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abril de 2013 | Publicado en edición impresa

Rodrigo Abd: "Es importante que uno pueda emocionar"

El fotógrafo argentino que acaba de ganar el premio Pulitzer por su trabajo en Siria reflexiona
sobre su trabajo en tiempos de Twitter

Le avisaron por teléfono, un miércoles a la mañana mientras leía los diarios y tomaba mate: "El
domingo tenés que estar en la frontera de Siria y Turquía. ¿Tenés ganas de ir?". Se lo comentó a su
mujer, lo volvieron a llamar y dijo: «Ahí vamos». Esa misma tarde, Rodrigo Abd (36), fotógrafo
argentino de la agencia AP, viajaba de Lima, su base desde septiembre pasado, a México, donde le
dieron 10.000 dólares cash, que guardó en el pecho. Esa misma madrugada salió para Alemania,
de ahí a Estambul y a la frontera. A Siria entraría escondido en la parte trasera de un camión de
contrabandistas. Una cobertura de la guerra civil de tres semanas de duración que le valdría el
prestigioso premio Pulitzer, que le fue otorgado días atrás junto a otros cuatro reporteros gráficos
de la agencia de noticias estadounidense. Aunque para Abd, que pasó por las redacciones de La
Razón y LA NACION antes de asentarse durante nueve años en Guatemala, no era la primera vez
que recibía un premio de tal magnitud: ya había obtenido un tercer lugar en el World Press Photo
Award en 2006 por su trabajo sobre pandillas en ese país y en 2012 por un retrato de Aida, una
mujer siria que perdió a sus hijos y al marido en un bombardeo.

-Si tuvieras que elegir alguna de tus fotos premiadas con el Pulitzer, ¿cuál sería y por qué?
-Fueron cinco fotos mías. Yo creo que todas tienen su valor. Pero si tengo que elegir una, es la de
una señora ensangrentada llorando [Aida]. Es una escena muy dramática que refleja el dolor de la
población civil. Llegamos a una clínica de la Cruz Roja y nos encontramos con una imagen
devastadora: sus tres hijas ensangrentadas y los familiares que nos pedían que no le dijéramos
nada, que ella no sabía que su marido y sus otros dos hijos habían resultado muertos en el
bombardeo. Además, esa foto toca un tema personal mío: mi familia viene de Siria y los ojos de
esa mujer me hicieron acordar mucho a los ojos de mi papá. Como una vuelta a los orígenes, a lo
familiar... La comida, los gestos. Eso de estar caminando y que un señor te ponga caramelos en el
bolsillo... y me hacía acordar tanto a mi tío.

-Te gusta contar historias a través de las fotos, ¿fue posible hacerlo allá?

-Sería ideal poder trabajar con los mismos tiempos que en otras partes, con más tranquilidad. Pero
si en Siria hoy tenés combate, tenés la noticia, breaking news como les llaman. Y en un punto me
frustra? A mí casi que me trae más satisfacciones profesionales todo lo otro que hice antes de
Siria.

-Pero lo intentaste...

-Yo hago un esfuerzo inmenso por intentar darle más profundidad porque entiendo que el
periodismo cada vez más pide eso, a pesar del Twitter y de la inmediatez y las nuevas tecnologías
que nos hacen correr más. Pero en todo ese contexto cada vez valen más las historias que puedan
profundizar determinados temas cotidianos o de interés general, esos que le abren la cabeza a la
gente.

-Bueno, en tu foto de un niño que llora en un funeral hay una historia tremenda...

-Sí, esa historia es increíble. Uno siempre se sorprende con lo que pasa en la vida real. Hicimos las
fotos en un parque con juegos de niños que fue convertido en un cementerio porque la ciudad
estaba sitiada. Ahmed, el niño de la foto, estaba llorando al padre, que había sido asesinado.
Encima fue muy difícil transmitir esas fotos. Tardé cinco o seis horas porque el teléfono satelital
estaba bloqueado. Al otro día, cuando tuve unos pocos segundos para chequar el correo, me
entero de que el mismo día había sido publicada en la tapa del New York Times, el Washington
Post y el Wall Street Journal. Los tres el mismo día. Es muy extraño: un trabajo que fue tan
solitario y ver que en la otra punta del mundo hay tanta repercusión. Me escribió gente que me
contaba que se había puesto a llorar en el metro de Nueva York por la tristeza que sentían al ver
esa foto. Ésas son las cosas que te regala el periodismo, que te dan fuerzas para entender que lo
que hacemos tiene trascendencia. Es importante que a veces uno pueda emocionar a alguien,
contar algo que está en la oscuridad y darle un poco de luz.

-Hoy acá se habla de una presunta trama de lavado de dinero. ¿Pensás que el fotoperiodismo
puede aportar en una investigación de corrupción?

-Sí, claro, el fotoperiodismo aporta muchísimo. Hay ejemplos muy concretos que han incriminado
por genocidios, o en LA NACION misma, esa foto de Alfonsín abriendo un papelito en el Congreso
de la Nación que decía sobre una maniobra muy oscura [foto de Carlos Barría]. Y salió y se armó
un escándalo.

-En una entrevista que te hicieron en Guatemala leí que te preguntabas por qué es más fácil
fotografiar a los más vulnerables y no a los ricos...

-Es que es más fácil documentar o hablar con la gente más vulnerable, más marginal. Uno se
siente más libre para invadir esos espacios. Y con la gente de dinero no pasa eso. Hay una brecha
que ponen ellos y otra que nos cuesta romper a nosotros. Pero no sólo de los que tienen dinero,
también de los más poderosos. Deberíamos tratar a todos por igual. Todos tenemos los mismos
derechos y un poco eso tiene que ver con nunca dejar de tratar de entender a la gente..

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