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Apuntes para una historia de la dirección espiritual

Autor: Germán Sánchez Griese

Premisa

La historia como maestra de vida no es la colección de fechas, datos o


eventos importantes. Ni siquiera es la colección

sistemática de los acontecimientos que han perfilado el devenir humano. La


historia es ante todo la huella del hombre a

lo largo del tiempo. Una huella que no se reduce a aspectos externos sino
que es el reflejo de sus ideas, sus

intenciones, sus deseos. Asomarnos a la historia es por tanto desentrañar


las intenciones más profundas del hombre

que han dado origen a los acontecimientos que han modelado a la


humanidad.

Se puede hablar por tanto de historia en la medida en que nos adentramos


en la esencia del acontecimiento para

observar cuáles han sido los orígenes, las intenciones primarias, la


evolución y el desarrollo del mismo. Sin esta visión

completa y profunda del acontecimiento podemos recortar el


acontecimiento mismo y observarlo sólo desde un punto

de vista, siempre parcial o sólo, pero aún, bajo un solo punto de vista. Esto
sucede especialmente cuando ciertos

regimenes políticos quieren interpretar los acontecimientos desde un punto


de vista que les es favorable para la

consecución de sus propios objetivos.

El acontecimiento que nos ocupa es la dirección espiritual. Cuando el


hombre del siglo XXI se encuentra confuso por
no saber ya quién es, la dirección espiritual se presenta como una
herramienta de ayuda para recuperar la identidad

perdida. No hablaremos en este breve artículo del concepto de dirección


espiritual, sino de la historia de la dirección

espiritual con el fin de comprender mejor, en un futuro, el concepto mismo


de dirección espiritual. Asistiremos como

espectadores a un acto, desarrollado ya durante varios siglos, con el fin de


observar dicho acto y sacar las

conclusiones pertinentes, pero sólo al final de la función. Quien quiere


penetrar el sentido de un acontecimiento debe

enseñarse primero a contemplarlo en el silencio, a no juzgar, a observar con


sencillez su desarrollo, sin buscar

explicaciones o, mucho menos, interpretaciones. Las explicaciones vendrán


a través de la misma observación. De lo

contrario corremos el riesgo de deformar el acontecimiento –la dirección


espiritual-, tratando de interpretarla de acuerdo

a nuestras propias percepciones o intenciones.

Paradójicamente, y como inicio a nuestro breve estudio, debemos comenzar


definiendo la dirección espiritual, o más

que definiendo, yo diría dando un esbozo de la dirección espiritual, con el fin


de ir construyendo la definición conforme

avancemos en la historia. Ésta, como maestra de vida, nos irá confirmando


en nuestra intuición primaria o nos permitirá

rectificarla. Recordemos sin embargo, que no es nuestro objetivo la


reconstrucción de una definición de dirección

espiritual a partir de la observación de los acontecimientos que la han visto


nacer o a través de los cuales se ha

desarrollado. Nuestro objetivo es más bien la observación serena e


imparcial de dichos acontecimientos para después,

en base a esos hechos detectar los elementos esenciales de la dirección


espiritual.

Debemos partir por tanto del hecho que ya desde antiguo, ha sido
convicción unánime en la Iglesia que la búsqueda de
la perfección evangélica debe hacerse, si es posible, procurando la ayuda de
un maestro espiritual. Y si queremos ir

aún antes del nacimiento de la Iglesia, nos damos cuenta que el hombre
siempre ha buscado una ayuda para encontrar

el sentido de la vida, el sentido de las cosas. Estas serán quizás nuestras


dos premisas iniciales: tomar conciencia que

el hombre busca siempre encontrar el sentido de su vida y de que por sí


mismo no puede encontralo.

“Antes” del antiguo testamento.

Algunos estudiosos sitúan los inicios de la dirección espiritual incluso con los
filósofos griegos. “La asistencia y la guía

espiritual ya se practicaban desde los filósofos de la Antigua Grecia.


Sócrates era considerado una guía de las almas,

un. La asistencia espiritual era practicada por Plutarco, Epicteto, Séneca que
no eran considerados sólo como

maestros, sino como una especie de padres confesores y de asistentes que


pretendían elevar la vida moral de los

hombres, no tanto con las palabras, sino con el ejemplo.”1 Hay autores que
también mencionan a Virgilio como un

maestro espiritual: “Estos hombres sabios aparecen aún hoy en día como
fuente de respuestas a los grandes

interrogantes y a los grandes problemas que la humanidad siempre ha


tenido. Además, han generado una serie de

discípulos como Parménides, Pitágoras, Arquímedes, Epicuro.”2

Sin embargo debemos aclarar que estos personajes griegos no trabajan en


un plano eminentemente espiritual, sino

ayudar a las almas a elevar su nivel moral de vida. Si bien muchos de estos
hombres guiaban con el ejemplo, no tanto

con las palabras, no pueden considerarse guías espirituales en cuanto tal,


sino al límite, guías morales.
Y cuanto hemos dicho sobre los filósofos griegos, bien podríamos
reproducirlo, con las debidas distancias y

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adaptaciones, para cada cultura. Siempre han existido hombres que se han
distinguido por la rectitud de vida y que a

través de sus palabras, pero sobre todo por su ejemplo de vida, han sabido
guiar a hombres y pueblos hacia una

rectitud moral. A la luz de la revelación bien podemos afirmar que estas


personas vivían y hacían vivir una ética natural

básica en el ser humano. Una ética natural que sin duda alguna elevó al
hombre y lo preparó para el anuncio de la

revelación. Pero por ahora, bástenos confirmar el hecho de que toda cultura
ha tenido el ejemplo y la palabra de este

tipo de hombres.

De esta primera aproximación histórica a la dirección espiritual podemos


sacar en conclusión que el hombre siempre se

ha preguntado sobre los grandes interrogantes de la vida: el sentido de la


vida, su función, la manera de mejor vivir este

tiempo que se le da. Y al mismo tiempo, busca maestros que lo puedan


guiar para solucionar estos interrogantes. No

es que los maestros dieran las soluciones, ya que cada hombre debía
encontrar por sí solo las respuestas a los

interrogantes. Pero en base a las palabras de los maestros y, sobre todo, a


sus ejemplos, encontraban la ayuda

necesaria para dar una respuesta personal a dichos interrogantes.

La promesa de un Salvador en la historia.

Muy distinto es el caso de un pueblo que vive los interrogantes en forma


diversa. Se trata del pueblo de Israel. No es

ajeno a los interrogantes que a todo la vida le propone. Pero su respuesta y


la forma de vivir dicha respuesta es
diversa. Nos encontramos aquí ya inmersos en una espiritualidad y no
simplemente en un nivel moral. No es ya

simplemente una respuesta a unos interrogantes, sino una respuesta a un


personaje, a Dios3 . De hecho el pueblo de

Israel se caracteriza como un pueblo que vive, piensa y actúa en Dios: “Un
Dios que libera y da identidad al hombre,

que le ofrece la posibilidad de vida y traza un camino en el futuro que


entrega en manos del hombre, que le pide

cuentas de la libertad y de la responsabilidad, a veces mal usada, que lo


somete a dura prueba y lo lleva después a la

intimidad de siempre.”4 Se establece por tanto no ya una respuesta a una


vida moral, sino una respuesta personal a

Dios que engloba a todo el pueblo, y por tanto a toda y cada una de las
personas en particular.

De esta nueva perspectiva se puede establecer, según algunos autores, que


Dios ejerce una dirección espiritual sobre

el pueblo de Israel, considerándose la Biblia como un grande discurso de


dirección espiritual. Es Dios quien guía su

pueblo a través de sus mediadores humanos en una historia de salvación.”5


Por ello, y como consecuencia directa,

hay quien ve en Dios al primer director espiritual del hombre. Acaso el


diálogo sostenido con Adán es el prototipo de

toda dirección espiritual. Una persona que escucha de otra, más


experimentada, lo que se debe hacer para alcanzar la

plenitud de la vocación: “Cuando Dios el Señor puso al hombre en el jardín


de Edén para que lo cultivara y lo cuidara, le

dio esta orden: .” (Gn. 2, 15 – 16).

Comienza por tanto una serie de personajes que guiarán a los hombres en
la esperanza de Israel, actuando como

verdaderos maestros espirituales. Tenemos en primer lugar a los profetas


que actúan como directores espirituales de

los reyes. Samuel lo hace con el rey Saúl (1Sam, 13, 8 et ss.; 1 Sam. 15, 10
et ss.; 1 Sam. 15, 22 – 23), Natán con
David (2Sam., 12), Isaías con exequias (2Re. 18, 5 – 8) y Elías con Acab
(1Re, 19 y 2Re2). En todos ellos se muestra

siempre al profeta que recuerda al rey los mandatos del Señor. No obliga al
rey a hacer por hacer, sino que ilumina

primero la conciencia del rey con la ley de Dios. Después, sólo después de
haber iluminado esta conciencia, ayuda al

rey a actuar en consecuencia. Vemos por tanto cómo la dirección espiritual


se presenta como un testimonio valiente y

sencillo de la voluntad de Dios para un hombre, aunque este hombre sea


rey. Encontramos por tanto indicios de una

dirección espiritual en la que el dato importante es cumplir con la voluntad


de Dios.

Jesucristo, maestro espiritual.

Si bien es cierto que Jesucristo es el maestro espiritual por excelencia,


suena un poco extraño el subtítulo que le hemos

dado. Sin embargo sería más extraño no dedicar un momento de nuestra


atención a la figura de Cristo como maestro

espiritual. Si la dirección espiritual es el medio por el cual una persona llega


a ser verdadero hijo de dios, es decir, llegar

a vivir en plenitud su propia vocación, Cristo es la primera persona que ha


vivido en plenitud su propia vocación. Él es

el Hijo de Dios por excelencia y su vida es un ejemplo claro de lo que debe


ser cada persona en relación con el Padre.

Esta filiación, ejemplo en su misma persona, la extiende a todo el género


humano, representado, primero en sus

discípulos y después en todo el pueblo de Israel. Esta filiación comienza con


las enseñanza del nuevo estilo de vida

que Jesús ha venido a inaugurar y que se sintetizan en las


Bienaventuranzas. Su magisterio ha sido ilustrado no sólo a

través de las enseñanzas dirigidas a todo el pueblo, sino a través de los


diálogos y los coloquios personales a los que

Él dio tanta importancia.


Ejemplo magnífico nos lo reporta el evangelista San Juan en el diálogo con
la samaritana (Jn. 4, 1-42). Podemos

afirmar que este diálogo es un ejemplo clásico de dirección espiritual, en


dónde una realidad natural (el agua) le sirve

para llegar a una realidad espiritual (la salvación). Entran en juego no sólo
los conocimientos teológicos, sino el

conocimiento profundo de la persona humana y un gran tacto psicológico


para llegar a ella y lograr la conversión. La

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libertad en ningún momento viene disminuida, sino que Cristo mismo la


propicia para que la mujer pueda hacer su

decisión en plena libertad, y por lo tanto, sea un decisión plenamente


humana.

Los padres de la Iglesia.

En la época de los Padres de la Iglesia, la gran preocupación estriba en el


adecuado acompañamiento de los

catecúmenos para recibir el bautismo, así como en seguirlos durante sus


primeros pasos de vida cristiana. Nacen los

grandes tratados de la vida cristiana y las catequesis mistagógicas de


Jerusalén, en el siglo IV6 .

Pero indiscutiblemente la praxis más cercana a la dirección espiritual, muy


difundida en los primeros siglos de la época

cristiana, la constituye el hecho de que los obispos sean los guías de la vida
espiritual. Ejemplos los tenemos en san

Ambrosio, san Agustín y san Gregorio de Nisa8 , hasta llegar a san Cesario
de Arles9 .

Los orígenes monásticos

Es bien sabido que la vida consagrada, como la conocemos en nuestros


días, tiene su origen en Jesús y los apóstoles,

que compartieron con Él un estilo de vida del todo peculiar y original. Pero
no se comienza a hablar de vida consagrada
sino a partir del siglo III con el fenómeno de los cenobios en Oriente y de los
monasterios en Occidente. Hombres que

buscaban en el desierto o en el retiro de la montaña la paz para encontrar a


Dios. Poco a poco a estos hombres fueron

uniéndose otros muchos que buscaban la misma experiencia de dios. Nacen


así las órdenes monásticas.

San Atanasio, al contar la vida de San Antonio relata ya una propia y


verdadera dirección espiritual que san Antonio

ejercitaba con sus discípulos. No se puede comprender la vida de un monje


sin un director espiritual, que de alguna

manera precede en el camino espiritual y transmite la sabiduría adquirida


por muchos años, sabiduría espiritual no

académica, sino netamente vivencial. Vemos por tanto nacer una verdadera
dirección espiritual, en dónde el monje,

sobre todo en sus primeros años, se pone en manos del director espiritual, y
sin perder su libertad, la pone en

movimiento para alcanzar el ideal monático: Quaerere domino, buscar en


todo al Señor.

Otra gran figura de esta época es San Bernardo que logra una unión entre
jerarquía y paternidad espiritual. El perno de

la institución benedictina es la figura del abate, verdadero padre que deberá


dar cuentas ante el tribunal de Cristo de

cada uno de los hermanos a él confiado. Reportamos aquí tres números de


la Regla, en dónde puede verse claramente

este sentido de autoridad y paternidad espiritual: “El abad debe acordarse


siempre de lo que es, debe recordar el

nombre que lleva, y saber que a quien más se le confía, más se le exige. Y
sepa qué difícil y ardua es la tarea que

toma: regir almas y servir los temperamentos de muchos, pues con unos
debe emplear halagos, reprensiones con
otros, y con otros consejos. Deberá conformarse y adaptarse a todos según
su condición e inteligencia, de modo que

no sólo no padezca detrimento la grey que le ha sido confiada, sino que él


pueda alegrarse con el crecimiento del buen

rebaño.” (Regla de San Benito, 2, 30 – 32). “Debe, pues, el abad extremar la


solicitud y procurar con toda sagacidad e

industria no perder ninguna de las ovejas confiadas a él. Sepa, en efecto,


que ha recibido el cuidado de almas

enfermas, no el dominio tiránico sobre las sanas, y tema lo que Dios dice en
la amenaza del Profeta: 'Tomaban lo que

veían gordo y desechaban lo flaco'. Imite el ejemplo de piedad del buen


Pastor, que dejó noventa y nueve ovejas en los

montes, y se fue a buscar una que se había perdido. Y tanto se compadeció


de su flaqueza, que se dignó cargarla

sobre sus sagrados hombros y volverla así al rebaño.” (Regla de San


Benito ,27, 5 – 9). “El que ha sido ordenado abad,

considere siempre la carga que tomó sobre sí, y a quién ha de rendir cuenta
de su administración. Y sepa que debe

más servir que mandar.

Debe ser docto en la ley divina, para que sepa y tenga de dónde sacar
cosas nuevas y viejas; sea casto, sobrio,

misericordioso, y siempre prefiera la misericordia a la justicia, para que él


alcance lo mismo. Odie los vicios, pero ame

a los hermanos. Aun al corregir, obre con prudencia y no se exceda, no sea


que por raspar demasiado la herrumbre se

quiebre el recipiente; tenga siempre presente su debilidad, y recuerde que


no hay que quebrar la caña hendida. No

decimos con esto que deje crecer los vicios, sino que debe cortarlos con
prudencia y caridad, según vea que conviene

a cada uno, como ya dijimos. Y trate de ser más amado que temido.” (Regla
de San Benito,64, 7 – 15).

La dirección espiritual no está reservada sólo a los hombres. Encontramos


en estos primeros tiempos ejemplos de
mujeres que efectuaban una verdadera dirección espiritual, con un sesgo
netamente maternal. “No se hace ninguna

diferencia entre hombres y mujeres, ni por la capacidad, ni por el contenido


que hombres y mujeres comunican. La

respuesta que dan, pueden aplicarse a los hombres o a las mujeres. Algunas
veces se enaltece a las muejres por tener

la misma fuerza y sabiduría que los hombres, de forma que la madre Sarra
puede decir a dos eremitas que la visitan:

.”10 Los nombres de mujeres que descuellan son madre Sarra, madre
Teodora y madre Sinclética.

El medioevo

El aporte más importante del medioevo en lo que se refiere a la dirección


espiritual lo constituye la aparición de las

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órdenes mendicantes. Se siente un gran deseo de vivir con pureza el


evangelio, con mayor frescura. Observamos la

figura del sacerdote confesor que es también ya un director de almas. Si por


un lado las buenas costumbres de la

dirección espiritual continúan en los monasterios, se hace necesaria una


figura de director espiritual para las almas que

habitan en los pueblos, en las aldeas, en los burgos. Nace por tanto la
dirección de las almas como fenómeno ordinario

dela vida espiritual y no como un caso reservado sólo para los mojes o para
almas privilegiadas en busca de la

perfección.

La dirección espiritual se desarrolla prevalentemente en el ámbito de la


confesión, en dónde el penitente no se reduce

ya a una acusación de los pecados, sino a una petición de consejos para


ayudar a vivir con más coherencia el

evangelio.

Nos encontramos aquí con un caso verdaderamente excepcional, el de


Santa Catarina de Siena, que de dirigida pasó a

ser directora espiritual. Poseía este carisma y lo ejerció abundamente.

San Ignacio de Loyola y los ejercicios espirituales.

La figura de San Ignacio de Loyola dentro de la dirección espiritual se


prolongará a lo largo de los siglos, a través de
sus ejercicios espirituales, y en especial por las reglas de discernimiento.
Los ejercicios espirituales expresan la

espiritualidad ignacia, es decir, la de dar lo mejor a Dios. Es dar a Dios


siempre lo mejor.

Esta espiritualidad san Ignacio la ejerció sobre sus dirigidos, siempre en el


ámbito de la más completa libertad,

poniendo delante de ellos la figura amable de Cristo en sus diversas facetas


de su vida: desde la encarnación hasta la

resurrección, pasando lógicamente por la pasión y muerte, en dónde san


Ignacio suele detenerse para lograr arrancar

al alma las decisiones necesarias para levar a cabo una transformación de


vida.

El director espiritual, para san Ignacio, debe ser un hombre de Dios, debe
escrutar con diligencia los caminos por los

que Dios está conduciendo al alma. El lugar para ejercitar la dirección


espiritual eran los ejercicios espirituales, pues el

dirigido debía verse con el director después de cada ejercitación, de forma


que el director pudiera comprobar la acción

de Dios sobre el dirigido y la respuesta que éste iba dando.

Santa Teresa de Ávila.

Al pasar revista a las figuras insignes de la dirección espiritual, no podemos


pasar por alto la de la Doctora de Ávila,

santa Teresa. Mujer dotada de una exquisita sensibilidad espiritual y


humana, sabe ponerse en manos de Dios para

llevar a cabo la obra que Él le tenía destinada, la reforma del Carmelo.


Teresa es una mujer que conoce la naturaleza humana y la naturaleza
divina. Por propia experiencia sabe los caminos

por los que Dios se mete en el alma, así como los caminos por los que el
demonio hace lo mismo. Y está muy atenta en

mantener en alerta a sus religiosas. Los consejos que les da, sobre todo en
el momento de la fundación de los nuevos

conventos, son verdaderas direcciones espirituales ejercidas por una mujer.

La crisis de la dirección espiritual11 .

Señalaremos algunos de los tópicos que más han influido en los últimos
tiempos a la dirección espiritual, hasta llegar, el

algunos casos a un olvido o crisis total de la misma.

-El influjo de la reflexión filosófica.

El iluminismo que exaltaba el rol de la razón contra cualquier esclavitud


proveniente de la ignorancia, de la superstición

o de la religión, se presentó como un movimiento cultural que liberaba al


hombre haciéndolo plenamente dueño de sí

mismo. En consecuencia la fe cristiana y la sujeción a un director espiritual,


representaban para los iluministas lazos

que impedían a las personas convertirse en personas adultas y maduras. El


influjo de estas ideas llegará hasta

nuestros días.

Después tenemos a los maestros de la sospecha que son Marx, Freud y


Nietzche. Para Fredu, la figura del padre, que

se puede aplicar a la del padre espiritual, se convierte en una fuente del


super-ego, de la censura interiorizada durante

la infancia y de supuestas neurosis.

Para Marx la religión es el opio del pueblo que impide la revolución del
proletariado contra la esclavitud de los patrones.
En esto contexto la dirección espiritual debe ser vista como uno de los
instrumentos que sirven para mantener el estado

de opresión del proletariado y a impedir la lucha de clases para la llegada


de la dictadura del proletariado.

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Para Nietzche la religión es la energía maléfica que maniaten a los hombres


en la mediocridad típica de los débiles y

les impide que puedan afirmarse delante a otros hombres o delante de la


imagen ilusoria de un Dios que es una

proyección de la debilidad humana.

El iluminismo y los maestros de la sospecha tendrán consecuencias graves


contra la dirección espiritual al hacerla ver

como un producto cultural en manos de unas personas que buscan ejercer


un liderazgo a favor de una estructura y en

contra de la madurez integral de la persona.

-La eclesiología de comunión.

Una de las luces más fecundas de la maduración teológica del Concilio


vaticano II es la eclesiología de comunión. El

misterio de la Iglesia y sus verdades de fe vienen iluminadas por una nueva


luz. El valor de la comunión y de la

participación fraterna tiende a convertirse en el valor indiscutible y


prioritario de la vida comunitaria. La comunidad, en

cuanto lugar permanente en dónde cada creyente recibe y potencia su


comunión con Dios, desarrolla un papel de

primera importancia en la maduración espiritual, hasta poner en crisis el


papel de la dirección y del director espiritual. Si

la comunidad es el lugar en dónde se escucha y se pone en práctica la


palabra de Dios, entonces es inútil, o al menos

superfluo, recurrir a un director espiritual para interpretar y poner en


práctica dicha Palabra de Dios. Se ha hablado

mucho de una comunidad formadora de sus miembros, por lo tanto la


dirección espiritual pasa a un segundo plano, o
se convierte en un accesorio que sólo tiende a fomentar el egoísmo y el
propio punto de vista de frente al de la

comunidad.

-El influjo de la espiritualidad de la encarnación

La espiritualidad de la encarnación revela un problema de la existencia


cristiana, la de estar en el mundo sin ser del

mundo. La dirección espiritual clásica entendía la fuga del mundo como un


proceso normal para todo cristiano, dejando

a un lado las realidades terrenas como formas para poder llevar a cabo la
salvación de la propia alma y de las almas

encomendadas.

En realidad esta contraposición no existe, pero durante mucho tiempo así se


hizo creer a los fieles cristianos. A inicios

del siglo XX, la Acción católica ayudó a borrar esta dicotomía, en forma tal
que las realidades del mundo podían y

debían ser sujetas de la salvación, siendo los cristianos, y principalmente los


laicos, los autores de dicho proceso. Son

años en los que los católicos comienzan a entrar en el campo de la política,


principalmente en Europa, logrando así un

influjo positivo. Hay que recordar, como ejemplo, que detrás de un de


Gasperi o de un Aldo Moro, estaba un director

espiritual, como mons. Montini, futuro Pablo VI.

-La crisis del sacramento de la confesión

Hasta antes del Concilio Vaticano II era usual para algunos el que la
dirección espiritual se llevará a cabo durante la

confesión sacramental. El diálogo de conciencia entre el penitente y el


confesor se traducía normalmente en la apertura

del corazón de un hijo hacia su padre espiritual y la palabra de éste hacia su


hijo espiritual; y este diálogo hacía

presente y eficaz el gesto salvador de Cristo.

La crisis que ha tocado la praxis sacramental en la Iglesia, ha golpeado


también el sacramento de la confesión, y por lo
tanto el de la dirección espiritual. Solamente en dónde la confesión aún es
vista como un momento de liberación del

pecado y de renacimiento de la vida en cristo, es posible, aun hoy, dar el


paso que conduce de la confesión a la

dirección espiritual.

-El relativismo.

“Tener una fe clara, según el Credo de la Iglesia, es etiquetado con


frecuencia como fundamentalismo. Mientras que el

relativismo, es decir, el dejarse «zarandear por cualquier viento de


doctrina», parece ser la única actitud que está de

moda. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce


nada como definitivo y que sólo deja como

última medida el propio yo y sus ganas.”12 Con estas palabras, y en


momentos tan importantes en la historia de la

Iglesia, como era el Cónclave para elegir al sucesor de San Pedro, el


entonces cardenal Joseph Ratzinger denunciaba

uno de los males de nuestros tiempos: el relativismo.

Pensar en el relativismo es llevar nuestra mente al mundo de las ideologías


hoy en boga. En el mundo europeo,

laicizado y pragmático lo vemos en los debates de bioética, de la política, de


la sociedad que trata de construirse un

mundo sin Dios, como bien lo atestiguaba la exhortación apostólica post-


sinodal Ecclesia in Europa: “La cultura

europea da la impresión de ser una apostasía silenciosa por parte del


hombre autosuficiente que vive como si Dios no

existiera.”13 En el mundo latinoamericano, vemos la barca de la fe


zarandeada muchas veces por ideologías de signo

marxista, con la teología de la liberación o la teología indigenista. Y en Asia


y Oceanía la fe católica muchas veces se

diluye y se pierde en el falso diálogo interreligioso.

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Podemos encasillar fácilmente el relativismo en esos mundos de Dios, pero


podemos pasar por alto el mundo religioso

y sin embargo, también aquí se ha insinuado y se ha hecho presente este


que es el mal del siglo XXI. La fe se debilita,

se trabaja más por el desarrollo humano-social del hombre que por su


salvación. Es lógico pensar que un elemento de

la vida espiritual como es éste de la dirección espiritual, ha quedado


desplazado por elementos humanos, psicológicos,

pedagógicos o meramente ha quedado en el baúl del olvido.

La recepción del Concilio Vaticano II14 ha levantado mucho polvo y


desgraciadamente no el polvo que querían los

Padres conciliares. Se pretendía una Iglesia misionera, continuadora de las


verdades de fe, reveladas y custodiadas

por la tradición, pero aplicadas al contexto actual del hombre moderno. Lo


que debía adaptarse era la forma, no el

fondo. Sin embargo, muchos entendieron o quisieron entender que lo que


debía era el fondo. Y así cada uno se erigió

como propio modelador de su realidad eclesial, con el fin de llegar al


hombre de hoy.

La consigna era cambiar todo en aras de llegar al mundo, a la gente de hoy.


Y así, sin un verdadero discernimiento se

descartaron elementos de la vida espiritual que habían dado un fruto


ubérrimo, sólo porque eran cosas del pasado. La

dirección espiritual sufrió este proceso y, atacada por un individualismo


exasperante en dónde se decía que cada uno
debía ser libre de rendir cuentas de conciencia, y más aún, que se las podía
entender a solas con Dios, quedó orillada

a un accesorio inútil o desfasado.

Los coletazos del ’68 también se dejaron sentir en la Iglesia. Y todo lo que
podría significar dirigir al hombre, enseñarlo,

acompañarlo, era visto con cierto recelo. La dirección espiritual fue


duramente contestada por varios expertos, incluso

teólogos, que veían una manipulación de la libertad del hombre y una


anulación de su voluntad.

Conclusión

Los tiempos de la contestación han pasado. Quienes veían con recelo las
antiguas prácticas de piedad, ahora parecen

añorarlas, o por lo menos no las ven con los ojos suspicaces de entonces.
Sobre todo, al contemplar el panorama

desolado de la vida consagrada, que en ciertas regiones se presenta. No


cabe duda que todo tiene sus causas y si hoy

asistimos, por lo menos en Europa, al triste espectáculo de una vida


consagrada que se debate en un caída libre del

34.83% pasando de 329,799 religiosos en 1965 a 214,90315 no ha sido por


nada. Las causas son varias y muchas de

ellas se han debido al dilentatismo espiritual en el que se debaten muchas


congregaciones, que han dejado a un lado

los probados elementos de la vida espiritual, que tanto esplendor y


seguridad dieron en años pasados.

Tal parece que ahora se busca una espiritualidad más fuerte, más profunda,
más humana. Es verdad que en el pasado

se pecó de rigidez excesiva, de deshumanización. Pero es necesario aceptar


que muchas cosas se tiraron a la borda
por falta de un adecuado discerniendo.

Hoy se busca vivir una radicalidad evangélica a toda costa. Lo vemos por
ejemplo en las nuevas congregaciones que

están surgiendo, así como en los movimientos y nuevas realidades


eclesiales. Es curioso, pero en la mayoría de ellas

el elemento de la dirección espiritual es común y se ejercita en forma


vigorosa. Por algo será. Bien cabría recordar

aquello de que el árbol por sus frutos se conoce. Retomar la dirección


espiritual no será fácil, pero no es una tarea

imposible. Requiere de paciencia y de mucha formación, por parte de los


directores o directoras y por parte de los

dirigidos.

NOTAS

1 Anselm Grün, L’accompagnamento spirituale nei Padri del deserto, Paoline


Editoriale libri, Milano 2005, p.13.

2 Giovanni Arledler, La direzione spirituale, Origini, natura, prospettive,


Paoline Editoriale libri, Milano 1997, p. 6.

3 De alguna forma podemos traer aquí las palabras de Benedicto XVI


cuando dice que el cristianismo es uan

respuestas a una persona, no a una idea o conceptos. “No se comienza a


ser cristiano por una decisión ética o una

gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona,
que da un nuevo horizonte a la vida y, con

ello, una orientación decisiva.” Benedicto XVI, Encíclica Deus caritas est,
25.12.2005, n. 1,

4 A. Fanuli, Introduzione, in R. Cavedo (e altri), La spiritualità dell ?antico


Testamento, Borla, Roma 1988, p. 9.
5 Lucio Casto, La direzione spirituale come paternità, Effatà editrice, Torino
2003, p. 16.

6 Sources Chrétiennes, 126.

7 De sancta virginitate liber unus

8 Sources Chrétiennes, 119

9 San Cesareo di Arles, La vita perfecta, Edicizione Paoline, 1981.

10 Anselm Grün, L’accompagnamento spirituale nei Padri del deserto,


Paoline Editoriali Libri, Milano 2005, p.84.

11 Seguiremos en este capítulo el libro de Raimundo Fratallone, La direzione


spirituale oggi, Una proposta di

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ricomprensions, Societá editrice internazinale, Torino 1996, pp. 8 – 21.

12 Joseph Ratzinger, Homilía en la misa del inicio del Cónclave, 18.4.2005.

13 Juan Pablo II, Ecclesia in Europa, 28.6.2003, n. 9

14 Para una profundización de este tópico que está resultando ya clásico,


recomendamos la lectura del Discurso de

Benedicto XVI a la Curia romana del 22.12.2005.

15 Ángel Pardilla, I religiosi ieri, oggi e domani, Editrice Rogate, Roma 2007,
pp. 284 - 285.

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