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LA LITURGIA CRISTIANA

Sabemos que a raíz del Concilio Vaticano II, las prácticas religiosas de los católicos sufrieron una
violenta sacudida. Muchas de esas prácticas se vieron modificadas y algunas de ellas fueron
sencillamente abandonadas. Parece como si la gente se volviera menos religiosa: el clero se
enrareció, las vocaciones religiosas y sacerdotales descendieron de manera alarmante, muchos
jóvenes se apartaron de la iglesia y no querían saber nada de lo religioso. Sin embargo vuelve a
existir señales de un “retorno a lo sagrado”, aunque sea desde el sincretismo religioso o desde
formas un tanto sospechosas. Por otra parte, los sacramentos están en plena crisis… Ojalá no
sólo podamos dar respuestas a los interrogantes que estos hechos nos provocan, sino que nos
puedan impulsar a todos en la búsqueda incesante de la verdad total.

1.- CELEBRACIÓN Y RITOS: DIMENSIÓN ANTROPOLÓGICA Y FE.

Todas las religiones de la tierra tienen su patrimonio litúrgico. En todas se celebra la fe


mediante ritos, como expresión del sentimiento religioso vivido y celebrado en comunión con
otros hombres. La ritualidad humana es algo constatable en todos los grupos humanos. Todos
tienen sus ritos, háganse donde se hagan. Es una constante humana, incluso en el reino animal.

RITO: “El rito es una acción social específica programada, repetitiva y simbólica por la cual se
opera la identificación del individuo en su grupo social y de ese grupo en la sociedad global. Los
ritos son acciones, algo que se hace. Especifica el porqué se distingue de otra” (R. Didier).

Las religiones naturales, por ejemplo, celebran en su culto la grandeza del cosmos, los ciclos de
la naturaleza, la pequeñez del hombre ante la bóveda del cielo, etc. Los ritos, en los que se
desarrolla el culto de estas religiones, expresan los sentimientos religiosos de gozo, estupor o
dependencia que esas realidades naturales provocan en los hombres.

La religión judía también celebra su fe, pero con un matiz muy peculiar. Primordialmente, no
celebra, como las anteriores, la manifestación divina en las realidades y acontecimientos de la
naturaleza. Para Israel su culto tiene una referencia histórica. Celebra los grandes
acontecimientos de su historia viendo en ellos la intervención salvadora de Dios. Una
intervención salvífica que se actualiza en la celebración presente del acontecimiento pasado,
transformándose así de recuerdo en memorial.

La Pascua, por ejemplo, es la celebración religiosa más significativa de los judíos. En ella se
expresa el gozo del pueblo por haber sido liberado de la tierra de esclavitud, y haber sido
conducido "con mano poderosa y brazo extendido" por un inmenso desierto en el que es
constituido como pueblo elegido (Ex 12,1-14). Israel, al celebrar la fiesta de la Pascua afirma
que ese mismo Dios que actuó en el pasado en favor suyo, sigue haciéndose presente en su
pueblo de forma salvadora.

2.- CELEBRACIÓN-FIESTA.

Si el uso del término liturgia quiere indicar globalmente todos los aspectos del culto cristiano,
el de celebración indica más bien la liturgia en acto, la acción concreta que consiste en realizar
un rito determinado, entendido como acto de culto por parte de una asamblea de creyentes.

Sintéticamente podemos decir que la celebración litúrgica es una acción de tipo ritual,
realizada por un grupo de cristianos reunidos, que intentan de este modo vivir en el plano
simbólico la relación salvífica entre Dios y su pueblo en Jesucristo.

El termino celebrar tiende a agrupar el término en torno a dos polos: el aspecto festivo
(exaltar, glorificar, solemnizar, organizar una fiesta) y el aspecto ritual (realizar según el rito, en
conformidad con las reglas, un acto importante y social.

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Por tanto, la acción celebrativa se distingue de la fiesta, que acentúa tendencialmente los
caracteres del exceso lúdico. Los cristianos celebran fiestas, pero no toda fiesta es una
celebración cristiana.

Las celebraciones cristianas.

Para un cristiano, lo más importante es vivir en constante relación con Jesús: es el centro de su
vida. El cristiano, acude a la Biblia, reza, pero también vive la presencia de Jesús en las
celebraciones. Los signos y símbolos hacen presente a Jesús manifestando de manera visible
aquello que no se ve. De modo sencillo, podemos decir que las celebraciones cristianas poseen
las siguientes características:

 Hacen presentes a Jesús en medio de la comunidad.

 Utilizan signos y símbolos.

 Están relacionadas con acontecimientos y palabras de la vida de Jesús.

 Se realizan en comunidad.

 Se realizan siempre del mimo modo, por medio de unos ritos preestablecidos.

3.- ALGUNOS ASPECTOS CLAVES PARA COMPRENDER LA CELEBRACIÓN:

*Los sujetos celebrantes de la asamblea cultual: quien celebra es la iglesia, con toda la
amplitud y profundidad que encierra este término, pero también con toda la concreta
corporeidad que implica la presencia activa de las personas.

*El objeto central de la celebración cristiana: el acontecimiento pascual de Jesús. No es


posible separar los dos aspectos, que sólo es posible distinguir en la fase de análisis: el
acontecimiento bíblico y la realidad local y contemporánea.

*La participación en la celebración: celebrar es realizar una acción en común. El término más
corriente para designar el modo de presencia de quien se adhiere a ella, lanzado por la
renovación litúrgica, es el de participación. Ésta, dice el Vaticano II, tiene que ser “consciente y
activa”, o sea, consciente de los valores que se celebran y manifestada concretamente.

La “participación” sigue siendo todavía la gran meta de la pastoral litúrgica. Tendrá que hacerla
posible una suficiente catequesis (consciente) y un lenguaje celebrativo adaptado a la
asamblea concreta (activa).

*Las estructuras básicas de la celebración cristiana: en este sentido se distingue precisamente


entre el “modelo de la práctica” ritual y la “práctica (concreta) del modelo”. Esta tensión entre
el proyecto y el efecto está en la base, no sólo de las grandes reformas de la historia, incluida la
del Vaticano II, sino también de una continua puesta a punto que incumbe a cada comunidad
cristiana con sus responsables.

Sin embargo, no se puede pensar en una liturgia sin modelos, en un rito sin consistencias.

*Los medios expresivos que utiliza la asamblea celebrante: texto y contexto.

4.- MEMORIAL.

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MEMORIAL: Una acción memorial es aquella que hace referencia a un acontecimiento


histórico pasado, lo actualiza en el presente y lo orienta hacia una realización plena en el
futuro.

Por ello, la Pascua judía es memorial de un acontecimiento sucedido en el pasado, pero que se
realiza en la actualidad de la celebración: no sólo fueron liberados los hebreos que salieron de
Egipto, sino que Dios libera constantemente a los que celebran la Pascua aguardando al Mesías
esperado.

Cristo es el cumplimiento realizado en la historia de la salvación y la liturgia cristiana no puede


hacer un memorial de alguien distinto de Cristo y de su obra, es decir, la nueva y eterna alianza.

Por tanto, el memorial que la acción litúrgica realiza, hace presente la salvación en medio, de
los hombres de todos los tiempos, en espera de su plenitud definitiva (escatológica).

5.- SIGNOS Y SÍMBOLOS.

SIGNO

Las personas expresamos a través de signos nuestros sentimientos: lloramos cuando estamos
tristes, sonreímos para expresar la alegría, abrazamos para mostrar el cariño, etc.

Entre el signo que manifiesta el sentimiento y el propio sentimiento hay una relación que se llama
significación: la huida significa miedo, o la agresión significa rabia, rechazo, etc. Así mismo,
podemos descubrir en todo signo una realidad que llamamos significante y otra llamada
significado.

El significante es el elemento sensible que nos transmite el sentimiento o nos evoca una realidad a
la que no tenemos acceso inmediato: el llanto, la sonrisa, el abrazo...

El significado, por el contrario, es la realidad evocada, el sentimiento o experiencia interior que


hace presente el significante: la tristeza, la felicidad, el cariño...

En esta relación evidente entre significante y significado se fundamenta el signo que podemos
definir como toda realidad que nos lleva al conocimiento de otra.

A esta definición de signo de carácter más general, conviene aportarle un par de precisiones:
Muchos signos surgen de la convención o el acuerdo entre las personas: los colores que identifican
la bandera de una nación, el logotipo de una empresa, señales de circulación...

Otros signos, sin embargo, tienen en su misma naturaleza una referencia a otra realidad,
sentimiento o experiencia: el agua evoca limpieza, la vida, el anegamiento... A estos últimos les
llamamos símbolos.

6.- LA LITURGIA SE EXPRESA A TRAVÉS DE SIGNOS

La liturgia cristiana se expresa por medio de un conjunto de signos con diferentes naturalezas y
significados: personas, gestos, realidades materiales, lugares, tiempos, etc.

Todos estos signos expresan la presencia de Dios en la vida del hombre, así como la respuesta
que éste da a la acción de Dios en su vida. Son mediaciones del encuentro de Dios con el
hombre y del hombre con Dios.

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Los signos de la liturgia pertenecen a la categoría de los símbolos.

No son simples actos mágicos sino que su celebración carece de sentido cuando no se
experimenta en la existencia personal y comunitaria la salvación otorgada por Jesucristo a
todos los hombres y que es hecha presente actualmente por la Iglesia. Ahora se comprende la
necesidad que tiene todo aquel que quiere celebrar un sacramento de ser iniciado en el
lenguaje de los símbolos que celebran y expresan nuestra fe. Esta paulatina introducción debe
realizarse a través de los diversos procesos catequéticos y catecumenales. Estos símbolos que
expresan la vida cristiana tienen cuatro cualidades fundamentales:

* Hacen presente el amor inquebrantable de Dios, que se manifiesta de forma salvadora


en la historia de los hombres.

* Son memorial de Jesús de Nazaret, el Cristo, de sus hechos y palabras, a través de


quien el Absoluto se hizo "Dios con nosotros".

* Son primicias, esto es, anticipo de la plenitud que nos aguarda, hecha presente en la
glorificación de Jesús de Nazaret.

* Conducen a cada cristiano y a toda la comunidad a ser coherentes con lo que celebran,
viviendo cotidianamente las actitudes del Reino.

SÍMBOLO

Es todo gesto, acción humana o realidad que expresa y hace presente una experiencia profunda,
un sentimiento, una situación.

Su especificidad hace que todo símbolo tenga las siguientes características:

- En todo símbolo hay una dimensión que no puede expresarse verbalmente: una mirada de
cariño comunica lo que muchas palabras no podrían expresar.

- Todo símbolo nos introduce en un ámbito en el que se hace presente la realidad


simbolizada. Nunca es fin en sí mismo, sino camino que introduce, velo que se corre.

- La expresión simbólica supone una cultura en la que el símbolo se da. Por eso, una misma
expresión simbólica puede evocar diferentes ámbitos o realidades.

- El símbolo pone en relación pulsiones inconscientes y su expresión externa y consciente.

La eficacia de los símbolos:

¿Cómo las cosas se convierten en símbolos? Leonardo Boff en su libro juega con los verbos de
raíz “vocare”. Tres verbos que expresan la fuerza del símbolo:

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 EVOCA: porque conecta con el pasado y lo hace presente.

 PROVOCA: se entiende en dirección al futuro, llama a la acción, moviliza, el símbolo


trasforma, crea futuro.

 CONVOCA: une a las personas, crea la comunión, la alianza.

7.- LITURGIA, NUEVO TESTAMENTO Y VIDA DE LOS PRIMEROS CRISTIANOS.

Tanto en los escritos neotestamentarios como en escritos de los primeros cristianos,


encontramos esas acciones que se realizaban en la comunidad cristiana para experimentar la
presencia y la acción de Jesús. La práctica de los primeros cristianos se puede resumir en
cuatro momentos claves: la fracción del pan, la imposición de manos, el bautismo y el
acompañamiento a los enfermos.

Los escritos del Nuevo Testamento nos presentan a las primeras comunidades reunidas
celebrando su experiencia de encuentro con Jesucristo resucitado. Como nos cuenta Hch
2,42-45, en sus asambleas los cristianos escuchan las enseñanzas de los Apóstoles, parten el
pan, comparten los bienes y elevan a Dios súplicas y oraciones.

Estas asambleas comunitarias se repiten donde quiera que surge un grupo de creyentes en
Jesús Resucitado: Antioquía (Hch 13,2-3), Tróade (Hch 20,7), etc. En todas ellas se celebra la
presencia de Cristo entre los suyos, otorgándoles la victoria sobre todo mal, dolor y muerte,
mediante la vida de la Resurrección.

Con el transcurso del tiempo, estas reuniones han mantenido su sentido fundamental, aun
cuando algunas formas se han modificado. Estos encuentros celebrativos de la comunidad
cristiana, en los que se agradece a Dios la salvación otorgada en Cristo, son los que constituyen
la liturgia.

En el apartado anterior, “Jesús y la práctica religiosa establecida”, hicimos referencia a la


relación de Jesús y el templo, pues bien, ahora diremos algo acerca de esa relación de la iglesia
primitiva con el templo.

Existió una facción judaizante que orientaba a los creyentes hacia la fidelidad al templo:
alababan continuamente a Dios en el templo (Lc 24, 53), lo frecuentaban asiduamente (Hch 2,
46), iban al templo a la oración (Hch 3, 1). Se trata de la tendencia de los cristianos de origen
judío, residentes en Jerusalén, dirigidos por Santiago, que permanecieron fanáticos a la ley
(Hch 21, 20). Esta tendencia intentó conciliar la fe en Jesucristo con la religión del judaísmo de
aquel tiempo.

Frente a la facción judaizante, pronto aparece la otra gran tendencia que se dio en la iglesia
primitiva, la de los cristianos de origen griego, cuyo representante más cualificado es Esteban.
La postura de este grupo aparece, en su expresión más tajante, en el discurso de Esteban: el
altísimo no habita en edificios construidos por hombres (Hch 7, 48). Esta afirmación constituye
el rechazo más terminante del judaísmo del tiempo y su concepción religiosa. Esta tendencia
de los cristianos de origen griego es la que termina por imponerse en la iglesia primitiva.

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LAS PRIMERAS
CELEBRACIONES
CRISTIANAS (S.I)

8.- JESÚS Y LA PRÁCTICA RELIGIOSA ESTABLECIDA

A) JESÚS Y EL TIEMPO SAGRADO (EL SÁBADO). El sábado para el israelita era un tiempo
sagrado en el que se imponía el descanso total en recuerdo del descanso de Dios tras
la obra de la creación. Es más, había un proverbio rabínico que decía que el sábado
equivalía a todos los demás mandamientos. La transgresión del descanso del sábado
estaba castigada. Además, el culto estos días era más solemne.

La pregunta sería saber cuál era la actitud global de Jesús con respecto al sábado. El
sabbaton aparece 56 veces en los evangelios, en algunos textos es una alusión
circunstancial, en otras haciendo referencia a la acción salvífica de Jesús (pasión y
resurrección). Ahora bien, son también numerosas las ocasiones en las que se centra
en la violación y quebrantamiento deliberado del sábado y en su anulación; Jesús
quebrantó numerosas veces la legislación religiosa sobre el sábado. En los cuatro
evangelios aparece la intención expresa de Jesús de realizar curaciones en sábado (Mt
12, 10-12; Mc 3, 2-4; Lc 6, 7-9; Jn 5,16).

Jesús arriesgó su vida para decir que el centro de la actitud religiosa no es el sábado,
sino el hombre. Y para dar esta enseñanza Jesús no se limitó a decirlo, sino que
empezó a quebrantar lo establecido en la ley religiosa, aun con todos los riesgos que
eso comportaba. Jesús revoluciona radicalmente la religiosidad, trastorna su orden y su
esquema fundamental: el centro de la religiosidad no es el ritual fielmente observado,
ni la sacralidad como categoría básica. El centro es la persona y la experiencia humana.
Lo que quiere decir que el centro de la verdadera religiosidad humana es el bien del
hombre. Jesús, en efecto, no quebrantó la ley del sábado por capricho, sino por hacer
el bien a la gente que sufría, a los enfermos o a los oprimidos…

Usemos, por ejemplo, el evangelio de Marcos. Desde su comienzo, el evangelista,


presenta el enfrentamiento de Jesús con la religión oficial de su tiempo. Este
enfrentamiento se produce a través de cinco conflictos: el perdón de los pecados (Mc
2,1-12), la comida con los pecadores (Mc 2, 13-17), el ayuno (Mc 2, 18-22), las espigas
arrancadas en sábado (Mc 2, 23-28) y la curación de un enfermo en día de sábado (Mc
3,1-6). La intención de Marcos, por tanto, es clara desde el comienzo de su evangelio.

En su magnífica obra “Símbolos de libertad”, José María Castillo concluye este apartado
de forma muy directa y sugerente:

“Reflexionando sobre estos hechos, hay algo que resulta llamativo: Jesús no se
contentó con hacer el bien a los que sufrían, respetando al mismo tiempo la legislación
religiosa sobre el tiempo sagrado. En principio, pudo hacerlo así, porque la verdad es

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que no parece que haya incompatibilidad entre una cosa y la otra. Jesús, en efecto,
pudo perfectamente curar a los enfermos cualquier otro día de la semana. En ese
sentido, no le faltaba razón al jefe de la sinagoga cuando decía a la gente : hay seis días
de trabajo; venid esos días a que os curen, y no los sábados (Lc 13,14). Eso parece
indicar que era precisamente los sábados los días en que Jesús solía curar a los
enfermos, puesto que la gente acudía precisamente entonces a ser curada.
Evidentemente, Jesús lo hizo así con toda intención. Porque el hecho es que él curó y
liberó a los que sufrían precisamente atropellando y hasta anulando la legislación
religiosa sobre el sábado. ¿Qué intención se ocultaba en semejante comportamiento?
La respuesta no puede ser otra que el hacer comprender, de una vez por todas, que lo
único verdaderamente sagrado e inviolable para Jesús es el hombre: la salud, su
libertad, su luz y su vida. Sin duda, para hacernos comprender eso, Jesús consideró que
era necesario violar lo sagrado. ¿Es que no se puede hacer todo el bien del mundo y al
mismo tiempo respetar lo sagrado? En principio y en teoría, por supuesto que se
pueden hacer las dos cosas. Pero, en la práctica diaria de la vida, sabemos de hecho
que la fascinación de lo sagrado engendra la falsa conciencia que termina en posturas
de insolidaridad con los que sufren. La experiencia así nos lo enseña. Y el
comportamiento de Jesús es la prueba más evidente de ello”.

B) JESÚS Y EL ESPACIO SAGRADO: EL TEMPLO

El templo de Jerusalén, en tiempos de Jesús, tenía una doble funcionalidad: era el


centro de la religiosidad judía y la fuente capital de la vida económica de la ciudad.

Por tanto, hay que tener muy presente que prácticamente toda la religiosidad judía
giraba en torno al templo, y Jerusalén era el centro de todo el judaísmo.

Se comprende fácilmente que la actitud de Jesús con respecto al templo tuvo que
resultar algo preocupante, escandaloso o sencillamente irritante.

El comportamiento de Jesús: aparece con frecuencia en el templo, pero los evangelios


jamás dicen que Jesús o sus discípulos acudieran al templo (espacio sagrado) para orar
o tomar parte en las ceremonias sagrados. En efecto, Jesús iba para enseñar su
mensaje, que resultaba asombroso para los oyentes por lo distinto que era al que
ofrecían los teólogos del tiempo (cf. Mac 1, 22). Y se comprende que él acudiera al
templo para hablar a la gente (Mt 21, 23; 26, 55; Mc 12, 35; Lc 19, 47; 20, 1; Jn 7, 28; 8,
20; 18, 20) ya que el templo era un lugar en donde se concentraba mucho público; por
la misma razón Jesús iba, a veces, a las sinagogas (Mc 1, 21 par; Lc 4, 16; Jn 6, 59). Más
en concreto, Jesús se hace presente en el templo para desenmascarar la situación y
hacer reflexionar a su comunidad sobre las motivaciones de los ricos y de los pobres
(Mc 12, 41-44). Cuando Jesús cura al paralítico de la piscina (Jn 5, 1-15), Juan indica un
detalle, quizás significativo, con respecto al templo: Jesús encuentra al hombre curado
precisamente en el templo; y allí le dice que no vuelva a pecar (Jn 5, 14).

Pero mucho más importante que todo lo dicho es el hecho de la expulsión de los
comerciantes del templo (Mt 21, 12-13; Mc 11, 15-16; Lc 19, 45; Jn 2, 14-15), gesto que
fue la desautorización del lugar santo, su anulación y la afirmación de que era una
cueva de bandidos.

Por otra parte, resulta significativo el hecho de que Jesús se retiraba a orar a la
montaña (Mt 14, 23; Lc 9, 28-29) o se iba al campo (Mc 1, 35; Lc 5, 16; 9, 18), cosa que
tenía por costumbre (Lc 22, 39).

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Por consiguiente, Jesús no utiliza el templo como lugar del encuentro con Dios. Y no
sólo eso, sino que, sobre todo, desprestigia al lugar santo, lo desenmascara y lo anula.
Este comportamiento reviste una importancia decisiva y hasta trágica, porque está
fuera de duda que cuando Jesús se decidió a expulsar violentamente a los
comerciantes del templo, debió saber claramente que estaba arriesgando su propia
vida; en efecto, esta acción de Jesús fue motivo para proceder oficialmente contra él,
de una manera definitiva. Por lo demás, ver que Jesús se relaciona con Dios en el
espacio profano.

Jesús afirma que él es más que el templo (Mt 12, 5-7), pocos versículos más adelante
citará el texto del profeta Oseas 6,6 “corazón quiero y no sacrificios”, lo que significa
que Dios prefiere la bondad hacia los demás, que en el contexto queda
indudablemente asociada a las prácticas cultuales que se realizaban en el templo.

Jesús enseña también que las ofrendas que se hacían en el templo eran una hipocresía
y una desobediencia a Dios (Mc 7, 11-13).

Otra referencia, ahora del evangelista Juan, es cuando Jesús anuncia que el verdadero
culto que Dios quiere, no es el culto que se tributa en el templo, sino el culto con
espíritu y verdad (Jn 4, 20-24). Sea cual sea el sentido que la exégesis quiera dar a la
afirmación referente al culto “con espíritu y verdad”, una cosa por lo menos es cierta:
que se trata de un culto no limitado a un lugar.

9.- LA LITURGIA REALIZA Y CONTINÚA LA OBRA DE CRISTO.

El culto cristiano dista mucho de ser un conjunto de ritos y rúbricas puntualmente indicados en
el Ritual. Este concepto de liturgia conlleva unos notables olvidos y asimila la celebración
cristiana a cualquier otra conmemoración o espectáculo de talante político, cultural o social.

La liturgia cristiana es continuación y actualización del culto perfecto que Cristo


tributó al Padre. Un culto que no se limita a un conjunto de acciones piadosas,
sino que es un ofrecimiento radical de todo lo que es su vida.

Jesús convierte toda su existencia en ofrenda, sacrificio, acción sagrada, al unir su voluntad a la
voluntad de su Padre del cielo. Por esto podemos afirmar que en la persona de Jesucristo se
une de manera singular el sacerdocio y la víctima, el mediador y la ofrenda.

La comunidad cristiana reconoce a Jesucristo como el único y eterno sacerdote que ofrece
como sacrificio su cuerpo entregado y su sangre derramada, y cuya oblación total se actualiza
en la liturgia de la Iglesia.

10.- CONCILIO VATICANO II Y LITURGIA

Es conocido el esfuerzo de profundización que el movimiento litúrgico y la reflexión conciliar


han realizado respecto a la liturgia. Baste recordar algunos rasgos de la práctica litúrgica
vigente durante siglos: formulismo, rubricismo, clericalismo, etc. Poco a poco, han ido
emergiendo los aspectos esenciales y significativos de la liturgia: la dimensión histórico-
salvífica, la centralidad cristológica (en cuanto celebración y la presencia del misterio pascual
de Cristo), la perspectiva eclesial y escatológica. Densa y elocuente resulta la definición de
liturgia presente en el Concilio:

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“Con razón, pues, se considera la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella
los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realiza la santificación del hombre, y así
el Cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público
íntegro” (SC 7).

El Concilio recuerda que la liturgia es “acción sagrada por excelencia” (SC 7) que, sin agotar la
totalidad de la acción eclesial (SC 9), constituye sin embargo, “la cumbre a la cual tiende la
actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza”.
Difícilmente cabría acentuar con más vigor el alcance y la centralidad de la acción litúrgica en la
experiencia cristiana y eclesial. Pero para que este papel central de la liturgia no quede aislado
y casi absolutizado en el marco de la realidad eclesial, hay que prestar atención a algunos
desarrollos y ampliaciones.

11.- LA LITURGIA, LUGAR DE PALABRA Y SIGNO DE FE.

Una primera ampliación de horizonte atañe a la relación entre liturgia y palabra. La teología ha
subrayado el papel esencial de la palabra en la acción litúrgica, no como elemento previo o
unido al rito, sino como realidad constitutiva del rito mismo. En la liturgia se refleja la ley
estructural de la revelación como acontecimiento y palabra: es la palabra profética
interpretativa la que desvela en el signo la realidad salvífica manifestada. Los signos litúrgicos
son, al mismo tiempo, anuncio, memoria, promesa y solicitación, pero sólo por medio de la
palabra es posible captar este múltiple significado.

Pero no menos importante es la relación entre liturgia y fe. La liturgia, en cuanto “palabra de
fe” de la Iglesia, es eficaz y significativa sólo si se celebra desde la fe. El hombre es siempre
justificado por medio de la fe: “Como los antiguos Padres se salvaron por la fe en Cristo que iba
a venir, así nosotros nos salvamos por la fe en Cristo nacido y crucificado. Pues bien, los
sacramentos son ciertos signos que expresan la fe por la que el hombre se justifica” (Santo
Tomás).

Dicho de otra manera: la actitud de fe pertenece intrínsecamente a la realidad litúrgica y


sacramental. Es una nueva visión de la eficacia sacramental: “La teología clásica decía: no hay
sacramento fructuoso sin la fe del sujeto; la teología contemporánea prefiere decir: no hay
acontecimiento sacramental sin la fe… No se niega de ningún modo la eficacia ‘ex opere
operato’ del rito, pero se la quiere situar en el verdadero clima que le permite realizarse. Al
binomio ‘sacramento y fe’ se prefiere la fórmula tradicional “sacramento de la fe”.

Toda la actividad litúrgica-sacramental de la Iglesia constituye, por lo tanto, una auténtica y


gratuita oferta de gracia, una palabra interpelante que reclama la respuesta de fe. Y sólo en
cuanto que los sacramentos expresan la fe llegan a ser verdaderamente signos eficaces de la
gracia que salva. Hay que superar toda visión automática y casi “mágica” de la liturgia, presente
en tantos momentos de la historia, para subrayar la importancia de la “participación plena,
consciente y activa” (SC 14) y la necesidad de garantizar un correcto proceso de comunicación.

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12.- LA REVOLUCIÓN CRISTIANA DEL CULTO COMO “LITURGIA DE LA VIDA”.

Si la liturgia cristiana se define como “ejercicio del sacerdocio de Jesucristo” (SC 7), resulta
iluminante destacar el carácter original y único de tal sacerdocio y recuperar de este modo el
significado verdaderamente revolucionario del culto cristiano.

El sacerdocio de Cristo, como atestigua en particular la Carta a los Hebreos, representa una
radical novedad respecto a las concepciones del Antiguo Testamento y de los paganos sobre el
sacerdocio. Jesús, no perteneciendo a la tribu sacerdotal de su pueblo, no ejerce un sacerdocio
cultual y litúrgico sino que, consagrado sacerdote desde su Encarnación, transforma toda su
vida, y en especial su muerte y su resurrección en ofrenda sacrificial perfecta de una nueva y
eterna alianza. Este sacerdocio no se ejerce por medio de ritos o ceremonias sacrificiales: el
nuevo y definitivo sacrificio es el de la vida entregada en el cumplimiento de la voluntad de
Dios. En el misterio pascual de Cristo, que es sacerdote, altar y víctima, se consuma la plenitud
del nuevo sacerdocio.

Nacido como “pueblo sacerdotal” por medio del Espíritu, la Iglesia participa de la dignidad y
novedad del sacerdocio de Cristo. Es necesario insistir en la originalidad del culto cristiano
como “culto espiritual” y ofrenda de la vida, como confirma claramente la terminología del
Nuevo Testamento y la praxis de los primeros cristianos. Ellos prefirieron ser llamados ateos y
“sin culto”, antes que comprometer la novedad de su sacerdocio. Tenían una liturgia, pero
expresada en un lenguaje no cultual. Su culto era la misma vida ofrecida en sacrificio. Ahora
bien, existe siempre el peligro de perder de vista estos rasgos originales de la liturgia cristiana y
recaer en la visión cultual, como dice A.Vanhoye:

“Aquí vemos la verdadera concepción del culto cristiano: no puede ser separado de la vida, sino
que consiste en la vida cristiana. Es necesaria una continua reeducación para hacer
comprender que Cristo ha cambiado esta situación y que ahora no hay culto auténtico fuera de
la oferta personal existencial. El culto cristiano no consiste en ceremonias, ni siquiera consiste
en sacramentos, consiste en la oferta de la propia persona en la vida concreta. Creo que
debemos repetir esto muchas veces, para que penetre de verdad en todas las mentes y
corazones”.

La liturgia, como la Iglesia, no constituye un fin en sí misma, sino que debe referirse siempre al
proyecto del Reino en su totalidad. Desvinculada de esta tensión esencial y separada de la
liturgia de la vida, degenera en ritualismo y pierde significado.

13.- EL AÑO LITÚRGICO

Cada día es para el cristiano motivo de fiesta ya que en él se realiza la liberación obtenida por
Jesucristo. Sin embargo, los seres humanos estamos sujetos al espacio y al tiempo y

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precisamos momentos privilegiados que nos hagan apreciar el valor profundo de la existencia
cotidiana. Aquí se encuentra la razón de ser del año litúrgico.

Mediante el año litúrgico, la Iglesia quiere que cada cristiano, personalmente, y toda
comunidad, eclesialmente, vayan penetrando lenta, constantemente en los diferentes aspectos
del Misterio Pascual de Cristo.

Históricamente, es la celebración de la Pascua la conmemoración que aglutina en tomo a ella el


resto de los tiempos litúrgicos: Cuaresma y Tiempo Pascual surgen como preparación y
prolongación respectivamente del misterio central de la fe cristiana. Navidad se suscita como
sustituto de la fiesta del sol invicto, conmemorando la venida del "Sol que nace de lo alto". Por
paralelismo a la Pascua, se propone un tiempo de preparación que va a denominarse Adviento.

Para el Vaticano II, el Misterio Pascual ocupa el centro del año litúrgico cristiano, y el domingo,
como celebración semanal de la Pascua, es la fiesta primordial. Las mismas fiestas de los santos
son consideradas, certeramente, como celebración del misterio de Cristo que se expresa a
través de sus frutos más destacados.

El año litúrgico tiene un valor pedagógico indudable en la medida que permite penetrar
sucesivamente en los diferentes aspectos de la salvación cristiana. Sin embargo, tampoco
puede negarse que es difícil que su presencia sea asumida en las comunidades cristianas en
medio de un cierto ambiente secularista.

Por todo esto, parece importante recuperar el año litúrgico mediante una mayor incorporación
de toda la comunidad cristiana a su celebración, a través de momentos que sean subrayados;
por ejemplo, celebraciones comunitarias de la penitencia tanto en Adviento como en
Cuaresma, vigilias que subrayen Pentecostés, o el cuidado y preparación de las celebraciones
pascuales o navideñas.

Así mismo, cada vez parece más necesario el vincular la celebración de los sacramentos de la
iniciación cristiana (Bautismo, Confirmación y Eucaristía) a los tiempos litúrgicos de Cuaresma
(preparación) y Pascua (celebración).

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LOS COLORES EN LA LITURGIA

 El VERDE: simboliza la esperanza. Para los pueblos antiguos, el verde era la primavera,
la vegetación, el renacimiento, la esperanza de una cosecha abundante. Este color se
utiliza en la liturgia en el "tiempo ordinario", que son los días en que no se celebra
ninguna fiesta especial.

 El BLANCO: simboliza la pureza y la alegría. El blanco se utiliza en el tiempo de Navidad


y Pascua y para las fiestas de la Ascensión de Jesús al cielo y la Epifanía, en definitiva,
los eventos que no conmemoran la pasión y muerte de Cristo. También se utiliza en las
festividades de la Virgen María, de los ángeles y de los santos que no fueron
martirizados.

 El VIOLETA o PÚRPURA: simbolizan la penitencia y el duelo. Se llevan durante la


Semana Santa, los domingos de Cuaresma y en los cuatro domingos de Adviento. El
violeta era el color preferido para las túnicas de los antiguos reyes.

 El ROJO: simboliza el fuego, la sangre y la realeza. Este color se puede ver durante las
celebraciones de la Pasión, incluido el Viernes Santo, y en los días en que se
conmemoran las muertes de los mártires, los apóstoles y los evangelistas. Siendo el
color del fuego, es la elección natural para Pentecostés, al simbolizar el ígneo descenso
del Espíritu Santo.

El tiempo de Adviento

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LA LITURGIA CRISTIANA

Cubre las cuatro semanas que preceden a la celebración de la Navidad. El Adviento contiene un
mensaje de esperanza en el Señor que viene, así como una llamada a la vigilancia para ir
acogiendo el Reino de Dios en nuestra vida, en la espera de su plenitud escatológica. Esto se
expresa en el morado que tiñe como color litúrgico estas fechas.

El tiempo de Navidad

Se extiende desde el 25 de Diciembre (Nacimiento del Señor) hasta el domingo después del 6
de Enero, día en que se celebra la fiesta del Bautismo del Señor. El 6 de Enero se celebra la
solemnidad de la Epifanía. Tanto la Navidad como la Epifanía conmemoran el acercamiento
decisivo de Dios a los hombres en Jesús, el Enmanuel (Dios con nosotros). A lo largo de este
tiempo el color litúrgico es el blanco.

El tiempo de Cuaresma

Comprende cuarenta días que preparan la celebración de la Pascua de Resurrección. Comienza


el Miércoles de Ceniza. Es un período de purificación y rectificación de la conducta que ha de
vivirse desde una perspectiva bautismal y un objetivo penitencial. Este tiempo litúrgico termina
en la Semana Santa. Al igual que el Adviento, se utiliza el morado como color predominante,
aunque el rojo se emplea en el Domingo de Ramos.

El Triduo Pascual

Es la culminación de todo el año litúrgico. Comienza con la Misa vespertina de Jueves Santo,
en que se conmemora la institución de la Eucaristía y del sacerdocio en la Última Cena de
Jesús. El Viernes Santo, la Iglesia celebra la pasión y muerte del Señor. Tras la meditación de
estos misterios durante el Sábado Santo junto al sepulcro de Jesús, la Iglesia concluye el Triduo
Pascual en la Noche Santa del sábado al domingo, con la celebración de la Vigilia Pascual y la
solemnidad del día de la Pascua de la Resurrección.

Mientras el color rojo es el propio del Viernes Santo, el blanco expresa la alegría del Jueves
Santo y el triunfo del Domingo de Resurrección.

El tiempo de Pascua

Es el período de cincuenta días o cincuentena que comienza con la Octava de Pascua, es decir,
toda una semana que celebra solemnemente la resurrección del Señor, y termina el Domingo
de Pentecostés, que conmemora el envío del Espíritu Santo a la Iglesia. Desde antiguo los
cristianos celebraron esos cincuenta días como si fuera un gran domingo. Todo ello se expresa
mediante el color blanco de los vestidos litúrgicos, así como por la presencia del cirio pascual
encendido en todas las celebraciones. En el domingo de Pentecostés el color litúrgico es el rojo.

El tiempo ordinario

Cubre el resto del año litúrgico y es el período más largo del mismo. Las semanas de este
tiempo se orientan, sobre todo, a la celebración del domingo. La celebración dominical del
Resucitado sirve al cristiano para hacerse cargo de que el Señor está con su Iglesia siempre
hasta el fin de los tiempos.

En el último domingo de este tiempo tiene lugar la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo.
Durante el tiempo ordinario, la Iglesia, en fiestas y memorias especiales, recuerda y venera a
los Santos, sobre todo, a la Santísima Virgen María. A lo largo de este tiempo, el color que
predomina es el verde.

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LA LITURGIA CRISTIANA

14.- LA SACROSANTUM CONCILIUM

Hagamos un resumen de este documento conciliar llamado Sacrosanctum Concilium, sobre la


Sagrada Liturgia.

Introducción: Donde se valora el primado indiscutible de la liturgia y la función de la liturgia:


guiar al Pueblo de Dios en su peregrinar por la tierra (n. 1-4)

Capítulo 1°: Naturaleza e importancia de la liturgia (n. 5-46)

 La liturgia actualiza, realiza la redención de Cristo aquí y ahora.

 Es meta a la que tiende la acción de la Iglesia y la fuente de donde le viene su fuerza y


vitalidad.

 Pero la liturgia no agota la acción de la Iglesia, ni toda la vida espiritual. Hay que añadir
la oración particular, la mortificación personal y los ejercicios piadosos (rosario, vía
crucis, devociones, etc.).

 La liturgia exige la participación activa de los fieles. Pero para que se dé esto, hay que
educar a todos en la liturgia, enseñar formación litúrgica tanto al clero como a los
fieles.

Capítulo 2°: El misterio eucarístico (47-58).

Se centra el documento en la eucaristía, que es el culmen de la liturgia, donde se encuentra la


mayor riqueza litúrgica. Se pide la participación activa de los fieles en la misa. Para ello, se hizo
una buena reforma del ordinario de la misa, simplificando ritos, conservando lo principal, con
enriquecimiento de los tesoros de la Biblia, de modo que en un período de tres años se lean al
Pueblo las partes más significativas de la Sagrada Escritura.

Se añade la homilía y la oración de los fieles. Se puede celebrar en lengua vernácula, es decir,
en la lengua de cada pueblo, y no sólo en latín.

Se habla de la comunión bajo las dos especies y la concelebración.

Capítulo 3°: Otros sacramentos y los sacramentales (59-82). Hubo reformas en los ritos
bautismales y de la confirmación y de los demás sacramentos.

Capítulo 4°: el Oficio Divino o Liturgia de las Horas (83-101) donde toda la Iglesia a través de
sus sacerdotes, extiende durante todo el día su oración de alabanza a Dios y santifican el día.
Se recomienda la participación de los laicos en el rezo de la liturgia de las Horas o con los
sacerdotes o reunidos entre sí, e incluso en particular.

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LA LITURGIA CRISTIANA

Capítulo 5°: El año litúrgico (102-111): Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua, Pentecostés,
Tiempo ordinario, fiesta de los santos, fiestas de la Virgen.

Capítulo 6°: La música sagrada (112-121). La música debe servir no sólo de decoración, sino de
expresión de plegaria. Se puede interpretar música popular sagrada, pero sin menospreciar el
canto gregoriano ni la polifonía clásica.

Capítulo 7°: El arte y los objetos sagrados, las imágenes (122-130). El arte que se pone en las
iglesias no debe repugnar ni ofender el sentido religioso. El arte sacro está relacionado con la
infinita belleza de Dios; por lo tanto, todas las obras de arte en la Iglesia nos deben llevar a
Dios.

La liturgia es una teofanía, es decir, una manifestación de Dios. Dios en la liturgia se manifiesta
continuamente, se hace presente, trayéndonos la salvación y con la salvación, la alegría de la
liberación, el gozo del camino y la esperanza de la meta, que es el cielo.

No se está en la liturgia, sino que celebramos la liturgia, participamos de y en la liturgia.


Debemos educarnos en la liturgia para que así gustemos de las ceremonias, apreciemos los
sacramentos, entendamos los signos y los ritos, amemos la Palabra de Dios, despertemos la
capacidad de admirarnos y sobrecogernos ante el misterio divino que se celebra en cada acto
litúrgico.

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