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Elementos para pensar la filosofía social y política que

el Peronismo encarnó

A lo largo de las páginas anteriores el lector se vio conducido a través de una recapitulación de la
historia de los distintos momentos en que se fueron forjando el pensamiento económico y
algunas importantes escuelas de pensamiento epistemológico y político. Todo esto, desde un
punto de partida que expusimos en nuestra “Presentación de la problemática”.

1. Recordemos nuestro enfoque


Ese punto de partida tiene varias características que nos importa recordar aquí, porque
definen el marco de interpretación de lo que escribimos. Es punto de partida, entonces:
 es actual : es decir que miramos y pensamos aquel pasado y esa historia desde nuestro
contexto presente, para los desafíos de nuestro presente y nuestros posibles futuros, y
con las herramientas y concepciones de este presente;
 conlleva un enfoque epistémico 1 de carácter constructivista y existencial sobre la
economía así como una concepción sistémica de la misma: considera a la economía
como una ciencia social, no cómo una ciencia axiomática.
 se construye desde una cierta concepción filosófica, de corte socio-existencial, acerca
de la relación entre libertad y causalidad (o entre determinismo estructural y creatividad
humana) y
 lo anima un bien definido compromiso ético-político que compartimos con todo un
conjunto de personas, con un “colectivo” del que formamos parte activa y que en
Argentina compone lo que se llamó el movimiento nacional y popular.
Desde el punto de vista teórico y conceptual, es decir en el detalle de sus argumentos, ese punto
de partida es el de los autores de este texto, y en algún lado uno de nosotros lo llamó “eco-
humanista”2.
Para enmarcar lo que sigue, recordemos algo de lo que ya dijimos al comienzo, en el punto 4 de
nuestro primer capítulo. Algo que, según pensamos, quedará iluminado con una luz nueva a
partir de las discusiones que dimos sobre la relación entre concepciones deterministas –de
causalidad lineal- y no deterministas –de causalidad no lineal y de dinámica dialéctico

1
–es decir una manera de entender el conocimiento y sus objetos-
2
Ver: Alejandro Romero, “El dilema ético de la civilización occidental” , en Carlos Juliá, Memoria de la Deuda, Ed.
Biblos, Buenos Aires, 2001. Ver también: www.elgritoargentino.com.ar: “Cuidar la vida, respetar al otro, valorar la
formación”.

1
existencial- del hecho histórico y social. Decíamos allí: “Así considerados (según nuestro
enfoque epistemológico), el conjunto de los fenómenos económicos se nos muestran como un
subsistema del sistema antropo-social general, una de cuyas características principales consiste
en estar material y energéticamente acoplado al ecosistema en su conjunto, del que provienen y
en el que se renuevan sus condiciones energéticas y materiales de posibilidad. Ecosistema
planetario que funciona como “campo de totalidad sistémica” para los otros dos. De allí el
término “eco”, con que caracterizamos el campo más amplio de despliegue de nuestro enfoque.
Es decir, nos negamos a considerar el sistema económico como campo de totalidad
autónomo y aislado sobre sí (…). Lo que ocurre en el ecosistema no son
“externalidades” respecto del sistema productivo, sino parte integrante de sus
condiciones de realimentación.” Partes, podríamos agregar, que se transforman con él .
Pero también señalábamos que: “hay algo más en el modelo, y es de fundamental importancia:
nosotros, los seres humanos, concebidos como existencias siempre actuales que, cada vez de
nuevo, personal y colectivamente, desde esas condiciones de existencia que intentamos
comprender y asumir ¡y que en parte somos!, evaluamos los posibles lo mejor que podemos (es
decir, construimos descripciones de “la realidad” y sus dinámicas) y elegimos entre esos
posibles, en función de nuestros fines, valores y preferencias, o intentamos, incluso,
potenciarlos. Es decir, socializamos nuestra experiencia y nuestras opciones y generamos un
proyecto . Proyecto que puede ser personal, colectivo, o ambas cosas (en general, ambas
cosas). Acto seguido, actuando desde y sobre las redes causales, a partir de las condiciones de
posibilidad previas y según nuestro proyecto, generamos “nuevos posibles”, es decir “ hacemos
nueva realidad ”, en el sentido fuerte de transformar lo que era sólo posible en ALGO QUE ES
efectiva y realmente. A esto llamamos “ontologizar los posibles” .”
Como parte de esa realidad, además, producimos formas de entender el mundo, nuestro
lugar en él, nuestras posibilidades de acción y nuestras propias prácticas, es decir, producimos
ideas y conocimientos que funcionan a la vez como productos de nuestra experiencia y del
trabajo social humano, como parte de nuestra experiencia, y como nuevas condiciones
simbólicas de reproducción de nuestra existencia: identificamos a través de esa producción de
nuevos conocimientos, “nuevos posibles” (propios o “mundanos”). Es decir: nuestra práctica
productiva y política genera materialmente nuevas realidades a partir de los posibles que
teníamos identificados, y nuestra práctica “simbólica” –la de producción de interpretaciones,
ideas y conocimiento-, trabajando sobre la experiencia que hacemos de nuestras prácticas
productivas y políticas anteriores, produce nuevas formas de pensar que, a su vez, identifica
nuevas posibilidades de acción y creación. Genera nuevas concepciones de lo posible (o no) en

2
el mundo así como nuevas concepciones de nuestras propias capacidades, y, por lo tanto,
nuevas “estrategias” de acción. A veces, incluso nuevos fines y otros valores. Estas nuevas
formas de pensar van a influir, a su vez, en nuestras prácticas, tanto productivas como políticas,
transformándolas. Es decir, produciendo nuevas realidades que, una vez ahí, se nos darán a
pensar, y así sucesivamente. A esto llamamos “dialéctica socio-existencial sujeto-estructuras”3.
Con lo cual, también en el plano de la política, las ideas y el conocimiento, nos reproducimos a
nosotros mismos y, en ese proceso, inventamos novedad y nos transformamos. Por eso
agregábamos que “no aceptamos destinos manifiestos o fatalidades providenciales en el ámbito
colectivo como tampoco en lo personal, en el plano de las existencias individuales: Los destinos
se proyectan y se autoorganizan en la acción, es decir se construyen. Y como se
construyen, se pueden –y se deben- revisar y corregir: es decir, se re-construyen. Éste es el lado
ético-político del “constructivismo” que en el comienzo expusimos como característica de nuestro
enfoque epistémico”.
En relación con todo esto, y cerca del final de nuestro primer capítulo, decíamos lo siguiente: “ el
proyecto en tanto futuro económico todavía anterior a la ontologización colectiva de los
posibles , presupone que el mismo puede aportar modificaciones de las condiciones
estructurales sobre las cuales se asienta y de las que parte, y, a partir de esas modificaciones,
examinar y evaluar los "posibles" a disposición de la comunidad. Así, la estructura de libertad del
para-si (cf. G.W.F. Hegel, pero sobre todo J. P. Sartre, G. Marcel y otros existencialistas
franceses) se expresa colectivamente como un PROYECTO NACIONAL. Porque, además, al
igual que en "la singularidad del para-si" el PROYECTO COLECTIVO presupone la ELECCIÓN
entre futuros posibles, y esto a su vez supone elegir el TELOS, el fin al que se dirige, en último
término, el conjunto social. Por ejemplo: ¿se tratará de construir una sociedad en que todos
puedan tener acceso a lo necesario para desplegar con plenitud sus existencias en relativa
armonía con el resto del ecosistema y con el conjunto social?, ¿o, en cambio, de construir una
sociedad que funcione como una permanente guerra de todos contra todos por la apropiación y
acumulación exclusiva de bienes y recursos en manos de los “ganadores”? Es necesario,
entonces, concebir como un momento constituyente de cualquier sistema de auto-reproducción
de la existencia –de cualquier sistema económico- la praxis colectiva de construcción de valores
(momento axiológico) y de negociación y acuerdo valorativo –acuerdo ético, digamos-,
necesarios para elegir y para acordar las líneas generales de un proyecto nacional”.

3
Daniel Carbonetto y Alejandro Romero: Laboratorio CESS, 15 de enero, 2010.

3
Desde el punto de vista, más general, de la epistemología sistémico-existencial-constructivista
que practicamos, estos procesos pueden concebirse como distintas variantes de una dialéctica
entre equilibrio y mutación, o conservación y transformación.
Tratemos de resumir sus enseñanzas al respecto. En todo sistema complejo que se auto-
reproduce y auto-transforma a lo largo de su propio ciclo de auto-reproducción (tanto las
personas como las organizaciones, y la sociedad en su conjunto pueden ser pensadas como
sistemas de este tipo), hay una “dialéctica de la novedad y la conservación” 4. En la medida en
que el sistema se reproduce constantemente a sí mismo de modo no lineal, va incorporando
novedades. Nuevas realidades que él mismo genera y que, en principio, son paulatinamente
integradas mediante pequeñas acomodaciones del funcionamiento general, mientras las
“estructuras” que mantienen la forma general de organización del conjunto y sus reglas básicas
de reproducción permanecen en equilibrio relativo. Este lado “estructural” aparece, en el
diagrama que presentamos al comienzo, incluido entre las “condiciones generales de existencia”,
y, en el campo del “ser para sí”, como “memoria”. Por el lado de las “condiciones materiales” o
“sistema bio-físico”, esto contiene no sólo a nuestros cuerpos físicos, sino también al conjunto de
las condiciones eco-sistémicas y a la estructura o modelo económico. Y por el lado de las
condiciones “espirituales” –o imaginarias y simbólicas- contiene a la totalidad de las instituciones
sociales y culturales, en especial la estructura jurídico-administrativa y la estructura epistémica
(la ciencia y los marcos “ideológicos” más generales o compartidos)-.
Los cambios en el modo de reproducirse del sistema social se producen cuando las novedades
que se generan en ese proceso de auto-re-producción (novedades económicas, políticas,
demográficas, culturales o ecológicas) ya no pueden ser integradas por el sistema sin
modificar sus estructuras: algunas de ellas o todas. Cuando se modifican parcialmente, se
trata de una “reforma” del sistema, un cambio de “modelo” 5. Cuando mutan en su totalidad, se
trata de una crisis histórica del sistema social o una “revolución”: una mutación del sistema.
Ahora bien -y aquí lo más importante para nuestro intento-, para integrar las nuevas
realidades (que desequilibran a las estructuras existentes porque éstas no pueden integrarlas,
descomponiéndose así el equilibrio del sistema) ya sea en un nuevo modelo o en un nuevo

4
Ver, por ej.: Jorge Wagensberg, Ideas sobre la complejidad del mundo, Tusquets, Metatemas, Barcelona,1994, y
Rolando García, Sistemas Complejos, Gedisa, Barcelona, 2008.
5
Donde “modelo” es cada una de las variantes que un sistema social puede tomar modificando sus modos de
reproducción sin reconfigurarse total y complemente: es decir, sin reconfigurar su principio de organización como
“totalidad”, y, por lo tanto, sus estructuras económicas y sociopolíticas a la vez que su relación con el “eco”. Ver:
Alejandro Romero: “El concepto de Trabajo y la relación modelo-sistema”, en Salud y Seguridad en el Trabajo,
seminario a distancia, FUSAT y Fundación pro Universidad del Trabajo y la Producción, Buenos Aires, 2003.
También: Daniel Carbonetto y Alejandro Romero, Laboratorio CESS, Buenos Aires, Enero 2010.

4
sistema (según qué tan radical sea el desequilibrio), es necesario generar, inventar y
construir, es decir crear, nuevas estructuras, más complejas y ricas que las anteriores .
Esto da pie a una lucha entre, por un lado, proyectos “progresivos” (reformistas o
revolucionarios) que buscan la construcción de esas nuevas y más complejas estructuras
capaces de articular armoniosamente (“ integrar”), las “novedades” (nuevas realidades), y, por
otro lado, proyectos “regresivos” (conservadores o reaccionarios) que buscan “reducir” las
novedades a algún estadio anterior, o bien haciéndolas desaparecer, aniquilándolas (a veces
masacrando a quienes las encarnan), o al menos reprimiéndolas –tratando de anular su
potencial de transformación-6.
Esta descripción de la “dialéctica de la transformación”, generadora de nuevas estructuras más
ricas, complejas e integradoras, no sólo vale para pensar lo que ocurre entre sectores sociales y
organizaciones políticas, no sólo ocurre en el ámbito de lo político, de lo económico y de lo
jurídico, sino que ocurre también en el ámbito de lo “organizacional”, de lo “ideológico” y lo
“cognitivo”, y hasta en el plano “psicológico”, es decir, este enfoque “sistémico-constructivo” del
cambio como dialéctica de la “producción de novedad, la pérdida de equilibrio de las estructuras
y la creación de estructuras más complejas e integradoras que producen un equilibrio nuevo”
sirve también para pensar lo que ocurre en el seno mismo de cada uno de estos sectores y
organizaciones, sociales y políticos, e incluso en el seno de cada uno de nosotros: también
nuestras estructuras de interpretación y orientación sufren conmociones de esa clase y requieren
trabajos de reconfiguración capaces de generar estructuras de interpretación y organización de
la realidad más ricas, complejas y flexibles, capaces de integrar de modo equilibrado las nuevas
realidades. También en este caso ocurre que podemos actuar “progresivamente”, asumiendo el
cambio a través de un trabajo creador, o de modo conservador, resistiéndonos al cambio
mediante una negación o represión de lo perturbador, cuando no mediante la acción
“reaccionaria” de tratar de sacar de la realidad –aniquilar- aquello que presiona por la
transformación.
Recordamos este marco conceptual porque nos será de la mayor utilidad en el presente capítulo,
donde trataremos de aplicar nuestro enfoque epistemológico a la interpretación de lo social y lo
político. No por capricho ni por afán de completud, sino porque creemos imposible referirnos
“sólo a lo económico”, ya que, como dijimos, lo económico supone, para ser comprendido, lo
socio-político, con lo que está acoplado en el seno del sistema social general, constituyendo en
6
Para un tratamiento del papel de la “reducción” y de la “creación” en el ámbito de lo político, ver Alejandro
Romero, “Ética y política a derechas e izquierdas: expresiones de una cultura predialéctica ”, ponencia presentada
en el Seminario Internacional de Ética y Política organizado por el Centro de Estudios Posdoctorales
(CIPOST) y la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Central de Venezuela, Noviembre
2009.

5
él, además, la interfase con el sistema bio-físico: con el ecosistema global. Y porque el camino
de reconstrucción retrospectiva del pensamiento económico y filosófico que fuimos recorriendo
en este libro nos condujo, reconstructivamente, hasta los umbrales de nuestra propia
concepción. Tanto desde el punto de vista de la economía- política como en cuanto a las grandes
“filosofías”.
Sin embarbo, llegados hasta ese punto nos encontramos con una especie de “enigma”, o, si se
prefiere, y para hablar el lenguaje del pensamiento intelectual, con un “problema”.

2. ¿Problema conceptual, enigma a resolver?


Ese “problema” a aclarar, ese “enigma” a resolver es al mismo tiempo lo más cercano y propio:
el peronismo7.
Pero, ¿en qué sentido decimos que el peronismo es un problema y un enigma? ¿Por qué lo
presentamos de este modo en lugar de sencillamente darle un lugar en la historia que venimos
haciendo de los modos de pensar la economía-política y de las filosofías que se ocuparon de la
sociedad, la política y el devenir humano? Para contestar, tratemos de ir de lo más simple y, en
apariencia, obvio, a lo más complejo.
Ante todo, porque el peronismo no es una escuela económico-política ni una corriente o un
sistema filosófico. Pero tampoco es sola y sencillamente un partido político al modo de los
partidos políticos europeos o norteamericanos. El Peronismo es un movimiento social y político
que -es parte de nuestra tesis- implica una cierta concepción de la sociedad, del proceso
histórico y de la política. Concepción compleja, en un principio no muy clara, a veces
contradictoria, y cuyos énfasis internos evolucionaron en el tiempo, incluso en Perón mismo,
pero que, repensada a la luz de su historia y con herramientas conceptuales que permiten poner
coherencia dinámica y sistémica en lo contradictorio, muestra hoy un núcleo de consistencia
llamativo.
Y aquí la cuestión de por qué se presenta como un enigma y un problema: si estudiamos su
derrotero histórico, las prácticas políticas y sociales que fue desplegando, las políticas de Estado
que implementó Juan Domingo Perón y los textos de sus grandes referentes “doctrinarios”,
empezando por Perón, pero sin renegar de Jauretche, Scalabrini Ortiz, John William Cooke, o los
programas obreros de Tras la Sierra y de Huerta Grande, etcétera, nos encontramos con una
figura compleja y multiforme. No es fácil comprender cuáles son los rasgos más decisivos de esa
concepción, digamos filosófico-política, que lo organiza y lo anima. El peronismo no se deja

7
En este texto usaremos el término para referirnos no sólo al movimiento que se auto-denominó de ese modo, sino
también al conjunto de los esfuerzos sociales y políticos que le dieron forma, y a la obra de Juan Perón.

6
comprender, no se hace del todo inteligible desde las categorías científicas y filosóficas que para
pensar lo político y lo social heredamos del pensamiento europeo.
Mucho se escribió tratando de “reducir” al peronismo a esta o aquella variante del “bonapatismo”,
incluso del “fascismo”, y después, en la década del 70, del “socialismo” (un socialismo que se
llamó “nacional y popular”), para no hablar de su identificación, en los 90, con el programa
neoliberal, que lo retrotraía hasta los límites de un simple “conservadurismo popular”. Sin
embargo, ninguna de estas “reducciones” a algo “otro” y preexistente dan cuenta de la
originalidad filosófico política y socio-histórica del peronismo. La palabra que mejor caracterizó,
desde estos punto de vista, el carácter novedoso y multitudinario del peronismo, empezó siendo
una denominación despectiva, pero, a falta de una mejor, fue reivindicada por sus defensores, se
generalizó –hoy engloba toda una serie de experiencias políticas y sociales- y, a comienzos del
siglo XXI8, es decir, 60 años después de la irrupción del peronismo en la escena histórica , acabó
transformándose en una categoría formal del pensamiento político: me refiero, claro está, a la
palabra “populismo”.
Y si el populismo es, según lo caracteriza Roberto Follari 9 (citamos de memoria), “una rebelión
plebeya contra el liberalismo de las clases dominantes, que afirma un proyecto de Nación
centrada en el pueblo, con el protagonismo fundamental de las clases trabajadoras”, entonces no
renegamos de esa conceptualización. La asumimos. Pero queremos discutir y ampliar su
contenido, porque consideramos que hay implícita en su versión peronista una concepción
estructurada y fecunda del movimiento de auto-reproducción y autocreación complejo y
conflictivo, pero también coordinado y constructivo que es una sociedad.
Enigma filosófico, problema teórico para la filosofía política, movimiento social y político vital y
potente (pero también contradictorio y multiforme) en la escena histórica, el peronismo sigue
desafiándonos, aun a quienes formamos parte de él, a comprenderlo más adecuadamente. A
pensarlo más sistemáticamente de manera de formular con más precisión conceptual lo que
pueda ser su filosofía política, su originalidad como posición. El propio Juan Domingo Perón se
posicionaba diferenciándose tanto del liberalismo como del comunismo, proponiendo una
“síntesis” entre ambos, que sólo llegó a caracterizar como “Tercera Posición”, o, un poco
platónicamente, como “Justicialismo”. Con lo cual, si este conjunto de publicaciones trata
de desarrollar el perfil de una economía peronista que también empezó realizándose
en los hechos, y no a partir de un cuerpo teórico, y si, para colmo, concibe esa
economía no como una totalidad que puede estudiarse en sí misma, sino como un

8
Ver: Ernesto Laclau, La Razón Populista, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2005.
9
Roberto Follari: La Alternativa Populista; inédito de próxima aparición, en prensa cuando se redacta este trabajo.

7
subsistema dentro del sistema social y el ecosistema, entonces no puede eludir el
desafío de dar respuesta también a la cuestión que planteamos: ¿cómo se configura la
concepción filosófico-socio-política del peronismo, articulada con su concepción
económica? ¿Cuál es el corazón de la filosofía política del peronismo?
En las páginas que siguen, a título de ensayo, vamos a tratar de ofrecer nuestra propia re-
interpretación de lo que es el núcleo de originalidad y creatividad más importante y genuino del
peronismo a ese respecto. No pretendemos agotar el tema, ni fijar una interpretación “canónica”.
Tampoco pensamos que el peronismo se reduce a ese núcleo o que no contiene –o no tuvo-
muchos elementos contradictorios o incompatibles con él: somos concientes de que toda
realidad histórica compleja desborda por su riqueza y por su carácter multiforme las
interpretaciones teóricas que puedan hacerse de ella. Nuestro intento es otro: en consonancia
con el marco epistémico y el enfoque filosófico que presentamos al comienzo y que nos permite
darle sistematicidad y poder explicativo a nuestra concepción de los fenómenos económicos
(entendidos como fenómenos humanos y socio-históricos –y no como “mecanismos naturales” o
“automatismos estructurales”-) queremos desarrollar nuestra comprensión conceptual de lo que
es el peronismo y ponerla a consideración de todos aquellos a quienes esta cuestión importe.
Pensamos, además, que esta concepción epistémica, este “modelo” o enfoque teórico expresa
bien, en el plano de los conceptos, una concepción de la sociedad y su dinámica que nos parece
reconocer como activa y funcionando en el peronismo en tanto movimiento social y político. A
esto llamamos “el núcleo de originalidad socio-política” del mismo.

3. Acción, creación y autocomprensión


Ahora bien, podríamos preguntarnos por qué tendríamos que ocuparnos de este tema.
Porqué no presentar a modo de recordatorio diferentes fragmentos del pensamiento del fundador
del movimiento, Juan Domingo Perón. La respuesta que nosotros mismos nos damos no es tan
sencilla como podría parecer10. Nuestras razones tienen que ver, por una parte, con un hecho de
carácter histórico, y, por otra, con nuestra propia concepción epistémica.
La razón fundamental puede ser enunciada como sigue: Juan Domingo Perón y la primera
generación de quienes formaron parte del peronismo crearon una novedad histórico-política, y
enunciaron los elementos de lo que puede llamarse un “cuerpo doctrinario” o una “corriente de
pensamiento”. Pero estos elementos fueron formulados:

10
Por otra parte, ¿qué necesidad habría de hacer nuestra propia “antología” del pensamiento de Perón cuando
existen, publicadas conjuntamente por la Fundación Pro Universidad de la Producción y el Trabajo y la
Fundación Hernandarias, en 29 volúmenes, las Obras Completas de Juan Domingo Perón?

8
 al calor de las luchas sociales, políticas y económicas del momento y según las
necesidades y las orientaciones que en esa lucha desplegaron distintos actores y
sectores sociales,
 en el lenguaje y con las herramientas conceptuales de la época –herramientas y
lenguaje heredados de épocas y contextos anteriores-,
 a lo largo de un proceso que transformó a sus propios creadores y los hizo lo que
terminarían siendo –ni los sindicatos obreros que dieron cuerpo al movimiento peronista
ni Perón mismo eran, en un comienzo, peronistas; incluso, no es el mismo el Perón del
45 que el del Modelo Argentino para el Proyecto Nacional - ;
 en debate con otras corrientes políticas y de pensamiento que consideró unilaterales e
insuficientes para responder a los complejos desafíos de la hora: podríamos incluso
decir que nace a partir del esfuerzo por superar sus parcialidades y abstracciones,
buscándose a sí mismo en el camino de intentar una síntesis no tanto conceptual como
efectiva y práctica, que incorporara lo que de ellas le parecía mejor y más pertinente.
Perón, además, no era un filósofo político sino un hombre de acción, con lo cual su preocupación
estaba antes en la efectividad de su expresión doctrinaria que en la corrección sistemática con
que desarrollara su pensamiento. Otro tanto puede decirse de los trabajadores y los obreros –
sindicalizados y no- que conformaron su “columna vertebral” y su motor socio-ético-político.
En pocas palabras: pensamos que la autocomprensión que el movimiento peronista emergente
generó de su propia novedad y originalidad, de aquello que estaba creando y, más tarde,
defendiendo y tratando de afirmar, fue, desde el punto de vista filosófico y conceptual,
insuficiente. Dicho de otro modo: el peronismo fue comparativamente más creativo en el plano
de los hechos que en cuanto a interpretar y dar forma conceptual explícita y sistemática a sus
propias creaciones. Por eso mismo, además de un fenómeno social y político importante, el
peronismo fue y sigue siendo “algo que se da a pensar”, al mismo tiempo que algo cuya propia
historia generó consecuencias que lo fueron enriqueciendo y transformando. Por lo tanto, algo
que se da a seguir construyendo –sigue vivo, y por eso en proceso de debate, disputa y
transformación-. De un modo u otro, pensamos que implicó alguna clase de novedad conceptual
en cuanto a la concepción de lo social, lo político y sus dinámicas, de la que él mismo no terminó
de dar cuenta.
Y atribuimos dimensión histórica a estos fenómenos porque no son algo excepcional, típico del
peronismo o de la Argentina del siglo XX, sino algo frecuente a lo largo de la historia. Vamos a
poner sólo un par de ejemplos.

9
El gran medievalista José Luis Romero, al estudiar el advenimiento de la burguesía y del orden
capitalista dedica un volumen entero 11 a analizar cómo, al mismo tiempo que la burguesía se
crea a sí misma como nuevo sector social e inventa nuevas formas económicas, políticas y
sociales, en un comienzo se comprende a sí misma –de modo inadecuado- a la luz de las viejas
categorías, apenas transformadas. Hay que esperar entre dos y cuatro siglos para que esa
misma burguesía genere las categorías de pensamiento que le van a permitir comprender en sus
propios términos lo que ella misma produjo como novedad. Una vez llegado este momento, la
burguesía se reconoce como una fuerza histórica con perfil propio y se hace “dueña de su
destino”, podríamos decir. Con lo cual, esta burguesía ya bien diferenciada, que empieza a poder
pensarse en sus propios términos –la burguesía del siglo XVI, digamos- ya no es exactamente la
misma que la de los siglos anteriores. A partir de entonces empieza a poder reconocerse como
portadora de un concepción social, humana y filosófica diferente (lo que, como veremos, el
peronismo, los autores de este libro y el existencialismo francés llamamos “un proyecto” 12).
Otro ejemplo: el socialismo y el comunismo existían hacía décadas como movimiento político
cuando Carlos Marx y Federico Engels, a pedido de la Liga de Obreros Comunistas, escriben “El
Manifiesto Comunista” y ofrecen un marco epistémico que les va a permitir a los comunistas
desarrollar una autocomprensión mucho más potente y acabada. En este caso, lo que aporta el
nuevo marco de autocomprensión no es la gestación de la identidad del grupo como fuerza
histórica –los obreros ya la tenían- pero sí una herramienta mucho más potente de análisis
económico y de las dinámicas socio-históricas objetivas, que le va a permitir a ese grupo,
entendiéndose como “clase social”, pensar de forma más acabada y rigurosa cómo está
articulados desde el punto de vista de las estructuras en el seno del sistema de producción
imperante. Este crecimiento en el nivel de la auto-conciencia también contribuyó a acrecentar la
capacidad de este grupo social para reconocerse portador de “intereses” (y de un proyecto)
propios. Podríamos multiplicar las referencias, pero no es el caso.
Hasta aquí, entonces, las aproximaciones desde la historia. Una historia que en el caso del
peronismo -digámoslo de una vez- es también la de la inauguración de una larga actividad de
desarrollo de esa novedad al mismo tiempo que de reflexión sobre su naturaleza, su modo de
ser y sus perfiles. De hecho, el “peronismo” sigue siendo un actor social y político, pero también
un cierto modo de pensar y sentir, importantes en la sociedad argentina, aunque en permanente
proceso de autotransformación o actualización –y esto también tiene que ver con el esfuerzo que
encaramos-. Del mismo modo, en el campo de las ideas y las construcciones conceptuales, se

11
José Luis Romero, Crisis y orden en el mundo feudoburgués, Siglo XXI, Buenos Aires, 2003.
12
Coincidencia aparentemente extraña que será uno de los nudos de nuestra tematización.

10
siguieron y se siguen produciendo trabajos teóricos y reflexiones políticas sobre el tema 13 (entre
ellos, el nuestro).
Ahora bien, dijimos que la segunda razón que teníamos para ocuparnos explícitamente de la
filosofía política del peronismo como algo que merece ser pensado y elaborado una vez más, era
de orden más bien “epistémico” (tiene que ver con cómo conocemos, y no tanto con cómo
hacemos las cosas), y que surgía de nuestro propio enfoque “constructivista y sistémico”.
Veamos qué queríamos decir. Desde un punto de vista epistemológico, en el proceso de
construcción de teorías y de marcos epistémicos –de los grandes sistemas de pensamiento- nos
encontramos con un parecido fenómeno de retardo de la auto-conciencia respecto de las
creaciones prácticas. En su obra Psicogénesis e Historia de las Ciencias 14, Rolando García y
Jean Piaget examinan cómo se fueron constituyendo la geometría, el álgebra y la física, y
encuentran en ese proceso histórico el mismo tipo de mecanismo: primero se producen las
novedades, se inventan nuevas operaciones y nuevos conceptos como modo de resolver
problemas concretos, y recién en una segunda etapa, separada de la primera por décadas (o
hasta por siglos) de exploración y desarrollo práctico de lo inventado, aparecen teorías capaces
de ordenar en una autocomprensión sistemática el conjunto de esas operaciones y esos
conceptos. Cuando estas teorías aparecen, la ciencia en cuestión pega un salto cualitativo, en
cuanto a unidad y a potencia explicativa. Es decir: primero se desarrollan o crean o inventan las
soluciones y estructuras prácticas, que se expresan en ciertos conceptos operativos,
relacionados con los objetivos de la acción, y recién en una segunda etapa se desarrolla una
“teoría autocomprensiva” de las estructuras y del sistema de operaciones creado y puesto en
funcionamiento. Algo parecido había descubierto Hegel a comienzos del siglo XIX, cuando
postulaba que la conciencia es primero una experiencia de entregarse activamente al mundo, y
sólo adquiere conciencia de sí y de su propia forma tras haberse entregado a esa experiencia del
mundo, para luego volver sobre sí misma y comprender cómo, a través de sus acciones,
contribuyó a crear el mundo del que forma parte y que termina siendo el suyo. Una vez que hace

13
Incluso, podemos señalar algunos momentos importantes de inflexión en esa historia, como la confluencia que se
dio en los años 60 y 70 de corrientes de pensamiento de raíz “socialista” o “materialista-histórica” y del propio
peronismo, en lo que se llamó el pensamiento (y el movimiento) “nacional y popular”. Rodolfo Puigross, John
William Cooke, José Hernández Arregui, son sólo algunos de los nombres que vienen a la cabeza mientras uno
escribe. También confluyeron entonces con el peronismo, aportando sus propias herramientas de pensamiento,
teóricos que venían de las ciencias naturales y habían sostenido, en las décadas anteriores, propuestas de
desarrollo y transformación de carácter nacional, popular y soberano ajenas al peronismo o incluso contrarias a él
desde el punto de vista de la política partidaria. Pensadores como Oscar Varsavsky, que desarrolló la modelística
social para los “proyectos nacionales” a partir de un “marco histórico-constructivo”, o Rolando García, que
desarrolló la epistemología constructivista desde el punto de vista de los sistemas complejos, pueden ser citados a
ese respecto.
14
J. Piaget y R. García, Psicogénesis e historia de las ciencias, Siglo XXI, Buenos Aires, 1982.

11
esto, puede actuar y decidir sobre sí como antes lo hizo “con las cosas”, potenciando así su
acción en el mundo.15 Es decir: el cobrar más acabadamente conciencia de la diferencia o la
novedad que se trae el mundo no deja las cosas como estaban, sino que transforma, potencia y
da nueva forma a esa novedad. La burguesía no es la misma en el siglo XIII o XIV, cuando
todavía no tiene clara conciencia de sí, y en el siglo XVIII cuando está en plena posesión de la
misma.
No nos parece, entonces, fuera de lo normal encontrarnos en la misma situación, como
argentinos y como peronistas: tratando de construir una re-interpretación retrospectiva de lo que
es el corazón filosófico-político del peronismo en tanto un modo original, consistente y en
muchos puntos diferente de entender y practicar la política en el seno de la sociedad.
Interpretación retrospectiva, pero hecha desde y para el presente y el futuro. Actual y necesaria,
entonces, porque potenciadora de nuestra capacidad de comprender el presente y proyectar el
futuro. Es decir, de pensar y hacer de modo autónomo. Por eso no debe leerse tanto como una
sociología del peronismo, o como una descripción histórica que trata de dar cuenta de sus
pormenores, sino como lo que es: el ensayo de síntesis conceptual que es una aproximación
filosófico-política o, si se prefiere, de filosofía social. Estamos convencidos, sí, que la propuesta
de interpretación que adelantamos da cuenta de la coherencia racional y constructiva, que
tuvieron y tienen muchos rasgos del peronismo.

15
Quizás nos ayude a aclararnos una cita de Piaget y García ( Psicogénesis e Historia de la Ciencia,S. XXI, México
1982, pág 247, 248), referida a lo que tratamos de hacer: elaborar conocimiento –una interpretación de cuál es el
corazón filosófico-político activo del movimiento peronista- sobre un fenómeno que tiene ya una historia y que sigue
su marcha –un conjunto de acontecimientos, de acciones y de creaciones sociales y políticas-. Dice así, refiriéndose
a un aspecto de la construcción de conocimiento en la física (pero podemos aplicárselo a la filosofía política): El
primer tipo de abstracción que se ejerce sobre las acciones y los objetos como paso para la construcción de
conocimientos e interpretaciones sobre los mismos, “ha sido llamada abstracción empírica, en el sentido de que se
refiere a los objetos exteriores al sujeto, en los cuales este último comprueba ciertas propiedades para extraerlas y
analizarlas independientemente”. Pero esta abstracción es redoblada, en una segunda etapa por lo que los autores
llaman abstracción refleja o reflexiva, puesto que se refiere a las acciones y operaciones del sujeto y a los
esquemas que le conduce a construir. Pero como hemos señalado a menudo (…) esta abstracción es reflexiva
en dos sentidos inseparables: por una parte, produce un reflejamiento que hace pasar lo que es abstraído de un
plano inferior –o más sencillo- a uno superior –o más complejo- (por ejemplo, de la acción a la representación ),
y, por otra, una reflexión en el sentido mental, que permite una reorganización sobre el nuevo plano (en este caso, el
de la representación) de lo que ha sido extraído del plano precedente”. Una vez que se produce este segundo tipo
de abstracción, la reflexiva, puede tener lugar algo que los autores llaman “generalización completiva”, que consiste
en poder colocar como parte del fenómeno que se pretende interpretar, el conjunto de los esquemas de acción y de
organización que los sujetos que lo protagonizaron o lo protagonizan han desarrollado como modo de estructurarlo
(lo que los autores llaman “esquemas construidos”, y que en el plano de la sociedad y la política podemos ubicar
como “instituciones”, “concepciones” y “formas prácticas” de organización y acción). Una vez que se puede hacer
esto, la “generalización completiva” permite “retomar las partes a partir del todo, enriqueciéndolas en este
proceso”.

12
4. Cuatro “anomalías” como guía para pensar nuestro problema
Pero, ¿de dónde partir para presentar nuestro análisis? Ante la cuestión, aparecieron algunas
alternativas: revisitar cuidadosamente la historia del peronismo; partir de una antología de textos
fundadores; realizar una especie de “encuesta” entre miembros del movimiento, tratando de
relevar cómo interpretan y experimentan el peronismo, qué es para ellos ser peronista; o, por
último, discutir sistemáticamente las distintas interpretaciones teóricas que se realizaron sobre el
peronismo.
Una vez consideradas estas vías, complementarias más bien que alternativas, advertimos que
teníamos entre manos el programa de una larga investigación y el índice de un libro. Algo que
excedía nuestras fuerzas actuales y las módicas 20 o 30 páginas programadas para el capítulo
correspondiente de este primer volumen. Advertimos también, entonces, que tendríamos que
postergar el desarrollo sistemático de nuestra argumentación y conformarnos con presentar
nuestras ideas a modo de hipótesis interpretativas. Así es que decidimos partir de algunos
rasgos que nos parecen sintomáticos del Peronismo en la medida en que aparecieron como
“anormalidades” cuando se los comparó con la estructura o el modo de ser de los partidos
políticos occidentales, y cuando se las leyó desde las grandes teorías políticas a la mano.
Cuatro nos parecieron los rasgos que más acentuadamente se presentaban como “difíciles de
interpretar”. Los enumeramos en el orden más lógico que encontramos, y nos ocuparemos luego
de su sentido y su articulación.
Primero: el rechazo a forjarse una “ideología” central y a comprenderse ante todo a partir de esa
“ideología”, definiéndose, en cambio, “negativamente”, como alguna clase de “tercera posición”
en la polémica entre individualismo liberal y colectivismo comunista, y caracterizando
“positivamente” esa tercera posición como una aspiración y una lucha por la “justicia social” y la
“soberanía nacional” (reivindicaciones, por cierto, muy generales), al mismo tiempo que se
hablaba, por un lado, de “doctrina” y, por otro, de “proyecto” (lo que no impidió a Perón hablar del
“compromiso ideológico” del justicialismo, o escribir, por ejemplo, al final de su vida, que “nuestra
patria necesita imperiosamente una ideología creativa que marque con claridad el rumbo a
seguir” –Modelo Argentino para el Proyecto Nacional , Primera Parte-). Este “faltante” llevó a que
se entendiera el peronismo como una formación política “ideológicamente contradictoria”, y
“políticamente pragmática”, siendo, en todo caso, un proceso de avance y de construcción
paulatina sin “programa finalista”, o “visión teleológica” o “formato ideal de sociedad”. Según
cierto tipo de interpretación –la del peronismo como una variante de “razón populista”- el
peronismo sería sólo esta capacidad de reconocer demandas sociales diferentes y articularlas
metafóricamente alrededor de ciertos “significantes flotantes” (de significado impreciso y

13
variable), como la justicia social y el pueblo, por ejemplo16. Sin embargo, podemos interpretar
también de otro modo estos aspectos del peronismo si los leemos desde nuestro marco
epistemológico y sobre fondo de los otros dos rasgos a los que vamos a hacer referencia, rasgos
con los que hacen sistema esta elusión del eje ideológico y esta afirmación pragmática, bases
del Peronismo entendido como una Tercera Posición orientada por las “tres banderas”.
Segunda peculiaridad:, la insistencia en los Proyectos Nacionales como eje de construcción de
los programas sociales y políticos. A lo largo de la historia del Peronismo, partiendo de los dos
planes quinquenales de Perón, incluyendo la Reforma del 49 a la Constitución Nacional,
siguiendo el derrotero de los programas obreros forjados por organizaciones de la Resistencia
Peronista y llegando al Modelo Argentino para el Proyecto Nacional , el lenguaje de los Proyectos
Nacionales vino a ocupar el lugar que dejó vacante en el Peronismo el “esqueleto ideológico”
faltante. Veremos cómo interpretar esto.
En tercer lugar, la insistencia en la organización, el protagonismo, y la auto-
representación en la negociación social y económica, de los grandes sectores sociales :
especialmente obreros y empresarios, sindicatos y cámaras empresarias. Como parte de ello,
especialmente significativa por lo que implica en términos de “sentido” de la política y de la
concepción o “doctrina” peronista, la importancia central de la clase trabajadora, “columna
vertebral”, protagonista principal, motor social e histórico y co-creador del movimiento.
En cuarto lugar, la irrupción de la rebeldía y del reclamo de integración social como fuerzas
políticas decisivas, encarnadas tanto en los sindicatos como en una figura emblemática, una
mujer: Eva Duarte. Presencia de lo femenino, de lo pasional y subjetivo, de lo rebelde y de lo
que, siendo “pueblo”, no era sin embargo obrero y sindical. Algo que fue desatendido como
componente “filosófico-políticamente serio” del peronismo por parte de los teóricos, cuando, por
el contrario, constituye, en nuestra opinión, un rasgo significativo y sintomático a la hora de
perfilar una estructura filosófico-política para el Peronismo.
Para desarrollar nuestra interpretación de estas “anomalías” como, en realidad, emergencias de
un posicionamiento filosófico-político coherente, pero en gestación, no vamos a tratarlas por
separado, sino como un conjunto o un sistema de características inseparablemente articuladas.
Es decir, si recuerdan nuestros lectores el punto 1.4 del primer capítulo, como un “sistema
complejo”.

5. Las abstracciones ideológicas y la doble contradicción


Nuestra primera “anomalía” tiene que ver con la aparición de un movimiento político que
convocó y articuló en su seno a importantes sectores de la población argentina, y principalmente
16
Ver: Ernesto Laclau, La Razón Populista, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2008.

14
a sectores mayoritarios de la clase trabajadora (hasta entonces comunistas, anarco-sindicalistas,
sindicalistas y socialistas), sin ofrecer, sin embargo, un perfil ideológico nuevo y preciso, sino, al
contrario, eludiendo caracterizarse como una “ideología” y produciendo un distanciamiento
simultáneo respecto del liberalismo individualista y del colectivismo comunista. Esta Tercera
Posición, ligada a las “tres banderas” de la libertad económica, la soberanía política y la justicia
social, presentaba la virtud, como señala Ernesto Laclau, de ser lo suficientemente imprecisa
como para prestarse a la interpretación que cada sector quisiera darle, y lo suficientemente
expresiva de ciertas “demandas”, pero –agregamos nosotros- también de ciertos proyectos como
para tener un perfil propio. Una posible explicación de por qué el Peronismo tomó este camino
puede ser ésta: esa in-determinación relativa constituía su única posibilidad de articular en el
seno del mismo movimiento a sectores de diferente procedencia e identidad ideológica. Esta
explicación nos parece parcialmente válida, pero insuficiente. Es puramente negativa, y supone
que quienes se movieron desde otras identidades o afiliaciones ideológicas hacia el peronismo
en cierto modo se “engañaban a sí mismos” identificando la totalidad del peronismo con su
propia afiliación e identidad, o con- fundiendo la identidad peronista con la propia.
Sin negar que en efecto esto pudo en parte ocurrir, como mecanismo propio a la construcción de
identidades políticas, pensamos, en cambio, que la causa principal del éxito histórico del
peronismo está en que representó la aparición en el campo de la política de una manera
más compleja, integradora y “potente” –más eficaz en términos prácticos y más flexible
conceptualmente- de entender la relación entre la actividad “creadora” de los agentes
sociales y políticos y el conjunto de las condiciones de posibilidad materiales y
espirituales con que contaban en su época : es decir, en su relación con las estructuras
socio-económicas, con las instituciones sociales y con los “escenarios posibles” que se
abrían para la acción. Lo que implicaba también producir una novedad en cuanto a la relación
entre identidades sociales y roles determinados en la estructura económico-política (a esto nos
referiremos más adelante).
Pensamos, entonces, que el Peronismo aportó algo “positivo” y más integrador tanto en su forma
de hacer política como en su forma de concebir a los sujetos sociales, al proceso económico-
político, y a la relación entre estructuras sociales, estructuras económicas y sujetos. Algo que
permitía a quienes tenían identidades políticas e ideológicas previas, o se enfrentaban a un
mundo político tensado por ideologías rivales, articular sus identidades como parcialidades
de un conjunto mayor y más viable históricamente , ordenado al mismo tiempo por ciertos
“valores” comunes (al menos en parte) y por ciertos “objetivos” también en parte comunes.
Vamos a tratar de despejar los ingredientes de este “aporte positivo” que se expresa en la

15
elusión de la dicotomía ideológica liberalismo-comunismo, o, más precisa y realmente, de la
“tricotomía” liberalismo-comunismo-nacionalismos (incluimos aquí, momentáneamente, a los
fascismos), porque no hay que pasar por alto que el peronismo se diferenció también, y
activamente, de las ideologías y programas nacionalistas entonces existentes en la Argentina.
Lo primero que podemos decir (por algún lado hay que empezar) es que quizás Perón advirtió
que los discursos ideológicos muy estructurados configuran “abstracciones”
unilaterales de la compleja realidad existente, y que en esa misma medida producen dentro
de esa realidad integral escisiones imposibles de reconciliar, porque los perfiles de esas mismas
“ideologías” están construidos por mutua oposición, enfatizando siempre algún elemento en
desmedro o con exclusión de los otros. Las organizaciones cuyos programas responden
linealmente a discursos ideológicos rígidos y dependen de ellos para existir y actuar, serían
organizaciones que, por eso mismo, “recortan” lo real de modo demasiado enfático y pierden así
de vista importantes aspectos de la realidad efectiva o existente, así como de los posibles que
contiene, al tiempo que limitan su propia capacidad de asociación –aunque no necesariamente
de convocatoria-, porque debilitan sus capacidades para considerar como legítimo y tratar de
integrarse con lo “otro”, lo “ajeno”, en conjuntos mayores. Ese esfuerzo de “integración sin
reducción” de lo ajeno, lo otro, implicaría revisar la propia ideología y reconfigurarla. Y esa es la
dificultad. La consecuencia es que sus programas tienden a tornarse rígidos y sus tomas de
posición fomentan la fragmentación cuando aparecen disensos o interpretaciones alternativas.
Fragmentación que disminuye considerablemente las posibilidades de definición de proyectos de
alcance nacional y, más aún, la capacidad de articular una organización cooperativa, un poder
social, capaz de llevarlos a cabo y hacerlos realidad. En términos de realidades históricas, el
Peronismo nace en un momento de máxima tensión entre los programas económicos y políticos
de la burguesía, que no lograban responder creadoramente a las nuevas condiciones
económicas, demográficas y políticas que había traído el siglo XX, tanto a nivel nacional como
internacional –del sistema global-, y los programas de las clases trabajadoras, variados también,
y tan difíciles de conciliar entre sí como, sobre todo, irreconciliables con los de la burguesía
propietaria.
Segundo motivo posible, que hace sistema con el primero: los lenguajes y concepciones
ideológicas entonces en pugna habían sido forjados, todos ellos, en y para situaciones históricas
y contextos sociales diferentes al de la Argentina, y en general, diferentes a lo que se llamaba ya
para entonces los “países periféricos”, sometidos a una subordinación económico-política por
parte de los centros de poder mundial. Es decir, los grandes discursos ideológicos entonces en
pugna, como Perón insistió muchas veces, habían sido fraguados a la medida de otras

16
realidades “epocales” y “geopolíticas” y, por eso, a la luz de otras “prioridades”. Esto no les quita
valor en términos absolutos, pero los relativiza, minándolos de disfuncionalidades, metáforas
aproximativas e interrogaciones conceptuales que el nuevo contexto socio-histórico, económico-
político y cultural imponía o generaba. Novedad contextual –respecto del “texto” de las
ideologías- que funciona, para las “estructuras” ideológicas como una “nueva realidad” difícil de
integrar.
Si examinamos la “triada” ideológica a la que nos referíamos, vemos algo de esto. Por una parte,
el liberalismo ponía el acento en el libre juego de los actores económicos y en el respeto de los
derechos civiles y políticos, mientras interpretaba como “naturales”, o como producto de
“trayectorias” o desventuras individuales los grandes conflictos socio-económicos que dejaban
fuera de la posibilidad de gozar de esos derechos a grandes porciones de la población, y
avalaban la integración subordinada del país al sistema mundial, negándose a considerar las
consecuencias de la disimetría histórica y económico-política implicada en esta subordinación
(algo que se repitió durante la década del 90 del siglo XX, con la supuesta “entrada al primer
mundo” de la Argentina por vía de la aplicación de las recetas neoliberales). Los liberales
representaban así la experiencia de sectores sociales que no sentían que su rol en la estructura
económica –nacional e internacional- pesara como una limitación sobre su libertad. Todo lo
contrario: en la medida en que no le reconocían legitimidad a las aspiraciones, intereses, formas
de pensar y propuestas de otros sectores sociales, podían seguir pensando esas condiciones
como “naturales” y favorables para su despliegue autónomo como “individuos”.
Por otro lado, los nacionalistas ponían el acento en la constitución de una nación soberana,
orgánicamente estructurada, pero ignoraban el carácter histórico de la forma “Nación” misma, así
como los temas relevantes para los otros dos enfoques en juego: tanto los temas liberales –las
libertades públicas- como las “contradicciones de clase” –tema obrero-, que quedaban
subordinadas linealmente a lo único sustancialmente importante: el tema nacional, que,
“desmaterializado” de ese modo, cobraba perfiles “mítico-espiritualistas”, casi utópico-sagrados.
Por otra parte, la vertiente de raíz anarquista y marxista –comunistas y, en menor grado,
socialistas-, ponían todo el acento en la lucha de clases y en las contradicciones estructurales
del ámbito económico-político, contradicciones principales en los países centrales, no logrando
integrarlas adecuadamente con la contradicción “centro-periferia” que definía el problema
nacional, ni dándole la importancia que en los hechos reclamaba a la variada gama de sectores
sociales y de expresiones y concepciones ideológicas presentes en la propia clase trabajadora
argentina.

17
6. El peronismo como (filosofía) política de la complejidad y de lo
concreto
El peronismo emerge precisamente en el cauce en que se articulan y componen la
contradicción de clases –entre el trabajo y el capital- y la contradicción centro-periferia,
que apunta al tema nacional. Como veremos, esta combinación de nacionalismo burgués y
vocación de clase (defensa del trabajo y de los trabajadores), ligada a las condiciones
específicas en que la lucha política y social se producía en Argentina, llevó al Peronismo a
generar también una concepción propia del protagonismo de las organizaciones sectoriales en el
campo político y, por lo tanto, de la relación entre “identidades económico-políticamente
determinadas” (identidades “de clase”), ciudadanía, e indentidad individual. En ese contexto,
tanto por el lado de Perón como por el lado de los sectores trabajadores, y aun de una fracción
de la burguesía “mediano-empresaria” ligada a la industrialización y el ascenso social, el
peronismo encarna o asume una realidad: los procesos de explotación y sometimiento a los que
eran sometidos los trabajadores en nuestro país están directamente relacionados,
sobredeterminados y redoblados, por la manera en que el país se integra al sistema mundial
capitalista: es decir, por su subordinación a las necesidades de los países centrales, y
por su falta de un desarrollo endógeno autónomo y soberano . Lo que, de paso, ponía en
evidencia un rasgo de la situación histórica de los países de nuestro continente: el hecho de que
nuestras naciones, por tener una historia muy diferente a la de las naciones central-modernas, y
por haber funcionado como “presupuesto material viviente y olvidado” de la historia de aquellas,
haciéndolas posible a través de la explotación y la trata a la que fuimos sometidos 17, tienen
necesariamente una forma diferente a la de las naciones centrales (única forma “canónica” que
conocemos de un Estado Nación), y son, por eso mismo, desde comienzos del siglo XIX,
proyectos en desarrollo motorizados por sus propios habitantes: son proyectos de nación que
buscan su forma, antes que naciones plenamente consolidadas (esto también, no parece, es
importante a la hora de entender algunas características del movimiento político-social que nos
ocupa).
Así pues, en el Peronismo esas dos contradicciones, la económico social y la “geopolítica” 18, van
de la mano19, y ese es uno de los ejes de su construcción. Ahora bien, para pensar

17
Ver, por ejemplo, Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina, Siglo XXI, Buenos Aires, 2004, y
Alejandro Romero, Novelística, cuentística, poética latinoamericanas… y una filosófica, ¿para cuándo? , en
Jonatan Alzuru y Luis Alberto Bracho, Latinoamérica en Diálogo, Ediciones Faces, Caracas, 2008
18
Se trata, en realidad, de la dimensión interna, por un lado, y, por otro, de la dimensión internacional, ligada a la
división internacional del trabajo, del conflicto socio-económico, pero por comodidad llamamos a ésa última
“dimensón geopolítica”.
19
Respecto de las relaciones de este fenómeno económico-político con la dimensión de autonomía cultural e
ideológica, ver: A. Romero, “Novelística, cuentística, poéticas latinoamericanas… y una filosófica ¿para cuándo?” .

18
adecuadamente el perfil y el programa de un movimiento social que enfrentara al mismo tiempo,
de un modo integrador, esos dos ejes de conflicto, era necesario superar –en el sentido casi
hegeliano de “ir más allá de, pero conservando sus positividades”- los perfiles demasiado
parciales de las distintas “ideologías” estructuradas explícitamente en el momento, y que servían
de marcos de referencia a distintos sectores sociales. También podemos entender esto desde la
“dialéctica del cambio estructural” que referíamos más arriba, en la medida en que pensamos
que de lo que se trataba era de generar una “estructura” –no sólo de acción, sino también de
pensamiento e interpretación- más compleja que aquellas que articulaban, cada una a su
manera, pero de modos incompatibles, lo ya existente.
Es también por eso que en el seno de la concepción y el discurso peronistas, a la hora de definir
el sujeto social del movimiento se solapan dos figuras conceptualmente diferentes pero
complementarias: el pueblo , más amplio e integrador, ligado a la noción de construcción
de la Nación y que apunta a elaborar la contradicción centro-periferia incluyendo en su
seno todos los sectores sociales dispuestos a la negociación y a la construcción en
común ; y los trabajadores –o, en el lenguaje de Eva, los descamisados-, que son el
corazón activo del movimiento, aquel sector social, o mejor aún, aquel conjunto de sectores
sociales que define el horizonte de sentido ético y económico-político del proceso de
creación de estructuras nacionales que, precisamente para articularlos en su diferencia como
parte legítima y necesaria del país, debían transformarse y llegar a ser más integradoras que las
existentes. Esto habría de intentar el Peronismo: los trabajadores, los descamisados son
precisamente aquellos cuyos intereses, demandas y fines propios y específicos, hasta
entonces combatidos y desatendidos por el régimen político y el modelo económico, se trata de
legitimar, asumiéndolos como guía de la acción política, de la invención social y del rediseño
económico, en la medida en que integrarlos plenamente a la vida nacional en el seno de un
“pueblo” equivalía rediseñar la nación misma en términos, también, de ampliación y
afianzamiento de su soberanía plena. En el movimiento peronista, entonces, la soberanía
nacional no se concibe posible sin integración social (al contrario de lo que ocurre con
liberales y nacionalistas), pero, a su vez, la integración social resulta imposible sin
Nación soberana. La comprensión, por parte de otros sectores sociales y otras opciones
ideológicas, de esta dimensión de la propuesta peronista es lo que llevó, después del 55, a la
conformación de la gran corriente de pensamiento y acción política que se identificó como
“nacional y popular”.
Agreguemos algo a lo que después nos referiremos más ampliamente: en esta articulación de la
contradicción social –o “de clases”- con la contradicción geopolítica, el Peronismo aporta otra

19
novedad: no hace desaparecer bajo el poder del Estado o del “mercado” la autonomía de esos
sectores en el juego y la dinámica de ese conflicto, sino que, al contrario, toma a los distintos
sectores sociales, con sus intereses y fines propios, como la realidad más fundamental –por
“debajo” tanto del Estado, e incluso de la Nación, como del “mercado” o, para ser más preciso,
de las estructuras que dan forma al modelo económico- y hace de la relación y el conflicto entre
esos sectores y sus distintos intereses, demandas y fines, un elemento central tanto del orden
social –por eso los legitima y le da forma institucional al “conflicto” entre ellos- como del proceso
político y económico. Es decir, del proceso histórico-social.
Y en relación con esto aparece otro rasgo central del Peronismo: esa pulseada o conflicto no
está determinada de antemano ni como lucha irreconciliable –“guerra” socio-política, digamos- ni
como acuerdo necesario (al modo de los fascismos), y mucho menos como “subordinación
natural” de un sector a otro (al modo del liberalismo y de ciertos nacionalismos). Sino ante todo
como eso: un conflicto activo y legítimo de intereses entre sujetos sociales reunidos en
sectores sociales específicos (los trabajadores y los empresarios, básicamente) que cuentan
con igual dignidad en el campo de la Nación y frente al Estado, y que tienen frente a sí la gama
total de opciones a que todo conflicto “civil” no guerrero da pie. Es decir, que en el peronismo
el conflicto “de clases” puede, según las circunstancias y según la voluntad de
construcción en común de los actores que componen cada sector social, tomar varias
direcciones, y derivar en negociación, acuerdo constructivo (esto es importante: el
acuerdo siempre se realiza sobre fondo de un programa de futuro), compromiso
momentáneo, o bien enfrentamiento abierto –lucha-.
Así, podríamos sostener que Perón y quienes formaron parte (organizaciones, sectores sociales
y personas) del movimiento de creación del Peronismo, aun partiendo de sus parciales
afiliaciones ideológicas anteriores, prefirieron desbordar la parcialidad y “abstracción” de esas
formulaciones –sin por ello renegar necesariamente de ellas- y privilegiar, como marco de
referencia para la construcción política y el rediseño socio-económico, el plano de lo
“concreto”y de lo actual-existencial . Un plano complejo, compuesto por varios elementos que
hacen sistema. Un sistema no-descomponible, precisamente. Enumeremos algunos de ellos, de
central importancia en el movimiento peronista. El plano de lo concreto incluye como elementos
centrales: los intereses legítimos de cada sector; los intereses y valores que en cada caso
pueden reconocerse como comunes; la presencia válida y legítima de una pluralidad de actores
políticos con distintos perfiles ideológicos, necesitados de coordinación para afirmar esa
comunidad nacional productiva, precisamente por encontrarse en conflicto (a veces de modo
irreconciliable) dentro de la estructura existente; el conflicto y sus procesos de mediación. Antes

20
de terminar esta caracterización del “plano de lo concreto”, subrayemos que esa comunidad
convivencial se presenta, precisamente por privilegiar lo concreto, como necesaria en la medida
en que los distintos actores y sectores sociales se encuentran inevitablemente articulados, les
guste o no, parezca o no legítimo a sus respectivas perspectivas ideológicas, en un solo y único
sistema de auto-reproducción de sus propias condiciones de existencia. En un solo sistema
social estructurado institucionalmente como una Nación.
Y por eso, porque el Peronismo parte de un conflicto concreto entre actores concretos con
intereses y fines concretos, dentro de una concreta co-pertenencia a una comunidad social y
nacional que es la condición concreta y actual de posibilidad de la reproducción de la vida de
cada uno, es que, en este mismo plano de lo “concreto” y actual-existencial aparece como
herramienta necesaria la apertura y afirmación de horizontes de construcción social y
económica colectiva , indispensables para hacer posible aquella coordinación que las
condiciones y la estructura actuales y existentes de hecho, obturan. Ese horizonte de
construcción articulado como Proyecto Nacional generaría las condiciones para la conciliación
creadora de intereses y de fines. Condición que la batalla ideológica sola no produce.
Por último, pero no menos importante, forma parte esencial del plano de lo concreto la
preocupación por la efectividad de las prácticas de afirmación “cotidiana” del camino
emprendido, porque la realidad de lo nuevo depende del proceso de su paulatina construcción.
Esto implicaba una concepción más “pragmática” del poder y del valor de las ideas, orientada por
un horizonte ético-social (del que ya hablaremos) y por una constante política de negociación y
articulación de diferencias, intereses y programas.

7. Ética de las personas, “ética de las estructuras”


Al mismo tiempo, creo que precisamente por ser un pensador de lo “concreto” y lo “estratégico”
(imposible una cosa sin la otra) 20, Perón tenía también una visión más compleja del hecho ético-
socio-político de lo que quedaba formulado en las grandes ideologías en pugna en ese
momento, todas hijas de sociedades “soberanas” que ignoraban el mestizaje (se concebían a sí
mismas como homogéneas) conformaban el corazón de la modernidad capitalista. En efecto,
como uno de nosotros propuso en un texto reciente 21, en las ideologías de derecha, de corte
liberal y nacionalista, la carga ética está puesta íntegramente en los individuos, mientras que la
“estructura” del sistema social es vista como un “dato natural” carente de carga ética alguna,
20
En este sentido, podemos sostener que la concepción que Perón desarrolla del poder y de la política como arte de
la estrategia avanza conceptualmente en una orientación que recién será trabajada desde la teoría por Michel
Foucault, en la década del 70. Ver: M. Foucault, Un diálogo sobre el Poder, ediciones Cactus, Buenos Aires, 2008,
Defender la Sociedad, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2004.
21
Ver: Alejandro Romero, “Ética y política a derechas e izquierdas, manifestaciones de una cultura predialéctica”
(Op. Cit.)

21
porque no depende de la historia y de las elecciones, las decisiones y las prácticas humanas: no
son una creación humana. En las izquierdas, en cambio, la carga ética está puesta en las
estructuras, porque son producto de una historia humana, y por lo tanto traducen preferencias
valorativas y políticas, objetivan y reproducen relaciones sociales determinadas. Visión que el
Peronismo comparte. Pero en la medida en que se piensa a los actores sociales, y aun a las
personas, como íntegramente troquelados por su lugar en las estructuras (más aún, en la
“infraestructura” económica), como hacen canónicamente “las izquierdas”, es decir como
idénticos a su rol económico-político, en esa misma medida se menosprecia su singularidad y
libertad creadora y se relativiza así su protagonismo ético-político y su capacidad de “jugar con”
las estructuras. Pensamos que en la concepción que el Peronismo pone en práctica, aparecen
integrados, en cambio, tanto el principio de la singularidad existencial y –por lo tanto- el
protagonismo de la rebeldía ante lo instituido y existente, y la centralidad de la ética personal
(hay en la historia ejemplos paradigmáticos de esto tanto en sentido positivo como,
lamentablemente, en sentido negativo), como el principio de la carga ética de las
estructuras –que aparece expresado en la necesidad de organización y auto-representación de
los sectores sociales, y en el concepto de “justicia social”-.
Por eso, diremos que el Peronismo tiene entre sus originalidades la de no proponerse
como un Estado y un gobierno “sin los trabajadores” (ni, supuestamente, los
empresarios: sólo de los ciudadanos en el liberalismo, y del Partido Único en el
fascismo), ni DE los trabajadores (como se propone ser el comunismo), sino un Estado
y un gobierno CON los trabajadores –y con los empresarios, desde ya-.
En efecto: el conflicto entre las clases sociales aparece, en el liberalismo, negado como algo
irreal e ilegítimo, dado que lo único real son los individuos tomados uno a uno. También en los
fascismos aparece negado, pero esta vez en nombre de la unidad sustancial y sin fisuras de un
“pueblo”. Mientras que en la mayor parte de las variantes del marxismo ese conflicto aparece
como irreconciliable, como necesariamente excluyente –quizás hay que exceptuar a Gramsci,
dada su concepción del bloque histórico y la hegemonía cultural-. De allí que en la concepción
liberal no haya lugar para que en la estructura del Estado y en el gobierno participen
organizaciones que encarnan y asumen intereses y fines “sectoriales”. Son los individuos y sólo
los individuos los protagonistas, y los que están todos “igualmente” subordinados a la ley y a la
institucionalidad. El liberalismo oculta así la existencia de grupos y organizaciones sectoriales
con fuerte poder de “gobierno” del lazo social, que pueden incidir decisivamente en la estructura
de la sociedad y en cómo se generan y reparten sus riquezas. Es decir, en su formulación teórica
–y en su ideología- no reconoce en las organizaciones empresariales el poder político-social que

22
efectivamente tienen en la medida en que se asocian y en que manejan la base productiva de la
sociedad. Con ello, pasan por alto esa realidad social generadora de desigualdad y dominación
social y política, aunque por vía de relaciones económicas. Con lo cual, el discurso político del
liberalismo ataca la organización sindical y entiende que las únicas organizaciones capaces de
“hacer política” de modo legítimo son los partidos. En la concepción del gobierno que promueve,
los trabajadores, como clase social (y aun el concepto mismo de clase social), no existen. En el
fascismo, por su parte, es el Estado encarnado en el partido único, el único (precisamente) con
poder ordenador: tampoco aquí hay autonomía de los trabajadores entendidos como un sector
que pueda “auto-representarse” de alguna manera. Una y otra son, por lo tanto, formas de
gobierno “sin los trabajadores” entendidos como clase social con intereses y fines propios.
En el marxismo, en cambio, se promueve la abolición de cualquiera de estos regímenes –ambos
capitalistas y “de clases”- para dar paso, en cambio, y revolución mediante, a un gobierno DE los
trabajadores que instauraría la sociedad sin clases.
En el Peronismo ninguno de estos esquemas se respeta. El peronismo, como el marxismo,
reconoce la realidad y la legitimidad de la existencia de poderes socio-económicos “de clase”, no
representados directamente en la estructura política liberal y que requieren, por lo tanto, ser
articulados institucionalmente en un “plano” complementario, más directamente relacionado con
las pujas y concepciones económico-políticas. Intenta, pues, la construcción de un gobierno
CON los trabajadores –también, hay que subrayarlo, CON los empresarios-: ni “ignorando” las
identidades sectoriales o de clase (como hacen liberalismo y fascismos) a favor de los puros
individuos sueltos, ni haciendo de alguna de esas identidades la única identidad de clase
legítima. Lo que el Peronismo estaría proponiendo, entonces, es una especie de co-gobierno
permanentemente renegociado, digamos así. Este es uno de los ejes mayores de conflicto y de
las principales fuentes de malentendidos a que da lugar el Peronismo cuando se lo juzga desde
otras perspectivas filosófico-políticas.
Ahora bien, reconocer este doble registro de la realidad social, los grupos sociales y la acción de
los agentes sociales, donde por una parte los sujetos sociales aparecen estructuralmente
constituidos, pero por otra parte se los concibe y asume también como ético-políticamente libres,
implica reconocer que hay una especie de “doble inscripción” identitaria para los mismos. Los
individuos aparecen integrados estructural y necesariamente a sectores sociales de los que
forman parte y que les dan una “identidad”, pero el perfil de esos sectores sociales (y por lo tanto
de quienes forman parte de ellos y del conjunto de la sociedad) no está determinado de una
vez y para siempre, no es necesario ni natural, y no está dominado por una lógica
implacable del movimiento de las estructuras en la historia: no implica ningún “destino

23
manifiesto” o inevitable-. Se lo concibe y asume, en cambio, como pasible de toda una gama de
modificaciones, redefiniciones y variaciones. Transformaciones que dependen en parte de
condiciones de posibilidad previas, materiales y simbólicas, pero no sólo de ellas sino ante todo
de cómo los actores sociales comprometidos en el juego social asuman, conciban e imaginen la
realidad de la que forman parte y que son, y de cómo decidan que quieren y –presumiblemente-
pueden transformarlas.
Con lo cual, los actores sociales se reconocen a sí mismos al mismo tiempo como parte de un
“sector”, como “trabajadores” por ejemplo, y como no determinados exclusivamente, en lo que
son y pueden ser, por los límites de ese rol estructural. Es decir, pueden reconocerse como
agentes activos y creadores de cambio en el seno de la sociedad en su conjunto. Como
interlocutores válidos de otros actores sociales que forman parte de otros sectores sociales. De
este modo, sus identidades son al mismo tiempo sectoriales, nacionales, políticas y
proyectuales .
Todas estas dimensiones, además, no se identifican, sino que se solapan y desbordan unas a
otras en un juego complejo. Incluso pueden entrar en conflicto. Pero en la medida en que están
sujetas a cambio, por vía del intento de realizar un proyecto “querido”, ese conflicto no tiene por
qué ser destructivo: puede funcionar como motor de la acción y la creación. Por eso en el
Peronismo están presentes como parte de su concepción de la ética y la política tanto las
coacciones o condicionamientos estructurales como el juego de las voluntades, las
imaginaciones y las aspiraciones subjetivas, así como los intereses y las mentalidades
sectoriales.
Creemos por eso, como veremos más adelante, que algunas de las “oscilaciones” históricas más
extremas del Peronismo tienen que ver con malas interpretaciones y mutilaciones de esa
complejidad que encierra. En este sentido, como práctica política, el peronismo se acerca a lo
que, desde nuestro marco epistémico, es la dialéctica entre “inercia de la instituciones y del
proceso estructural” y “libertad y creatividad de los agentes” 22, que rompen esa inercia, rebeldía
mediante, y se reconstruyen a sí mismos como agentes autónomos, contra esas mismas
instituciones, y en la tarea de producir otras, más flexibles e integradoras –que a su vez serán
cuestionadas y reemplazadas-.
Por eso, según pensamos, el Peronismo fundó su construcción no tanto en una visión normativa
de la sociedad, que derivaría de una cierta concepción metafísica del hombre –caso del
liberalismo individualista o del nacionalismo católico- o de una cierta concepción teórica de la

22
Ver: Jean Paul Sartre, Crítica de la Razón Dialéctica, Losada, Buenos Aires, 2002; Augusto Pérez Lindo,
Acción e Inercia Social, Ediciones del Signo, Buenos Aires, 2001.

24
dinámica histórica, de la estructura del sistema productivo y de los “niveles de conciencia” –clase
en sí y clase para sí-, que dieron lugar a la concepción de una “vanguardia iluminada” (caso del
marxismo), sino que tomó como base el grado de “conciencia”, las “demandas” (Laclau), pero
también los “deseos” o “proyectos”, e incluso las formas de organización y las “ideologías” que
realmente existían en los diversos sectores sociales que luchaban para construir un orden social
en el que sus intereses tuvieran por fin un lugar “estructuralmente previsto”.
En este sentido, y si tuviéramos que hacer una analogía histórica, el peronismo se inscribe en la
línea que inauguró en el país Artigas, de construcción popular inmanente o concreta del hogar
común que es una Nación, antes que, por ejemplo, en la del ilustrado y apasionado Moreno, que
partía de una concepción previa y “teórica” de lo que es una forma social deseable, o en la del
radicalmente “estatista” Rosas, que consideraba al pueblo como una masa disciplinada a la que
había que atender, ordenar y conducir, pero que debía obediencia.
Visto así, pensamos que la concepción de la política del Peronismo pasó por organizar el
debate y la construcción de un Proyecto Común –los Proyectos Nacionales- desde el
interior mismo de la negociación entre sectores y clases sociales y a partir de una
composición de sus horizontes de valor, sus intereses materiales y sus horizontes
ideológicos previamente existentes en la dirección de una integración que a todos
resultara virtuosa, antes que a partir de un “paraguas ideológico abstracto y totalizador”, un
Gran Relato previamente disponible acerca de cuál es la forma humana y social bella y buena.
Eso, a nuestro juicio, forma parte de su complejidad y de su riqueza. Se trata, en un plano
“filosófico-político”, de una “política de la inmanencia autoorganizadora, o de lo concreto
creador”, digamos así, y, por eso, del protagonismo de los distintos sectores sociales y del
Estado, que conforman otros tantos centros de organización del proyecto y de la política. De allí
que en él lo pragmático de la evaluación de los posibles de cada caso, y de las condiciones para
su realización, cobre una importancia decisiva (a veces excluyente, y de ahí una de sus
“desviaciones”), tanto como la auto-representación y la auto-organización de los distintos
sectores y actores sociales, indispensables para la composición real y viable del proyecto y de la
fuerza social capaz de llevarlo a cabo.

8. La autonomía de los sectores sociales y el Proyecto Nacional


Al mismo tiempo, el Proyecto Nacional aparece como la figura necesaria para coordinar y unificar
los objetivos, los esfuerzos y las acciones de todos ellos en un programa de futuro común, más
integrador que el presente, y por eso viable y “tentador”. Programa que ninguna “ideología” ni

25
receta previa puede garantizar o siquiera “definir”, porque debe ser producido, negociado y
acordado –también periódicamente revisado y rediseñado- entre las partes.
Sin embargo, esa autoorganización social-política presentó y presenta enormes dificultades,
dado que, como miembros que somos de una civilización patriarcal y de un Estado (post)
moderno-capitalista, para colmo periférico, carecíamos y todavía carecemos de una cultura de la
autonomía existencial, de la negociación social y de la convivencia constructiva, a la que se
suma la insuficiente conceptualización de esa modalidad política de construcción común y plural
del Proyecto Nacional y de reconstrucción y renegociación constante de su desarrollo y
orientación. En esas condiciones, el ejercicio de la jefatura cobró en el Peronismo –y en primer
lugar para Perón mismo, que hizo de ella el eje de su “conducción” y de su estilo de liderazgo- un
peso trágico como “mediación indispensable” y, a falta del desarrollo de un pensamiento
conceptual de la inmanencia y la construcción desde las diferencias, como “punto constante de
referencia”. Ese exceso de la jefatura, que generó –y sigue generando- un constante ejercicio de
puja interna por la hegemonía o el liderazgo, fue, insistimos, la realidad de la práctica de Perón
mismo, y quizás el resultado de la circunstancia desafortunada de tener que desarrollar el
movimiento con una “doctrina”, para usar el lenguaje de Perón, o una “filosofía política”, para
usar nuestro propio lenguaje, todavía insuficientemente elaboradas. La lucha por la jefatura
reemplazó, incluso, al Proyecto Nacional como eje de unificación del movimiento y de la política,
convirtiéndose en las últimas décadas en una especie de “fetiche operativo y funcional” del
Partido Justicialista (pero no sólo de él), y dando lugar a ese absurdo político-conceptual que los
medios de comunicación pusieron de moda y que consiste en suponer la existencia de corrientes
políticas donde sólo hay jefaturas ocasionales: así nacieron el “menemismo”, el “dualdismo”, el
“alfonsinismo” o, recientemente, el “kirchnerismo”, que carecen de sustancia conceptual
diferenciante.
No perdemos de vista que el propio Perón “teorizó” esta importancia de la jefatura y la ejercicio
con el acento puesto en la “verticalidad” de la organización. Este es un tema que merece ser
tratado con más detalle –y en otras publicaciones esperamos poder hacerlo-. Pero pensamos
que esta importancia fundamental de las jefaturas, que absorbe casi cualquier otra diferencia y
reemplaza a los procesos socio-políticos constructivos, no está inscrita necesariamente en la
racionalidad política propia de la propuesta y de los intentos iniciales del Peronismo, ni es el
centro de la concepción de la sociedad y la política de Perón. Esto es claro en el Modelo
Argentino para el Proyecto Nacional (las citas donde la palabra de Perón resalta allí el
protagonismo y el papel creador del pueblo y de sus organizaciones, en especial las de los
trabajadores, pero también las empresarias y la de los intelectuales) pero es ya relevante, para

26
una lectura atenta, en un texto programático como puede serlo, por ejemplo, la exposición
inaugural del entonces Presidente Perón al Segundo Plan Quinquenal, en 1953. Dice allí: “Para
que la unidad de concepción se traduzca en unidad de acción se necesitan tres elementos
fundamentales para la conducción: el conductor, sus cuadros y la masa organizada. En la
conducción de un país el conductor es el Gobierno, sus cuadros auxiliares son el Estado y la
masa organizada es el Pueblo”. Esta cita pareciera indicar lo contrario de lo que sostenemos.
Pero ya en ella vemos que el conductor no es una persona, sino un colegiado: el gobierno. Y que
los “cuadros auxiliares” comprenden la totalidad del aparato del Estado, nada menos. En cuanto
al pueblo, en la misma alocución, más adelante, expresa Perón, refiriéndose a la generación del
Plan Quinquenal: “La información del 2º Plan Quinquenal comprendió: 1) la información popular
individual de las organizaciones (más de cien mil iniciativas llegaron al Consejo de Planificación;
2) la información de los gobiernos provinciales y territoriales sobre cada materia; 3) la
información de los ministerios, y 4) la información de las universidades sobre problemas de
carácter técnico y regional”. Y luego: “La conducción del 2º Plan Quinquenal será centralizada en
sus aspectos de verificación y control, pero sólo la percepción total del Pueblo posibilitará la
ejecución. El 2º Plan Quinquenal es de todos y para todos; es del Pueblo y para el Pueblo. El
gobierno puede controlar una parte de su ejecución, pero es el Pueblo el único capaz de exigir
su cumplimiento total. De allí le necesidad de que todo el Pueblo conozca el Plan (…). El control
del Pueblo es más importante que el control del Estado” 23. Nos parece que la insistencia aquí
manifestada en las “más de cien mil iniciativas” populares, provenientes de “organizaciones”
individuales, y del protagonismo del “Pueblo” en la ejecución y control del plan –y, por la otra
punta, en su concepción, y por lo tanto su reformulación, llegado el caso-, bastan por lo menos
para apoyar momentáneamente nuestras afirmaciones.
Pensamos, entonces, que en la concepción que el Peronismo trae al ruedo social, el sentido de
la acción, los fines generales del movimiento -digamos así- se determinan de dos modos: por la
vocación de construcción concreta, que lleva a buscar la “integración” de los sectores
e intereses realmente existentes en la sociedad nacional como conjunto convivencial y
reproductivo necesario, y por una escala de valores en la que, en el caso del
Peronismo, y en concordancia con esta concepción, la autonomía –la soberanía
nacional y la libertad económica-, la integración y la “paz social activa” (no represiva) –
para cuyo logro es indispensable la “justicia social”-, son los valores centrales . Valores
que, una vez más, implican una discusión entre actores sociales, y una evaluación periódica del

23
Juan Domingo Perón, Exposición Inicial del Señor Presidente de la Nación, en Segundo Plan Quinquenal,
Presidencia de la Nación, Subsecretaría de Informaciones, Buenos Aires, 1953, pp. 14 a 17.

27
peso relativo de las estructuras y los agentes como “portadores y promotores de valor”, como
dijimos antes.
Este último punto requiere una reflexión especial, porque tiene que ver con la “caída de los
horizontes de construcción” que padecemos actualmente, y de la que habría que rendir cuentas
para hablar del Peronismo actual, y no sólo del histórico. Aquí surgen ante nosotros una serie de
problemas e interrogantes riquísimos y complejos que apenas podemos señalar, y que tienen
que ver con una verdadera “teoría” de la “constructividad” y la “autoorganización” (los “conflictos
constructivos”, la “integración social de las diferencias y la multiplicidad”, los límites internos de la
convivencia posible o de la negociación constructiva) como proceso que oscila siempre entre las
exigencias del corto plazo, las luchas de fuerza, las coacciones estructurales momentáneas –
tanto objetivas como subjetivas- y las orientaciones existenciales y políticas convivenciales y
constructivas que el Proyecto marca y con las que estamos comprometidos como objetivo de la
acción y como sentido de nuestras prácticas.
Se trata, precisamente, del centro problemático de una teoría de lo social que fuera capaz de
integrar en un movimiento coherente las contradicciones entre la libertad de los sujetos, los
intereses parciales de distintos sectores, las exigencias estructurales internas y “externas” y la
necesidad de reproducir y mantener funcionando la unidad coordinada y funcional –co-operativa-
que es una sociedad (en este caso, una sociedad nacional) a través de la actividad vital de sus
miembros. Es esta teoría explícita y “unitaria” de lo social –que incluye como subsistemas lo
económico y lo político-jurídico- lo que le faltó a Perón y al primer peronismo. Y tuvieron que
suplirla, en tanto eje organizador de la complejidad de su intento, con una doctrina compuesta
por elementos heterogéneos y en tensión tomados de distintas fuentes y unificados por la
práctica constructiva destinada a elaborar al mismo tiempo las dos contradicciones estructurales
complementarias que señalábamos. En esa práctica, el liderazgo mediador de quien conducía el
movimiento fue central para superar parcialidades y contradicciones cuya unidad nadie podía
teorizar adecuadamente para entonces. Pensamos que la carencia de esta “conceptualización
organizadora” le dio a la conducción personalizada una importancia coyuntural fuera de toda
medida. El examen detallado de todo ello, sin embargo, quedará para futuras publicaciones.

9. Una primera recapitulación


A la luz de lo ya dicho, volvamos a hacer un comentario sobre nuestra “primera anomalía”: la
elusión ideológica, y recapitulemos, a partir de allí, algunos de los puntos expuestos.
También el fascismo y el falangismo se distanciaron al mismo tiempo del liberalismo y del
comunismo. Y para distinguir al Peronismo de estas otras verdaderas ideologías hay que tomar

28
en cuenta esto: que fascismo y falangismo, para no hablar del nazismo, se presentaban como
verdaderas ideologías totalizadoras del hombre y de su lugar en la historia (algo parecido a lo
que hace el “neoliberalismo”, por cierto, ideología totalizadora que se dio a sí misma la reacción
neoconservadora de fines del siglo XX), mientras que el peronismo siempre se negó a formular
algo semejante. No hay “grandes relatos” en el Peronismo. No podemos cansarnos de
decir esto: no hay grandes relatos en el Peronismo.
El Peronismo parte, no de una concepción general y total, metafísica o científica –y ni siquiera, a
decir verdad, filosófica- del hombre, la sociedad y la historia, y ni siquiera de una concepción
mítico-sustancial del pueblo y la Nación, sino de lo concreto y existente, de la vida social, de las
condiciones de vida y de las aspiraciones de unos y otros. Es decir, enraíza en lo concreto y de
ello se nutre tanto por el lado de la objetividad de las condiciones materiales, sociales,
geopolíticas e institucionales, como del lado de la subjetividad de los sujetos y
sectores sociales en juego. Es a partir de ello como se propone construir el presente y el
futuro, incorporando como decisiva, eso sí, una elección fundamental –un acuerdo fundamental-
en cuanto a qué “valores sociales” y qué objetivos de carácter integrador, generadores de mayor
autonomía y bienestar compartido, deben dirigir esa construcción: esto es el Proyecto y ese
conjunto de valores y de fines, es el corazón del “movimiento”. El Sentido, lo que podríamos
llamar el “eje ético-político orientador” mayor del Peronismo es, a nuestro juicio, la creación de
autonomía y bienestar compartido dentro del marco de la Nación. Algo que se expresa
inequívocamente en las famosas “tres banderas” y que múltiples textos del propio Perón, entre
los cuales el Modelo Argentino como caso ejemplar, muestran inequívocamente.
Por último, y para volver a recurrir a la historia, el Peronismo, como Roosevelt en los Estados
Unidos, y al contrario de lo que pasó con todos los gobiernos fascistas, falangistas o nazis de
Europa Occidental, hizo del Estado “sólo” un mediador en la puja entre capital y trabajo, pero
nunca un juez y un árbitro de la misma. Condicionó a las partes obligándolas a negociar, pero
llegado el caso de que el acuerdo fuera imposible, mantuvo siempre vigente el derecho a Huelga
y dejó siempre en manos de las representaciones sectoriales –de lo que llamó significativamente
“organizaciones libres del pueblo”, principalmente los sindicatos -- y no así en manos del Estado,
la negociación que debe determinar en cada caso cómo se distribuye el producto de la actividad
económica común: la riqueza generada en común por la combinación de trabajo y capital. Esta
importancia, en la historia del Peronismo, de lo que la teoría política llamó “la sociedad civil”
(importancia previa al surgimiento del Peronismo, pero también posterior) es algo significativo y
que ha sido despreciado o no elaborado por la teoría política. Vale la pena señalar, a este
respecto, que, hoy en día, un gobierno peronista acusado por la oposición de “autoritario” y de

29
“fascista”, dado su fuerte presidencialismo, y que reivindica al mismo tiempo una cierta
recuperación de la soberanía nacional –sobre la moneda, por ejemplo, y en el plano
internacional-, al mismo tiempo que vuelve a defender los derechos del salario y el trabajo, es
también el primero en la historia entera del país en haber decidido que la no represión
de la protesta social, de cualquier color político o ideológico y de cualquier sector
social que sea, es una política de Estado indeclinable. No nos parece una casualidad.
Esta importancia de los autonomía relativa y la auto-representación de los sectores sociales en
la “filosofía política” del peronismo recobra hoy peso conceptual, además, dado que los
sindicatos perdieron parte de su representación porcentual en términos de población
económicamente activa (al menos entre 1975 y 2003), mientras otras organizaciones sociales
articulan partes importantes de la misma –empleo informal, desempleo encubierto, etcétera-. Y
que, por otro lado, tanto en los sindicatos como en muchas organizaciones sociales la
“institución” –las “dirigencias”- se han constituido a menudo en una limitante para la actividad
“civil”, de base: lugar de la verdadera creatividad, en la medida en que se trata del más concreto
y complejo de los lugares socio-políticos. Quizás ello explique, por ejemplo, el nacimiento y el
desarrollo del Movimiento de Trabajadores Argentinos como oposición interna a la dirigencia
cegetista oficial, convertida al neoliberalismo o complaciente con él, durante la década del 90.
Por otra parte, tanto el movimiento de paso a la política que están intentando los dirigentes
sindicales –ser, además de la columna vertebral, la cabeza del movimiento- como su apertura a
la articulación con otras organizaciones sociales reactivan este punto como algo a considerar.
Es decir: la historia del movimiento popular en Argentina, desde las organizaciones de
trabajadores hasta sus otras expresiones, transformó la escena social y política en relación con
las condiciones imperantes durante los dos primeros gobiernos peronistas. La resistencia
peronista primero, la tendencia revolucionaria después, y los acontecimientos sociales,
económicos y políticos de los últimos 25 años, que transformaron el movimiento obrero y
promovieron el auge de miles de nuevas organizaciones libres del pueblo –las llamadas
“organizaciones sociales”-, hacen mucho más relevante este aspecto plural y descentralizado de
la organización popular de lo que fue durante el período fundacional del peronismo, y de lo que
el mismo Perón pudo, quizás, imaginar.
Volvamos ahora más concreta y precisamente a esta insistencia del Peronismo en la constitución
de los Proyectos Nacionales. La autoorganización social compartida del Proyecto Nacional y de
sus condiciones de posibilidad –es decir, la constitución del proyecto que debería ser el de la
nación en su conjunto, el de todos sus sectores sociales- presenta un par de aristas que
tenemos que explorar en este análisis. Por una parte, pensamos que el Proyecto Nacional toma

30
en el Peronismo el lugar de organización del pensamiento y la acción que queda vacante por
“ausencia” de una “ideología” totalizadora explícitamente formulada. Donde el término no sólo se
entiende como “conjunto de valores orientadores” –de esto sí hay en el movimiento peronista,
como ya dijimos- sino sobre todo como “concepción general e incuestionable del hombre, la
realidad y el destino histórico”: es esto lo que “falta”. Y visto así, la insistencia en la constitución
explícita de un Proyecto Nacional como aquello que define un horizonte de acción, con sus
objetivos y metas, es, a nuestro juicio, otro síntoma del carácter “sistémico-complejo y
existencial-constructivo” del pensamiento de Perón y del movimiento peronista.
Porque el proceso de autoorganización social compartida por los distintos actores y sectores
sociales que participan del movimiento, y el Proyecto Nacional mismo, aparecen ambos, vistos
así, como “síntesis” superadoras. Una –el proceso social político- de carácter “práctico” y la otra
–el Proyecto Nacional—de carácter “ideo-programático”, digamos. Síntesis de, por un lado, la
dimensión estructural-objetiva (conjunto de posibles) y, por otra, del elemento múltiple-subjetivo
(sujetos sociales con fines propios): unos y otros logran una primera fase de integración
superadora en ese verdadero sistema de preferencias, intereses, valores, objetivos y
prioridades que es un Proyecto Nacional.
Algo que, en el plano de lo económico-político, es coherente con la concepción que Perón tenía
del papel del trabajo como verdadero y principal creador de riqueza en el proceso económico, así
como del sentido de ese proceso, que no era otro que la reproducción de la vida de quienes
participaban en él y la creación de condiciones de posibilidad para desplegar la autonomía y
alcanzar “la felicidad” del cuerpo social en su conjunto.
Esta concepción sintética que se expresa en la figura del Proyecto Nacional como programa
conjunto de acción de alcance nacional y, por lo tanto, como marco para las discusiones,
disputas, renegociaciones y acuerdos, dista tanto del individualismo liberal, que reconoce
solamente proyectos individuales (y ni siquiera, porque esencializa el interés individual
suponiéndolo siempre sólo codicioso y egoísta) mientras piensa el Estado y la sociedad como
resultados del conflicto entre esos proyectos y de las regulaciones necesarias para que ese
conflicto no se torne demasiado destructivo. Como dista también del marxismo –donde el énfasis
en el movimiento general de las contradicciones estructurales es tan grande que “canaliza” muy
fuertemente los proyectos, reconociendo sólo como significativos los proyectos “de clase” (ni
siquiera los de distintos “grupos de interés” que no se constituyen alrededor de los ejes
estructurales económico-políticos definidos por el Capital y el Trabajo). Pero también, y
fuertemente, de las distintas variantes del Fascismo, que esencializan y mitifican la unidad de la
Nación –a la que coloca en el origen ontológico- y de un “Pueblo” que conciben, no al modo

31
peronista (como composición compleja y dinámica de sectores diversos en buena medida auto-
representados), sino como “originario”, uno, homogéneo e idéntico (de allí el racismo),
encarnado en el Estado no como mediador necesario (al modo peronista), sino como juez
infaltable y único centro de decisiones (y de allí el totalitarismo).

10. Otra mirada sobre el “cambio estructural”


Dicho en los términos de la “dialéctica del cambio estructural” que señalábamos antes, se diría
que el peronismo, en sus concepciones y en sus prácticas, se distancia tanto de la interpretación
marxista del cambio estructural como de la interpretación liberal del mismo. La interpretación
marxista canónica hacía de la macro-dinámica interna de las contradicciones estructurales el
motor mismo de la historia política y la guía casi única para sus programas de acción,
subordinando a ella las alternativas de los actores sociales y perdiendo sensibilidad y capacidad
de análisis en cuanto a cuál es el conjunto de posibles que en cada caso se le presentan a estos
mismos actores, e incluso en cuanto a cuáles son las condiciones simbólicas e imaginarias de
posibilidad dentro de las cuales en caso se elige entre esos posibles. La interpretación liberal, en
cambio, critica y pone límites a la actividad social-política cuando esta actividad social-política,
en la medida en que se fija ciertos objetivos en función de los proyectos deseados, pone en
peligro el equilibrio de las estructuras. Porque concibe las estructuras –económicas e incluso
simbólico/imaginarias- como “naturales”. En un “trascendentalismo” o naturalización semejante
respecto de las estructuras simbólico/imaginarias caen los dogmatismos nacionalistas, católicos
o no (los hay judíos, musulmanes, protestantes, laicos), y los fascismos, que conciben a la
guerra entre naciones (con sus pueblos, “étnicamente únicos y separados”), hechas Estado
centralizado por el partido único, como los protagonistas y creadores absolutos de realidad
histórica, social y económica. Nada de esto hay en el Peronismo.
En nuestra interpretación sistémico-existencial-constructivista la política del Peronismo como
movimiento social político en que se articularon grandes mayorías nacionales, y en especial, en
su núcleo más orgánico, las clases trabajadores de mediados del siglo XX, asumió el
desequilibrio estructural como algo a ser “superado” por medio de la creación social y política,
conciente y voluntaria, de nuevas estructuras, más integradoras, ricas y complejas, capaces de
articular en una nueva “totalidad social”, de nivel nacional, pero también regional, las “nuevas
realidades” que la historia económica, política, social y demográfica de la Argentina, y un nuevo
contexto internacional, habían producido.
En relación con esto podemos proponer también otra caracterización de las posiciones filosófico-
políticas implicadas en el Peronismo. Desde este punto de vista el Peronismo puede ser

32
entendido como la “emergencia” en la sociedad argentina de un movimiento articulado por la
capacidad y la intención de reconocimiento mutuo de varios actores sociales previamente
activos, que son capaces de componer un “proyecto” común . Ese proyecto no es otro que el
reemplazo de la vieja estructura productiva –o modelo/subsistema económico- heredada de la
generación del 80 y que, incapaz de integrar las nuevas realidades, tanto internas (trabajadores,
migrantes internos, etc) como internacionales (decaimiento del Imperio Británico como
“hegemon” del sistema mundial), entró en crisis tras la Primera Guerra Mundial. Reemplazarla
mediante la creación de un nuevo modelo o subsistema económico, que impulsara a su vez una
reforma del sistema social en general. Un modelo más flexible, más rico en elementos y
relaciones, más eficiente en su capacidad de auto-re-producción y más autónomo respecto de
las condiciones externas –otras naciones-. Un modelo que pudiera “integrar” esas nuevas
realidades de modo potenciador y creador, como dijimos, de mayor bienestar compartido y
mayor autonomía, nacional y social.
Pero el peronismo no concibe este cambio como dominado por lo que ocurra en el plano de lo
que el marxismo de entonces llama la “infraestructura” –el subsistema económico-. Tampoco
toma una posición “espiritualista”, que consiste en pensar que la estructura material, o
económica, es una masa amorfa a la que la voluntad humana, infinita en sus poderes y
totalmente arbitraria o bien “trascendentalmente ordenada” en sus contenidos, pudiera darle
cualquier clase de forma, ya sea a través de “la mano invisible del mercado” o a través de la
voluntad prometeica de un Estado centralizado. Ni acepta la idea de corte liberal de que las
estructuras económicas son “naturales” y que lo único importante y válido son los proyectos y las
historias que los individuos. Así pues, no hay en él ni predominio de la infraestructura material, ni
predominio de la “superestructura espiritual”, ni predominio de las voluntades individuales: los
dos “subsistemas”, el económico y el socio-político, o socio-institucional, se acoplan en un
circuito de retroalimentación mutua donde cada uno de ellos transforma al otro y se transforma
en ese proceso, sin “prelación” definitiva de uno sobre el otro, ni subordinación de ambos a algún
centro único, mientras las voluntades e intereses individuales participan activa y creadoramente,
articulando y coordinándose en sectores sociales, alrededor de intereses y proyectos comunes.
Con lo cual, pensamos que el Peronismo no anula ninguna de las dimensiones contempladas
por cada una de estas grandes perspectivas ideológico-políticas del siglo XX sino que busca la
manera de articularlas de forma más concreta y dinámica. Aceptó del liberalismo la idea de la
conciencia individual como lugar de intereses y proyectos legítimos, y del marxismo la idea de
condiciones estructurales, de contradicciones estructurales y de “sujeto colectivo” –clase social,
sector social-. Además, comparte con otros movimientos de países del Tercer Mundo, del que fue

33
contemporáneo en su surgimiento, la idea de una “tercera posición” respecto del liberalismo y el
comunismo y la centralidad del horizonte nacional como organizador de un proceso político
tomado por la doble contradicción “capital-trabajo y centro-periferia” 24. Del fascismo aceptó la
presencia del Estado en la regulación de los conflictos de clase, pero la limitó a una condición de
mediador que deja a los sectores sociales la última palabra, y no, como en el fascismo, de juez y
árbitro único. Todo ello, sobre fondo de una concepción de la sociedad como conjunto “orgánico”,
concepción que operaba como metáfora orientadora, y que quizás encuentre sus raíces en cierto
organicismo católico25 o, incluso, en una cierta recepción del pensamiento de Hegel.
Las herramientas culturales y conceptuales con que contaban Perón y el Peronismo de entonces
para pensar y diseñar este intento de síntesis sistémica, existencial y constructiva, eran magras
(aunque no inexistentes, por eso pudo articular en los sindicatos a los anarco-sindicalistas, parte
de los obreros socialistas y parte de los obreros comunistas). Se fueron desarrollando, en
nuestro país, al calor de la experiencia. Visto así, el Peronismo puede ser concebido como una
especie de experimento colectivo de invención y autoorganización sin teoría previa, pero que
tampoco se propuso como una respuesta “coyuntural” y puramente pragmática, sino que trataba
de desplegar su propia “concepción” a medida que iba generando su propia realidad.

11. Una voluta histórica


De hecho, históricamente el Peronismo se constituyó de un modo diferente a como fuera
inicialmente concebido. Porque si Perón intento articular un orden del que formaran igualmente
parte los sectores del trabajo, organizados en la CGT tras haberse unificado, y los sectores
propietarios del capital, cuya representación debió haber asumido la UIA, lo que en realidad
ocurrió es que la burguesía propietaria faltó a la cita. Esta deserción llevó a Perón a intentar una
respuesta promoviendo la creación de la CGE. Pero esa cámara empresaria no cobró nunca la
importancia deseada, porque la mayor parte de la burguesía local prefirió el enfrentamiento
guerrero a la posibilidad de entrar con los trabajadores y el sector de la pequeña y mediana
empresa (empresarios que no pueden vivir de renta, sino que dependen, también ellos, de su
trabajo), en un proceso de negociación y de construcción conjunta y co-gobernada de un nuevo
modelo socio-económico-político. Así es que fueron los trabajadores los que construyeron e
impulsaron el Peronismo, haciéndolo suyo. (Algo que no carece de importancia para los desafíos
políticos y societarios del presente. Quizás el futuro del Peronismo dependa, precisamente, de

24
Son decisivas aquí las obras teóricas de Raúl Prebisch, Celso Furtado, Aldo Ferrer, Samir Amin, Emmanuel
Wallerstein, Teotonio dos Santos y Anouar Abdel Malek, entre otros.
25
Ver: Richard Morse, El espejo de Próspero: un estudio de la dialéctica del nuevo mundo , Siglo XXI, 1982

34
que los trabajadores –sindicalizados, auto-empleados y desempleados- vuelvan a hacerlo suyo y
lo reasuman como un lugar de construcción social integrador y plural).
Desde este punto de vista, y teniendo en cuenta lo que dijimos antes acerca del Peronismo como
proyecto de gobierno CON los trabajadores y CON lo empresarios, éste se presenta como una
especie de democracia ampliada. En la urnas se expresa la ciudadanía pero los sectores
sociales se organizan y expresan a través de las Organizaciones Libres del Pueblo ,
principalmente los sindicatos, pero también las cámaras empresarias, e incluso el conjunto de las
organizaciones que hoy llamamos “sociales”, y que, para la década del 40, tenían en Argentina
una larga tradición, ligada sobre todo a los anarquistas, los socialistas y los comunistas
(mutuales, clubes de barrio, bibliotecas populares, centros de ayuda mutua). Todo esto abrió la
puerta a una sociedad y una forma de auto-gobernarse y construir destino común mucho más
compleja que la del siglo XIX, y cuyo diseño no podía encontrarse en los libros.
El Peronismo se muestra, pues, reformador en lo económico-político, pero revolucionario en
proponer una sociedad donde todos los roles sociales estructurales y todos los sectores sociales
tienen la misma dignidad y participan por igual en la negociación de la riqueza social y en el re-
diseño de la sociedad en su conjunto. Rediseño que, señalémoslo, no tiene límites prefijados.
Puede ser mínimo o total, según así lo decida el libre juego –y la lucha- de los sectores y actores
sociales participantes y según sean las condiciones estructurales de posibilidad. Dicho en
términos más concretos y económico-políticos, la negociación entre sectores puede limitarse a
ser una puja por el porcentaje de la riqueza socialmente creada que irá a parar al salario y el
porcentaje que irá a parar a las ganancias del capital, o puede, en el otro extremo, desplegarse
como un debate, una pugna y, llegado el caso, una negociación constructiva alrededor de
verdaderos proyectos generales de sociedad y de país, radicalmente renovadores. No está de
más decir que, siendo así, cobran una importancia relevante organizaciones sociales –
organizaciones libres del pueblo- que no representan intereses ni tienen fines directamente
económico-políticos, sino que se mueven sobre otros ejes de interés y con otros fines, tan
legítimos como los económico-políticos e igualmente necesarios para la constitución de un
Proyecto Nacional (pensar lo contrario sería volver a pensar que la “infraestructura” económica
es lo único decisivo). Nos referimos, es claro, a organizaciones como las de derechos humanos,
de género, barriales y vecinales, campesinas, de productores familiares, culturales, las que
luchan contra la discriminación en todas las áreas, las que militan en la protección del medio
ambiente y el frente ecológico, etcétera.
Uno puede preguntarse, llegados hasta aquí, hasta qué punto el pensamiento explícito y la
práctica histórica del propio Perón resultan siempre coherentes con este modo de comprender la

35
lógica interna –la filosofía social y política- del peronismo. Está claro que, según pensamos, en lo
esencial es así. Pero tampoco se nos escapa que el pensamiento y las posiciones de Perón
fueron cambiando con el tiempo y que estaba atravesado, también él, por imprecisiones,
inacabamientos y contradicciones, algunas estructurales, otras debidas a posicionamientos
coyunturales. Esto no tiene porqué sorprender: Perón era un hombre nacido en el siglo XIX, que
pensó y actuó para la segunda mitad del siglo XX y que abrió el horizonte de nuevos modos de
practicar y concebir la política y las relaciones sociales. Todo innovador –por decir lo menos-
explora, intenta, se desdice a veces, y encierra contradicciones. J.G.F. Hegel sostenía –palabras
más palabras menos- que “el hombre más cercano a la verdad es siempre el hombre más rico en
contradicciones”. Por otra parte, quien despliega una obra creadora de cualquier tipo –pongamos
los casos de Newton o de Simón Bolívar- no puede asombrarse si su propia obra lo desborda,
toma vida propia, y se despliega más allá de lo que él mismo pensó, y hasta en direcciones por
él no previstas. Por fin, cabe señalar que no se pueden interpretar ni juzgar los hechos ni las
acciones fuera del proceso del que forman parte y del contexto en que han tenido lugar. De
modo que deberá quedar para ulteriores investigaciones que lo desarrollen en detalle el examen
de la historia concreta del peronismo a la luz del modelo teórico-conceptual del núcleo filosófico-
político que, según pensamos, éste produjo, y que aquí tratamos de reconstruir. Estamos
seguros que de una elaboración semejante sólo pueden resultar beneficios y riquezas nuevas.

12. El sistema de las mediaciones a la luz de lo dicho


Antes cerrar este trabajo, aprovechemos el recorrido hecho hasta aquí para aclarar con él
contenido de los dos diagramas que acompañan este capítulo.
En el diagrama general del proceso eco-socio-constructivo que ilustraba el capítulo I, los actores
sociales aparecían representados exclusivamente por la estructura singular, individual, del “ser
para sí”, que participaba, proceso de socialización mediante, de un Colectivo que generaba una
voluntad conjunta, actuaba sobre los posibles y producía un movimiento de realización de
novedad que llamábamos “ontologización de los posibles”, o, dicho sin corbata: actividad o
trabajo por el que hacemos real lo que era sólo posible pero queríamos hacer real.
En los diagramas de este capítulo final, nuestros lectores podrán encontrar representadas, en
cambio, lo que podemos llamar las “mediaciones” que se dan entre los propios actores sociales,
los individuos, y ese proceso colectivo de “ontologización de los posibles” o creación de nuevas
realidades. En efecto, lo primero y más elemental, pero también lo más plural y variado que se
puede encontrar no son los sectores sociales sino las conciencias y voluntades individuales, aquí
representadas con el mismo esquema que incluye en su base la “Memoria”, en su centro el “Ser

36
para Sí” o núcleo de indeterminación, y en su cima el “ser para sí proyectado”, que implica ya el
ejercicio de la libertad a través de la decisión y la acción.
Ahora bien, esos actores sociales individuales forman inmediatamente parte de una red de
relaciones entre sí que da por resultado algunas convergencias en “grupos de interés”: lo que en
el texto tratamos como “sectores sociales”, y que además de los trabajadores sindicalizados
puede incluir a los desempleados o a los trabajadores informales, pero que puede incluir también
indentidades y organizaciones grupales cuyo principio de unificación y acción no es económico-
político sino de otro orden (contra la violencia familiar, de derechos humanos, campesinas,
barriales, culturales, etc.). Estos “grupos de interés” también entran en relaciones entre sí, y su
existencia, como lo que en ellos y con ellos ocurre, reincide de modo trasformador sobre los
individuos (que, digámoslo de una vez, nacen y se crían, es decir, se constituyen como
individuos, en relación con alguno de ellos). A su vez, estos grupos de interés componen el
“Colectivo” que trata de incidir sobre los posibles para generar una nueva realidad. La existencia
de ese colectivo como algo organizado e identificable, con objetivos y valores comunes, no es
siempre un hecho, a menos que asumamos al pueblo de una Nación como ese colectivo (pero
siendo así, es fácil ver que se trata de un colectivo en lucha y contradicción consigo mismo). Lo
que aquí diagramamos contiene, por lo tanto, una ambivalencia que, para simplificar, no hemos
evitado: el Colectivo capaz de actuar sobre los posibles es tanto una figura “real” pero compleja y
conflictiva, semi-conciente y contradictoria, resultado no del todo voluntario de una serie de
luchas; como también una figura “ideal”, un proyecto en sí mismo, en la medida en que el
Peronismo se propone la constitución de alguna de clase de acuerdo nacional general y
compartido alrededor de un Proyecto: el colectivo resultante de un acuerdo semejante sería ese
Colectivo actuante sobre los posibles, y la acción tendría, en estas condiciones, dosis mucho
más altas de coherencia y sentido voluntario y conciente.
Prolonguemos estas aclaraciones: para entender nuestro diagrama hay que leerlo como un
conjunto que no puede descomponerse, y que no “empieza” en ningún lado y al mismo tiempo
“empieza” en todas partes. Es decir: los individuos no son en él “átomos originarios” sino parte
del proceso, son al mismo tiempo creadores y creados. En lo que aquí llamamos de modo muy
genérico su “memoria” se condensan y estructuran las coacciones y condiciones materiales y
simbólicas que el conjunto del sistema (tanto las “condiciones de posibilidad” como el conjunto
de las relaciones sociales y el movimiento general del sistema) produce en ellos.
Cabe entonces una pregunta: Si las conciencias individuales están articuladas en el movimiento
general del sistema, ¿cómo es posible que al mismo tiempo sean libres y creadoras? No
podemos avanzar mucho aquí en despejar esta interrogante que dio que pensar a todo el siglo

37
XX y que sigue rompiendo cabezas teóricas y produciendo obras, pero digamos lo siguiente:
como se expuso en capítulos anteriores, las concepciones de la causalidad fueron cambiando a
lo largo de los dos siglos anteriores al nuestro. La teoría general de los sistemas complejos, la
cibernética de segundo orden (de sistemas de sistemas auto-regulados), la teoría de los
sistemas autopoiéticos (sistemas que se construyen a sí mismos), y la teorías de las relaciones
causales no-lineales (teoría del caos y teoría de las estructuras disipativas) traen consigo una
nueva concepción de la causalidad, como ya se expuso en capítulos previos. En todos los
sistemas que se relacionan consigo mismos por relaciones de retro-alimentación y de auto-re-
producción la causalidad introduce, a un ritmo característicos para cada sistema, períodos en los
que es imposible decidir cuál será la consecuencia –el resultado- del movimiento del sistema:
todo es posible. Ahora bien, el eco-sistema es un sistema de esta clase y los sistemas sociales
incluídos en él como subsistemas son a su vez sistemas de esta clase compuesto, también ellos,
por sistemas de esta clase –los grupos- que a su vez se componen de sistemas de esta clase,
los individuos, que a su vez están compuestos por sistemas de esta clase –el sistema nervioso
central, por ejemplo, que se compone a su vez por sistemas de esta clase: cada una de las
células-). La complejidad es, entonces, tan enorme e impredecible en el resultado de su
funcionamiento, que la experiencia que los seres humanos hacemos de la libertad , es
decir de la necesidad y la posibilidad de elegir, a la luz de ello no resulta desde un punto de vista
“científico-objetivo” tan inexplicable como lo era para la ciencia “clásico-moderna”. Ese núcleo de
libertad que introduce o aprovecha la indeterminación existente en los sistemas de sistemas
complejos, está diagramado en nuestro esquema como “ser para sí” y constituye el corazón de la
existencia conciente, histórica y creadora de los seres humanos. Es una auténtico y permanente
“momento de bifurcación caótica” en las redes causales. Y por eso inventa novedad. Eso somos.
De lado de “las cosas” o de los “procesos impersonales”, esa misma indeterminación aparece
diagramada como “conjunto de posibles”: son variados y sólo la acción humana, conciente o no,
puede, históricamente hablando, determinar cuál de ellos se realizará.

13. Conocimiento, libertad y política


Pero, escribimos: “conciente o no”. Y aquí tenemos, entonces, que decir algo sobre el papel del
conocimiento y del auto-conocimiento en este proceso, y por lo tanto en la acción social, la ética
y la política. Definir los posibles es una tarea humana. Los posibles no se presentan por sí
mismos como tales. Se definen o reconstruyen a partir de una cierta manera de interpretar y
reconstruir, en el mundo del conocimiento , las condiciones de posibilidad siempre actuales de
la existencia y la acción –entre las cuales las capacidades y recursos humanos, físicos, sociales

38
y “mentales”-. De este modo, no basta con la voluntad de auto-afirmación de las personas o los
sectores sociales. Ni siquiera con la imaginación creadora ligada a esa voluntad. Ambos,
voluntad e imaginación, son indispensables. Pero hay un tercer ingrediente igualmente
necesario: el conocimiento lo más pertinente posible –lo más “objetivo” posible, diríamos- del
mundo en que vivimos y que en parte somos: el conocimiento de las redes de causas y efectos
que en el mundo funcionan y de sus variaciones posibles.
Esto, digamos de paso, nos permite sugerir que hay algunos “valores operativos” necesarios
también para promover el conocimiento, valiosos por lo tanto también en la política. El
atrevimiento o coraje son necesarios para alimentar y sostener la voluntad y la imaginación. La
curiosidad y la prudencia, necesarios para alimentar una relación (auto)crítica y constructiva con
el conocimiento. La humildad y la paciencia, necesarias para aceptar las críticas que otros
puedan formular así como los desmentidos que impone a menudo la experiencias que hacemos
en la práctica, también son necesarias para insistir en la construcción de nuevos conocimientos.
Así pues, el conocimiento, que también es una construcción social sujeta al diagrama que
proponemos –diagrama que es expresión de cierto conocimiento-, es entonces también una
dimensión esencial de la política, con la que mantiene una relación compleja, de mutua
determinación, de carácter dialéctico y a veces hasta paradójico. La práctica de producción de
conocimientos –puesto que es una práctica como cualquier otra- tiene, además, sus propias
exigencias éticas, que son a veces diferentes a las de otro tipo de acciones 26.
Se trata, por otra parte, de una dimensión cuya función política y cuya relación con la política es
y ha sido muchas veces descuidada o menospreciada, en clave demagógica o voluntarista (el
peronismo padeció de ello y tiende a caer en ello con cierta facilidad: a veces pareciera que con
la “voluntad política” es suficiente si se tiene suficiente poder de imposición, por ejemplo). Pero
que otras veces fue trágicamente malinterpretada en clave elitista, como la “única” o principal
arma o capital de la política, capital que da a su “poseedor” derechos especiales de conducción:
ésta y no otra es la tradicional propuesta de Platón, pero también la de las vanguardias –en
general de clase media- y de las tecnocracias contemporáneas –por lo común, explicablemente
conservadoras-.
En Argentina, esta relación compleja entre conocimiento y política fue uno de los ejes del
malentendido trágico que se produjo entre el 45 y mediados de la década del 60 –podríamos
fechar, artificial pero simbólicamente, el “fin” de ese malentendido en 1966, con el golpe de
Estado de Juan Carlos Onganía y la intervención destructiva de la Universidad de Buenos Aires-,
entre el Peronismo y las clases trabajadoras, por una parte, y las clases medias ilustradas por
26
Ver: Alejandro Romero, Conocimiento y Política, documentos CESS.

39
otra. La serie de malinterpretaciones que la complejidad y la novedad del Peronismo, en el
campo ideológico y político, trajo consigo, unida a la combinación de malentendidos y equívocos
que se dieron entre el Peronismo y las clases medias que aquí llamamos “ilustradas” (es decir,
que accedían a los sistemas institucionales de producción y reproducción de conocimiento
científico-técnico) respecto de las condiciones mismas de producción de un conocimiento
pertinente y válido y respecto de los criterios con los que debe o puede evaluarse qué es un
conocimiento pertinente y cómo usarlo, se sumaron a la discordancia entre las “nuevas
realidades” y la capacidad que teníamos para interpretarlas y darles forma conceptual, y los
enfrentamientos políticos entre peronistas, radicales, socialistas y comunistas, y dieron por
resultado un divorcio trágico entre estos sectores de clase media, portadores sin embargo de un
proyecto de desarrollo nacional integrador y soberano, y los sectores que sostenían desde el
Peronismo su propia versión de un proyecto semejante. Los sectores sociales propietarios, que
sostenían un proyecto antinacional y antipopular, salieron ganando con este enfrentamiento sin
el cual quizás el golpe de Estado de 1955 hubiera sido imposible.
El proceso posterior, entre 1955 y 1975, con la resistencia peronista y el movimiento obrero
como principales protagonistas, fue también un momento de fuerte reelaboración de esta
relación por parte de las clases medias ilustradas, que fueron “integrando” al Peronismo, para lo
cual transformaron creadoramente sus propios marcos de comprensión.
En este sentido no parece casual que se hayan desarrollado al calor de estos procesos no
solamente una amplia gama de variaciones del pensamiento nacional-y-popular, y de lo que se
dio en llamar la “izquierda nacional”, sino también, en ámbitos más “abstractos” y aparentemente
ajenos a la dimensión política, teorías de carácter sistémico-existencial-socio-constructivas como
las que hoy nosotros sostenemos, y que entonces propusieron Oscar Varsavsky y Rolando
García (quien fue incluso convocado por Perón mismo), filosofías de la liberación de carácter
pluralista, donde la figura de “los Otros”, “los diferentes”, es central, o filosofías dedicadas a
rescatar --como fuente principal y parte constitutiva de la racionalidad, la subjetividad, la libertad
y la política--, lo vital-afectivo y lo corporal-materno 27.
No parece casual que estos pensadores sean argentinos y pertenezcan a la generación que
protagonizó –a favor o en contra- el proceso de surgimiento y afirmación del peronismo y de
otras propuestas de construcción popular y nacional. Fue al final de ese período de creación de
nuevas estructuras políticas y cognitivas, al mismo tiempo que se consolidaba la reunión de esos
27
Las obras de Enrique Dussell y León Rozitchner son ejemplos de ello. También puede destacarse como un
fenómeno que apunta en este mismo sentido la constitución en Argentina de un movimiento intelectual de
importancia internacional en cuanto al cultivo de esa verdadera “episteme de la singularidad” y la complejidad
subjetiva e histórico social, como es el psicoanálisis en todas sus variantes: freudiano, lacaniano, o local y
heterodoxo (Nora Lange, Enrique Pichón Riviére, Fernando Ulloa u Octavio Fernández Moujan).

40
distintos sectores sociales en el movimiento “nacional y popular”, y mientras los trabajadores
producían esos verdaderos Proyectos Nacionales que fueron los programas de Huerta Grande y
Tras la Sierra, cuando se desarrolló también en el país una teoría propia de la relación entre
ciencia, política y sociedad, y cuando la Fundación Bariloche produjo el único Modelo (sistémico)
del Mundo28 hecho en un país del Tercer Mundo y que proponía una imagen de los escenarios
posibles para el planeta que tenía en su centro las necesidades e intereses de los países
periféricos y de las clases sociales tradicionalmente “subordinadas”.
No atribuimos esos logros al Peronismo, como no atribuimos los logros del Peronismo y la clase
trabajadora a las creaciones intelectuales o teóricas salidas de las filas de esta clase media
ilustrada, pero no las divorciamos e incomunicamos como se hace de costumbre: pertenecen a
la misma historia social y nacional y al mismo sistema de desafíos y respuestas creadoras, por
eso los referimos aquí. Y sostenemos, eso sí, que el Peronismo es la formación política y la
concepción social que mejor recogió, interpretó y sintetizó en términos políticos un pensamiento
de lo actual-concreto, de lo múltiple-articulado (o “sistémico-complejo”), de lo existencial-
socializador, de lo histórico-constructivo, que flotaba como “horizonte de época” en nuestro país,
solicitado por las condiciones mismas de nuestra realidad, y que no tenía expresión real en
ningún otro movimiento social y político, pero que tampoco tenía expresión teórica o conceptual
–tarea de los autores que referimos anteriormente, y de muchos otros que no citamos pero que
participaron de ese proceso de creación colectiva-.

14. Las simplificaciones reductoras que escindieron el peronismo


Los comienzos de la década del 70 vieron la confluencia de los esfuerzos hechos por la clase
trabajadora y por los “trabajadores intelectuales” –que no otra cosa son las clases medias
universitarias- para darle forma política, social, intelectual y --era el objetivo social compartido--
económico-política a esa visión de la realidad y del futuro posible.
Ahora bien, apuntemos algo que queda para posteriores desarrollos e investigaciones: la acción
político-militar desarrollada a partir de 1955 por los sectores propietarios argentinos, que hicieron
del Ejército Nacional su propia herramienta política –educada en escuelas transnacionales-,
representó el fin de una política de negociación y el inicio de una guerra civil (larvada y no) que
enfrentó en lo esencial a las clases propietarias por un lado, y a las clases trabajadores y una
parte de la clase media por el otro, y que redujo casi a cero la posibilidad de articular una política
constructiva y creadora, dando lugar a un largo proceso de resistencia y lucha por la legitimación
del principal movimiento político del país y por la expansión de sus conquistas.
28
Ver: Amílcar Herrera y otros, ¿Catástrofe o Nueva Sociedad?, IIED América Latina Publicaciones, Buenos Aires,
2004

41
En ese proceso, los elementos voluntaristas del Peronismo y la concepción de la política como,
exclusivamente, una “prolongación de la guerra por otros medios”, fueron desplazando los
elementos constructivos y la idea de que fuera posible la constitución multisectorial de alguna
clase de Proyecto Nacional. El Peronismo fue “simplificado” y en lugar de desarrollarse la visión
compleja que contenía, se produjo en su propio seno una escisión entre proyectos ligados a
sectores sociales diferentes y a interpretaciones de lo social y lo político también diferentes: más
dogmáticas y unilaterales que el Peronismo, tal y como proponemos concebirlo desde estas
páginas. El núcleo de novedad que el Peronismo traía consigo se vio así afectado y ahogado.
La víctima principal de este proceso de “estallido interno” del Peronismo, víctima física, social,
económica y política, fue la clase trabajadora, diezmada primero en sus cuadros dirigentes –más
de 70% de los desaparecidos fueron cuadros sindicales: delegados de fábrica-, y luego atacada
en sus fuentes de trabajo, en su forma de organización y en su ideología. Las consecuencias
que este conjunto de simplificaciones reductoras complementarias (básicamente las reducciones
a un “conservadurismo nacional”, por un lado, y a un “socialismo nacional” por el otro),
produjeron en la concepción y la práctica del Peronismo, son conocidas. Examinar y comprender
el fenómeno en su dinámica real a la luz de esta hipótesis de trabajo, es una tarea que, como es
obvio, queda pendiente.
Retengamos, sin embargo, que en esta primera aproximación al drama de escisión y
“simplificación” que padeció el Peronismo (drama que anunció y, en cierto modo, confluyó en la
tragedia más grave que padecieron el pueblo y la sociedad argentina durante el siglo XX, el
golpe militar del 24 de marzo de 1976 y la reacción neoconservadora que devastó económica y
socialmente al país), podemos reconocer una forma de “disociación simplificadora” y “deriva
hacia los extremos” de algunos de los elementos articulados de modo complejo en el
pensamiento de Perón y en las prácticas de los trabajadores, que nos ayude a echar una luz
nueva, a título de hipótesis de interpretación, una vez más, sobre algunas derivas que el propio
Peronismo produjo y que son claramente contrarias entre sí.

15. Algunas derivas reductoras y destructoras


A la luz de lo ya dicho, y siempre en términos conceptuales, podríamos pensar que en el seno
del Peronismo se produjeron también interpretaciones parcializantes del movimiento mismo.
En lugar de articular la política como un proceso complejo de negociación no destructiva de los
conflictos por parte de distintos sectores sociales, de composición y reconstrucción creadora de
“ideologías” y de construcción paulatina de la sociedad y la nación, ciertos sectores del
Peronismo se refugiaron –o permanecieron adheridos- a versiones de la sociedad, los valores, la

42
nación y la política de carácter trascendentalista, dogmático y reductivo . Es el caso de quienes,
por ejemplo, participaron de la “derecha nacional” y de la Triple A, intolerantes hasta el punto de
considerar el uso de la violencia como una tarea “sagrada” y a sus oponentes como “anomalías a
aniquilar” –un esquema ideológico parecido dominó, por supuesto, el pensamiento de los
militares-.
Otros derivaron hacia formas, también un tanto espiritualistas, de voluntarismo prometeico, que
dejaron de lado el peso de las estructuras, de las inercias estructurales y de la pluralidad social e
ideológica existentes de hecho en el país: no los tomaron como elementos a integrar
indispensablemente, tanto desde el punto de vista de práctico como desde el punto de vista
conceptual, y derivaron “ciegamente”, por fin, hacia la lucha armada sin cuartel que dominaron
en algunos sectores juveniles de base que retomaron o prosiguieron la lucha armadas siendo
que el triunfo electoral popular que las luchas anteriores habían hecho posible había logrado
recuperar un orden democrático. Distingamos, de cualquier manera, el respeto ético que
merecen el compromiso y la heroicidad de las posiciones y acciones que se manifestaron no sólo
en la resistencia obrera y en las luchas populares en general, sino en estos intentos poco
realistas, de los elementos voluntaristas y militaristas en los que éstos derivaron, objeto exclusivo
de nuestra crítica.
Anotemos también, a modo de apunte, que esta “simplificación” fue impulsada también por la
profundización inevitable del “conflicto de clases” (la contradicción entre los proyectos de país
impulsados por los sectores del capital y los proyectos de país que sostenían los trabajadores).
Algo que se daba no sólo en Argentina, sino en todos los países periféricos. Esa profundización
tuvo en el peronismo teóricos importantes (John William Cooke, Juan José Hernández Arregui,
por ejemplo) y dirigencias obreras de primer nivel (desde la CGT de los Argentinos hasta los
protagonistas del Cordobazo). El peronismo de hoy es, en este sentido, heredero no sólo del
“primer peronismo” sino de la experiencia y las elaboraciones de esta “segunda época” –para
llamarla de alguna manera-. Así como, por qué no decirlo, de la tragedia “interna” que significó la
década menemista.
Por fin, y quizás en parte como consecuencia de que ese voluntarismo prometeico fuera
desmentido por la materialidad de la historia y aplastado, primero por la violencia militar y luego
por la violencia económica e ideológica de los sectores dominantes locales y del sistema
mundial, muchos de quienes lo practicaron terminaron avalando de modo resignado o incluso
algo cínico una versión linealmente contraria, e igualmente reductiva, de la política y la dinámica
social: la de un conservadurismo pragmático que sólo es capaz de mirar como real las
condiciones estructurales y coyunturales existentes en el momento, que por eso hace

43
desaparecer de su horizonte de posibilidades toda rebeldía, toda capacidad crítica, y todo poder
de creación y acción constructiva de los seres humanos, reduciendo la política a la
administración de la reproducción del orden existente. Orden al que se somete por completo –
ese sometimiento forma parte de su programa-- y dentro de cuyos marcos objetivos y simbólicos
–es decir valorativos y, en último término, ideológicos- decide moverse, porque los considera
inamovibles.
Esta puede ser una manera de entender lo que se dio en llamar “menemismo”: ese proceso de
sometimiento neoconservador cargado de frivolidad y resignación, que festejó como una buena
nueva el discurso determinista del Fin de la Historia, de integración pasiva a un orden mundial
organizado en otra parte y en función de otros intereses que los nacionales y los
latinoamericanos. Programa que prosiguió, consolidándola, la tarea iniciada a sangre y fuego por
la dictadura: de desorganización y sometimiento económico, social y político, de los trabajadores,
así como de dilusión de su perfil como sector social con intereses y fines propios (es decir como
conjunto de actores sociales que se reconocen emparentados no sólo por su lugar en la
estructura económica, sino por esos intereses y esos fines).
Con él desaparecieron también de la política y del sentido común argentinos la noción de un
horizonte de construcción histórica, social, económica y política que pueda concretarse en un
Proyecto Nacional. Con ellos fueron barridas como innecesarias o se degradaron y corrompieron
por sometimiento a otros fines, que exigían otras dinámicas y otros valores, las instituciones –
objetivas y subjetivas- ligadas a esa comprensión existencial, sistémica y constructiva de la
realidad.

16. Otra vez la cuestión de la Ética, algo sobre Eva y de nuevo los
trabajadores.

Todo esto nos vuelve a conducir a lo central de nuestro enfoque. Dijimos que el Peronismo se
constituyó alrededor de una percepción sistémica de la sociedad. Pero que, lejos de pensar que
los procesos de reproducción del sistema social se “regulan” y orientan a sí mismos
automáticamente, el Peronismo cuenta con la libertad de las personas, es decir con el querer –la
voluntad- y la imaginación de los actores sociales reunidos en grupos de interés: básicamente en
clases sociales –aunque no solamente-. Decíamos también que fue así como concibió y
construyó la fuerza capaz de definir el conjunto de los escenarios de acción que las estructuras
previamente existentes abren en cada caso. También dijimos que, privilegiando lo concreto de
cada situación histórico-existencial por sobre cualquier programa ideológico rígido y previo, el
Peronismo propone la constitución de un Proyecto Nacional capaz de organizar la

44
transformación posible de las estructuras existentes como una transformación pensada y
asumida a partir de un “acuerdo social”. Y que esa transformación tiene un eje ético-político de
sentido: integrar mejor, de forma virtuosa para todos, el conjunto de los intereses, los fines, y las
fuerzas sociales y económicas existentes y actuantes –en lugar de dejarlas derivar en un eje de
conflicto destructivo-, y potenciar el bienestar y la autonomía de la nación como conjunto y de
sus habitantes.
Si todo esto, que venimos sosteniendo, es cierto, entonces el Peronismo no puede nunca ser
entendido como un “conservadurismo” de cualquier clase: populista, por ejemplo. Ni como un
“voluntarismo prometeico” sin “realismo de las estructuras” 29 y sin “política de negociación
constructiva de las diferencias”. Pero tampoco como un “pragmatismo resignado a la adaptación
y la especulación” dentro del orden imperante.
Debemos admitir, en cambio, que el Peronismo contiene, junto a un verdadero “principio de
realidad”, a una verdadera “vocación por lo concreto y actual” (siempre plural y abierto al cambio,
sin embargo), un principio de rebeldía creadora y de construcción proyectiva que aquí
hemos llamado “existencial” 30. Un principio que fue encarnado durante el siglo XX por las
clases trabajadoras, portadoras e impulsoras del cambio estructural, así como por una parte de
las clases medias, y que fue negado y resistido por el grueso de las clases propietarias.
Eva Duarte fue la expresión viviente más encendida y clara de ese principio pasional y
existencial de rebeldía vital, contestataria (por eso la llamaron “resentida” quienes hacen del
orden imperante una “naturaleza inamovible de las cosas”). Mujer, defensora de los derechos
femeninos en país donde las mujeres aún no gozaban de la ciudadanía plena y donde eran
consideradas antes que un “sector social” casi una “parte natural” de sociedad –a diferencia de
los trabajadores, que tenían clara conciencia de sus intereses como grupo-, Eva es también la
expresión de la rebeldía y la vocación de cambio de la conciencia individual, pero que se
reconoce como parte de un colectivo –el pueblo, las clases trabajadores, los descamisados- y
que entiende que esa rebeldía no puede tener curso pleno y creador sino en el seno de la
sociedad y la nación como conjuntos. Perón, por contraste, encarnó en el Peronismo, más vale,
la dimensión del “pesimismo de la inteligencia” o, si se prefiere, del “realismo de las
posibilidades” y de la necesidad de mediación: no por casualidad ocupó el máximo lugar
ejecutivo en los aparatos del Estado. Los trabajadores, por otra parte, fueron, quizás, el lugar

29
Es llamativa la coincidencia entre de Perón, que combina una “optimismo de la acción constructiva” con un
“realismo de las estructuras” y el lema que había propuesto Antonio Gramsci para definir la acción política de las
clases subalternas –los trabajadores ante todo-: una combinación de “optimismo de la voluntad” con “pesimismo de
la inteligencia”.
30
Véase en el capítulo sobre Existencialismo, la concepción de la experiencia libertaria en términos de esperanza
y confrontación.

45
mismo de la síntesis, conceptual y práctica, como miembros de un conjunto social –un sector,
una clase social: encarnación de los conflictos generados por la estructura económica- y como
colectivo que ya traía consigo una larga historia de luchas y de organización, a la vez que
impulsaban un proyecto de transformación cuyo cuerpo constituían.
Todo esto nos permite pasar, si volvemos a nuestro diagrama constructivo, del “Ser-Para-Sí
como punto de fuga de la causalidad”, al “Ser-Con-Otros” como condición de vida, auto-
reproducción y auto-organización en el seno de los distintos “grupos de interés” y al “Ser-Nos-
Otros” como forma de la acción común, de la vida en común y de las prácticas productivas en el
seno del Proyecto Nacional.
Dicho esto, la ética aparece bajo una luz nueva, como “la norma o regla para la constitución,
reproducción y administración del lazo social y de la vida social”. Y según lo venimos analizando,
el Peronismo contiene una ética. En palabras de Perón, se trata de una ética del amor y de la
vida, en la medida en que el conflicto es concebido siempre como “negociable” y “proyectivo-
constructivo” (antes que como irremediablemente guerrero) y la política y la actividad productiva
son entendidas como “constructivas” y “para el bien común”. También forma parte de este
horizonte ético –su parte central, a decir verdad- el concepto de “autonomía”, que no aparece
sólo en lo Nacional, donde se traduce en Soberanía, sino en lo material productivo, que se quiere
“libre”. Es significativo en grado máximo, a nuestro juicio, que la consigna que define la
característica de la economía en las “tres banderas”, sea precisamente la libertad, lo que
indicaría hasta qué punto esa economía es el resultado de un proyecto y la dimensión elegida y
administrada en común de la auto-reproducción material de la sociedad. Ese concepto, unido al
de “justicia social”, apunta a un “régimen de convivencia” y una concepción de resolución de los
conflictos como convivencial y constructivo/creativa. Creo que la existencia de una ética
semejante –del cuidado de la vida como sentido y del cultivo de la autonomía convivencial como
forma, se diría-, marca los límites del Proyecto que fue el corazón del Peronismo. Es fácil ver que
hubo entonces y hay hoy “proyectos” irreconciliablemente antagónicos, incluso algunos que se
reivindican “peronistas” y que a la luz de lo que llevamos dicho no pueden nunca merecer ese
nombre.
Cierto es que la historia del peronismo no es un lecho de rosas ni un conjunto de amorosos
acuerdos. Se presentan, frente a esta caracterización, cantidad de aristas y complejidades, por
las dosis de manipulación, de mentira, de cinismo, de oportunismo, de violencia y, finalmente, de
corrupción que se asocian –a veces justificadamente- con el Peronismo. Sin embargo, no se
trata de aportes del Peronismo a la vida política y social de los argentinos, sino de características
que la política y la vida social de nuestro país arrastran consigo desde que era colonia, y que se

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reprodujeron activamente durante el proceso independentista, hasta llegar a nuestros días 31.
Esto no exonera a los peronistas ni al Peronismo de su responsabilidad en la reproducción de
estas matrices de comportamiento y acción, de estos no admitidos pero actuantes “valores”
prácticos de la política. Nos dice, en cambio, que el Peronismo está lejos de estar “acabado”
como propuesta política, en la medida en ni siquiera ha conseguido, hasta ahora –ni él, ni
ninguna otra fuerza política u organización social en la sociedad argentina- realizar de modo
efectiva, pleno y real, institucional y prácticamente su propia propuesta y su propio proyecto:
concretar como forma del lazo social y de la práctica política la novedad que trajo al ruedo.
Quizás esa sea la tarea del presente y del futuro (aspiremos a que sea cercano). Y se trata de
una tarea que, si tiene que poder realizarse, y si la visión que dimos de la original “filosofía
política” del Peronismo es pertinente, no puede no pasar por una reapropiación del Peronismo
por quienes fueron sus máximos artífices, creadores, defensores e impulsores, los trabajadores:
sindicalizados, autoempleados y desempleados; activos o no; varones y mujeres; en
las empresas y en los hogares; de la producción y de la reproducción y la crianza;
intelectuales, artísticos, sociales y manuales; incluso diríamos -si trabajadores son
todos aquellos que viven de su trabajo-, propietarios de sus medios de producción o
no...
Y los trabajadores estarán, o, mejor dicho, estaremos en condiciones de recuperar el Peronismo
y de volver a transformarlo en una fuerza creadora y proyectiva, convivencial y constructiva, en la
medida en que logremos reasumir y practicar la ética del Peronismo, la rebeldía, el realismo, el
pluralismo, la convivencialidad, la constructividad, y logremos hacerla carne subjetiva y acción
objetiva.
Que así sea.

Ver, por ejemplo, José Pablo Feimann, La Sangre Derramada, Planeta, Buenos Aires, 1999; o Pilar Calveiro,
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Política y/o Violencia, Norma, Buenos Aires, 2004

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