Está en la página 1de 3

8.

CARTA A UN MINISTRO (=CtaM)


Escrita entre los capítulos dé Pentecostés de
los años 1218-1221, no sabemos exactamente a
qué ministro se dirige; pero la carta resuena a
Francisco, revela su fibra más entrañable: la
misericordia.

1 Al hermano N., ministro:


El Señor te bendiga (cf. Num 6,24).
2 Te digo, como puedo, respecto al caso de tu alma82, que todas las cosas que
te son un obstáculo para amar al Señor Dios y quienquiera que te ponga obstáculo,
sea de los hermanos o de cualesquiera otros, aunque te azotaran, debes tenerlo por
gracia. 3 Y quiérelo así y no otra cosa. 4 Y sea esto para ti verdadera obediencia al
Señor Dios y a mí, pues sé firmemente que ésta es verdadera obediencia.
5 Y ama a los que esto te hacen. 6 Y no quieras de ellos otra cosa, sino lo que
el Señor te dé. 7 Y ámalos precisamente en esto, y no quieras que sean mejores
cristianos83. 8 Y sea esto para ti mejor que vivir en un eremitorio.
9 Y en esto quiero conocer si amas al Señor y me amas a mí, siervo suyo y tuyo,
si procedes así: que no haya en el mundo ningún hermano que, habiendo pecado
todo lo que pudiera pecar, se aleje jamás de ti, después de haber visto tus ojos, sin
tu misericordia, si es que busca misericordia84.10 Y, si no buscara misericordia,
pregúntale tú si quiere misericordia.11 Y, si mil veces volviera a pecar ante tus
propios ojos, ámalo más que a mí, para atraerlo al Señor; y ten siempre misericordia
de los tales. 12 Y, cuando puedas, comunica a los guardianes que por tu parte estás
resuelto a comportarte así.
13 Por lo demás85, de todos aquellos capítulos de la regla que hablan de
pecados mortales86, con la ayuda del Señor y el consejo de los hermanos, en el
capítulo de Pentecostés haremos uno de este tenor:
14 «Si alguno de los hermanos, por instigación del enemigo pecara
mortalmente, está obligado, por obediencia, a recurrir a su guardián87. 15 Y
ninguno de los hermanos que sepa que ha pecado lo avergüence ni lo difame, sino
tenga para con él gran misericordia y mantenga muy en secreto el pecado de su
hermano, porque no necesitan médico los sanos, sino los enfermos (cf. Mt 9,12; Mc 2,17).
16 Asimismo, están obligados, por obediencia, a enviarlo con un compañero a su
custodio88. 17 Y el custodio mismo atiéndalo con misericordia, como querría que
se hiciera con él si estuviera en una situación semejante (cf. Mt 7,12).
18 Y si alguno de los hermanos89 cometiera un pecado venial, confiéselo a un
hermano suyo sacerdote.19 Y, si no hubiera allí sacerdote, confiéselo a otro
hermano suyo90, hasta que tenga un sacerdote que lo absuelva canónicamente,
como queda dicho. 20 Y éstos no tengan en modo alguno potestad de imponer
otra penitencia que ésta: Vete y no peques más (Jn 8,11)».
21 Este escrito, para que sea mejor observado91, tenlo contigo hasta el capítulo
de Pentecostés92; allí estarás con tus hermanos.
22 Y estas cosas, y todas las demás que se echan de menos en la regla,
procuraréis completarlas con la ayuda del Señor Dios.

82 Del contexto se desprende cuál es el problema de conciencia que el ministro


ha presentado a la consideración de Francisco: las dificultades encontradas en su
servicio a los hermanos le han llevado a sentir éste, y tal vez a los mismos
hermanos, como un grave obstáculo en su entrega y amor a Dios. Ante este estado
de cosas, considera que la solución de este desencuentro entre el amor a Dios y el
amor a los hermanos, sería renunciar a su cargo y retirarse a un eremitorio (v.8).
83 Francisco hace en esta carta un uso reiterado del verbo latino «volo» (vv.
3,6,7,9,10,17), que traducimos siempre en su sentido inmediato de querer. La
comprensión de esta frase, aparentemente paradójica (así la consideraron no pocos
copistas, que o la modificaron o la suprimieron) supone una afirmación extrema
del respeto a la persona y su libertad, a su ritmo, y a la acción de Dios en ella (v.
11); pero no ha de confundirse en ningún caso con un simple dejar hacer, pues no
es ésta la lógica del amor y la misericordia.
84 La misericordia es un estribillo de esta carta, que puede considerarse una
verdadera obra maestra del realismo cristiano y de la misericordia. Fieles por ello
al original mantenemos el término en todas las ocasiones en que aparece, incluso
cuando literariamente hubiera sido conveniente suprimirlo. Del contexto se
desprende que la misericordia es más que perdón y compasión: en línea con la
bienaventuranza de los misericordiosos es también ayuda en la gratuidad.
85 En el texto original figura la conjunción adversativa «autem»: «De ómnibus
autem capitulis».
86 Cf. lR capítulos 5, 12 y 20.
87 El término «guardián» es la versión vulgar de origen germánico del término
«custodio»: el que guarda y cuida a sus hermanos y su fidelidad evangélica. Este
término parece haber designado en un primer momento a aquellos que estaban al
frente de los grupos itinerantes de hermanos. Éste sería nuestro caso. Con el
establecerse los hermanos en lugares fijos pasó a designar a los responsables de las
fraternidades locales (Test 27-30). Cf. K. Esser, La Orden franciscana. Orígenes e ideales,
Aránzazu 1976, 244-250.
88 Cf. 1CtaCus 1, nota 70.
89 En el original falta el sujeto. Dado que se contempla una situación distinta
de la anterior, parece que el sujeto sería el mismo con el que comenzaba la
descripción de aquella: «alguno de los hermanos» ( v. 14).
90 El texto de la carta del apóstol Santiago (Sant 5,16) dio origen a la práctica,
bastante extendida en la Edad Media, de confesar los pecados, a falta de sacerdote,
al hermano en la fe, de la que se hacen eco los mismos teólogos: «si no hubiera
sacerdote -escribe Pedro Lombardo- la confesión se ha de hacer al prójimo o a un
compañero» (cf. P. Lombardo, Sententiae in. IV libris distincíae, Libro IV dis. XVII,
cap. IV, Grottaferrata 1981, 351). Francisco acepta esta práctica, que encontramos
recogida también en IR 20,3, a la que no reconoce valor sacramental, siguiendo en
ello la praxis habitual y el sentir común entre los teólogos, aunque no faltaran
excepciones. El Concilio Lateranense IV había decretado además (can. 21) que
cada uno debía confesarse al menos una vez al año con su propio sacerdote, y sólo
por justa causa y con permiso de éste se podía uno confesar con otro sacerdote.
91 Cf. 1 CtaCle 15, nota 58.
92 Literalmente: «hasta Pentecostés». Desde los orígenes mismos de la
Fraternidad en Pentecostés tenía lugar el capítulo-reunión de los hermanos, en el
que se iba perfilando, a la luz de la experiencia, el común proyecto de vida y regla.
Cf. 1R 18,1- 2; 2R 8, 1-5.

También podría gustarte