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Roger Bacon
Científico avanzado a su tiempo, captó los errores del calendario juliano, señaló
los puntos débiles de la astronomía de Ptolomeo, indicó en óptica las leyes de
reflexión y los fenómenos de refracción, comprendió el funcionamiento de los
espejos esféricos, ideó una teoría explicativa del arco iris, describió ingenios
mecánicos (barcos, coches, máquinas voladoras) y tomó de los árabes la fórmula
de la pólvora de cañón.
Difusor (en París) y luego crítico de Aristóteles, Roger Bacon adoptó una
doctrina de los universales de tipo conceptualista y propuso la «ciencia
experimental» como alternativa a la dialéctica escolástica; sin embargo, todo
ello se basaba en una cosmovisión creyente, según la cual la ciencia se apoya en
la teología (don divino) y la filosofía -su servidora- procede de la revelación
desde Adán.
Rene Descartes
Tras renunciar a la vida militar, Descartes viajó por Alemania y los Países Bajos
y regresó a Francia en 1622, para vender sus posesiones y asegurarse así una
vida independiente; pasó una temporada en Italia (1623-1625) y se afincó luego
en París, donde se relacionó con la mayoría de científicos de la época.
Los cinco primeros años los dedicó principalmente a elaborar su propio sistema
del mundo y su concepción del hombre y del cuerpo humano. En 1633 debía de
tener ya muy avanzada la redacción de un amplio texto de metafísica y física
titulado Tratado sobre la luz; sin embargo, la noticia de la condena de Galileo le
asustó, puesto que también Descartes defendía en aquella obra el heliocentrismo
de Copérnico, opinión que no creía censurable desde el punto de vista teológico.
Como temía que tal texto pudiera contener teorías condenables, renunció a su
publicación, que tendría lugar póstumamente.
Galileo Galilei
Pero más allá de sus aportaciones concretas, que lo definen como un eslabón
fundamental en la revolución científica europea de los siglos XVI y XVII, la
relevancia histórica de Galileo reside sobre todo en la introducción del método
científico experimental, y también en su condición de símbolo: pese a su
desenlace, el proceso inquisitorial a que fue sometido por defender el
heliocentrismo ha pasado a representar el triunfo definitivo de la ciencia y la
razón sobre el oscurantismo cultural y religioso de la Edad Media.
Con este modo de proceder, hoy natural y en aquel tiempo nuevo y escandaloso
(por cuestionar conceptos universalmente admitidos), Galileo inauguraba la
revolución metodológica que le ha valido el título de «padre de la ciencia
moderna». En 1592 pasó a ocupar una cátedra de matemáticas en Padua e inició
un fructífero período de su vida científica: se ocupó de cuestiones de
arquitectura militar y de topografía, realizó diversas invenciones mecánicas,
reemprendió sus estudios sobre el movimiento y descubrió el isocronismo del
péndulo. En 1599 se unió a la joven veneciana Marina Gamba, de quien se separó
en 1610 tras haber tenido con ella dos hijas y un hijo.
En 1611 viajó a Roma, donde el príncipe Federico Cesi lo hizo primer miembro de
la Accademia dei Lincei, fundada por él, y luego patrocinó la publicación (1612)
de las observaciones de Galileo sobre las manchas solares. Pero la profesión de
copernicanismo contenida en el texto provocó una denuncia ante el Santo Oficio;
en 1616, tras la inclusión en el Índice de libros prohibidos de la obra de
Copérnico, Galileo fue advertido de que no debía exponer públicamente las tesis
condenadas.
El Santo Oficio abrió un proceso a Galileo que terminó con su condena a prisión
perpetua, pena suavizada al permitírsele que la cumpliera en su villa de Arcetri.
Allí transcurrieron los últimos años de su vida, ensombrecidos por la muerte de
su hija Virginia, por la ceguera y por una salud cada vez más quebrantada.
Consiguió, con todo, acabar la última de sus obras, los Discursos y
demostraciones matemáticas en torno a dos nuevas ciencias, donde, a partir de
la discusión sobre la estructura y la resistencia de los materiales, demostró las
leyes de caída de los cuerpos en el vacío y elaboró una teoría completa sobre el
movimiento de los proyectiles.
El análisis galileano del movimiento sentó las bases físicas y matemáticas sobre
las que los científicos de la siguiente generación edificaron la física clásica;
respecto al heliocentrismo, la leyenda que atribuye a Galileo Galilei la frase
Eppur si muove ("Y sin embargo, la Tierra se mueve") después de la abjuración
señala ya la naturaleza indomable de la evidencia científica, que, incapaz de
plegarse a un proceso inquisitorial, acabaría imponiéndose entre los astrónomos,
gracias tanto a las observaciones de Galileo como a la coherente descripción de
las órbitas elípticas de Kepler. Todos estos esfuerzos culminarían un siglo
después en la sistematización de la mecánica por obra de Isaac Newton: los tres
«axiomas o leyes del movimiento» (las leyes de Newton) y la ley de gravitación
universal, que dedujo de las anteriores, daban cumplida explicación del
movimiento de los cuerpos terrestres y de los planetas, logrando la unificación
de la mecánica terrestre y celeste.
Auguste Comte
Sin embargo, Comte vivió una vida desgraciada: el exceso de trabajo agravó sus
trastornos psicológicos, y acabaría provocando un intento de suicidio y el
abandono de su mujer. Su rebeldía y su intransigencia, por otra parte, le
impidieron insertarse en el mundo académico. Al tiempo que redactaba el Curso
de filosofía positiva, Augusto Comte fundó con antiguos compañeros de la
Escuela Politécnica la Asociación Politécnica, destinada a la difusión de las ideas
positivistas, y, a pesar de la enorme fama conseguida, no logró nunca una sólida
posición oficial; llegó a enseñar en la Escuela Politécnica desde 1832, pero no
pudo obtener cátedra en ella, y fue expulsado en 1844.
Para fomentar el nuevo espíritu positivista había fundado también, en 1845, una
especie de cenáculo en el que se reunían amigos y discípulos, pero este heraldo
de la filosofía científica contemporánea había perdido por entonces todo
contacto con la ciencia viva de su tiempo, concentrado sólo en sus meditaciones
subjetivas. Sólo la ayuda económica de algunos admiradores (como Émile Littré
o John Stuart Mill) lo salvó de la miseria. Con todo, lo mejor de su pensamiento,
reflejado en el célebre Curso de filosofía positiva (1830-1842), estaba
destinado a ejercer una gran influencia sobre las más diversas ramas del
conocimiento (filosofía, medicina, historia, sociología) y sobre corrientes
políticas diversas (incluyendo el pensamiento reaccionario de Charles Maurras).
Augusto Comte tomó el término positivismo del que había sido su maestro, Saint-
Simon, responsable de su acuñación a partir de la expresión “ciencia positiva”,
aparecida en el siglo XVIII. En la historia de la filosofía, se designa con esta
palabra la corriente de pensamiento iniciada por Comte; surgida en Francia en la
primera mitad del siglo XIX, pronto se desarrollaría en todos los países
occidentales durante el resto de la centuria.
Barón de Montesquieu
Desde que la Constitución de los Estados Unidos plasmó por escrito tales
principios, la obra de Montesquieu ejerció una influencia decisiva sobre los
liberales que protagonizaron la Revolución francesa de 1789 y la posterior
construcción de regímenes constitucionales en toda Europa, convirtiéndose la
separación de poderes en un dogma del derecho constitucional que ha llegado
hasta nuestros días.
Karl Marx procedía de una familia judía de clase media; su padre era un abogado
convertido recientemente al luteranismo. Estudió en las universidades de Bonn,
Berlín y Jena, doctorándose en filosofía por esta última en 1841. Desde esa
época el pensamiento de Marx quedaría asentado sobre la dialéctica de Hegel,
si bien sustituyó el idealismo hegeliano por una concepción materialista, según la
cual las fuerzas económicas constituyen la infraestructura subyacente que
determina, en última instancia, fenómenos «superestructurales» como el orden
social, político y cultural.
En 1843 se casó con Jenny von Westphalen, cuyo padre inició a Marx en el
interés por las doctrinas racionalistas de la Revolución francesa y por los
primeros pensadores socialistas. Convertido en un demócrata radical, Marx
trabajó algún tiempo como profesor y periodista; pero sus ideas políticas le
obligaron a dejar Alemania e instalarse en París (1843).
Por entonces estableció una duradera amistad con Friedrich Engels, que se
plasmaría en la estrecha colaboración intelectual y política de ambos. Fue
expulsado de Francia en 1845 y se refugió en Bruselas; por fin, tras una breve
estancia en Colonia para apoyar las tendencias radicales presentes en la
Revolución alemana de 1848, pasó a llevar una vida más estable en Londres, en
donde desarrolló desde 1849 la mayor parte de su obra escrita. Su dedicación a
la causa del socialismo le hizo sufrir grandes dificultades materiales, superadas
gracias a la ayuda económica de Engels.