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no practicarlo
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Lo que llamamos aquí disociación --pero que podríamos también considerar una
incongruencia entre la sofisticación del pensamiento y la entereza del acto, hoy en día ha
llegado a un punto crítico, debido a la sobreabundancia de información, misma que no tiene
un equivalente de confirmación y consolidación a través de la práctica. De la misma manera
en que en nuestra época hemos desarrollado el hábito de existir en espacios virtuales que se
diferencian de lo que en relación llamamos el mundo real, también hemos desarrollado el
hábito del conocimiento virtual a diferencia del conocimiento real. Nuestro conocimiento
está basado en la información y cada vez tenemos más información, pero esa información
sólo nos brinda un conocimiento virtual y generalmente superficial de las cosas, y no tiene
una equivalencia práctica. Cada vez conocemos más cosas, pero no existe una relación
proporcional con nuestra capacidad de hacer cosas, esto es desde objetos materiales, como
también disciplinas inmateriales que produzcan resultados tangibles en el cuerpo o en la
psique. Hemos comprado la idea de que la información es por sí misma un bien y que es
equivalente a conocimiento e incluso a conciencia, pero esto es fácil de refutar mirando a
nuestro alrededor y a nuestro interior. Para que la información se convierta en conocimiento
es necesaria la experiencia, es decir la práctica, que hace que ésta se integre como un todo
coherente.
Algunos analistas de medios han detectado que nuestra era de la información es también la
era de la desinformación o de la sobreinformación (el escritor Charles Simic la llama
simplemente la era de la ignorancia), en la que el libre acceso se torna una inundación de
información que no pasa por los antiguos filtros que, si bien a veces restringían la
información con fines de control, también, sobre todo, nos instruían y daban sentido a la
información, separando de alguna manera el grano de la paja. La abundancia de la
información significa también que cada vez existe más información de poco valor y que el
gran torrente de lo nuevo sepulta lo viejo que había perdurado por alguna razón (quizás
porque tenía un valor basado en principios menos efímeros). A esto se suma que la gran
libertad del hombre moderno --quien tiene el derecho de hacer y consumir lo que le dé su
regalada gana-- también lo ha enfrentado con el vacío de no tener autoridades confiables que
lo orienten dentro de este laberinto. Existe una gran diferencia entre tener acceso a
información --por ejemplo un tratado de alquimia del siglo XVII-- y tener un conocimiento
valioso por haber consumido ese contenido. En muchos casos, como en el ejemplo citado, de
hecho el contenido no tiene sentido si no es puesto en práctica, para lo que a veces es
necesario incluso un maestro que siga dentro de la tradición de ese conocimiento. Asimismo,
la información que impera en los medios electrónicos refleja el paradigma materialista
utilitario en el que se favorecen los contenidos que puedan tener un beneficio inmediato y
que no requieran de un esfuerzo significativo de la audiencia.
Si bien la filosofía occidental advirtió sobre este problema, en la filosofía oriental existe toda
una tradición que categóricamente enfatiza que no existe conocimiento verdadero sin práctica
y de hecho la práctica es en jerarquía superior a todo conocimiento intelectual. En el budismo,
por ejemplo, es totalmente plausible alcanzar la iluminación sin leer ningún libro mientras
que se lleve a cabo una práctica virtuosa, en cambio es completamente inaudito alcanzar un
estado elevado de conciencia solamente leyendo libros sin que esto vaya acompañado de un
accionar. De hecho existen numerosos maestros que recomiendan abandonar totalmente el
aspecto intelectual y concentrarse únicamente en la práctica, en el trabajo diario de la mente
y el cuerpo (evidentemente en este punto no debemos ser demasiado extremistas, ya que la
mayoría de los maestros budistas o de otra tradición estará a favor de un equilibrio, puesto
que cada uno puede ayudar a profundizar en el otro).
(Rueda del Dharma con venados)
El maestro budista de la escuela nyingma, Thinley Norbu, hace una buena labor recalcando
esto. En su texto White Sail, escribe que para no hacer de nuestra vida un completo
desperdicio "toda la actividad humana debe estar conectada al Dharma". Dharma es un
término interesante, ya que refleja de manera muy especial lo que venimos diciendo aquí.
Por una parte, Dharma se puede traducir como "ley", "verdad" o "realidad", pero también
significa el camino o la práctica misma, es decir, expresa la identidad entre la verdad y la
acción que refleja esa verdad. Coloca en el centro de la filosofía la congruencia entre el
pensamiento y la acción, y conecta la estructura metafísica con los actos materiales que son
el acabado de esa estructura. Norbu nos exhorta a evitar la tendencia a conocer mucho "pero
sólo usar lo que aprendemos para nuestro propio beneficio temporal en esta vida", puesto que
este conocimiento se convierte en "un obstáculo para romper la primacía del ego, ya que no
tiene la intención positiva de alcanzar la iluminación para el beneficio propio y el de los
demás... Si estamos más interesados en adquirir conocimieno que en conectar el
conocimiento con la práctica, no tendremos beneficios incluso si estamos familiarizados con
ideas espirituales". A esto último, Chögyam Trungpa lo llama "materialismo espiritual", una
idea de acumulación de bienes espirituales que no encuentra su liberación en la práctica y en
la que ocurre lo mismo que con el hombre que va guardando su dinero y sus tesoros sin nunca
usarlos.
Además, este mal hábito de acumulación tiene el efecto negativo de que bloquea el ingreso
de nuevo conocimiento, debido a que al no practicarlo tampoco lo ponemos a prueba y
mantenemos ocupado nuestro sistema de creencias y nuestro espacio de memoria por esta
información que tenemos como cierta, pero que a lo mucho es una conjetura. Dice Norbu:
Tal vez podemos pensar que estamos lejos de tradiciones como el budismo con su clara
disciplina hacia el Dharma, o tal vez no estemos inclinados al misticismo. Sin embargo, todas
las tradiciones religiosas y filosóficas tienen un importante componente de práctica. Podemos
decir, sin temor a equivocarnos, que no hay filosofía sin ética ni estética, es decir sin
experiencias que consoliden el saber filosófico. Por ello, en el platonismo encontramos una
identidad entre las ideas de verdad, bondad y belleza, las cuales son una especie de Dharma
a la occidental. Hacer el bien conduce a lo divino pero también contemplar la belleza nos
lleva a lo bueno y nos permite encontrar lo universal en lo individual, acercándonos a un
valor más profundo que lo meramente material. En este sentido también el arte puede ser una
práctica filosófica –y no sólo la creación artística sino también la contemplación artística, no
en tanto que intelectualiza, sino que experimenta directamente una esencia o un arquetipo.
(Buda Shakyamuni descendiendo la montaña después de retiro ascético )
No sólo en las filosofías orientales tenemos toda una gama de prácticas ascéticas, también en
las diferentes filosofías grecolatinas. Pensemos en Pitágoras y todos los requerimientos que
imponía para ser admitido en su escuela (entre ellos, pasar hasta 5 años en silencio). Los
cínicos, los estoicos, los epicúreos, etc., todos tenían una serie de prácticas identificables, ya
sea que fueran dietas, oraciones, libaciones, sacrificios, o una serie de actos morales
predefinidos. Como nos dice Pierre Hadot, la filosofía antigua es de hecho un "ejercicio
espiritual".
Los tres grandes monoteísmos no podrían entenderse (y sobre todo vivirse) sin la práctica
orientada a incrementar la disposición espiritual del practicante y acercarlo a unirse con su
dios. Estas practicas --meditación, oración, ayuno, caridad, etc.-- van mucho más lejos de las
costumbres modernas como ir a misa un día a la semana o cosas similares; están integradas
a un continuum en la vida diaria y son inseparables de sus actos más comunes.
Hoy en día, los filósofos que son tomados como serios, encumbrados en las torres de marfil
de las universidades, no se rebajarían a recomendar una serie de disciplinas ascéticas o
condicionar el acceso al conocimiento a una serie de prácticas de refinamiento de la
percepción --esto es considerado propio de gurús de autosuperación y personajes
intelectualmente inferiores.
El paradigma reinante de la filosofía como una disciplina mayormente intelectual prioriza la
acumulación de conocimiento --el que más ha leído, el mejor informado, el que más
argumentos puede barajar es considerado el más inteligente e incluso el más sabio. Esta
concepción hace de la inteligencia algo similar a un bien material que debemos atesorar
cuantitativamente y la cual podremos usar como si fuera una divisa. En la visión oriental,
pero que también encontramos en la tradición mística de Occidente, lo único que se busca
acumular es virtud, todo lo demás es un peso adicional para liberarse de la rueda de ilusiones
y la feria de vanidades que es este mundo.
* * *
El alquimista suizo Paracelso decía que "Aquel que quiera estudiar el libro de la
Naturaleza deberá de caminar sus páginas con sus pies". Dice el filósofo Manly P. Hall, el
gran recuperador de las tradiciones místicas, "si quieres conocer la doctrina, vive la vida" o,
en otras palabras, la verdadera sabiduría no puede aprenderse, debe experimentarse, y no sólo
experimentarse una vez en un salto de la conciencia sino que debe experimentarse de manera
constante aunque discreta, de tal forma que se funda con la existencia misma, que no haya
intervalo entre lo que conocemos y lo que hacemos. Esta es la función y el secreto mismo de
la sabiduría: convertirse en aquello que uno conoce.
http://pijamasurf.com/2016/01/el-problema-de-acumular-conocimiento-y-no-practicarlo/