Está en la página 1de 44

CAPITULO LXIV

EL PUESTO DEL HOMBRE EN LA NATURALEZA

64.1. Nuestra última tarea en este libro consiste en investigar, lo mejor que podamos

con los datos disponibles, qué relación tiene el lenguaje con lo posición que ocupa el

hombre en la naturaleza. Desde tiempo inmemorial los hombres han investido de

características humanas a los animales y espíritus del folklore, incluyendo en todos los

casos la facultad de hablar. Pero lo cierto es que el hombre es actualmente la única

especie que posee esa facultad, y que a ninguna otra especie viviente se le puede atribuir

razonablemente haber tenido esa facultad antes y haberla perdido más tarde. La

aparición del lenguaje en el universo —por lo menos en nuestro planeta— es

exactamente tan antigua, pues, corno la del hombre mismo. Nos gustaría saber cual es el

origen del lenguaje y de qué manera su aparición determinó la vida y el destino

subsiguientes de los organismos que lo desarrollaron. No es posible dar respuesta

detallado y exacta a esos interrogantes, pero tenemos la obligación de formular los

hechos con tanta precisión como lo permitan los datos disponibles y el derecho de ir

algo más allá por el camino de las conjeturas plausibles y fundamentadas.

Presentaremos previamente, como esquema de referencia, un breve cuadro de la

posición que ocupa el hombre en el árbol genealógico animal. Todos los seres humanos

vivientes pertenecen a una cola especie: homo sapiens. La filiación genética de homo

sapiens es la siguiente:

Género: homo. Durante el período holoceno (los últimos treinta mil años

aproximadamente) homo Sapiens ha sido el único representante de este género. En el

pleistoceno (desde hace aproximadamente 700.000 años hasta hace alrededor de 30.000)

existía por lo menos otra especie, homo neanderthalensis, cuyos restos se han
encontrado en Europa, el Medio Oriente y el Asia Central; lo mismo que home sapiens

poseía un cerebro extremadamente grande.

Familia: homínidos. Homo es el único género de esta familia que sobrevivió hasta el

holoceno. Los fósiles del pleistoceno atestiguan la existencia en ese período de otros

dos géneros: pitecantropo, descubierto en Java y China, y australopiteco, de África del

Sur. Ninguno de ellos tenia un cerebro especialmente grande, como el de homo, pero el

usó más temprano de toscas herramientas y del fuego para calentarse (no para cocinar,

ni tampoco el hacer fuego) datan del pleistoceno inferior y no eran privativos de homo.

Superfamilia: hominoideos. Además de los hominidos y de otra familia hoy extinta,

comprende la de los póngidos, cuyos representantes son hoy nuestros parientes más

próximos. Los gibones contemporáneos pertenecen a una subfamlia de los pongidos (la

de los hilobátidos); los orangutanes, chimpancés y gorila, a otra (la de los símidos o

antropoides). Los primeros hominoideos debieron vivir en el oligoceno superior o a

principios del mioceno; los más próximos de los antecesores comunes a homo sapiens y

a los monos antropomorfos vivieron, presumiblemente, hace diez o quince millones de

años ( § 64.4).

Suborden: antropoideos. Además de los hominoideos, pertenecen a este suborden

todos los monos del Viejo y del Nuevo Mundo. Los fósiles más antiguos que se conocen

provienen del oligoceno.

Orden: primates. Incluye, Además de los anteriores, a lemúridos y társidos. Los

primeros fósiles aparecen en el ecoceno.

Grupo: unguiculados. Además de los primates, incluye a insectívoros, murciélagos,

desdentados. Los fósiles más antiguos son del cretáceo superior.

Infraclase: cuterios(mamíferos placentarios).

Subclase: terios (mamíferos placentarios y marsupiales).


Clase: mamíferos (además de los mencionados, los monotremas). Los fósiles más

antiguos provienen del jurásico.

Subtipo: vertebrados, del ordoviciense.

Tipo: cordados, del cambriano.

Reino: animal.

64.2. La comunicación animal. Aunque homo sapiens es la única especie viviente

que posee el don de la palabra, de ningún modo es el hombre el único animal capaz de

establecer algún tipo de comunicación. El problema de diferenciar al hombre de los

otros animales se confunde, en parte, con el problema de describir en que forma difiere

el lenguaje humano de los distintos tipos de comportamiento comunicativo que

manifiestan otras especies no humanas o prehumanas. 0, en otras palabras, el estudio

comparativo de la comunicación animal y humana se relaciona estrechamente con el

problema del puesto del hombre en la naturaleza. Por otra parte, es mucho también lo

que podemos aprender sobre el lenguaje humano estudiando los sistemas de

comunicación de otros animales. En tanto no lo hagamos no podremos comprender en

toda su significación la afirmación hecha más arriba de que sólo el hombre posee el don

de la palabra. A continuación examinaremos someramente varios ejemplos de

comunicación animal no humana.

Fijémonos, primeramente, en las abejas, que pertenecen a un tipo del reino animal

distinto de aquel a que pertenece el hombre. Cuando una obrera encuentra néctar regresa

a la colmena y ejecuta una danza. Se ha comprobado que algunos aspectos de la danza

trasmiten información sobre la localización del néctar a las otras obreras: unos

especifican la dirección en que se halla a partir de la colmena y otros especifican la

distancia. La abeja ejecuta la danza o comprende la danza que otra ejecuta (es decir,

vuela hacia el néctar en correcta dirección) sobre la base, a lo que parece, puramente del
instinto: las convenciones semánticas del sistema se han establecido en ella a través de

sus genes y no han necesitado, probablemente, de ningún tipo de aprendizaje. Dentro de

reducidos límites el sistema tiene flexibilidad, pues permite trasmitir mensajes que son

enteramente nuevos para todos los habitantes de una colmena. Pero las abejas no pueden

establecer comunicación sobre nada que no sea la dirección y distancia de un lugar

respecto de la colmena o del enjambre; o, si es que lo hacen, es por medio de otros

sistemas igualmente reducidos y especializados y no mediante ulteriores variaciones de

la danza.

Consideremos, en segundo lugar, el comportamiento sexual del pez espinoso

(gasteroslcus aculeatus, del mismo tipo y subtipo que el hombre, pero de una clase

distinta y mucho más antigua). La descripción que sigue refleja tanto observaciones del

pez hechas en su medio natural como los resultados de experimentos realizados en

acuarios. Durante la época de la reproducción el macho construye un nido en el fondo

del océano, del río o del acuario; luego nada hacia la superficie hasta que encuentra a

una hembra cuyo abdomen esté distendido con la hueva y entonces ejecuta una danza en

zigzag a su alrededor, primero volviéndose hacia ella y luego separándose. La reacción

de la hembra consiste en seguir al macho, quien la conduce al nido. En esta época el

vientre del macho es de un rojo vivo y sus ojos de un azul brillante. Una tosca

reproducción en madera de la hembra bastará para provocar en el macho la danza

amorosa; para ello, es esencial que este representada (a distensión del abdomen, pero

pueden dejarse de lado los detalles precisos de forma y coloración de la hembra. De

manera similar, una tosca imitación en madera del macho inducirá a la hembra a

seguirlo: se puede prescindir de casi todos los detalles, incluso los ojos azules, pero el

color rojo del lado inferior es indispensable y también debe irritarse de algún modo la

danza en, zigzag. A1 llegar al nido el macho se coloca en posición vertical, mirando
hacia abajo y señalando el nido, hacia el que nada la hembra. La misma respuesta de la

hembra se obtiene si se apunta adecuadamente con un modelo de madera, sin que sea

necesaria la presencia del nido. Por último, el macho frota con la boca el abdomen de la

hembra y ésta expulsa los huevos: un frotamiento hecho con cualquier objeto, en la

forma rítmica apropiada, conduce al mismo resultado. Por último, después de alejarse la

hembra, el macho expele la lecha. A lo largo de todo este proceso se observa una

sucesión bien definida de señales que van de uno a otro de los participantes y cada una

de las cuáles sirve, en todo o en parte, como estímulo para la siguiente. Es innegable

que se trata de un comportamiento comunicativo, bajo cualquier definición aceptable

del término, Pero, si acaso, el sistema es aún menos flexible que la danza de las abejas.

Por lo demás, sus convenciones se adquieren también seguramente por vía genética y no

por medio del aprendizaje.

En tercer lugar examinaremos el comportamiento que manifiestan, durante el proceso

de alimentación de la cría, algunas variedades de gaviota (larus argentatus, un tipo de

ave y por lo tanto vertebrado, lo mismo que el pez espinoso y el hombre, pero de clase

distinta: más reciente que la de los peces, pero probablemente más antigua que la de los

mamíferos). Poco después de haber salido del huevo, los pichones empiezan a pedir

alimento, amagando picotazos al pico de la madre —o del padre, si era este el que los

empollaba hasta ese momento—, al principio de manera torpe y poco exacta. La gaviota

adulta responde regurgitando un poco de alimento a medias digerido, tomando un

trocito de éste con la punta del pico y ofrecindoselo a los pichones. Estos siguen con su

picoteo hasta que uno de ellos se ingenia para apoderarse del bocado y tragarlo;

entonces la madre ofrece otro bocado. El proceso termina cuando los pichones dejan de

pedir, presumiblemente porque ya no tienen hambre. El esquema general de esta cadena

de interestímulos esta determinado, sin duda, genéticamente. Pero en cada uno de los
picotazos sucesivos podemos discernir quizás un elemento de aprendizaje: los primeros

aciertan menos; los que siguen —o los de comidas posteriores están mejor dirigidos.

Pero no es seguro que esa precisión cada vez mayor sea resultado del aprendizaje; puede

ser que se trate exclusivamente de un proceso de maduración, es decir, el desarrollo

gradual de pautas de comportamiento genéticamente determinadas. Aun cuando hubiese

algo de aprendizaje, es evidente que no hay nada que se pueda calificar de enseñanza.

Los actos de los padres —al construir el nido y luego al regurgitar y ofrecer alimento—

producen o constituyen factores del entorno de la prole; pero hablaríamos de

“enseñanza” únicamente si esos estos de los padres fueran a su vez aprendidos, lo que

evidentemente no es así.

Nos ocuparemos, por último, de los gibones (varias especies del género hilobátidos,

de la superfamilia hominoidea; por lo tanto, unos de nuestros más próximos parientes no

humanos entre los que hoy sobreviven). Los gibones se estimulan mutuamente de varias

maneras —gestos y posturas, por ejemplo—, pero lo más semejante al lenguaje que hay

en su comunicación es un sistema de gritos. Investigaciones de campo hechas con los

gibones del norte de Tailandia han demostrado que poseen un repertorio de por lo

menos nueve señales distintas, que difieren por el sentido y también por sus

antecedentes y consecuencias. Una de ellas es la que acostumbran emitir cuando el

grupo se ve sorprendido por un posible agresor: es una especie de chillido de tono

agudo; los gibones que la oyen a menudo repiten el grito y manifiestan un

comportamiento que sólo puede calificarse como “elusión”. Los demás gritos son

también la respuesta vocal apropiada a tipos de situaciones recurrentes y biológicamente

importantes. Una de esas situaciones es el descubrimiento de comida; otra es el interés

amistoso y el deseo de compañía. El propósito de un cuarto tipo de grito parece ser el de

impedir que los miembros de la banda se dispersen demasiado durante sus expediciones
conjuntas entre los árboles en busca de comida. Desde el punto de vista de la

comunicación, la propiedad más importante de este sistema es su falta de flexibilidad.

Cualquiera sea realmente el número exacto de gritos es, de todos modos, finito y

reducido. Se trata de un sistema cuyas señales son todas mutuamente exclusivas, en el

sentido de que sea cual fuere la situación que se le presente a un gibón éste sólo puede

responder con uno a otro de los gritos o con ninguno. No puede, en principio, emitir una

señal que tenga algunas de las características de un grito y algunas de otro. Es cierto

que, aparentemente, puede variar la intensidad o el número de repeticiones de

cualquiera de ellos, pero esto se parece mucho a la variabilidad de la "periferia auditiva"

que rodea al habla humana —los fenómenos paralingüísticos ( § 6.5 y Notas) — y no a

nada dentro del lenguaje propiamente dicho. Los sistemas de gritos de distintas especies

de gibones, y tal vez de bandas distintas de la misma especie, presentan algunas

diferencias. Esa diferenciación puede tener base enteramente genética, pero no es

posible afirmarlo con certeza. También puede ser que refleje algún elemento de

transmisión tradicional: es decir, aprendizaje del sistema por parte de los jóvenes y

enseñanza del mismo por parte de los adultos.

El hecho de que estos cuatro ejemplos los clasifiquemos, junto con el lenguaje, como

comportamiento comunicativo es consecuencia de la definición general de

comunicación que aquí proponemos: son hechos de comunicación todos aquellos por

medio de los cuáles un organismo estimula a otro. Por lo tanto, clasificaríamos también

como comunicativo el hecho de que el rugido del león ahuyente a las gacelas, de que el

reclamo amoroso de los pájaros sirva para atraer depredadores o de que el marido

decida lavarse las manos e ir al comedor cuando ve a su mujer poner la mesa. Sin

embargo nuestra definición, aunque muy amplia, no lo abarca todo: supongamos que

una persona ve ponerse el Sol y se prepara para acostarse o que un mozo de café se
libera de un parroquiano indeseable tomándolo del cuello y arrojándolo fuera; en el

primer caso no ha habido comunicación porque aun cuando la relación es de estímulo

más bien que de acción directa, el sol no es un organismo, y el segundo episodio

tampoco es comunicativo porque la acción es directa (aunque sin duda tiene efectos

laterales comunicativos: la actitud del parroquiano respecto del mozo puede ser muy

diferente en el próximo encuentro). Pero si una persona se prepara para acostarse porque

alguien le dice que cl sol se esta poniendo o si el mozo hace salir al parroquiano

amenazándolo con un gesto, en ambos casos tenemos estímulo entre organismos y, por

ende, comunicación.

64.3. Las propiedades generales del lenguaje. A nada conduce afirmar —por

justificada que esté esa afirmación— que es la diferencia entre el lenguaje humano y

cualquier sistema de comunicación no humano es "grande", si no nos preocupamos

también por saber cuáles pueden ser las causas de esa gran diferencia. Ahora bien, a

pesar de la variación que muestran las distintas lenguas en muchos aspectos, todas

tienen en común —como sistemas de comunicación— una serie de características o

propiedades básicas que no se dan juntas en ninguno de los sistemas de comunicación

no humanos que se conocen, en los que sólo se dan separadamente unas a otras. A

continuación presentamos una lista de quince de esas propiedades. No todas son

lógicamente independientes ni pertenecen necesariamente al conjunto de las

propiedades que sirven realmente para definir una lengua humana como tal. Por lo

demás, la lista no es exhaustiva y es posible que la investigación revele la presencia de

algún otro rasgo igualmente importante. Las quince propiedades a que nos referimos

son las siguientes: 1) vía voca-auditiva, 2) trasmisión irradiada y recepción dirigida, 3)

fáding rápido, 4) intercambiabilidad, 5) retro-alimentación total, 6) especialización, 7)

semanticidad, 8) arbitrariedad, 9) carácter discreto, 10) desplazamiento, 11) dualidad,


12) productividad, 13) trasmisión tradicional, 14) prevaricación y 15) reflexividad. E1

cuadro 64.1 indica si aparece o no cada una de esas propiedades en los sistemas de

comunicación animal descritos más arriba. Para ampliar el campo de comparación

hemos agregado una sexta columna con la que queremos aludir a la tradición musical de

Occidente, desde Bach hasta la actualidad. A continuación expondremos brevemente las

quince propiedades mencionadas.

1. Vía vocal-auditiva. En el lenguaje, las señales que se emiten consisten

íntegramente en pautas de sonido, producidas mediante movimientos del aparato

respiratorio y del sector superior del digestivo. Ninguna actividad concomitante del

hablante, aunque produzca algún sonido, forma parte del habla. Las señales se reciben

por intermedio de los oídos, si bien hay ocasiones en que la observación de los

movimientos articulatorios del hablante ayuda al oyente a comprender señales que de

otro modo podrían resultar ininteligibles por efecto del ruido ambiente.

Por otra parte, téngase presente que no todos los sonidos y rasgos fónicos que

producen los movimientos articulatorios son parte del lenguaje. En este punto conviene

mencionar nuevamente que la actividad de hablar produce también una variedad de

efectos sonoros, "gestos vocales" y otros fenómenos semejantes, que no forman parte

del lenguaje y que es útil clasificar juntos como fenómenos paralingüísticos ( § 6.5 y

Notas). En las páginas que siguen tendremos ocasión de referimos a ellos varias veces,

en tanto constituyen un sistema de comunicación distinto del lenguaje y anterior a él en

el proceso evolutivo del género humano.

Casi todos los mamíferos (la jirafa es una excepción) producen sonidos vocales. De

manera general, pues, la vía vocal-auditiva constituye —frente a otras variedades de

vías de comunicación: cinético-táctil-química en las abejas, auditiva pero no vocal en


algunos insectos— una característica propia de los mamíferos. Los mecanismos de

producción y percepción del sonido

CUADRO 64.1

ABEJA PEZ GAVIOTA GIBÓN LENGUJE MÚSICA


ESPINOSO INSTRUME
NTAL
danza comportamie alimentación gritos
nto sexual de la cría
vía vocal no no no sí sí auditiva no
auditiva vocal
irradición sí sí sí sí sí sí
fáding rápido ? ? ? sí sí sí
(repetición)
intercambiali sí no no sí sí sí
dad
retroalimenta ? no ? sí sí sí
ción total
especializaci ? en parte ? sí sí sí
ón
semanticidad sí no no sí sí no
en general
arbitrariedad no — — sí sí —
carácter no ? ? sí sí en parte
discreto
desplazamien si , siempre — — no sí, —
to a menudo
dualidad no — — no sí —
productivida sí no no no sí sí
d
tradición probablemen ¿no? probablemen ? sí sí
te no te no
prevariación no — — no sí —
reflexivilidad no no no no sí ?

El signo de interrogación significa que la respuesta es dudosa, no se conoce o no la conoce el


autor. Una raya significa que es imposible determinar la presencia o ausencia de la propiedad en
cuestión porque hay otra que falta o está indeterminada: así por ejemplo, arbitrariedad e
iconicidad sólo pueden juzgarse dentro de un sistema que esté caracterizado por semanticidad.

en las aves son tan similares que invitan a aplicar también al canto de los pájaros el

término "vocal-auditivo".

Es muy dudoso que el sistema vocal-auditivo de ningún animal excepto el hombre

haga uso distintivo del timbre vocálico. Hay dudas, incluso, de que un animal tan

domesticado como el perro preste atención a las diferencias de timbre vocálico al


responder a las señales vocales del hombre. Pero estas cuestiones necesitan ser

verificadas en investigaciones de carácter experimental. La importancia de la boca y el

oído en la vida humana se refleja en la gran representación cortical de esas dos regiones.

Las diferencias en representación proporcional respecto de un mono cualquiera, por

ejemplo, son enormes.

11. Trasmisión irradiada y recepción dirigida. El sonido, lo mismo que la luz, se

mueve en todas direcciones a partir del punto en que se origina a través de cualquier

cuerpo uniforme, disminuyendo gradualmente en intensidad a medida que se aleja de su

fuente. A diferencia de la luz, las ondas sonoras atraviesan o circundan cierto tipo de

obstáculos: oímos, a través de una pared, la voz de una persona a quién no vemos.

En cualquier sistema de comunicación que use una vía sonora la trasmisión será, por

lo tanto, básicamente, de tipo irradiado: todo órgano o aparato receptor que se encuentre

a distancia apropiada detectará la señal. Son muchas seguramente las condiciones

ecológicas en las cuales este carácter público de la comunicación sonora atenta

potencialmente contra la supervivencia, y ello constituye, sin duda, una importante

desventaja de la vía vocal-auditiva.

Como complemento de la trasmisión irradiada, la audición suele estar

razonablemente orientada respecto de la localización de la fuente sonora. El paralaje de

la audición binauricular puede siempre completarse con movimientos de las orejas o de

todo el cuerpo. En consecuencia, las señales sonoras no necesitan por lo general incluir

ninguna especificación del lugar en que se halla cl animal que las trasmite: esta

información la imparte la estructura física de la vía misma y es, por cierto, difícil de

retener. Un gibón que encuentra comida emite el grito apropiado a esa circunstancia,

que es distintivamente diferente de los otros gritos del sistema. Pero no son las

propiedades acústicas del grito las que informan a los demás gibones dónde esta el
alimento: únicamente la localización del animal que lo ha emitido puede dar esa

información. Aproximadamente en la misma forma —o fundamentalmente por la

misma razón—, todas las lenguas tienen palabras como aquí y yo, cuyas denotaciones

se deben inferir a partir de la observación de dónde esta y quién es el hablante en cl

momento en que esas palabras se emiten.

III. Fáding rápido. Una tercera propiedad, inherente a cualquier sistema de

comunicación que use una vía sonora, es también consecuencia de la naturaleza física

del sonido: las señales son evanescentes, y a menos de ser captadas en el momento justo

se pierden en forma irrecuperable.

Es verdad que, con el tiempo, cualquier mensaje está sujeto a fáding: una inscripción

cuneiforme de hace seis mil años puede ser legible todavía hoy, pero en algún momento

habrá de desgastarse o desintegrarse. Sin embargo, si se toma como escala el lapso de

cada generación animal, es útil distinguir entre sistemas no registradores, cuyas señales

deben recibirse en el momento exacto en que se emiten o de lo contrario se pierden, y

sistemas registradores, cuyas señales pueden recibirse después, a conveniencia del

receptor y, en algunos casos, repetidamente, pues la información trasmitida queda en

alguna forma almacenada. En un sistema de comunicación con fáding rápido esta

propiedad requiere que el contenido del mensaje, si ha de quedar almacenado en alguna

parte, lo sea internamente en el receptor.

El aspecto positivo del fáding rápido es que impide que los mensajes ya, trasmitidos

cubran desordenadamente el canal de comunicación e imposibiliten la trasmisión de

otros nuevos (como ocurre algunas veces cuando se dispone de un pizarrón Pero no de

un borrador); así, las señales urgentes tienen vía libre. En el mundo animal, las señales

sonoras tienen, frente a las señales olfativas, la ventaja de su difusión rápida, de modo

que una señal urgente puede trasmitirse a gran distancia lo bastante rápido como para
ser útil. Pero las señales olfativas tienen la ventaja del fáding lento, lo que permite que

durante un cierto lapso los animales que encuentren el rastro puedan reaccionar ante él

en la forma apropiada. La desventaja del fáding virtualmente instantáneo de las señales

sonoras se supera mediante la trasmisión repetitiva: la repetición de un mismo grito en

tanto se mantienen las circunstancias que lo provocan es una característica muy

difundida de los sonidos animales. Se la encuentra también en la comunicación sonora

humana, pero se manifiesta más en la periferia paralingüística que acompaña al habla

que en el material lingüístico propiamente dicho.

La naturaleza no registradora del lenguaje se ha visto compensada en tiempos

recientes por la invención de varios sistemas registradores derivados, de los cuales el

primero fue la escritura; nada semejante a ella se ha descubierto hasta ahora en otros

sectores del reino animal.

Las propiedades II y III no son lógicamente independientes de I, puesto que son una

consecuencia necesaria de la naturaleza misma del sonido.

IV. Intercambiabilidad. Poseen esta propiedad todos aquellos sistemas en los cuales

los organismos participantes que están capacitados para trasmitir mensajes en el sistema

lo están también para recibirlos, y viceversa. En el caso del lenguaje, todo hablante

adulto de una lengua es en principio también un oyente y está teóricamente capacitado

para decir cualquier cosa que es capaz de entender cuando otro la dice; las excepciones

son sólo patológicas. En la danza de las abejas hay intercambiabilidad, de la que están

excluidos zánganos y reinas; también la hay en el sistema de gritos de los gibones, pero

falta, en cambio, en los otros sistemas animales descritos: en las señales del pez

espinoso, por ejemplo, es obvio que el macho y la hembra no pueden intercambiar sus

papeles. En los sistemas de comunicación vocal auditiva de muchos mamíferos y aves la

intercambiabilidad parece ser la regla


V. Retroalimentación total. En algunas variedades de comunicación cinético-visual

el trasmisor no siempre puede percibir algunos de los rasgos esenciales de la señal

emitida. En el comportamiento sexual del pez espinoso, por ejemplo, ninguno de los dos

participantes puede ver su propio vientre ni el macho tampoco sus ojos. En cambio,

salvo excepciones patológicas, cualquier hablante de una lengua humana oye todo lo

que dice en el momento de decirlo y esta retroalimentación auditiva se completa con la

retroalimentación cinestésica de los movimientos articulatorios. Parece probable que

todo sistema de comunicación vocal-auditivo —quizás incluso todo sistema sonoro—

comparta esta propiedad de retroalimentación total.

En § 13.4 vimos la importancia que tiene para el habla inteligible esta propiedad del

lenguaje humano. Pero, además, tiene una doble significación:

1 ) En el caso de todo animal que emite señales sonoras en sucesión, sean ellas

relativamente repetitivas (como lo son en muchos insectos) o varíen de una a otra (como

en algunos pájaros y mamíferos), debe tomarse en cuenta la posibilidad de que la

recepción, por retroalimentación, de cada señal emitida forme parte del estímulo que

condiciona la emisión y naturaleza de la siguiente. Cuando esto es así existe además la

ulterior posibilidad de que la retroalimentación sirva de base para ajustes en la serie de

señales con vistas a alguna norma cuya imagen está almacenada en el sistema nervioso

central del animal. Es de suponer que estos mecanismos sean sobre todo importantes

para los sistemas de comunicación en los que no participan enteramente los recién

nacidos y cuya adquisición, en el curso ordinario de los sucesos, parece implicar, sino

requerir, estímulos apropiados por parte de los adultos.

2) Una serie de señales que normal u originariamente se trasmite de uno a otro entre

varios miembros de un grupo de animales —cada una sirviendo a la vez como parte de

la respuesta a la precedente y como parte del estímulo para la siguiente— puede llegar a
estar a cargo, toda entera, de un solo animal. Es posible que esto no ocurra sino entre

seres humanos y es evidente que no puede ocurrir sino en un sistema de comunicación

que esté caracterizado por intercambiabilidad y retroalimentación total: son estas dos

propiedades las que permiten al ser humano “interiorizar” los papeles de otros y

mantener conversaciones consigo mismo, trasladando así a las situaciones en que está

momentáneamente solo todo el poder del lenguaje para resolver problemas y conflictos.

VI. Especialización. El marido ve a su mujer poner la mesa y se prepara para ir a

comer; o bien oye a su mujer decir la comida está lista y se dirige al comedor: de

acuerdo con la definición de comunicación que hemos dado más arriba ( § 64.2), tanto

en el primer caso como en el segundo ha habido comunicación. No obstante, la

diferencia entre las dos situaciones es bien evidente.

A fin de explicar esa diferencia, recordemos que cualquier acto de un organismo —

Incluyendo aquellos que trasmiten lo que algún otro organismo recibe como señal—

supone consumo de energía y tiene, por lo tanto, consecuencias energéticas directas.

Ahora bien, cuando la mujer pone la mesa la consecuencia física directa de su acción es

que los cubiertos, los platos y las copas quedan ordenadamente puestos sobre la mesa,

listos para la comida; esto está vinculado íntimamente, en las costumbres de nuestra

sociedad, a la función biológica de la alimentación. Pero esa misma acción sirve, a la

vez, de estímulo para que los otros miembros de la familia se dirijan al comedor: ésta es

una consecuencia que podemos llamar "indirecta”. Por el contrario, cuando la mujer

dice la comida está lista la consecuencia directa es una pequeña agitación de ondas

sonoras en el aire, lo que parece ser bien insignificante en términos de funciones

biológicas; las consecuencias indirectas, en cambio, son las mismas que en el caso

anterior y las únicas que tienen importancia biológica.


Diremos, pues, que un hecho de comunicación —o todo un sistema de

comunicación— está especializado en el grado en que sus consecuencias energéticas

directas sean biológicamente irrelevantes. El lenguaje es, evidentemente, un sistema de

comunicación especializado. También lo son la mayoría de las variedades de

comunicación animal que se clasifican como tales, ya que en general no se piensa que

la comunicación es sistemática y digna de estudio a menos que presente esta propiedad.

Es importante recordar, sin embargo, que la comunicación no especializada está muy

difundida en el mundo animal y que, filogenéticamente, es probable que haya sido la

matriz dentro de la cual y a partir de la cual se desarrollaron los sistemas de

comunicación especializados.

En algunos casos puede ser dudoso el grado de especialización de una señal

determinada. Un ejemplo de ello lo ofrece el comportamiento comunicativo del pez

espinoso. La distensión del abdomen de la hembra constituye un ingrediente esencial de

las "señales” que trasmite al macho. La acumulación de los huevos es la que produce,

por directa acción energética, esa distensión, y la consecuencia final de toda esa "danza"

amorosa implica la expulsión de la hueva y consiguiente desaparición de la distensión:

este elemento, por lo menos, del sistema de señalación no está, pues, especializado. Por

otra parte, el color rojo del vientre del macho parece servir solamente a la

comunicación y estar, por lo tanto, especializado: pero esta deducción no es segura,

pues puede provenir de un conocimiento insuficiente del mecanismo interno del pez.

VII. Semanticidad. Cuando los elementos de un sistema de comunicación tienen

denotaciones —es decir, tienen lazos asociativos con cosas y situaciones, o con tipos de

cosas y situaciones, del entorno de quienes lo emplean— y cuando el funcionamiento

del sistema reposa sobre tales lazos, decimos que el sistema es semántico o, también,
que una de sus propiedades es la semanticidad. Todas las lenguas humanas son sistemas

semánticos ( § 16.2).

Según esta definición, el sistema de gritos de los gibones tienen semanticidad: un

gibón reacciona ante el grito de peligro en la misma forma en que reaccionaría ante el

peligro mismo, sin que ello suponga que "identifique” el primero con el segundo. Hay,

pues, algún tipo de lazo asociativo entre el peligro y el grito de peligro, en virtud del

cual cualquiera de ellos provoca el mismo conjunto de reacciones y éstas son distintas

de las que provoca, por ejemplo, la presencia de alimento o la percepción del grito que

lo anuncia. Éstos son todos los datos que necesitamos para clasificar los gritos de los

gibones como un sistema semántico.

La danza de las abejas es semántica también, puesto que denota una localización

determinada en términos de dirección y de distancia respecto de la colmena. La reacción

de las obreras que observan la danza es la de dirigirse al lugar denotado.

En la señalación sexual del pez espinoso, por el contrario, no parece haber

semanticidad: un grito es, para los gibones, un símbolo de algo; una cierta velocidad o

dirección en la danza de una abeja es también un símbolo de algo; la danza del pez

espinoso macho es un estímulo eficaz para la hembra, pero no es símbolo de nada fuera

de sí mismo.

VIII. Arbitrariedad. En un sistema semántica de comunicación, decimos que hay

iconicidad en la medida en que cada símbolo se parece a su denotación en contornos

físicos o en la medida en que todo el repertorio de símbolos del sistema muestra

similitud geométrica con todo el repertorio de significados. En la medida en que un

símbolo o sistema no es icónico decimos que es arbitrario.

De ninguna relación semántica puede decirse que sea completamente icónica, ya que

para serlo el símbolo debería ser indistinguible del original. Un mapa de ruta, por
ejemplo, es icónico hasta un cierto punto: las rayas y puntos que representan ríos,

caminos y ciudades están dispuestos sobre el papel en la misma forma,

aproximadamente, que los originales sobre la superficie terrestre, con una reducción en

escala exactamente calculada: pero ni el color ni los diversos tipos de líneas que

representan caminos son icónicos, ni tampoco el ancho de la línea que representa un río

reproduce el ancho verdadero.

Las relaciones semánticas básicas de una lengua son extremadamente arbitrarias. No

hay ninguna similitud entre el sonido de la palabra perro (o francés chien o inglés dog)

y la apariencia, el sonido o el olor de un perro. Débiles huellas de iconicidad aparecen

en las onomatopeyas y formas parcialmente onomatopéyicas, y hemos visto ya que

incluso en ellas interviene en gran proporción el elemento arbitrario ( § 35.3).

En los fenómenos paralingüísticos puede darse un cierto tipo de iconicidad. En

nuestra cultura, el hablante suele aumentar el volumen de su voz a impulsos de la ira y

hay quizás alguna correlación aproximada entre la magnitud de su cólera y la magnitud

del volumen incrementado. Los grados de cólera son significados y los grados de

volumen son las señales que trasmiten esos significados, de modo que la representación

continua de aquéllos por éstos es icónica.

En la medida en que los sistemas vocal-auditívos de mamíferos y aves son

semánticos, parecen ser también básicamente arbitrarios. Tal es el caso, ciertamente, de

los gritos de los gibones, aun cuando el sistema de gritos parece estar inmerso en un

campo de variables continuas (lo mismo que el lenguaje en una matriz paralingüística) y

en ese campo puede haber rasgos icónicos: la intensidad general con que un gibón emite

el grito de peligro puede estar en función directa de la inminencia o importancia del

peligro. La asociación entre éste y su característico grito es, pues, arbitraria, pero la

correlación entre inminencia e intensidad es icónica.


En la danza de las abejas, la traducción de distancia en velocidad y de dirección en

desviación de la vertical es algo enteramente arbitrario, pero dentro de ese marco

arbitrario todos los demás detalles del sistema son icónicos: la velocidad de la danza es

inversamente proporcional a la distancia al néctar y el ángulo de la danza respecto de la

vertical es igual al ángulo entre la visual del sol y la dirección hacia el néctar.

La ventaja de la arbitrariedad sobre la iconicidad —en las lenguas humanas frente a

la comunicación de las abejas, por ejemplo— es idéntica a la ventaja de un sistema

alfabético de escritura sobre uno pictórico ( § 62.4) o a la que tiene una computadora

digital sobre una analógica (icónica) para programar una infinita variedad de

operaciones. Una computadora analógica, una escritura pictórica, la danza de las abejas

pueden estar maravillosamente adaptadas para una función muy específica y al mismo

tiempo ser inútiles para cualquier otra cosa. Los seres humanos pueden hablar acerca de

todo; las abejas sólo pueden "hablar” acerca del néctar.

IX. Carácter discreto. Cuando alguien pregunta dónde está alguna cosa, muchas

veces se responde señalando. Físicamente, mano y dedos pueden estar colocados en una

infinita variedad de posiciones pero, comunicativamente, el ademán está presente o no

lo está. Vale decir que de la totalidad de posiciones posibles de la mano y los dedos una

serie continua de ellas se clasifican juntas como "señalar" y la serie continua restante

como "no señalar”. Siempre que de un continuo físico de posibilidades se extraen en

esta forma ciertas regiones perfectamente discernibles unas de otras decimos que hay

cuantización: lo que se obtiene es un repertorio de señales discretas, En el gesto mismo

de señalar, en cambio, el dedo puede apuntar a una variedad infinita e insegmentable de

direcciones, en forma necesariamente imprecisa y sin otra delimitación que el relativo

grado de exactitud que por lo general es suficiente para comprender la señal: el continuo

físico de direcciones posibles no está cuantizado y el repertorio de señales es continuo.


Entre señalar y no señalar, pues, el contraste es discreto; pero para el gesto de señalar se

dispone de una serie continua de direcciones posibles.

En todos sus aspectos icónicos la danza de las abejas es un sistema continuo. Los

gritos de los gibones difieren uno de otro en forma discreta. Los fonemas de una lengua

no son sonidos sino regiones de sonido extraídas por cuantización del continuo

multidimensional de sonidos vocales fisiológicamente posibles, y en cada lengua esa

cuantización produce diferentes repertorios discretos de fonemas. Toda emisión

lingüística debe diferir de cualquier otra de la misma longitud al menos por un rasgo

fonológico completo: las emisiones no pueden ser indefinidamente similares una a otra.

En todo sistema semántico de comunicación, un repertorio continuo supone

iconicidad. Aunque las siguientes consideraciones no constituyen una prueba rigurosa,

bastan para demostrar el carácter sumamente plausible de esta afirmación. Con

iconicidad y un repertorio continuo, un leve error de señalación sólo resulta en un error

igualmente leve de interpretación, fácil de compensar: si la danza de una abeja no es del

todo exacta o si la abeja que la observa no vuela exactamente en la dirección indicada,

el rumbo del vuelo puede corregirse cuando las obreras llegan a la vista del néctar. Si,

por el contrario, a las señales de un repertorio continuo se les asignaran significados

arbitrarios, entonces cada una estaría rodeada por otras indefinidamente similares a ella

en contornos físicos, pero con significados totalmente distintos: el más leve error de

trasmisión o recepción podría dar lugar a errores indefinidamente graves de

interpretación. Ahora bien, sabemos que los errores —"ruido” en teoría de la

información ( § 10.3) — son fundamentalmente inevitables. Una de las maneras de

combatirlos consiste en asignar un orden continuo de señales posibles a un orden

continuo de significados, de lo que resulta iconicidad. La otra manera es cuantizar el

orden continuo y, en ese caso, los significados pueden ser icónicos o arbitrarios (en el
lenguaje, por lo tanto, la propiedad VIII es independiente de VII y IX. La cuantización

no elimina del todo la posibilidad de señales ambiguas, pero reduce su frecuencia, y

cuando aparece una sólo resulta ambigua entre dos o pocas alternativas; sin

cuantización, en cambio, sería ambigua para una infinitud no numerable de alternativas.

X. Desplazamiento. Unos Pocos sistemas semánticos, entre los que se cuenta el

lenguaje y sistemas derivados, como la escritura, tienen la propiedad de que aquello a

que se refiere la comunicación puede estar alejado en tiempo y espacio del momento y

lugar en que se establece la comunicación. Esta propiedad, que llamamos

desplazamiento, es aparentemente muy rara y el único ejemplo bien atestiguado fuera

del hombre es la danza de las abejas. Pero mientras esta última está siempre y

necesariamente desplazada, el lenguaje algunas veces lo está y otras no. Además, la

abeja no posterga su anuncio indefinidamente, como puede hacerlo un ser humano:

vuelve directamente a la colmena y lo hace. En lo que se ha observado hasta ahora, los

gritos de los gibones nunca están desplazados.

XX. Dualidad Supongamos que Paul Revere y su amigo ( § 36.3) hubieran

necesitado un repertorio total de varios cientos de mensajes en lugar de sólo dos. No

hubiera sido fácil poder tener a mano en la torre de la iglesia muchos cientos de

lámparas. Pero se podría haber convenido en que cada mensaje se representaría por una

hilera de cinco luces, cada una de las cuales sería verde, roja o amarilla. En ese caso se

habrían necesitado sólo quince linternas —una de cada color para cada posición— pero

el sistema habría servido para un total de 35 = 243 mensajes diferentes. Lo mismo que

en el sistema descrito por Longfellow, los significados se habrían asignado a los

mensajes totales, de modo que "luz roja en primera posición”, por ejemplo, no hubiera

tenido ningún significado individual propio: habría servido únicamente para distinguir

unos mensajes de otros, así como la /b-/ inicial de los morfemas españoles, bata, boro,
vena, bol los distingue de pata, toro, cena, col, pero carece de significado propio. El

sistema tendría entonces dualidad de pautamiento: un conjunto de convenciones

respecto de elementos mínimos con significado o pleremas (aquí los mensajes totales

con las convenciones semánticas establecidas para cada uno) y también un conjunto de

convenciones respecto de elementos mínimos sin significado propio, pero

diferenciadores de mensajes, o cenemas (aquí los tres colores y las cinco posiciones); un

sistema pleremático y un sistema cenemático.

El principio de dualidad es, en cierta forma, fuente de eficiencia y economía para

cualquier sistema de comunicación en el que se necesite distinguir entre un buen

número de mensajes diferentes: unos pocos cenemas pueden ordenarse en un elevado

número de agrupamientos breves y los significados asignarse a estos últimos. Todas las

lenguas humanas tienen dualidad de pautamiento: una estructura cenemática, que es el

sistema fonológico, y una estructura pleremática, que es el sistema gramatical. Toda

emisión de una lengua consiste en un ordenamiento de fonemas de esa lengua —los

cenemas lingüísticos— y, al mismo tiempo, en un ordenamiento de morfemas de esa

lengua —los pleremas lingüísticos—, cada uno de los cuales está representado

diversamente por algún breve ordenamiento de fonemas. Los fenómenos

paralingüísticos, por el contrario, no tienen dualidad. Esto es verdadero por definición,

en tanto cualquier porción de la comunicación vocal-auditiva humana que tenga las

propiedades de dualidad y de carácter discreto no puede distinguirse operacionalmente

de la porción que tradicionalmente llamamos lenguaje y debe por lo tanto ser parte de

él.

Cuando un sistema tiene dualidad, la función básica de su estructura cenemática es la

de identificar mensajes y mantenerlos distintos unos de otros. Normalmente, una

emisión producida en una situación dada. difiere por mucho más que por un rasgo
fonológico mínimo de cualquier otra emisión que podría aparecer en las mismas

circunstancias. Esto deja lugar para mucha variación no distintiva en detalles de

articulación, y aún más en la configuración de la señal lingüística para el momento en

que llega a los oídos del oyente. Ya hemos visto ( § 52.2) que la consecuencia inevitable

de ese hecho es el cambio de sonido. Éste resulta ser, pues, un acompañamiento

inseparable de la dualidad.

Muchos de —los sistemas de comunicación inventados por el hombre manifiestan

dualidad. Un ejemplo es el código Morse, en el que los cenemas son puntos .y rayas y

silencios de diversa duración y los pleremas son combinaciones de esos cenemas a las

que se han asignado significados (v. gr. dos puntos significan la letra "I"). Otro ejemplo

es la escritura orgánica que emplearon los hablantes de irlandés antiguo. Esta escritura

tenía cenemas, que consistían en ciertos trazos elementales, y pleremas representados

por ciertos ordenamientos de esos trazos; las denotaciones de los pleremas Eran los

fonemas del irlandés antiguo (figura 64.2).

En un sistema al que fuera posible atribuirle dualidad únicamente si el número de

"cenemas" fuera igual o mayor que el de "pleremas", no existiría de hecho ninguna

dualidad verdaderamente significativa. Ésta sólo se encuentra en los sistemas que usan

un repertorio relativamente pequeño de cenemas para componer uno relativamente

grande de pleremas. No hay ningún ejemplo claramente atestiguado de dualidad

significativa en sistemas animales de comunicación; en el sistema de gritos de los

gibones, por ejemplo, las diferencias entre los gritos son siempre globales. No obstante,

sería prematuro concluir que la dualidad significativa es una prerrogativa

exclusivamente humana.

XII. Productividad. Hemos mencionado ya ( § 18.1 y passim) el lugar común de que

todo hablante puede decir algo que nunca ha dicho ni oído antes y ser perfectamente
comprendido por sus oyentes, sin que hablante ni oyentes se percaten de la novedad en

lo más mínimo: un sistema de comunicación en el que es posible crear y comprender sin

dificultad mensajes nuevos es un sistema productivo. Hemos discutido también los

mecanismos que lo hacen posible, que se pueden clasificar juntos bajo el nombre de

analogía ( § 50.1). Hemos visto, por último, al tratar la ontogenia lingüística (§ 41.3),

cómo llega un momento en el que todo niño produce su primera emisión nueva

construida analógicamente, y hemos señalado que recién después que ello ha ocurrido

pueden sus hábitos lingüísticos amoldarse lentamente a los del habla adulta que lo

rodea.

La danza de las abejas también es productiva, en cuanto una obrera puede informar

acerca de una localización sobre la que no ha habido ninguna comunicación previa.

Pero, de hecho, cualquier sistema semántico continuo (y por lo tanto icónico) es

necesariamente productivo. Un sistema discreto, en cambio, no lo es necesariamente, y

los mecanismos analógicos que hacen productivo al lenguaje son muy diferentes de los

que son responsables de la productividad en la danza de las abejas. En un sistema

discreto la productividad implica que algunos mensajes del sistema —tanto los antiguos

como el que acaba de crearse— son pleremáticamente complejos; es decir, que

consisten en un ordenamiento de dos o más pleremas, en lugar de consistir cada uno en

un sólo plerema indivisible. Partiendo de un sistema sin complejidad pleremática, existe

una sola variedad de analogía por la que puede crearse un nuevo mensaje: el cruce ( §
51.2); un poco más adelante ( § 64.4) se verá la importancia de este hecho.

Fig. 64.2. La escritura ogámica.

Las líneas de base verticales representan el canto de las piedras en que se hacían las
inscripciones. Los trazos horizontales y oblicuos constituyen las letras del sistema. Cada letra
representaba un forma del irlandés antiguo, con algunas de las habituales irregularidades y
omisiones; las letras latinas impresas junto a las ogámicas indican esos valores con
aproximación. Cada letra ogámica, pues, era un plerema. Pero las letras se componen de uno a
cinco trazos, en uno a otro de tres ángulos respecto de la línea de base y extendiéndose a ambos
lados de ella o sólo a un lado: estos hechos revelan la estructura cenemática del sistema.
“Dirección”, "ángulo" y "número" no significan nada en sí mismos, pero sirven para distinguir
las letras (los pleremas) unas de otras.

Hay una distribución de principio entre un sistema semántico discreto productivo y

uno improductivo, aunque este ultimo tenga un número enorme de mensajes. Porque si

un sistema discreto es improductivo, el número de mensajes, por enorme que sea, es

necesariamente finito. En cambio, la productividad supone sólo un número finito de

unidades elementales de señalación (morfemas) y de pautas, pero permite la generación

de un número transfnito —aunque enumerable— de mensajes totalmente distintos,

La productividad debe distinguirse de la dualidad. En el sistema modificado de Paul

Revere —con quince linternas— las convenciones semánticas asignan significados

enteramente discretos a cada mensaje total, de modo que cada mensaje es un sólo

plerema y no hay complejidad pleremática: of sistema tiene, pues, dualidad, pero no

productividad.

De los restantes sistemas que hemos descrito, ninguno manifiesta productividad. Los

gritos de los gibones, por ejemplo, configuran un repertorio total de entre nueve y doce

gritos distintos, y aparentemente no hay ningún mecanismo que permita crear —y

comprender— un grito nuevo. Sí parecen constituir sistemas productivos, en cambio,


los cantos de algunos pájaros; al menos por el hecho de que cada ave enriquece con

colaboraciones propias el repertorio básico de su comunidad, haciendo que su canto sea

característico tanto de sí mismo como de su comunidad o especie.

XIII. Trasmisión cultural o tradicional. Para que un organismo pueda participar en

un sistema de comunicación, las convenciones de ese sistema tienen que establecerse de

alguna manera en ese organismo. Hay dos mecanismos biológicos que lo hacen posible.

Uno es el mecanismo genético: los genes de un individuo, heredados de sus padres,

rigen la pauta de crecimiento y, por ende, las pautas de comportamiento de ese

individuo. El otro mecanismo es la tradición.

El ser humano, cuando nace, no habla ninguna lengua. La lengua que llega a hablar

más tarde es la que usan las personas que lo rodean, ya sea que se trate de la lengua de

sus antepasados biológicos o no y, si no lo es, sin que ello afecte en lo más mínimo el

grado de habilidad con que llegue a hablarla ni el tiempo que requiera para aprendería.

Si, como ocurre ocasionalmente, una criatura se cría en absoluto aislamiento o entre

animales, no aprende ninguna lengua. Pero si, en cambio, se cría en sociedad y es

biológicamente normal excepto alguna deficiencia marginal, como la sordera o la

ceguera, es de advertir que tales impedimentos frecuentemente se superan, en forma tal

que los hábitos lingüísticos de una persona sorda, por ejemplo, llegan a ser

prácticamente idénticos a los de las personas con quienes vive. Finalmente, conviene

recordar que se ha intentado varias veces enseñar a hablar a individuos de alguna otra

especie, pero todos esos esfuerzos han fracasado.

De lo anterior se desprenden inmediatamente tres conclusiones: 1) los genes

humanos no son específicos de las particularidades de ninguna lengua, sino permisivos

de cualquiera y de todas; 2) los genes humanos —y únicamente los humanos- son una

condición necesaria, pero no suficiente, para la adquisición de una lengua, y 3) el papel


de la genética no se limita a ser pasivamente permisivo: el fenotipo humano comprende

también un fuerte impulso positivo hacia la participación en el intercambio

comunicativo de la sociedad, impulso que sólo puede frustrar el aislamiento más

completo.

A ello se limita el papel de lo genético en el lenguaje. En la continuidad de hábitos

lingüísticos de generación en generación interviene además, principalmente, el otro

mecanismo mencionado, la tradición. Todo comportamiento tradicional es aprendido,

pero no todo comportamiento aprendido es tradicional. Para que lo sea debe haber

además enseñanza por parte de otros individuos de la misma especie, impartida

mediante un comportamiento que no esté determinado exclusivamente o principalmente

por vía

genética, sino que haya sido aprendido a su vez de maestros anteriores. Así, por

ejemplo, si hay realmente algún elemento de aprendizaje en el picotear cada vez más

preciso del pichón de gaviota, no hay, empero, trasmisión tradicional, dado que el

complementario comportamiento condicionante de la gaviota adulta es en sí mismo

enteramente instintivo.

Definida en esta forma, la tradición no es, obviamente, una prerrogativa humana.

Entre chimpancés en cautiverio se han observado algunas tradiciones de vida efímera;

pero el grado en que la tradición suplementa a la genética en la trasmisión, de una

generación a la siguiente, de los cantos de los pájaros, de los gritos de los gibones o de

las pautas vocales de varias otras especies constituye todavía un interrogante. Lo más

probable parece ser que, al menos en los mamíferos terrestres y en las aves, la genética

y la. tradición obren en constante complementación dialéctica, sin que en ningún caso

sea una sola de ellas el mecanismo enteramente responsable.


La tradición se transforma en trasmisión cultural cuando en la trasmisión de hábitos

tradicionales tiene amplia intervención el uso de símbolos: lo primero que comienza a

adquirirse es el sistema de comunicación de la comunidad y todo aprendizaje ulterior,

tanto de los demás de ese sistema como de todo el resto de la "cultura", se lleva a cabo

no sólo mediante demostración directa y experiencia sino también, en gran parte, en

términos del sistema de comunicación. Para que un sistema de comunicación funcione

eficazmente en esa forma debe tener, ciertamente, las propiedades de semanticidad,

arbitrariedad (y, por consiguiente, carácter discreto), desplazamiento, productividad y

también, probablemente; trasmisión por tradición. Esta combinación de rasgos

fundamentales es la que parece producir símbolos en el sentido que se da más

frecuentemente a ésta palabra en el lenguaje filosófico-cientifico de la actualidad.

Debe notarse que definir trasmisión cultural y los rasgos esenciales de un sistema de

comunicación que la haga posible en la forma en que lo hemos hecho equivale a afirmar

que sólo homo sapiens, en lo que sabemos hasta ahora, tiene cultura. Pero no debemos

dejar que esta conclusión nos predisponga en contra de eventuales descubrimientos

empíricos que prueben lo contrario.

XIV. Prevaricación. Los mensajes lingüísticos pueden ser falsos y pueden no tener

ningún significado en el sentido lógico. Esta propiedad, que llamaremos prevaricación,

se halla en la base de la mentira, de la ficción, del error, de la superstición, pero,

también, de la formulación de hipótesis. No es una propiedad independiente, pues

parece derivarse de la semanticidad, el desplazamiento y la productividad: sin

semanticidad, no se puede verificar si una señal tiene significado y validez; sin

desplazamiento, la situación a que se refiere el mensaje debe estar siempre en el

contexto inmediato; sin productividad, difícilmente podrían generarse mensajes sin


significado. No obstante, se podría imaginar un sistema que tuviese esas tres

propiedades pero careciese de prevaricación.

Ninguno de los otros sistemas animales de comunicación que se conocen parecen

presentar esta propiedad.

XV. Reflexividad. En una lengua es posible comunicarse acerca de la comunicación

misma. Este carácter reflexivo del lenguaje no se encuentra, a lo que parece, en ningún

otro sistema de comunicación. No es tampoco una propiedad independiente; parece

basarse, en gran medida, en la productividad: es, especialmente, el mecanismo formador

de idiotismos (§ 36.2) el que asegura que podemos llegar a comunicarnos

lingüísticamente sobre todo lo que podamos experimentar. Las abejas, por el contrario,

sólo pueden danzar sobre lugares, pero no pueden danzar sobre la danza.

64.4. Los orígenes del lenguaje. De las quince propiedades del lenguaje que hemos

descrito en el parágrafo anterior, productividad, desplazamiento, dualidad y trasmisión

cultural pueden considerarse, en un cierto sentido, corno las propiedades esenciales,

centrales a básicas de todo sistema lingüístico: si no fuera por ellas, el lenguaje humano

no se distinguiría verdaderamente de la comunicación hominoidea en general. Desde el

punto de vista de la evolución, es de suponer, pues, que fueron las últimas en aparecer,

en un sistema que estaba ya caracterizado por todas las restantes propiedades no

derivadas. Cuándo y cómo aparecieron, y en qué orden, es el interrogante que

procurarnos satisfacer en este parágrafo. Para ello es necesario bosquejar las diversas

etapas evolutivas que precedieron los orígenes del lenguaje, dentro del conjunto total y

drástico de cambios que convirtió en hombres a nuestros antepasados prehumanos.

Para la reconstrucción de la evolución humana contamos con dos tipos de datos: 1)

los fósiles y los testimonios arqueológicos y geológicos; 2) la estructura física y los

hábitos de vida de los otros hominoideos de hoy y de nosotros mismos, que


compartimos con aquéllos una ascendencia común que no comparte ninguna otra

especie viviente; a esos antepasados comunes los llamaremos protohominoideos. El

método de que nos valdremos es muy semejante al que hemos descrito y ejemplificado

en los capítulos sobre prehistoria lingüística (LVII-LX): el método comparativo,

transferido del campo de la lingüística histórica al de la evolución biológica.

Entre los datos del primer tipo, el que mejor permite establecer la época y

proveniencia de los protohominoideos es el procónsul, un hominoideo fósil muy antiguo

del que se han identificado hasta ahora varias especies. De su localización, cronología y

morfología se deduce que los protohominoideos debieron vivir en el este de África

durante el mioceno medio o inferior o —lo más temprano— durante el oligoceno

superior.

A continuación, y sin mencionar los datos en detalle, daremos una caracterización de

los protohominoideos que resulta principalmente de aplicar el método comparativo a lo

que se sabe de los hominoideos de hoy; teniendo en cuenta, Además, todo cuanto

sabemos sobre los dos mecanismos de cambio en la evolución biológica: genética y

tradición ( § 64.3). Para hacer más vivido el cuadro nos permitiremos también algunas

interpolaciones con un grado de precisión que, en algún caso, puede no estar

plenamente justificado.

Los protohominoideos. De sus antepasados totalmente arborícolas heredaron la

aguda visión acomodativa característica de los primates superiores, el poco sentido

olfatorio, la transformación de las extremidades anteriores en brazos libremente

movibles, con manos manipuladoras, y el encéfalo algo más grande que en el común de

los mamíferos terrestres. Eran más pequeños que nosotros, Pero más grandes que los

gibones; tenían músculos faciales móviles y grandes caninos; era peludos y carecían de

cola.
Eran expertos trepadores y pasaban buena parte de su vida en los árboles de los

bosques tropicales o subtropicales que constituían su hábitat; allí tenían sus nidos y allí

dormían. Pero no eran muy expertos en la braquiación y sus actividades se desarrollaban

no sólo entre los árboles, sino también en tierra. Allí podían adoptar una postura

semierecta y sentarse dejando los brazos libres para la manipulación; podían caminar en

cuatro patas y correr con las dos posteriores, pero la marcha bípeda era infrecuente y

torpe.

Ocasionalmente recogerían un palo o una piedra y los usarían como herramientas; es

posible que los modificasen ligeramente, con manos y dientes, y que los transportasen

un corto trecho para uso inmediato, arrojándolos después. Transportaban también otras

cosas, en la boca o con las manos, durante la construcción del nido.

Su dieta era vegetariana, pero figuraban también en ella gusanos y gorgojos y,

algunas veces, pequeños mamíferos o aves que por estar lastimados o enfermos no

podían escapar. Ocasionalmente se alimentaban también con los despojos de los

animales carnívoros.

La gestación duraba unas treinta semanas y los mellizos eran tan raros como lo son

hoy entre los seres humanos. La prole requería y recibía los cuidados maternos durante

muchos meses. El crecimiento se completaba. en ambos sexos, a los nueve o diez años y

el lapso vital era, potencialmente, de unos treinta años. El ciclo menstrual reemplazaba

en las hembras la época del celo. Los machos adultos se interesaban sexualmente por las

hembras y "paternalmente" por la prole, pero sin lazos familiares permanentes.

Se agrupaban en bandas de diez a treinta miembros, cuya constitución típica era de

uno o muy pocos machos adultos, varias hembras y la cría. Cada banda habitaba un

territorio de límites imprecisos cuyo centro era el grupo específico de árboles en que

construían sus nidos. Con respecto a las bandas adyacentes las relaciones eran neutrales
u hostiles, rara vez amistosas; pero debía haber bastante contacto como para proveer a

un cierto intercambio de genes. Dentro de cada banda las actividades colectivas

demandaban coordinación, la que se obtenía mediante varias formas de comunicación:

movimientos del cuerpo, empujones y tironeos, cambios en el olor corporal y señales

vocales. Las convenciones de esas formas de comunicación se trasmitían en gran parte

genéticamente, pero en cierta parte también por tradición, adquiriéndolas los jóvenes a

través de su participación, bajo la dirección de los adultos, en las actividades del grupo.

Esto supone una cierta capacidad para aprender por experiencia y para trasmitir a otros

miembros de la banda cualquier nueva habilidad así adquirida, en un proceso más de

enseñanza y aprendizaje que de lenta selección genética.

No tenían la facultad de hablar. Lo más que podernos atribuirles válidamente a este

respecto es un sistema de gritos similar al de los modernos gibones (§ 64.2), que era,

como éste, improductivo y carecía de las propiedades de desplazamiento y dualidad;

tenía en común con el lenguaje humano, en cambio, las propiedades I-IX (§ 64.3) y

quizá también, hasta cierto punto, la de trasmisión tradicional. Aunque lo más seguro es

suponer que la tradición desempeñaría un papel muy secundario respecto del

mecanismo genético.

Hemos completado así esta breve caracterización de los protohominoideos, la cual

nos servirá de punto de partida para la historia de nuestra propia evolución.

Los homínidos. Los datos geológicos indican que una o más veces durante el

mioceno se produjo, en el este de África, un cambio climático que convirtió

gradualmente el bosque tropical continuo en una sabana abierta con bosquecillos

aislados. Al retirarse los árboles algunas bandas de hominoideos retrocedieron con ellos,

sin abandonar nunca su clásica existencia arborícola: sus descondientes de hoy son los

gibones. Otras bandas vinieron a encontrarse en bosquecillos aislados cuya extensión


disminuía poco a poco. Con el tiempo, aquellas cuyos miembros no estaban físicamente

capacitados para atravesar campo abierto en busca de otros árboles se extinguieron; los

hominoideos que pudieron hacerlo fueron los antepasados nuestros y de los monos

antropoides. Pero la presión cada vez mayor de población en esos oasis arbóreos cada

vez más reducidos forzaría a las bandas a competir entre sí por sus recursos; con el

tiempo, los más fuertes quedaron dueños de los árboles: algunos de ellos fueron los

antepasados de los monos antropoides. Los otros, los que fracasaron y debieron

abandonar los árboles, fueron los antecesores del hombre. Es en este punto, cuando

empezamos a referirnos a los prehumanos, con exclusión de los presimios, donde

debemos dejar de referirnos a ellos como "hominoideos” para llamarlos en adelante

"homínidos”.

La vida lejos de los árboles estaba llena de incomodidades y peligros y la

supervivencia se hacía muy difícil: podía escasear el alimento habitual y también el

agua, pues esta es abundante donde hay árboles; tanto los animales de presa como los

grandes cuadrúpedos herbívoros eran fuertes y temibles. Para poder sobrevivir en ese

medio hostil —en el que debió desaparecer un enorme número de hominoideos —era

preciso que se produjeran cambios en la estructura física y en el estilo y formas de vida

de algunos individuos, que los adaptaran mejor a las nuevas condiciones.

De esos cambios adaptativos los más importantes fueron, sin duda, los que tenían

relación con el transporte de objetos de un lado a otro. Rudimentos de esa actividad

aparecían ya, según vimos entre los protohominoideos, pero estos necesitaban sus

manos sobre todo para trepar y para la locomoción: el palo que se llevaba al nido se

transfería a la boca cuando el animal debía asirse a las ramas y la herramienta ad hoc se

abandonaba cuando había que avanzar. Las condiciones no son mejores en tierra si se

sigue necesitando de las manos para caminar; pero si la locomoción bípeda es de algún
modo posible, las manos quedan libres para transportar objetos: y el valor de esto último

para la supervivencia sirve a su vez para promover una estructura corporal adaptada a la

locomoción bípeda.

Las primeras cosas que se transportaron fueron seguramente toscas armas defensivas

y los restos de las víctimas de animales carniceros, al principio dentro del territorio de la

banda y más tarde llevados de un lugar a otro al trasladarse toda la banda; al transporte

de armas y alimentos debió sumarse entonces el transporte de pequeñas cantidades de

agua —tan necesaria a los primates—, recogida en las grandes hojas de las plantas

tropicales.

Los efectos laterales de esa actividad fueron de incalculable importancia: no sólo que

su inmediato valor práctico ayudó a promover la locomoción bípeda, sino que esta a su

vez promovió, por vía de selección, el incremento de esa actividad y la postura erecta

que hace mecánicamente más cómoda la marcha en dos pies. Otra consecuencia fue que

dio lugar a un tipo de comportamiento que tenía todas las apariencias externas de lo que

llamamos "memoria" y "presciencia": con el correr del tiempo, esas apariencias dieron

origen a las características psicológicas a que se refieren los términos. Una tercera

consecuencia fue un cambio en el régimen dietético: las armas de defensa se

convirtieron gradualmente en ofensivas y la carne pasó a formar una parte cada vez

mayor de la dieta de los errantes homínidos del mioceno y el plioceno. Por último, el

uso de las manos para transportar significó que la boca y los dientes —que los otros

mamíferos terrestres, las aves y aun los reptiles emplean típicamente para ese objeto—

quedaron disponibles para otras actividades. Esto es tan importante que se puede

afirmar con confianza que si la evolución primate y homínida no hubiese transferido de

la boca a la mano la función prensil y manipuladora primero y la transportativa después,

el lenguaje humano tal como lo conocemos no se habría nunca originado. —¿Qué


habían de hacer los homínidos con su boca, ahora relativamente ociosa excepto al

comer? La respuesta es: parlotear.

El sistema de gritos de los prothominoideos no se había perdido en la etapa a que

hemos llegado. Ahora bien, la caza de animales peligrosos es difícil con armas tan

primitivas y debe hacerse en colaboración. Ello exige coordinación de los actos de los

participantes; pero las manos sostienen armas y no pueden emplearse para ninguna señal

muy complicada, en tanto que la atención visual debe dividirse entre los movimientos

de la presa y los de los demás participantes: todo ello favorece una mayor flexibilidad

de la comunicación vocal-auditiva, que permite coordinar las acciones sin tener que

interrumpir la tarea.

La caza colectiva, la participación general en el reparto subsiguiente y el transporte

de una variedad de objetos cada vez mayor, todo presiona en favor de lo que podemos

llamar vagamente la "socialización" de los miembros de la banda; y en favor de una

organización social más compleja, a la que sólo se puede llegar con una comunicación

más flexible.

El "prelenguaje" Un sistema de gritos puede hacerse más flexible, dentro de ciertos

límites, desarrollando gritos totalmente nuevos que correspondan a tipos adicionales de

situaciones recurrentes. Pero no puede dar el primer paso hacia el lenguaje, tal como lo

conocemos, a menos de ocurrir otra cosa: a través de un proceso como el que a

continuación describiremos, el sistema cerrado se hace productivo.

Representemos la configuración acústica de alguno de los gritos del sistema —el que

significa “comida”, por ejemplo—, arbitrariamente, con la serie de letras ABCD y la de

otro —el que significa “peligro” —, con EFGH. Estas representaciones sólo indican que

cada grito posee dos o más propiedades acústicas en las que podían concentrarse los

oídos primates: no importa de cuantas propiedades se trata ni cuáles son exactamente.


Podía suceder que algún homínido se encontrara ante una situación caracterizada

juntamente per la presencia de comida y la inminencia de un peligro y que emitiera —

en lugar de uno u otro de los gritos apropiados— uno que reunía las características de

ambos: por ejemplo, ABGH. Si esto se repetía varias veces, más tarde o más temprano

los otros miembros de la banda acabarían por responder en la forma apropiada, lo que

hacía posible enfrentarse con una situación desusadamente compleja en forma más

eficiente que antes: así reforzado; el hábito del cruce de dos gritos anteriores para

producir uno nuevo ganaría terreno.

En realidad, es forzoso creer que eso fue lo que ocurrió, porque el mecanismo del

cruce constituye la única forma lógicamente posible en que un sistema discreto

improductivo puede evolucionar hacia uno productivo (§ 64.3). Ahora bien, volviendo

al ejemplo anterior: la mera aparición del nuevo grito, ABGH, no significa que el

sistema ha pasado a ser productivo; un sistema de veinte gritos, o de cien o de mil, sigue

siendo tan improductivo como uno de diez. Pero a partir del momento en que el nuevo

grito entra a formar parte del sistema, tanto él como los dos más antiguos pasan a ser

compuestos, en lugar de señales unitarias inanalizables. En ABCD. AB significa ahora

“comida” y CD, “no hay peligro”; en EFGH. EF significa “no hay comida” y GH,

“peligro”; en tanto que ABGH significa “comida y peligro”: AB, CD, EF y GH acaban

de adquirir los significados mencionados. Eventualmente podría aparecer incluso

EFCD, significando, obviamente, no hay comida y no hay peligro'. Así pues, son tres

por los menos los gritos que ahora constan de dos partes cada uno, ninguna de las cuáles

está confinada a un sólo grito. Ahora se tiene la base para el hábito de construir señales

compuestas valiéndose de partes con significado, y es este hábito el que está en el centre

de la productividad de las lenguas humanas. El mecanismo del cruce, pues, no convierte


realmente un sistema improductivo en productivo: pero da el impulso inicial a esa

transformación, como no puede hacerlo ningún otro mecanismo conocido.

Lo mismo que todos los otros pasos de la evolución, la "productivización” del

sistema de gritos de nuestros antepasados requirió literalmente miles de años. La

producción accidental de un cruce —como el transporte casual y momentáneo de una

piedra o un palo con la mano— es un brevísimo episodio; pero sabemos que cualquier

tipo de evento potencialmente crucial puede ocurrir innumerables veces sin efecto

visible por cada una de las veces en que tiene consecuencias minúsculas pero duraderas.

Cuando finalmente se logró la productividad, su impacto revolucionario sobre la

evolución ulterior fue tan grande como lo fue el del transporte manual.

En primer término, las convenciones detalladas de un sistema productivo no pueden

trasmitirse enteramente por vía genética, sino que hacen necesario un aprendizaje

similar al del niño que aprende a hablar (capitulo XLI). El desarrollo de un sistema

productivo, por lo tanto, confiere especial valor a la capacidad de aprender y enseñar

que pueda tener una especie y tiende a acrecentar, por selección natural, la base genética

de esa capacidad.

En segundo lugar, si hace falta aprender la mayor parte de las convenciones de un

sistema antes de poder usarlo con eficiencia, entonces mucho de ese aprendizaje acabará

por tener lugar lejos de los contextos en que tendrían pertinencia inmediata las

emisiones que se practican. El desarrollo de un sistema de comunicación vocal-auditiva

productivo y en gran parte trasmitido por tradición significa que es posible hablar de

situaciones que no existen en ese momento; es decir, significa que a las propiedades que

ya existen viene a sumarse el desplazamiento. Hablar de cosas que no están a la vista o

que pertenecen al pasado o al futuro es muy semejante a transportar un implemento

cuando no hay necesidad inmediata de el. Cada uno de esos hábitos, por consiguiente,
refuerza el otro y es difícil decir cual vino primero. No obstante, nos inclinamos a

conjeturar que el desplazamiento fue posterior, dado que nuestros antepasados

alcanzaron una conformación de las extremidades esencialmente moderna mucho antes

que el cerebro, el cráneo y los dientes llegaran a ser lo que son ahora.

El antiguo sistema de gritos evolucionó, pues, hacia un sistema productivo cuyos

detalles se trasmitían sobre todo por tradición, más bien que genéticamente, y que

poseía además la propiedad del desplazamiento. Llamemos a ese sistema prelenguaje.

Nada semejante a él se conoce en el mundo de hoy, pero como son muchos los sistemas

animales de comunicación aún no estudiados, alguno lógicamente igual al prelenguaje

podría descubrirse. Lo que sabemos con certeza es que cualquier grupo de homínidos

que hubiese desarrollado su comunicación vocal-auditiva sólo hasta esta etapa se

extinguió sin dejar descendientes. Por lo demás, es muy probable que si pudiéramos

escuchar hoy el prelenguaje de nuestros antepasados nos sonaría más como gritos de

animales que como una lengua, y que sólo un análisis muy atento pondría de manifiesto

sus propiedades prelingüísticas.

El desarrollo de la productividad, con las diversas consecuencias mencionadas,

acompañó o preparó el terreno a otros cambios importantes: es de suponer que la

manufactura de herramientas —no simplemente su uso y acarreo— recibió de allí su

mayor ímpetu; sus orígenes fueron ciertamente posteriores a los comienzos del

prelenguaje.

El lenguaje. El desarrollo de la postura erecta, con la ascensión de la cara desde el

extremo inferior de la cabeza al lado frontal, llevó el eje de la cavidad bucal a una

posición aproximadamente perpendicular a la faringe, introdujo una marcada separación

entre el velo y la glótis y dejó amplia libertad a la raíz de la lengua para moverse hacia

atrás en el espacio así provisto y al velo del paladar para moverse hacia arriba cerrando
el pasaje nasal. Todas estas alteraciones lucieron al aparato fonador humano

estructuralmente diferente, en varios aspectos, de los órganos homólogos de los demás

mamíferos, inclusive los primates. Cientos de generaciones de parloteo, primero en un

sistema de gritos y después en una prelengua, aumentan la inervación del aparato

fonador y enriquecen la representación cortical de esa región. Ahora bien, ninguno de

esos cambios conduce directa a inevitablemente a la dualidad de pautamiento, pero

puede decirse que, en cierto modo, prepararon la escena para el desarrollo de los

movimientos articulatorios: los homínidos estaban en un estado en el cual, si la dualidad

aparecía, la maquinaria que se usaría para ella iba a ser con toda probabilidad el tipo de

movimientos articulatorios que nos son familiares.

La dualidad debió aparecer en la forma siguiente. El prelenguaje se hizo cada vez

más flexible y más rico, a causa de sus muchas ventajas para la supervivencia. El

constante cruce entre emisiones generó un repertorio cada vez más grande de elementos

mínimos de señalación con significado: los "premorfemas” de la prelengua. Sin

dualidad, esos elementos debían ser holísticamente distintos uno de otro en

configuración acústica. Pero el espacio articulatorio-acústico disponible se fue

ocupando cada vez con mayor densidad; algunos premorfemas llegaron a hacerse tan

semejantes a otros que distinguirlos, tanto en producción como en percepción, se

convirtió en una exigencia demasiado grande para las bocas, los oídos y los cerebros

homínidos. Algo debía suceder o el sistema se derrumbaría por su propio peso. Muchos

sistemas así. sobrecargados debieron sin duda sufrir un colapso, extinguiéndose después

sus usuarios. Pero en un caso por lo menos se produjo una "mutación” brillante y

afortunada: los premorfemas se empezaron a escuchar e identificar, no por su

configuración acústica total, sino en función de los rasgos sonoros que aparecían en

ellos en diversos ordenamientos. Simultáneamente con ese cambio en la tecnica de la


audición, los movimientos articulatorios no tendieron ya a la generación de una

configuración acústica total satisfactoria sino que se dirigieron a la producción

suficientemente precisa de aquellos rasgos fónicos que identificaban a un premorfema

frente a los restantes.

A1 producirse ese cambio, los premorfemas se convirtieron en verdaderos morfemas,

los rasgos sonoros en cuestión pasaron a ser componentes fonológicos y el prelenguaje

se transformó en verdadero lenguaje.

Aunque brillante y decisiva, esta innovación no necesitó ser ni tan rápida ni tan ardua

como la descripción hecha parecería sugerir. Sin dualidad, pero ya con productividad, el

oyente se ve obligado a prestar atención al detalle acústico y no apenas a uno a otro

síntoma conveniente de una configuración acústica total; de otro modo no podría

reconocer los premorfemas que componen un grito compuesto y responder a é1 en la

forma apropiada. En tanto que en un sistema puro de gritos el principio sólo puede ser

lo bastante distintivo como para identificar a todo el grito, en el prelenguaje no se puede

predecir desde el comienzo de un grito cómo continuará y cómo terminará.

Evidentemente, ello abre el camino a la dualidad: en un cierto sentido, es muy pequeño,

el paso que hay que dar para dejar de considerar que los detalles acústicos constituyen

morfemas y empezar a interpretarlos como identificando o representando morfemas.

La aparición del verdadero lenguaje a partir de un sistema de gritos improductivo, a

través de los pasos y etapas que hemos expuesto, no debe mirarse como la sustitución de

un tipo de sistema de comunicación por otro, sino más bien como el desenvolvimiento

de un sistema nuevo dentro de la matriz del antiguo. Algunos de los rasgos del sistema

protohominoideo están presentes todavía hoy en el comportamiento vocal-auditivo del

hombre, pero como acompañamiento del lenguaje y no como parte de este. Los

protohominoideos podían variar la intensidad, la altura y la duración de un mismo grito,


como todavía podemos hacer nosotros al emitir las oraciones, de una lengua; emitimos

Además ciertos gruñidos y gritos (¡ajá! ¡hum!, ¡eh!), que no son palabras ni morfemas

ni parte del lenguaje: son los fenómenos paralingüísticos, reelaborados y modificados de

muchas maneras por las condiciones de vida de los hablantes humanos, pero cuya

prosapia —lo mismo que la de los movimientos comunicativos del cuerpo— es más

antigua que la del lenguaje mismo.

En las páginas que anteceden hemos bosquejado los sucesivos pasos del progreso

evolutivo que llevó de los protohominoideos a nuestros primeros antecesores

verdaderamente humanos. Pues afirmamos que tan pronto como los homínidos hubieron

alcanzado la postura erecta, la marcha bípeda, el uso de las manos para manipular, para

transportar y para manufacturar implementos y el lenguaje, se habían transformado en

hombres. Sólo quedan en pie dos interrogantes: ¿cuánto tardó en producirse el cambio?

¿cuánto tiempo hace que se completo?

Con seguridad los cambios no comenzaron antes del tiempo de los protohominoideos

y es verosímil que, después de separados los homínidos de los póngidos, no comenzaran

todavía hasta muy avanzado el plioceno. Por otra parte, tenemos la convicción de que

todos los desarrollos esenciales de que hemos hablado se habían producido ya a

comienzos del pleistoceno, es decir, hace un millón de años aproximadamente.

El mejor argumento en favor de la conclusión que antecede lo ofrece el crecimiento

subsiguiente del cerebro, atestiguado por los restos fósiles: desde hace ca. 750.000 años

hasta hace aproximadamente 40.000 años, el cerebro de los homínidos creció

constantemente. Aun cuando parte de ese incremento refleja un aumento general del

tamaño del cuerpo, queda todavía un crecimiento relativo que hay que explicar. Debe

desecharse totalmente la idea de que ese crecimiento fuera fortuito: un cerebro grande

tiene demasiadas desventajas biológicas, las que sólo se pueden superar si hay
compensaciones. Es necesario suponer, pues, que si una especie ha desarrollado

efectivamente un encéfalo más grande y con más circunvoluciones, el cambio tenía

realmente valor para la supervivencia. Ahora bien, en el caso de nuestros antepasados

de hace un millón de años la importancia de un cerebro más grande es obvia si, y sólo

si, habían alcanzado ya lo esencial del lenguaje y de la cultura. El testimonio de los

fósiles y del material arqueológico no solamente apoya esta conclusión, sino que incluso

sugiere que puede ser demasiado conservadora y que los orígenes del lenguaje y de la

cultura son aún más antiguos.

Pero se podría pensar que aun siendo tan tempranas como hemos dicho la mayoría de

las innovaciones cruciales mencionadas, una de ellas, el comenzó de la dualidad, puede

haber sido más tardía. Son dos las razones por las que creemos que la dualidad es tan

antigua como todo el resto:

1) Un efecto secundario del crecimiento encefálico es que la parte superior de la

cabeza es empujada hacia adelante para formar la frente. Pero no se ve claro por que

ello debiera ocasionar el retroceso de la parte inferior de la cara para producir el perfil

humano esencialmente chato y perpendicular que hoy, con variaciones menores,

prevalece. Aun tomando en cuenta los posibles factores que pudieron favorecer ese

cambio (la recesión del hocico y la disminución de su mole son quizás útiles para el

equilibrio de la cabeza sobre un cuerpo erector si el cocinar es un arte suficientemente

antiguo, entonces tal vez esa predigestión externa del alimento pudo al menos hacer

posible la reducción del tamaño de dientes y mandíbulas), todavía hay lugar para otra

posible influencia: la que ejerce el hábito de hablar en una verdadera lengua; vale decir,

en una lengua que usa los tipos de movimientos articulatorios hoy universales, los

cuales requieren movimientos precisos de labios, mandíbula, lengua, velo, glotis y

musculatura pulmonar: Si es posible suponer en nuestros antepasados de hace un millón


de años un verdadero lenguaje, entonces éste es lo bastante antiguo como para haber

desempeñado un papel en los cambios evolutivos genéticamente controlados de lo que

hoy llamamos los "órganos de la palabra”. Y si esto es así, "órganos de la palabra” es,

más que una metáfora, una descripción biológicamente correcta.

2) El testimonio de los fósiles indica que la diáspora humana a partir de África

oriental no puede ser mucho más reciente que el pleistoceno medio. Esto significa que

para la adaptación genética a una gran variedad de climas y topografías el hombre

dispuso de varios cientos de miles de años. No obstante, el ser humano presenta una

diversidad racial sorprendentemente pequeña; mucho menor, por ejemplo, que la de los

perros, producida en un lapso mucho más breve (incluso tomando en cuenta la distinta

duración de cada generación en una y otra especie). La misma sorprendente falta de

variedad se revela en ciertos aspectos del lenguaje. Casi todo tipo de articulación que se

sabe funciona en una lengua aparece también en otras varias lenguas, sin ninguna

correlación geográfica significativa. Los sistemas fonológicos muestran una variedad

mucho menor que la que podría fácilmente inventar cualquier lingüista. Tanta

uniformidad excluye que haya habido invención independiente de la dualidad y de los

modernos movimientos articulatorios en dos o más partes del mundo: los desarrollos

fundamentales deben haberse producido una sola vez y difundido luego. Las

innovaciones pueden ser antiguas o recientes, excepto por un hecho adicional: en todas

las lenguas se hace un uso notablemente eficiente de la materia prima fonológica, lo que

habla en favor de una gran antigüedad; es imposible imaginar que tanta eficiencia haya

sido el resultado instantáneo del primer atisbo de dualidad.

Verdadera diversidad sólo se encuentra en aspectos más superficiales del lenguaje, lo

mismo que en todas las otras fases de la vida humana en que la tradición y no la

genética representa evidentemente el mecanismo más importante de cambio y


adaptación; vale decir, en todo aquello que llamamos cultura. Llegamos, pues, a la

siguiente conclusión: la evolución humana, completada antes de la diáspora, estableció

un estado de cosas en el que todo cambio y adaptación ulteriores podían efectuarse,

dentro de limites amplios, tradicional y no genéticamente. Es por este motivo que la

diversidad de razas humanas es tan pequeña y que las lenguas y culturas de todas las

comunidades, por distintas que sean, son elaboraciones de un único "común

denominador” heredado.

NOTAS

Este capítulo, escrito hace casi diez años, ha tenido que ser revisado con detalle y

profundamente modificado para preparar la presente versión española. En su redacción

actual incorpora en una buena parte Hockett (72) y resume Hockett y Ascher(74).

La clasificación zoológica del hombre: Le Gros Clark (106), Simpson (149).

Comunicación animal: Tinbergen (159), Frisch (43), Carpenter (29). Coon (32), La

Barre (101) y Hooton (82, 83) se proponen trazar toda la historia del hombre; sólo La

Barre hace algo más que mencionar superficialmente el papel del lenguaje. Kroeber (96)

sugiere un nuevo e importante tipo de investigación del comportamiento animal en

comparación con el humano. La definición de cultura implícita en este capitulo

concuerda sólo con algunas de las recogidas por Kroeber y Kluckholn (97). Bloomfield

(17, 19) se ocupa de la importancia del lenguaje para la tecnología y la ciencia; Hockett

(68) es más general. Ruesch y Bateson (139) discuten las bases

También podría gustarte