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La identificación mimética entre signo y significado se ha
interpretado como el final de la obra artística. Pero si esa
lectura es correcta, ese mimetismo se remonta a
Duchamp, antes de las ‘cajas Brillo’ de Warhol
FUENTE:
http://elpais.com/elpais/2014/07/06/opinion/1404664147_3
62740.html
Tomàs Llorens 12 JUL 2014 00:00 CEST
NICOLÁS AZNÁREZ
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Desde finales de los años sesenta, la fortuna crítica de Warhol no ha dejado de crecer. Sin embargo, como es
natural, los argumentos que la sustentan han ido variando. Uno de los que recientemente ha alcanzado mayor
difusión se debe a Arthur Danto. Danto era (falleció a finales del año pasado) un filósofo norteamericano que
enseñaba en la Universidad de Columbia. En líneas generales se le solía considerar adscrito a la escuela
analítica. En 1981, abandonando los temas a los que había dedicado hasta entonces la mayor parte de su
carrera profesional, publicó un libro, titulado The transfiguration of the commonplace, en el que se ocupaba
extensamente de Warhol. Tuvo éxito y siguió escribiendo sobre arte. Su último libro es una colección de
ensayos publicada a fines del año pasado bajo el título de What art is: Lo que el arte es(un título curiosamente
taxativo, por cierto, con todo el peso ontológico del verbo ser).
Puede sospecharse que el éxito inicial de Danto se basaba en un malentendido. Lanzar profecías agoreras es,
en la bibliografía humanística del siglo XX, una manera segura de tener éxito, y el de The transfiguration of
the commonplace no fue seguramente ajeno al hecho de que el autor proclamaba la muerte del arte. Pero lo
hacía, y ésta era su peculiaridad, en un sentido que tenía poco que ver con la tradición apocalíptica en la que
habitualmente se inscriben ese tipo de proclamas. La muerte de la que hablaba Danto era una muerte feliz. El
arte habría muerto de éxito, habiendo visto cumplidas todas sus aspiraciones. Y quien lo habría llevado a esa
situación de ataraxia última habría sido, precisamente, Warhol.
Para entender esta afirmación es necesario recordar que para Danto las obras de arte son signos de un tipo
especial: signos en los que “se encarna” aquello mismo que significan. La expresión que usa el autor es
embodied meanings y “encarnar” es una traducción, quizá, demasiado literal del verbo to embody. Una
formulación menos precisa, pero más comprensible, sería ésta: para Danto la obra de arte es un signo que se
parece mucho a aquello que significa. Aunque esta “concepción mimética” del arte —el calificativo es del
mismo Danto— es muy antigua (en términos muy generales puede decirse que se remonta a Platón, a quien
Danto cita ocasionalmente, y Aristóteles), el filósofo norteamericano no tiene problemas en asumirla como
propia. Asume también una de sus consecuencias más tópicas, a saber, que la historia del arte puede contarse
como un progreso gracias al cual los artistas van consiguiendo, de siglo en siglo, un parecido cada vez mayor
entre las obras de arte y la realidad. Pues bien, partiendo de esas premisas, Danto concluye que el grado
máximo de mimetismo artístico fue el que alcanzó Warhol con sus cajas Brillo de 1964.
El cuento de cómo hizo ese descubrimiento se ha contado muchas veces. Un día el filósofo pasaba por delante
de una galería de arte y decidió entrar a ver lo que había. Su primera impresión fue que estaba entrando en un
almacén de supermercado lleno de cajas de esponjas de fregar de la marca Brillo. Cuando le dijeron que eran
obras de arte y que las había hecho Warhol su mente hizo clic. Si la apariencia de las cajas de Warhol era
idéntica a la apariencia de las cajas del supermercado, si nada permitía distinguir la obra de arte de aquello
que significaba, el arte había llegado al grado máximo de mimetismo y por tanto al final de su recorrido
histórico. Había muerto.
La negación de la belleza como criterio artístico se remonta a Burke, en el siglo XVIII
A partir de 1981 Danto ha ido variando la formulación de esa tesis. En su último libro afirma que, más que el
arte mismo, lo que ha muerto es la historia del arte. Una fórmula que, por cierto, se parece muchísimo a la de
la muerte de la historia de Fukuyama. Pero prefiero no extenderme aquí en el comentario de ese parecido.
Sea ello como fuere, a los historiadores que aún no hemos desaparecido de la faz de la Tierra los argumentos
de Danto no dejan de plantearnos alguna perplejidad. Veamos, al menos, una de ellas. Tiene que ver con lo
que se suele llamar ready made. En el lenguaje del arte del siglo XX recibe este nombre un elemento extraído
de la vida real que un artista escoge y propone como obra de arte. El ejemplo más conocido es un urinario de
loza industrial que Duchamp presentó como escultura a una exposición colectiva organizada en 1917. Por
extensión puede aplicarse el mismo concepto a cualquier otro objeto —por ejemplo, un ticket de tranvía, o un
anuncio recortado de una página de periódico— que se incorpore a una obra de arte. En los collages o
assemblages dadaístas o surrealistas de comienzos del siglo XX encontramos numerosos ejemplos. Habiendo
cambiado de contexto, el objeto, o elemento, ready made, abandona su condición original y funciona
artísticamente. En el caso del urinario, el hecho de que Duchamp lo titulara, lo firmara y lo presentara a una
exposición extirpaba del objeto las funciones que solemos atribuirle en la vida cotidiana y lo convertía en
obra de arte. O signo artístico, “significado encarnado” según la terminología de Danto. ¿Signo de qué? Signo
de urinario, claro; es decir, de sí mismo. Como las cajas Brillo de Warhol. Sólo que con una mayor
proximidad, en el caso de Duchamp, entre signo y significado. Si signo y significado son físicamente la
misma cosa, no cabe ninguna duda que el significado se “encarna” en el signo. Lo hace del todo.
No estoy jugando con palabras. La historiografía del arte del siglo XX señala mayoritariamente que el
movimiento NeoDada norteamericano de los años 1950 —un movimiento inspirado por los precedentes
dadaístas de Schwitters y Duchamp y protagonizado por artistas como Robert Rauschemberg y Jasper Johns
— fue la matriz inmediata de la que derivó el pop art. Las imágenes extraídas de la prensa comercial que
Rauschemberg incorpora a sus lienzos son ejemplos de ready made en el sentido amplio que he dado al
término más arriba. Evidentemente son de la misma naturaleza que las imágenes extraídas de la prensa
comercial que Warhol incorpora a los lienzos de la serie dedicada a las sopas Campbell. ¿No sería lógico
entender que las cajas Brillo son ejemplos de lo mismo?
Para Arthur Danto, la historia del arte consiste en aproximar las obras a lo que significan
El problema estriba en que, si adscribimos las cajas Brillo a la tradición de los ready made, no habría sido
Warhol, sino Duchamp, quien habría llevado el arte a la muerte que describe Danto. Y el deceso no habría
ocurrido en 1964 sino en 1917. Estaríamos a punto de celebrar el primer centenario del infausto —o fausto—
suceso.
Danto ignora la mayor parte de estos precedentes. No puedo ignorar, claro, a Duchamp. ¡Pero es que
Duchamp no tiene nada que ver con Warhol!, dice. Su propósito era muy diferente. Si expuso el urinario fue
para criticar la noción de belleza. Ese fue precisamente su gran hallazgo. “Que algo pueda ser una obra de arte
sin ser bello constituye una de las grandes aportaciones filosóficas del siglo XX” (página 28 de What art is).
El argumento vuelve a aparecer, de modo más extenso, aunque más confuso, en las últimas páginas del libro.
La afirmación contiene dos falacias de bulto. La primera y principal estriba en que, con independencia de
cuáles fueran sus motivaciones respectivas, el parecido entre lo que hicieron Duchamp y Warhol es innegable
y la historia del arte del siglo XX, por muy muerta que esté, no puede dejar de registrarlo.
La segunda consiste en afirmar que la negación de la belleza, como criterio de creación artística, pueda
constituir “la gran aportación filosófica del siglo XX”. ¿Y dónde ponemos al Bosco, a Brueghel, a Goya? Y
¿dónde ponemos a Burke y su esfuerzo por explicar —en el siglo XVIII— que hay cosas que son sublimes sin
ser bellas; que sólo pueden ser sublimes en la medida en que no sean bellas? Que a un filósofo analítico se le
borre de la memoria la existencia histórica de uno de los más destacados seguidores de Hume no deja de
producir asombro. ¿No habría que buscar la causa de ese olvido —y de buena parte de la filosofía del arte de
Danto, ya puestos— en ciertos procesos neurológicos asociados al paso del tiempo a los que ni siquiera los
filósofos analíticos tienen por qué ser inmunes?
Warhol, el Warhol histórico, es otra cosa, claro.
Tomàs Llorens es historiador del arte y exdirector del Reina Sofía.