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Bergson. El Concepto de Lugar en Aristóteles
Bergson. El Concepto de Lugar en Aristóteles
Henri Bergson
HENRI BERGSON
EL CONCEPTO
DE LUGAR EN
ARISTÓTELES
OPUSCULA
PHILOSOPHICA
OPUSCULA
PHILOSOPHICA
FILOSOFÍA
ISBN: 978-84-9055-016-8
9 788490 550168
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opuscula philosophica
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L’idée de lieu chez Aristote, en op. cit. Vol. 2, París, Albin Michel, 1949,
traducción de Robert Mossé-Bastide. Dicha traducción es conservada en la reciente
edición crítica (en Écrits philosophiques, Paris, PUF, 2011).
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Véase, por ejemplo, la primera nota al pie del trabajo de Bergson, donde
queda patente la insuficiencia y estrechez de miras con que los estudiosos abordaron
hasta entonces una cuestión que aún hoy sigue causando verdaderos quebraderos de
cabeza a los intérpretes. Entre las mejores aportaciones posteriores podemos citar el
trabajo de V. Goldschmidt, La théorie aristotélicienne du lieu, en Écrits I, París, J.
Vrin, 1984, que se apoya considerablemente en el de Bergson.
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V. Goldschmidt, Questions platoniciennes, Paris, J. Vrin, 1970, p. 275.
«Ante todo tenemos que tener presente que no habría surgido ninguna inves-
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no, vista por Bergson como un largo proceso de decadencia y pérdida de la pureza
filosófica de los orígenes griegos. Así, por ejemplo, en Extraits de Lucrèce, II, leemos
acerca de Epicuro: «Epicuro no era un hombre de ciencia. Despreciaba las ciencias
en general. […] De ahí las explicaciones pueriles propuestas para un gran número
de fenómenos; de ahí la sequedad, la futilidad de la doctrina epicúrea sobre todas
las cuestiones que no interesan directamente a la vida práctica y a la búsqueda de
la felicidad» (en Mélanges, p. 279 y 285). En el Curso sobre Plotino, III (Cours IV,
París, PUF, 2000), leemos también: «Plotino viaja a Alejandría en una época de
eclecticismo intelectual y de moralismo vago». O en la introducción a las escuelas
epicúrea y estoica de su Cours de Philosophie (Lycée Blaise Pascal, 1885-86, en
Leçons Clermontoises II): «Tras Aristóteles, ocurre en Grecia un fenómeno análo-
go al que ocurre tras Demócrito: la filosofía deja la metafísica y vuelve, como con los
sofistas, a los estudios morales. El objeto se vuelve práctico. No se pregunta acerca
de cómo han sido constituidas las cosas, sino sobre qué actitud debe el sabio tomar
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ante ellas y cuál es el medio más seguro de llegar a la felicidad y la virtud. Siguen
teniendo metafísica, física y lógica, pero siempre como medios donde la moral es
el fin. Aunque al principio pueda parecer que son estudios metafísicos, pronto nos
damos cuenta de que la metafísica no está allí más que para estudiar una moral, una
doctrina práctica concebida a priori».
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Los otros dos fueron Émile Boutroux, profesor y filósofo kantiano de inmen-
so prestigio en la Sorbona, y Paul Janet, discípulo de Victor Cousin muy vinculado
al idealismo alemán y a las figuras de Kant y Hegel (cf. Soulez, Ph. y Worms, F.,
Bergson, Paris, PUF, 2002, pp. 73-74).
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Bergson, Correspondances, Paris, PUF, 2002, pp. 329 y 383, respectivamen-
te. Véase también p. 964 (carta a J. de Tonquédec sobre La evolución creadora):
«Pero para precisar todavía más estas conclusiones [sobre Dios] y decir algo más,
sería preciso abordar problemas de un género totalmente diferente, los problemas
morales. No estoy en absoluto seguro de llegar a publicar nunca nada sobre ese
tema». Sobre el ulterior acceso de Bergson a la moral en Las dos fuentes de la moral
y la religión (1932), cf. Prelorentzos, Iannis, «Questions concernant la morale de
Bergson», en Philonsorbonne, 1, 2006-07.
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Esta alianza del presente y del pasado es fecunda en todos los domi-
nios: en ninguna parte lo es más que en filosofía. Ciertamente, tenemos
algo nuevo que hacer y ha llegado el momento quizá de darse plenamen-
te cuenta de ello; pero, por ser nuevo, esto no ha de ser necesariamente
revolucionario. Estudiemos antes a los antiguos, impregnémonos de su
espíritu y tratemos de hacer, en la medida de nuestras fuerzas, lo que ellos
mismos harían si viviesen entre nosotros. Iniciados en nuestra ciencia (no
digo solamente en nuestra matemática y en nuestra física, que no cambia-
rían quizá radicalmente su manera de pensar, sino sobre todo en nuestra
biología y nuestra psicología), llegarían a resultados muy diferentes de los
que obtuvieron. Y esto es lo que sorprende en cuanto al problema que me
he propuesto tratar ante vosotros: el del cambio25.
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«La percepción del cambio», en Pensamiento y movimiento, pp. 1049-1050.
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Acerca de la traducción
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Antonio Dopazo
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proponebat
H. Bergson
1889
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Brandis (Aristoteles, II, 2, p. 739-751) se ocupa de la definición aristotélica
del lugar, aunque, más que explicar los argumentos de Aristóteles, los enumera
y resume. E. Zeller esboza distinguidamente la cuestión, pero más que fijarse
en las dificultades particulares del problema, las toca sólo de pasada (Philos. der
Griechen, ed. Tertia, II, 2, p. 398). Poco, pero valiosísimo, es lo dicho por F. Ra-
vaisson sobre la cuestión del lugar (Métaphysique d’Aristote, vol. I, p. 565, 566).
Wolter (De Spatio et Tempore, quam praecipua Aristotelis ratione habita, Bonn,
1848) distribuye ordenadamente algunas partes del libro IV de la Física. Su inten-
ción es ajustar a la filosofía moderna la definición aristotélica del lugar, y es llevado
por ello a afirmar que Aristóteles habría tratado no sólo del lugar, sino también
del espacio, error que nuestra argumentación refuta por entero. Ule compara la
doctrina aristotélica con la doctrina kantiana (Untersuchung ueber den Raum und
die Raumtheorie des Aristoteles und Kant, Halle, 1850). Brevemente, Ule pretende
probar en su opúsculo que la «substancia» es algo intercalado entre el mundo y
Dios; nada, a nuestro parecer, más alejado de la doctrina de Aristóteles.
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Phys. IV, 208 b 25.
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Phys. IV, 208 b 29.
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siguiente modo que no hay lugar de un punto y que no hay forma de distinguir un
punto de su lugar: si el lugar es igual a lo que está en él, habrá un lugar sin partes
para un punto; pero lo que no tiene partes es un punto, de modo que el lugar será
un punto de un punto. Ahora bien, dos puntos, si coinciden, pasan a ser en acto un
punto y no ya dos. De modo que es imposible que un punto sea una cosa y el lugar
del punto otra» (trad. cast. de todos los pasajes de Simplicio, Antonio Dopazo).
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Philop. in Phys., ed. Vitelli, p. 507, 1, 35 y ss. «Por otra parte, si el punto
tiene un lugar, puesto que las diferencias principales del lugar son dos, el arriba y
el abajo, y éstas se añaden a las restantes cuatro, y no es razonable suponer otra
diferencia relativa al lugar, está claro que el lugar tendría que distinguirse del punto
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los inteligibles son inteligibles (en efecto, tanto los elementos de los silogismos,
a saber, las premisas, como los elementos de las premisas, a saber, las sílabas, son
inteligibles)».
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Simplicius, in Phys., ed. Diels, p. 532, 1, 18: «Vale la pena preguntarse
qué quiso decir con que los elementos de las cosas sensibles son cuerpos. Pues la
materia y la forma son los elementos primarios de las cosas sensibles, y ambas son
incorpóreas».
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Ibid., 1, 26: «También me parece que Aristóteles era consciente de que no
ocasionaba la abolición de todos los elementos (pues la materia y la forma no se
ven afectadas), sino sólo la de los elementos corpóreos...».
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Phys. IV, 209 a 18 y ss.
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Phys. IV, 217 a 10. Interpretaremos esta argumentación más o menos como
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sigue: puesto que negamos que exista el vacío, se plantea la cuestión de cómo pue-
den moverse las cosas una vez suprimidas la rarefacción y la condensación. En
efecto, si nada aumenta o disminuye, entonces, si se produce un movimiento, por
pequeño que éste sea, cada cosa desplazará a la que tenga más cerca y le sea con-
tigua, transmitiéndolo así hasta la parte más alejada del cielo. Igualmente, a fin de
que se conserve el volumen total, también ocurrirá que el mismo volumen exacto
de agua se convertirá en aire y viceversa. Al no ocurrir ello así y aumentar mani-
fiestamente el volumen del agua al convertirse en aire, es necesario que, o bien se
produzca un aumento que desplace el límite extremo del cielo (lo que parece del
todo absurdo), o bien que, al convertirse el agua en aire, idéntico volumen de aire
se transforme en agua en sentido contrario. Sin embargo, esto no siempre ocurre
así, pues no todo movimiento es circular (véase p. 99). De lo cual deducimos que,
o bien no hay movimiento en absoluto, o bien los cuerpos aumentan y disminuyen
de volumen. Cf. De Caelo, III, 7.
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2 y I, 321 b 14.
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Phys. IV, 211 a 29 [N. del T.: Bergson emplea el término contiguum para
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Entendemos ahora, quizá, una sentencia que se refiere tanto al vacío como al
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Aristóteles no sólo no concede que todo movimiento sea circular, sino
que lo niega expresamente: «…pero no siempre es circular, sino que a veces es
rectilíneo» (Phys. IV, 217 a 19). Aquí, ciertamente, se trata de un movimiento según
la cualidad, que, aunque imita en cierto modo al movimiento circular, se produce
según una línea recta que se prolonga desde el centro a la extremidad del cielo.
Respecto al movimiento que se produce según el lugar, puede, incluso si se produce
en línea recta, causar un movimiento circular y, por así decir, arrastrarlo tras de sí.
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Phys. IV, 209 b 16.
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PRESENTACIÓN
Bergson, Grecia y el hogar del movimiento.................. 5
Acerca de la traducción.................................................... 25
Henri Bergson
HENRI BERGSON
EL CONCEPTO
DE LUGAR EN
ARISTÓTELES
OPUSCULA
PHILOSOPHICA
OPUSCULA
PHILOSOPHICA
FILOSOFÍA