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Así para Rorty todos los debates en torno a la intención de unir lo público a lo privado,
los intentos metafísicos y teológicos de que creamos que lo más importante para cada uno es
lo que tenemos en común con los demás, son en resumidas cuentas intentos por imponer que
existe algo como una “naturaleza humana” o una naturaleza intrínseca a la realidad. A partir
de esa idea fueron cambiando los discursos y descubriéndose verdades en tanto “más se
aproximaban a la realidad”, pero para él, no es que las descripciones que se fueron haciendo
de la realidad fueran volviéndose más acertadas, más cercanas a esa naturaleza. Simplemente
resulta que ciertas descripciones, como entidades lingüísticas de construcción humana,
resultaron más útiles en determinadas circunstancias y para determinados fines. De este
modo, las disputas entre si vale más preguntarse por la perfección privada o la solidaridad
humana, que abarcan un abanico innumerable de disputas ente lo privado y lo público,
pierden sentido frente a la perspectiva de Rorty, pues no existe algo así como un lenguaje
unitario capaz de englobar la naturaleza de la realidad toda, y así no hay términos que valgan
más que otros, lo que existen son diversos léxicos todos de creación humana que apuntan a
diferentes fines. En realidad si algo hay que disputar al respecto de los términos para Rorty, es
si el uso de ciertas palabras obstaculiza el uso que hacemos de ciertas otras, es a fin de cuentas
Taller de Integración II Pastrana López, Nayla Mariana
Esta eliminación, este cambio de la forma de hablar por la creación de nuevos léxicos
implica además siempre un cambio en nuestra forma de hacer, de pensar y de pensarnos a
nosotros mismos. Desde la perspectiva de Rorty el lenguaje es algo más amplio que un
conjunto de proposiciones que sirven de medio para un propósito, los léxicos implican modos
de vida diferentes, cuestión que se verá más claramente cuando hablemos de la creación de sí
mismo.
A las preguntas sobre qué es mejor o peor, más bueno o más malo, las ven como
desesperadas. El ironista liberal es el portador de la utopía liberal de que la solidaridad sea
universal, en un mundo donde no hay ningún orden jerárquico preestablecido para responder
a tales preguntas. Es el que asume la contingencia y vive haciéndose a sí mismo bajo el deseo
de que la solidaridad inunde alguna vez la humanidad y de que entonces el sufrimiento pare.
competencia, con un otro del cual ya no remarcamos la diferencia sino lo igual, y todos somos
iguales ante el sufrimiento. La solidaridad, así entendida, no es un hecho que debemos
reconocer como respondiendo a ningún principio, la solidaridad es una meta por alcanzar; la
utopía de Rorty está impregnada de solidaridad.
Explicar por qué propone “reemplazar la verdad por la libertad como meta
del pensamiento y el progreso social”.
Para Rorty, la tradición occidental ha tenido por siglos el objetivo de encontrar la
verdad, como si la verdad fuese algo que esta “ahí afuera” esperando ser encontrado. De este
modo, la humanidad se ha condenado por largo tiempo a responder a las exigencias de esa
verdad. Una verdad que exige universalidad, correspondencia con la naturaleza del yo y del
mundo, rigor, exactitud, y que, por sobre todo, es por definición sólo una. De este modo, la
humanidad fue apropiándose de nuevos términos en la medida que fue acercándose cada vez
más a la verdad y descartando los anteriores, así, puede leerse la historia intelectual como la
historia de la búsqueda de la verdad. Pero Rorty propone una lectura diferente, propone que
la historia intelectual, de la cultura, no es una historia de la verdad sino una historia de las
metáforas. Para él, Nietzsche fue el primero en sugerir de forma explícita la exclusión de esa
idea de “conocer la verdad”, pues cuando definió a la verdad como “un ejército móvil de
metáforas” afirmó que se debía abandonar la idea de representar la realidad por medio del
lenguaje como si existiese un contexto único para todas las vidas humanas. Entonces
caeríamos en la cuenta de que “el mundo verdadero” de Platón no era más que una fábula, y
nuestro consuelo al morir no sería trascender la animalidad, sino reconocernos como ese
animal mortal peculiar capaz de crearse a sí mismo al describirse en sus propios términos.
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En fin, la filosofía no debería para Rorty seguir buscando solucionar los viejos problemas
tradicionales sino disolverlos, mostrar su inconsistencia, lo incorrecto en la formulación de sus
preguntas, y al mismo tiempo dar pie para la creación de nuevos léxicos útiles.
Describirse en sus propios términos no es sino crear el lenguaje de uno, y al hacer esto
estamos creando la parte de nosotros que realmente importa, la mente, para no dejar que su
extensión sea ocupada por un lenguaje heredado, creado por otros seres humanos. El
conocimiento de sí en este contexto aparece nuevamente como el reconocimiento de la
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propia contingencia, pues no remite al descubrimiento de algo que está ahí afuera ni en lo más
hondo de nuestro interior. El conocimiento de sí aparece como la creación de sí, porque
remite a ese proceso por el cual asumimos la contingencia remontando las causas a su origen
individualísimo, proceso que se identifica con el de inventar un nuevo leguaje, metáforas
nuevas. Conocerse a sí mismo describiéndose en términos de un nuevo lenguaje creado por sí
mismo genera un genuino conocimiento de sí, puesto que, en caso contrario, cualquier
descripción literal que uno haga de sí mismo no puede sino ser una copia de algo que ya se
había identificado.
Así, la figura del poeta aparece cuando hablamos del triunfo de la vida humana, que
Nietzsche veía posible sólo en la medida en que esa vida lograse escapar de las descripciones
heredadas hallando nuevas descripciones. «Recrear todo “fue” para convertirlo en “así lo
quise”». Sólo los poetas son capaces de apreciar verdaderamente la contingencia puesto que
son esos hacedores vigorosos que buscan emplear las palabras de una forma en la que no
habían sido usadas nunca antes. Son los poetas aquellos cuyo mayor miedo es el «horror a
descubrir que uno es sólo una copia o una réplica». El poeta logra hacer remontar las causas a
su origen narrando una historia de las causas de uno mismo en un nuevo lenguaje, con la
esperanza de que así el pasado lleve su marca y logrando así «darse luz a sí mismo». El genio
del poeta está en esta narración por la cual descubre la existencia de un yo que sus
precursores nunca supieron que fuese posible. Los poetas vigorosos no son sólo productos
causales de fuerzas naturales como todos los animales, sino también productos capaces de
narrar la historia de su propia producción con palabras que no se habían usado antes. Su
fuerza reside en su capacidad para crear un lenguaje, que si bien comienza siendo inhabitual e
idiosincrásico, torna tangible la marca ciega que llevan todas nuestras acciones.
proporciona los recursos para que podamos construir nuestro propio léxico privado de
deliberación moral. Dice Rorty que los términos utilizados por Freud, como “infantil”, “sádico”,
“obsesivo” o “paranoide” resuenan de modo muy diferente y específico en cada individuo
evocando personas y situaciones muy determinadas, −a diferencia de los nombres de vicios y
virtudes que heredamos de la tradición griega y de la cristiana−, por lo que nos ponen en
condiciones de esbozar una narración de nuestro propio desarrollo, de nuestra lucha moral
individual, y nos ayuda a suprimir la distinción entre la culpa moral y la inconveniencia práctica
así como ente prudencia y moralidad, distinción en la que se centra la moral de Platón y de
Kant partiendo de la división en lo humano entre lo racional y lo pasional. Así, para Freud, la
racionalidad es un mecanismo que ajusta las contingencias entre sí y los diferentes
comportamientos o conductas humanas, conscientes o inconscientes, aparecen como modos
alternativos de adaptación y no como producto de facultades diferentes. Renuncia al intento
de Platón y de Kant de reunir lo público y lo privado persuadiéndonos de que hay un puente
que una la ética privada de creación de sí mismo y la ética pública de acomodamiento público.