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El Misterio del

Idolo de Oro

SECRETOS Y PODERES OCULTOS DEL MARAVILLOSO


MUNDO DE LA MENTE

LAS FUERZAS PRODIGIOSAS QUE


OPERAN EN LOS MUNDOS
INVISIBLES

Yosip Ibrahim
Representación Mundial Exclusiva y Registro
Mundial de todos los Derechos en conformidad
con las Convenciones Internacionales vigentes:
DR. José A. Rosciano H.
Bolívar 220. San Miguel
Lima – Perú – Sud América

Editor Distribuidor
EDITORIAL GANIMEDES EDITORIAL BAJEN S. A.
Bolívar 354. 33.3494 / 30.2854 Callao 737— Teléfono 44.1395
BUENOS AIRES – ARGENTINA BUENOS AIRES – ARGENTINA
INDICE

Pág.
Prólogo…......………………………………………………….. 11
PRIMERA PARTE
EL MISTERIO DEL IDOLO DE ORO

Capítulo I — Introducción……………………………………15
Capítulo II — El Robo Sacrílego ………………………….....22
Capítulo III — Las Primeras Víctimas…………….………....31
Capítulo IV — La Extraña Muerte del Huaquero…………....40
Capítulo V — Secretos de la Cuarta Dimensión……….…..52
CapítuloVI — Las diversas clases de MAGIA……………....60

SEGUNDA PARTE
Secretos y Poderes Ocultos de la Mente

Capítulo VII — La Substancia Raíz del Universo y


La Mente………….……………...……………73
Pág.
Capítulo VIII —Las Formas de Pensamiento y los
Pensamientos – Forma………………...…...82

Capítulo IX —Las Formas de Pensamiento y los


Pensamientos – Forma (Continuación)
Su Acción sobre la Materia……………….....97

Capítulo X — Podemos Ser lo que Queremos Ser


Las Claves del Éxito………………………..110
Desarrollo de la Voluntad y Control del
Pensamiento…………………………….…..113
Fijación del Pensamiento y la Imagen
Creadora………….………………………….118

Capítulo XI — Concentración y Proyección de la


Energía Mental….…………………………..123
La Imaginación Creadora…………………...127
Las Varias Formas de Proyección Mental..130

Capítulo XII — Hipnotismo y Sugestión


Posibilidad de desarrollar estos poderes..135
Medios Prácticos de Adiestramiento……..140
Pág.
Entrenamiento de los Ojos y la Mirada…..143
El Valor de la Palabra…………….………..148
La Autosugestión y la Autohipnosis …..…155

TERCERA PARTE

Epílogo de la Historia del Idolo


Y Otros Factores de los Mundos Invisibles

Capítulo XIII — Final del Relato de la Primera


Parte……………………………………...….…163
Capítulo XIV — Hechicería y Magia Negra…………………..174
Capítulo XV — La Decisiva Influencia de la Vida en
Ultratumba……………………………………183
PROLOGO

Nunca había sido tan urgente como hoy la necesidad de


dar una palabra de aliento y una ayuda moral y positiva a
nuestra humanidad, para facilitarle los medios con que
puedan muchos superar los graves problemas que los
agobian, y conseguir la instrucción adecuada sobre las
maravillosas fuerzas cósmicas operantes en los planos
invisibles de la Naturaleza y de la Vida, fuerzas prodigiosas
que todos tenemos a nuestro alcance, pero que muy pocos
saben aprovechar, porque la mayoría o las ignora o no ha
tenido oportunidad ni guía para utilizarlas.

Pero como todo en el Cosmos, o sea el Universo


Integral, es susceptible de conocerse y de ese conocimiento
nace el poder de aprovechar cuanto se va descubriendo en la
senda infinita del progreso, en este nuevo libro he querido
poner al alcance de todos aquellos que se interesen en su
propio bienestar y en el de los demás, secretos relacionados
con el maravilloso mundo de la MENTE y fuerzas ocultas en
los planos invisibles de la Naturaleza, que actúan y controlan
el desenvolvimiento de la Vida en todos los confines del
Cosmos.
Y como entre esas magnas fuerzas encontramos,
siempre, frente a frente, los eternos principios del Bien y del
MAL; esa perenne lucha de lo negativo y lo positivo, de lo
imperfecto y lo perfecto, que debe ser conocida hasta su
máxima amplitud si queremos prevenirnos de las influencias
malignas y perjudiciales y poder beneficiarnos con las que
sean favorables, he dividido este mensaje en tres partes para
que su estudio pueda ser más comprensible y útil, dedicando
la mayor cantidad de espacio y tiempo a la instrucción
progresiva de tan importantes temas, pero incluyendo,
también, a manera de cuadro ilustrativo y complementario,
una interesante y verídica historia que me fuera narrada hace
ya más de veinte años, por un íntimo y querido amigo que
hoy reposa en el Cementerio Presbítero Maestro de la ciudad
de Lima.
La mencionada historia giraba en torno a un valioso ídolo
preincaico desenterrado de una cámara secreta del milenario
y famoso templo de Pachacamac, a pocas leguas de la
capital peruana, en la época en que regía los destinos del
Perú el Mariscal Don Oscar R. Benavides. Y el relato estuvo
tan lleno de episodios sorprendentes, de hechos en verdad
espeluznantes y de tal magnitud en el campo de la tragedia,
que su existencia podía parecer fruto de la fantasía y de la
superstición. Pero los personajes centrales de ese relato
fueron personas de reconocida seriedad y de alta posición
social y económica en esos días, y su cultura no dejaba lugar
a dudas sobra la posibilidad de verse influidas por creencias
popularesde bajo nivel, ni menos por un absurdo deseo de
publicidad barata, ya que su verdadera personalidad
permaneció y permanecerá, por siempre, dentro del más
absoluto secreto.
Pero los extraños acontecimientos que afectaron
entonces a un grupo de personas, algunas de las cuales
conocí, merecen llegar al conocimiento de cuanto se
propongan investigar y trabajar en los dominios de los
mundos suprafísicos, porque en ellos se encuentran las
fuerzas que operan las distintas formas de Magia y de
Hechicería, que aun cuando sean despreciadas por muchos,
que no están capacitados para discutir sobre los infinitos
fenómenos ocultos de la Naturaleza, se han manifestado
siempre, dejando una estela incomprensible para la mayoría,
aunque pueda ser explicada en provecho de los estudiosos,
como me proponga hacer en este caso.
Porque el acervo cultural y prehistórico de antiquísimas
razas y de lejanos pueblos, al legarnos infinidad de objetos,
nos dejaron, también, multitud de tradiciones, leyendas o
crónicas, de hechos o de mitos que pudieron tener un valor
real para los hombres de esos tiempos, aun cuando al
hombre moderno le cueste trabajo dar crédito a muchos de
ellos. Y es que la mayoría de las gentes ignoran la enorme
influencia que tienen, para todos, los planos ocultos de la
Vida y sus tremendas fuerzas invisibles para el ojo común,
pero ampliamente comprendidas y tangiblemente
experimentadas por quienes conocen los secretos del
Cosmos y las Leyes que rigen la MATERIA y la ENERGIA en
los niveles superiores a los de la Tercera Dimensión que
nosotros conocemos en este mundo físico.
Ojala puedan aprovechar este trabajo, que con todo
amor fraternal les dedico, todos los que anhelen superarse y
transformar su vida en una secuela de triunfos. En sus manos
está hacerlo. . .
Yosip Ibrahim
PRIMERA PARTE

El Misterio del Idolo de Oro

CAPITULO I

Introducción

En esta parte voy a narrar la historia que, hace tantos


años, me contara aquel amigo ya fallecido, cuyas palabras,
textuales, son las siguientes:
Nunca pude imaginarme que la extraña conversación
sostenida con mi hermano, hace un año, llegara a tener
consecuencias tan terribles para la familia. En ese entonces,
la historia que me refiriera la tomamos, ambos, como obra de
la casualidad, o fruto de mentes poco civilizadas, y
supersticiosas; pero ni él ni yo creímos que lo acontecido
pudiera tener el menor viso de realidad, ni mucho menos
16 YOSIP IBRAHIM

pensar en que, un año más tarde, habríamos de sufrir en


carne propia lo que, en esa vez, como hombres cultos y
modernos, estábamos obligados a rechazar categóricamente.
Pero la cruda y trágica elocuencia de los hechos
consumados — aunque, me repugne el confesarlo — me
impelen a pensar que la leyenda del huaquero (*) no fue una
ilusión ni una mentira.

* * *

Hace un año, un trece de Agosto, como hoy día, llegaba


yo a la hacienda de mi hermano Alfredo, cerca a Lima, para
pasar el fin de semana con la familia, conforme a la
inveterada norma de muchos años. Al detener mi auto en la
rotonda que da frente a la casa-hacienda, salieron a recibirme
mi cuñada Pepita y mi sobrina y ahijada Cuchita, que me
habían visto llegar, desde el gran hall rodeado de barandas,
en el frontispicio de la antigua y señorial casona.
Tras los abrazos y besos de rigor, pregunte por Alfredo.
—Ha tenido que ir a Lima. — Me informó mi cuñada.
— ¡Qué raro!... El siempre acostumbra permanecer aquí
los domingos.

___________
(*) Nombre con el que se conoce en el Perú a los buscadores de tesoros en las ruinas
aborígenes.
17 “EL MISTERIO DEL IDOLO DE ORO”

—Es que lo llamaron con urgencia de parte de un hombre


que él conocía y que parece hallarse en trance de muerte…
Pero no debe tardar. Acompáñanos a los establos porque
vamos un momento a ver un regalo que le acaban de hacer a
Cuchita.
La muchacha, mi engreída, se colgó de mi brazo y con
un mohín coquetísimo exclamo:
—Vas a ver que linda sorpresa me ha dado papito.
Atravesamos el jardín que rodea la amplia mansión y nos
encaminamos a la sección en donde se encuentran la granja
y los establos, en donde pacían entonces numerosas vacas
de fina raza. A un extremo, en una explanada de cemento,
dos peones bañaban a un hermoso ternero de pura sangre
Holstein.
—¿Qué te parece mi regalo? — exclamó radiante de
alegría Cuchita.
La felicité, y ella, después de acariciar la cabeza del animal y
de quitarme el pañuelo del bolsillo para secarse las manos,
torno a colgarse de mi brazo y me pidió que fuéramos a ver
una cantidad de pollitos que acababan de incubar en la
granja.
Después de visitar los corrales, en los que piaban miles
de polluelos, regresamos a la casa. Instalados cómodamente
en el confortable living, amoblado al estilo californiano,
conversábamos alegremente sobre los diferentes sucesos de
la semana, mientras saboreábamos los cocteles que el
mayordoma nos sirviera. Había transcurrido ya una hora larga
desde mi llegada y en el reloj de pared acababan de dar la
18 YOSIP IBRAHIM

una y media del día sin que hubiese regresado mi hermano,


hecho que estaba ya intrigando, pues bien sabía que él
acostumbraba a descansar, totalmente, los domingos y no le
agradaba que le interrumpirán su reposo dominical. Así se lo
manifesté a mi cuñada.
—En efecto —me respondió —; pero creo que esta vez
no ha podido evitarlo. Ayer me conto que lo habían llamado
del Hospital “2 de Mayo” por encargo de un que él conocía y
que le había vendido varias veces piezas para su colección
de huacos y de antiguallas, que tu conoces. Parece que el
tipo estaba muy grave y quería hablar urgentemente con
Alfredo… Esta mañana, temprano, volvieron a llamar del
Hospital y no sé que le dirían; pero lo note contrariado y, por
toda explicación me dijo que tenía que ir, de todas maneras,
porque el hombre había muerto y en la Administración del
nosocomio le dijeron que su presencia allá era muy urgente.
—¡Qué raro!... Seguramente han querido tratar sobre el
entierro.
—No sé. No me dijo nada más. Pero lo noté preocupado.
Incluso, al tomar el desayuno estaba pensativo y callado, y no
leyó los periódicos tal como siempre acostumbra hacerlo a
esa hora todos los domingos. Como Yo insistiera en
preguntarle qué era lo que lo preocupaba en esa forma,
sonrió y trato de disuadirme, diciéndome que no tenía
importancia… Pero me di cuenta que lo decía por no
mortificarme, pues se vistió con rapidez y salió apresurado.

Yo me quedé pensando un rato, sin atinar a explicarme


tan extraño proceder en mí hermano, siempre calmado y
19 “EL MISTERIO DEL IDOLO DE ORO”

sereno. Estaba de acuerdo con mi cuñada que la muerte de


una persona casi desconocida para él no era motivo para
causarle esa notoria impresión, y que los tramites del entierro
no podían ocasionarle, tampoco, mayor preocupación.
Comentábamos esto, saboreando una nueva ronda de
cocteles y bocadillos, cuando vimos a lo lejos la polvareda de
un auto que se acercaba por el camino de entrada a la casa-
hacienda.
—¡Ya llega!— exclamó Cuchita.
En efecto, era él. Bajamos a recibirlo. Se le veía cansado
y noté que trataba de aparentar despreocupación y
naturalidad al conversar. Como ya era hora del almuerzo,
pasmos al comedor y allí, entre bocado y bocado, nos explico
que se trataba de un viejo huaquero que, en varias
oportunidades, le vendiera piezas para su colección
arqueológicas. El hombre había fallecido y él se hizo cargo de
los gastos del sepelio a su solicitud.
—Pero ayer también te llamaron — insistió Pepita — y no
veo la razón para que te volvieron a molestar hoy. Podían
haberlo arreglado todo ayer mismo.
—Bueno… es que la gente, a veces, no sabe pensar
atinadamente… pero no nos preocupemos más del asunto…
Ya creo haber cumplido con ese pobre hombre…
La conversación giró sobre nuevos temas y todo volvió a
su aparente normalidad. Pero, un poco más tarde, cuando
tomábamos el plus café en la terraza, cómodamente
arrellenados en amplios sillones-dormilonas, al dejarnos solos
20 YOSIP IBRAHIM

mi cuñada y mi sobrina para hacer la siesta, noté, de nuevo,


que mi hermano se quedaba callado, absorto, en sus
pensamientos, como si por su mente pasaran ideas o
imágenes que lo acaparaban por completo. Lo observe largo
rato, y al no ver que saliera de su ensimismamiento, me
atreví a preguntarle:
—Alfredo, tú tienes algo que te mortifica…No estás como
siempre… ¿Qué te pasa?
Me miró en silencio. Prendió un cigarrillo, y con la vista
fija en el vacío, como si su mente se perdiera en la distancia,
repuso con lentitud.
—Si te cuento la historia de lo que ha pasado, te reirías
pensando que son cosas absurdas o fantásticas…
—Si son cosas que han podido preocuparte, como lo
estoy viendo, no creo que pueda pensar así.
—Tienes razón… Yo mismo habría procedido en igual
forma… Pero lo que acabo de ver…lo que ha sucedido en el
Hospital, no me lo puedo explicar hasta ahora…
—¿Qué ha pasado?
—Torno a callarse. Me miró fijamente. Se levanto del
sillón y dio varias vueltas por la terraza, como si se sintiera
indeciso entre hablar o guardar silencio. Al fin, ante mi
insistencia y curiosidad, se sentó de nuevo y comenzó ha
hablar pausada y cuidadosamente:
—Es una larga historia que debo narrarte poco a poco
para que te vayas acostumbrando a sus distintas facetas, y
puedas tomar el peso que los hechos dan a los aspectos
21 “EL MISTERIO DEL IDOLO DE ORO”

misteriosos y profundamente inexplicables de que acabo de


saber y lo que he presenciado, yo mismo esta mañana en el
Hospital… ¿Te acuerdas del ídolo de oro que tengo en mi
colección arqueológica, en la hornacina que está frente a mi
escritorio en la casa de San Isidro?
—Sí.
—Pues han sucedido hechos, relacionados con el, que
no hubiera creído jamás, si no fuera por lo que esta mañana
comprobé y que, sin embargo, sigo en la lucha tremenda de
rechazar o creer, pues son hechos lo que sea, que no puede
explicarse ninguna persona normal, como no se lo explican ni
los médicos ni la policía que estaban ocupándose del caso
esta mañana en el “2 de Mayo”.
—¡Los médicos… la policía!
Mi hermano volvió a callar y a mirarme como si no se
atreviera a continuar. Al fin tras una larga bocanada de humo,
continuó:
—Estoy tan confundido todavía, que no sé cómo
comenzar, para poder hacerte una reseña lógica y completa
de lo que, en pocas horas, he sabido y visto. Pero creo que lo
más atinado es que proceda a narrarte los hechos desde su
comienzo, porque si te refiriese escuetamente lo que me
conto el moribundo ayer, y lo que ha sucedido en el Hospital
hace pocas horas, te causaría tal confusión que ni yo mismo
sabría cómo explicar… Escucha con atención y tómate el
peso a los diferentes pasajes del relato, a ver, si tú puedes
encontrar una explicación satisfactoria…
C A P I T U L O II

El Robo Sacrílego

El año anterior, un viejo huaquero que en diversas


oportunidades le había vendido objetos interesantes de los
que figuraban debidamente clasificados, en sus anaqueles
del salón de antigüedades que poseía en la residencia de
San Isidro, fue a ofrecerle una rara y valiosa pieza: se trataba
de un ídolo de oro, de extraña figura, con más de veinte
centímetros de alto, primorosamente labrado, representando
a un hombre con cabeza y garras de puma, en cuyas fauces,
retenidos por filudos colmillos, habían engastado un
carbunclo que daba toda la sensación de una verdadera gota
de sangre.
Pedro Martínez —tal era el nombre del huaquero— le
refirió que esa reliquia la había extraído, años atrás, de una
cámara secreta, subterránea, descubierta por él bajo las
ruinas del Templo Pachacamac, a pocas leguas de distancia,
de la ciudad de Lima.
23 “EL MISTERIO DEL IDOLO DE ORO”

Era una lóbrega noche de Agosto. Espesa neblina cubría


la zona en que se extienden las ruinas y los campos
aledaños, así como las playas de pachacamac, dominadas
por la altura en que se encuentran los restos del famoso
templo preincaico.
Un grupo de personas atraviesa, cautelosamente, la
accidentada planicie en donde se levantan los últimos
vestigios de lo que fuera antaño una floreciente ciudad
aborigen. El grupo lo forman el viejo Martínez, su mujer y dos
hijos, fornidos mocetones que cargan grandes bultos cada
uno. Se dirigen al promontorio en que se destaca la negra
mole de lo que fuera, en otros tiempos, un famoso santuario
erigido al dios Pachacamac. Una racha de viento ha limpiado
parte de la niebla que cubre ese sector, y el huaquero, que
dirige al grupo, se para un momento para orientarse mejor. La
obscuridad es completa, y no llevan luces de ninguna clase
para, no llamar la atención de los vehículos que puedan
transitar por la carretera que pasa a dos o tres kilómetros de
allí, y que une al Sur con la capital peruana.
Se encuentra ya, a las faldas del promontorio del templo.
El huaquero busca, en la obscuridad, algo que ha dejado
anteriormente como señal. Da vueltas por el sitio en que se
han detenido y, al fin, exclama en voz baja:
—¡Allá es! —señalando a sus hijos un montón de piedras
y tierra removidas.
Todos se dirigen al lugar indicado. Los mozos se
despojan de los bultos que cargaban a la espalda, y el padre
con la madre comienzan a retirar unos trozos de viejos
24 YOSIP IBRAHIM

adobones amontonados junto a un vetusto muro de tierra


apisonada, paredón que se eleva algunos metros sobre el nivel
del suelo, formando parte de la antigua estructura del milenario
edificio.
Los ojos acostumbrados a la obscuridad, les permiten
trabajar sin encender las linternas que llevan. Van removiendo
los demontes acumulados, y poco a poco va quedando al
descubierto un gran hueco en la misma base del muro. Cuando
han retirado, con lampas y picos de los que traian en los bultos,
el desmonte total que ocultaba aquella abertura, el viejo les dice
que extienda una frasada de lana que han llevado y que lo
cubran con ella como si fuera un biombo, para poder encender
una linterna sin que se vea la luz desde la carretera. Hecho así,
ven todos, una entrada, como un pozo toscamente abierto y más
o menos de un metro de circunsferencia, que se hunden en las
entrañas del templo. Martinez inspecciona con la linterna el
interior del hueco y, apagando la luz nuevamente, ordenan a sus
hijos y a su mujer que se preparen a seguirlo, introduciendose
tras él en el hoyo.
—Bajemos, primero las lampas. Sólo hay dos metros de
altura hasta el tunel. Cuando estemos adentro encenderemos las
linternas y podremos trabajar sin miedo. El tunel es grande…
Todos obedecen. El huaquero se introduce en la cavidad,
colgándose de una soga que sostienen los hijos, y una vez abajo
prenden la linterna que llevaba. Lo sigue su mujer y luego los dos
mozos, que han amarrado la soga a un grueso y largo trozo de
madera cruzado sobre el pozo. El lugar en que se encuentra es
25 “EL MISTERIO DEL IDOLO DE ORO”

como un largo corredor o túnel subterráneo, orientado de


Oeste a Este en dirección al interior del templo. A la luz de las
linternas pueden ver que al fondo, más o menos a unos
veintitantos metros de distancia, se abre algo así como una
puerta trapezoidal. Cuando llegan a esa abertura se quedan
pasmados y temblorosos: se trata de una pequeña estancia,
perfectamente conservada, con los muros decorados en bajos
relieves que representan escenas posiblemente litúrgicas en las
que aparecen seres en forma de grandes felinos y hombres que,
por su actitud, los adorasen o rindieran culto.
En el centro de esa cámara, hay un altar de piedra
simplemente pulida y sobre él, sujeto a unas pequeñas muescas,
brilla a la luz de las linternas un ídolo de oro con cuerpo de
hombre y cabeza y garras de puma… Pero lo que más ha
impresionado a los huaqueros es la espectral figura de una
momia que, de rodillas ante el altar, parece adorar al ídolo.
De momento se han quedado todos mudos. La mujer está
temblando y no se atreve a acercarse. Los jóvenes contemplan
todo con curiosidad, y miran al padre, como si lo consultaran.
Martínez se pasa la mano por la cara, como indeciso o temeroso.
La momia es sumamente impresionante. Contra todo lo
acostumbrado y tradicionalmente comprobado, no se encuentra
envuelta en los comunes vendajes con que eran embalsamados
y enterrados los cadáveres en las culturas incaicas y preincas;
lleva puestos ropajes y ornamentos que parecen ser de un
sacerdote, y su actitud, de rodillas y con ambos brazos apoyados
en el ara de piedra, como si adorase a la estatuilla, no dejan
lugar a dudas de que fue puesta en esa forma con un propósito
ritualista determinado.
26 YOSIP IBRAHIM

Pasada la primera impresión, los hombres se acercan con


cautela. Todavía no se atreven a hablar. La actitud de la momia y
su perfecta conservación los sobrecoge. Actúan como
hipnotizados. E l cadáver en tal postura es algo fuera de todo lo
que, en su larga vida de huaquero, ha contemplado el viejo.
Muchas momias había desenterrado. Ya estaba acostumbrado a
no impresionarse con esos fúnebres despojos. Pero lo que está
viendo ahora, en una actitud de realizar un acto de persona viva,
los atuendos que adornan al extraño personaje, y su perfecta
conservación y firmeza, en medio de la temblorosa luz de las
linternas, han causado en el ánimo del viejo una profunda
impresión y un supersticioso respeto. Lo examinan todo en
silencio, sin atreverse a tocar nada. La madre no se ha movido
de la puerta… Al fin, el mayor de los hijos toma valor.
—Papá… ¿qué vamos hacer ahora?
Martínez lo mira. Mira a la momia. Vuelve a mirar a sus
hijos. Pone su vista en el ídolo y parece decidirse.
—Tienes razón —responde, como si hiciera un gran
esfuerzo—; vamos a llevarnos esto.
Y uniendo la acción a la palabra, toma la estatuilla con
mucho cuidado. Esta ofrece resistencia, pues los pies del ídolo
están empotrados en dos muescas perfectamente calculadas
para que se sostenga firme. Haciendo un esfuerzo a fin de no
malograr la pieza, logra sacarla del sitio en que había
permanecido tantos siglos.
—Vamos —dice—, mientras envuelve al ídolo en unos
papeles de periódico.
27 “EL MISTERIO DEL IDOLO DE ORO”

— ¿Y las joyas… y la momia?


El padre no se atreve a responder. El hijo mayor insiste.
—Bueno, si tú quieres, llévate los adornos… Yo no quiero
tocar a ese “finado”…
El mozo, envalentonado, se pone de acuerdo con su
hermano para que lo ayude a retirar los collares y pectorales de
la momia y cuando iban a proceder, el padre reacciona.
—Esperen; creo que podemos hacer mejor negocio:
Buscaremos un “gringo” de los que vienen a Bolívar. Nos puede
dar muy buenos dólares.

* * *

Mi Hermano se detuvo un rato. Se sirvió una taza de café,


prendió un cigarrillo, y tornando a sentarse continuó:
—Al principio, dudé de la veracidad de esa historia. Pensé
que se trataba de añagazas para lograr mejor precio, y mis
escrúpulos aumentaron al ver que el hombre no solicitara una
suma como la que, en verdad, valía el objeto, no ya por su
importancia histórica o arqueológica, sino, simplemente, por su
peso en el precioso metal. Pero el huaquero me propuso
conducirme hasta el mismo sitio de donde sacara el ídolo y —ya
tú sabes que estas cosas me han apasionado siempre— era un
28 YOSIP IBRAHIM

día sábado, la distancia hasta Pachacamac no es mucha y


también la aventura me tentaba, así es que acepté y fuimos…
Esa tarde no había mucho tráfico en la carretera, Martínez
me guió por un desvío que llegaba hasta las ruinas. Dejamos el
carro en una depresión que lo hacía invisible desde la pista, y
llegamos hasta las bases del promontorio formado por los restos
del templo. Aún era de día, pero nadie se veía por aquel paraje
solitario, y el viejo me dijo que no teníamos que preocuparnos
pues entonces no existía ningún sistema de guardianía en el
lugar.
En efecto la soledad era absoluta y nos fue fácil llegar hasta
el montón de desmontes que cubriera la entrada del túnel. Al
parecer, nadie había transitado por el lugar en mucho tiempo, y
todavía estaba escondida bajo el desmonte extraído la soga y el
grueso madero que sirviera para bajar al túnel. Martínez no había
mentido: el largo pasillo subterráneo nos condujo a una pequeña
pieza, algo así como una estrecha celda conventual, y en el
centro, a la luz de las linternas eléctricas, se encontraba el ara de
piedra; pero la momia no estaba. Sin embargo inspeccionando el
lugar, hallé huellas que denotaron, como, en verdad, había
existido, pues en el suelo encontré restos cortados de cuerdas
antiquísimas empotradas en el pavimento de lajas en posición
tal, que demostraban haber estado sosteniendo ambas piernas
del cadáver para mantenerlo en la postura que el huaquero me
describiera.
—La momia, patrón —me explicó— la sacamos ese año con
mis hijos y unos gringos que se la llevaron a su tierra…
29 “EL MISTERIO DEL IDOLO DE ORO”

Además, en el centro de la piedra que hacía las veces de


altar, estaban las dos muescas en las que ajustaban
perfectamente ambas piernas del ídolo, como me lo demostró el
viejo…
—Con tales pruebas —continuó mi hermano— tuve que
rendirme a la evidencia del hallazgo, y pagué, sin regatear, lo
que el hombre me pedía. El ídolo ya lo conoces: lo has visto
muchas veces en la hornacina frente a mi escritorio. Y ahora
viene la parte más extraña del relato… Lo que acabo de conocer
hace unas horas y que no hubiera creído de no mediar los
hechos que tuvieron lugar anoche, en el hospital, y de los que
han habido varios testigos…
—Ayer, en mi oficina, recibí una llamada telefónica del
“Hospital 2 de Mayo”. Me llamaban, con urgencia, de parte de
Pedro Martínez, que se encontraba desahuciado y que me pedía,
por favor, ir a verlo porque “tenía que hablarme por un asunto de
vida o muerte”, según sus palabras textuales. No había vuelto a
verlo y me causó bastante pena: estaba deshecho por un cáncer
en último grado, pero en plena lucidez mental. Al verme, soltó el
llanto, y me dijo que tenía que pedirme perdón y hacerme una
confesión urgente, antes de morir…
—Porque hoy es 12 de Agosto, patrón; y hoy tengo que
morir… como murieron mis hijos y mi mujer, señor… en un 12 de
Agosto, cada uno, patrón… repitió sollozando.
Ante mis palabras de consuelo, serenóse, un poco, y
continuó:
30 YOSIP IBRAHIM

—He querido hablarle, patrón, para tranquilizar mi


conciencia… para que se deshaga Ud. de ese ídolo maldito…el
ídolo de oro que le vendí… deshágase de él, patroncito, antes de
que suceda una desgracia como a nosotros… ¿se acuerda,
señor, cuando fui a vendérselo, que no importaba su precio?...
¡Quería salir de él!... pero no me atreví a decirle por qué…
necesitaba el dinero para enterrar a mi mujer… y quería
deshacerme del maldito ídolo. Pero ahora voy a morir, y no
quiero que ustedes sean víctimas de ese demonio…
—Cálmese Martínez, cálmese… ¿Por qué dice usted todo
esto?
—Sé que usted pensará, patrón, que son supersticiones…
pero no; no son supersticiones… mis hijos y mi mujer murieron
todos por culpa de ese ídolo… todos, en un día 12 de Agosto,
como hoy, fecha en que sacamos del templo, hace cuatro años,
a ese demonio… y cada uno murió, año tras año, en esa misma
fecha y a manos de ese demonio… patrón… y el huaquero,
nuevamente estalló en llanto.
Tuve que esperar que se serenase. No comprendía el raro
sentido de sus palabras, que más parecían fruto del delirio. Pero
el huaquero no deliraba. Cuando se hubo calmado, lo ayudé a
sentarse más cómodo en la cama, y el viejo, secándose las
lágrimas, continuó:
—Si, patrón; todo lo que le voy a contar ha sido cierto…por
eso es que me he quedado solo… el ídolo se ha vengado de
todos y, yo también tengo que morir a sus manos hoy… Escuche
usted, patrón, cómo han sido todas las cosas.
31 “EL MISTERIO DEL IDOLO DE ORO”

C A P I T U L O III

Las primeras victimas

Pedro Martínez había alternado siempre sus expediciones


de huaquero, y sus búsquedas de “entierros” (*) con labores
diversas, por lo general campesinas. Y siempre, también, lo
habían acompañado sus dos hijos y su esposa, cuando se trató
de descubrir tesoros escondidos en las huacas o tumbas
aborígenes.
Así fue como descubrieron aquel recinto secreto de
Pachacamac, en la noche de un 12 de Agosto, cuatro años
antes. Y junto con la momia y el ídolo con cabeza de puma,
habían encontrado, también, otros objetos de oro, plata,
cerámica y tejidos. Buen cuidado tuvieron de ocultar su hallazgo,
y sacarlo, poco a poco, en las noches solitarias de aquel lugar

___________
(*) Tesoros ocultos de épocas pasadas.
32 YOSIP IBRAHIM

ribereño y casi abandonado en aquella época. Y entre la venta


de los varios objetos sueltos y de la momia, con sus atuendos
sacerdotales y sus valiosas joyas, habían obtenido muy buenas
utilidades entre turistas extranjeros en quienes ya el huaquero
tenía una regular clientela.
De tal manera, ese 12 de Agosto, fecha que él apunto en
una libreta por considerarla afortunada, les proporcionó suficiente
dinero para un tiempo, y el viejo no había querido desprenderse
del ídolo de oro, guardándolo con pasión supersticiosa como si
fuera un talismán.

Corrieron los meses y el hijo mayor se enganchó entre la


peonada de una hacienda cafetalera de Huánuco. Sus padres y
su hermano habían ido a trabajar al Norte. El mozo cortejaba en
esos días a una muchacha del lugar y la noche del 12 de Agosto
del año siguiente al descubrimiento de Pachacamac, se
encontraba, alegremente, festejando con un grupo de amigos, el
onomástico de su enamorada en la ranchería de la hacienda.

Todo era bullicio, risas y cantos. Al son de las guitarras y el


cajón, se bailaba, marineras, huainos y tonderos, y en el centro
de la pieza, en esos momentos, el muchacho Martínez acababa
los requiebros finales de una fogosa marinera con la dueña de
sus pensamientos.
— ¡Qué viva el 12! ¡Brindemos por la dueña del santo!
gritaron a coro los del corro.
Y todos se abalanzaron a la mesa que, en un rincón del
cuarto, ofrecía un surtido de viandas criollas, y un gran balde
lleno de olorosa chicha, amén de un buen número de botellas de
33 “EL MISTERIO DEL IDOLO DE ORO”

cerveza y pisco. La alegría era general. Todos brindaban por la


muchacha y varios lo hicieron, luego por la pareja.
— ¡Que vivan los novios!

— ¡Que cante Pedro!

— ¡A ver, Pedro. Cántale a tu reina uno de esos valsecitos


que tú sabes!
El mozo no se hizo de rogar. Tomo una guitarra y, con voz
algún tanto aguardentosa, interpreto una pieza de Melgar.
Los tragos menudeaban y la fiesta se hizo cada vez más
bulliciosa y entusiasta, hasta que, horas más tarde, ya cansados
y habiendo agotado bebidas y alimentos, se fueron despidiendo
los invitados. El último en salir fue Martínez. Los padres de la
moza estaban borrachos, tumbados en una cama, y los dos
tortolitos aprovecharon para regodearse a sus anchas a la puerta
de calle. Abrazados estrechamente, menudearon los besos y las
caricias. El mozo la manoseaba íntegramente y ella se retorcía y
se apretaba uniendo sus piernas entrelazadas con las de él… La
escena se prolongaba y hubiera demorado sabe Dios cuanto, si
la madre, que no estaba tan mareada como el padre, no hubiese
puesto punto final a ese delirio de voluptuosidades…
— ¡Basta ya! — les gritó, acercándose a la puerta—. ¡Ya pronto
va a ser tu mujer…! ¡Aguántate hasta entonces!...
34 YOSIP IBRAHIM

Y Jalando a la muchacha por un brazo, la obligó a entrar.


Los enamorados se hicieron adiós con la mano, y él se
encaminó, silbando, hacia su alojamiento, al fondo del obscuro
hacinamiento de viviendas de la rancharía.

Apenas habría transcurrido un minuto, cuando un alarido


terrible y un sordo rugido llegó hasta la puerta de la muchacha,
que en ese momento la cerraba. Otro de terror y de auxilio
paralizó a madre e hija.

— ¡Es la voz de Pedro! —exclamo ésta.


— ¡Si…! — musito la vieja, medio atontada por el licor.
Un nuevo grito, esta vez ahogado, sintieron ambas. La moza
no esperó más: Salió corriendo, y tras ella, tambaleante, su
madre. Al fondo de la obscura calleja de viviendas de un piso, vio
la joven correr a saltos un gran bulto parecido a un gato gigante
que se perdió entre los matorrales en que terminaba la ranchería.
Al llegar al sitio, el espectáculo que presenció la hizo gritar como
una loca: en el suelo, en un charco de sangre que manaba
abundantemente por las heridas, estaba su novio, con las ropas
rasgadas y el cuello y la cara destrozada espantosamente…
A los gritos de la muchacha comenzaron a salir los vecinos.
Algunos trajeron lamparines, y todos se quedaron mudos de
espanto por lo que veían: en el suelo se notaba claramente las
huellas de haber sostenido una lucha terrible. Tenía los ojos
desorbitados y uno casi reventado. La cara presentaba
desgarramientos como producidos por los colmillos de una fiera,
35 “EL MISTERIO DEL IDOLO DE ORO”

y el cuello y pecho rasgados profundamente, con huellas que


fácilmente podrían reconocerse como producto de feroces
zarpazos…
Horas más tarde, cuando las autoridades y el médico de la
hacienda levantaron el cadáver, toda la ranchería estaba en
movimiento y los comentarios eran unánimes en el sentido de
que había sido atacado por un puma o por un jaguar.
—Pero hace mucho tiempo que no hemos vuelto a ver a
esas fieras por acá—, argumentaron algunos.
Sin embargo, las heridas mostraban huellas características,
y cuando la novia, que había perdido el conocimiento, reaccionó
y declaró haber visto perderse en los matorrales un gigantesco
gato, tanto las autoridades como los vecinos aceptaron que
había sido atacado por uno de esos animales. Pero lo raro del
caso es que nadie pudo encontrar, en aquellos contornos, la
menor huella del paso del animal, ni en la tierra blanda de la
ranchería ni entre los matorrales a donde lo viera introducirse la
muchacha…

* * *

Cuando el huaquero y su familia se enteraron, también


pensaron igual, y la cosa quedó así. Pero al año siguiente, el 12
de Agosto, segundo aniversario del descubrimiento del ídolo con
cabeza de puma, moría el segundo hijo en forma exacta al
primero.
36 YOSIP IBRAHIM

—Esta vez, señor —dijo el enfermo, continuando su relato—


el hecho tuvo lugar en la costa, en donde nunca hubieron
pumas…
El, con su mujer y su hijo vivían entonces en una playa de
pescadores cercana al balneario de Pimentel. Se había
comprado una chalana y tenía una casa de esteras construida
por ellos mismos. Con el producto de la pesca, abundante en esa
zona, pasaban su vida más o menos bien, y de cuando en
cuando, se ausentaban unos días, dejando su casa y su
embarcación al cuidado de otros pescadores amigos, para
incursionar, secretamente, en sus expediciones de huaqueo por
las zonas aledañas a las ruinas de Chan Chan.

Ese 12 de Agosto había tenido un día de pesca bastante


buena y lo celebraron con sus amigos, que también compartieron
de la favorable racha de suerte. Por esa razón estuvieron libando
copas hasta más o menos la media noche, hora en que se
despidieron de sus vecinos y regresaron los tres a su choza
dispuestos a descansar. Al llegar, su hijo, que estaba más sobrio,
sintió deseos de satisfacer una necesidad corporal.

—Voy a “obrar” —les dijo—, recogiendo unos papeles de


periódico.
Y salió, encaminándose a la parte posterior de las casuchas.
No había pasado mucho rato cuando sus padres, que se
disponían a acostarse, escucharon sus gritos pidiendo auxilio.
Eran gritos desesperados, verdaderos alaridos de terror, que los
37 “EL MISTERIO DEL IDOLO DE ORO”

hicieron salir corriendo a medio vestir. Sus vecinos, con los que
estuvieron conversando poco antes, también habían oído los
gritos del mozo y salían presurosos. El grupo llegó al mismo
tiempo al lugar en que el muchacho se debatía en el suelo en un
charco de sangre que manaba de profundas desgarraduras en el
cuello y en la cara… Tenía cercenada la yugular y graves
mordiscos en la cara de la que colgaban trozos de carne…
Aún estaba con vida y todos lograron escuchar que les dijo,
como delirando: “¡Puma… un puma…!, muriendo en brazos de
sus padres a los pocos instantes.
Su muerte causó sensación. La policía se reía de la historia
del puma.
—Nunca ha habido pumas por estos sitios… —decían—,
esto es una estupidez. Sólo a una caterva de borrachos se le
puede ocurrir tamaña sandez… ¡puma por acá!
Y poco faltó para que los viejos fueran acusados de
asesinato. Pero las declaraciones de sus amigos, que habían
visto y oído lo mismo que ellos los últimos momentos del
muchacho, fueron corroborados por el protocolo de autopsia al
declarar que la muerte del joven debíase a la hemorragia
producida por desgarramiento de los tejidos, venas y arterias,
causado, al parecer, por garras y colmillos de un gran animal
carnívoro…
El sufrimiento y la tragedia, al par que la extraña
coincidencia en las fechas y en los hechos, hicieron que el padre
comenzara a pensar en el ídolo de oro con cabeza de felino. En
cuanto a la madre, sin atreverse a decirle nada a su marido,
aprovechó de una ida a la ciudad para confesarse sus cuitas al
cura párroco.
38 YOSIP IBRAHIM

—Padrecito —le dijo entre sollozos— el diablo nos está


persiguiendo…
Y a continuación, le refirió cuanto había sucedido, desde que
sacaran el ídolo de las ruinas de Pachacamac. El sacerdote trató
de hacerle comprender que se trataba de supersticiones. Que no
debía seguir creyendo en esas cosas; que era pecado creer en
brujerías y que debía olvidar esas ideas ignorantes.
—Tú misma me has dicho, hija mía, que en Huánuco, todos
los testigos asegurado haber visto huir uno de esos animales. Y
que ahora, tu hijo, antes de morir, les dijo que se trataba de un
puma.
—Sí, padrecito; pero aquí dicen todos que nunca ha habido
pumas…
—Es cierto, es cierto…pero, sin embargo, no es raro que
pueda haber bajado hasta la costa una de esas fieras, acosado
por el hambre. Por eso te repito que no debes seguir pensando
en ideas ignorantes y supersticiones. ¡Es un pecado creer en
esas cosas!... En cuanto a lo del ídolo, ya te he dicho que
hicieron muy mal en apropiarse de él. Eso es un robo.
Recuérdalo bien, es un robo… todos esos objetos pertenecen,
ahora, a la Nación, y es el Estado el que debe conservarlos.
Ustedes deben devolverlo a las autoridades…
Con tales amonestaciones, la mujer regresó hecha un mar
de confusiones. Estaba indecisa entre revelarle a su marido lo
que hablara con el religioso o callarse. Temía que el huaquero la
castigase por habladora; pero, al mismo tiempo, le daba vueltas
39 “EL MISTERIO DEL IDOLO DE ORO”

en la cabeza lo que el cura le ordenara sobre la devolución del


ídolo…
Así pasaban los días hasta que al cumplirse el primer mes
de la muerte de su segundo hijo, recordando lo sucedido, no
pudo contenerse más.

—A cada momento me dices —le increpó a su marido— que


este ídolo tiene la culpa… ¿Por qué no lo devuelves?... eso es de
las autoridades, como dice el señor cura…
— ¡El señor cura!... ¿Has hablado tú con el cura de todo
esto…?

—Bueno… tuve que confesarme…

— ¡Vieja bruta! ¡Qué tienes tú que hablar con nadie de


nuestras cosas…!

—Como siempre estás diciendo que es ese ídolo el que


tiene la culpa…
Martínez levanto la mano con intención de golpear a su
mujer, pero se contuvo. Algo, en su interior, como una vocecita
insistente, le decía que su mujer tenía razón, que debía
deshacerse de la estatuilla de oro…
Pero su codicia lo dominaba todavía. Conversando, después, en
varias ocasiones, con su mujer sobre los concejos del sacerdote,
hizo un esfuerzo por creer que, en verdad, eran supersticiones, y
que no debía pensar en ello…
40 YOSIP IBRAHIM

C A P I T U L O IV

La extraña muerte del huaquero

El enfermo hizo una pausa y me pidió un cigarrillo —


continuó contando mi hermano—. Como yo le dijera que no
debía fumar, sonrió tristemente y mirándome con fijeza, repuso:
—No, patrón, no importa… Yo voy a morir, de todas
maneras hoy…
—Sin embargo, los médicos dicen que Ud. Está todavía muy
fuerte.
—Si, patrón…; pero a mí me matara ese demonio…
Y, reanudando su relato, me contó que la desgracia los
cosaba. Al poco tiempo de la muerte del segundo hijo, la pesca
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comenzó a escasear. Tuvieron que vender su chalana y sus


redes y buscar trabajo. Al fin lo consiguieron en una hacienda
cerca de Huacho, y allí vivían cuando se enfermó la señora, con
una enfermedad muy extraña que los médicos no sabían cómo
curar. Así corrió otro año. Los dos viejos veían con temor
acercarse el fatídico 12 de Agosto, y la mujer, ya no podía
levantarse de la cama, pues la fiebre no cedía ante ningún
tratamiento.

La noche en que se cumplía el tercer aniversario del


descubrimiento del ídolo, el huaquero se había acostado
temprano. Las labores en el campo fueron arduas y el hombre,
después de darle a su mujer los remedios indicados por el
médico, se había acostado junto a ella en la vieja tarima que les
servía de lecho. Cansado por el trabajo de todo el día, se quedo
profundamente dormido.

Una lamparita de aceite iluminaba una imagen del Señor de los


Milagros, sobre una pobre mesa al lado de la cama de ambos,
alumbrando con sus mortecinos rayos los rincones del cuarto.
Haría un par de horas que dormían los dos, y la ranchería de la
hacienda comenzaba sumirse en el silencio de la noche, cuando
un grito de espanto de su mujer despertó a Martínez…
— ¡Lo he visto! —chillaba la anciana, en una crisis de
nervios indescriptible—. ¡Se iba a lanzar sobre mí…!
Y abrazada a su esposo, le aseguró que un puma enorme la
había amenazado. Aquel procuró calmarla, diciéndole que se
trataba de una pesadilla.
42 YOSIP IBRAHIM

— ¡Lo he visto!... ¡no estaba dormida!... ¡estaba allí! —y


señalaba un rincón obscuro del cuarto—¡iba a saltar sobre
mí…!
A los gritos que daba la señora acudió una vecina, quien,
con el marido, logró apaciguar a la asustada mujer,
demostrándole que no había nada extraño en la habitación.
De común acuerdo resolvieron ir en busca del médico de la
hacienda para que le diera un calmante, y mientras el viejo
salía a llamarlo, su amiga quedose acompañando a la
enferma…
El facultativo no estaba en su casa. Hubo que buscarlo y,
al fin, pudo Martínez hallarlo en el casino del campamento
anexo a la ranchería, jugando a las cartas con otros
empleados.
— ¿Qué quieres? — le pregunto al verlo que se paraba
tímidamente sin atreverse a molestarlo.
—Es mi señora… está muy asustada y no puede
dormirse, patrón, quisiera que le diese un remedio para que
se calme porque está gritando…
—Bueno, bueno; espera que termine esta manito y ya
iremos a verla.
La “manito” demoró una media hora larga. Una vez que
terminaron, y pagó lo que perdiera, se sirvió una buena copa
de pisco y salió en compañía del peón en dirección a la
ranchería.
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