Está en la página 1de 18

Biografías

Roger Bacon

(Ilchester, c. 1220 - Oxford, 1292) Filósofo,


científico y teólogo inglés cuyos acercamientos
a la ciencia desde una perspectiva experimental
preludiaron la crisis que experimentaría en el
siglo siguiente la filosofía escolástica. Roger
Bacon estudió en Oxford y se trasladó a París
en 1236; tras hacerse franciscano, comentó las
obras de Aristóteles y, desde 1247, se dedicó
a estudios científicos.

De nuevo en Oxford (1251), escribió los tratados De los espejos y De la


multiplicación de las especies, y una Metafísica; sin embargo, en 1257, se le
prohibió enseñar y volvió a París. A instancias de su protector, el papa Clemente
IV, emprendió los Communia naturalium (un balance de la ciencia de su época),
que abandonó para escribir el Opus maius (1267-1268), obra que envió al papa
junto con la ya citada sobre las especies y otras dos (Opus minus y Opus
tertium), y escribió también un Compendio del estudio de la filosofía.

En 1277 el general de los franciscanos, Jerónimo de Ascoli, tachó de


sospechosas sus obras (sobre todo por sus ataques a San Alberto Magno y a
Santo Tomás de Aquino); condenadas sus tesis, estuvo en prisión hasta 1292. Ya
en libertad, no pudo concluir su Compendio del estudio de la teología.

Científico avanzado a su tiempo, captó los errores del calendario juliano, señaló
los puntos débiles de la astronomía de Ptolomeo, indicó en óptica las leyes de
reflexión y los fenómenos de refracción, comprendió el funcionamiento de los
espejos esféricos, ideó una teoría explicativa del arco iris, describió ingenios
mecánicos (barcos, coches, máquinas voladoras) y tomó de los árabes la fórmula
de la pólvora de cañón.

Difusor (en París) y luego crítico de Aristóteles, Roger Bacon adoptó una
doctrina de los universales de tipo conceptualista y propuso la «ciencia
experimental» como alternativa a la dialéctica escolástica; sin embargo, todo
ello se basaba en una cosmovisión creyente, según la cual la ciencia se apoya en
la teología (don divino) y la filosofía -su servidora- procede de la revelación
desde Adán.

Rene Descartes

(La Haye, Francia, 1596 - Estocolmo, Suecia,


1650) Filósofo y matemático francés. Después
del esplendor de la antigua filosofía griega y del
apogeo y crisis de la escolástica en la Europa
medieval, los nuevos aires del Renacimiento y la
revolución científica que lo acompañó darían
lugar, en el siglo XVII, al nacimiento de la
filosofía moderna.

El primero de los ismos filosóficos de la modernidad fue el racionalismo;


Descartes, su iniciador, se propuso hacer tabla rasa de la tradición y construir
un nuevo edificio sobre la base de la razón y con la eficaz metodología de las
matemáticas. Su «duda metódica» no cuestionó a Dios, sino todo lo contrario; sin
embargo, al igual que Galileo, hubo de sufrir la persecución a causa de sus ideas.

René Descartes se educó en el colegio jesuita de La Flèche (1604-1612), por


entonces uno de los más prestigiosos de Europa, donde gozó de un cierto trato
de favor en atención a su delicada salud. Los estudios que en tal centro llevó a
cabo tuvieron una importancia decisiva en su formación intelectual; conocida la
turbulenta juventud de Descartes, sin duda en La Flèche debió cimentarse la
base de su cultura. Las huellas de tal educación se manifiestan objetiva y
acusadamente en toda la ideología filosófica del sabio.

El programa de estudios propio de aquel colegio (según diversos testimonios,


entre los que figura el del mismo Descartes) era muy variado: giraba
esencialmente en torno a la tradicional enseñanza de las artes liberales, a la cual
se añadían nociones de teología y ejercicios prácticos útiles para la vida de los
futuros gentilhombres. Aun cuando el programa propiamente dicho debía de
resultar más bien ligero y orientado en sentido esencialmente práctico (no se
pretendía formar sabios, sino hombres preparados para las elevadas misiones
políticas a que su rango les permitía aspirar), los alumnos más activos o curiosos
podían completarlos por su cuenta mediante lecturas personales.
Años después, Descartes criticaría amargamente la educación recibida. Es
perfectamente posible, sin embargo, que su descontento al respecto proceda no
tanto de consideraciones filosóficas como de la natural reacción de un
adolescente que durante tantos años estuvo sometido a una disciplina, y de la
sensación de inutilidad de todo lo aprendido en relación con sus posibles
ocupaciones futuras (burocracia o milicia). Tras su etapa en La Flèche, Descartes
obtuvo el título de bachiller y de licenciado en derecho por la facultad de
Poitiers (1616), y a los veintidós años partió hacia los Países Bajos, donde sirvió
como soldado en el ejército de Mauricio de Nassau. En 1619 se enroló en las filas
del Maximiliano I de Baviera.

Según relataría el propio Descartes en el Discurso del Método, durante el crudo


invierno de ese año se halló bloqueado en una localidad del Alto Danubio,
posiblemente cerca de Ulm; allí permaneció encerrado al lado de una estufa y
lejos de cualquier relación social, sin más compañía que la de sus pensamientos.
En tal lugar, y tras una fuerte crisis de escepticismo, se le revelaron las bases
sobre las cuales edificaría su sistema filosófico: el método matemático y el
principio del cogito, ergo sum. Víctima de una febril excitación, durante la noche
del 10 de noviembre de 1619 tuvo tres sueños, en cuyo transcurso intuyó su
método y conoció su profunda vocación de consagrar su vida a la ciencia.

Tras renunciar a la vida militar, Descartes viajó por Alemania y los Países Bajos
y regresó a Francia en 1622, para vender sus posesiones y asegurarse así una
vida independiente; pasó una temporada en Italia (1623-1625) y se afincó luego
en París, donde se relacionó con la mayoría de científicos de la época.

En 1628 decidió instalarse en Holanda, país en el que las investigaciones


científicas gozaban de gran consideración y, además, se veían favorecidas por
una relativa libertad de pensamiento. Descartes consideró que era el lugar más
favorable para cumplir los objetivos filosóficos y científicos que se había fijado,
y residió allí hasta 1649.

Los cinco primeros años los dedicó principalmente a elaborar su propio sistema
del mundo y su concepción del hombre y del cuerpo humano. En 1633 debía de
tener ya muy avanzada la redacción de un amplio texto de metafísica y física
titulado Tratado sobre la luz; sin embargo, la noticia de la condena de Galileo le
asustó, puesto que también Descartes defendía en aquella obra el heliocentrismo
de Copérnico, opinión que no creía censurable desde el punto de vista teológico.
Como temía que tal texto pudiera contener teorías condenables, renunció a su
publicación, que tendría lugar póstumamente.

En 1637 apareció su famoso Discurso del método, presentado como prólogo a


tres ensayos científicos. Por la audacia y novedad de los conceptos, la genialidad
de los descubrimientos y el ímpetu de las ideas, el libro bastó para dar a su autor
una inmediata y merecida fama, pero también por ello mismo provocó un diluvio
de polémicas, que en adelante harían fatigosa y aun peligrosa su vida.

Descartes proponía en el Discurso una duda metódica, que sometiese a juicio


todos los conocimientos de la época, aunque, a diferencia de los escépticos, la
suya era una duda orientada a la búsqueda de principios últimos sobre los cuales
cimentar sólidamente el saber. Este principio lo halló en la existencia de la propia
conciencia que duda, en su famosa formulación «pienso, luego existo». Sobre la
base de esta primera evidencia pudo desandar en parte el camino de su
escepticismo, hallando en Dios el garante último de la verdad de las evidencias
de la razón, que se manifiestan como ideas «claras y distintas».

El método cartesiano, que Descartes propuso para todas las ciencias y


disciplinas, consiste en descomponer los problemas complejos en partes
progresivamente más sencillas hasta hallar sus elementos básicos, las ideas
simples, que se presentan a la razón de un modo evidente, y proceder a partir de
ellas, por síntesis, a reconstruir todo el complejo, exigiendo a cada nueva
relación establecida entre ideas simples la misma evidencia de éstas. Los ensayos
científicos que seguían al Discurso ofrecían un compendio de sus teorías físicas,
entre las que destaca su formulación de la ley de inercia y una especificación de
su método para las matemáticas.

Los fundamentos de su física mecanicista, que hacía de la extensión la principal


propiedad de los cuerpos materiales, fueron expuestos por Descartes en las
Meditaciones metafísicas (1641), donde desarrolló su demostración de la
existencia y la perfección de Dios y de la inmortalidad del alma, ya apuntada en
la cuarta parte del Discurso del método. El mecanicismo radical de las teorías
físicas de Descartes, sin embargo, determinó que fuesen superadas más
adelante.

Conforme crecía su fama y la divulgación de su filosofía, arreciaron las críticas


y las amenazas de persecución religiosa por parte de algunas autoridades
académicas y eclesiásticas, tanto en los Países Bajos como en Francia. Nacidas
en medio de discusiones, las Meditaciones metafísicas habían de valerle diversas
acusaciones promovidas por los teólogos; algo por el estilo aconteció durante la
redacción y al publicar otras obras suyas, como Los principios de la filosofía
(1644) y Las pasiones del alma (1649).

Cansado de estas luchas, en 1649 Descartes aceptó la invitación de la reina


Cristina de Suecia, que le exhortaba a trasladarse a Estocolmo como preceptor
suyo de filosofía. Previamente habían mantenido una intensa correspondencia, y,
a pesar de las satisfacciones intelectuales que le proporcionaba Cristina,
Descartes no fue feliz en "el país de los osos, donde los pensamientos de los
hombres parecen, como el agua, metamorfosearse en hielo". Estaba
acostumbrado a las comodidades y no le era fácil levantarse cada día a las cuatro
de la mañana, en plena oscuridad y con el frío invernal royéndole los huesos, para
adoctrinar a una reina que no disponía de más tiempo libre debido a sus
obligaciones. Los espartanos madrugones y el frío pudieron más que el filósofo,
que murió de una pulmonía a principios de 1650, cinco meses después de su
llegada.

Galileo Galilei

(Pisa, actual Italia, 1564 - Arcetri, id., 1642)


Físico y astrónomo italiano. Sus estudios sobre
la caída de los cuerpos y la trayectoria de los
proyectiles sentaron las bases sobre las que
Newton fundaría la física clásica; en
astronomía, la invención del telescopio le
permitió acumular pruebas en apoyo del modelo
heliocéntrico de Copérnico.

Pero más allá de sus aportaciones concretas, que lo definen como un eslabón
fundamental en la revolución científica europea de los siglos XVI y XVII, la
relevancia histórica de Galileo reside sobre todo en la introducción del método
científico experimental, y también en su condición de símbolo: pese a su
desenlace, el proceso inquisitorial a que fue sometido por defender el
heliocentrismo ha pasado a representar el triunfo definitivo de la ciencia y la
razón sobre el oscurantismo cultural y religioso de la Edad Media.

Nacido en Pisa, ciudad perteneciente al Ducado de Toscana en época de Galileo,


fue el primogénito del florentino Vincenzo Galilei, músico por vocación aunque
obligado a dedicarse al comercio para sobrevivir. En 1574 la familia se trasladó
a Florencia, y Galileo fue enviado un tiempo (quizá como novicio) al monasterio
de Santa Maria di Vallombrosa, hasta que, en 1581, su padre lo matriculó como
estudiante de medicina en la Universidad de Pisa. Pero en 1585, tras haberse
iniciado en las matemáticas fuera de las aulas, abandonó los estudios
universitarios sin obtener ningún título, aunque sí había adquirido gusto por la
filosofía y la literatura.

En 1589 consiguió una plaza de profesor, mal remunerada, en el Estudio de Pisa.


Allí escribió un texto sobre el movimiento, que mantuvo inédito, en el cual
criticaba los puntos de vista de Aristóteles acerca de la caída libre de los graves
y el movimiento de los proyectiles. Una tradición apócrifa, pero muy divulgada,
le atribuye haber ilustrado sus críticas con una serie de experimentos públicos
realizados en lo alto del Campanile de Pisa, desde donde dejó caer
simultáneamente cuerpos de distinto peso para mostrar que todos llegaban al
suelo al mismo tiempo, refutando con este simple experimento la por entonces
sagrada autoridad de Aristóteles, que había afirmado, casi dos mil años antes,
que los cuerpos más pesados caían más deprisa.

De haber ocurrido realmente, hubiera podido situarse en el episodio de la torre


de Pisa el nacimiento de la metodología científica moderna. En lugar de especular
vanamente sobre las teorías de los sabios de la Antigüedad y los padres de la
Iglesia, cuya veracidad nadie ponía en duda (por eso Aristóteles o Santo Tomás
de Aquino eran llamados Autoridades), Galileo partía de la observación de los
hechos, sometiéndolos a unas condiciones controladas y mesurables en
experimentos como el de la torre; de tal observación surgían hipótesis que
habían de corroborarse en nuevos experimentos y demostrarse
matemáticamente, pues, según un célebre concepto suyo, «el Libro de la
Naturaleza está escrito en lenguaje matemático».

Con este modo de proceder, hoy natural y en aquel tiempo nuevo y escandaloso
(por cuestionar conceptos universalmente admitidos), Galileo inauguraba la
revolución metodológica que le ha valido el título de «padre de la ciencia
moderna». En 1592 pasó a ocupar una cátedra de matemáticas en Padua e inició
un fructífero período de su vida científica: se ocupó de cuestiones de
arquitectura militar y de topografía, realizó diversas invenciones mecánicas,
reemprendió sus estudios sobre el movimiento y descubrió el isocronismo del
péndulo. En 1599 se unió a la joven veneciana Marina Gamba, de quien se separó
en 1610 tras haber tenido con ella dos hijas y un hijo.

En julio de 1609 visitó Venecia y tuvo noticia de la fabricación del anteojo, un


rudimentario telescopio a cuyo perfeccionamiento se dedicó, y con el cual realizó
las primeras observaciones de la Luna; descubrió también cuatro satélites de
Júpiter y observó las fases de Venus, fenómeno que sólo podía explicarse si se
aceptaba la hipótesis heliocéntrica de Copérnico. Galileo publicó sus
descubrimientos en un breve texto, El mensajero sideral, que le dio fama en toda
Europa y le valió la concesión de una cátedra honoraria en Pisa.

En 1611 viajó a Roma, donde el príncipe Federico Cesi lo hizo primer miembro de
la Accademia dei Lincei, fundada por él, y luego patrocinó la publicación (1612)
de las observaciones de Galileo sobre las manchas solares. Pero la profesión de
copernicanismo contenida en el texto provocó una denuncia ante el Santo Oficio;
en 1616, tras la inclusión en el Índice de libros prohibidos de la obra de
Copérnico, Galileo fue advertido de que no debía exponer públicamente las tesis
condenadas.

Su silencio no se rompió hasta que, en 1623, alentado a raíz de la elección del


nuevo papa Urbano VIII, publicó El ensayador, donde expuso sus criterios
metodológicos y, en particular, su concepción de las matemáticas como lenguaje
de la naturaleza. La benévola acogida del libro por parte del pontífice lo animó a
completar la gran obra con la que pretendía poner punto final a la controversia
sobre los sistemas astronómicos, y en 1632 apareció, finalmente, su Diálogo
sobre los dos máximos sistemas del mundo; la crítica a la distinción aristotélica
entre física terrestre y física celeste, la enunciación del principio de la
relatividad del movimiento, así como el argumento del flujo y el reflujo del mar
presentado (erróneamente) como prueba del movimiento de la Tierra, hicieron
del texto un verdadero manifiesto copernicano.

El Santo Oficio abrió un proceso a Galileo que terminó con su condena a prisión
perpetua, pena suavizada al permitírsele que la cumpliera en su villa de Arcetri.
Allí transcurrieron los últimos años de su vida, ensombrecidos por la muerte de
su hija Virginia, por la ceguera y por una salud cada vez más quebrantada.
Consiguió, con todo, acabar la última de sus obras, los Discursos y
demostraciones matemáticas en torno a dos nuevas ciencias, donde, a partir de
la discusión sobre la estructura y la resistencia de los materiales, demostró las
leyes de caída de los cuerpos en el vacío y elaboró una teoría completa sobre el
movimiento de los proyectiles.

El análisis galileano del movimiento sentó las bases físicas y matemáticas sobre
las que los científicos de la siguiente generación edificaron la física clásica;
respecto al heliocentrismo, la leyenda que atribuye a Galileo Galilei la frase
Eppur si muove ("Y sin embargo, la Tierra se mueve") después de la abjuración
señala ya la naturaleza indomable de la evidencia científica, que, incapaz de
plegarse a un proceso inquisitorial, acabaría imponiéndose entre los astrónomos,
gracias tanto a las observaciones de Galileo como a la coherente descripción de
las órbitas elípticas de Kepler. Todos estos esfuerzos culminarían un siglo
después en la sistematización de la mecánica por obra de Isaac Newton: los tres
«axiomas o leyes del movimiento» (las leyes de Newton) y la ley de gravitación
universal, que dedujo de las anteriores, daban cumplida explicación del
movimiento de los cuerpos terrestres y de los planetas, logrando la unificación
de la mecánica terrestre y celeste.

Auguste Comte

(Auguste Comte; Montpellier, 1798 - París,


1857) Pensador francés, fundador del
positivismo y de la sociología. Con la
publicación de su Curso de filosofía positiva
(1830-1842), Augusto Comte apadrinó un
nuevo movimiento cultural del que sería
considerado iniciador y máximo
representante: el positivismo. Tal corriente
dominaría buena parte del siglo XIX, en polémica y algunas veces en compromiso
con la tendencia filosófica antagonista, el idealismo.

Como todos los grandes movimientos espirituales, el positivismo no se deja


fácilmente encasillar en las etiquetas de una definición estricta y precisa. En
sentido muy lato, puede decirse que es una revalorización del espíritu naturalista
y científico contra las tendencias declarada y abiertamente metafísicas y
religiosas del idealismo.

Rompiendo con la tradición católica y monárquica de su familia, Augusto Comte


se orientó durante la época de la Restauración hacia el agnosticismo y las ideas
revolucionarias. Después de una primera juventud cerrada y rebelde, ingresó en
1814 en la Escuela Politécnica de París, donde, en contacto con las ciencias
exactas y la ingeniería, se sintió atraído fuertemente, junto con muchos
compañeros de escuela, hacia aquella especie de "revolución de los técnicos" que
iba predicando el Conde de Saint-Simon.

Disuelta la Escuela Politécnica por el gobierno reaccionario de 1816, Comte,


contra la opinión de sus padres, permaneció en París para completar sus estudios
de forma autodidacta, ganándose el sustento con clases particulares de
matemáticas, que durante casi todo el resto de su vida fueron su fuente principal
de ingresos. Desde 1817 se vinculó a Saint-Simon, para el cual trabajó de
secretario hasta su ruptura en 1824. Ese año un trabajo de Comte (Plan de los
trabajos científicos necesarios para reorganizar la sociedad) fue reprobado por
su maestro.

El motivo de la discordia era mucho más profundo: Saint-Simon y Comte habían


compartido durante largo tiempo el concepto de una reorganización de la
sociedad humana a través de la dirección de las ciencias positivas, y formaron
conjuntamente el plan de renovar por completo la cultura para elevarla al nivel
de tales ciencias; pero Saint-Simon quería pasar de los planes científicos a la
organización práctica de aquel "sacerdocio" que habría de dirigir la nueva
sociedad, en tanto que Comte no consideraba todavía completos los desarrollos
teóricos.

La publicación por su cuenta de aquella obra le granjeó la amistad y aprecio de


numerosos historiadores, políticos y científicos (François Guizot, Alexander von
Humboldt, el duque Albert de Broglie), sintiéndose Comte estimulado para
emprender su gran obra, aquella enciclopedia de las ciencias positivas que sería
luego el Curso de filosofía positiva (1830-1842). Mientras tanto, sin la
aprobación de sus padres, se había unido en matrimonio civil con una joven y
cultísima dama de París, mujer de eminentes cualidades intelectuales, enérgica
y devota de su marido, pero quizá no tan tierna y sumisa como él hubiera deseado.
Precisamente por aquel tiempo (1826-1827) sufrió Comte su primer acceso de
locura; los padres hubiesen querido recluirlo, pero su esposa supo retenerlo
junto a sí con gran energía y curarlo.

Ya repuesto, Comte concentró sus energías en el Curso de filosofía positiva


(1830-1842). Habiendo apreciado, bajo la influencia de Saint-Simon, la urgencia
del problema social, Comte consagró su esfuerzo a concebir un modo de
resolverlo, cerrando la crisis abierta por la Revolución Francesa y sus
consecuencias. Halló la respuesta en la ciencia, hacia la que estableció un
verdadero culto: el conocimiento objetivo que proporciona la ciencia debía
aplicarse a la ordenación de los asuntos políticos, económicos y sociales,
superando las ideologías apoyadas en la imaginación, los intereses o los
sentimientos.

Contra la libertad de pensamiento, origen de la anarquía moral que atribuía a la


Revolución, no oponía el dogma religioso o los principios de la tradición, sino la
«ciencia positiva» que, al atenerse a los hechos tal como son, proporcionaba
según Comte el único punto de apoyo sobre el que se podría edificar un futuro
de «orden y progreso». Contrario al individualismo y a la democracia, confiaba
en un mundo regido por el saber, en el que productores y banqueros ejercerían
una especie de dictadura. Tales ideas, fundamento del pensamiento positivista,
tendrían un gran éxito en los países occidentales desde mediados del siglo XIX,
proporcionando un credo laico para el mundo del capitalismo liberal y de la
industria triunfante.

Sin embargo, Comte vivió una vida desgraciada: el exceso de trabajo agravó sus
trastornos psicológicos, y acabaría provocando un intento de suicidio y el
abandono de su mujer. Su rebeldía y su intransigencia, por otra parte, le
impidieron insertarse en el mundo académico. Al tiempo que redactaba el Curso
de filosofía positiva, Augusto Comte fundó con antiguos compañeros de la
Escuela Politécnica la Asociación Politécnica, destinada a la difusión de las ideas
positivistas, y, a pesar de la enorme fama conseguida, no logró nunca una sólida
posición oficial; llegó a enseñar en la Escuela Politécnica desde 1832, pero no
pudo obtener cátedra en ella, y fue expulsado en 1844.

Esta vida agitada, la constante concentración mental, el empeoramiento de las


relaciones con su esposa, que terminaron con la separación (1842), y finalmente
un nuevo amor senil y compartido sólo a medias por Clotilde Devaux, originaron
hacia 1845 una nueva crisis mental, cuyos efectos se advierten en sus últimas
obras, el Sistema de política positiva (1851-1854) y el Catecismo Positivista
(1852). Esta última, en la que expuso el evangelio de la nueva religión positivista
de la humanidad, ofrece matices desconcertantes en muchos aspectos y en su
lenguaje.

Para fomentar el nuevo espíritu positivista había fundado también, en 1845, una
especie de cenáculo en el que se reunían amigos y discípulos, pero este heraldo
de la filosofía científica contemporánea había perdido por entonces todo
contacto con la ciencia viva de su tiempo, concentrado sólo en sus meditaciones
subjetivas. Sólo la ayuda económica de algunos admiradores (como Émile Littré
o John Stuart Mill) lo salvó de la miseria. Con todo, lo mejor de su pensamiento,
reflejado en el célebre Curso de filosofía positiva (1830-1842), estaba
destinado a ejercer una gran influencia sobre las más diversas ramas del
conocimiento (filosofía, medicina, historia, sociología) y sobre corrientes
políticas diversas (incluyendo el pensamiento reaccionario de Charles Maurras).

Augusto Comte tomó el término positivismo del que había sido su maestro, Saint-
Simon, responsable de su acuñación a partir de la expresión “ciencia positiva”,
aparecida en el siglo XVIII. En la historia de la filosofía, se designa con esta
palabra la corriente de pensamiento iniciada por Comte; surgida en Francia en la
primera mitad del siglo XIX, pronto se desarrollaría en todos los países
occidentales durante el resto de la centuria.

Aunque se entiende el positivismo como filosofía contrapuesta al idealismo y, en


particular, a la figura de Hegel (1770-1831), positivismo e idealismo hegeliano
tienen puntos en común. Ambas corrientes parten de Kant (1724-1804), aunque
desarrollan aspectos distintos: el idealismo, la idea kantiana de la actividad
creadora de la conciencia; el positivismo, la necesidad de partir de datos y la
negación de que el conocimiento metafísico pueda superar al científico. Como
Kant, Comte cree inalcanzable el objeto de la metafísica porque el saber humano
no puede ir más allá de la experiencia, y, al igual que Hegel, aborda la concepción
de la historia universal como un proceso unitario, evolutivo y enriquecedor.

A pesar de la constatación de tales puntos de acuerdo, en la configuración de la


filosofía del positivismo influyeron también otras corrientes varias, alejadas del
idealismo: el empirismo inglés representado por John Locke (1632-1704) y David
Hume (1711-1776), el materialismo (como negación de las substancias
espirituales y reconocimiento únicamente de la existencia de substancias
corpóreas) y el escepticismo del siglo XVIII francés.

Barón de Montesquieu

(Charles-Louis de Secondat, barón de


Montesquieu; La Brède, Burdeos, 1689 - París,
1755) Pensador francés. Perteneciente a una
familia de la nobleza de toga, Montesquieu
siguió la tradición familiar al estudiar derecho
y hacerse consejero del Parlamento de Burdeos
(que presidió de 1716 a 1727). Vendió el cargo y
se dedicó durante cuatro años a viajar por
Europa observando las instituciones y costumbres de cada país; se sintió
especialmente atraído por el modelo político británico, en cuyas virtudes halló
argumentos adicionales para criticar la monarquía absoluta que reinaba en la
Francia de su tiempo.

Montesquieu ya se había hecho célebre con la publicación de sus Cartas persas


(1721), una crítica sarcástica de la sociedad del momento, que le valió la entrada
en la Academia Francesa (1727). En 1748 publicó su obra principal, Del espíritu
de las Leyes, obra de gran impacto (se hicieron veintidós ediciones en vida del
autor, además de múltiples traducciones a otros idiomas).

El pensamiento de Montesquieu debe enmarcarse en el espíritu crítico de la


Ilustración francesa, con el que compartió los principios de tolerancia religiosa,
aspiración a la libertad y denuncia de viejas instituciones inhumanas como la
tortura o la esclavitud; pero Montesquieu se alejó del racionalismo abstracto y
del método deductivo de otros filósofos ilustrados para buscar un conocimiento
más concreto, empírico, relativista y escéptico.

En El espíritu de las Leyes, Montesquieu elaboró una teoría sociológica del


gobierno y del derecho, mostrando que la estructura de ambos depende de las
condiciones en las que vive cada pueblo: en consecuencia, para crear un sistema
político estable había que tener en cuenta el desarrollo económico del país, sus
costumbres y tradiciones, e incluso los determinantes geográficos y climáticos.
De los diversos modelos políticos que definió, Montesquieu asimiló la Francia de
Luis XV (una vez eliminados los parlamentos) al despotismo, que descansaba
sobre el temor de los súbditos; alabó en cambio la república, edificada sobre la
virtud cívica del pueblo, que Montesquieu identificaba con una imagen idealizada
de la Roma republicana.

Equidistante de ambas, definió la monarquía como un régimen en el que también


era posible la libertad, pero no como resultado de una virtud ciudadana
difícilmente alcanzable, sino de la división de poderes y de la existencia de
poderes intermedios -como el clero y la nobleza- que limitaran las ambiciones del
príncipe. Fue ese modelo, que identificó con el de Inglaterra, el que Montesquieu
deseó aplicar en Francia, por entenderlo adecuado a sus circunstancias
nacionales. La clave del mismo sería la división de los poderes ejecutivo,
legislativo y judicial, estableciendo entre ellos un sistema de equilibrios que
impidiera que ninguno pudiera degenerar hacia el despotismo.

Desde que la Constitución de los Estados Unidos plasmó por escrito tales
principios, la obra de Montesquieu ejerció una influencia decisiva sobre los
liberales que protagonizaron la Revolución francesa de 1789 y la posterior
construcción de regímenes constitucionales en toda Europa, convirtiéndose la
separación de poderes en un dogma del derecho constitucional que ha llegado
hasta nuestros días.

Junto a este componente innovador, no puede olvidarse el carácter conservador


de la monarquía limitada que proponía Montesquieu, en la que procuró
salvaguardar el declinante poder de los grupos privilegiados (como la nobleza, a
la que él mismo pertenecía), aconsejando, por ejemplo, su representación
exclusiva en una de las dos cámaras del Parlamento. Pese a ello, debe
considerarse a Montesquieu como un eslabón clave en la fundamentación de la
democracia y la filosofía política moderna, cuyo nacimiento cabe situar en los
Dos ensayos sobre el gobierno civil (1690) de John Locke y que, después de
Montesquieu, hallaría su más acabada expresión en El contrato social (1762) de
Jean-Jacques Rousseau.
Karl Marx

(Tréveris, Prusia occidental, 1818 - Londres,


1883) Pensador socialista y activista
revolucionario de origen alemán. Raramente la
obra de un filósofo ha tenido tan vastas y
tangibles consecuencias históricas como la de Karl
Marx: desde la Revolución rusa de 1917, y hasta la
caída del muro de Berlín en 1989, la mitad de la
humanidad vivió bajo regímenes políticos que se
declararon herederos de su pensamiento.

Contra lo que pudiera parecer, el fracaso y derrumbamiento del bloque


comunista no habla en contra de Marx, sino contra ciertas interpretaciones de
su obra y contra la praxis revolucionaria de líderes que el filósofo no llegó a
conocer, y de los que en cierto modo se desligó proféticamente al afirmar que él
no era marxista. Ciertamente fallaron sus predicciones acerca del inevitable
colapso del sistema capitalista, pero, frente a los socialistas utópicos, apenas se
interesó en cómo había de organizarse la sociedad. En lugar de ello, Marx se
propuso desarrollar un socialismo científico que partía de un detallado estudio
del capitalismo desde una perspectiva económica y revelaba las perversiones e
injusticias intrínsecas del sistema capitalista.

En tal análisis, fecundo por los desarrollos posteriores y vigente en muchos


aspectos, reside el verdadero valor de su legado. En cualquier caso, es innegable
la altura de sus ideales; nunca ambicionó nada excepto "trabajar para la
humanidad", según sus propias palabras. Y, refiriéndose a su libro El capital, dijo:
"Dudo que nadie haya escrito tanto sobre el dinero teniendo tan poco".

Karl Marx procedía de una familia judía de clase media; su padre era un abogado
convertido recientemente al luteranismo. Estudió en las universidades de Bonn,
Berlín y Jena, doctorándose en filosofía por esta última en 1841. Desde esa
época el pensamiento de Marx quedaría asentado sobre la dialéctica de Hegel,
si bien sustituyó el idealismo hegeliano por una concepción materialista, según la
cual las fuerzas económicas constituyen la infraestructura subyacente que
determina, en última instancia, fenómenos «superestructurales» como el orden
social, político y cultural.
En 1843 se casó con Jenny von Westphalen, cuyo padre inició a Marx en el
interés por las doctrinas racionalistas de la Revolución francesa y por los
primeros pensadores socialistas. Convertido en un demócrata radical, Marx
trabajó algún tiempo como profesor y periodista; pero sus ideas políticas le
obligaron a dejar Alemania e instalarse en París (1843).

Por entonces estableció una duradera amistad con Friedrich Engels, que se
plasmaría en la estrecha colaboración intelectual y política de ambos. Fue
expulsado de Francia en 1845 y se refugió en Bruselas; por fin, tras una breve
estancia en Colonia para apoyar las tendencias radicales presentes en la
Revolución alemana de 1848, pasó a llevar una vida más estable en Londres, en
donde desarrolló desde 1849 la mayor parte de su obra escrita. Su dedicación a
la causa del socialismo le hizo sufrir grandes dificultades materiales, superadas
gracias a la ayuda económica de Engels.

Marx partió de la crítica a los socialistas anteriores, a los que calificó de


«utópicos», si bien tomó de ellos muchos elementos de su pensamiento
(particularmente, de autores como Saint-Simon, Robert Owen o Charles
Fourier). Tales pensadores se habían limitado a imaginar cómo podría ser la
sociedad perfecta del futuro y a esperar que su implantación resultara del
convencimiento general y del ejemplo de unas pocas comunidades modélicas.

Por el contrario, Marx y Engels pretendían hacer un «socialismo científico»,


basado en la crítica sistemática del orden establecido y el descubrimiento de las
leyes objetivas que conducirían a su superación; la fuerza de la revolución (y no
el convencimiento pacífico ni las reformas graduales) sería la forma de acabar
con la civilización burguesa. En 1848, a petición de una liga revolucionaria
clandestina formada por emigrantes alemanes, Marx y Engels plasmaron tales
ideas en el Manifiesto Comunista, un panfleto de retórica incendiaria situado en
el contexto de las revoluciones europeas de 1848.

Hacia 1877, con la salud muy quebrantada, se refugió definitivamente en la vida


hogareña. Y fue precisamente en el círculo familiar donde se produjeron dos
desgracias consecutivas que probablemente precipitaron su muerte. El 2 de
diciembre de 1881 falleció su esposa, y apenas un año después, el 11 de enero de
1883, su hija mayor, Jenny Longuet. Solo, abatido, con la mente debilitada y los
pulmones seriamente afectados, Karl Marx murió o se dejó morir el 14 de marzo
de 1883.
Adam Smith

(Kirkcaldy, Gran Bretaña, 1723 - Edimburgo, id.,


1790) Economista escocés. Hijo de un interventor
de aduanas, a la edad de catorce años ingresó en la
Universidad de Glasgow, donde fue discípulo de
Francis Hutcheson, profesor de filosofía moral.
Graduado en 1740, ganó una beca en el Balliol
College de Oxford, en el que adquirió formación en
filosofía. Ejerció la docencia en Edimburgo, y a
partir de 1751, en Glasgow, como profesor de lógica
y filosofía moral.

En 1759 publicó Teoría de los sentimientos morales, obra profundamente influida


por el utilitarismo de Jeremy Bentham y John Stuart Mill en la que describía la
formación de los juicios morales en el marco de un «orden natural» de ámbito
social, y sobre cuyos principios basaría su posterior liberalismo económico.

Smith veía en el comportamiento humano la presencia de una dualidad entre


razón e impulsos pasionales. La naturaleza humana, individualista y racional al
mismo tiempo, empuja al hombre tanto al enfrentamiento como a la creación de
instituciones destinadas a la consecución del bien común. Expuso además la
creencia en una «mano invisible» armonizadora de los intereses individuales en
el marco de la actividad colectiva.

En 1763 abandonó Glasgow y aceptó (por recomendación de David Hume) un


empleo en Francia como preceptor del joven duque de Buccleuch, hijastro del
canciller del Exchequer Charles Townshend. En Francia conoció a Anne Robert
Jacques Turgot, François Quesnay y a otros economistas fisiócratas y
enciclopedistas de la época. Residió principalmente en Toulouse y París, ciudad
desde la que tuvo que regresar a Londres debido al asesinato del hermano del
duque de Buccleuch. En el curso de una corta estancia en Ginebra conoció a
Voltaire.

En Francia inició la redacción de su obra más importante, la Investigación sobre


la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones (An Inquiry into the
Nature and Causes of the Wealth of Nations), dividida en cinco libros, que
terminó de escribir durante seis años en su pueblo natal de Kirkcaldy, cerca de
Edimburgo, y publicó después de una estancia de tres años en Londres, en 1776.

En 1784 la pérdida de su madre, de noventa años de edad, le resultó un golpe tan


duro que su propia salud comenzó a declinar, de tal manera que, cuando en 1787
fue nombrado rector de la Universidad de Glasgow, ni siquiera pudo pronunciar
el discurso de apertura. En lo sucesivo su vida transcurrió en una soledad asistida
por la enfermedad y, pese a ser objeto de honores y del reconocimiento general,
sus últimos años no fueron más que una larga espera del fin inexorable. El 17 de
julio de 1790, a los setenta y siete años de edad, fallecía en Edimburgo.

Alexander von Humboldt

(Alexander o Alejandro Humboldt; Berlín, 1769 -


1859) Naturalista y explorador alemán. Recibió
una excelente educación en el castillo de Tegel y
se formó intelectualmente en Berlín, Frankfurt
del Oder y en la Universidad de Gotinga.

Apasionado por la botánica, la geología y la


mineralogía, tras estudiar en la Escuela de Minas
de Freiberg y trabajar en un departamento minero del gobierno prusiano, en
1799 recibió permiso para embarcarse rumbo a las colonias españolas de América
del Sur y Centroamérica. Acompañado por el botánico francés Aimé Bonpland,
con quien ya había realizado un viaje a España, recorrió casi diez mil kilómetros
en tres grandes etapas continentales: las dos primeras en Sudamérica, desde
Caracas hasta las fuentes del Orinoco y desde Bogotá a Quito por la región
andina, y la tercera por las colonias españolas en México.

Como resultado de su esfuerzo logró acopiar cantidades ingentes de datos sobre


el clima, la flora y la fauna de la zona, así como determinar longitudes y latitudes,
medidas del campo magnético terrestre y unas completas estadísticas de las
condiciones sociales y económicas que se daban en las colonias mexicanas de
España. Entre 1804 y 1827 se estableció en París, donde se dedicó a la
recopilación, ordenación y publicación del material recogido en su expedición,
contenido todo él en treinta volúmenes que llevan por título Viaje a las regiones
equinocciales del Nuevo Continente.
De entre los hallazgos científicos derivados de sus expediciones cabe citar el
estudio de la corriente oceánica de la costa oeste de Sudamérica que durante
mucho tiempo llevó su nombre, un novedoso sistema de representación
climatológica en forma de isobaras e isotermas, los estudios comparativos entre
condiciones climáticas y ecológicas y, sobre todo, sus conclusiones sobre el
vulcanismo y su relación con la evolución de la corteza terrestre.

En 1827 regresó a Berlín, donde desempeñó un destacado papel en la


recuperación de la comunidad académica y científica alemana, maltratada tras
décadas de conflicto bélico. Fue nombrado chambelán del rey y se convirtió en
uno de sus principales consejeros, por lo que realizó numerosas misiones
diplomáticas. En 1829, por encargo del zar, efectuó un viaje por la Rusia asiática,
en el curso del cual visitó Dzhungaria y el Altai.

Durante los últimos veinticinco años de su vida se concentró principalmente en


la redacción de Cosmos, monumental visión global de la estructura del universo,
de la que en vida vio publicados cuatro volúmenes. Humboldt está considerado
como uno de los últimos grandes ilustrados, con una vasta cultura enciclopédica,
cuya obra abarcaba campos tan dispares como los de las ciencias naturales, la
geografía, la geología y la física.

También podría gustarte