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Ensayo de Pensamiento Contemporáneo
Ensayo de Pensamiento Contemporáneo
Para el presente análisis de la pieza cinematográfica de Leni Riefenstahl titulada «El triunfo de
la voluntad» (Triumph des Willens), basándome en los conceptos y las reflexiones de Walter
Benjamin en «La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica», he elegido una
estructura similar a la del texto citado, y compuesto por siete capítulos.
El primero de ellos nos hablará de los conceptos obvios, que primero saltan a la vista: la
estetización y la politización. Este capítulo abordará la película de manera general.
El segundo capítulo es un capítulo optimista, que tendrá que ver con el pensamiento de
Benjamin, pero más allá de los temas tratados en el texto en cuestión.
El tercero intentará aclarar algo de los conceptos denominados «valor de culto» y «valor de
exhibición».
El cuarto busca romper con la gravedad de los demás capítulos, y abordar un elemento de la
película con mayor frescura (y adolescencia).
Y el séptimo, para concluir el ensayo intentando abordar todos los conceptos, discutirá la
noción más extraña del texto de Benjamin: el aura.
Finalmente, sólo espero que a nivel escritural o intelectual, el análisis fragmentado que llevé a
cabo de distintos detalles minúsculos de la pieza, hayan podido dar algún fruto, alguna línea
decente que valga la pena recordar.
El arte por el arte y la propaganda nazi
¿El empleo del «sistema de aparatos» en el nazismo es una estetización de la política o una
politización del Arte? ¿A qué categoría pertenece «El triunfo de la voluntad»? Walter Benjamin
probablemente nos diría que se trata de una estetización, ya que, a través del complejo sistema
propagandístico, se persuade a las masas para que abandonen la causa revolucionaria del
comunismo, su justo derecho a la abolición de las relaciones de propiedad establecidas. Nos
diría también que lo que se reproduce por los medios de la «segunda técnica» no es material
que sirva para el autoconocimiento del pueblo, y que tampoco el trabajo mismo ha tomado la
palabra. Al revés: lo que hay es la consolidación de perfiles ilusorios, muchedumbres-simulacro
que venden una inauténtica expresión de las masas. Todo esto conduce, en suma, al
mantenimiento de las relaciones de poder, y por lo tanto, a una supuesta estetización de la
política; es decir, a imposibilitar que el sistema de aparatos y el Arte generen movilización.
Pero, y esto es lo esencial para mí del último capítulo de la obra de Benjamin sobre la
reproductibilidad, ¿estas acciones no son acaso una prueba de politización? La propaganda
nazi, después de todo, lo que busca es emplear estos medios como lo haría cualquier sistema de
gobierno, incluido el comunismo: acostumbrar/educar a las masas con los que se consideran
los valores culturales auténticos. Para hacerlo empleará todos aquellos fenómenos sociales,
todos aquellos sujetos, oficios y actitudes en los que se vean presentes estos principios de la
nación. Allí donde haya disciplina estará el operador de cámara grabando el talento para
autoconocimiento del pueblo. ¿El comunismo no haría lo mismo? ¿Se permitiría propagar
fascismos si en la sociedad hay fascismos, por el supuesto autoconocimiento? ¡Ni pensarlo! Y
probablemente saldría alguien a decir: «¡Qué crimen! Lo que hace el comunismo es estetizar la
política, ya que no permite que las masas contrarrevolucionarias del fascismo logren su justa
empresa: el restablecimiento de las relaciones de propiedad. Nosotros, los fascistas, le
responderemos con la politización del Arte. ¡Por nuestros camaradas tiroteados por
comunistas y reaccionarios!».
Este concepto de la «estetización» se usa con dos acepciones diferentes dentro del texto de
Benjamin. Por un lado está la acepción que hemos tratado, en la que la palabra tiene un
significado parecido al de «falseamiento» o «inmovilización», y por el otro está el que considero
yo el verdadero valor de la palabra, que se asocia con aquello denominado l’art pour l’art en el
texto.
Tal vez es un defecto esta actitud; puede ser, aunque esa idea se desvanece cuando vemos las
maravillas de los comprometidos, de los artistas/propagandistas/gestores-públicos que
hubiéramos preferido que fueran más como Diógenes y menos como Alejandro. ¡«El triunfo
de la voluntad», aquella obra infame, es merito de ustedes! ¡Toda la propaganda nazi es obra
suya! ¿Que la apatía social y los intereses por la profunda gracia de la guerra, la violencia, las
voces oscuras, el horror y la autoaniquilación, es lo insensato? ¿Insensato recogerse para la
Belleza? Insensato el que me toma como maestro y no como hermano, que no me ve, como
diría Baudelaire, como vendedor de nubes. Insensatas las ansias de ser mesías y de seguir
mesías. Y por más que yo, siguiendo a Marinetti, sea el equivocado, igual mi pensar es
irremediable: sólo puedo aspirar a la imitación de los ángeles y no a la ética del animal, a la
amistad pedestre de los mortales.
Los tejados de Nuremberg
En la obra titulada «En busca del futuro perdido», Andreas Huyssen nos habla de una visión
optimista a propósito de la museología: reacio ante la perspectiva de autores como Baudrillard
ante los fines y las posibilidades de la exposición museística, Huyssen se permite creer que hay
una posibilidad de emancipar las piezas de la discursividad que las domina, de desvanecer los
simulacros. Para lograrlo, debe considerarse la ambivalencia que perdura en las cosas. Ambivalencia
posibilitada por la existencia de un testimonio/relato (aunque oculto, aunque derrotado) en
algún lugar por fuera de la visión que los rige y los transforma; es decir, mientras las voces de
una interpretación vencida sigan vigentes, por cualquier medio, entre nosotros, en la pieza
exhibida está implícito este valor semántico, y con él, la posibilidad de la liberación. En
palabras del mismo autor: «He visto reliquias resistirse a sus vecinos inertes; las he visto
resistirse a su propia atmósfera y a la mirada. Bien sé yo qué tipo de organización posee todo,
el ejercicio de poder puesto en acción, el porqué y el para qué; pero ¡qué extraña naturaleza la
de estas resistencias! De los detalles minúsculos de la talla emerge una voz antiquísima,
ancestral, que se presenta ante mí para batirse en duelo».
Guiado por Huyssen, creo yo haber percibido una de estas voces en «El triunfo de la
voluntad», la cual considero el elemento clave a la hora de abordar una obra cinematográfica
como esta.
En la primera parte de la obra, cuando aún Hitler se encontraba por los cielos, vemos tomas
aéreas que nos indican que el avión arriba en Nuremberg. Hay muchas tomas diferentes, entre
las cuales la de la catedral puede que sea la más memorable, pero por un instante, por un
tiempo menor al del segundo, se alcanzan a ver los tejados destruidos, agujereados, de unas
edificaciones. La imagen es significativa no sólo por el cortísimo tiempo de exhibición que
tiene, sino, además, por el contraste de estas construcciones con el resto de arquitecturas
puestas ante la cámara: entre la ciudad indemne en la cual se celebra y se desfila y se canta, de
pronto aparece la imagen del bombardeo. Pero aparece como accidentalmente, como si el
detalle no hubiera sido planeado. Claramente, cómo iba a estar planeado en una obra así, que
deja claras sus intenciones propagandísticas con rapidez. Sin embargo, lo importante es lo que
esto posibilita. Pensé que a lo mejor habían más detalles así por toda la película: una mirada
irreverente entre las tropas dirigida al amado Führer, unos cuantos rostros circunspectos aquí y
allá entre la muchedumbre entregada, la marcha perezosa de algún militar, ventanas vacías, más
ruinas o tristezas disimuladas. En suma: detalles que den cuenta de lo que no se puede ver por
el deslumbramiento de la celebración. Como diría Agamben en su texto sobre la
contemporaneidad, el punto de fractura que oculta la luz del siglo. Punto de reunión que requiere
una agudeza visual muy alta, ya que cada detalle, que es como un error que se le escapa al
operador de cámara, está sutilmente esparcido por toda la obra. Otros detalles no están tan
camuflados, e incluso son datos que se repiten una y otra vez como algo importante. La
plausible tarea en estos casos es percibir la ambivalencia de los símbolos. Tarea complicada que
sólo logrará aquel que percibe los hurtos y los saqueos, que observando la esvástica ve toda la
India y en el saludo fascista toda Roma.
En estos descubrimientos reside, tal vez, la voz que nos libera de la voluntad triunfante, y que nos
permite conocer poco a poco la existencia de la derrotada. Los hallazgos generarán posibles
caminos, crearán aperturas, formas de abordaje. Estas formas asimismo posibilitarán el renacer;
el renacer, la reescritura del palimpsesto humano. Y esta reescritura, finalmente, el triunfo de
una nueva voluntad de poder.
El valor de culto y el ocultamiento
Hay una frase de Benjamin que recordé mucho mientras observaba la película: «El valor ritual
prácticamente exige que la obra de Arte sea mantenida en lo oculto». La frase está en el
capítulo titulado «Valor de culto y valor de exhibición». Creo estar en desacuerdo con lo que la
frase da a entender dentro del texto, pues considero que se analiza la «acción pictórica» de los
hombres del Paleolítico de manera errada y anacrónica, y se juzga mal el verdadero valor de
exhibición de figuras religiosas como la de la Virgen velada: el velo hace parte de la obra de
Arte o de la mise-en-scène tanto como el bloque tallado que representa a María. Enfrentarse al
velo que nos impide ver a la Virgen, es ver la correcta exhibición de una figura que, por
necesidad conceptual, tiene que estar oculta. Además, reducir todo el tipo de relaciones rituales
a un ocultamiento de este tipo es juzgar la parte por el todo. Sin embargo, me parece que en la
frase hay algo valioso. Si lo ritual tiene que ver con un ocultamiento, ¿qué es lo que se oculta
realmente?
¿Qué puede ser el culto sino dejarse colocar estas anteojeras? Hitler dice en sus discursos: «No
basta con decir “yo creo”, debemos decir “yo lucho”». Para decir «yo lucho» siempre se
necesita haber dejado la cabeza a un lado y entregarse a lo elegido como a un Dios. El valor de
culto no puede ser más que la percepción que siempre ha gobernado a las masas, a los
hombres de acción, a la aurea mediocritas siempre religiosa, y que no cambiará por la eficacia de
los medios de reproducción. Es la antítesis del tipo creado por Dostoievski en «Apuntes del
subsuelo», que tiene la posibilidad de pensar con lateralidad. De ver.
La caída del ethos y el logos
Hechos muy minúsculos a lo mejor pueden derribar grandes acciones y grandes hazañas, como
aquellas rémoras que en la antigüedad se creía que podían detener de golpe enormes navíos.
Cuando Hitler dio sus potentes discursos el Día del Partido en Nuremberg, en algunas
ocasiones unos mechones de su coronilla le empezaban a bailar ridículamente. Podrá el evento
ser muy solemne, pero lo que es estúpido es estúpido, y es difícil resistirse y no romper con
toda la gravedad cuidadosamente planeada. Algo similar pasa con el curioso saludo de Hitler,
que es singular y no el típico saludo fascista: el de él es estúpido, es como una versión
amanerada y holgazana de la firme y orgullosa posición del brazo que se debe emplear (es más
un manoteo de reina que el saludo de un emperador augusto). Francamente, ignoro qué tipo de
licencias poseía el Führer o qué connotaciones tiene esta peculiar forma de saludar, pero me
recuerdan un viejo sueño que tuve:
Un hombre había logrado reunir a la gente a su alrededor. Había alzado su voz por la mañana,
estando completamente solo, y a medio día, el fluido torrente de su sabiduría pura, terminó por
llenar toda la plaza. Hablaba sobre diversos asuntos, que a los presentes les pareció de vital
importancia, y los argumentaba de tal manera que todos creían empezar a resolver todos los
asuntos esenciales de su vida.
En medio de sus fabulosas disertaciones, el orador se tuvo mayor confianza al atardecer, al ver
los rostros deslumbrados, y empezó a caminar triunfante por el espacio circular que le
concedió el corro. Se permitió una ligera risa de vez en cuando. Manoteó con gracia. Tal llegó a
ser su soltura, que por descuido soltó una flatulencia inesperada. Todos los presentes quedaron
atónitos; luego, confundidos. Ya a las siete había un par de muecas: «¿Qué se ha creído este
tipo? ¿Nos va a tener aquí hasta al amanecer?» Y a la medianoche sólo un reducido número de
corrompidos y borrachos observaban al hombre, comentando, burlones, entre sí: «Ningún
idiota merece respeto dejando escapar, con semejante descaro, eso de su pantalón».
¡La batalla se puede perder en la marcha del triunfo! El emperador, en lugar de prestar sus
oídos al memento mori, debería prestarlos a un «¡Recuerda no tropezar!».
El tedio: didáctica y lúdica
Más allá de los propósitos y las relaciones históricas que pueda tener la pieza cinematográfica
tratada en este ensayo, lo peor de ella es lo siguiente: que es una película jartísima. Ver a Hitler
y a sus lugartenientes dar discursos nada interesantes (tenía altas expectativas de esto) y hacer
una y otra y otra vez el mismo tipo de revisión de tropas, es algo que no soporta cualquiera. Si
se pretendiera hacer Arte por el Arte, podría excusarse esa falta de tacto para llegar al
espectador medio al que se busca ir adoctrinando, pues a los «estetas descomprometidos» de
este mundo les importa muy poco salir de su torre de marfil para hacer algo entendible y
masticable. Pero a alguien que conscientemente utiliza estos medios para lograr fines políticos,
¿se le puede perdonar esta falta de pedagogía?
Para la politización los dos pilares son la didáctica y la lúdica. Podríamos incluso decir esto:
hacer una obra para las masas es desvirtuar/mutilar/reducir muchísimo un contenido
intelectual, bajo una forma más digerible, para lograr que algo medianamente se le grabe al
espectador. Que algo si quiera empiece a entender, y lo ponga en práctica. ¿Cuál será la mejor
manera de hacer llegar este mensaje infantilizado si no la del juego? El elemento lúdico tiene
que entrar en una obra de esta naturaleza con todo su poder, ¡y más cuando el tema a tratar es
una celebración! ¡La celebración del renacer alemán! ¿Dónde quedó la sagrada e infalible figura
del pathos en Triumph des Willens? Todo el mundo sabe o sospecha que lo patético es lo más
efectivo dentro de los tipos de persuasión posibles, y de lo más liviano y divertido. Pero en la
obra de Riefenstahl se prefiere todo, hasta reproducir, tal cual, el tedio natural en este tipo de
ceremonias, que emplear esas exageraciones del sentimiento que hacen enlistar incautos. Qué
malos fragmentos de discursos los seleccionados para la obra. Qué mal empleo de la música.
Qué malos ángulos de visión en los momentos solemnes. ¡Qué mal por todos los pobres
muchachos que tuvieron que soportar este triunfo! Ojos preñados de lágrimas… Pero de las
lágrimas del bostezo.
La formación de las palas
Una escena de la película es bastante llamativa si la abordamos desde este ángulo: Hitler se
encuentra realizando una de sus revistas y tiene ante sí toda una tropa de jóvenes que llevan
palas. A la pregunta del Führer sobre su procedencia, todos dan nombres diferentes, dando a
entender que son representante de todas las latitudes de Alemania. Más tarde Hitler da un
discurso en el que habla de la honra que el restablecerá del trabajo obrero, manual, y de la
abolición de una insensata jerarquía social: las juventudes celebran marcialmente. La imagen es
significativa porque de manera ilustre nos muestra este desempeño rentable del actor natural.
Las palas, que son símbolo universal del campesinado, se ven uniformadas y reunidas para
aceptar la dirección de un caudillo, como diciéndonos: «el proletariado me ha elegido a mí». Y
sí, los jóvenes no eran actores pagados para fingir tal inclinación. No obstante, lo importante es
lo que pasa desapercibido, que entre joven y joven formado hay un vacío que corresponde al
hermano marginado y ausente, aquel que no aparecerá en la obra. De hecho, la misma obra es
producida para ellos, que son los que necesitan mayor corrección. En el fondo, las revisiones
que realiza Hitler no van dirigidas a los muchachos entusiastas y sonrientes que aparecen en la
mayoría de las escenas; sino a los ausentes (y por qué no, a nosotros mismos): ¿ya empezaste a
parecerte a estos muchachos bien formados de acá, joven del futuro?
El aura inquebrantable de la esvástica
Considerando las cosas de este modo, ¿no son las esvásticas del nazismo y otras imágenes de
su estética, elementos con un valor aurático muy sólido? Como se sabe, la esvástica no es un
elemento autóctono del nazismo, más bien es una apropiación del símbolo de otras culturas. Y
una apropiación sin parangón, valga decirlo, ya que los valores que poseía antes quedaron
completamente triturados: hoy difícilmente alguien ante una esvástica vería otra cosa que la
marca del diablo (como cuando Benjamin habla de las estatuas de Venus, admiradas por los
griegos y desdeñadas por los clérigos del Medioevo: una misma relación aurática desde
diferentes ángulos de antipatía y simpatía). Si nos fijamos bien en la obra de Riefenstahl, nos
daremos cuenta, además, que todos los elementos, como si de un templo habláramos, guardan
siempre la misma disposición. Hablamos de una estética muy reconocible y definida, llena de
patrones y muy poco dada al cambio (en contraposición al pastiche proteico de una sociedad
como la nuestra en la actualidad). En toda una estructura así, es imposible no hablar de un
valor aurático alrededor de todo, pues todo se mantiene taxativamente inmutable como el
mármol. En cierto sentido, el aura es como un candado, una barrera. El nimbo de los santos
como prisión. La imagen antitética de estos santos con sus bellos círculos adornándoles la
cabeza, sería la de los santos que, decapitados, caminan con la suya entre las manos. ¡Como
nosotros, que casi no sabemos de auras! Nosotros que ya vamos es pateándola.