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I Una narración televisiva debe ser múltiple: proponer muchos personajes, muchas tramas y programas

narrativos. ¡Se acaban las buddy movies! La mayoría de las series de mayor calidad de nuestra época
proponen decenas de personajes y conflictos. Esta es una de las marcas de la complejidad de la actual
televisión. Como dice Steven Johnson, la televisión “nos está volviendo inteligentes”. ¿Cómo lo consigue?
Por ejemplo poniendo a prueba nuestra memoria y nuestra capacidad de interpretar tramas polifónicas.

II La nueva televisión es fragmentaria y su ritmo narrativo se acelera. La complejidad en las tramas se


expresa en la forma de narrar. Si el director quiere contar muchas historias en 40 minutos debe acelerar el
relato y fragmentarlo. Es la única manera de contar tantísimo material en un solo episodio. La aceleración
puede ser continua o saltar en el tiempo o generar agujeros negros, poderosas elipsis.

III Un relato no puede limitarse a la pantalla televisiva. Cada vez más los fans y las reglas del mercado
imponen la necesidad de construir una narrativa transmedia que se expanda a través de muchos medios y
plataformas. Lo que comienza en la televisión puede seguir en el cómic, el videojuego, la novela, la página
web, todo tipo de plataformas.

IV La nueva narrativa televisiva debe fomentar y generar espacios para que los fans participen. El mundo
narrativo no se acaba en el canon: ¡hay que incluir el fandom! Se trata de generar un diálogo horizontal.
Sólo con el apoyo de la energía recreativa de los lectores, con sus traducciones, con sus recomendaciones y
con sus reescrituras la serie tiene posibilidades no sólo de sobrevivir y de perpetuarse, sino -sobre todo- de
influir.

V Las nuevas narrativas televisivas deben superar las viejas concepciones sociales y políticas. La concepción
familiar burguesa es anacrónica: hay que adaptarla a los tiempos que corren. Las múltiples relaciones de
pareja, los conflictos entre padres e hijos, las figuras paternas o maternas, los modelos familiares deben ser
sometidos a una revisión y actualización permanentes. Tampoco la ciudad, tal como se representó en el
siglo XX, es ya la nuestra ciudad contemporánea. Y la geopolítica global de la segunda edad de oro ya no es
la nuestra.

VI Las nuevas series deben potenciar la intertextualidad. Ya no se trata de incluir referencias


cinematográficas o televisivas: la intertextualidad debe recorrer de una punta a otra la ecología de los
medios. Una serie no debería dejar de hacer referencias a los videojuegos, el cómic, la literatura... o a la
misma televisión. Mientras más estratos se vayan superponiendo en el texto, más y más variadas lecturas
provocará. Y más posibilidades tendrá de no terminar nunca de ser leído.

VII Una serie televisiva no puede quedarse limitada al ámbIito de la ficción, la realidad debe entrar en las
tramas. Se trata de un proceso bidireccional. Por un lado, la historia contemporánea contamina los mundos
de ficción e incluso en el caso de las series fantásticas encontramos lecturas en diagonal de nuestra
realidad política. Por el otro, las series salen de la televisión e influyen en nuestros modos de vestir, de
comer, de beber, de actuar, de relacionarnos.

VIII Las series tienen que experimentar formatos, enloquecer de vez en cuando llegando inclusive a violar la
estructura y estética que le dan personalidad. Sin innovación no hay evolución. Sólo si una serie de atreve a
romper convenciones y a buscar nuevas fórmulas el lenguaje cambia y el fenómeno se renueva. Apuesta
por su propio futuro.

IX Las series deben combinar ambición artística y viabilidad empresarial. Se trata de una industria. Su
ambición, por tanto, tiene que perseguir tanto la excelencia como la audiencia.

X Una serie debe tratar de hacer mejor a una sociedad. Debe promover una sociedad culta, más informada,
más democrática, con cerebros más ágiles, más críticos, más políticos. Este principio -inspirado en Alan
Sorkin- quizá sea utópico pero como telespectadores no dejaremos de defenderlo a golpes de zapping

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