Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Francisco Arriaga - CTLLL - V Líquido
Francisco Arriaga - CTLLL - V Líquido
Líquido
…el agua, inocencia de la naturaleza…
Heredia
Durmió siete horas. Al despertar sintió el descanso que adormece cálidamente músculos y nervios,
aunque el dolor en el pecho y la sensación de tener una pelota de lana atorada en la garganta no
pudieron desaparecer por completo. El doctor fue claro y explícito, sus riñones estaban mal, y
además de la pancreatitis el hígado estaba en las últimas. ‘Es un milagro que pueda seguir
manteniéndose de pie, cualquier otra persona estaría guardando cama y reposo’ comentó el
médico, intrigado también por la ausencia de síntomas externos, el color amarillento que la piel de
su paciente no tenía, o la claridad de las órbitas oculares que tampoco debería mostrar.
Intentó no pensar en eso a la hora del desayuno aunque el escenario cargado de agujas, monitores
parpadeantes, y sobre todo la imagen del bisturí abriéndolo en canal era muy fuerte y no pudo
quitársela ni al llegar al trabajo. Para colmo de males, su tarjeta había sido movida de lugar: el
reloj chocador no detuvo su danza y siguió con su tic‐tac mientras realizaba la búsqueda por los
cuatro tarjeteros, detrás de cada una de las tarjetas de sus compañeros.
Se dijo que era el estrés, una pequeña gota salina recorrió su frente, y fue a desplomarse a lo largo
de la nariz, culminando en una gota minúscula que se extendió sobre el labio superior. Al
encontrar la tarjeta instintivamente se pasó el antebrazo por la boca, y con la camisa recién
planchada se limpió buscando librarse de aquella sensación de humedad incómoda, que de todos
modos dejó una huella oscura en la manga izquierda de su camisa.
Ya en su cubículo, en el monitor apareció el mensaje de bienvenida, y un par de campos vacíos
dentro de un formulario que restringía el acceso a la computadora. Tecleó sus datos sin ganas y sin
prisas de un solo tirón. En ese momento pudo constatar que sí, estaba sudando como
endemoniado, y estaba empapado casi por completo. Como pudo se acomodó la camisa para
mancharla menos, aunque ya el agua había dejado su huella en el respaldo del sillón giratorio. Se
levantó de un golpe y fue al sanitario, esperando encontrar unas toallas de papel y con ellas
limpiarse la frente, que dejaba ver una capa traslúcida de líquido salino. ‘Demasiado sudor,
necesito calmarme. No es para tanto, el doctor no me dijo que me quedaran sólo meses de vida.
No estoy desahuciado’.
Francisco Arriaga. © Todos los derechos reservados.
Francisco Arriaga – Cuando termine la lluvia 37
Regresó a su lugar y comenzó a teclear los reportes que le pidiera el jefe de sección un día antes.
Serían las once de la mañana cuando el mismo jefe le ordenó que dejara su lugar de trabajo,
‘Martínez, vaya al médico para que lo valoren. Después regresa y dependiendo de los resultados si
es necesario yo mismo le autorizo la incapacidad’.
No había más por hacer. Se levantó y la sensación de ahogo que sintió en la mañana seguía allí.
Nada almorzó, no tenía sed y tampoco hambre; trató de consolarse pensando que de cualquier
modo no hubiera podido pasar bocado, ni siquiera un trago de agua.
Al llegar al estacionamiento abrió la puerta del coche siguiendo la parafernalia de siempre. Subió
al asiento y al prepararse para colocar los pies según los distintos pedales –inconveniencias de los
modelos de transmisión ‘estándar’‐, sintió que dos chorros de agua salían de los zapatos.
‘Chingado, nomás esto faltaba’.
Al deshacer los nudos y soltar las agujetas pudo oler el agua, que no tenía residuos de su olor
propio: el agua que llenaba los zapatos no tenía olor a pies. Pensó que era una broma, alguien
había mojado el tapete, o quizá él mismo dejó toda la noche los vidrios bajos y el sereno se
encargó de mojar tapetes y asientos.
Pero no era eso, vio inmediatamente que sobre los tapetes sólo aparecían las huellas negras y bien
delineadas de sus zapatos, al igual que en el respaldo del asiento del auto el agua había
comenzado a formar la figura de un murciélago, justo a la altura de los omóplatos.
Avanzó lentamente, no había tráfico a esa hora pero el sudor escurriendo por los párpados le
nublaba frecuentemente la vista, era como si hubiese neblina cerrada sobre la ciudad. ‘Necesito
detenerme, necesito serenarme, los exámenes son mañana y mañana necesito estar bien’. Se
detuvo a un costado de la carretera, precisamente sobre el acotamiento. A los pocos minutos un
agente de tránsito estaba levantándole una infracción. ‘No me lo llevo nomás porque veo que
necesita ver al médico, si nó, olvídese, derechito p’al corralón’.
‘Carajo’, pensó al ver su imagen en el espejo retrovisor, no había absolutamente ningún lugar ni
espacio seco en todo su rostro, húmedo cual si acabara de bañarse. La camisa ya completamente
pegada a la piel entorpecía más sus movimientos, era mediodía cuando llegó al estacionamiento
de su casa. Ni vecinos ni curiosos en la calle, faltaba poco para la hora de salida de las escuelas, y
hasta entonces nadie asomaría las narices fuera de casa, el maldito calor persuadía a cualquiera.
Desistió de bajar las carpetas con documentos y llevarlas consigo, al poner sobre ellas sus manos
sendas marcas de agua aparecieron, y extendiéndose por el papel dejaron una hendidura
ondulada, molde exacto de sus palmas. Hizo un esfuerzo sobrehumano para que las llaves no
Francisco Arriaga. © Todos los derechos reservados.
Francisco Arriaga – Cuando termine la lluvia 38
resbalaran y se le cayeran al piso. Decidió quitarse los zapatos al subir la escalera, nunca el tramo
de catorce escalones le pareció tan largo y desesperante.
Sobre el suelo fue dejando la huella húmeda de sus pies, al detenerse frente a la puerta y hacer el
intento de abrir la cerradura no tuvo problemas, las llaves empapadas en sudor se insertaron
inmediatamente en la chapa, donde giraron sin ningún contratiempo.
Un charco cristalino y oscuro en el piso reflejaba su imagen, invirtiéndola, ‘pinche madre, la gente
va a creer que me oriné aquí mismo, frente a la puerta’.
Decidió tomar una ducha, la cita con el médico era hasta las seis de la tarde. Al abrir las llaves de la
regadera fue modulando el chorro hasta dejar tibia la temperatura. Así estuvo varios minutos,
sintió deseos de quedarse toda la tarde allí, bajo el chorro constante del agua, y no salir de casa
nunca más.
Después de usar cuatro toallas se dio por vencido, seguía sudando sin poder parar. El hambre y la
sed no regresaban, en el estómago tenía la misma sensación de saciedad que sentía al ir a cenar
con los compañeros de oficina, o al ir a las fiestas que hacían con cualquier motivo absurdo: el
catorce de febrero, el día de san Patricio, el día de la secretaria.
Pensó llamarla, decirle lo que estaba pasando. Se arrepintió al instante. ‘Lo que menos necesito es
una mujer que esté por compasión a mi lado, si aguantaste diez años, pues aguanta esta semana
de análisis tú solito, cabrón’.
Se vistió con ropa sport. Un short de natación y una camiseta abierta de tirantes. Así recorrió su
casa desde su habitación hasta el patio, donde el trapeador empolvado mantenía su figura tiesa y
reseca. No pudo recordar cuándo fue la última vez que lo había usado.
Hizo el intento de limpiar el agua ‐el líquido aquel‐: en dos cubetas plásticas donde antaño hubiera
pintura iba vertiéndolo y vio con asombro cómo se llenaban poco a poco hasta llegar a los bordes.
‘Es imposible, ya me hubiera deshidratado por completo, no he tomado agua en nueve horas y
sigo sudando’.
La desesperación no tardó mucho en llegar, su intento de hablar por teléfono con el médico
resultó frustrado por el líquido que brotaba gota por gota de cada poro de su piel. El teléfono se
estropeó, al igual que su teléfono celular.
Y por primera vez sintió miedo, supo que estaba atrapado por algo contra lo que no podía luchar
ni defenderse.
‘Necesito tranquilizarme y salir de aquí, rápido, antes de que sea demasiado tarde, aún hay
tiempo, necesito que el doctor me revise de nuevo’.
Francisco Arriaga. © Todos los derechos reservados.
Francisco Arriaga – Cuando termine la lluvia 39
Por más intentos que hizo la puerta no se abrió. Sus manos húmedas, chorreantes, resbalaban
una y otra vez sobre la perilla. Golpeó desesperadamente el metal de los marcos, guías y paneles
de la puerta, pero el sonido que escuchó lo asustó aún más: era como si hubiese golpeando el
vidrio de la ventana con un par de globos llenos de agua.
Retrocedió un par de pasos con la intención de dejarse ir completamente contra la puerta, ‘si pego
con el cráneo el ruido despertará hasta a los pinches vecinos’.
Justo al tomar impulso resbaló y cayó de bruces sobre las losas de piso cerámico.
No podía hablar, sintió cómo iba llenándose su garganta de líquido y cómo ese mismo líquido
brotaba de sus labios y nariz, intentó levantarse, ponerse a gatas, pero sus manos resbalaban una
y otra vez sobre las losas.
‘No, no quiero morirme el día de hoy, no quiero morirme así, necesito salir de aquí, ¡por favor que
alguien me ayude!’.
La asfixia era cada vez mayor, lo último que vio fueron sus dedos, manos y brazos, deshaciéndose
como un terrón de azúcar en el fondo de una taza de té.
Francisco Arriaga. © Todos los derechos reservados.
Francisco Arriaga – Cuando termine la lluvia 57
Cuando termine la lluvia
Cuentario
México, Frontera Norte.
10 de Noviembre de 2009.
Todos los derechos reservados.
Francisco Arriaga.
Per aspera ad astra.
Francisco Arriaga. © Todos los derechos reservados.