ladinos, bautizados y artesanos. Al primer momento aparecieron como
una fuerza indispensable para cumplir las más urgentes necesidades,

114
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

desde la fuerza bruta hasta la habilidad para adaptarse a las extremas


circunstancias de la conquista, la naturaleza, las enfermedades y
oficios.
Fue tan decisiva e indispensable su participación, que aparece en las
naos descubridoras al servicio del Almirante, capitanes y frailes. Aún
cuando no se señala la razón de su presencia, es fácil deducirlo. En
ellos recaía la fuerza propulsora de las acciones: transporte de cargas,
apertura de caminos, propulsión a palanca, acciones militares, labores
de cocina, manejo de provisiones, atención a los enfermos, y, en la
noche, vigilantes de la hoguera, ahuyentando la nostalgia y el tigre con
sus cantos.
Avanzada la colonización, los africanos y sus descendientes criollos,
mulatos y zambos, van haciéndose más visibles en las crónicas, oficios,
demandas y quejas a la Corona, debido a la indispensable necesidad de
sus brazos, creciente mestizaje, huídas, rebeliones y asaltos.
Podría imaginarse que los abuelos españoles esclavizados gozaban
en América de un mejor trato que el dado a quienes habían sido presos
en Africa y privados de toda consideración humana.
¡Ingenua presunción!
La atenuada esclavitud europea bajo el feudalismo, en muchos
países abolida y condenada por la Iglesia, además de reimplantar la
omnímoda propiedad del amo sobre la voluntad y trabajo del esclavo,
se extremó al abrogarse el abuso de castigarlo impíamente con cadenas,
azotes, torturas y, aún, arrebatarle la vida. Los africanos esclavizados
en la sociedad americana nunca escaparon de este régimen de terror.
Para contener estos desmanes denunciados por los religiosos como
contrarios a la Ley de Dios, fue promulgada la Cédula Real de 1798,
atemperando los abusos de los amos y capataces, a la par de señalar sus
obligaciones sobre alimentación, educación y bautizos a los africanos.
Nada de esto significó un relajamiento de las condiciones inhumanas
para los esclavos en general, sin excluir a los afroespañoles.
La excesiva expoliación de las fuerzas físicas, la precaria alimentación,
los castigos y abusos sexuales a que eran sometidas las mujeres, y la
dificultad de conformar familias estables, estimularon las fugas y los
palenques. La insurrección era la consigna que avivaba al esclavizado,

115
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

cualquiera que fuese su condición de afroespañol, africano recién


llegado, criollo, mestizo, y aún de manumiso y liberto.
El africano entró a la fuerza por la cocina de la historia oficial,
aunque abriera las puertas para escribirla.
Así pues, rescatemos del olvido todos los hechos trascendentes,
paso a paso, ladrillo a ladrillo, con los cuales, bajo la esclavitud, los
abuelos contribuyeron a la construcción del nuevo hombre y cultura de
América. Desde la confección de los navíos en los astilleros de Cádiz,
Lisboa, Amberes, Amsterdam y Liverpool, como cargazón humana
en sus bodegas, mano de obra en las edificaciones y producción de
riquezas materiales, hasta la sabiduría y espíritu libertario de la nueva
sociedad.

LOS PADRES AFROAMERINDIOS

El hombre, contemporáneo de los mastodontes, suele olvidarse de su


antigüedad. La herencia milenaria de la especie nos determina mucho
más que nuestros inmediatos progenitores. Los descendientes actuales
de los primeros habitantes de América nos legan el acervo étnico que
ha permitido que en nuestra formación biológica –química, física y
fisiológica– se hayan integrado los astros, la tierra, los mares, ríos y
atmósfera del continente. La tan cacareada biodiversidad, de la cual los
colombianos constituimos la mayor reserva actual de la humanidad.
Hablar de orígenes y de antepasados, a la luz de los conocimientos
científicos actuales, impone una reelaboración de los conceptos
tradicionales de idiosincrasia, identidad y cultura. En otros términos,
ahondar en las herencias históricas que determinan nuestra biología y
las relaciones con el medio ambiente, padres y nacionalidad.
La Precolombia indígena, para afincarnos al inmediato presente,
es la raíz que nos aporta las savias de americanidad, el certificado de
ciudadanos de América, enriquecida con los nutrientes de africanos
y euroasiáticos. Nada más negativo sobre nuestra biodiversidad que
imaginarnos producto de la geografía demarcada por los límites
políticos, cuando las raíces profundas de los ríos, las sangres y la
historia certifican lo contrario.

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A la llegada de los conquistadores, a lo que llamaron Castilla de Oro


y Nueva Granada, la población indígena sobrepasaba los dos millones
de habitantes. Constituía diversidad de pueblos con características
locales y regionales, pero todos ligados a costumbres e ideas religiosas
emparentadas entre sí y con las demás culturas del continente. La célula
social más extendida era el cacicazgo, unidad política que evolucionaba
hacia una especie de organización patriarcal, política y religiosa, cuyo valor
social, tergiversado por el conquistador, devino en un falso despotismo.
Las alianzas entre cacicazgos constituyeron un principio de federación
entre las distintas comunidades: arawak, chibcha, caribe y quechua.
Mezclados a su vez en los cinco siglos anteriores a la conquista,
conformaban cuatro naciones:
Tayrona y Zenú, en el litoral caribeño.
Chibcha (Muisca), en la Cordillera Oriental.
Quimbaya, en las Cordilleras Central y Occidental.
Aunque no habían alcanzado un grado de organización política
como la de los Aztecas e Incas, debido a su profuso mestizaje étnico,
compartían valores culturales comunes: adoraban al sol, la luna, la
tierra, los ríos, lagunas, etc.; rendían culto a los muertos; labraban todos
los pisos térmicos con diferentes métodos y frutos: maíz, yuca, papa,
cacao, etc.; conocían múltiples plantas medicinales y alucinógenas:
quina, tabaco, coca, yajé, guaco, pildé, etc.; elaboraban la orfebrería
como arte sagrado; también la cerámica funcional y decorativa; los
tejidos de lana y algodón; tallas en piedra y madera.

LOS MUISCAS

Los chibchas del altiplano cundiboyacense, la más avanzada


de nuestras culturas, habían evolucionado hacia una sociedad
teocrática, militar y tributaria, con un jefe político (el zipa o el zaque,
respectivamente) y otro religioso con máxima supremacía, cuya
sabiduría y poder llegó a endiosarlos.
Constituían una sociedad jerarquizada cuya autoridad suprema era
el Zipa de Cundinamarca y el Zaque de Boyacá, venerados como hijos
del Sol.

117
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Sus consanguíneos directos constituían una nobleza hereditaria de


religiosos y militares.
La gleba comprendía las grandes capas de agricultores y artesanos
tributarios, especie de siervos.
Y la capa inferior, los esclavos, generalmente prisioneros de guerra,
varones y mujeres.
Sus dioses supremos fueron la madre Bachué, personaje mitológico,
generadora de la familia humana, y Bochica, civilizador, figura histórica
deificada, cuyas enseñanzas se convirtieron en leyes.
Con cierta jerarquía mágico religiosa, los médicos botánicos eran
oficiantes menores, llamados jeques entre los chibchas, mohanes,
piaches, curiacas en otras comunidades.
Además de poseer todas las formas de producción señaladas en
las otras nacionalidades, los muiscas practicaban la explotación y
fundición del oro, el cobre y la plata; la minería de esmeraldas, la sal,
el carbón y piedras para tallar, construir plataformas de viviendas,
cercados y caminos.
La mujer cautiva se constituyó en un factor importante de
convergencia entre las etnias indígenas, ya que fundía sangres y culturas
en su descendencia mestiza. Idiomas, cultos religiosos, normas,
artesanías, cultivos, etc. Sus hijos, después de varias generaciones se
integraban a las capas de siervos libres. La herencia matrilineal de
las sociedades amerindias contribuyó notablemente a la unificación
de nuestras cuatro culturas primigenias. Aunque en 1492 no habían
llegado a verdaderas confederaciones ni mucho menos a constituir
reinos unificados como el Azteca y el Tahuantinsuyu incaico, sí les unía
la tradición y el comercio. Periódicamente concurrían a ferias donde,
en forma pacífica, intercambiaban productos y mercadería, aunque
mantuvieran disputas territoriales y rapiña de mujeres.
El comercio, particularmente de oro, sal, tejidos, algodón, tabaco,
etc., se practicaba entre pueblos tan distantes como los ubicados en
nuestros litorales y ríos con los del continente Sur, Centro e islas
caribeñas: incas, mayas, aztecas, taínos, etc.
Pero la falta de una sólida organización política por la multiplicidad
de cacicazgos, particularmente en la comunidad Caribe, debilitó

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su resistencia. Sin embargo, belicosa por naturaleza y poseedora de


una excepcional arma paralizante, el curare, esta etnia logró que la
conquista de sus territorios se demorara más de medio siglo, y aún
hasta nuestros días, en algunos grupos y regiones selváticos, mientras
que los reinos unificados cayeron en cortos períodos: el Azteca en tres
años (1519-1521) y el Incaico en menos de un lustro (1532-1536).

LA GRAN FAMILIA MULTIÉTNICA

Error grave es imaginar que las etnias amerindias colombianas


conformaban comunidades puras. No olvidemos que ya desde tiempos
prehistóricos, antes de la Era Cristiana, los protoarawak, protochibcha
y protocaribe habían iniciado contactos y mestizajes étnicos.
Siglos después, en el X de nuestra era, constituían pueblos definidos
por caracteres propios, dando lugar a guerras entre sí, mezclándose
vencidos y vencedores. Los chibchas y arawaks, ya mestizos, sufrieron
la acometida de los caribes un siglo antes de la llegada de los españoles,
por lo que debemos entender que las cuatro naciones que se enfrentaron
a la conquista, aunque diferentes, compartían distintos grados de
mestizaje. Esto ocurría entre quillacingas, pijaos, quimbayas, chimilas,
zenúes y taironas.
Ese mestizaje se reforzó por el cruce con los españoles y africanos.
El mestizo hispanoindígena, el mulato afrohispano y el zambo
afroindígena, son el resultado natural y cultural de la conquista y la
colonización. Para reencontrar sus orígenes es indispensable recorrer
los caminos de ida y vuelta de la etnia indígena derrotada, pero viva
y combativa en sus descendientes. Todos los prejuicios contra su
mestizaje son sobrevivencias nefastas de la sociedad racista colonial
que pretendió frenar el ascenso de las «razas infames» a la cúpula
dominante.
Para superar tales aberraciones es imperioso que reconozcamos la
sobrevivencia de la indianidad que nos nutre. Con la rememoración de
las cuatro naciones: chibcha, arawak, tairona y zenú, que se enfrentaron
a los conquistadores, evidenciamos que el mestizaje es un pasado vivo
y presente en la Colombia de hoy.

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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Aunque nos separen brechas artificiales, la madre y el padre


aborígenes están aquí, en nosotros. Una breve reseña de su ámbito
geográfico de ayer y de hoy, nos ayudará a sentirnos próximos en el
tiempo: somos la misma Colombia multiétnica y pluricultural.
Recorreremos los pasos de la conquista indígena, como hicimos con los
abuelos africanos, para reencontrar nuestras propias huellas.

CARIBEÑOS

Por el Urabá ensangrentado, ayer como hoy, los zenúes y quimbayas


sobreviven en las comunidades emberá-catíos, noanamás y kuna-
caribes.
En la Sierra Nevada de Santa Marta, sobre la misma tierra de los
Ancestros taironas, acechan los hermanos arhuacos. Frente al mar
Caribe que no pierden de vista, su única esperanza es escapar a la
muerte. Así resumen su trágico destino:
«En la cueva del Páramo, viven aún Kashindúkua, Noána-sé
y Námaku. En la cueva están cuatro grandes tinajas con carne,
cuatro grandes tinajas con huesos y una calavera de tigre. Cuando
se acabe el mundo los tres saldrán de nuevo de su cueva. Entonces
irán como tigres por las poblaciones y matarán a todos, hombres y
mujeres, indios y blancos». (Reichel-Dolmatoff) ( ).
En la Guajira se preserva incólume la cultura wayúu sin ser destruida
por el mestizaje.
En el alto Sinú todavía moran los padres emberás que se despiden
angustiosos con ceremonias sagradas de los ríos que alimentaron a los
antepasados. No hay poetas, ni novelistas que recojan sus lágrimas sin
escritura.
Por el Catatumbo y Serranía del Perijá, los yucos, baris y huitotos,
testigos vivos de las depredaciones de Ambrosio de Alfínger, alzan su
clamor para que no les invadan las tierras de sus antepasados, en cuyo
subsuelo, petróleo vivo, aún regurgita su sangre derramada.
Otras comunidades de ancestro chibcha-caribe –catíos, chamíes,
noanamás, emberás– habían vivido más o menos tranquilas en las
zonas selváticas de Antioquia, Caldas, Córdoba y Chocó, amparadas
por disposiciones que las asimilan, conjuntamente con sus tierras, a
reservas ecológicas. Ahora sus días están contados. El mestizo invade
120
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sus últimos reductos con el nuevo rostro conquistador: carreteras,


represas hidroeléctricas, tractores, dragas. Se sabe a ciencia cierta que
moran sobre minas de oro y petróleo; en inmensas reservas forestales
y costas con riquezas ictiológicas.

ORIENTALES

Las Llanuras Orientales, por donde llegaron los fundadores de


la estirpe –arawak, chibcha, caribe–, volvieron a ser refugio de sus
descendientes. En las riberas de los grandes ríos Amazonas y Orinoco,
que recuerdan al codicioso Spira, al abrigo de las selvas, se han
reagrupado los idiomas, más de ochenta, el mejor escudo para preservar
su cultura. Inganos y cofanes del Putumayo; sus vecinos sionas,
macaguajes y coreguajes del Caquetá; sálivas, achaguas y puinaves del
Meta y Vaupés; los guahibos del Vichada, en la frontera de los nuevos
invasores, enfrentan los últimos combates, desaparecidos sus primos
los guayupes; huitotos del Caquetá; tucanos, macús, guananos y cubeos,
reducidos a unos cuantos centenares en el Vichada. Y los tunebos, cuya
lengua los emparenta con los antepasados melanésicos.
Por las planicies selváticas, el aborigen está allí, insomne, vigilante
de la tierra que desea preservar para sus difuntos y descendientes.
Enigma de la filosofía telúrica de estos hombres que proyectan sus
vivencias más allá de ultratumba.
Aunque aislados y aparentemente en un estado primario, son en
verdad residuos de las civilizaciones chibcha, quimbaya, zenú y tairona
de donde los desprendió el alud de la conquista.

OCEÁNICOS

Entre los manglares y selvas del «Litoral Recóndito» de Sofonías


Yacup y cantado por el poeta oceánico Helcías Martán Góngora, los
padres y madres noanamás y emberás, testimonian con su presencia
que por esas costas arribaron los melanésicos y polinésicos, tronco
raizal del hombre americano. Por aquí entraron los pueblos que cinco
Siglos a.c., esculpieron los monumentos megalíticos de la cultura
agustiniana y los hipogrifos de Tierradentro.

121
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Aunque no está plenamente confirmado, las investigaciones


antropológicas hacen presumir que los pobladores de ríos y litorales
en la época de la Conquista eran caribes.
Pile, desde las cercanías de Buenaventura hasta la desembocadura
del río San Juan (Chocó).
Pati, en las vecindades del San Juan de Micay.
Petre, por la desembocadura del río cuyo nombre es un recuerdo a
su memoria.
Barbacoa o Sundigua, expertos navegantes, recorrían el litoral e
islas de Gorgona.
Los actuales noanamá del San Juan (Chocó) y los de Micay, hablan
un idioma emparentado con el chibcha y los del Saijá y Chamíes de
Antioquia y Caldas.
Otros de filiación caribe son los llamados «cholos», del Chocó y
Darién, emparentados con los kuna-caribe, que no han perdido el
hábitat de los territorios ístmicos, desplazándose de uno a otro oceáno
como lo hicieran sus antepasados.
La plataforma continental del Pacífico, con sus litorales, selvas,
ríos y cordillera, está hoy habitada por afrocolombianos, flujo de
la colonización y la esclavitud que permitió el reencuentro de los
Ancestros afroasiáticos antípodas.

ANDINOS

Los mestizos del altiplano cundinoboyacense, descendientes de


los muiscas, olvidados de la lengua chibcha, tan solo recuerdan a sus
antepasados por los mojones toponímicos que señalan, como cruces de
cementerios, lugares donde alguna vez existieron los padres.

SURANDINOS

Paeces, sibundoyes, guambianos, cuáiqueres, andaquíes, se


enfrentan a los latifundistas que invaden sus resguardos antiguos,
alegando que no cultivan sus tierras, y ellos responden, con la sabiduría
que mira el devenir de los siglos:
—¡No la queremos para empobrecerla sino para amarla!

122
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

La geografía dispersa a los padres amerindios, pero la sangre y la


cultura nos amarra: Chimilas, en el Magdalena; guanes, en Boyacá
y Santander; cunas, en el Urabá; andaquíes, en el Huila y Caquetá;
quillacingas y cuáiqueres en Nariño. Los nuevos nombres dados
a sus territorios por la división política republicana les endilgan
gentilicios que nunca conocieron nuestros antepasados: antioqueños,
santandereanos, llaneros, tolimenses, costeños, chocoanos, huilenses,
santafereños y boyacenses.

123
CAPÍTULO TERCERO:

P RIMEROS A FROAMERICANOS EN L LEGAR


A LEMANES Y A FRICANOS

A
l referirnos a las conquistas de los alemanes en nuestro
territorio, precisa insistir una vez más en la obligada utilización
de africanos traídos tanto de España y las Antillas como de su
continente ancestral.
Cuando las Coronas de España y Alemania se unificaron bajo el
trono de Carlos I, nieto de la Reina Isabel, sus súbditos germánicos
Enrique Ehinger y Gerónimo Sailler monopolizaron por cuatro años,
a partir de 1528, el comercio de prisioneros africanos a la América,
hasta entonces sólo autorizado a los españoles, portugueses, genoveses
y flamencos.
«Dáseles facultades de llevar a Indias cuatro mil esclavos en cuatro
años y venderlos al precio que puedan, siendo la tercera parte
hembras. En esos cuatro años a ninguno se dará licencia de pasar
esclavos, salvo si se hace merced a alguno para descubrimiento o
conquista nueva, de cien esclavos, y a algún conquistador o poblador
de llevar cada uno dos esclavos. Por ello pagarán a fines de octubre
inmediato 26 mil ducados». (P. Angel Valtierra, S.J.) ( ).
De igual modo, los Welzeres, también alemanes, obtuvieron el
privilegio de gobernar y adelantar conquistas en la Capitanía de
Venezuela. Para estos propósitos, Ambrosio de Alfínger, nombrado
gobernador, llega a Santo Domingo conjuntamente con Sailler, el
esclavista, en 1528. De donde se deduce que en los planes del futuro
expedicionario debían figurar los africanos, como era propio de todos
los conquistadores. Así lo confirman los desembarcos de africanos
en Venezuela en 1525 para sustituir a los aborígenes que perecían en
las plantaciones, minas y pesca de perlas por el excesivo trabajo y las
enfermedades introducidas por europeos y esclavizados españoles.
Desde entonces en la capitanía general de Venezuela comenzaron
las fugas de cimarrones y formación de cumbes (palenques) que
condujeron al alzamiento de Coro (1532), cuando las milicias españolas
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

lograron someterlos. Apenas fue el preludio de la importante revuelta


del año 1553 en las minas reales de Buria y Nirgua (Barquisimeto).
Cimarrones y caribes jararas, atrincherados en la selva, proclamaron
«Rey» al líder africano Miguel, dándole también el título de «Reina
Margarita» a su consorte. Estaban tan organizados y prepotentes que
se preparaban para atacar a Barquisimeto y El Tocuyo cuando fueron
sometidos.

LEVANTAMIENTOS, FUGAS Y PALENQUES

En esas mismas fechas, con sorprendente simultaneidad


cronológica, el primer contingente de africanos introducidos por los
alemanes a Santa Marta (1528), Nueva Granada, incendian la ciudad y
huyen a la Sierra Nevada el año siguiente, el 12 de febrero de 1531. Los
historiadores no concuerdan en las fechas. Pero como hemos dicho,
pareciera que los tambores nocturnos transmitían los mensajes de la
conjura de un país a otro.
Igualmente se conjuga la alianza entre africanos e indígenas,
aunándose contra los invasores y esclavistas. Al igual que los jararas
venezolanos, nuestros taironas, wayúu (macuiras), chimilas y tupes
combatían juntos y se mezclaban étnica y culturalmente con los
cimarrones.
En su mestizaje influyó mucho el matriarcado que reconocía como
propio de la tribu, el hijo de la madre indígena, cualquiera fuese la etnia
del padre. En la historia de los palenques de la región hubo casos de
tanta interculturación que sólo pueden explicarse por una libre fusión
de las etnias:
El cimarrón Cristóforo Sandoval llegó a ser cacique de una comunidad
chimila y José Andrés, el «Palenquero», quien afirmaba ser hijo de un
príncipe africano, se proclamó «Rey» del palenque de Atánquez y era
reconocido como tal por los indígenas. (Darío Gutiérrez Hinojosa).
La obsesión por retener la memoria cultural alimentaba los sueños
de reinos independientes en la cimarronería de todo América.

126
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

LOS ALEMANES Y LA CIMARRONERÍA

Las expediciones de los Welzeres de la Capitanía de Venezuela,


acaecieron durante la mayor agitación de los cimarrones, lo que obligó
a la creciente e incesante traída de más prisioneros para suplir las
fugas e intensificar las plantaciones de caña de azúcar, índigo y cacao,
en Coro, Maracaibo y valles interiores. En los años de 1600 a 1613 se
introdujeron 7.000 africanos, suma que se incrementó en 23.000 más
entre 1615 y 1672. (Rosemblant). ( ). Queremos destacar que este autor
reseña para el año 1570, que la población de la colonia (Venezuela)
se componía de 300.000 indios, 2.000 españoles o blancos y 5.000
mulatos, mestizos y africanos, la mayoría de los últimos nacidos en
Venezuela. Así mismo explica que con el incremento del número de
cautivos aumentaba la actividad de los cimarrones. En 1667, en los
valles de Monar y Jirará, varios grupos perpetraban asaltos contra
los hatos destinados a la cría de ganado para llevarse los animales y
africanos para dejarlos en libertad en sus cumbes:
«En la medida en que iba tocando a su fin la colonización de la parte
más poblada, del norte y noroeste del país, comenzó un paulatino
desplazamiento de los españoles, que ocupó más de un siglo, desde
allí hacia los Llanos. A la vanguardia marchaban los religiosos
que fundaban allí sus misiones con el pretexto de convertir a la fe
cristiana a nuevas tribus indígenas. Lograron transformar algunos
cumbes construidos y habitados por cimarrones en reducciones o
pueblos de negros e indios incorporados al modo de vida sedentario
para ser adiestrados en el cuidado del ganado y el labrado de la
tierra. En el Siglo XVII, innumerables rebaños salvajes pastaban
y deambulaban por los Llanos. Los indígenas que huían de las
reducciones y que aprendieron los oficios del vaquero empezaron
a aplicarlos encontrándose ya en libertad. Así aparecieron los
primeros llaneros indios y, más tarde, como resultado de su
mezcla con los cimarrones negros y criollos, los llaneros zambos y
mestizos» (Rosemblat).
Actos similares se realizaban por la misma época en nuestros Llanos
Orientales, Cartagena y haciendas del Cauca. Podemos afirmar que, de
igual modo, los alemanes incorporaron a la fuerza, africanos, criollos y
bozales, en sus expediciones por la llanura, centro y norte de la Nueva
Granada.

127
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Poco o nada cuentan los cronistas de la participación y viacrucis de


nuestros antepasados como miembros indispensables en las conquistas
de los germanos por los Llanos sureños y de Valledupar, sobrepasando
los límites territoriales autorizados por la Corona.
Con estas banderas de usurpación se consumaron los más crueles
latrocinios sobre los jefes naturales de nuestras naciones chimilas,
taironas y wayúu. Siguiendo la norma del silencio, en estas conquistas
por el Cabo de la Vela, península de la Guajira y llanuras del Cesar
y márgenes del Magdalena, tampoco abundan datos específicos sobre
los africanos, aunque la economía de sus expediciones recaía sobre sus
hombros, presentes o no en cada una de sus campañas. Se escribe sobre
el número de soldados y caballos muertos, nunca de los indígenas y
esclavizados. Mucho menos de sus estrategias, alianzas y tácticas para
rechazarlos o derrotarlos. Pero las deducciones de los hechos, aunque
no se describan, también son hilos conductores de la historia.
Se cuenta que nuestros padres aborígenes, sorprendidos por las
armas de fuego, la espada y la caballería, huían ante la acometida
de los conquistadores. Otro tanto se afirma de la actitud sumisa del
africano bajo el rigor de las cadenas. Pero la fracasada colonización
de los alemanes, incapaces de someter a los pueblos aborígenes de
nuestros Llanos, como aconteció con Spira, tras tres años de denodados
intentos (1535-1538), y la tampoco reducción de los cimarrones pese a
las sediciosas ofertas de paz por parte de la Corona de España, nos han
dejado otra historia oculta de incesantes rebeldías y luchas que aún
esperan el veredicto final.
Sabemos así que las rutas marítimas y terrestres utilizadas por los
conquistadores alemanes para invadir la Provincia de Santa Marta
eran conocidas por los cimarrones. El primer europeo en recorrerlas
fue Ambrosio de Alfínger sin que se informe si tuvo o no guías o
miembros africanos en su tropa. Pero sí se registra que siguió desde
Maracaibo hacia el Occidente por zonas habitadas por los cimarrones
para transmontar la cordillera.

128
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

EL SANGUINARIO ALFÍNGER

En el año 1530, fecha en que penetra el sanguinario tudesco al Valle


de Upar por la serranía de Perijá, ya existían en ese sitio cimarrones,
como lo atestigua el historiador Fernández de Piedrahita, al describir
el lugar:
«...en cuyas faldas están ciertas acequias de que se valían aquellas
naciones confinantes, y un áspero monte que después eligieron
para fortificarse y formar palenques muchos negros fugitivos de
aquella gobernación y de la de Venezuela» ( ).
Un hecho de gran importancia histórica tuvo lugar en esos días:
el incendio de Santa Marta por los cimarrones, cuya consecuencia,
por la audacia y desafío de la autoridad española, tendría grandes
repercusiones en el poblamiento y conquistas del Valle de Upar. Existen
varias versiones sobre fechas de ese acontecimiento:
Para el historiador cubano Antonio Saco, citado por Aquiles
Escalante, se verificó en el año de 1529 por africanos introducidos
allí el año anterior (1528), precisamente amparados por las licencias
concedidas a los alemanes.
Los alzados se refugiaron en la Sierra Nevada donde fueron acogidos
por los taironas. Apenas varios años después, se tienen noticias de
haber formado las rochelas de Masinga y Atánquez en las faldas de la
Sierra.
Otro documento hallado en el Archivo de Indias de Sevilla, por el
historiador Ernesto Restrepo Tirado, revela que el incendio de Santa
Marta tuvo lugar el 21 de febrero de 1531, por cimarrones procedentes
del lejano palenque de la Ramada, ubicado en el litoral a 100 kilómetros
de distancia.
Podrían especularse muchos supuestos sobre esta temprana acción
de los africanos contra la primera ciudad española que sirviera de base
a la conquista del Nuevo Reino de Granada:
1º La versión que señala a los recién desembarcados africanos
parece ser la más consecuente con la ulterior conformación
de los palenques de Masinga y Atánquez, próximos a Santa
Marta.

129
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

2º Si el asalto fue realizado por los cimarrones procedentes de la


Ramada, cabe suponer que recurrieron a la vía marítima, al
menos en alguna parte de su recorrido, pues ya en esa época
merodeaban y comerciaban con traficantes clandestinos de
perlas.
3º Confirmaría esta última hipótesis, el contrabando de
prisioneros africanos, burlando el monopolio concedido a los
alemanes.
El historiador Gutiérrez Hinojosa al citar a Escalante y Scelle,
contribuye lúcidamente a esclarecer los hechos:
«En Tierra Firme, las cartas de los comerciantes y el rumor
público atestiguaban que habían visto más de 186 navíos tanto
en Cartagena como en Portobelo, Santa Marta y Río de la Hacha.
El gobernador de Santa Marta tenía como tarifa el 10% de las
mercancías introducidas. De estos cuatro puertos mencionados,
Río de la Hacha es el que aparece en mayor número de referencias
al contrabando humano. Un negro tenido oculto es mucho más
susceptible de ingresar al cimarronismo; esto explica en una buena
parte el porqué de la superabundancia de palenques en la tierra
adentro de la gobernación de Santa Marta, antes que los españoles
se establecieran en ella». ( ).
Levantamientos, fugas, rochelas, zambaje y palenques en el
circumcaribe, seguían un mismo derrotero, como si hubiese aparecido
un nuevo código genético que los hermanaba en las sangres y
actitudes.
Antes que el interés de apropiarse de territorios y fundar poblaciones
a nombre del Rey de España, como rezaban las capitulaciones
autorizadas, el afán de los alemanes fue arrebatar a los aborígenes el oro
que habían acumulado durante siglos o explotar las riquezas naturales,
como las perlas. Por ello vemos que Spira, antes de posesionarse de la
Gobernación de Venezuela, recorre las costas del Cabo de la Vela y trata
de establecer las bases apropiadas para la pesca de perlas, hecho que
no logra, pero que abre la ambición a su coadjutor Nicolás Federman,
quien estando en Maracaibo aprovechó la ausencia del superior para
regresar e invadir sin ser autorizado, las fronteras de la su jurisdicción,
en pos de las perlas que le habían enloquecido.

130
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

Son estas las razones para que más tarde, en 1530, el Gobernador
Ambrosio de Alfínger, también obsesionado con Eldorado que buscaban
ardorosamente Quesada, Federman y Belalcázar, partiera de Maracaibo
a la conquista del Valle de Upar. Por informaciones de indígenas y
africanos cautivos que llevaba con él, supo de las chagualas, coronas
y brazaletes de oro puro que adornaban a sus caciques, guerreros y
amazonas.
Alfínger marchaba al frente de una tropa de 200 castellanos, entre
los cuales indudablemente irían los afroespañoles como miembros
indispensables de la expedición que partía de España y de los
respectivos bozales africanos, previamente introducidos a las Antillas
y desde luego con «algunos centenares de indígenas», según cuentan
los cronistas de estos últimos.
Desde la serranía de Perijá, Alfínger pudo comprobar que no le
mentían. Divisaba un extenso valle en el cual se destacaban varias
poblaciones, entre ellas la más prolija, residencia del cacique Upar. Tres
días necesitó para llegar a ella, pero a lo largo del recorrido, tomando
prisioneros a caribes motilones, tupes y chimilas, por las narigueras
y brazaletes de oro arrebatados, ansiaba cuanto antes capturar al
principal.
Aclaremos que antes de la llegada de Alfínger al Valle de Upar, éste
había sido recorrido en 1529 por los capitanes Palomino y Vadillo,
lugartenientes de Bastidas.
Dejemos aquí el relato de los hechos que siguieron, pavorosamente
descritos por Gonzalo Fernández de Oviedo:
“El Cacique de Upar, tras ser vencido, debió entregar cuantioso
rescate en oro, y bautizado por el fraile Fernando de Córdoba,
capuchino, el alemán le ahorcó”.
¡Su codicia no estaba saciada!
La muerte del cacique fue vengada poco después por la lanza de
uno de sus súbditos, dando término a la sanguinaria conquista del
alemán.
¿Qué papel jugaron en este holocausto los cimarrones?
Es de presumir, por la fecha, 1530, que pese a que ya merodeaban
por las faldas de la Sierra Nevada, aún no constituían palenques

131
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

fuertes y amestizados con taironas y chimilas como para intervenir


contra los invasores. Pero pudiéramos afirmar que la senda que siguió
el depredador alemán estuvo vigilada, a lo largo de su recorrido, desde
ambos lados de las altas montañas. Mencionan también el nombre
del cacique de Tamalameque, para rememorar las riberas y valles del
Magdalena, por donde se alzarían palenques libertadores.
Cinco años después regresa Federman al Valle de Upar, acicateado
entonces, no por las perlas sino por el oro, sabedor del mucho que
Alfínger había arrebatado a los aborígenes.
Ciertamente debió intimidarse con la poderosa tropa traída por el
nuevo gobernador de Santa Marta, Pedro Fernández de Lugo, cuyos
preparativos pudo observar antes de salir de la Península, pero más
influiría en su desesperada retirada la hostilidad de los taironas,
entonces aliados de los cimarrones, quienes hablaban de «reinos
africanos libres».

132
CAPÍTULO CUARTO:

L OS A FRICANOS EN LAS C O N Q U I S TA S
Y P RIMERAS F UNDACIONES

P
ese a las crónicas avaras en registrar la presencia africana en los
primeros días de la colonización de la Nueva Granada, debido
a sus huellas indelebles, sabemos que en todas las fundaciones
realizadas por los españoles, desde Santa María la Antigua del Darién
(1510), destruída por los rebeldes caribes, y la perdurable Santa Marta
(1525), quince años después no hubo población alguna en donde no
hubiera llegado de primero la planta desnuda de un bisabuelo africano,
con su machete abriendo la trocha, su pesada carga de alimentos, ropa
y semillas, para dar soporte a las tierras conquistadas a nombre de los
Reyes de España.
Algunas veces su presencia histórica consta en las actas o informes,
pero aún en las omisiones conscientes o porque no se le daba
importancia al esclavizado, sumado a las bestias de carga, sabemos
que en los cálculos de expedicionarios, administradores y frailes nunca
faltaban afroespañoles traídos de la Península, pues sin su concurso no
se movía desde el barco hasta el alfiler en ninguna acción colonizadora
en los cielos de América.
Los hechos históricos así lo comprueban:
Ya en los viajes de Colón se registra la presencia de estos
afroespañoles descendientes de antepasados originarios de la
Península o transplantados allí desde la antigüedad: libres, libertos, y
esclavos practicantes de múltiples oficios. Ya en la memoria de Hernán
Cortés figura un esclavizado a quien se le atribuye haber sembrado en
México las primeras semillas de trigo. En la conquista de California es
conocido el importante papel del africano Estebanico, un navegante
marroquí. Por su natural conocimiento de la cultura hispana y dominio
del idioma castellano u otra lengua peninsular: catalán, gallego o vasco,
se les denominaba ladinos. Nosotros preferimos reconocerlos como los
abuelos afroespañoles.
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

EL AFRICANO SIEMPRE ESGRIMIÓ


HERRAMIENTAS Y ARMAS

El Consejo de Indias después del primer viaje de Colón autorizó el


embarque de esclavos afroespañoles al Nuevo Mundo para atender
las necesidades de navegantes, funcionarios, religiosos y familias. En
la medida en que se ampliaron las demandas, participaron en todas
las tareas donde se requirieran sus habilidades y talentos. Moros,
berberiscos y afrosudaneses fueron siempre aguerridos jinetes y
expertos en fundición de metales y herrería.
Desde muy temprano apareció la división del trabajo en virtud de
etnias, idiosincrasia y experiencias tradicionales: soldados, capataces,
jefes de cuadrillas, maestros de albañilería, carpintería, y construcción
de embarcaciones. Así como en las labores más rústicas y extenuantes
para la mayoría.
Los amos tenían incluso su sistema de preferencias hacia uno
u otro etnos en la compra de cautivos. Los nativos de Angola eran
conceptuados como excelentes mecánicos y con aptitud en general
para labores técnicas; los bisso de Río Grande gozaban de demanda
en México y Cartagena como los más serviles de todos los esclavos
de Guinea: se les estimaba incluso más que a los traídos de Benin y
Angola. Los cru tenían fama de ser buenos marineros y nadadores. Los
ibo de Nigeria oriental (carabalí), por el contrario, tenían bajo precio
por ser, según la opinión general, poco contactables, muy sensibles a la
ofensa y propensos al suicidio ante el menor castigo; lo mismo se decía
de los fanti. Los atán y berú (grupos no identificables) se consideraban
rebeldes; los sengaleses, muy atrevidos y ladrones; los arara (fon),
tacaños, y sus mujeres, charlatanas y pendencieras. Los congo y bantús
en general eran adquiridos de buena gana porque se los conocía como
dóciles y alegres, con excepción de los mondongo, que tenían fama de
caníbales.
En algunos relatos de la Conquista se relacionan con armas de fuego,
machetes, espadas, dagas, cuchillos, lanzas, caballos, etc. Al comienzo
las recibió como dotación oficial en acciones de guerra, pero no tardó
en robarlas y utilizarlas en su defensa personal y en alzamientos
rebeldes. Así mismo son conocidas las disposiciones por las cuales se

134
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

les prohibía portar cualquier tipo de armas en la ciudad, de día o de


noche, fuese machete o cuchillo.
El africano siempre anduvo sobre las armas. A ello se debe su
participación decisiva en las luchas de nuestra historia nacional:
Benkos Biojo, Domingo Criollo, José Prudencio Padilla y en las de
independencia de América, L’Ouverture, Bolívar, José María Morelos
y Antonio Maceo.
Lo que deseamos destacar son los prejuicios de los primeros cronistas
y de algunos historiadores contemporáneos al omitir y sobrevalorar
la presencia y aportes de los afroespañoles, cuando a cada paso se
exalta la progenie e hidalguía de muchos de los conquistadores cuyos
oficios eran más oscuros que los de sus conmilitones en el momento de
embarcarse en la Península.
Conviene enfatizar que si a los expedicionarios de «sangre pura»
les pertenece la pírrica «gloria» de haber diezmado a los amerindios y
esclavizar a los africanos, a nuestros abuelos de «sangre impura» les
corresponde la parte más noble del león: liberar a los oprimidos.

LOS PRIMEROS AFRICANOS EN LLEGAR

La primera cédula real autorizando la traída de prisioneros africanos


capturados en Africa, se expide en el año de 1502, facilitando así su
incorporación en todas las expediciones al continente en las tareas de
transporte, carga, aperturas de caminos, construcción de barcos, tropa,
preparación de comida, cuidado de bestias, ganado, siembra, etc.
Ya están presentes en la fundación de Santa María la Antigua del
Darién (1510), como lo comprueban las crónicas de Vasco Núñez de
Balboa en sus recorridos por el río Atrato y posterior descubrimiento
del Mar del Sur, donde, además, cuenta haber encontrado indígenas
de piel oscura.
¿Podrían ser descendientes de las primigenias migraciones
melanésicas llegadas a la América, 40.000 o más años atrás?
Para 1525, fecha en que Bastidas funda a Santa Marta, participan
africanos traídos de La Española (Santo Domingo), como era
costumbre en todas las expediciones de Tierra Firme, Sur, Centro y
Norte América.
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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

En 1528 se trae a la Nueva Granada el primer contingente africano


que desembarca en Santa Marta. Un año después, gran parte de ellos
se subleva, quema las casamatas y algunas casas de los amos, donde se
le confina y huye a la Sierra Nevada, donde es acogida por los taironas,
originándose el primer mestizaje de zambos. Su prole se multiplicó
tanto, que el Rey expide una cédula por la cual prohibe fundar la Villa
de los Santos Reyes de Valledupar, hasta tanto no se hayan doblegado
y reducido los cimarrones que pululaban en las serranías y valles.
Pedro de Heredia trae africanos bozales de Santo Domingo para
incorporarlos a la expedición contra los belicosos caribes que habitaban
la región de Calamarí y Turbaco, hecho lo cual fundó a Cartagena de
Indias el 21 de enero de 1533.
Desde entonces, en todas las exploraciones que le siguen, los
africanos acompañan la tropa al cuidado de las cabalgaduras y
acciones de guerra. Su participación se destaca particularmente en la
expedición de Juan Vadillo, en la conquista de Dabeiba (Antioquia),
donde se dan noticias de varios esclavos muertos por los nutabes y
uno de ellos devorado en represalia por actos similares practicados por
algunos españoles hambrientos. Estos casos de canibalismo cometidos
por los conquistadores fueron registrados por los cronistas en todo el
continente.
Ulterior a la invasión española por las costas, durante el período
de la conquista hubo la penetración de Sebastián de Belalcázar y sus
lugartenientes desde Quito (1536), dando origen a las fundaciones de
Cali, Cartago, Santa Fé de Antioquia y otras ciudades.

LA HISTORIA INVISIBLE

La denodada combatividad de los caribes que habían infringido


severas derrotas a los intentos de ocupación de Ojeda, Bastidas,
Pedrarias y otros expedicionarios, obligó a incorporar a las nuevas
conquistas a los africanos bozales que ya habían sido utilizados en las
islas antillanas desde comienzo del Siglo XVI.
Aunque no es el único documento que informa sobre Cédulas Reales
que se venían concediendo desde 1502 para introducir africanos desde

136
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

la propia España y de Africa, es invaluable el contrato del año 1534 por


el cual se otorga licencia a Pedro Fernández de Lugo, en víspera de su
gran expedición a la Nueva Granada:
«... le daremos autorización para que de nuestros reinos y del
reino de Portugal e Islas de Cabo Verde, él o quien su poder tuviese
pueda pasar y pase a dichas provincias de Santa Marta asiento de
esclavos negros en que a lo menos el tercio sea de hembras...» ( ).
Este documento, repetimos, adquiere singular valor para la historia
afrocolombiana, por cuanto revela palpablemente la participación de
nuestros abuelos en la empresa que condujo finalmente a la conquista
del Reino de los Chibchas y a la fundación de Santa Fe de Bogotá, capital
del Nuevo Reino de Granada, nombre dado al territorio conquistado.
La escasez de datos sobre los africanos en estos documentos, permite
descubrir cómo se fue tejiendo la invisibilidad de los africanos en la
trama de la historia nacional, por obra y gracia de los cronistas que
minimizaron al máximo el registro de sus huellas en la construcción de
la nacionalidad.
Después de fundada Santa Fe de Bogotá por Gonzalo Jiménez de
Quesada, el 6 de agosto de 1538, vemos lo que cuenta el historiador
Joaquín Acosta al describir las tropas del fundador y las de Belalcázar
y Federman; no se habla de nobles ni de esclavos, porque el color de la
indigencia primaba sobre el brillo de sus armas manchadas con la sangre
de los zipas y zaques, verdaderos reyes de aquellas tierras y pueblos:
«Mientras que iban y venían los clérigos y religiosos a los diversos
campamentos, tratando de impedir un rompimiento, presentaban
estas tres partidas de españoles procedentes de puntos tan distantes,
y ocupando ahora los vértices de un triángulo de tres y cuatro
leguas por lado, un espectáculo singular. Cada una se componía de
ciento sesenta hombres, un clérigo y un fraile. Los del Perú venían
vestidos de grana, sedas, morriones y plumas costosas; los de Santa
Marta, de mantas, lienzos y gorros fabricados por los indios, y los
de Venezuela, en guisa de prófugos de la isla de Robinson, cubrían
sus carnes con pieles de osos, leopardos, tigres y venados. Estos
últimos, caminando más de trescientas leguas por despoblados,
habían corrido las más crueles aventuras; llegaban pobres,
desnudos y reducidos a la cuarta parte de su número primitivo. Sin
embargo de tanta desventura, dicen los cronistas que fueron los
que introdujeron las gallinas, como Belalcázar los cerdos». ( ).

137
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Otro relato de Fray Pedro Simón nos muestra con mayor crudeza,
que no eran tiempos de pergaminos ni etnias:
«Llaman en esta tierra soldados a los españoles que no son
encomenderos ni se les conocen tratos de mercancías ni oficios.
Vivían agregados a los españoles ricos, desempeñaban quehaceres
ocasionales y vagaban. Su utilidad como macheteros o rodeleros
había declinado con la pacificación del Nuevo Reino y no pocos
decidieron regresar a Santa Marta, y con ellos otros descontentos,
y en tal número que fue preciso frenarlos. ( ).
¿Quiénes irían a encargarse de la crianza de estos animales cuando
el soldado español se convertía en señor y amo y el chibcha, derrotado
y reducido a servidumbre, desconocía el pastoreo?

LA EMBOSCADA INDÍGENA QUE CAMBIÓ EL


DESTINO DE UNA RAZA

En aquellas épocas, cuando los caimanes no habían escuchado


el primer disparo, nuestros padres amerindios: caribes, tayronas,
chibchas, catíos y paeces navegaban libres por el Guaca-hayo, Río
de las Tumbas, con sus piraguas cargadas de frutos y mantas para
intercambiarlos en las ferias por oro y esmeraldas.
Los bogas, robustos y desnudos, bajaban guiados por los canaletes
o subían la corriente al acompasado arponeo de las palancas. La
navegación indígena era una industria incipiente, pues, para 1492,
ya los caribes construían canoas grandes, más tarde llamadas por el
conquistador, champanes, con las cuales recorrían ríos y circundaban
las islas del Mar de los Taínos, cuyo nombre sería cambiado por los
descubridores por el terrorífico Mar de los Caribes.
Acondicionados con toldos para pasajeros y carga, medían de 12 a 13
metros de largo y la tripulación variaba entre 12 a 14 bogas. Las cifras
y medidas no deben tomarse aritméticamente sino por el número de
muertes que ocasionaban su peso y volumen específicos.
En la primera incursión de Quesada (1536) por el Guaca-hayo, ya
rebautizado por Rodrigo de Bastidas con el nombre de Río Grande de la
Magdalena, pretendiendo llegar a sus orígenes, le atajó el paso Alonso
Xeque, belicoso cacique cristianizado, quien al frente de un sorpresivo
enjambre de 3.000 canoas y 5.000 aullantes arqueros, atacó a tres

138
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

bergantines artillados que recalaban en la desembocadura del Zezare


(hoy río Cesar). La oscuridad, la creciente invernal y el sigilo, conspiraron
contra el capitán Fernández Gallardo, primer español que enfrentaba una
flotilla caribe. Los indígenas disparaban flechas inflamadas en petróleo
ardiente, táctica empleada en sus guerras, mientras los españoles
respondían con descargas de artillería. La batalla se prolongó hasta el
amanecer, cuando los invasores advirtieron la magnitud del peligro,
pues por todos los flancos atacaban miles y más piraguas. Entonces, a
la luz del día, los cañones y arcabuces causaban sangrientas bajas a los
caribes dispuestos al asalto. Incendiado un velero, el capitán ordenó
abandonarlo, huyendo con los otros dos corriente abajo.
Esta refriega al parecer insignificante, cambió los rumbos de la
conquista española y las vidas de miles de africanos, desde esa hora
condenados a sustituir a los indígenas en la extenuante y mortífera
faena de bogas.
Las ligeras cargas del comercio indígena se tornaron sobrehumanas
al transportar las piezas de artillería, caballos y tropa de armadura. Al
comienzo resistieron los atletas nativos, pero ante su elevada mortandad
y deserción, paulatinamente los africanos les fueron sustituyendo hasta
que todo el tráfago recayó sobre sus espaldas por la ordenanza de 1598
y el edicto de 1601 que prohibía el empleo de los naturales como bogas,
diezmados por el esfuerzo y el paludismo.
Lo que ocurría en el río de la Magdalena se daba en las corrientes
del Cauca, San Jorge, Sinú, Atrato, San Juan de Mira y Patía.
«Todos los caminos van a Roma», reza el refrán, y de igual modo
las peregrinaciones de esclavizados en la naciente colonia hispana
conducían a Popayán, centro administrativo de la explotación minera de
los territorios del Cauca, Antioquia y Chocó. Los esclavistas mantenían
agentes e intermediarios en Cartagena y demás puertos de embarque
clandestinos, atentos a la compra de prisioneros y su traslado por río a
los centros mineros.
Para impedir el contrabando del oro recogido con manos esclavas
y la incursión de barcos piratas, la Corona prohibió e impidió la
navegación por el Atrato, la vía más corta para llegar de Cartagena a
los territorios auríferos.

139
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Así los bogas africanos debían recorrer las rutas del Magdalena y
Cauca para llegar a Popayán (500 millas), transportando a punta de
palanca a sus hermanos de infortunio, donde los adquirían propietarios
de las minas para conducirlos al Chocó (otras 300 millas) y demás
centros mineros de Antioquia y Cauca. Lo trágico de estas correrías
eran las elevadas muertes por las lluvias, el paludismo, la disentería,
los jaguares, las víboras y la extenuación.
También la navegación marítima desde Panamá, tras atravesar el
istmo a pie en su recorrido al Perú, desembarcaba prisioneros en las
bocas de los ríos para ser distribuidos por el Chocó, Cali, Cartago, etc.,
siempre por el músculo de los africanos.
En la ruta a Vélez, Ocaña, Pamplona y el Socorro, el río y selvas del
Opón devoraban a tantos africanos, que se habían convertido en un
cementerio de tumbas, hasta cuando las lágrimas de cocodrilo de los
esclavistas, llorando más por la pérdida en oro y la falta de brazos que
por las muchas muertes, lograron que la Corona habilitara el puerto de
Honda y se abriera un camino de herradura construído por los mismos
cautivos, para llegar a las haciendas de ganado y caña de las provincias
de Bogotá y Tunja.
Al oriente, los cargamentos humanos entraban por ríos y puertos
de la antigua Capitanía de Venezuela. Ligados al proceso de los
descubrimientos como auxiliares insustituíbles de guerreros y
religiosos, desde 1525 se les requirió en gran escala para las labores
agrícolas y aún ganaderas. Extendiéndose cada vez más por los valles
y ríos del Orinoco, Arauca, Meta, Vichada, llegaron a las haciendas de
los jesuítas en nuestros Llanos Orientales. Y por la misma vía de San
Martín y Mocoa hasta Pasto y Quibdó.

LOS ABUELOS AFRICANOS Y EL TESORO DE


LOS QUIMBAYAS

El sometimiento de los chibchas permitió el avance de la conquista


a otros pueblos del altiplano y valles colindantes. Panches, Muzos,
Paeces, Pijaos, Ansermas, etc.
La presencia africana no se hizo esperar en número y acciones muy
significativos, a partir del paulatino pero ascendente remplazo de los

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E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

indígenas como bogas, cargadores a hombro de funcionarios y familias,


apertura de caminos y servicio doméstico.
Pasada la fiebre de los rescates en oro puro a expensas de los príncipes
muiscas, saqueos de templos y profanaciones de tumbas, los colonos
utilizaron a los africanos en labores agrícolas, moliendas de caña y
otros urgentes apremios. Tampoco disponemos de datos específicos
sobre los oficios desempeñados por ellos, mas, por la naturaleza de los
mismos, la mayoría de ellos escapaban a la cultura indígena: crianza
de ganado vacuno y caballar; preparación de comida a la española
(no extraña a los afrohispanos); planchado de ropa; confección de
artesanías liberales: herradura de bestias, carpintería, albañilería,
ejecución de instrumentos musicales, etc.
Así consta en las cédulas reales y disposiciones del Consejo de Indias
al iniciarse el Siglo XVI, por las cuales se autorizaba la introducción
de africanos, especialmente los nacidos en la Península. Muchos
de ellos, varones y mujeres, fueron llevados a Santa Fe de Bogotá,
como lo testimonia el monje J. Santa Gertrudis («Maravillas de la
Naturaleza»).

CARTAGENA, EL PUERTO INSACIABLE

Contrariando la ley natural de los ríos que arrojan sus aguas en


el mar, el flujo oceánico de los africanos remontaba las corrientes e
inundaba los valles. Cartagena de Indias fue la gran boca que se tragaba
insaciable los pueblos de Africa.
Fundada la ciudad, en 1533, derrotados pero no sometidos los
yurbacos caribes, los conquistadores dependieron desde los primeros
días, de los brazos y experiencias de los africanos, en necesidades tan
urgentes como eran las edificaciones, cultivos y pastoreo. Aún cuando
la mita y los repartos aseguraron la servidumbre de los aborígenes,
su rendimiento nunca colmó las demandas de la población hispana.
Además de los víveres y materiales para la propia subsistencia, se
requerían los recursos para las expediciones de conquista al interior
del país. Agreguemos a ello la temprana construcción de murallas y
fortines para repeler los asaltos de corsarios franceses e ingleses que
infestaban el Caribe.
141
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

La traída y esclavización de africanos se volvió un clamor general


en todas las colonias americanas que se multiplicaban con las nuevas
conquistas. La Corona designó a Cartagena puerto obligado en el
continente para el arribo y desembarco y así poder controlar el pago
de alcabalas por cada prisionero. Esta medida, que pretendía evadir
los impuestos, acrecentó el contrabando, imposible de manejar por
las playas abiertas. De Cartagena, los cautivos, llenados los trámites
aduaneros, se distribuían a Panamá, Portobelo, Coro y Veracruz,
este último convertido más tarde en el segundo puerto continental
en importancia para el trágico negocio en las colonias españolas. El
tercero fue Buenos Aires.
Los historiadores se esfuerzan en determinar cifras aproximadas,
pero en muchos de ellos prima más el afán de minimizar su cuantía
para reducir su impacto en nuestra sociedad y cultura. Actitud que
contrasta con la de los esclavistas de entonces, clamando para que se
abrieran las compuertas y trajeran miles y miles de africanos sin que
nunca su número llenara plenamente las demandas y necesidades de
explotación humana. Entre datos conservadores y generosos, se estima
que por Cartagena entraron de un millón a millón y medio a nuestro
territorio, cifra que incluye los transportados a otras provincias de la
Nueva Granada.
Diariamente morían decenas y la podredumbre de los cadáveres
insepultos apestaba los botaderos de la ciudad. Los africanos
sobrevivientes arrojaban unas paladas de cal para cubrir los cadáveres
que servirían de abono a sus propias sepulturas.
¿Alguna vez hubo algún cronista que tasara en vidas este holocausto
africano en la edificación de nuestra patria?
¿Y aún más, se cuantificará lo que cuesta a sus descendientes el
permanecer hoy día en la misma indefensión por los estragos del
subdesarrollo?
Un historiador criollo cuyo nombre es mejor ignorarlo, da la cifra de
80.000 africanos introducidos al país durante tres siglos y medio. Este
dato contrasta notablemente con los del venezolano, etnohistoriador y
filólogo, Angel Rosemblat, quien en el sólo año de 1570, primer siglo
de trata, para la Nueva Granada señala una población de 825.000

142
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

habitantes: 10.000 blancos, 15.000 negros y 800.000 indios. Ochenta


años después (1650), informa el mismo autor, la composición
demográfica del país había sufrido un sensible cambio: 600.000
indígenas, 80.000 sumados negros y mulatos, 20.000 mestizos y
50.000 blancos. Es decir, entre negros, mulatos y mestizos (entre
estos últimos sin duda alguna figuraban muchos con un cuarterón de
sangre africana). Tendríamos para esa época un crecido número de
pigmentados que casi duplicaba a los españoles y sus descendientes
criollos.
El detenernos sobre el color de los neogranadinos de ese siglo, tiene
únicamente el propósito de señalar las caprichosas especulaciones de
algunos historiadores, para minimizar el flujo incesante de africanos a
nuestro país.
Es sabido que por el puerto de Cartagena desembarcaban anualmente
de 10.000 a 12.000 africanos por año, ( ) (Angel Valtierra), o sea que,
en un siglo, entrarían aproximadamente 1’200.000 y, en tres siglos y
medio, 4’200.000, sin contar los introducidos clandestinamente. Buen
rompecabezas para los «cuentanegros» de la pigmentocracia colonial.
Pero la historia es lerda y no debemos precipitarnos en la contabilidad
general de los africanos, termómetro de nuestros sufrimientos.

LAS CIFRAS FRAUDULENTAS

El mayor ocultamiento que se haya hecho de nuestra presencia


en América, está sepultado con toda clase de subterfugios en la cifra
real de los abuelos desembarcados en este continente durante los casi
cuatro siglos que duró el tráfico nefando.
Los más hipócritas en deformar la verdad admiten apenas 12
millones.
Otros alargan la cuenta a 25 millones (Enciclopedia Católica).
No obstante, el antropólogo y sociólogo brasileño Darcy Ribeiro,
calcula la cifra en 50 millones.
Para sustentar sus apreciaciones analiza los siguientes hechos:
En Africa fueron violentados por el tráfico humano, aproximadamente
100’000.000 de hombres, de los cuales sólo llegó a la América la
mitad.
143
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Esas víctimas las discrimina así:


Los que perecieron en la resistencia heroica contra la cacería humana
en defensa de sus familias y cultura.
Los sacrificados en los asaltos a caravanas, embarcaciones y factorías
en los puertos de embarque para rescatar a los prisioneros.
Los muertos por inanición, hacinamiento, enfermedades,
encalambrados por las cadenas, suicidios y rebeliones en las bodegas
de los barcos durante la travesía trasatlántica (50 o más días).
Habitualmente se señalaba la merma del 20% al 40% en contingentes
de 500 o más personas, de las cuales la mayoría de los decesos se
presentaba en mujeres y niños.
El poeta y esclarecido humanista Leopold Sedar Senghor, padre
del Movimiento Filosófico y Literario de la «Negritud», estima que
la cantidad total de africanos sacrificados fue de 200 millones, entre
muertos y sobrevivientes en el tránsito a la América.
Aunque para algunos analistas de este holocausto les parezca
exagerada esta afirmación de quien fuera el primer Presidente de la
República del Senegal, para nosotros, afroamericanos, nos merece
el mayor crédito, por venir de un hermano nacido en el continente
desangrado.
Además, sus estudios sobre la historia africana le han valido el
reconocimiento de académicos de todo el mundo. Su mayor aporte es
el esclarecimiento de los influjos culturales del hombre africano en la
formación de los pueblos del Mediterráneo, la Mesopotamia, Asia y la
Oceanía.
Su preocupación de historiador va más allá de investigar la cantidad
de los abuelos desterrados de Africa a la América a partir del Siglo
XVI: seguir los pasos a la diáspora universal africana en la aurora de
la humanidad.

UN SALUDO A «PAPÁ» SENGHOR

Cabe anotar, para la historia nacional, que el poeta Senghor, invitado


por el Presidente Belisario Betancur, recibió en el Convento de la
Popa, de Cartagena, a una delegación de ancianas del Palenque de San

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E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

Basilio. Le cantaron las invocaciones funerarias del lumbalú, con las


cuales abren el camino a nuestros abuelos para reencontrarse con sus
Ancestros en Africa. Emocionado al escuchar el idioma palenquero, tal
vez adivinara algunas palabras de su propia lengua serere. Más tarde
fue alzado en vilo por las abuelas de más de setenta años, quienes lo
mecían, gritándole:
—¡Papá! ¡Papá presidente!
El poeta habrá vertido aquella emoción en algún poema.

145
CAPÍTULO QUINTO:

L OS M ÁRTIRES DE LA I NQUISICIÓN

«POR SIEMPRE ESCLAVOS DE LOS ETÍOPES»

L
as noticias que se propalaban en Europa sobre los horrores del
comercio humano, especialmente en España, despertaban la
pasión misionera de algunos religiosos, sobre todo a partir de
los nuevos descubrimientos en Africa.
En Cartagena de Indias, como era de esperarse, se concentraron
varios de estos espíritus redentores. El más destacado de ellos,
predecesor y maestro de San Pedro Claver, fue el padre Alonso de
Sandoval, nacido en Sevilla el 7 de diciembre de 1576. Su desespero,
por cuanto había visto en la cruenta vida de los africanos, lo llevó a
escribir su obra «Naturaleza, Policía Sagrada y Profana, Costumbres,
Ritos y Supersticiones de los Etíopes (Negros)», publicada en Sevilla
(1627), en la que no sólo hay directrices para los futuros misioneros
interesados en la situación de los africanos, sino una enérgica denuncia
del sistema esclavista. De él aprendió Claver muchas de las prácticas
para recibir a los africanos en los barcos traficantes, y la manera de
abordarlos para despertar su confianza, entre ellos el aprendizaje de
las lenguas africanas como medio expedito de comunicación directa.
Sin embargo, fue el propio San Pedro Claver, nacido en Verdú,
España, el 26 de julio de 1580, y muerto en Cartagena de Indias el 8 de
septiembre de 1654, quien mejor comprendiera la situación humana,
social y cultural de los africanos, en una época en que se les negaba su
condición de seres humanos.
Aunque al profesar su voto se autodenominó: «Petrus Claver,
ethiopum-semper servus», no por ello dejó de evangelizar entre
indígenas. Su muerte fue ocasionada por un paludismo adquirido en su
adoctrinamiento a las comunidades aborígenes del Sinú. En Cartagena
se desplazaba a todos aquellos sitios a donde tenía conocimiento de que
se maltrataba a los esclavos. Viajó a los centros mineros de Antioquia,
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

afrontando las inclemencias del clima, sólo para enterarse de las


condiciones a que eran sometidos. Levantaba su voz ante amos, negreros
y los mismos religiosos indiferentes; se le veía frecuentar la casa de los
amos solicitando sus limosnas para los africanos, pero también para
defenderles del castigo y reclamar mejor trato para sus protegidos.
Cualquier intento de transportarnos al momento de la catequesis
cristiana y la reinterpretación que hacían los abuelos africanos de
esas prédicas, resultaría fallido sin rememorar la presencia del temido
Tribunal del Santo Oficio de Cartagena de Indias. Quienes no abjuraban
de su fe, repetían de memoria el catecismo y practicaban los mandatos
y cultos de la Santa Iglesia, conocían los horrores del Infierno en esta
tierra, más dolorosos y expiatorios que la misma esclavitud.
Precisamente fueron los africanos los mayores condenados a
tormentos por el Santo Oficio, ya que judíos y musulmanes poco
aparecieron por estas tierras, sin antes cubrirse con escapularios,
biblias y rezos para esconder sus profundas convicciones religiosas.
Otra fue la conducta de los africanos que no podían olvidar a sus
Orichas, únicos protectores en la expoliadora esclavitud que les
arrancaba la vida, la mujer, la familia y la libertad. Se convertían, pues,
sin saberlo, en candidatos ideales para las torturas y hogueras.
Los documentos de la época dan noticia de los procesos excepcionales
hechos a judíos e infieles europeos acusados de hechicería, pero sí
de las capturas, acusaciones, martirios, sambenitos y hogueras a
los africanos. Ninguno de ellos fue declarado inocente y eximido de
penitencias o de la muerte.
Conviene rememorar estos hechos cuando hay quienes vituperan
y calumnian la misión piadosa cumplida por los jesuitas Alonso de
Sandoval y Pedro Claver, desconociendo los riesgos a que se exponían al
declarar que los africanos eran hijos de Dios. Pero mucho más doloroso e
ingrato es que esas voces procedan de algunos descendientes de la etnia
que tanto amaron y defendieron. Cómodos desde la pretendida erudición
histórica, aconsejados por la ignorancia y los prejuicios raciales, no
vacilan en arrojar sus viles calumnias. Si bien es cierto que al amparo de
la cruz de Cristo se cometieron las mayores violaciones de su doctrina,
no es menos conocido que tuvo sus mártires para glorificarla.

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E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

Pero es justo que recordemos a los sacerdotes africanos (babalaos),


decapitados, ahorcados, descuartizados y quemados en Cartagena de
Indias, porque también fueron mártires de las religiones africanas con
iguales doctrinas emancipadoras, con su concepción y defensa de la
gran familia de los difuntos y vivos, hermanados con los astros, la tierra,
las aguas, los animales, los árboles y las herramientas. Desde siglos
antes de la bárbara esclavitud, viene predicando el carácter sagrado de
todos los seres y cosas, obras de Odumare, el dios creador del universo
(Filosofía del Muntú).

LEER A SANDOVAL

La obra del padre Alonso de Sandoval, en buena hora reeditada


hace varias décadas por la Presidencia de la República, es el primer
documento antropológico sobre las etnias y culturas africanas,
publicada en 1627. Pero tuvo muchos otros méritos; lanzaba y aún
conserva su plena validez, su llamado a las conciencias libres, para
que reconocieran la religiosidad y espiritualidad de los africanos, en
aquellos tiempos esclavizados.
No puede hacerse un parangón entre él y su discípulo San Pedro
Claver, porque el segundo no hizo otra cosa que recoger la enseñanza
del maestro al proclamarse «Por siempre esclavo de los etíopes», y
reclamamos la atención en el verdadero sentido de su emblema cuando
llamó a sus hermanos «etíopes» y no «esclavos». Concepto humanístico
que tiene en la actualidad más lucidez que en la época oscura en que lo
asumió como arma de combate. Dejemos por un instante al alumno y
volvamos al maestro.
Alonso de Sandoval, más hombre que santo, estuvo convencido que
en los etíopes, Dios había encarnado todos sus sufrimientos y amores,
cuando escribió sobre «la estima grande que nuestro Señor ha hecho
de estos negros y de su ministerio».
Recuerda los muchos santos, príncipes, mártires y hombres etíopes
que abundan en el historial de la Iglesia:

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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

LIBRO I
CAPITULO XXXII. De los varones ilustres y etíopes santos que ha
tenido la Iglesia Católica. Candaces, reino de Etiopía. Santa Efigenia,
virgen princesa de Etiopía; Séfora, mujer de Moisés; Gaspar, santo
rey, mago etíope. Ministerio apostólico: eunuco que bautizó San
Felipe; San Elesboal, Emperador de Etiopía; Moisés, abad, etíope;
Serapión, abad, etíope; los dos bienaventurados Antonio y Benedicto,
etíopes, religiosos de la sagrada Orden». ( ).
Su conocimiento personal o informativo de las culturas africanas en
su continente y Asia, le autorizaba hablar en general de los africanos
como etnias, y no tan sólo de sus peculiaridades como pueblos:
«Capítulo I. De una descripción de las cuatro partes del mundo para
venir en conocimiento de los reinos más principales de los etíopes
que en todo él se han descubierto: América, Asia, Europa, Etiopía
Occidental o interior, Etiopía Oriental o sobre Egipto.
Capítulo II. De la naturaleza de los etíopes que comúnmente
llamamos negros.
Capítulo III. De la causa de los extraordinarios monstruos y demás
cosas maravillosas que se hallan en Africa principalmente en la
parte que de ella ocupa la Etiopía.
Capítulo IV. De los negros paravas que habitan la costa de la
Pesquería, Cabo de Comorin o promontorio de Cari.
Capítulo V. De la conversión de 20.000 paravas en 30 lugares de la
costa de la Pesquería.
Capítulo VI. De los negros malucos, sitio y calidad de la tierra de los
papúas o Nueva Guinea.
Capítulo VII. De los negros filipinos.
...
Capítulo X. Del descubrimiento de los negros de Guinea siguiendo
la costa de Africa desde Cabo Verde hasta el reino de Angola.
Capítulo XI. De los etíopes de Guinea, descripción de la tierra, ríos
y puertos.
Capítulo XII. De las costumbres y propiedades naturales y morales
de los etíopes guineos.
150
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Capítulo XIII. De la falsa religión, ritos y ceremonias gentílicas en


estos etíopes de los reinos de Guinea.
Capítulo XIV. De los reinos de etíopes que hay desde la Sierra
Leona hasta el Cabo de Lope González, e isla de Santo Tomé, de sus
costumbres, propiedades naturales y morales, y de su falsa religión,
ritos y ceremonias gentílicas.
Etc., etc., etc.».
Al combatir la esclavitud no se basaba en simples especulaciones
mundanas, sino que se acogía al fundamento bíblico:
«Sabida cosa es que al principio del mundo no pobló Dios Nuestro
Señor la tierra de señores y esclavos ni se conoció entre los primeros
vecinos de él mayoría, hasta que andando el tiempo y creciendo la
malicia comenzaron unos a tiranizar la libertad de los otros».

CLAVER, EL PRACTICANTE

Si el maestro era complejo y profundo en sus conocimientos


del hombre africano, el discípulo no fue menos en exteriorizarlos
y practicarlos. Más que un santo le interesó ser instrumento para
confrontar su dolor, aunque se le mirara como sospechoso de herejía
por andar con idólatras y brujos. Para juzgar a San Pedro Claver,
en ningún momento olvidemos que el Santo Tribunal tenía toda la
autoridad para quemarlo vivo.
Sin embargo, lo que no ocurrió durante su larga vida de auxiliador
de africanos, ahora acontece cuando se pretende abrirle un expediente,
acusándolo de «rehabilitador» de esclavos para venderlos a mayor
precio. Estamos seguros que se hubiera dejado crucificar como Cristo
antes de defenderse. Ojalá los Pilatos y los Judas no sean de la etnia
calumniada de Cam.
Dejemos que sea su biógrafo, el padre Angel Valtierra S.J., quien
nos hable del santo y de sus bautizados.

BIOGRAFÍA DEL DOLOR

«En aquellos tiempos no era la palabra lo importante, fue la


realización. ¿Qué actitud adoptó el apóstol ante una raza oprimida,
esclava? ¿Qué tácticas usó? ¿Con qué resultado?

151
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Hemos querido insistir en los documentos mismos originales,


prescindiendo de intento de un comentario subjetivo. Ellos hablan
por sí mismos...
... Lo segundo que ha concedido al mismo intento este benignísimo
Señor a este su colegio, han sido muchos y muy buenos intérpretes
que llegan casi a diez y ocho; en estos años entre sacándolos de
aquellas naciones y gentes incultas y bárbaras y aplicándonoslos
para que nos sirviesen y ayudasen a catequizar, enseñar y reducir
a sus compañeros y dándoles tal capacidad y don de lenguas que
sobre estar muy bien fundados y despiertos en las cosas de nuestra
sana fé y en los engaños, errores y supersticiones de sus gentiles,
saben unas tres y cuatro lenguas, y otros seis y ocho, y uno de ellos
alcanzó el nombre de Calepino por saber once lenguas, en que
conocidamente campea la providencia paternal de Dios y lo mucho
que estima y ampara esta ocupación y santo ministerio...» (C. A.
Hazareño).
«Yo sé, dice el Hermano González, testigo que presenció la escena
innumerables veces, que era mucha la alegría interior que el
padre recibía cuando sabía la llegada de algún navío con negros
a esta ciudad. Ofrecía misas y penitencias, disciplinas, cilicios, al
primero que le diese la nueva y algunos gobernadores al saber
esto, especialmente el Maestro de Campo, Francisco de Murga de
la Orden de Santiago, le daba la nueva él mismo y lo mismo hacían
otros oficiales reales y personas graves y algunos de la misma casa
de los jesuitas por el deseo que tenían de conseguir esta recompensa
tan señalada, dada su fama de santidad».
«... En el puerto todo es movimiento; es esa expectativa típica,
mezcla de curiosidad y de espíritu comercial. En medio del terrible
calor del trópico, van acercándose suavemente, las velas ya
recogidas; en el puerto les esperan los patronos ansiosos; no saben
cuánta y cómo llegara la mercancía humana.
En el fondo de ese galeón un sordo rumor, gritos de angustia. Un
ser que representa a la Iglesia está esperando con amor total a esa
raza que llega al mundo nuevo, doliente y triste en su esclavitud».
«... Tanta es la hediondez, apretura y miseria de aquel lugar. Y el
refugio y consuelo que en él tienen es comer de 24 a 24 horas, no
más que una mediana escudilla de harina de maíz o de mijo, o millo
crudo, que es como el arroz entre nosotros, y con él un pequeño
jarro de agua y no otra cosa sino mucho palo, mucho azote y
muchas palabras.
«... Ayer, escribe Pedro Claver, 30 de mayo, día de la Santísima
Trinidad, saltaron a tierra un gran navío de negros de los Ríos...
«... Echamos manteos fuera y fuimos a traer de otra bodega tablas

152
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

y entablamos aquel lugar y llevamos en brazos los muy enfermos,


rompiendo por medio de los demás, juntamos los enfermos en dos
ruedas, la una tomó mi compañero y la otra yo...»
«... Lástima que sea este el único documento que tiene todas las
notas de la autenticidad más pura. Pedro Claver está en la plenitud
de su apostolado –llevaba un año de trabajo– y ya aparecen aquí
todas las notas típicas de su metodología social.» (Valtierra).

EL TERROR DEL SANTO OFICIO

La instauración del Tribunal de la Fe en Cartagena el 5 de febrero de


1610, coincide con el año en que llega Pedro Claver. Un hecho que no
dejaría de influir en su actitud defensora de los africanos.
El terror que produjo el Santo Tribunal no dejó dormir a ninguno de
los vecinos, porque se conocían los Autos de Fe proferidos en Lima (1569)
contra personas tenidas hasta entonces como cristianas y devotas.
He aquí los capítulos que debían ser investigados:
Los judaizantes o tergiversadores de la Ley de Moisés.
La secta de Mahoma.
La secta de Lutero.
La secta de los Alumbrados o Iluminados que apareció en España,
cismática de la Orden de los Franciscanos.
Otras herejías.
Por denuncias recibidas durante confesiones.
Por lecturas de libros prohibidos por la Iglesia.
Y la advertencia que atemorizó a todos:
«A quien supiere, hubiera visto u oído decir que alguna persona
haya hecho, dicho, tenido o afirmado alguna de estas cosas arriba
dichas, vengáis y parezcáis ante Nos so pena de excomunión».
Y el campanazo del Arzobispo de Bogotá, monseñor Loboguerrero,
quien había aconsejado al Rey la imperiosa necesidad del Tribunal, al
afirmar que «esta tierra es la más estragada en costumbres y en todo
género de vicios de cuantas tiene S.M.».
En ese mismo año de 1610, el 25 de febrero, los inquisidores dan a
conocer un documento real por el cual se advertía que «no se proceda
contra los indios sino contra los cristianos viejos y sus descendientes y
las otras personas contra quien en estos reinos se suele proceder...»

153
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

La sombra de la Reina Isabel aún protegía a los indígenas en las


decisiones de la Corte.
Con estas instrucciones, los africanos quedaron cobijados desde el
primer momento como sospechosos, por cuanto los musulmanes habían
conquistado desde el Siglo V las regiones sudanesas (Senegal y Nigeria),
de donde procedía la mayor parte de los primeros contingentes. Pero
tampoco quedaban excluídos los de Angola y el Congo, sobre quienes
recaía la acusación de brujos propalada por los portugueses.
Además, aunque no fuera causal de procesos inquisitoriales, a
muchos africanos sospechosos de propiciar fugas de esclavizados se
les acusó de hechiceros.
Los primeros inquisidores fueron Mateo Salcedo, quien había sido
presbítero del Obispado de Valencia, y Juan de Mañozca, subdiácono,
licenciado y graduado en Artes de la Universidad de México. A este
último se le conocían tantas «mañas», que Fray Sebastián de Chumillas
lo describió con pelos y señales:

«Hay en esta ciudad y su distrito de doce a catorce mil negros


de servicio; por esta causa está en no pequeño peligro de un
levantamiento; en ocho años que ha que yo la habito, la he visto dos
veces puesta en armas por la vehemente sospecha que de ellos se
tuvo. Por este peligro, con muy prevenido acuerdo, tienen mandado
los gobernadores que ningún negro traiga armas ni cuchillo, no
otra alguna en anocheciendo, y tienen esa ley escrita entre otras
en un cartel del cuerpo de guardia, y ha mandado a la ronda y
a cualquier arma, le traiga al cuerpo de guardia y sin preguntar
cuyo es, le den pienso, que son cincuenta azotes. Este es el bando y
ley que tiene esta república». ( ).

Afirma el padre Valtierra, que «la vida de Cartagena y de Pedro


Claver no se explicarían en su medio ambiente sin la Inquisición».
Podría también decirse que la Inquisición había tenido poca vida de no
haberse procesado tan ahincadamente a los africanos.
Recogemos en la siguiente lista tan sólo algunos reos, mencionados
en los documentos con expresa connotación de su color:
Diego López, mulato, cirujano que salió con insignia de brujo,
pena de 200 azotes, más condena de llevar hábito de infiel y cárcel
perpetuos.
154
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

Inés Martín, negra, hechicera, torturada dos veces a pesar de


haberse declarado inocente.
Dominga Verdugo, negra. Por cuatro ocasiones sometida al
tormento de la mancuerda (torniquete), y, pese a ser siempre negativos,
fue desterrada.
Giomar de Anaya, negra, por dos oportunidades llevada a la cámara
de tormento por haberse desmayado. Pago de doscientos ducados y
desterrada.
Isabel Márquez. No se especificó su color, pero se infiere, al ser
declarada bruja.
Potenciana Abreu, negra, dijo ser bruja cuando la estaban
desnudando, para no ser sometida al potro.
Bárbola de León, mulata, cuarterona, apodada la «Guayaba». Sus
lamentaciones en el potro alarmaron a los vecinos. Se le confiscaron
sus bienes y recibió cien azotes.
Sebastián de Botafuego, negro, esclavo de Río Hacha, acusado de
complicidad (?).
Luis Andrea, mestizo, acusado de haber tenido pacto durante 16
años con el demonio llamado Buciraco. Condenado a galera y cárcel
perpetua.
Después de mencionar a otros condenados, a los que no se define su
color, Valtierra concluye:
«La hechicería estaba arraigada, sobre todo en el elemento negro
y mulato.»
Estos procesos son consignados por el biógrafo de Claver, al haber
suministrado ayudas espirituales a los reos, siempre con el concurso de
sus intérpretes africanos Andrés Sacabuche, Ignacio Angola, Francisco
de Jesús Yolofo, Didaco Falupo y Antonio Miranda, barbero del Colegio
de Jesuítas.
Se confirma así que en los menesteres de la Inquisición siempre los
africanos figuraron como sospechosos, condenados y auxiliares de los
afligidos. También acompañaban al santo en sus correrías solicitando
limosnas para los reos, consistentes en alimento, ropa, medicinas,
tabacos, etc.

155
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

También eran miembros del conjunto de música que dirigía Claver,


ejecutantes de pífanos, bajos y cornetas. Se distinguieron como tenores
Nicolás Criollo y Antonio Congo; Simón Biafra, corneta y Francisco
Biafra, bajo. Estos oficios los prestaban en los actos religiosos que tenían
lugar en el Colegio, la Catedral y en las procesiones que acompañaba a
los condenados a la hoguera.
«Doce autos de fe solemnes se celebraron en Cartagena y treinta
y ocho particulares con un total de 767 reos. Seis personas fueron las
condenadas a pena capital y sólo dos en tiempo de Claver a cuyas muertes
asistió: Adán Edón, en 1622, y Juan Vicente en 1626.» (Valtierra).
¿Cuántos africanos sufrieron la pena capital?
En documentos citados por el historiador cartagenero Roberto
Arrázola en su libro «Palenque Primer Pueblo Libre de América»,
sabemos de la toma del Palenque de Matuderé por las milicias
del Gobernador Martín de Zevallos y la Cerda, donde fue hecho
prisionero el «Rey» Domingo Criollo y el babalao Paulo (a secas). Por
su trascendencia histórica, transcribimos en su totalidad los apartes
concernientes a la forma como fueron ejecutados sin autos de justicia
ni inquisitoriales:
«Allí mismo, en el tejar, provee «auto con vista en autos (auto de
autos) por donde constava que un negro nombrado Paulo (que
era uno de los que allí estaban conmigo, aclara) era uno de los
Primeros fundadores del Palenque de mal natural y ynclinazion
compañero de un negro Brujo que abía en dicho Palenque quien
ayudaba a ynsistir a que por los negros se ejecutasen las ostilidades
que constaban para que sirbiese de gran exemplo. Por via de buen
Gobierno y Capitanía General, mandé (afirma) que a la entrada
de la ziudad que havía de ser por la tarde se le passase por las
armas a dicho negro y fuese entrado dentro della a la cola de una
mula arrastrando (práctica que siguieron nuestros generalotes
revolucionarios colombianos, no ya con los muertos sino con los
vivos que hacían prisioneros, para poder llevarlos cómodamente).Y
a un mismo tiempo se le fuesen dando duzientos azotes a un negro
nombrado Antonio Nolu, que tenía comunicazión con los negros
del Palenque estrecha y a él le fuesen siguiendo quarenta piezas de
esclavos que son los que yo traje conmigo (no habría organizado
mejor su vuelta de la más brillante de sus expediciones, el gran
Arsubanipal de Asiria). Lo qual se executó».
Aclara el historiador:

156
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

«El Gobernador continúa su «memorial» consabido, asegurando


al Rey que aquel día 10 de Mayo «fue día de gran aplausso entre
la ziudad...»
«...Sucedió, para más, que «a tiempo que... entraba por la Puerta
de la Ziudad» (que fue la de la Media Luna) el Gobernador le «fue
traydo el Capitán de dicho Palenque Domingo Padilla», a quien
luego de tomarle declaración en que «dijo era capitán y fundado
del dicho Palenque...» mandó «sin más estrepicio de Juyzio por via
de buen gobierno y capitanía general... pasarle por las Armas, por
quanto no abía Berdugo diestro para poderle aorcar; y que después
fuese colgado de la orca donde estubiese dos oras colgando... y al
cavo de ellas se le hiciese quartos y se pussiessen distintos caminos
llebándosele antes por las calles acostumbradas...» (Arrázola) ( )
Pocas veces, los mártires africanos, en defensa de su religión y
libertad merecieron unas líneas en la historia patria.

CATEQUESIS CATÓLICA Y REINTERPRETACIÓN


AFRICANA

Siempre nos han mostrado las úlceras sangrantes de la esclavitud,


la carimba y las cadenas. El sufrimiento físico padecido por los abuelos
dejó imperecederas cicatrices en la piel. No obstante, siglos después, lo
que más asombra es el indomable espíritu libertario de los esclavizados,
pese a las opresiones psíquicas que debieron sufrir.
La violencia espiritual fue la mayor ignominia impuesta por la
civilización europea a quienes se pretendió reducir a «piezas de
Indias», carentes de razón, voluntad y libertad. Se trató de aclimatar
el espíritu humano a un orden social jamás nunca antes conocido por
la historia. Y semejante bestialización con los primeros Homo Sapiens,
inventores del lenguaje, la herramienta generadora de la razón. Sobre
estas premisas históricas puede dimensionarse el trauma psicológico
de estos hombres a quienes se pretendió rebajar a la condición de
irracionales.
Los métodos para lograr tales indignidades no pudieron ser
inventados a priori, pues ninguna mente diabólica pudo concebirlos.
Se forjaron a golpes de represiones para frenar el libre juego de la
razón y la voluntad. Y así como imponían para reducir a la esterilidad el
pensamiento, crecieron las rebeldías del espíritu jamás encadenado.

157
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

He aquí los instrumentos que a la postre resultaron impotentes:


1º. Opresión del ser hombre.
2º. Opresión como miembro de una sociedad.
3º. Opresión por ser «negro».
4º. Opresión por ser mujer.
5º. Opresión por ser extranjero.
6º. Opresión de su cultura (lenguas, religiones, costumbres,
etc.)
7º. Opresión de sus aspiraciones.
8º. Opresión política.
9º. Opresión económica.
10º. Opresión familiar (dificultad de constituir parejas estables).

¿Cuál fue el arma para resistir la castración mental que perseguían


los esclavistas?
La respuesta debemos encontrarla en la esencia creadora del primer
Homo Sapiens Africano: el acto reflexivo de sentirse libre y a la par
dependiente de fuerzas superiores, a las que concibió como dioses
inteligentes como él.
Sin mayores reflexiones filosóficas podemos concluir que, ese hombre
esclavizado, se resistió a ser física y espiritualmente discriminado por
sus cazadores y opresores.
Clamó, pues, a sus verdaderos amos, Dioses, Orichas y Antepasados,
que le ayudaran a sobrevivir y alcanzar la libertad.
Desnudos y encadenados no tuvieron más armas que las espirituales
y religiosas: la inteligencia, la palabra y la danza, para comunicarse con
sus deidades.
Los esclavistas no tardaron en descubrir estas armas y estrategias
poderosas y trataron de reprimirlas. Por eso la historia de su liberación
comenzó con el idioma del silencio, el gesto y la mirada, que conducirían
a la invención de las lenguas palenqueras, la música, la danza y los
instrumentos mágicos para invocar a los Orichas y Antepasados.

158
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

ORICHAS Y BABALAOS

Aún cuando hoy nos parezca incomprensible por la persecusión a que


fueron sometidos, todos los cultos e instrumentos mágico-religiosos
–funerales, cantos, bailes y tambores– se enriquecieron en la lucha
por la libertad, sostenidos por los abuelos en el campo de la religión,
mucho antes que las fugas, las rochelas y los palenques. Palabras,
cantos, palmoteos, golpes de cadena y herramientas gestuales (danza),
comenzaron desde que cayeron los lazos sobre sus cuellos; las cadenas
en las bodegas y desembarcos; los azotes en puertos, ventas, casamatas,
acarreos, minas, cultivos, construcciones y oficios domésticos.
Los rituales acostumbrados en las ceremonias sagradas se fueron
perdiendo pero nacían nuevos sin que los religiosos y amos pudieran
impedirlos, la muerte de los enfermos, torturados y suicidas no pedía
permiso para iniciar el rito de despedida. Cada oración, canto o baile,
con o sin instrumentos, era una invocación a los Ancestros, un lazo
irrompible con la madre Africa, una afirmación de la vida y de la
voluntad de ser libres.
En este momento es cuando se inician también los intercambios
y sincretismos religiosos. Para los misioneros Sandoval y Claver, un
instante podía salvar un alma o conducir a su eterna perdición. Entonces
la cruz, el agua bautismal y la oración cobraban para ellos un carácter
tan sagrado como lo eran las palabras y gestos de los moribundos o los
cantos de quienes les despedían en su viaje de retorno a la tierra de
los Ancestros. Pero lo que estaba en juego era la confrontación de dos
religiones y las actitudes de diferentes culturas frente a la muerte y la
libertad. El viaje ulterior de las almas, retornara o no al Africa, fueran
al Cielo o al Infierno, dependía de los conceptos religiosos de quienes
participaban en el funeral.
La catequesis o el bautismo eran una misión sagrada para los
evangelizadores y los babalaos, pues preservaban la fe del esclavizado,
anhelante de una vida sin cadenas en la tierra, aunque no fuera la de
sus Antepasados.
Los predicadores, ciñéndose al código misionero y validos
de intérpretes, procuraban enseñar a los africanos los misterios
sustanciales del catecismo:
159
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

a. La existencia de un solo Dios, creador de todas las cosas.


b. El misterio de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu
Santo. Tres personas distintas y un sólo Dios verdadero.
c. El hijo de Dios se hizo Hombre para salvarnos, resucitó y está
glorioso en el Cielo.
d. La existencia de otra vida y en ella, gloria para siempre o
tormento para siempre.
e. Que nadie puede salvarse sin el bautismo y acatar la Ley del
Señor.
Pero tal vez lo que más despertaría su interés, era escuchar en las
palabras de los predicadores la similitud de las enseñanzas oídas a sus
babalaos.
Seguramente aquí los más lúcidos lenguaraces o intérpretes
africanos ponían su granito de arena para aclarar que la nueva prédica
repetía las máximas religiosas de sus antepasados.
Veamos las correspondencias que utilizaron los babalaos y santeros
en todo América para identificar el corpus teológico católico en el
africano:
a. Odumare, Dios Supremo, creador del universo, omnipresente
y todopoderoso. A este Dios se le denomina de distinta
manera en los ciento o más idiomas y dialectos que hablaban
en Cartagena: Olorum, Oshalá, Ngama Zumbi, etc.
b. Odumare, madre y padre de sí mismo, en su única esencia,
se desdobla en Olofi: su proyección en la tierra para gobernar
a todos los seres y cosas que en ella habitan. Así mismo en
Baba Nkawa, espíritu creador que anda generando nuevos
mundos.
c. Parece no existir un equivalente de Jesús, hijo de Dios,
redentor de los oprimidos y resucitador de los muertos.
En cambio, el panteón africano posee a Elegba o Eleguá, Oricha
importante a quien se le atribuye el poder de abrir el camino a los
muertos para reencontrarse con sus Ancestros. Identificación expedita
con Cristo, abridor de las puertas de la salvación de los difuntos. De
igual forma, los babalaos lo sincretizan con San Pedro, abridor de las
puertas del Cielo.
160
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

Para mayor correspondencia a Elegba o Eleguá con Cristo, al Oricha


se le representa con el símbolo de una cruz de dos ramas (Lorena),
pero con significado muy diferente a la cristiana, ya que no alude a la
crucifixión de Olofi.
Por el contrario, es un emblema del camino que recorren los vivos
al nacer y morir: el tronco vertical representa la vida que nace de la
madre tierra; la primer rama transversal, la más larga, simboliza a los
vivos, y la superior, corta, a los difuntos. El ápice de la cruz apunta
hacia el reencuentro en el más allá con los Ancestros.
d. La existencia de otra vida más allá de ultratumba es un
concepto universal de las religiones. Pero en las africanas
fundamenta el origen de la vida biológica, ya que según el
principio «kulonda» (embrión humano), nadie puede ser
concebido sin la voluntad y protección de un Ancestro, quien
debe sembrarlo en el útero de la madre. Los difuntos, pues,
no sólo sobreviven, sino que son activos y creadores.
e. La necesidad del bautismo como requisito de una nueva vida
entre los difuntos, debió ser nítidamente comprendida por
todos los africanos, por cuanto acatar y cumplir los mandatos
de los Ancestros es Ley inviolable para recibir su protección.
Para algunos investigadores del sincretismo afrocatólico, la
complicada identificación de las deidades africanas con los múltiples
santos católicos fue labor interpretativa de los predicadores. Sin
embargo, la más ligera reflexión afirmaría lo contrario: debió ser labor
de los babalaos, los únicos interesados en identificar en los santos las
potencias naturales y sociales repartidas por Olofi entre los distintos
Orichas. Enmascarar los milagros de los santos con los poderes de sus
deidades no pudo ser tarea de predicadores sin caer en herejía.
Los babalaos, perseguidos por la Inquisición y acusados de hechiceros
ante sus tribunales, siempre procuraron esconder las adoraciones a
sus Orichas bajo el disfraz de los cultos católicos: altares, sobre todo
en el ámbito de cada familia; procesiones de Semana Santa; detrás del
palio del Santísimo; en la adoración del Niño Dios; en las fiestas de San
Francisco de Asís; cultos a la Virgen, en todas sus versiones, siempre

161
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

identificadas con la madre Yemayá, madre protectora; Santa Bárbara


«macho», ropaje de Changó; en los «reinos» y máscaras de carnaval.
La historia de los santos de la Iglesia, repetida por los misioneros
sin importar época o lugar, fue una buena pista para los babalaos
interesados en el camuflaje:

«San Pedro Abre las puertas del cielo a los difuntos.


Santa Rosa Celadora de los jardines y de la flora.
San Elías Atrae clientes a los negocios.
San Ramón Nonato Protector de las mujeres embarazadas.
San Cristóbal Patrón de los caminantes y viajeros.
San Lázaro Abogado de los llagados.
Santa Bárbara Libra de los peligros de las tormentas.
San Pancracio Abogado de los desempleados.
San Martín de Porres Reconcilia enemigos, etc., etc.”

En una aproximación al sincretismo católico, el investigador Carlos


Esteban Deive, elabora el siguiente cuadro de correspondencia con el
vodú dominicano:

“Legba Abre las puertas del mundo espiritual.


Ayizán Espanta los malos espíritus.
Damballan Otorga riquezas y permite encontrar
tesoros ocultos.
Agoué Taroyo Protectora de los pescadores y
de la fauna marina.
Ogú Ferraille Patrón de los herreros.
Ogú Balendyó Patrón de los guerreros y militares.
Loco Protector de los curanderos que trabajan
con yerbas.
Anaísa Abogada de las mujeres con problemas
vaginales.
Barón del Cementerio. Guardián de los cementerios.
Belié Belcán Abogado de los partos difíciles.
Candelo Protector de los desvalidos, etc., etc.”

162
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

Sería un análisis superficial si redujéramos la labor creadora de


nuestros babalaos, a una simple cartografía de equivalencias. En
realidad se trató de una recreación subversiva por la cual invocaban
al mismo Dios Creador y a los santos católicos, una mayor presencia
terrena en los afanes de sobrevivencia y en las luchas contra la esclavitud.
Así encontraremos en nuestros babalaos a los reales fundadores de la
teología de la liberación, a los que no le fueron ajenos las prédicas y
ejemplos vivos que les daban los padres Claver y Sandoval.
He aquí una síntesis de sus transposiciones revolucionarias:
a. Adaptar los cultos africanos (memoria ancestral) a la nueva
realidad americana.
b. Cambiar los conceptos de comunidad, tribu, familia o casta,
ajustándolos al nuevo orden social con sus rígidos esquemas de
comunidades esclavas, privadas de derechos a constituírse en familia;
sin libertad de movimiento ni adecuadas horas de descanso, etc.
c. Cambiar el orden sagrado y jerárquico de los oficios en la
tradición africana, concedidos por los Ancestros y Orichas, y
en la nueva sociedad designados por los amos.
d. Cambiar el espíritu tradicional de las religiones africanas,
originalmente adaptadas a cada comunidad, por nuevos
conceptos colectivos y unificadores del estado social, que
imponía el hacinamiento de la sociedad esclavista.
e. Conversión de los cultos particulares propios de las religiones
africanas, a prácticas protectivas, mediante identificación con
Orichas comunes (hijos de Yemayá, de Changó, de Eshú, etc.).
f. Cambio de los Ancestros familiares que se quedaron en Africa
(no viajaron como sí lo hicieron los Orichas), por otros de
carácter colectivo.
g. Reinterpretación de las nociones filosóficas y religiosas sobre
Orichas, Ancestros, Sombras y Difuntos, adaptándolos a las
nuevas condiciones sociales e imposiciones religiosas.
h. Readaptación de los viejos ritos (pubertad, circuncisión,
enucleación del clítoris, fecundación, etc.), en especial los
relacionados con la muerte, a nuevas prácticas acordes con el
orden impuesto.

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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

i. Revaluación de los conceptos de tótems protectores existentes


en las comunidades africanas, por adopción de collares, color,
vestidos, representativos de los viejos y nuevos Orichas.
j. Reconstrucción de nuevos cultos y religiones (Candomblé,
Umbanda, Vodú, Santería, etc.), preservando los Orichas
tradicionales, en los cuales la identificación con los santos
jugó un papel muy secundario en la mentalidad africana.
Una prueba de ello son las distintas equivalencias entre las
diferentes comunidades.

BAUTISMO Y RESISTENCIA

La Iglesia nunca estuvo segura de que los bautizados africanos


hubieran realmente abandonado sus creencias, pese a las luchas,
manifestaciones de fervor por el culto y devoción a los santos. En ello
influyó su obcecada retención de sus bailes y tambores. San Pedro
Claver perseguía más a estos instrumentos mágico religiosos que a sus
dueños. Cuando a media noche les sorprendía en sus bundes o bailes,
atraído por su resonar, les azotaba a sabiendas que encarnaba a sus
deidades. Una vez que los secuestraba, tras de exorcizarlos, para su
rescate imponía penitencias y oraciones a los tamboreros. Además
se cuestiona que el santo, durante su apostolado que duró 45 años,
hubiera podido bautizar a 300.000 africanos.
La Iglesia se preocupaba más por el correcto cumplimiento de la
catequesis que por el número de convertidos. Este tema fue de tanta
preocupación para el Colegio de Jesuítas en Cartagena, que su director
Alonso de Sandoval envió un grueso informe al Papa Paulo V para su
examen. Varios fueron los puntos sustanciales de la averiguación:
“1º. Si en su tierra o al salir del puerto le echaron agua diciéndole
las palabras del bautismo.
“2º. Si por medio de algunos intérpretes que supiesen su lengua y
la nuestra les dijeron algo del fin o utilidad o significación del
bautismo.
“3º. Si entendieron entonces algo de lo que se les dijo acerca de
esto, siquiera tosca y groseramente conforme su capacidad,
y
164
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

“4º. Si dieron entonces verdaderamente su libre consentimiento


con la voluntad para recibir lo que sus amos y el cura
pretendían darles con aquel lavatorio corporal, o solamente
sufrieron a más no poder lo que sus amos hacían, de suerte
que tenían voluntad determinada o decían entre sí que no
consentían...
“... 5º. Y sea regla general que habiendo faltado uno solo de estos
puntos sustanciales, cualquiera que sea, aunque hayan
concurrido los demás, será menester bautizar de nuevo algún
negro y si constare, con certeza moral, que hubo falta en
alguno de ellos, será bautizado sin condición.
“6º. Si constare, con certeza moral, que faltó ninguno de estos
puntos sustanciales, no será bautizado, pero suplirse han
las ceremonias usadas en la Iglesia, si constare que no las
han recibido. Para esto se hará un catálogo aparte en que se
escriban los nombres suyos y de sus amos y cómo le deben
suplir solamente las ceremonias del bautismo.
“7º. Para fundamento del examen se ha de advertir que los que
vienen de Guinea, Yolofos, Mandingas y otras naciones que
todos se embarcan en el Puerto de Cacheo, casi todos vienen
sin bautismo que sea válido, porque no se le dice nada del
bautismo ni de la fe o religión cristiana, ni ellos entienden
otras cosas más de lo que ven y por consiguiente deben ser
rebautizados sin condición. ...
“8º. Pero los del Congo y Angola tienen de ordinario alguna
manera de enseñanza y de pedirles su consentimiento y
por esto requieren más examen para que conste que hubo
lo necesario para que valiese el bautismo, porque algunos
vienen tarde, acabada ya la declaración y exhortación que les
había hecho”.
Los evangelizadores jamás se interesaron por indagar cuál religión
africana practicaban –Yoruba, Bantú, Ewe-Fon, etc.– a sabiendas
que no todos ellos adoraban a las mismas deidades y en especial a
diferentes Ancestros. Esa tarea resultaba sencillamente imposible
cuando en Cartagena concurrían numerosas etnias. Pero era omisión

165
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

más grave ignorarlas que aplicar incorrectamente los óleos. Los


bautizados profesaban religiones más antiguas que el Cristianismo, y,
al no exigirles renunciar a sus dioses tutelares, tampoco tenían por qué
sentirse apóstatas. Semejantes subvaloraciones dieron vía libre a que
los nuevos iniciados preservaran incólumes sus creencias ancestrales
bajo el ropaje de la nueva doctrina.
¿Podría acusárseles de mala fe?
Cualquier suspicacia sobre este punto habría que resolverla a favor
del interés de los africanos de recibir el bautizo y llevar siempre consigo
la cruz o medalla colgada al cuello, al menos mientras estuvieran en
cautiverio. Más allá de la fe tenían razones prácticas de ser distinguidos
como cristianos en una sociedad esclavista que les negaba la condicion
humana.
No obstante, los hechos testimonian que las fugas, los levantamientos
y palenques fueron el medio real y verdadero de alcanzar su liberación
espiritual y física.

166
CAPÍTULO SEXTO:

E NTRE LA C ORONA Y LA I GLESIA

L
a debelación del Palenque de Matuderé no sepultó el ímpetu
de los cimarrones por alcanzar su libertad. Para ellos apenas
había transcurrido siglo y medio de combates –1530-1693,
lapso en que se fundirían con la guerra de los patriotas criollos por
la independencia. Dos acciones paralelas con propósitos comunes: la
emancipación de la esclavitud y la libertad de la patria.
Las luchas pioneras de los cimarrones se emprendieron desde
su comienzo en los frentes urbano y selvático, cuyas implicaciones
repercutirían en las batallas que libraba España en defensa de sus
posesiones americanas contra los piratas y almirantes de Francia e
Inglaterra. Los sucesos que narraremos en este capítulo acontecían
en el recinto amurallado de Cartagena, en medio de castillos, iglesias
y conventos, donde al igual que en los palenques, los africanos
esclavizados y sus descendientes criollos, puros o mestizos, luchaban
por la libertad. Los hechos corresponden a los mismos días trágicos
del mes de mayo de 1693, mientras el Gobernador daba cacería
africanos fugitivos. Desde la primera noche en que dejó desguarnecida
la ciudad, circularon noticias sobre cimarrones en el palenque de las
zonas boscosas de La Boquilla, dispuestos al asalto. Para combatirlo
salió el teniente Juan de Artaxona, desobedeciendo órdenes expresas
del Gobernador, donde moriría en una emboscada tendida por los
insurrectos.
Se comprenderá entonces cuál era la alegría y el temor de los amos
cuando llegaban las cabezas degolladas de africanos que remitía el
Capitán General anunciando sus victorias.
Los fantasmas tomaron cuerpo cuando se sorprendió a tres zapacos
prendiendo una fogata cerca de la puerta de Santa Catalina, una de las
entradas de la ciudad.
A la voz de que los cimarrones asaltaban, se alborotaron los vecinos,
unos escondiéndose y otros saltando a las calles, con armas y a medio
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

vestir. Desde luego, no faltaron los esclavizados, entre ellos cinco u


ocho araras del barrio de San Diego, quienes al igual que autoridades,
amos y clérigos, corrían y gritaban sin concierto.
Atemorizado, el Sargento Mayor don Alonso Cortés, encargado del
gobierno, ordenó a sus guardias disparar contra los supuestos alzados,
a cuyos fogonazos murieron dos, uno con botines y otro descalzo.
Pasado el alboroto sin que aparecieran los temidos asaltantes, el
pánico decreció aunque las milicias se amunicionaron y montaron
guardias en los fuertes. Diligente, el Teniente General, don Pedro
Martínez de Montoya, Licenciado y Abogado de los Reales Consejos,
como Auditor de la gente de guerra, inició juicios contra los apresados,
ante autoridades militares entre quienes se encontraba el Castellano
del Castillo de San Luis de Bocachica, don Sancho Ximeno y Orozco.
La piel negra, el habla cimarrona o la reunión de dos o más
africanos era indicio suficiente para delatar a un posible zapaco o tejer
la temible conspiración. Fue lo acaecido a propósito del rumor del
envenenamiento de carne para el consumo general, atribuido a negros
brujos. Se identificaron el carnicero, la cocinera, la vendedora y se
encomendó el examen del embrujo a un barbero cuasi médico. Aunque
éste descartó la existencia de veneno, hizo arrojar al mar la carne no
salada desde dos días atrás.
Con relación a los detenidos en la Cárcel Pública por dar señales con
fogata a los cimarrones, esa misma noche el Licenciado profirió auto y
cabeza de proceso. Los acusados fueron Juan Congo, Manuel Congo y
Agustín Arará, esclavos del presbítero Joseph de Mesa, quienes contaron
que venían huyendo de su estancia, a medio día de camino, por haber
sido asaltada e incendiada la noche anterior por los cimarrones.
Ni los “santos” frailes de las distintas órdenes religiosas escaparon
al investigador para que declararan lo que habían oído y visto de los
esclavizados dentro o fuera de los conventos. El comienzo de la tramoya
en torno a la supuesta sublevación tuvo como origen las declaraciones
de los frailes Joseph Sánchez, religioso de la Orden de San Agustín y
Mathías Hernández, predicador de Santo Domingo.
Sin embargo, la mayor sospecha recayó sobre el ladino Francisco
Joseph Arará, esclavizado al servicio del Convento de Santa Clara.

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Aunque no hablaba correctamente el español, se le recibió juramento


por Dios y la Cruz, confesando ser de casta arará, cobrador de limosnas
para las monjas de su convento. No sabía su edad, pero sí que llegó de
su país (Angola) siendo muchachón sin barba.
Al preguntársele qué cargo tenía en el cabildo de los ararás, respondió
que “su casta ya no lo tenía, pero que había sido su gobernador y se
reunían sólo en la fiesta de la Virgen de la Candelaria (pie de la Popa),
en casa de Manuel Arará, su “rey”. Allí daban la limosna y bailaban,
pero que ésto dejaron de hacerlo desde que el Señor Obispo les quitó el
tambor y lo retuvo en su casa. Desde entonces tampoco hacían “lloros”
a sus difuntos (cantos y bailes de lumbalú).
El juez le replica, afirmando que tenía conocimiento por un padre
(Francisco Yepes), de haberle oído decir en voz alta en un corro de
ararás:
“¡Voto a Cristo! ¡Esto de echar a los hombres a morir a la guerra
(contra los cimarrones), más vale que nos maten de una vez! ¿No
es mejor que nos levantemos?”
El nudo corredizo para que el nuevo Gobernador Don Sancho Ximeno
y Orozco, el exterminador de cimarrones, lo colgara de la horca.

EL IDEÓLOGO DE LA MULATERÍA REBELDE

El caudaloso río de prisioneros africanos acumulaba en Cartagena


de Indias su sedimento de angustias y rebeliones. Lo que al comienzo
fue la siembra de semillas de Guinea, Cabo Verde y Angola, dos siglos
después constituía una ramazón de injertos mulatos y zambos.
Entonces se les conoció como bozales, cimarrones y zapacos.
Invadían las cocinas, alcobas, patios, calles, puertos, murallas,
conventos e iglesias. Si ésta era la impresión que podían tener los
viajeros al desembarcar por vez primera –una ciudad habitada por
“negros” y no por españoles e indios–, la realidad se ocultaba en las
sangres de la mulatería.
El simple rumor de la sublevación de los africanos criollos en apoyo de
los cimarrones en los extramuros, permitió a los atemorizados españoles
descubrir que estaban sitiados por un enemigo consanguíneo.

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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Sin embargo, el encarcelamiento de uno de ellos, también sorprendió


a los propios africanos y mestizos. Apenas un día después de la asonada,
cuando los frailes y militares sindicaron como cabecilla instigador a un
“mulato”, los oprimidos y discriminados advirtieron que tenían a un
líder.
Conozcamos el documento que informa cómo entró el anónimo
Pacho a la historia y cuál fue la postura que asumió en defensa de su
condición mulata:
“Digo yo fray Joseph Sanchez Relixioso Sacerdote del horden de mi
Padre San Agustín que aviendo recivido mi prelado una carta del
capitán Sargento Mayor don Alonso Cortes sobre que dixese yo en
conciencia y devaxo de excomunión lo que supiese en verdad azerca
de lo que yo havía oydo a unos morenos araraes en compañía de
un pardo. Digo que el domingo próximo pasado hizo ocho días
que estando yo en una cassa que hace frente a la de la morada
de Joseph Zilva, vaxonero de la Capilla de la Santa Yglesia vide
quatro negros araraes que los tres no conozco sino es de vista y
el otro es Francisco de las Religiosas de Santa Clara quien supe
desde anoche estava preso en la Cárcel Real y hablavan con dicho
pardo y lo que les oyó era sobre amistades de negros y sobre la
zedula que avia venido de S.M. para ellos y como dando a entender
guerra y el pardo apaciguándolos a mi entender. De que después
de algunos días que no me acuerdo viendo que estas cosas de estos
negros pasavan adelante le coxí en mi convento a dicho pardo y le
requerí sobre lo que avia oydo y me confesó como era verdad todo
lo que decía pero que él los apaciguava porque yban a su parecer
borrachos, pero sin embargo a mi parecer que era cosa de tumulto
entre ellos los araraes asegun les entreoy las voces y que viendo
lo que sucede y a sucedido desde el día de ayer ynfiero que sería
algún modo de levantamiento pues ayer mismo oy por esas calles
que tenían dichos negros dispuesto que la noche de la Cruz avían
de quemar uno o dos buxios de Xiximaní para que fuese seña para
los del palenque con los de la ciudad. Boces fueron muchas ayer que
las oy y en diferentes partes. Esto es lo que se y no otra cosa. (fdo.)
Fray Joseph Sanchez”. (Arrázola) ( ).
El personaje sobre quien recayeron tales acusaciones, como se
declaró, era Francisco Vera de Santaclara; tenía 43 años de edad y había
nacido libre en Cartagena, por ser hijo de esclava africana y de padre
mulato liberto. En los anales también se le conoce como Francisco
de Vera, real apellido del padre, ya que el “Santaclara” lo llevaba por

170
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haber transcurrido su infancia y adolescencia en el Convento de las


monjas clarisas. En la ciudad generalmente lo llamaban “Pacho”, lo
que evidenciaba la familiaridad conque siempre lo trataron.
Aconsejado por su confesor, el padre Mathías Hernández, el
sospechoso se presenta el día 5 de mayo de 1693 a prestar declaración
espontánea ante el Licenciado y Sargento Mayor Pedro Martínez
Montoya, encargado de la justicia de la ciudad, en ausencia del
Gobernador Martín Ceballos y la Zerda, en campaña contra los
cimarrones. Escuchada la declaración espontánea del sindicado, ni
corto ni perezoso, el juez, tras de firmar la indagatoria ante el escribano,
ordenó se le pusiera en prisión segura, sujeto de ambos pies con un
par de grillos; encerrado en un cuarto con dos puertas de seguridad y,
para su guardia y custodia, mantener un centinela permanente en la
segunda reja, cuyas llaves (originales) debería confeccionar el cerrajero
oficial, Alvaro Pulido.
Sorpresivamente Francisco Vera debió sufrir la acusación que lo
confrontaría a su propia etnia, sin que momentos antes sospechara
el destacado protagonismo que le señalaba la historia. En aquel
amanecer cuando todas las miradas de la ciudad le medían los pasos,
se comportaba simplemente como un “criollo”, producto de las sangres
que venían mancomunándose desde dos siglos atrás.
Como gozaba del estatus de pardo libre con derecho a usar espada,
mentalmente debió considerarse y comportarse como “criollo”, aunque
en el mundillo de Cartagena nadie dejaría de recordarle su ascendencia
esclava, criado en un convento. Su azarosa existencia debió dilatarse
en la trashumancia de múltiples oficios, sin que le imputaran datos
penales, deduciéndose que no había transgredido las rígidas y estrechas
restricciones prescritas a un bastardo.
Al encarcelársele ejercía el oficio de barbero, lo que le granjeaba
vínculos con todos los estratos sociales. Recordemos que los barberos
fungían como “médicos empíricos”, por aquello de ser expertos en
sangrías, y, en el caso de Pacho, seguramente fue conocedor de plantas
medicinales, pues a todos los de su etnia se les connotaba de brujos
yerbateros.

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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Para entender el estado de ánimo que vivía la población con los


asaltos, es conveniente concatenar las fechas en que fue sacrificado el
“Rey” Domingo Criollo (10 de mayo de 1693), con la del apresamiento
del mulato Francisco Vera, cuatro días antes (6 de mayo). Esto explica
el pánico de las autoridades en torno a la fogata que se prendió en los
extramuros y el apresamiento de su presunto instigador.
Como nada del proceso trascendía a la luz pública, las murmuraciones
se centraban sobre los clérigos y militares llamados a declarar, sin que
se supiera quiénes acusaban o favorecían al inculpado.
A las declaraciones del fraile Joseph Sánchez que lo impugnó, a la
par de considerarlo “apaciguador” de los revoltosos, se sumaron otros
indagatoriados cuyas jerarquías religiosa o castrense mantuvieron a
los vecinos en vela durante casi un mes, a la espera de la sentencia.
Entre los religiosos figuraron los frailes Pedro Verde, Andrés de la
Cruz Galindo, Juan Montero, etc., así como los presbíteros, padres
Mathías Hernández, Juan de Castellar, José de Mesa y otros.
En medio de ellos, se intercalaban las declaraciones de “castellanos”,
tenientes generales, gobernadores, y subalternos: alféreces, sargentos
mayores y capitanes, verdaderas legiones de testigos amañados que
arrancaron al desfacedor de entuertos coloniales, Roberto Arrázola,
esta sarcástica conclusión:
“Como se nota, Cartagena estaba hecha un infierno, hasta el punto
de que los propios religiosos renegaban de su estado que les impedía
“ceñir la espada” para castigar a los negros por el intolerable
atrevimiento de querer librarse de la esclavitud. Conducta que si
no se justifica, puede explicarse porque había la mar de esclavos
eclesiásticos, comunidades religiosas e inquisidores, como se ha
visto y se verá a su tiempo. Es decir, para decirlo con un decir beato:
que la Magdalena no estaba por aquellos días para tafetanes”. ( ).
Sin transcribir los alegatos que debió sostener Francisco Vera
para defenderse de las acusaciones que le llovían, recogemos su
pensamiento de mulato, afirmando las ideas antiesclavistas, bajo la
amenaza macabra de la horca.
En su larga escolaridad religiosa figuraban las prédicas de San
Pedro Claver y de su maestro Alonso de Sandoval, aún cuando no los
conociera; las rumiadas en su infancia y adolescencia en el Convento

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E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

de Santa Clara, siempre cargando el saco de las limosnas recolectadas


por las monjas, que desde luego enriquecería con los idearios
emancipadores.
Destextualizar estas nutrientes de sus respuestas a las preguntas
capciosas de su juez y acusadores, impediría ubicar su ideología de
ladino, cuyo pensamiento conocemos por los autos de los escribanos,
ya que nunca dejó de su puño y letra un párrafo de sus réplicas.

ESGRIMIENDO LAS SANTAS ESCRITURAS

Al rebatir la afirmación de un religioso que trataba de justificar la


esclavitud de los “negros” por la condena de Noé a la descendencia
de su hijo Cam, arguyó con lucidez: “Por lo leído en la Santa Biblia,
la maldición del patriarca de la Iglesia, fue de que Cam serviría a sus
hermanos” (dando a entender que por ello no podía generalizarse a los
etíopes).
En claro conocimiento del método socrático, sus argumentos antiescla-
vistas asombran por la época en que los expresaba y el riesgo que corría
por su situación de inculpado. Retomando las palabras de sus acusadores,
les hacía caer en graves tergiversaciones teológicas:
“... no es así como Vuestra Paternidad juzga que el Rey Nuestro
Señor manda lo que es justo o no en lo que era suyo, altercándome
lo que he afirmado sobre si hera justo o no en lo que hera suyo...
(yo) dixe: ¿quién lo hizo suyo sino es Dios y el Rey? pues quien save
dar save quitar... y sobre todo si heran (los “negros”) nacidos libres
o no... dixe:
“Así supiera el Rey y el Papa los malos tratos que algunos les
dan (en Cartagena)... cuando en España al esclavo, sin privarse
de serlo, tiene diferente trato y a las negras las traen calzadas y
atacadas (aclara Arrázola: “calzadas y vestidas a la moda de la
Corte”), y si alguno de la familia tiene algún desliz como hombre
lo destruyen por el punto que en ello se tiene” (entregándolo como
expósito a un orfanato). ( )
Agria condena a las costumbres de los amos que mantenían
prácticamente en cueros a sus esclavizados y que patrocinaban el
aborto para frustrar la descendencia bastarda.
Más incisivo, agrega:

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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

“... no vio Vuestra Paternidad a don Alonso Mercado que echó vando
para que no andubiera negra desnuda, pues fue porque admiró el
usso respeto del trato en España.
Y para dar fin a este capítulo de proceso, transcribimos el siguiente
párrafo, considerado por los religiosos como una herejía execrable:
“... Si yo fuese poderoso embiara a España y a Roma a que
se remediara (en Cartagena la desnudez de sus hermanos
esclavizados). Solo este pasó y se ynfiere que no pude decir que
yría a Roma por la declaratoria de libertad quando sé de cierto
que no ygnora Su Santidad que ay esclavos, pues se dispensa en los
livertinos, ni pudiera abominar la esclavitud de los negros que se
conducen de la Etiopía quando mediante dicha esclavitud gozan de
la livertad del alma en el Sacramento del Bautismo...” ( Arrázola)
( ).
Ideas que se anticiparon cuatro siglos a la Teología de la Liberación
de la Iglesia contestataria de América.
La claridad y contundencia de los alegatos de Francisco Vera, no
permitieron al juez dictar sentencia definitiva, por lo que el detenido debió
permanecer encalabozado y en deprimentes y olorosas humillaciones.
A ello se sumó el olvido de la causa por parte del Gobernador Martín
Cevallos y la Zerda al reasumir el mando de la ciudad, más interesado
en las ejecuciones de los apresados en su victoriosa campaña contra los
palenques de María.
Sólo un mes después, con el deceso del Gobernador y su reemplazo
interino por el “castellano” (*) del Castillo de Bochica, Don Sancho
Ximeno y Orozco, quien había asistido a la indagatoria del perspicaz
mulato, intentó éste reactivar el sumario con el firme propósito de
sentenciarlo a muerte.

EL EXTERMINADOR DE LOS PALENQUES

La historia de aquellos sangrientos días y los años que siguieron


en la próspera y codiciada plaza de Cartagena de Indias, giraría en
torno a la creciente presencia y rebeldía de los africanos en pos de su
libertad. A la guerra a muerte declarada a los cimarrones, se sumaron
los asaltos piratas, el decaimiento de la minería y la agricultura, cuyo
remedio no podía ser otro que una mayor importación de africanos,

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más leña para el fuego de la insurrección de los esclavizados criollos y


sus descendientes mulatos.
El nuevo Gobernador, nombrado de urgencia por la Real Audiencia
de Santafé de Bogotá y ratificado provisionalmente por el Rey Carlos II,
no era ajeno al negocio de prisioneros, ya que mantenía nexos ilícitos
con traficantes y amos para burlar el pago de alcabalas con destino a
las arcas de la Corona. Ningún barco, con cargamento humano o no,
podía entrar a la bahía sin la anuencia del “castellano” de Bocachica.
Valido de su nuevo cargo acometió en beneficio propio y de sus
socios, en abierta desobediencia a las Cédulas Reales sobre un perdón
a los esclavizados fugitivos, la más enconada persecusión y crímenes
contra ellos en toda la historia de la colonia. Pero nunca causas innobles
alcanzaron fama sin pírricas victorias. Su ampulosa nombradía de
exterminador de los palenques se convirtió muy pronto en vergüenza
e importancia por la humillación sufrida ante el almirante francés Jean
Bernard des Jeanes, Barón de Pointis:
Testigo de las indagatorias contra los africanos sospechosos de
participar en el temido levantamiento, el nuevo Gobernador pronto pasó
de ser juez a ejecutor de sentencia de muerte al ingenuo pero lenguaraz
Francisco Arará, hecho que deploró todo el vecindario, clérigos, amas
de casa y comerciantes, quienes le habían visto crecer como hijo
expósito de la ciudad. A otros condenó a sus azotes en la picota pública;
a trabajos forzados en galeras y construcción de murallas; a penas de
destierro fuera de la provincia, vendidos y separados de su familia.
Las tropelías alarmaron a los religiosos, particularmente su
anunciada arremetida contra los fugitivos cimarrones, contrariando
las sonadas cédulas reales defendidas por los predicadores. Aún
persistían los miedos y sobresaltos no apagados por las ejecuciones
y descuartizamientos de cadáveres, cabezas colgadas de las picas,
macabros recuerdos del extinto Gobernador Cevallos de la Zerda.
La marea de rumores callejeros propaló nuevas y graves “delaciones”,
“confesiones” y “evidencias” de comprometidos y encubridores,
quitándoles el sueño, como cuando se instauró el Tribunal del Santo
Oficio de la Inquisición, a comienzo del fatídico siglo que continuaba
con su interminable procesión de sacrificados.

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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Pero contrario a esos primeros tiempos, a falta de herejes y brujos


quemados o fugitivos, la Iglesia se había convertido en defensora
de africanos bautizados o casados, a quienes muchos dueños les
desconocían sus nuevos derechos de cristianos.
El día 30 de mayo de 1694, un año después del encarcelamiento de
Francisco Vera, tras haber ordenado su traslado a celda y cepo más
seguros, el Gobernador se disponía a finiquitar el proceso contra el reo,
del cual se daba por segura su condena al cadalso. Desde la madrugada
de ese día, clarines de gallos en todas las voces anunciaban que el
mulato había burlado grillos, rejas y cárcel para refugiarse en la Iglesia
Catedral al amparo del sacro recinto.
Indignado, el exterminador dispuso el acordonamiento del templo,
mientras ordenaba prisión contra los presuntos cómplices, que
resultaron ser, para poca sorpresa de vecinos y presidiarios, la hija
y la mujer del propio carcelero, Bartolomé López, español, casado
con Juana Lucía de la Peña, mulata con gran ascendencia entre los
africanos de toda condición.
Veamos el tono plañidero conque el frustrado inquisidor cuenta lo
sucedido al Rey:
“Y estando en este estado hiso el día de Pente Contes fuga de la
cárcel el dicho Vera, refugiándosse a la Santa Iglesia Cathedral de
esta ciudad, pussele guardias convoque al asesor para justificar la
fuga y por proceder en una materia como esta con maduro acuerdo,
consulte al Ldo. Don Pedro Martínez de Montoya abogado de los
Reales Consejos, theniente general y auditor de guerra, por merced
de V.M. en esta Provincia, quien visto el prozesso me dio parezer de
que dicho Vera gozaba de la inmunidad, considerando el estado
de esta Ciudad, los enquentros passados y que el dicho theniente
general es el asesor que V.M. tiene dado a este Govierno, me
conformé con su dictamen e hize retirar las guardias dando todas
las providencias nezessarias para si saliesse de la iglesia en esta
Ciudad, su Provincia y las demas aprehender la Perssona para lo
qual ofrecí premio e impusse pena al que lo ocultasse.” ( )
La ira del castellano explotó sobre el alcaide del presidio, por ser
español enmaridado con la mulatería; Arrázola no deja de meter basa
en la tragicomedia, digna de una zarzuela picaresca:
“Es un hecho que Francisco de Vera le había “cortado el ombligo” a
Bartolomé López, Alcaide de la Cárcel Pública de Cartagena; pero

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es dudoso que sabida su pobreza pudiese comprar su libertad ni


aún por los doscientos pesos del valor de “la negrita”. Ocurriría que
su mediana cultura, su ladinazgo y su malicia indígena dentro del
ambiente de cerrada ignorancia del siglo y la colonia, se impusiese
no solamente a sus compañeros de prisión, negros analfabetos en
su mayoría, sino a los pocos presos blancos que hubiera y, desde
luego, al rudo Bartolomé López, su muger y, sobre todo, a la
joven hija del carcelero, ya que era además hombre joven, y como
mulato, apuesto. Quizá no hubiera otra razón para que Juana
Gregoria López se ofreciera a enseñarle el manejo de las llaves al
Alguacil novato, que propiciar la fuga de Pacho Vera, no ya bajo la
responsabilidad directa de su padre.” ( )
El asilo en terreno sagrado dividió a los parroquianos en dos bandos:
los espías del Gobernador y los auxiliadores del refugiado. Pero fue
la comunidad africana la mayormente aterrorizada, tanto por los ya
enjuiciados como por las amenazantes retaliaciones del ofendido. Los
sospechosos e inocentes buscaron amparo entre los clérigos y padrinos
de bautizo pero, a otros ya encarcelados, se les sometió a torturas para
que confesaran lo que no habían visto en sus amurallados calabozos.
Justo es que consignemos sus nombres en la larga lista de nuestro
martirilogio:
Lorenzo Verrío, criollo africano, ladino y que sabía firmar, había sido
esclavo del exgobernador, Don Luis Francisco de Verrío, Caballero de
la Orden de Calatrava, de quien el preso puso de manifiesto sentirse
honrado con su apellido.
Francisco Góngora, nacido en Guinea, lo trajeron pequeño y le
llamaban sus amos “el Congo”, de treinta años. Por ser ladino se le
juramentó por Dios y la Cruz, aunque no sabía leer ni escribir.
Pedro de Proencia, de casta arará y esclavizado de Francisco Ruiz.
Andrés Tovar, criollo, nacido en la ciudad.
Todos afirmaron conocer al fugitivo, así como a la mujer del alcaide
y a su hija, pero no cómo pudo escapar de la “jaula”.
En su memorial al Rey, el Gobernador dio noticias de sus requisitorios
para proseguir en forma implacable contra los cimarrones y sus
auxiliares:
“... que sin perjuicio de proceder en la causa a todo lo que convenga
sobre prisión y punición de los cómplices en la fuga se despache y

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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

publique Bando con pena de la vida al que lo ocultare o fomentare


y no lo denunciare y ofreciendo doscientos pesos de premio al
que manifestare o por su denunciación se executare su prisión
pues conviene al servicio de ambas magestades y despacharonse
requisitorias a todos los lugares y partidos de la provincia y con
yntención de la culpa a las provincias de Santafé, Popayán y Santa
Marta...” ( )
Resonaron como era costumbre las trompetas y redobles de la
banda del Gobernador, anunciando el pregón en la Plaza Mayor, al
igual que en las de la Yerba y de los Jagüeyes. Y como se aseguraba
que la red subversiva se extendía a todas las provincias del Reino, el
mandatario despachó sendos postas con copias del bando al Virrey y
demás Gobernadores.

LA GRAN GUERRA DE LOS PALENQUES

Oídos sordos a los requerimientos de los religiosos, las tropelías del


mandatario agrietaron aún más la relación con la Iglesia, interesada en
un intento de paz con los fugitivos, que les permitieran sus prédicas y
matrimonios entre los africanos de la ciudad y en los palenques.
La batida, que le mereciera el epíteto de “exterminador de los
palenques”, comenzó el 11 de febrero de 1694 para terminar el 1º de
octubre de ese año luctuoso. Las cifras de los muertos de que da razón
al Soberano, revelan por sí solas su sevicia:
“... no excuso participar lo referido a V.M. y que assi por lo que
consta de los autos como por noticias fijas se an coxido de dichos
Palenques nobenta y dos piezas chicas (niñas) y grandes y muertas
quarenta y tres...” ( )
Cantidad jamás superada por ningún otro Gobernador en las
múltiples campañas contra los cimarrones.
Igualmente abatió como ninguno el mayor número de palenques
en tan corta campaña que, de haberse prolongado, habría realmente
“exterminado” de raíz a cuantos hasta entonces pululaban en los
montes.
Por las batidas, en gran parte capitaneadas por él, espada en mano,
arrasó a cuantos palenques tuvo noticia, por lo que hoy sabemos que
existieron en la Provincia de Cartagena y limítrofes, en ambas orillas

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del Magdalena, afluentes, cañadas y lagunas: Boquilla, Zaragocilla,


Turbaco, Tabacales, Mahates, San Basilio, Tolú, San Miguel, Bongué,
Arenal, Duanga, Norosí, Canuba.
También relata, como ningún otro militar, la composición de su
tropa, capitanes, armas y terreno de combates, así como la organización
y tácticas del enemigo, número de muertos, capturados, y situación de
ruina y desamparo en que quedaban los sobrevivientes.
De esta guerra marginamos mayores detalles para recoger
algunas acciones, en las cuales los jefes cimarrones combatieron con
tanto denuedo y valor, que el propio español reconoce como épicos
guerreros:
Juan Brún, capitán del Palenque Canuba, a orillas de la quebrada de
San Pedro (Mompox), al frente de sus hombres suicidas, opuso tanta
bravura en defensa de su libertad, que el sorprendido Don Sancho
Ximeno no pudo menos que describir al Rey aquel combate, como una
verdadera hazaña:
“... como a la tres de la madrugada les tube sercados los Buxios
y dando el asalto salieron dichos negros con sus armas y nos
embistieron valerosamente en cuya rrefriega se aprehendió el
capitán y otras siete piezas y murió una quien aseguró a V.S. el
haver peleado con tanto extremo que no aver levantado la voz
a que le matasen hubiera hecho estragos en los nuestros, pues
aviendome encontrado con él y partiéndole la lanza por el medio
de un alfanjasso se rretiró por detrás de un buxio y saco otra
embistiendo con denuedo osado a una esquadra de ocho hombres
que estavan en la aprehensión del capitán y un zambo que se avía
defendido valerosamente a quienes se les dijo le mataran y con
tres heridas mortales no fue posible rreducirle hasta que espiró y
mandé le cortasen las orejas las quales estaban clavadas en la plaza
pública de esta villa escusando el traer la cabeza por la aspereza de
aquellas serranías y lo dilatado del camino... ( ).
Las emboscadas prosiguieron por todas las breñas y montañas
defendidas por malezas, trincheras, arcabuces, alfanjes, machetes,
lanzas, flechas, a los que se sumaban los arcabuces que pasaban de los
piratas a los cimarrones.
Los atacantes disponían de caballos, perros de rastreo y ataque;
baquianos de la región y amerindios convertidos en aliados de los
españoles, a sueldo o por propia defensa de sus tierras y mujeres.
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Además del interés de recapturar a los esclavizados, los esclavistas


apoyaban las batidas para recuperar las minas de oro en poder de los
jesuítas, como acontecía con las de Simití y río San Miguel.
En este reducto se habían refugiado y defendían la mayor parte de
los sobrevivientes del Palenque de Matuderé, después de la captura y
muerte del “Rey” Domingo Criollo, capitaneados por su segundo, el
capitán Pedro Mina y sus veteranos guerreros.
El Gobernador se ufanó de aquella embestida:
“Marché perssonalmente el día 24 de febrero para el palenque
nombrado San Miguel que hera el principal de todos, y sin
embargo de llevar quatrocientos y cinquenta hombres y de ir en
forma y ordenanza militar, con Banguardia, Cuerpo de Vatalla y
retaguardia, y dos mangas de Arcabuzeros por los costados, que
batían el camino y cubrían la marcha. haviendo andado como cossa
de quatro leguas poco más o menos a pie, se hallaron los negros
de dicho Palenque reforzados con los de los demás Palenques, que
estaban emboscados en el mismo camino, por frente y costados
como cosa de medio quarto de legua...”
El combate no se hizo esperar, extendiéndose en sucesivos frentes
de refriega. Por el invaluable valor que tiene para la historia nacional
esta heróica resistencia de los cimarrones, transcribimos el epílogo
narrado por el Gobernador al Rey:
“... y por los demás servicios que constan del testimonio de dicha
Real provisión adjunta; y continuando mi zelo, en el servicio de V.M.
desseando destruir, y consumir enteramente dichos Palenques, por
haver quedado algunos negros en la montaña, y por su Capitán el
negro Pedro Mina, segundo caudillo de dichos Palenques,
por la muerte del dicho Domingo Criollo, ynzessantemente
ordené se les hiciessen diferentes entradas por los quadrilleros y
partidarios que mi solicitud dispusso, hasta aprehender vivos o
muerto dicho negro Capitán Pedro Mina y los demás negros que le
seguían, que haviéndose aprehendido hasta catorce de su quadrilla,
se resolvió dicho Pedro Mina con otros quince negros salir a
hablar con una mayordomo de las estancias de María, nombrado
Francisco Ortiz, valiéndose de este para que alcansándole devajo
de la palabra Real le perdonassen la vida, saldría de la montaña
con dichos negros y se entregaría; y haviéndomelo participado el
dicho Francisco Ortiz, reconociendo lo áspero y dilatado de ella,
y lo riguroso que havía entrado el Inbierno de muchas aguas, y
que se hacia dificultosa la aprehensión deste negro, por ser el más

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belicoso que havía entre ellos, por no poderse mantener en aquellos


montes los partidarios comuniqué con perssonas Doctas de ciencia
y conciencia la proposición de dicho negro Pedro Mina, y todas
convinieron en que sería muy del servicio de Dios y de V.M. el
conzederle el perdón de la vida que pedía y fuesse desterrado de
toda esta Provincia y la del nuebo Reyno, con cuyos parezeres me
conformé, despachando carta de Perdón devajo de la Real Palabra
de V.M. de que si cumplía lo que ofrecía se le perdonaría la vida; y con
esta noticia dicho Pedro Mina salió de dicha montaña con las dichas
quinze piezas de esclavos que le seguían y se vino a esta Ciudad y
pressentó ante mí y queda asegurado en la Cárcel Pública, para ssi
llegase a este puerto la Armada Real de Barlovento embarcarlo enb
ella y remitirlo al Castillo de San Juan de Lua para que en el sirva
toda su vida por esclavo perpetuo de V.M.; y haviéndose logrado
el sacar de la Montaña el dicho Pedro Mina y salídosse después
algunos negros de ellos, que se han entregado a sus dueños, espero
en Nuestro Señor que si antes que entre el verano no se huviessen
salido los pocos negros que andan en aquellos montes conseguir
sacarlos con muy poca diligencia por las dichas quadrillas y
Partidarios que volverán a entrar a seguirlos hasta aprehenderlos
vivos y muertos. Y esta ciudad y su provincia quedará asegurada
de las hostilidades y perjuicios que recivían los vecinos y dueños
de haciendas de campo de dichos negros, de que me ha parecido
dar quenta a V.M. para que le conste. En ynterin que la doy con el
testimonio de los autos obrados sobre esta razón. Dios guarde la
C.R.P. de V.M. como la christiandad ha menester. Cartagena de las
Yndias y Septiembre 22 de 1695 años. DON SANCHO XIMENO.”
( ).
El imbatible Pedro Mina, condenado a esclavitud, a prisión perpetua,
moriría deportado en Veracruz (México), en el mencionado Castillo de
San Juan de Utúa, en fecha no registrada.
El exilio del guerrero, capitán del “Rey” Domingo Criollo, no daría
fin a la guerra cimarrona que se prolongaría a lo largo del siguiente
siglo.

e
181
CAPÍTULO SÉPTIMO:

“ P ALENQUE, P RIMER T ERRITORIO


L IBRE DE A M É R I C A”

PÓRTICO HISTÓRICO

A
partir de este momento, los relatos están documentados en las
investigaciones del historiador cartagenero Roberto Arrázola.
Colombia aún está en deuda de rendir tributo póstumo al
historiador cartagenero Roberto Arrázola, por la exhaustiva investigación
sobre los palenques de la Matuna, Matuderé y Tabacal (¿San Basilio?),
durante cinco años, en los archivos de Sevilla y Cartagena.
El reconocimiento hecho por la Constitución de la pluralidad étnica
y cultural de nuestro pueblo, obliga al Estado a exaltar la historia de los
africanos y descendientes en sus luchas para forjar una nación libre,
democrática y soberana.
Adelantándose al tiempo, porque la historia no sólo mira hacia atrás,
Arrázola, mestizo, se ubica hoy en la vanguardia de las reivindicaciones
étnicas, con su obra clásica: “Palenque, Primer Pueblo Libre de
América”, publicada en el año 1970.
Inexplicablemente no ha sido difundida, conociéndose tan sólo una
edición engrapada, reducidísima y condenada a convertirse en otro
documento fantasma, como los infolios por él investigados. No pasa
de ser un habitante anónimo en unas cuantas bibliotecas públicas y
privadas.
La responsabilidad de divulgar a los connacionales y americanos de
todo el continente las acciones de los reyes cimarrones Benkos Biojo y
Domingo Criollo, reclama una nueva edición de lujo y en gran número
de ejemplares, para que ocupe el sitial que le corresponde al lado de los
precursores Gunga Zumbi, L’Ouverture, Petión, Bolívar, Piar, Morelos
y Padilla.
Sea el prólogo de Roberto Arrázola a su obra, pórtico histórico de la
segunda parte de este libro:
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

“R A Z O N”
“Hemos intitulado esta obra “PALENQUE, PRIMER PUEBLO LIBRE
DE AMERICA”, porque ya fueron solamente los “quatro palenques
que en forma de lugares” hubo en la “Sierra de María”, conforme
lo reconoció el propio Rey de España, Carlos II, el Hechizado,
por Real Cédula expedida en Aranjuez el 3 de Mayo de 1688, y el
principal de los cuales estaba bajo la advocación de SAN MIGUEL;
ya fueren los diversos palenques que hubo más próximos de la
ciudad, a que se refieren los documentos de su debelación que vamos
a conocer, entre otros los de TABACAL, MATUDERE y MATUNA,
y aún sin pretender que todos estos palenques coexistiesen, es
un hecho incuestionable que los negros esclavos que se fugaron
de Cartagena desde los tiempos mismos de Pedro de Heredia,
fundaron, establecieron y poblaron muchos “lugares” en el dilatado
y selvático territorio de la antigua Provincia de Cartagena de
Indias; pueblos que permanecieron segregados, exentos de tributos
reales y apartados del resto de la colonia española de Cartagena
por centenares de años y cuyos habitantes, habiendo de darse sus
propios jefes para su gobierno, constituyeron una comunidad libre
y, desde luego, soberana de sus propios destinos todo el tiempo que
se confrontó esta situación de insularidad.
“El hecho mismo de que estos conglomerados de negros esclavos
hubieran de defender su libertad contra las periódicas “entradas”
que hacían a dichos “lugares” los españoles con el propósito de
someterlos a su antigua esclavitud sin conseguirlo totalmente; y, lo
que es más, el haber podido pasar, andando el tiempo, de la huída
al ataque en las verdaderas guerras que sostuvieron contra todos
los gobernadores de Cartagena, hasta llegar a la de exterminio
que pretendió hacerles el gobernador interino de la Provincia, don
Sancho Ximeno, en 1694, está demostrando la existencia de una
situación de rebeldía permanente contra la soberanía del Rey de
España y la autoridad de sus gobernadores; rebeldía que, desde
luego, era una a modo de independencia o, cuando menos, un vivir
peligroso pero voluntario por amor de la libertad.
“Por último, la existencia supérstite aún del “palenque” por
antonomasia, que bajo la advocación de SAN BASILIO existe todavía
en las goteras de Cartagena, reconocido como un verdadero pueblo
singular en el concierto de todos los demás pueblos de Colombia,
y aparte de los núcleos negros que esmaltan el hoy reducido
Departamento de Bolívar; pueblo negro aquél que llegó hasta la
mismísima constitución de la República en el más extraño estado
de incontaminación racial, que no ostenta ni siquiera el propio
pueblo de color de los Estados Unidos de Norte América, para
finalmente quedar a la deriva, incongruente e intemporal bajo la

184
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

Democracia, es prueba de excepción del irrevocable amor por la


libertad de la raza negra, confirmado en este propio Siglo XX por
todas las naciones de Africa que han alcanzado su independencia.
“Así, hay que convenir en que tanto por su permanencia a través
de los trescientos años del coloniaje, como por su inmanencia al
través de las generaciones negras que se sucedieron durante
aquellos tres siglos, el de los negros cimarrones de los palenques
de los arcabucos de Cartagena de Indias, es el único movimiento
verdaderamente libertario hasta la Independencia de Colombia
misma; movimiento cuyo espíritu precipitó la propia Declaración
de Independencia absoluta de Cartagena el 11 de Noviembre de
1811.” (Arrázola).

SOCIOLOGÍA DE LA TRATA
EN CARTAGENA DE INDIAS

La evaluación de los palenques cimarrones en Colombia y América,


requiere una perspectiva histórica continental y universal. Está
enmarcada en los propósitos esclavistas del colonialismo a partir
del Siglo XVI, que requirieron cientos de millones de hombres de
todas las etnias: América, Africa y Asia, para usufructo único de los
conquistadores y esclavistas de Europa.
La respuesta debió ser igualmente universal. Sin embargo, fueron
los pueblos de Africa los que sufrieron en mayor medida el rigor de la
esclavitud. Dispersos en el nuevo continente y atraillados por todos
los imperios y reinos de Europa, los focos de sublevación cimarrona,
aunque separados, se enfrentaron a los mismos latrocinios: degradación
humana, esclavitud y muerte. Estas negaciones conformaron la razón
vital de las luchas cimarronas.
En Castilla de Oro y posteriormente en el Virreinato de la Nueva
Granada, se registraron las primeras introducciones de africanos a
Tierra Firme (1514) para la colonización del Darién y posteriormente a
Santa Marta, desde su fundación (1525). En la medida en que avanzaba
la conquista y colonización, aumentaban los requerimientos de más
y nuevas fuerzas de trabajo. Conquista y colonización implicaban
presencia africana, fugas, levantamientos y palenques. Un nuevo
fenómeno social de resistencia operado en el continente.

185
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Lo que queremos resaltar en este proceso es el origen de las causas


sociales y económicas que conformaron un nuevo ideario de libertad,
estrategias y luchas por la emancipación de la esclavitud y la formación
de palenques, “territorios libres”, en la Nueva Granada y América.
Los contactos entre todos los focos subversivos, debido al tráfico de
prisioneros africanos, constituía una extensa red que involucraba directa
o indirectamente a todos los estados europeos en un mercado común:
La movilidad de los prisioneros una vez llegados a la América; la
diversidad de etnias compulsadas; el número de puertos utilizados
como destino final o de reaprovisionamiento; el comercio clandestino;
los transbordos en altamar para cambiar los destinos del cargamento o
reabastecerse para suplir las elevadas defunciones durante la travesía;
los asaltos piratas con propósitos de capturar y vender a los cautivos a
las colonias rivales, etc.
Suficientes razones para comprender que los palenques, aunque
nacían en regiones selváticas e inaccesibles para los amos, siempre
mantuvieron contactos clandestinos con los puertos, barcos, piratas
y traficantes. Estos vínculos se iniciaron desde el principio de la trata,
como aconteció con los primeros asientos de pesquería de perlas en el
litoral del Darién, Cabo de la Vela y las islas de Margarita, a través de
los cuales los cimarrones de Dibulla y La Ramada adquirían armas de
fuego, posteriormente empleadas para su defensa y asaltos a puertos
de desembarque, champanes fluviales, caravanas de prisioneros,
haciendas y minas.
Independientemente de la decidida oposición de los esclavizados,
el colonialismo originó, por la dialéctica social de los contrarios, su
polo antagónico: el proletariado cimarrón, el primero en la historia
del capitalismo mundial incipiente. Ya sabemos que la reimplantación
de las nuevas formas de esclavitud en América no respondía a un
proceso declinante del feudalismo, sino a un modo más inhumano de
explotación.
No fue un capricho de los libertadores cimarrones de la victoriosa
Revolución Antiesclavista de Haití, capitaneada por Toussaint
L’Ouverture, proclamar en 1804 la Primera República de Labradores
y Soldados.

186
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

Su hazaña pronto moriría asfixiada por la hostilidad y bloqueo


económico de las potencias europeas, apuntalados por la ocupación
militar de los Estados Unidos, racista y expoliadora. Los sueños de
libertad del pueblo haitiano fueron desde entonces conculcados.
Sin embargo, dentro del cuadro universal del desarrollo tecnológico
impulsado por la revolución fabril, la esclavitud sería superada. Las
mismas naciones monopolizadoras del tráfico humano combatieron a su
propio engendro, para prolongarlo con el régimen expoliador burgués.
La perfidia se puso de bulto con el triunfo de la Revolución Francesa, al
negar sus ideales de “libertad”, “igualdad” y “fraternidad” a los pueblos
oprimidos. Así nacieron en América las repúblicas esclavistas.
Reconocemos que en nuestros propósitos de señalar las proyecciones
continentales y universales del cimarronismo, nos hemos adelantado a
su momento histórico, por lo que conviene regresar a sus orígenes.
Durante tres y más siglos, a medida en que se afirmaba el
colonialismo, en sus propias tenazas asfixiantes surgió el movimiento
que lo estrangularía: la gran guerra de los Palenques, hija legítima
de la conquista y la esclavitud. Por encontrarse ya en su mayoría de
edad al finalizar el Siglo XVIII, las ricas experiencias de rebeliones,
palenques (Matuna, Palmares, Bayano), y la independencia masiva de
una vasta región americana (Surinam), le habían trazado el camino de
la insurrección general que culminaría a comienzos del Siglo XIX con
el triunfo de la Revolución Haitiana.
Pero en este largo recorrido, el cimarronismo fue también
engendrando sus propias contradicciones en la sociedad colonial: el
criollismo, la mulatocracia y el persistente enfrentamiento de las castas
y etnias que condujeron a la independencia y las repúblicas esclavistas
en todo América.

AFRICANOS EN CARTAGENA DE INDIAS

Pedro de Heredia, desde el primer año en que fundara a Cartagena


de Indias (1533), contribuye a que la ciudad comience a perfilarse como
“Cartagena de Negros”, al solicitar al emperador Carlos V, licencia de
introducir algunos africanos para “cabar las sepulturas del Zinú”.

187
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

El 21 de mayo de 1534, fray Tomás de Toro, primer obispo de la


ciudad, es autorizado para traer “al servicio de su persona y casa... dos
esclavos negros libres de todos derechos”.
En 1535, Heredia solicita nueva licencia por haber muerto la
mayor parte de los africanos “importados” (¿Realmente muertos o
fugitivos?).
En el mismo año, 1535, el Rey autoriza la entrada de dos esclavas
“blancas” al vecino de la ciudad, Alonso Román, “sin que en ello le sea
impuesto embargo ni impedimento”.
En la Cartagena donde todavía abundaban mancebas indígenas
abarraganadas a la fuerza por la soldadesca y capitanes, se convertía
en populosa hacienda de mulatos, zambos y mestizos.
Al iniciarse la construcción de las murallas, había tantos africanos,
que se les prohibió andar de noche por las calles so pena de ser
encarcelados y recibir cincuenta azotes y el pago de un peso oro al
dueño que lo hubiere permitido.
Las prohibiciones de toda índole se multiplican. El 31 de agosto de
1554, el Cabildo niega a “cualquier negro o negra esclavos tengan casas
ni aposentos fuera de las casas de los amos... so pena de cien azotes a
cada uno y que se les quemará sus buhíos”. La esclavitud constreñía las
más elementales necesidades humanas.
Tres años después (1557) se extreman las coerciones. El Cabildo
ordena que ningún “negro ni negra horro (libre), ni cautivo vendan
vino por arrovas so pena de perder el vino y diez pesos de pena... y que
se hechará de la tierra, y el que vendiera vino, no lo venda a ningún
negro esclavo”, medida que también comprendía a los “indios”, con lo
cual compulsaban a las alianzas afroindígenas en la propia ciudad, y,
con más razón, en las rochelas y palenques.
Siguen las disposiciones policivas:
El 12 de julio de 1559 “sé prohibe que las negras vendan por la ciudad
cosa alguna de ropa, pública o secretamente por ninguna vía, so pena
de destierro... y que al que la comprare se le puede pedir por delicto.”
(Entiéndase bien: las esclavizadas comerciaban con contrabandistas
y piratas). Por este medio se hacían llegar alijos a los palenques, sin
escatimar armas.

188
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

Así se deduce de otra contravención del Cabildo, con fecha del 28


de febrero de 1569: “... ningún negro ni negra horro (libre), reciva
en su casa a ningún negro ni negra zapacos, ni reciva de ellos cosa
alguna comprada ni en guarda, ni dada, ni tenga ningún género (de)
contratación con ellos, so pena de destierro de la tierra por seis años
precisos.”
Arrázola anota:
“Aunque no sería forzoso que se explicara, para la mejor inteligencia
de la “ordenanza”, hácese la aclaración de que los tales negros
zapacos eran los que vivían huidos de sus amos, a salto de mata, y
no se habían refugiado en los palenques; si se sabe lo que es zapa,
toda explicación redunda”. ( )
Vamos comprendiendo poco a poco la oculta trama que alimentaba
el cimarronismo desde las propias calles, ranchos y casas de los amos
en la ciudad. Los zapacos constituían un eslabón principalísimo entre
los cimarrones y los cautivos de los centros urbanos.
Para el año 1573, el aumento de las fugas y asaltos a las haciendas
atemorizan tanto a las autoridades que les obliga a violar las
disposiciones dictadas por Carlos V, en Cédula de 1540, por lo cual
prescribe que “en ningún caso se execute en los Negros Cimarrones la
pena de cortarles las partes, que honestamente no se pueden nombrar
y sean castigados conforme a derecho y leyes de este Libro”.
La desobediencia de los cabildantes de Cartagena debía justificarse
por hechos muy graves para sus intereses locales. El 9 de enero de ese
mismo año (1573), por acuerdo del Cabildo, se ordena:
“... que ningún negro traiga armas ni cuchillos, ni machetes, ni
macana, ni otra arma ofensiva, so pena que por la primera vez
sean llevados al Rollo y dados cien azotes, y que estén allí atados
todo el día, hasta puesto el sol, desnudos... y demás de la dicha
pena, el negro que fuese tomado con las dichas armas, tenga
perdido el vestido que tragere, para el Alguazil que lo executare;
por la segunda vez que fuere tomado con las dichas armas, tenga
de cortalle los miembros genitales al albeldrío del Juez, según
la calidad del delito, porque a tan grandes excesos, muertes y
desvergüenzas que con las dichas armas cometen los tales negros
conviene rigoroso castigo.” ( )

189
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Todo revela que los africanos prácticamente entraban y salían a la


ciudad como amos y señores por sus haciendas, sin encontrar modo de
meterlos en cintura. Lo confirma esta otra medida:
“... que ningún negro ni negra se junten los Domingos y fiestas a
cantar y bailar por las calles con tambores, sinó fuere en la parte
donde el Cavildo le señalare, y allí se les dé licencia que puedan
baylar, tañer y cantar y hazer sus regocijos, según sus costumbres,
hasta que se ponga el sol, y no más sinó fuere con licencia de la
Justicia. ( )
La agudización de las contradicciones esclavitud-cimarronismo
presagiaba los levantamientos en todo el territorio de la Nueva
Granada, desde el Cabo de la Vela hasta los territorios mineros de
Antioquia, Chocó, valles y litorales del Pacífico. Pero sería Cartagena
el epicentro de la insurrección, por el alto número de prisioneros que
llegaban de Africa y en ella se enteraban de las guerras emprendidas
por los cimarrones, cuyas consignas y tácticas difundían entre los
esclavizados, donde quiera que eran conducidos.
La aculturación de los africanos en nuestro país presenta algunas
características que la diferencian del proceso seguido en las Antillas,
Brasil, México y otras naciones americanas. Entre sus peculiaridades
podemos destacar:
1º. Cartagena de Indias fue el principal puerto de recolección y
dispersión de prisioneros en el Continente, lo que implicaba
el arribo de etnias que procedían de la mayor parte de las
culturas africanas.
Es cierto que estos cargamentos demoraban apenas el tiempo
necesario para practicar el cateo y reaprovisionamiento del
barco para seguir su destino final. Pero muchos se quedaban,
requeridos por las autoridades. De una manera u otra, la
presencia de nuevos cargamentos implicaba intercambio
entre los que llegaban y quienes les habían precedido, sobre
todo cuando estos últimos estaban atentos al arribo de los
barcos y a los esclavos que llegaban.
El reagrupamiento de prisioneros de distintas culturas facilitó
en Cartagena la formación de “naciones” africanas en cabildos
que sobrevivieron hasta comienzos de este siglo. Todavía en

190
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

la isla de Bocachica persiste, aunque muy débilmente, un


cabildo con su reina encargada de organizar la participación
de sus adherentes en las festividades de carnaval con disfraces
de diablos, reina conga, tambores y bailes similares a los que
aún se conservan en Colón y Portobello, en Panamá. Aquiles
Escalante y otros autores señalan la existencia en el pasado de
cabildos en Cartagena, integrados por las naciones mandinga,
carabalí, congo y mina, cada una con sus reyes y príncipes.
2º. Los variados requerimientos de mano de obra esclava de que
estaba necesitado el país –plantaciones agrícolas, ganadería,
minería, construcciones, artesanías, oficios domésticos–
permitía a los compradores elegir los más aptos entre las
distintas culturas, de acuerdo con su tradición. En este
sentido, la concentración de esclavos en Cartagena constituía
una inmejorable oportunidad de selección, la que disminuía
en otros mercados en la medida en que el cargamento
mermaba a lo largo del recorrido y de las ventas.
3º. Las condiciones de trabajo de los africanos en los centros
urbanos y suburbanos (Cartagena, Santa Marta, Mompox,
Tolú, etc.), prohijaron la hibridación de africanos con
europeos, amerindios, mestizos y mulatos. Por otro lado,
se facilitaba el mestizaje cultural entre los propios afros,
particularmente en el litoral Atlántico, al dialogar en las
calles, reuniones nocturnas, faenas de trabajo, días festivos,
etc., lo que era más difícil entre aquellos concentrados en
las zonas rurales, alejados por grandes distancias. A esto
se atribuye el que los cabildos y cultos religiosos africanos
hubieran podido reaglutinarse sólo en las ciudades, como
aconteció en La Habana, Puerto Príncipe, Bahía, Sao Paulo y
otros centros urbanos o sus alrededores.
Desde luego que las autoridades y los amos procuraron por
todos los medios impedir tales contactos que engendraban
oportunidades, no sólo para reconstruir cultos y costumbres
considerados paganos u obscenos, sino porque eran objeto
para celebrar alianzas, levantamientos y fugas.

191
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

También se prohibía bailar la calenda por considerársele


obscena y profana. Sin embargo en nuestros días esta
comparsa todavía se baila y canta en Santa Fe de Antioquia y
en Cartagena.
4º. Los centros mineros en Antioquia y litoral Pacífico, en los
cuales seguramente se prefirió africanos procedentes de
zonas con tradición minera (Senegal y Nigeria), concentraron
también individuos de otras culturas, pues primaba la salud
y fortaleza sobre la tradición minera. Igualmente, el control
estricto que se mantenía sobre ellos para evitar fugas y facilitar
la práctica religiosa, favoreció el proceso de aculturación
castellana, evidente en su folclor oral, bailes, canciones y
cantos religiosos.
Desde luego, el Santo Tribunal de la Inquisición, estatuído en
Cartagena, contribuyó en forma sistemática a reprimir en la ciudad y
provincias aledañas las ceremonias religiosas de los africanos, al ser
condenadas como brujería satánica.
Miradas estas circunstancias en su conjunto, tal vez expliquen
por qué en Colombia los africanos no estuvieron en condiciones de
recrear sus cultos religiosos, lenguas o bailes como aconteció en otras
naciones.
Pero en cambio, y ésta es la característica más saliente de su
aculturación en nuestro país, se amalgamaron profusamente a la
cultura indígena e hispánica, particularmente en el litoral caribeño,
hasta el grado de que en ellos sólo puede hablarse de triaculturación.

EL REY BENKOS, PRECURSOR


DE LA EMANCIPACIÓN

Benkos Biojo es un inmortal, y como todos los mortales, alimentado


en vida por las sombras de los Ancestros. Si buscáramos sus raíces
sería imposible reconstruirlas porque fueron arrancadas de Africa y
esparcidas en América por el vendaval de la esclavitud. Su verdadero
nacimiento acaece cuando lo desembarcaron en Cartagena de Indias,
desnudo y coronado de cadenas, sin que sepamos en qué nao, cargazón,

192
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

día ni año. Él narró su propia genealogía: “soy rey africano”, sin que
tampoco dijera el nombre de su reino. El único rastro confiable de
su identidad es su propio nombre: Benkos Bijo o Bhío, sin que tenga
importancia el de Domingo, pues nos consta que es postizo.
Pero ateniéndonos a su apellido, podemos presumir su etnia, carácter
e ideales. Biojó, según algunos historiadores, es una de las formas de
pronunciar en castellano la etnia wolof, la más temida por los Reyes de
España, porque desde el primer año de la introducción de prisioneros
capturados en Africa, se sublevaron en La Española, obligando a
que la Corona expidiera la primera Cédula Real, de septiembre 3 de
1501, prohibiendo su entrada a la América por belicosos y de malas
costumbres, las subversivas que enseñaban a los aborígenes. Sin
embargo continuaron llegando wolofs, biojós o golofios, nombre éste
que se le dió en nuestra costa Atlántica a una especie de estorninos,
por su color negro, intensamente oscuro y reluciente. Tal vez la más
correcta connotación se deba a que los wolofs o biojós, al igual que el
pájaro, se suicidaban al ser prisioneros.
Benkos Biojo comienza a dejar rastros en algunos documentos
después del año de 1600, cuando comenzó a distinguirse por su
resistencia a comportarse como esclavo e incitar a la rebelión. Por
estos hechos estuvo cuatro años cumpliendo trabajos forzados como
remero en la galera de una de las naos reales, lugar donde se confinaba
a los insumisos.
También cuenta la crónica policial que escapó, pese a estar
encadenado, y desde entonces entra en la historia como el más rebelde,
audaz, valiente y estratega de todos los jefes cimarrones de la Provincia
de Cartagena y Tierra Firme.
Nosotros consideramos que el título que merece por su verdadero
sitial en la historia es el de precursor de la ideología y estrategia de las
luchas cimarronas en América. Lo prueban los siguientes hechos que
se repetían en los ulteriores palenques:
• Organizar muchos palenques, acogido a la antiquísima táctica
de no ofrecer un sólo frente al enemigo.
• Emplear armas de fuego, arrebatadas a los españoles o adquiridas
en el comercio clandestino con los piratas.

193
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

• Ubicar los palenques en sitios geográficamente inexpugnables:


lagunas, selvas y montes.
• Mantener contactos con los palenques vecinos a su jurisdicción,
por muy distantes que estuvieran: al norte, con los Orosí
(Mompox), Santa Cruz de Masinga (Sierra Nevada), La Amada
(Riohacha) y, a través de ellos, con los de Coro, Maracaibo, El
Ticuyo e islas de Margarita (Venezuela) y Portobelo (Panamá).
Al sur, con los palenques de los territorios mineros de Uré,
Zaragoza, Cáceres, Santafé de Antioquia, Chocó, Cauca, etc.
Existen datos históricos y culturales que confirman estos nexos por
la simultaneidad o correlación de fechas de los levantamientos y la
existencia de una lengua general, el palenquero, aunque tuviera sus
variantes por las etnias o castas comprometidas.
Por el territorio y comunidades sobre las cuales influyó con autoridad
indiscutible, Benkos se abrogó el título de “Rey del Arcabuco”, del que
tanto se ufanaba. Muchos otros pudiéramos sumarle, pero el más
ajustado a sus acciones y fama es el de precursor, como lo hemos
sugerido.

LA CRÓNICA Y EL HÉROE

Para ceñir la figura del Rey Benkos a la crónica, transcribimos la carta


que el recién nombrado Gobernador Gerónimo Suazo de Cassasola,
escribe al Rey Felipe II (25 de enero de 1604), sobre la debelación del
Palenque de Matuna, donde ya menciona a Dominguillo Biojo como su
“rey”, el cual fue herido. Nos aclara, por lo de “Dominguillo”, que por
aquel entonces éste debió ser un jovenzuelo:
“... por otras avise a V.M. de haver desbaratado y muerto la mayor
parte de los negros cimarrones que se havían levantado en estos
montes y cienegas y como la tierra es tan montuosa y áspera y ellos
gente criada en ellos (los montes) no fue posible por ninguna bia
humana Poderlos acavar de destruir y ansi tornaron a rehacerse
juntando y combocando así otra cantidad de negros que serían más
de sesenta piezas entre varones y hembras/ Los quales hicieron un
palenque fuerte con su estacada en madera en una cienega metida
en el corazón de muchas otras cubiertas de monte de donde salían
para las estancias y pueblos de Yndios matando quantos españoles

194
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

e yndios topavan Rovando las haziendas y quemando las casas


usando todo género de crueldades hasta sacar los yndios de un
pueblo que se llama Turbana los quales llevaron cargados con sus
rovos y llegando a sus embarcaderos los mantaron a lanzadas
por que no descubrieran los caminos y alojamientos que tenían
llevándose las yndias y negras que prendieron para servirse dellas
y las que tenían criaturas porque no llorasen arrojándolas por una
pierna a la mar y haziendo otros géneros de crueldades e ynsolencias
quales nunca bárbaros hizieron y vanse desvergonzando tanto los
esclavos domésticos que fue menester ponerles la mano castigando
y hechando a galeras cualquiera que hablava en favor de los
cimarrones y juntamente despache muchos soldados por la mar
y por la tierra y la galera patrona que asistiese como de presidio
en parte cómoda donde se recogiese la gente herida y enferma
hízose la entrada y los soldados prendieron un negro centinela
que descubrió el palenque entrose la cienega donde estava fundado
yendo los soldados el agua a los pechos lo qual y el mucho cieno fue
de grande ympedimento se cometieron (acometieron, que decimos
hoy) dos vezes pelando con gran pujanza con lanzas arrojadizas
y flechas de que son muy diestros pero no pudiendo sufrir la
fuerza de la arcabucería se rretiraron con muerte de algunos y
entre ellos el alférez negro que cayó con su bandera en las manos
salieron heridos siete u ocho de flechazos y valazos y también salió
herido Dominguillo Bioho a quien llaman rey/ retiraronse por
las cienegas y manglares entrose el palenque donde se hallaron
muchas lanzas y flechas y rropa y plata labrada y herramientas
de monte de estancias que avían rrovado prendieronse algunas
negras y tomaronse yndias que se binieron a los soldados y de estas
y de otras que después acá se han prendido supe de los disignios
que tenían y de la rrepública que yvan formando con su thesoro
contador y theniente de la guerra y alguazil mayor capitán y otros
oficios/ Los que se escaparon vivos de esta refriega se bolvieron
a juntar y fueron continuando con sus negras por la tierra firme
hasta la baranca donde haviendo yo prevenido se rretirasen las
canoas y barcas a la otra banda de Tenerife y no pudiendo pasar
se bolvieron y vinieron marchando por una montaña donde fueron
sentidos por unos soldados que yban abriendo camino y como los
vieron dexaron la comida que llevavan y tres negras y se pusieron
en huyda/ La gente de acavallo y tres compañías de ynfantería anda
aora en su seguimiento y no levantaré el campo hasta haverlos
acavado/ Yo he salido dos veces a un pueblo que se llama Turbaco
que está en el comedio del sitio donde handa la gente por ser más
cómodo para los avisos y prevenciones y ahora saldré terzera vez
porque no podré probeer con tanta necesidad lo necesario a la

195
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

guerra si estuviese en la ciudad/ De seis u siete negros que hasta


aora se han prendido demás de los muertos se ha hecho justicia
exemplar y esto hasta aora a sido de tanta ymportancia que no ay
negro que hose sacar el pie de la ciudad porque save que no le ha
de costar menos de la vida y por ningún caso conviene moderar el
castigo en estos tiempos porque el atrevimiento de estos negros es
grande.” (Arrázola) ( )
Esta fluída correspondencia entre el Gobernador y su Soberano
Felipe II, constituye la fuente más fidedigna e ilustrativa del malestar
que generaban los cimarrones por sus asaltos. Refiriéndose a ellos,
precipitadamente, en un mismo día toma la pluma para alertar al Rey
de su gravedad:
“Señor
Estando este navío de avisso para partir y cerrados los Pliegos que
lleva le tuve (aviso, naturalmente) de que ciertos negros cimarrones
que ay en estos montes avían muerto (que hoy ecimos matado, más
crudamente) tres o quatro españoles y de otros que con ellos yban
no se tiene nueva hasta aora de lo que asido dellos; deven estar
ascondidos en los arcabucos, y como negocio de consideración, y
que dello se podían seguir manigfiestos ynconvenientes al Punto
mande despachar un Capitán con treinta arcabuceros que vayan
en su busca; y en ello se tendrá el cuidado que el casso pide de cuyo
sucesso y de los demás que se ofreciere daré avisso a V.M. cuya
catholica persona Dios guarde con augmento de mayores Reynos
y señoríos como la christiandad a menester. De Cartagena 16 de
Novyembre 1602. Don Jerónimo de Suazo.”
Aún después del desastroso asalto infringido al Palenque de
Matuna, el Rey Benkos, perseguido por la milicia real, pudo reunir
a los sobrevivientes, emprendiendo una marcha heróica, y viéndose
acorralado por el enemigo, pues no pudo alcanzar la orilla del río
Magdalena donde buscaba reunirse con los alzados de Zaragoza
(1596), valientemente retrocede a los pantanos donde había sido
derrotado. Entonces, a sabiendas del temor que infundía a militares y
hacendados, pese a estar maltrecho, tuvo la arrogancia de proponer al
Gebernador Gerónimo de Suazo y Casasola, un armisticio de estado a
estado, como si aún dispusiera de fuerza para enfrentarlo. La propuesta
desconcertó a tal grado al Gobernador, que éste optó por consultar con
el Cabildo, la Iglesia y los hacendados. Por la trascendencia histórica
que derivaron de este acto, reproducimos apartes de la misiva que el
196
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

Gobernador dirige al Rey, el 18 de julio de 1605, esperanzado en que


éste comprendiera la angustiosa situación en que se encontraba, por la
cual, sin su autorización, firmó en su nombre una virtual capitulación:
“... La guerra de los cimarrones que a sido tan enfadosa y pessada
a sido Dios servido que se aya acabado y aunque a costado mucho
no le a tocado a la Real Hacienda de V.M. un real por razones y
caussas que me parecieron ser justas las quales tengo referidas en
la visita que se me ha tomado. El remate que a tenida a sido que de
sesenta o setenta negros que heran los que actualmente andavan
en el monte an quedado solos 18 y 6 negras que todos los demás
los an muerto y aunque es verdad que estos tenían convocados
muchos en Zaragoza y en el río de la hacha como vieron la priesa
que yo les di y que nunca dexaron de tener sobre si ciento soldados
desystieron del yntento que tenían y assi no se alzaron estos 218
visto de la manera como se les apretava me ynbiaron a pedir la paz
y por considerar las dificultades que avía para acabarlos con ser
tan pocos y ser necesario hazer tanta costa para ello como si fueran
muchos me Resolví en concederles paz por un año según y de la
manera que se capituló con ellos que fue que si V.M. lo tuviese por
bien sería lo mesmo adelante y si no bolviéramos a procurar darles
fin y esto con parecer del cabo de esta ciudad y de otras muchas
personas cuyos papeles y recados yran en los galeones para que
visto por V.M. mande lo que más fuere servido que mediante esto
es tanta la quietud de esta provincia y seguridad de los arcabucos
y montañas della que qualquiera persona va sola por ellos y los
negros de servicio no se osan huyr respecto de que los cimarrones
quedaron obligados a prender y traer todos los que se desertasen
de sus amos.” ( )
Son muchos los documentos rescatados y publicados por Roberto
Arrázola, sobre las ejecutorias emancipadoras de Benkos Biojo, durante
dos décadas de sobresaltos que vivió la provincia de Cartagena por las
luchas cimarronas.
Abreviamos los sucesos que han trascendido para la historia:
Tras su fuga de la galera real, Benkos recorrió en forma clandestina
las casamatas donde se hacinaban sus hermanos dedicados a la
construcción de las fortificaciones. No le sería difícil convencer a
muchos para que escaparan de aquellos cementerios de hombres vivos
donde, además de las largas y extenuantes horas de trabajo al sol, se
les llagaban las manos al mezclar la cal viva con arena para pegar las
piedras de las murallas que aún perduran gracias a este laceramiento.
197
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Al huir a los montes, ya era capitán de una cuadrilla de cimarrones que


asaltaba haciendas, liberando esclavizados, hombres, mujeres y niños.
Más tarde fundó un palenque tras de escoger el sitio más estratégico en
la Matuna, una isla rodeada de lagunas cenagosas, a varias leguas de
Cartagena. Pero no contento con este lugar, centro de sus operaciones,
eligió y fundó el palenque de Matuderé, en los Montes de María, desde
donde podía atisbar a distancia el movimiento de extraños.
A un lado del camino que conducía a Tolú, paso obligado de caravanas
de prisioneros africanos, atrincheró otro palenque para ataques y
cultivos, cuyo nombre original no ha sobrevivido (¿Betancí?), sino el
de San Basilio, correspondiente a una estribación de la Sierra María,
dado un siglo después por Fray Antonio Cassiani, obispo de Cartagena,
en 1713. Desde entonces, el palenque persistió allí con los siglos, bajo
las condiciones pactadas: “que no habite ningún blanco, a excepción
del misionero, y tener gobierno propio al mando de un capitán”.
Una tercera condición jamás se cumpliría: rechazar a nuevos
africanos prófugos de la esclavitud.

Benkos, cauteloso, elegía siempre los lugares boscosos, y procuró


poblarlos con nuevos evadidos y liberados, en sus asaltos a las haciendas
y atrevidas incursiones a los extramuros de la ciudad. Entre los
refugiados figuraban indígenas que voluntariamente buscaban amparo
en los palenques, huyendo de los captores españoles necesitados de
siervos para sus tierras. Un africano costaba mucho dinero, mientras
que el aborigen era presa gratuita.
Pero no todo era idílico en los palenques, como lo revela una leyenda
o historia de amor, entre el capitán español Alonso del Campo y la hija
del Rey:
“Cuenta la tradición que allí encontró a la princesa Orika, hija de
Biho con quien había sostenido relaciones amorosas en Cartagena
cuando su madre, la Reina Wiwa y el Príncipe Sando, su hermano,
habían sido esclavos del Capitán Alonso del Campo. El encuentro
vivificó las viejas relaciones, la Reina Wiwa y la princesa Orika
visitaban y cuidaban solicitamente al herido. Una noche la princesa
Orika se le presenta inesperadamente al capitán del Campo y por

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E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

su cuenta y riesgo le facilitó cuidadosamente la fuga, pero un tiro


de arcabuz tronchó la vida del fugitivo cuando se había alejado de
la población...” (Escalante) ( ).
La sentencia del rey fue extrema: la hija fue decapitada por sus
propias manos.
La “decapitación”, a golpe de espada o machete, era práctica
cotidiana en las guerras y asaltos cimarrones contra los españoles.

Los aborígenes, en un principio complacientes y protectores de


cimarrones, debieron resistirles y perseguirlos, dando apoyo a las
milicias reales y cuadrillas de amos para recapturarlos.
El correr de los tiempos, adueñados los africanos de las tierras,
expulsaban de sus territorios a sus legítimos dueños, arrebatándoles
sus mujeres. Con el creciente número de evadidos, la mujer indígena
fue presa codiciada y objeto de continuos enfrentamientos. Las
capturadas por voluntad o fuerza aumentaron la población de zambos
en los palenques.
No obstante, fue la guerra contra la esclavitud de unos y otros lo
que atenaceaba las luchas cimarronas. Contienda a muerte contra las
autoridades reales, hacendados y amos citadinos. Pero también dirigida
contra los sumisos mestizos, mulatos, zambos y algunos afro-criollos.
Estos últimos, ladinos de crianza y bautizados, miraban a los recién
venidos africanos, desnudos y argollados, con el mismo desprecio de
sus esclavizadores. Desde luego que no era una actitud general, sino
de los sumisos y abyectos. Por el contrario, estos hermanos, recién
capturados en Africa, constituían la mejor levadura para las luchas
contra la esclavitud.

CAPTURA Y MUERTE DEL REY BENKOS

Parte de la leyenda y fama del imbatible Rey Benkos, se debía a


que las muchas avanzadas contra él y los palenques siempre fueron
infructuosas. Se le consideraba protegido de sus brujos, los babalaos
africanos, quienes lo tornaban invisible a la luz del sol sin que sus

199
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

enemigos pudieran capturarlo. Que poseía el don de la clarividencia para


otear a distancia el tiempo, las personas, cosas y hechos. Igualmente se
le tenía por inmune a las balas, lanzas y espadas.
Las capitulaciones por las cuales se le concedió la libertad y preservar
su mando como capitán o regidor del palenque de Matuna, aumentaron
su prestigio y autoridad ante los cimarrones y amos españoles. Desde
entonces, por halagarlo y mantenerse a salvo de sus asaltos que no dejó
de ejecutar, los hacendados, de tiempo en tiempo le obsequiaban reses,
marranos, vestidos para él y su consorte preferida, la que también
ostentaba el título de “Reina”.
La entente de paz se prolongó hasta principios de 1621, casi dos
décadas, cuando la guardia nocturna, a la entrada de la ciudad,
lo aprehende en una confusa reyerta. Nunca se esclarecieron los
hechos ocurridos en esta infausta noche. La versión propalada por
la milicia, cuenta que al impedírsele la entrada, enfurecido, atacó,
sólo, con su lanza, a la guardia, pues los miembros de su custodia lo
habían abandonado. ¡Inexplicable actitud de sus valientes y belicosos
guerreros minas que siempre lo acompañaban!
Conozcamos este otro documento de indudable mérito para
la historia nacional, por cuanto en él se describen los hechos que
rodearon la captura y ejecución del Rey Benkos. Para la fecha, el nuevo
Gobernador de Cartagena era García Girón, quien el 28 de marzo de
1621, escribe al Rey:
“Señor.
Cuando llegue a governar esta provincia una de las cosas que allé
más dignas de rremediar fue un alzamiento que abía abido en
esta ciudad de unos negros cuyo caudillo y capitán fue un negro
llamado Domingo Bioo, negro tan belicoso y baliente que con sus
embustes y encantos se llevaba tras de sí a todas las naciones de
Guinea que abía en esta ciudad y provincia hizo tanto daño tantas
muertes y alboroto que hizo gastar a esta ciudad más de ducientos
mill ducados y sin poder castigarle ni a él ni a los negros alzados
que traya consigo se tomó con él un medio muy desigual y se le
consintió que biniese a poblar a veinte leguas de aquí con todos
sus soldados los quales todos hizieron y fundaron un pueblo y a
dos alcandes de la hermandad que acaso fueron por allí a correr
la tierra los desarmó diziendo que en su jurisdición no abían de
entrar gente armada/ porque él era Rey de Matuna/ y llegó a tanto

200
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

su atrevimiento que se yntitulaba con este apellido y si acaso benía


a esta ciudad era con gente armada/ finalmente todos los negros de
esta provincia y ciudad pasan de veinte mill le tenían tanto miedo
y rrespeto y el hera tan belicoso y atrevido que cada día se temía
algún alzamiento y todos los vezinos desta ciudad que son artos
que tenían estancias cerca del pueblo de este negro le reconocían
y rregalaban/ finalmente este Domingo Bioo hera recetáculo de
todos los urtos y fuga de los negros de esta ciudad por lo qual
toda ella me pedía el rremedio/ Sucedio que una noche cerró con la
guardia del Predio de esta ciudad el dicho Domingo Bioo tirándoles
muchos botes de lanza y sus compañeros lo desampararon porque
no quisieron atrabesarse con la guardia/ y assi le prendieron y me
le traxeron a las diez de la noche– yo le fui poco a poco fulminando
su proceso y allándole muchas culpas y muertes y que toda esta
ciudad clamaba que le aorcase, pero yo fui tomando el pulso a este
caso por los inconbenientes que podían resultar, alle los ánimos de
sus compañeros tan reducidos a obediencia que me pareció que el
dicho Domingo Bioo muriese por justicia y assi le aorcaron a los
diez y seis de marzo con lo qual han quedado todos los negros muy
quietos y pacíficos y de modo que los demás del pueblo de estos
negros que los llaman mogollones los tengo reducidos y me an
dado palabra de benirse a poblar una legua de esta ciudad y les he
embiado dos bezes al campo en busca de muchos cimarrones que
ay de negros/ en ste caso me he balido de algunas mañas y trazas
para el buen suceso/ Doy quenta a V.M. por parecer que se ha echo
servicio y bien a esta ciudad que a estado con arto miedo de este
negro. Guarde N.S. la C. y R. Persona de V.M. como puede y la
chistianidad a menester, etc.”
La noticia de su apresamiento causó regocijo y descanso al Gobernador,
a los miembros del Cabildo, y no poca codicia a los inquisidores que lo
deseaban procesar por brujo. Y lo más sorprendente: los esclavizados,
libres, criollos y africanos recién llegados, lejos de mostrar pesadumbre
o protesta, se sumieron en el mayor letargo, incrédulos de lo que oían
y veían.
Evidentemente, el terrible ahorcamiento tuvo más ribetes de opereta
que de ejecución. Sin fórmula de juicio ni Auto de Fe, el 16 de marzo
de 1621, carente de su espada, uniforme y corona real, atado al rollo, la
columna de ajusticiamiento, fue ahorcado el precursor e instigador de
la Guerra General de los Palenques, partera de la Independencia.

201
C A P Í T U L O O C TAV O :

L A H ERENCIA DEL R EY B ENKOS

E
l apresamiento y ejecución del Rey Benkos sembró la desesperanza
en los palenques. Sin embargo, tanto en los cimarrones como
entre las autoridades y amos, rondaba su sombra amenazante.
A sus súbditos, sin brújula, les quedó la oportunidad de reagruparse
en el nuevo sitio señalado por el Gobernador Gerónimo de Suazo y
Cassasola (¿Tabacales?), a dos leguas de Cartagena. Como siempre, la
historia oficial no ha dejado rastros de su ubicación exacta, una manera
de erradicarlo de la memoria y de la historia: sin territorio demarcado
era mucho más fácil destruírlo.
Se olvidaron que la leyenda y el mito, sin geografía espacial
y temporal, perpetúan los hechos en la mente de los pueblos en
progresiones inconmensurables: la grandeza, rebeldía y permanencia
del Rey Benkos comenzó precisamente con su ahorcamiento.
Desde su inicio, el nuevo palenque suscitó malquerencias y rechazos
de amos de la ciudad y dueños de haciendas en el campo. La sola
presencia de los cimarrones amnistiados por las calles de la ciudad les
producía desasosiego.
Muy temidos eran los “zapacos”, término despectivo dado a los
cimarrones que merodeaban las haciendas, caminos y poblados
dedicados al robo de provisiones para los palenques.
Los más atrevidos se introducían al recinto amurallado donde la
servidumbre los refugiaba en las casas de sus propios amos. Por la
noche hurtaban armas de fuego, espadas, machete, ropa y herramientas
de trabajo para fortalecer la resistencia de los evadidos.
Pero lo que más atemorizaba a los esclavistas era su permanente
incitación a los africanos recién llegados para que huyeran de las
extenuantes canteras y construcciones de murallas hacia los palenques,
pese a que esto estaba expresamente prohibido en la amnistía convenida
con el Rey Benkos.
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Hoy no sería correcto estigmatizar los zapacos, de maleantes


y ladrones, cuando fueron legítimos rebeldes en una sociedad
esclavizadora.
El propio Gobernador Suazo y Cassasola, supo que con el
ahorcamiento de su “Rey” apenas aplastaba la cabeza de la serpiente,
pero que sobreviviría la cola cascabelera de los múltiples palenques
diseminados en su Provincia.
Por casi una centuria (1605-1693), el armisticio refrendado por
Felipe II, daría cuerda floja para memoriales de gobernadores,
reclamos de hacendados, súplica de cimarrones, pastorales de obispos,
demandas de ediles y asaltos armados sobre todos los palenques de las
Provincias de Cartagena, Antioquia, Mompox, Santa Marta y Panamá.
La “Guerra de los Palenques”, como oficialmente la llamaba el Rey y
los gobernadores, no era cuestión de poca monta, porque en ella se
corría la suerte del Imperio Español enfrentado a las potencias rivales
(Francia e Inglaterra), y a la piratería por ellas financiada.
Ante riesgos tan graves, Carlos II (1660), el nuevo Soberano, debió
abolir tales libertades a los cimarrones (Cédula Real de 3 de mayo de
1688), para más tarde echar marcha atrás con Cédula Real del 23 de
agosto de 1691, enviada al licenciado Don Balthasar de la Fuente y
Robredo, capellán de Turbaco.
Esta jurisdicción comprendía un vasto territorio próximo a
Cartagena, donde se encontraban cuatro partidas de cimarrones:
además de Tabacales (Turbaco), el de Mahates; Matuderé, en la Sierra
María, y Betancur en la de San Basilio. A la sazón era Gobernador de
Cartagena, el sargento General de Batalla, don Martín de Cevallos y la
Zerda.
Para resaltar el revuelo que produjo la Cédula de Perdón de 1691,
reproducimos las recomendaciones que el cura Balthasar previamente
había hecho al Rey, tras haber convenido los términos con Domingo
Criollo, jefe de los alzados del Palenque de Matuderé. El soberano
Español no sólo acogía las sugerencias del presbítero, sino que lo
nombraba Tesorero de la Iglesia Catedral de Cartagena, invistiéndolo
así de poderes reales para adelantar la misión pacificadora frente a los
fugitivos:

204
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

“A pocos días después, me bolbió a buscar el dicho Negro


Governador, y me dixo se llamaba Domingo Criollo, abitava
en aquellos montes, y tenía a su obediencia más de seiscientos
hombres a quienes governava, quatro Capitanes, cada uno de su
nación; y que él con los Criollos del Monte darían la obediencia
al Governador de Cartagena, y que los harían lo mismo si se les
dava libertad. Pidiéndome que yo lo propusiese, y aviéndolo hecho
por Diziembre del dicho año, a Don Rafael Capsi, (Rafael Capsir y
Sanz) que entonces lo era, me respondió venciese con dichos Negros,
que se había de baxar de la Sierra donde estavan. Avisé al dicho
Domingo Criollo, que luego baxó acompañado de sus Capitanes, y
otros muchos, con diferentes armas, escopetas, flechas y lanzas; y
después de largas conferencias, capitularon conmigo en la forma
siguiente:
Que el Governador, en nombre de su magestad, avia de dar libertar
a todos los Negros y Negras, que de su voluntad diesen la obediencia y
á todos sus hijos y descendientes.
Que se les fijase Territorio donde poblarse, con tierras suficientes
para labrar.
Que en dicha población se les pusiese un Cura, y un Justicia Mayor,
Españoles.
Que se obligarían á cojer todos los Negros de la Provincia que se
huyesen en adelante, y entregar a los que no obedeciesen estas
proposiciones.
Que estarían prontos á obedecer todas las órdenes que se les diese
por dicho Governador.
Que havían de nombrar a dos Alcaldes todos los años, y un
Procurador.
Que por las tierras que poblasen, y cultivasen, pagarían lo mismo
que se usa en la Provincia, y los demás tributos que paga la gente
libre, para mantener dicho Cura y Justicia.
Que para mayor seguridad de lo que propone daría un hijo en
reenes...”.
“...Advirtiéndome, que en la de Santa Marta, y Panamá avia otras
Poblaciones mayores que la suya, con las quales se comunicavan
(aunque raras vezes) y que con este exemplar darían la obediencia
á su Magestad; y que unos, y otros, (governados de Españoles)
podrían conquistar la mayor parte de la Provincia de Santa Marta,
Ríos del Sinú, Cauca y Andariel, (sic), y poner franco y tratable el
camino antiguo de Cartagena á Panamá, por ser circunvezinos á
sus Poblaciones...”.

205
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

“...Estas capitulaciones pasé yo mismo á participarselas al dicho


Governador, y me respondió que lo concediera, pero que era preciso
dar cuenta á su Magestad antes de executarlo.” (Arrázola).

DOMINGO CRIOLLO, NUEVO REY DEL


PALENQUE DE MATUDERÉ

En peor momento no pudo llegar la Cédula de Carlos II, ordenando


las nuevas capitulaciones, que no eran otra cosa que la reducción
pacífica de los palenques en todos los territorios de la Provincia de
Cartagena.
La alarma y desesperación cundió entre los propietarios de
esclavos de toda laya, quienes veían amenazados sus dominios, que
consideraban a salvo de injerencias del Rey. Aún recordaban, no sin
alevosía, la insurrección de Lope de Aguirre en Venezuela. Así pues,
se dieron prisa en ocultar la Cédula para que no se propalara la noticia
entre los palenques y en pedir súplica al Rey para que fuese anulada.
La Corona, sin embargo, enfrentaba serias amenazas de Francia
e Inglaterra, y necesitaba la paz con los cimarrones para asegurar la
economía de subsistencia en las colonias, prever bloqueos de piratas
y terminar de amurallar a Cartagena de Indias, convertida en llave
estratégica de sus dominios en América.
La Cédula concediendo armisticios y libertad a los alzados que se
sometieran, muy pronto fue conocida por los cimarrones, quienes
la miraron con recelo, considerándola una trampa de los amos para
rescatar a sus esclavos. Entre los más desconfiados figuraban los
fugitivos de las castas o naciones –mina, arará, bambara, carabalí,
etc.– por sentirse aún africanos y extraños en los dominios del Rey de
España. Muchos de ellos, como lo fuera el Rey Benkos, eran virtuales
guerreros que disponían de armas de fuego y espada, arrebatadas a
españoles en sus asaltos; por robo de los zapacos o en el comercio
clandestino con los piratas. Esta versión de alianzas y estrategias de
cimarrones y piratas proliferaba en la población y entre las mismas
autoridades.

206
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

MISIONEROS Y PALENQUES

Religiosos pacificadores figuraban de tiempo atrás, bien vistos en


los palenques, donde celebraban misas y bautizos, aunque tal vez
no confesiones. Los africanos tenían sus propios “santos” a quiénes
revelarles sus acciones liberadoras, jamás consideradas “pecados”.
Desde los primeros predicadores, Alonso de Sandoval y San Pedro
Claver, el tema de los bautizos y confesiones a los etíopes despertó
serias sospechas en la Iglesia, por cuanto dudaba de su sinceridad al
abjurar de sus creencias ancestrales. Sin embargo, la catequesis en los
palenques abrió un nuevo campo de experimentación en sus prácticas
y relaciones interculturales.
Los cimarrones recibían con agrado a los misioneros, porque el
centro de su cohesión y lucha giraba en torno al culto de los Ancestros
Protectores (lumbalú), el cual no entraba en conflicto con las Deidades
Supremas de sus múltiples culturas, ni con el Dios de los Cristianos o
de los amerindios. Podría afirmarse que en los palenques y rochelas
se practicaba una verdadera libertad de culto, como lo testimonian los
relatos de algunos misioneros.
Transcribimos el concepto del padre Balthasar de la Fuente:
“Con la noticia de que yo andava en este exercicio, los Negros de esta
Población (Matuderé) se determinaron a buscarme, y dentro de dos
meses llegaron a mi casa más de cincuenta de ellos, y cercandome
en ella se entraron cinco en mi quarto, diziendome el uno de ellos,
me asegurase que él governava aquella gente, y otros muchos,
que solo me buscava para que los conociese, y administrase los
Sacramentos que me pidiese, como Cura de aquel Territorio: ofrecí
hacerlo, y me encargaron no bolviese a reconocer sus poblaciones
que ellos me buscarían.
Hizieronlo muchas vezes, llevandome á una de ellas, donde bautizé
muchos párbulos, adultos, y me hallé a diferentes matrimonios, que
se celebraron en mi presencia; y en el discurso de estas ocasiones
rocuré hazerles algunas pláticas espirituales, y ver si los podía
reducir a la obediencia de su Magestad; y reconocí en ellos algunas
idolatrías y supersticiones.”
Pero hasta estos apartados parajes llegó la pugna de los intereses
de la Corona, la Iglesia y la esclavitud, disputándose la posesión de
los cuerpos y las almas: intento de recaptura de los fugitivos con

207
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

patrullas del Gobernador, pagadas por los esclavistas; frecuentes


visitas de predicadores, algunos de los cuales protegían a los fugitivos
con patrullas del Gobernador, pagadas por los esclavistas. Entre tales
bandos encontrados, los cimarrones desconfiaban de unos y otros, ya
defendiéndose con las armas o amparándose a la sombra de la Cruz.
Sin embargo, no todos los misioneros despertaban su confianza, por
algunas preguntas que les hacían en sus confesiones: “¿cuántos eran?”,
“¿quiénes mandaban?” y “¿qué armas poseían?”. Para impedir las
infidencias que facilitaran el ataque de las milicias, el “rey” prohibía
la entrada de aquellos confesores sospechosos e inclusive asaltaban
sus parroquias. Por lo que puede concluirse: a la “libertad de culto” se
sumaba la guerra contra los infidentes.
En la época de los sucesos que relatamos, los predicadores que
gozaban de mayor confianza eran los padres Miguel de Toro, de la
parroquia de Tenerife, y Fernando Zapata, jesuíta de Cartagena. Ambos
recelaron del padre Balthasar de la Fuente, cura de Turbaco, quien se
le atravesó con su improvisada visita al Palenque de Matuderé, origen
de la famosa Cédula del Perdón.
Así vemos que el padre de Tenerife solicita por escrito al de Cartagena
que “averiguase con Domingo Criollo y demás capitanes de Matuderé,
cuáles eclesiásticos les asistían y bauptziban y si conocían el Licenciado
Don Balthasar de la Fuente”. En cumplimiento de tal cometido, Zapata
expresa en su información que “no le conocían... ni habían hecho con
él ningunas capitulaciones, ni pedimiento alguno de libertad”.
¡Espionaje de los curas y mentirillas de los cimarrones para encubrir
al párroco que les hablaba de la generosidad del Rey y no de la de
Dios!
El nuevo redentor, mostrando en alto la Cédula de la Libertad, ufano
y victorioso, confeccionó una bandera o estandarte con las Armas de la
Corona en un lado, y en el reverso las de la Santa y General Inquisición.
Con ella se proponía pregonar a los esclavos que cuantos le siguieran
serían libres traspasada la puerta de la ciudad.
Con alarma y miedo, los amos y capitulares, en repetidos cabildos
pidieron al Gobernador que impidiera la marcha del sacerdote, lo que
acogió sin mayor demora, pues ya, él, en franca y taimada desobediencia

208
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

al Rey, había decidido por sí propio la debelación del Palenque de


Matuderé y recapturar a todos los sobrevivientes.
Los zapacos, testigos ocultos de cuanto acontecía, mantuvieron
informado a su “rey”, quien, a la vez, dispuesto a defender a Matuderé,
su principal fortaleza, desplegó la estrategia del inolvidable Benkos:
atacar y resistir en distintos frentes. Por seguro damos que ya se
comunicaba con los jefes de los diferentes palenques a lo largo del
territorio, hasta Panamá, como lo había prometido en su entrevista al
padre Balthasar. Ante las amenazadoras noticias que a diario le llevaban
sus espías, respondió con asaltos a las haciendas y poblaciones a su
alcance en pos de armas y provisiones. La lectura de los documentos,
aún cuando hablen de atrocidades y crímenes, así lo confirman:
“Las malas noticias de tierradentro, llueven. Juan Correa informa
al Gobernador que “los negros zimarrones el día anterior (12 de
Abril) havían entrado en el sitio nombrado el Bijagual... y robaron
todo quanto allaron llebandose tres mujeres con siete hijos, dando
de machetazos al marido de una...” Ya el 5, había recibido el
atribulado Gobernador dos cartas contextes en que se le decía
“los negros zimarrones andaban entrando en los sitios robandolos
y llebandose las mujeres, gozandolas a vista de sus padres y que
benia una esquadra de negros a esta costa con animo de llebarse
consigo todos los negros que pudiesen de las haziendas.”
“El día 4 mismo (Abril), informa el Gobernador que el Sargento
Mayor de la Plaza, don Alonso Cortés le dió cuenta que “en dos de
dicho mes como a las siete de la mañana havía ydo un cavallero
de esta ziudad a su cassa y le havía dicho como la noche pasada le
havía llamado un religiosso grave... y le havía dicho de Per signum
cruzis como sabia de un Penitente... que estava para subzeder un
gran travajo en esta ziudad y que solo podia atajarlo llamando la
Real Armada de Barlovento que a la sazón se allaba en la ziudad de
Puertobelo...” ( )

MATUDERÉ, “PALENQUE DE LOS MINAS”

La mayor zozobra para los Gobernadores y esclavistas de Cartagena y


Provincias circunvecinas (Antioquia, Mompox, Santa Marta y Panamá),
era el Palenque de Matuderé, en la Sierra de María, fortalecido a lo
largo de más de tres cuartos de siglo, después de la toma del Palenque
de la Matuna (1605) y posterior ejecución del Rey Benkos (1621).

209
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Ante la disyuntiva de ejecutar o desobedecer la nueva Cédula


Real (1691), la actitud de los amos, compartida por los miembros del
Cabildo, era “acatarla pero no cumplirla”. El Gobernador, partidario de
la debelación a mano armada, jugó la doble carta de enviar su propio
mensajero, el padre Fernando Zapata, para iniciar conversaciones
de paz con el jefe Domingo Criollo, y, simultáneamente, emprender
la guerra contra él. El ofrecimiento del gobernante desconocía los
acuerdos del Rey con el párroco Balthasar, pues prometía solamente la
libertad a los esclavos nacidos en los palenques “criollos”, negándosela
a sus padres africanos y demás evadidos.
A tal propuesta, el “rey” Domingo y sus capitanes opusieron su
airado rechazo, al desconocerse el principal punto de acuerdo con el
padre Balthasar:
“... Que el Gobernador, en nombre de su Majestad, avía de dar
libertad a todos los negros y negras que de su voluntad diecen la
obediencia a todos sus hijos de descendientes”.
El oficioso clérigo cuenta en su informe al Gobernador:
“... mientras los “criollos” mostraban un natural muy doméstico
sinsero y apacible, los “minas” opusieron algunas magsimas
(máximas) y falta de confianza y tenazidad a entregarse... y que al
principio se abían negado a la manifestazion (revelar el número) de
su jente nombre y dueños creyendo (creando) malizia...”
No se trataba solo de “malicia”, pues también el misionero alcanzó a
contar entre ellos “cuarenta y ocho armas de fuego... y treinta y tantas
de provecho porque los criollos solo usan flechas y lanzas”.
Tanta era la influencia que ejercían los minas en Matuderé que, en
algunos documentos de la época, a esta Partida de cimarrones se le
llamaba “Palenque de los Minas”.
Su fama de guerreros corría pareja con su apreciado concepto
de libertad, razón esencial de su lucha. El diputado del Cabildo de
Cartagena, capitán Don Bartolomé Narbáez, no tiene reparo en
comunicarlo al Gobernador:
“... de que los negros del Palenque (Matuderé) se querían sujetar
boluntariamente allaba experienzia real de lo contrario... y más
cuando la mayor parte de los esclavos se componía de negros
Minas que por su natural ynclinación son maliciosos y Barbaros
así contra sus mismas Bidas, pues a cada paso se las quitan ellos
mismos por no sujectarse a servidumbre...” ( ).
210
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

EL ASALTO
Sigamos el tic-tac de la historia, día a día, hora a hora, segundo
a segundo, registrando el primer capítulo de la Independencia de la
Nueva Granada, precursora del Alzamiento de los Comuneros (1781).

AÑO 1693
23 de abril. En la mañana, después del Tedeum, al resonar de las
campanas, clarines y redoblantes, el Gobernador y Capitán General de
Batalla de la Provincia de Cartagena de Indias, don Martín Cevallos y de
la Zerda, inició públicamente el desconocimiento de la Cédula, firmada
con puño de su Majestad, el Rey Carlos II, por la cual concedía perdón
y libertad a los esclavos huídos y alzados del Palenque de Matuderé, y,
en general, de la Provincia de Cartagena, que se acogieran a ella.
Por alguna rendija de su ventana, en la Catedral, el bueno y
entristecido Don Balthasar de la Fuente, arrugaba entre sus manos
la Cédula Real que nunca pudo entregar al Capitán del Palenque de
Matuderé.
Y también, mucho más llorosos, desde los portalones, casamatas y
murallas, los esclavos descalzos y encadenados, contemplarían alejarse
la esperanza de libertad.
Desde los balcones, los capitulares y ediles agitaban pañuelos; los
amos aplaudían alborozados y las matronas rogaban bendiciones al
Altísimo.
El Gobernador, a caballo y reluciente el uniforme, presidía la marcha,
seguido de Don Diego Beltrán, capitán de la Compañía del Presidio y la
Infantería, y del escribano, Don Juan Sánchez de Mora.
Por último, desfilaron la Caballería, la tropa y soldados mercenarios.
Todo pagado por los esclavistas, sin sacar un doblón de las Arcas del
Rey.
En tan insólito acontecimiento no faltó la aglomeración y cortejo de
los vecinos y la chusma de ociosos, limosneros y perros.
Ya al salir por la Puerta de la Media Luna, recibieron el mando de
la ciudad por el encargado del Gobierno Superior de las Armas, Don
Alonso Cortés, y, de Política, el Teniente General, Don Pedro Martínez
de Montoya.

211
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

El jubiloso repicar de las campanas de la iglesia de la Santísima


Trinidad y las salvas de artillería, desearon buen augurio a los
legionarios.
26 de abril. Después de pasar por la villa de Turbaco y tras breve
escaramuza con una sorprendida cuadrilla de cimarrones de Tabacales,
atenido a su ley del “halago y el garrote”, el Gobernador despacha a
tres “negros” que el padre Fernando Zapata había traído del Palenque
de Matuderé, con el nombramiento o título de Capitán al jefe Domingo
Criollo y de segundo en el mando a su sobrino Tomás Criollo.
27 de abril. Llegan noticias al Gobernador de que el Capitán Don
Juan Gabriel y el Alférez Juan Lendeta, al frente de doscientos hombres,
se hallaban en el Partido de Tierradentro, en el sitio de Tocajana.
Enterado de tan buena nueva, ordena al Capitán Juan de la Rada, a
quien nombra su Sargento Mayor de Compañía, ataque por distintas
partes al Palenque de Matuderé y simultáneamente al Palenque de
Betancur (¿San Basilio?), objetivos principales de la campaña. Dadas
por cumplidas sus órdenes, instruye pormenorizadamente que se
hiciera una lista de “negros” capturados tras recorrer los campos,
“recortando” las cabezas a los muertos, advirtiendo a la “gente” (tropa)
se daría por “cada bibo cuarenta pesos y por cada cabeza cuatro”.
Así mismo, advierte que los soldados no se embarazasen en el saqueo
después del avance, sino que de hecho se persiguiera a los “negros”.
El Gobernador no ostentaba simbólicamente sus títulos de “capitán”
y “general”, como lo demuestran sus órdenes mediante los memoriales
escritos que envía a sus lugartenientes: gracias a ello contamos hoy con
los datos, día a día, de las acciones realizadas en la toma del Palenque
de Matuderé y posteriores acontecimientos.
28 de abril. Horas antes de la llegada a la villa de Timiriguaco, le
había antecedido el capitán Don Francisco Llerena, alcalde de la Villa
de Tenerife, quien se dirigía a Cartagena con catorce “indios pintados”,
como nombraban a los mercenarios camuflados de indígena. Astuto,
el superior cambió varios miembros de su guardia personal por los
soldados del alcalde, reforzando así su tropa. Ocasión de perlas que
aprovechó para enviar albricias a los cartageneros.

212
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

Sin dejar hilos sueltos, en la fecha escribe al Gobernador de Santa


Marta sobre lo acontecido con los “indios pintados”, solicitándole en
el “Real Nombre”, previniese a los demás que pudieran salir de sus
pueblos a sumarse a su expedición.
29 de abril. Los hechos se precipitaban con magros y gordos
resultados: el Capitán General recibe carta del Partido de Tierradentro
de su lugarteniente Don Juan Lozano, sobre el asalto a “sangre y fuego”
de los “negros” cimarrones al pueblo de Piojó, “matando mucha gente
y llevándose las mujeres...”.
En la misma fecha, noticias de Cartagena sobre la muerte del Capitán
Don Juan de Artajona en una emboscada de cimarrones, cuando le
había prohibido abandonar la ciudad, previendo un posible alzamiento
de esclavos domésticos.
Atendiendo todos los frentes, seguidamente en “Auto de Campaña”,
manda al capitán Juan Gabriel que se incorpore con sus cien hombres
al Capitán Juan de la Rada para que “ambos dos”, hicieren la entrada
que estaba prevista.
1 y 2 de mayo. Al iniciarse el nuevo mes se ejecutan las órdenes y,
al día siguiente, recibe parte del capitán de la Rada del avance sobre el
Palenque de Matuderé, “matando a cinco de los alzados en armas, cuyas
cabezas le remito... restando pegar fuego al pueblo y seguir los rastros
de los “negros”...”
Sin mayor dilate el Gobernador envía las cabezas degolladas a
Cartagena, las que son recibidas con aplausos por los amedrentados
amos, “descubriéndose el Santísimo Sacramento y cantándose Tedeum
Laudamus”.
En los siguientes días de la toma y quema, palenque ardiendo, el
capitán General imparte consignas enérgicas para que se siga el rastro
de los que huían. En su “memorial”, luego de hacer mención de los
“negros, negras y chusma” capturados, afirma que faltaban muy pocos
por “coger o matar... pero, en atención a que entraban las aguas, cesaron
las ostilidades”... con que queda la gente apoderada del Palenque y de
algunos Negros prisioneros y diez y nuebe mugeres blancas, solteras y
casadas que tenían robadas los Negros...”

213
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Informa también de la captura en “El Palenque conquistado de una


“negra” con nombre de Reina o Virreina por ser mujer del Capitán
Domingo Padilla con tres hijos... fundadores del Palenque y cabeza
de aquella infernal tropa...”, la que hace retratar “aunque el pintor la
favoreció presentándola más aseada”. En medio de los sangrientos
episodios, al Capitán exterminador no le faltaba ironía para burlarse
de sus víctimas.
9 de Mayo. Al caer la tarde, a marcha retrasada para dar margen
a que se agrupasen las partidas de “negros” cogidos en las redadas,
el Gobernador llega a la estancia del Capitán Don Juan Molina, en
las vecindades de Cartagena. La hacienda, convertida en campo de
concentración, presenta un cuadro aterrador: los prisioneros atraillados
de gargantas y muñecas, a semejanza de las peores prácticas de los
cazadores africanos, se hacinan unos contra otros, mientras el olor
pútrido de las cabezas cortadas inunda la noche.
¿Cimarrones capturados en los palenques de Matuderé, Mahates,
Tabacales y Betancur?

EL DÍA EXECRABLE
10 de mayo. Los maitines de la catedral sonaban como dobles de
difunto. Las beatas atemorizadas rezaban en los sótanos y bodegas,
como en tiempos de asaltos piratas. Nadie se atrevió a salir a la
estampida, buscando refugio en las poblaciones alejadas del puerto.
Por vez primera el enemigo no amenazaba por el mar, escondido en
las propias cocinas y patios de las mansiones de los amos. No podían
hacerse los sordos porque los rumores eran difundidos por autoridades
y clérigos:
“¡Los esclavos se alzarán esta noche para rescatar al Rey Domingo,
prisionero de las milicias del Gobernador!”
Era sabido que éste había llegado “como a las ocho o nueve de la
mañana” al tejar de Doña María Baca, en las afueras de la ciudad. El
correo de las brujas se retrasaba al veloz de los arrieros que garabateaban
incesantemente sus burros.
En dicho tejar, el escribano redacta el “Auto de Vista” que
parsimoniosamente dicta el Gobernador:

214
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

“... un negro brujo nombrado Paulo era uno de los primeros


pobladores del Palenque de Matuderé, de mal natural e inclinación...
quien ayudaba a insistir que se ejecutaren las ostilidades para que
sirviesen de gran ejemplo.”
Caído el sol, a la entrada de la ciudad, el Gobernador ordena que se
pasase por las armas al “brujo Paulo”, y fuese atado a la cola de una
mula, arrastrándolo... y al mismo tiempo se le fuera dando doscientos
azotes a otro “negro” nombrado Antonio Nolu, que mantenía estrecha
comunicación con los palenques.
¡Nombres que no deben seguir ignorados porque corresponden a
los primeros mártires de la insurrección e independencia de la patria!
Todo presupone que las ejecuciones y azotes de los prisioneros eran
parte de la fanfarria militar conque debía celebrarse la ejecución del
“rey” Domingo.
No fue nada casual, pues, que a tiempo de entrar el flamante Capitán
General al frente de su tropa victoriosa por la Puerta de la Media Luna,
le fuese traído el prisionero encadenado de pies a cabeza, a quien luego
de tomarle declaración en la que dijo ser Domingo Padilla, fundador
y “rey” del Palenque de Matuderé, sin más fórmula de juicio, por vía
de buen gobierno, ordenó “pasarle por armas” por no haber verdugo
diestro para poderle ahorcar... y que después fuese colgado de la horca
donde estuviese dos horas... y al cabo de ellas se le hiciere “cuartos”
y se pusiesen en distintos caminos, llevándose antes por calles
acostumbradas...”
Nada informa el tan detallista General de la reacción de los
esclavizados, africanos y criollos nacidos en la ciudad, hijos de
matrimonios cristianos y bautizados en la Santa Fe Católica, a quienes
iban dirigidos los atroces castigos, amedrentándolos a nombre del
Rey.
¡Infausto magnicidio que perpetuó la política esclavista de la Corona
de España en América por dos siglos y medio más!

ACLARACIONES OBLIGANTES
En este contexto sobre la historia afrocolombiana a lo largo
de siglos, donde muchos vacíos han tenido que ser enriquecidos
con la tradición oral y el mito, es necesario, en lo que concierne a

215
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

hechos trascendentales, recurrir una vez más a los documentos para


fundamentar los irrebatibles juicios del historiador Roberto Arrázola,
cuando denunció la traición de los gobernadores de la Provincia de
Cartagena al incumplir el mandato de las repetidas Cédulas Reales, en
las que se concedía la libertad a los cimarrones como la más apropiada
política de sanear la sociedad esclavista. Y, desde luego, su reiterada
afirmación de que tal desacato cambió la política de España en América,
debido a la irrenunciable lucha de los cimarrones por su libertad.
De igual manera resaltamos que el Gobernador Cevallos y de la Zerda
hubiese consignado el nombre y apellido del fundador del Palenque
de Matuderé, capitán Domingo Padilla, ya que en otros documentos
generalmente es mencionado como Domingo Criollo.
Hecho trascendente que nos permite colegir, por el nombre y
apellido castellanos, su presumible nacimiento en América, confirmado
también por el apelativo de “Criollo”, sólo dado a los hijos de la tierra.
Así las cosas, queda claro que el segundo “Rey” de los rebeldes
cimarrones había nacido en la Provincia de Cartagena, a diferencia
del primero, el “Rey” Benkos Biojo o Bioho, de indudable prosapia
africana.
¡Descendencia y tradición que proclamamos con orgullo!
No obstante, es preciso aclarar que no siempre cuanto escribe
el Gobernador al Rey responde a la realidad, enredándose en
contradicciones acomodaticias para encubrir o resaltar sus verdaderos
actos. Es lo que ocurre en su carta al Rey con fecha 10 de mayo de 1693,
“MEMORIAL” ajustado a los autos obrados sobre la reducción que
hizo del Palenque de Matuderé, texto en el cual se basó el historiador
Arrázola para descubrir paso a paso lo ejecutado en esa acción.
Pues bien, allí describe el Gobernador, como lo hemos visto, el
“fusilamiento”, colgada en la horca y descuartizamiento del reo
Domingo Padilla, capitán del Palenque de Matuderé.
Sin embargo, en otra memoria dirigida al Rey el 28 de mayo, al
referirse a tan significativo magnicidio, no menciona al capitán y “rey”
ajusticiado:

216
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

“Y el día diez de este mes entró (una patrulla) en esta ciudad


trayendo cantidad de Negros prisioneros de los quales hize ahorcar
y desquartizar dos, que eran sus caudillos y azotar quatro...”
La omisión se torna más grave por lo inhumano de sus ejecuciones,
objeto de denuncias por parte de las autoridades judiciales de la
época.
Lo más sorprendente es encontrarnos con otra “muerte” del capitán
Domingo Criollo, según revela nadie menos que el nuevo Gobernador
de Cartagena, Don Sancho Ximeno y Orozco, en carta dirigida al Rey
con fecha de junio 20 de 1694, al visitar el Palenque de Matuderé:
“... persiguiendo a unos “negros” escondidos, el capitán Antonio
Meriño haviendo oydo dos tiros de escopeta ocurrió a ellos y avia
hallado muerto, tendido en el suelo al Capitán de dicho Palenque
nombrado Domingo Criollo a quien conocía por haverle visto, por
cuya razón passe a recivirles sus declaraciones a las negras que
havia llevado a dicho Palenque dicho capitán, y por ellas constó que
el día 23 de febrero vispera de cenissa, con la noticia que tuvieron
los negros de nuestra entrada, pegaron fuego al Palenque, quatro
dias havía a un sitio junto a una cienaga a cargo de dicho Capitán
Domingo Criollo, con quien yban dichas negras quando le mataron
y reconocieron la caveza por mi orden, la qual remití a esta ciudad
con la noticia referida, para que se fixasse en una de las partes
públicas, asegurando a V.M. que caussa grande Alegría en ver que
se havia conseguido el matar la caveza principal de los Palenques
que havia sido tan perniciosso, y se justificó que la razón por que el
susso dicho no se havia hallado en dicha emboscada, havia sido por
ser como hera un negro tan pessado, corpulento y de alguna hedad
que no podía retirarse y huir como los demás”. (Arrázola) ( )
El mentiroso Gobernador tendrá que dar explicaciones ante el juicio
de la historia.
Al paso de los acontecimientos no hubo tregua alguna por parte
de los insurrectos y la represión de los Gobernadores. Persistían
las autorizaciones reales de respetar la vida y libertad a quienes se
acogieran a la clemencia, nunca acatadas por los Gobernadores con
intereses esclavistas.

a
217
Te r c e r a p a r t e

M EMORIA Y R ESISTENCIA
C U LT U R A L

g
CAPÍTULO PRIMERO:

A LIANZAS Y A LZAMIENTOS
A FROINDÍGENAS
EN EL O CCIDENTE C OLOMBIANO

MEMORIA DE LOS GENTILICIOS AFRICANOS

N
o puede desmembrarse la historia de las luchas cimarronas,
aunque el ámbito de ellas se extienda de las orillas del
Atlántico y el archipiélago de San Andrés y Providencia hasta
las oceánicas del Pacífico, porque enmarcan todo el continente, desde
Norteamérica a las pampas Argentinas. Además, en la Nueva Granada,
cimarrones y palenques mantuvieron y muchas veces sincronizaron su
estrategia militar con el altisonante lenguaje de los tambores y de las
lenguas cimarronas que nunca conocieron las barreras de montañas,
ríos y selvas. Así lo cuenta la tradición oral que nos inspiró el “Lumbalú
para Despertar al Rey Benkos”.
Historia ágrafa que también narró y escribió Rogerio Velásquez.
Recogemos sus testimonios dejados en baúles inéditos que no dejan de
enriquecernos desde la muerte, las muchas rebeliones antiesclavistas
de indígenas y africanos que siempre terminaron con el degollamiento
de los alzados. ( ). (“Historia del Chocó”):
1688, se sublevan los africanos mineros de Neguá, de donde heredó
Diego Luis Córdoba su vocación emancipadora.
1688, en el mismo año, los indígenas de Lloró se rebelan y proclaman
sus propios jefes.
1719, nuevamente, los aborígenes se levantan en el Darién contra
los evangelizadores, que les trataban con la misma o mayor insidia que
los amos.
1727, hay otro movimiento en la misma región, acaudillado por el
africano Luis García, en el cual aparecen mezclados algunos franceses,
estimulando la venganza de los nativos.
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

1728, se alzan los africanos de Tadó.


1732, los esclavizados del Patía, encabezados por su caudillo Jerónimo,
se sublevan contra la autoridad española y se organizan en palenques.
1734, otra vez se revolucionan los indígenas del Darién y saquean a
Santa Cruz de Cana.
1754, otro motín indígena en el Darién, entonces dirigido contra
corsarios franceses, con la instigación de los británicos.
1758, en el Bajo Atrato, los mismos nativos atacan la vigía de
Ríosucio y dan muerte al capitán español.
1782, aborígenes del Caimán, Concepción y Mandinga, “pasan a
cuchillo” a 140 hombres del Corregimiento de la Corona. Se mantuvieron
alzados hasta 1786, cuando finalmente fueron derrotados, muertos sus
animales y arrasados sus cultivos.
1806, ya en vísperas de la revolución de los mestizos criollos, los
naturales persisten en sus alzamientos, y violando las capitulaciones
de Zipaquirá, convenidas con el Virrey Caballero y Góngora, asaltan e
incendian a Pavarandó, en el Darién.
1816, en plena insurrección de los patriotas neogranadinos, tiene
lugar la sublevación de los africanos de Saijá.
El historiador Velásquez concluye su inventario de rebeliones
afroindígenas, con estas palabras:
“Así llegó el Chocó al Siglo XI. Para aunar voluntades no
habían valido pactos con indígenas, degüellos de extranjeros,
levantamientos de africanos. Destacamentos, fuertes, vigías,
traslados de pueblos y familias, armas, pólvora y municiones,
muertes de españoles, piratas, buques, galeotes y lanchas
cañoneras, todo fue inútil. Cimarrones perseguidos; ingleses,
franceses y holandeses continuaban perturbando el avance del
comercio y la tranquilidad de las aldeas; soldados devorados por el
clima, las fatigas y las necesidades; iglesias taladas e incendiadas
y sacerdotes sacrificados en uno y otro mar; gastos ingentes en
el Darién y empresas mineras en bancarrota, regidas por leyes y
circunstancias que no operaban sobre el fundo sino en beneficio de
la Real Hacienda, era el cuadro. Por encima de todo, se hallaban
los señores dedicados a enriquecerse, ignorando el alcance de las
artimañas de Pitt, la ambición de Bonaparte, el descontento de los
mercaderes de Europa, la circulación de panfletos, la declaración
de Filadelfia, la noticia de la revolución francesa”. ( ).

222
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

El holocausto de opresiones y rebeldías de los africanos en Colombia,


no terminó con el triunfo de las luchas de independencia. Declarados
esclavos, debieron proseguir sus insurgencias durante treinta y dos
años después de la proclamación de la República. Mateo Mina, en su
libro “Esclavitud y Libertad”, nos narra esta etapa de los africanos,
remisos de volver a las minas y latifundios del Cauca. Ya entrado el
Siglo XX, Manuel Saturio Valencia es fusilado el 7 de mayo de 1907, en
Quibdó, convirtiéndose en el último mártir de la causa emancipadora
de su raza. ( ) (“Memorias del Odio”. Rogerio Velásquez.).
Aún cuando nos hayamos excedido un poco en este historial de
luchas emancipadoras, ello nos explica mejor el “apartheid” cultural
y social que sufre actualmente el Chocó y el Pacífico, canalones de
angustias, de cuyo subfondo surgieron las rebeldías de Sofonías Yacup
y Diego Luis Córdoba.

PERVIVENCIA DE LAS SANGRES INNOMINADAS


El exterminio de los gentilicios propios de los distintos pueblos de
Africa fue una de las primeras tácticas asumidas por los esclavistas
para destruir y barbarizar su identidad. Desde entonces se les señalaría
como “piezas de Indias” o esclavos, infiriendo así que carecen de una
tradición, de una nacionalidad, de un lugar propio en la faz de la tierra
y de los pueblos civilizados.
Igualmente atentatorio de la identidad cultural, fue darles el apelativo
genérico de “negros” como tipología de su etnia, identificando sus
características biológicas por la sola pigmentación de la piel, mientras
se denominaban a sí mismos europeos, españoles, portugueses,
franceses, ingleses, holandeses, haciendo referencias a que tenían una
patria, en tanto que a los prisioneros se les tenía como parias.
Nuestros abuelos, en las condiciones infamantes de la esclavitud,
mantuvieron una denodada resistencia a esta desculturización
y deshumanización. Cada vez que pudieron afirmarlo aludían y
recordaban sus orígenes culturales, denominándose a sí mismos,
africanos, dahomeyanos, angoleses, abisinos, sudaneses, o identificando
la comunidad o el pueblo donde habían nacido.

223
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Otra forma de desculturización fue el rebautizo católico, cambiándoles


los nombres familiares que, según la tradición africana, generalmente
aludían a un antepasado, familiar o al ancestro común de distintos grupos
étnicos. En este contexto sagrado, el nombre africano era y es más que un
simple apelativo: implica la esencia misma del ser, la vida y la cultura.

“GENTILICIOS AFRICANOS DEL OCCIDENTE DE


COLOMBIA”
Investigaciones de Rogerio Velásquez
El antropólogo chocoano, entre otros muchos trabajos reivindicadores
de la etnia, nos dejó lo que pudiéramos llamar la heráldica de nuestros
antepasados, que nos permite autentificar el indudable linaje de
hombres libres y cultos.
Su investigación fue cumplida en dos etapas, en trabajos de campo
realizados en los Departamentos de Chocó, Valle, Cauca y Nariño
(1960-1961), y en el Archivo Histórico Colonial (Sección de Negros
Esclavos), donde, a través de comunicaciones de Gobernadores de los
Siglos XVI, XVII y XVIII, se registraban en testamentos y documentos
de venta, los nombres de millares de nuestros abuelos esclavizados. De
esta forma integramos sus pesquisas con las realizadas por Roberto
Arrázola en el Archivo de Sevilla, sobre la presencia africana.

A
Acué. Aguamú.
Ambuila. Anda, Handa.
Angola. Arara, Arará.
B
Baca. Balanta.
Bañol, Bañón, Banol. Bato.
Betes o Betres. Biáfra, Biáfaa, Brafa.
Biojó, Biohó. Bran o Bram.
Briche.
C
Cachimbo. Cambindo.
Cana. Canga, Cangá.

224
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

Carabalí, Caravalí. Catambruno.


Catangara. Cartagena.
Casaga, Cazanga. Coco.
Congo. Coto.
Cuambú. Colorado.
Cuca. Cufí.
Culango. Curazao.
CH
Chalá. Chamba, Chambá.
Chara. Chato.
Chocó. Chontal.
E
Egbá, Evá.
F
Fandi, Fanti. Fiscal.
G
Gallinero. Gallego.
Gurumá. Guaguí.
Guamá. Guanchera.
Guazá.
H
Havi.
J
Jamaica.
L
Luango. Lucumí.
M
Mandinga. Maní.
Mariquiteño. Matamba.
Mina.

225
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

N
Nangó, Nagó.
O
Ocanga, Ocangá. Ocoró.
Oquesí.
P
Palmares. Palenque.
Panameño. Popayanejo.
Possú. Playonero.
R
Rey.
S
Sanga. Santafé, Santafé.
Solimán. Simiticá.
Soco.
T
Taba, Tabwua, Tagba. Tabí.
Tegue, Tegué. Tembe.
Timbiano. Turco.
V
Viví, Bibí.
Z
Zape, Sape. Zitará, Citará.

El investigador, siempre ceñido al más riguroso análisis científico,


lo compulsa a señalar el ámbito geográfico donde verificó sus
investigaciones. Sin embargo debemos aclarar que muchos de tales
gentilicios encontrados en el occidente colombiano, no siempre
aparecen en los documentos coloniales. Por ello, Velásquez enriquece
su lista con los siguientes nombres:
“Apellidos africanos del Alto y Bajo Chocó, que no aparecen en los
documentos consultados”

226
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

Número Gentilicios Región donde Departamentos donde Aproximaciones a estos apellidos


aparecieron se usan
A
1. Abipe Chocó
2. acasio Chocó
3. Achá-Hachá Chocó ¿De Ríohacha?
4. Adú Chocó
5. Anisares Cauca
6. Aponzá Cauca
7. Atica Chocó
8. Ayobí Chocó
B
9. Baylador Chocó ¿De los Bai-las de África Sudoriental?
10. Banguera Cauca Cauca
Nariño Nariño
Valle Valle
11. Baguí Nariño Nariño
12. Basante Nariño Nariño

13. Batalla Cauca Cauca


Nariño Nariño
14. Bodeguero Chocó

15. Bolué Chocó ¿De los Baulé de África Occidental francesa?


16. Boya Cauca Cauca ¿De los Gbaya de “Nigricia”?
C
17. Cacaraca Chocó
18. Campá-Campaz Cauca Cauca
19. Canca Chocó
20. Cancán Chocó ¿De los Kankanka del noroeste de África?
21. Candela Chocó
22. Cantoñí Cauca Cauca
23. Caraba Chocó ¿Carabalí?
24. Caraca Cauca ¿De caracas, Venezuela?
25. Carca Chocó
26. Casquete Cauca ¿Vendrá este apellido del uso constante de
sombreros de paja, uno de los elementos de la
civilización paleonegríticos del Alto Volta?
27. Castamena Chocó
28. Celorio Cauca
29. Collo Chocó
30. Congolino Chocó ¿Del Congo?
31. Copita Chocó
32. Conú Cauca Cauca
Nariño Nariño
33. Cosai Chocó ¿De Kasai, del Congo Belga?
34. Cuenú Cacua Cauca
Valle Valle
Nariño Nariño
CH
35. Chacachaca Chocó
36. Chato Chocó
D
37. Dinas Cauca Cauca ¿De los Dinka del Sudán Anglo-egipcio?
38. Dorí Chocó
G
39. Guanga Nariño Nariño ¿De los Gouang de la Nigeria del Sur?
L
40. Lucumadu Chocó ¿Lucumí?

227
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

M
41. Manyoma Chocó Chocó ¿De Manyema, en Angola?
42. Mesú Cauca Cauca ¿De Merú, en Uganda, o de Mofú, en la cordi-
llera de Mandara al norte de Camerún?
43. Mosumí Chocó ¿De Mossuil, en la isla de Mozambique?
44. Mungí Cauca Cauca ¿de los Munguiola del Congo?
N
45. Nato Chocó ¿Originario, nativo de la región chocoana?
46. Nuto Chocó
O
47. Ocara Chocó
P
48. Pajariao Chocó
49. Pallasu Chocó
50. Pango Chocó ¿Del río Pongo en Cabo Verde o de la región de
Pangua, en Kenya?
51. Pestaña Chocó ¿Españoles?
52. Petaca Chocó ¿Españoles?
53. Punes Chocó ¿Españoles?
54. Puntillo Chocó
S
55. Sabaleta Chocó ¿Español?
56. Samboa Chocó
57. Sangay Chocó ¿De los Songhay del monte Atlantika, en la
Nigricia?
58. Saquí Chocó
59. Setre Chocó ¿De Junko de Sestre, en Sierra Leona?
T
60. Timará Cauca Cauca ¿De Timaná?
61. Timote Cauca Cauca ¿Del inglés Timoty?
62. Thomposeño Chocó
63. Torano Chocó
64. Tori Chocó ¿Del inglés Tory?
65. Torisano Chocó

Registrados los gentilicios de africanos, recogidos por el antropólogo


Rogerio Velásquez, en el Cauca y el Chocó, conviene conocer los
documentos que dan noticias de los cautivos desembarcados en
Cartagena, su puerto de entrada. Esta confrontación nos permite
confirmar que las etnias africanas llegadas al país fueron las mismas,
aunque se hayan perdido sus respectivos etnónimos.

Lista de los negros esclavos de S.M., que existen en el Servicio de las


Fortificaciones de esta plaza (Cartagena de Indias), hasta fin del mes
de la fecha. (Arrázola. “Palenque, Primer Pueblo Libre de América”).
51. Isidro Chiquito 165. Gonzalo Ibacile
52. Valentín Mina 166. Theodosio Icuep
53. Juan Bautista Barranquilla 167. Victoriano Iguaná
54. Juan Francisco Barranquilla 168. Lucio Virá
55. Bernardo Ignacio 169. Policarpo Agó
56. Antonio Cocacú 170. Gerardo Ali
57. Mateo Coabena 171. Romualdo Saguó
58. Thadeo Andané 172. Guillermo Ocará
59. Zacarías Coací 173. Faustino Ocará
60. León Parenaná 174. Semeón Coangá
61. Hermenegildo Osoví 175. Florentino Lingú

228
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

62. Lazaro Coyo 176. Román Coangá


63. Marcos Cofí 177. Eusebio Sangulí
64. Aniceto Coamí 178. Victoriano Urimí
65. Remigio Da 179. Roberto Boan
66. Cornelio Cubú 180. Segundo Linsy
67. Roque Cofí 181. Marcelino Muey
68. Jacinto Copocú 182. Anicacio Buyú
69. Anacleto Civa 183. Tiburcio Masalá
70. Pío Maviala 184. Sandalio Usengo
71. Lino goma 185. Rito Civa
72. Cosme Saba 186. Donato Maviala
73. Raimundo Cunirí 187. Crispiniano Ucambo
74. Aniceto Coangá 188. Florentino Miala
75. Claudio Muanga 189. Daniel Paambo
76. Maximiliamo Panzó 190. Jacobo Umbeza
77. Marciano Singú 191. Alejo Usutu
78. Mazedon Lenda 192. Honorio Umpuari
79. Ezechiel Miala 193. Baltazar Ñanaga
80. Tiburcio Bangú 194. Deogracias Incole
81. Perfecto Kiele 195. Cornelio Mavinga
82. Fausto Bangú 196. Eustaquio Usinga
83. Antonio Quiluemba 197. Calixto Nichembe
84. Ubaldo Guende 198. Martín Encanga
85. Germán Miala 199. Leocadio Cabuengo
86. Hipólito Moanda 200. Benancio Vinda
87. Thimoteo Ugemba 201. Savino Masuaga
88. Yanuario Usita 202. Miguel Miala
89. Eustacio Mucomba 203. Telmo Bansú
90. Evaristo Yala 204. Aquilino Enjula
91. Narciso Mojuongo 205. Ascencio Masunga
92. José Gabriel Brito 206. Seraphin Majuanchi
93. Candido Ubancú 207. Manuel Ynglés
94. Stanislao Maviala 208. Pedro Bris
95. Pascasio Muanga 209. Pedro Narvaez
96. Esteban Embuca 210. Juan Bautista Crespo
97. Antero Macoso 211. Salvador Lucero
98. Carmelo Usungú 212. Nicolás de la Cruz
99. Jorge Maviala 213. Toribio Malungo
100. Rosalino Majuongo 214. Juan de Dios Mozo
101. Eulogio Empuco 215. Francisco de la Paz
102. Dimas Maviala 216. Bernardo Vivera
103. Benito Petelo 217. Casimiro Prieto
104. Hilario Goma 218. Juan Antonio Bautista
105. Alfonso Zambú 219. Vicente rubio
106. Alejandro Enguete 220. Cosme Delgado
107. Fernando Soloca 221. Pasqual De tierra
108. Segundo Imbesi 222. Marcos Espada
109. Celestino Viala 223. Joseph antonio
110. Cenón Baribuale 224. Victorio Viveño
111. Agatón Empide 225. Agustín Nicolás
112. Rophino Mavin 226. Roberto Pineda
113. Elías Enecú 227. Raimundo Cupido
114. Eusebio Enficá 228. Francisco Chiquito

229
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

CARTAGENA, 22 DE NOVIEMBRE DE 1792.”

Otro problema histórico es determinar a cuál etnia africana


pertenecían estos gentilicios, por cuanto ello permite aproximarse
con mayor certeza a la región y cultura de donde procedían. Se habla
entonces de etnias o culturas bantú, yoruba, ewe-fon, ashanti, etc.
Sin embargo, nunca se debe perder de vista que en la generalidad
de los casos, y particularmente para los afrohispanos, los distintos
prisioneros fueron hacinados en los puertos de embarque y bodegas
de los barcos traficantes, y que posteriormente fueron arrojados a los
ríos de la esclavitud que los dispersó y reagrupó con otros grupos y
generaciones llegados anteriormente o después. A lo largo de los
siglos se produjeron múltiples mestizajes, entre ellos con españoles y
aborígenes, lo cual nos obliga a tomar conciencia de esa semilla común,
pero también de la nueva etnia mestiza del hombre afroamericano.
Importante reflexión, en los momentos en que por influjo de los
patrones desculturizadores del esclavista, hay quienes pretenden
utilizar cartabones de “pureza negra” entre nuestros hermanos,
guiándose por la pigmentación de la piel y no por los determinantes
biológicos y culturales por los cuales, sin dejar de ser africanos,
constituímos una nueva familia multiétnica y pluricultural, como lo
reconoce la Constitución.

230
CAPÍTULO SEGUNDO:

L LEGADA Y D ISPERSIÓN
DE LA D IÁSPORA

E
l tráfico de prisioneros en Cartagena de Indias era sumamente
intenso. Al año llegaban 12 o 14 barcos con cargamentos que
traían un promedio de 400 o 600 de ellos. La mayoría apenas
permanecía por un día o dos, mientras se reaprovisionaban de agua y
alimentos para proseguir su destino. La escala en Cartagena de Indias
para muchos barcos era forzososa, como hemos dicho, por ser puerto
obligatorio para los cargamentos con destino al continente. Allí se
verificaban las diligencias de contado de esclavos y cobro de impuestos
por cabeza, según lo especificado en las autorizaciones reales.
Entre las formalidades exigidas figuraba el palmeo o medición.
El palmo, lo que abarca la mano extendida de meñique a pulgar,
corresponde generalmente a 21 centímetros. Para que un prisionero
pudiera considerarse como pieza de Indias, debía medir 7 palmos.
Una vez pagado el impuesto se le marcaba con el sello real, marquilla
de plata que se imprimía al rojo vivo sobre el pecho derecho. Además, el
comprador aplicaba a su vez la carimba, otra marca para reconocerlo
en caso de fuga y que se aplicaba incandescente en el rostro, como se
acostumbró en Vélez. En la inspección se observaba si el cautivo poseía
la cicatriz del primer herraje al subir a bordo, acostumbrado en los
brazos y costillas. Estas prácticas bárbaras duraron cerca de tres siglos,
hasta que fueron suspendidas por autorización real en 1784.
El examen médico, segundo que se hacía después del practicado
en el embarque, perseguía descubrir posibles mutilaciones, caída de
dientes, cataratas y enfermedades venéreas.
De acuerdo con la edad, se les denominaba muleque o muleco
de 6 a 8 años; mulecón de 14 a 18 años, y piezas de Indias, de esa
edad en adelante. A los adultos de más de 35 años se les desechaba,
habida cuenta que la perspectiva de vida y utilidad de un cautivo
no sobrepasaba los cuarenta años. Cumplidos estos requisitos se
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

autorizaba su internación al país o a seguir a otras colonias españolas


o anglosajonas.
A los prisioneros con destino a la Nueva Granada se les vendía en
el propio Cartagena, en subasta pública. Si no, se adquirían por parte
de las autoridades para la construcción de las murallas, cuyas obras
siempre estuvieron necesitadas de ellos, o, por particulares, para
destinarlos a las faenas agrícolas, ganaderas o para tripular canoas
y desempeñar oficios domésticos, se les conducía a otros puertos del
litoral: Santa Marta, Colón, Lorica, Quibdó, etc., o se les embarcaba en
champanes por los ríos Magdalena y Cauca hacia el interior del país:
Santanderes, Antioquia, Tolima y Huila.
La vía terrestre a Antioquia, por las sabanas de Bolívar, Sucre y
Ayapel, entonces muy activas, era utilizada tanto para el simple tránsito
de la caravana, como para venderlos en las fincas agropecuarias y
centros mineros (Uré) establecidos en esas regiones. Fuertes núcleos
africanos o mulatos como los de María La Baja, San Onofre, Tolú y
otros, debieron su gran concentración a estos desplazamientos en la
época colonial. Gran parte de ellos, como Playón, Santana, Rocha,
Sincerín, etc., se conformaron ulteriormente, después de la ley de
emancipación (1851), originados por migraciones masivas de libertos
en busca de tierras que cultivar.
La población africana en las márgenes del Cauca (Zaragoza, Santa
Fe de Antioquia, Cáceres y otras) se acrecentó notablemente, debido al
empleo de la mano esclava en laboreo de minas. Poco se ha estudiado
el significado del contingente africano en la minería del país, en la que
participaron no sólo con su fuerza física, sino con la importación de
métodos de laboreo en ellas tradicionales. El mestizaje con indígenas y
españoles debió ser tan intenso como lo permitían las circunstancias,
si se tiene en cuenta la escasez de mujeres. La población mulata y
zamba se acrecentó notablemente, y a esto tal vez se deba que algunos
historiadores minimicen el ingente aporte africano en el grupo étnico
antioqueño, limitándose a tomar como tal sólo a aquellos que con poca
o ninguna mezcla han conservado sus características raciales.
No obstante el intenso desarrollo de la minería en esta región, en su
mayor parte a expensas de la mano de obra africana, la supervivencia

232
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

de sus costumbres, creencias, platos y no pocos rasgos negroides de


que habla Fernando González, a falta de estadísticas confirmadoras,
son fundamentos sólidos para presumir su gran influencia oculta en
el mestizaje de las regiones mineras y en las que mantenían estrecho
comercio con ellas.
Por el río Atrato, procedentes de Cartagena de Indias o derivados
de centros mineros de Antioquia, los contingentes de esclavizados
penetraron al Chocó, Caldas, Valle y el Cauca. Otros seguramente
ingresaron por Buenaventura o dieron la vuelta por Guayaquil,
embarcados en la ciudad de Panamá. Los primeros grupos se emplearon
en el laboreo de minas, abundantes en todas las regiones, y en las
faenas agropecuarias en las grandes haciendas, particularmente del
Valle y del Cauca.
Los centros mineros constituían normalmente el origen de la
comunidad. Los africanos, como fuerza esencial en la producción, eran
intensamente vigilados y encadenados durante la faena para impedir
sus fugas, a las que se daban cada vez que se les presentaba la ocasión.
Hay mucho de leyenda en las narraciones de poetas, novelistas e
historiadores, respecto al afecto que se granjeaban los amos con el
buen trato que daban a sus esclavizados, las “relaciones amorosas” y
“fraternales” que se establecían con la compra de africanos, y el ejercicio
del derecho de pernada que ejercían los dueños, hasta el grado de que
al declarárseles libres, lloraban y rogaban porque se les mantuviera
en la esclavitud. Resuena excesivamente melíflua la monserga aquella
atribuída a los libertos: “Antes cuando era esclavo, era libre, y hoy que
soy libre, me siento esclavo”.
Otro tipo de comunidades africanas o predominantemente zambas
se asentaron en las márgenes de los ríos o litorales, en las que no privó
el espíritu de la tradición sino nuevas formas de adaptación social
debido al cruce con indígenas (casi siempre raptadas en incursiones a
sus pueblos), a la ubicación geográfica, el aprovechamiento de recursos
naturales (pesca, frutos, caza, etc.) o, simplemente, porque los amos se
desentendieron de los esclavos fugitivos, estableciéndose pactos tácitos
de convivencia para tenerlos de amigos y no en franca oposición.

233
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

DIALÉCTICA DE LA ENDOCULTURACIÓN
TRIÉTNICA

La actitud psicoafectiva que asumió el africano enfrentado al proceso


de aculturación en América, constituye el elemento más importante de
su contribución a nuestra cultura. Este fenómeno fue y es universal
en todo el continente, desde los Estados Unidos a la Argentina. Sin
embargo, no es el mismo en los distintos países ni en regiones de una
misma comarca.
En estas circunstancias, debió enfrentarse a situaciones muy
adversas en el proceso cultural americano pero no pudo sustraerse de
participar espiritualmente en él. En primer lugar, desposeído de sus
pautas propias –religión, lengua, hábitos, geografía, sociedad, etc.–
se vió obligado a encontrar otra, la que le imponía el amo y el medio
social al que fue arrojado.
De aquí surgió una doble actitud: por un lado asimiló, robó, se
nutrió espontáneamente de la cultura ambiental. En Colombia, la del
hispano, la del aborigen y la que ya se integraba entre estos dos. Por
otra parte sufría la imposición del amo, quien lo obligaba a tomar la
suya o la que le había impuesto al mestizo. La elección era imposible,
debía someterse al yugo.
Pero otra cosa eran las actitudes psicoafectivas, donde no sólo
recibía, rechazaba o escogía, sino que trató –en la medida de sus
posibilidades– de reconstruir lo propio, de hacerse a sus sentimientos
religiosos, culturales y afectivos. La posibilidad de realizar este empeño
varió según las presiones exteriores que ejercía el amo y el ambiente
natural. Pero lo más decisivo en esta aculturación fue que siempre su
sentimiento estuvo presente en cualquiera de las formas asumidas. El
amo absoluto de esta participación espiritual, violentado o no, era el
africano.
Si tomaba la totalidad de lo impuesto, en el caso del patrón
hispánico, su asimilación pasó por un tamiz propio, a través de su
sensibilidad, de su mayor o menor grado de aptitud para amoldarse.
La norma fue siempre un recibir lo hispánico asimilándolo a sus
peculiaridades africanas, distantes en la geografía pero no olvidadas en
el temperamento y en el afecto. La actitud hacia las pautas culturales,

234
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

como se sabe, es heredada y, por esta razón, durante el largo proceso de


aculturación en América, siempre hubo y habrá una respuesta africana
emocional a lo recibido.
Independientemente de esta ósmosis experimentada por el
africano en toda América para la asimilación de los valores extraños,
en Colombia se presentaron peculiaridades específicas debido a que
el enfrentamiento cultural, distinto a lo que sucedió en los Estados
Unidos, se efectuó, no sólo ante el europeo, sino, a la vez, frente al
aborigen y los derivados mestizos, zambos y mulatos.
En el litoral Pacífico, donde la asociación con el europeo y el indígena
se verificó en poca escala, trató de reforzar sus reacciones propias,
imponiendo su carácter a las formas que asimilaba. Así, en esta región
encontramos una mayor riqueza de elementos y de la cultura material
africana. En la estructura social, mezcladas con formas hispánicas, se
generalizaron costumbres como la poligamia, la polarización patriarcal
de la familia y el culto a la fuerza física. Siguiendo sus directrices de
afirmación, el africano asumió espiritual y físicamente una posición
de conquistador ante el indígena. No es de extrañar que en muchas
comunidades totalmente africanas de esta región colombiana, se dé el
caso de rechazar la incorporación de elementos extraños a su tradición.
En el litoral Atlántico y en las regiones occidental y norte de
Antioquia, su actitud fue totalmente distinta. La actitud psicoafectiva
predominante, sin ninguna oportunidad de rehacer las formas
culturales africanas que hemos dicho procedían de regiones distintas:
Congo, Guinea, Cabo Verde, Dahomey, Senegal, Santo Tomé, etc., fue la
de asimilar abiertamente cuanto encontró a su alrededor: lo hispánico,
lo indígena y lo mestizo. Esto conformó el proceso de incorporación
total: daba y recibía sin reticencia. Así surgió el mestizaje triétnico.
El aporte, pues, más importante que el afro haya dado al folclor y a
la cultura en Colombia, lo encontramos en las actitudes psicoafectivas
que asumió frente a las culturas que había en este continente. Aquí, en
la interioridad de su sentimiento, en el hambre y necesidad de hacerse
a nuevas pautas de conducta cultural, perdidas las suyas, el afro debió
recrear valores que le permitieran integrarse voluntariamente o no a
un fenómeno social ya irreversible: la transculturación americana.

235
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

En Colombia, sin embargo, con ser notorios los aportes africanos


en la cultura material y social, no han sido suficientemente resaltados.
Abundan razones que expliquen esta paradoja. La capacidad creadora
mediante la fuerza física, generalmente se aprecia por el carácter de
las herramientas y no por quienes la utilizan. El africano, obligado a
recibir los instrumentos de trabajo del amo, aparecía como un simple
manipulador de ellos cuando, en realidad a través de las herramientas o
de las formas sociales que le impusieron, aportaba las experiencias de
su propia tradición africana. El interés que ponían los amos en adquirir
africanos con experiencia en oficios por los que pagaban crecidas
sumas, nos permiten afirmar que fueron importantes sus aportes en
el desarrollo de nuestra agricultura, extracción de minerales, pastoreo,
confección de canoas, culinaria y otras formas de creatividad material
y espiritual.

AFRO-RAIZALES DE SAN ANDRÉS Y PROVIDENCIA


El archipiélago del departamento de San Andrés, Providencia y
Santa Catalina, además de estas islas, comprende la pequeña de Santa
Catalina y los callos de Roncador, La Serrana y Quitasueño.
Las exploraciones no han revelado rastros de habitantes arcáicos
en ninguna de las islas, sin embargo se sabe que en la época del
descubrimiento, tribus de filiación caribe las visitaban periódicamente
en excursiones de pesca. Eran, sólo ocasionalmente, agricultores, pero
hábiles barqueros y pescadores.
Los bucaneros ingleses fueron los primeros en ocuparlas, dedicados al
lucrativo negocio de palo de tinte. Posteriormente hicieron excursiones
los españoles procedentes de Centroamérica, estableciéndose una
sangrienta competencia en la que los nativos se solidarizaron con los
ingleses.
En Providencia, en 1629, los colonos británicos fundaron la Compañía
de West Minster, para sembrar tabaco y explotar las maderas de la isla,
con el firme propósito de establecer una colonia de súbditos blancos. Esta
política, sin embargo, no pudo llevarse a cabo pese a las disposiciones
encaminadas a impedir el acceso de mujeres indígenas. Para asegurar
el predominio sajón fueron traídos cultivadores, artesanos, aprendices

236
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

y sirvientes blancos. La mayoría eran aventureros reclutados en las


islas Bermudas, Barbados, St. Kitts, Nevis y Monserrat, pero también
algunos puritanos devotos huidos de Inglaterra por las persecuciones
católicas. Posteriormente, en 1631, llegó un número indeterminado de
colonos venidos directamente de Inglaterra en el barco “Sea Flower”, a
los que se sumaron otros.
Ya desde 1629, antes de la llegada de los británicos, un primer
grupo de bucaneros holandeses había incursionado en las islas. Esto
dio motivo para que en 1637, el gobierno de Holanda propusiera la
compra de la isla en 70.000 libras esterlinas, pero fue negada después
de algunas deliberaciones. (J.J.Parsons).
Los españoles, que habían descuidado las islas, advirtieron la
necesidad de ocuparlas ante los ataques que sufrían sus barcos por
parte de piratas y bucaneros. En 1640, cuando el almirante español
Francisco Díaz Pimienta llegó a las islas, la Compañía de West Minster
se había retirado de esos dominios. Los nuevos ocupantes enviaron a
España 400 prisioneros ingleses, y deportaron a sus mujeres e hijos.
En cambio retuvieron a los esclavos en las islas. La nueva colonia quedó
reducida a una guarnición compuesta por 150 soldados, los esclavos
y algunos presidiarios. Las provisiones se traían esporádicamente de
Cartagena. Desde entonces se alentó el deseo de agrandar la colonia
con civiles, esclavos y “mujeres licenciosas”, pero tales propósitos
jamás se realizaron. Por casi 30 años, después de desalojar a los
puritanos de Providencia, España tuvo allí un presidio. Este es el único
período de la historia isleña en que estuvo ocupada por una población
exclusivamente católica y de habla española.
Finalmente, la Corona Española abandonó la isla en 1670, quedando
a merced de colonos independientes que comerciaban con el litoral
centroamericano a través de los indios mezquitos. Con la convención
pactada en 1786 entre Inglaterra y España, la mayor parte de súbditos
británicos que aún residía en la isla fue evacuada hacia Jamaica. Los
restantes prometieron lealdad a la Corona de España y convertirse
al catolicismo. Sin embargo continuaron fieles a su religión y a su
lengua.

237
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

En vísperas de la Independencia, las islas fueron ocupadas


alternativamente por ingleses y franceses, entre los cuales figuraba el
corsario Luis Aury (1818).
Como lo veremos posteriormente, Luis Aury participó activamente en
las campañas navales de los patriotas, convirtiendo la isla en su cuartel
general, engrosando las filas de sus tripulaciones con afrorraizales,
los cuales siempre se distinguieron por sus habilidades navales y su
espíritu combativo.

LA POBLACIÓN AFRO-RAIZAL
Sin proponérselo, los propios ingleses, al introducir esclavizados
para sus plantaciones en las islas, invalidaron la política de establecer
en el Caribe una colonia de blancos que mantuviera la hegemonía
sobre la población africana e indígena, similar a las que posteriormente
implantaron en Norteamérica y África. El escenario antillano, con sus
generosas islas, no fue propicio para la política de aparteith.
Aunque los sucesivos colonizadores fueran de distintas naciones,
la mano de obra africana fue siempre la misma para unos y otros.
Ello explica porqué, desde su comienzo hasta hoy, los afros y mulatos
constituyeron la mayoría de la población isleña.
Se explica así mismo el término raizal asumido por los nativos
isleños, por cuanto han constituído siempre la población estable,
mientras fueron múltiples los colonos europeos que transitaron el
archipiélago.
El proceso de mestizaje tuvo igualmente características singulares
debido al intenso tráfico entre filibusteros franceses y holandeses,
colonos ingleses y españoles, así como con los aborígenes mezquitos, con
los cuales siempre se han mantenido contactos étnicos y culturales.
También hay que destacar el influjo recibido por los primeros
colonizadores, súbditos británicos procedentes de las Bermudas.
Aclimatados al trópico, trajeron la misma arquitectura isleña: casas de
madera pintadas de blanco o colores vivos; antejardines y patios con
árboles frutales (mangos, naranjos, cocos o de sombrío); sala, comedor
y pocas piezas. En Providencia se construyeron casas de dos pisos con
balcones.

238
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

Como resultado del flujo de la población de habla inglesa con


estructura arcaica, se conservó un inglés con acento escocés, pero
aculturado por la población africana, lo que le imprime expresividad
lugareña, caracterizada por modismos y colorido. Los apellidos de
escritura inglesa son el mejor reflejo de la influencia británica.
El castellano procede de la época republicana, pero su habla se
haya restringida al uso burocrático y a la enseñanza oficial. Los débiles
esfuerzos por españolizar las islas comenzaron en 1792, mediante una
“Orden Real”, por lo que se sugería la conveniencia de trasladar a las islas
varias familias españolas para hacer conocer las costumbres e idioma
castellano. En 1803 se recomendó el envío de un maestro de castellano.
Así mismo se proponía la estabilidad de un destacamento de soldados
con la intención de que sus miembros se casaran con muchachas
pudientes. Cada baja por matrimonio debía ser reemplazada por un
nuevo soldado, desde Cartagena. Pero ninguna de estas iniciativas de
la Corona de España ni el incremento de pobladores procedentes del
continente, han variado sustancialmente la “arraigada” habla inglesa
en la población nativa.
Conjuntamente con el idioma, el protestantismo constituye
otra herencia de aculturación colonial inglesa, establecida por los
predicadores puritanos del Siglo XVII. Desde que los españoles
mostraron interés por las islas, trataron inútilmente de sustituir el
culto protestante por el católico.
La insularidad del archipiélago dentro del propio mar de las
Antillas, ha perfilado la idiosincrasia del isleño colombiano: retraídos,
tradicionalistas, religiosos, persistentes, marineros, comerciantes,
comunitarios, etc.
Ceñidos a estas constantes impuestas por la geografía, generalmente
compartidas por todos los isleños, el grupo de San Andrés, Providencia
y Santa Catalina, disímil entre sí, tiene sus rasgos propios que lo
diferencian del resto de antillanos y de la costa Caribe: resulta poco
comunicativo si se le compara con el triniteño, jamaicano y curaceño
de las Antillas Menores, y, aún mucho más con el cubano y el
puertorriqueño de las Antillas Mayores.

239
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Las contingencias históricas de estas islas, dependiendo de


esporádicos gobiernos, les llevó a conformar un sentimiento de
autonomía, ligado a tendencias de intercambio comercial. Las
relaciones con bucaneros, foráneos, explotadores de sus riquezas y
marinos de dudosa palabra, han dejado firmes huellas de desconfianza
hacia el foráneo.

ACULTURACIÓN HISPANO-INDÍGENA
Nada más reñido con los criterios actuales de la antropología cultural
que el enjuiciamiento en abstracto de dos grandes bloques culturales
en conflicto –hispánico e indígena– en los procesos de aculturación
hispanoamericana. En lo referente a Colombia, donde las comunidades
indígenas no habían alcanzado la unidad política pero sí un profundo
mestizaje, resultaría incongruente plantear el problema en un marco
general.
La colonización de nuestro litoral Caribe con los primeros
contingentes de andaluces, castellanos y canarios; su estancia antillana,
que los mestizaba aún cuando fuese en muy escasa proporción con
taínos, ciboneyes y caribes, propició un tipo de aculturación hispano-
indígena muy diferente al que se operó más tarde, por ejemplo, en
la colonización del occidente antioqueño con contingentes venidos
directamente de la Península.
Las avanzadas de Jiménez de Quesada, fusionadas directamente
con los Chibchas, prohijaron forzosamente un tipo particular de
aculturación distinta a las habidas en otras partes del país.
Los contingentes hispanos que continúan llegando a partir del
Siglo XVIII, más unificados política y culturalmente, formaron grupos
de colonización homogéneos y cerrados al mestizaje, puesto que
constituían familias capaces de procrear cruzándose entre españoles
o con criollos puros, sin la perentoria necesidad del mestizaje con la
mujer indígena a que estaban obligados los soldados célibes de los
primeros años de la Colonia. Los enclaves hispánicos con acentuados
rasgos que encontramos en ciertos lugares de Córdoba, Santanderes,
Antioquia, Cundinamarca y Boyacá, son derivados de contingentes
asturianos, vascos, gallegos, etc., llegados tardíamente al país.

240
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

Si dentro de este ámbito general verificamos los mecanismos que


operan en los intercambios culturales de que nos habla la antropología,
encontramos que hay fundadas razones para dudar que el proceso de
aculturación entre los grupos hispanos con rasgos étnicos distintos, y los
no menos variados de chibchas, caribes y arawaks, y sus descendientes
mestizos zenúes, quimbayas, taironas, guanes, etc., pueda haber tenido
un proceso armónico y homólogo en las distintas regiones del país.
Para una correcta evaluación de nuestros mestizajes –todavía en plena
dinámica– puede mirárselos desde una doble perspectiva: en su fase
inicial, la aculturación hispanoindígena; y en sus proyecciones presentes,
la endoculturación multirracial, a partir del amerindio, el europeo y el
africano. Dentro de este gran marco, las fuerzas aglutinadoras –étnicas,
ecológicas, económicas, sociales, políticas, religiosas– han influído en
distintos grados y presiones según el momento histórico.
La conquista y el primer siglo de la Colonia se caracterizaron por
la compulsión violenta que sufrió el amerindio –más concretamente
la mujer indígena– en el proceso de hibridación étnica. A las muchas
razones esgrimidas por el conquistador para desatar una guerra de
exterminio, debió influir en sumo grado el apetito sexual de la tropa
hispánica que llegaba al Continente sin mujeres, tras la abstinencia
de largos días de navegación y con el erotismo que despertaban
las narraciones de los primeros expedicionarios acerca de la fácil
adquisición de indígenas.
La práctica se extendió a la tropa, debido al ejemplo dado por
los propios gobernadores y capitanes: Belalcázar, Balboa, Diego de
Almagro, Lerma, Pedro de Heredia, Juan Arévalo, Hernán Pérez, etc.
La situación era general en toda la Nueva Granada.
A la poligamia de conquista se sumó la mixtigenación de los
matrimonios impuestos por la Iglesia, en la medida en que se
configuraba el marco social de la Colonia.
La introducción del matrimonio legal entre los indígenas e hispanos
se debió básicamente al interés político de la Corona, para que la
jefatura de los cacicazgos recayera en súbditos del Rey.
El matrimonio sólo producía efectos paliativos en la condición de
mestizo legítimo, pues a los descendientes de uniones libres se les

241
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

ponía toda clase de impedimentos. Sólo a los descendientes de caciques


o nobles indígenas o mestizos, productos de muchos cruces, se les
permitía recibir órdenes sacerdotales. No obstante, había disposiciones
contrarias y terminantes de la Corona.
La mixtigenación no constituyó tampoco gran aliciente para las
uniones legales, ya que los hijos se veían expuestos a toda clase de
discriminaciones, como la de privárseles de ingresar al ejército, portar
armas, poseer tienda o hacer las veces de escribano, notario, etc.
Otro factor que incidió en forma violenta en el mestizaje
hispanoindígena, fue el régimen de encomienda por el cual, a los
aborígenes casados y solteros -varones y mujeres- se les erradicaba de
sus comunidades y concentraba en los dominios del señor, facilitando
el acceso carnal de éste o de sus hijos a la mujer indígena. Las medidas
eclesiásticas para preservar los matrimonios indígenas contra estos
procederes dan la medida de los abusos sexuales cometidos sobre la
población encomendada.

EL MESTIZAJE AFRO-HISPANO-INDÍGENA

En los estratos sociales bajos, los aborígenes y africanos puros


luchaban entre sí para alcanzar una mejor posición. Los propios
españoles utilizaron al afro como su aliado contra el indígena.
Pretextando razones económicas o mejores condiciones físicas que el
soldado blanco para adaptarse a la manigua, se le estimuló para que se
estableciera con sus familias, allí donde se desalojaba al indígena.
La reacción del aborigen contra este nuevo invasor asumió carácter
de extrema agudeza. El afro representaba un nuevo tipo de agresión,
por cuanto entraba a arrebatar al nativo sus tierras y sus mujeres,
valido de las armas y el apoyo que les brindaba el régimen colonial.
Los documentos anteriormente citados nos ilustran de la utilización de
ambos como instrumentos de represión. Parece desprenderse del relato
del cronista, que estos individuos gozaban de cierta autonomía, dejándolos
actuar de acuerdo con el conocimiento que tenían de las costumbres de los
indígenas, de quienes ya tenían sangre en sus propias venas.
En la etapa final de la colonización, el aborigen centrará su rencor
contra el africano sin hacer distinción entre éste y su amo. En muchas
242
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

circunstancias, como acontece en el Baudó y Bajo San Juan, en el


Chocó, el indígena asume una actitud de rechazo mucho más firme
frente al hombre de color que ante el blanco. En Noanamá (San Juan),
se abstienen de asistir a misa conjuntamente con los afros, esperando
afuera de la iglesia que terminen los oficios donde participan éstos, para
luego, en ceremonia especial, concurrir a ellos. En general, en el litoral
Pacífico, herencia de costumbres coloniales, el indígena llama “libre” al
afro. Es verosímil que el término haya tenido su origen en época más
reciente, a partir de la proclamación de la libertad de los esclavos.
En todo caso, esta denominación revela claramente que el nuevo
intruso no era tenido como un simple agente colonizador, sino
como un elemento independiente en la agresión. Muchas veces, y
esto debió ser la norma, la presencia de africanos en los lindes de la
colonización hispana, se debió a la fuga de cimarrones evadidos que se
autodenominaban a sí mismos “libres”, para diferenciarse de aquellos
que actuaban a nombre del amo, tanto en los centros urbanos como en
los fundos mineros.
Los intereses y tensiones entre cimarrones e indígenas en los
apartados parajes selváticos adquirieron el carácter de vendetas,
aunque los móviles no estuvieran inspirados por un antagonismo racial.
Una vez se trataba de una conquista en la que el africano perseguía
ya no imponer sus valores culturales, sino tomarse a la fuerza los del
indígena, obligándolo a que los fundiera con los suyos.

AFROS E INDÍGENAS EN LA SOCIEDAD


COLONIAL

Las relaciones sociales y culturales entre indígenas y africanos eran


totalmente distintas en los centros urbanos de las que prevalecían
selváticas. La preeminencia y poder del estrato europeo y criollo sobre
mestizos y pardos, imponía un orden jerárquico estricto para asegurar
el dominio y estabilización de las capas sojuzgadas. Lo característico,
como lo hemos visto, era permitir cierta flexibilidad que facilitara el
ascenso de unos cuantos pardos en la escala social. De esta manera
operaban como fuerza de contención a los demás, a la par de asegurar la
estabilidad del régimen colonial y de los encumbrados en la pirámide.

243
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Los archivos históricos aseveran plenamente este juego de las


relaciones de casta y de raza durante la Colonia. El índice de crecimiento
de los mestizos era el eje en torno al cual giraban los deslizamientos y
estabilidad social. Pese al incremento de mestizos y zambos, el poder
de los grupos minoritarios de europeos y criollos, conformados por las
castas, no variaba. El sistema jerárquico se mantenía, impidiendo a los
mestizos y zambos más teñidos, el acceso a los oficios y cargos sobre
los cuales gravitaba la economía colonial.
No obstante las trabas que imponía el régimen colonialista,
controlado plenamente por los españoles para frenar el ascenso social
y cultural de los mestizos, a fines del Siglo XVII, éstos sobrepasaban
el número de españoles y criollos, reemplazándolos como agentes de
la nueva cultura. Gradualmente se habían hecho a los valores selectos
del patrimonio indígena (nuevas adaptaciones agrícolas y artesanales)
y a los heredados de la España mercantilista. Esta gran etnia mestiza
superaba ya a los grupos indígenas que permanecían como encomiendas
y en resguardos, a los africanos esclavizados y a los nuevos emigrantes
europeos.
En su estudio sobre la estratificación de las castas en Colombia y
Venezuela, Darcy Ribeiro traza un esquema que resulta ampliamente
comprobado por los documentos de nuestra historia:
1. El dominio español imponía sus patrones a la gran masa de
valores aculturados, asumiendo frente a ellos una relativa
flexibilidad.
2. Los indígenas y africanos trataban de fundirse, aunque
procedieran de tribus diferentes y mutuamente hostiles.
3. La población sierva y esclava, dentro del sistema de
producción de hacienda o minería, se adaptó al ambiente y
modos de vida como productor de artículos tropicales.
Las capas sociales se estratificaron en forma de jerarquías de
casta dentro del sistema de clases:
a. Los españoles nativos conformaban la casta burocrática que
gobernaba la empresa colonial, ajustados al gobierno civil y
eclesiástico.

244
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

b. El estrato criollo, coloreado de sangre indígena y algunas


veces de africana (frecuentemente clasificado como “blanco”
por certificados reales de “sangre limpia” que los hacía
merecedores de privilegios reservados a los españoles puros),
manejaba la mayor parte de la agricultura y el comercio.
c. La masa de pardos, que preferentemente se llamaba a sí misma
oscura, formaba el artesanado y el populacho. Los africanos
permanecían en las labores del campo, con el mayor peso en el
agro y el transporte, mientras que las comunidades indígenas
sobrevivientes, todavía prisioneras del pasado tribal, fueron
dejadas al mandato de los misioneros jesuítas: unas veces
bajo su control directo y otras con relativa dependencia en
áreas inexploradas, especialmente en la selva tropical donde
buscaban refugio.
Los pardos, que constituían el contingente más importante, ya
fuesen con predominancia mestiza o mulata, se acrecentaban por el
cruce y la constante absorción de nuevas migraciones de hispanos y
africanos.
El estrato criollo reclamaba su “limpieza” de sangre, insinuándose
como los herederos naturales del sistema colonial. Abundan los
documentos que reflejan el afán por deshacerse de la mácula de sangre
indígena o africana para merecer los fueros del español.
La idea aceptada, de que el hijo de hispano e indígena heredaba
la condición del padre, no deja de ser una presunción de los actuales
mestizos para hacerse acreedores a ciertos estatus dentro del marco
republicano. Lo cierto es que el indígena compulsado al mestizaje,
debía sufrir las consecuencias de ser un producto bastardo.
El mestizo podía correr distintas suertes si el padre era noble o
plebeyo; si la madre heredaba o no un cacicazgo; si el hijo resultaba ser
el producto de una unión ocasional o estable; si de una naboría (criada
en casa) o de una concubina fuera del hogar, etc.
La pigmentación, no obstante, cundía por todas partes. Era el
resultado de la fusión biológica del hispano con el indígena y el africano,
sobre la cual se estructuraba la Colonia.

245
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Debido a que en los últimos tres siglos, en virtud de la endoculturación,


aparece la fisonomía de una etnia nacional mestiza con caracteres
socioculturales autóctonos, es necesario replantearse la significación
afroindígena en la asimilación y recreación de los valores hispanos que
actuaron en forma impositiva.
Aunque no nos sea dado en el momento determinar con certeza la
forma y la cuantificación de ese proceso, no tan indescifrable como
creen algunos, es preciso partir de su existencia cuando se desea conocer
y aún modificar los patrones de comportamiento de nuestra sociedad,
acorde con las necesidades de las distintas capas sociales –mestizas,
pardas e indígenas– y con los intereses políticos y económicos de la
gran mayoría de los colombianos.

246
Cuarta parte:

I NTERNACIONALIZACIÓN
DE LAS L UCHAS C IMARRONAS

7
CAPÍTULO PRIMERO:

E L T EMPESTUOSO S IGLO X VIII

S
orprende que al finalizar el cuarto milenio, todavía algunos
historiógrafos se obstinen en evidenciar la presencia africana en
América con la perspectiva colonialista, ignorando documentos
y aportes esclarecedores de nuestros estudiosos. Se mengua el volumen
de la sangría de los pueblos traídos de Africa. Pero, sobre todo, se
ahonda la dicotomía del éxodo global africano, al sostener las fronteras
y estancos impuestos por las potencias colonizadoras, como si ello no
incidiera en la herida y unidad de la tragedia africana y su final destino
histórico en América.
Todavía, infortunadamente, se utilizan los cartabones
deshumanizantes de “esclavos” y no esclavizados, como correspondería
a hombres libres cazados en su patria, prosiguen connotándolos de
“negros” al negarles sus etnónimos, término ya rechazado a mediados
del Siglo XVI por Pedro Mártir de Anglería, en su obra “Décadas del
Nuevo Mundo” (Década III, Capítulo II, Título: “Tribus Etíopes”); por
Alonso de Sandoval, a principios del Siglo XVII, en su alegato pionero
en la defensa de los africanos: “De Instauranda Aethiopum Salute”; y,
por el propio Pedro Claver, al proclamarse “Ethiopum Semper Servus”,
y no “esclavo de los esclavos”, como lo ha estigmatizado la conspiración
anticristiana.
Estas y otras aparentes disgresiones perpetúan la contra-memoria
de los pueblos africanos, queriéndoseles privar de su papel protagónico
en la formación de la cultura mestiza americana.
Nos vemos obligados a expresar estas reflexiones, precisamente
porque en el Siglo XVIII se inicia el más trascendente período de la
lucha libertaria cimarrona, la internacionalización del conflicto, cuando
las potencias monopolizadoras de la trata en este Siglo –Inglaterra y
Francia–, intentan asfixiar el Imperio Español, estrangulando el flujo
africano a sus principales puertos: Cartagena de Indias, el primero en
el continente.
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Por las inevitables contradicciones del desarrollo tecnológico de la


civilización, al finalizar este siglo, Inglaterra, hasta entonces la mayor
potencia traficante, se erige en perseguidora del nefando comercio,
cuando sus máquinas comienzan a suplantar la fuerza humana
expoliada por centurias.
Cobra, pues, máxima importancia, el análisis histórico de los
antecedentes coloniales de este período –Siglos XVI y XVII–, como
lo hace exhaustivamente el lúcido historiador cartagenero Roberto
Arrázola. No sólo pionero, sino fuente imprescindible para descolonizar
las interpretaciones aviesas en las que caen muchos historiógrafos
parroquiales, norteamericanos, ingleses, y aún de la UNESCO,
empeñados en minimizar al máximo el afluente de los africanos, tanto
en cantidad como en conciencia libertaria. Al reducirles a la condición
de “piezas de Indias”, carentes del sentimiento ontogénico de la
libertad, desconocen que fueron los primeros hombres en reconocerse
hijos de los dioses y protegidos por sus Ancestros. Cualesquiera otras
concepciones de su espíritu libertario, encubren la larva no extinguida
de los prejuicios raciales.
Seguiremos palmo a palmo la brújula del investigador sobre la
cartografía de los documentos del historiador cartagenero, que reposan
en el Archivo de Indias. Analizar los factores étnicos, económicos y
políticos, génesis del mestizaje de los esclavizados con sus opresores.
Más allá quedan sin piso histórico las especulaciones delirantes sobre
el carácter general y particular de la esclavitud y su decaimiento por
factores técnicos. Con muchísima razón, Rebeca J. Scott las encuentra
“contaminadas de racismo”. (Scott, Rebeca J. “La Emancipación de los
Esclavos en Cuba. La Transición al Trabajo Libre, 1860-1899”. Fondo
de Cultura Económica, México, 1989).
El gran laboratorio de la historia niega cualquier ficción metafísica,
demostrándonos cómo el africano, que había utilizado todas las formas
de liberación en los siglos anteriores, desarrolla nuevas estrategias en
el seno de la sociedad cambiante. Utiliza los nuevos espacios de lucha
abiertos por los intereses encontrados de las potencias colonialistas;
los enfrentamientos bélicos; las nuevas armas; las factorías de
prisioneros en América; las Cédulas reales de amnistía; el derecho de

250
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

asilo a los africanos fugitivos extranjeros y la nueva llave maestra de la


insurrección, el criollo mestizo que operaba como un bumerang en el
seno de la sociedad racista.
Indudablemente, el africano, en su condición de esclavizado,
siempre dio respuestas a las múltiples agresiones de que era objeto,
oponiendo la única arma de que disponía en su desnudez encadenada:
la conciencia religiosa de ser un hombre libre. Esta pequeña brizna
libertaria le bastó para generar incendios por cada rendija que le
brindaba el opresor. Fueron muchas las que se abrieron en el Siglo
XVIII, cuando las potencias europeas pasaron de las rebatiñas por la
colonización a la de los enfrentamientos armados por el dominio de
continente y océanos. En esta dimensión del conflicto, como en todo el
período colonial, el africano, masiva fuerza inteligente de producción
material, inclinaba la balanza a favor del mayor monopolista. Conocida
y experimentada por los propios oprimidos, jugaron a la libertad allí
donde estuviera cada uno de sus miembros: varones, mujeres, padre,
hijos, fetos, recién nacidos, niños, adolescentes, adultos, ancianos,
exhaustos y decrépitos.
La acumulación originaria de capital en la economía europea por
la doble expoliación de los africanos, en su continente de origen y en
América, también produjo sus dividendos de pérdidas y ganancias con
el acervo de experiencias libertarias. El pensamiento acumulado se
vuelve explosivo. La incipiente lucha de resistencia física y mental ante
la captura y la esclavitud, conduciría a un vasto complot internacional,
que si nunca estuvo organizado en Africa y las colonias americanas,
sí acumuló un rico capital de experiencias, conocimientos, técnicas
e ideales, la fuerza motriz y espiritual que generó la emancipación
de la esclavitud en los africanos y sus descendientes, así como la
independencia política y económica de los criollos. No conocemos que
esta interpolación socioeconómica de ambos procesos haya quitado el
sueño a los teóricos del colonialismo.
La cosecha milagrosa del “Árbol Brujo de la Libertad”, será
cuantificada a continuación:

251
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

EL BUMERANG DE LOS OPRIMIDOS CONTRA


EL COLONIALISMO

Ya nos son conocidas las providencias reales para conceder un


respiro a los africanos en su anticristiana y antihumana esclavitud.
Pero también las abiertas y solapadas desobediencias por parte de
funcionarios, esclavistas y traficantes enfrentados a sus defensores
religiosos. Sin embargo, lo que más preocupaba a los Reyes era la
merma o aumento de esclavizados que repercutían en la producción
minera y agrícola.
La pavorosa sangría de los palenques, si bien produjo la satisfacción
de los amos al recuperar parte de los fugitivos, también trajo graves
perjuicios a los intereses de la Corona, apremiada por amurallar a
Cartagena, La Habana, Veracruz y demás puertos de Tierra Firme y
del Caribe; por los empobrecidos recaudos de las minas; la escasez de
mercancías extranjeras y la baja producción agropecuaria.
Los cimarrones y esclavizados, mejor que nadie sabían que la única
solución a tales urgencias era la paz con los palenques, y la traída de
más barcos abarrotados de prisioneros.
La escasez de víveres y mercancías en Cartagena, Santa Marta y
otras provincias del Reino, hizo urgente importarlos de las colonias
americanas extranjeras y aún de la enemiga Inglaterra. Se registran
compras y embarcos procedentes de Santo Domingo, Haití, Francia y
Londres. “Se ha de permitir llevar de Cádiz un embarco para transportar
equipajes, utensilios, muebles, a las factorías, hilos, para vestir a los
esclavizados... ocupando el resto del buque con Arina y losa”.
En otra disposición real, por hallarse Cartagena sin medicinas para
atender las enfermedades de los factores, sirvientes y esclavizados, se
autorizó al médico y cirujano inglés, Thomas Hope, traer de Jamaica
un cajón con medicamentos, algunas libras de solimán, canela, clavo,
de los cuales se sacaban “espíritus” para la curación de muchas
enfermedades (disenterías, cólicos, sífilis, etc.).
Después de la cosecha de cabezas decapitadas en Matuderé, el
terror cundió en haciendas, sin que hubiera quiénes reemplazaran
a los muertos. Cartagena estaba al borde de la hambruna. Para
entonces, en el escondido reducto de lo que sería el Palenque de San

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E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

Basilio, en las cercanías del camino entre Cartagena y Tolú Viejo, los
sobrevivientes volvieron a cultivar yuca, maíz y plátano, que ansiaban
los cartageneros. Sin embargo, el riesgo de una sorpresiva entrada de
las milicias, financiadas por los hacendados, impedía que las siembras
fueran más abundantes.
Informado por los padres predicadores de los temores y disposición
de paz de los cimarrones, el Obispo de Cartagena, Fray Antonio María
Cassiani, en el año 1713, con previa autorización del Gobernador,
acudió a parlamentar con los fugitivos, proponiéndoles a nombre del
Rey un armisticio que les concedía la libertad a cambio de la sumisión
a la Corona. Este pacto, el único en América que sobrevivió hasta la
Independencia, justificaría el título del libro y el júbilo del historiador
Roberto Arrázola: “Palenque, Primer Pueblo Libre de América”.
“He aquí como habiendo estado a punto de regularizarse la situación
de los cimarrones de los palenques de los arcabucos de la Provincia
de Cartagena y, sin duda, por ello mismo, sabido que la reacción
subsigue a la acción, vino a producirse la general debelación de
aquellos refugios en que los negros esclavos africanos defendieron
su libertad al través de los trescientos años de la Colonia hasta el
extremo de habérseles reconocido por el Rey de España, ya que la
sujeción en que quedaban era la misma de los pecheros españoles o
vasallos de la Corona, pero cuya libertad estaba consagrada por los
más antiguos fueros de España. En esta condición debió de quedar
el Palenque supérstite de San Basilio, conforme los renovados
acuerdos que sus habitantes celebraron con los gobernadores de
Cartagena hasta el advenimiento de la República, el último de los
cuales fue concertado en 1713 con el Obispo de Cartagena Fray
Antonio María Cassiani.
Todavía en 1774, el neofundador don Antonio de la Torre Miranda
hubo de decir: ‘Con maña y constancia vencí los muchos horrores
y dificultades que se encontraron, así por parte de los negros del
Palenque de San Basilio, como por la suma aspereza de los árboles
y brozas que con dificultad se descubría la claridad del sol a que
se agregaban las muchas barrancas, despeñaderos y anegadizos;
y aprovechándome del respeto que hice me tuvieran los negros de
dicho Palenque de San Basilio, descendientes de otros que prófugos
al abrigo de aquellas ásperas montañas defendieron su libertad
a costa de las vidas que quitaron a muchos y entre ellos a varios
de sus amos y dueños, que con repetidas expediciones intentaron
reducirlos a su antigua esclavitud, lo que consiguieron con estos

253
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

atentados, el titular bajo de ciertas condiciones por medio del


ilustre Casiani, se le consintiese establecer su población en el paraje
en el que en el presente se hallan en la falda de dicha montaña de
María y a tres leguas de Gambote, y entre otras condiciones se les
permitió el que habrían de nombrar entre ellos mismos un Capitán
para que los mandase, el que no habría de vivir en su población
ninguno que fuese de color blanco, a excepción del Cura; también la
de que no admitirían a ningún desertor ni esclavo, con otras varias
que conservan y observan con mucha puntualidad’.
“Este solo, sencillo y breve documento basta para demostrar
que los negros cimarrones de los palenques de la Provincia de
Cartagena de Indias alcanzaron de la Corona el reconocimiento de
su libertad, si bien ciudadana solamente, aunque con el privilegio
de mantenerse segregados de los blancos y, lo que es más, de
nombrar sus autoridades, por todo lo cual podría considerarse
semejante situación como la de una Andorra negra enclavada en
el corazón de América que, en la práctica, fue un territorio libre
hasta el advenimiento de la Independencia. Pero igualmente libres,
aunque en estado de guerra permanente con sus enemigos los
esclavistas, fueron todos los palenques fundados en los arcabucos
de la Provincia de Cartagena de Indias, abortada la merced real
de libertad condicional, durante todo el transcurso del período
colonial conforme los documentos que estamos compulsando”. ( ).
El pueblo fue bautizado por el Obispo con el nombre de San Basilio,
el mismo de un ramal de los innumerables Montes de María. Cuenta la
tradición que fue escogido por el “Rey” Benkos como lugar estratégico
e inexpugnable.
Los descalabros sufridos también obligaron a los jefes cimarrones
a cambiar de táctica, como lo demostró el Capitán Pedro Mina,
negociando su entrega y la de sus guerreros. La entente de paz de
los palenqueros de San Basilio era otro paso hacia un nuevo rumbo:
organizar la revuelta en la ciudad con los criollos, mestizos y los nuevos
contingentes venidos de Africa.
¿Quién acaudilló la estrategia general que involucraba, además, a
los zapacos, piratas y esclavizados, traídos de las colonias francesas,
inglesas y holandesas del Caribe?
Podrían considerarse nombres: ¿Toussaint L’Ouverture? ¿Alejandro
Petión?

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E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

Indudablemente, fueron visionarios a fines de Siglo, pero no


contaron con los instrumentos económicos y políticos. La alianza con
los criollos “blancos” fue un camino explorado que no tuvo la respuesta
prometida por Simón Bolívar. Pero estos líderes, con una mayor lucidez
de la insurrección general, no aparecerían sino como culminación de
los conflictos y contradicciones de la propia esclavitud con los intereses
de las naciones colonialistas.

NUEVAS ALIANZAS Y ESTRATEGIAS

El moribundo Siglo XVII terminaría con el asalto a Cartagena por el


Barón de Pointis, en mayo de 1697. Los historiadores alienados, fieles
al culto de los héroes, han estado ciegos para evaluar las acciones de
los pueblos y de la soldadesca que hacen posible que brille la suerte
o el infortunio de los generales. Sin embargo, contrario a la norma,
en el asalto y toma del Castillo de San Luis de Bocachica, tenemos el
testimonio dejado de puño y letra del alto militar, el Castellano Sancho
Ximeno, al confesar que la toma de la fortaleza fue posible por la
“cobardía de los negros” encargados de la defensa, quienes, ante los
atacantes, suma de marinos franceses, bucaneros y africanos, optaron
por arrojar sus armas al agua sin que sus superiores españoles pudieran
impedirlo. ¡Triste confesión que deja al descubierto el presumible
complot de los esclavizados con los asaltantes!
Para comprender esta presumida alianza de cimarrones y piratas,
citamos otros documentos que recogen versiones clandestinas de que
“estaba por suceder un gran travajo en esta ziudad y que solo podía
atajarlo llamando la Real Armada de Barlovento que a la sazón se
allaba en la ziudad de Portobello... que dentro de breve plazo se
berían motivos e indicios de dicho daño”. La fecha del documento,
4 de abril de 1693, nos indica que mucho antes del asalto de Pointis,
existían tratos entre cimarrones y piratas, pues “... el riesgo era
interno porque los negros de esta ziudad y sus alrededores estaban
muy inquietos y con señales muy fijas de alguna sublevazion”.
Agrega otro documento:
“... Incontinente el Gobernador ordenó juntar a sus cuarteles
todas las milizias para que estuviera devajo de sus banderas... (y
publicó) un Bando para que todos los vezinos que tubiesen esclavos

255
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

estubiesen con todo cuydado con ellos, sin consentirles armas ni


que las trajesen ni andubiesen por las calles de las ocho de la noche
en adelante, estando a la mira de sus mobimientos para que fuesen
arreglados a quietud y que ninguna perssona bendiesse a ningún
negro Pólvora ni balas...”
Si este era el pánico que vivían las autoridades cuatro años antes
del ataque del almirante francés Jeans Bernard des Jeannes, sobran
razones para justificar las dolidas quejas de Don Sancho Ximeno por
la derrota y agravio sufridos, tanto en el Castillo de Bocachica como
en el Fuerte de San Lázaro y la puerta de la Media Luna, y en el barrio
de Getsemaní, de mayoritaria población africana. Los cronistas van
más allá de nuestras sospechas, pues afirman que el barón, en su
triunfal avanzada, no tuvo necesidad de cañonear la ciudad, porque
el Gobernador, Maestro de Campo don Diego de los Ríos y Quesada,
cobardemente, le entregó las llaves.
Sólo resta preguntarnos: ¿Cuál sería la contraparte recibida por los
cimarrones y zapacos?
Respondemos sin la menor duda: ¡Armas!

Los asaltos a Cartagena por los corsarios franceses e ingleses,


reclaman un análisis histórico de los acontecimientos económicos,
políticos y tecnológicos que surgían como consecuencia de la
acumulación capitalista por las potencias europeas y de sus
repercusiones en las mentes de los oprimidos, considerados “piezas
muertas” en el proceso de las grandes transformaciones sociales
del Siglo XVIII. Nuestro interés en allegar documentos coloniales
es superar las especulaciones y olvidos de la acción de las anónimas
masas oprimidas y la internacionalización de los conflictos bélicos.
Partimos de dos premisas históricas: su inalienable anhelo de libertad
y la incesante lucha por alcanzarla.
Desde la perspectiva social, consideramos estos ideales como la
base oculta del iceberg de la economía colonial. Encontraremos las
mismas causas –expoliación humana y acumulación– aunque cambien
las estructuras y políticas de los imperios. Las guerras en Europa

256
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

entre Coronas Reales tuvieron su directa interacción con las luchas


emancipadoras de los esclavizados africanos, criollo y mestizos.

EL COSTO AFRICANO DE LAS


FORTIFICACIONES Y ASALTOS

Amurallar la bahía e islas de Cartagena constituyó un desafío a la


inventiva humana, al mar, a la estrategia militar, a la arquitectura, a las
finanzas, a los materiales de construcción, a los africanos. La hazaña
logró realizarse, pero costó muchas vidas de esclavizados, 50.000.000
de pesos oro y dos siglos de afanoso construir y demoler.
Felipe II sólo ordenó la fortificación de Cartagena cuando,
tardíamente, advirtiera que los ingleses construían su flota para reforzar
su piratería hacia las colonias americanas y no contra los puertos de la
Península.
El ingeniero Bautista Antonelli concibió el proyecto general y lo
inició en 1586, bajo la supervisión del maestre de campo Juan de Tejera.
El primitivo recinto amurallado en la isla de Cartagena contaba con
los baluartes de Santa Catalina, San Lucas y las Bóvedas del Cabrero.
Más allá de este primer cerco, antiguamente unido por un puente, se
levantó la muralla que circunda la isla de Getsemaní, con sus derruídos
castilletes en las entradas de la Calle Larga y de la Media Luna.
La mole del Castillo de San Felipe de Barajas conformó el cerrojo
infranqueable de la ciudad, con sus baterías enfiladas hacia la entrada
del puerto. Apuntalados en pequeñas penínsulas e islas, también
miraban sobre la bahía los fortines del Pastelillo, Manzanillo y San
José. En el lado opuesto, permitiéndoles cruzar sus fuegos contra
los barcos intrusos, se levantaba el hoy demolido baluarte de Castillo
Grande. En esta misma línea defensiva, aún persiste, como centinela
avanzado, el Castillo de San Fernando, antiguo San Luis de Bocachica,
que asombra por su imponente calvicie de siglos, y donde sufriera su
derrota el Castellano Sancho Ximeno y Orozco.
Una escollera submarina artificial obstruye el estrecho de
Bocagrande, obligando a los barcos a penetrar por el canal de Bocachica,
frente a las fortalezas de San Fernando y San José. Medida estratégica
que complementó la defensa de la ciudad, realizada en 1771 por don

257
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Antonio Arévalo, y que constituyó una de las obras de ingeniería


hidráulica más importantes de su tiempo.
¿Cuántas vidas de cíclopes africanos fueron sacrificadas, convertidas
en cemento y huesos en estas fortificaciones? Sólo se nos habla de su
valor en pesos oro, pero no en sangre y martirios.
A los 10 años de fundada, el 24 de julio de 1543, la ciudad sufre
el primer ataque por parte del corsario francés Francisco Baal. El 11
de abril de 1559, otros bucaneros franceses, Martín Cote y Juan de
Beautemps, se toman la ciudad.
En 1697, el Barón de Pointis puso sitio a la ciudad con 20 buques,
4 mil soldados y un refuerzo de 1500 piratas, bajo el mando de Du
Casse. Al retirarse había perdido a mil hombres, llevándose 2.000
apestados.
Las guerras y rivalidades palaciegas que sangraban a siervos y
campesinos en Europa, tenían sus cuotas de muerte entre africanos,
colonos franceses y españoles, en América. Las mismas pugnas se daban
entre los esclavistas de ambas Coronas por la conquista de territorios
en Africa, y por el monopolio del comercio de prisioneros.
En julio de 1568 asaltan a Cartagena los ingleses, al mando de John
Hawkins (Juan Acle); entre sus lugartenientes figura el más tarde
famoso Henry Morgan. En 1568, Francis Drake se toma la ciudad, con
23 navíos y 2.500 hombres, con gran regocijo de la reina Isabel de
Inglaterra.
Atando cabos en esta larga cadena de satrapías, la toma de Cartagena
por Pointis fue apenas un eslabón más, al que se uniría el sitio del
Almirante inglés, Edward Vernon, secundado por C. Ogle y R. Lestock.
Se pone sitio el 15 de mayo de 1741. La toma de la ciudad se da por
un hecho inevitable y, previamente, se han mandado acuñar medallas
conmemorativas en las que se ponía a Don Blas de Lezo, defensor de
la plaza, de rodillas ante el almirante inglés. Apoyaban la acción y la
seguridad del triunfo 15.000 marinos, 9.000 soldados y un regimiento
norteamericano de 14.500 hombres, que incluía 2.000 “negros”
macheteros.
Pero las ostentosas muestras de triunfo se estrellaron contra el valor
de los sitiados y la pericia de don Blas de Lezo, quien había perdido un

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E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

brazo y un ojo en su gloriosa historia de militar. El gobierno de la plaza


estaba encomendado a Nelson de Navarrete, pero también se encontró
allí el virrey Sebastián Eslava, lo que dió significativa importancia a
la lucha. Las tropas defensoras comprendían 2.500 hombres, 158
cañones emplazados y 174 navíos.
El epicentro culminante, después de un mes de combates (del 13
de marzo al 20 de abril de 1741), fue la fortaleza amurallada de San
Felipe de Barajas. Allí se licuaron los medallones de gloria de Vernon,
quien, humillado y con el resto de sus tropas desmanteladas, huyó a
Jamaica, donde por más de un año había armado su flota y sus sueños
de victoria.
En estas batallas no se menciona el número de africanos caídos en
combate, y, por supuesto, cuál fue la actitud asumida por los cimarrones
y mulatos, que no estarían como espectadores de la contienda, cuando
los combates apuntaban al control de la producción esclavista,
verdadera fuente de riqueza colonial.

EL ESTRANGULAMIENTO
DEL COMERCIO HUMANO

La piratería no puede ser considerada como un fenómeno aislado del


enfrentamiento entre las naciones europeas por el dominio colonial de
América, desligándola de sus repercusiones en el comercio de prisioneros;
irremisiblemente, su monopolio se convertiría en detonador social de
la conciencia antiesclavista de los africanos y mestizos, rebajados a
la condición de “cosas” y bastardos. La acumulación de experiencias
infrahumanas se tornaría en sentimientos explosivos.
Desde el comienzo de Siglo, el desarrollo de la navegación a vela y
la artillería militar cambiaban las relaciones de fuerzas navales, en las
que España se ufanaba de poseer la “Armada Invencible”. El péndulo
del desequilibrio se inició con el estrangulamiento de la economía de la
Corona, mediante la piratería y asaltos a los puertos de ultramar. Para
ello era fundamental impedir el flujo humano desde Africa.
Frente a estas acciones y amenazas, España dormía y soñaba con
la gloria pasada de su inamovible imperio. Aún después del frustrado
asedio de Vernon a Cartagena, demoró treinta y dos años (1773) para

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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

encomendar al ingeniero militar Antonio Arébalo, asentado a pocas


millas en La Habana, la reedificación y reforzamiento de las fortalezas
arrasadas por el almirante inglés.
¡Tardío reconocimiento de su debilidad y atraso militar! Precisamente
cuando los africanos y sus descendientes se disponían a dar el último
golpe a la esclavitud, y los criollos mestizos se insurreccionaban para
alcanzar su independencia política y económica. Para entonces, José
Antonio Galán, en el Nuevo Reino, ponía en apuros al Virrey y liberaba
esclavizados.
El paso práctico dado por España para corregir errores, fue abolir
la política de las “autorizaciones” y “asentamientos”, que restringía
la introducción de africanos, más ávido de cobrar alcabalas que de la
prosperidad de sus colonias. Hasta entonces, el flujo africano había
sido grande y constante, pero no había variado en tres siglos, siempre
considerando a los africanos como “piezas” sin alma. Tampoco era más
racional en las colonias inglesas y francesas, pero en ellas, la explotación
pragmática convertía el lucro en revolución industrial.
La primera Cédula libre fue expedida el 28 de febrero de 1788
por Carlos IV, a la que siguieron con manifiesta urgencia dos más, la
del 24 de noviembre de 1791, firmada en San Lorenzo del Escorial, y
posteriormente otra, en Aranjuez, el 22 de abril de 1804, que coincidió
con la Revolución antifeudal y libertaria que lograba triunfar en la
historia de la humanidad.
Recalcamos este hecho por su significado e impacto en los
movimientos emancipadores de América, y, más concretamente,
para la independencia de nuestro país, cuando Simón Bolívar,
derrotado por los españoles, llegó a la isla de L´Overture, en 1816.
Comprendiendo la trascendencia de su proyecto liberador de las
colonias hispanoamericanas, el entonces presidente de Haití, Alejandro
Petión, no vaciló en proporcionarle en dos ocasiones barcos, armas,
soldados y dinero, bajo la promesa de instaurar repúblicas limpias de
esclavitud.
Inexplicablemente, el Libertador murió sin cumplir este compromiso
histórico que habría cambiado el destino de las naciones mulatas y
mestizas de América...

260
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

Pero regresemos a la apremiante necesidad de España, de abastecerse


del inestimable caudal africano. Todavía abiertas las heridas por los
ataques de Pointis y Vernon, debió recurrir a contratistas españoles
y extranjeros, una vez suprimidas las restricciones que concedían
privilegios a sus actuales enemigos. Pero en la práctica continuaron
siendo sus proveedores, pues seguían monopolizando el comercio
esclavista en sus colonias caribeñas, convertidas en factorías de acopio
y redistribución de africanos. Los nuevos beneficiados eran simples
intermediarios ante Francia, Inglaterra y Holanda.
Se comprende entonces que dos años después del asedio de Vernon
(1734), el Virrey del Nuevo Reino de la Nueva Granada, Don Sebastián
de Eslava, celebrara un contrato con el ciudadano francés Julián
Barboteau, para introducir “dos mil cabezas de negros de las colonias
de su Nación”.
Dos años más tarde (1745), el español Jean Bautista Baumonte,
quien había sido nombrado “Teniente de Gobernador y Auditor de la
Gente de Guerra de la Ciudad y Provincia de Cartagena”, en apoyo a la
solicitud hecha por Nicolás de Echauz para introducir “4.000 piezas”,
informa al Rey sobre los “perjuicios considerables que se siguen a los
Reynos del Perú y tierra firme de la falta de negros, desde que feneció el
Assiento hecho con la Nación Inglesa, pues son (los esclavos) los únicos
operarios para el cultivo de las Haciendas y labor de las Minas...”.
Además, preocupado por los apremios en que se encontraba la
Corona, el funcionario se apresura en señalar que el contratista se
“comprometía a dejar a favor de las Arcas Reales, la cuarta parte del
precio que costare cada cabeza de negro, de ambos sexos”, y también
entregar “4.000 pesos y los negros que S.M. necesitare para las Reales
Fábricas de Panamá, reedificación de los Castillos de San Felipe de
Barajas y de Chagre al costo y coste que los condujere...”.

q
261
CAPÍTULO SEGUNDO:

L AS P IEZAS C ADUCAS
DEL C OLONIALISMO

L
a tríada ominosa del engranaje colonialista –el tráfico de
prisioneros, la indignidad humana y la máxima expoliación
de las fuerzas de trabajo– alimentaba incesantemente la noria
de la esclavitud. Sin embargo, los ineludibles cambios de la sociedad,
aunque fueran inadvertidos por los monarcas europeos, acumulaban
en las colonias americanas el fermento de su propia destrucción.
Las estadísticas sobre la cuantía de las “cabezas” transportadas por
el disputadísimo comercio humano, revelan las aberrantes prácticas
esclavistas. La Corona Española, espoleada por las necesidades
insoslayables de introducir esclavizados a sus Colonias, no dejaba
de advertir el volcán que se gestaba por los abusos de los amos, el
hacinamiento y su multiplicación. Para amainar este riesgo mantuvo la
política de paz en los reductos cimarrones, y, a la par, dictaba medidas
restrictivas que frenaran las injusticias de la esclavitud.
No obstante, sobrevivían otras causas que escapaban a la voluntad
y control del Soberano: el aumento de los hijos mulatos, zambos y
mestizos que, si bien suplían la escasez de africanos, aumentaban el
malestar general y el ánimo insurreccional.
El ritmo de crecimiento de la población, a partir de los inicios de
la Colonia, ilustra sobre la verdadera composición del mestizaje en el
Siglo XVIII:
“En el Siglo XVI la presencia de los negros era más evidente, claro
está, en la propia Cartagena. Ya en 1552 el cabildo de la ciudad
les prohibió permanecer en las calles después del toque de queda
“por cuanto en esta ciudad había muchos negros, los cuales andan
de noche después de tañida la queda, y a horas no lícitas, y hacen
muchos hurtos y robos”. En 1570, según cálculos del etnógrafo
venezolano Angel Rosemblat, la población de la Nueva Granada
ascendía a 825.000 personas, entre ellas 10.000 blancos, 15.000
negros y 80.000 a los negros y mulatos, 20.000 a los mestizos
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

y 600.000 a los indios”. (Serguei Serov “COLOMBIA”. En “Los


Africanos en el Nuevo Mundo”. Editorial Progreso, Moscú, 1991.
( ).
Para el año 1779, en la Nueva Granada, sobre un total de 800.000
habitantes, el historiador Jaime Jaramillo Uribe registra 53.778
esclavizados. Una vez más vemos que los cálculos consignados en
las crónicas no pueden evaluarse al pie de la letra, si sabemos que el
cartabón racial de la Colonia se regía por criterios aprejuiciados.
¿Quiénes eran realmente esclavizados y quiénes libres?
Nadie ignora que ya desde los primeros días de la Conquista se
esclavizaban, encadenaban y asesinaban “indios”, pese a las leyes
protectoras de la Reina Isabel. Y desde entonces, los africanos y sus
descendientes criollos, mulatos y zambos, corrían igual suerte que sus
padres. El concepto de “liberto” siempre fue cuestionado, aún después
de la Ley de Emancipación de los Esclavos, en 1852. Las prácticas
esclavistas no desaparecieron de la noche a la mañana, como tampoco
las cicatrices de los cepos en los tobillos, ni en las mentes de los
esclavistas y sus herederos.
Lo incuestionable era que la economía colonial y republicana
descansaba sobre los africanos, fueran “negros”, mulatos, zambos o
triétnicos. Igual en los ríos y litorales caribeños; altiplanos, llanos y valles
del Pacífico; con cadenas o sin ellas, la población africana de primera y
quinta generación sufría los rigores de la esclavitud física y social.
¡Afortunadamente, el mestizaje daba movilidad a las capas sociales
e ideas libertarias!
En lo que concierne a la Cartagena de fines del Siglo XVIII, centro
estratégico del Caribe infectado por contrabandistas y piratas,
agreguemos el flujo legal y clandestino de africanos fugitivos de
Jamaica, Aruba y Haití.
Basta con revisar las informaciones privadas de los funcionarios de
la ciudad al Virrey y de éste al Monarca, para justificar plenamente
nuestros juicios. Lo que extraña es que tales documentos hayan sido
ignorados por algunos investigadores para fantasear sobre el “natural”
indolente y perezoso del africano, cuando no se le connota de abúlico y
resignado a la servidumbre.

264
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

La lectura de los documentos de la época permite esclarecer en


las propias Cédulas Reales e informes de Virreyes, Gobernadores y
Obispos, no sólo sus preocupaciones por el trabajo excesivo que recaía
sobre los esclavizados y la actitud beligerante de éstos por liberarse,
como lo confirman las instrucciones sobre los severos castigos y penas
a los levantiscos; las fábricas de materiales para las fortificaciones, los
trabajos forzados en los galeones (galeras) y el rudo excavar de rocas
en las canteras, de donde surgieron Benkos Biojo y su cimarrones, al
igual que los cadáveres que arrastraba cotidianamente la carreta de
San Pedro Claver o el detritus humano que mendigaba por las calles,
extendiendo sus manos ulceradas.
En los críticos años en los cuales por fin se emprendió tardíamente la
reparación y refuerzo de las fortificaciones, mediados del Siglo XVIII,
la ciudad vivió uno de los períodos más trágicos para la población
esclavizada, sometida a un régimen intensivo de trabajos forzados, en
donde se concentraron africanos traídos directamente de sus tierras
de origen.
La demanda de africanos también se hacía urgente en las faenas
agrícolas y pecuarias de todo el país, coincidiendo con un repunte de la
minería, cuando el oro avalaba las transacciones del nuevo capitalismo
industrial.
Cartagena, puerto tradicional de acopio de prisioneros, el mayor de
las Colonias hispanas, fundía en un solo crisol a esclavistas y africanos
y “libertos”, en la nueva condición de “forzados” y “alquilados” por la
Corona. Desde luego que los más eran requeridos para la inexpugnación
de las fortalezas militares, bajo el apremiante reclamo del ingeniero
Antonio de Arévalo.
Para desmentir los epítetos de “haraganes”, que los olvidadizos
endilgan al africano y a su mezcla mulata y mestiza, recordemos que
para cumplir las titánicas empresas de construir la nación, había
general consenso de reconocer a la “raza negra” como la privilegiada,
por dar el mejor rendimiento en las agobiantes tareas y en el mayor
número de muertes. Estas definiciones, que acaecían diariamente,
no eran fulminantes, como cobraban sus víctimas los dioses griegos,
sino que se asaban al fuego lento de parrilla, como acontecía con los

265
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

manipuladores de la argamasa de cemento y cal viva, pues estaba


prohibido apagarla antes de usarla. A los pocos años, las manos perdían
los músculos, dejando al descubierto los huesos descarnados.
Nada más explícito y cruel, por la frialdad y sarcasmo, que la carta
donde el Gobernador Gerónimo Suazo y Cassasola informa al Rey la
conveniencia de atraillar africanos a la construcción de las murallas,
por su gran rendimiento y poco costo:
“El tiempo que por falta de dinero no se travajó en el castillo ordené
que con los negros de V.M. que el yngeniero truxo de la Havana,
que como tengo avisado fueron 28 Barones y 2 negras, se hiciese
alguna cal para escussar algún gasto a V.M. porque no ay hanega
de ella que no cueste más de 3 reales conprada/ y el ingeniero que
cierto sirve con grande amor y voluntad y muy puntualmente se ha
dado tan buena maña y priessa que en menos de ocho meses tiene
hechas más de 10 mil hanegas y pues los negros están tan diestros
podrá V.M. mandar que no se compre ninguna para las fábricas
sino que se haga, que se ahorrarán muchos dineros/ De los negros
que el yngeniero trujo de la Havana con orden de V.M. cuatro se
murieron y los tres dieron en ladrones y fugitivos y assy ordené
a los oficiales reales los vendiesen y de lo procedido se compren
otros buenos y de servicio. Lo qual se hará con los primeros que
vinieren”. ( ).
El uso y abuso de los amos por la vida y la fuerza de trabajo de sus
esclavizados amenazaba a tal grado la estabilidad de sus Colonias,
que el Rey Carlos IV debió intervenir para frenar el relajamiento de
las costumbres cristianas y las fugas de los cautivos. En carta a Don
Bartolomé Narváez, Obispo de Cartagena, le solicita un informe sobre
los desmanes de los amos sobre sus esclavizados y del poco celo que
los religiosos ponían en corregirlos, según le ha escrito el Gobernador,
Don Ignacio Salas, en carta del 28 de noviembre de 1572. Acogiendo la
solicitud del Gobernador, el Obispo delega la averiguación y respuesta
al Padre Salvador Grande, superior de la Compañía de Jesús.
He aquí un extracto de los aspectos controversiales tratados por el
sacerdote, que constituye una descarnada radiografía de la esclavitud
en la sociedad colonial.

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DOLENCIAS DE LAS ALMAS Y LOS CUERPOS

“1. —Parece innegable que en muchas casas ay más esclavas que


son menester para el servicio doméstico interior de la casa,
respecto que por el Padrón del año 1751 conta que familia de
dos Señoras solas tiene diez y siete esclavos dentro de cada,
dos familias tienen diez y seis esclavas cada una, quatro
familias a catorce esclavas, otras trece &; siendo esto así que
estas y muchas otras familias no necesitan de los jornales de
la esclava para mantenerse, se sigue que saliendo a la calle a
ganar el jornal, se exponen a cometer muchas ofensas a Dios,
y no saliendo estarán ociosas todo el día, y expuestas a los
Vicios que acarrea las ociosidades.”
“2. —Aunque las dichas familias fuessen pobres y necesitaren del
jornal de las esclavas para su precisa mantención, no deben
tolerar sus salidas a la calle para obrar los desórdenes que
regularmente cometen por su perversa inclinación... que
siendo innegable que de estas salidas de las esclavas a la calle,
por el particular interés de sus amos, se siguen muchas ofensas
a Dios, es forzoso estorvar estos pecados, por cuya principal
propuse al Rey, que se limitase el número de los sirvientes en
las familias, evitando al mismo tiempo la vanidad de tener
una grande, sin uso y expuesta a una epidemia.”
“3. —No niego que en muchas casas procuran casar las esclavas
con los esclavos, pero también es cierto, que a muchos se les
da muy poco cuidado de esta obligación christiana y consta
que algunos venden las esclavas por no ser fecundas, aunque
lo ignore el Padre Grande.”
“4. —Sobre el punto que no es cruel el castigo que se da a algunas
esclavas por no traer el jornal, se puede preguntar al Alcalde
don Manuel de Puga lo que le ha sucedido como Juez, de
pocos días a esta parte y a muchas otras personas de fama de
esa Ciudad.”
“5. —El alquilar las esclavas para que sirvan en casas no seguras,
necesita remedio y mucho más que no se les permita que

267
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

vivan por si donde gusten, con tal que al mes traigan el jornal,
de que se siguen muchos pecados, como concede el Padre.”
“6. —El primer punto, que se prohiba a los amos imbiar o permitir
salir esclava suya con ventas a las calles, o Plazas, como
propone el Padre Salvador Grande, devo dezir que este es el
principalíssimo que me movió a hazer mi representación al
Rey.”
“7. —Tocante al segundo, que a las esclavas no se les permita salir
fuera de la Media Luna a buscar el jornal, aunque lo considero
bueno, no le hallo practicable, a menos que se pusiese una
persona en la puerta que las conociese todas y esto lo tengo
por imposible...”
“8. —Tocante al terzer punto, de que el amo o ama, que permitiere
a su esclava vivir fuera de su casa se le multe por la primera
vez en el tercio de su valor, por la segunda con dos tercios y
por la tercera pierda la esclava, es muy bueno; pero es preciso
discurrir quién a de tener este cuidado.”
“9. —Sobre el quarto punto, que no se permitan esclavos o esclavas
jornaleros, a los que de otra parte tienen con qué mantenerse
decentemente, según su estado, ya tengo respondido en el
primer punto de este papel.”
“10. —Como algunos amos se mezclan con las propias esclavas
quitándoles su honor, sería conveniente para obviar estos
pecados la continuación que se sigue de un amancebamiento,
pedir al Rey se sirviesen mandar que por este solo hecho
quede la esclava libre, con lo que se contendrían algunos por
su interés, no conteniéndose por la ofenza de Dios.”
“11. —Parece muy conveniente que en la Plaza que llaman de las
Negras, aya las que están vendiendo las frutas, verduras,
carne por menudo de las que se les permite sacar de la
carnicería y que estas fuesen mugeres casadas, o viudas y de
edad proporcionada a aquel corto travajo con que ganan su
manutención; porque a no emplearse en esto las mugeres,
se abran de emplear los hombres que pueden hazer travajo
más pesado, quedando las negras libres destituidas de

268
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

este medio para buscar su vida, lo que es punto digno de


consideración.”
“12. —Para hazer observar todo lo que se dispusiere y hallase por
conveniente sobre estos asumptos, pareze sería necessario,
que como los Yndios tienen su Protector por Leyes Reales se
devería nombrar un protector de Negros en esta Ciudad... que
debería ser un hombre muy circunstanciado, o un Regidor,
con un Alguacil, señalándoles una parte de las multas que se
impusieran a los que contrabiniesen a las reglas que se deben
establecer sobre esta materia y también para que formando
listas de todos los Negros libres y esclavos, cuidase que los
muchachos negros y mulatos, tanto esclavos como libres
en teniendo hedad competente se pusiesen a aprendizes de
los ofizios mecánicos, como sastres, zapateros, carpinteros,
albañiles &, cuidado que continuasen hasta salir buenos
ofiziales, con lo que lograría la República un gran aumento
y los vezinos la correspondiente conbeniencia en tener estos
ofiziales por jornales más moderados. Y así mesmo, que los
que no quisiesen aplicar a oficios mecánicos, se embiasen a
trabajar a las Hacienda o minas, pues todos se quejan de que
estas no se travajan por falta de negros.”
“13. —Este protector devería cuidar así mesmo de que las
muchachas se criasen con la correspondiente educación,
que se casasen a tiempo con los mozos correspondientes a
su esfera y color, que ningún amo dise libertad a esclavo o
esclava de abanzada hedad, como sucede con algunos que
dan la livertad a sus esclavos, quando no pueden travajar
para horrarse su mantención, curarle sus enfermedades y
enterrarlos...; y finalmente, concidero que el nombramiento
de este Protector con su Alguacil para la observancia de todo
lo que se dispusiere, es absolutamente necessario.”
Las preocupaciones del Gobernador y del Obispo, como puede
apreciarse, atañen principalmente a corregir la conducta de los amos
que contravenían la moral cristiana, pero poco o nada de las fatigas,
azotes, mutilaciones y enfermedades que conformaban la romería de

269
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

fantasmas cadavéricos; los “zombis”, muertos-vivos que pululaban


por las calles, y que el Gobernador consideraba como una “plétora de
esclavos” que invadía la ciudad.
Esta superpoblación de ancianos inútiles constituía una rueda suelta
que ni la Corona ni los amos querían atender, pero que tampoco podían
enterrar. Para corresponder en parte a esta obligación “cristiana”,
ya el Rey Carlos IV había tratado de corregirlos en Cédulas de 1769
y 1778, pero como tantas otras disposiciones reales, siempre fueron
incumplidas.

EL “CÓDIGO NEGRO” ESPAÑOL

La relajación de las prácticas de los propios funcionarios reales,


dueños y mayordomos, en el trato que daban a los esclavizados y que
ponía en peligro la salud de los reinos de ultramar y las arcas reales,
determinó al Rey Carlos IV a promulgar el “Código de las Leyes de
Partida y demás cuerpos de la Legislación de estos Reynos, en el de
la Recopilación de Yndias” (31 de mayo de 1789), que reglamentaba
las disposiciones reales sobre la esclavitud en las Colonias americanas.
Eran medidas similares a las tomadas por Luis XIV, de Francia, para
contener a los cimarrones haitianos en 1685.
Abreviamos el texto hispano:
“El Capítulo I. Educación de los Esclavos. Manda que se les
instruya “en los principios de la Religión Católica y en las verdaderas
necesidades, para que puedan ser bautizados dentro del año de su
residencia..., cuidando se les explique la Doctrina Christiana todos
los días de fiesta de precepto...”
“El Capítulo II. Alimentos y Vestuarios. Dice que “no pudiéndose
dar regla fixa sobre la quantidad y calidad de los alimentos, y clase
de ropa que les deben suministrar por la diversidad de Provincias,
climas y temperamentos y otras causas particulares...”, se deja la
cuestión a “las Justicias del distrito de las Haciendas con acuerdo
del Ayuntamiento y audiencia del Procurador Síndico, en calidad
de Protector de los Esclavos...”.
“El Capítulo III. Ocupación de los Esclavos. Donde se marcan
directrices generales: ...”enseñanza obligatoria de la agricultura y
demás labores del campo”... (con proscripción) de “los oficios de la
vida sedentaria”.

270
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

Tareas de “sol a sol” (para)... dejar “dos horas en el día para que las
empleen en manufacturas u ocupaciones, que cedan en su personal
beneficio y utilidad”... “sin que puedan los dueños o mayordomos
obligar a trabajar por tareas a los mayores de los sesenta años, ni
menores de diez y siete, como tampoco a las esclavas ni a emplear
a éstas en trabajos no conformes con su sexo...”.
“El Capítulo IV. Sobre diversiones, permitidas después de “oirse
misa, los domingos y festivos”, se recomendaba que fuesen “simples
y sencillas... con separación de los dos sexos... y evitando que se
excedan en beber...”.
“El Capítulo V. “Havitaciones”. Se ordena que...” sean cómodas
y suficientes para que se liberten de las intemperies, con camas en
alto, mantas o ropa necesaria y con separación para cada uno y
quando más dos en un quarto...”.

Trasladándonos a nuestros tiempos, comienzos del Siglo XXI,


colegimos que de la misma manera en que los Reyes desconocían la
triste suerte de los esclavizados en sus dominios de América, nuestros
Padres de la Patria ignoran la realidad social de nuestros campesinos
en sus variadas geografías, costumbres y miserias. Suelen legislar para
“Repúblicas aéreas”, como decía el Libertador.
“El Capítulo VI. –según Arrázola– sobre Alimentación de
Ancianos y Niños, imponiendo a los amos la obligación de
alimentarlos y no concederles permiso “para descargue de ellos, a
no ser proveyéndolos del peculio suficiente...”.
El Capítulo VII. Matrimonios de Esclavos, para que “se fomenten
y evitar los tratos ilícitos”.
“El Capítulo VIII. Instrucción de Obligaciones y Penas
Correccionales de amos y esclavos, señala la protección que
deben dar los amos a sus esclavos... se sigue también la obligación
en que por lo mismo se hallan constituidos los Esclavos de obedecer
y respetar a sus Dueños y Mayordomos”... (en caso contrario) “el
esclavo podrá y deberá ser castigado correccionalmente por los
excesos que cometa, ya por el Dueño de la Hacienda o ya por su
Mayordomo... con prisión o grillete, cadena, maza o zepo, conque
no sea poniéndole en éste de caveza, o con azotes que no puedan
pasar de veinte y cinco, con instrumento suave que no le cause
contusión grave o efusión de sangre...”.
“El Capítulo IX. Instrucción de Penas Mayores. “...
mutilación de miembro” (genitales), pena de muerte, previas a la
“formación y determinación del proceso e imposición de la pena
correspondiente”.

271
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

“El Capítulo X. Defectos o Excesos en que “pudieran incurrir” los


Dueños de esclavos y sus Mayordomos. Para enmendarlos establece
una escala de multas que comienzan por los cincunta pesos para
la primera, los cien para la segunda y hasta los docientos para
la tercera y última. Pero si la cosa pasa a mayores, se impone la
confiscación del Esclavo y su venta a otro amo.
“El Capítulo XI. Penas establecidas por las Leyes “para los que
cometen semejantes excesos o delitos contra las personas de estado
libre...”
“El Capítulo XII. Instrucción para llevar una lista de los esclavos
de cada dueño en el Ayuntamiento.”
“El Capítulo XIII. “Modo de Averiguar los Excesos de los
Dueños o Mayordomos”, a cargo del Procurador Síndico
Protector de los Esclavos.”
“El Capítulo XIV. “Caxa de Multas” con destino al estricto
cumplimiento de la propia “Instrucción”.”

El Código de las Leyes de Partida, promulgado en fecha muy tardía


(1789), revela que, al finalizar el Siglo XVIII, la Corona de España no
presagiaba el desplome del régimen esclavista, pese a las medidas
que querían corregir sus iniquidades. La peor miopía del Imperio
fue no comprender que las nuevas Leyes, encaminadas a “suavizar”
las condiciones infrahumanas de los oprimidos, sólo exasperaban su
rebeldía, cuando apenas concedían “dos horas” de descanso diario, en
las cuales debían realizar “tareas” siempre en beneficio de los amos.

EL HAITIANO QUE PUDO CAMBIAR LA


HISTORIA COLOMBIANA

La explotación de los recursos de las Colonias americanas con los


millones de hombres arrancados de Africa en tres siglos, además
de acumular en Europa el capital industrial, engendró la burguesía,
nueva clase que luchaba por arrebatar el poder a la realeza y la nobleza,
para establecer una sociedad más justa, en donde se reconocieran
los “Derechos del Hombre”, basados en la “libertad”, “igualdad” y
“fraternidad”. Tales emancipadores no contemplaban la abolición de la
esclavitud en América, precisamente porque el monopolio del comercio
humano aseguraba el dominio de la naciente economía industrial.
No obstante, sus ideales revolucionarios sí influyeron en las luchas

272
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

antiesclavistas de América desde antes del triunfo de la Revolución


Francesa, como ocurrió en los movimientos que precedieron a la
Independencia de los Estados Unidos y a la antiesclavista Revolución
de Haití.
El prejuicio de relacionar los mutuos influjos de estos movimientos
emancipadores, aunque buscaba fines distintos –abolición de la
esclavitud e independencia– ha permitido que se cubran con un manto
de sombras, hecho de gran trascendencia para la comprensión de las
campañas libertadoras en nuestro continente.
Poco se ha divulgado que España, para suplir en parte la escasez de
africanos por los asaltos a Cartagena, pero también para infringir daño
a sus enemigos, declaró libres a todos los “esclavos” extranjeros que
buscaran refugio en sus dominios de América.
Sin embargo, ante el creciente ánimo insurreccional de sus propios
africanos, acicateados por la rebelión cimarrona en Santo Domingo,
el Rey Carlos IV, en providencia del 17 de marzo de 1790, en víspera
de la Revolución Haitiana, da por terminada esta disposición, muy
ilustrativa de los vientos liberales que sacudían a Europa:
“Con uniforme dictamen de la Junta de Estado ha resuelto el Rey
que por ahora cese el uso de la libertad de los Esclavos que de las
colonias extrangeras se refugian a las nuestras, mediante no haver
en que ocuparlos y sin cuya circunstancia no se debe admitir su
residencia en ellas por prohivir las Leyes de Yndias el Domicilio
a todo extrangero en concepto de libres y forastero; y que se
suspenda entre tanto el cumplimiento de las cédulas declaratorias
de la libertad que conforme al Derecho de Gentes se han expedido
en diversas ocasiones y casos particulares a favor de los Esclavos
que se han refugiado a nuestros dominios de América, cuya
soberana determinación no solo hará V.S. observar en los casos
que ocurran, sino que dispondrá se publique por los medios que
juzgue más oportunos, a fin de que llegue a noticia de los Esclavos
de las colonias extrangeras y cese la frecuente transmigración de
ellos que actualmente se experimenta en varias partes. De orden de
S.M. lo prevengo a V.S. para su puntual cumplimiento”. ( )
Importantísimo documento para esclarecer los vínculos y
simultaneidad de los movimientos cimarrones que dieron lugar al
complot urdido en Cartagena por fugitivos haitianos, en complicidad
con los mulatos de la ciudad.

273
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Exactamente al cumplirse un siglo de la ejecución del “Rey” Domingo


Criollo, tuvo lugar en Cartagena un complot insurreccional el 2 de
mayo. El plan conspirador se mantuvo en el más estricto sigilo, como
correspondía a la magnitud de la sedición. La fuente fidedigna de la
historia la proporciona el propio Gobernador de la ciudad, don Pedro
Mendieta, en carta al Virrey de Santa Fe, del 19 de mayo de 1793:
“...El día primero del corriente por la tarde se descubrió en esta
Plaza el principio de una sublevación proyectada por los negros,
que aunque mal y desordenadamente dirigida, estaba tratada de
egecutar al inmediato día siguiente; pero habiendo tomado de las
seis de la misma tarde a las nueve de la noche todas las providencias
que exigían las circunstancias, ya a esta hora quedaron presos ocho
de los negros, que se creyeron autores o cómplices de aquel delito y
todos los puestos de la Plaza, y sus puertas exteriores, prevenidos
debidamente por qualquier novedad que pueda resultar”. ( ).
En otro aparte de la misiva estrictamente confidencial, se advierte
la preocupación del alto funcionario en restar gravedad a los hechos
consumados, sin dejar de exteriorizar su alarma:
“El concepto expuesto del ministerio Fiscal es el de competir
el conocimiento de la causa a la jurisdicción Real ordinaria
sugetando a ella en el caso todo otro fuero incluso el Militar, pero
los artículos 4º libro 3º tratado 8º y 26 título 1º del mismo tratado
de la ordenanza general, sugetan por el contrario o atrahen a
la jurisdicción militar los demás fueros declarando para de su
privativo conocimiento las causas de incendios de quarteles y
edificios militares, las de insulto de centinelas o salvaguardias y
de conjuración contra el comandante militar oficiales o tropa en
qualquier modo que se intente o egecute con la expresión de que
los Reos de otras jurisdicciones que fueren comprehendidos en
qualquiera de estos delitos, deben ser juzgados y sentenciados por
la militar con el castigo de ordenanza”.
“El presente caso, creo no puede dudarse, está comprehendido
idénticamente en esta disposición pues se trataba nada menos que
de ocupar violentamente una fortaleza, destruir la Plaza y aún lo
que se meditaba antes matar al Gobernador que es verdadero y
efectivo Comandante Militar de la Plaza y de todos sus puestos”.
Más adelante, como si mostrara las cartas una a una, entra en detalles,
revelando a los conspiradores y al delator. Héroes, mártires y villanos
de la historia emancipadora de la esclavitud. Desgraciadamente no
revela los nombres de los cabecillas haitianos, verdaderos precursores
274
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

del grito de Independencia de Cartagena, apenas 18 años antes del


levantamiento popular incitado por el jefe de los maestranzas de la
ciudad, el mulato cubano Pedro Romero y el triétnico José Prudencio
Padilla, hijo de madre wayúu y padre mulato dominicano, entonces un
simple contramaestrre de la Armada Real, comandante del arsenal del
puerto.
En la mañana del 11 de noviembre del inmemorable 1811, Pedro
Romero rompió el sueño de los amos con los redobles de su tambor, al
frente de un puñado de esclavizados descalzos que esgrimía lanzas de
palo y picas de acero, de los insumisos de las minas de Matuderé:
¡Pum! ¡Pum!
¡Los patrioteros!
¡Pum! ¡Pum!
¡Los señorones!
¡Pum! ¡Pum!
¡Vengan ahora!
¡Pum! ¡Pum!
¡Los chapetones!
Mientras tanto, su yerno, José Prudencio Padilla, según plan
acordado, insurreccionaba a los milicianos pardos del batallón “El Fijo”,
para tomarse el fortín de San Agustín y el Palacio de la Inquisición.
Estas acciones militares recogían tres siglos de contiendas
cimarronas que compulsaron con sus lanzas y cañones a la indecisa
Junta de Gobierno de los mestizos criollos, para que proclamaran
la independencia absoluta de España. Sin embargo, en el Acta
de Proclamación no fueron recogidas sus exigencias de abolir la
esclavitud.
La mirada desalienadora y reivindicativa, superados los complejos
de inferioridad conceptual para valorar nuestra historia americana,
nos obliga a una interpretación más ajustada a los hechos y procesos,
lúcida o inconscientemente ignorados.
No atomizar en parcelas la diáspora compulsada de los millones
de africanos a la América, fraccionándola en estancos “nacionales” e
“independientes”, que esconden la unidad y magnitud de su epopeya
continental.
275
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Encadenar los movimientos antiesclavistas acaecidos en Colombia


–luchas cimarronas; resistencia y sublevaciones citadinas; alianzas de
zapacos con piratas y fugitivos foráneos; levantamientos comuneros
y patriotas– en un solo y vasto proceso de ideales libertarios que
relacionan las luchas revolucionarias de los pueblos de América con
los de Asia y Europa.
Las fechas de las insurrecciones de los comuneros contra la mita,
los estancos e impuestos que sacudieron los virreinatos de la Corona
Española –Comuneros en Paraguay (1717-1735); la de los Estancos en
Ecuador (1765); “Condorcanqui”, Túpac Amaru en el Perú y Bolivia
(1780); la Insurrección de los Comuneros de José Antonio Galán,
emancipador de esclavizados en Colombia (1781); el Motín de Aranjuez
y la Sublevación Popular de Madrid, en la propia Península–.
Los asaltos piratas a Cartagena, por Pointis (1697) y Vernon (1741),
estrechamente ligados a la disputa de los mares entre las Coronas de
España, Francia e Inglaterra.
La derrota de la “Armada Invencible” española, por el Almirante inglés
Horacio Nelson (1805), donde cae prisionero José Prudencio Padilla,
entonces ya contramaestre del navío “San Juan de Nepomuceno”,
hundido en la refriega, en la cual se había alistado como pinche de
cocina, a la edad de 14 años, en el puerto de Riohacha.
Después de permanecer en prisión, conjuntamente con sus
compañeros de armas, en Porstmouth, Padilla fue puesto en libertad a
los tres años (1808), debido a la alianza de España e Inglaterra contra
Napoleón, que había invadido la Península. Finalmente, regresa a
Cartagena en 1810, un año antes del “grito” de Independencia.
No es casual que el coronel Simón Bolívar y el curtido contramaestre
José Prudencio Padilla, se hayan encontrado en Cartagena en el año
de 1812 y que, una década después, el marino, bajo el mando del ya
victorioso general, hubiera dirigido y ganado la Batalla de Maracaibo,
que puso fin al Imperio Español en América, con excepción de Cuba,
libertada por otro mulato, el general Antonio Maceo (1895).
En aquella fecha gloriosa de la derrota española en el lago venezolano,
tal vez ya estaba señalado por el trágico destino, que el mulato almirante
fuera fusilado por el triétnico libertador.

276
CAPÍTULO TERCERO:

L A C U LT U R A D E L A E M A N C I PAC I Ó N

L
a libertad absoluta para preservar los valores africanos auténticos,
ocurrió después de la emancipación (1852), cuando libertos y
libérrimos, los abuelos desnudos y desafiantes, asumieron su
libertad en las selvas, ríos y litorales, como un reto a vivir de acuerdo
a sus tradiciones ancestrales. Pero sólo lo lograron en parte porque
la aculturación hispana les había dejado firmes patrones culturales:
idioma, religión, vestidos, hábitos y una dependencia económica y
social del régimen que persiste hasta nuestros días.
Los pocos aborígenes colombianos que habían sobrevivido a la
Conquista procuraron mantenerse en comunidades cerradas en las
altiplanicies o perdidos en las selvas amazónicas y del Pacífico.
Los africanos, por el contrario, aunque se les confinara en las haciendas
y minas, invadieron el mundo social urbano y familiar de los españoles, en
virtud a los múltiples oficios que desempeñaban. Cocineros, domésticas,
artesanos, agricultores, capataces, transportadores, etc. Donde quiera que
estuviera el amo, a su lado obligatoriamente permanecía el africano.
Esta relación socioeconómica determinó el tipo de costumbres,
pensamientos y actividades culturales. Dos mundos aparentemente
distanciados por los prejuicios, pero inseparables en la vida social.

DESCULTURIZACIÓN AFRICANA

Las comarcas de los departamentos del Cauca, Nariño, Valle y


Chocó, antiguos centros mineros de la colonización española, se
convirtieron en las zonas más prósperas del país durante los Siglos
XVI al XVIII. Esta riqueza, valorada siempre por los ricos yacimientos
auríferos, realmente pudo convertirse en un emporio por los miles de
africanos trasplantados desde Africa, no tanto por las fuerzas físicas
en la explotación del oro, como por las experiencias que aportaron
de sus muchas culturas en los valles del río Níger, Senegal y extensas
sabanas subsaharianas: universidades, reinos de ciudades imperiales,
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

palacios reales, aldeas agrarias, religión, organización tributaria,


ejércitos conquistadores, navegación, minería, metalurgia, escultura en
hierro, cobre y bronce, herramientas, instrumentos musicales: arpas,
violines, bandolas, flautas, tambores, xilófonos (marimbas metálicas
y de madera), campanas, cencerros, triángulos metálicos, trompas
(marimba de boca), cornetas, oboes, etc.
Aunque estos conocimientos culturales fueron menospreciados
y aún perseguidos, especialmente los tambores, considerados
satánicos por sus usos rituales, la aptitud cultural no pudo amputarse
de la idiosincrasia, sensibilidad y prácticas de los africanos, pues
persistieron en su memoria ancestral y se expresaron en los nuevos
valores impuestos por los aculturizadores hispanos: cultos religiosos,
artesanías, viviendas, alimentos, vestidos, etc., todos ellos reducidos a
las más degradantes formas de empirismo y barbarie. Los esclavistas
y dueños de minas auríferas redujeron la creatividad de los abuelos
esclavizados al máximo rendimiento del esfuerzo sobrehumano. ¡La
perspectiva de vida útil del esclavizado no sobrepasaba los doce años!
Asombra que tras quinientos años de regímenes expoliadores,
los sobrevivientes, mezclados entre sí o con españoles e indígenas
–mulatos, zambos y mestizos triétnicos–, aún conserven las
características esenciales de las etnias y actitudes africanas recreadas en
nuevas formas culturales. En esta herencia, viva en sus descendientes
actuales –los biafra, mina, carabalí, campás, casarán, etc.–, es donde
puede valorarse lo mucho que aportaron a la nacionalidad, más allá
de la economía minera, agraria y ganadera. Cada rasgo africano en
las culturas recreadas de los pueblos del Pacífico y del Chocó, por
rústicas que parezcan, vale más que todos los lingotes de oro extraídos
y amasados con las sangres de nuestros abuelos.
También debemos resaltar los conocimientos ancestrales de los
amerindios, aprovechados por europeos y africanos para asentarse en
el medio selvático y hostil. Sin embargo, las comunidades aborígenes,
igualmente sometidas al trabajo forzado y extensivo, diezmadas por
su belicosidad en defensa de la tierra, resultaron insuficientes para
la expansión del sistema colonial, dando lugar a que se acordara la
importación de africanos.

278
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

La numerosa población africana y el espíritu libertario determinaron


las fugas, el arrochelamiento, el cimarronismo y los palenques;
igualmente, el maridaje y los intercambios culturales con las dispersas
y reducidas comunidades amerindias. Otros grupos aborígenes
conformados en resguardos, pudieron conservar sus idiomas y
costumbres, marginados de africanos y españoles.

LA ALIENACIÓN HISPANA POSCOLONIAL

El nuevo orden establecido en estas comarcas impuso el cuño


colonizador español. El idioma, la religión y las costumbres siguieron
el modelo peninsular, aunque ambientados a las nuevas circunstancias.
Se reprodujo el sistema de nobleza basado en los privilegios para
españoles y sus descendientes criollos, así como la servidumbre y
esclavitud para amerindios, africanos, mestizos, mulatos y zambos.
Los pobladores españoles y sus descendientes, puros o mezclados
con aborígenes y afros, constituyeron desde el comienzo un grupo
restringido, ubicado principalmente en Popayán, Cali, Medellín,
Quibdó, etc. Los prejuicios raciales los compulsó a mantenerse
relativamente separados, produciéndose un distanciamiento cultural
y social con las etnias sometidas. Los pocos amerindios, refugiados o
perdidos en las selvas. Los africanos por el contrario, obligatoriamente
permanecían cerca de sus amos.
Esta relación socioeconómica determinó el tipo de costumbres,
pensamientos y actividades culturales. Dos mundos aparentemente
distanciados por los prejuicios, pero inseparables en la vida social.
Resultado de ello fue el poco pero persistente mestizaje de las dos
razas. El proceso de aculturación y endoculturación ha producido el
actual marco de la cultura tradicional popular caucana, nariñense,
chocoana y valluna.

w
279
CAPÍTULO CUARTO:

E N D O C U LT U R A C I O N Y R ECREACION
A FROCOLOMBIANA

BAILES Y CANTOS AFROCOLOMBIANOS

L
a formación de la nueva cultura colonial necesitó un largo período
de gestación. Lo que vemos hoy día es apenas el resultado de
profundos cambios mentales, de hábitos y conocimientos. Nada
más fácil de confundir y malinterpretar, que juzgar las manifestaciones
actuales con el ojo del observador improvisado.
Es precisamente lo que ocurre con la apreciación de nuestros bailes.
Afirmar que tal o cual aire es puro, típico u originario de una comarca, es
algo fácil de decir, pero difícil de sustentar ante los procesos históricos
de formación.
En la comprensión de estos fenómenos hay que tener la mirada
larga para descubrir las actitudes, luchas y resultados en los cuales se
enfrentaron las corrientes aculturizadoras de las del colonizado, en este
caso, el africano, ansioso de preservar sus hábitos y mentalidades.
En lo que concierne a los bailes y cantos africanos, no sólo en
nuestro país sino en todo el continente, debieron sufrir y sobreponerse
a las restricciones que les imponía el colonizador, que sólo veía en ellas
formas paganas de cultos diabólicos.
Frente a las prácticas clandestinas y reclamos de los africanos
pidiendo licencias para dedicarse al jolgorio en los períodos de descanso
y en las festividades católicas, los amos y las autoridades debieron
acceder a ciertas licencias que permitieron preservar algunos de los
instrumentos y costumbres africanos.

RESISTENCIA CONTRA LA SATANIZACIÓN

En el marco de estas restricciones y permisos, el 9 de enero de 1573, el


Cabildo de Cartagena ordenó que ningún africano, ni africana se junten
los domingos y fiestas a cantar por las calles con tambores, sino fuera,
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

en la parte donde el cabildo lo señalase, y allí se les dé licencia para que


puedan bailar, tañer, cantar y hacer sus regocijos, según sus costumbres,
hasta que se ponga el sol, y no más, sino fuera con licencia de la justicia.
“... So pena que sean atados y azotados con la dicha picota en la plaza y
estén todo el día y pierdan los vestidos que trajeren para el alguazil que
los executare, según se contiene en la ordenanza supra máxima”.
A fines del Siglo XVIII, la legislación sobre esclavos reforzó las
prácticas de evangelización, estableciendo que los amos deberían
adoctrinar a sus esclavos, y tener para ellos curas predicadores; el
vestido debería ser decente y cristiano. En los días festivos habría
diversiones con sexos separados y bajo la vigilancia de los amos:
“Cédula del 31 de mayo de 1789”.
Pero mientras en algunas regiones y épocas se permitían ciertas
libertades, en otras, el celo apostólico por frenarlos se acentuaba. Fue
lo que ocurrió con las recomendaciones del arzobispo de Popayán,
Gerónimo de Obregón y Mena, en 1774, cuando recriminaba a los fieles
que se dedicaran a practicar los bailes obscenos y cantos profanos por
el mal influjo de los africanos, como eran la zaraza, el costillar, la zanca
de cabra, bunde y otros que se practicaban en sitios sagrados durante
los días de la Santa Cruz, la Virgen María y velorios de angelitos.
Debido a su valor para comprender la resistencia de los abuelos y así
preservar su música y bailes de raíz africana, transcribimos la siguiente
homilía del Arzobispo Obregón:
“Por cuanto por sujetos fidedignos y timoratos se nos ha informado
haberse introducido aún en las más serias funciones y sin distinción
de casas y personas unos bailes nombrados el costillar, zanca de
cabra, bundes y otros de esta misma clase y naturaleza con acciones
y movimientos inhonestos y provocativos que hacen más indecentes
los versos que se cantan y otros agregados con notable daño de
las conciencias, mal ejemplo de las familias, y escándalo aún de
los ojos, oídos, menos recatados, deseando como es de nuestra
pastoral obligación poner el correspondiente remedio para que no
se continúe tan detestable desorden y que del todo se destierre esta
indigna y abominable diversión que solo sirve de lazo y ruinas a
las almas en el lastimoso desconcierto y relajación de las buenas
costumbres por tanto, mandamos bajo excomunión una potrina
canónica monisione de jure premisa con citación para la tablilla y
con la absolución reservada a los que con ningún motivo ni pretexto,

282
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

ni en secreto se usen, toquen, ni canten estos tan perjudiciales


bailes con apercibimiento que denunciándose la menor falta ante
los vicarios de nuestro obispado serán los contraventores sin otra
diligencia fijados y declarados por incursos en ella para lo cual y
que llegue a noticia de todos y no se alegue ignorancia, se lea y
publique este auto en un día festivo y de concurso, y se fije en las
puertas de sus iglesias parroquiales un tanto de el autorizado en
la forma ordinaria que nadie lo quitará bajo de la misma pena de
excomunión mayor”. (M. Chávez).

LA REVOLUCIÓN COMENZÓ EN ESPAÑA

España impuso sus formas de teatro a sus colonias como una manera
de asegurarse el adoctrinamiento que tanto le preocupaba, buscando
el olvido de costumbres y creencias de los nativos y africanos. Debe
recordarse que durante ocho siglos de ocupación árabe, el genio español
encontró su vitalidad en un espíritu nacional y religioso, oponiéndola a
la conquista del país de manos de los infieles.
Después de la expulsión de los moros se acrecentaron las prácticas
religiosas de la cristiandad. Entre las formas teatrales religiosas más
antiguas se reconoce el AUTO SACRAMENTAL, que sobreviviera
desde el Siglo XIII hasta el Siglo XVIII. Esta representación tenía
lugar en las iglesias, los monasterios, los palacios y las mansiones
señoriales, con ocasión de ciertas festividades católicas. Algunas de las
representaciones se hacían mediante carros en los cuales se agrupaban
los actores. De ahí nos viene la expresión de fiestas de carros, que
marcó una influencia determinante en las ceremonias religiosas de las
colonias españolas en forma de procesiones. Las funciones de los autos
sacramentales eran acompañadas de danzas. El Auto Sacramental,
como concepción original y particular de España, debía alcanzar su
más alta perfección en las obras de Calderón de la Barca, en el Siglo
de Oro. Las procesiones del Corpus en América, y, desde luego, en la
Nueva Granada, servían de pretexto para la interpretación de textos
santos, siempre con el montaje de altares, tablados, proscenios, carros,
etc., en los cuales actuaban sacerdotes y actores mezclados, que no
vacilaban en improvisar divertimentos en los cuales se alternaban los
cantos, representaciones y bailes.

283
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

NAVIDAD CON TAMBORES

La Natividad entre los afros del Pacífico es una reminiscencia de


lo que en su época pudo llegar a ser un gran espectáculo, donde la
adoración al Niño Dios expresa el anhelo de un pueblo esclavizado por
su libertad.
Esta tradición dio origen a la presentación de los nacimientos en
los cuales los presentes, mediante cantos religiosos –loas, villancicos,
arrullos–, adoran al Niño Dios.
Los africanos del Pacífico, a través de arrullos, a la par de alabar al
Niño Dios, expresaban en forma mística sus frustraciones y anhelos,
volviéndose así una adoración libre donde el pueblo se divorciaba de la
catequesis compulsadora.
Es posible que al comienzo se tratara de simples villancicos,
entonados en las iglesias con panderetas y guitarras, bajo la mirada
complaciente de los religiosos.
Dadas las características del ambiente rural, en donde las haciendas
y centros mineros no siempre disponían de sacerdotes, los esclavizados
organizarían sus propias adoraciones con la presencia de los tan
perseguidos tambores. La relación entre éstos y los dioses africanos,
seguramente estaría en las mentes de los músicos y danzantes, dado el
hecho de que los ritmos, inclusive los que se ejecutan en la actualidad,
corresponden a los utilizados en los cultos del Candomblé y el Vodú.
En esta forma, los arrullos, alabados, romances, jugas, gualíes, unos
con mayor acentuación católica, otros más libres –arrullo y gualí–, son
el resultado de largos procesos de sincretización de los cultos católicos
y africanos.
Dentro de ese mismo sincretismo figuran las “balsadas”, que se
realizan en los pueblos y veredas ribereñas; utilizando los ríos llegan
al pueblo o ciudad principal, para que el niño sea bautizado por el
sacerdote. La balsada consiste en cinco o más canoas de cinco metros
de largo formando un planchón, donde se elaboran adornos de palma
tejida e iluminados con velas en forma de altar. Dentro de la “balsada”
va el conjunto de músicos, consistente en una marimba de chonta,
dos bombos de doble percusión, dos cununos y guasáes. Las mujeres

284
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

conforman la parte importante del coro, interpretando cantos agudos


con falsetes, a la par que se acompañan con los guasáes.
Los pueblos no ribereños realizan esta adoración en la plaza mayor
con un gran altar, copiando los bailes religiosos traídos de España, pero
a los cuales les han introducido movimientos y coreografías autóctonas.
Entre las representaciones figuran la huída de la familia Sagrada de
Egipto; y el nacimiento y adoración de los pastores y Reyes Magos.
Uno de los actos es la búsqueda del Niño, después de que ha pasado
el peligro de los soldados de Hérodes; esta representación se realiza a
través de la Juga “La Bambara Vieja”, expresión que nos recuerda las
danzas guerreras de los bambara africanos.
El constante tránsito de esclavizados, como también la parcial
libertad de muchos de ellos, sumada a la circunstancia de la explotación
aurífera de los ríos de la Costa Pacífica, especialmente en los territorios
que hoy ocupan los departamentos del Valle de Cauca, Cauca, Chocó y
Nariño, permitió la conservación de los arrullos del Niño Dios en esa
zona del litoral Pacífico.
Los arrullos, comprenden diferentes temas religiosos: el arrullo
propiamente dicho, la juga, el bunde y la juga bundeada; con estos
bailes se desarrollan las fiestas navideñas, en las cuales todos los
habitantes toman parte, turnándose en la adoración del Niño. Primero,
los pequeños de tres a siete años, luego los adolescentes y jóvenes de
once a veinte años, y, finalmente, los adultos.
Hay en estos bailes una conjugación religiosa y profana, pues
los adoradores aprovechan las circunstancias para sus requiebros
amorosos, ingerir bebidas alcohólicas y aún bailar.

MARIMBA Y CURRULAOS

La sobrevivencia de cantos, bailes e instrumentos musicales en las


comunidades del litoral y valles del Pacífico y el Chocó, no pueden
desligarse de sus orígenes sagrados en Africa. No podría entenderse de
otra manera, pues su conservación, desafiando las persecuciones de la
Iglesia, se debe precisamente a su carácter religioso, ligado a sus Orichas
y Ancestros. Aún cuando luego se hayan desacralizado y comercializado,
su sincretismo en las fiestas católicas, como acontece con las del Corpus
285
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Christi, San Pacho, Navidad, Reyes, etc., son reveladoras del propósito
primario antes de la aculturación. Más significativo es que se hayan
preservado con manifestaciones de jolgorio paganas, al decir de los
catequizadores, en las cuales debieron practicarse rituales de cultos
a los Ancestros, o recordatorios de las tradiciones amputadas, como
ocurre en los carnavales.
La propia morfología de los sentimientos y coreografía de los bailes
y danzas, revelan el sincretismo afrocatólico operado gradualmente al
paso de los siglos.
La supervivencia del conjunto de marimba, con sus cununos,
tamboras y guasáes; el canto, con sus características fonéticas, gestuales
y tonales, acompañados con palmoteos, conforman el más auténtico
conjunto de origen africano conservado por nuestros abuelos en
Colombia. Podría asignarse el mismo valor que pueda tener el lumbalú
del Palenque de San Basilio, pero con marcada diferencia, así:
La marimba se desacralizó desde la Colonia, cuando los amos se
aprovecharon de ella para que sus músicos esclavizados les ejecutaran
la danza, la contradanza, la mazurca y la jota, en sustituto del piano;
posiblemente con ausencia de los cununos, tamboras y guasáes, ya que
éstos, con su carácter sagrado, habrían dado otro sentido a los bailes
cortesanos. Pero sí debió conservar su plena autenticidad africana en
los bundes y currulaos, bailados a espaldas de los religiosos y amos o
en los días de descanso o fiestas de los santos patronales. Los arrullos
de Navidad y los funerales de angelitos son una muestra clara de su
retención en la sociedad colonial.
Se ha rebatido el parentesco del currulao con el bambuco andino,
circunstancia debida a que, con el nombre de “bambuco viejo”, los
ancianos denominaban al primero.
Muchas especulaciones se dan sobre este tema, pero consideramos
que ellas no se basan en investigaciones etnomusicales serias.
Generalmente se olvidan los procesos de aculturación hispanos, los
mismos en el altiplano y en los litorales; las condenas y restricciones de
la Iglesia al uso de los tambores; las características propias de las etnias
andinas que recibieron el influjo castellano; las condiciones sociales
y culturales en los diversos momentos históricos, especialmente los

286
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

relacionados con la importancia de Buenaventura como puerta de


entrada y salida de pasajeros procedentes de Bogotá y el exterior.
Tal vez sea en el folclor musical y religioso donde se adviertan
aspectos muy diferenciados entre pacíficos y chocoanos ístmicos, como
puede apreciarse en los instrumentos de la chirimía y en las festividades
populares de San Pacho, en Quibdó. El conjunto consta de clarinete,
caja de redoblantes, tambora y platillos, y, ocasionalmente, de un bajo,
instrumentos de influencia hispana; podría asemejársele más a las
bandas “papayeras” del litoral Atlántico que al conjunto de marimba
y cununos. Sin embargo, aunque la chirimía toca aires emparentados
con el porro, la cumbia y hasta con la rumba caribeña, su ritmo, el
alma de su música, se hermana más con el currulao y el arrullo. No
es de extrañarlo, porque en el Chocó existen aires autóctonos como el
aguabajo y el levantapolvo, muy parecidos al currulao.
En cambio, en el litoral Pacífico próximo a Panamá, el tamborito y la
mejorana conservan la hermandad con sus similares panameños.
A fines del Siglo XVII, la economía minera en expansión permitió
al Chocó mayores relaciones con los puertos de ambos litorales y
contactos con cimarrones, contrabandistas y piratas. Por su parte, las
autoridades reales y esclavistas reforzaron su presencia en la región,
hasta el grado de concederle cierta autonomía administrativa, aunque
siempre sujeta al control de Popayán y Antioquia. Ello contribuyó a un
espíritu de insurgencia en los africanos e indígenas chocoanos, como
lo revela Rogerio Velásquez en su estudio histórico “El Chocó en la
Independencia.”

287
CAPÍTULO QUINTO:

U NIDAD Y D IVERSIDAD
A FROCOLOMBIANA

BIOTIPOS AFROCOLOMBIANOS

L
a mirada más desprevenida permite observar en los afros
de Colombia diferentes rasgos físicos y culturales, según los
encontremos históricamente enraizados en el litoral Pacífico,
en los valles del Magdalena y Cauca, sobre las vertientes andinas, en
los Llanos Orientales, en el Altiplano o en la Costa Caribeña. Mulato,
mestizo o puro, con mayor o menor pigmentación, será su piel oscura
la que lo identifique como descendiente africano. Más allá, comienzan
las diferencias anatómicas, los ritmos, el habla, la imaginación.
Propenso a errores es tratar de demarcar al afrocolombiano entre
zonas étnicas a partir de sus orígenes. Aún cuando prevalezcan ciertas
características somáticas –longilíneos, brevilíneos, cabeza pequeña,
labios gruesos o porte atlético–, lo cierto es que aquí como allá, en una
misma aldea, entre los habitantes de una ribera, en las ciudades del
interior o pueblos costaneros, encontramos, entreverados en mayor o
menor proporción, los rasgos que caracterizan a los yorubas del Níger
o los bantúes de los reinos del Congo y Angola.
La razón de esta variedad de tipos raciales estriba en que la
colonización no los discriminaba por sus orígenes tribales –sólo
cuando se trataba de prevenir levantamientos, como acontecía con
los rebeldes wolof o el suicida carabalí– sino por su corpulencia,
salud, edad y, sobre todo, por la utilidad que pudieran prestar debido
a su experiencia tradicional. Podríamos decir, generalizando, que la
mayoría de los conducidos a los centros mineros de Antioquia, Cauca
y Valle, procedían del área yoruba, dada la antiquísima explotación
minera de esta región. El estudio de nombres y apellidos realizados
por Rogerio Velásquez, nos comprueba este aserto. Pero, de igual
modo, hace referencia de patronímicos bantúes en las zonas mineras.
(Rogerio Velásquez. Gentilicios Africanos).
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

En la costa caribeña, desde los comienzos de la Colonia, más dedicada


a la agricultura y ganadería, los esclavistas pusieron mayor empeño en
utilizar a los bantús, con tradición milenaria en estas faenas, lo que no
excluye la presencia de individuos y comunidades yoruba en el ámbito
costeño.

PRESENCIA AFROCARIBEÑA

La abolición de la esclavitud a mediados del Siglo XIX, trajo fuertes


cambios en el reagrupamiento de la población afro en la Costa Atlántica.
Gran número de libertos abandonó las haciendas agrícolas y ganaderas,
para concentrarse, en calidad de colonos, en tierras selváticas o
baldías, y otros se desplazaron a las antiguas zonas de arrochelamiento
y palenques (Rocha, San Pablo, San Onofre, San Martín de Loba,
etc.). Igualmente se verificó un éxodo numeroso desde las haciendas
hacia Cartagena, Barranquilla y Santa Marta, conformando barriadas
exclusivas o fuertemente integradas con la población urbana.
La activa triaculturación étnica continúa siendo el factor más
importante en la identidad del grupo costeño del Caribe.
Sin embargo, en los enclaves rurales, donde tuvieron asientos
palenques o haciendas ganaderas y agrícolas, la población afro
aculturada es predominante.

MEMORIA ANCESTRAL

Los africanos, unidos por cadenas a los colonizadores de todas las


banderas, dejaron sus huellas en los territorios conquistados desde los
primeros asentamientos. Posteriormente, al incrementarse el tráfico
de prisioneros, se convirtieron en presa de rapiña en altamar e islas de
corsarios holandeses, ingleses y franceses, para ser vendidos al mejor
postor en los puertos caribeños.
Solitarias, como huellas dejadas en el mar, San Andrés, Providencia
Y Santa Catalina, ofrecen otro enclave “afro-raizal”, como se
autodenominan orgullosamente.

290
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

LOS CHOCOANOS ISTMICOS

La apreciación, a golpe de vista de la aculturación afrohispana en


los valles del Pacífico, y la operada en la región ístmica del Chocó,
lleva erróneamente a imaginar que no existen diferencias sustanciales
entre los dos pueblos. Sin embargo, la situación ístmica del Chocó,
sus nexos económicos y culturales con la Costa Atlántica, Antioquia
y Panamá, desde la Conquista, Colonia y República, les han dejado
fuertes rasgos culturales que los diferencian de sus hermanos de etnia.
Los rasgos físicos, heredados del ancestro africano, es lo único que
conservan en común, pues sus hábitos culturales acusan actitudes muy
diferenciadas.
El afrochocoano, con dos litorales, tuvo oportunidad de preservar
una memoria africana, por su cercanía al puerto de Cartagena de
Indias, donde desembarcaban nuevos prisioneros que reforzaron las
costumbres. Aunque por temores a contrabandistas y piratas, la Corona
Española trató de cortar estos contactos prohibiendo la navegación
por el río Atrato, los cimarrones mantuvieron estrechos nexos con
los hermanos de estos territorios, ya que encontraban refugio en sus
palenques.
Otro tanto ocurría con los puertos de Colón y Portobelo, en el
Atlántico, y Panamá, en el Pacífico, en cuyas regiones proliferaban
palenques.
Los intereses económicos y políticos forzosamente se tradujeron en
influjos culturales que han enriquecido la identidad chocoana: Espíritu
independentista, trashumante y comercial.
A su vez, cierta herencia urbana de los abuelos africanos, reforzada
por la cercanía de puertos y ciudades, compulsó a los chocoanos, afros,
mulatos zambos, aquellos que han podido superar las condiciones de
pobreza, buscaban y buscan acceso a los estudios, particularmente en
las carreras de Pedagogía y Derecho, las más accesibles a sus recursos,
pero que les han permitido una importante figuración en la política y
en el magisterio.
Estos últimos rasgos, también compartidos con los caucanos,
nariñenses, vallunos, etc. –siempre que logran llegar a las capitales:

291
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Popayán, Cali, Pasto, Medellín y Bogotá–, confirman que poseen la


misma idiosincrasia africana, aunque les distingan algunos rasgos
culturales característicos:
“En los últimos 150 años –afirma Nicole Pujol– los negros han
emigrado mucho. Este movimiento se había iniciado en el Siglo
XVIII, desde 1780, de los campos mineros del Chocó al río Tuira;
más tarde, del Alto Atrato y del San Juan a Cupidó y Juradó; y
a lo largo de la costa pacífica del valle del Baudó. Entre 1821
y 1851, durante el período de la emancipación, aumentan las
migraciones de los negros. Durante la guerra de Independencia,
muchos de ellos, desde Barbacoas y el Chocó, se juntaron con las
fuerzas revolucionarias de Bolívar. Al terminar las hostilidades
se fueron hacia los valles del Cauca y Magdalena, y después de
la emancipación se amplió el éxodo de los centros mineros a las
tierras fértiles y cultivadas o cultivables” ( ).
Los centros mineros de donde emigraron los libertos, se encuentran
diseminados en los Departamentos de Antioquia, Cauca, Chocó, Valle
del Cauca y Nariño; poblaciones de Cáceres, Zaragoza, Quibdó, Tadó,
Nóvita, Caloto, Telembí, Micay, Barbacoas, etc.
La corriente migratoria chocoana se dirigió a las riberas del Baudó y
de los otros ríos que desembocan en el Pacífico: San Juan, Orpúa, Ijúa,
Docampadó, Virudó, etc. Otros se desplazaron a la región minera del
Alto Atrato. En el litoral, sitios de atracción fueron las poblaciones de
Pizarro, Nuqui, Buenaventura, Guapi, Tumaco, etc.
En la escogencia del terreno prefirieron las riberas y costas. A falta
de vías terrestres de penetración, utilizaron las fluviales y marítimas.
En general procuraban evitar las tierras comprendidas entre los ríos,
debido a la vegetación selvática, serpientes y felinos.
Compelidos al aislamiento, los grupos desarrollaron hábitos,
modalidades lingüísticas regionales y ciertos biotipos, por la incidencia
en las uniones endogámicas. La toponimia los caracteriza y denomina:
tumaqueños, guapireños, atrateños, sanjuaneños, tadoceños,
baudoseños, nuqueños, etc.
Al incrementarse la producción fabril en la década de los 30, del
siglo pasado, comenzaron a operarse nuevos movimientos migratorios
de pobladores, en sentido contrario: de los sitios ribereños y costaneros
hacia Buenaventura, Cali y Medellín. Ya, con anterioridad, a propósito

292
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

de la construcción del Canal de Panamá, muchos afrocostaneros del


Pacífico, así como del litoral Atlántico, emigraron hacia la Zona del Canal
para ofrecerse como obreros. Los afros del extremo sur (Barbacoas y
Tumaco) prefirieron emigrar hacia el Ecuador, incorporándose a las
nacientes empresas bananeras y a los campos mineros de Esmeraldas.
En el Valle de Chota, en la serranía ecuatoriana próxima a Colombia,
sobreviven comunidades afros. Según informantes de la región,
también se originaron por desplazamientos de esclavos colombianos
en la Colonia.
Actualmente la migración rural apunta en primera instancia hacia
los centros urbanos de Quibdó, Buenaventura, Cali, Popayán, Pasto,
etc. Otros, más decididos, se aventuran a ciudades del interior, como
Medellín, Girardot, Ibagué, Neiva y Bogotá. El Distrito Capital alberga
una de las más numerosas colonias citadinas del país. Sin embargo,
la costa Atlántica es la región preferida por los emigrantes del litoral
Pacífico.
La presencia de estudiantes afros en los colegios de secundaria
y universidades de la capital de la República, procedentes de las
ruralías y poblaciones del Pacífico, es cada vez más notoria. Las
vías de comunicación, el incremento económico de algunas familias
dedicadas a la agricultura u otros menesteres, contribuyen a que uno
o dos hijos puedan seguir carrera en los centros capitalinos, de donde
generalmente no regresan a sus villorrios.
Ultimamente, el éxodo parece entusiasmar a individuos y familias
pobres, atraídos por los beneficios de los centros urbanos o el espejismo
de un empleo ofrecido por algún político de su región. Sean cuales
fueren los incentivos, lo cierto es que la migración del campo hacia
la ciudad ha impactado en forma notoria a las comunidades afros,
tradicionalmente marginadas en los litorales del país.
¿A cuáles de ellas se refiere la Constitución cuando habla de
“comunidades negras”?

0
293
CAPÍTULO SEXTO:

T RADICIÓN O RAL Y C O N D U C TA
A FROCOLOMBIANA

LOS CUENTOS DEL TÍO ROGERIO

D
epositario de la tradición oral de nuestros abuelos, Rogerio
Velásquez, poeta, novelista, antropólogo y educador, retomó
la palabra viva de los grilots, que cantaban al tañido de la kora,
el arpa sudanesa, las leyendas y cuentos de las distintas culturas del
Africa Ancestral.
Escuchando de los mayores, en velorios de difuntos, novenas de
santos, juegos de naipe o dominó, recogió las “manos” y “casos”, de
cuentos que narraban los ancianos en los caseríos mineros y de labranza,
en el Atrato, San Juan, Nuqui, Baudó, Tumaco, Barbacoas, etc.
Pese a los procesos de aculturación española, los abuelos lograron preservar
puros o mezclados muchos cuentos de la tradición africana, normas de
conducta y pensamientos filosóficos adaptados a las asfixiantes costumbres
de la esclavitud. Por ello son narrados en español, y algunos reflejan las ideas
feudales de los amos. Pero, otros, rebeldes, critican las prácticas inhumanas.
La transculturación de los cuentos y refranes hispanos a la tradición
oral americana, se evidencia en la tradición oral de los analfabetos, quienes
transmiten oralmente de generaciones en generaciones. Preocupado por
su conservación, el Infante Juan Manuel intentó recoger sus refranes,
cuentos y coplas, para redactarlos al castellano, que comenzaba a ganar
el alfabeto y la escritura (todavía no contaba con una gramática propia).
“El Libro de los Castigos y Consejos” o “Libro Inferido”, “El Caballero y
El Escudero” y “El Conde Lucanor”, este último, publicado en 1335, en
donde se consignan por vez primera los refranes, cuentos y moralejas que
más tarde codifican en América las pautas de conducta. Los analfabetos
y semiletrados ajustan su comportamiento a dichas normas, y, en otros
casos, las rechazan. Por ser ilustrativo, transcribimos los títulos de los
distintos cuentos del “Conde Lucanor”, por el espíritu que los anima:
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

— El desinterés.
— La previsión contra futuros males posibles.
— Los daños que pueden causar la adulación y las ilusiones
desmedidas, hacer caso a las opiniones ajenas, excederse en
la prodigalidad, demostrar ingratitud, la avaricia, el medio
injustificado, la terquedad, la ira, la codicia, la lengua de mala
mujer, los agüeros o supersticiones, la envidia, la hipocresía,
la soberbia.
—La paciencia y el sufrimiento que dan por fin el triunfo.
—El honor que se debe mantener por sobre todas las cosas.
—La previsión, la educación y la hombría de bien, preferible
a todas las riquezas.
—La docilidad de la mujer casada, base de la felicidad
conyugal.
—La diligencia en el obrar.
—La aspiración a las cosas grandes que dejen recuerdo
imperecedero.
—La seguridad del premio al que bien sirve.
—La amistad perfecta, que –se adelanta en decir– es bien
rara ente los hombres.
—La seguridad de que el bien y la verdad vencen siempre al
mal y a la mentira. (“Tradición Oral y Conducta, en Córdoba”.
Manuel Zapata Olivella) ( ).
En general, expresan la filosofía de los afrocolombianos, mulatos,
zambos, como los de la araña llamada “Anance”, en Africa, que encarnan
la sabiduría de sus pueblos, enriquecidos con las experiencias de sus
descendientes en América.
Aunque estos cuentos pertenecen a la tradición de los pobladores
del Chocó y Pacífico, por la aculturación española, recogen las ideas y
comportamientos de los descendientes africanos de todo el país –costa
y archipiélago caribeños, Andes y llanuras–, que compartían la fuente
común de la filosofía ancestral. Con distintas variantes, los cuentos
africanos, españoles o amerindios reflejan la creatividad de las etnias,
adaptados al entorno ecológico y psicológico de sus hablantes.
Oigamos, la voz sabia del tío Rogerio:

296
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

“Agua y un trago
para empezar;
Trago y panela
para concluir...
Oídos del mundo, oí...”

ORIGEN DE LA RAZA BLANCA

Dios crió a un hombre y a una mujer. Ambos eran negros. Andando


el tiempo, el matrimonio tuvo dos hijos que se llamaron Caín y Abel.
Caín fue malo y perverso, pues, desde chiquito se dedicó al trago, a
las mujeres y al juego. Abel, por el contrario, fue bueno. Oía misa,
respetaba a sus padres y a las cosas ajenas, y cumplía sus compromisos.
Caín, envidioso de su hermano, lo mató una tarde al volver del trabajo.
Pero como no hay crimen oculto, Dios se le presentó, y reprochándole
su falta, lo maldijo. La canillera de Caín fue tan grande, que palideció
hasta tomar el color blanco que conservó hasta su muerte.
Caín fue el padre de la nación blanca que hay sobre la tierra.

ORIGEN DE LOS COSTEÑOS

Cuando Dios hizo la costa, se paró y la vio muy bonita. Entonces se


dijo:
—Esta preciosidad no puede ser para uno solo.
Inmediatamente llamó a unos ángeles que estaban en el patio, jugando
a la pizigaña. Dándoles barro colorado, blanco y negro, les dijo:
—Miren, mis hijos. Vayan a la costa del Pacífico y, con esto, hagan
unos muñecos. Cuando estén fabricados, los soplan y los dejan caer
con maña sobre la tierra, para que no se rompan. Serán los hombres
de allá.
Los ángeles obedecieron. Llegados a la frontera con Panamá,
amasaron el primer barro, que era el colorado, e hicieron los muñecos.
Los soplaron y los dejaron caer con cuidado. Así nacieron los indios.
Acabada esta tarea, tomaron la segunda pelota de barro blanco, que
estaba al otro lado de la catanga. Hicieron lo mismo que con el primer
barro. De estos muñecos nacieron los blancos.

297
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Cuando creyeron que ya nada les quedaba por hacer, se lavaron las
manos; pero un angelito que vió que no habían tocado el barro negro,
dijo a sus compañeros:
—Hagamos cualquier porquería con este hollín y tirémosla a la
tierra. Allá, lo que resulte.
—¿A dónde vamos a soltarla?– preguntó otro.
—A los manglares, a los ríos, a los pantanos, a los arenales, bocanas
y esteros...
—Esta bien arguyeron todos.
Compuestos los monicongos de cualquier forma, los arrojaron con
fuerza. Los muñecos cayeron sobre piedras, raíces y troncos de árboles,
que les aplastaron las narices y les reventaron los labios que les quedaron
así, para siempre. Como tenían el pelo biche, tomó la semejanza de la
grama y de la zarza, en la que los muñecos se enredaron.
Este fue el origen de la nación negra de la Costa.

DEL COLOR DE LAS RAZAS

Dios hizo a los hombres de un solo color. Queriendo diferenciarlos,


los dividió en tres montones, y les ordenó bañarse cierta mañana
que hacía mucho frío. A la hora de caer al pozo hizo tronar, llover,
relampaguear y ventear.
El primer grupo, sin decir esta boca es mía, se decidió a hacer lo que
se le mandaba. Al hundirse en el agua, cada hombre notó que cambiaba
de piel a medida que se frotaba la mugre. En una hora quedaron
blancos los bañistas. Al salir, se arrodillaron y dieron gracias a nuestro
Señor por el beneficio que les había proporcionado. Como premio a su
humildad, Dios los puso de gobernadores de los otros hombres.
Al ver esto, el segundo montón se metió al agua, que se iba secando
a medida que la tocaban los hombres. Para éstos, ya no hubo líquido
bastante, por lo que quedaron del color de la caña amarilla y el pelo
pasudo. Fueron los mulatos. Quedaron en el mundo como alguaciles, o
segundones, en el gobierno que se formaba.
Tarde, después de muchos ruegos, pasó el tercer grupo al pozo, que
ya no tenía agua. Los componentes sólo pudieron tocar la arena del
fondo con los pies y las manos. Puesto que no se hicieron blancos ni
298
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

morenos, no bendijeron al que los había creado. Fueron, en adelante,


los negros del pueblo.
Así se operó la diferenciación de las razas y la manera como ganó
cada una el sitio que ocupa en la sociedad.
Esto lo contaban los amos en las minas de Barbacoas.

LOS CASTIGOS

DE CÓMO PAGAN JUSTOS POR PECADORES


Los amos del río Iró, en el San Juan, contaban que Noé fue el primero que tuvo
sacatín o alambique para fabricar aguardiente. Habiendo probado demasiado
el licor que acababa de producir, se embriagó y se quedó dormido en su rancho.
Como ningún borracho tiene cuidado de sí mismo ni de nada, se echó a roncar la
perra, medio en pelota.
Así estaba, cuando penetraron a su casa algunos de sus hijos. Al
verlo de esta manera, muchos se contuvieron, avergonzados, y otros lo
cubrieron con unas mantas de su cama. Sólo el malcriado de Cam se
burló del viejo, al verlo borracho y de forma tan indecente.
Despertar Noé y saber lo ocurrido, todo fue uno. Entonces, maldijo
al hijo de Cam, porque éste estaba bendito por Dios, haciéndole saber
que sus nietos serían los sirvientes de la tierra. Los nietos de Cam
fueron los negros.
Así hablaban los amos.

LO NEGRO COMO CASTIGO


San Benito era blanco y muy bonito. Piadoso como era, deseaba ser
santo, pero las mujeres lo perseguían continuamente, perturbándole
sus oraciones.
Un día, aburrido por los requerimientos de las diablas aquellas,
pidió a Dios que le enviara un castigo que le cambiara todo el cuerpo.
Dizque pidió carate, sarna, lepra, coto, llaga, algo por lo cual lo dejaran
en paz las hembras de su pueblo.
Dios no le mandó ninguna de esas cosas pedidas, porque lo quería
demasiado, pero lo volvió negro como la jagua. Así, las mujeres huyeron
de su presencia para siempre.

299
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Esto indica que ser negro es malo, decían los blancos de la Troje
hace ya mucho tiempo.

LA SIRENA
Había una vez en la Gorgona una muchacha blanca. Era hija de
una familia noble, que vivía allí por el negocio de la pesca, madera,
raíces de quina y cocos, productos que despachaban al Ecuador en
sus balandras grandes y seguras. Del viaje traían bayeta, pañolones,
rebozos, pañuelos para tetero y pampanillas, sombreros de paja y otras
cosas.
La niña era caprichosa. Un viernes santo quiso bañarse en el mar,
a lo que su padre se opuso, por ser día sagrado. Ella dejó descuidar
a su taita y se emplumó a la playa. Esperó que la marea subiera y se
metió en el agua. Cuán no sería su sorpresa al querer salir y no poder,
pues, de la cintura para arriba era ella, y de la cintura para abajo era el
cuerpo de una ballena.
Un pescador de lisa que miraba la escena desde su piragua, contó
en el pueblo lo sucedido. Desde ese día nadie se baña en tiempos de
semana santa.

LA MALDICIÓN DE LOS ANIMALES


El venado, el mico colorado y el perico ligero no son comida. Dios
los hizo gente como nosotros en los primeros días del mundo. Pero se
volvieron ladrones, bochincheros, amigos de pendencia, especialmente
cuando bebían.
Como hijo de tigre sale pintado, según el refrán, los hijos de estos
desalmados no tenían consideración con las cosas ajenas ni con las
personas decentes. Puesto que sus padres no los regañaban por lo que
hacían, andaban del timbo al tambo por los llanos, comiendo guayaba
con los puercos y metiéndose en las huertas de las casas averiando los
sembrados.
Un día se treparon a un quincha de la posada de San José a comerse
unos mangos hermosotes. La Virgen, que en otras ocasiones les había
llamado la atención por su conducta desordenada, los maldijo por el
atrevimiento. Entonces les nacieron los rabos y se quedaron por el
monte.
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E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

LA MUERTE

LAS VIDAS DE LOS HOMBRES


Las vidas de los hombres son lámparas que arden en el cielo sobre
una mesa grande. Cuidando tánta luminaria está el ángel de la muerte,
quien, a una señal de Dios, apaga el mechón que le manda nuestro
Señor Jesucristo, y ve nacer otro más brillante. Estas luces nuevas son
las de los recién nacidos.
Un día, Dios le permitió a un hombre subir al cielo y contemplar las
vidas de los hombres. ¡Qué inmenso mar de luces! Unas son chiquitas
y pálidas, casi arrastradas por el suelo. Otras son gruesas, fuertes,
como la de los ambiles de palma. Muchas son serenas, aunque el viento
las azote con fuerza. Hay otras que chisporrotean como las velas de
sebo...
Nuestro hombre preguntó cuál era su vida, y la muerte le indicó en un
rincón una esperma que ya estaba a ras de la mesa grande. Habiéndose
quedado solo, sacó una vela que llevaba en el bolsillo y la encendió y
la clavó sobre la que le habían indicado como suya. Enseguida cayó
muerto. ¡Le salió el tiro por la culata!

EL PACTO CON LA MUERTE


Una vez un hombre hizo un pacto con la muerte, de que si le ayudaba
a conseguir harto dinero, se entregaría mansamente a ella cuando lo
quisiera y deseara. La muerte lo hizo rico en un santiamén.
Al momento de pasar al otro toldo rogó a la muerte que le alargara
el plazo mientras arreglaba la herencia de los hijos y la de las mujeres
que tenía. La muerte aceptó.
En la última fecha, el rico se escondió en una petaca vieja y ordenó
que cuando alguien lo preguntara dijeran que estaba en viaje. La
muerte solicitó por él y le respondieron lo que él le había mandado. Al
oir estas palabras, la muerte dijo con calma:
—Lo esperaré sentado en esta petaca vieja.
Allí estuvo unos minutos. Después de levantarse, componerse el
vestido, bostezar, encender un tabaco, agregó:
—Como mi amigo no está aquí, me voy. Díganle, si alguna vez vuelve,
que aprenda a cumplir sus compromisos.

301
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Y se marchó por detrás de la casa, haciendo quingos por el monte.


Al abrir la petaca, el rico había templado.

ORIGEN DE LA MUERTE ENTRE LOS HOMBRES


Un día se asomó Dios por una ventana del cielo y vió que los hombres
no cabían sobre la tierra. Entonces se dijo:
—Voy a aclarar la tierra de tánta gente.
Inmediatamente llamó a unos angelitos que estaban berrochando
por la cocina y les dijo:
—Ahora se van a la tierra. Pongan en el corazón de cada hombre una
pasión o un vicio. Hacen jugadores, borrachos, ladrones, comerciantes,
guerreros, y cuanto se les ocurra. A las mujeres les infundirán la pereza,
el lujo, el ansia de riquezas y la putería. Luego, se vienen. Vamos a ver
qué sucede.
Lo mandado se hizo. Desde entonces comenzó la muerte entre los
hombres.

HISTORIAS DEL SAPO

EL SAPO Y EL CANGREJO
Un día iban el Sapo y la Rana a celebrar una fiesta. Por el camino se
toparon con un Cangrejo. Por burlarse del pobre, le gritó Sapo:
—¿Para dónde vas, armazón?
—Voy a celebrar un bautismo con los boquianchos y los
nalguiestrechos, contestó el Cangrejo.
Al oír esto, el Sapo se enfureció de tal manera que echaba espuma
por la boca y leche por todo el cuerpo. Dejó a la mujer y le gritó al
Cangrejo :
—Aguárdame un tantico, so insolente. Aguárdame para que veas
cómo te castigo.
El Cangrejo lo esperó. El Sapo cerró los ojos y le mandó la muñeca
con tánta fuerza, que dio una voltereta y fue a parar al suelo, donde el
Cangrejo le dio su muenda.
Desde ese día el Sapo, medio loco, repite en las noches:
—Lo erré... é... é... Lo erré... é... é...

302
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

EL SAPO Y LA RANA
Un día el Sapo se fue a pasear al borde de una quebrada donde tenía
otra mujer. Al regresar a su casa encontró a la Rana brava. Esta, por
herirlo, le dijo:
—¿Te fuiste pa la quebrada
para verte con la otra?
El Sapo le contestó
con palabras muy decentes:
—¿Me habré casado con vos
para no estar entre gente?
La Rana le contestó
con palabras licenciosas:
—Si me he casado con vos
no es para verte tu moza.
El Sapo se embraveció
y le echó mano al perrero,
le metió unos perrerazos
y le arrastró por el suelo.
La Rana le contestó
con la navaja en la mano:
—El tonto qué bruto es,
sabiendo que ‘toy preñada...
El Sapo le contestó
con una voz muy cambiada:
—Entonces no te hago nada,
porque cometo un delito,
si yo te sigo pegando
se nos morirá el sapito...

CUENTOS DE ARAÑA

ARAÑA Y TÍO TIGRE


Un día bajó Araña a la playa de La Viciosa con el ánimo de robarse
unos huevos de Iguana para el almuerzo de sus hijos. En la búsqueda
se le apareció Caimán, que quiso comérsela, porque dizque se le
presentaba a buena hora, y él no había desayunado.

303
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

Huyendo de su enemigo, se metió en un cañuto de palma. Con ganas


de aprisionarla, Caimán, que era un hombre gordo, se entró por la parte
ancha, pero como el trozo tenía forma de embudo, se contuvo por los
hombros en la mitad de su carrera. Araña, que era un fifirifí, salió al
otro lado y, con arena, pudo ahogar a su rival, que descuartizó para
llevarlo a su casa. Ya tenía con sus hijos alimento para vivir algunos
días.
Tigre, que observaba desde el monte el boleo de sus vecinos, se
abalanzó sobre Araña con la idea de quitarle lo que Dios le había dado.
Para evitar alborotos y complicaciones con la justicia, le perdonó la
vida, creyendo que al enamorarla podría arrebatarle la fortuna. Araña,
mujer al fin, aceptó las palabras de Tigre y fueron enamorados.
Puesto que Araña no soltaba la carne, Tigre, haciéndose el meloso,
pidió a su querida que lo peinara. Para ello se acostó en la falda de la
amiga. Araña aceptó, pero si se arrimaba a un árbol, ya que ella estaba
muy cansada por el trajín que había tenido. Tigre consintió. Entonces
Araña lo lió fuertemente a un árbol que les daba sombra.
Preso Tigre, Araña le cantó la tabla con estas palabras:
—Mal hombre, descarado, ¿creías que iba a trabajar para darte de
hartas? Yo no soy tía Tigra que pasa las de San Quintín para llevarse un
grano de arroz a la boca. Yo no soy como ella que trabaja de sol a sol,
marimbeando de un estero a otro par no morir de hambre...
Frente a Tigre pasaron todos los animales, sin que ninguno lo
libertara. Así murió de hambre y de sed, amarrado al machare que
estaba cerca de la playa.

VIDA Y MILAGROS DE ANANCE

ANANCITO SALVA A SU PADRE


En un pueblo lejano vivía Anance, que era Sacristán. Como cada uno
tiene su debilidad, la de Anance era la de comerse las hostias sagradas,
hecho que notó el cura y sospechó con su ayudante. El sacerdote,
orejón ya, reunió a los aldeanos y les pidió que le ayudaran a descubrir
al autor de tanto crimen.
Un día Anance fue sorprendido en el robo, por lo que fue condenado al
patíbulo. Como tenía tres hijos, se le dio permiso para que se despidiera

304
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

de ellos, diera sus mandatos, ordenara sus asuntos particulares y


volviera a la prisión.
Ya en casa, preguntó:
—¿Qué van a decir cuando muera?
El mayor respondió:
—Ya no tendré quién me dé plátano con hostias.
El contra-mayor, dijo:
—Ya no comeré más pan con hostias.
El más pequeño dijo:
—A la hora en que lo vayan a matar, yo diré desde lo alto de la torre:
“Si Anance muere, el mundo se acaba; Si Anance muere, candela se
apagará para siempre; gentes y generaciones se acabarán también”.
A la hora del Sacrificio, Anancito se subió a la torre más alta de la
capilla y comenzó a repicar las campanas. Con voz delgada repitió:
“Si Anance muere, el mundo se acaba; si Anance muere, candela se
apagará para siempre; gentes y generaciones se acabarán también.
Al oír esto, la multitud no sabía qué hacer. El cura fue a ver quién
tocaba la campana y hablaba de esa manera, pero como Anancito era
pequeño, no fue visto por el sacerdote. Mientras tanto, se había parado
la ejecución, y el reo contento gritaba:
—¡Ahí tienen! Los ángeles mismos pregonan lo que sucederá si me
fusilan. Yo no debo morir, porque si esto ocurriera...
El alguacil le perdonó la vida, a condición de que dejara sus malas
mañas y se volviera tipo de bien.

PASATAS DE ÑEQUE O GUATÍN

BATALLA CONTRA LOS TIGRES


Para salir a caminar, Guatín buscó por compañeros a Gato y Perro.
Se embarcaron en una canoa grande y se echaron río abajo.
La primera posada era un pueblo habitado por Tigres. Bajando hacia
el caserío, Ñeque y sus amigos dieron con un muerto sobre la playa. Le
cortaron la cabeza y siguieron adelante.
Guatín, que había pedido permiso para hacer la cena, ordenó al
Gato a que sacara de la guambía, fiambrera la cabeza del Tigre para
hacer el guarrú. Los dueños de la casa, al oír y ver sacar, con todos

305
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

sus pelos y señales, la cabeza de uno de los macucanes del poblado, se


pusieron tristes. Fue el momento aprovechado por Guatín para decir a
sus compañeros:
—En la mitad de la noche yo los aguijaré con estas palabras:
“¡Adelante, muchachos! ¡Adentro, que yo he sido tigrero viejo!”. Ustedes
saldrán ladrando monte adentro, en tanto que yo grito y disparo.
Así se hizo. Con esta treta los Tigres huyeron, y los viajeros, bien
agazapados por los habitantes del contorno, siguieron su viaje, felices
y contentos.

ANDANZAS DE CONEJO Y TIGRE

EL NOVILLO
Un día en que Tigre estaba de cacería por el cerro de Tribugá, se
encontró con Conejo, tan de manos a boca que éste no pudo correr, y el
tío puso preso al sobrino. Entonces Conejo suplicó:
—Si me suelta, le pago un novillo gordo que tengo amarrado en el
pasto que se ve allá arriba. ¿Qué va a hacer con mi esqueleto? No tengo
una onza de fuerza ni de manteca, por la viruela castellana que acaba
de pasar. Fíjese cómo estoy todo saratano, por la maldita enfermedad.
Mire aquí, y cuénteme las costillas. Hará más con el novillo que
conmigo. ¡Qué rico es el tuétano de la vaca con plátano maduro! ¡Qué
buenas son las gelatinas que se sacan de las patas del toro! ¡Y la fuerza
que da el consomé de güesos! ¡Si el ojo de vaca le sienta bien, dado que
está envejeciendo! ¡Verá mejor y podrá hacer cosas mejores con sus
ojos que engulléndose a un atembao como yo!
Tigre lo soltó, y Conejo dijo:
—Ahora, tío, quédese aquí al pie de este árbol mientras yo subo a
arrearle el animal.
Cuando estuvo en la montaña, Conejo gritó:
—¡Tíooo! ¡Tíooo! ¡Cierre los ojos y abra las piernas, y agárrelooo!
¡Allá vaaa!
Así lo hizo el Tigre. Conejo movió una piedra grandísima que
contenía el cerro, la cual cayó sobre Tigre, aplastándolo.
Y cantando, cantando,
se fue acabando.

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LAS CASTAÑAS
Una tarde que Conejo comía castañas, se le acercó Tigre y le
dijo:
—Sobrino, ¿qué es lo que usted come tan sabroso?
—Es uno de mis güevitos que me estoy merendando, tío.
—Si no me da, lo paveo ahora mismo.
Conejo obedeció, y a Tigre le pareció muy sabroso aquello. Tigre
dijo entonces:
—Si los suyos, que son tan pequeños, saben tan bien, ¿qué no serán
los míos?, ¡criados con buena carne! Voy a quebrar uno para que
probemos algo de verdad.
Diciendo y haciendo, metió uno suyo entre dos piedras, y dio con
fuerza, quedándose medio muerto. Al verlo Conejo en ese estado, se
burló de su tío, que lo amenazó diciéndole que otro día se verían las
caras y se las cobraría todas juntas.

CUENTOS DE AMOR

LA LUCHA CON EL DEMONIO


En una familia había una joven y dos hermanos. La muchacha era
bonita y había jurado casarse solamente con un hombre que tuviera un
diente de oro.
Un día se presentó un galán muy apuesto que tenía la señal convenida.
Lo aceptó, se casaron y se fueron a vivir a una parte que quedaba muy
lejos de la casa de la novia. La vivienda del marido era una cueva a la
que no se podía llegar con facilidad. Allá comenzó a maltratarla, por lo
que sus hermanos se vieron obligados a ir a buscarla para libertarla de
las manos de su marido.
El primero que salió fue el mayor. Antes de partir hizo saber a sus
padres que en la mitad del patio dejaba una mata de albahaca que, si se
ponía frondosa, era porque le había ido bien en la empresa acometida.
Cuando se marchitara, había muerto. Diciendo esto, salió en busca de
su hermanita.
Por la mitad del camino iría cuando se le apareció una señora
que llevaba un niño en los brazos. Ella pidió al caminante comida
para su pequeño, y un poco de agua. El muchacho, engoldado en sus

307
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

pensamientos, dijo que no llevaba comida para regalar ni tenía tiempo


para conseguir el agua que se le pedía. La señora le hizo saber que con
el mal corazón que tenía no volvería por ese camino, pues moriría la
demanda. El no hizo caso de estas palabras y continúo su jornada.
La hermana se sorprendió al verlo, pero como su marido se comía
a los que iban a visitarla, lo escondió debajo de una batea. A la llegada
del esposo, que era el diablo, dijo éste:
—¡Fo, fo! ¡Aquí me güele a carne humana!
Buscó por todas partes, y al alzar la batea, halló al joven, que fue
muerto y devorado en un momento.
Apenas habría concluído de comer el diablo, cuando se marchitó en
la casa la mata de albahaca. Entonces dijo el hermano menor:
—¡Mi hermano es muerto, y voy a verlo!
Hizo sus preparativos y se metió al camino que llevaba a la cueva
donde permanecía su hermana. En la mitad del trayecto apareció de
nuevo la señora y el niño, que le pidió agua para beber. El viajero se
detuvo, consiguió el agua, preguntando si no necesitaban otra cosa.
Como la vieja era la Virgen Santísima, le echó la bendición y le dijo:
—Para vencer a tu amigo debes llevar esta vara que yo te regalo. Con
ella darás el primer golpe en la cabeza. Apenas caiga al suelo, tirarás
sobre el demonio dos huevos: uno en la frente y otro en el pecho. Con
estos golpes, el chapetón se rajará y podrás sacar a tu hermana, que
está en el buche de ese excomulgado.
El muchacho procedió conforme a las indicaciones de la Virgen, y
pudo, sin mucho esfuerzo, libertar a su hermanita de las garras del
demonio que, al morir, acabó con el encanto que pesaba sobre la cueva,
que se convirtió en palacio de oro y perlas.

TANDA DE CUENTOS

LA FLOR DE LILOLÁ
Un hombre casado con su mujer, tuvo tres hijos. Se llamaron Pedro,
Juan y Diego. Un día, el padre les dijo que el que le trajera del vecino
país la flor de lilolá, recibiría una fortuna.
Los muchachos se pusieron en camino, pero al llegar a cierta parte,
la trocha se convirtió en tres, por lo que tuvieron que separarse. Juan

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tomó por la carretera del centro, y los otros siguieron por la derecha y
por la izquierda.
Andando, andando, Juan consiguió la flor, que era muy bonita y
virtuosa. Pero sus hermanos lo esperaban en la boca de los tres caminos,
donde se habían separado una tarde. Al llegar Juancito, le hicieron una
gavilla y lo mataron. Los hermanos mayores llegaron a su casa, donde
recibieron la fortuna. Pedro y Diego vivieron felices con los mil pesos
que les dió su padre.
Un estanciero dueño de la finca donde habían enterrado a Juancito,
se metió un día a un matorral de guaduas, y oyó, al tocar la tierra, este
canto:
Padre abuelo, no me toque,
ni me deje de tocar,
Mis hermanos me mataron
por la flor de lilolá.
El campesino se fue al pueblo y contó lo que había oído en su
hacienda. El rey, padre de Juancito, llevó andas al sitio donde se había
oído el canto. Después de cavar con una palendra sacaron el cuerpo
del muchacho. Sus hermanos fueron castigados quitándoles la fortuna
recibida y echándolos de la casa para siempre. Juan fue colmado de
oro, y tuvo pajes y comitivas.

PERALTA
Una vez salió Jesucrito a recorrer el mundo y llegó a la casa de
Peralta. Estuvieron charlando de muchas cosas, hasta que pasada una
hora, Peralta le dijo que lo que le pedía era que lo llevara en cuerpo y
alma al cielo el día que muriera. Dios le dijo que así se haría.
También pidió Peralta que Dios bendijera sus árboles frutales, con la
condición de que el que cogiera un fruto de ellos sin su consentimiento,
se quedara pegado al árbol elegido. También se lo concedió Dios
nuestro Señor.
Al año mandó Dios a la muerte para que se llevara a Peralta, pues ya
se le cumplía el plazo de morir. Llegó la muerte y dijo:
—Peralta, Dios, que vas conmigo.

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Peralta le hizo saber que estaba en ayunas, y que mientras se tomaba


su agua dulce, comiera ella caimitos. La muerte le contestó que no sabía
subir palo. Peralta le dijo:
-Están bajitos los caimitos. Cógelos con la mano.
La muerte, por hambrienta, agarró uno que pesaba una libra y se
quedó pegada al árbol. A los cien años se acordó Dios de la muerte
y mandó a buscarla con San Pedro, que debía regresar con ella y
con Peralta. San Pedro no cayó en la trampa que Peralta buscó para
hacerle, y tuvo que seguir al cielo, con leña, cama, ropa y ollas. Al llegar
allá quiso encender su fogón, abrazar a su mujer y regañar a sus hijos,
por lo que Dios le privó los entendimientos para que no revolviera el
cielo.

310
A NEXOS

En el siguiente cuadro recogemos esas etapas y maravillosos


fenómenos de la aparición y evolución de la tierra, la vida y el
hombre.

ERAS GEOLÓGICAS Y EVOLUCIÓN DE LA VIDA

EDAD
PERIODOS FORMA DE VIDA
(Millones de años)
CUATERNARIA 1 Hombres y simios
CENOZOICO contemporáneos.
TERCIARIA 55 Mamíferos
MESOZOICA
SECUNDARIA 120 Reptiles y aves
(Vida intermedia)
PRIMARIA 300 Anfibios.
PALEOZOICO
350 Peces.
(Vida antigua)
490 Invertebrados marinos.
PROTEROZOICO
550 Elementos orgánicos
(Génesisde la vida)
ARQUEOZOICO
1500 Células vivas
(Vida Primitiva)
AZOICO
(Sin vida) ?
Tiempo Cósmico

HECHOS, PERSONAJES, ETNIAS Y


FUNDACIONES EN TIERRA DE LOS CARIBES

El siguiente cuadro histórico, tomado del libro “Precolombia”, de la


antropóloga Teresa Arango Bueno, recoge las fechas más importantes
de la conquista de la Nueva Granada y las etnias aborígenes que la
habitaron y opusieron heróica resistencia.
Igualmente nos permite conocer la importancia decisiva de la
participación africana, sabido que los esclavos fueron arrastrados
violentamente en todas las acciones.
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

“Primeros reconocimientos de los caribes precolombianos


— En este capítulo nos interesa dar una mirada general cronológica al
proceso de descubrimiento que realizaron los españoles por mar, en
las costas habitadas por los caribes.
1499 Alonso de Ojeda, Juan de la Cosa y Américo Vespucio, como
principal de expedición, llegaron al Cabo de la Vela. Los dos
primeros habían acompañado a Colón en su segundo viaje.
Primer conocimiento de los guajiros.
1501-1502 Rodrigo de Bastidas y Vasco Núñez de Balboa viajan de la
Guajira a la costa del Istmo de Panamá. Primeros contactos
con los caribes de la costa.
1509 Alonso de Ojeda, que había quedado en Santo Domingo,
vino a Tierra Firme trayendo entre sus soldados a Francisco
Pizarro. Fundación de San Sebastián de Urabá y primer
contacto con los indios urabaes.
1510 El Bachiller Enciso, desde Santo Domingo vino a San
Sebastián de Urabá en socorro de Ojeda. Este mismo año
se fundó a Santa María la Antigua del Darién.
1511 Balboa va al Atrato y se establecen contactos con indios de
filiación caribe (posiblemente catíos).
1513 Balboa descubre el Océano Pacífico o Mar del Sur. Contacto
con los indios llamados de lengua de Cuevas.
1514 Pedrarias llega a Santa María la Antigua dando un fuerte
impulso a la fundación; según Oviedo, llegan a esa
región más de 2.000 españoles, “la mejor gente que salió
de España”; las enfermedades, el peligro de las tribus
indígenas y el halago de las conquistas y descubrimientos
que poco tiempo después empezaron a hacerse en México
y en el Perú, atrajeron hacia aquellas zonas a muchos de
los expedicionarios llegados con Pedrarias. Posteriormente
la fundación de Panamá y de Santa Marta contribuyó a
despoblar a Santa María.
1525 Francisco Pizarro llega a Bahía Solano y Almagro hasta
Bocas del río Micay. Primer contacto con los chocoes.
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Rodrigo de Bastidas funda a Santa Marta.


1526 Pizarro, Almagro y Bartolomé Ruiz llegan hasta San Juan
del Micay. Ruiz prosigue al Ecuador y regresa.
1527 Los conquistadores anteriores llegan a explorar la costa
norte del Ecuador y regresan a la Isla del Gallo (Bocas del
Río Patía). Más tarde, en este mismo año de 1527, Pizarro y
Ruiz pasan desde la Isla Gorgona hasta descubrir la porción
norte de la costa peruana.
1531-1532 Ambrosio Alfínger sale de Maracaibo y se dirige a
Valledupar, río Cesar, Tamalameque, Ocaña y Chinácota en
donde lo mataron los indios. La expedición regresó a Coro
(Venezuela), vía Cúcuta. (Contactos con indígenas del bajo
Magdalena, especialmente chimilas).
1533 Don Pedro de Heredia funda a Cartagena y excursiona los
departamentos de Atlántico, Bolívar y Córdoba. Contacto
con los indígenas del Sinú.
Pedro de Añasco y Ampudia, capitanes de Sebastián
de Belalcázar, llegan desde Quito al Valle del Cauca.
Primer reconocimiento de los quillacingas colombianos,
sibundoyes, patías, bojaleos, pubenses, lilis y otras tribus
del Valle del Cauca.
1535-1538 Jorge Spira sale de Coro, llega a Apure, Casanare, río
Guaviare y regresa a Coro. (Contactos con los guahibos).
1535 Nicolás de Federman viajó de Coro al Cabo de la Vela y
regresó a Barquisimeto (Venezuela). Encuentro con los
guajiros.
1536 Nicolás de Federman funda a Santa María de las Nieves de
Riohacha. Contacto con guajiros y cocinas.
Fundaciones de Cali y Popayán por Sebastián de Belalcázar.
Francisco César, partiendo de Urabá, llega por tierra a los
departamentos de Bolívar y Córdoba.
1537-1539 Nicolás de Federman, después de fundada Riohacha,
atraviesa los Llanos y, cruzando las cabeceras del Meta,

313
MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

bordea las vertientes orientales de la Cordillera buscando


“descabezarla”, como dicen sus crónicas, hasta que
persuadido de que la cadena oriental andina se continuaba
hacia el sur, la atravesó en Pasca y llegó a Bogotá, donde
encontró ya instalado a Quesada.
1537 Francisco César sale de Urabá, entra al norte de Antioquia
y regresa. Contacto con los urabaes y catíos.
Juan Vadillo sale de Cartagena en enero; va a Urabá,
atraviesa Antioquia y llega a Cali en diciembre.
Vadillo atravesó desde Urabá hasta Cali.
1540 Subalternos de Pascual de Andagoya penetraron en el
primer trecho del Río del Chocó, llamado más tarde San
Juan, sobre cuyas aguas probablemente subieron hasta
Muguindó.
1539-1541 Jorge Robledo conquista a Antioquia y Caldas. Contacto
con los indios ansermas, quimbayas, etc.
1541-1546 Felipe Hutton, que había estado con Spira en las andanzas
de Coro y de los Llanos, llega al río Guaviare y es asesinado
al regreso”. (“Precolombia”. Teresa Arango Bueno) ( ).

LOS ALBORES DE LAS REPÚBLICAS


ESCLAVISTAS

Las islas caribeñas, antiguas factorías de prisioneros africanos y de


bucaneros, después del triunfo de la Revolución Antiesclavista de Haití,
al insurreccionarse las colonias de España, se convirtieron en refugio
de conspiradores patriotas y de aventureros piratas de la libertad.
En el año 1815, Inglaterra utilizaba a Jamaica, su mayor isla en la
región, como plataforma de sus intrigas y ambiciones en contra de
España y Francia que afrontaban el desmembramiento de sus imperios
coloniales. En el puerto, barcos y calles de Kingston, la capital, a la
luz de la luna conspiradora, los descendientes criollos del mestizaje
multiétnico, hablan de proclamas, invasiones y de ejércitos sin armas.
Entre los conspiradores se encontraban Simón Bolívar, mestizo
triétnico, dueño de haciendas con miles de esclavizados; Pedro Luis
314
E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

Brion, mulato, acaudalado armador; Manuel Carlos Piar, zambo,


caudillo de los rebeldes jinetes en las llanuras del Orinoco; Luis
Aury, francés, dueño y capitán de un barco pirata que se llamaba
orgullosamente “El Ejecutivo Mexicano”; Agustín Codazzi, ingeniero,
militar y geógrafo italiano, ansioso de levantar el mapa de las nuevas
repúblicas; Pedro Gual, mestizo, diplomático venezolano; Francisco
Antonio Zea, mestizo neogranadino, ideólogo de la emancipación;
Gregor Mc.Gregor, inglés, enamorado de la libertad hispanoamericana;
Pedro Briceño, mestizo venezolano, secretario de Bolívar...
Aunque su encuentro y permanencia cambiaba con las levas y resacas
de la esquiva victoria, perduraba el propósito inalienable: expulsar a
España de sus dominios deAmérica.
Más allá, sólo se hablaba del usufructo del poder de los bienes y
gajes de la Colonia.
La fuente que citamos pertenece al historiador Jaime Duarte French,
quien recogió en una documentada recopilación crítica, los ideales y
discrepancias de nuestros libertadores, en su libro: “América de Norte
a Sur — ¿Corsarios o Libertadores?”. ( )
Tal vez lo que más los unificaba, era el convencimiento de ser
hijosdalgos de los conquistadores y colonizadores españoles,
repudiando las sangres “bastarda” o “infame” de sus madres amerindias
o africanas.
¿Compartía estos pensamientos Simón Bolívar?
En su carta dirigida al director de la Gaceta Real de Jamaica, en
1815, nos deja un inestimable testimonio de sus ideas sobre la índole
mestiza de los hispanoamericanos y sus propósitos de independencia,
enfrentados a los intereses políticos y económicos de las grandes
potencias europeas.
En aquellos días de penurias extremas, jamás sufridas por el hijo
de un marqués, el futuro libertador, dueño de haciendas y miles de
esclavizados, mendigaba los alimentos y el pago de la pensión, donde
se refugiaba la mano generosa del mulato Pedro Luis Brion.
Bolívar, como inspirador y diplomático de la insurrección
hispanoamericana, también recibió el apoyo de Alejandro Petión,
como Presidente de la República de Haití, proclamada anti-esclavista

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MA N U E L ZA P A T A OL I V E L L A

y anti-española, anti-británica y anti-norteamericana. A él debió


recurrir cuando fueron agraviados los generales de brigada Lino de
Clemente y Juan Robertson, venezolanos, por el Gobernador de la Isla
de San Thomas, quien los expulsó, impidiéndoles pasar a Londres,
donde esperaban obtener el reconocimiento de la Independencia de
Venezuela (1814).
La Unión Americana (E.E.U.U.) también miraba con desconfianza
a los revolucionarios Francisco Jaime Mina, español, partidario
de la Independencia de México; Gregor Mc. Gregor, general de los
ejércitos de Venezuela y el comodoro Jeans Aury, corsario francés,
quienes autorizados por Arismendi, gobernador de la isla de Margarita
(Venezuela), habían desembarcado el 29 de junio de 1817 en la isla de
Amelia, con el propósito de formar y fundar la República de la Florida.
Lo notorio de esta expedición libertadora para nuestra historia, fue el
contingente de 1500 africanos embarcados en Haití, el cual se reforzó
con “varias tribus de indios (seminolas), fuertes en el número de
sus guerreros, notables por su ferocidad y cuyos establecimientos se
extienden a los límites de los Estados Unidos” (Correo del Orinoco, Nº
27, de marzo de 1819).
Hecho histórico que indudablemente estuvo relacionado con la ayuda
de Petión a Bolívar en 1815, cuyos planes libertadores no se reducían a
emancipar la Nueva Granada y Venezuela, sino a todo América, desde
México a los confines de Argentina y Chile.
El presidente haitiano era menos soñador: avisoraba la abolición de
la esclavitud en todo el continente.
De su República salieron soldados y armas para los ejércitos
revolucionarios de José María Morelos, en México, y aún para el
levantamiento del prócer, líder antiesclavista de los Estados Unidos.

ISLA DE CONSPIRADORES

El Caribe, vieja casa de bucaneros y despensa de prisioneros


africanos, con las guerras de independencia se había convertido en
bastión de navíos piratas y batallones de libertos dispuestos a enarbolar
las banderas de los insurrectos. En la mira de sus negocios estaban

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las Repúblicas Federadas de Buenos Aires y Chile, con las cuales


simpatizaban los patriotas del Perú y Ecuador.
Incorporado en esta contienda, el hasta entonces corsario pronto
recibió el Grado de General en Jefe de las Fuerzas de Mar y Tierra que
actuaban en la Nueva Granada, otorgado por el Directorio Superior
de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Tenía bajo su mando a
dos mil hombres, en su mayoría esclavizados africanos, bajo el tricolor
patriota.
Queremos con esto señalar la patética traición de negársele la libertad
en las constituciones republicanas; con el agravante de haber sido
proclamada su abolición en los inicios de la lucha, cuando los patriotas
sureños no disponían de voluntarios criollos para sus ejércitos, pues
carecían de heroísmo y valentía.
En el momento del desplome del Imperio Español y de la iniciación de
la revolución fabril, la palanca del desarrollo recaía en la emancipación
de los millones de africanos que habían alimentado con su vida y
creatividad tres siglos de colonialismo.
Al postergarse este proceso, no sólo se traicionaba los ideales de
“Libertad”, “Igualdad” y “Fraternidad” de la revolución burguesa, sino
que se perpetuó el monopolio de la riqueza en manos de los criollos
latifundistas, quienes frenaron la introducción del maquinismo
industrial.
La prolongación de la esclavitud impidió el salto de nuestros
pueblos hacia una sociedad industrializada, a la par de perpetuar las
desigualdades étnicas.
Las ejecutorias y nombres de los héroes anónimos de las guerras
cimarronas por la libertad, bajo las banderas independentistas de los
criollos mestizos, fueron marcados con el estigma de bastardos en las
nuevas repúblicas.

*
317
B IBLIOGRAFÍA

BIBLIOGRAFÍA CITADA Y CONSULTADA

· Arrázola, Roberto: Palenque Primer Pueblo Libre de América. Cartagena.


Ediciones Hernández, 1967.
· Bastide, Roger: Las Américas Negras. Alianza Editorial. Madrid, 1967.
· Cabrera, Lydia: El Monte. Ediciones Universal, Miami. E.E.U.U., 1975.
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· Casas, Fray Bartolomé de las: Historia de las Indias. Fondo de Cultura
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· Castillo Mathieu, Nicolás del: Esclavos Negros en Cartagena y sus Aportes
Léxicos. Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 1982.
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· Colmenares, Germán: “La Economía y la Sociedad Coloniales 1550 – 1800”.
En Manual de Historia de Colombia. Instituto Colombiano de Cultura. Tomo I. Bogotá,
1978.
· Colmenares, Germán: “Problemas de la Estructura Minera en la Nueva
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· Frazer, J. G.: “The Golden Bough. (A Study in Magic and Religion)”. Mac
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323
Este libro se terminó de imprimir en el mes de septiembre de 2011
en la Unidad Gráfica de la Facultad de Humanidades
Universidad del Valle, Cali - Colombia

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