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Is - 11 La Inteligencia Social y La Proxima Generacion
Is - 11 La Inteligencia Social y La Proxima Generacion
Somos ovejas discretas; esperamos para ver adónde se dirige la manada, y luego
marchamos con la manada. Tenemos dos opiniones: una privada, que nos da
miedo expresar, y otra —la que utilizamos— que nos obligamos a vestir para
complacer a los mojigatos, hasta que el hábito nos la vuelve cómoda y la
costumbre de defenderla llega a hacernos amarla, adorarla y olvidar el
lamentable aspecto que nos confiere.
MARK TWAIN
¿DENTRO O FUERA?
En su best seller, Queen Bees and Wannabes: Helping Your Daughter Survive
Claques, Gosszp, Boyfriends, and Other Realities of Adolescente, Rosalind
Wiseman aboga de manera convincente por saber cómo y por qué ayudar a las
adolescentes a afrontar esa edad difícil. Si bien su texto cubre en profundidad los
últimos años de primaria y toda la secundaria, el verdadero objeto de estudio es la
transición entre escuela e instituto. Gran parte de sus consejos valen también para
los chicos.
Escribe sobre niñas que se ven a sí mismas o son vistas por las demás en
función de si están «en la caja» o «fuera de la caja». Como tal vez recordéis de
vuestras experiencias en el instituto o las de vuestros hijos, estar dentro de la
figurada caja social es mucho mejor que estar fuera. La caja, por supuesto, es
donde se afanan por estar la mayoría de adolescentes y, para Wiseman, las reglas
de entrada en ese capullo social son duras y exigentes.
Para los niños, estar en la caja significa ser guapo, tener el pelo bonito y una
constitución atlética. Eres listo sin ser «demasiado listo», manipulas a los
profesores y demás adultos, eres machote, atraes a las chicas y ellas te atraen y
puedes presumir de coche bonito y acceso a dinero para tus gastos.
Para las niñas, las características del interior de la caja son parecidas a las
masculinas: eres físicamente atractiva, con el pelo largo y un cuerpo atlético ni
demasiado musculoso ni demasiado enclenque. Eres popular, con montones de
amigas y acceso a cositas buenas (dinero para comprar en el centro comercial,
permiso de conducir, novio). Te va bien en la escuela sin tampoco esforzarte
demasiado y sabes conseguir cosas de tus padres.
Todo niño de este estrato social sabe (o aprende con rapidez) qué
características de fuera de la caja los mantienen al otro lado del espejo.
Para los niños, se trata de cualquier atisbo de «empollonería» (habilidad en
los juegos de ordenador, las matemáticas, el ajedrez o las ciencias), torpeza física
o desinterés por el deporte o cualquier «tara», desde un pelo chungo hasta las
gafas, pasando por estar regordete o tener voz o risa de chica. Este último rasgo,
condimentado con el menor indicio de homosexualidad (real o no), convertirá los
años del instituto en un mal trago o un auténtico calvario.
Para las niñas, los rasgos de fuera de la caja empiezan con estar gordas, ser
las damnificadas de una piel/pelo/ropa feos, mostrarse excesivamente listas o ser
«demasiado buenas» en deporte (lo que puede sugerir tendencias lesbianas, como
de modo parecido revela el ostracismo paralelo de los niños afeminados).
Irónicamente, el mismo comportamiento que sirve de barómetro para la
popularidad de los chicos, una conducta sexual o de flirteo con una serie de chicas
del campus, resulta terminal para las hembras. En el caso de las chicas un
comportamiento demasiado sexual o provocador puede dejarlas fuera, en gran
medida porque se ve como una amenaza territorial a las relaciones con chicos que
las jóvenes de «dentro» tanto se afanan por crear o nutrir.
Al recordad esa época de vuestra propia vida, los criterios tácitos para el
«éxito» social quizás os resulten dolorosamente familiares, aun después de
pasadas tantas décadas. La mayoría de personas, que habitaron dentro de la caja,
rememoran esas colisiones sociales entre los ricos (en estatus) y los pobres (en
aceptación) con alivio por no tener que repetir aquella experiencia de sus patios y
situarse «dentro» o «fuera».
Puede que lo único más duro que ser un estudiante en ese entorno sea ser
padre o responsable de uno de ellos. Uno siempre quiere lo mejor para su hijo, y a
cualquier padre o cuidador le duele ver sufrir a su niño emocional además de
físicamente. El impulso es cabalgar al rescate y salvar al niño del mismo tormento
que ellos padecieron a manos de sus compañeros de similar talante. Ese deseo de
resolverlos problemas de los hijos ofreciendo carretadas de consejos
bienintencionados, llamando al director del centro o sermoneando a los padres de
los niños de «dentro de la caja» suele ser un enfoque erróneo, según Wiseman.
La solución al problema de un grupo de niños que le hace la vida imposible a
otro no es tan fácil como quejarse ante otros adultos (que quizás en sus años
mozos llevaran «puntuaciones» como ésas). Wiseman sostiene que los padres
deben permitir que los niños libren sus propias batallas sociales, apoyándolos,
callando sus juicios todo el tiempo que sea posible y limitándose a escucharlos
despotricar sobre lo difícil que es su situación en el momento en que los envuelva.
Se trata de un comportamiento antiintuitivo para la mayoría de padres, sobre
todo los que consideran que deben resolver problemas, tomar decisiones e
implicarse en la vida de sus hijos. Sin embargo, lo que puede ser un buen consejo
en un entorno empresarial (afrontar un rendimiento pobre, ofrecer feedback y
soluciones, etc.) quizá no funcione como intervención en el microcosmos social de
los adolescentes.
En estos casos inciden dos factores: las respuestas emocionales excesivas de
los adolescentes a los posicionamientos sociales (malo, sobre todo si vuestro hijo
se considera «fuera de la caja») y la intuición adolescente (buena, aunque todavía
no esté plenamente des arrollada). Los chicos a menudo no oyen a sus padres
cuando llegan las sesiones de consejos, porque están demasiado absortos en el
drama del momento. Sus sentimientos de ansiedad, baja autoestima y poca
madurez les dirán que sus padres no los entienden ni a ellos, ni el tema ni su
crítica importancia. Oyen las palabras, pero son incapaces de aplicarlas, sobre todo
si les parecen irrelevantes para entrar en la caja.
Los padres por lo general se acostumbran al papel de Eterno Protector y
Sermoneador, con un repertorio que construyen en gran medida durante las
etapas de supervisión de seguridad del bebé cuando crece, es decir, «¡No toques
eso! ¡Quema! 1Baja de ahí! ¡No te metas eso en la boca!», etc. Cuesta romper
esos hábitos una vez que el niño es lo bastante mayor para razonar por su cuenta.
Lo que al padre le suena razonable al hijo se le antoja una reprimenda, a la que
suele hacer oídos sordos.
Según Wiseman, la expresión «Ayúdame no ayudándome» resulta más
apropiada, aun cuando estéis tratando con un ser querido, vuestro hijo. La
estrategia consiste en escuchar con atención y paciencia, ser una fuente empática
de información (sólo cuando os la pidan) y, por último, apoyar los procesos de
pensamiento de vuestro hijo, aun cuando difieran de los vuestros. Con este
enfoque, la clave es permitir que salga a la superficie, con algo de ayuda de los
padres, la comprensión intuitiva que tiene el niño de la situación.
Por ejemplo, vuestro hijo os cuenta que acaban de detener por robar en una
tienda a un chico al que admira (uno que está en la caja). Para muchos padres, el
primer intento de hallar una solución pasaría por soltar un discurso-granada:
«¡Sabía que no era trigo limpio! ¡No te quiero ver más con ese matón! ¡Te va a
meter en líos!»
La estrategia alternativa de Wiseman consiste en empezar con un enfoque no
valorativo y unas cuantas preguntas cuidadosas:
Padre: «Sé que te debe de haber costado contarme eso. Gracias por
decírmelo. Ya sabes que hace mucho hablamos de que robar en una tienda estaba
mal. Con que sé que eso ya lo sabes. ¿Qué te parece lo que hizo?»
Hijo: «Sí, sé que robar está mal, ¡y por eso no puedo creerme que lo hiciera!
Quiero ser su amigo, pero no quiero que me meta en líos.»
Padre: «Me imagino que ahora mismo desearía no haberlo hecho. ¿Has
pensado en qué le dirás cuando lo vuelvas a ver?»
Hijo: «Bueno, si me cuenta lo que pasó, como si fuera lo más gracioso del
mundo, le diré que fue una estupidez. Si me dice que hizo una tontería, es
probable que siga siendo su amigo.»
Padre: «Son ideas bastante buenas. Me parece que has optado por ver con
qué te sale antes de decidirte.»
La diferencia entre este último enfoque y la típica Sesión de Gritos Paternos
es que el joven del ejemplo llega a la solución, su verdad (que de paso es cercana
a la vuestra), por su propio proceso intuitivo. Hablarle «a» los niños rara vez
cosecha mejores resultados que escucharlos o hablar «con» ellos.